FALLAS Y EL ORIGEN ROBERTO CARLOS CRUZ SABINO
Portada Nombre de la obra Autor ROBERTO CARLOS CRUZ SABINO Sello editorial CARUSA
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Prologo
Introducciòn
capitulo 1 El infinito en un junco
Las tres destrucciones de la biblioteca de Alejandria
Durante mucho tiempo los libros circularon de mano en mano dentro de los círculos cerrados de las amistades y las clientelas más exclusivas. En la Roma republicana, leían las élites y sus satélites. Transcurrieron largos siglos en los que, a falta de bibliotecas públicas en la urbe, solo podías posar los ojos en los libros si poseían un gran patrimonioo si tienes habilidad para la adulación. Hacia el siglo I a. C. atisbamos por primera vez la existencia de lectores por placer, sin gran fortuna ni pretensiones sociales. Esa rendija se abrió gracias a las librerías. Sabemos que ya hubo comercio librario en Grecia, pero apenas poseemos datos para reconstruir la imagen de aquellos primeros tenderetes de libros. Acerca del mundo romano en cambio, nos han llegado sustanciosos detalles (nombres, direcciones, gestos, precios e incluso bromas). La expansión de la lectura provocó un nuevo equilibrio de los sentidos. Hasta entonces, el lenguaje se abría camino a través de los oídos pero, tras el hallazgo de las letras, parte de la comunicación emigró a la mirada. Y los lectores pronto empezaron a sufrir problemas de visión. Por las quejas de algunos escritores romanos, descubrimos que el uso cotidiano de las tablillas enceradas fatigaba y «oscurecía» la vista. En la superficie de cera, los trazos eran simples hendiduras sin contraste —trabajosos surcos de palabras—. El poeta Marcial mencionó en sus versos «los desfallecientes ojos» de quien lee en tablillas, y Quintiliano recomendaba a todas las personas de vista frágil leer solo libros escritos con tinta en la superficie del papiro o pergamino, negro sobre pardo. Así averiguamos que el soporte más barato y accesible al alcance de nuestros antepasados dejaba secuelas.
“En aquel tiempo, no había forma de corregir las dioptrías. Por eso, la vista cansada de muchos lectores y estudiosos del pasado estaba con frecuencia condenada a sumergirse lentamente en una neblina sin regreso o a deshacerse en una tormenta de manchas de donde huían los colores y la luz. Las gafas todavía estaban por inventar. Se cuenta que el emperador Nerón miraba a través de una enorme esmeralda para poder ver desde el palco los detalles de sus amadas peleas entre gladiadores. Es posible que tuviera la vista corta y emplease sus grandes joyas labradas como la lente de un catalejo. En todo caso, las piedras preciosas de tamaño gigantesco estaban al alcance de emperadores, pero no de intelectuales con la bolsa flaca y telarañas en los bolsillos de la túnica.” muchos de ellos en aquell