Ciudad sobre las cenizas 1 5 0 a Ăą o s d e l Ter r em o to d e I b a r r a
Ciudad sobre las cenizas 150 aĂą o s del Ter r emo to de Ib ar r a
Prólogo El 16 de agosto de 1868 Ibarra, y la provincia de Imbabura, sufrió un terremoto devastador. Su Ciudad sobre las cenizas 150 años del Terremoto de Ibarra Álvaro Castillo Aguirre Alcalde GAD- Ibarra Laureano Alencastro Sarzosa Director de Cultura y Patrimonio Juan Carlos Morales Mejía Concepto / textos / fotografías Renato Clerque Diseño Gisela Caranqui Isabel Varela Asistentes de investigación Ilustración de portada: Detalle mural El Retorno José Villarreal Miranda Casa de la Cultura Ecuatoriana núcleo de Imbabura Impresión: Imprenta Mariscal, Quito 2018
origen no fue volcánico, como se creía en aquella época, sino tectónico. 20.000 personas perecieron en toda la región y en Ibarra, de aproximadamente 7.200 habitantes, murieron 4.458, hubieron 2.289 heridos y quedaron ilesos solamente 553. Mas, 550 sobrevivientes se refugiaron en Santa María de La Esperanza y esperaron durante casi cuatro largos años para volver a su amada tierra. El barroco de la Ibarra colonial quedó en ruinas. Pero el coraje de los ibarreños hizo posible que la ciudad, literalmente, surja desde las cenizas, como el mito del Ave Fénix. Nunca más fuimos los mismos. Pero quedó el espíritu de la fundación allá en 1606: la salida al mar, para ser la conexión entre el eje Bogotá-Popayán-Ibarra-Quito, en las antiguas heredades de los caranquis, pueblo milenario. Ese es aún nuestro reto, porque esperamos por la carretera casi 400 años, por los intereses de otras ciudades en mezquinar nuestro progreso. Ahora Ibarra es una urbe pujante que se precia de sus diversidades, geográficas y culturales. A 150 años del llamado Terremoto de Ibarra queremos apostar por la memoria, para no olvidar de qué barros venimos. Aquí, en este trabajo, está lo más relevante de este funesto acontecimiento que con el tiempo es para nosotros motivo de celebración en las llamadas fiestas de El Retorno, que nos trae al presente precisamente a esos 550 personas, la mayoría anónimas, que nos legaron lo que somos. Nunca les olvidaremos. Porque hay una certeza: un pueblo que olvida su pasado no tiene el horizonte para convocar su futuro. Álvaro Castillo Aguirre Alcalde del Gad-Ibarra
Presentación Tres ciudades de Ecuador han convertido sus eventos trágicos en un potencial para la memoria.
Riobamba, que tuvo un sismo en 1797, Ambato en 1949 e Ibarra, devastada en 1868. Como ahora las ciudades de Manabí y Esmeraldas, debido al evento de 2016, los ecuatorianos nos resistimos a los embates de la naturaleza, en pleno Cinturón del Fuego del Pacífico. Multitudinarias celebraciones, donde se pone énfasis en la cultura, convocan a sus ciudadanos a celebrar el futuro. Ibarra, antes del terremoto, como nos cuentan las crónicas de los viajeros del XIX, estaba poblada de terratenientes que buscaban a toda costa migrar a Quito, en algunos casos. Pero era también una ciudad apacible. Ahora, como ciudad abierta, comercial y universitaria, acoge sin recelo las nuevas migraciones que, en definitiva, son las que transforman a las ciudades del futuro porque ese es el destino del mundo. La queja durante esa época era que Ibarra era una hermosa “cárcel verde”, atrapada en la falta de salida al mar y, aunque pocos lo observan, también ahora a la salida a la Amazonía que, de tener carretera, estaríamos a dos horas y media de Lumbaquí, y no las 14 de ahora (Imbabura y Cañar son las únicas provincias que no tienen salida al Oriente, vía fluvial directa a Manaos). Ibarra, con su clima primaveral, con sus paisajes, es una ciudad para vivir, y tiene aún un destino que cumplir. Y es precisamente su gente, acogida por esta tierra generosa, quienes labrarán su esplendor en el norte del país. Ese es nuestro destino. Laureano Alencastro Sarzosa Director de Cultura y Patrimonio del Gad-Ibarra
La ciudad surge de las cenizas Juan Carlos Morales Mejía
E
l loco Sandoval recorre las estrechas calles de Otavalo pronosticando el fin del mundo. En Ibarra, el cura Joaquín Jibaja profetiza calamidades porque los ibarreños están abandonados a la perdición de las fiestas, las cartas y otros vicios indignos, como el juego de prendas. Ibarra, clama, se destruirá cuando la vía al Pailón (San Lorenzo) esté concluida. En 1645, en Quito, Mariana de Jesús, se ha ofreció en cuerpo y alma, como ofrenda para aplacar los terremotos de una ciudad impía. Hace mucho tiempo que los ejércitos del Libertador, Simón Bolívar, pasaron por estas tierras en la denominada Batalla de Ibarra, pero la mentalidad colonial –la expiación de culpas y el miedo, que ha impuesto la Iglesiano hay como sacarla aún de las cabezas. Es el 15 de agosto de 1868, día de fiesta. En Ibarra, se realiza una celebración religiosa que deriva en una algarabía de danzantes, saraos, pólvora y polleras al aire. Por la mañana se ha sentido un leve temblor que, en El Ángel, ya ha destruido a medio poblado. A la una y cuarto de la madrugada, del domingo 16 de agosto, se escucha el
tremolar de la tierra. En tres segundos, según refieren los cronistas, la bellísima Villa, como la conocían en la Colonia, es arrasada por uno de los terremotos más violentos que se tenga noticia, en un territorio donde las fuerzas telúricas no pactan con los dioses y se enfurecen cuando quieren. Apenas seis días más tarde de la catástrofe se ha podido auxiliar a las víctimas, muchas de las cuales han muerto por el abandono. 20.000 personas han perecido en toda Imbabura, de las cuales aproximadamente 5.000 son de Ibarra, que tenía una población de 7.200 habitantes, además de Otavalo, Cotacachi, Atuntaqui y las pequeñas poblaciones donde huyen despavoridas de este fenómeno de la Naturaleza. El Gobierno de Javier Espinosa designa a uno de los personajes más notables y polémicos de finales del siglo XIX, como jefe Civil y Militar de Imbabura: Gabriel García Moreno, para aliviar a las poblaciones devastadas. En Caranqui, que no ha sufrido destrozos, escribe una carta a los habitantes de Imbabura: El horrible terremoto que ha arruinado vuestras antes florecientes poblaciones, sepultado en sus escombros a la mayor parte de vuestros deudos y amigos, no es la única de las espantosas calamidades que la cólera del Cielo, justamente irritado, ha derramado sobre nosotros. La desnudez y la miseria a que esta catástrofe ha reducido, y sobre todo la nube de bandidos que se ha lanzado a buscar en el robo una infame ganancia, han puesto el colmo a vuestros desastres y convertido esta hermosa provincia en un vasto campo de desolación y muerte, de lágrimas y delitos (...) Los estragos horribles del terremoto del 16 han sido agravados por la conducta de las
autoridades principales de esta provincia y por el estado de hostilidad y rebelión de gran parte de la raza indígena, alentada por la debilidad y miedo de los que debieron reprimirla. Se refiere a las acciones de comunidades indígenas que, al grito de “Viva Atahualpa”, se ensañan con los indefensos ibarreños, al igual que varios mercaderes que sin escrúpulos, -como parece ser su norma en tiempos de crisis- especulan con los productos. Pero, además, hay que encontrar una explicación de los motivos del sismo, pero no en la tierra donde se ha producido, en algo etéreo. Desde esa religión que llegó con el sentimiento de Culpa, montado en carabela, como las profecías del cura Jibaja, hay una solo explicación para la catástrofe, “después de las ruidosas diversiones que en las pequeñas ciudades y aldeas del país suelen profanar de modo tan repugnante las festividades eclesiásticas”. El jesuita y vulcanólogo Joseph Kolberg, traído por García Moreno, y que ha refutado a su compatriota Alexander Von Humboldt, continúa: “Todo esto era muy propicio para interpretar la repentina catástrofe, después de la alegría del día anterior, como un grave juicio de Dios. La implacable y fuerte mano del Juez eterno aprecia detenerse en esta infortunada ciudad”. Y sigue: “¿Fue el terremoto de Ibarra un juicio de Dios que debió herir a una raza pecaminosa con su vara, porque ella era incurable?”. Encuentra una explicación, que ni el loco Sandoval de Otavalo habría desentrañado: “¡Compárese con esto la guerra de 30 años en Alemania, la gran expedición militar de Napo
Iglesia de La Compañía de Ibarra, en 1906; abajo, situación actual del templo en el interior del colegio Diocesano Bilingüe.
león, y las múltiples batallas sangrientas! Están lejos de la altiplanicie las grandes enfermedades europeas, como la tisis, el cólera, la viruela, enteramente desconocidas aquí. Pues, cuando en un país hay muy poco de un dolor, ya se cuida Dios de que haya tanto más de otra suerte de dolor”. Pero los ibarreños aceptan esa maldición de ser felices. Por eso, deciden acampar en la provisional La Esperanza, donde aguardan el momento de regresar a su urbe amada. No falta el presbítero, Manuel Páez, para exhortarles a los sobrevivientes la penitencia y la oración, como medios para aplacar la ira de Dios. Y allí, García Moreno “desplegó su genio creador y organizador”, como reconoce su rival Pedro Moncayo y Esparza, aquel ibarreño liberal combativo que batalló también con la ignorancia, y donó parte de su fortuna para la primera escuela de niñas ibarreñas. Largos años vivieron los ibarreños en Santa María de La Esperanza. De cuando en cuando, volvían a su amada tierra y, aunque los ánimos estaban divididos, resolvieron el reasentamiento en el mismo lugar. Nuevamente, el ímpetu de García Moreno, entonces Presidente de Ecuador, es decisivo. En su primera llegada, ya había decidido el trazado en damero de la nueva ciudad, desde la esquina de un coco sobreviviente, y con calles amplias de 13 metros de ancho, como era la fisonomía de las nuevas ciudades modernas, que García Moreno había conocido en sus viajes a Europa. Por eso, la dirección para delimitar la nueva urbe está a cargo del ingeniero Arturo Rodgers, y de 30 entusiastas jóvenes ibarreños que son enviados a Quito para perfeccionarse en estos oficios.
Previamente, se había realizado los modelos constructivos con los ingenieros Thomas Reed y Modesto López, éste último el único ecuatoriano. Así, desde el 13 de abril de 1872, al cabo de cuatro años del suceso, comienza el retorno de los ibarreños desde La Esperanza. “Entusiastas caravanas van cumpliendo la orden de retornar; unas, la mayoría, a pie; otras, a caballo; los enseres a lomo de mula, y en carretas haladas por yuntas de bueyes, las cargas más pesadas, que van lentas pero más seguras. El 28 de abril, un nuevo domingo y fiesta de la Virgen de las Mercedes, “se bendice a la ciudad y a nuestra cara patria”, según informa el Gobernador, Juan Manuel España. El canónigo Mariano Acosta, proclama un emotivo discurso: ¡Ibarra! Patria mía, levántate del seno de las ruinas, y la diestra del Altísimo te embellecerá. Tus calles serán espaciosas y pobladas. Tus plazas hermosas y afluidas de gentes de los mares. Un ángel de Dios velará en las alturas de tus Andes, para contener los desenfrenos de la Naturaleza; y dejará el horizonte al amanecer de los felices días que te esperan. Por su parte, José Nicolás Vaca, que estuvo durante los cuatro años en La Esperanza, dice que esta fecha de 1872 tiene un significado similar a la fundación realizada en 1606, auspiciada por Miguel de Ibarra, cuando pensaba que “por dicho paraje abrir el camino más breve para Panamá”. Ibarra, nuevamente, da la espalda al mar, pero no por largo tiempo. No falta mucho para que el sueño de la llegada del tren alborote a los ibarreños de inicios del siglo XX.
¡Qué terribles fueron las horas…!
Joseph Kolber
¡Qué terrible fueron las pocas horas que pasaron todavía hasta el clarear del alba! Aumentaban la pavura de esta oscura y horrible noche los ayes de los heridos, los inútiles gritos de auxilio de los que estaban medio enterrados, los estertores de los moribundos, los desconsoladores lloros y gemidos de los niños pequeños medio despedazados. Los confusos escombros, remecidos por repetidos sacudimientos arrolladores y convulsivos, buscaban sus víctimas para estrecharlas siempre más fuertemente con un resiente desprendimiento (…) Y cuando al despertar de la mañana los primeros rayos del sol se compadecieron de los aprisionados, alumbraron uno de los cuadros más estremecedores que ha presentado la historia del mundo. Uno buena parte de los infortunados, enterrados vivos bajo los restos de sus casas, llevados del más tremendo pavor y furiosa desesperación, hacia los esfuerzos más convulsivos para librarse del mortífero abrazo de los escombros; otros iban errantes de aquí para allá desamparados, exhaustos, cadavéricos y sin tener ni siquiera el menor andrajo para cubrir su desnudez; los mejores amigos no se reconocían a causas de las deformantes heridas o por el desconcierto de la mente. Y en todo esto seguían resonando los lastimeros gritos de auxilio y de los soterrados, tantísimos, que no podía valerse por sí mismos, el lánguido estertor de tantos que luchaban con la muerte, las agudas quejas de tantos heridos, las delirantes lamentaciones de tantas madres que buscaban a sus hijos, y de los pobres niños que gritaban por el padre y la madre. A eso se añadía el continuo temblor del suelo, los repetidos derrumbes tardíos de nuevos escombros y la desgarradora visión de esta ciudad enteramente destruida. Del libro Hacia el Ecuador, relatos de viaje, Colección Tierra Incógnita, Pontificia Universidad Católica del Ecuador, Ediciones Abya Yala, Quito, 1996
La ayuda llegó desde Chile a Hamburgo La ayuda llegó generosamente de varios gobiernos amigos, como Perú, que entregó, además, de más de 40.000 soles, un empréstito amortizable de un millón de pesos, por 25 años; Chile entregó 50.000 pesos; Francia, 20.000 francos; Gran Bretaña 5.500 libras esterlinas; de Estados Unidos se recibió 2.500 pesos y de la ciudad alemana de Hamburgo 1.050 pesos; así como de Antioquia, en Colombia, 2.300 pesos y el obispo de Montevideo, Uruguay, remitió 645 pesos. el Presidente de la República donó 200 pesos, y el futuro reconstructor de Ibarra, García Moreno, entregó 500 pesos, además de su contingente en todo el evento. En sesión extraordinaria, el Municipio de Tulcán, decidió acopiar recursos voluntarios, que produjeron 111 cargas de papas, 23 reses y 23 pesos en dinero; Esmeraldas 2.036 pesos; Guayas, 2.500 pesos; Pichincha, 8.309 pesos; Tungurahua, 590 pesos, Chimborazo, 669 pesos, y la lejana Loja 1.014 pesos. El médico colombiano, Francisco Antonio Vélez, se negó a cobrar sus honorarios y donó al hospital de Caranqui, porque “como colombiano, es decir, como hermano del Ecuador, tengo con este país no sólo deberes de humanidad sino de patriotismo (...) porque me parece vergonzoso venir a luchar con los sufrimientos, y las lágrimas de tantos que padecen, y a ganar dinero sobre las ruinas de ciudades que fueron”. Lo propio hizo su compatriota Antonio Ribadeneira, además de los facultativos ecuatorianos Miguel Egas, Fernando Pérez, Camilo Paz y Roberto Sierra. Según la investigación, “el cónsul del Ecuador en París, Beltrán Bourquet, interesó a muchos periódicos de Francia, que hicieron un llamamiento a sus lectores; se dirigió a la Emperatriz, al Soberano Pontífice Pío IX, al Arzobispo de París, quien hizo personalmente colectas en una de los más lujosos salones de la Capital y en la iglesia de la Magdalena, y remitió al Gobierno ecuatoriano 67.064 francos”. Hno. Remigio Germán Pascal, en Monografía de Ibarra, tomo V, Sociedad Cultural Amigos de Ibarra.
García Moreno, el reconstructor Peter V.N. Henderson La reconstrucción de los pueblos, y en última instancia de la ciudad de Ibarra, tomó más tiempo. En al menos dos instancias, García Moreno simplemente trasladó a los pobladores a otros lugares más favorables, a pesar de las quejas de los locales. Amplió las calles y, por supuesto, construyó escuelas e iglesias. Para las comunidades más grandes, requirió del servicio de ingenieros, de manera que el ingeniero estadounidense Thomas Reed y Modesto López (el único ingeniero de nacionalidad ecuatoriana de esa época) elaboraron planos y modelos. Para obtener asistencia técnica adicional García Moreno envió apresuradamente a siete estudiantes a Quito para un breve curso en construcciones, de manera que pudieran ayudar a los ingenieros. Para el 1 de noviembre, García Moreno siguió adelante con la reconstrucción de Ibarra, ampliando sus calles y llevando un suministro de agua pura. En uno de sus últimos actos como administrador provincial, entregó dinero en efectivo a las familias pobres para que pudieran arreglar sus casas, a pesar de que las necesidades de vivienda continuaron posteriormente. Si inició también con los trabajos en la nueva catedral. Como todos los buenos miembros de la élite imbuidos con los valores de noblesse oblige, García Moreno donó efectivo y bienes para la causa. De todas partes de la provincia, los ayuntamientos y los individuos le llenaban de elogios, agradeciéndole por su “mano benevolente y protectora que les había rescatado de la tumba”, y por “rescatarnos de las tumbas en que nos enterró la naturaleza”. Algunos de los ciudadanos agradecidos se refería a García Moreno como “nuestro benevolente Padre y Salvador”, y las mujeres de Ibarra le entregaron una medalla de oro y piedras preciosas con las inscripción de “el salvador de Ibarra”. García Moreno, al ser elogiado por una alta autoridad eclesiástica, modestamente dijo, “yo solo
escribo los cheques (vales) y Dios paga”. Como resultado de sus acciones y en respuesta a este desastre nacional, García Moreno gozó de la popularidad necesaria para convertirse en un exitoso caudillo. Mientras que la victoria militar de Jambelí le hizo parecer como invencible, ahora gozaba de una reputación como el hombre que pudo lograr lo imposible, el hombre indispensable. Como consecuencia, sería muy difícil desafiarlo si es que García Moreno se decidía a lanzarse como candidato a la presidencia en 1869. Al mismo tiempo, García Moreno sabía llevar bien su popularidad. Parecía más modesto y consciente de sus debilidades y del trabajo de los demás. Por primera vez, agradecía y reconocía en público a aquellos que había contribuido con la tarea en Imbabura, como por ejemplo a los cuatro médicos que brindaron sus servicios como voluntarios. De igual forma, agradeció a las personas que habían donado dinero o vestimentas y a los grupos de mujeres que habían confeccionado zapatos o camisas para los damnificados. Tal generosidad de espíritu había estado ausente de su carácter. Tal vez esta humanidad recién encontrada era el resultado de la creciente toma de conciencia sobre su propia mortalidad. A inicios de octubre García Moreno colapsó por causas no especificadas. Él se rehusaba a creer que era una apoplejía (lo que ahora se sospecha como un infarto), argumentando que su debilidad temporal se debía a una insolación. Del libro Gabriel García Moreno y la formación de un Estado conservador en los Andes, Corporación para el Desarrollo de la Educación Universitaria, Codeu, Quito, 2010
Cinturón de Fuego del Pacífico Un terremoto es la vibración de la Tierra producida por una rápida liberación de energía. Según ABC Ciencia “los más pequeños liberan una energía similar a la de un relámpago, pero los más poderosos pueden superar con mucho a las explosiones atómicas más potentes” (López Sánchez 2015). Cada año en el mundo se producen más de 300.000 terremotos perceptibles. Sin embargo, gran parte de estos no provocan fuertes daños, pues de esta cifra cerca de 75 son los terremotos significativos que en su mayoría se originan en regiones remotas. Sin embargo, cuando estos tienen lugar cerca de una población se convierten en una de las fuerzas naturales más destructivas del planeta. (Tarbuck, Lutgens and Tasa 2005). Las fallas geológicas son grietas en la corteza terrestre. Generalmente están asociadas con los límites entre las placas tectónicas de la Tierra. Sin embargo, hay lugares en el planeta más expuestos que otros a sufrir estos eventos naturales. Tal es el caso de lo que se denomina el Cinturón del Fuego del Pacífico, que abarca las líneas costeras del Océano Pacífico en un área de 40.000 kilómetros donde se concentran 452 volcanes. Es precisamente en esta geografía, en esta zona de subducción, donde se produce el 90% de los terremotos del mundo, seguidos por el denominada Cinturón Alpino. ¿Qué es el Cinturón de Fuego del Pacífico? Es todo el anillo continental que rodea al Océano Pacífico, desde la Patagonia al sur de Chile, subiendo por toda la costa pacífica suramericana, pasando por Perú, Ecuador, Colombia, subiendo por la costa pacífica centroamericana, norteamericana, y dando la vuelta por Alaska hasta bajar al Japón y Australia. En este contexto, el Ecuador, ubicado en América del Sur, está atravesado por una gran falla geológica, producto de la subducción de la placa de Nazca, en el océano, con la placa Sudamericana. Este proceso origina una falla geológica en el borde continental, de la que se derivan fracturas que causan movimientos sísmicos. Cotopaxi, 1855, Frederic Edwin Church
37 terremotos desde 1541 Desde 1541, que se tiene reportes, hasta la fecha, han existido 37 terremotos, muchos de gran magnitud, como los registrados durante la época colonial. Los terremotos en la Audiencia de Quito, como se llamaba antiguamente Ecuador, eran frecuentes. A tal punto, que durante la época colonial eligieron hasta un santo para estos menesteres: San Jerónimo. Así, en el lapso de 1541-1896, el Instituto Geofísico tiene registro de 17 terremotos en diferentes localidades ecuatorianas. 20 desde 1906 a la fecha. Aunque los terremotos no necesariamente están relacionados hay que tomar en cuenta que el país cuenta con 40 volcanes, muchos de los cuales se mantienen incluso en proceso eruptivo. Un evento de magnitud fue el de 1698, que ocurrió en las actuales provincias de Cotopaxi hasta Azuay, en la serranía ecuatoriana con un aproximado de víctimas cifradas en 8.000. Uno de los más violentos sucedió el 4 de febrero de 1797 con la destrucción total de Riobamba, en la provincia de Chimborazo, en el centro del país. El otro significativo fue el de 1868 en la provincia de Imbabura, devastando poblaciones como Ibarra, Otavalo y Cotacachi, con una cifra estimada para la época de 20.000 fallecidos. En enero de 1906, un terremoto acompañado de un tsunami, que tuvo como epicentro el Océano Pacífico, tuvo repercusiones en las costas fronterizas de Ecuador y Colombia, en Esmeraldas y Tumaco. Este sismo, que tuvo 8,8 de magnitud, es el quinto más fuerte que se ha registrado en el mundo, desde que existen los sismógrafos. Un evento telúrico importante acontece en el centro del país el 5 de agosto de 1949 en el llamado terremoto de Tungurahua de 6,8 grados, con epicentro en Ambato. Otros terremotos, de menor magnitud, también se han registrado el 8 de abril, 1961, con un terremoto de 7 grados, en Chimborazo; 19 de mayo, 1964 terremoto de escala 8, afecta a Manabí; 5 de marzo de 1987, epicentro Napo, con una escala de 6,9 grados; 2 de octubre, 1995 de 6,9 grados en la escala, en la provincia de Morona Santiago. Además, el 4 de agosto, 1998 de 7,1 grados. El más reciente ocurrió el 16 de abril de 2016, localizado en las provincias de Manabí y Esmeraldas, de 7.8 en la escala de Richter. Fue devastador, causando 671 muertos y costos estimados en 3.344 millones de dólares. Aún en la actualidad, el proceso de reconstrucción continúa. Ruinas de la Catedral de Ibarra. Diseño de Riou según boceto de Édouard André (1875-76), Le Tour du Monde
El Imbabura y el Lago San Pablo. Diseño de Th. Weber según boceto de Édouard André (1875-76), Le Tour du Monde
Orígenes del terremoto de Ibarra Tres días después del terremoto que impactó a Perú, Chile y Bolivia, ocurrió el movimiento sísmico que destruyó a la hermosa villa de Ibarra, en Ecuador, el 16 de agosto de 1868. Este fenómeno fue originado por la liberación de energía de las fracturas que se forman en la corteza de la Tierra, denominadas fallas geológicas. Tal como cuenta el geólogo Mario Ruiz y los relatos históricos de los daños, se le cataloga entre los diez terremotos de mayor magnitud que han ocurrido en el continente ecuatoriano. A los sistemas de fallas Otavalo, Apuela y Huayrapungo se les atribuye el origen del denominado “Terremoto de Ibarra”, en base a los registros de afectación de los cantones Ibarra, Cotacachi, Otavalo y Atuntaqui. Alexandra Alvarado, Juan Carlos Singaucho y Hugo Yépez, geólogos ecuatorianos, determinaron a través de una simulación con ecuaciones matemáticas que la magnitud de este evento fue de 7.27 Mw, según el rango proporcional. No se ha determinado la localización exacta del epicentro. La información es tomada de Locations and magnitudes of historical earth quakes in the Sierra of Ecuador (1587–1996), del Geophysical Journal International, 2010.
Fecha: 16 de agosto de 1868 Magnitud: 7,27 Mw, en un rango de intervalo que pudo estar entre 7,1 a 7,7. calculado mediante método Bakun & Wentworth para determinar las magnitudes, las ubicaciones y las incertidumbres asociadas a los terremotos históricos de la Sierra durante el período 1587-1996. Epicentro: Parroquia no determinada / Ibarra Profundidad focal: No determinado / profundidad cercana a la superficie de la Tierra, aproximadamente 50 km calculado mediante método Bakun & Wentworth para determinar las magnitudes, las ubicaciones y las incertidumbres asociadas a los terremotos históricos de la Sierra durante el período 1587-1996. Hora local: cerca de las 04h00 am Duración: 1 minuto Origen: tectónico / no volcánico Fuente del sismo: Posiblemente, de ser el caso, fallas de Otavalo (longitud de ruptura de 50 kilómetros), Apuela o Huayrapungo (longitud de ruptura de 70 kilómetros). Localidades afectadas: las ciudades de Otavalo, Atuntaqui, Cotacachi e Ibarra fueron destruidas. Víctimas mortales: 20.000 en todo Imbabura Daños: destrucción total en infraestructura institucional, agrícola y vial. Sismo premonitor: 15 de agosto de 1868 Fuente del sismo: falla San Isidro – El Ángel Origen: tectónico / no volcánico Magnitud: entre 6.6 Mw calculado mediante método Bakun & Wentworth para determinar las magnitudes, las ubicaciones y las incertidumbres asociadas a los terremotos históricos de la Sierra durante el período 1587-1976. Epicentro: Parroquia no determinado / El Ángel
Determination of magnitude and location for the Ibarra historical event (1868): (a) originaldata; (b) revised intensity dataset (Singaucho 2009).
Fuentes: Geophysical Journal International / Instituto Geofísico de Ecuador
Mapa de Fallas y Pliegues Cuaternarias de Ecuador y Regiones Oceanicas Adyacentes Internacional de la Litósfera, Grupo de Trabajo II-2, Principales Fallas Activas del Mundo
Un proyecto de cooperacion entre el U.S. Geological Survey, Denver, Colorado y la Escuela Politécnica Nacional, Quito, Ecuador. Datos compilados por Arturo Eguez, Alexandra Alvarado, y Hugo Yepes. Representación digital por Richard L. Dart (USGS). Proyecto coordinado por Michael N. Machette (Co-chairman, ILP Grupo de Trabajo II-2). 2003 Escala 1:1.250.000; Proyección de Mercator (longitud de meridiano central, 73ºW; latitud de escala verdadera 0º con base en el esferoide de Clarke 1866)
EC-26 Falla de Otavalo EC-27 Falla de Billecocha-Huayrapungo • EC-27a Sección Billecocha • EC-27b Sección Huayrapungo EC-28 Falla de Apuela • EC-28a Sección Noreste • EC-28b Sección Central • EC-28c Sección Sur
La mirada de los viajeros en el siglo XIX Ibarra, antes de 1865
Friedrich Hassaurek
Ibarra ocupa la parte más baja de la planicie que ahora tenemos al frente. En lugar donde está situada es húmedo y pantanoso, razón por la cual en ocasiones la visitan fiebres intermitentes que, sin embargo, nunca tienen un carácter maligno. El pueblo se extiende a lo largo de la margen izquierda del río Tahuando, un afluente del Ambi, que la exótica poesía del pueblo ha inmortalizado en la siguiente estrofa que la cantan en esta región los arrieros y los chagras: En el río del Tahuando Mi sombrero va nadando, Y con la copa me dice Que mi amor se va acabando En el pueblo de Ibarra se dice que tiene de siete mil a ocho mil habitantes, cifras que las encuentro exageradas. Los habitantes son muy sociables y hospitalarios. La hospitalidad es una virtud de gran importancia para el viajero porque este pueblo no tiene tabernas ni posadas. El viajero que llega sin conocer a nadie está obligado a contar con la hospitalidad privada sin rodeos comprometedoras para una persona educada. Sin embargo, el gobernador Don Luciano de Sala y su amable familia me recibieron con mucha hospitalidad en su casa durante más de una semana. Ibarra no es un lugar ni industrial ni comercial. En economía y empresa se halla muy por debajo de Cotacachi y de Atuntaqui. Ibarra es el terruño de terratenientes que poseen plantaciones de azúcar y otras haciendas en los alrededores. Sin embargo, su permanencia en Ibarra suele durar muy poco. Tan pronto como han tenido éxito en tener independencia económica ellos prefieren emigrar a Quito. Del libro Cuatro años entre los ecuatorianos, Colección Tierra Incógnita, Ediciones Abya Yala, Quito, 1997 Página anterior, puente sobre el río Chota, diseño de Riou según el boceto de E. André, del libro Le Tour du Monde, 1875-76.
El Tour del Mundo llega a Ibarra, en 1876
Eduard André
Ibarra, a partir de los primeros años del siglo XVI prosperó rápidamente. En esta ciudad, bien construida y agradablemente situada se reunió una población rica e industriosa, que excedió pronto de veintidós mil almas. En ella residía el corregidor presidente del Cabildo político, cuyos alcaldes eran los asesores… Pero el día 16 de agosto de 1868 los monumentos y edificaciones quedaron convertidos en un montón de escombros. En menos de un minuto un espantoso terremoto destruyó la ciudad hasta los cimientos, abrió una gigantesca grieta en el lecho del Tahuando y aplastó a 3.000 personas en el asiento de Ibarra, 6.000 en Otavalo y más de 30.000 en la provincia de Imbabura. El resto de la población, sin abrigo, ni víveres, ni socorros, atronaba a los aires con lamentos: el pánico producido por el terremoto fue tal, que nadie osaba moverse, comer ni dormir; todos creían llegada su última hora y los muertos permanecían insepultos bajo los escombros. Se dice que García Moreno, presidente a la sazón de la República del Ecuador (fue, en verdad, inicialmente delegado como Jefe Civil y Militar) apenas supo en Quito lo ocurrido y el pánico subsiguiente, montó a caballo, llegando a Ibarra de in tirón. Ya era hora, pues la población aterrada iba a perecer a consecuencia de las pestilenciales emanaciones que comenzaban a desprenderse de los cadáveres insepultos. García Moreno congregó a los habitantes en una plaza y en alta voz dio orden de despejar las ruinas, retirar los muertos y darles sepultura, más la gente no se movió. La situación era cada vez más grave, pero aquel hombre de hierro, con la ayuda de algunos compañeros decididos que había traído de Quito, mandó a construir tres horcas, y cuando los siniestros dogales se balanceaban amenazadores, empuñó su revolver y se encaminó en derechura a un grupo de ociosos forzándoles a trabajar bajo la pena de ser ahorcados sin dilación. Se puso el mismo a la cabeza de los trabajadores levantando piedras, transportando cadáveres y abriendo fosas para inhumarlos y no descansó un instante hasta ver conjurado un peligro mayor que el primero, librando a los supervivientes, a pesar suyo, de las últimas consecuencias de esta terrible catástrofe. No ha logrado Ibarra reponerse aún del golpe tan funesto. Al pasar por allí ocho años después del desastre, las ruinas se hallaban en el mismo lugar, habiendo modificado en parte su aspecto la vegetación que crecía entre las piedras. Triste y pintoresco a un tiempo era el cuadro que presentaba la que fue Catedral. De ella no quedaban más que destrozadas columnas y fragmentos de bóvedas, destacándose sobre la nevada cima del Cotacachi, volcán al que se le atribuye la causa del terremoto, situando a 25 kilómetros de distancia y que domina todas las cumbres vecinas.
La iglesia de La Compañía formaba un detalle no menos importante en este cuadro de desolación: de ella no quedaba más que un informe montón de paredones y columnas rotas alzándose al cielo como brazos descarnados entre raquíticas zarzas, agaves, nopales y gramíneas. Los demás monumentos antiguos ofrecían un aspecto idéntico, y eran aún en gran número las casas que no había sido reedificadas. Sin embargo, la corporación municipal no omite esfuerzos para devolver a la ciudad, a falta de la perdida prosperidad muy difícil de recobrar, un renacimiento de vitalidad y energía. Las calles anchas y bien alineadas han sido adoquinadas con cantos rodados procedentes del Tahuando, en forma de compartimientos separados por pasos de adoquines; se han restaurado muchas viviendas de uno y dos pisos con tejado, y la escuelas públicas, instaladas antes del terremoto en algunos conventos, han sido trasladados a otros locales. Del libro Ecuador en las páginas de “Le Tour du Monde”, Consejo Nacional de Cultura, Quito, 2011
Vista panorámica de Ibarra y del volcán Imbabura. Diseño de Riou según un boceto de E. André.
Los pueblos en estado ruinoso, 1880
Edward Whymper
El 21 de abril (1880) salimos de Cayambe, y cruzamos la depresión entre el Mojanda y el Imbabura, hacia el pueblo de Otavalo (…) Los pueblos de que he hablado, tanto como los más grandes de la provincia de Imbabura, se hallaban aún en estado ruinoso, por efecto del terremoto del 16 de agosto de 1868. Ocurrió éste a la una de la mañana, y se cree que se originó en un espacio de terreno comprendido entre Otavalo y Cotacachi, siendo asunto de pocos segundos. Sus efectos se dejaron sentir solo en Imbabura. Parece que una sacudida con dirección N. repercutió, de las montañas de Colombia, que cierran la provincia por ese lado, sobre Ibarra, pues la destrucción fue en este lugar más completa que en las villas que se encontraban más cercanas a la gran quebrada que se abrió por la noche. Me dijeron que no había quedado en pie más de una docena de casas, y que existían listas en las que se demostraba que habían perecido 20.000 personas en Ibarra. Imagino que la perturbación que produjo la sacudida o sacudidas ocurrió a corta distancia bajo la superficie; pues si el foco hubiera sido profundo, el área influenciada habría sido mayor. Del libro Viaje a través de los majestuosos Andes del Ecuador, Colección Tierra Incógnita, Ediciones Abya Yakam Quito, 1994
Rafael Troya y la pintura del paisaje del caos La pintura al óleo del Terremoto de Ibarra, de Rafael Troya, propuesta para los 300 años de la fundación en 1906 no fue aceptada por el cabildo, bajo el argumento de que aún los recuerdos del funesto acontecimiento estaban aún en la memoria de los ibarreños. De hecho, fue su hijo quien donó a la Municipalidad después de 50 años del acontecimiento de 1868. Más allá de esto, esta pintura representa una expresión del paisaje histórico propio del neoclasicismo, repleto de ruinas y/o arquitecturas de fantasía, pues se encamina hacia el “gran estilo sublime”. En estas páginas detalles del cuadro del pintor del paisaje. Xavier Puig Peñalosa, en Rafael Troya: estética y pintura de paisaje, analiza este cuadro: “Grises, ocres y marrones acreciente con su cromatismo ese paisaje de muerte y desolación. El blanco marfil resaltan a los cadáveres y el timbre de blanco casi inmaculado de las vestimentas de los socorristas, nos obligan a fijar nuestra atención en ellos y, por consiguiente, la macabra “carga” que acarrean. Al fondo, la verde hilera de la arboleda que permanece incólume, parece una cruel ironía de/en la propia naturaleza: solo la naturaleza se salva de la devastación de la propia naturaleza, ajena al sufrimiento humano. Al tiempo, la gradación en la escala de los personajes y las ruinas de los edificios (de mayor a menor según nos alejamos del primer plano), dota de profundidad a la obra. También, la horizontalidad del cuadro resulta equilibrada con la verticalidad de los personajes, de muchas de las ruinas y de la hilera de árboles ya comentada y, a la que cabría añadir la de las propias montañas. Y en el mismo sentido, frente a la desoladora quietud que imprime la devastación, resalta el dinamismo de los personajes vivos y, muy particularmente, la de los sobrevivientes al desastre”.
Cuadro y detalle del Terremoto de Ibarra del pintor Rafael Troya
La palmera sobreviviente La ciudad, tras el sismo, quedó devasta. La hermosísima iglesia barroca de los jesuitas, La Compañía, fue afectada. Los tejados estaban enterrados. Sin embargo, una palmera –como si fuera el sobreviviente de un naufragio- permanecía airosa en medio del polvo. Desde allí, se trazaron los cordeles para la nueva urbe. Fue el ingeniero Arturo Rodgers, con la dirección de Luis Felipe Lara y algunos entusiastas jóvenes ibarreños enviados a Quito durante 30 días para aprender de topografía, quienes trazaron la nueva urbe. César y Luis Lara, Rodolfo y Carlos Monge, Alejandro Pérez, Moisés Almeida y Miguel Herrería, recibieron lecciones del ingeniero francés Adolfo Géhin.
Esquina del Coco, 1910
El cocotero (Cocos nucifera) es una especie de palmera de la familia Arecaceae. Aunque puede crecer hasta unos 30 metros, los cocoteros en Ibarra –de los cuales hay muchos- tienen sus cocos más pequeños, debido al clima. En tiempos pasados, los niños jugaban con ellos y, en algún momento, fueron hasta moneda: cale con coco. El coco histórico ahora tiene inclusive un geranio. Es primo de los altos cocos del parque Pedro Moncayo, traídos por éste desde Chile. Las palmeras de Ibarra les recuerdan a sus ciudadanos su destino de mar, y la ruta a San Lorenzo, objeto de la fundación en 1606.
El mural de José Villarreal Miranda El mural de El Retorno de Ibarra, de 1872, realizado por José Villarreal Miranda (Ibarra, 1957) se encuentra en la Casa de la Cultura Ecuatoriana, núcleo de Imbabura. Hace una recapitulación del muralismo mexicano como lenguaje plástico. Al frente, precisamente, se encuentra otro mural que evoca al señorío étnico de los caranquis y los rituales del maíz. El niño es una evocación de la tradición etrusca porque llega en la pequeña hornacina a los dioses tutelares, porque donde ellos van está la ciudad. Se sabe, que los romanos tenían un puñado de tierra de sus antiguos lares. En este caso el culto sería a San Miguel Arcángel, patrón de la urbe. La obra simboliza el momento del regreso de los 550 sobrevivientes desde Santa María de La Esperanza, donde permanecieron casi cuatro años y allí, la palmera desde donde se trazó las coordenadas para levantar una ciudad con la fuerza de brazos anónimos, frente al tutelar monte Imbabura, deidad de los antiguos pueblos. Precisamente esa algarabía del regreso a la tierra se aprecia en esta representación del evento “Retornando a Ibarra”, por parte del Cabildo, donde se evoca estos acontecimientos al bajar de La Esperanza, como se aprecia en las fotografías de la página a continuación.
Hace 150 años un violento terremoto devastó Ibarra, la ciudad fundada en 1606, en la tierra de los caranquis. El evento telúrico de 1868, de carácter tectónico, destruyó también varias poblaciones de la provincia Imbabura, como Cotacachi, Atuntaqui y Otavalo, causando aproximadamente 20.000 muertos. Cada año, en abril, la fiesta de El Retorno –cuando 550 ibarreños regresaron de Santa María de La Esperanzaevoca a la ciudad que surgió desde las cenizas. El historiador Juan Carlos Morales Mejía en esta obra analiza y reúne información científica, crónicas de los viajeros del siglo XIX, fotografías de la época y del autor, en una panorámica de la memoria.
www.ibarraescultura.gob.ec