Shandy 7

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Shandy ESCRITURA&MALDAD

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Editorial JamĂĄs es excusable ser malvado, pero hay cierto mĂŠrito en saber que uno lo es.

Charles Baudelaire

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índice MALETÍN

P O S TA L E S D E S D E PA R Í S

DUCHAMP INFRARROJO DE NANCY HOUSTON *

Jovana Papovic Pág. 11

PA R C I A L M E N T E N U B L A D O

S A LT O D E L S A L M Ó N

NOX: HAZAÑA AUTOMITIFICACIÓN LA INCREÍBLE

de ANNE CARSON

DE SER MEXICANO

*

David Miklos

Luis Panini Pág. 6

*

Pág. 13

MUSEO ARTIFICIAL

FREAK

ALEISTER

TODOS SOMOS

CROWLEY *

Bruno Montané Krebs Pág. 17

MAN

NOTICIAS

ON A LEACH *

Andréi Vásquez

FILOSOFÍA

Pág. 8

LÍNEAS DE ESCRITURA

EL DERRUMBE DE LAS

ANTIGUAS UTOPÍAS *

Claudia Apablaza Pág. 10

RAY

EN LUTO

IRÓNICO

COLUMNA BALC ÁNIC A

NO PUEDES HACER MUCHO

PERO SÍ POCO · COLECCIÓN DE POEMAS · *

Iva Brdar Pág. 14 4

MONSI

ADIÓS,

SARAMAGO *

Sidharta Ochoa Pág. 18


Shandy WHISKEY

EL NIÑO DEL VATICINIO

DE PICABIA

*

Rowena Balí

e

Pág. 27

LA ESTIRPE DE LOS MALDITOS: ESCRITORES SEDUCIDOS POR EL MAL

MÁQUINA DE WALTER

BENJAMIN

*

DE LA CABEZA

Iris García

AL CIELO ENTREVISTA CON

Pág. 20

SATANÁS Y EL MAL *

Carlos Mal Pacheco

ANDRÉS

EL CORAZÓN NEGRO DE TODO LO MUERTO *

Pág. 23

Alfonso López

NEUMAN *

Paola Tinoco Pág. 38

Pág. 30

CUENTOS

BOTÓN

UNA PIEDRA CRUZA UN CALLEJÓN OSCURO DE PARÍS

RIGAUT Otras mujeres de México Aguilera

*

Imanol Caneyada Pág. 25

*

GABRIEL RODRÍGUEZ pág. 32

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Té Chai, por favor *

NADIR CHACÍN pág. 36


NOX:

AUTOMITIFICACIÓN de ANNE CARSON parcialmente nublado/luis panini NOX es el título del nuevo ¿libro? de la poeta, ensayista y traductora canadiense Anne Carson. También se trata de su obra más personal hasta la fecha, la cual nos permite atisbar, aunque solo mediante imperceptibles parpadeos, la vida de su autora –quien durante décadas ha conseguido mantenerse como un ser desdibujado al negarle a las editoriales que publican sus textos incluir fichas biográficas, con la excepción de “Vive en Canadá”–. Carson nació en la ciudad de Toronto en 1950; en 2000 se hizo acreedora de la beca MacArthur, también conocida como “la subvención de los genios” que otorga anualmente la Fundación del mismo nombre. El rigor académico con el que la autora consigue empapar cada una de sus obras puede resultar a veces apabullante, sobre todo si el lector no está versado en la temática que Carson tiende a favorecer y que se ha convertido en la columna vertebral de su labor literaria, tanto la de creación personal como la de traducción: los poetas griegos y latinos de la antigüedad, aunados a la elaborada y extraordinariamente compleja mitología de dichas culturas.

Acomodado sobre el estante de una librería, NOX tiene la genérica apariencia de cualquier otro libro de pasta dura. Apenas el lector lo toma entre sus manos el camuflaje que hasta entonces lo amparaba comienza a desvancerse al revelar sus cantos no como la suma de sus páginas sino como los bordes de una caja que esconde un secreto de índole personal, una tragedia hasta entonces desconocida por el lector, quien seducido cae en la trampa de abrir este libro/objeto y, luego de la lectura de sus primeros folios, lo asimila como lo que verdaderamente es: NOX no es un libro: no es una caja de recuerdos: es un ataúd. La obra, la cual es una reproducción fidedigna (escaneada en alta resolución) de un diario personal de Carson, está compuesta por una sola página doblada 195 veces a manera de acordeón que propone un epopéyico vía crucis en el que se narra de forma muy peculiar – mediante collages, fragmentos epistolares, poemas, fotografías, traducciones, definiciones etimológicas de vocablos latinos escritas por 6


epitafio, aparece como un extraordinario ejercicio en genre-bending y le ofrece al lector una exploración cuyos descubrimientos no le son cabalmente informados, pues incluso al terminar de leer el último folio, las condiciones de la muerte del hermano quedan resguardadas detrás del muro de niebla que Carson levanta de manera casi inadvertida, dejando una singular y sutilísima clave al referirse a la tragedia como un evento “inesperado”. Es muy posible que la mecánica anterior encuentre respaldo en el hecho de que Carson prefiere quedarse a la orilla de su obra como un ser difuso, quizá ansiando automitificar su figura literaria, otorgarle ese misterio que la era de la información electrónica ha dejado extinto.

la autora y que hacen eco a las encontradas en un diccionario– la muerte de su hermano Michael, acaecido en el año 2000 en la ciudad de Copenhague, Dinamarca. A lo largo de esta dolorosa procesión en el que la autora se sumerge, existen estaciones estremecedoras de tan simples: “Cuando murió mi hermano (inesperadamente) su viuda no pudo encontrar mi número telefónico entre sus papeles hasta dos semanas después. Mientras yo barría el porche y compraba manzanas y me sentaba sobre el alféizar por las noches con la radio encendida, su muerte vagabunda vino a mí cruzando el mar, lentamente.” Sin llegar a traspasar los umbrales del tono confesional, NOX, además de ser un bellísimo 7


FREAK ON A LEASH museo artificial/andréi vázquez

tos, incluyendo “Después de los tejanos”: Una noche cualquiera en el medio oeste estadounidense, un viejo matrimonio acude al bingo. El hombre, incómodo con lo que le ha tocado vivir, está particularmente sensible esa noche, lo saca de quicio una pareja joven que no tiene reparos en ganarle el estacionamiento y hacer trampa en el juego. Hacia el final lo sabemos, el viejo acaba de conocer la brutalidad del infranqueable estado de las cosas; y envidia a los jóvenes, porque ellos aún lo desconocen. Es un principiante, como todos los personajes de ese sencillo libro de pasta azul. A partir de esa primera lectura, y no estoy solo en este tierno comportamiento, le guardo cariño a los momentos Carver. Me encontré mirando la televisión, caminando hacia la esquina, tomando café afuera de un hospital, durmiendo con el sonido del rugir de un refrigerador descompuesto, todos esos instantes sin trama, marcados por ser la bienvenida a la complejidad de la existencia. Cada momento principiante, era un momento Carver.

Cuando leí a Carver ya estaba desprestigiado. Eso no lo sabía yo, claro está. Me enteré de él por una columna de Bolaño, en donde escribe que es el mejor cuentista del siglo XX sólo comparable con Chéjov. Una semana después leí la apología que le dedica Pitol, dentro de un diario incrustado en su Mago de Viena. Y un mes más tarde, ya con tanto barullo en mi mente, Ira Franco me recomendó leerlo en pleno 2004, a años luz de su muerte, apelando al viejo adagio de “más vale tarde que nunca”. ¿De qué hablamos cuando hablamos de amor? A pesar de que el título sugiere un libro de autoayuda, así la verdad, lo compré porque era el único ejemplar que encontré en los estantes de la librería más cercana. Recuerdo que en esa primera lectura me perturbó el mencionadísimo cuentista. Debido a su minimalismo, claro que sí, pero más que nada, por el retrato crudo del hombre atrapado en una realidad convencional. Marqué con un asterisco en el índice, tres cuen8


distinto en la versión original, quizá no tan abrupto, pero sí más conmovedor. Es decir que la importancia de los momentos Carver no radican en el minimalismo, sino en la capacidad de resistir los tijeretazos, tomando en cuenta que hay párrafos que cualquier editor hubiera sugerido borrar, sin necesidad de apellidarse Lish. Sin embargo celebro la coincidencia, quizá no festeje la arrogancia del editor, pero tuvo el olfato para encontrar un genio de la narrativa y luego volverlo apetitoso para el mercado. Lo que queda para mí, después de leer Principiantes, es una correa en el piso que nos trajo los dientes de una bestia que devoraba montañeses de centro comercial, pero que no pudo evitar que se desprendiera. No puedo dejar de preguntarme ¿cuántas coincidencias como esta no se han dado? ¿No será la historia de literatura, la historia de encuentros entre narradores y editores?

Todo esto se arruinó el día que unos amigos se burlaron de mi ingenuidad, pues ya había confesado Gordon Lish, su editor, ser el autor del minimalismo de Carver, capaz de haber borrado episodios sin sentido e incluso reescrito párrafos enteros. Mis momentos Carver eran patrocinados por la pericia de Lish. Acabo de leer el manuscrito original de ¿De qué hablamos cuando hablamos de amor?, traducido por Jesús Zulaika, publicado por Anagrama y titulado como Principiantes por el mismo Carver de 1981. Con todo y sus tropiezos en la prosa, me sigue perturbando de la misma manera. No es que no note el trabajo del editor, es solo que pienso en las múltiples posibilidades de editar esos cuentos, y sigue siendo grande. Precisamente “Después de los tejanos” es uno de los relatos que más cambios sufrió en la edición. Llamado por Carver como “Si ello te place”, tiene un matiz 9


ELDERRUMBEDELAS

ANTIGUAS

UTOPÍAS líneas de escritura/claudia apablaza

Exhumación (Alpha Decay 2010, Barcelona, España) es un hermoso artefacto creado por una pareja de escritores, Luna Miguel (1990) y Antonio J. Rodríguez (1987). Un viaje de mano de dos amantes adolescentes que huyen de un mundo que los fastidia, que los aburre. El refugio delirante en el club nocturno Rostro Expresivo. La ciudad que se desmorona y se levanta al exterior de ese club que los cobija. En la ciudad música a todo volumen, cuerpos que aspiran a la perfección, tedio absoluto, padres con bostezos antropomórficos, la moda que amenaza las particularidades de una suerte de espiritualidad, falta de referentes, hot dogs por kilos, fiestas. Madrid como amenaza, sexo con cualquiera, recopiladores de estéticas para sus negocios, jefes de todo, fideos chinos, tragos azules, hombres que se suicidan metiendo la cabeza en un microondas agujereado por un taladro: ochocientos kilowatios achicharrando el cerebro; “pollas que nunca hablan

de sentimientos”, batidos kilocalóricos, “modernos que miran mal a otros modernos por ser más modernos que ellos”. Rostro Expresivo es un refugio, la imagen de la sobrevivencia, la llegada del “amor”, el fin de la “política”, el fin de los “hijos de puta” que han decidido tomarse la ciudad en ruinas. Lo que más se agradece en esta lectura es la sospecha e ironía hacia la ciudad que se derrumba. La premonición de la caída de este continente que es Europa o Norteamérica. Además de la frescura del texto, la falta de ambición literaria de alta cultura o de escritura para algunos (como lo es la cultura europea y los que han sido formados en ella, directa o indirectamente). Trabajo que tiene que ver con el abandono de ciertos valores de lo “literario”, abandono que ya estaba presente, sobre todo, en el blog de Luna Miguel. Este derrumbe también lo podemos vislumbrar en la novela de Vicente Luis Mora, Alba Cromm (Seix Barral, Barcelona, 2010).

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INFRARROJO de NANCY HOUSTON postales de francia/jovana papović significativa mejoría en la novela. Este proceso, precisamente, se convertiría en el sello distintivo de su trabajo creativo: toda la obra de Houston ha sido traducida por ella misma, a saber, más de 15 novelas y ensayos. Respecto de su obra, puede decirse que esta crea una intensa conexión con los lectores, especialmente con el público femenino, quienes pueden reconocer en sus historias los retos constantes a los que son enfrentadas las mujeres y que de alguna manera tienen que ver con el hecho de construir una vida, aparejada con el peso de la herencia familiar y con todas las interrogantes impuestas por la maternidad, así como las expectativas que desde el feminismo les son impuestas. En ese sentido, y luego de regresar de un tour realizado en Québec, Houston refirió “...eso fue demasiado, como si fuera John Lennon. La gente se aproximaba a mí, mujeres especialmente, y entonces lloraban; no podía parar de limpiar las lágrimas de la mesa”. En Infrarrojo, tal como sucede en sus otras novelas, es posible reconocer uno de sus temas predilectos, central diríamos: el autoexilio. Un exilio que aparece como producto de las rupturas al interior de la familia, ocasionadas frecuentemente por el peso de ciertas verdades no dichas que determinan las relaciones entre

Nancy Houston es una ensayista y novelista canadiense reconocida en el mundo literario por la aparente ingenuidad con la que, dentro de su obra, desmantela el antagonismo que subsiste simbólicamente entre el cuerpo y la mente, la creación y la procreación, el arte y la vida cotidiana. Su habilidad para alimentar significativas reflexiones a partir del registro de sus sensaciones físicas y de las tareas anodinas de la vida cotidiana, así como a través de la utilización de referencias literarias, hacen destacar el valor de su rico trabajo creativo. La publicación, este mes, de su nueva novela Infrarrojo (Infrarouge en francés), es una valiosa oportunidad para celebrar su trabajo. Houston, nacida en Calgary, Canada, en 1953 y establecida en París desde la edad de 20 años, fue discípula de Roland Barthes y militante también del Movimiento por la Liberación de las Mujeres. Escribió su primera obra narrativa en francés en 1981, titulada The Goldberg Variations, misma que fue traducida al inglés en 1996. Con Plainsong, la cuarta novela de esta prolífica autora, Houston regresa nuevamente a su lengua nativa; sin embargo, debido a la dificultad de encontrar un editor en lengua inglesa para el texto, Houston se embarca en la tarea de traducirlo ella misma, lo cual por otra parte le hace notar una 11


novelista francesa: el ejercicio de un feminismo no comprometido que no excluye el gusto por los hombres; la familia, que es retratada como el hogar del infierno (“como los ojos de cualquiera, los suyos reflejan los demonios de la infancia”); el tiempo que desde la perspectiva de la autora se ha agotado y nos ha robado a nuestros hijos (“un día, nadie sabe dónde dejó de jugar este juego con los viejos... y luego con los más jóvenes”); y, finalmente, como un hilo conductor que recorre el entramado de su trabajo entero, la ausencia de la madre. Otra de las preguntas recurrentes presentes en la obra de Houston, y que ésta ha explorado también como ensayista, nos permite reflexionar en el futuro desafortunado de nuestros niños. ¿Qué les estamos haciendo a nuestros hijos que los convertimos en asesinos?, nos pregunta Houston en un maravilloso texto aparecido en el diario Le Monde, en Junio de 2009, al que puso por título “Uno no nace hombre” y del que se ha extraído la siguiente cita: “Sí, tienes que tener un pene, testículos, para violar, desmembrar, abrir los cuerpos de otros con machetes, cuchillos o espadas, despedazarlos con máquinas, decapitarlos y jugar con sus cabezas...” La guerra y la violencia son también temas recurrentes en la obra de Houston. La realidad tal como la conocemos, la vida de todos los días y los fenómenos a los que nos vemos sujetos inspiran los profundos ecos políticos y sociológicos de sus novelas. En ese sentido, si Infrarrojo se localiza en Toscana, entonces, seguramente, en el background de la historia resuena ese octubre de 2005: el sonido de los suburbios de París, de la electrocución en Clichy-sous-Bois de los jóvenes Zyed y Bouna, que murieron al ser perseguidos por la policía y cuyas muertes desataron varias semanas de violencia en la capital francesa. Aunque nacida en Calgary, Houston, dirige en sus obras una mirada constante y amorosoa aunque sin concesiones sobre la Francia en la que eligió vivir.

mujeres y hombres. Resulta difícil, por otra parte, no encontrar fragmentos autobiográficos en el personaje de Reena Green-blatt, 45 años, canadiense expatriada en París, artista y reportera del periódico francés De la marge, quien ofrece a su padre Simón, como presente de cumpleaños número 70, una semana de vacaciones en Toscana. Día tras día (ocho días, ocho capítulos), Reena cuenta a un amigo imaginario, Subra (que leído en sentido contrario revela el apellido del fotógrafo norteamericano Diane Arbus) su inevitable irritación contra esta cansada y aburrida pareja de viejos. De igual forma, Reena ordena sus recuerdos a través de las imágenes: los cuerpos de hombres a los que ha fotografiado en infrarrojo (que no captura luz visible sino calor), su pasión por el amor, su emociones eróticas. En ese sentido, Infrarrojo revive también algunos de los temas característicos de esta excelente

Traducción del inglés por Omar Bravo 12


LA INCREÍBLE

HAZAÑA DE SER MEXICANO salto de salmón/david miklos

Silencio abismal...

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NO PUEDES HACER MUCHO

PERO SÍ POCO COLECCIÓNDEPOEMAS columna balcánica / iva brdar que gobernó este pueblo insipiró a la gente que vivía ahí, a crear. Uno de ellos es el grupo Goribor (literalmente: Quememos Bor), que inmediantemente se convirtió en una banda serbia de culto, principalmente por sus intensas melodías y sus letras llenas de odio y pena. La razón principal es su autor Aleksandar Stojkovic –mejor conocido por su irónico sobrenombre St. o Saint–. Empezó como músico pero siendo poeta, St. publicó una colección de poemas Ne možeš mnogo ali možeš malo, (No puedes hacer mucho pero sí puedes hacer poco). Así como el pueblo en el que habita el autor su escritura está empapada de depresión, sentimientos de desesperanza, melancolía pero también de rabia y rebeldía. La mayor parte de los poemas de St. son autobiográficos. Por ejemplo, retrata el uso de drogas y el abuso de alcohol (“Hoću da živim ali moram da se smirim”), su deseo de ser amado y su inhabilidad para amar (“Dalajlama me se sećaš”), la soledad y desesperanza en el pueblo de Bor (“Lepota”)

Cerca de la frontera de Rumania con Serbia existe un pequeño pueblo llamado Bor. Este lugar nunca había sido realmente famoso por ninguna producción artística en particular. Era conocido porque poseía la mina de cobre más grande de toda Europa. En los ochentas fue uno de los pueblos más ricos, repleto de héroes de la clase trabajadora y durante los noventas se transformó en uno de los pueblos más pobres durante la guerra yugoslava. A consecuencia del embargo económico la mina perdió su potencial económico al tiempo que el equipo se volvía obsoleto y las relaciones que mantenía con el exterior desaparecían. De esta forma el pueblo de Bor se convirtió en símbolo de pobreza y alta mortalidad como consecuencia del aire tóxico que venía de las minas y de los paisajes grises. Hace pocos años algo inició en Bor. De pronto recuperó la mina su poder, pero esta vez como una “mina de las artes”. Muchos cineastas y artistas se interesaron en Bor. La depresión 14


así como rabia hacia la injusticia política y social (“St. bluz”). Su lenguaje es simple y es ahí donde radica su intensidad: maldice, cita todas las drogas que ha usado, nombra a las mujeres con las que se ha acostado al tiempo que siente ansiedad. La injusticia y la pena son parte de esta poética paradójica y conmovedora. El tono

apocalíptico de St. le ha ganado un verdadero ejército de admiradores que comparten los mismos sentimientos que él. Con estos poemas este santo fue lejos de Bor, pero al mismo tiempo y más profundamente se adentró en la mina. No hizo poco, hizo mucho. Traducción del inglés por Sidharta Ochoa.

LEPOTA Ja sam vreme koje udišem, Misli koje reči ne mogu da izgovore I ništa me više ne inspiriše sem nade da ću jednom da progovorim. Ja sam vreme koje izdišem, Telo koje zbog bola prezirem I ništa me više ne inspiriše sem nade da se i bez njega jednom može živeti. Ja sam zvuk koji prepoznajem, Čovek željom natopljen Leš kožom obložen Budućnost koju naslućujem kao neku senku koja promiče I ništa me više ne inspiriše sem lepote što se u nadi nazire. Ja sam prepolovljen, Nešto sam morao da ubijem Od samog sebe ugušen, pršljen polomljen Da se bar kroz jedna vrata provučem I ništa me više ne inspiriše, ništa me više ne podiže sem nade da ću još jednom da je pronađem. Sva lepota se u nadi sakrila.

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BELLEZA Yo soy el tiempo que inhalo, Los pensamientos que las palabras no pueden expresar Y nada me inspira más, excepto la esperanza de que un día hablaré claro. Yo soy el tiempo que exhalo, El cuerpo que desprecio por dolor Y nada más me inspira más excepto la esperanza de que incluso sin tenerla un día pueda vivir. Yo soy el sonido que reconozco, El hombre empapado en deseo El cadáver cubierto de chocolate El futuro que asumo como algunos pasando por la sombra Y nada más me inspira más excepto la belleza que se cierne frente a la esperanza. Estoy a la mitad, Tuve que matar a algo Muy Impresionado, la vértebra rota Para rascar al menos una puerta Y nada inspira más, nada más me eleva más excepto la esperanza de encontrarlo otra vez. Toda la belleza se ha escondido en la esperanza. 16


ALEISTER

TODOS

SOMOS

CROWLEY Mecanismos (Universidad de Sonora, 2010, Colección Lengua de Camaleón) es una plaquette de Iván Ballesteros Rojo donde se reúnen cinco relatos o prosas. Cada uno de estos relatos emite un guiño de complicidad estableciendo tensiones situacionales en las que la figura o metáfora del mecanismo juega con las posibilidades de la indefensión, la gestualidad o la imprevisión, y todo ello se resume en una sensación unitaria y contundente, el extrañamiento. La breve colección de relatos abre con un epígrafe del siempre inquietante Thomas Bernhard: «Como no hago lo que quiere el agua, temo al agua, como no hago lo que quieren los árboles, temo a los árboles…», una cita que, de hecho, logra abrir la llave de estos mecanismos y sus sutiles y punzantes engranajes. La deliberada elección de las citas siempre pretende avalar el carácter de un texto, y aquí Ballesteros parece asumir la brecha abierta en esa ruptura entre la realidad latente de la naturaleza y la voluntad humana, y no cabe duda de que los personajes de estos relatos ponen en juego esa amenaza. La propuesta narrativa de Mecanismos hace un repaso de estados de la memoria (“Ella: Es broma. Él: ¿Qué es broma? Ella: Todo”), el agua (“…el agua ha sido tocada

por una electricidad pasmosa, arbitraria”), el odio (“Estoy en los últimos detalles de mi tesis, dijo, formalismos”) y la tristeza (“Un aferrado perro persiste ladrando en la distancia”); y se trata de una propuesta llevada a cabo con un estilo claro, pausado, quizá indolente y no exento de una extraña tensión capaz de hacer que el lector fácilmente se haga cómplice de lo que les sucederá, o no, a Ben, Leo, Fito, al inquilino con cara de perro chihuahua, a Minelita o Vera. En todos los relatos se abre un abismo entre lo que existe y lo que no ocupa lugar alguno en este mundo, entre las posibilidades de la ficción y lo que estos textos logran congregar para contarlo. La última pieza del librito sirve para fundamentar la frase anterior y funciona como un diferido ars poetica. Un escritor harto y algo despechado se autoenjuicia por no saber escribirle una carta a su madre y, mientras come, repasa la posible y futura existencia de diversos personajes. Lo curioso es que la última frase del cuento dice así: “Aleister Crowley no es nadie”. Y de repente se me ocurre que si ustedes no leen este librito, igual que el Crowley de Ballesteros, corren el peligro de ser nadie. Aleister Crowley somos todos.

bruno montané krebs 17


NOTICIAS ·SIDHARTA OCHOA

ADIÓS, SARAMAGO

Recuerdo haber estado en la iglesia y escuchar el Evangelio de Abraham; ese día el templo estaba retacado. Ese día también mi fe católica infantil se vino abajo. No fue por la actitud de mi padre al llevarle las sagradas escrituras los fines de semana. Yo era muy entusiasta en las actividades de las misiones, leía con fervor los domingos y participaba en la misa. Recuerdo que pedía dinero en el centro de la ciudad frente a la retacería de una de mis amigas o en la papelería de mi familia muchas veces usando patines. Oraba profundamente en misa cuando no me aburría. Pero un día escuché el evangelio de Abraham: y entonces murió mi fe infantil. Dios le ordena a un padre que asesine a su hijo. No entendía por qué un padre sacrificaría a su hijo. Un vértigo y una angustia profunda me invadieron, el mundo literalmente se acababa para mí, no había un Dios bueno y todopoderoso, Dios era un ser horrendo, castigador y cruel. Me viene a la mente este recuerdo al encontrarme con algunos fragmentos de Caín, la última novela de Saramago. “Que Dios ordene a Abraham matar a su hijo Isaac para probar su fe, eso bastaría para borrar de nuestra cabeza la idea de Dios”. Qué alivio no sentirse solo en ese pensamiento en esa experiencia vital. Saramago dijo lo que se tenía que decir de la iglesia en su centro teológico y en la vulgarización penosa de sus enseñanzas. Saramago hizo que todos los comunistas hormonales se sintieran menos incongruentes en este mundo. Descansa en paz, José Saramago. visita www.revistashandy.blogspot.com

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IRÓNICO MONSI Nunca fui fan de Monsiváis, lo leí durante un tiempo en Proceso y lo vi un par de veces en Tijuana, siempre me divertía su ironía. Es quizás el primer escritor posmoderno en México que utilizó “lo bajo” en su discurso, dándole nuevos significados bajo la luz que lanza la teoría. Sobre la fe Carlos Monsiváis decía: “Yo creo que la fe sigue siendo indispensable en la medida que el sentido de lo trascendente está ahí y no va a desaparecer”. Aunque sobre la iglesia católica –espacio indiscutible de maldad––Monsiváis señaló que el poder ejercido por la iglesia residía en “el control sobre los hijos y las esposas de los funcionarios, es decir, el control sobre la formación de la nueva élite”. Esto junto a la historiografía de la inmadurez crítica de la sociedad mexicana contemporánea se puede encontrar en el libro: El Estado laico y sus malquerientes. Con ironía te releeremos, Monsiváis.

FILOSOFÍA EN LUTO Bolívar Echeverría también falleció. Fue un filósofo ecuatoriano naturalizado mexicano que vivió los movimientos estudiantiles de los sesentas en Alemania. Pensador con una obra hermenéutica extensa sobre Heidegger y Walter Benjamín, fue políticamente activo durante toda su vida y pensó intensamente las vanguardias mediante la filosofía. Fue un intérprete del discurso filosófico occidental en el mundo latinoamericano. Sobre la obra de arte Bolívar Echeverría dijo: “la obra de arte se hace con el fin de vivir en el mundo de una manera especial, y no con el de dominarlo”, esto es lo que nos queda, parecía decirnos: el arte. Sus últimas obras fueron La mirada del ángel, sobre el concepto de la historia de Walter Benjamin (2005) y Vuelta de Siglo (2006). Los que quedamos pensando este siglo, quedamos inciertos en el mundo de la técnica o quizá más gozosos. Ya no sé. Descansen en paz. 19


WHISKEY DE PICABIA

LA ESTIRPE DE LOS MALDITOS:

ESCRITORES SEDUCIDOS POR EL MAL IRIS GARCÍA

puede encontrarse la verdad. Escritores dionisiacos diría Nietzsche, impulsados por la pasión y el instinto, recelosos de los límites, por ello, el primer límite en romperse es aquel que separa la vida de la obra. Descubrieron que el mal tiene dos vertientes particularmente fascinantes y se dejaron seducir por ellas: la sexualidad y la violencia, la ira y la lujuria, aderezadas, en algunos casos, por un permanente estado de embriaguez. Paul Verlaine (1844-1896) fue el primero en llamar malditos a los escritores que se rebelaban ante las normas sociales, a los provocadores. Malditos eran, además de él mismo, los poetas de su generación Tristan Corbiere, Stéphane Mallarmé y, particularmente, el adolescente Arthur Rimbaud (1854-1891), que se convirtió en el arquetipo del enfant terrible. Quizá el episodio más oscuro de estos poetas malditos fue el intento de Verlaine de asesinar a Rimbaud cuando este último dio por terminada la tormentosa relación amorosa que iniciaron apenas se conocieron. Pero antes de ellos ya existían los malditos, escritores repudiados por apartarse de lo que la sociedad juzga como lícito y honesto. En Francia podemos nombrar a Donatien Alphonse Francois, Marqués de Sade, (1740-1814) quien decidió usar, según sus propias palabras, los colores del infierno para pintar

Si entendemos con Mateu Cabot que el arte todo, y eso incluye a la literatura, es pretensión de verdad, ruptura de lo dado y búsqueda de las potencialidades del hombre, ¿qué hay más verdadero que la brutalidad de la existencia, qué mayor ruptura que la transgresión de lo lícito, qué más humano que la fascinación que nos produce el crimen? Es imposible explicar al ser humano en toda su dimensión sin incluir la maldad. El mal es algo que necesita nombrarse. Por eso la literatura, no sólo puede, sino debe, mostrar sin tapujos las miserias humanas. Gracias a eso podemos entender el bien. La lucha atávica entre los opuestos es imposible si uno de los extremos falta. Así lo entendieron algunos escritores que decidieron asomarse al infierno y por ello se condenaron, escritores a los que desde finales del siglo XIX se les llama malditos. Pero no se trata de caer, como el Satanás de John Milton. El maldito no está en la nómina de aquellos que han intentado ir demasiado lejos o demasiado alto, como Ícaro o Featón, que por su soberbia fueron derribados y destruidos. El maldito no cae, se autoinmola, elige el descenso al inframundo para ser destazado, con la certeza de que, lo mismo que Baco, volverá a la vida. Los escritores malditos reconocieron que el orden imperante es ilusorio, y eligieron el caos, en él 20


el crimen, porque sólo con estos colores podía mostrarlo con todo el horror que lo caracteriza. La lujuria fue siempre su pecado favorito y los no pocos escándalos en los que estuvo implicado se relacionaron con sus “jornadas libertinas” en compañía de prostitutas. Luego de Justine o los infortunios de la virtud fue declarado demente y condenado al encierro en el manicomio de Charenton. Pero el cautiverio no era nuevo para Sade, quien estuvo en prisión al menos 30 de sus 74 años de vida, y es en cautiverio donde escribe la mayor parte de su obra. Otro de los malditos de la literatura fue el inglés Tomás De Quincey (1785-1859), célebre por su obra El asesinato como una de las bellas artes, realizó su primer viaje al inframundo recién cumplidos los 17 años, se escapó de su casa, de la educación estricta, de las clases en griego y en latín, para experimentar la pobreza, el frío y el hambre en las calles de Londres. Durante los dos años que duró su periplo conoció la indigencia y se enamoró de una prostituta. A los 19 se reconcilió con su familia pero no con el mundo. Pronto encontró otra puerta para entrar al infierno: el opio. Amigo de los poetas románticos William Wordsworth (1770-1850) y Samuel Taylor Coleridge (1772-1834), compartió con ellos su pasión por la filosofía alemana y particularmente por Immanuel Kant, de quien debió adoptar la idea del arte como fin en sí mismo, pero sobre todo, la de que “el arte bello muestra precisamente su excelencia en que descubre como bellas, cosas que en la naturaleza serían feas o desagradables”. Qué más desagradable que el crimen y entre todos los crímenes el asesinato por ser el único verdaderamente irreversible, por causar la destrucción absoluta de la víctima. La violencia era su polo de atracción. Sin embargo, para De Quincey, la atención del poeta no debe estar puesta en la víctima sino en el asesino. En el ensayo titulado “Sobre los golpes en las puerta de Macbeth” afirma: “En la persona asesinada, toda pelea del pensamiento, todo flujo o

reflujo de la pasión y de intención, están sometidos a un pánico irresistible; el miedo al instante de la muerte lo aplasta ‘con su mazo petrificado’. Pero en el asesino, tal un asesino con el que un poeta admitiría, debe estar violenta alguna tormenta de pasión —celos, ambición, venganza, odio— que creará un infierno en él; y dentro de este infierno miraremos”. Pertenece también a esta estirpe de malditos George Gordon Byron (1788-1824), Lord y poeta inglés, proclive por igual a la sensualidad y la violencia. Sabemos de él que nació con una deformidad en el pie derecho, pero supo siempre disfrazar la cojera de andar excéntrico. Esta deformidad, dicen algunos, le daba la apariencia de tentador macho cabrío, emulación de Pan, dios de la sexualidad masculina y el desenfreno. A los nueve años, de manos de su institutriz, llamada Mary Gray, conoció pasajes de la biblia y el sexo. Durante su adolescencia aprendió boxeo y esgrima, abandonó los estudios por falta de dinero y fue amante de una prostituta. Con el fallecimiento de su madre y algunos amigos cercanos se obsesionó por la muerte. Fue bisexual y a lo largo de su vida se relacionó con múltiples hombres y mujeres, pero el mayor escándalo lo provocó el rumor de haber transpuesto el último tabú: el incesto. En algunas biografías se dice que fue amante de su media hermana Augusta Leigh, hija del primer matrimonio de su padre, con quien procreo una hija, Medora. A Lord Byron, definido por quienes lo conocían como “loco, malo y peligroso de conocer”, pueden atribuírsele las mismas características que los críticos encuentran en sus personajes: talento, pasión, aversión por la sociedad y sus instituciones, frustración por un amor imposible debido a los límites impuestos por la sociedad o la muerte, rebeldía, exilio y un comportamiento autodestructivo. La obra de estos escritores influyó a otros malditos de finales del siglo XIX y principios del XX: 21


Man and woman #6 por Eikoh Hosoe

su cuerpo y escarban en sus entrañas, y allí adentro exploran lo más profundo que hay en ellos, no sólo lo bueno, sino también lo malo, lo duro, lo terrible; pero esta es una aseveración que nos deja famélicos, puesto que si se trata de Genet, sus obras de teatro, sus novelas, retratan de forma cruda, devastadora, el crimen y la homosexualidad, pero no podemos hablar de una ficción depositada solamente, sino de cómo este autor conocía la vida. Aún faltan muchos nombres, pero es imposible abarcarlos a todos. Baste la invitación para buscar a los malditos y leerlos, con o sin temor. Reconociendo que sus visitas al infierno tienen sentido: la literatura sobre el mal nos ayuda a comprender el mal. Los hemos maldecido no sólo por atreverse a mostrarnos sus miserias. Sino porque sabemos que cada uno revela algo eterno y profundo de la condición humana. Nos colocan frente a un espejo en el que podemos contemplar nuestra propia miseria: ¿quién no quiere leer algo tan exquisito?

Edgar Allan Poe (1809-1849), Charles Baudelaire (1821-1867), Guillaume Apollinaire (1880-1918), D. H. Lawrence (1885-1930), Georges Bataille (1897-1962), por mencionar algunos, en quienes también encontramos este deseo de asomarse al infierno que hay dentro de cada hombre y pintar el crimen con los colores allí vistos. La lista podría extenderse, pero hay al menos un autor del siglo XX que no puede dejar de mencionarse: Jean Genet (1910-1986), el hijo de una prostituta, entregado a la asistencia pública al cumplir un año, ladrón profesional desde los diez con sus respectivas incursiones en prisión. Se dedicó él mismo a la prostitución durante un tiempo, se enlistó en el ejército del que fue expulsado al comprobarse su homosexualidad. Después de este suceso alternó su vida delictiva con la escritura de sus obras. Alguna vez Mario Vargas Llosa definió como escritores malditos a aquellos que inyectan sus tripas en sus relatos, que a la hora de escribir abren 22


SATANÁS Y EL MAL CARLOS MAL PACHECO

“El príncipe de oscuridad es un caballero. Modo se llama, y también Mahu.” Shakespeare

Al final, rechazar la causalidad y el beneficio de las acciones rectas y provechosas es la raíz del mal. Quiero imaginar un par de hombres sin nombre escondidos tras las ramas esperando el mejor momento para clavar las lanzas en un pingüe animal de las estepas prehistóricas. Quiero imaginar a uno de ellos lleno de la lujuria estúpida del crimen. Y quiero saber qué pensó al matar al hombre y no matar a la bestia. Quiero saber por qué no lo hizo por rencor ni por venganza hacia ese ser humano, sino por joder. Nomás por ser un don hijo de la puta. Estoy seguro de que en el fondo de esta escena algo equivalente a un solo de guitarra eléctrica distorsionada comenzó a sonar y a diluirse en el viento. Ahí nació el Diablo, pero no nos dimos cuenta. Yo he buscado al Diablo en muchas partes porque es el tema de la tesis de doctorado que nunca voy a terminar. Las historias de las religiones me le hacen buscar en Asia, en Zoroastro, en pequeños micos enojados y blasfemos muy adentro de libros en sánscrito que jamás podré leer. Pero la Fuente Mala (como yo la llamo) está en otra parte. La mayoría de las cosas que valen la pena ocurrieron antes de que pudiéramos escribirlas. Las cosas más cool se nos fueron de las manos irremediablemente simplemente porque no existía el disco duro dónde guardar todos esos datos. Como dicen: tendríamos que haber estado allí para entender.

Amables lectoras, ¿a nadie le apasiona todavía, después de tantos años y tanta tinta la idea del mal? Y no me refiero a fechorías satánicas, cosas malditas que uno hace para ser más heavy metal, ni a la opresión de los pobres en las garras del poder ni a los trances violentos de un asesino-suicida en un mall de Estados Unidos; no: me refiero al mal, esa mancha de melanoma indeleble en la cara de Dios. Y es que yo creo que nos seduce el hecho de que un concepto creado para darle sentido a la agonía metafísica se haya vuelto un lastre para el mismo sistema que lo ideó. Lo que nació como una ayuda para que el bien pareciera más bueno, más atractivo, se convirtió en la pieza mal puesta en el jenga raquítico de la ética. Y como Yahvéh se arrepintió, poco antes del Diluvio, de haber creado al hombre (ojo, no a la mujer), creo que el bien debe estar muy arrepentido de haber inventado el mal. Les confieso algo obscuro: quisiera poder sentir el escalofrío rock’n rollero que sintió el primer homínido que sintió un falso sentido de superioridad por haber subvertido un código moral. Es normal y comprensible avergonzarse por romper las reglas; además, un castigo físico o psicológico ayuda a afirmar la propiedad de esa amargura, pero piénsenlo: debió haber una persona que rompió el tabú sólo por chingar, por la singularidad o el entretenimiento. Envidio la novedad y repercusión de la idea. 23


Detalle de grabado de Gustavo Doré que ilustra el Canto XXXIV de La Divina Comedia, de Dante Alighieri

Vayamos, pues, a Cristo, que es más cercano a nosotros y sobre quien conocemos relativamente mucho. ¿Qué era el mal para un profeta judío bendito del año 33 después de él mismo? No era, como lo define el diccionario, la ruptura de las normas, pues él mismo era la cancelación de las rancias leyes de Moisés. No era, como lo era para los romanos, un... no, olvídenlo, los romanos tenían un cánon metafísico desparpajado y deplorable. No era tampoco el ángel rebelde que los románticos entronarían como el non plus ultra de lo cool que es ahora Satanás. Cristo tuvo el gusto de conocer algo que probablemente era el Diablo en el desierto, y esto fue posible porque sabía qué era el mal: un agente caótico, una semilla de poder dentro de todos nosotros que esquivaba causa y efecto. Sabía que era un bug en la programación de su Padre y él vino a vacunar el sistema, más o menos como Neo, personaje en el cual se basó el autor desconocido del manuscrito Q para redactar los evangelios. Todo esto (el manuscrito Q, Cristo, Matrix) está en Wikipedia, véase. El Diablo palidece ante el mal. Roland Barthes decía que un mito revestía de inmortalidad un hecho histórico, pero en el caso del Diablo, el mito lo convierte en una vaga alegoría, una caricatura con cuernos. ¿Por qué demonios vale la pena hablar de

él entonces? Me voy a justificar con la última frase al final de este textito. Filósofos se han revolcado en el polvo, frustrados ante el prospecto de explicar a un Dios bueno que permite el mal. Y es que eso es el mal, la división por cero, el neutrino sin masa en un universo con masa, el Satanis punctum (el punto raro en el que la regla áurea se desvía unas cifras y arruina la armonía de phi), la nota marrón (en música, una nota musical que provoca vómitos y diarrea). Es una excepción fascinante en un mundo en el que las alas de las libélulas parecen diseñadas por una combinación de los dedos de Johan Sebastian Bach y la mente criminal de James Moriarty. Por qué Dios permite que pasen cosas malas a personas buenas. ¿Por qué Job? Dios mismo se pone una máscara de mal en Job, capítulo 40: “Porque soy Dios, putos, y porque qué van a hacer. Porque soy Yahvéh, tu papi, y porque qué, ¿vas a ponerle un bozal a la Serpiente Marina y vas a pasearla por el parque?” Dios, greñudo, nos dice con el dedo erguido (muy probablemente su dedo medio) que porque sí. El mal es porque sí. William Blake tenía un nombre para este Dios arbitrario y confundido que todavía muchos consideramos el Padre de todas las cosas. Lo llamaba Satanás. 24


UNA PIEDRA CRUZA UN CALLEJÓN OSCURO DE PARÍS IMANOL CANEYADA

Una piedra cruza un callejón oscuro de París. Le revienta la crisma a Phillippe Sermoise, clérigo de profesión. Muere. Muere en un callejón oscuro de París, tal vez solo. Pensando, tal vez, en la mujer por la que le aventaron una pedrada en un callejón oscuro de París. François Villon está borracho, quizás. Al poeta lo consumen los celos. Cuando el poeta toma la piedra en sus manos, probablemente no piensa en abrirle la crisma a su rival. Un acto impulsivo, desesperado. El dolor en el pecho. Trata de huir pero es inútil. Apresan al más grande poeta de la edad media (¿Y el Dante?) en un callejón oscuro de París. Se lo llevan detenido. Una metáfora de sangre palpita en los adoquines. Una advertencia. Un hilo rojo que busca el lodo en el que chapotea el París del siglo XV. Que se pierde junto con la sangre de otros animales, de otras personas. Morir en un callejón oscuro de la capital de la Francia borbónica no parece difícil. Tampoco asesinar. El poeta asesina y escribe octosílabos desde la cárcel. Pide clemencia. El poeta pide clemencia al tiempo que se ríe del mundo entero. Una gran carcajada sostenida en los versos malditos de un poeta maldito. El primer poeta maldito. El primer escritor que escribe desde las cloacas, que en ese tiempo han de haber sido nauseabundas. El primer versificador que, atormentado por la extrema lucidez, renuncia a las máscaras y camina desnudo por la cuerda floja. Aunque lo anterior también puede ser una máscara. Mejor, una antimáscara.

Putas, tahúres, ladrones, golfos, asesinos, pendencieros, pícaros. Una fauna que florece al ritmo de los tambores de la guerra de los 100 años, la guerra loca; una guerra brutal como pocas, con un rostro desdentado. Y en medio de todos ellos, el espantoso Villon, el genio que ha decidido que no tiene nada que perder. Porque para escribir como el maldito poeta solo puede poseerse el cinismo del desencanto. ¿Qué hace que un hombre, al descubrir la hipocresía, la doble moral y la crueldad del mundo, decida sumergirse en la escoria de ese mundo? La certeza de que entre la escoria una puta es una puta, no una reina; un ladrón es un ladrón, no un ministro, y un asesino es un asesino, no un rey. En el lumpen del siglo XV nadie puede decepcionarte. Y frente al amanerado y caballeresco Dolce Stil Nuovo, el poeta ladrón y pendenciero puede retratarse con la amargura del dipsómano: Yo soy François, aunque no quiera, nacido en París, de Pontoise cerca, y en el extremo de una cuerda sabrá mi cuello lo que mi culo pesa. El poeta grita que la soga bien vale un verso único, una cuarteta como una cachetada. Y el amor no es una platónica dama de cuello frágil, sino la gorda Margot o las rameras de París. Villon prefiere matar a la competencia galana de una 25


Archivo de imágenes de TIME

pedrada en un oscuro callejón de París que escribir un solo verso de lamento por imposibles.

en pleitos donde las dagas esculpen versos que ya los quisiera un Bukowski. Y un buen día desaparece. Sin dejar rastro. Ya no sabemos más de él, sólo nos queda esa epopeya del nihilismo, esa extraordinaria mordacidad, el escarnio, la cuchi-llada en el rostro de una sociedad que ya ha dejado de ruborizarse.

Dormimos como un zueco, ambos beodos. Si despierta y su vientre aún reclama, se alza y me monta, tales son sus modos. “¡Nos aplasta!” gemimos yo y la cama, “¡Por tu lujuria nos desvencijamos!” en el burdel en donde el pan ganamos.

Soy vicioso y halléme una viciosa. No sé cuál de los dos lo es más, lo juro. Y la basura nos parece hermosa y el honor nos repugna y lo ahuyentamos en el burdel en donde el pan ganamos.

El poeta entra y sale de la cárcel creando hermandades de asesinos, padrotes y mujerzuelas. Lo condenan a muerte y lo indultan una y otra vez, en un juego macabro. El poeta roba 500 escudos del Colegio de Navarra, el poeta se ve envuelto en peleas san-grientas,

Su obra bien vale una piedra cruzando un callejón oscuro de París tras los huesos de un clérigo. 26


EL NIÑO DEL

VATICINIO ROWENA BALI

con ellos. Me pregunto si el niño sabrá qué onda con la Venus, los niños nunca saben nada. No sé por qué pusieron ese póster en mi cuarto. También hay un globo ponchín de Kevin en tamaño natural. Kevin es guapo, y agradezco mucho que me lo hayan puesto ahí. Hay un póster que anuncia un concierto de ópera, yo fui a “Caballeros Angustiados”. Esa noche estrené un vestido de seda rosa y los señores me volteaban a ver todo el tiempo; algunos señores me caen bien, me gusta cuando un vestido atrae sus miradas. Hay tantos posters en mi cuarto que podría pasar horas hablando sobre ellos. Las cuatro paredes e incluso el techo están tapizados de papeles, hay cientos de recortes de la revista Sputnik, también hay fotos de flores diversas y mi mamá es tan bizarra que puso una postal de Estupi junto a una foto de Tool, antes de que se pusiera a escribir la biblia y su conjura. Tengo fotos del osito Micha, en una de ellas estoy abrazada a él; es mi amigo. También tengo un peluche y una playera, soy fan del osito Micha. Me las compraron en el Mosco; ninguno de los pendejitos ha ido al Mosco, aunque muchos sí saben quién es el osito Micha, o se hacen. De todas formas ya vieron mi playera y tuvieron que saber. Tengo un póster de un sapo, con unos granos alrededor del párpado. A veces, por las noches, cuando tengo insomnio, el ojo del sapo se abre y se cierra y me cae gordo, se pone a vigilarme. Ya les dije que quiten

He estado practicando mucho, desde hace mucho tiempo. He conseguido escabullirme varias veces y se siente muy bien. Lo hago escondiéndome del Jabao; es un tipo bien pesado, ya me tiene hasta el pipí. Es una persona muy perversa. Lo menos que ha hecho ha sido matar moscas para que me las coma. Ya conseguí que Eva la Gran Danesa me escuche. Es una tipa inteligente, se habla de maravilla con ella, nunca replica. Los sabios callan. Ella sólo me mira y me lame, me muerde suavemente. Últimamente no salgo a jugar. Me dijeron una vez los niños que juegan enfrente que yo era una tipa muy rara y presumida. Aunque hablen mal de mí yo sé que varios de ellos se mueren por verme. Uno me dijo que cuando creciera me iba a poner fea, porque no creía en Dios. Entonces yo le grité “vaticinio”, nada más porque acababa de aprenderme la palabra, y él se me echó encima. Claro: no tiene la más remota idea de lo que significa la palabra “vaticinio”. Me causó una fuerte impresión su enojo, puso cara de maldito. En mi recámara hay un póster con una foto de la Venus de Milo. Mientras pienso en el niño del vaticinio la Venus juega en mi cabeza, no sé porqué; pienso en lo loco que estaba el que hizo a una mujer tan dividida, tan rota. En el póster dice “Diosa del amor carnal”. He oído a los niños que juegan en la fuente decirse “carnal”. Me pregunto qué tendrá que ver la Venus de Milo 27


el póster, pero no entienden, dicen que los sapos son hermosos, y la verdad es cierto, yo he visto unos sapos amarillos con unas líneas negras y otros verdes y hasta blancos con manchas, como dálmatas; gordos, chiquitos, alargados, gandotes, gigantescos, con manchas rojas, también he visto unas ranas de colores insólitos. Las ranas de muchos colores son de verdad, y si las agarras están lisas y te da miedo que se resbalen y se lastimen, pero ellas brincan y, como son listas no les pasa nada y saltan al arroyo. Si no viene el Jabao por la noche, para no ver al sapo, me paso leyendo a los malditos. En la mañana no tengo fuerza para ir a la escuela y me quedo dormida sobre el desayunador, mi mamá me despierta con un beso y murmura “pobrecita”. Más tarde me quedo dormida sobre el pupitre. La maestra me despierta con un golpe de regla y yo me enojo. Una vez me despertó y como estaba soñando con mi maldito preferido me enojé el triple y entonces le arranqué la regla de la mano a la putilla y me la puse en mi pipí y le dije, gritando mucho, que sus cuentitos son para normales y le pregunté si de pura casualidad sabía quién pipís era Petit Duchás (aquí aplico con firmeza y presunción las enseñanzas del Moto pelos de perro), le dije también que yo me aprieto mis tetitas pensando en él bajo la regadera. Luego, como estoy más enojada, le digo que el maldito tenía un pipí más big que su regla... y ella se queda pensando: “hay que darle unos reglazos”. Pero dice otra cosa que no entiendo y palidece, luego enrojece y por último se pone verde de ira. Está furiosa y me avienta el borrador y me lleva con el director, quien, después de armar un número más pendejo que el de la putilla, me manda a la buhardilla en lo que llega mi madre, quien es, por cierto, la mujer más bonita y más buena que he visto en mi vida. Yo disfruto verla llegar ante los ojos atónitos de mis compañeros que ya están todos asomados por las ventilas. Luego me expulsan de la escuela. Ni el director ni la maestra sabrán nunca quién era Petit Duchás. El niño del vaticinio me parece guapo; tiene unos ojos almendra disbig. Sabe que no me cae bien pero

siempre está embarrándose con el pretexto más tonto; tiene una vanidad tan grande que dice que hago cosas para llamar su atención. Es de veras patético; no sé qué clase de atención pueda desarrollar un cerebro como el suyo. Mi cerebro, aunque me avergüence decirlo, ha creado un estúpido focus hacia su persona; no lo entiendo, quizá está insertándome un código de subdesarrollo que me dejará en la miseria cuando sea adulta, que me aplastará como aplasta las moscas el Jabao para que yo me las coma. Además, el niño del vaticinio confunde a Dios con Cristo, un día me enseñó un póster y me dijo, “mira, este es Dios y si no crees en él te vas a poner fea”, pero Dios es otro. Guarda la esperanza de que Cristo sea un cirujano plástico que le arregle el alma. Quizá el niño del vaticinio tiene razón, si me enemisto con Cristo no me va a tocar cirugía estética en el alma. * La primera vez, antes de salir se detuvo ante mi póster de la Venus y me dijo que yo sería grande, dijo también que él acababa de contribuir enseñándome algo feo, porque para ser grande había que saber lo que era feo. Él no sabe que yo no seré grande, primero muerta. Y así ha estado viniendo y trae un arpón, un rifle, y dice que me calle y me callo, y practico, me escabullo, me sale bien chiri, cada vez más y con más facilidad me escapo del Jabao, me voy a dar el rol por fuera mientras él pone su pipí en mi pipí. A veces veo pipís por aquí y por allá. Si el Jabao no viene veo que la Venus de Milo se toca su pipí con el muñón y luego el ojo del sapo es como mi pipí; que cobra después las formas de todas las flores que hay en la pared. Cuando veo al niño del vaticinio me parece que se pone feo y el Jabao se para detrás de él, cobra su forma y su tamaño. Entonces me da por ponerme bravucona y le saco alguna de esas típicas cosas que ya sé que no sabe, para que le dé pena y mejor se largue con todo y el Jabao que lleva dentro. ¡Chiri!, lo detesto, me 28


más bonita y más buena del mundo. Me escondo tras mi ponchín. Yo nunca había visto que alguien le diera a alguien de esa manera: aquello sólo pudo recordarme a Rotko, mi perro atropellado, y al desnudo almuerzo de avena y huevo crudo que esa mujer me daba con sus ojos verdes y dormidos. Tras mi ponchín (era de hule transparente en algunas partes) pude ver otras cosas; unos brazos que me quitaron a Kevin para siempre. Luego un ejército de pipís que se pusieron en mi pipí. Me escapé, me fugué. Ahora que estoy de vuelta empiezo a ver cosas más extrañas que antes, ya no es el osito Micha persiguiendo a mi barbi, ni las flores en forma de mi pipí marchito, sino cosas como Eva la Gran Danesa mordiendo lo poco que le queda a la Venus de Milo y el ponchín de mi adorado Kevin lastimando cruelmente al niño del vaticinio. Me alegro cuando veo esto último, ¡ja!, porque lo odio, lo detesto en lo más hondo de mi pipí. A mi regreso de aquella fuga me puse de veras fea.

dan ganas de azotarlo, triturarlo, machacarlo, picarlo, molerlo, macerarlo, aporrearlo, pulverizarlo y luego ponerle un buen castigo. El buen castigo es decirle que es un iletrado, eso es lo que más disfruto, ¡ja!, y le grito “iletrado”, más como para mí, y los otros niños se ríen y se pone todo rojo y me grita “refugiada” (no tiene idea de lo que eso significa) y yo me le voy encima y le rompo su madre, toditita, mordisqueado y rasguñado, entonces pienso que el Jabao tiene razón; que desde que veo pipís, conforme mi odio hacia el niño del vaticinio se intensifica, soy más grande. * Y así, súbitamente el cuento tiene que acabar... colorín colorado, hace años que el globo ponchín de Kevin fue aporreado. Entonces un día inesperado, unos soldados angustiados llegan a mi casa y le dan en la cabeza a la mujer 29


EL CORAZÓN NEGRO DE TODO LO MUERTO ALFONSO LÓPEZ CORRAL

Son momentos de indefensión. Así lo experimenta la primera persona en hallar a las mujeres sin vida, el inspector de policía Charlie Parker, alias Bird, a su vez esposo de la mujer y padre de la niña. Tal es el inicio y motor de la novela Todo lo que muere (1999), del escritor John Connolly (Dublín, 1968). Con esas muertes, el autor nos mete de lleno en la vida de Charlie “Bird” Parker. Con el dolor y la culpa a cuestas, con los fantasmas de Susan y Jennifer acosándolo dormido y despierto, Bird tratará de encontrar al culpable mientras se esfuerza por permanecer cuerdo. Se percata de que ya no pertenece al común de los hombres, que la línea en la que se mantenía como guardián de la ley ya no lo contiene; los mismos compañeros de trabajo ahora se apartan de su lado aunque no sea el culpable. Se vuelve un desarraigado, no cabe en el mundo criminal aunque se adentre más y más en sus sombras; pero mucho menos cabe en una vida normal, de orden, respeto y amor. Como si la tela que difumina la realidad se hubiera despedazo de pronto, la vida se le presenta primitiva, prófuga de la luz y la claridad, ajena a los signos más elementales de supervivencia. Es el mal; el mal extendiendo su velo negro sobre todos los seres humanos. No un retroceso ni una continuación. Tan sólo el mal recobrando su cauce, veloz y furioso, arrastrándolo todo. Inercia pura. Nada que compren-

Una fría noche de diciembre, cuando se hallaban solas en su hogar, son sorprendidas y asesinadas una mujer y una niña (madre e hija). Con un arma blanca les arrancan la piel del cuerpo, la cara y también los ojos. En la habitación, antes cálida a causa de la calefacción, la temperatura desciende hasta helar el aliento, cambia la apariencia de los muebles, como si los petrificara chupándoles el tiempo, y ni la sangre que se dispersa en todas direcciones, que corre por el piso y las paredes hasta manchar el techo, atempera el ambiente. Al final, en el regazo de la madre que ha sido abierta en canal, queda la niña, inerte, como pervirtiendo el orden natural de las cosas. Cuando se abre una puerta se corre el riesgo de hallar el mundo cambiado para siempre. Si se presta atención es posible percibir que algo se escapa por el espacio que queda libre entre el cuerpo y la hoja de madera. Una puerta entreabierta es capaz de disparar los pensamientos sin rumbo fijo en apenas un segundo, es capaz de provocar un miedo que acalambra todos los músculos. Cuando se le empuja, para abrirla toda, el cuerpo ya no obedece al pensamiento porque es como las bestias que otean el peligro en los instantes que se aproximan. Cuando por fin se entra, el cuerpo y el pensamiento van separados, ajenos; registran cosas distintas, reaccionan de forma distinta. Por eso toma un rato comprender lo que pasa o lo que ha pasado. 30


der, nada que reflexionar. Queda aceptarlo, sólo eso. Creo en la maldad porque la he tocado, y ella me ha tocado a mí, confiesa Bird y los muertos comienzan a sitiarlo, a reclamarle un lugar junto a sus seres queridos. Bird indaga, confronta, se expone, busca. Mejor no quedarse inmóvil ni alentar la entropía. Lo sitia una familia de la mafia que se empeña en volver al orden mediante el asesinato de los cabos sueltos; descubre el rastro de una pareja cebada en el secuestro, tortura y asesinato de niños durante treinta años; contempla el filicidio y percibe cómo lo llama el Viajante para que observe sus representaciones de la muerte. Una nueva normalidad lo rodea. Así compone su credo: Yo creía en el demonio y el dolor. Creía en la tortura, la violación y una muerte lenta y cruel. Creía en el suplicio y el padecimiento y en el placer que proporcionaban a aquellos que los infligían, y a todo eso lo llamaba maldad. En su famosa investigación sobre el suicidio, realizada a finales del siglo XIX y publicada bajo el mismo, breve y llamativo título de El suicidio (UNAM, 1983), Émile Durkheim explica a través del análisis de datos estadísticos que éste se debe no a causas psicológicas sino sociales. Identifica una fuerza coercitiva que actúa uniformemente sobre la sociedad, una fuerza dotada de un poder imperativo, una fuerza que empuja a los hombres a quitarse la vida. Por ello año con año se mantiene constante la tasa de suicidios. Puesto que actos morales como el suicidio se reproducen con una uniformidad no solamente igual sino superior, debemos del mismo modo admitir que dependen de fuerzas exteriores a los individuos. Sólo que como esas fuerzas no pueden ser más que morales y fuera del hombre individual no hay en el mundo más ser moral que la sociedad, es preciso que sean sociales. Con Todo lo que muere, no es descabellado proponer una hipótesis similar para explicar el asesinato. Quizás, hurgando entre las estadísticas hallemos la misma causa. Una fuerza actuando implacable sobre la sociedad año con año, una fuerza que orilla a los

hombres a asesinar a sus semejantes. Incluso, arriesgando un poco, hasta podríamos nombrar tal fuerza, llamarla, por ejemplo, maldad. Connolly, en voz de Bird, no anda muy lejos de dicha explicación: Yo llegué a creer que también la maldad se remontaba a los orígenes de nuestra especie. Una tradición de maldad discurría bajo toda la existencia humana igual que las cloacas bajo una ciudad, y esa maldad proseguía incluso después de destruirse uno de los elementos que la constituían, porque éste era simplemente una pequeña parte de una totalidad mayor y más siniestra. En esta primera novela de la serie protagonizada por Charlie Parker, los personajes son meros títeres de esta fuerza. Casi es vano nombrarlos, tratar de descubrir al asesino. (El lector, al adentrarse en la historia, pronto olvidará este motivo.) Detrás de estos hombres hay una sombra gigantesca, una sombra que se hace tangible conforme transcurren las páginas del libro. Una sombra que al no ponerle cuidado los envuelve como lo hace la tela de una araña. No queda más que aceptar que hay algo más, que siempre hay algo más. Daría lo mismo comenzar a leer la novela en cualquier dirección, el resultado sería el mismo. Este es su mayor logro. Quizás simplemente debamos volver a creer en los monstruos, cuidarnos de la oscuridad. Quizás no sea en balde tomar precauciones. Cualquier persona puede dañar a otro ser humano, a miles de seres humanos, comenzar a matar un día y ya no detenerse hasta extinguir a todos los hombres. Bird lo confirma: Aquel hombre, que había matado y torturado y que había ordenado a otros matar y torturar en su nombre, había encontrado en su propio hijo una oscuridad indescriptible, un lugar sin luz donde yacían niños asesinados, el corazón negro de todo lo muerto. John Connolly, Todo lo que muere (Trad. de Carlos Milla Soler), Maxi Tusquets Editores, México, 2010, 424 pp. 31


BOTÓN RIGAUT Gabriel Rodríguez

Otras mujeres de México Aguilera

Los hijos de Maricarmen se portan muy mal. Está harta. Al mayor le ha dado por morderle las orejas al pequeño. Ya le gastó la carnita a la oreja izquierda. Ella no sabe qué hacer. Abraza al pequeño mientras le pone violeta de genciana en el lóbulo y con besos curativos pretende que la llaga cicatrice aprisa, pero él la empuja lloriqueando. Consigue zafarse de sus mimos. Ella amenaza al hijo mayor: “si le vuelves a morder la oreja a tu hermano te voy a dar una zurra”. La verdad es que Maricarmen es incapaz de ponerle una mano encima a sus hijos. Corrige el ultimátum: “si le vuelves a morder la oreja a tu hermano, tu papá te va a dar una zurra”. ¡En la madre: su papá ha sido invocado! De inmediato se la piensa dos veces, le sale una aureola encima de la cabeza, mastica con la boca cerrada y baja los codos. Su padre se llama México Aguilera. Así le pusieron y si para algún lector eso es chistoso será mejor que no lo note, de lo contrario que se despida de sus dientes. Hombre que no sale en las fotos, tosco, toral, entrón, clóset de hostilidades. Padre ausente, de pedos tronados y zurras severas. Por lo mismo Mamá Maricarmen rara vez acusa a sus críos, sufre con cada manazo que el progenitor les acomoda. Lo de la oreja mordisqueada se ha vuelto un problema al que le urge solución. El hijo mayor podría arriesgarse y reincidir, de todas formas papá no ha venido a dormir en semanas. Su asiento en la mesa está vacío, sobresale como el hueco en la sonrisa de un chimuelo. Maricarmen le guarda una buena porción de la cena a su esposo. Por si llega de repente o más al rato. Se arrepiente de llamar “cena” a ese estofado sin sazón. La comida que prepara parece las sobras de un platillo de a de veras, como los que salen fotografiados en las revistas. Se asegura de que los niños antes de irse a la cama se laven la boca o de perdida hagan buches con agua. Ella se queda rezando, ora para que su esposo regrese con algún regalo que le compró en un semáforo rojo: 32


que le hiciera la parada al chofer pasando El Cementerio del Collado. Ya de ahí no hay pierde: “del panteón tienes que caminar hacia arriba cuatro veces cien pasos…” Maricarmen no sabe contar. Sus hijos sí. Por algo los manda bien peinaditos a la escuela. Ahí van los tres caminando entre números. A los niños se les nota que los zapatos les quedan grandes. Ni cuentan hasta cien. ¡Pero ella cómo se va a dar cuenta! Nota que el hijo chico grita un número y el hijo grande otro. Cabe mencionar que eso de que uno es mayor que el otro nomás es un decir. Los separan tan sólo cinco minutos de vida. Maricarmen los mira andando. Sus dos barajitas gastadas. Tan gastadas que con el puro tacto y cerrando los ojos podría reconocerles las marcas y cicatrices que los desigualan. Le salieron igual de cabrones que el papá, bien poco cariñosos. Ojalá pudiera hacer algo para que crecieran de chingadazo. Está harta de sus inocentes majaderías. Se limpian con las mangas del suéter los besos curativos que ella les manda, le avientan cosas, escupen cuando no los ve y torturan a las mascotas de los vecinos. El menor es muy callado. Al mayor le ha dado por morderle las orejas al otro. “No eres rata, eres niño”, le dijo. Ya no sabe cómo hablarle. Tampoco sabe a qué va a esa casa tan lejos. “Es la única casa que hay por esos rumbos…” le dijo su Comadre Bruja mientras le echaba las cartas: “aquí clarito se ve que tu viejo te está engañando…” Está chispeando. No sabe qué va a hacer cuando llegue. Cree que ya estando ahí todo ocurrirá por sí solo. Si México Aguilera está presente le va a suplicar que por favor se regrese con ella, ya que los niños se portan mal y no hay canal 9 desde hace un mes. Que lo ama. Si México Aguilera no está; a ella, a la otra, la va a dejar sin cabello y sin ojos. La va a arrastrar todo el camino de regreso. O tal vez debería regresarse a casa y acomodarse en su silla. Esperar rezando. El hijo menor enumera los golpes de lluvia que siente en los brazos, la frente, en la nuca. Llueve sin ganas, prácticamente se puede ca-

gardenias, mazapanes, un arma que dispara burbujas de jabón, un disco compacto con cientos de canciones. Maricarmen extraña muchísimo a su marido. Nada puede hacer al respecto. Hace unos meses de pronto desapareció el canal nueve en la tele, ya no se ve. Tampoco pudo hacer nada al respecto. Atravesó la retorcida antena de conejo con una lata de cocacola, pero el canal nomás no regresa. Así de impotente se siente con respecto a su marido. Extraña su aliento, sus manos gruesas, los himnos de su respiración carrasposa, sus cicatrices de tinta en el brazo (Maricarmen, Leticia, Martha, Lupe, Mamá Lola), su mirada que embaraza. Extraña verlo hacer corajes porque “el trabajo está bien triste” o no hay nada en la alacena. Incluso extraña sus pedos. Explosiones escandalosas que aprisionan una auténtica peste abajo del lienzo que los cubre; él ni se inmuta, ella se despierta exaltada a la mitad de la noche. Pero más lo extraña manoseándola y adentro, bien adentro. Sentirlo hasta el tope. A veces cuando él está profundamente dormido ella le descubre el pájaro y se lo besa quedito mientras mentalmente repite: “besos curativos, besos curativos”. Lo hace por cariño y para borrar las enfermedades malas que sus otras mujeres seguro le contagian. Ya hace una semana que él no se acuesta con ella. ¡Con qué feo pensamiento se queda dormida! Dormida y en una silla. Aquella cama está reservada para el ser que solo existe cuando ella y su hombre suman. La noche acontece. Maricarmen se sueña cocinando perfectos platillos como los que salen en las revistas, desconoce la identidad de sus comensales. Varios sonidos la despiertan, ninguno son las mentadas de madre chifladas con que México Aguilera anuncia su aparición. Al día siguiente el cielo amanece haciendo pucheros. Maricarmen piensa: “cuando llueve nadie puede negarle un techo a nadie” y se va con sus hijos para el monte. Aborda la combi que la lleva a donde su Comadre Bruja le dijo. Se bajan y toman otra combi, una más humilde y destartalada. La Comadre Bruja le indicó 33


y los pies. Imaginémosla inclinada buscando paños deshilachados mientras afuera los circunstantes pasean la mirada por la casa. El hijo menor busca juguetes, el mayor monedas y Maricarmen indicios de la presencia de su marido. Los tres encuentran inmediata satisfacción: una pelota, varias monedas apiladas en una esquina (para la buena suerte y evitar embrujos) y el tufo implícito de los gases de México Aguilera. Ya con los pies limpios los niños se quedan sin decir ni hacer nada, inútiles como pajaritos que ya no cantan. De reojo las dos mujeres se estudian con femenina prevención hostil, es decir sonriéndose. A Maricarmen la desilusiona Teresa. Esperaba alguien joven. O por lo menos no tan vieja. O por lo menos flaca. Ya de perdida con caderas y senos proclives al escarceo. Teresa rompe la inconfortable calma: “no se pueden ir hasta que deje de llover. Ven, ayúdame con la comida”. Entran a la cocina. En la mesa están dispersos varios montones de frijoles crudos. “Ayúdame a espulgarlos” le dice Teresa Aguilera a Maricarmen Aguilera. Toman asiento una junto a la otra, ignorándose pero a la vez combatiendo. Los niños se quedan en la sala. Las dos mujeres repasan uno por uno los frijoles, desechando las piedritas intrusas y los gorgojos polizones. Sus manos trabajan con una gracia mutua, mecánica e infantil. Todo el coraje de Maricarmen se disipa en silencio. “Soy cobarde”, piensa. Las manos de las dos mujeres se rozan al seleccionar tal o cual piedra. Se escuchan insistentemente los tecleos del chubasco en el techo, es como si la lluvia narrara la mutua inspección letra por letra, gota tras gota. Disputan en amable contienda los últimos frijoles que restan por supervisar. Maricarmen piensa que aquella mujer debió ser muy hermosa de joven. Sus gestos serios tornándose amables dan la sensación de estar abriendo una carta ajena. “Me estás tocando a través de él. Te estoy tocando a través de él”. Teresa acaricia el crucifijo que le cuelga del cuello y propone una charla llena de vacíos y tiempo, le cuenta a

minar entre las gotas. El hijo mayor recogió una rama y viene golpeando todo a su paso. Maricarmen cruza los dedos deseando que su marido no esté ahí. También observa los pies de sus hijos, los pantalones se están llenando de lodo. Le va a costar mucho lavarlos. Entre el 52 y el 53 el hijo menor hace una pausa incómoda. La oreja le arde, punza como cuando miras la noche. “60”, dice brincándose los números de en medio, como si más que contar del uno al cien desempeñara los servicios de un segundero. Vuelve la mirada y su hermano mayor señala con la rama una casa a lo lejos, “vieja el último”, grita. Corren en subida. Ella los observa convertirse en un punto a lo lejos. El viento agita aquel interminablemente paisaje. Al pasto se le pone la piel de gallina. La lluvia cae monótona y sin fuerza, exigiendo que se le llame de otra manera. Teresa está limpiando frijoles. Escucha voces de niños. Su primer presentimiento es malo, piensa que los querubines del Señor han venido para recoger a su Esteban. Entonces corre hasta la habitación ubicada al fondo de la casa persignándose sin orden alguno: el Padre acaba en la nariz, el Hijo en una oreja y el Espíritu Santo casi le pica un ojo. Su nene está bien. De todas maneras ella pone cara de malas noticias y sale a ver de qué se trata aquel escándalo. En su portón sorprende a dos niños empujándose. Son gemelos. No se da cuenta que además son idénticos a su esposo. A la distancia, bajo los chisguetes, una mujer se aproxima. Detrás de ella la promesa de un nuevo Diluvio Universal ennegrece dramáticamente al cielo. “Cuando llueve a nadie se le puede negar un techo”, piensa Teresa e invita a los niños a entrar. Traen los zapatos llenos de porquería. Les suplica que no ensucien el piso. Eso transforma a los dos chiquillos en súbitas estatuas de marfil. “Espérenme un momento”, les dice y se dirige al baño. Maricarmen apura el paso y entra a la casa. Teresa no quiere estropear alguna de sus toallas por lo que le cuesta mucho trabajo elegir un par de trapos viejos con los que la mujer y sus gemelos puedan secarse el cabello 34


niño así. El monstruo duerme y casi se pueden ver las letras zeta de diferentes tamaños flotando en cuesta desde su boca hasta el techo, disolviéndose. Un ejército de cariñosas punzadas se apodera del gemelo menor. La única forma que conoce de demostrar afecto es mordisqueándole las orejas. Se acerca y con excesivo cuidado comienza a roer tan curiosa y dura piel. En ese momento México Aguilera aparece por el camino difuso que conduce a aquel hogar. Camina dentro de la sombra que la casa proyecta en la tierra, la oscuridad le besa el cuerpo, él chifla una mentada de madre tras otra. Viene de trabajar, antológicamente empapado por culpa del mentado aguacero espantapendejos. Siempre ha pensado que protegerse de la lluvia bajo un techo es traicionar al chango que alguna vez fuimos. México Aguilera no es fuerte y grande como Maricarmen fantasea, ni tan viejo y barrigón como tantas veces Teresa le gritó para herirle el orgullo en medio de una bronca causada por sus constantes ausencias. México Aguilera es simplemente un hombre. Un hombre cansado que preferiría estar ebrio. Odia su nombre. Nunca lo ha hablado con nadie pero siente y jura que una terrible maldición ha caído sobre él: es incapaz de sentir rico cuando coge, en cambio sus mujeres gritonean rasguñándole la espalda, berreando cosas que más vale no reproducir aquí. “Estás maldito”, piensa e imagina los rostros de sus mujeres quebrándose de tanto placer, por lo menos ya les prohibió que se embaracen de nuevo. Piensa en los hijos que ha traído al mundo: dos gemelos y un enfermo. “Valiente semilla endemoniada”. Todo empezó cuando le metió la mano a la comadre de su segunda esposa. ¡A esa pinche bruja aguada! México Aguilera entra a la casa haciendo ruido. En la cocina encuentra a sus dos mujeres cocinando. Piensa que parecen dos manos de un mismo cuerpo. Le da mucho gusto. Nota que las dos le caben en un abrazo y se tira un pedo para celebrar.

Maricarmen que su hijo está enfermo. Eso ella ya lo sabía. El niño se llama Esteban. Eso no lo sabía. “Hasta el brillo del cabello ha perdido mi hijo…”. Maricarmen trata de evadir la mirada de la otra pero su voz padece complejo de omnipresentes ojos. “…Me dijeron que le están haciendo un trabajito… ¿pero cómo va a ser eso? Si él nunca le ha hecho mal a nadie”. Enjuagan los frijoles, pasándoles agua con un colador y luego poniéndolos en una olla listos para cocer. Teresa le pregunta a su invitada por la edad de sus gemelitos. “7”, responde. “Mi Esteban tiene 12”, dice Teresa, dándole golpecitos al traste. Lágrimas invisibles le reco-rren las mejillas. Sordamente encomienda la salud de su hijo a un reducido acordeón de santos. Maricarmen tal vez sea una pésima cocinera pero hasta ella sabe que si no le cambias el agua a los frijoles, antes de cocerlos, caen muy pesados a la panza. Maricarmen también se da cuenta de que ella es la otra mujer de México Aguilera. Afuera el mayor de los gemelos juega con la pelota roja que el menor encontró. El pequeño aprovecha para escabullirse de los cocos y mordiscos de su tirano reflejo. Camina hasta una puerta ubicada al fondo y entra a una habitación. Al centro de la pieza hay una cama inmensa y blanca, ¿o se trata de una nube aprisionada? Del techo cuelgan hilos blancos sosteniendo diminutas canicas amarradas a diferentes alturas. También cuelgan telas transparentes, el niño piensa que son espectros de cortinas que ya murieron. La luz flota suspendiendo sus alcances. Camina de puntitas hacia la cama. Le da pena tener el calzado varias tallas más grande de lo necesario. Su mamá le dijo que dentro de poco ya le quedarán bien. Ese cuarto. Ahí adentro no se escucha el insistente escándalo de la lluvia. Huele a medicina sabor vainilla. En el colchón está acostado un niño. Empequeñecido, hinchado, con los rasgos de la cara mal dibujados y el cuerpo inflado como un pequeño globo de salchicha. Nunca vio un 35


Shandy Nadir Chacín

Té Chai, por favor

Hoy es domingo. Desayunamos en casa huevos con jamón y jugo de naranja. Luego fuimos al parque México. Siempre escasean las mesas en el café Toscana. Nos sentamos en la que está cerca de los baños. Paco reniega, quiere la terraza como de costumbre. Me siento y cuelgo mi bolsa en el respaldar de la silla. Él la quita rápidamente y la engarza en un gancho bajo la mesa. Mejor aquí, a salvo de rateros, dice. El mesero al fin llega, le toma la orden y se va. Pidió mi té chai y su café cortado. Se para, camina a la barra, agarra el periódico y regresa a la mesa. Lo miro. Paco pasa con calma las páginas de La Jornada. Se entretiene más en las noticias sobre política. Creo que es poco té para lo que cuesta cada taza, mas no digo nada. Paco me respondería: Aquí el periódico es gratis. Llega nuestro mesero. Muero por probar mi chai. Me acerco la taza a la boca. —Está demasiado caliente —le digo a Paco. —Menéalo —responde sin mirarme. —Me aburro esperando. —¿Y qué quieres que haga? —pregunta sin despegar los ojos del periódico. —¿Aburrirte conmigo? —No me distraigas, Elena. Déjame leer. Le doy vueltas al chai con una cucharita. Fabrico cada vez olas más grandes. Luego pongo la cucharita sobre una servilleta. Persiste la espuma. Es más fuerte, va apropiándose de la servilleta, de su pasivo blanco. Son los efectos del tsunami. Destruye lo mediocre. Crea mundos libres. De pronto me siento demasiado feliz. Los demás tienen razón: una servilleta sucia ya no sirve. 36


—Es tan amable de llevarse eso —le pido al mesero. —¿Y ahora qué hiciste? —dice Paco. —Nada. Todo igual.

mesas. No hay duda, las mujeres sólo bebemos té chai. Me aferro. ¿Para qué variarle? La monotonía da seguridad. Todas lo hacemos. Miro a Paco de reojo, sigue leyendo. Nada. Aunque pasen los años nada cambia. Ningún otro té es superior. Más sorbos de chai. ¡Chin!, esto cada vez está más frío. La verdad a mí me gusta el té caliente, no hirviendo, sino caliente. Pero cuando algo alcanza la temperatura ideal, un segundo después, ya está frío. Siempre pasa así. Lo quieres caliente y ¿qué sucede?, o te lo dan hirviendo y te aburres de esperar o acaba estando frío sin que puedas hacer nada. A veces te pasan las dos cosas, una tras la otra. Maldito karma. Ya para, Elena, me digo a mí misma. El té chai es lo único que necesitas. Imagino que mi chai está como yo lo quiero. La realidad es una ilusión. Bebo otro sorbo y el té inicia su acto de entrega. Es exclusivamente mío. Cuanto más perfecto lo imagino más perfecto es. Mi fiel chai.

Paco continúa leyendo. Una niña pide dinero entre las mesas. La miro con detalle. Hay que hacer tiempo mientras mi chai se enfría un poco. No me gusta el chai taaan caliente, sólo caliente, no pido mucho. Nunca lo hago. Escucho a la niña. Repite mensajes programados cual máquina. Llega a nuestra mesa. Coloca encima su cajita de chicles. Antes de que yo pueda hablar con ella, y que Paco me regañe, el mesero la espanta. Ssshu ssshu. Hace rato hizo lo mismo con un perro. Molestan a los clientes, se explicó. —Uhmmm, niñas Perro —dije quedito. —Acá dice que antier mataron a un tipo en el café de enfrente. ¿Tú crees? —alzó la voz Paco. —Qué tal que los sicarios regresan —respondí. —Estaba el tipo sentado con sus guaruras, se bajaron tres güeyes de una camioneta negra y que le dan de balazos en plena terraza. —Y si ahora llegan aquí y ajustician a alguien —le digo a Paco mientras veo con horror la nueva servilleta limpia que recién trajo el mesero. —No inventes... —¿Me ajustician a mí, por ejemplo? ¿No te gustaría, Paco, ver cómo matan a alguien que se lo merece? —Ya deja de decir babosadas, no ves que este gobierno está de mal en peor. —Ya era hora —digo con tono alegre. —¿Hora de qué? —Mi chai ya está en su punto.

—Qué buen artículo sobre la reforma petrolera. No deja títere con cabeza —murmura Paco. —Ajá —susurro al instante. Sigo bebiendo y ya casi puedo ver el fondo de la taza. Levanto la mirada. Inspiro profundo antes de mi penúltimo sorbo revolución. —Quiero otro café —dice Paco, esta vez mirándome a los ojos. Lo miro también. Nada pasa. Él sigue leyendo. Yo en lo mío: el último sorbo. El chai salva. Las cosas están mejor. Todo está bien, me digo. Le toco fuerte el brazo a Paco llamando su atención.

Paco habla y habla. Cantaleta murmullo. Acaba con los narcos, con la Derecha y arregla la crisis económica sin moverse de esta mesa. Ahora hojea las últimas páginas del periódico. Se acorta mi tiempo. Hace silencio y yo vuelvo a mi chai. Tomo el primer sorbo. El primero es el mejor, aunque queme. Me fijo en las otras

—Nuestras cosas van muy bien, ¿verdad?, al menos van —le digo esperando que reconfirme lo que ya sé. —Ashhh, todo tengo que hacerlo yo, Elena, ¿y mi café? 37


DE LA CABEZA

AL CIELO

ENTREVISTA

CON

·

ANDRÉS NEUMAN POR PAOLA TINOCO

Andrés tiene la voz suave y profunda. Habla con un acento entre en el argentino y el español de España que se mueve geográficamente: cuando visita Argentina, su país natal, la “z” no se percibe y la “y” en cambio se vuelve protagonista. Regresa a Granada, su ciudad por elección, y retorna el viento ligero en la pronunciación de la “c”. Habla rápido aunque sin tropezar. Le gusta mucho conversar y a la gente le agrada escucharlo, pero sobre todo, leerlo. Su talento se mide, parafraseando a Napoleón, de la cabeza al cielo, y desde muy joven decidió plasmarlo en las letras. A los 22 años publicó su primera novela, Bariloche, que además fue finalista del prestigiado Premio Herralde de Novela. Y de ahí para adelante, su vertiginosa carrera como escritor ha sido reconocida con diversas menciones y premios, el más reciente, el Premio de la Crítica que concede la Asociación de Críticos Espa­ñoles, a su novela El viajero del siglo, galardonada en 2009 con el 38


Premio Alfaguara, uno de los más importantes de habla hispana. Como cuentista ha publicado Alumbramiento, editado por Páginas de Espuma, sello con el que además ha desarrollado una intensa labor de estudio y divulgación del relato breve. Sus libros de cuentos incluyen apéndices teóricos sobre el género. Fue el coordinador de Pequeñas resistencias, antología en cuatro volúmenes del cuento actual escrito en español en todo el mundo (Páginas de Espuma, 2002-2005). Actualmente es columnista en el suplemento cultural del diario ABC (España) y en la Revista Eñe del diario Clarín (Argentina). Fue elegido mediante una votación que convocó el Hay Festival Bogotá-39 entre los mejores nuevos autores nacidos en Latinoamérica. Neu, como le dicen los amigos, tiene facilidad de palabra. Y no se trata de evidenciar su gusto de hablar hasta por los codos (que lo hace), sino que escribe lo mismo poemas que cuentos, novelas o aforismos. Y en cada uno de estos géneros ha recibido el reconocimiento de editores y colegas, aunque especialmente de lectores. Escribes cuento, poesía, novela, aforismo. ¿Alguna vez has desperdiciado una palabra en tu vida? Muchas, muchas, muchas. ¿Está usted insinuando que hablo hasta por los codos? ¡Pues me temo que tiene toda la razón! Ahora bien, las palabras son un milagroso ecosistema: todo lo que decimos nosotros dialoga con el silencio ajeno, y todo lo que callamos lo están diciendo otros. ¿Con qué género literario tienes una relación más cercana? No creo demasiado en los géneros literarios como realidades autónomas. Creo en la escritura en general, que es como un gran motor de curiosidades que puede llevarte a leer, o a escribir, novelas, cuentos, poemas, ensayos, crucigramas, recetas de cocina, manuales de instrucciones. Mi opinión sobre los géneros es la misma que sobre las nacionalidades: cuanto más mezclados y promiscuos, mejor. El inicio de tu carrera como escritor está vinculado a los premios literarios, ¿qué significan para ti en este momento? En realidad el inicio está mucho antes, en el niño que tecleaba con dos deditos en una máquina de escribir 39


y soñaba con contarle algo a alguien. Los premios, que son accidentes de la fortuna, empezaron a llegar doce, quince años después. Y fueron importantes, claro: permitieron que ese niño tuviera a quiénes contarle cuentos. ¿Qué es la editorial para el escritor (además de ser, claro, la que se encarga de editar y producir sus libros)? Para mí una editorial es una casa (que, como todas las casas, incluye también la libertad de mudarse). Un lugar que te acoge, te enseña más acerca del oficio, te permite dormir abrigado. Casi todos mis editores han terminado siendo amigos. En eso no soy nada profesional: no puedo evitar mezclar trabajo y afecto. ¿Cómo separarlos, si hablamos de literatura? Sin las editoriales, y me refiero a las buenas editoriales, la literatura estaría perdida. ¿Qué estás leyendo por estos días? Noticias estúpidas e interesadas sobre el económico. ¿Cuál es tu siguiente proyecto? Dejar de leer noticias estúpidas e interesadas sobre el apocalipsis económico. Trabajar en nuevos cuentos y poemas. Pasear más. Háblame de un placer culposo. El placer no debe ser culposo. Todos moriremos pronto. Ya con eso queda justificado cualquier hedonismo. ¿Cómo te llevas con tu lado femenino? Espléndidamente. Lo necesito. Me interesa incluso más que el masculino. Narra mejor, más desde dentro. ¿Cuál sería el rasgo más masculino de tu personalidad? Mi gusto por el color violeta. Es broma. Yo diría que mi pasión por el fútbol. No la puedo evitar. No la quiero evitar. 40


DIRECTORIO DIRECTOR Franco Félix REDACTOR Edgar Bili Murillo CONSEJO EDITORIAL Elma Correa Iván Ballesteros Rojo Sidharta Ochoa

Shandy

CONSEJO CONSULTIVO Imanol Caneyada David Miklos Enrique Vila-Matas Paco Inclán Paola Tinoco Luigi Amara Bruno Montané

ESCRITURA&MALDAD

Shandy es una publicación trimestral independiente de IRIS NEGRO EDICIONES. Sufragio Efectivo no. 40. esquina con Garmendia. Colonia Centro. CP. 83000. Hermosillo, Sonora, México. Los artículos publicados son responsabilidad de sus autores. Su contenido no refleja necesariamente el punto de vista de esta editorial. Carajo. No está prohibida su reproducción total o parcial. La edición consta de un tiraje de 1000 ejemplares. Esta revista cuenta con el apoyo del Programa “Edmundo Valadés” de Apoyo a la Edición de Revistas Independientes 2009 del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.

TRADUCTORES Omar Bravo Sidharta Ochoa EDITORES DEL BLOG Vikram Dharma Sidharta Ochoa DISEÑADORES Bili Murillo

k.u.a.i@hotmail.com

Daniel Castrejón

Contacto: revistashandy@hotmail.com correoshandy@gmail.com

contramotor@gmail.com 41


Shandy

COLABORADORES Claudia Apablaza (Santiago de Chile, 1978) es escritora. Estudió psicología y literatura en la Universidad de Chile y posgrado en Literatura comparada en la Universidad Autónoma de Barcelona. Ha publicado el libro de relatos Autoformato (Lom Ediciones, 2006) y la novela Diario de las especies ( Jus, México; Lanzallamas, Chile, 2008; Barataria, España, 2010). Actualmente es profesora del laboratorio de escritura y editora de Barataria Editorial. Es colaboradora habitual en The Barcelona Review y parte del grupo Lanzallamas. Rowena Bali (Cuautla, 1977). Ha publicado las novelas Amazon Party, El Ejército de Sodoma y El agente morboso. Trabajo suyo ha sido antologado por la editorial Cal y Arena y el Fondo de Cultura Económica. Es editora de la Revista Cultura Urbana de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México y locutora de radio en la estación Ibero 90.9 de la Universidad Iberoamericana. Iva Brdar (Belgrado, 1983). Terminó sus estudios de dramaturgia en la Facultad de Artes Dramáticas en Belgrado. Tiene una mestría en Teatro por la Sorbonne Nouvelle, París 3 en Francia. Es autora de un par de guiones para cortometrajes y de la obra Planespotting, presentado en varios festivales internacionales. Es miembro de Nova Drama (www.nova-drama.org) y de la banda Pis Mackice. Es redactora freelance en agencias de publicidad. Imanol Caneyada (San Sebastián, 1968). Autor de las novelas Los ahogados no saben flotar (2000), Un camello en el ojo de la aguja (2003), Tiempo de conejos (2006) y La ciudad antes del alba (2010). También es autor del cuentario Historias de la gaya ciencia ficción (2002). Actualmente es periodista del diario Primera Plana. Nadir Chacín (Caracas, 1971). Antropóloga, editora, bloguera y community manager.

Directora general de Territorio liberado, agencia de servicios creativos y editoriales. nadirchs@yahoo.com

de la editorial TEE-UniSon. Actualmente es líder del extinto Club Chufa. Autor del webcómic algrito.com.

Iris García Cuevas (Acapulco, 1977). Divide su energía entre el periodismo, la literatura, la actuación y la docencia. Es autora del libro de cuentos Ojos que no ven, corazón desierto (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2009).

Luis Panini (Monterrey, 1978). Narrador y poeta. Textos suyos han aparecido en Luvina, Arquitrave, Metrópolis, [out of nothing], etc. Con Terrible anatómica (Conarte, 2009), su primer libro de cuentos, obtuvo el Premio Nuevo León de Literatura 2008. Fue incluido en Cuentos desde el Cerro de la Silla. Antología de narradores regiomontanos (Anagrama/UANL, 2010).

Alfonso López Corral (Navojoa, 1978). Publicó el libro La balada de los comunes en 2002. En 2005 ganó el concurso Alonso Vidal, en género de poesía, con Aires de Caín. Recientemente publicó La noche estaba afuera (2010) en la editorial Tres Perros. David Miklos (San Antonio, Texas, 1970). Vive en México desde entonces. Escritor y editor, es jefe de redacción de la revista de historia Istor. Su obra la compone una trilogía de novelas sobre el origen, todas publicadas bajo el sello de Tusquets: La piel muerta (2005), La gente extraña (2006) y La hermana falsa (2008). Es miembro de Sistema Nacional de Creadores de Arte en su emisión de 2007. Bruno Montané Krebs (Valparaíso, 1957). Ha publicado un libro de poesía: El maletín de Stevenson/El cielo de los topos, Ediciones El Aduanero, México D.F., 2002. Sidharta Ochoa (Tecate, 1984), narradora y ensayista, escribe en las revistas Sapiencia de la Universidad Autónoma Metropolitana, Espiral, Letras5, Generación, Homines y Shandy. Publica desde hace años en el blog www.angelesidharta.blogspot.com también desarrolla el proyecto de literatura Las Milagrosas (http://lasmilagrosas.blogspot. com). Actualmente estudia un posgrado por la UABC- UCLA. Carlos Mal Pacheco (Hermosillo, 1980). Es autor de los libros Juan Escutia (2000) y Un verano con Antonio Alatorre (2001), ambos 42

Jovana Papović (París, 1985). Vivió en Belgrado, Serbia, donde trabajó como directora de teatro. Es periodista cultural para el periódico El Correo de los Balcanes. http:// balkans.courriers.info/ Gabriel Rodríguez Liceaga (Ciudad de México, 1981). Publicó el libro de cuentos El demonio perfecto (BUAP 2008) y actualmente trabaja en su primer novela El siglo de las mujeres. Paola Tinoco (Ciudad de México, 1974), es socióloga y escritora. Representante de la editorial Anagrama en México, y directora de prensa y promoción de la distribuidora de editoriales españolas Colofón. Ha publicado cuentos, crónicas y entrevistas en Revista 1.9.2., Milenio, El Huevo, Replicante, Playboy, la Gaceta del FCE y escribe la columna “El cuaderno amargo” en la revista literaria por internet palabrasmalditas.com. Actualmente participa en el programa de radio Malasaña en Radio Ibero, y en radio por internet, Tripulación nocturna (www.radioefimera.com). Su libro de cuentos Oficios ejemplares se publicará este año en la editorial española Páginas de Espuma.

Andrei Vásquez (Oaxaca, 1982). Es diseñador gráfico, reseñista de libros y narrador. Su novela Los elefantes de Kilimanjaro (2009) resultó finalista en el segundo certamen Caza de Letras de la UNAM.


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No hay verdadera crueldad sino en la Idea. Hoy sabemos que cuando la Idea estĂĄ muerta, el verdugo tambiĂŠn muere. El siglo

Alain Badiou www.revistashandy.blogspot.com 44


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