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La Oculta o de una finca más que una finca
La Oculta Héctor Abad Faciolince Alfaguara Bogotá, 2014 334 p.
La novela La Oculta de Héctor Abad Faciolince (2014) es una narración tejida a partir de los recuerdos de tres hermanos de la familia Ángel (Antonio, Eva y Pilar); por medio de las reminiscencias de cada uno de ellos no solo conocemos sus respectivas historias y las de los miembros de su estirpe, sino que asistimos a la memoria de diversos hechos sucedidos en Antioquia desde su colonización en siglos pasados hasta nuestros días. Por otro lado, la obra también abunda en reflexiones sobre la historia y el presente tanto de Colombia como del mundo actual.
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El eje de las evocaciones de los tres hermanos, cuyas voces escuchamos por turnos, es una finca llamada La Oculta, muy cercana al municipio de Jericó. Esta ha sido una propiedad de la familia Ángel por un lapso dilatadísimo y los avatares que se han sucedido en ella y alrededor de ella han marcado el destino del clan. De hecho, una primera mirada al texto de Abad Faciolince muestra que este es el relato del nacimiento, auge, declinación y casi desaparición de la finca La Oculta. Empero, a medida que el lector se adentra en la ficción, salta a la vista que La Oculta (como la selva en La Vorágine de José Eustasio Rivera) no solo es un espacio físico, sino también la metáfora de un cúmulo multiforme de significados. A develar algunos de estos significados latentes en el libro, quisiéramos dedicar esta nota. En primer lugar, La Oculta recuerda mucho una clásica serie de la televisión norteamericana llamada The Wonder Years (en Colombia la pasaron como Los años maravillosos). En aquella serie se nos presentaba a cierto personaje llamado Kevin, que desde su madurez recordaba cómo habían sido su infancia y adolescencia y cómo habían sido el país y el mundo que lo rodearon en aquel tiempo. La Oculta —con evidentes diferencias, dado que una obra narra desde Estados Unidos y era una comedia, y la otra narra desde Antioquia y Colombia, y su tono es más elegíaco— también puede ser vista como un ejercicio de nostalgia, y como añoranza del paraíso perdido que fueron los años infantiles y juveniles. La constante remembranza de los años inolvidables y felices que se vivieron en La Oculta plasma uno de los deseos perennes de la literatura y el arte de todas las edades: detener el tiempo. En la novela de Abad Faciolince se expresa una vez más esa pretensión humana que, aunque la sabemos absurda e inalcanzable, hace parte del adn de nuestra especie, y es que todos anhelaríamos encontrar algún modo de parar el torrente del tiempo, de recuperar por entero cada uno de los días del pasado (o al menos ciertos días de ese pasado). En especial los personajes de Antonio y Pilar hacen cuanto está a su alcance para quedarse de algún modo con aquel edén representado en La Oculta, pero al final sus esfuerzos serán vanos e irremediablemente deberán abandonarla. La Oculta no es solo una finca sino, para hablar usando un término de físicos, un espacio-tiempo.
En segundo lugar, La Oculta representa lo sagrado. Para los miembros de la familia Ángel, esa finca atesora abundantes recuerdos sobre episodios fundamentales de sus vidas y de allí que la experimenten como un locus sacro, como el punto espaciotemporal donde han acaecido muchas epifanías centrales en sus existencias. Los Ángel se resisten una y otra vez a vender La Oculta, pues para ellos eso es como si uno vendiera sus recuerdos, como si uno pusiera en venta su primera relación sexual, sus abuelos o sus padres, como si uno llevara su historia personal a una plaza de mercado y allí la feriara por dinero (argumento que, por cierto, suele ser común en ese género blasfematorio por excelencia que es la ciencia ficción). Para la mayoría de los integrantes de la familia Ángel, desprenderse de La Oculta se siente como una profanación porque para ellos ese lugar
se experimenta de modo religioso; es decir, los Ángel conciben su propiedad como una especie de templo, y se supone que un santuario se encuentra por fuera de la lógica del mercado que en nuestros tiempos reina por doquier.
En tercer lugar, y en consonancia con el punto anterior, La Oculta representa el sentido de la existencia. No es casual que en cierto momento de la narración, cuando un hijo de Pilar se encuentra secuestrado por la guerrilla, el abuelo le pida a su hija que sacrifique a su hijo con tal de no perder La Oculta. Esto —poner a la tierra por encima de un ser humano—, que podría ser visto como un disparate, para ciertos personajes de la novela no lo es, pues esa tierra es vista como “un lugar por el cual vivir” (228), como algo que otorga una ubicación en el mundo, un centro, un eje. Si para varios de los Ángel (o para la mayor parte) La Oculta es sentido, es obvio que ese sentido debe ser defendido con uñas y dientes en un mundo que hace tiempos navega sin derrotero. La Oculta representaría así orientación en un mundo desorientado, ubicación en medio de un planeta extraviado. En cuarto lugar, La Oculta representa la tierra, la raíz, la naturaleza, los orígenes del hombre. A lo largo de la obra de Abad Faciolince se plantea de modo reiterado que el ser humano no puede perder su ligazón con la tierra y con el orbe natural, que si el hombre algún día pierde ese contacto, el resultado puede ser mortal para la especie. En otras palabras, se está proponiendo que el hombre es tal, siempre y cuando conserve algún vínculo natural, que precisamente ese lazo es lo que garantiza su humanidad. Frente a ciertas teorías contemporáneas que proponen que para alcanzar la condición “poshumana” es necesario cortar absolutamente todos los vínculos con la esfera natural, el texto de La Oculta insiste en que tal vez los humanos nunca alcancemos esa “poshumanidad”. ¿La razón? Desde esta narración se propone que hay un ámbito hondo y secreto en el hombre (su parte “oculta”) que es inevolucionable, que hay una sección inherente al hombre que no puede ser sustituida por órdenes no naturales. Quizá el humano nunca será poshumano, pues existe una zona de su alma que no puede ser alterada ni por la ciencia, ni por la tecnología ni por el mercado. En la actual discusión acerca de lo humano y lo poshumano, que hoy está tan de moda, la obra de Abad Faciolince se inclina por señalar que nuestra especie se halla en una tensión, quizá sin solución, entre el anhelo de lo poshumano y la imposibilidad radical de cierta región insondable del hombre para evolucionar hacia “poshumanidades”.
En quinto lugar, La Oculta representa el imperio de la belleza sobre la utilidad. En un mundo donde todo se supedita al mercado y donde todo se mide en términos de qué tanto mueve o no mueve al capital, La Oculta representa una lógica diferente. La Oculta significa la defensa de la tierra y del paisaje, independientemente de que tal tierra o tal paisaje produzcan algo provechoso en términos económicos. La defensa de La Oculta entraña por tanto la defensa (probablemente sin mayores esperanzas) de un espacio que quede por fuera del ámbito de lo que se compra y lo que se vende.
En sexto lugar, y de modo obvio, La Oculta representa ese deseo por una tierrita, casita o terreno propio que es característico de los colombianos. Es claro que la mayoría de nacionales —a diferencia de los Ángel— no cuenta con una Oculta que satisfaga ciertas necesidades básicas, y que desde ese anhelo insatisfecho (que los sociólogos encuadran en la denominada “lucha por la tierra”) se han incubado muchas de las tragedias pasadas y presentes de la historia de este país. De hecho, La Oculta termina siendo complementaria de una novela conocidísima de Eduardo Caballero Calderón llamada Siervo sin tierra. Si en la obra del bogotano se retrata la lucha de los desposeídos de la tierra y de su lucha por hacerse a un espacio propio bajo el sol, La Oculta dibuja el modo en que el proceso de colonización antioqueña lidió con esta aspiración y la forma en que los poseedores de la tierra, que no entraron en la órbita de paramilitares, guerrilleros y narcos, tuvieron que pasar las verdes y las maduras para conservar (cuando pudieron) sus terrenos.
En séptimo lugar, La Oculta es la representación de los deseos imposibles que, pese a su imposibilidad, dan forma a lo humano. En cierto instante, Pilar manifiesta que ella y su familia pretenden conservar La Oculta “para que mis hijos y mis nietos vengan y sientan la misma felicidad que yo sentí de niña y de joven, cuando estaban vivos los abuelitos y mi papá y mi mamá” (293). Como se advertirá, lo que este personaje pretende es una imposibilidad metafísica: quiere que una emoción experimentada por ella cuando era niña sea sentida en la misma forma y con la misma magnitud por otros seres humanos distintos y que llegarán a ese mismo lugar en un futuro distante. La mujer que expresa este anhelo olvida que hay ciertas felicidades y ciertas tristezas tan absolutamente idiosincráticas o individuales, que simplemente ningún otro ser humano puede reproducirlas; olvida también que hay sentimientos que uno siente y que son simplemente