Revista Universidad de Antioquia 343

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EL ZARZO DE OBREGÓN Luis Germán Sierra J. Coordinador cultural Biblioteca Carlos Gaviria Díaz, Universidad de Antioquia.

Yo creo que lo más importante de todo lo que acompañó a Elkin Obregón durante su vida fue un agudo sentido del humor. Y también creo que al decir eso no estoy descubriendo nada. Aunque sí creo que su obra —como dibujante, escritor, caricaturista (obviamente) y aún como el lector apasionado que siempre fue— está signada por una seria sonrisa. Por un humor parco e irónico que lo hacía distinto a casi todos y, si se quiere, incomprensible para muchos, que lo tomaban como alguien distante, alejado de las cosas comunes y corrientes. Menos, claro está, para quienes lo conocían de verdad. Y para quienes lo leían o miraban sus trazos. En sus dibujos, diestros y de líneas firmes (como las de su admirado Ricardo Rendón), había ante todo la gracia y la admiración de los homenajes y los reconocimientos. Ahí están sus personajes y sus referencias, amables y siempre risueñas. Acercamientos que, además de respetuosos, estaban atravesados por el conocimiento y el disfrute. Como también en sus crónicas, comentarios, columnas, poemas y autobiografías. Ya algunos de sus títulos lo decían: Versos de amor y de los otros; Memorias enanas; Como si fuera un niño; Rescates, vejeces del cancionero colombiano; Caído del zarzo y Papeles seniles. Elkin Obregón no era de “tiros” ni de humor fácil. Los invasores (parodia de la llegada de los españoles al Nuevo Mundo), la historieta que se inventó y que milagrosamente publicaron los periódicos, y luego la Universidad de Antioquia, era, como digo arriba, humor irónico y sutil, ese que, para entenderlo cabalmente, hay que darle una pequeña vuelta. Las universidades fueron, en buena medida, sus editoras, porque ellas no le temen a la inteligencia, aunque se venda poco. Con todo, la faceta que mejor definiría a Obregón (quien repelía las definiciones y las etiquetas) es la de lector. En su selecta y abundante biblioteca era feliz. Aparte de sus dotes de dibujante y caricaturista, y de su calidad de creador, toda su vitalidad provenía de la lectura. En ella volvía a su niñez, en ella se escondía del mundo y gozaba su espléndida soledad. La música, el cine, la literatura, los artistas que en el mundo han sido, los mejores dibujantes, las interminables conversaciones, los grandes amigos: todo cabía en su biblioteca. En el zarzo donde vivió y donde nunca se calló. 40


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