Revista Surgente No. 12

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Surgente, Letras Informales Año V - Número 12 / mayo - agosto 2010 ISSN 1909-6895

ALCALDÍA MAYOR DE BOGOTÁ GOBIERNO, SEGURIDAD Y CONVIVENCIA Alcaldía Local de Usme Alcalde Mayor de Bogotá Samuel Moreno Rojas Alcalde Local de Usme Jhon Fredy Vargas Lozano Directora: Leidy Joana Díaz Ramos Editor: Rodolfo Celis Serrano Diseño y Diagramación: Malapata Cómic: Ramón Adrián Salinas Franco Ilustraciones: Juan Camilo Melo Gutiérrez Malapata Stink•sh Puro visaje Escritores Invitados: Jerson José Hernández Víctor Andrés Martínez Luisa Fernanda Bustos Margareth Liceth Arias Dania Amaya Pablo Andrés Castro Jaime Enrique Barragán Diana Nicoleta Diaconu Mario Andrés Cruz Luis Eduardo Casas Claudia Marcela Chaves Héctor Manuel Palacios Carlos Enrique Cartolano Gabriela Amar Javier Moyano Tico Poli Castro

Surgente, Letras Informales es una revista alternativa que tiene un tiraje de 1.000 ejemplares de libre distribución, por lo tanto, queda prohibida su comercialización. Las opiniones expresadas en cada artículo son responsabilidad de sus autores y no corresponden necesariamente con el pensamiento de la Revista. Se prohíbe la reproducción total o parcial del material publicado, sin el permiso expreso de sus autores. Contacto: www.surgente.com revistasurgente@yahoo.es

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Surgente es mi castor, roedor de conciencia algo me faltará cuando ya no esté. En prados de fresco verde me hace descansar junto a turbias aguas me conduce y confronta mi candidez cotidiana. Surgente me guía por camino intrincado Por amor de su palabra aunque pase por otro cuatrienio de tinieblas no temeré al pensamiento único porque está conmigo con su insurrecta polifonía. Su crítica y algarabía son mi seguridad democrática. Ella me prepara un banquete de voces ante la adversidad. Perfuma de oleo mi inteligencia y mi sabiduría rebosa con su palabra. Sí, dicha y gracia me envolverán en los días venideros y moraré en la casa de la surgencia por todo el curso de su lectura… It Za Quem

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Bogotá/Usme 2010


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T CARTA A UN SURGENTE-NAUTA Apreciado lector: Ahora, tiene en sus manos el más reciente número de esta díscola y pendenciera revista. Me gusta imaginar cómo ocurre el milagro, cuantas cosas han pasado para que el encuentro suceda en estas precisas coordenadas del tiempo y el espacio. Tal vez nos conocemos de otros días, es usted de los testigos de nuestra historia, de esa humanidad que ha observado desde una prudente distancia cómo se han multiplicado por cuatro años los peces de este proyecto editorial parido en Usme, en ese caso, me alegra que la sintonía se mantenga en la misma frecuencia, a pesar de todo. Pero, también imagino que es la primera vez que accede a este armatoste de papel y tinta, una publicación marginal y desconocida que un día toca su puerta. Las circunstancias previas pueden ser disímiles: un amigo que olvida su ejemplar en casa, un desconocido que nos la obsequia en el transporte urbano, un profesor que nos dice “léase esto”, cosa de por sí sospechosa, un pariente lejano que es publicado y quiere compartir su dicha de escritor visible con nosotros; en •n, las posibilidades escénicas se multiplican casi al in•nito; sin embargo, más allá de lo particular, existe esa emoción sincera y única del lector que descubre la novedad; puede ser un best-seller o la última novela del nuevo nobel; siempre el papel impreso nos da cuenta de un mundo al que no accedemos directamente a través de la experiencia vivencial; una ventana que se abre para contemplar el cosmos con los ojos de otros hombres que nunca seremos y que en su gesto de escribir, desde la soledad de su palabra, nos enlazan en su locura. Así, pues, sepa usted que este legajo de señales es la suma de muchas voces, de cartas escritas para otros, de opiniones a favor y en contra de la vida, de amores confesados y odios infernales, de pecadillos propios y egos ajenos editados, pero, en últimas, no es más que una mínima enciclopedia hecha con el sudor, la rabia y esa dosis de esperanza que desde siempre reposa en el fondo del cántaro de Pandora. Dejo entonces en sus manos, y por extensión en sus ojos, esta diversidad de palabras que juntas dan cuenta del territorio que nos tocó en suerte. Atte; El Editor

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Por: Jerson José Hernández lobojerson08@hotmail.com

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Luces del Camposanto, zona rural. 22 de abril de 1994 o me siento bien escribiendo cartas. Se supone que éste es el mejor medio para que una joven tímida comunique lo que piensa y, sin embargo, no me siento bien escribiendo cartas.

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Tú conoces la clase de cariño aberrante que siento por mi máquina de escribir: cuarenta y seis teclas, cuarenta y seis frías balas ya cargadas; el teclado que exige todo mi ser, mis diez dedos con las palmas que las contienen y mi único par de ojos para digitar correctamente. Cuando escribo (como hoy) en este aparato, temo porque no puedo cubrir mi pecho, mis brazos están abiertos y mis manos se encuentran ocupadas reproduciendo ese discordante y metálico sonido, producto de la eterna búsqueda de lo sucesivo: porque luego y no antes puede ir esta letra, porque la tilde se marca primero y no después. En una máquina de escribir no escribo: tecleo, es como si estuviera en una cantera o en un taller de herramientas, corriendo, buscando los signos que necesitan mis pensamientos para montarse en el bus de las palabras y salir a viajar por el mundo. En cambio, ¡ahhhhh!, cuando escribo con esfero me siento protegida, cálida; al contrario, cuando lo hago con mi puño y letra me siento desangrar, todo va saliendo. Y, aún así, escribo encorvada y en silencio, frente al teclado, al que siento que estoy traicionando.

Buscando los signos que necesitan mis pensamientos para montarse en el bus de las palabras y salir a viajar por el mundo La mayoría de veces, me molesta mi máquina de escribir y su eterno taca-taca, como guijarros lanzados al pozo de mi cabeza que agitan y revuelcan los lacrimógenos recuerdos de lo que se supone debo llamar infancia: tomo una hoja de papel, elegida al azar, sin importar lo joven o arrugada que esté, la escojo de un montón, al que sé no volverá. La pobrecita, dócil y temblorosa, ni siquiera grita del susto; y ahí, en silencio, la ato de pies y manos a los bretes que son prisión y son condena; una sonrisa aparece en mi rostro y entonces quisiera no tener uno, miro sin pestañear a la sentenciada, que de puro miedo ya se ha puesto toda blanca, y empiezo a fusilarla con mi canchera Remington Model Seven… y lo disfruto. Pero esta carta es diferente, es una carta que debo escribir como las viejas tareas para la escuela del pueblo o una sentencia a muerte en manos de un

comandante. Digamos que es una especie de charta matris, pues si no la escribo, es muy probable que mis ojos y esta vieja máquina se queden sin o•cio. Sé que estás enfermo amigo cartero, hijo de Hermes, esclavo del viento; que la •ebre tropical ha doblegado tu misión y que ahora estás tendido en tu cama, suave prisión. Tal vez no puedas leer demasiado sin empezar a sentir cansancio, pero eso no importa, igual sé que entiendes lo que dicen las cartas, mejor que la madame Léonie que vive en París y de quien me hablaste hace dos meses. Extraño tus pasos indecisos hollando la tierra baldía y buscando direcciones imprecisas, el crepitar de tus rodillas al impulsar la oxidada bicicleta, tu afónico silbato, tu andrajoso maletín y tus lentes bifocales que son el re!ejo de tu doble mirada: idealista y realista; binomio imposible que !oreció en tu corazón. Y así como tu mundo, visto desde dos matices, te ha jugado bromas certeras, así tus anteojos se burlan del traspié que haces al subir mal las escaleras. Recupérate pronto y que, mientras te queden días, no dejes, señor cartero, de venir a visitarme; pues contigo llega el olor de ciudad, de movimiento y civilización a mi pobre rancho del arrabal. Permíteme completar mi biblioteca por correspondencia, déjame enviarle mi “¡sí!” a Francisco: lo amo y me quiero casar con él; trae en tus alas la pensión del padre que nunca volvió de la guerra y no dejes de traerme las medicinas de mi vieja. Vuelve pronto a mirarme con tus ojos azules, como la estampilla argentina de diez centavos, y a besar mis cartas –romántico sello postal-; por favor no olvides traerme los calzoncitos que pedí por encargo, coqueto sobrecito de mi inocencia... Ahora que me acabo de •jar en la última frase que escribí, estoy segura que creerás que soy una interesada que sólo se preocupa por su bienestar y por tener a la mano lo que necesita para su sustento. Y es verdad, te necesito con la misma urgencia que el difunto griego a Caronte; eres tú quien llevas a mis sueños y palabras de paseo, para que miren de frente al sol y no se mueran del aburrimiento viviendo a mi lado. Ahora que siento verdaderamente probable que te vayas al encuentro con el barquero, debo confesarte algo: durante toda mi niñez me había sentido como uno más de los animales del monte, caminaba, hablaba y, sin embargo, no me sentía un ser humano completo, eso hasta que te conocí:. Gracias a ti ingresé al mundo de los símbolos, recuerdo que me enseñaste a leer con ¡Que viva la música! y los relatos de Allan Poe… sonrío entre sollozos al pensar que eres “mi madre simbólica” y te debo más que a nadie en el mundo. Recupérate pronto, te aseguro que Argos no volverá a morderte, por favor, vuelve pronto a trabajar, que la o•cina de correos de cartas va a estallar. Sinceramente, tú amiga Susana Quintero.

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sin remitente

Por: Víctor Andrés Martínez victorandresmartinezmartin@hotmail.com


(Metempsicosis, surrealismo y desconcierto)

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mmm, huele a ojos. Señora, buenas noches, ¿cómo le va?, espero que bien. Señora, hágame un favor, por pura casualidad, ¿usted no vende hamburguesas? Son las ocho horas, cuarenta y siete minutos y treinta y tres segundos. Pinnnnn. Son las ocho horas, cuarenta y siete minutos y cuarenta y tres segundos. Piiii, piiiii, piiiiiiii. Pita el man de la moto. Un turrón de panela anaranjada encima de un libro, de cuyo nombre sí quiero acordarme: Ulises de James Joyce. Un niño muy pequeño está dentro de la empanada. Café con leche. Tangas brasileras. Ana Karenina en la Nacho. Ponme atención. Los cronopios de mermelada juegan ajedrez. Máscaras. Muchas máscaras. Como cinco mil máscaras, exactamente, por un millón. El mierdero. Ctrl V. La mierdera. Los mierderitos. Próxima parada: Restrepo. Br. Br. Brrrr. Búscame Daniela.

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las puertas. El chicle. Ummm, huele a minifalda. Ojos verdes como la sangre. La gemela 1 me dice de una: “Joven, ¿me puede llevar en sus piernas?”, y yo le digo de una sola: “claro, como Clara”. Como coco. Compadre. Padre con. El recuerdo de la yema del huevo frito, frita mi cerebro. Las ruedas giran como tarros de hule. ¿Qué es hule? No sé qué es hule. Pero sé qué es “ole”. El joven alto, de cabello en rizos, me explicó lo que es surrealismo en la panadería de la esquina del barrio La Andrea. “Ole” es cuando los cachos del toro pasan rápido, como el “tren” Valencia, por la capa del torero. Flores. Aplausos. Y Ooooole. Venta de chicha. Lechona tolimense, bubalú. Ole. Ooole. Oooooooooole. Hablamos de cine. Compre aquí su mueble de segunda mano, como nuevo. Una paloma color verde "uorescente entra al bus como un pito. El ladrillo. Hace rato no hablamos de cine. El ejercicio se repitió en el parque de La marucha. ¿Te acuerdas? Compadre cómpreme un coco. El cronopio X le hace jaque al cronopio J. El bibliotecario cuáquero ronronea. Está bien, te voy a comprar los cinco cocos, pa´ que comas libros, pero no me vuelvas a decir que soy feo. Está bien, lindo. Satánica orquesta. Reza llorando. Lágrimas que sólo lloran los ángeles. No le digan a nadie. Que el secreto no salga de los duros, okey. El muchacho alto hizo las paces con el monito. Próxima parada: Quiroga. Escaleras altas y largas. En el barrio Las lomas vive Fernando. Pocillo (yo) amarillo (yo). Yoyo. Fluye sobre ellos con tus olas, tus ollas y tus nubes. Fernando es un amigo de mi mamá. El monito le pegó a la fabulación una cachetada. Se abren las puertas. Salen los topos.

8 Se abren las puertas. Salen los topos. ... Entran los topos. Entrar primero te deja

más posibilidades de encontrar una silla

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ntran los topos. En las naguas de la luna danza la luz de la noche a las seis de la mañana. Café con leche me quiero casar, con una señorita que sepa volar. Salen los topos. Cabuya negra. ¡Qué gritos! Las dos gemelas me miran al tiempo. En mi corbata vuelan del!nes con cuernos. La gemela 1 tiene nombre de Odilia. Mancornas de mango. La llanta de aguacate gira como un cuadrado. “Croac” dice el sapo. La pantalla del computador abre sus narices, destapa sus ojos, me hace mala cara y me saca la lengua. La gemela 2 tiene nombre de Berta. Bart Simpson, pequeñito como una pulga, corre con su patineta en mi dedo corazón, o sea, en mi uña. Homero escribió al alcalde de Spring•eld para disculparse por su gula. El reloj gira como una babucha de oro. Jueves. Pepino cohombro. Bum. Bum. Bum. El chicle va y viene lentamente en mi boca, como una marea de melcocha con sabor a cereza. Va y viene. Viene y va. Diente y baba. Bom, bom, bum. Cerveza. Bombombum. Mayo 27 de 2010. Próxima parada: Olaya. La bomba de gasolina vuela como un cocodrilo. La gemela 2 se baja.

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ntran los topos. Salen los topos. Señor pasajero, dejar salir primero es perder el puesto, si es que queda puesto. Como cortinas, se cierran

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ntran los topos. Entrar primero te deja más posibilidades de encontrar una silla. Shhh. Buf. Rptfg. Vidrios enmarañados de transparencia. Afuera, el señor vende coco. U#f. Una silla azul por favor. Una silla azul por favor. Compadre cómpreme un coco. El muchacho de uno con noventa era un ciné!lo bravo, bravo, bravo. Srpp. Se están acabando los caballeros en el mundo. Luciérnaga del bombillo. No pude ir el sábado a la cita de las cuatro de la mañana frente al Teatro Jorge Eliécer por culpa del trabajo. Caracoles negros. La gemela 1, sentada en mis piernas, me toca la mano muy suavemente. Semáforo en verde. Ecuaciones de historia. Compadre no compro coco, porque como


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poco coco como, poco coco compro. Gra•tis escritos en mi lengua. Está bien, le compro sus cinco cocos. Corre el rumor de que el candidato es un culo. ¡Uy, cómo se le ocurre, bestia! Tildes astrales des•lan en el brillo de mis zapatos. Señor, haga el favor y no me pise. Ábrase vieja roscona, churrona, empanadona, masatona y chorizona. Auxilio. Abran las ventanas. Saludes a Cami uno y a Cami dos. Experimento de iguanas. Todos estamos esperando ansiosamente. La ancianita se desmayó, auxilio, auxilio, la ancianita se desmayó. Yo les dije, una silla azul por favor, pero nadie quiso. Te quiero. Te odio. Si ve, por no darle la silla azul a la ancianita. Dingg. Dingg. Aló ¿Con quién? Hola Dorotea, un sombrero es una cachucha. Pura cháchara. Llamen una ambulancia, la viejita no vuelve en sí. Métanle una cuchara en la boca. Chito. Burros ahorcados, metafóricamente. ¡Qué horror! Llamen una ambulancia. Próxima parada: Calle 40 sur. Uy, qué miedo. Es un robo. No, no es un robo, es una mierda, es un pájaro sucio, es un robot. Salen los topos.

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ntran los topos. Una silla azul por favor, una silla azul por favor. Se colaron los chinos. Chinos güevones, jamás serán campeones. Se va a morir. Abran esa ventana. Loquitos, mejor una silla eléctrica, como las Prosas para leer en la silla eléctrica de Gonzalo Arango. Métanle una cuchara en la boca. Entrar primero o entrar detrás es lo mismo. Después del primero todos son últimos. Sapos cantan en el charco. Juan tiene cara de llamarse Luis. Que no me pise perro loco. Ya le dije que se abriera vieja roscona, churrona, rellenona, yogurtona, chichona. El cielo orina y la lluvia cae sobre la ciudad como una sombra de muerte. Semáforo en azul. Allá cada cual con su conciencia. Semáforo en negro. Arranquen. ¿Dónde estoy? Ojalá no se muera la viejita, ¡pobrecita, y como ya no quedan caballeros en este mundo que cedan una silla azul! Sonrió igualmente hacia todos lados. Jaque mate al peón. ¡Malditos, locos, embusteros! Eleva las manos. Caen los velos. ¡Oh #ores! Todos han robado un celular en el bus lleno. Una #otante tristeza reverberó en sus bellas facciones inde•nidas. Parangaricutirimicuaro. El chico de la bufanda demuestra unos 22 años, pero tiene 36. ¿Cuántos de los que vamos estarán mañana jugando parqués?

¿Cuántos de los que vamos van colados? ¿Cuántos de los que vamos ni siquiera van? El blog de la modelito me gustó. Hablaron seriamente de la seriedad de los burlones. Una campanilla verde como las venas de ella. La barba de Cami se parece a la de Silva. Le dejé su boca encima de la cama, recójala. Sangre en los tacos. Dios y el Diablo tomando chicha en el parque de Usme. La luna palpitaba. Para comunicarse con Gerencia marque 1, para comunicarse con Secretaría marque 2, para comunicarse con Admisiones marque 3, para comunicarse con Atención al cliente marque 4, para comunicarse con Quejas y Reclamos marque 5, para comunicarse con Servicios Generales marque 6, para comunicarse con Urgencias marque 116549*3216***. Tu. Tu. Tu. Tu. Tu. Lo sentimos, la Empresa de Telecomunicaciones de Santafé de Bogotá, le informa, que el número marcado, no ha sido instalado. Pu, pu, pu, pu. Viejo hijueputa, que no me pise. Hijueputa su madre. Silencio. No me sé la UPZ, carajo. Una silla azul. Una silla azul. ¿Nadie? Hombre le digo que mejor una silla eléctrica. Podrá no haber poetas en el mundo, pero siempre habrán ideas. Próxima parada: San–ta – lu–cia. ¿Santa o puta? Pinturas 1A. Burdel Sueños de fantasía. Buñuelos y avena blanca frente a la plazoleta. Compre aquí cisternas y lavamanos de segunda, como nuevos. El genio de la botella renunció a sus derechos. Bar Las amigas. Hotel Las gemelas. Baldosas de primera calidad, y le encimamos el acarreo.

¿Cuántos de los que vamos estarán mañana jugando parqués? ¿Cuántos de los que vamos van colados? ¿Cuántos de los que vamos ni siquiera van?

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alen los topos. Un poco más de oxígeno. Topos pendejos. La gemela 2 me da un beso en la mejilla. Era la gemela 1. Eso lo explicaron, creo, los juristas. Todos sonrieron sus tristezas. Los viejos campesinos tenían entonces pocos cachivaches. Ideas vienen y van. Aló, ¿con quién? Hola Dorotea, ¿otra vez usted?, no me joda carajo, ya le dije que un sombrero es una cachucha. Métalo a la cárcel. Suena una voz: “El doctor puede decirnos lo que signi•can esas palabras; no se puede comer y no cagar”. Debieron haberle metido la cuchara en la boca, así se hubiera salvado. Virgen santísima del agarradero, casi lo mata. Uyyy, qué miedo. Donde

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lo coja, lo deja ahí tirado. Uno pa´ no morirse no necesita sino tener cuidado y no hacerse levantar culamente de un carro. Leí todos los artículos de la revista Time y vi fotos en sepia. No su mercé, en ese caso no se indemniza a la familia del •nadito porque ahí está el puente de San Carlos; sólo es que el conductor le diga al juez que el man se le tiró, y que fue un suicidio y punto. Cada loco con su tema. Cada estrella con su cielo. Que quede en secreto. Amarillo–Azul–y–Rojo–los–colores–del–piojo. La gemela 2 me da un beso en la boca. La gemela 1. No sé. La gemela. Venus ha torcido sus labios en la plegaria. El terrorista salió por televisión. Apresurándome hacia su olor misterioso, desde la alegre silla azul, le toqué su mano. Yo, tú, él, ella, esto, eso, aquello, nosotros, vosotros y ellos, y ellas, por supuesto. ¡El drama es lo que importa! Próxima parada: Molinos. Puente de metal. Luego habló en alta voz el cabello de la rubia de piel canela y ojos anaranjados. Puerta.

acolchonadita. Alimentador F1456543 ¿Y la billetera? Auxilio, me robaron. La tilde cuenta. Nos tienen identi•cados, salió en el mural del periódico del barrio. La guerra fue dura. Nos tienen identi•cados. Torre de control, espías a la vista. Espías a la vista. Ojo al cine. Nos tienen identi•cados. Oh, oh, y ahora, quién podrá defenderme. Yo, el chapulín colorado. Yo doy un empate. Los enemigos enseñan mucho, nos hacen más fuertes. No olvides lo que he dicho. Las críticas sirven para fortalecernos. La gemela 2 me sacó la billetera. Señor, ayúdeme. No me joda. Fue la gemela 1, hombre. Señor policía, qué hago que me robaron. Hermano, llame a la policía. La tomba le resuelve ese problema. Señor policía, la pelea es escribiendo. Está bien. Llamemos a los tombos, porque quien no está libre de injusticia tiene derecho a lanzar el primer ladrillo. Llamemos a los tombos. O todos en la hamaca o todos en la alcantarilla, okey. Llamemos a los tombos. Tumbemos a los tombos. Para comunicarse con Gerencia marque 1, para comunicarse con Secretaría marque 2, para comunicarse con Admisiones marque 3, para comunicarse con Atención al cliente marque 4, para comunicarse con Quejas y Reclamos marque 5, para comunicarse con Servicios Generales marque 6, para comunicarse con Urgencias marque 11654984387454*3216****. Tu. Tu. Tu. Tu. Tu. Tu. Lo sentimos, la Empresa de Telecomunicaciones de Santafé de Bogotá, le informa, que el número marcado, no ha sido instalado. ¡Maldita sea!

Señor policía, qué hago que me robaron. Hermano, llame a la policía. La tomba le resuelve ese problema. Señor policía, la pelea es escribiendo

10 ... La gemela 2 me besó como nunca. Run, run, runnn.

¡Otra cárcel! La gemela 1. Uy, qué miedo. Leamos los astros. La pelea es escribiendo. Así me gusta. No lo mueva viejo conductor que acá ya no hay afán de llegar al trabajo. Acá a nadie le importa nada. Jugo de mesa. Nubes de palo. Juego de ping pong. Orgía de palabras. Cinco raquetazos míos y cinco raquetazos tuyos, okey, chico de uno con noventa. La picota. Un soldado. Dos soldados. Mil muertos. Un recluso. Dos reclusos. Mil hambrientos. Un soldado es un recluso, luego un recluso es un muerto, luego un soldado es un recluso, luego el ciudadano del sur es un muerto de hambre. ¡Uy, qué •losofías las del World Trade Center! Sagrada carta a nadie según el desorden. Los otros cuatro actos de ese drama cuelgan "ojamente del primero. La gemela 2 me tocó las piernas. Súbitamente pegó un salto y llegó de una zancada a sesenta y nueve kilómetros por día. Metempsicosis, surrealismo y desconcierto. Aló, ¿con quién? Hola Dorotea, que sí Dorotea, se lo juro por nuestro señor Jesucristo, que está sentado a la diestra de nuestro padre, que un sombrero es una cachucha. Métale una cuchara en la boca.

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ltima parada: Portal de Usme. La gemela 2 me da un último beso, me da su teléfono y, toda tierna, me dice: “Llámame papito, llámame”, y desaparece. Bajan los topos. En tránsito. Transitantes. Transitaciones. Transituaciones. Transimentiras. Transiultrajes. Transimáscaras. Trages con g. Me toco la nalga y me la siento toda

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asa. Puerta. Entro. Corre, Lola, corre. Zapatos mocasines. Mamá, me robaron la billetera, ¿y ahora? V de Vendetta. Uy, qué miedo. Plata. Hambre. Cansancio. Comida. Hoy. Noche. Carta. Escriba mijo. En el boxeo, los derechos de autor no importan. Importan tus respuestas. Tus anónimos. Tus seudónimos. Me gustan tus escritos. Guau, guau, guau. Auuu. Auuuuuu. Cuándo volvemos a echar pola. Las hermanitas Calle se pusieron las ropas de su primo mayor. Hijo mío, ahora vaya y compre algo de comer. Está bien, mamá. Ya voy. Señor tombo, dígame que yo no soy yo. Acuérdese. Compruébemelo, marica. Revise. Les llego la hora de escribir. Si mamá, está bien, cinco hamburguesas. —Señora, buenas noches, ¿cómo le va?, espero que bien. Señora, hágame un favor, por pura casualidad, ¿usted no vende hamburguesas?— —Sí, sí vendo— — ¿A cómo?— —A mil— — ¿A mil qué?— —A mil seiscientos— —Uy, qué miedo—


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CARTA DE LA REVENDEDORA

AMBULANTE Por: Luisa Fernanda Bustos lulu_b.d@hotmail.com

uenas tardes, damas y caballeros, viejos y jóvenes, niñas y niños, esclavos y desempleados. Qué pena que venga a incomodar y a decir mi verdad de esta forma tan ambulante. Solamente vengo a quitarles uno, dos, dos y medio o quizá tres minuticos de su despreciable tiempo. Agradezco, de antemano, al señor conductor por haberme permitido subir a este medio de transporte literario a rebuscar algunas palabras ambulantes, que puedan dejar huellas inolvidables en el baúl de vuestros más preciados recuerdos, y agradezco a las personas que de buen corazón y buena voluntad deseen dar crédito a ellas. Recíbalas, por favor, sin ninguna clase de compromiso.

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si es acertado el rumbo que está tomando el hombre, veri!que si todo lo que dicen los medios masivos de incomunicación es cierto. Despierte, que el mundo se está cayendo por moronas, acuérdese que también es suyo; comprenda que la tierra vive una coyuntura crucial en la medida en que está cambiando, y esa metamorfosis global también depende de usted y las decisiones que a usted se le antoje tomar; no olvide que su punto de vista y colocación ante el sistema es muy relevante; recuerde que la Pacha Mama da los alimentos como por arte de magia, pregúntese si es justo que la comida tenga precio, dígame si no le parece una grosería que le estemos poniendo precio a todo.

En el día de hoy les vengo ofreciendo un delicioso caramelo masticable, hecho a base de uvas pasas con queso, palabras certeras, re•exiones clichés, pero necesarias, que hay que repetir mil veces, y un discurso con el !n de que tomemos un poco más de conciencia, a un costo y valor de tan sólo doscientos pesos la unidad. Para su mayor economía lleve tres por quinientos, lea a Marx en las noches, mire si a su alrededor las cosas están bien, conozca la historia de su país o pregúntele a sus ancestros cómo era antes esta patria, evalúe su mundo, saque conclusiones, trate de comprender su entorno, tome una postura crítica desde su silla, piense su existencia, pregúntese

¿No cree que otros mundos son posibles? ¿No le parece un despilfarro perder la vida trabajando, como hormigas infecundas, y comprando bienes para competir con su prójimo? Dígase si no es injusto que exista el hambre y la miseria, cuando en Abastos los grandes expendedores queman la papa o tiran la leche en los ríos para poder elevar los precios y sacar mayor bene!cio económico. ¿Acaso no se da cuenta que lo están explotando como a un burro? Quítese la venda de una vez por todas, señor pasajero, recapacite, haga uso adecuado de las herramientas tecnológicas como la Internet, use un poquito su cerebro, busque empedernidamente medios alternativos de

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>Juan Camilo Melo


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comunicación; no le parece ignominioso ver a sus hermanos sufriendo por un pan en los buses frente a su nariz, siete por mil o quince por tan sólo dos mil pesitos, pero el servicio de Internet, a mi modo de ver, es muy caro.

algunos rasgos de las sociedades desarrolladas, pero en los campos todavía se vive como en el Siglo XV. La ignorancia es el opio del pueblo. Un pueblo analfabeta está expuesto a ser una masa maniquea envilecida por las garras depredadoras del capitalismo.

Señor usuario de la revista Surgente, permítame le explico la diferencia entre caro y costoso. Caro es cuando un artículo tiene un precio y valor de tan sólo mil pesitos hecho en gran cantidad (Fordismo), y se lo venden a usted y/o a sus hijos en tan sólo quinientos mil pesos, que cuestan un mes de arduo sacri!cio. Costoso es cuando el artículo cuesta mucho debido a la calidad de las materias primas con las cuales fue fabricado. Téngalo en cuenta, señor pasajero, échele ojo a todo, sea perspicaz y no se deje meter gato por liebre. Las sociedades de consumo buscan compradores compulsivos que paguen hasta mil veces por el costo de producción de los bienes de servicio. Y este mercado capitalista–loco tiene como !nalidad estafar al comprador. Rebélese, sea inteligente. Fórmese. Instrúyase. Aprenda nuevas cosas. Preocúpese por entender el funcionamiento del mundo. Intente ser recursivo. No pase entero. Tenga criterio propio.

Qué pena que siga incomodando uno, dos, dos y medio o quizá tres minuticos de su despreciable tiempo. Pero el tiempo es un recurso no renovable muy importante. Y si todos tuvieran la oportunidad de vincularse al mercado laboral, Colombia crecería económicamente y su desarrollo podría estar a la par de las naciones del primer mundo. Pero no, Colombia ante el sistema –económicamente hablando– no representa mucho. Aunque muchos crean que Uribe es Dios, no es así. Colombia no tiene mucho qué decir, ni es relevante en este mundo globalizado. Y lo más triste es que tenemos los instrumentos para ser uno de los países más destacados del planeta. Mire usted a Japón, un país tan pequeño, pero tan poderoso. Considero que es necesario y urgente (surgente) repensarnos como patria, y empezar a construir, desde el tejido social, imaginarios que le apunten a un mundo nuevo y a una vida más digna. No es justo que unos pocos violentos expulsen de sus tierras a los campesinos, si ellos son los guardianes de la Tierra, ellos aman a la Pacha Mama con el trabajo de sus manos, y me parece una canallada que los saquen de sus parcelas y los obliguen a sentarse en un puente a pedir limosna. Me pregunto ¿Cómo es posible que un país con dos mares, con recursos minerales, con tanta biodiversidad, con selvas riquísimas, con las mayores reservas de agua en el mundo, con una climatología tan exquisita, con una gente tan noble, con páramos que son como piedras preciosas y una cultura tan cameladora, sea un país pobre? No lo tolero. No es coherente que un país que es, como dice en la propaganda del Canal 11, potencia por naturaleza, esté inmerso en la más infausta y adversa miseria. Me parece imprescindible que empecemos a tomar conciencia de quiénes somos y para dónde vamos.

La ignorancia es el opio del pueblo. Un pueblo analfabeta está expuesto a ser una masa maniquea envilecida por las garras depredadoras del capitalismo

Me disculparán aquellas personas que venían dialogando, durmiendo, pensando en banalidades, creyendo que esto se va a arreglar como por arte de magia, digiriendo cínicamente todo lo que dicen por televisión, meditando o pensando en cómo van a pagar el arriendo. Soy una estudiante de cuarto semestre de economía. No soy desplazada, pero la guerra me duele en las venas. No estoy de acuerdo en la forma vil en que nuestros campesinos se matan unos a otros. Tengo la esperanza de que no se siga derramando la sangre impúdicamente. Disiento de las ideas que pretenden abrir más la brecha entre pobres y ricos. Creo que tenemos las herramientas para construir Surgencia, Dignidad y Libertad. Considero que otro mundo es posible. Me asustan las cifras de desaparición forzada, falsos posicionamientos, desempleo e in"ación; y me produce terror pensar en la cantidad de dinero que se invierte en la guerra. Me preocupa la forma mezquina en que los pueblos siguen los mandatos de los falsos profetas que exprimen el mundo. Me asombra la tiranía que el pueblo aprueba y bebe. Soy de las que cree que si el dinero de las balas se destinara a la inversión social y a la regeneración del pueblo, las condiciones de Dignidad llegarían hasta el último rincón de Colombia. Comprendo que la avaricia ciega a los hombres, pero sé que un pueblo culto y letrado sería inmune a la opresión. Entiendo que nuestro país es aquejado por un capitalismo deformado, es decir, en las ciudades existen

No soy madre cabeza de familia, ni pienso serlo, todavía. Una debe parir hijos después de los treinta, cuando haya madurez y dinero. Damas y caballeros, que pena la molestia, pero me parece que el salario mínimo legal de Colombia es una humillación que no deberíamos seguir aceptando. Ya no es necesaria la violencia para hacernos sentir. Existen opciones de resistencia como la simple negación a los "agelos que nos perturban. No puedo ser indiferente al dolor del prójimo. La patria me duele en todo el cuerpo. Me incomoda pertenecer a un país donde, como multitudes infernales, naufragan los mendigos por las calles, los puentes y los buses. Señor pasajero, haga algo, por favor.

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Yo no quiero ponerme ropas exageradas, ni maquillajes que alejen la esencia de mĂ­ 14 ...

>Juan Camilo Melo

Por: Margarteh Liceth Arias margarethapo@yahoo.com


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Bogotá, 22 de mayo de 2010 Asunto: Emocionada

Amigo Patrick:

L

a luz brilla en tu ausencia. ¡Qué tiempos los que vivimos… precisamente hoy, hace veintidós años!

Aún lo recuerdo, como si fuera ayer: yo le decía a mamá que no me gustaban los payasos, que me parecían pesados en su necesidad de hacer reír a las personas, ridículos con tanta ropa y colores encima; en •n, que acabarían fortaleciendo mi rechazo desde que descubrí que en sus ratos libres promocionaban ¡almuerzos! Bueno, no tiene nada de malo, pero un niño que los admire seguramente se desilusionará, es ridículo, pero desde mi ignorancia sólo podía criticarlos. Esta fue la manera en que entraron estos personajes en mi infancia. ¿Qué te parece?, terminé teniendo de mejor amigo a un payaso, y no sólo eso, un payaso que manaba lágrimas de cocodrilo. Tú estabas ahí sentado con una botella de whisky, justo antes de salir al escenario; te juro que pensé que a lo mejor se trataba de una clase de ritual para la buena suerte o algo parecido (je je je). “La curiosidad mató al gato”. Una máquina de palomitas de maíz que me encontré al venir del baño, fue lo que me llevó a encontrARTE; Claro que… no he visto ningún gato que haya muerto por chismoso, ¿y tú? Me tienes que contar qué pasó con esa mujer que te tenía tan mal. El maquillaje que dibujaba un alma alegre, vigorosa, destrozado por el desamor. En la última carta que me enviaste (como en las otras) no me contaste qué haces ahora, sólo dices que pronto llegará nuestro reencuentro. Yo espero con mucho anhelo aquel momento. Ahora, no puedo olvidar el sonido con el que me entretenías cada vez que pasaba por el circo, durante muchos años, el mismo que me atrapó el día que te conocí. Mi apreciado Patrick, te convertiste en mi camarada, ahí está: la ironía de la vida, ¡qué tal! por eso me dolió tanto cuando te fuiste sin despedirte. Me imagino lo que estás pensando: “otra vez con eso”. Me agradan tus palabras, sabes… me enseñas cada vez que me escribes algo, ¿Cómo es que no puedes creer que ahora me dedique a estudiar clown? Entreno mi personaje todos los días, pero me gustaría ser más sencilla con el vestuario, yo no quiero ponerme ropas exageradas, ni maquillajes que alejen la esencia de mí. Nada de eso, si hay dolor quisiera transformarlo de una forma sutil para llegar hasta el púbico de manera jocosa, sentirme libre, entregada en la escena, y no como tú me decías: “mi trabajo es divertir a las personas, escondiéndome detrás de todo esa pintura que caracteriza a un payaso”.

Me preguntaste que si ya me había enamorado: la verdad es que no, aunque tengo pretendientes intensos, “creo que no se aburren conmigo”, pero yo sí; además me divierto mucho más con las mujeres, me la paso con Consuelito, ¿la recuerdas?, te la he nombrado una, dos o tres veces, estudia teatro, así que trabajamos juntas en un proyecto del cual ahora no te puedo contar nada. Ay, casi lo olvidaba, saludes de nuestro amigo Mati, siempre me pregunta por ti. Él continúa haciendo sus terapias con el psicólogo Francisco Montes de Oca, famoso en el barrio, tú lo conociste. En realidad, no me gusta acompañarlo, lo hace mi hermano; y yo que decía que aspiraba ser psicóloga cuando grande, menos mal te conocí, si no, estaría diciendo más cosas de las que podría inventar, con esa esta mente mía ¡humm…! ¡Si ni siquiera puedo dormir bien! Tengo que confesarte que hoy llegué corriendo al cuarto a escribir esta carta, estoy muy emocionada. Iba en el Trasmilenio, cuando el semáforo en rojo me permitió reconocer tu rostro desde la lejanía, interpretabas la armónica, con un aspecto diferente al último que recuerdo, los colores se opacaron en tu vestimenta, pero te ves como un viejito interesante. La hermosura que sobresalía desde tu alma y terminaba en esas notas tan profundas que alcanzaba a escuchar. Ahora me voy. Han llegado todos a la casa y no me gusta porque no puedo escribir tranquila, pero antes debo agradecerte por la música que me enviaste: Emir Kusturica… ¡U!f, de seguro que me servirá" Espero encontrarte de este sábado en quince días. Déjame, por favor, acompañarte; tú con la armónica y yo con el charango, tal vez ahora sí te reciba un traguito, por si no recuerdas me lo ofreciste cuando tenía ocho años ¡payaso al •n" No te ofendas amigo mío, algún día tenías que saber que eso no está bien. Cada vez que recuerdo algo, me dan ganas de escribirte hasta el cansancio, pero, ya debes estar cansado, no te molesto más. Soy muy mala con las palabras, así que nos comunicaremos con la música. Hasta pronto, querido amigo mío, me despido esperando que la próxima vez que nos veámos celebremos por la magia, por el amor, por el dolor, por la locura que en ti se despide y a mí llega. Un enorme abrazo de colores con sabor a chocolate ¿o a whisky? Tu querida y •el seguidora, MARGY.

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Bogotá/Usme 2010

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Lineas escritas antes de partir Aprendí de este espacio que llenó un cajón de mi memoria y aprendí de tus palabras que dejaron en mí una huella imborrable.

Por: Dania Amaya danimigoez@yahoo.com


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Querido amigo: engo mi vida resumida en dieciséis cajas contadas, de diferentes tamaños, algunas con un letrero que advierte el cuidado que debe tenerse en el momento en que sean removidas del lugar donde se encuentran. No estuviste en el momento de mi partida, sin embargo, los dos sabemos que hace algunos años este mismo paisaje habría sido diferente: menos numeroso en cuanto al número de cajas y su contenido en peso de•nitivamente más liviano.

sean más afortunadas que algunas que te enumero a continuación, detectadas en la cocina, luego de hacer una ligera observación:

Me es necesario escribirte porque la presencia de tu amistad resulta importante en los puntos cardinales que, poco a poco, se trazan en el plano de mi memoria; y como la idea no es ponerse trascendental y mucho menos zalamero, gesto que sé, ahora que algo más te conozco, en demasía te molesta.

Ahora, que si se trata de aquellas cosas contigo aprendidas te las diré: algunas recetas mutuas, ¿lo recuerdas?: brócoli ahumado y zanahoria en tiras largas -frita-, aunque debo confesar que las lentejas nunca me han quedado tan bien como las tuyas. Aprendí de tu música, la necesidad del periódico los domingos, aprendí de tus clases de historia que caían muy bien en la tarde, de las palabras en alemán que en ocasiones te pedí que pronunciaras, de tu sincero radicalismo, del rigor de tu estudio y del exhaustivo orden de tus movimientos; aprendí de este espacio que llenó un cajón de mi memoria, y aprendí de tus palabras que dejaron en mí una huella imborrable.

T

No ha pasado mucho tiempo desde que la idea empezó a rondar en nuestras cabezas, cuando todo parecía más fácil, más simple, más libre; cuando hablábamos de cosas sencillas, de películas, de gente. Compartir una casa constituyó entonces un proyecto importante para los tres: tú, mi hermano y yo, que buscábamos una convivencia distinta, más propia y grata. Conformamos así la tripulación de esta casa de portón blanco, en la mitad de una cuadra, en una localidad distante, lo recuerdo exactamente, llegamos una tarde, era 18 de mayo. Hoy, en la medida en que armo estas cajas y busco espacios para ubicar los objetos, no dejo de pensar que esta casa se parece a la vida, y que el sentido de una vivienda lo otorgan las personas que habitan en ella, el mundo que crean para sí, para tener un lugar dónde situar sus sueños, sus deseos, las angustias, la cotidianidad, una vela encendida, el a!che de una imagen que nos gusta. Las personas somos el alma de las casas, el espíritu de las paredes de ladrillo y cemento o, si se pre!ere, los seres humanos somos construcciones ambulantes vestidas de diferentes formas y costumbres; por eso las prendas de los seres que amamos y que ya no se encuentran con nosotros albergan el fantasma de su existencia. Habitamos esta casa que es sólo una de las tantas que componen un cajón de la cuadra. Ahora que mi cuarto poco a poco comienza a vaciarse, a despojarse de cuanto perendengue he puesto en él, me pregunto quién más vendrá a habitarlo, a vestirlo de nuevo con esperanzas, colores, amores y palabras. No olvides eso de que somos construcciones ambulantes, porque creo que esculpimos a fuerza de paciencia en las vidas de los otros. Ignoro si he dejado huellas en ti, espero que sí, y espero que

* Un colador roto. * Un mezclador plástico ligeramente quemado. * Un pocillo roto repuesto. * Una lámina de corcho para poner los pendientes. * Un dibujo a lápiz, un poco abstracto, al lado de la escalera.

Sé que fueron difíciles algunos momentos y que tuvimos que esforzarnos, en ocasiones, para entendernos; pues, aunque compartimos el mismo barrio de niños y luego el mismo techo juntos; aunque hemos sido, somos, y seremos amigos; nuestras formas de proceder son harto distintas, una verdadera fortuna, pues con uno de nosotros es más que su!ciente en este mundo. Sé que hubo molestias, incomodidades, sin embargo, mi querido amigo, creo que esa es la exigencia del aprendizaje, en el que, en ocasiones, experimentamos tragos amargos, para lograr entender a dónde deben dirigirse nuestros pasos, y los caminos para lograr convivir juntos. Sé que hubo también muchos momentos felices en los que reímos juntos, caminamos juntos, compartimos los amigos, bailamos, fumamos, reímos, lloré. Esta noche dejaré la tripulación de este navío de puertas blancas, yo misma soy ahora una construcción ambulante que guarda tu amistad en el lugar de los objetos invaluables. Son las 8:30 y no tardará en llegar el camión para recoger estas torres de cartón, que aguardan silenciosas en la puerta, dejo en tu cuarto el cuadro azul que tanto te prometí, estas líneas que escribo antes de partir, y un mapa con las coordenadas exactas para que puedas encontrarme. Besos. Tu amiga, Irene

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Por: Pablo Andrés Castro umitakol@gmail.com

Quejas y reclamos

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Bogotá, mayo 25 de 2010.

“Jóvenes” de Usme: es escribo como un incómodo imprudente que ha visto y sigue viendo sus ilusiones en remojo, pero les hablo como alguien que puede estar a la altura de sus quejas. Mi juventud, como la de ustedes, se desdibuja en un panorama de caminos ya resueltos, de oportunidades limitadas y decisiones que marcan y pesan, sin que necesariamente exista algo así como una libertad de elección. La mucha televisión nos ha vendido la idea de que la juventud es el momento más pleno de la vida, y estos días en los que tenemos que vagar parecen estar para indicarnos lo contrario. ¿Qué sueños podemos tener más allá de los senderos sin bifurcaciones que nos conducen de la impávida infancia a la “correcta” madurez, y luego a una certera putrefacción?

L

¿Y en las noches? Los billares y la cerveza los reciben. Los bares de la calle 86 en Yomasa, o cualquier otra cantina, se abren para que allí pierdan la noción de que hay que tomar responsabilidades. La oscuridad les da la bienvenida, y los estereotipos de aquellos que ya han enterrado sus juventudes les entregan las patecabras o las pistolas con las cuales recorrerán las calles en busca del daño y del dinero, cuidando siempre de no lastimar a los conocidos vecinos.

Sus rincones secretos, ¿qué libertades les ofrecen? Frente a la misma biblioteca de La Marichuela les veo indistintamente con sus patinetas o sus cajas de vino. En los “miradores” de la Boyacá –esos montículos de tierra frente a las casas-alcancía, llenos de basura y que muestran Las veo y los veo: recorriendo una excelente panorámica de las calles de mañana hacia Doña Juana y el Cerro de las tres los colegios, en los que les cruces–, les encuentro armando y son embutidas nociones sin desvaneciendo los cigarros con los importancia, mientras les extraen que tratan de ayudarse en la labor sus muchas fuerzas con las de suspender el paso del tiempo. ingenuas frases de “hay-que-serEn cruces de calles, en morros alguien-en-la-vida” o “el-mundode tierra, en cualquiera de sus es-así”; y quién sabe cuántas casas: siempre barajando opciones, otras más. Puedo encontrarles andaregueando hacia jugando a las modas, esperando tener el dinero para un el mediodía o al atardecer, ubicando las máquinas nuevo teléfono celular o para el último aparato que sale de lucecitas y músicas exasperantes en las que, por al mercado. obra de una o muchas monedas, les es posible evadir la responsabilidad de olvidar el sin-sentido de las Tras las puertas en las que se encierran a dormir, cosas que es necesario hacer. Les encuentro en los ¿qué seguridad les queda? Padres y madres que abusan café-internet chateando en busca de alguien que, tras de sus cuerpos, que les instan a buscar dinero, que compartir la soledad, pueda brindar las respuestas o se burlan de sus sueños y tratan de establecerles un entretenciones a esa espera que son sus vidas. Cuando sendero que llaman “recto” y “necesario”; tal vez porque no, les veo jugar con sus siempre cambiantes balones, o a ellos, sus progenitores los acostumbraron sólo a eso. como espectadores que tratan de disimular el sinsabor Afuera, en las calles, de esa seguridad es mejor no hablar de la existencia. La biblioteca de La Marichuela les mucho: peligrosos se vuelven los senderos luego de las acoge y les abandona a su suerte, con la mirada nueve, por sus propias manos o por las de aquellos que, atenta porque ustedes quién sabe qué puedan robar en busca de establecer y mantener un “orden”, se hacen o destruir. agentes de la desgracia.

En cruces de calles, en morros de tierra, en cualquiera de sus casas: siempre barajando opciones, jugando a las modas, esperando tener el dinero ...

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Sus vidas se mueven bajo una cruenta y concreta directriz: hay que formar obreros sin sueños, ni expectativas. Sólo les quedan los caminos del peligro y de la muerte en las “vidas fáciles”, los del silencio resignado que conlleva a buscar un trabajo en el que serán siempre infelices, los del remedo de catarsis, en vista de que el placer de la vida es una ilusión desdibujada tras las verdaderas circunstancias de su existir. Sus satisfacciones, esos espasmos de libertad que se salen de lo establecido, siempre serán castigadas. Lo sabes tú quien busca en el baile y los “aditamentos” de las !estas una dilatación de la espera, lo sabes tú quien en el goce del sexo ve engendrarse lo que los rigores de la moral y la religión te harán lamentar, lo sabes tú quien camina hacia el mismo destino que has heredado de tus padres.

Más allá de sus desgracias, de sus senderos sin salida, de sus destinos heredados, hay algo que no puede medirse por días o sucesos 20 ...

No importa cuánto traten de comprender: ésa es la realidad, no la que les espera, ni la que les tienen atesorada, sino la que viven con cada una de sus frustraciones y de sus intentos de evasión. Irán a las universidades, escalarán posiciones en sus trabajos, hallarán la añorada estabilidad que sus padres no consiguieron o que desearon tener en sus infancias. Sin embargo, en algún momento notarán que, para alcanzar todo eso, tendrán que dejar atrás muchos ímpetus, muchos sueños; se verán obligados, como yo, a escribir cartas de este tipo, a mandar mensajes al universo o a un cúmulo de ciudad, para que se sepa cómo han muerto sus juventudes y cómo se les da sepultura. A pesar de ello, no será necesario temer. Las acciones de la vida podrán conducirles a un punto de lo que calculadoramente se llama “madurez”, pero algo, dentro de cada uno, le impide perecer a ese espíritu que espontáneamente se va sintiendo con el avance de las ensoñaciones y los efímeros placeres. La juventud, sin duda, es un inventado momento que abarca ciertos años y ciertas actitudes que el mundo siempre pide abandonar. Lo saben ustedes con sólo hurgar en las huellas que los días han dejado en sus almas, lo saben con sólo recordar la palabra infancia. Más, el espíritu que se engendra en esta edad –que algunos como yo han visto perecer y cubrirse de tierra en un cementerio de cotidianidad–, resulta necesario para poder escapar de las simples labores de autómata: son el aire de vitalidad que nuestras libertades necesitan para poder seguir latiendo.

propia juventud en esta sociedad; no ha ocurrido por tomar, lo que una madre llamaría, un “mal-camino”, sino por culpa de las dinámicas que a diario se me han exigido: hacer todo a un tiempo, en un lugar, con cierto tipo de comportamiento, con limitadas opciones. No poder encauzar las iniciativas del espíritu en busca de algún vuelo que lo conduzca a un instante de plenitud, siempre tener que atender a las exigencias de una familia, de una sociedad, de un modelo productivo que se burlará de ti en el primer instante que intentes salirte de los engranajes en que has nacido. He visto cómo mis impetuosos movimientos se ven reducidos por las paredes que me con!nan y que, sin importar cuántas veces intente derribarlas, terminan ganando más fuerza con cada nueva lucha que inicio. Aunque, también con!eso que este pesimismo con el cual les hablo lo llevo en mi pecho, no como una reliquia o un condicionante para acelerar mi frustración y encausarme a un sendero sin retorno; lo llevo como un veneno para mi condición previa, la misma que veo en muchos de ustedes, quienes buscan una oportunidad de pasar el tiempo de una forma tal que no les quepa un poco de arrepentimiento. Mi desengaño, este saber que mi vida se hallaba limitada por una serie de contadas variables, ha sido la oportunidad para que en mí se geste un nuevo ímpetu, uno de revuelta que viene a decirme que bajo el cascarón de obrero con el cual este mundo me recubre, reside un espíritu que no ha de morir, a pesar de que la putrefacción parezca estar cercando mi camino. Por ello, más allá de sus desgracias, de sus senderos sin salida, de sus destinos heredados, hay algo que no puede medirse por días o sucesos, como nos han hecho creer que se miden las supuestas “edades de la vida”. A tal espíritu hay que aferrarse, para conservar íntegro el Yo que muchos quieren desvanecer en una densa nube de masa uniforme que bene!cia ciertos intereses. En él reside nuestra esperanza y la de los que, temporalmente, nos habrán de seguir. Y también lo veo a él entre ustedes: veo la energía del ímpetu cuando se estremecen al sonido de una música, cuando implantan una imagen en alguna pared, cuando sus palabras se llenan de un mensaje que tal vez nadie quiere escuchar, cuando sus vidas se levantan recias contra los vientos que los conducen a las cascadas de la inmovilidad preestablecida. Soñar podrá costar muy caro, pero el placer de hacer enloquecer y de escandalizar a quienes esperan que no lo hagamos, es algo que ni el !lo de la cansada espera puede quitarnos con todas sus fuerzas. Con la espera(nza) de que aquel espíritu pueda llamear tan alta e insoportablemente como en mí, me despido. Con aprecio, Pablo Andrés Castro.

Les con!eso haber extraviado el sendero de mi


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Para R, J, L, M y N: oscuridad compartida

Por: Jaime Enrique Barragán Antonio calvo2rata@yahoo.com

SALTO DESDE SEPTIEMBRE Jump / Intro alto de nuevo al escenario, con los últimos sucesos en tierras usmekistanas. Todo regresa y se hace palpable, como un juego en el que se sigue girando en torno a sí mismo, en torno a otros y otras que se suman y se mezclan, que se mani•estan en medio del repertorio que uno cree ser. Las lágrimas y la cerveza se fusionan, se hacen mixtura clarividente que permite caer en cuenta de historias, momentos, personas y sensaciones que se quedaron adormiladas en la memoria, pero que a fuerza de vivir terminan por hacerse presentes en cada instante.

S

La nostalgia, bendición y veneno, se aproxima y hace temblar a la seguridad tramposa que amenaza con congelarlo todo. Salto al vacío de sí mismo, salto a la experiencia atiborrada de afecto. Retomo ahora una serie de reencuentros pasados y presentes, y a su vez casi atemporales. Encuentros que ahora me hacen temblar, explotar como supernova. Ser testigo de cómo el cuerpo se estremece cuando un recuerdo trae otros recuerdos anudados, cuando el recuerdo se llena de caricias: despedidas y bienvenidas. Llegar y partir son sólo dos lados de un mismo viaje, el tren que llega, es el mismo tren de la ida. La hora del encuentro es también despedida… escuchando a Mercedes Sosa, mucho antes de que muriera.


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>Juan Camilo Melo


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La metáfora del salto Hace unos días (ahora hace un año) fui testigo de los saltos de L, una joven deportista que se desempeña en el salto con pértiga. Cierta tensión acompañada de silencio aparecía mientras jugaba a ser testigo inmóvil de las hazañas de un cuerpo, de su cuerpo. Pensaba en la vida como una serie continua de saltos, me preguntaba si esta pu puede ser comparada con la velocidad, la fuerza y la técnica que se requieren para realizar semejante mp proeza, correr con la garrocha, llegar al punto exacto y dejarse llevar, hacer del cuerpo otra cosa, vencerlo. Un recorrido que va desde des la tensión y la expectativa hasta el miedo previo a la decisión, fuerza que se acumula para terminar en la entrega de sí mismo, a la incertidumbre del salto y, luego, de la caída. Saltar y conquistar en el viento para luego caer suavemente. Saltar cada vez más alto en una prueba que se asemeja a la serie de retos que suelen acompañar el o!cio de existir.

Recuerdo, e entonces, cuando quise hacer el último salto: a la oscuridad oscuridad, al •n, pero no usé los instrum instrumentos adecuados, en realidad quería seguir.

Entonces el deporte se hace metáfora, símil que cuestiona cierta modorra que se inserta en lo cotidiano. Saltar, pasar un límite, una barrera. Imagino mi vida como un salto, como una serie de brincos en los que unas veces se aterriza de manera adecuada y otras no. Girar en el aire y luego caer de pie, una especie de gimnasia cotidian cotidiana, saltar y luego caer sin reventarse las plantas, o mejor, disimulando el dolor, precio volar a ratos: una especie de terquedad que acompaña los momentos del vuelo - a pesar de que se paga por vola todo hay que saltar-, sentir que el corazón palpita, que está vivo. Saltar y tocar la eternidad en el momento de suspensión. Si uno un es capaz de saltar y detener el tiempo aún hay esperanza, me lo repito, trato de convencerme. Me veo saltando, sintiéndome; la vida como una serie de actos de riesgo, que acarrean caídas y golpes, dolor, despe despedidas y reencuentros; cada vez me alejo más de lo que creo ser. Saltos como mutaciones, no se vuelve a ser el mismo, torpe nostalgia de perseguir lo que queda atrás. Salto, opuesto a la inmovilidad y mi al congelamiento; me resisto y salto, escapo, corro a lanzarme, todo es incierto, ¿en qué lugar aterrizaré? Saltos en serie, de septiembre en septiembre. Las personas, preanuncios y preencuentros Tan delicada la voz que susurra el ayer, toda fragilidad (…) Septiembre vuela sobre el corazón y de hojas secas viste nuestro hogar septiembre nunca me abandonará… Presuntos Implicados / “En el Pan y la Sal” Septiembre me acompaña, se resiste a dejarme, me trae la fortuna de los reencuentros y el dolor de las ac despedidas. De septiembre en septiembre saltando sin parar, de persona en persona, de recuerdo en recuerdo. septi Septiembre, el mes de d los saltos, me toma por sorpresa una vez más. Torpe memoria que desentume la carne y los huesos. Septiembre Septiemb para hacerse frágil, para llorar y reír, para sentir que el tiempo no ha pasado, para ilusionarse mientras el cuerpo cambia. Aquí no hay otoño, no existen las estaciones, pero el cuerpo parece no saberlo, he nacido anciano de antemano y, a la vez, soy como un niño: intenso y melancólico, dispuesto a silenc ceder, narciso, silencioso y escandaloso, inmaduro y tan serio, estoy tremendamente viejo y soy tan infantil. Pero, a pesar de todo, me gusta saltar, una especie de masoquismo y de renuncia me acompaña. Prichok(s) en septiembre que anuncian la distancia, lo fugaz: caídas que retumban en mi carne, que recuerdan la fragilidad anunc de mis huesos, los golpes: patadas y puños. Salto, salto y no me golpean, salto y me escapo, siempre me ando gol escapando, sobrevivo como un cobarde, no compito, no peleo, sólo huyo. Salto del hombre que no he querido ser al hombre que ahora soy; salto del niño al que no quiero regresar hasta el presente, sin embargo, con ah resignación aprendo que no hay escape. Salto de la alegría al vacío: cada salto es una oportunidad. Recuerdo, qui hacer el último salto: a la oscuridad, al !n, pero no usé los instrumentos adecuados, entonces, cuando quise seg en realidad quería seguir. La culminación del salto es un instante de la muerte, pero a pesar del desapego cada cada vez me aferro más, m el temor me inunda, sé que dejo la pértiga a un lado, pero en el fondo siempre espero contar más. Salto del dolor al placer, del alcoholismo a la abstemia, del silencio al bullicio cont co ntar con una oportunidad nt oport y, entonces, exploto para luego volver a congelarme en un ciclo de muerte y resurrección hecho caricatura. p Saltos de muerte La muerte aparece, se multiplica haciendo su show -su performance, para estar a la moda-, me hago el pendejo. Salta por encima de mi cabeza y se acerca despacio, pero la ignoro, salta suavemente, pero no quiero competir, al diablo el deporte y la competencia, se acabó esta metáfora, este símil, esta mierda. Fracaso es lo que asoma en los replet de paciencia y de apariencia. Ya vienen los verdugos con su sonrisa de oreja a oreja, ya vienen rincones, fracaso repleto

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a abrazarme para torcerme el cuello, para corregirme, hermoso amor de familia ¿qué quieres enderezar si nada está torcido? Hijueputas todos, ya les tengo miedo, pero soy invisible, invisible y pesado como una roca, y puedo ser cruel y déspota, puedo incendiarlo todo. Salto fuera de aquí. Salto para no volver. De nuevo a mi escondite.

Un nuevo salto, tal vez un vacío. Abandono el texto para dedicarme a observar, leo a otros y otras que empiezan a aparecer en la Surgente. Observar, recuperar la lentitud. Me siento feliz por la revista y por los nuevos escritores-observadores, cierta candidez se asoma y, a su vez, se destila veneno de forma inesperada. Surgente lleva luto y dolores acumulados, convertidos en silenciosas protestas, en pequeños rituales para la reparación, Surgente muestra heridas disimuladas por lo cotidiano y golpea mi silencio. ¿Qué es lo qué pasa, por qué termino llorando, emocionado? La Dance Neoñera

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De tanto danzar en estas tierras me he vuelto exótico y llamativo, el ego se sube y los “humos” también, aunque luego se evaporan. Dejé atrás la ilusión de un rencuentro con ciertas personas de mi familia para regresar a Usmekistán, ya que al parecer no todos digieren mis “exóticas” posturas y comportamientos. Los espanté y creo que, a !n de cuentas, disfruté al hacerlo, ¡fuera todos" A la verga público mentiroso que ahora quiero bailar solo, girar y brincar, llorar con unas cuantas rancheras y cometer nuevos errores, nuevas cagadas, quiero pasar al otro extremo y ser, por una noche, una gonorrea, neoñerum ultra, pedante y por!ado, pendejo, amanerado, pero al mismo tiempo cruel y jodido, reírme con cara de malparido y sentirme autosu!ciente. Pero, esto dura poco y termino enamorándome de personas y situaciones que se hacen complejas; sé que me hundo, sé que no va a ser fácil y entonces caigo; allí estoy dispuesto, emocionado, para qué, tal vez para nada, tal vez para lo que pueda pasar. Y sueño con esconderme y no salir de la casa, con hacerme huraño y frío, y entonces vuelvo a bailar y el enamoramiento que creí no ocurrió, casi no aparece, decido esperar; la incertidumbre y la sorpresa son mejores. Cada cierto tiempo aparece alguien que reúne el in!erno y el cielo en un solo cuerpo: híbridos extraños que arrojan luz y dolor, que devoran en silencio, que dejan rastros de lágrimas, que entienden de engaños y navegan sobre estos. Que se aproximan al abismo y se convierten en un reto. Híbridos incomprendidos y juzgados,

Cada cierto tiempo aparece alguien que reúne el in•erno y el cielo en un solo cuerpo: híbridos extraños que arrojan luz y dolor, que devoran en silencio... una especie de evolución que condensa sensibilidad y fuerza, que recon!gura y confronta lo que uno cree ser… Regreso a la casa, estoy solo, tengo hambre y decido cocinar. Aparecen el brócoli, los tomates, el cuchillo y la cebolla, algo de vinagre, la sal, la pimienta y el pimentón, esto es como la versión oscura de un programa de cocina, no hay edición, ni control del tiempo, nada está precocido, sólo está la casa, los alimentos y mi gata que se asoma, de vez en cuando, y me mira desde la esquina. En cuanto a la

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Fragmentos anexos un año después


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iluminación del set, apenas si entra algo de luz por la ventana que está a mi derecha, el día es más bien gris, no enciendo la luz, ¿para qué?, con la que hay es su•ciente. Lavo un pimentón y lo parto en dos, podría haberlo quemado un poco en la estufa para quitarle la piel con mayor facilidad, pero pre•ero hacerlo en julianas, como dicen los chefs; como la piel es muy dura y pegada debo trabajar por la otra parte, por la carne, allí es más fácil cortar. Despacio, tratando de hacer líneas perfectamente rectas me voy dejando llevar por la imagen y el olor, subir y bajar, cortar, separar; aparecen un montón de tiritas de dolor rojo. Ahora está el brócoli. Mi sobrino me decía cuando estaba pequeño: “¡tío, no quiero arbolitos!”, entonces los veo y sí, parecen árboles frondosos, como una fotografía aérea de las selvas en el Amazonas. Me imagino que soy muy pequeño y que estoy al lado del brócoli en el mesón de la cocina, camino en torno a este árbol por un instante y, de repente, la gata tira algo de la mesa del comedor, regreso a mi escala habitual y continúo en medio del silencio, llegan los tomates redondos y colorados, con ramita y todo. Están bonitos estos tomates, bonitos y silenciosos. Recuerdo a Jorge Drexler cantando un poema de Pablo Neruda “Oda al Tomate”:

Aquí no hay verano, no estoy cocinando a mediodía, no voy a llamar a nadie diciendo: “es hora! vamos!”, estoy solo y la gata no come tomates.

La calle se llenó de tomates, mediodía, verano, la luz se parte en dos mitades de tomate, corre por las calles el jugo. En diciembre se desata el tomate, invade las cocinas, entra por los almuerzos, se sienta reposado en los aparadores, entre los vasos, las mantequilleras, los saleros azules. Tiene luz propia, majestad benigna. Debemos, por desgracia, asesinarlo: se hunde el cuchillo en su pulpa viviente, es una roja víscera, un sol fresco, profundo, inagotable, llena las ensaladas de Chile, se casa alegremente con la clara cebolla, y para celebrarlo se deja caer aceite, hijo esencial del olivo, sobre sus hemisferios entreabiertos, agrega la pimienta su fragancia, la sal su magnetismo: son las bodas del día, el perejil levanta banderines, las papas hierven vigorosamente, el asado golpea con su aroma en la puerta, es hora! vamos! y sobre la mesa, en la cintura del verano, el tomate, astro de tierra, estrella repetida y fecunda, nos muestra sus circunvoluciones, sus canales, la insigne plenitud y la abundancia sin hueso, sin coraza, sin escamas, ni espinas, nos entrega el regalo de su color fogoso y la totalidad de su frescura. Mientras recuerdo el poema y la voz de Drexler, pienso en Patricia la del parche sudaca, la chilena que tomaba té y que ahora toma mucho café, recuerdo el terremoto y, de paso, las tostadas con mermelada al desayuno, las que comíamos cerca a la avenida Tlalpan, la calle que en las noches se llenaba de travestis sin afeitar y, entonces, el poema me resulta ajeno, aquí no hay verano, no estoy cocinando a mediodía, no voy a llamar a nadie diciendo: “es hora! vamos!”, estoy solo y la gata no come tomates. En todo caso, la última parte del poema me

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emociona, por pensar en el tomate como algo lleno de bondad, es una imagen preciosa de esas que me emboban y que, de vez en cuando, me recuerdan que soy un tonto que espera bondad de todo, sé que no es así. En los años 80 hicieron una película basura titulada Los tomates asesinos, era una completa estupidez, aunque me daba algo de curiosidad verla, pues aparecía anunciada en los antiguos videos de Yomasa y Santa Librada, en los que se pagaban 300 pesos para ver películas de betamax. En •n, ahora estoy con un tomate que no me dice nada, que me gusta por su color, pero no creo que intente nada. Termino con los tomates y paso a la cebolla, que siempre me parece difícil de preparar, me exige mayor precisión en el corte para dejarla en rodajas bien •nas, la cebolla hace llorar, y entonces lloro, abro la llave del lavaplatos y me enjuago la cara. Percibo otra vez el silencio y empiezo a llorar de nuevo, es una buena oportunidad, si alguien llega digo que fue la cebolla, giro despacio y la gata me mira con sus ojos somnolientos, los abre y los cierra despacio. Qué elegante se ve la gata con sus patas delanteras cruzadas y su pelo negro y brillante, parece Buda o alguna estatua sagrada, a veces creo Cuando era que me entiende, o que yo la entiendo a ella, y lo mejor es que no hablamos, sólo nos entendemos. Cuan niño jugaba a ser un gato, y a veces al hombre arañ araña, a, porque también me gustan las arañas; las salvaba del agua esté bien del inodoro con palitos y ramas de pasto, las sacab sacabaa para que no quedaran ahogadas, aunque no sé si es muchos ojos, decir que una araña se ahogue, ya no recuerdo si tienen enen pulmones, lo que sí recuerdo es que tienen muc de diferentes tamaños y que deben ver de una manera rarísima. Si yo fuera una araña ahogándose en el aagua llena de orines, cómo vería el rostro del salvador de turno, ¿me gustaría vivir en un rincón?, esperando, esperan viendo para todo lado con tantos ojos, tejiendo redes para que acumulen polvo y una que otra presa ocasional. Pero, me gusta más observar como los gatos, con su pose de re•namiento, además los ojos de los gatos siempre me han gustado más que los de las arañas.

con esta alma de ñeretriz me gusta cuando puedo compartir, me encanta la prostitución gastronómica y la puteada culinaria

Mezclo la cebolla y recuerdo que no quiero ir a trabajar mañana, a veces no me gusta nada, aparece el cansancio y el aburrimiento, todo es tan teatral, hago el papel de asesor, en espera de que mi experiencia pueda ayudar a otros, doy consejos, hago informes, soluciono solucion problemas indescriptibles derivados de la burocracia, entiendo a la Institución, entiendo a los bene•ciarios, pero me aburro, tengo 33 años, me encanta la lentitud, lentitud la lluvia y los días grises como este; tengo una gata, ga unos libros, música, muchos amigos y conocidos, pero adoro y sufro este momento de soledad mientras preparo una ensalada, sé que me pasa, aunque me haga el güevón. Hace unos días un amigo me reclamaba mi “venta al sistema” y mi obsesión por el dinero, no sabía que la tenía, pero me la han diagnosticado. Me reclamaba por ser artista no productivo, y bueno, no tenía ganas de explicarle que veía el arte de otro modo, como cuando uno hace ensaladas y observa una gata negra de ojos verdes que le dice cosas sin hablar, y aparece la muerte disimulada riéndose con un ligero movimiento (en los labios de la gata que es médium) ¡te voy atrapar gran hijueputa!, o como cuando el poema de Neruda hij me recuerda que no le estoy cocinando a nadie, pero que los tomates son hermosos. Vuelvo a los asuntos del trabajo y el silencio se contamina de montones de tareas atrasadas, de preguntas c pregun sobre si debo seguir, si debo arriesgarme. Siempre me quiero escapar, el problema es que cuando voy le lejos me asuntos laborales y los reclamos a un lado, debo terminar la dan ganas de devolverme. Pero decido dejar los asun y ensalada, mezclar todo, echarle agua, limón, sal y vinagre. La llevo a la mesa, sirvo arroz para acompañar acomp destapo un atún. Jueputa! comer solo si es aburrido, además con esta alma de ñeretriz me gusta cuando puedo compartir, me encanta la prostitución gastronómica y la puteada culinaria. Oscureció y no me di cuenta, el tiempo pasó. ¡Mierda! si le hubiera dicho que me encanta que el arte detenga el tiempo, tal vez se hubiese quedado callado, y no habría dicho tanta cosa alocada; qué problema con la velocidad y con los jueces desinteresados. Otro día: México de lejos, profecías baratas que se cumplen y recuerdos en otras casas. Pensar en cómo México me mostraba el futuro de Bogotá y en cómo, lentamente, México se parecía más a Colombia, es algo que aprecio desde este lado, desde Usmekistán. México ha entrado en los dos últimos años en un periodo violento. El narco, factor común, ha hecho evidente su relación con los distintos poderes públicos en este país. Y se re•eren a ello, en diferentes artículos de periódicos y revistas, como “La colombianización de México”. Sí que es aburrido todo, para colmo apareció la •ebre porcina, reforzada de una cantidad de mentiras. La economía de México se desplomó, como otras más en el resto del mundo, y todo se puso caro. En Bogotá llegaron las múltiples tarjetas de crédito y descuentos en todas las tiendas, y los transmilenios, míos y

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transmasivos; los mundos pókemon y los proyectos para el metro en Bogotá. Lo dicho, profecías baratas que se hacen poco a poco realidad; sin embargo, mientras todo parece estar bien, uniforme y controlado, la realidad es otra, cada vez más complicada, Usmekistán, por ejemplo, está cada vez peor. En todo caso, tenemos con qué entretenernos, el cambio climático, Nostradamus y las mil posturas apocalípticas, y películas pendejas de gringos puritanos anunciando ángeles extraterrestres que se llevan a los elegidos: Mel Gibson, Tom Cruise, Nicolas Cage y el regreso del inmamable de Rambo, ya que Arnoldito se dedicó a la política. Tal vez, lo menos aleccionador, pero sí más cercano fue Mickey Rourke en la película El luchador de Darren Aronofsky, que me emocionó al máximo, justo cuando salió al cuadrilátero mientras sonaba de fondo “You could be mine”, recordé mis caminatas antiguas por el parque del barrio La Cabaña y el salón comunal a las 10 de la noche, cuando desde sus parlantes alguien, no sé quién, ponía a todo volumen esta canción de los Gun`s and Roses. Un momento de nostalgia, de rebeldía empacada, lista para ser consumida… ¡Finales de los ochentas, qué años señores, mezcla de miseria y anhelos! En el 2010 Axel regresaría a pasear por Bogotá, antes de ir a un concierto, ¡sí!, fueron famosos, pero ahora no. Al parecer Colombia es un lugar para estos conciertos que se hacen para sobrevivir a la crisis del mercado discográ•co. Conciertos y más conciertos. La crisis hace que ahora venga de todo, no sólo cuando envejecen, vienen recién desempacados, no como Gloria Gaynor la reina del disco, que vino a Bogotá cuando ya era una anciana rejuvenecida a la fuerza, con muchas operaciones para cantar Sobreviviré. Me pregunto si quiero sobrevivir y me da algo de miedo perder la emoción, la postura mediadora y optimista, una de las formas que me acompaña, requerida a quien quiere comprarla o alquilarla, pero como en la película La Dulce Vida (Happy go Lucky) de Mike Leigh, donde una atolondrada maestra de primaria, profesora de artes, ríe sin parar y resulta que no es tan atolondrada, en medio de su postura, ríe y trata de ser inmaduramente feliz y optimista. Pienso entonces en este personaje tan extraño y llamativo, cómo le hace para estar así, tan feliz; al parecer todos se enojan por esta actitud, la acusan de super•cial y simplona, pero qué se puede hacer cuando la super•cialidad esconde tantas cosas.

Las ranas también enloquecen, se creen cocodrilos petri•cados, pero no lo son; pobres ranitas, pobres y chiquitas ranitas, tan bobitas...

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A •nales de los 80, escuchaba desde un cuarto en el que todo estaba acumulado: las camas, el armario, las mesas, y lo que quedaba de las plantas que mi madre trasteaba de casa en casa; cada nuevo trasteo arruinaba algo, las cosas se perdían o terminaban rotas. Gran parte de mi vida en esa época era una continua mudanza, conocer vecinos e inquilinos, nuevos amigos y amigas, un nuevo público. Recuerdo la casa de latas, panóptico de la humillación y de la vergüenza. Mi padre esceni•caba los shows más interesantes cuando llegaba borracho a repartir patadas. La casa, rodeada por tejas de zinc y con un gran patio, permitía apreciar desde una perspectiva área a mis hermanos y a mí corriendo, llorando, limpiando, haciendo las mil tareas que él se inventaba para no permitir que la depresión nos tragara. Los vecinos y vecinas apreciaban desde las casas de dos y tres pisos el espectáculo. En algunas ocasiones, cuando dejaban de reírse y algo de indignación aparecía, bajaban a golpear a la puerta para pedirle que dejara de pegarnos, que ya estaba tarde y había que madrugar. En ese momento ya los odiaba, pero, en todo caso, la vergüenza aparecía, me pregunto por qué, pero así era la situación: nos sentíamos mal por la baja calidad en la actuación, tal vez nos sobreactuamos y lloramos muy fuerte, qué mal, el público se fastidió. La casa es -era- como un tablero de marcianitos, como le decíamos a los videojuegos en esa época. A los que funcionaban con monedas antiguas de 10

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pesos, imágenes en blanco y negro de ranitas que saltan para que nos se las coma un cocodrilo; y de aviones de guerra que recogen gasolina mientras disparan a barcos y a otros aviones. Juegos grises, con sonidos monofónicos. Mi papá era como un cocodrilo y nosotros las ranitas que saltábamos a punta de patadas en el culo. ¡Qué resistencia! Esos diez pesos sí que duraron, siempre deseando el Game Over, que se fuera la luz y la pantalla se apagara; me preguntaba por qué no me moría de una vez, cuántos cañones tenía este puto juego, por qué se decía cañones al número de vidas u oportunidades que aparecían por 10 pesos, maldito destino de rana plana y gris. Por qué tenía que ser así, tan difícil; es el problema de los juegos, solo es cuestión de saber esperar, de observar y resistir, hay que volverse frío, indolente. Una rana muerta que presume de estar viva, pégame, pégame más duro, hazme saltar, hazme volar, que cada vez estoy más alto, parece que así me escapo ¡qué emoción!: las ranas también enloquecen, se creen cocodrilos petri•cados, pero no lo son; pobres ranitas, pobres y chiquitas ranitas, tan bobitas; en todo caso, saben hacer su papel, ahora son mudas, no dicen, no protestan, se quedan quieticas esperando la patada: ¡a volar hijueputas! Luego de los golpes, los •nes de semana se realizaba la tarea de limpieza: levantar las latas, quitar el pasto que crecía en la base de las tejas. Un día encontré un perro pequeño muerto, estaba en estado de descomposición. No sabía qué hacer, me dio miedo, pero mi padre encontró la solución, me dio un alambre que pasé por el cuello del animal y lo saqué a rastras hasta el basurero. ¡Miren allá va el niño ese, al que siempre le pegan!, lleva un perro muerto, pero ¿por qué llora?, debe ser que le volvieron a pegar.

¿Te cuento una historia?, ¿Sí?, la de un niño que deseaba asesinar a su padre, no, mi nombre no es John el esquizofrénico, eso es una canción de Calle 13, no seas bobo

acabó Afortunadamente, el tiempo en esa casa se ac no sin que ocurrieran cosas interesantes como la noche en que un testigo de Jehová, invitado por mi papá, que seguramente venía a convertirnos, y que nos hablaba del valor de la familia y el respeto por el padre, se emborrachó, justo después de terminar su sermón, y poniéndose de pie sacó un hermoso revólver con el que nos amenazó y persiguió por todo el tablero, perdón, la casa. Luego, en un momento de iluminación se subió en una orinar; gritaba a toda voz pasajes de la Biblia, con un revólver pila de ladrillos, se bajó la cremallera y empezó a or en una mano y la verga en la otra. Los vecinos, pr prestos al show, observaron desde lejos y bajaron corriendo a detener a este enviado del señor, antes de que nos metiera un balazo. Mi padre estaba indignado porque, en pantalón. Eran orines del enviado de dios, pero en todo caso eso medio del alboroto, el tipo le había orinado el pant no le gustó. Esa casa, que me parecía horrible, aunque mi mamá hacía todo lo posible por limpiarla y decorarla, y lo lograba, habían días que parecía otro lugar. Aunque, siempre soñaba con tener una casa de ladrillo, así fuera de un piso. Cuando viajaba en bus, iba viendo casas de todos los materiales y tamaños y me decía: “¡así!, así quiero una, una como esa, no mejor una como esa otra, no mejor aquella, ¡no!” Confórmese con lo que tiene, no pida mucho, dele gracias dios que tiene algo, no joda, “mañana nos trasteamos”.

>Juan Camilo Melo

En todo caso, mi mamá organizaba hasta el pasto, tenía el poder de hacerlo crecer en orden, del mismo tamaño, en pequeñas •las. Mi madre es experta en barrer, lo hace muy bien, barría la tierra y a punta de agua, esparcida con la mano, aplacaba el polvo, dejaba liso el piso; también tejía carpetas, manteles y cortinas que, de una u otra forma, adaptaba a las paredes, al techo. El techo del cuarto estaba lleno de telas que ocultaban las tejas y los palos atravesados, llenos de telarañas y polvo, hasta parecía otro lugar. Recuerdo que el primer día en esta casa, mis hermanos y yo nos miramos con una cara de tristeza y desagrado, que tan pronto fue advertida por mi madre generó una suave, pero •rme advertencia:

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“¡no quiero oír quejas, esto es lo que hay!” Lo primero que hicimos fue lavar la alberca, que estaba llena de hongos y de unos pequeños animalitos, larvas de zancudos y otros, que no recuerdo qué eran. Y es que mi mamá siempre lava y lava todo, hasta dejarlo reluciente. Mi papá, en cambio, ayudaba poco. A él le gustaba mandar y ordenar las continuas reparaciones a las tejas que rodeaban la casa, que siempre se caían. Había que sacar lo palos que actuaban como cerca y volverlos a enterrar de manera más •rme, para apuntillar las tejas y dejarlas derechitas, ya que en varias ocasiones se metieron los ladrones y se robaron la comida, algunas ollas, la ropa y hasta los platos que mi mamá había logrado salvar del último trasteo. Había muchas herramientas en la casa, que aprendíamos a usar con las clases aterradoras ofrecidas por mi padre, trabajar con él, o mejor bajo su mandato, era lo peor, se aprendía, pero el precio que se pagaba era alto; si se cometía un error, si no se trabajaba con velocidad: golpes y golpes, para acelerar los resultados. Cuando se enfurecía todo podía acabar peor. Algunos intentos por escapar se convertían en sueño recurrente. Mi hermana casi desparece del juego cuando, en un arranque de furia, fue colgada por el cuello con una manguera. Siempre la muerte terminaba por asomarse, ya fuera como amenaza o como deseo, pero no le tenía miedo como ahora. Hablando de la muerte, recuerdo que en ese tiempo mi abuela materna murió y horas antes de dejar la tierra se me apareció. La vi despedirse, mientras mi mamá intentaba dormir, pues pensaba viajar a la mañana siguiente, pero no pudo llegar antes a despedirse; le tocó a mi abuela hacer el viaje y cuando estuvo frente a mí, casi me cago, quedé congelado. Mi mamá sin poder dormir y yo viendo a mi abuela; de paso, la rabia e impotencia que impregnaban el ambiente, por supuesto, adivinen por qué mi madre no pudo despedirse, Él, mi amado padre se había opuesto a que mi madre viajara y por eso ella tuvo que quedarse en la casa. Él, al que siempre me opuse, deseaba que todo se hiciera conforme a sus caprichos. Aprendí a pelear, quien lo creyera, yo, el débil, el pendejo, saltaba sobre el cuello de mi papá y le daba con todo, aprovechaba la sorpresa y actuaba como salvador. Estas heroicas acciones, luego me costaban caro, pues los golpes que recibía iban con mayor fuerza. Justo una noche, en la que las peleas y el terror aparecieron como de costumbre, le estrellé el plato de sopa en la cara; aproveché que estaba medio ebrio para lanzarme sobre él y pegarle, luego tuve que salir corriendo y refugiarme en casa de una tía, mientras oía como gritaba: “lo voy a matar, al papá se le respeta, ¡hijueputa! ¡Salga! ¡Salga! Ahora sí malparido va a ver”. Pero me escondí debajo de una cama -siempre adoraba esconderme en lugares oscuros y silenciosos como tumbas, cualquier lugar puede convertirse en un cementerio-. Aquel plato de sopa estrellado en el rostro de mi papá, marcó su salida, por •n. Mi mamá llegó del trabajo justo cuando nos revolcábamos en el suelo y se quedó quieta, no entendía por qué. Él se fue, no logró acabar conmigo, luego volvió, la reconciliación típica que dejó embarazada a mi madre y yo me lamentaba, ahora sí no había nada: ni casa de latas, ni mercado. Aparecieron los trabajos en la carpintería donde me hice famoso por mi habilidad para lijar y decorar la madera; aparecieron las ventas de perros calientes y, de paso, mi familia dispuesta a ayudar para que pudiera mantener la casa. Me ofrecieron trabajar atendiendo borrachos y vendiendo pan, y luego, al momento de pagar, me descontaron cada plato de comida. El pariente pobre, el niño maltratado que quisieron convertir en lo que pensaban era lo mejor para mí. Querían que fuera esmeraldero, ruso, vendedor de pan, incluso médico; pero me fui y los dejé, durante años no les volví a hablar, decidí estudiar arte, me auguraron fracaso, me convertí en la burla, no en el hombre de la casa. Pero, de todas formas, hice lo que se me dio la gana, me llené de orgullo, no acepté un peso, no quería deber nada, aguanté y aguanté, ya sabía cómo, un intento de suicidio me interrumpió, ésta vez no fue con veneno, se trató de un revólver, pero fallé, y lo que vino después me gustó. Apareció la vida a la deriva, sin esperar nada. La miseria era hermosa. Apareció Javier Lozano que me enseñó el arte de la levedad, del desapego y de la •esta; me regaló Herman Hesse, leímos poesía, escribimos y dibujamos, hicimos un libro barato, reímos y andamos, jugamos al profesor, al •lósofo, leímos a Withman y a Castaneda, hablamos y hablamos, casi siempre hasta el amanecer. Leímos El primer hombre de Albert Camus y a Vicente Huidobro. Años después, nació David y, de nuevo, asomó la poesía, no el pan del que siempre hablan, pues apenas quedaba un kilo de sal mientras vivíamos de arrimados en casa de una tía. A los cuatro años de nacido, David, el pequeño cuerpo que lavaba con aceite de girasol, que envolvía como un tabaco y que cargaba en mi pecho, bajo la camisa, creció y se puso bonito, ya no parecía un ratón. Tenía un pequeño saco y una ruanita y yo

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lo cargaba en los hombros, él se tapaba ab la cabeza y yo le preguntaba por qué lo hacía, entonces me miraba iraba y se ponía un dedo en la boca haciendo: “shis, shis, shisss, es que la luna me está persiguiendo”, y entonces me sorprendía, y me salían algunas lágrimas mientras veía eía la luna llena. Luego, cuando mi mamá y mi tía fueron a traer los restos de mi abuela, dentro de una pequeña eña caja roja que se les rompió en el camino porque venían en una •ota destartalada, tuve que sacar los huesos y ponerlos sobre la mesa, apuntillar la caja y tratar de ordenarlos, mi tía estaba paralizada, se reía nerviosa, entonces puse el fémur, los trocitos de costillas, una parte del cráneo; me temblaban las manos, pero qué más podía hacer. Apareció David que venía caminando desde un rincón, se acercó y me preguntó: “¿Cuándo la vamos a llevar para que le pongan sangre y carne otra vez?”, entonces le contesté que ya no era posible y él me dijo: “¡qué pesar!”; dos momentos extraños con éste niño que crié como si fuera el padre. Ya no quise tener hijos. Dos momentos, uno con la luna que lo persigue y otro con mi abuela reducida a unos pocos huesos y una trenza de cabello larga, que acomodé al •nal, con cuidado, en la caja roja, para que luego la llevaran al osario de la iglesia de Usme. Bienvenida al Nido, Ana Silvia Rodríguez Vivas, ¡bienvenida! tu muerte me sigue sacudiendo de las formas más extrañas, tus restos me recuerdan un poema de Baudelaire, me hacen sentir diminuto e insigni•cante, frágil y frío; desde entonces, los muertos me visitan, el problema es que cada vez me hago más cobarde. A la semana siguiente, David me preguntó qué era el •n y no supe cómo responderle, entonces cambió su pregunta y me dijo: “¿Y tú tienes •n?... ¡ayy qué pesar, yo no quería que tuvieras •n!”. Saltos al olvido, agradecimientos y cansancio Desde un tiempo para acá veo sólo cristales Con olor a alcohol que me hacen llorar Que me hacen tumbarme al suelo y no parar ¿cuánto tiempo va a pasar para olvidar? Caifanes / “Cuéntame tu Vida”

Bendita sea tanta saltadera, bendita sea cada patada y toda la rabia reprimida. Gracias, muchas gracias me has moldeado a punta de pata, me hiciste lo que no querías que fuera, una escultura bizarra, ajena, que desde la debilidad y el silencio hace lo que se le da la gana. Me opongo a lo que querías que fuera; observa con atención: ¿por qué lloras?, ¿por qué pides perdón?, no te odio, te lo repito, te lo agradezco. Que sería de mí sin tus miedos, ¿te asusto?, tranquilo, no te voy a hacer daño, no temas, ya pasó, estoy bien, ¡sí, estoy bien!, al parecer nada se rompió, qué buenos huesos y qué buena carne, sí, como los tuyos, nos parecemos tanto, el alcohol me lo recuerda, ahora te entiendo, tenemos las manos parecidas, y la mirada a veces perdida. Silencio, por favor, amo el silencio, no entiendes eso, mira ya puedo tutear. Sí, me hice artista, para qué sirve eso, no sé. ¿Te cuento una historia?, ¿Sí?, la de un niño que deseaba asesinar a su padre, no, mi nombre no es John el esquizofrénico, eso es una canción de Calle 13, no seas bobo. Sí, ya sé que eres cristiano, es más, siempre lo has sido, te encanta repartir bendiciones; bueno, ahora envejeciste, la fuerza te abandonó, sí, ya sé lo de tu diabetes, ¿y tienes dinero para la insulina?, ¿cuántas inyecciones al día?; bueno, te ayudo, pero prométeme que es para las inyecciones y no para tomar. Ay, padre mío, que mal te has puesto. Sí yo sé que me quieres, nunca lo he dudado, pero así es el miedo, nos hace hacer cosas de las que luego nos avergonzamos. Quién iba a creer que te diera tanto miedo, tranquilo, estoy bien, no te preocupes, es la forma sureña, la he practicado un buen tiempo, sí, la forma sureña es un término que tomo de la película El príncipe de las mareas, pero tú no te viste esa película, allí una escritora, una poeta, se intenta suicidar varias veces, ella había escrito un libro, de poesía


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claro, que se titulaba La forma sureña, ella tenía un papá así como tú, lleno de bondad, de clar bond inspiradora. Bueno ya tengo que colgar, hablamos otro día, estoy cansado. bondad No sé cuánto tiempo llevo hundido aquí Ya no sé ni cómo usar los pies No sé qué es lo corre por mis venas Todo el cuerpo se me entume al respirar No sé. Pues estoy pensando qué hacer, por qué, ¿ah, lo del pie?, ya me pasó, era un tendón, ya sabes la edad, pues no he pensado en eso, me tienen sin cuidado lo que digan, pero yo qué les hice hice, será que no se cansan de ser tan metidos, si estoy haciendo ejercicio, pues está bien, la gata hace tiempo que la operamos, mejor que no tenga tantos hijos, jajaja, si es mi hija, pero a veces sí h me muerde, se adueña de mi cama, tengo ganas de volver a bailar, ya estoy bien, el ejercicio servirá, y qué, qu me importa un culo, a mí siempre me ha gustado bailar. Ah por eso, ¿quién lo dijo?, pobres pendejos, en todo caso es normal, “margaritas a los cerdos” como dicen por ahí, después van a venir pend decir que les gustó y que tan chévere jajaja, no, qué le pasa, jajá no tengo a nadie, estoy solo, no pues a de ya qué, q aparecerá cuando tenga que hacerlo, uhmm la vida es así, incompleta Cuéntame tu vida Cuéntamela toda Dime si estoy vivo Si todavía respiro Estoy asustado, sí es el cansancio, no sé si me estoy enamorando, sólo me puedo enamorar de personas así, es que las demás me parecen aburridas, que por qué estoy tuteando, no sé, estoy jugando, no, a (… ) no, y qué más, bueno gracias, pues son perros dispuestos a despedazarlo todo, es por instinto, siempre son así, les da miedo, ya sabes lo que pienso sobre el miedo, ¿a mí?, sí, a veces me da mucho miedo, pero también lástima, no sé, no he estado bien, como que ahora si estoy perdiendo el control, sólo quiero leer, y escribir, para qué, bueno, no, no creo eso, es que casi siempre se repite lo mismo, no sé qué más quieren, mierda, me quiero encerrar a pintar, pues sí, he llorado mucho, ¡no!, caminé por la calles recordé amigos, si ya estoy viejito, el amor es el amor, es y ya, ¿cuándo?, no, no puedo, voy a tomarme un café, sí ya sabes, tengo nervios, me da miedo que esto se acabe. No, no tengo más, no me importa, hace tiempo que no estaba tan triste, y qué, si de todos modos hablan, son como espías, qué fastidio, y tanto que se las pican, alternativos, alternativo el culo del niño dios, no saben ni qué están diciendo, sí, me contradigo, pues en todo caso hay que tener con•anza, esperemos lo mejor, no, mejor no esperemos nada. Jajaja jueputa, ¡no!, el amor es más que eso, el amor, es eso, el amor. Sí, sí detuvo el tiempo, así es el arte, me hace falta escuchar, sí lo mejor fue escuchar, no, casi nadie entiende, todos tontos que no saben, deberían callarse, está bien, si comprendamos, no sé, estoy vuelto mierda, ¿qué hago?--- ¿cómo?, pues no sé, desde el más cercano hasta el más indiferente terminan por atacar alguna vez, ¡ah siempre es así!, es el miedo, ¿no te lo dije?, quiero estar solo, sí, en silencio, ¿qué?, sí, estoy llorando otra vez, no puedo, perdón, gracias, ¿hablamos otro día? Veo perros que se arrastran al ladrar Me acuesto en el suelo y me dan ganas de morder Esa angustia de tenerte cual corazón Cuéntame algo, que si no voy a enloquecer Cierre La vida es extraña, regreso a México por unos días, varias performances y cierres pendientes que deben llevarse a cabo. El arte termina por moverme como siempre, justo ahora en medio de un momento que se llena de emociones, toda esta vuelta para ver el motor que ha sido el odio y el contraste con esta actitud a veces tan pendeja, odio creativo, oposición al destino estereotipado, odio como motor, a veces alegría, a veces, muchas, llanto: explosión. Y me veo lleno de energía, recuperando lo que suelo ser, lo que se as•xia y marchita, espero renacer e incendiarlo todo, para luego congelarme. Y así repetidamente hasta que el tiempo dé, hasta que la vida se estire, ser elástico como oposición a la fuerza que termina por hacer que todo se detenga. Mensajeros que remueven y cuestionan, que aparecen por accidente, pero, en todo caso, no por casualidad, bendición del veneno que compartimos en las noches, durante las charlas que se llenan de pasión. Cierro. Voy por el material para el B sides III de estas aventuras neoñeras, en medio de este juego a veces patético y otras ridículo, pero en todo caso pleno, como yo quiero.

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Por: Diana Diaconu

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uando me vi por primera vez en la vida ante Fernando Vallejo, me di cuenta con sorpresa de una di•cultad que no había previsto: no sabía cómo dirigirme a él. No encontraba en todo el idioma un sustantivo común que, usado en vocativo, casara bien con la personalidad del escritor. Lo que tenía claro, clarísimo, era que, de todos modos, no podía tratarlo de “doctor”. A ningún lector suyo se le ocurre siquiera. Me resigné entonces a llamarlo “maestro”, como todo el mundo, pero lo dije a media voz porque enseguida a mi mente acudieron retazos de sus diferentes libros:

C

¡Maestro! ¡Jua! Era lo único que le había dado Colombia, un título de albañil que nada cuesta. !No te quejés, que maestro no le han dicho jamás en ese país a ningún bellaco de presidente. Además, ¿el dinero no dizque no te importa? ¿Qué más querés? No te dan más porque no tienen más, contentate con eso. (La Rambla paralela, 2002: 20)”

O: “–¡…maestro! –No me diga así que me siento como pintor de paredes” (El don de la vida, 2010: 56). Y: “¡Ay del que le digan en Colombia “maestro”! Más le valiera atarse una piedra de molino al cuello y tirarse al mar” (El don de la vida, 2010: 135). A Fernando Vallejo se le puede admirar (u odiar) por muchas razones, pero si tuviera que elegir una sola, diría que por atreverse a ser él mismo, sin domesticar nunca su vida sometiéndola a intereses

ajenos o a criterios del común. Sin duda, es la fuente de su grandeza, de su gran poder de fascinación y también la razón por la cual las fórmulas y las palabras que sirven para dirigirse a todo el mundo resultan inadecuadas para dirigirnos a él. “Tomar como modelo la vida de los dioses” recomendaba Diógenes el cínico en palabras aparentemente piadosas pero que encerraban, en su ambigüedad, una potente carga subversiva. En realidad, el •lósofo quería decir que cada uno debería vivir como si fuera un dios: libre, autónomo, convencido de que no hay ningún valor superior y ajeno a la propia existencia. No dejarse esclavizar, hacer de la vida un •n en sí y sustraerla de todo compromiso con los distintos deberes o imperativos categóricos religiosos y civiles es, indudablemente, un acto de subversión. Y con más razón, aún, cuando se le suma el voluntarismo estético, puesto que convertida en obra de arte, sacada de la esfera de lo material, de lo útil y de lo caduco, la vida se libera, se vuelve autónoma, sagrada. Convertir la propia existencia en una obra de arte, con toda la provocación y la subversión de normas y valores que esto implica, constituye una empresa constante en la obra de Fernando Vallejo y la opción de personajes inolvidables como el narradorprotagonista, Darío, La Marquesa de Yolombó, Chucho Lopera, por nombrar sólo algunos. Con la excepción del narrador-protagonista, todos estos personajes mueren jóvenes, tienen una existencia efímera, pero viven intensamente, una vida auténtica, son seres humanos grandes, plenamente realizados,


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como ya casi no quedan en nuestros días. Darío es un prodigio de vitalidad, sabe vivir como ninguno, arde entero, no les deja a los gusanos sino “un mísero saco de huesos envueltos en un pergamino manchado” (El desbarrancadero, 2001: 21). Deslumbrante y provocador (¿o provocadora?), Hernando Aguilar, un homosexual cincuentón, alias la Marquesa de Yolombó, en un momento apoteósico de su existencia se corta las venas y se adentra en el mar, en las idílicas playas de San Andrés. De Chucho Lopera se dice que “se burló a su antojo de medio Medellín: con el otro medio se acostó” (El fuego secreto, 2002: 175). Por •n, en este último libro, El don de la vida, el viejo que está de vuelta de todo y habla a calzón quitado, hace de su propia vida una obra de arte: –Pero dígame una cosa, maestro: ¿cuando usted dice “yo” en sus novelas, es usted? –No, es un invento mío. Como yo. Yo también me inventé (76).

Olvidadas por los comentaristas que se dedican a analizar de manera unilateral la carga de amargura y desesperanza en los libros de Fernando Vallejo, todas estas existencias libres, plenas y provocadoras que se encuentran en sus páginas, a mi modo de ver, encierran un mensaje muy valioso para la juventud colombiana de hoy, y una gran lección de vida. Desde luego, no en un sentido moralizador, sino profundamente humano. Detrás de estas vidas •cticias concebidas como verdaderas obras de arte está

el escritor que ha tomado distancia de “esta caterva de novelistas damni•cados y serviles, maestros en adular al lector y mendigarle su benevolencia en tanto ansían premios literarios, reconocimientos y honores” (137), para decirlo con las palabras del viejo deslenguado que habla en El don de la vida. En términos de otro gran provocador del siglo, Roberto Bolaño, a esta “caterva” pertenecen casi todos los escritores actuales, que no rechazan ya la respetabilidad. “La buscan –dice él– desesperadamente. Para llegar a ella tienen que transpirar mucho. Firmar libros, sonreír, viajar a lugares desconocidos, sonreír, hacer de payaso en los programas del corazón, sonreír mucho, sobre todo no morder la mano que les da de comer, asistir a ferias de libros y contestar de buen talante las preguntas más cretinas, sonreír en las peores situaciones, poner cara de inteligentes, controlar el crecimiento demográ•co, dar siempre las gracias” (Palabra de América, 2004: 33). Al acercarnos a la obra del protagonista de nuestras re!exiones sentimos, con Roberto Bolaño, que, en medio de este paisaje desolador y en contra de “la avalancha de glamour”, Fernando Vallejo sigue haciendo literatura. Esta intuición fue seguramente el punto de partida de cada uno de los estudiantes que armaron, entre todos, el presente dossier. Por encima de las diferencias de personalidad y de experiencia, a los autores los une también otra complicidad: estudian literatura en la Universidad Nacional y, en determinado momento de su carrera, optaron por el curso monográ•co dedicado a Fernando Vallejo. Ahora son ellos quienes toman la palabra.

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¿Quién dice que mientras mueve el bolígrafo está siendo en todo momento él mismo de verdad? Puede que en un momento sea él y en otro simplemente esté inventando. ¿Cómo puede estar seguro? ¿Por qué tendría que estarlo?

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J. M. Coetzee


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Por: Mario Andrés Cruz

on Entre fantasmas Fernando Vallejo cierra El río del tiempo, obra que inicia en Los días azules con un niño que intenta desbaratar el mundo a cabezazos. En la última entrega del ciclo, ese mundo está en ruinas y el niño es un viejo que da cuenta del desastre con el peso de la muerte a cuestas. Esta carga la lleva por medio de la escritura en un intento de derrotar el olvido:

C

Para ayudar a una memoria desfalleciente que tiembla con el mal de Alzheimer al escribir, llevo una lista de los muertos. Ahí anoto: padres, madres, abuelos tíos, hermanos, primos, amigos y enemigos en primero, segundo y tercer grado. Voy por los ochocientos cincuenta y he asistido a cien entierros. Ya a la Muerte le perdí al respeto y le doy palmaditas en el trasero. ¡Pero qué son estas cifras en las cifras del mundo! Chichiguas (Entre Fantasmas, 2009: 36).

Y chichiguas, es decir moneditas, cero pollitos son los muertos que llevo yo comparados con los que lleva Vallejo; sólo algunos familiares cuyas muertes me han afectado bastante, pero aquí es una cuestión de cifras. Y ¿personajes famosos que haya visto en carne y hueso? Ninguno que recuerde; además de que han sido pocos, los que he visto aún no han muerto: hace algunos años vi a Jorge Franco en la taquilla de un cine, pero no, no era para una función de Rosario Tijeras o Paraíso Travel; y hace poco, encontré a William Ospina, el amigo mechudo de Vallejo, en el parqueadero de Unicentro. Sin embargo, ahora que lo pienso, sí habría un nombre a considerar: el mismísimo Vallejo, al que divisé a la distancia en un horno con forma de auditorio en la presentación de su último libro El don de la vida. Pero como él ha muerto tantas veces sería un caso especial. Por ahora me ocupo de llevar un inventario de lecturas pendientes que se asemeja al de Vallejo, pues es una lista de páginas muertas, de textos que sólo cobran vida con la lectura y que después de ésta se eliminan de la lista. El problema es que cuando tacho un texto aparecen otros cinco; no sólo se acumulan los libros que surgen por una inquietud personal, sino que además los profesores de literatura le echan más leña al fuego: “El Quijote es fundamental, pero para entenderlo por lo menos tienen que leer los dos tomos de El Amadís de Gaula”; “Con Rayuela Cortázar rompe los esquemas de la novela, pero tiene a Macedonio Fernández como antecedente, así que échenle una leidita cuando tengan tiempo”… ¿Leidita? ¿Tiempo? ¿Libreticas de muertos a mí? Si hasta las lecturas obligatorias no se pueden realizar, algunas veces por falta de tiempo, otras por falta de ganas (nótese que no mencioné los excitantes textos teóricos). Si Vallejo le da palmaditas en el trasero a la muerte, a mí la literatura me tiene las nalgas rojas, rojas, rojísimas.

Y el paso del tiempo que todo lo empeora, que ni siquiera se compadece de las bellezas, hace que esta lista crezca al ritmo de la de Vallejo: El que vive mucho carga con muchos muertos, es natural. Así lo establece la primera ley de los vivos o ley de la proporcionalidad de los muertos, que yo descubrí y que estipula una relación directa entre los años que vive el cristiano y los muertos que carga, cargando más el que vive más: v=m d (ve igual a eme al cuadrado por de), donde ve es vivo, m es muerto 2 y d la constante universal del desastre, que por ser una “constante” cambia “constantemente” (El desbarrancadero, 2003: 128).

Valdría la pena buscar la fórmula para calcular la razón de crecimiento de mi lista de libros muertos. ¿Pero qué unidad se utilizaría para la medición? ¿Aquinos? Por lo menos, gracias a este escrito dedicado a Vallejo, taché buena parte de su obra; he leído seis de sus diez novelas, dejando las otras cuatro, junto con las biografías y ensayos, para la lista. Esto con!ando en que no aportará más ítems, como él renunció a la escritura… Ahora bien, puede que resulte bastante pretencioso de mi parte, realizar ese paralelo entre la lista del escritor antioqueño y la de este hijo de vecino, estudiante de literatura. ¿Acaso se puede l=m (ele igual a eme) donde l es libro y m muerto? ¿Cómo comparar a Ospina en el parqueadero de Unicentro con Sartre en una plaza de Roma? Si Vallejo juega con su libreta para escribir novelas, ¿por qué no puedo hacerlo yo? Igual éstas son solamente dos mil palabritas, chichiguas que se acumulan aquí con la intención de ser publicadas en esta revistica -¿Cómo es qué se llama?–; así que si esto termina siendo un desastre simplemente pierdo la oportunidad de que salga publicado y… y… y pensándolo mejor, estimadísimo y honorable editor de tan prestigiosa publicación, ignore este “párrafo, y el anterior. Y el anterior y el anterior y toda esa historia idiota… Borrón y cuenta nueva. Da Capo” (Entre fantasmas, 14). Alguna vez escuché a una profesora decir que el habla no tenía cabida en la literatura, pues esta última se destacaba gracias a un lenguaje elaborado. Hoy, después de haber leído a Vallejo, pienso que mi profe no sabía lo que decía pues en la obra del escritor colombiano, la naturalidad de su habla se integra a la complejidad del lenguaje literario, disipando así la frontera entre ambas. Al ser éste uno de los rasgos que más me atrae de su prosa, decidí leer algunas de sus obras en voz alta. Para mi sorpresa, a medida que avanzaba la lectura, mi voz se convertía en la de Vallejo, mi acento cachaco iba tomando una dulce

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entonación paisa. Sólo espero no haber traumatizado a mi mamá, siempre presente en esas sesiones de lectura, no tanto por los “hijueputas” que se acoplan con armonía a la cadencia de la prosa y de los cuales ella es una fuente constante de emisión, sino por escuchar a su hijo, su hijito amado, narrar en primera persona encuentros homosexuales con bellezas de Medellín, Bogotá, Roma y Nueva York, con la •uidez de quien recuerda las peripecias de un largo viaje. Mi manera de escribir usualmente tiene la primera persona diluida, escondida entre citas que sólo exponen generalidades, por lo que mis textos incluso a mí se me hacen bastante aburridos. Para salir del sopor me embarqué en la aventura de colocar el yo, el mío, en primer plano siguiendo un principio vallejiano expuesto en “El monstruo bicéfalo”: Que cada quien hable por sí mismo, en nombre propio, y diga lo que tenga que decir que el hombre nace solo y se muere solo y para eso estamos en Colombia donde por lo menos, en medio de este desastre, somos libres de irnos y volver cuando queramos y de decir y escribir y opinar lo que queramos, así después nos maten ¡y qué importa! Una libertad de semejante magnitud no tiene precio (Revista Número, 1998: 20).

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Por esta razón caí en la tentación de escribir en primera persona, sin mirar atrás, salvo para corregir detalles de puntuación. Un riesgo que asumo desde la facultad que me otorga esa supuesta libertad; aquí hablo por mí mismo, con el riesgo de decir idioteces y nimiedades, peligrando así la publicación de estas pocas páginas. Pero antes de desechar estas paginitas ilustre editor, permítame retomar el hilo perdido: El 27 de febrero de este 2010, año del mundial de Sudáfrica, la noticia del terremoto de Chile me encontró mientras leía en Entre fantasmas acerca del sismo que golpeó a México en 1985, desastre que puso en duda el mundial del 86. Estas coincidencias, meramente anecdóticas, me causaron gran impresión, incluso temor, pues no es extraño que la literatura se inspire en la realidad, pero me inquieté al ver que la realidad era la que se estaba basando en la !cción. Ante esto, cancelé el paseo a Medellín que tenía programado para estas vacaciones; no vaya a ser que yo, que llevo el pelo relativamente largo por lo que se me puede confundir con un hippie y que a mis 24 años ya soy demasiado viejo para ser considerado una belleza, me cruce en alguna calle con el viejito, narrador-protagonista de La virgen de los sicarios, acompañado de su ángel exterminador. ¿Por qué la perversa realidad repite una obra de Vallejo? ¿Por qué no mejor una película, así esté en coitus interruptus como Colombia linda? Las novelas de Vallejo incitan a cotejar lo narrado con la realidad gracias a la ausencia de máscaras: aquí des!lan familiares, papas, presidentes y poetas con nombre propio bajo el compromiso del narrador de dar cuenta sólo de lo que vivió en cuerpo presente.

Si ese yo que se presenta en el relato coincide en grandes aspectos con la vida del autor, ¿por qué no simplemente referirnos a ese yo como Fernando Vallejo, presunto escritor colombiano, hijo de Aníbal Vallejo Álvarez, alias Papi, y Lía Rendón de Vallejo, alias La Loca? Entre fantasmas tal vez sea la novela en la que de manera explícita se mani!esta la distancia entre el narrador-protagonista y el autor: Yo soy el que sé que soy, uno en su interior no tiene nombre. Ese que ven los demás o que pasa por estas páginas engañosas diciendo yo no soy yo, es un espejismo del otro, su re•ejo en un río turbulento y pantanoso. Llámenme como quieran pero no me pongan etiquetas que no soy psiquiatra ni escritor ni director de cine ni nada de nada de nada de nada. Yo soy el que soy y basta (Entre fantasmas, 166).

Por medio de contradicciones el narrador conduce al lector por las ruinas del tiempo hacia el engaño: ese yo narra la muerte de Octavio Paz, que para 1993, año de la publicación de Entre fantasmas, todavía vivía para gozar de las mieles del premio Nobel. Pero estas incoherencias van más allá de lo anecdótico, responden a la intención de Vallejo de martillar los pilares sociales y estéticos. En cuanto a lo literario, Vallejo además de atacar a !guras consagradas como García Márquez, critica los preceptos estéticos de la novela en tercera persona, en donde el narrador todo lo sabe y todo lo cuenta, y a cuyos autores acusa de “andarle dando coba al lector como si fuera una eminencia y el autor un pendejo. […] nunca un autor debe rebajarse al nivel de sus lectores: debe subirlos, como del culo a su altura levantándolos del cieno de la ignorancia” (Entre fantasmas, 193). En realidad se trata de un principio fundamental de todo escritor, en general de todo artista, de romper con la convención para salirse de lo establecido por la tradición. El quiebre de Vallejo va más allá de la polémica que generan sus ataques voraces (característica que obsesiona a la crítica super!cial) ya que la provocación surge de una escritura que es demoledora por sí misma. ¿Pero no dizque el que iba a hablar aquí iba a ser yo? ¡Qué va! ¡Mentiras y puro cuento! si desde el principio lo que hay aquí son citas. Juventud hijueputa que lo desordenas todo, yo ya no sé qué es esto, ¿una reseña? no, ¿un ensayo? tampoco, ¿un artículo?... menos; esto lo que es, es un desastre. Pero gracias a Dios, que no existe y todo lo puede, el espacio es !nito, y así como ya no cabemos de tanta paridera, aquí ya no me caben más palabras. Hasta aquí llegó este desastre. Referencias: - Coetzee, J.M. Juventud. Barcelona: De bolsillo, 2004. Pág.19. - Vallejo, Fernando. El desbarrancadero. Bogotá: El Tiempo, 2003. - ---, “El monstruo bicéfalo” en: www.revistanumero.com/20bicefa.htm - ---, Entre fantasmas. Bogotá: Alfaguara, 2009.


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39 ... Por: Rodolfo Celis Serrano

ernando Vallejo inicia el ciclo novelesco El río del tiempo con la cita: “No volveremos a bañarnos en las aguas del mismo río”, tomado de Heráclito -ese •lósofo griego conocido por su debate con Parménides en torno a si la condición de la realidad era cambiante o estable-. Entonces, uno, lector medianamente enterado sobre el origen de una frase que no es del todo exacta, se pregunta a cuenta de qué utiliza el autor este epígrafe en la obra que está entregando al mundo, qué signi•cados tiene esa imagen del agua, en su concepción más profunda, que se construye en los primeros cinco libros de la auto•cción vallejiana. Allá vamos, pues, con el riesgo de perecer ahogados en corrientes tan peligrosas.

Los dos primeros fragmentos presentan dos maneras de encarar el río, que es siempre el mismo: si el río es el agua, no se puede entrar dos veces en el mismo río, pero cuando se entra en él son las aguas las que son diferentes. Por eso el tercer texto expone ambas posibilidades a la vez: se entra y no se entra en el mismo río. Y el enigmático •nal de este breve texto tiende un paralelo entre el río y la existencia humana: el mismo ser, quizá un individuo, existe (ahora) y no existe (en tanto muerto en potencia); existe como joven y como viejo (es decir, como no joven); existe como uno y como múltiple (como no uno). Jorge Luis Borges, que captó a la perfección el sentido de esta frase de Heráclito, escribió: yo soy ese río (Cordero: 73).

De Heráclito para acá...

Ahora bien, en la obra vallejiana, ese río del tiempo es más que una imagen lineal de la vida como río “que va a dar al mar que es el morir”, en palabras de Jorge Manrique. En Vallejo, el río se convierte en una metáfora para concebir al ser, en tanto individuo que se transforma, se contradice y se duplica. Es el uno y el otro, el niño que creció en la •nca Santa Anita, pero también el viejo que escribe junto a La Bruja sus memorias auto•ccionales, dos seres que se encuentran en el relato, que se ven de lejos, pero no

F

El epígrafe ya mencionado es el fragmento 91 que dedica Heráclito a la imagen del río, pero éste no es el único que se conserva sobre el particular. Existen otros dos fragmentos en los que el •lósofo a•rma: “aguas diferentes y diferentes corren sobre los que entran en el mismo río” (f. 12) y “entramos y no entramos en el mismo río; existimos y no existimos” (f. 49a). Así, pues, una lectura posible de estos aforimos puede ser:


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entablan diálogo, quizá porque no se reconocen como el mismo. Pero vamos por partes.

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La imagen del agua en la obra Según la lectura fenomenológica de Gaston Bachelard, la imagen poética, que surge de una intersubjetividad en la que “resuenan los ecos del pasado lejano” (2000: 8), germina “en la conciencia como un producto directo del corazón, del alma, del ser del hombre captado en su actualidad” (2000: 9). De ser así, la imagen del río en la obra de Vallejo se constituiría en ese espacio de tensión entre la memoria histórica de la especie (lo primitivo y lo eterno) y la vivencia propia del escritor. Así, pues, los ríos que atraviesan estas cinco novelas nacen de todas las imaginaciones humanas, en todas las épocas, dialogan con todas las metáforas que unen el tiempo y el río, de oriente a occidente, pero también se preñan del recuerdo concreto de unos caudales verdaderos que cruzan la geografía patria y la memoria particular del autor. La primera imagen del agua que aparece en el ciclo es la de la quebrada Santa Elena, una corriente cristalina, apacible, pero que se desboca con las lluvias de mayo convirtiéndose en La Loca, un torrente furibundo que se mete a la casa a hacer estragos: “Al comedor se lo tragó de un bocazo, y por el segundo corredor pasó al segundo patio, rumbo a la cocina. ¿Y ustedes? Nosotros sobreaguando, náufragos agarrados a las tablas de las camas” (El río del tiempo, 1999: 29). Entonces, el autor nos presenta la imagen de un arroyo que se transforma, muta y adquiere dimensiones catastró•cas, poniendo en riesgo la seguridad de la casa familiar de la infancia, símbolo del ensueño del ser, generando el primer naufragio de esa caída constante en el desbarrancadero in•nito del tiempo. Esta metamorfosis de la quebrada nos dice de entrada que es imposible bañarse dos veces en el mismo río, cuando ese río también trasviste su identidad. Y esto se rea•rma luego, cuando dice el narrador: “Andando el tiempo, la entubaron: la metieron en camisa de fuerza, en unos socavones de cemento armado bajo el pavimento de la calle. Al principio se le oía rugir abajo, después nada. En su oscuro reducto, en su eterna noche subterránea, la Santa Elena se fue secando, secando como todos los ríos de Colombia” (29). Esta imagen del río que se transforma, dejando de ser lo que antes era, está presente en todo el ciclo, lo cual con•gura un escenario en el que el paisaje, como el pasado, se hacen irrecuperables; quedando reducidos a meras imágenes que luchan contra el tiempo por perdurar, hasta que se van silenciando como el cauce bajo el concreto, muriéndose en esa “eterna noche subterránea”. De otra parte, la imagen que va construyendo el autor del elemento líquido se desnuda de cualquier valor positivo, ya no estamos frente a las aguas primaverales de cierta literatura occidental, sino que nos enfrentamos, desde la aparición de la quebrada Santa Elena, a los cauces tumultuosos del trópico, a las aguas


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subterráneas y desordenadas que brotan en la •nca Santa Anita y abortan el proyecto del abuelo por hacer una piscina, anegando todo a su paso, empantanando la memoria, sembrando el caos -“el agua se empezó a •ltrar también a las huertas, a las pesebreras, a la casa, a los potreros, a toda la propiedad” (51).Aguas insalubres que se convierten en símbolos !uyentes de la podredumbre del mundo, amenazas que se ciernen alrededor del universo de la infancia, como ese arroyo que atraviesa el niño de regreso a casa -“el barrio estaba en un hoyo cósmico, agujero negro del universo por el cual corría una quebrada ruidosa y sucia como su alma. Había que bajar por una escalera de cemento y subir por otra, tras de cruzar un puente de tabla, quebradiza: rugiendo el monstruo abajo. Quien metiera la punta de un dedo en las aguas inmundas de la quebrada La Toma moría de tifo” (60)-. Aguas iracundas que bajan de la cordillera, como las que lleva El Tonusco, río donde casi se ahoga el hermano Silvio o ese río San Carlos que “arrastraba una furia de cien mil kilovatios hora, lívido de espuma y rabia, sacándole un chispero a la noche” (105). Esos ríos de la memoria, también fungen como cloacas móviles que se van lavando los males de la nación, los muertos de la violencia, los restos del pasado: “Va la sangre derramada bajando al río y el río se la lleva, y se lleva los decapitados con su revuelo de gallinazos encima... Ríos del Cauca, ríos del Valle, ríos de Caldas, ríos del Tolima, ríos, ríos” y de pronto, en esas aguas turbias y en la misma página, viene bajando un muerto que es el autor: “miro a contracorriente del riachuelo hacia el rumbo opuesto y descubro al ahogado: baja con la panza rota, despanzurrado, entre bandadas de gallinazos en las negras aguas. ¿Quién es? Soy yo. Yo que me vislumbro desde arriba, yo soy el muerto” (547). Así, pues, pareciese que esas corrientes !uviales, no sólo arrastran toda la derrota de la nación, sino también del autor como ser humano. Una caída en el abismo de la memoria, de la muerte, del tiempo y de la literatura. En ese sentido, encontraríamos en la poética de Vallejo un símil con la ensoñación del agua “pesada” de la que habla Bachelard para referirse a Poe, así “toda agua primitivamente clara es un agua que tiene que ensombrecerse, un agua que va a absorber el negro sufrimiento, toda agua viviente es una agua cuyo destino es hacerse lenta, pesada. Toda agua viviente es un agua a punto de morir. Contemplar el agua es derramarse, disolverse, morir” (1978: 77). ¿Y del mar qué? En Los días azules, el mar todavía tiene un valor como escenario donde es posible la correspondencia –en términos de Benjamin- entre el hombre y el mundo, la ensoñación del azul profundo, un espacio que sueña el niño desde el encierro escolar: “yo pensaba en distintas profundidades del mar.

¿Quién pudiera escapar de la cárcel salesiana rumbo al mar inmenso que suena en el caracol?” (112), y cuyo encuentro está cargado con una fuerza lírica inusual en la expresión vallejiana: “Lo que sentí del mar primero, antes que su rumor inmenso fue la sal. La traía el aire, el viento, en ráfagas que azotaban los maizales. Después oí su voz: honda, inconmensurable, abismal, viniendo del fondo de las edades. Una curva, otra, otra y entonces lo vi: una explosión seca de azul. No era un azul claro, no era un azul fuerte: era simplemente el azul” (69). Esa in•nitud del mar que fascina a los hombres desde el pleistoceno, asociada a la plenitud fugaz del amor, es la que lleva a la Marquesa a suicidarse en las playas de San Andrés, “abrumado por la belleza del amor y la fealdad de los números” (174). Pero esta visión idílica del mar de la infancia, con el tiempo también será destruida, en tanto éste aparece en novelas posteriores con su carga de tinieblas y desaliento. Ya en El fuego secreto el autor expresa: “el mar no es mar, el mar es noche y la noche sombra. Se sacuden las divinidades aletargadas que operan en las cloacas y se desploman las altas torres. Desde mi ventana las veo caer: entre ayes y sollozos, asciende el polvo de la importuna muerte. ¿Desde mi ventana, digo? Desde el umbral de la última puerta” (186). Entonces, el mar, como el río, también se transforma en sinónimo de la muerte y la desazón suprema. Coda... Finalmente, siguiendo la idea del complejo de Caronte enunciada por Bachelard, para quien “la muerte es un viaje y el viaje es una muerte. Morir es realmente partir y sólo se parte bien, animosamente, cuando se sigue el hilo del agua, la corriente del largo río” (1978: 117), se puede a•rmar que en ese ciclo novelístico de Vallejo que constituye El río del tiempo, la imagen del agua está asociada al tiempo que pasa como un río que arrastra todo en constante transformación hacia la nada. Un río que se convierte en una escritura “revuelcacaimanes” y que, como dice el autor, “desemboca en el efímero presente, en el aquí y ahora de esta línea que está corriendo, que usted está leyendo y que tras sus ojos se está yendo conmigo hacia la nada” (641). Referencias: BACHELARD, Gastón. El agua y los ensueños. Ensayo sobre la imaginación de la materia. Trad. Ida Vítale. Fondo de cultura Económica. México, 1978. BACHELARD; Gaston. La poética del espacio. Trad. Ernestina de Champourcin. Fondo de Cultura Económica. Santafé de Bogotá, 2000. CORDERO, Néstor Luis. La invención de la •losofía. Una introducción a la •losofía antigua. Editorial Biblos. Buenos Aires, 2008. VALLEJO, Fernando. El río del Tiempo. Ed. Alfaguara. Santafé de Bogotá, 1999.

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n el libro El mito de Sísifo Albert Camus nos advierte que toda persona mentalmente sana ha pensado en la muerte. De hecho, para Martín Heidegger, el ser se construye y se hace ser humano, en el ser para la muerte, en esa proyección hacia su propio •n está la posibilidad de hacer habitable el mundo. Hay algo de sublime y de mirada diáfana en esta forma de acercarse a la muerte. Se comprende un intento por agenciar la muerte como vehículo de una elaboración •losó•ca donde el ser, se dé la mano, haga las paces de una vez por todas con el panteón.

E

En la novela El Desbarrancadero, del escritor colombiano Fernando Vallejo, la muerte, por el contrario, aparece en toda su magnitud, no recibe el buen trato de las retóricas •losó•cas, ni aparece maquillada en un discurso de resignación. De igual forma, lejos está de ser la muerte festiva de los carnavales o de las celebraciones saturnales. La Muerte que presenta Vallejo, es una muerte física, •siológica, la humana muerte de la decadencia del cuerpo, de las facultades vitales. Y por aquellas •suras que la muerte va abriendo en un cuerpo vulnerable, a su vez, nos vamos adentrando en un mundo moral, político, social y •losó•co. Si hay una •losofía de la muerte en El Desbarrancadero, ésta se construye desde abajo, con la materia prima de la experiencia y con la porquería y la penuria que es un cuerpo en decadencia. Desde el inicio de la novela hasta su última página, la muerte hace su presencia de una forma familiar, como un personaje más que habita la casa de Laureles en Medellín. Allí acude Fernando para asistir a su hermano en sus últimos días y para recordar la otra muerte, la de su padre. Aquella casa, en otros tiempos símbolo de la fertilidad de La Loca, madre de Fernando y de Darío, construida para albergar a cada uno de los primogénitos Rendón, ahora es un

signo de decadencia y de muerte, atravesada por el desorden, por la enfermedad de Darío y por la imbecilidad del Gran Guevón. La casa de Laureles es una casa mal diseñada, así como los genes Rendón albergan el germen de la locura. En últimas, una casa apropiada para que la muerte se instale y deambule a sus anchas por sus pasillos: Bienvenida seas a esta casa, mi casa, tu casa, en el barrio de Laureles, ciudad Medellín, Departamento de Antioquia, País Colombia, que es el cielo pero en el in•erno, y cuya puerta te abrió de par en par un día, o mejor dicho una noche, mi hermano Silvio, la noche en que se voló de un tiro la cabeza. Después fuimos siguiendo todos, uno por uno, como dicen que van cayendo las ovejas al desbarrancadero (El desbarrancadero, 2003: 68).

Es así como en aquella casa la muerte se hace robusta: en la fertilidad de una mujer paridora como La Loca, en la fecundidad de una familia numerosa como Los Rendón, una buena representante de las familias antioqueñas: “¿La abuela? Muerta. ¿El Abuelo? Muerto ¿Mi tía Elenita? Muerta ¿Mi tío Iván? Muerto ¿Mi primo Mario? Muerto ¿Mi hermano Silvio? Muerto ¿Y yo? Muerto .Muertos y más muertos y más muertos y en la calle Colombia suelta matando más” (118). En El Desbarrancadero parecen converger dos muertes. Una es la muerte doméstica, la muerte privada que golpea a Darío y a Fernando. La misma que se ha llevado a cada uno de los Rendón; y otra es la muerte de afuera, la muerte pública, la de la calle, la de Colombia. La muerte privada, íntima, es la del eutanal que Fernando aplica en el suero de papi. Por esta vía, la de una muerte privada y más conmovedora, asistimos al relato de la vida de excesos de Darío. Esta muerte sirve de lazo entre los

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Por: Luis Eduardo Casas


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personajes de Darío y Fernando, pues su •gura viene a estrechar el lazo semántico y, acaso, el fraternal entre los dos hermanos. Darío, al borde del abismo, parece no sentir lo ineluctable de su propia muerte. En Darío no se presenta un signo de debilidad o de derrumbamiento, común en las proximidades del •nal. La muerte en él es expedita, sin con!icto, la acepta como ha aceptado todas las cosas en la vida, como el sexo, la droga y el alcohol. Fernando, en cambio, afronta la muerte de otra manera. Es él quien acomete una lucha con la muerte, no se resigna a que su hermano se muera y recurre a medicamentos improvisados como la sulfaguanidina para disminuirle el sufrimiento. Esta forma de confrontarse con la fatalidad es lo que marca el punto de diferencia entre Fernando y Darío, y la forma de enfrentar la muerte determina la manera de afrontar la propia vida. Fernando, entonces, comparado con su hermano Darío se nos presenta como una persona mesurada, que mide las consecuencias. Darío, en cambio, es el ser inconsciente, plantado en un presente ciego, desconectado de todo vínculo con el futuro y si acaso tiene alguno con el pasado es gracias a su hermano, quien le revive las anécdotas de su infancia y su juventud. “Y he ahí una diferencia fundamental entre él y yo. Que yo tenía vagos remordimientos de conciencia y él ninguna. Como no tenía conciencia. Simplemente no se puede tener remordimientos de conciencia cuando no hay conciencia. Se necesita materia agente. Darío era un inconsciente desaforado” (32). Lo poco que deja la muerte, aquello que se mantiene a salvo, es la memoria de Fernando. Sin embargo es la memoria de un muerto, según nos dice el personaje. Fernando está muerto y sus recuerdos se unen al des des•le de despojos que es la novela entera. Porque ni siquiera siqu existe el consuelo de permanecer en la memoria de los vivos; éstos, a su vez, desaparecen. Y lo que queda q consignado en la novela es del lenguaje, cuyo desti destino también es desaparecer. “Todo se tiene que morir. Y este idioma también. ¡O qué! ¿Se cree eterna esta lengua pendeja? Lengua necia de un pueblo cerril de curas y tinterillos, aquí consigno tu muerte próxima. próxim Requiescat in pace Hispánica Lengua” (106), Pero, a pesar de la prominencia material de la muerte y toda su fealdad, también hay momentos para el cinismo, para burlarse de ella: El que vive mucho carga con muchos muertos, es natural. Así lo establece la primera ley de los vivos o ley de proporcionalidad de los muertos, que yo descubrí y que estipula una relación directa entre los años que vive el cristiano y los muertos que carga, cargando más el que vive más: v=m2d ve igual a eme al cuadrado por de) donde v es vivo, m es muerto y d es la constante universal del desastre, que por ser una “constante” cambia constantemente (128).

De otra parte, Fernando es un personaje que valida la muerte como forma política de reparar tanto daño, tanta mediocridad, tanta violencia. Precisamente, la muerte mirada así, en términos generales, en forma abstracta como una ecuación matemática, critica y censura la muerte concreta, la de los sicarios y narcotra•cantes, la del día a día de la Colombia desangrada. En el terreno donde la muerte tiene más contacto con lo público y con la realidad nacional es donde la sátira y el cinismo se hacen más agudos. El tema de la muerte a menudo es el percutor para despotricar contra la sociedad en general, contra los políticos, contra el papa, contra los médicos. Los apuntes, recuerdos, reclamos, circulan en la novela con el vehículo común de la muerte: Por lo pronto, mientras se muere el que se tenga qu que morir, me limpio el culo con la nueva Constitución de Colombia… para nacer y morir, para comer y cagar, el ciudadano en México tendrá siempre a un funcionario extendiendo la mano… y donde también es otra dicha morirse es en Cuba, donde uno tiene el entierrito asegurado: el que se quede en Cuba tenga por seguro que lo entierra Fidel: con plata de los gusanos de Miami (142).

En el mundo de escepticismo total que postula El Desbarrancadero,, la muerte parece ser el único hecho real, y aparejados a su ensilladura se encuentran el olvido, la nada. La muerte, más que ser un tema obsesivo, se hace una situación familiar, un signo ineluctable. La existencia misma se muestra como una terrible enfermedad. Cuando Fernando iguala la vejez con el sida, está poniéndole a la vida un sign signo de interrogación. La vida en El Desbarrancadero no tiene un valor en sí misma, no es un hecho absoluto, por al contrario de lo sustantivo de la muerte, la vida po la vida misma se pone en entredicho. De ahí que la maternidad sea vista como un problema. No hay que confundir esta postura con una política malthusiana o con un tratado de eugenesia. En la novela, la crí crítica de la vida y de la natalidad en particular, no se hace en términos económicos, es decir, en la lógica que prescribe que hay que ser menos en el mundo para vivir mejor. Al contrario, mientras las políticas de seguridad llevan implícita la muerte, mientras las religiones promulgan la preservación de la vida, pero censuran el uso del preservativo, Vallejo hace una apología de la muerte como un guiño para afrontar la vida en toda su magnitud. Referencias: CAMUS, Albert. El mito de Sísifo. Trad. Luis Echávarri. Alianza editorial. Madrid, 1985. HEIDEGGER, Martin. Ser y tiempo. México: Fondo de Cultura Económica, 2002. VALLEJO, Fernando. El desbarrancadero, Casa Editorial El Tiempo. Bogotá, 2003.

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La literatura es así, e igual a la vida: uno no es, ni vive, ni escribe lo que

Por: Claudia Marcela Chaves

quiere, sino lo que puede. El fuego secreto, 324

esde su aparición, la obra de Fernando Vallejo se ha convertido en una de las más signi•cativas para las letras colombianas contemporáneas. El tono controversial que predomina en ella, sin duda el rasgo que la ha hecho objeto de debate, no podría pensarse sin tener en cuenta la perspectiva desde la cual el autor nos presenta la libertad. Precisamente, dicha libertad se mani•esta a partir de la actitud desengañada que el narrador-protagonista asume ante la vida, y, por supuesto, a través de una escritura desprovista de las convenciones literarias que, consagradas con el paso del tiempo por la tradición o•cial del género de la novela, carecen de valor para Vallejo. La propuesta estética de este autor rea•rma una visión del mundo que, además de permanecer en constante lucha con las imposiciones sociales y con el discurso o•cial, hace hincapié en los asuntos más álgidos de la sociedad colombiana. Sin embargo, la crítica provocadora hacia las instituciones y hacia la humanidad misma encierra problemas existenciales de mayor profundidad: el lugar del ser en el mundo, la búsqueda de la individualidad en medio de una realidad gobernada por la doble moral, y la conciencia de la fragilidad del hombre ante la presencia continua de la muerte.

D

El río del tiempo (1999), ciclo que reúne cinco libros de asunto autobiográ•co, es un intento por mantener vigente el recuerdo de la libertad alcanzada a lo largo de las diferentes etapas de la vida. Así, para el narrador-protagonista cada instante se convierte en la oportunidad de reconquistar y defender a toda costa su libertad, defensa que se hace aún más problemática por su empeño en contrariar la sociedad en la que vive. A pesar de esto, cada momento destinado a la búsqueda de la plenitud es ya motivo de satisfacción. El recuerdo fugaz es entonces el recurso apropiado para traer al presente lo amargo y lo absurdo, pero también lo placentero de la vida. Desprovisto de linealidad, el texto con•gura esa sensación fragmentaria del recordar, haciendo que la obra se torne una desesperada necesidad de atrapar el pasado y vencer la muerte a través del ejercicio de la escritura. De este modo, El fuego secreto (1987), segundo volumen de El río del tiempo, se caracteriza por la búsqueda de una identidad propia frente al mundo y, desde luego, en lo que respecta a los rasgos canónicos de la novela: el autor al cuestionar continuamente todo estereotipo social y estético consolida el estilo “rebelde” que caracterizará de ahí en adelante el tono de toda su obra.


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Z … yo había sido un niño dócil, un muchachillo estudioso, comparsa en la ajena •esta de la realidad […] Pero como nada está quieto y todo cambia todo cambió. Rompió a soplar una débil brisa que refrescaba la cara […] y los penachos de los platanares y los sauces que bordean el río se dieron a moverse de derecha a izquierda, de izquierda a derecha diciendo «No». ¿Qué me dicen? ¿Qué me niegan? Yo soy la única verdad, la única razón (El fuego secreto, 181).

El fuego secreto representa una ruptura con el mundo ideal de la infancia plasmado en la primera entrega de El río del tiempo. “Todo cambia”, ya no existen los valores absolutos del pasado, el entorno protector del hogar, la visión nostálgica pero esperanzadora de la realidad. Así, del espacio próspero de la •nca de Santa Anita, tan importante en Los días azules (1985), se pasa al de las calles de Medellín, lugar que el narrador-protagonista ve como un escenario de batalla por donde se mueve a “contracorriente” de la humanidad: “Por la calle de Junín, en sentido contrario al nuestro, vienen a misa de seis las beatas apuradas […] Vamos a contracorriente del mundo: a dormir cuando los demás despiertan” (176). Desde el título mismo se nos plantea la temporalidad como un elemento crucial que determina el sentido de la obra. De este modo, el fuego, además de estar dotado de la misma naturaleza efímera de la vida, se hace símbolo de apasionamiento y vitalidad. Así como la llama, que después de tornarse intensa, se propaga sin tregua y •nalmente se consume, el narradorprotagonista encuentra en la fugacidad del presente la oportunidad de triunfar ante la eternidad: “Dios, impotente mirón de las cosas humanas, con sus ojos eternos de búho, de lechuza, todo lo veía penetrando la oscuridad [...] Así que mira, fíjate, dáte cuenta de cómo el fulgor de estos instantes míos hacen polvo

la eternidad de tu In•erno” (196). El fuego también deja adivinar la intención “incendiaria” de las re!exiones que se entrecruzan continuamente con los recuerdos del narradorprotagonista. El falso espíritu patriótico, la desilusión por los partidos políticos colombianos, la ignorancia del pueblo, la hipocresía de la clase dirigente y del clero, lo absurdo de sus mandamientos y, en suma, toda ley y tabú que se opongan a la naturaleza indócil del joven personaje son constantemente blanco de la sátira. Ésta llama la atención, no sólo por ser un agudo cuestionamiento a la sociedad colombiana, sino por estar construida a partir de las expresiones más arraigadas a nuestro imaginario colectivo, con lo cual el autor logra sacudir de manera más sugestiva hasta la conciencia más despreocupada de los problemas sociales. Así, por ejemplo, y siempre con el tono provocador que lo caracteriza, Vallejo nos deja percibir hasta qué punto lo insensato de nuestras acciones está tan naturalizado como el lenguaje que, cotidianamente empleado, contribuye a encubrir lo más bajo de la sociedad: ¡Ponerse el pueblo de ruana! ¿Habráse visto mayor absurdo de expresión? Una ruana es un poncho, un cuadrado de tela con un hueco al centro para meter la cabeza. ¿Pero un pueblo? ¿Cómo se puede poner uno un pueblo de ruana, dígamelo usted? ¿Por dónde se lo mete? Es la expresión absurda que ha acuñado un país absurdo para decir en cuatro palabras todo lo que le cabe en las tripas de envidia y de ruindad ( 212).

Los encuentros amorosos de Fernando, el protagonista, son la manifestación más clara de la libertad que éste ejerce en todas las circunstancias de su vida. Tales encuentros permiten entender que el autor construye una idea de libertad totalmente

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diferente a la tradicional. Para el narrador-protagonista no existe la pretensión de trascender. Por el contrario, el texto insiste en la fugacidad de la vida, en la mala fama del personaje, en la necesidad de alejarse del mundo, pero sin dejar de irritar con su actitud cáustica a sus conciudadanos: “El pasado, el futuro, lo que el mundo pueda decir o pensar se van al diablo, lo tiramos por la ventanilla. Ascendiendo, ascendiendo, íbamos así arrastrando inadvertidamente el ahora, en cumplimiento de la condición primera de la felicidad: ser sin saberlo” (303). Este ascenso se re!ere justamente a las montañas de Medellín, las cuales esconden aquellos escenarios difusos donde las almas obstinadas, como la de nuestro protagonista, viven el pasado, el presente y el futuro como uno solo, como el último de los instantes de la vida. En las cantinas, el personaje se sumerge en una dimensión donde los valores se invierten a su favor: “Paradójico ascenso pecaminoso rumbo al cielo de las liberaciones. Y que no llega. No siempre va el pecado barranca abajo, amigo mío, a veces sube. Pasajero de la noche en la montaña perenne, subo, subo hacia el pico más alto, donde canta en su traganíquel La Quinta Porra, la última de las cantinas…” (304).

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Estos espacios son con!gurados de tal manera que crean una oposición con el escenario hostil que representa el resto de la ciudad de Medellín y la misma Colombia. Las cantinas sombrías y abarrotadas de los hombres más marginados por la sociedad se ajustan a la visión de mundo del personaje, a su pretensión de ir en contra de la moral o!cial. Las rockolas con sus melodías nostálgicas complementan la atmósfera: “Este Gusano de Luz, caramba, es un prodigio, arde en fuegos de arti!cios, tangos, mambos y guarachas, rumbas, danzones, boleros, aunque el traganíquel es una lástima, casi una calamidad […] Un verdadero mártir de nuestra felicidad” (193). El ambiente de dichos lugares es el propicio para que el narrador-protagonista se tropiece con aquellos personajes que merecen toda su simpatía. La Marquesa y Chucho Lopera, en especial este último, se constituyen como una especie de “héroes”; hacen de su vida lo que quieren, cumplen sus deseos a toda costa, se burlan del mundo y sobre todo asumen con total plenitud el ahora: “[…] Chucho Lopera a la par que la Marquesa, pero según su modo pues el caso variaba mucho, como lo que va de diecinueve años a setenta o cien, Chucho Lopera se burló a su antojo de medio Medellín: con el otro medio se acostó” (p.175). Sin embargo, este apasionamiento del personaje por la vida se encuentra estrechamente ligado a la presencia de la muerte, pues sin ella, sin la conciencia de su infalibilidad, sus experiencias no tendrían sentido. El alma, una “soberana abstracción” como la considera Fernando, nos sitúa en una perspectiva desde la que no hay porvenir: la muerte es olvido y el tiempo su cómplice. A lo largo de los diferentes volúmenes que conforman El río del tiempo, el

narrador-protagonista va conociendo, y de paso desa!ando, todas las caras de la muerte. De hecho, en El fuego secreto, a pesar de que el protagonista se representa en su etapa de juventud, ni siquiera se libra de ella. La obra es entonces la con!rmación de que “Tan pronto como un hombre entra en la vida, es ya bastante viejo para morir” (Heidegger, 2002: 268). Precisamente, ese permanecer en el límite entre la vida y la muerte es lo que articula la obra como un gran recuerdo: “Un libro así, claro, es una colcha deshilvanada de retazos, pero ¿qué es la vida (no la falsa novela) sino retazos, pedacería, pedazos unidos por el débil hilo del “yo”? Y el hilo acaba por podrirlo el tiempo…” (241). La narración se convierte entonces en un péndulo que oscila entre el presente de la acción del protagonista y el recuerdo de los personajes que han muerto, y que han recorrido junto a él ese río de la vida que no se detiene. Cabe re"exionar acerca del lugar de la obra de Fernando Vallejo dentro del género de la novela. Si bien la ambigüedad entre autobiografía y !cción, con la que el autor juega constantemente, podría llevarnos a considerar que el texto se niega a sí mismo como parte de la tradición novelesca; no se puede desconocer que “el espíritu de la novela es el espíritu de la continuidad: cada obra es la respuesta a las obras precedentes, cada obra contiene la experiencia anterior de la novela” (Kundera, 29). En esta dirección, la obra de Vallejo contiene a las novelas anteriores, si se puede decir, de manera antagónica; ya que responde !rmemente a una necesidad de renovación respecto a las convenciones que una nutrida producción literaria ha impuesto a través del tiempo. Una de las oposiciones más evidentes es la reiterativa voz del narrador-protagonista que insiste en contar solamente aquello de lo que, “en honor a la estricta verdad”, ha sido testigo, en contraste con el narrador omnisciente consagrado por la tradición. Finalmente, por más de que Fernando Vallejo no se reconozca a sí mismo como escritor de literatura es consciente de lo que su obra representa tanto para el arte como para la sociedad colombiana. No en vano, la realidad nacional es asunto de primer orden en sus libros. Quizás, sólo desde esa realidad, sintiéndola como la siente, el autor es capaz de explorar el sentido profundo de la existencia valiéndose de la libertad que, a pesar de las limitaciones que implica, sólo la escritura puede darle. Referencias: Heidegger, Martin. El ser y el tiempo, México: Fondo de Cultura Económica, 2002. Kundera, Milan. El arte de la novela, Barcelona: Tusquets Editores, 1987. Vallejo, Fernando. El fuego secreto en El río del tiempo, Bogotá: Alfaguara, 1999.


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Por: Héctor Manuel Palacios

Cómo leer el Manualito de imposturología física? ¿Desde un punto de vista físicomatemático, asumiéndolo como un ensayo de ciencia? ¿O como una obra literaria cuyo tema de •cción es la física y sus sacerdotes? Considerarlo desde una de estas orillas, haciendo caso omiso de la existencia de la otra puede llevar al lector a asumir posiciones extremas, disyuntas entre sí, de aprobación irrestricta o de odio total. El cientí•co lo puede asumir ingenuamente como una sarta de apreciaciones equivocadas acerca de la ciencia e, incluso, como una falta de respeto con los máximos profetas de la física (Newton, Einstein, Maxwell, entre otros). El literato, acostumbrado a la prosa de Vallejo, pero con poca formación cientí•ca, puede caer en el aplauso rápido, en la sonrisa ligera y aprobatoria, llegando a creer que el autor es un genio cientí•co no reconocido que desenmascara a unos impostores que fundaron una ciencia que domina nuestra visión actual del mundo.

Propongo, entonces, una interpretación desde estas dos ópticas, que nos permita la libertad de entrar y salir de cada una de estas esferas de visión para contemplar con verdadera justicia el espíritu crítico de el Manualito -diminutivo que es en sí mismo una burla a los autorizados manuales de ciencia-. Siguiendo esta lectura haré notar los aciertos y las equivocaciones del autor, destacando algunas de las principales imposturas que a lo largo del libro Vallejo busca desenmascarar:

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¿

magnitudes para medir algo tan inmedible como la opinión pública ¿por qué no medir, entonces, la impostura? Vallejo elige como patrón de medida el Aquino (A), unidad que tiene el mismo carácter arbitrario en su nombre y en su valor (33 en honor a la cantidad de volúmenes de la Suma Teológica de Santo Tomás) que cualquier magnitud física. Igual de arbitraria es la escala de medida: Newton 23A, Maxwell 180A y Einstein 280A.

Las escalas de medida son arbitrarias Para hacer su provocación más patente, Vallejo parodia en algunos apartados el estilo expositivo de la ciencia. Apenas iniciando el libro se burla de la acuciosa necesidad cientí•ca del medirlo todo, lo tangible y lo intangible. ¡Qué mejor burla de la arbitraria elección de las magnitudes y unidades que creando la propia para medir la impostura! Si hay

Parodiando el estilo cientí•co de los grandes investigadores, párrafos más adelante, con•esa: “Un año me tomó medir la impostura einsteniana; vale decir, algo más de lo que se tardó Kepler en establecer . . . que la órbita de Marte era una elipse y no un círculo.” (13). Cantidad de tiempo considerable para tan minúscula tarea como la de asignar una medida arbitraria, pero que remite al hecho de que

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en la historia de la ciencia ha habido casos en los que se ha invertido tiempo y esfuerzo innecesarios en la discusión de un nombre adecuado para un objeto de la naturaleza recién descubierto. El lector que no esboce una sonrisa en la lectura de estas líneas es porque registra una medida muy baja para la capacidad de reírse de sí mismo.

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Por supuesto que esta arbitrariedad destacada por Vallejo ya es tenida en cuenta por los físicos –aunque de manera tácita– en su discurso. Lo diferente en el Manualito es el estilo provocador e irreverente. Cualquier cientí•co –aún el estudiante universitario– asume que el carácter arbitrario de los nombres y las magnitudes se encuentra sobreentendido y no requiere aclaración. Hacer notar que no hay ninguna relación natural entre el fenómeno físico observado y los conceptos creados por la mente humana para describirlo es un tipo de crítica que suele venir del campo de las Humanidades. Esta es una preocupación válida, hecha desde fuera de la ciencia, para que no se tome como natural aquello que una vez fue innovación en la notación cientí•ca. Pero, aunque la parodia de Vallejo ayuda a la autocrítica, sin embargo hay que señalar que exagera cuando considera necesario prescindir de las magnitudes y expresar las medidas con números absolutos. Si así fuera, la confusión en el lenguaje cientí•co sería muy grande porque no se podría distinguir el objeto al cual se aplica la medida. Así pues, aunque las magnitudes son creaciones arbitrarias, su representación simbólica permite la manipulación matemática del concepto, mecanismo necesario para hacer análisis y predicciones. Los textos de física atribuyen a los genios reconocidos a•rmaciones que ellos nunca hicieron. Un hecho sorprendente y grati•cante, es que las apreciaciones de Vallejo no son producto de la lectura de textos explicativos e interpretativos de tercera generación, destinados a la enseñanza universitaria. Como buen lector que es y ávido cazador del conocimiento, Vallejo sabe que la mejor manera de desentrañar una impostura es navegar aguas arriba hasta la fuente misma. El autor del Manualito hace una revisión pormenorizada de los textos clásicos y pioneros que delinearon el camino de la ciencia: Los Philosophiae Naturalis Principia Mathematica de Newton, el Tratado sobre la electricidad y magnetismo de Maxwell y los tres artículos de Einstein que cambiaron el panorama de la física, entre otros, en los que descubre que algunos de estos investigadores nunca dijeron lo que se dice que a•rmaron. En especial, esto es cierto para el caso de Newton y su famoso e in!uyente Principia Mathematica. Ahora bien, en la diligente lectura que el autor hace de este “feo y abstruso” libro no encuentra las fórmulas y ecuaciones que los textos y manuales universitarios le atribuyen. Entonces, ¿dónde están las ecuaciones

y simbología matemática que Vallejo dice no hallar? No aparecen como tal y no es necesario porque, por una parte el lenguaje matemático usado por la física no se expresa solamente con símbolos (y en particular en este período considerado como el momento de nacimiento de esta ciencia), también se hace con palabras, a pesar que a Vallejo eso no le guste: “pero repito, siempre con palabras, nunca con simbología matemática” (45). Segundo, la virtud y gran aporte de Newton es explicar el mecanismo celeste con el lenguaje de las matemáticas; y no se debe olvidar que es precisamente el inglés uno de los dos inventores del cálculo in•nitesimal que más tarde será formalizado por otros matemáticos y sus famosas leyes del movimiento serán expresadas en este cálculo simbólico formal. Se debe observar que el mérito de creadores como Newton radica en el desarrollo de teorías que explican fenómenos que sus antecesores o contemporáneos no supieron ver porque no tenían a la mano el andamiaje conceptual necesario. A ello se debe en parte el carácter abstruso de algunos de estos textos. Se requiere del tiempo y de la colaboración de otros para permitir a•nar el lenguaje matemático que exprese con mayor economía y parquedad las ideas fundacionales y pioneras de estos investigadores de la naturaleza. El lector de literatura puede reclamar, entonces, que precisamente por esta razón la burla de Vallejo tiene sentido. De acuerdo, y es necesaria para no perder de vista la simpli•cación ascendente que recorre el conocimiento cientí•co para hacerlo accesible a aquellos no interesados en beber de las fuentes. Estos genios impostores nunca experimentaron. Es una diatriba que aparece varias veces en el texto, en particular contra Newton y Einstein. Me permitiré la palabra “delicia” para describir la sensación que provoca la lectura de alguno de estos pasajes de la Introducción: “los experimentos pensados de Einstein para explicar vaya a saber Dios qué. ¡Experimentos pensados" Gedankenexperimente. ¡A quién se le ocurre" Sólo a un genio germánico que mida 280A, capaz de batir en impostura, expresión máxima del intelecto, hasta a la pér•da Albión.” Podemos seguir la ruta de Vallejo y agregar: ¡Cómo es posible que estos tipos se sientan tan seguros de lo que profetizan y que sus apóstoles estén dispuestos a seguirlos si nunca experimentaron, y el experimento es precisamente la herramienta fundamental de la física! ¡Gedankenexperimente: experimentos mentales a la Einstein" Toda una contradicción, experimentos elucubrados y no realizados, la negación misma de la esencia del experimento. En esto es atinado Vallejo y le asiste la razón, pero los experimentos mentales de Einstein son famosos en la historia de la física ¡exactamente por ello" Muestran


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estos ‘experimentos’ la enorme capacidad de creación y de predicción de estos hombres que fueron capaces de crear teorías que explican el mundo sin recurrir a naturalez la ‘pregunta práctica’ que se le hace a la naturaleza. Esta forma de pensar y crear es conocida como física teórica y por su ausencia de experimentación y capacidad de predicción se encuentra muy cerca de la matemática. Ellos se encargaron de pensar y proponer la teoría que abre el camino de lucidez; los experimentos que corroboran sus apreciaciones fueron (y están siendo hechos aún para el caso de la teoría de la relatividad) realizados por físicos experimentales que les sucedieron. Esa ausencia de experimentación es la que los convierte en grandes visionarios porque fueron capaces de ver lo que otros experimentar" En esta categoría también se no y ¡sin experimentar! puede incluir a Galileo. Es cierto que el italiano hizo h par experimentos ‘reales’ desde la torre de su ciudad para hallar una fórmula para la caída de los cuerpos, pero también a•rmó, a!rmó, sin experimentación, que en el vacío cuerpos de diferente peso caen a la misma velocidad; velocidad con!rmado siglos después cuando fue posible hecho con•rmado crear el vacío en situaciones controladas y corroborar que Galileo tenía razón. Los experimentos pensados pueden y llegan a ser necesarios en el momento de desarrollo de la teoría por la incapacidad técnica contemporánea de realizarlos.

a!nar la experimentación.

Á Apropiación de las ideas de otros

Nadie escapa a la pluma de Vallejo. Newton, Maxwell, Einstein nada inventaron, sus más famosas contribuciones fueron robadas a otros que las dijeron dijer antes, pero no fueron escuchados. ¿Por qué darles crédito que no merecen? Impostores robaideas. Para el lector no cientí!co puede ser un descubrimiento la a!rmación que encabeza este apartado. Y para el lector de ciencia es saludable, antes que enojarse de las apreciaciones del autor, reconocer el camino histórico de las ideas. Newton y Einstein reconocieron ante el e mundo mundo su deuda con pensadores anteriores a ellos. Es famosa la frase del primero: “Estoy parado sobre Es hombros de gigantes” y se estima que se refería a Galileo G hombros y a Copérnico, sin cuyo trabajo pionero nada podría haber hecho. Galileo considera que las matemáticas haber son el lenguaje de la ciencia, Newton toma la idea y son va va más lejos: escribe las matemáticas de la mecánica mecáni celeste celeste (no con fórmulas como quisiera Vallejo, pero per sí con palabras que luego fueron traducidas al lenguaje simbólico del cálculo inventado por él mismo). Einstein reconocía que nada nuevo había hecho, que los hechos y datos ya estaban en su tiempo y venían desde la época de Maxwell. A!rmaba que su trabajo había consistido en hacer una nueva ordenación y adoptar una manera de ver diferente. Y en verdad que lo fue. La teoría de la relatividad es una manera diferente de explicar los fenómenos que la física clásica no podía resolver con sus métodos y teorías. Pero el alemán es modesto: nadie, a excepción de Poincaré, miró según su óptica, y sus predicciones aún se siguen corroborando gracias a los nuevos desarrollos tecnológicos que permiten

La historia de la ciencia está cubierta de ejemplos que muestran que ninguna idea es aislada, sino que q arrastra tras de sí a otras, co-progenitoras, a las que debe su existencia. Debemos, sin embargo, reconocer recordar que la actitud crítica de Vallejo nos permite recordar, con mucho humor cáustico, que en la evolución del conocimiento cientí!co son muchos los aportes no reconocidos a los verdaderos artí!ces y que gran parte del público adorador de los pioneros fundadores de co teorías pasa por alto las deudas que éstos tienen con investigadores de menor medida A en la escala de la impostura asignada por Vallejo. Epílogo

No quiero seguir enumerando imposturas porque esto se puede tornar exhaustivo. Pero es necesario aclarar que aunque Vallejo comete errores muy básicos en algunas manipulaciones aritméticas -en la página 194 la deducción de la fórmula: g = g (cm3 ) / s3 justi!car 3 x 1018cm2 usada párrafos más adelante para justi su diatriba, tiene errores imperdonables para alguien que se ha tomado el trabajo de leer y entender algunos algu de los más difíciles libros de ciencia-, su posición posició qu crítica y escéptica recuerda a la del cínico griego que pone el dedo en la llaga cuando los poseedores de la verdad asumen la actitud de encumbrados sacerdotes validadores del conocimiento. Dice el autor: “como las revistas cientí!cas que se han convertido en las modernas detentadoras de la verdad... publicas o te mueres, la nueva ley de la selva. Y así los dueños de las revistas y sus compinches tienen agarrada la sartén por el mango y se reparten el pastel inter pares” (208). (208 Este asunto tan cáusticamente retratado por Vallejo ya ha sido destacado por modernos pensadores que se preguntan: ¿Quién valida un nuevo conocimiento cientí!co? Habita en el ambiente académico la duda de si la ciencia no se está convirtiendo en el nuevo dogma, traicionando su propio espíritu de luchar contra verdades establecidas. Es por ello que el epílogo es pertinente y necesario, en tanto resume la posición e intención del autor a lo largo de las páginas del Manualito Manualito: El ser humano ha avanzado desde la edad media: se han vencido enfermedades, tenemos satélites en la órbita terrestre, conocemos mucho mejor el mecanismo del cuerpo humano y un largo etcétera de logros que muestran que la ciencia domina nuestro mundo y es apreciada por sus logros tecnológicos y por su e!ciencia predictiva, pero es necesario preguntarse pregunta si acaso no hemos cambiado nuestro fetiche de fe: cruci!jos por ecuaciones.

Referencias: VALLEJO, Fernando. Manualito de imposturología física. Editorial Alfaguara. México D. F. 2005

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Por: Carlos Enrique Cartolano

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A mi compañero de la infancia, José Jaime

l manco Vara había vivido dentro del impreciso espacio que media entre el dicen que dicen y el yo lo he visto con mis propios ojos. Espacio que a veces es como el tiempo ido. Escaso, borroso y fatuo. Insu•ciente, además, ya que los personajes que son más por mentas que por historias enteras, viven en una proeza permanente, incapaces de echar raíces, montar y desmontar dormitorios donde descansar y reponerse, bancos o escritorios en los que estudiar o trabajar, hijos –sobre todo hijos- en los que legar miradas que terminan siendo densas como religiones personales. Así –oscuro y de evocación difícil- fue el manco Vara, del cual al día de hoy se testimonian once muertes, excarcelaciones decretadas mediante salvoconductos políticos y vapores etílicos compartidos, noche tras noche, siempre en el mismo arrabal de tras los rieles. Liturgias del malevaje que consagraba liderazgos, respetos bastante parecidos al santo temor y esa educación informal, pero completa, que permitía entenderse en tan estrecho espacio hasta con la mirada o con alguno que otro ademán.

E

¿Y cuál era ese tiempo? Parece imposible que se pongan de acuerdo los que cuentan los cuentos que vienen circulando desde quién sabe cuándo, con los que a•rman haberlo visto de muy pichones, como el Beto o el propio José que quizás confunden contemplaciones con una prodigiosa imaginación juvenil que entonces todo lo pudo. Por eso, unos lo ponen al servicio de la causa del yrigoyenismo, otros del complot antipersonalista y aún, algunos, más del peronismo. Vara tras la cuchilla, poder popular de•nitivamente consagrado, al cual se temió y se respetó en todo tiempo. Patrocinio orillero del que supo valerse tanto el doctor Ayala Torales, como el sastre Torrente, al que temieron sin duda los últimos esbirros de Justo, “el carne picada” y pocos más, y al que respetó a conciencia el marxista leninista Alexis Echegaray.

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Había además un carrero Vara y un manco Vara, según se hablase de él cuando era antes o cuando era después del escopetazo de Anguita. Uno y otro eran inseparables de la cuchilla, o bien oculta tras el vellón de oveja pampa que cubría el pescante del carro o bien prieta en el puño derecho de Vara, estuviera antes o dejara de estar después el brazo izquierdo. Esa cuchilla, que de la mitad de su hoja hasta la punta se parecía bastante a una daga de tanta a•lada precaución, y que de su •lo posterior hasta el cabo de madera aceitada parecía igualarse con la piel del propietario, de tan íntima, de tan liviana y entrañable. Esa cuchilla fatal que domesticó el aire en tanto duelo criollo habido entre carros en descanso y boliches apenas iluminados, casi donde la ciudad atlántida desvanecía de tanto campo en torno, con paisanos silenciosos cabeceando y mujeres que berreaban sus inseguridades. Demostraciones de hombría en las que terminaba por mandar el vino, al punto de que los recuerdos se evaporaran de cada uno como el mismo néctar de las damajuanas. Claro que nunca tanto como para modi•carles honorabilidad y lealtades de paisanos sureños bonaerenses a esos hombres enjutos, sacri•cados de día y libres por la noche, de peludeo en peludeo. Una cuentan en que le perdonó la vida al negro Machado, el peón de carga de la ferretería de Merino, que, enredado con las riendas de la caballada, en pleno duelo criollo cayó desarmado al piso. Y supo tenerlo en tales circunstancias al arbitrio y disposición de su cuchilla el manco Vara, que digno fue al respetar la humanidad de su ocasional enemigo, y, muy lejos de ultimarlo, lo ayudó a reincorporarse abandonando al cabo el campo de batalla. Varias más, de las necesarias tareas de limpieza que ejecutó para sus jefes políticos en vísperas de elecciones. Contradictorio en ocasiones, cuando transitaba del rol de perseguidor al de perseguido, solidarizándose con víctimas sufridas por injustas encerronas. O perdido durante días enteros entretenido en proteger la sonrisa complacida de su fresca concubina. Se decía del manco, pero se decía sobre todo de su cuchilla. Digna cuchilla, como que detrás de ella estaba Vara, y que ambos eran sólo un arma, independiente, individual, completa y e•ciente. ¿De qué serviría el •lo si no tuviera el ímpetu de Vara urgido desde el cabo? ¿Y de qué se valdría la furia moral del gaucho, si no fuera por esa punta brillante y •losa, capaz de trazarle sangrías hasta a la misma luna? Y, por supuesto, vuelve a contarse una y otra vez el relato del brazo izquierdo, volado una noche a puro escopetazo de don Anguita, el dueño del boliche, cuando el hombre era enfrentado sin remedio por la cuchilla y por la sinrazón detrás del indoctrinado Vara. Claro que al •nal de este relato, vuelven a recordarse todos los vinos que el autor del escopetazo compartió con Vara ya sin su brazo izquierdo, superados enconos y ocupados como estuvieron después en sorber sus vidas. Historias que se contaron en las rondas de los bares de arrabal, en El Gaucho, o en Adelante los que quedan, o en el de Gonzalito, bolichero vestido de blanco perpetuo, como un pasajero del más allá incontaminable. Y hasta en el boliche que, andando los años, abrió en la calle Colón, el mismísimo Alexis, transformado por in!ujo doctrinario en antro de la izquierda, cuando se vivían vísperas de la masacre de Trelew. Algunos, que se apuntan como cronistas o historiadores, dicen que Vara llevaba sangre tehuelche. Hasta que estaba emparentado con los Antenao, y que por eso siendo más mapuche que tehuelche, acostumbraba a cargar vellones de ovejas pampas y supo hacerle los transportes al alto Nardini y a su socio Suardi. Los más románticos cuentan que ya manco, Vara supo enamorar a la Mirta, hermana de Norma Juárez, y que convivieron bajo el mismo techo en Villa Mora. Y que como las chapas del rancho estaban pobladas de agujeros, los paisanos las fueron cubriendo con quinua, el cereal litúrgico de los incas. Un yuyo, dicen, que crece en los baldíos de la orilla, y que mantiene bien alta la dignidad criolla. De: Completar la mirada, Cuentos incómodos, 2009. (Inédito)

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Por: Gabriela Amar

weig acaba de recibir una carta de su amigo Germán Arciniegas, ahora ministro de educación de Colombia, en ella lee que está listo, en París, un tiquete abierto para el pintor belga Frans Masereel, amigo e ilustrador de las obras de Zweig, para viajar de Francia a Colombia (éste huye de la deportación por ser judío) y, al mismo tiempo, recibe una invitación formal para él, para viajar a Colombia.

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Zweig, que trabaja en la que será su última obra (o por lo menos la última de las que conocemos), quiere hacer el viaje, pero su esposa (la segunda) no se siente capaz de emprender un nuevo viaje. Pasan algunas semanas, y ante las dudas de Zweig, Arciniegas decide prácticamente ir a traerlo personalmente. Aprovechando una invitación de la revista Sur (de Victoria Ocampo y Borges) a Buenos Aires, para dictar una serie de conferencias en la Biblioteca Nacional, y estrechar lazos editoriales entre los dos países (buscando sacar partido de los exiliados europeos en Argentina, entre ellos Caillois), Arciniegas le escribe a Zweig, invitándolo ahora a Buenos Aires. En esta nueva carta, le cuenta a Zweig del movimiento cultural porteño, le habla de Borges, de Xul Solar y, sobre todo, de Macedonio Fernández. Le envía también un libro de él. Zweig, con sólo leer las primeras páginas (se trata de la versión original de “Museo de la novela de la eterna”), se siente atraído por el personaje y se entusiasma con la idea de escribir su biografía. ¿Aceptará entonces Zweig la invitación de Arciniegas? ¿Conocerá a Macedonio? ¿Hará su biografía? …Una vez en Buenos Aires, Zweig, por intermedio de Xul Solar, logra averiguar la dirección del apartamento de Macedonio. Allí llega una tarde de noviembre de 1941. Está esperando el ascensor que lo lleve al piso 20. A su lado espera también un hombre maduro, vestido de forma rústica y con aire distraído. Los dos abordan el ascensor. Van al mismo piso. No se dirigen la mirada, ni mucho menos la palabra. Al llegar al piso 20, Macedonio va hacia la izquierda del pasillo y Zweig a la derecha. Zweig se pierde un poco, hasta que por •n da con el número 20H y timbra. Macedonio abre la puerta. Zweig se queda mirándolo y no dice nada. Ni siquiera se ha dado cuenta que es el mismo hombre que venía en el ascensor. El desconocimiento es mutuo. Macedonio nunca ha leído, ni ha tenido noticia alguna de Zweig. Macedonio mira a Zweig, pero tampoco dice nada. Al cabo de un par de minutos, los dos hombres se despiden casi simultáneamente, sin musitar palabra. Zweig va a ver a Xul Solar y le cuenta de su desafortunado desencuentro. Xul le sugiere que vuelva mañana, y le dice que esta vez él lo acompañará. Pero esa misma noche, Zweig recibe un telegrama urgente de su esposa que lo obliga a viajar en la madrugada. Antes de irse, le escribe una carta a Xul, donde le cuenta que no se siente capaz de escribir una biografía de alguien vivo. Zweig tratará de empezar a escribir la biografía de Macedonio, con los materiales de segunda mano que ha conseguido. Una vez en Brasil, sabe que nunca terminará esa biografía. De•nitivamente no puede escribir de alguien vivo (aunque sea Macedonio Fernández), y se dedica entonces a escribir su autobiografía, más o menos ajena. Xul acaba de recibir una carta de Masereel, donde se entera del repentino suicidio de Zweig en Brasil. Se pregunta si Zweig llegó a terminar su propia biografía. Le intriga también saber qué tanto alcanzó a escribir Zweig de Macedonio. Mientras especula sobre el tema, se le ocurre ir a buscar a Macedonio. Los dos conversan acaloradamente, ya que Xul le dice a Macedonio, que éste tiene una deuda moral, acaso literaria con Zweig. Macedonio no entiende nada. Xul le sugiere que escriba la biografía de Zweig. Macedonio piensa que tal vez deba escribir el libro que quedó sin terminar de Zweig. Variante. Por primera vez no sé cómo empezar una biografía. He escrito tantas, y siempre tenía claro el comienzo y el •nal. Pero ahora, con Macedonio Fernández, he perdido un poco el norte. Ni siquiera sé si a él le interesa que le hagan una biografía. De paso, es también la primera vez que me hago esa pregunta. Suelo hacer biografía de muertos. Y Macedonio está muy vivo, mucho más que yo. A lo mejor a Macedonio no le gustan las biografías, ni la suya ni la de nadie. ¿A qué tipo de personas le gustan las biografías? Después de todo, tienen un cierto aire bíblico, que nos remite a la vida del santo X o Y.

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Mientras Zweig re•exiona sobre la que podría ser su última obra, le llega de repente un inesperado pensamiento. Y si alguien ya estuviera escribiendo su biografía…No la que él quiere hacerle a Macedonio, sino la que cualquiera podría hacer de él. Una biografía del mayor de los biógrafos. No suena mal. En todo caso, atraería al público. No, él no quiere eso. Zweig preferiría escribir su autobiografía. Sus memorias. Hay tantos episodios de su vida que se podrían tergiversar. Una biografía, dígase lo que se diga, es una especie de ascensor. Nunca sabes con quien te puedes encontrar cuando se abre la puerta. Y el biógrafo no es precisamente el ascensorista. Es más bien un híbrido entre un barredor y una fotógrafa. Un ser a mitad de camino, entre un teléfono y una matera. Sé que puedo parecer un tanto confuso, pero así es como yo lo interpreto. ¿Qué más puede ser un biógrafo? ¿Qué sé yo de Macedonio Fernández? Tengo algunos testimonios de sus amigos, uno de sus libros (dicen que tiene muchos más, pero casi todos incompletos) y un vago recuerdo de la única vez que lo vi. Desde que escuché su nombre, y oí que lo llamaban “Sócrates criollo”, supe que debía hacer algo con él. ¿Un Sócrates criollo? ¿Borges vendría a ser Platón…? Y Xul, ¿qué sería Xul?...¿un so!sta…? Y yo, ¿quién sería yo…? ¿Acaso podría ser, por una vez, Aristófanes…? ¿Por qué no puedo empezar esta biografía como las otras? Antes era tan sencillo. Sólo era una cuestión personal. Elegía al personaje, me dedicaba durante un año a leer todos sus escritos, y encontraba la voz que le convenía a la narración. En el fondo, tengo que confesarlo, la voz a la que me re!ero no era más que una !cha de ajedrez. Cada personaje correspondía a una !cha. La mayoría eran caballos (aventureros, impredecibles, indispensables). Pero, Macedonio. Yo lo veo más como un al!l. ¿Cómo juega un al!l? Eso ya lo saben de sobra mis lectores, y los que aún no lo son, los dirijo a “La novela del ajedrez”. Pero, ese no es el problema. Yo sé muy bien cómo juega un al!l, y sí, Macedonio lo es, estoy seguro. Lo que no entiendo es quién soy yo en esta trama. En las otras biografías yo tenía muy claro mi lugar. ¿Tendré que ser explícito?...si, ya sé que pensaron en el rey. Estuvieron cerca. Yo siempre escribo como la reina, me muevo por todas las casillas. Mis personajes son caballos, porque son los únicos que pueden ponerme en doble jaque. Ustedes se preguntarán, a dónde quiero ir. Cuál es el problema con Macedonio, si al !n y al cabo, él es sólo un al!l. No hay peligro de jaque mate sólo con al!les. Pues bien, esa es mi agonía. Me falta el vértigo.

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Zweig no sabe, no puede saber, que ya está casi terminada su biografía. Una de sus lectoras más apasionadas, ha venido siguiendo sus pasos desde hace una década. Ha recopilado testimonios diversos, recortes de prensa, fotos más o menos indiscretas, y muchos documentos más. Para ella, Zweig no es un rey, ni una reina. Tampoco es un caballo o un al!l. ¿Una torre? No lo creo. Para esta lectora, Zweig es un peón. Simplemente un peón. No es poco si se piensa bien. Siempre va hacia adelante y sabe recibir órdenes (¿En este caso de sus personajes?), pero, por encima de eso, para ella, Zweig es un peón porque sabe que su muerte es lo que menos importa. Ni Zweig, ni Macedonio pueden saber que esta lectora los conoce a los dos. Ella tampoco llega a sospechar que Zweig piensa escribir sobre Macedonio. ¿Quién es esa lectora? Hoy, Macedonio se ha levantado y ha escrito un prólogo. Es una mañana cualquiera, en principio. Macedonio se sabe un “recienvenido” y no le gusta posar de intelectual, ni en Florida, ni en Boedo. Tiene amigos en los dos grupos, pero no le gusta estar a!liado a nada. Si leyera el periódico, se habría enterado que hoy llega a Buenos Aires el famoso escritor austriaco Stephen Zweig. Macedonio siempre pasa de largo frente a los diarios colgados en los kioscos. Macedonio no sabe quién es Zweig. Quizá alguna vez Borges le habló de él. Quién sabe. En la nota del diario, se ve a Zweig en el que será su último año de vida. Luce cansado y tiene un dejo melancólico que no lo abandonará más. El titular del diario Tlön dice: “Zweig en misión secreta”. Muchos lectores pensaron que se trataba de un asunto político, y los hubo que creyeron, vanamente, que Zweig haría una suerte de “Guerra de los mundos” a la manera de Welles. Aunque Zweig nunca se tomó el trabajo de desmentir todo lo que se dijo durante las semanas en que estuvo en Buenos Aires, sí llegó a lamentar el ambiguo titular. Macedonio no sabe nada de todo esto. Como dijimos, está escribiendo un nuevo (viejo) prólogo. En la tarde tiene una cita con Xul Solar. Jugarán una nueva (vieja) partida de ajedrez. Quizá sea una de las últimas que jueguen los dos amigos de Borges, pues Xul está a punto de terminar su panajedrez y, como lo ha dicho muchas veces, apenas esté listo, dejará de jugar el ajedrez antiguo. No hay que creer, no obstante, que Macedonio y Zweig son tan disímiles. Tienen una pasión común: el cinematógrafo. Mañana se estrena en Buenos Aires, la que promete ser una película memorable: Casablanca. A ninguno de los dos le gustará. Pero, pasado mañana, proyectarán en una pequeña sala casera de Palermo, una nueva película de Búster Keaton. Allí estarán Zweig y Macedonio.


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55 ... Por:Javier Moyano

l señor y la señora Newton discuten recostados a la sombra de aquel roble donde, navaja en mano, se dieron a la tarea de dibujar un corazón, una fecha y sus nombres. Era una tarde de primavera hace ya tanto tiempo. Él explica su lejanía del lecho marital por razones de trabajo. Ella dice que ya no es lo mismo. Él pide más comprensión y ella explica, sin sonrojarse, que su entrepierna necesita quien seque a besos su humedad. Él calla, toma aire, aprieta el puño derecho, sus ojos se nublan y su cabeza también, un último suspiro y, por !n, el señor Newton pregunta “¿Tienes otro?”. Ella calla. Una certeza entre los dos. Un “¡Sí, Viejo Amor!” brota de los labios carnuditos de la señora Newton. Él se levanta y le propicia certero puño al desdichado corazón tallado en el tronco; Su mano sangra un poco. Una manzana cae en la cabeza de ella. ¿Por qué? Pregunta el señor Newton con la mirada perdida. “¡Es joven, me desea, me toma, me devora y su libreta de anotaciones esta colmada de poemas con mi nombre!” Un silencio sepulcral y una ráfaga de vientos del norte cruzan la escena !nal. El mundo se cae, la ex-señora Newton parte. Yo sé lo que sentiste viejo Newton. El mundo se cae.

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59 ... Por: Calamagrotis


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El eutanasia derecho a la

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hora sí que suenen las vuvuzelas, que se nos vino el continuismo: ganó Juan, el Santo y desde esta tribuna mundialista, decidí echar sal en la cuestión del huevo dedocrático -nada extraño en un país que tiene la democracia más vieja de América Ladina, que por lo senil, menopáusica, cegatona, patuleca y tarambana es que le hacen tanta marrullería-; suplicar por una constitución más robusta que resista estos cambios del clima electoral, que no le afecte el estado de opinión, ni le pique el bicho reeleccionista; e inventariar a una parte de esa fauna variopinta que quería arrellanarse en el solio de Bolívar (¿Qué será un solio?). Uno de estos inanes cincuentones -lógico, sólo un carcamal puede manejar este sistema vejestorio- vivirá, sin pagar arriendo, durante cuatro años en la casa de Nari y si se amaña no lo desalojan ni con ocho mil procesos, mejor dicho, es que se cae más fácil Lina Marulanda. Pero, antes de entrar a mayores, publicamos nuestra última y con!able encuesta sobre quien ganó la presidencia: Juan, El Santo: 15 % (Con tendencia al alza de los impuestos), Antin•as Lockus: 20 % (Salgan del carelibro que la verdad está ahí afuera); Lionel Messi: 15 % (sin duda, estos estaban viendo el mundial) y No sabe, ni le importa: 60 % (Ahí tenemos a los abstencionistas); Ahora sí, haremos el repaso de los aspirantes:

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Juan, El Santo: Del enmascarado de plata, no se sabe si esa cara tan fea es su antifaz o!cial o el producto de una cirugía mal hecha. Descendiente de una estirpe de virreyes, adelantados y oidores de chuzadas, este personaje juega con El Tiempo a su favor. Fue ministro de hacienda, de desarrollo de una doble personalidad y de ataque preventivo con !nes terroristas, y después de ser el ideólogo de la tercera vía, ahora quiere ser dueño del tercer canal. De él se dicen muchas cosas: que le cabe el país en la cabeza (debe ser cierto, porque con esa mollera tan hijuemaiza, al menos ahí cabe la Gran Colombia), que tiene ojeras de trasnochao, (con la justicia internacional pisándole los talones, quién concilia el sueño ¿o será rímel?), que en las entrevistas ya no dice sí o no, sino “falso” o “positivo” (¡tan raro¡) y que es el creador de la gran operación camaleón, la que hizo cambiar de color a toda la politiquería nacional. Ganó fácil, pero así cualquiera. Vargas: aunque lo confunden con Juan Ramón, no es aquél padre de familia bonachón de “Dejémonos de vainas”. Dicen que le han visto contando y recontando su rebaño para saber cuántas de sus cabras dieron el cambio radical en forma de U. Cuenta la leyenda urbana que los dedos que le mocharon con la carta-bomba los recogió un gamín y ahora son milagrosos, que si uno los frota repitiendo tres veces “mejor no es posible” le conceden un deseo: una cuota burocrática, ganarse un chance de la gata o hasta un apellido tradicional. Ahora, dizque gracias al intercambio humanitario, le van a cambiar la mano que le voló las Farc por la que le cortaron a Iván Ríos, como para quedar mano a mano con este grupo manoísta. Ante la pregunta: ¿Por qué perdió?: “Averígüelo Vargas”. Tavo Retro: de este primo del burro mocho, con quien colaboró haciendo el coro “mamar ron” en la canción del ñato, cuentan que es un declarado anti-chavista (no le gusta el chavo

>Juan Camilo Melo

Por: Tico Poli Castro del ocho) y que revolucionó el arte del cartel político con su a!che a lo Andy Warhol; pero si fracasó en las montañas (cómo es posible que de guerrillero ni siquiera haya hecho un tirito. Eso sí es no servir para nada), cómo no iba a perder en esta selva burocrática, lidiando además con las mil tendencias del polo uribista. Naomi Sinfín: La !na, la margarina, la consentida del poeta Belisauro, pa qué quiere ser presidente si le queda tan bien el papel de embajadora. ¿Será que no quiere seguir posando para revistas del corazón al lado de Esgar Perea o el moreno Descarus? La eterna Naomi es como las pruebas de embarazo: si se pone azul da un miiiiiedo, pero, ella sí sabe lo que es promiscuidad política: estuvo con todos, a punta de embeleco, cirugía, maquillaje, una sonrisa tensionada y más maquillaje. Si hubiese ganado habríamos tenido al señor Rubio, haciendo de primer damo de la república, con sus obritas de caridad para los pobres. Toda una novedad. ¡Lástima! Antin•as Lockus: ¡Que lo devuelvan pa Lituania, Letonia o pa la Patagonia! pues ya se sabe que entró al país de pirata, y no dizque muy ético, estético, simbólico, hermenéutico, revoliá, revoliático, Antin"as el matemático. Difícil imaginarse una a-lockus-ión presidencial con este tipo, que se meta a palacio montado en su elefante, que lo coja un desastre con los calzones abajo, que se disfrace de grillo y se lo consuma un sapo verde, o que en vez de himnos a las seis, tengamos por todos los canales estribillos del tipo: “la vida es sagrada”, “heil, Antin"as” “dos por uno, dos; dos por dos, cuatro…”. ¡De lo que nos perdimos! Si gana ya tendríamos competencia para las telenovelas en lloradera a mockus tendido, eso Verónica Castro le queda chiquita: que si los intelectuales lo apoyan se pone a llorar; que si puntea las encuestas, a llorar; que si nadie le entiende, otra vez a llorar; pero eso es puro llanto de cocodrilo inmigrante. Rafael: Prometía ser el artista del renacimiento político y terminó siendo un mero cubista cuadriculado. Tuvo la mejor campaña publicitaria, pero nunca se supo cual era su propuesta, a veces se parecía al requemado Serpa con su insistidera en lo que usted insiste, pero no estaba en su hora Gaviria, donde estudió su kínder. De aquella lejana y oscura experiencia (por los racionamientos), le quedó un trauma el macho a pasar frente a la catedral primada, porque le recuerda la otra catedral de la que se les voló el primo de José Obdulio, además de una fobia a las alturas por las heridas que le dejó el gran salto social. Pardo es de la especie liberalus rojus descoloridus y le faltó ser más agresivo en campaña: una cuenta en twiter donde montase sus fotos en calzoncillos, que se hubiese puesto el turbante de Piedad para quedar como Kalimán, en !n, que para ser presidente de este país se necesita ser más falsario, payaso, absolutista y camaleón, todo en uno, cualidad que por lo visto Rafael no tiene. Mejor que se siga dedicando a la docencia y a la decencia, que ahí pinta mejor. Así las cosas, uno no hace más que sentir nostalgia por otras épocas, cuando sí había por quién votar: Mario Gareña, el cura Hoyos, El tunjo, mi general Bedoya, Santo!mio o Regina 11. Es que en nuestra política todo tiempo pasado fue mejor y votar ahora es lo más parecido a reclamar el derecho a la eutanasia.


> Juan Camilo Melo

Te las canto >>>

e 1 ... Bandera 2 ... Surgente es mi castor 3 ... Carta a un surgente-nauta 4 ... Carta al cartero 6 ... Sagrada carta a nadie según el desorden 11 ... Carta de la revendedora ambulante 14 ... Carta a un payaso disoluto 16 ... Líneas escritas antes de partir 18 ... Carta a quienes mueren sus días en medio de sus ímpetus 21 ... B sides of Neoñero II 34 ... Dossier No. 2 - Fernando Vallejo 36 ... Fernando Vallejo y el peligro del yo. ¡Y yo! 39 ... Una imagen líquida de El río del tiempo 42 ... La muerte en El desbarrancadero 44 ... La libertad en El fuego secreto 47 ... Una lectura del Manualito de imposturología física 50 ... Tras la cuchilla 52 ... Un alfil para Zweig 55 ... El mundo se cae 56 ... Burritos 60 ... Viceversa


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