Invierno gabriel larenas
Invierno Gabriel Larenas
“Será tal vez a causa de la niebla que así me nombro por reconocerme”. Gabriela Mistral
Deshacer en el oído no un trazo, privar cómo regreso. Aún ronda, árbol de puño; pulir el revés de la piedra al crecer en otra.
3
Un sueĂąo no es suficiente, te he mirado tirar las piedras al rĂo. La neblina se hunde y retira un par de palabras diarias. Guardo la sal en la lengua, la nieve, manchada, en las manos.
4
Aparto, al no vislumbrar, aún secos los ojos, su cuerpo. Dónde irás, animal de hiedra, si duermes escondida. Encorva vítrea la espalda disimulando aridez.
5
Roer quieta su sombra y conocer, oscuro, el sabor de la carne muerta. Sujeta, animal, la cabeza con los dientes, muerde sin dios, rĂe desnuda, gime dolor ya no tiempo.
6
Traicionar su prudencia, lamer, insomne, sudor, no aperturas. Sin tender la nuca, he llegado sonรกmbula entre los รกrboles. Insecto oculto entre luces, camino en lo poco que vemos.
7
Vierte, apetito, será náusea en mi ceguera; has apagado la luz al rasgar, sin descanso, mis enjambres. Queda la entraña, un zumbido, apenas inmóvil. No habrá sonido en el inicio, costumbre en la sangre, arrancar de la nieve, saliva.
8
Por orden de caza remuevo los ruidos, no cavo; el ojo palpita en las garras. De él nos separa, en él, me recorre. Nombras caníbal su apariencia, pálido asombro, al deshojar la vertiente. Cría en mí pérdida, lavar la sangre amanecida, nunca despierta, lavar de la sangre piedad.
9
Comer tranquilo e ingenuo enterrar las entrañas; cada crío sería un recuerdo permutado en la boca; y aunque no llegue templanza al instinto, aun todo se apague y desaparezca, llevo tu celo infantil a mis ojos vacíos; hay culpas que no se aprenden.
10
Recorrer entramados, oscuro, lo apuro en la sangre. Desherbar asĂ la madeja, capar; enseĂąo y descoso. Me traga, no ruge.
11
Esbozo el esqueleto de la mano oculta; hurgo por ramas, son huesos, tardo en responder. Haces de mĂ neblina en la noche y de la noche, arboleda.
12
Antes de tiempo, tremer. Oculta y respiro; el silbido cruza el mar en el pecho, un nudo, al parecer, entre los ojos. Mis pies no tocan el agua, retraĂda la piedra en pavura, resquicio de luz en la piel.
13
Al raso, invierno, grĂĄvido, inunda. La niebla entra por la quebrada, oscurece en voz baja; se hunde, panal de arena, cae en el Ăşltimo sueĂąo, se agrieta de sal.
14
Sin discreción, las crías comen de lejos. No sabrás si me abro la espalda, no sabrás de reproducción o carne; el tiempo amordaza sin culpa lo que ha de matar.
15
No hay viento, solo ramas que mecen carroĂąa. Planicie, blanco carnada o el gris profuso de la tierra que di por cuna, acostada a sus pies. En el nombre o su cuerpo, corrientes, palabras ajenas. El murmullo, al creer, era solo pregunta, brote de quicio y desgarro. CrecĂ, oscuro, inconclusa en telares de niebla, y de las piedras hice vĂŠrtigo, sutura, abriendo espejos entre hebras.
16
A un roquerĂo han llegado tus ojos y ahueco las manos para mirarme. Una voz nos persigue o es el eco, angostura, que pierde su cauce. Regreso, oscuro, convertida en regazo, aun haya perdido los pasos que harĂĄn de la niebla guarida.
17
Rechazo el lamento sin bajar la mirada, h谩bito de piedad o miseria; no abres pasi贸n sin abismo. Tumba, el coraz贸n, arrebata lo que deja, se hincha y desvanece, acaba la carne; pero no limpio yo dudas, no pierdo reliquias, no cr铆es ausencia.
18
Llego a saber la falta de sueĂąo, encarnada, vĂscera o cordĂłn. De la yesca, pabilo, perder los surcos, solo bebiera el ganado hierba; la lengua, un cristal.
19
Mal de herida que siembro, escondo la soga, y de abrir los ojos solo temo haber visto su calma. Sean larvas o crudeza, ya no quedan paisajes, quizĂĄs los pliegues de un rĂo.
20
Hundir cada sĂlaba, el ruido no llega a la boca, precoz la piel se deshila, no encuentra sombras en el rostro. Ruedo al vocablo piedras perdidas, sediento, su nombre al pasar.
21
CĂşmulo de hojas, devorar cumbre la boca, aun me domara la cuna sin calma, ira, poblada y desnuda. Por la voz he buscado apariencias, fe prematura, no alumbro dolor; bosquejo camadas, arranco su carne y crece, animal de parto, sabor tambiĂŠn tiene la sombra.
22
Dicha habla, sesgo implante, puebla; sin verbo, le masturbo, ojos fijos a la tierra; por qué te has caído crío, por qué no me has abandonado. No se logra cambiar la palabra, simular ausencia.
23
Oscuro su nombre, este pánico, todo vértigo hecho certeza, mas sobra tiniebla, me obliga a tragar la sangre servida. Duermo, hastiada de incrustes, guardián de cabeza. No creo heridas, voluntad, solo cuerpos alrededor. De salivar en la nuca, húmeda hurga la ciega, la lengua termina en la lengua, se vela.
24
Has dejado ambas partes de mi cuerpo. Toca el pecho un rostro en la almohada, y el rostro es calambre, vientre, no del todo desierto, fractura o extravĂo.
25
Contuso, perder el corte en hondura, helero, la piedra no cae, trepa, dormida, nos aprieta la garganta. PodrĂa la herida, vestigio, quedar vertida en la hierba.
26
Conociera la crĂa pasado, domara sus letras. Inerte, vuela al pasar para enterrar la quijada. Cansado y sin honra alguien cierra mis labios, temor tan pequeĂąo.
27
Sin despertar, devolver al crío sus ojos, desahuciar su mudez; cegar por ocluir, rasgo, mi sueño se aleja. La grava dirá que han sido palabras, avispas de carne.
28
Gabriel Larenas (Santiago, 1982). Licenciado en Est茅tica y Letras de la Universidad Cat贸lica. Desde el 2009, dirige talleres de escritura en la Biblioteca de Santiago.