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Artículos - Herramientas para cerrar el 2021 y darle la bienvenida al 2022. - ÁNGELES CAÍDOS EN TIEMPOS DE COVID-19. La urgencia de una mirada existencial colectiva. - El recuento de los daños o Resiliencia - Balance se llama TRANSFORMACIÓN
HERRAMIENTAS PARA CERRAR EL 2021 Y DARLE LA BIENVENIDA AL 2022
POR TIZA MARTÍNEZ
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Hacia el término de cada año nos sentimos con ganas de hacer un balance. Nos damos cuenta que hubo pérdidas y ganancias. Algunos años perderemos más, tendremos duelos importantes y otros años serán años grabados en nuestra memoria por estar llenos de momentos gratos: si fuimos a la fiesta de promo; el año en que encontramos el amor; cuando conseguimos ese trabajo que ansiábamos; el nacimiento de nuestro primer hijo… No siempre quedamos “taz” con “taz” pero llegamos al comienzo del siguiente año con ilusión y esperanza.
Si estás leyendo esto eres uno de los afortunados, al igual que yo, que sobrevivió un segundo año de pandemia. Eres uno de los afortunados que tiene ojos que le permiten leer este artículo y cerebro que vincula las letras transformándolas en ideas; eres un afortunado con un medio virtual lleno de información a alcance de la mano. Digo esto porque muchas veces nos revolcamos en la acequia llena de barro de la queja y no nos damos cuenta del manantial cristalino, lleno de vegetación y mariposas que nos espera un poquitito más allá. Sólo hace falta levantar la vista y avanzar unos pasos. Sólo hace falta distanciarnos y ver la figura más grande; cambiar de perspectiva.
¿Qué herramientas están a mano para cerrar este año?
Primero: SOLTAR Sin vaciar la taza no hay posibilidad de llenarla de té. Hay infinidad de formas de soltar. A continuación, un ritual muy sencillo. Un ritual es una serie de acciones realizadas principalmente por su valor simbólico y emocional. Recordemos que siempre la emoción supera la razón. Racionalmente pensamos que algo que no nos gusta puede ser lógico o bueno para nosotros, pero no podemos evitar sentir la emoción del enfado o del miedo, por ejemplo. Es por eso que los rituales funcionan.
Lo primero: NO HAY NADA QUE SE “DEBA” HACER, son unas recomendaciones que pueden modificarse de acuerdo a tus propias creencias.
1. Regálate dos horas para ti. 2. En un papel anota o dibuja todo lo que sientes que ha sido negativo en el 2021. Detállalo. No sólo hechos sino actitudes tuyas, emociones, momentos feos, etc. TODO lo que puedas pensar. Date el tiempo. 3. Nos valdremos de los elementos de la naturaleza. El papel y su contenido va a significar lo sólido, la tierra. Lo enrollamos y, sobre un material no sintético como un plato de loza o vasija de metal, le prendemos fuego. El fuego hace alquimia y trasforma. Vemos cómo el humo se disuelve en el aire mientras sentimos que todo lo que contenía el papel también se va. Finalmente botamos lo que quede de cenizas en agua que corra (en el mar, en un lavadero, etc.). Hacer que termine de irse. 4. Agradecemos las enseñanzas y notamos “los date cuenta” del año que termina.
Segundo: ESTABILIZAR
Ya hemos soltado, no tenemos que esperar a fin de año. Podemos vivir soltando. Al soltar a veces nos sentimos movidos y toca estabilizarnos. Vamos a lograrlo con un ejercicio sencillo de respiración.
Los beneficios de las prácticas de respiración milenarias tienen el aval de investigaciones recientes. En el Neurophysiology Journal se publicó hace dos años que el cerebro reacciona de forma distinta cuando cambiamos voluntariamente la manera de respirar. La actividad cerebral cambia si creamos a voluntad ritmos respiratorios que llegan a organizar las oscilaciones que se producen en la corteza cerebral.
En sencillo, si las emociones y pensamientos alteran nuestra respiración, nosotros podemos modificar nuestra respiración para cambiar nuestras emociones. Las ventajas son claridad, atención, concentración, estabilidad y, a la vez, contribuir con la alcalinidad de nuestro cuerpo debido a la oxigenación (un cuerpo más alcalino es un cuerpo más sano).
La respiración profunda purificatoria consiste en botar todo el aire, inhalar por la nariz muy profundo empezando por el estómago, luego llenando el pecho y finalmente llevando los hombros arriba y hacia atrás. Retemos. Soltamos lento por la boca todo el aire hasta quedarnos vacíos completamente. Repetimos. Lo ideal es hacerlo al menos dos minutos cada mañana o antes de dormir.
Tercero: ENFOCAR
Toca ahora reestablecer nuestro poder, nuestro valor, nuestra autoestima. Juntar todas nuestras fuerzas y enfocarnos en que el 2022 sea el mejor de los años, con todo lo que traiga.
Nuevamente buscas un rato para ti. Te regalas un cuaderno de notas lindo que empieza con tu plan de vida, tu hoja de ruta y hacia dónde quieres ir. Sé que vivo diciéndoles que lo ideal es estar en el aquí y ahora. Me ratifico, siempre debemos traernos al momento presente. Pensar menos y sentir más. Adicionalmente, es importante dedicar un tiempo para tener clara nuestra menta o no vamos a ninguna parte.
A dónde va nuestra atención, nuestra energía. En la primera hoja dibujaremos también una flecha. En la punta escribiremos nuestra meta. Cuando lanzamos una flecha, ya no controlamos NADA: ni el viento ni cualquier otro factor que pueda desviarla. No podemos agarrarla para corregir su rumbo, solo tenemos que confiar en que apuntamos bien. No nos apegamos al resultado. Y si no le damos a la diana, podemos aprender una lección y volver a intentar.
Digo que nuestro plan va a estar en la primera hoja para poder revisarlo y cambiarlo a lo largo del 2022 si es necesario. Y en las siguientes hojas podemos crear un diario de agradecimiento que es una herramienta muy poderosa para cambiar nuestra perspectiva de la vida.
Sólo necesitamos anotar cada noche 3 cosas que nos han hecho sonreír o nos han dado gusto en el día: una ducha deliciosa, la conversación con un amigo, un paseo por el parque, todo vale.
Al igual que llenamos nuestra casa, calle, etc. con luces de navidad, prendamos nuestra luz interna. Si nosotros prendemos la luz, no solo veremos más claro el camino por el que andamos, sino que haremos que las personas que están cerca también lo vean mejor.
“Aunque nada cambié, si yo cambio… todo cambia” Marcel Proust
Tiza Martínez
Tanatóloga Acompañante en procesos de pérdida, mediante la práctica de la compasión y la escucha activa Profesora en Mindfulness y Tanatología Centinela de Vida Fundación Humanizando
ÁNGELES CAÍDOS EN TIEMPOS DE COVID-19.
La urgencia de una mirada existencial colectiva
Con motivo de la pandemia por COVID-19, es profusa la difusión de artículos periodísticos y académicos con relación al trauma que esta situación provoca, con un foco analítico colocado inicialmente en los grupos que han constituido la primera línea, dado su duro batallar y exposición directa al virus, en ocasiones hasta mortal. Hoy también es innegable que el trauma se extendió silenciosamente a otros grupos vulnerables, golpeados por el contagio y la precarización de las condiciones de vida. Merece, en ese sentido, recordar la alerta del jefe de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedro Ghebreyesus, en el sentido que el planeta deberá afrontar en los próximos años “un trauma masivo, que está más allá de toda proporción, incluso más grande del que experimentó el mundo después de la Segunda Guerra Mundial”.
Desde ya notamos como en estos tiempos de pandemia se ha instalado una suerte de estrés, con rasgos de depresión y ansiedad; apreciación nítida en el quehacer cotidiano fuera y dentro del acompañamiento terapéutico individual, y que hoy también tiene un alcance colectivo a pesar de que dicho cuadro clínico social no está bien visibilizado y en cierta media se relativiza por la urgencia de “sobrevivir” frente al virus y frente a la pobreza. La relativización, por cierto, va desde estamentos decisionales que generalmente constriñen la mirada a enunciados y normativas
relacionadas con la salud mental (que solo llegan a lo epidérmico de esta crisis emocional masiva sin precedentes), hasta una cobertura mediática que se activa para cubrir episodios vistos aisladamente, casi siempre con doloroso morbo, tal como ocurre también cuando la precarización de la calidad de vida es expuesta “sin filtros” en las pantallas noticiosas.
En relación con lo anterior, lo más apropiado es referirnos a trauma psicosocial en la forma en que es presentado por Ignacio Martín-Baro, quien hace referencia al impacto que tiene un hecho perturbador de gran envergadura sobre la sociedad, con efectos particulares en cada individuo y donde el hecho perturbador actúa no sólo como causa, sino como elemento permanente de esta patología. La guerra, los genocidios, los desastres y las pandemias son hechos perturbadores; en los dos primeros hay un exprofeso deseo dañar y desmoralizar, y los dos últimos, aunque no son atribuibles a la intervención humana en cuanto a su ocurrencia, si lo son en cuanto a las acciones que se deben tomar para superar el daño material y mental.
De tres ejes propuestos por Martí-Baro para reconocer los síntomas de una sociedad afectada por el trauma psicosocial, al menos dos se constatan hoy: la violencia, que para el caso es la omisión (o mala gestión y negligencia desde algunos Estados, o lo que es peor, premeditado aprovechamiento) y la mentira institucional que desnaturaliza la realidad (en lo que nos convoca, se traduce en varias formas de ocultar o soslayar la dimensión del malestar colectivo, de no querer ver el dolor y menos de condolerse genuinamente). El tercer eje sería el de la polarización social en torno al manejo de la emergencia, cosa que no se advierte de manera clara, probablemente porque prevalece un sentir de que la pandemia nos ha arrebatado seres queridos a unos y a otros; sentir que no es expresado socialmente o que tal vez se encuentra represado.
De cara a una respuesta de trascendencia social, es útil que esta energía sea canalizada hacia la aceptación grupal y colectiva de la pérdida, y asumida sentida y vivida como expresión de pertenencia a una humanidad nueva que converge en torno al dolor, en torno a la pérdida, para luego avanzar hacia la resignificación, hacia la esperanza, hacia una mejor humanidad.
Reconocimiento colectivo del dolor y de la pérdida desde una mirada existencial.
Es esencial definir cómo y desde qué fuerza interna y externa vamos a afrontar el tiempo venidero, y cuál será la actitud con la que nos conduciremos respecto a nosotros mismos y respecto a los otros. Esta es la reflexión tomada en préstamo de Mauricio López4, secretario ejecutivo de la Red Eclesial Panamazónica (REPAM), a la que es imposible no suscribirse en respuesta a la interrogante por él mismo planteada: ¿Cuál es el sentido de la vida hoy, en contexto de crisis sanitaria? Y la respuesta a que nos atrevemos, desde estas líneas, es a la de sentirnos parte de una experiencia vital de dolor humano que pasa por asumir una actitud de esperanza, en un mundo posible más allá de la pandemia.
Probablemente estamos hoy rosando esa experiencia vital del dolor y haremos bien, desde nuestra modesta tribuna cotidiana de impostergable compromiso social, en terapia y fuera de ella, en reconocer que no solo se trata de una experiencia individual sino también colectiva, ni más ni menos. De allí la insistencia en la mirada amplia y abarcadora, de revalorización de una sociedad que está en busca de su sentido.
Si bien la actual pandemia no supone bombas, destrucción de ciudades, ni campos de concentración, sí destruye -mediante el arrebato súbito de vidas- proyectos, sueños compartidos, ganas de seguir. Vemos como muchos seres queridos parten y sentimos que se han ido los mejores, porque si la pandemia les quito el latido vital, su sufrimiento los revistió de cierta luz y humanidad que nos invita a pensar en ellos como ángeles caídos, y por lo tanto dignos de los mejores homenajes, de ser recordados siempre, de ser testimoniados como protagonistas de estos tiempos. Así, la Memoria y el reconocimiento de lo sucedido, será simiente de sanación para un futuro distinto y mejor del colectivo humano que se reconoce como tal.
Y hablar de Memoria no es un asunto postergarle o al que hay que dejar que resuelvan las generaciones de la post pandemia. Lo entienden así sociedades como la argentina, chilena y española, por mencionar solo algunas, donde iniciativas como la “Marcha de las Piedras”, el “Día de la Condolencia y el Adiós”, y el “Memorial del coronavirus: Despedidas por una pandemia”, respectivamente, se convierten en emocionados espacios para un reconocimiento socialmente extendido del dolor, lo que coadyuva con avanzar hacia esa esperanza que, por ser colectiva, suma, cohesiona y conforta. Es deseable que algo así ocurra en el Perú y por cuenta, fundamentalmente, de la sociedad civil como ha ocurrido en los países aludidos. Sin duda, el momento es crucial para encender en nuestro país la llama del activismo existencial, honrando a nuestros caídos y a nuestros dolientes.
Luis Miguel Escala
EL RECUENTO DE LOS DAÑOS O RESILIENCIA.
Cuando un periodo de tiempo se cierra usualmente es porque se ha completado un ciclo y todo lo vivido en ese lapso queda como parte de los recuerdos, las experiencias y lo que llena nuestro espíritu, y va dando significados a nuestra vida.
Abrir y cerrar ciclos, dejar ir, hacer duelo y tener gratitud. ¿No es esto de lo que se trata la vida? El ser humano está en constante renovación, buscando nuevas metas a seguir, ideales que alcanzar; el cambio y el movimiento es lo que inyecta de vida a cada momento.
Las experiencias vividas en cada ciclo, tanto positivas como negativas, van desarrollando en nosotros la capacidad de tolerar la frustración, de renunciar a lo que no se puede alcanzar y tener gratitud respecto de aquello que sí fue logrado. Es decir, nos llevan a crecer en todos los aspectos.
Es inevitable entonces para cada uno de nosotros hacer un recuento de lo experimentado, lo vivido y aprendido durante el ciclo 2020 y 2021. Uno de los sentimientos más importantes para poder crecer y amar es la gratitud, siempre que hay gratitud hay esperanza en lo bueno. Si hemos llegado hasta este momento en el tiempo y el espacio, tocará hacer ejercicio de gratitud, por lo que hemos recibido y por lo que se nos ha negado, pues en ambos casos hemos tenido experiencias positivas o negativas que se han convertido en aprendizajes para enfrentar la vida con una mirada nueva. Es así como logramos un balance entre lo bueno y malo y dejamos ir aquellas que ya no pertenecen a este momento, hacemos un duelo. Liberamos energía que queda a disposición para encontrar otra liga, otro ideal, otro comienzo.
Estamos en el umbral de iniciar un nuevo año, un nuevo ciclo, recorriendo la existencia de atrás hacia adelante, conectando cada experiencia para lograr la propia historia y con la capacidad y entendimiento que se sigue escribiendo en esa hoja en blanco para conformar los siguientes capítulos.
Parte de la salud emocional está en poder contar nuestras historias fluidamente con todos sus matices, que ciclo a ciclo se tejan los capítulos para que formen un continuo que se seguirá desarrollando con gratitud hacia lo que fue, y entusiasmo por lo que se escribirá. Para ello es necesario hacer el balance, y dar paso a cerrar ciclos con serenidad, recuperando la riqueza de lo vivido y agradecer.
¿Por qué no podemos cerrar ciclos? Nuestra mente se queda atrapada en momentos pasados que conforman ciclos a los que ya no deberíamos pertenecer frenando nuestro propio avance y truncando el presente. A todo esto, se le llama apego, que es el vínculo afectivo que nos ata a cosas o personas. No se trata de olvidar, sino de descubrir la evolución dentro de uno mismo para poder seguir avanzando a pesar de la pérdida sufrida. Cuando esto ocurre comenzamos a recordar con cariño, pero no con necesidad,
podemos agradecer por lo que fue y no sufrir por lo que ya no es, logramos asimilar la pérdida como una experiencia para crecer y aprender, no como una caída que nos volvió más débiles.
Para la Logoterapia yla Tanatología, es importante el efecto que otro tipo de influencias tienen sobre la mente, por ejemplo, los rituales, técnicas, procedimientos o creencias sobre los ciclos y su cierre. Es por eso que, en ocasiones, una serie de pasos que implican recordar y sufrir, ayudan mucho a perdonar, desapegarse y sanar; la mente es muy poderosa y si uno piensa en sanación, obtendrá sanación. Te comparto algunos pasos para poder hacer un balance con más eficiencia y puedas dar paso a la Resiliencia con todo lo que hemos vivido como humanidad en este 2020 y 2021. 1. Recuerda con detalle lo experimentado en el proceso y nota y anota lo más relevante para ti.
2. Perdona y perdónate por lo que creas que sea necesario para liberarte de sentimientos, sensaciones, emociones y percepciones que te impidan continuar.
3. Ríndete. Es imposible que encuentres una explicación o respuesta a todas las preguntas que te lleguen a la cabeza, así que intentar contestarnos todos los signos de interrogación que surjan de una pérdida o abandono no disminuirá en ninguna medida lo que sentimos. Aferrarse a querer entender exactamente lo que sucedió y la razón de que sucediera, solamente nos desgastará incontrolablemente, llevándose todas las fuerzas que nos quedan para lograr
cerrar el ciclo en verdad.
4. Acepta. Existen cosas que quedan fuera de nuestro control, no intentes cambiarlas porque llegará a ti una inmensa frustración. El mejor camino para lograr aceptar lo que ya nos pasó, es dejar de pensar en posibilidades distintas. El tiempo no regresa, lo hecho, hecho está.
5. Despídete y suelta. Cerrar círculos y etapas en la vida es un desafió a saltar al vacío, a lo incierto, a lo desconocido, aun cuando sea algo elegido por uno mismo. Si no puedes solo, pide ayuda, transitar en compañía este proceso puede ser la mejor opción y en Dau, escuela de vida tenemos opciones para darte apoyo.
Cecilia Cedillo
Psicóloga Clínica Psicoterapeuta Gestalt Logoterapeuta y Tanatologa Prevención de adicciones y Kinesiología educativa Voluntaria del Programa Te escucho de Dau Holding Group
MI BALANCE SE LLAMA TRANSFORMACIÓN
Si mi vida presente fuera un lugar sería un parque de diversiones, y eso lo supe desde enero cuando me escribió un ser especial para preguntarme como me veía en este año 2021, a lo cual, y dado el remolino emocional en el que me encontraba en ese momento le respondí que mi vida parecía un parque de diversiones, a veces con picos emocionales como los que se generan con el movimiento de una montaña rusa y a veces con momentos de calma como cuando la montaña rusa se encuentra estacionada.
Y de repente, gracias a esa pregunta me di cuenta que no tenía claro cuando había entrado a ese lugar, también me di cuenta que era un parque de diversiones al que entré sin comprar boleto; es decir se trataba de un lugar abierto al público, al que me ordenaron entrar y sin más preguntas, yo cumplí la orden; y eso fue el jueves 19 de marzo de 2020, cuando se decretó un simulacro vital en la ciudad de Bogotá, como medida preventiva para prepararnos ante una eventual crisis del sistema de salud como consecuencia de la pandemia COVID-19. Previo al ingreso me informaron que esto sería hasta las 11:59 P.M. del lunes 23 de marzo; sin embargo, este simulacro se convirtió en una serie de cuarentenas ininterrumpidas que para mí terminaron hasta finales de mayo de 2020.
Según mis recuerdos puedo decir que para ese entonces me encontraba tranquila, acompañada de música de relajación, en un cuarto con vista al jardín, que me inspiraba el recuerdo de la finca donde crecí rodeada de verde natural, con el tiempo distribuido de forma equilibrada entre el trabajo, el estudio y la vida personal y familiar.
Según los apuntes de mi diario cuando empezó la cuarentena estricta tuve la sensación de haber tenido muchas horas de entrenamiento previo, se vino a mi mente la emoción de haber vivido muchos momentos de aislamiento preliminar, unos forzados por diferentes situaciones y otros porque sentía esa necesidad de estar sola en el silencio de mi habitación. También tuve la sensación de preguntarme sobre los sentimientos de Ana Frankl en su aislamiento durante el holocausto, siendo una niña aislada y escondida, y tuve la sensación que yo estaba aislada pero no escondida.
Con la cuarentena llegaron cambios no previstos en lo laboral, y hoy puedo decir que, en aras de la adaptación al cambio, de la solidaridad del momento, de la contingencia
mundial, no fijé límites y entonces en ese parque me perdí.
Llegaron una serie de reuniones diarias por zoom, por video llamada, una lista de tareas nuevas, largas jornadas laborales, niveles de estrés muy altos y esa tranquilidad de la entrada inicial al parque se fue transformando sin darme cuenta a qué velocidad, en caos, ese caos que se siente cuando se está perdido en medio de la multitud, el caos que se siente cuando la vida nos enfrenta a un callejón sin salida. Aclaro que yo no era consciente en ese momento que había entrado a un parque de diversiones, donde parecía que la única diversión existente era la montaña rusa y que la mayor parte del tiempo estaba en su pico más alto. Aunque admito, algo bueno de la vida en el parque, era que podía consumir los alimentos recién preparados y tener algunos momentos de receso, que, aunque muy pocos, fueron agradables en compañía de una abuela de 80 años y de una compañera de apartamento que dejaron una huella en mi corazón, porque se trataba del único espacio en el que me bajaba de la montaña rusa mientras se programaba la nueva ruta. En esos momentos, hablamos, cocinamos, jugamos, reímos, brindamos y también lloramos. Sin embargo, seguía en mi montaña rusa emocional, no lograba tener el tiempo para hacer bien los trabajos académicos y eso me frustraba, extrañaba a mi familia, cada día estaba más sensible, más irritable, más solitaria.
Con el pasar de los días, se me quitaron las ganas de llamar a las personas con las que habitualmente hablaba, solo sobrevivió mi familia primaria y unos dos o tres amigos, los demás ya no están, no sé si volverán, tampoco sé si quiero que vuelvan.
Mientras estaba en el parque tuve momentos donde sentí unas profundas ganas de llorar, pero justo en ese instante recibía una llamada que anunciaba una nueva elevación de la montaña rusa, y entonces me decía “no es posible que ni siquiera algo tan básico que es desahogar mi alma, no lo pueda realizar”; ahora sé que era cuestión de no responder el teléfono para recibir una nueva instrucción laboral, ahora sé que era cuestión de fijar los límites de horas diarias de trabajo, ahora sé que si es bueno ayudar y dar más y entender que hay situaciones de la vida que nos exigen más, pero que dar más significa darse más, porque de lo contrario el motor se quema, la polea se revienta, el sistema colapsa.
Y entonces decidí, aunque admito empujada por la presión bajarme de la montaña rusa y en junio de 2021 renuncié al trabajo que con tanta gratitud recibí en el año 2019, porque fue la posibilidad de vivir en una ciudad de clima frío, donde conocí personas lindas, me enamoré de los felinos, me adapté muy rápido y encontré un lugar tranquilo para vivir cerca al lugar de trabajo, lo que me permitía desplazarme caminando sin vivir el estrés del transporte público, los disturbios generados en protestas, y el riesgo de contagio por los altos niveles de ocupación del sistema de transporte.
Seguí en el parque, pero sin esa atracción y eso implicó de nuevo otros cambios, empacar de nuevo, volar de nuevo, en un vuelo con escala en mi casa familiar, una escala con hora de llegada, pero sin conocer la hora de salida y sin identificar el lugar de destino.
A noviembre de 2021 tampoco conozco el lugar de destino, solo sé que me encuentro en una escala que ya lleva 5 meses, donde puedo decir que he conocido otras formas de trabajo, otras formas de relacionamiento laboral, otras posibilidades a partir de los conocimientos, experiencia y recursos disponibles actualmente.
Es un presente que se parece a aprender a empezar de nuevo, sé que mi reto personal, sigue siendo fijar límites, ser amiga de mi cuerpo, ser amiga de mi espíritu, ser amiga de mi familia, amiga de mis amigos; este presente se parece a siembra, se parece a un nuevo parque, pero esta vez un parque con menos diversiones extremas, este es un parque de diversiones, sin costo de entrada, donde nos reservamos el derecho de admisión, algunas personas pueden solo recorrer el parque, sin disfrutar ninguna de las atracciones, otras quizá se lancen a la aventura y les permita conocer parte de la inmensidad del mismo, y otros quizá descubran el océano interior que alberga mi espíritu. Es decir, este es un presente en el que YO SOY EL PARQUE, y este parque apagó algunos motores y tiene encendidos los necesarios para vivir, para recuperar la salud, esa que se afectó por sobredosis de adrenalina y cortisol. Poco a poco los motores se están encendiendo de nuevo y la esperanza acompañada de la acción me conduce al sentimiento de saber que en esta siembra la cosecha será compartida con otras personas; las que siempre están presentes mi familia y los amigos que sobreviven, los amigos nuevos, los seres que me hacen preguntas como la que inspiró este escrito y que se convierten en un rayo de luz, los que aparecen y desaparecen pero siempre permanecen, yo creo que esas almas son cómplices espirituales con quienes nos conectamos por alguna razón sin que eso implique una comunicación frecuente.
En este nuevo parque sé que siempre el espíritu alberga la posibilidad de revelarse en nuevas situaciones y emociones, durante el 2020 viví sensaciones hasta ese momento desconocidas para mí como el síndrome FOMO; la sensación del RENACER cuando se recupera lo perdido, la frustración de asumir los nuevos desafíos que implica recuperar lo perdido; si bien el parque tenía muchos desafíos, fuera del parque también, esto implica la transformación para recibir nuevas emociones que para mí seguirán pareciendo extrañas cuando se presentan por primera vez. En este nuevo parque, siento que me aterra el sinsentido del aislamiento, aislarme de mi, de los míos, de lo que me gusta, de lo que disfruto, de mi esencia, de mi ser.
Hay cosas que hasta el momento no he recuperado y tampoco sé si volverán, pero las que tengo las disfruto, en este nuevo parque no puedo hablar con extraños en el restaurante; ahora hablo sola; también es una posibilidad dejar que mi imaginación vuele, pensar en los proyectos que tengo entre manos y dejar que las ideas fluyan, el silencio seguro es un buen espacio para ello.
Entre las actividades que configuran mi presente están escribir, bordar, escuchar música, organizar, hablar con mi familia y amigos, el programa de voluntariado del programa TE ESCUCHO, que llegó mientras estuve en el parque de diversiones extremas y quiero que se quede para continuar, fue la posibilidad de ayudar desde el lugar que me encontraba, aunque yo también necesitara ayuda, ahora estoy encontrando otros caminos de voluntariado para ayudar en la dimensión empresarial, y así en este parque se están construyendo otros senderos que llevan a nuevos paisajes.
En este parque sé que estoy preparada para nuevas experiencias, que traigo aprendizajes y victorias del anterior, porque si bien muy desafiante, quedaron para mí avances en el proyecto de desarrollo personal.
Ahora que soy un parque quiero que sea lindo, que sea tranquilo, que sea un espacio de siembra, para cultivar nuevas virtudes, es un parque en remodelación, ese es mi balance - el de la TRANSFORMACIÓN para asumir los nuevos DESAFÍOS.
Quiero desde este parque preguntarte si tu presente fuera un lugar, ¿qué lugar sería?, ¿cuáles son los desafíos para habitar ese lugar? y ¿cuáles son las transformaciones que requieres para asumir esos desafíos?
Claudia Caicedo Aranzazu
Consejera en logoterapia Administradora de empresas Voluntaria del programa Te Escucho