Los ángeles no deberían saber fuma1

Page 1

LOS ÁNGELES NO DEBERÍAN SABER FUMAR

OSCAR MILLS

Los ángeles no deberían saber fumar, ¡demonios! Porque lo tuve que recordar, justo cuando estoy por llegar a la calada final-se dice así misma-. Se desprende del cigarrillo antes de que el fuego alcance los dedos, con que lo sostiene, y en un acto de resignación, da dos pasos y lo magulla con un girón de su bota. Alza la vista y ahí está, el Palacio de la Moneda, renovado, intacto como una vieja puta rica, que le ha pagado al cirujano plástico, para que de un quite le devuelva la juventud. Mete su mano al abrigo, desenvaina otro cigarrillo, el último de sus cigarrillos comprados en México, lo coloca entre sus labios, a manera de trampolín de clavados, una previa inhalación y lo enciende con una costumbre abrumante. El humo empieza a brotar por su roja nariz, rojo a consecuencia del invierno cordillerano. Recuerda que de chica esa misma nariz, le trajo el apodo del Reno Rodolfo, y las burlas de sus ingenuos compañeritos, mismos compañeritos que 4 años después, presenciaron atónitos, como suelen hacerlo las metamorfosis, ella, Isabela, la


escuálida niña, se convirtió en una señorita, con toda esa serie de elementos físicos, que los trajeron derritiéndose por ella. Da otra calada a su cigarrillo, y los ojos se le clavan en el palacio de la Moneda. El humo vuelve a brotar de nuevo por su nariz, trayendo consigo un Dejavu de su precoz adolescencia, y en un solo instante se le comprimen tantos recuerdos, que el tamaño del corazón se ridiculiza, sobretodo en un Santiago que ya había cedido a olvidar, y peor a mentirse. Rememora la última fotografía que tiene de su padre, donde aparecen ella y el, junto a Elías Letelier, con una pinta esperanzadora, más de poeta que del político que era. La muchedumbre en la explanada le impide seguir absorta en sus memorias, y este smog tan de Santiago, que bien le podría hacer presidir del habito de cigarro, al sustituírselo. Sigue andando por la calle Morande y se queda esperando el bus. 12 minutos al borde de la acera, para ver llegar al mastodonte de acero. El chofer le entrega el boleto sin siquiera mirarle, en una ciudad de espectros, ella le devuelve el gesto. Se acurruca al fondo, el bus esta semivacío, poblado solo de cuerpos que se vuelven sombras al no mirarlas bien, afuera las primeras luces del alumbrado público vuelven a nacer, y ella, Isabela, la chilena exiliada, que si se quedaba no sería presa política, sino económica, se enteraba, sin embargo, que nunca se había ido, pero el exilio seria para siempre. Se trataba de esquivar la realidad, y la realidad era que no tenía más que aportar a su madre, que su sola presencia,


Y a una madre quizás eso le bastaba, pero A Isabela, le parecía nada. Había viajado más de 7000 km para llegar con más historias que dinero, con más ganas que posibles y a una madre, que la aquejaba un cáncer tremendo y repentinamente abrasivo, el cliché cultural de creer que la maternidad se conformaba con bien poco, le resultaba pobretón y nauseabundamente engañoso. Al bajar del autobús se da de bruces, con un charco, dejando huella en su abrigo, y sus botas con algunas hojas mojadas de ficus. Ojala hubiera visto esto Gonzalo (se dice), y se le habría venido abajo su tesis de que mi abrigo era eterno e inmaculado. Al llegar al hospital “ “se toma con la realidad de los servicios públicos chilenos, una sala de espera que parecía estar atrapada en los años 60, y sobre demandada. El guardia la detiene al tratar de ingresar, le dice con señas que con el cigarrillo que tiene en la mano izquierda, ni piense siquiera que podrá entrara. Ella asfixia el cigarrito contra el bote de basura, y se sigue adelante sin esperar concesiones del guardia, el guardia no la detiene. La sala de espera está ocupada por una familia, que a un rápido vistazo, se podría deducir que están esperando un parto, ¿o de que otra manera se podría estar con cara de ánimos en un hospital?, y es que los muy tozudos seres humanos, nos empeñamos en seguir siendo felices al multiplicarnos, incluso en estos tiempos que corren, donde el Fondo Monetario Internacional, aconseja que si tiene muchos hijos, se será pobre. He Isabela, se piensa “Pobres dichosos”. Isabela tambien mira el reloj colgado detrás del mostrador, las 12:40 pm. Hizo más


de lo esperado del centro de Santiago al hospital. Se acerca a la ventanilla, donde esta una enfermera tecleando en un computador, y por la cara que pone cuando Isabela se le aproxima, se diría que estaba revisando su red social, y ve en Isabela a una intrusa que la ha pillado sin pillarla, así la enfermera la recibe con un improvisado y malhumorado ¿Qué quiere? , Isabela en otros circunstancias le hubiera montado alboroto por semejante trato, pero ella se siente derrotada en todos los planos, así que solo se limita a responderle con un escuálido “Buenos noches, necesito información de cómo llegar a la habitación 34 de la paciente Carmen Venegas”, la enfermera le pregunta después de mirar el monitor y comprobar que luce como debería lucir, o sea sin redes sociales abiertas, ¿es usted familiar?, así es señorita, soy su hija, responde sin denostar enfado. La enfermera la mira por unos instantes dubitativa, hasta asistirla con un simplón “vuelve mañana de 9 a 12 que es el horario de visitas” dicho esto la enfermera se vuelve a sumergir en el monitor del ordenador. De nuevo ella está demasiado derruida como para montar reclamaciones a la enfermera, o también es que no tiene reclamaciones, no se pondrá a decir que hace un par de horas acaba de regresar de México en un vuelo que le ha significado todos sus ahorros hechos allá, resultado de un trabajo de medio turno en la Universidad como archivista de la biblioteca y un salario mínimo de 53 pesos (mexicanos) y que tiene 3 años sin verse a su madre más que por la videocámara atreves de internet, nada de esto le hace más especial que el resto.


Así que se da media vuelta, sale con una rabia a sí misma y al espejo que es el mundo. Afuera empieza una leve llovizna, y hace un frio que dejaría frio al mismísimo corazón de un robot. Se levanta el cuello del abrigo y emprende una caminata hacia ningún rumbo. Si se pudieran visualizar los espectros de una ciudad, lucirían así, como sórdidas pasadas de culpas, pasos que dan lo mismo que si van atrás que adelante. Se podría poder Isabela Pauls como sinónimo de Espectro.

Se eligió caminar para creerse que estaba de vuelta en Santiago, este mastodonte de concreto y acero pese a lo sórdido que era, resultaba también ser su nido, por mucho que un nido se esmerara en teñirle de gris el cielo. Pronto dio con la Avenida Paz y con ello también un miraje al Mapocho, aquel colosal rio, que en estos tiempos era un caudal que trasportaba más vida que muerte. La lluvia cede y se queda en las nubes. Isabela ve el rio, siente ganas de lanzarse, no es necesario, ya se siente dentro de él. Santiago le confirma que no se puede huir, no verdaderamente, en un planeta redondo, huir se torna en una mera noria. La fatiga empieza a cobrar sus efectos, el estómago vacío complementa a los otros vacíos, los metafísicos, y por ende los


más solitario, ya que son, no lo que no sienten, si no lo que no entienden los demás de ellos, más grave, los que ni uno mismo entiende. La belleza y la inocencia se habían perdido hace tiempo, imperando a leyes que no entienden ni respetarse a sí mismas. ¿Pero que era aquello que la hacía sentir culpable? , ella no había huido decía su padre, a ella la echaban, pero y ¿los que se quedaban? ¿Estaban todos bien muertos? ¿No hacían todos los chilenos su luchita diaria? ¿No los habían situado al margen? O simplemente ella no se quería aceptarse vulnerable. Isabela se sabía que un solo hueco en el dique lo quiebra. A lo lejos dos destellos que progresivamente se trasforman en un taxi, revisa su monedero, percata que es probable que no le alcance el efectivo siquiera para pagar el taxi. Se arriesga y lo para. Este se le acerca lentamente, e Isabela se asoma por la ventanilla del copiloto que apenas acaba de ser abierta por el taxista. -Buenas noches. Cuando me cobraría por dejarme en la “ “ ,el conductor después de dar también sus buenas noches, se rasca la frente, y le contesta con la cifra de “ “ ella revisa el dinero disponible ,comprueba que solo dispone de “ “ ,le comenta al taxista –mire solo tengo “ “ ,¿puede al menos acercarme?, la reacción del taxista es al principio una cara mustia pero después magra se quiebra en un gesto casi una carcajada y le responde-déjalo así, pequeña yo te llevo, anda subí, Isabela un poco dudosa, se introduce al taxi. Ya dentro el taxista hace lo habitual, convoca al interrogatorio para romper con el silencio y hacer de su noche cotidiana una oportunidad a que no lo sea.


Ya dentro del taxi, Isabela nota rápidamente una foto de una joven, que a lo que demuestra la imagen, tiene un parecido razonable con ella. Y al percatarse el taxista, que Isabela ha clavado su atención en la foto, no pierde tiempo para decirle, o casi presumirle que es su hija Javiera, que con infinitos esfuerzos ella está pudiendo estudiar Fotografía, que la visión y pasión están en ella, y después de una lluvia de elogios para su hija, el termina sentenciando, que no hacían falta, porque la foto misma era un autorretrato de ella misma, y ahí está su inestimable talento. Isabela, vuelve a mirar el retrato, en verdad es bueno, a veces hacen falta dos vueltas de vista, para apreciar algo. Aun así, ella prefiere mirar por la ventana, a cualquier lado, a la lluvia misma, que siempre que se eleva se vuelve a caer, en un circuito en el que cada día le cuesta más purificarse. El taxista sigue contándole cosas, que en la abstracción dolosa de Isabela, ni entran, aun así el taxista no abandona el intento de charla, hasta que llegan al destino. Isabela prefiere que la deje en la esquina, el taxista insiste en llevarla hasta su casa, ella dice que ahí está bien. El taxista saca el argumento de la lluvia, ella dice que por eso mismo, quiere caminar. El taxista obedece y le dice que se cuide. Ella con una sonrisa sencilla y sincera le dice que igual. Le paga el precio incompleto, pero antes de cerrar la puerta del taxi Isabela visualiza una cajetilla de cigarros, y termina por solicitarle al taxista, un cigarrillo, el taxista con una solidaridad propia de quien ha sentido la necesidad imperiosa de un calada, le dice que por supuesto, que tome los que quiera, el taxista luce una actitud, que pareciera que hasta le da gozo que le solicitara el cigarrillo, en plan de una complicidad única de adictos a la nicotina.


Da unos cuantos pasos rumbo a su casa, hasta que devisa que el taxi ya no está. Y se queda en la esquina cercana a la casa donde creció cuando era niña. Enciende el cigarrillo, su última munición, lo protege con sumo cuidado, en ánimos de fénix, sin plumas, sin vuelo, solo la punta del cigarrillo portadora del fundamental fuego. Consigue encenderlo a la primera, una vez que arde la ventisca y la leve llovizna no resulta amenaza. En este periodo, si uno alejara un poco el cuadro a manera de cineasta, daría con una peculiar perspectiva, el cigarrillo encendiéndose en cada inalada, como un breve faro, aunque claro un faro inverso, un faro perdido, que convoca a la luz no para advertir o rescatar, si no para ser rescatado. Sin embargo logra soportar lo mojado y el frio, solo en lo que tarda de consumirse el fuego y que quedar solo cenizas de su fénix de tabaco. Ya desarmada, tiene que enfrentar una inevitable vuelta al nido. Dura al menos 5 minutos en el umbral de la puerta, antes de decidirse a tocar, toca el viejo timbre, que despues de 5 años de su ausencia, no ha cambiado en lo mas minimo, sigue orquestando un sonido horrible y estridente, como un pesimo tropetazo en una obertura de trafico. Pasa un minuto y nadie parece responder al llamado, y justo cuando esta presta a volver a llamar al timbre, se enciende la luz y se abre la puerta, haciendo que ella retraiga el brazo rapidamente. En la puerta esta su tia Aurora, que en una mezcla de abrazo y estrepitoza habladuria, le dice que no se puede creer que la tenga delante, que apenas antier le habian avisado de la hospitalizacion de su madre, que no pensaba que se vendria asi, tan rapido. Isabela,


solo sonrie y argulle que es su madre, que era lo minimo que podria hacer. Para esto ya se han levantado su tio Alvaro y sus sobrinas Veronica y Marcela, que ella habia dejado siendo unas recien nacidas, y ahora eran unas niñas que le preguntaban y preguntaban sin darle oportunidad de aver respondido a la primera pregunta. Isabela las abrazo, aun que estuviera mojada, y a las niñas tampoco les importo, hasta que su tia, les dijo que dejaran a Isabela, que la dejaran asentarse en casa. Isabela dijo que no importaba, que la alegria de volverlas a ver, le hacia ignorar el hecho de que esta empapada. Pero cuando empezaron las preguntas, Isabela prefirio decir que, si no les molestaba, preferia dormir y cambiarse, que desfallecia de sueño. Los tios con una mueca mal dismulada, dijeron que claro, que podia quedarse en su antigua habitacion. Al abrir la habitacion, se tomo con una extraña camara del tiempo, extraña porque era de golpe sumergirse en su infancia, pero mas extraña porque pocos pensarian que esa fuese la habitacion de una niña, o al menos no de una niña que habituaran en el canon de normal. Para empezar te topabas con un cama y un armario, un pequeño escritorio. Nada mas. Y una tablita donde estaba una pila de libros. Las parades pintadas aun, de un rosa como si hubiera sido un rojo desmayandose. Un cuadro de Dega. Ni una sola muñeca o simbolo pedagogico de la delicadeza que luego suele intruirsele a las niñas. Y esto no tanto a su padre marxista, si no a una preferencia netamente propia. Miro los titulos en el estante de libros, El principito, Alicia en el pais de las maravillas, el diario de Ana Frank, El conde dracula, los 20 poemas de amor de Neruda, quien diria que de niña de los dos poetas Pablos de


Chile, de ni単a le gustaba mas Neruda, porque al todavia ser una lectora inmadura, degustaba del verso desnudo de Nerudo





Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.