Antología Cuentos Homoeróticos Vol. II
Origin EYaoiES Colección Homoerótica
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Primera Edición: Agosto 2008 Origin EYaoiES y Colección Homoerótica Arte de la portada: Anne Cain Diseño Portada: Sandra Valenzuela Edición y revisión: Maribel Llopis, Aurora Seldon, Van Krausser, Nimphie, Bárbara Olvera, Sandra Valenzuela. © Copyright Origin EYaoiES y Colección Homoerótica Todos los derechos de la obra pertenecen a sus autores. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o compartida en cualquier forma sin autorización expresa de los autores.
ADVERTENCIA Este libro contiene algunas escenas sexualmente explícitas y lenguaje adulto que podría ser considerado ofensivo para algunos lectores (sexo homoerótico) y no es recomendable para menores de edad.
Antología Cuentos Homoeróticos Vol. II Este segundo volumen de Cuentos Homoeróticos sale a la luz con la intención de promocionar la obra de distintos escritores hispanohablantes, uniendo sus diferentes estilos e inquietudes en torno a un mismo referente: la sensualidad y erotismo entre personas del mismo sexo. Algunos de los hechos que se narran están basados en leyendas locales; sin embargo el contenido de estos relatos es ficción. Algunas referencias se relacionan con hechos históricos o lugares existentes, pero los personajes, locaciones e incidentes son ficticios. Cualquier semejanza con personas reales, vivas o muertas, empresas existentes, eventos o locales, es coincidencia.
Acordes de locura Hisui HISUI es chilena, estudiante y lectora empedernida. Gusta escribir historias desde hace unos años para despejar la mente de dudas, ilusiones y mentiras; también le gusta escuchar música no apta para oídos sensibles y pinta cuadros por encargo, aunque demora siglos en terminarlos. Este relato recoge parte de la trama de Ausencia, historia publicada en San Valentín Omnisexual 2008, pero no se requiere su lectura para empezar con estos doce acordes.
1 Itziar vagó noches y noches sin rumbo fijo, con los pies descalzos, la mirada fija y las notas de una canción en su mente. Caminó muchas horas sin sentir dolor alguno en sus pies. La gente que lo vio pasar prefirió ignorarlo antes que prestarle ayuda, tomándolo por un loco. No se equivocaban mucho...
2 Kaled era el administrador de la única posada del pueblo, su cargo era más bien de adorno, como muchos de sus empleados decían, pues sólo se aparecía por las noches para tomarse un trago de algún licor fuerte y ligarse a cualquier chico lindo que estuviera de pasada. En realidad, le importaba bien poco su cargo. Hacía unos años había hecho una sociedad con Alen, otro tipo extraño al cual tampoco le importaba mucho el negocio. Después de todo, era sólo una pantalla para atraer almas errantes de las que abundaban por esos parajes. Porque esa posada era el escondrijo de todo tipo de criaturas, como a él le gustaba llamar a sus clientes y a los asiduos visitantes la mayoría de las noches del año.
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3 Faltaban pocas noches para San Juan y en la posada ya comenzaban los movimientos extraños. Muchos veían en esa única noche del año (la más corta para algunos y la más larga para otros) la posibilidad de redimirse y buscar así un pasaje hacia la vida... o hacia la muerte... El ambiente estaba enrarecido, colmado de vapores fatuos provenientes de las mesas más alejadas, en donde se realizaban rituales en la víspera de la tan ansiada noche. Hombres con el rostro cubierto mantenían secretas conversaciones en los rincones más oscuros, mientras que algunos otros se paseaban entre las mesas buscando llamar la atención de quien quisiera prestársela. Una monótona música se escuchaba desde los parlantes acoplados de un viejo equipo de sonido. Era costumbre hasta hacía algunos días ver a una banda tocando en el pequeño escenario del fondo, pero los músicos habían desertado tras la muerte del cantante... La vida y la muerte eran pan de cada día en ese pueblo y resultaba extraña tanta conmoción por un muerto más… La posada se sumía en soporíferos silencios entre canción y canción, mientras Kaled daba vueltas por el lugar, esquivando mesas con un cadencioso movimiento de caderas para lucirse un rato. Esa noche había mucha gente, pero pocos chicos guapos. Observaba a todo el mundo con sus penetrantes ojos grises y sorprendió a muchos lanzándole lascivas miradas a su bien formado cuerpo. Era consciente de su atractivo y casi siempre le sacaba provecho. Después de todo, un pelirrojo de metro ochenta no pasa inadvertido para nadie.
4 Era pasada la medianoche cuando en la entrada se produjo un escándalo. Un chico de no más de veinte años y con el cabello rubio y largo hasta casi el fin de la espalda quiso entrar sin ser conocido por el guardia, violando la única regla de ingreso al local. Kaled no dejaba entrar a desconocidos a la posada, a no ser que fuesen acompañados o enviados por alguien reconocido al menos de vista. Y al no ser ese el caso del chico, con toda la pereza del mundo, decidió solucionar él mismo el altercado. Acordes de locura - Hisui
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—¿Qué ocurre? ¿Quién eres tú? —La sensual voz de Kaled se dejó oír por sobre las demás, calmando los ánimos de inmediato. —No puede entrar —expresó malhumorado el portero. —¿Quién eres? —volvió a preguntar el administrador, dándose cuenta del especial atractivo del desconocido. Era muy joven, quizás no tuviera los veinte años, pero tenía un rostro muy masculino, la piel pálida y blanca como la nieve y el cabello de un rubio sedoso y brillante. Estaba descalzo y su ropa, algo sucia. —Soy Itziar —murmuró con una vocecilla extrañamente grave, como si estuviese resfriado. —Itziar... lindo nombre —le coqueteó descaradamente Kaled, mirando de forma sugestiva los perdidos ojos verde oliva del chico—. Lamentablemente, no puedo dejarte entrar... —Pero... –Sus ojos se llenaron de lágrimas que pretendían escapar en cualquier momento. —Déjalo entrar... Viene con nosotros —interrumpió la voz de Alen, el otro dueño de la posada quien venía acompañado por su novio Val, el cual había insistido en ayudar a Itziar aunque no lo conocían de ninguna forma. —¿Es eso verdad? —dirigieron la pregunta hacia Val: Alen tenía fama de mentiroso. —Sí. —Entonces... bienvenido —susurró Kaled al visitante con una actitud completamente lasciva mientras se apartaba para darles paso—. Val, ¡qué sorpresa! Se te ve muy poco por aquí —comentó— . Itziar, deseo hablar contigo.
5 Kaled había intentado por todos los medios iniciar una conversación seria con Itziar pero, ante cada pregunta, el chico contestaba con evasivas, frases sin sentido o simplemente no decía palabra alguna. Estaba comenzando a sospechar seriamente acerca de sus facultades mentales. De repente parecía estar ausente y sin ningún tipo de conexión con el mundo real, y al momento siguiente se encontraba muy cuerdo e interesado. Era muy extraño. —Itziar, ¿a qué viniste? —formuló la pregunta por enésima vez y por enésima vez recibió la misma respuesta. Acordes de locura - Hisui
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—Usted me estuvo llamando —dijo completamente serio y con un extraño brillo en sus ojos—. Usted me estuvo llamando... Kaled estaba anonadado. Ese chico definitivamente estaba más loco que nadie. Seguía estando descalzo arguyendo no tener frío, decía conocer a toda la gente del lugar y opinaba que la banda que tocaba en el escenario era muy buena, siendo que no existía tal banda y que la música provenía de los parlantes empotrados en la pared, algo de lo que cualquier pobre mortal podría haberse dado cuenta en sólo unos instantes.. Y como si todo eso no hubiese sido suficiente, llevaba casi media hora diciendo que Kaled lo había estado llamando hacía mucho tiempo y él por supuesto, había acudido. —¿Qué dices? ¿Estás esperando un pasaje al manicomio? —El sarcasmo brotó ante cada una de las palabras del pelirrojo. —No, no, por favor... —La mirada de Itziar cambió completamente, sus brillantes ojos color oliva se opacaron y el miedo se apoderó de su rostro—. No, no, de nuevo no... —¿Qué te pasa? —Se preocupó un poco al ver el cambio en su expresión. —No, por favor… —Miraba hacia todas direcciones pero sin enfocar un objetivo concreto. —Calma... —Kaled se sintió de cierta forma culpable y abrazó fuertemente al chico que temblaba y no dejaba de repetir las mismas palabras. —No, de nuevo no... La voz de Itziar parecía llenar sus oídos completamente como si quisiera culparlo de esa situación, su cuerpo se movía en espasmódicos sollozos mientras sus piernas comenzaban a ceder. —Itziar, Itziar... no irás a ningún lado. Por favor... reacciona, yo no quise... Kaled se sintió abrumado. Tanto tiempo en ese mundo y no había aprendido nada del comportamiento humano. ¿Cómo calmar a un chico medio loco que llora a mares y suplica para no irse al manicomio? —No, por favor, llegué hasta usted... no me lleve... no me separe... —Calma —susurró Kaled junto al oído del chico, que empezaba a aferrarse con más fuerza a su chaqueta—. Calma... no irás a ningún Acordes de locura - Hisui
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lado... te quedarás cuanto tiempo desees. —Su voz suena en tonos de Fa. —Itziar dejó sorpresivamente de llorar y el brillo volvió a sus ojos. —¿Ahhh, sí? Qué bien... —Decidió seguirle el juego un rato. —Sí... ¿Y las manzanas que estaban sobre la mesa del fondo? — susurró abriendo mucho los ojos y mirando en todas direcciones. —No sé —contestó el de pelo rojo, ya harto de todo eso. —Ahh, qué pena... eran lindas—murmuró sumido en su mundo. —Sí, qué pena. —Oye... ¿Y por qué querías hablar conmigo? —dijo acordándose de repente, olvidando los formalismos y volviendo al mundo real. —Emmh... quería saber si sabes hacer algo como para que trabajes aquí —murmuró no muy convencido de sus palabras. —Sí. Canto, hago bailes eróticos, cocino y si quieres... me prostituyo. —Su voz fue completamente seria al decir todo esto y Kaled se sorprendió. —¿Qué? —casi gritó—. ¡Tú estás mal de la cabeza! —Sí, sufro de distorsión de la realidad. —Itziar fijó sus ojos en Kaled y su áspera voz sonó extrañamente escalofriante—. Al menos eso dijo el psiquiatra antes de que me escapara para venir. Kaled había visto de todo en su vida, pero nunca nada semejante. Ese chico veía el mundo con otros ojos, estaba loco, era lindo... y peligroso. —No te preocupes, no soy peligroso —murmuró Itziar como si le hubiese leído la mente—. Sólo digo cosas extrañas... y muchas mentiras. Kaled estuvo a punto de soltar una carcajada, pero se contuvo al ver su seria expresión. Definitivamente tendría que tomar unas clases para saber lidiar con humanos. —Está bien, te creo. —Se acercó de repente y tomó entre sus manos el rostro de Itziar. Con todo eso se le había olvidado que quería ligárselo—. Me dijiste que sabes cantar. ¿Es eso verdad? Justo estaba buscando un cantante... —Sí, estudié canto ocho años y también sé tocar la guitarra clásica —dijo como si no fuera nada importante.
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—Te probaremos esta noche —expresó, no muy convencido de la veracidad de sus palabras—. Te facilitaré vestuario y si quieres, tenemos una guitarra eléctrica. —Está bien.
6 Llorando en la noche Cantando sin ti Recuerdo momentos que añoro vivir Me faltan tus manos Tu paso al andar No encuentro el camino Siento que no estás No quiero que el mundo nos separe más Jura que a mi lado Siempre vas a estar No quiero el destino Ni verte marchar Tan sólo te pido que mires atrás —Ese chico canta bien, pero... es un poco romántico ¿No crees? —susurró Alen apenas llegó a la mesa con vista privilegiada al escenario en donde estaba sentado su socio. —Sí, tendré que hablar con él... no cumple con lo que buscamos —dijo pensativo Kaled, mientras trataba de buscar las palabras correctas para decírselo a Itziar cuando bajara del escenario. Llorando en la noche Cantando sin ti Recuerdo momentos Tan lejos de ti Si vienes conmigo el tiempo curará Las viejas heridas que nos hizo andar Te encuentro perdido Sin sentido estás Tan solo te pido que mires atrás Kaled miró en todas direcciones. Había quienes miraban al chico con una expresión de extrañeza pues esa no era la música que solía tocarse en la posada; otros ni siquiera lo miraban, sumidos en sus Acordes de locura - Hisui
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conversaciones sin sentido; pero había quienes tenían su vista lasciva puesta sobre él y ante cada uno de sus movimientos hacían comentarios con quienes estaban sentados a su lado. Di que conmigo de nuevo reirás Di que en tu pecho aún puedo llorar No es tan difícil volver a soñar Rompe ese muro que un día nos supo alejar Volvamos a sitios lejanos Que en tiempos pasados vivimos los dos Vayamos en busca del lago porque aún no secó Dejemos orgullos mundanos Sabes que arrimado siempre estaré yo Luchemos juntos contra el tiempo Que nos separó «Itziar es muy sensual», pensaba Kaled mientras lo escuchaba cantar esa canción que sentía dedicada a él. Pues eso producía el chico a todos quienes le escuchaban: les hacía creer ser el foco de su canto. Llorando en la noche Cantando sin ti Recuerdo momentos que añoro vivir No quiero que el mundo nos separe más Jura que a mi lado siempre vas a estar No quiero el destino ni verte marchar Tan sólo te pido que mires atrás Kaled seguía intentando encontrar las palabras para decirle a Itziar que no podría seguir cantando ahí, pero esa voz ligeramente grave lo envolvía en una bruma que lo incitaba a dejar todo de lado y limitarse solamente a observarlo en el escenario. Río si tú eres feliz Lloro si triste es tu fin Sangro si sangro por ti Vamos amigo hacia allí Siento que no estás.1
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Siento que no estás, Saratoga. Acordes de locura - Hisui
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—¿Te gustó? —Itziar había saltado del escenario directamente hacia la mesa en donde estaba sentado Kaled—. Canté solamente para ti. —Gracias... —Con esas palabras se le complicó la existencia—. Itziar, necesito hablar contigo... —¿Qué? ¿No te gustó? —Sus pupilas se dilataron un poco y apareció un extraño brillo en sus ojos. —Sí, me gustó... pero… —Le costó mucho decirlo, pero decidió ser directo—. No eres lo que buscamos. Itziar no dijo nada, sólo salió corriendo del lugar aún con sus pies descalzos, dejando a Kaled sentado y sin posibilidad de reaccionar mientras tomaba sorbos de un extraño licor. No iba con su estilo perseguir chicos despechados, pero quería ir a buscarlo y se estaba conteniendo orgulloso las ganas. —Ve tras él. —Val se sentó junto al socio de su novio y lo miró con sus profundos ojos celestes—. Tú lo llamaste, debes cuidarlo...
7 Kaled buscó unos minutos a Itziar dentro de la posada y no lo encontró. Tenía un extraño presentimiento. El chico podía hacer cualquier cosa con sus facultades mentales distorsionadas y comenzaba a sentirse culpable por no haber ido a buscarlo de inmediato. Salió hacia el callejón de afuera y el frío nocturno lo impactó incluso a él. El pueblo estaba completamente silencioso, no se veía ni un alma transitando a esas horas y comenzó a preocuparse. La bruma comenzaba a cernirse sobre los tejados de las casas, avanzando rápidamente por encima de las construcciones y amenazando con llegar al suelo en cualquier momento. Ni siquiera los animales nocturnos se habían atrevido a salir, estaba completamente desierto. Sus sentidos lo alertaron de pronto y sus pies comenzaron a seguir un rumbo incierto, alejándose rápidamente de la posada. No fue consciente ni de sus movimientos ni de sus acciones, sumido en una especie de paroxismo que lo incitaba solamente a caminar sin cuestionarse nada. Acordes de locura - Hisui
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Sus pasos lo llevaron hasta el límite del bosque, en donde los árboles proyectaban oscuras sombras sobre el suelo pedregoso y la bruma se hacía más espesa. Sus sentidos se llenaron de un olor extrañamente familiar que lo incitó a introducirse en la espesura. Dio sólo unos pasos más y lo encontró. Itziar estaba sentado a los pies de un grueso árbol, con una expresión perdida y las muñecas cortadas por un olvidado cuchillo en el suelo. La oscuridad se presentó como un manto sobre ellos y una rama se escuchó crujir a lo lejos, víctima de la fugaz huida de algún animal curioso y asustadizo.
8 Kaled sintió una serie de sentimientos colapsar en su interior: lástima, culpa, preocupación, miedo, deseo, atracción... Atracción hacia la sangre que manaba desde el chico y que lo incitaba a beber. Pudo sentir el narcótico olor de la sangre al desprenderse de los delgados conductos vitales y su sonido al precipitarse sobre el suelo como una lluvia espesa y tenue; pudo apreciar el brillante líquido escarlata contrastar con la pálida piel, imaginándose el aterciopelado tacto de cierta combinación. Quiso beber, y no pudo contenerse. Sus colmillos comenzaron a crecer demostrando su verdadera naturaleza y, no pudiéndose detener, se inclinó hasta tener la muñeca del chico a su alcance y bebió largamente, succionando el rojo líquido que manchó sus labios y su barbilla. Nunca antes había bebido de esa forma, sin hambre, pero con desesperación. En un instante de lucidez escuchó un quejido proveniente de su víctima y a pesar de tener su vida pendiendo de un hilo, reaccionó y dejó de beber de inmediato. Pasó su lengua sobre las heridas que se cerraron en sólo segundos con el poder cicatrizante de su saliva. Sus pupilas aún estaban dilatadas y los ojos grises tenían un extraño brillo rojizo. —Perdón, pequeño... no quise hacerlo —susurró acercando su rostro al del atemorizado chico. Kaled estaba sumido en una especie Acordes de locura - Hisui
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de trance y sólo veía mal en lo que acababa de hacer. —Kaled... —dijo Itziar con un brillo de locura en sus ojos antes de besar esos labios ensangrentados que tenía tan cerca. La sensación fue sublime para ambos. Fue un beso apasionado, profundo y tierno en el que sus lenguas se entrelazaron lascivamente, explorando cada rincón, llevándose los restos de sangre a su paso. Un beso cargado de pasión, una pasión que unió almas. Itziar cayó inconsciente en brazos de Kaled, quién lo llevó rápidamente hasta la posada, antes de la caída del sol.
9 Contradictoriamente a la idea de vampiro que todo el mundo tiene, Kaled no dormía en ataúdes ni despertaba de un profundo trance por las noches. Tampoco moría con el agua bendita ni las estacas de plata; solamente no podía salir de día, pues el sol le hacía daño y se alimentaba sólo de sangre humana fresca. El resto, eran leyendas humanas y pueblerinas. El vampiro estuvo todo el día cuidando de Itziar, aguardando la hora en que despertara para explicarle todo. Estaba muy confundido y necesitaba quitarse la culpa de encima. Cerca del mediodía, Itziar despertó como si nada hubiese ocurrido; su rostro estaba tan pálido como siempre, pero apenas vio a Kaled, sus mejillas se tornaron de un furioso carmín. Los recuerdos de la noche anterior llegaron tan desesperados a su mente que llegó a dolerle la cabeza. —Itziar, qué bien que despertaste... —Su tono sonó más duro de lo que quiso—. Me gustaría que escucharas todo lo que tengo que decirte. —Escucharé —murmuró el aludido, sintiéndose algo abrumado. —¡Lo que hiciste ayer fue una estupidez! —Decidió partir así la conversación y para su sorpresa, Itziar no pareció exaltarse—. Pudiste haber muerto, no sabes las criaturas que habitan en el bosque... ¿Cómo se te ocurrió? ¿Acaso es tan importante lo que yo diga como para quitarte la vida? —Sí... —Existen soluciones a los problemas, ¿sabes? —espetó de forma sarcástica y sin prestarle atención a lo dicho por el chico—. En este Acordes de locura - Hisui
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lugar hay muchos seres que venderían su alma al demonio por tener sólo un segundo de la vida que tú posees, no juegues con fuego... ¡Te lo advierto! Cuida tu vida y no hagas estupideces. —Perdón... no quise preocuparte. —Pues lo hiciste... —Cambió su tono de voz por uno más suave, mientras se acercaba para sentarse junto a la cama—. No quiero que nada malo te pase... —Gracias. —No sé qué me pasa... —Se abrazó fuertemente a él, su cabeza estaba hecha un lío y no podía entender sus sentimientos. —Acepta el destino, él quiso que nos reuniéramos... no me dejes nunca —murmuró mirándolo directamente a los ojos—. No sé quien eres, sólo sé que debo estar a tu lado... —Lo mismo digo...
10 Kaled nunca pensó que su vida cambiaría tan drásticamente. Llevaba dos días compartiendo vida, caricias, besos y arrumacos con un chico siglos menor y completamente loco. Se sentía completamente extraño, víctima de un destino insoslayable, pero que había aceptado gustoso. Y aunque Itziar seguía con sus arranques de locura, había aprendido a comprenderlo como nunca nadie lo había hecho antes. Parecían estar conectados, cosa que el chico le agradecía a cada momento. Esa noche, Itziar tendría su segunda oportunidad ante la concurrencia de la posada. Era San Juan y habría más público que nunca, por lo que el mismo Kaled se había preocupado de aconsejarlo, elegirle vestuario e incluso escribirle una canción del gusto de sus clientes. Se había inspirado en las circunstancias vividas en el último tiempo y en sus propios temores, que eran los mismos de muchos de los que se paseaban por ese lugar. Sentirse abandonado por un dios del que ni siquiera se tiene certeza, ser víctima de una existencia cruel y eterna, no encontrar jamás el camino de retorno. Itziar, por su parte, se había encargado de la música, acompañando la letra con una tenue melodía en guitarra. Pensaba que con una Acordes de locura - Hisui
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batería a un tiempo, un sintetizador y unas voces paralelas sonaría mucho mejor, pero a esas alturas y en ese pueblito medio abandonado poco se podía hacer. Así y todo, el resultado prometía calidad, era una canción llena de pesimismo y preguntas sin respuestas, pero también proyectaba deseos de tiempos mejores. Pues aun así, ante todo, esa noche muchos seguían manteniendo la esperanza, intentando emprender el camino de regreso hacia una realidad ilusoria y pasajera, perdida en tiempos pasados.
11 Duermo en un acorde mágico, y despierto al oírlo tocar, soy la esencia de la humanidad. Represento la promiscuidad, de las almas que enferman de paz, me presento: soy la libertad, de tu cuerpo y ¡no cobro con fe! Y ahora dime: ¿Cuánto vale tu alma?, y ahora pide: ¿Dinero o placer?, ¿Sueñas con curar el cáncer? El SIDA fue cosa de Yahvé. La posada se sumió en un silencio avasallante. Todos miraron hacia el escenario en donde un chico de largo cabello rubio y pies descalzos cantaba con voz sensual y rasposa, pronunciando muy bien cada palabra y haciéndolas entrar desde los oídos a la mente; fluyendo luego a través de fríos conductos que se propagaban hasta la última fibra del cuerpo y hacia las más recónditas volutas de almas. Los sonidos de una brumosa realidad se colaban por todas partes y nadie quedó exento de esa extraña sensación, una sensación de paz y comprensión. Quiero estar junto a ti y alimentar tu boca, Hay veces que el dolor duerme en una canción. Y sé que moriré de amor decadente, lúgubres besos ¡Quémate en mí!
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El Príncipe de la Dulce Pena soy y mi sangre alimenta tu ser. La lujuria de mis alas roza tus pechos y araña tu piel. ¡Bebe! embriaga tus vicios, ¡Decide! ¿Orgasmos o amor?, la única iglesia que ilumina es la que arde, el nazareno duerme su cruz. —No deberías renegar de los caminos que nuestro padre designa —murmuró Val mientras se sentaba a un lado de Kaled—. Tú menos que nadie... Has sido privilegiado. —Lo sé... —susurró mientras alejaba la vista de Itziar para centrarla en su interlocutor—. Tú sabes algo, me debes respuestas. —Yo sólo me encargué de ayudar al destino que nuestro padre encargó para ustedes... —¡Tu padre no es nadie para regir nuestras vidas! No puedo amar a Itziar, no creo en el destino… ni en Él. —Trató de convencerse de sus palabras. —Sabes que no dices la verdad... Quiero estar junto a ti y alimentar tu boca, Hay veces que el dolor duerme en una canción Sé que moriré de amor decadente, lúgubres besos ¡Quémate en mí! Oh señor, rey de la tristeza, ángel del dulce dolor, bebe la hiel de mi boca, blasfema, ven, hazme el amor. Itziar sólo se limitó a observar a Kaled. Sentía en sus oídos reverberar la conversación que tenía con ese tipo que había dicho conocerlo el primer día. Desde que Kaled había bebido de su sangre sentía una extraña conexión con él, y ahora no quería seguir escuchando sus palabras que dolían como millones de insectos entrando por sus oídos con sus duras envestiduras y agudos apéndices, arrasando con todo a su paso.
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Quiero estar junto a ti y alimentar tu boca, hay veces que el dolor duerme en una canción, si tocas en mi honor, saldré de este infierno, dame tu alma no quiero morir.2 Terminó de cantar casi con desesperación y se retiró del escenario con lágrimas en los ojos y retazos de música y palabras crueles en sus oídos. No escuchó los aplausos de algunos y tampoco miró las caras impactadas de quienes lo habían escuchado. Kaled se levantó rápidamente de su mesa dejando a Val solo y con una sonrisa sincera en su rostro. Se dirigió tras Itziar que había ido a refugiarse a un apartado ubicado a un costado del escenario. Entró y cerró la puerta con seguro, encontrándose con Itziar hecho un ovillo en el suelo, cubierto por una cascada de cabellos rubios. —No dije la verdad. —Lo sé. —¿Y por qué lloras entonces? —Yo tampoco creo en el destino... Kaled se sentó a su lado en el suelo y no supo qué más decir. Creía también estarse volviendo loco.
12 Sus cuerpos se conectaron mediante besos y abrazos que no terminaron nunca; se dieron cuenta que necesitaban el uno del otro para encontrar respuestas y tranquilidad, pues sus caminos se había unido para ello. Sus mentes también estuvieron conectadas todo ese tiempo y para el vampiro la experiencia resultó algo impactante al saber todo lo que había en la mente del chico. Fue parte de la tremenda confusión que regía los actos de Itziar y sintió cómo es no saber distinguir entre la realidad y la ilusión. Entendió que en el mundo todo tiene muchas formas de expresarse y ninguna en particular y sufrió al saber que Itziar se daba cuenta de su locura y no podía hacer nada para remediarlo. 2
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Itziar también sufrió por Kaled, por sentirse abandonado por el ser en el que se cree, por estar condenado a una eternidad dura y cruel, y por sentirse un mercenario de ilusiones y de almas errantes. Sufrieron juntos y de la misma forma descubrieron el amor, un amor que estaba dispuesto a convertirse en eterno y en loco. Para cuando salieron del apartado, aún no era medianoche y la posada estaba más llena que nunca, víctima del frenesí de los asistentes. Decidieron dar un paseo por el pueblo para no quedarse a presenciar los múltiples espectáculos, conjuros, pactos y rituales a raíz de San Juan pues había que tener las facultades mentales en orden para no sucumbir ante tanto acto excéntrico. La noche estaba oscurísima y una casi imperceptible bruma tejía su manto sobre el ambiente. Caminaron juntos un camino que sentían ya haber recorrido, pero sus pies parecían guiarse solos hacia los límites del bosque. Ese día las criaturas nocturnas habían decidido no esconderse y el ambiente se llenaba de sonidos tan variados como estremecedores. Pero cuando el alma se encuentra tranquila, el ser no teme. Llegaron hasta un lugar conocido. Hasta los pies de un gran árbol que se iba quedando sin hojas conforme tomaba altura, pero que así y todo proyectaba sombras espectrales sobre el suelo. Se sentaron con sus manos entrelazadas y las espaldas apoyadas contra el tronco. Las dudas nuevamente se apoderaron de sus mentes mientras una especie de letargo los invadía, incitándolos a olvidar todo para sumirse nuevamente en las penumbras. ¿Cómo puedes enamorarte de quién no conoces? ¿Cómo aceptas al destino si no crees en él? ¿Estás dispuesto a condenarte eternamente por quién amas? ¿Crees en las coincidencias? ¿Confías en un loco? ¿Estás loco? ¿Aceptas lo designios de quien te abandonó? ¿Te sientes merecedor de todo esto? ¿Crees en Él? ¿Crees en ti? ¿Amas? Y cuando todas estas preguntas encontraron respuesta segura y afirmativa, el letargo terminó. Cada uno tenía la certeza de tiempos mejores, una flor aferrada al pecho, una mano entrelazada a otra y los labios unidos a otros en un pacto eterno. Un pacto de sangre. Cuenta la leyenda, que en noches de San Juan, debes esperar la medianoche a los Acordes de locura - Hisui
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pies del árbol que nunca florece y esperar, pues las flores solamente esperan por ti. Pero antes de que esto suceda, vivirás momentos de dudas y terror, incluso recibirás la visita del mismo demonio. Pero si superas el miedo, podrás ver florecer completamente al árbol. Tomarás una flor que desaparecerá al amanecer, pero asegurarás una vida libre y llena de felicidad.
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Carta Maribel Llopis MARIBEL LLOPIS nació en Palma de Mallorca, España, el 11 de noviembre de 1984. Actualmente se encuentra terminando sus estudios de Arquitectura Técnica en la Universitat de les Illes Balears. Más conocida en Internet por el pseudónimo de Khira, sus primeros escritos vieron la luz en 2005, en forma de fanfictions de la serie japonesa Slam Dunk. En 2007 publicó su primera historia original, “Unreality”. Sus grandes aficiones son la literatura, el cine y la fotografía, además de todo lo relacionado con la cultura japonesa, especialmente el manga y el anime.
1 Desde la primera vez que lo vi, supe que era diferente. Él no nos miraba con superioridad ni con lujuria. Más bien daba la sensación de sentirse desubicado allí dentro, en ese ambiente claustrofóbico y deprimente. Parecía que iba a echar a correr en cualquier momento. Pero no lo hizo. En lugar de eso su expresión se relajó y todo su ser adoptó una postura firme, pero no por ello menos falsa. Era como un actor desempeñando un papel que no le gustaba. Yo no podía saber en aquel momento cuán acertados eran mis pensamientos. Nos recorrió con su mirada uno por uno, hasta que finalmente sus ojos castaños se posaron en mí. Y supe que me había elegido. Resignado, esperé hasta que terminaran los trámites, y después le seguí hasta la habitación que Boris nos había asignado. Una vez dentro, aquel hombre cerró la puerta, y con el semblante descompuesto de nuevo, se sentó a los pies de la cama. Apoyó un codo en una rodilla y se tapó la cara con una mano. Yo me quedé de pie junto a la puerta, expectante. La actitud de aquel hombre era extraña y desconcertante, pero al parecer yo había sido el único que lo había notado. Aproveché para fijarme más en él. Era alto y de complexión fuerte, pero no demasiado gruesa. Su piel era clara, aunque un tanto tostada por el sol, y sus cabellos, de color negro azabache, eran cortos y lisos; tenía la nariz grande, pero sin Carta - Maribel Llopis
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exagerar, y un mentón prominente. El conjunto de sus rasgos era armonioso, podría decirse incluso que atractivo. Al notar que yo le estaba observando, aquel hombre se quitó la mano de la cara y me miró a los ojos. Yo desvié la vista enseguida, aturdido. No sabía por qué, pero me había sonrojado. Finalmente se levantó y se dirigió hacia mí. En pocos segundos le tuve enfrente. Me cogió la cara con ambas manos y me obligó a mirarle a los ojos. Yo, demasiado acostumbrado a ser tocado, ni siquiera me sobresalté por el gesto y simplemente esperé a que hablara. Tal y como me esperaba, lo hizo en inglés. —Boris me ha dicho que no entiendes el inglés... Estuve tentado de decirle que ninguno de los chicos que estábamos en ese maldito sótano éramos tan idiotas como Boris creía, pero me quedé callado. Decirle que sí entendía el inglés implicaría seguramente algún tipo de conversación posterior, y no me apetecía hablar. Ni con él, ni con ninguno de los malnacidos que visitaban a diario el sótano. Tal y como pretendía, aquel hombre interpretó mi silencio como una confirmación a su suposición. —Bueno... quizá sea mejor así —dijo a la vez que suspiraba. Me soltó, se dio media vuelta y se sentó de nuevo en la cama. Vi cómo apretaba la mandíbula y los puños, como si estuviera luchando consigo mismo. Al cabo de unos segundos se relajó, como si hubiera tomado una decisión, y me indicó con un gesto que me acercara. Yo obedecí, por supuesto. ¿Qué otra cosa iba a hacer si no? Caminé un par de pasos y me situé de pie entre sus piernas. Entonces él me cogió de las manos y acarició mis nudillos. Yo tenía las manos heladas, como siempre. En aquel horrible sótano siempre hacía frío, o eso me parecía a mí. —¿Cómo te llamas? No le contesté, por supuesto. Y me pareció estúpido que él me hubiera hecho esa pregunta a sabiendas de que yo, supuestamente, no la entendería. —Yo me llamo Michael. Mi-chael. Y se señaló a él mismo con un gesto. Después me señaló a mí. «Vale, vamos a jugar a los indios», recuerdo que pensé. Carta - Maribel Llopis
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—Dimitri. Me sentí extraño al decirle mi nombre. Nunca antes se lo había dicho a ningún cliente. Claro que nunca antes ninguno me lo había preguntado... Entonces Michael dijo algo que me desconcertó aún más, especialmente por el gesto compungido que acompañó sus palabras. —Perdóname, Dimitri. No entendía nada. ¿Por qué me pedía perdón? ¿Por lo que me iba a hacer a continuación? ¿Entonces por qué no simplemente se marchaba? ¿Por qué iba a hacerlo, si tan arrepentido estaba ya de buen comienzo? Por supuesto, no pude formular ninguna de esas preguntas. Unos segundos después, Michael me indicó con otro gesto que me tumbara en la cama. Mientras yo me acomodaba, pareció que iba a preguntarme algo más, pero finalmente no lo hizo. Empezó a quitarse la ropa. Yo miré al techo, que estaba cubierto de humedades, y esperé con un nudo en el estómago. No importaba cuántas veces hubiera padecido lo mismo, la agonía y el sufrimiento que implicaba cada doloroso acto no menguaba. Mi cuerpo no se acostumbraba al salvajismo con el que era tratado día sí y día también, y al mismo tiempo pensaba que, si eso llegase a ocurrir, más me valdría estar muerto. Cuando Michael terminó de quitarse la ropa, empezó a hacer lo mismo conmigo. Me sorprendió la delicadeza con la que iba despojándome de mis prendas, pero no quise hacerme ilusiones. Muchas veces, los más modositos al principio acababan siendo los más crueles. Finalmente estuvimos ambos desnudos sobre el lecho. Las sábanas apestaban a sudor y a semen, pero él parecía no notarlo. Se quedó mirando mi cuerpo magullado durante varios minutos con una expresión indescifrable en el rostro. Luego empezó a acariciarme el vientre, apenas con un suave roce. Yo giré la cabeza sobre la almohada, con los ojos cerrados. No quería ver, no quería sentir, pero lo segundo era más difícil. Podía notar cada uno de sus dedos deslizarse por mi abdomen, y aunque la verdad no sentía tanto asco como en otras ocasiones, tampoco ningún placer. Poco después sus labios reemplazaron sus dedos, y empezó a besarme por todo el torso. Eran besos suaves, tiernos. Parecía que lo Carta - Maribel Llopis
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hacía para relajarme, pero en esas circunstancias para mí era imposible hacerlo. Sólo deseaba que terminara cuanto antes, que el día terminara cuanto antes, y poder irme a dormir a mi mugriento colchón a que sueños imposibles invadieran mi mente y la alejaran de la cruda realidad por unas horas. Cuando se cansó de intentar conseguir lo imposible, me volteó un poco, haciéndome quedar de costado sobre la cama, y él se situó detrás de mí. Yo seguía con los ojos cerrados, tratando en vano de pensar en cualquier otra cosa que no fuera que estaba a punto de ser follado por un extraño, otra vez. Pero antes de eso ocurrió algo impensable. En lugar de empezar a sentir la penetración sin más, lo que noté fueron sus dedos húmedos, seguramente en saliva. Yo no me lo podía creer. ¿Me estaba preparando? Cuando aún estaba intentando asimilar aquel inesperado preámbulo, Michael me sorprendió de nuevo al tocar mis partes íntimas. Ahí sí que me sobresalté y dejé escapar un quejido ahogado. Por un momento se detuvo, pero inmediatamente continuó con sus caricias. ¿Acaso pretendía estimularme? Seguramente, pero pronto se dio cuenta de lo inútil de su propósito. Para mí, la sola idea de disfrutar haciendo aquello, o mejor dicho, haciéndolo de aquella manera, era insoportable e insostenible. Lo único que consiguió fue que ansiara aún más el final de aquella tortura. Escuché un suspiro, y Michael dejó de acariciarme por delante para concentrarse únicamente en la parte de atrás. Entonces sí traté de relajarme; ya que se me brindaba la oportunidad de sufrir un poco menos de dolor no iba a desperdiciarla. No sé cuánto tiempo estuvo preparándome, pero la verdad es que lo hizo bastante bien. Cuando empezó a penetrarme, sin variar la postura, apenas noté una molestia. Apreté los dientes y me dispuse a esperar que acabara. Michael mientras tanto se había aferrado del todo a mí y gemía bajito, como si le diera vergüenza que alguien le oyera, incluido yo. Y cuando por fin estaba por terminar, Michael me abrazó un poco más fuerte y susurró de nuevo en mi oído aquellas palabras que tanto me habían desconcertado. —Perdóname, Dimitri... Perdóname.
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2 Después de tan extraña escena, tuve el presentimiento de que no volvería a ver a ese hombre. Pero mi sexto sentido se equivocó, ya que apenas una semana después Michael regresó al sótano. Y en esa ocasión también me eligió a mí. Su actitud parecía algo más segura que la primera vez. Y cuando me tumbó boca arriba en la cama, con él encima, supe por qué. Su aliento apestaba a alcohol. No es que estuviera borracho, pero se notaba que se había refugiado en la bebida para superar lo que fuera que le estaba atormentando. Porque de nuevo, nada más desnudarme, comenzó con sus disculpas, esta vez de una forma más convincente. —Espero que algún día me perdones por esto, Dimitri. Dicho esto se quedó mirándome fijamente. Yo, que me había quedado ensimismado tratando de imaginar algún motivo por el que comportarse así, me sobresalté al darme cuenta de que estaba inclinando su cabeza para tratar de besarme. Instintivamente le giré la cara y coloqué mi antebrazo derecho a modo de barrera, golpeándole levemente en la barbilla. Al darme cuenta de lo que había hecho, me eché a temblar. La última vez que había apartado la cara, aunque no había sido precisamente para evitar un simple beso, lo había pagado muy caro. Permanecí quieto en esa postura esperando el reproche o un golpe, mas no ocurrió nada de eso. Michael simplemente me apartó el brazo con lentitud. —Lo siento. Está bien, nada de besos en la boca entonces. Yo de verdad no sabía qué pensar de ese hombre. Primero, el hecho de que hubiera intentado besarme en la boca ya era bastante inusual. Los clientes no solían hacer eso. Y segundo, si él lo prefería así, ¿por qué no me obligaba a hacerlo? Él sabía que yo en realidad no podía negarme a nada, y aun así... Después de aquel pequeño incidente, Michael continuó con el ritual que había establecido en nuestro primer encuentro. Me acarició, me besó, me preparó y me penetró. La única diferencia fue la postura, que aquella vez fue la del misionero. También trató brevemente de estimularme, pero se rindió pronto ante mi falta de respuesta. Al terminar me pidió perdón, se levantó, se vistió y se fue.
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3 Nuestros siguientes encuentros siguieron la misma tónica. Sólo difirieron en que Michael parecía cada vez más tranquilo y seguro de sí mismo. No volví a oler alcohol en su aliento. Seguía pidiéndome perdón al empezar y al acabar, pero ya no con esa expresión compungida, sino con el gesto de resignación de quien ha aceptado lo inevitable. Yo a veces me preguntaba si alguien le estaba obligando a acostarse conmigo, pero desechaba enseguida la idea por absurda. Y yo mismo me sentía absurdo al darme cuenta de que la sospecha de que él no disfrutara realmente de nuestros encuentros hería mi miserable y maltrecho orgullo. Solía venir una vez por semana. En el sótano era difícil llevar la cuenta del tiempo, sin relojes ni calendarios, pero yo diría que habían pasado unos dos meses desde su primera visita cuando sucedió aquello. Posiblemente ya era invierno. Aquel día yo tenía fiebre. Pero, como era de esperar, eso a Boris no le importó, y en cuanto llegó Michael, la primera visita de la tarde, yo ya estaba en el recibidor del sótano aguardando. Me eligió a mí, algo que ya no sorprendía a nadie. Una vez solos en la habitación, Michael se dio cuenta enseguida de que yo no me sentía bien. —¿Te encuentras mal? —me preguntó a la vez que me acariciaba una mejilla. Y yo tuve ganas de responderle que sí, que me encontraba fatal, y que por favor no me obligara a según qué, cosa que en realidad él nunca había hecho. Pero confesarle a esas alturas que sí entendía el inglés no me pareció adecuado. Afortunadamente no hizo falta que le respondiera. Michael colocó una de sus manos en mi frente y se dio cuenta enseguida de cual era el problema. —Maldita sea... —masculló—. No me puedo creer que incluso así os obliguen a trabajar... Su gesto se había endurecido visiblemente, y yo me sorprendí de verlo así. Enfadado no parecía la misma persona. Se dio la vuelta y agarró con fuerza el picaporte de la puerta. De pronto se calmó. Por un momento creí que simplemente me iba a cambiar por otro chico, pero sus palabras despejaron mis dudas. —Espérame aquí. Enseguida vuelvo. Carta - Maribel Llopis
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Y aunque se suponía que yo no había comprendido ni una palabra, obedecí y me senté a los pies de la cama. Oí a Boris y a Michael hablar en el pasillo, pero sin entender lo que decían. Luego, el silencio. Un silencio sólo roto por los gritos ahogados de algunos de mis compañeros que estaban en ese momento en alguna de las habitaciones contiguas. Me tapé los oídos con las manos y me dejé caer sobre las sábanas. La cabeza me daba vueltas, y pronto me envolvió un gran sopor. Ni siquiera me enteré del momento en el que Michael entró de nuevo en la habitación, sólo me di cuenta de su presencia cuando noté que alguien se sentaba a mi lado, hundiendo el colchón. Me incorporé asustado, pero me tranquilicé un poco al ver que se trataba de él. Michael se quitó la chaqueta y empezó a hurgar en sus bolsillos. —Boris casi no me deja volver... —murmuraba—. No se creía que el asunto urgente que debía atender era tan breve que no hacía falta que te movieras de la habitación... Sacó una pequeña bolsa de plástico del interior de un bolsillo, y de ella una cajita de cartón blanco con unas rayas rojas en la tapa. —Esto es paracetamol —explicó Michael—. Hará que te baje la fiebre. Aunque yo no hubiera entendido realmente el inglés, era evidente que aquella caja era de un medicamento que él había ido a buscar expresamente por mí. Noté que se me humedecían los ojos y que el labio inferior me empezaba a temblar. Ajeno a la emoción que me embargaba, Michael extrajo una pastilla de la caja y la sostuvo en su mano izquierda mientras cogía una botella de agua que había sobre la mesilla junto a la cama. A continuación me ofreció ambas, pero yo me encontraba tan aturdido que no moví un músculo. —No te va a hacer daño —me dijo Michael—. Puedes fiarte. Al ver que yo seguía paralizado, debió pensar que yo no le creía, y no se le ocurrió otra cosa que tomarse él la pastilla. —¿Ves? —me dijo—. Sólo es paracetamol. A mí no me hará nada, pero a ti te bajará la fiebre. Sus esfuerzos por hacerme comprender que no pretendía nada malo me conmovieron, y al final cogí otra pastilla de la caja. Él sonrió y me ofreció de nuevo la botella de agua, que también cogí. A Carta - Maribel Llopis
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continuación me tomé la pastilla con la ayuda de un trago. —Eso es... Michael sonrió de nuevo, y yo no pude más que pensar que tenía una sonrisa muy bonita. Dejé la botella de agua en su sitio y me acomodé mejor en la cama, dándole a entender que estaba listo para continuar. Normalmente siempre esperaba a las indicaciones del cliente, pero después de lo que Michael había hecho por mí tenía ganas de recompensarle, y en aquellas condiciones no podía hacerlo de otra manera. Pero él parecía dudar. —Así como estás no debería... —murmuraba más bien para sí mismo—. Pero tampoco puedo permitirme que alguien sospeche... Empeñado como estaba en mostrarle mi agradecimiento de la única manera que me era posible, no di importancia a sus extrañas palabras. Me arrodillé sobre la cama y, tomándole completamente por sorpresa, le besé apasionadamente en los labios. Cuando me separé de él, su expresión mostraba tal asombro que inconscientemente sonreí. Su gesto se acentuó aún más. Pero poco a poco empezó a reaccionar, y no tardó en devolverme el beso. Por primera vez desde que había llegado a aquel país, el acto no representó una agonía para mí.
4 Después de aquello, Michael no volvió por el sótano. Yo me sentía desesperado al no saber por qué, ya que no podía preguntarle a Boris ni a nadie. Por las noches me encogía en el colchón y lloraba en silencio. No sólo por la ausencia de Michael, sino también porque de algún modo el haberle conocido en aquellas circunstancias me hacía todavía más consciente de mi penosa situación. Y todo por querer marcharme de mi precario país, en teoría como modelo. Qué idiota fui. Un día, incluso me atreví a preguntarle a Boris cuánto me faltaba para saldar la deuda del viaje y recuperar mi pasaporte, pero sólo obtuve largas y malos modos. Y en el fondo sabía que esa deuda no se iba a saldar nunca, porque estaría muerto antes de que eso pasara. Me desesperé. Perdí el control frente a Boris, y haciendo un Carta - Maribel Llopis
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acopio de valor que no creía poseer, le grité y le amenacé. Comprendí pocos segundos después que no debí haberlo hecho. Después de una paliza monumental, Boris me metió en la celda, un pequeño cubículo de dos por dos metros donde permanecían los chicos que se negaban a tener sexo con los clientes hasta que claudicaban, cuando ni los golpes ni amenazas surgían efecto. Los dejaba allí días y días, hasta que el desafortunado de turno suplicaba llorando por agua y comida. Yo no había estado allí nunca antes, conmigo las amenazas sobre mi familia habían sido más que suficientes. Las primeras horas fueron soportables, pero poco a poco la sed se fue haciendo cada vez más acuciante y dolorosa. Sabía que para salir sólo debía suplicar por mi perdón y prometer que no me volvería a rebelar nunca más, pero en esos momentos mi prácticamente ya desaparecido orgullo me convenció de que era mejor morir allí dentro que seguir soportando lo que me esperaba afuera. Y pensé realmente que así sería, pero entonces, al día siguiente, ocurrió aquello. Era de noche, más de las doce. Quizá las dos o las tres de la madrugada, no lo supe bien porque no pude mirar ningún reloj. Todos los chicos estaban durmiendo en el dormitorio común, que en realidad era una gran sala llena de literas oxidadas y colchones mugrientos tirados por el suelo, excepto yo, que estaba en la celda, en la segunda planta del sótano. De pronto unos ruidos muy fuertes me despertaron. No tenía ni idea de qué demonios estaba pasando, pero el estruendo no cesaba. De repente, se escucharon unos ruidos secos y sordos que parecían disparos. Me asusté, y mis compañeros también, porque les oí gritar, histéricos. También oí gritar a unos hombres, y al principio pensé que eran los que trabajaban para Boris, pero luego me pareció que lo hacían en inglés. Los ruidos de disparos y los gritos no cesaban, y yo estaba cada vez más aterrado. De pronto, un humo negro y denso empezó a colarse por debajo de la pesada puerta de hierro de la celda, y entonces mi pánico fue absoluto. ¡Había un incendio! Entonces empecé a gritar yo también, pero con tanto escándalo como se escuchaba fuera, dudaba mucho que me oyeran a mí, que estaba solo en la segunda planta. La celda no tardaría en llenarse de humo, así que me quité la chaqueta del viejo chándal que usaba como pijama y tapé con ella la rendija inferior de la puerta. Sin embargo el humo seguía colándose por los laterales y por la rendija superior. Empecé a golpear la puerta, Carta - Maribel Llopis
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con tanta fuerza que me lastimé las manos, pero no escuchaba que nadie se aproximara. Me eché a llorar. Y cuando ya me estaba haciendo a la idea de que iba a morir asfixiado, la puerta se abrió. La sorpresa de ver allí a Michael fue mayúscula. Sin embargo, el hombre no parecía sentir lo mismo con respecto a mí. Enseguida se acercó a mí y me agarró de los hombros. —¿Dimitri, estás bien? Me olvidé por completo de que se suponía que no entendía el inglés, y asentí rápidamente, echándome a continuación a sus brazos. —¿Qué está pasando...? —pregunté entre sollozos. Él se recuperó pronto de la impresión de saber que yo le había entendido siempre, y me respondió brevemente y con voz calmada. —Hemos efectuado un registro y detenido a Boris y a sus hombres. Vamos a liberaros a todos y a devolveros a vuestro país. Sólo tras unos segundos me di cuenta de que con hemos, Michael se refería a la policía, y que por tanto él formaba parte de ella. Pero en ese momento no me paré a pensar en lo que eso suponía, tan sólo una palabra era capaz de formarse en mi aturdida mente: —Gracias...
5 Tiempo después, me enteraría de que efectivamente Michael había formado parte de una investigación contra Boris Plushenko a nivel internacional, en la que no se había hallado otra manera de recopilar información y pruebas contra él más que infiltrar a un policía como cliente en uno de sus prostíbulos de Nueva York. También me enteré de que el muy mal nacido de Boris había sido el causante del incendio, ya que al enterarse del inminente registro, había intentado borrar pruebas prendiendo fuego al sótano con nosotros dentro. Después del registro, todos los chicos fuimos llevados a una comisaría, excepto tres que tuvieron que ser hospitalizados por haber inhalado demasiado humo. Unos días después nos trasladaron a un centro especial, donde permanecimos hasta que uno a uno fuimos devueltos a nuestros países de origen. La última vez que vi a Michael fue en el aeropuerto JFK. Yo no sabía qué decirle para despedirme. En realidad habíamos hablado muy poco desde el registro, y sólo para tomarme declaración, pero lo suficiente como para notar que no se atrevía a mirarme a los ojos. Carta - Maribel Llopis
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En parte podía entenderle. Lo que había hecho lo había hecho obligado por su trabajo, y gracias a eso una veintena de adolescentes de Europa del Este, y cientos en total provenientes de otros prostíbulos, estábamos siendo devueltos a casa. Pero el fin no justifica los medios, y menos si los medios eran violar a un menor como lo era yo en aquel entonces. Debía sentirse muy culpable. Pero me había salvado. A un precio muy alto, pero lo había hecho. No podía dejarle así. Me separé de la asistente social que iba a acompañarme hasta mi hogar en Kiev, y me dirigí a Michael sin dudar. Noté cómo se sorprendía. Cuando estuve justo enfrente de él, estuvo a punto de decir algo, pero yo me adelanté. —Sólo respóndeme una pregunta. Michael respiró hondo y asintió. —Dime. —¿Por qué siempre yo? La sombra de la culpabilidad se hizo de nuevo presente en su expresión, pero de una manera diferente. Tardó varios segundos en contestarme. —No lo sé... Era una respuesta inútil, y sin embargo a mí me valió. Porque en el fondo sabía la respuesta. Y él me la confirmaría instantes después. —Perdóname, Dimitri —dijo a continuación. Yo sonreí, en parte porque ya me hacía gracia que me repitiera siempre lo mismo, y en parte porque estaba decidido a aliviar su sentimiento de culpa. Le abracé. Michael se quedó estático, completamente aturdido por mi gesto. Los demás que nos acompañaban nos miraron atónitos, pero se mantuvieron al margen. —No tengo nada que perdonarte. Me has salvado. Gracias, Michael —susurré en su oído. —Te equivocas —replicó para mi sorpresa. Me separé un poco para escrutar su rostro, de pronto pálido y pétreo.
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—¿Qué? Él respiró hondo de nuevo antes de continuar. —Para la investigación no eran precisas tantas visitas. Te hice daño sin motivo, Dimitri. Sentí la boca seca y los ojos acuosos. —¿Por qué...? —pregunté con un hilo de voz—. ¿Te gustó follarte a un menor... hijo de puta? Él negó lentamente con la cabeza. —Sólo quería estar contigo... —confesó. En ese momento quise odiarle, pero no fui capaz. Él me quería, y yo... No pude más que pensar que nos habíamos conocido de la forma más cruel, y que, si las circunstancias hubieran sido otras... Pero la realidad era la que era, y no podíamos hacer nada contra ella. Mis lágrimas amenazaban con salir a la superficie, pero yo no quería que Michael me viera llorar. —Perdóname, Dimitri, por favor —repitió—. Te lo suplico. —No. La mueca de dolor que observé en ese instante me partió el alma. —Ahora mismo no puedo... —aclaré—. Pero lo intentaré. Michael suspiró y tragó saliva. —Está bien —aceptó. —Adiós, Michael. —Adiós, Dimitri... Di media vuelta y me alejé lentamente en dirección a la asistente y al avión que me alejaría para siempre al mismo tiempo de ese país, de Michael y de la que había sido mi peor pesadilla.
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Cristal de Bohemia Hojaverde HOJAVERDE, española y gallega, comienza su andadura como escritora desde adolescente, con un pequeño poemario titulado Azul y varias historias cortas, todas ellas inéditas. En el año 2004 toma contacto con el slash y desde entonces centra su trabajo en la temática homoerótica, escribiendo en diversos fandoms, Actualmente trabaja en su primera novela, de corte fantástico-juvenil. Cristal de Bohemia es su primer relato homoerótico original.
Hadrian Ella es preciosa. De formas suaves y redondeadas, piel pálida y unos ojos verdes a los que se les permitiría cualquier cosa. Que sepa moverse con elegancia, sonreír con seducción y hablar con inteligencia sólo son detalles que completan un conjunto más que perfecto. Por eso Eduardo Ferrer está loco por ella. Y por eso mismo, esta mañana, Hadrian acude a su consulta solo. Y no es que no hubiese deseado compañía, sobre todo cuando el médico le mira con esa expresión entre la lástima y la comprensión, tan manida cuando se está a punto de comunicar malas noticias; pero todos sus seres queridos están demasiado lejos. Las palabras, conscientes de esa circunstancia, golpean aún con más fuerza, y Hadrian sólo consigue captar pequeños retazos de lo que el doctor Agulló está diciéndole. Cáncer… hereditario… intratable… estómago… Eso no puede estar sucediendo. Él únicamente tiene unos molestos retortijones y un hacer bastante irregular de vientre. A veces no puede comer porque le dan náuseas, y otras no le llega todo lo que puede servirse en la bandeja del comedor universitario para saciar su hambre, aunque luego suela vomitarlo. Ha perdido peso y tiene ardores. Pero ésas son cosas normales en un chico Erasmus de veintiún años, aclimatándose a un nuevo país y bajo la presión de los exámenes y de una relación un poco desdeñosa. Es algo normal. No aquello que escucha sin escuchar mientras se le empapa la frente de sudor y las manos le tiemblan descontroladas. —Hijo… ¿Quieres que avisemos a alguien? ¿Tienes algún familiar en España? Cristal de Bohemia - Hojaverde
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Hadrian se las apaña para negar con la cabeza mientras trata de despertar de esa pesadilla. Entre la bruma del shock, siente el frío tacto del cristal de un vaso en sus labios y una caricia maternal en el pelo. Bebe el agua que se le ofrece no sin cierto esfuerzo, tiene la garganta árida y seca, y cierra los ojos tratando de volver a respirar. Finalmente, se relaja. La charla que viene a continuación es tan médica y en un español tan rápido, que apenas entiende nada. Los tantos por cien, las estadísticas, la explicación de aquella cosa maligna que está comiéndole por dentro poco le importa. Hadrian sólo tiene una pregunta en mente, una única duda que necesita aclarar de inmediato, antes de salir de aquella jaula blanca y aséptica que está dejándole sin aire. Y la hace. —¿Cuánto tiempo me queda? El doctor Agulló, hombre curtido en campos de batalla mucho más miserables, le mantiene la mirada y busca su tono más profesional para dar su respuesta. —Dígame la verdad, doctor. «La verdad, hijo, la verdad es que no te queda nada.» —Si quieres morir en Chequia, Hadrian, haz las maletas. Cuando Hadrian llega a la calle un minuto después, sin saber muy bien cómo o por qué ala del hospital, esa última frase todavía sigue resonando en su cabeza. Como un autómata, saca el móvil de su bolsillo y lo enciende. La música de su operador se ve opacada por las sirenas de una ambulancia que llega a urgencias, igual que el aviso de un nuevo mensaje de texto. Cuando el nombre Eduardo aparece en la pantalla, Hadrian experimenta un amago de alivio y familiaridad, un pequeño calor que le hace sentirse menos solitario. Decide llamarle. Necesita ir a su piso y contarle lo que está sucediendo. Necesita abrazarse a él y llorar todas las lágrimas que aún no sabe que contiene. Necesita besarle, acariciarle y sentirle dentro de él una última vez, antes de despedirse. Pero aquel mensaje se abre antes de que pueda dar al botón de marcación rápida. «Hadrian, hoy no vengas. Silvia se queda a cenar.» Y Hadrian, todo necesidad, rompe a llorar justo entonces. Mientras está sentado en una cafetería esperando su vuelo, Hadrian piensa que Barajas no puede dejar de sorprenderle. Él nunca ha estado en un aeropuerto tan grande y lleno de actividad, donde los vuelos se suceden uno a otro y las pantallas cambian Cristal de Bohemia - Hojaverde
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constantemente de información, despistándole. Ha revisado cinco veces su puerta de embarque, antes de sentarse a tomar el sexto refresco de la mañana, lo único que su estómago aguanta. Tuřany, el aeropuerto de Berno, su ciudad natal, es mucho más pequeño y tranquilo. Allí, un vuelo internacional es la anécdota del día. Pero Hadrian sabe que ahora es eso lo que necesita: la tranquilidad de lo pequeño, la cercanía de lo conocido, el cariño de los suyos. Todo de lo que escapó hace ya medio año, en busca de lo excitante, lo nuevo, y la locura de una ciudad como Madrid, donde todo sería distinto. Y realmente lo había sido. Sin embargo, es la voz de su madre a través del teléfono la que le da las fuerzas necesarias para hacer sus maletas y estar ahí, en Barajas, esperando un vuelo que le llevará a casa. Después del gemido ahogado que supone escuchar la noticia y unos cuantos segundos de silencio y debilidad, Eliška se convierte en el soporte perfecto que toda madre supone para su hijo. Hadrian puede imaginar sus lágrimas silenciosas aún sin verlas, pero todo lo que oye es aliento, ánimo y cariño. Y eso le hace reaccionar. El dinero llega al banco esa misma tarde, vía urgente, y Hadrian saca los billetes y se encarga del papeleo, comunicando su baja en la Universidad Complutense, en el Colegio Mayor y en el programa Erasmus. Vacía su habitación y mete en su maleta su ropa y el medio año pasado en España, partido en pequeños trozos de fotos, apuntes y regalos. Luego, cuando anochece, se acuesta. Apenas duerme hasta que llegan las siete de la mañana, hora de coger el metro al aeropuerto, esperando sin querer admitirlo, un toque o un mensaje que nunca llega. Cuando está a punto de embarcar y mira el móvil por última vez, aún no ha llegado. Sabe que podría llamarle, decirle dónde está y por qué se marcha. Por momentos piensa que es lo mínimo que le debe después de haber estado acostándose con él los últimos tres meses. Aunque no tarda en ser sincero consigo mismo y admitir que es lo mínimo que quiere darle después de haberse enamorado de él. Pero por eso mismo no va a decírselo. A Eduardo no le importará, simplemente le supondrá una preocupación extra, un fastidio en su vida de hetero con ciertos deslices hacia su mismo sexo, un sacarle de la cama donde abraza a Silvia con entusiasmo para ofrecer un poco de compasión y recriminarle que no le haya avisado antes. «Ahora ya no llego a Barajas, Hadrian, ¿en qué estabas pensando?» Y como Hadrian siempre, o casi siempre, lo que está pensando es en Eduardo, lo que hace es no llamarle. Apaga el móvil, lo guarda en el bolsillo y sube al avión, sin querer pensar en que realmente se marcha. Cristal de Bohemia - Hojaverde
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Cuando el avión toma altura, casi puede sentir al cáncer retorciéndose y celebrando su victoria. Eduardo Primero lo deja pasar. Él no se preocupa por esas cosas. Quizá se haya enfadado por su mensaje, o esté ocupado en alguna tarea del comité de alumnos, o simplemente no tenga cobertura. Sea lo que sea, Eduardo sabe que unos cuantos besos y un restregón en su piso lo solucionarán todo. Y además, hoy en particular, le apetece mucho lo de restregarse. Y no es que con Silvia no sea genial. Tiene un cuerpo estupendo, y sabe provocarle de muchas formas diferentes. Le encanta recorrer sus piernas, besar sus pechos y meter la lengua en su pequeño ombligo. Es suave y caliente, y sus ojos verdes le hipnotizan cuando se sienta en sus caderas y le clava contra la cama, apresándole entre sus muslos tiernos. Pero Hadrian… Hadrian es distinto. Es manos grandes y pasión avasallante. Es dientes, saliva y semen. Es checo incomprensible al oído, espalda empapada, y nalgas fibrosas y atrayentes. Es la excitación de poder ser descubiertos, el morbo de lo clandestino. Es todo lo que no tiene con Silvia y que cubre una necesidad dentro de él en la que prefiere no pensar demasiado. De cualquier forma, está bien así, sin complicarse. Cuando sale de su última clase matutina de Económicas y su móvil sigue en blanco a excepción de un mensaje un tanto cursi de Silvia, Eduardo empieza a mosquearse. Se siente un poco imbécil cuando vuelve a escribir a Hadrian antes de recibir su respuesta, y más aún cuando una hora después le llama y una voz en un idioma incomprensible aunque relativamente familiar, le comunica una de las posibles variantes europeas de “el número al que llama está apagado o fuera de cobertura”. «Está bien. Que se pudra el checo de los cojones», piensa Eduardo amparándose en el enfado para ocultar su orgullo humillado. Esa noche invita a Silvia a cenar y al cine, y la velada acaba de nuevo entre las sábanas. Pero por algún motivo no está bien, no lo está. Eduardo no consigue conciliar el sueño, y abandona la cama a las tantas de la mañana para fumar un cigarro en la ventana y decidir entre volutas de humo que el checo mejor no se pudra, porque se ha pasado todo el día extrañándole, de una forma u otra. Como sucede en las tres jornadas siguientes. A la cuarta, sorprendido por el rumbo de sus propios pasos, lo primero que hace Cristal de Bohemia - Hojaverde
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es pasarse por el Colegio Mayor de la Facultad de Historia del Arte. No es la primera vez que Eduardo se topa con esa recepcionista borde y cascarrabias, pero sí la primera que se siente tentado a partirle su cara avinagrada. Que no puede subir, que no pertenece a ese Colegio, que haga el favor de salir, que no puede dar datos de alumnos a nadie… Sólo por no seguir escuchándola, Eduardo sale del edificio y decide probar suerte en alguna de las clases de Hadrian. Pero la suerte no le acompaña. No le encuentra en ninguna de las aulas de tercer curso, ni en el comedor universitario, ni en la reunión Erasmus de los martes, cuyo día de semana ha memorizado no sabe cuándo. Hadrian jamás de los jamases había faltado a ninguna de sus obligaciones, y Eduardo empieza a creer que algo grave ha pasado. Pero nadie parece saber nada. Es Paola Richetti, delegada de los estudiantes Erasmus en la Complutense, la que le cuenta dos días más tarde, los nervios de Eduardo por entonces más tiesos que un alambre, que Hadrian se ha ido de España por asuntos personales. Eduardo no sabe si sentirse aliviado o cabrearse, y pasa de un estado a otro con pasmosa facilidad en las horas siguientes. Sólo cuando llega la noche, tumbado en su habitación, sin amigos, sin novia y sin actividades que le distraigan, admite a la nada que se siente abandonado. Silvia le dice que le olvide. Que un amigo que se marcha así, sin avisar y sin decir adiós, no es un amigo. Se enfada cuando le ve mirar el móvil cada media hora, o cuando se entera de que se ha pasado por la secretaría de la facultad de Historia del Arte a preguntar si saben algo de Hadrian. Le recrimina que no esté tan sonriente y optimista, que no haya tantas citas entre ellos, o que hagan el amor mucho menos que antes. Eduardo tan sólo calla. Bastante tiene con escucharse. Son muchas las emociones que le recorren, y no todas parecen gustarle. No le agrada extrañar algo que ya no le pertenece, ni preocuparse por alguien que le ha dejado. Detesta encontrar mil y una excusas para disculparle, por mucho que pretenda sentirse ofendido y ultrajado. Se siente tremendamente infantil cuando se le encoge el estómago al ver la etiqueta de la cerveza que suele ponerle Michel en su bar, hecha en la República Checa; o cuando ve Hadrians en cada pelo rubio que se cruza por la calle. La culpabilidad es insoportable cuando besa a Silvia y no va más allá porque sus manos no encuentran suficientes planicies y ángulos. Y, por supuesto, mataría a sangre fría a la dueña de esa voz metálica y pregrabada que se disculpa en checo cada vez que le llama.
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En definitiva, Eduardo cree que si sigue así va a volverse loco. Y puede que esa locura se le haya empezado a trasparentar en los ojos, porque una mañana cualquiera, antes de que tenga tiempo a volver a preguntar en la secretaría por ese alumno de Erasmus desparecido, una funcionaria le pasa un papel doblado y le pide que no diga nada. Eduardo obedece esperanzado y cuando cruza la puerta y lo lee, sonríe con sinceridad por primera vez en varios días. Con trazos apurados, en el papel figura la dirección y el teléfono de los padres de Hadrian. Pasan tres intentos hasta que consigue que le contesten, y seis más hasta que lo hace alguien que maneje el inglés además del checo. Eduardo desempolva su inglés de bachillerato y su pronunciación macarrónica para hacerse entender y, sobre todo, para comprender lo que le cuentan. Cuando después de tres llamadas más, recibe la verdad, cree que se ha equivocado. El cáncer no es una opción, ni la muerte tampoco. Pero desgraciadamente, acaba dándose cuenta de que la vida es un bingo loco en el que no todas las líneas son buenas, y que no es él quien reparte los cartones. Tres días de dolor y dudas más tarde, decide que se va a Berno. El dinero no supone ningún problema. Nunca lo ha supuesto para Eduardo, a no ser el decidir en qué gastarlo. Tiene un piso de dos habitaciones en el centro de Madrid, cuando la mayoría de sus compañeros hacen números todo el mes para pagar el alquiler de un cuarto de diez metros cuadrados, una paga semanal considerable, y unos ahorros más considerables aún, destinados a comprarse el Hyundai Coupé 3.0 Sport del que lleva enamorado casi un año. Podría decirse que aquel había sido un amor a primera vista, de ojos a faros, impedido únicamente por el insignificante cristal del concesionario. Pero por primera vez, sus padres, sentados en el amplio y luminoso salón de su casa en La Moraleja, le habían dicho que no a uno de sus caprichos. Si Eduardo quería el Hyundai, tendría que pagárselo. Y Eduardo ahorra cada mes unos doscientos euros para lograrlo. Ése es el dinero que paga el billete a Berno. Asombrosamente, no piensa en llantas, chasis ni motores de dieciséis válvulas cuando deja ir los billetes de su mano. Sólo piensa en Hadrian. La puerta es robusta, de una madera color rojizo llena de nudos. La casa sencilla, pero con el encanto de las viviendas unifamiliares con jardincito propio. Parece grande y no muy moderna. Eduardo pulsa el timbre, rogando porque sea Lenka, la hermana de Hadrian con la que lleva hablando una semana y a la que le ha dicho que vendría, quien le abra. Tiene suerte. La chica bajita y regordeta, con Cristal de Bohemia - Hojaverde
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mofletes sonrosados y unos quince años que aparece en el umbral y le mira con sorpresa, lo primero que le dice es “¿Eres Eduardo?” en un inglés que ya para sí lo quisiera el madrileño. Lenka le hace pasar al pequeño salón de la planta baja, saturado de manteles de encaje y fotos de paisajes en las paredes, y dice que va a avisar a su madre. Eduardo no tiene tiempo a preguntar por Hadrian antes de que salga, pero hay algo en aquella casa, algo intangible pero presente, que hace pensar en sufrimiento, doctores y decadencia. Ese algo se refuerza cuando aparece Eliška; enfundada en un vestido sencillo, su pelo recogido de cualquier forma en un moño descuidado, y con todos los cansancios del mundo dibujados en sus ojos. Eduardo cree que, aún en su dolor, es hermosa, y se la imagina elegante y grácil en tiempos mejores, con una sonrisa tan radiante como la que ha heredado su hijo. La madre de Hadrian empieza a hablarle en checo, mientras Lenka traduce y Eduardo hace su mejor esfuerzo por comprenderla. Todo lo que logra registrar su cerebro es que puede subir al cuarto de Hadrian, pero que ahora duerme. Que no puede quedarse demasiado porque no conviene cansarle. Y que, por favor, no haga ninguna escena delante de él, por mucho que le impacte lo que vea. En definitiva, nada que le haga menos tortuoso el camino de escalones que emprende con el corazón saliéndosele del pecho. Aunque, cuando entra en la habitación, Eduardo hubiese preferido seguir subiendo escaleras. Está muy pálido, una palidez amarillenta y enferma muy distinta a su tez blanca, y también muy delgado. Esquelético. Sus muñecas de cristal descansan a ambos lados de su cuerpo, una de ellas taladrada por la aguja del gotero. La sábana apenas se eleva del colchón, revelando que envuelve un cuerpo muy consumido, y el tubo de la sonda se asoma por debajo. La mesilla está tan atestada de pastillas que han tenido que colocar una mesa auxiliar a su lado. Y Eduardo agradece que Hadrian esté dormido, porque él está llorando. Para cuando sale al pasillo apenas puede contener los sollozos. Se tapa la boca para que nadie le escuche y se muerde la lengua con fuerza para no acabar gritando. Doblado sobre sí mismo, se deshace en dolor unos minutos, hasta que logra calmarse y se promete ser fuerte por Hadrian, para darle por primera vez lo que realmente merece. Un tramo de escalera más abajo, Eliška es testigo de su derrumbamiento y suspira aliviada al descubrir que a su enamorado hijo le corresponden. Sin perder más tiempo, se marcha a preparar el cuarto de invitados. Hadrian despierta a mediodía. Eduardo lleva dos horas sentado al pie de su cama, acariciándole la mano. Al principio no le reconoce. Cristal de Bohemia - Hojaverde
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Cierra los ojos rodeados de sombras y parpadea varias veces para enfocar aquella extraña imagen. Es su madre la que le pone un paño frío en la frente y le explica que su amigo Eduardo ha venido desde España para verle. La mirada de Hadrian se empaña de lágrimas, aprieta la mano que siente vagamente en la suya y sonríe. El “Edu” que sale de sus labios, está lleno de “D” checa, “U” inglesa y de amor inesperado. Durante los seis días siguientes, Eduardo se convierte en un custodio apostado día y noche en aquella habitación, a excepción del tiempo que emplea en llamar a casa, ir al baño y dormir unas horas sólo cuando está seguro de que el sueño de Hadrian va a ser tranquilo. Eliška y Lenka le acogen con una amabilidad y un cariño que Eduardo no cree merecerse. Sin embargo, Hadrian parece revivir teniéndole a su lado, y ninguna de las dos mujeres sería capaz de privarle de la compañía que tanto bien le hace. Jan es quien parece estar más destrozado. Trabaja diez horas al día en una fábrica de coches y cuando llega por la noche, Hadrian siempre está durmiendo. Eduardo le cede siempre la silla al hombre sombrío y lloroso que entra en silencio, reventado por un trabajo que necesita para pagar el tratamiento de su hijo, que irremediablemente acabará muriendo. Y sucede. La muerte llega al octavo día de la llegada de Eduardo. Cuando Eliška ve que por la mañana Hadrian experimenta una mejoría tal que casi podría levantarse, no pierde tiempo en llamar a su marido para que hoy intente salir cuanto antes. A Lenka el temblor de las manos le impide mantener la bandeja en equilibrio durante todo el día. Y Eduardo, que ha comprendido qué significa todo aquello, aprovecha cada minuto a solas para besar la mano, las mejillas y los labios de Hadrian, para sostener largas miradas cómplices con sus ojos y para decirle en todos los lenguajes existentes que no se valen de palabras lo mucho que le quiere, lo mucho que se arrepiente de no habérselo demostrado antes y lo mucho que le duele perderle. Como bien han intuido todos, la mejoría era un triste presagio de la desgracia. Hadrian pierde la consciencia bien entrada la noche y sólo despierta dos veces más. La primera cuando recibe la visita del médico; la última para suspirar despacio, despedir al dolor y abandonarse al cáncer que le ha derrotado. Eduardo se lleva su última mirada, y no puede evitar sentirse un poco culpable, pero la atesora con mimo en su personal bagaje de recuerdos. Al día siguiente, hundido y sereno al mismo tiempo, asiste al entierro. En el cementerio hay pocas personas más de las que ya conoce. Es Cristal de Bohemia - Hojaverde
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presentado por la familia como el mejor amigo de Hadrian en España y a Eduardo ese modo de definirlo se le hace pequeño. Cuando la tierra comienza a caer sobre el sencillo ataúd de madera noble, Lenka escurre un papel en sus manos. Eduardo lo abre con discreción y reconoce enseguida la desastrosa letra con la que Hadrian tomaba sus apuntes en las clases de arte; ésos que él tenía luego que descifrar para completar las palabras que su amigo no había entendido. Ahora es él quien no entiende nada, el mensaje está escrito en checo y Eduardo mira a Lenka decepcionado. Ella se inclina hacia él y le susurra. —Me dijo que te lo diera cuando él se marchase. —Pero no lo entiendo. —Intentó escribirla en tu idioma, pero no encontraba las palabras adecuadas. Me pidió que te ayudara cuando llegase el momento. —Adelante. Lenka toma el papel y lee el mensaje con un nudo en la garganta. —Dice: «Prométeme que si alguna vez vuelves a amar al alguien de esta forma, tendrás el valor para aceptar lo que sientes, sea una mujer o un hombre. No me olvides. Te quiero». Eduardo guarda el papel devuelto en su bolsillo y la última pala de tierra se dibuja entre sus lágrimas. —Te lo prometo. Silvia Ella es preciosa. De formas suaves y redondeadas, piel pálida y unos ojos verdes a los que se les permitiría cualquier cosa. Que sepa moverse con elegancia, sonreír con seducción y hablar con inteligencia sólo son detalles que completan un conjunto más que perfecto. Y ella lo sabe. No le cuesta captar la atención de la gente cuando camina entre las mesas siguiendo al maître, y se deleita en la admiración que despiertan sus pasos. Las miradas de hombres de traje y corbata, de mujeres a la última moda de las boutiques más caras, de camareros con pajarita y pulcra servilleta en el antebrazo… Silvia se alegra de haberse puesto ese vestido negro, sencillo pero elegante, y de haberse hecho un recogido. De algo tiene que servirle conocer a Eduardo desde hace diez años. Sabe que siempre ha sido un sibarita mimado. Gracias a Dios, y por mucho que adore sus vaqueros y sus camisetas Cristal de Bohemia - Hojaverde
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descoloridas, Silvia comprueba al llegar a la mesa que Luis ha sacado su traje de Fin de Año del armario. Son cosas como ésas las que hacen que le quiera tanto. Está guapo. Se levanta con esa sonrisa hipnotizante bailando en los labios y le da un casto beso en la mejilla. Silvia se da cuenta de que, aunque intenta disimularlo, está incómodo vestido así y nervioso. Va a compartir una cena con el ex de su novia y el primer hombre del que ella se ha enamorado. De nada vale que le haya dicho que aquello ya es pasado y que se ha acabado hace más de seis años. Luis necesita verlo y comprobar que nadie podría robarle la silla si va un momento al baño. Y ella está más que dispuesta a darle la seguridad que necesita. Además, todavía no le ha contado toda la historia. Después de que Eduardo regresa de Chequia, nada es lo mismo. Aunque él llora en sus brazos muchísimas noches y busca apoyo en ella más que en nadie, queda claro enseguida que la ve como una amiga y que toda pasión anterior entre ellos ha desaparecido. Silvia opta por no darle importancia. Eduardo está de duelo, ha perdido a un amigo y las cosas volverán a ser como antes cuando todo el dolor vaya remitiendo. Pero no hay tiempo. Silvia rompe bruscamente su noviazgo cuando Eduardo le cuenta en otra noche de nostalgia la verdadera relación que le ha unido a Hadrian. No contesta a sus llamadas, ni le abre la puerta, ni tiene intención alguna de volver a verle. Su ex es gay, asunto cerrado. Enterarse medio año después de que dicho ex sale de vez en cuando con Laura Alonso, reabre la herida y le hace sentirse la mujer más estúpida del universo. A punto está de llamar a Eduardo por primera vez en seis meses y armarle todo un espectáculo. Afortunadamente se contiene, porque poco antes de que ella conozca a Luis, es público y notorio que Eduardo sale con un chico monísimo llamado Marco. Ésa vez sí le llama y quedan para tomar un café, una posibilidad que Eduardo ha dejado abierta y ella siempre ha rechazado. Después de dos capuchinos y tres cortados, Silvia termina por comprender a Eduardo, que se niega a aceptar ninguna etiqueta establecida, y que simplemente es honesto y sale con la persona de la que se enamora, sin tener en cuenta su sexo. Eduardo, por su parte, ha recuperado a su amiga. Esa tarde acuerdan entre risas una cena a cuatro en el Zalacaín cuando los dos cumplan con sus respectivas parejas dos años. Silvia lleva cuatro saliendo con Luis, pero Eduardo ha cruzado el límite establecido el sábado pasado. Esa noche es la noche; y cuando Eduardo aparece en el restaurante con David y les saluda con la Cristal de Bohemia - Hojaverde
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mano, Silvia se reprocha no haber traído una cámara de fotos para inmortalizar la cara de su novio. —¿Es él? Pero… pero… ¡viene con un tío! —Es su novio. Es broker en la bolsa, a Eduardo debió de enamorarle eso de los números y los valores bursátiles. Acaban de hacer dos años. —¿Por qué no me dijiste que es gay? —Porque no lo es. Estuvo conmigo, ¿no? —Pues, cualquiera lo diría… Silvia mira en la misma dirección que Luis y sonríe. Eduardo camina con su mano en la espalda de su novio, satisfecho, enamorado y ajeno a las miradas que caen en ellos sin impunidad desde todos lados. David tampoco se amilana ante la situación, aunque parece un poco más reservado. Cuando llegan a la mesa, Eduardo no puede disimular el orgullo que se le dibuja en los ojos antes de presentárselo. El mismo que muestra cuando roza su mano entre el primer y el segundo plato, o cuando, ante una pregunta indiscreta de Silvia, recuerda con él el día en que se conocieron en una pequeña cafetería de la calle Julio Palacios. Hasta Luis parece haberse relajado por completo durante la cena e incluso propone ir a tomar unas copas, ya que aún es temprano. Es en medio del pub, mientras Luis y David se enfrascan en un debate sobre las acciones de Endesa, cuando Eduardo alza su copa y mira a Silvia con ojos brillantes y emocionados. —Por nosotros y nuestras increíbles parejas que nos han hecho aguantar fieles y leales dos interminables años. —Estás queriendo decir, ¿por el amor? —Bueno, tampoco hace falta que nos pongamos drásticos… —En cuanto dice la frase, Eduardo cambia la sonrisa sarcástica por una mirada lejana, perdida en tierras centroeuropeas—. Sí, tienes razón, por el amor. Y por quien me enseñó a conocerlo. —¿Por Hadrian? Las copas chocan cantarinas cual frágil cristal de Bohemia. —Por Hadrian.
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Dania, Daniel y Baldo Yasmín Silvia Portales Machado YASMIN SILVIA PORTALES MACHADO es cubana y escribe ficción desde 2000. Ha participado en diversos concursos de narrativa y ensayo y en la actualidad es Coordinadora del Concurso Internacional de Ensayo “Pensar a Contracorriente” y editora de libros de ensayo artístico literario y ciencias sociales. Entre sus autores favoritos destacan J.R.R. Tolkien, Federico García Lorca, Marguerite Yourcenar, Anne Rice, Fernando Martínez Heredia y José Martí.
Se vio al auto dar la vuelta muy despacio alrededor de la plazoleta. Las mujeres de las aceras –minifaldas, labios rojo chillón y chaquetas abiertas– cambiaron de posición para ofrecer mejor ángulo. Pero el conductor no se detuvo hasta casi completar la vuelta, frente a un banquito donde ellas dos fingían desinterés. La ventanilla del copiloto bajó unos centímetros. —Barbie —llamó una voz ronca e imperiosa. La rubia se levantó y movió exageradamente las caderas hasta el bordillo. Apoyó un brazo en el techo del carro y sus senos amenazaron con meterse por la ventanilla. La luz de la cabina estaba apagada, apenas eran visibles los rojos marcadores de la pizarra y la punta del cigarrillo fuerte que consumía el conductor. —Dime, amor mío. —¿Cuánto por toda la noche? —¿Dónde tú digas o dónde yo diga? —No quiero ser material para filmes de bajo presupuesto. La chica asintió sonriente, para ocultar su incomodidad. Este tipo no era un novato. ¿Por qué hoy que tenía tan mala noche…? –Quinientos. –Sube. Ella giró la cabeza para lanzar un beso de despedida a su compañera de banco y abrió la puerta. El automático iluminó con Dania, Daniel y Baldo - Yasmín Silvia Portales Machado
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intensidad al chofer. Sus miradas se cruzaron. —Eh… Quiso dar un paso atrás, pero él se estiró y atrapó su mano, ya apoyada en el asiento del copiloto. —Sube —repitió, y su tono no aconsejaba discusiones. Dejaron la plaza rumbo al oeste, en silencio. Él apretaba el timón con fuerza, y miraba el retrovisor. Ya seguro de que no lo seguían, dejó el camino del aeropuerto para dirigirse al sur. La rubia estaba encogida en su asiento, esperando. —¿Cómo te llamas? —preguntó él. —Dania —informó en un susurro. —Yo soy Baldomero. ¿Quieres saber algo más sobre mí? Dania estiró las piernas y dejó escapar un suspiro. Al retomar la conversación, su voz sonó mucho menos aguda, más auténtica. —¿Estás de visita en la ciudad? —Trabajo. —Baldomero sacó una caja de cigarros de la guantera—. ¿Fumas? —Lo dejé. Él asintió con la cabeza y se dedicó a seleccionar un pitillo, llevarlo a su boca y encender la punta sin dejar de conducir. —¿Casado? —preguntó Dania tras la primera bocanada de humo. —Divorciado. Dania no preguntó nada más y se limitó a verle fumar. —¿Y esas tetas son tuyas? —preguntó él más tarde, en la pausa de un semáforo. Dania se cruzó la chaqueta sobre sus pechos redondos y duros en gesto entre avergonzado y protector. —Silicona. Baldomero no hizo ningún comentario, pero algo de la tensión en su mandíbula redonda y bien afeitada desapareció. Dos calles después, entraron en el parqueo de un hotel cinco estrellas. Un gesto del hombre en dirección al asiento trasero guió la mirada de Dania. Allí esperaba un maxiabrigo. —Póntelo. Dania, Daniel y Baldo - Yasmín Silvia Portales Machado
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El diseño de rombos marrones y beiges ocultó toda su chillona indumentaria de piel artificial y lentejuelas. El carpetero solo vio una espectacular mata de pelo sobre un rostro hermoso, acaso demasiado maquillado, en lo que extendía las llaves al señor Galdós. En la salita de la suite, Dania vio maletas sin abrir, un portarretratos con dos niños de ojos verdes y nariz similar a la de Baldomero, un par de bolsas de compras de El Corte Inglés –una de ellas vacía–, y una botella de whisky a medias. Caminó taconeando con fuerza hacia los ventanales en lo que se quitaba el abrigo y su ropa de prostituta volvía a ser visible. —Llevas demasiado maquillaje —comentó el hombre en lo que tiraba su propio abrigo a un sofá y se aflojaba la corbata. Ella se encogió de hombros, lo escuchó andar en la bolsa de compras mientras se deleitaba con la vista del mar desde esos veinte pisos. —¿El balcón? —En el dormitorio. Buscó la puerta con la mirada. —¡No! Dania giró, sorprendida, y vio a Baldomero muy cerca. Sus ojos verdes eran duros y brillantes. Le ofrecía un pijama de seda negra. —No entres al cuarto con ese olor a puta. —Es lo que soy —espetó ella con fuerza. —Pues no quiero que huelas así. Date una ducha —ordenó a la vez que señalaba otra puerta—, a ver si te puedo tocar sin intoxicarme luego. Ella le clavó sus ojos grises y grandes, que parecían querer atravesarlo. Él le sostuvo la mirada hasta que Dania pestañeó y miró al suelo. —Es tu noche —concluyó con un suspiro y fue donde le ordenaban. Se dio una ducha larga, incluso se lavó el pelo (y las vetas rosadas huyeron por el tragante). Cuando se ponía crema en las manos, aún desnuda, sintió la puerta. —Exhibicionista —fue el único comentario de Baldomero antes de meterse a su vez en la ducha. Dania, Daniel y Baldo - Yasmín Silvia Portales Machado
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Ella giró, con una sonrisa leve comenzó a secarse el pelo a la vez que disfrutaba de la imagen del cuerpo del hombre, fibroso y alto, borrosa tras el cristal. Esperó que él terminara antes de tomar el pijama de una barra y ponérselo. Baldomero contempló atónito cómo las piernas delgadas y lampiñas rozaban las oscuras perneras. Siguió cada giro de los dedos entre los ojales y botones, hasta que la tela se tensó para cubrir los senos, entonces desvió los ojos a la vez que una mueca le deformaba la boca. —Hay bebidas en la habitación —dijo con un tono tan seco que Dania se fue enseguida. La recámara tenía una alfombra azul y negra –tan tupida como para perder todo un joyero–, una cama redonda de sábanas verdes, anchos butacones negros con bordados de estilo persa y un minibar de madera oscura. Dania preparó un Guerra Fría, y se sentó a esperar. El anfitrión demoró unos minutos en salir, con labios azulosos y cierto temblor en las manos. Se sirvió un whisky y demoró en elegir asiento, inseguro. —Ven aquí —ordenó Dania por primera vez en la noche, al tiempo que palmeaba la parte vacía de su butaca. Baldomero suspiró y fue hacia ella. Bebieron en silencio. Poco a poco sus cuerpos se relajaron: ella se permitió apoyar la cabeza en el hombro de él, Baldomero le pasó un brazo por detrás de la espalda y la abrazó. —¿Cuánto tiempo llevas en esto? —Año y medio. —¿Todas las noches? —Al principio no, me costó acostumbrarme. Aprendí como a los tres meses. Los dedos apenas rozaban su piel, iban desde la mano grande y suave hasta el hombro redondeado. Ella suspiró, sonaba cansada. —Te cuidas, ¿verdad? —Sí. Silencio. El silencio cómodo de los que saben y ya no necesitan palabras. Dania, Daniel y Baldo - Yasmín Silvia Portales Machado
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—¿Por qué te dejó? —preguntó ella de pronto. Los labios de él se abrieron en una sonrisa amarga. —Dijo que estaba harta de mi horario, mis viajes y mi obsesión por las rubias. Ella asintió; comprendía la impotencia de la otra, pero no sentía pena. —¿Cuánto tiempo antes de que regreses? —preguntó Baldomero con tono preocupado. —Seis meses, creo. Va y son diez. —Pero… —No puedo dejarlo —le advirtió ella con voz dura. —¿Y luego? —insistió él. —Luego un lindo buró en la capital. —Su voz se tornó soñadora—. Ya tengo treinta y uno, no estoy para estos trotes. Él sonrió ante la perspectiva y le acarició la mejilla. —Regresé al viejo apartamento de calle Beltrán, si quieres… —No. Baldomero se quedó a mitad de frase, desorientado. ¡Todo iba bien! —¿Por qué? —Porque te doy asco —explicó ella con voz ajena—. Y lo entiendo. —Daniel, tú no… Ella se levantó de un salto y le apuntó con un dedo que casi parecía garra. —¡No me llames así! Soy Dania, ¿entiendes? ¡Dania! Él se levantó y trató de acercarse, alzó las manos en gesto conciliador. —De acuerdo, Dania, el travesti más caliente de toda Costa Brava. Pero en un año volverás a ser Daniel Maldonado, y te quiero conmigo. —¡Yo no quiero tu lástima! —¿Lástima? Pero… Dania, Daniel y Baldo - Yasmín Silvia Portales Machado
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—Sí. Toda la noche me has tratado como una mierda, casi vomitas cuando me viste las tetas. No se a qué viniste, Bal, pero que te quede bien claro: yo tengo adónde volver. Yo no necesito tu lástima. —¡No entendiste nada! En el baño yo… —Sus mejillas enrojecieron de golpe— me excité. Me excité como un recluta, sí, ¿y qué? Hace seis meses que no tengo sexo, y verte… Pero te respeto aunque te llames Dania, y por eso me di una ducha fría. Daniel le miró incrédulo. —¿Ducha fría? ¿Por mí? —¿No lo notaste? Tenía los labios azules como un muerto al salir del baño. El ambiente se aflojó un poco. —¿Ducha fría? —repitió Daniel sin poder creérselo aún. —Llevas demasiado tiempo siendo mujer. Baldomero—. Estás tan susceptible como una.
—Se
burló
Daniel se dejó ganar por la risa al fin. —Ducha fría —repitió por tercera vez—. Sí, como un recluta. —Eso, ríete. Daniel se le acercó, apoyó sus manos en los anchos hombros del de ojos verdes. —¿Así te pongo, aunque tenga tetas y pintura de uñas? —Siempre. El tono serio no le pasó desapercibido. Daniel levantó la cara y miró con intensidad a Baldomero, que tenía los labios entreabiertos y las mejillas rosadas. Sintió el deseo nacer en su interior, el mismo deseo que se fuera a paseo diecisiete meses atrás. La boca de Bal se aproximaba despacio, con respeto. Respondió al beso con ansia. Cuando se separaron, las rodillas de Bal temblaban. Descargó su peso en Daniel, que movió un poco la cabeza y lo estrechó con fuerza. —Vamos a la cama —susurró. Pero ya sentados sobre las cobijas, el rubio se dio cuenta de que las manos le pesaban y el deseo se le apagaba para dejar ese vacío tan familiar. —Tranquilo… Dania, Daniel y Baldo - Yasmín Silvia Portales Machado
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Volvieron a besarse. Eran besos lentos, cuidadosos, repartidos por todo el rostro. Bal repetía «Daniel» una y otra vez, bajito, como un secreto. Se acostaron muy pegados. Despertó duro y en los brazos de alguien. La espalda se le tensó, pero entonces vio la mano que le envolvía a la altura del vientre: musculosa y con tres cicatrices paralelas en el dorso. —Bal… —Hubiera preferido que fuera un sueño. —Buenos días. —La voz baja y adormilada le dio cosquillas en la nuca. La mano bajó a su entrepierna y le acarició el sexo por encima del pantalón de pijama—. ¿Qué vas a hacer con esto? —Nada. —Vamos —ronroneó Bal olisqueando su cuello—, no te imaginas la experiencia que tengo en... este tipo de asuntos. —No quiero que sea así. Bal se quedó en silencio, tratando de entender a qué se refería. Daniel se sentó en la cama y le miró a los ojos. —Ya tengo más de treinta, y esta será mi última misión encubierta. La verdad, yo había pensado volver allá para buscarte y… —Daniel tragó en seco, enredó el índice de la mano izquierda en un mechón de pelo, tomó aire—. Baldomero Galdós, ¿te quieres casar conmigo? Baldomero se sentó en la cama como un resorte, parpadeó y miró fijamente el rostro ligeramente alargado, bastante pálido por la vida noctámbula, la tensión y la mala dieta. —Tú… ¿te estás declarando? Daniel chasqueó los labios, impaciente. —No. Me declaré hace seis años, pero estabas demasiado borracho para recordarlo. Ahora te estoy pidiendo matrimonio. Baldomero sacudió la cabeza, soltó una risita. —Claro, ¡tonto! Hasta me visto de blanco, si quieres. —Nada de blanco, no vamos a fingir que… —Daniel se calló y sacudió la cabeza—. Somos hombres, los dos —concluyó. Luego lo atrajo y le dio un beso suave en los labios. —Gracias —dijo Bal entonces. —¿Por qué? Dania, Daniel y Baldo - Yasmín Silvia Portales Machado
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—Llevaba seis años con la duda de qué querrías decir aquella noche. —Eso de tener dudas es de maricones —le advirtió Daniel con tono pedagógico—, los hombres de verdad saben que todos les aman. —Es que se me pegan cosas tuyas —argumentó Bal en falsa actitud de contrición—. Pero te prometo ser todo un hombre de ahora en adelante. ¡Nada de mujeres! ¡Las mujeres ablandan!
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El comienzo Bárbara Iliana Olvera Montero Estudiante de Pedagogía en la Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Estudios Superiores Aragón. Ha escrito algunos relatos de fanfiction, así como otros originales. Es conocida como Barbychan en las webs Slasheaven y Amor Yaoi. Comenzó a escribir en el año 2006, aunque su incursión en el mundo del slash se dio un año antes, en septiembre de 2005. Actualmente reside en la ciudad de México y cuenta con 22 años vividos.
1 13 de mayo, año 2500. El Sol se vislumbraba a través de las nubes de contaminación, el anochecer se acercaba y con ello, el final del día. En verdad era un alivio; ese día, como todos los días hábiles, fui a trabajar, salí corriendo del despacho, donde soy pasante, en cuanto dieron las dos de la tarde; una vez que subí al auto que aún estoy pagando, conduje como loco para llegar a tiempo a clases. Hoy ni tiempo me ha dado para comer con mis compañeros, sólo pedí un bocadillo proteínico para llevar y fui comiendo en el camino. Esa mañana llegué con el tiempo justo. En cuanto dejé mi portafolios en el escritorio, me llamó uno de mis jefes, para que fuera a comprar la comida de todos; luego tenía que revisar un amparo y dos demandas. Suena a poco, pero los expedientes tenían más de trescientas páginas cada uno. Tampoco se suponía que debería terminarlos hoy, pero debía avanzar tanto como pudiera o mi escaso sueldo se vería afectado. Así que estuve el resto de la tarde leyendo y tomando apuntes. ¡Cómo deseaba en esos momentos poder fumarme un cigarro! Pero para eso tendría que haber subido al último piso, donde está la sala de fumadores1, he escuchado que antes se podía fumar en la calle, pero ahora, con toda la contaminación que hay, fumar en la calle es un 1 Estas salas de fumadores tienen máquinas aspiradoras de humo, estas máquinas lo procesan hasta convertir los agentes contaminantes en partículas sólidas que son posteriormente desintegradas en plantas industriales. (Nota del Autor)
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delito. Aunque tampoco es que haya que preocuparse mucho por ello, no es fácil fumar con una máscara limpia aire en el rostro.2 Me tomó cuatro de las seis horas que paso en el despacho terminar con el expediente del amparo. Me habría gustado usar las seis horas, pero las dos restantes se fueron en realizar los encargos que me ponían mis jefes. Uno de ellos en particular parecía tenerme cierta manía, porque siempre que necesitaba algo acudía a mí en lugar de a cualquiera de los otros pasantes que seguramente estaban menos ocupados que yo. Alexy Nóvikov, mi jefe inmediato, que parecía tener ya por costumbre que, cada vez que necesitaba revisar el boletín3 para ver cómo se estaban llevando sus casos, fuese yo quien lo consultase. Hoy he tenido que leer el boletín diez veces, hasta podría decir que me lo sé de memoria si no fuera porque siempre lo están actualizando. Cuando ya llevaba dos horas de trabajo ininterrumpido, mi jefe me llamó a su oficina. Al entrar noté que una de mis tarjetas estaba en su escritorio. En mi primer día de trabajo le había dejado una a él y otra a cada uno de sus colegas, al tiempo que me presentaba, lo extraño era que esa tarjeta siempre estuviera en su escritorio. David Reyes Acosta. Pasante de Derecho. Teléfono: 55 34 76 86 Correo electrónico: davidra@thmail.com A decir verdad, no tenía intenciones de preguntarle por qué tenía mi tarjeta siempre con él; podía ser por cualquier cosa, podría estarme acosando… Pero qué idiotez, seguramente él tendría cualquier otro motivo para tener mi tarjeta ahí. Ni siquiera sé por qué pensaba tanto en ello, era detestable, detestable y un metomentodo, porque siempre me estaba preguntando sobre mi vida privada. Pero volviendo al tema. Entré en su oficina y me pidió que revisara el boletín mientras él leía el expediente de una demanda importante que estaba llevando. —Aquí dice que la demanda procede y la cita para la audiencia previa y de conciliación es mañana a las nueve de la mañana. —Mi jefe dirigió su mirada gris hacia mí y un incómodo escalofrío me 2 La contaminación es tanta que al salir a la calle se debe usar una máscara limpiadora de aire, para evitar intoxicaciones. (Nota del autor) 3 El boletín es un periódico que sale diariamente en los juzgados, que trae todos los avisos para los casos que se están llevando en los tribunales. (Nota del autor)
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recorrió. —Iremos mañana entonces. No te molesta acompañarme, ¿verdad? Una pregunta tramposa. Si me preguntan, estaba claro que me estaba pidiendo acompañarlo y no tenía pretexto alguno para negarme. —No me molesta, señor. Le acompañaré encantado. —Te he dicho hasta el cansancio que me llames Alexy, David. —Alexy… ¿Necesita que haga algo más? —No podía decirle que ya quería irme porque necesitaba avanzar todo lo posible con el trabajo que me habían puesto, eso habría sido de muy mala educación. —¿Me traerías un café? Y trae tu trabajo a esta oficina, te concentras mejor estando con menos gente. Ya me lo esperaba, siempre que me llamaba terminaba diciéndome que me instalase a trabajar en su oficina, al menos por un rato, aunque debo decir que en cuanto lograba olvidarme de lo inquietante que podía llegar a ser estar junto a él, sí avanzaba más rápido con mis pendientes. —Enseguida, señor. —Que me… Olvídalo. Fui a la cafetería y pedí dos cafés negros. Ya hasta sabía cómo le gustaba el suyo al jefe, con dos cucharadas de azúcar y sin crema, en cuanto a mí, cinco cucharadas de azúcar y dos sobres de crema. Regresé a su oficina y le di su vaso, dejando el mío en el escritorio y salí por los expedientes que estaba revisando, así como por mi portafolios. Cinco minutos después ya estaba instalado en su oficina. No platicamos mucho luego de eso y cuando me di cuenta ya eran las dos de la tarde, hora de salir corriendo para tratar de llegar a tiempo a mi primera clase, y digo tratar porque casi nunca lo lograba. —Señor, debo irme a la escuela. —Eso los dos ya lo sabíamos, pero por educación siempre le recordaba lo mismo, más que nada para evitar parecer grosero. —Adelante, te veré mañana. —Noté cómo apretaba los puños, por alguna razón, no debía gustarle que las personas en general le dijeran señor… aunque yo no era el único que le llamaba así. Apartó su mirada de los documentos que estaba revisando para sonreírme El comienzo - Bárbara Iliana Olvera Montero
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mientras me respondía, puede que sean alucinaciones mías, pero me parece que sin importar lo que esté haciendo, siempre me presta atención cuando hablo… lo dicho, son alucinaciones mías. Como decía, me despedí y comencé a recoger mis cosas tan rápido como me fue posible, volviendo a despedirme de mi jefe antes de salir. —Hasta mañana, señor Alexy. —Sin el señor, sólo Alexy, por favor. —Noté cómo se dibujaba una sonrisa en el rostro de mi superior, antes de extender su mano para que yo la estrechase —. Hasta mañana, David. Me quedé observando la mano por un par de segundos, hasta que decidí estrecharla. Normalmente se despedía sin usar el contacto físico, pero un apretón de manos me pareció tan común que habría sido una falta de respeto dejarle con la mano extendida. —Hasta mañana —repetí para salir tan rápido como me era posible del despacho, pues como de costumbre, se me hacía tarde para llegar a mi primera clase. Compré un bocadillo proteínico antes de ir al estacionamiento. Una vez en mi auto, y ya con el cinturón de seguridad puesto, me dispuse a conducir tan velozmente como me lo permitía el límite de velocidad, a pesar de lo cual llegué tarde a la escuela. Mi maestro me dirigió una mirada poco amistosa cuando entré a clase, una vez más, mientras me preparaba para otras cuatro horas de tomar apuntes y atender a lo que decían los profesores.
2 14 de mayo, año 2500 Aún no he hablado de mi familia. Vivo con ellos, mis padres y mi hermanita de un año de edad. No somos lo que se dice adinerados, pero tenemos mucha más suerte que la mayoría. Mis padres tienen el dinero suficiente para enviarme a la universidad, gracias a que ellos en su tiempo también hicieron una carrera. Además, no tengo que preocuparme por comprar siempre lo más económico o conformarme con comer solamente los bocadillos proteínicos vitaminados que constituyen la única dieta de gran parte de la población. Si lo pienso, sí que soy afortunado. Incluso puedo darme el lujo de bañarme cada tercer día y nunca me falta agua para beber… aunque ese es un detalle que no puedo decirle a cualquiera. El comienzo - Bárbara Iliana Olvera Montero
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Bueno… sí somos adinerados, pero como dije, no es algo que se le pueda contar a todo el mundo. Mis padres trabajan casi todo el día, por lo que mi hermanita se queda con su nana hasta la noche, lo único a lo que se niega mi madre es a que duerma con alguien que no sea ella. Si antes teníamos poco tiempo para estar juntos, ahora tenemos aún menos. Es algo natural, ellos se pasan el día en la oficina y yo en la escuela y el trabajo. Trato de no pensar mucho en ello, porque cuando lo piensas detenidamente, es un poco triste. No quiero que piensen que me estoy quejando, en realidad, sé que nací con mucha suerte, que mi familia me ama y también que tengo un futuro de lo más prometedor. Pero esto no es lo que deseo contar, sino lo que me ocurrió el día de hoy. Llegué al despacho a las ocho en punto, como todas las mañanas y me dispuse a depurar mis pendientes, porque por mucho que trabaje, siempre tengo pendientes. Ciertamente ayuda el priorizarlos, primero lo urgente y luego lo demás. En cuanto entré, saludé a todos, incluido mi jefe, quien me sugirió dejar mi portafolios en su oficina y trabajar ahí de nuevo. No tengo idea de por qué se porta así conmigo, soy el único pasante a quien trata de ese modo. O tal vez sea que no deseo darme cuenta. De cualquier modo, preferí no pensar en ello y ponerme a trabajar, que para eso estaba ahí, eso claro, hasta que Alexy (no creo que por decirle así aquí vaya a pasar gran cosa y en verdad me está gustando ese nombre) me habló. —David, ¿podrías traer un par de cafés? —Las palabras tardaron unos segundos más de lo normal en llegar a mi cerebro, pero en cuanto entendí la petición, levanté el rostro para mirarle y asentí. —Claro, se… Alexy. —Aún me cuesta mucho trabajo llamarle por su nombre, decirlo es una cosa, pero que él me vea pronunciarlo… no se por qué, pero me hace sentir extraño. Salí por los cafés, intentando tardarme lo menos posible. Tenía mucho trabajo por hacer antes de irme a la escuela. Regresé con la charola ocupando mis dos manos, lo que lógicamente, me dificultaba entrar de nuevo en la oficina, porque la puerta estaba cerrada. Haciendo equilibrios, logré sostener la charola con una sola mano y abrir la puerta de la oficina. Quizá por El comienzo - Bárbara Iliana Olvera Montero
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curiosidad o por no querer interrumpir a mi jefe, que estaba hablando por teléfono, me quedé en el umbral de la puerta. Podía escuchar al señor Alexy hablando dentro. Me pareció extraño, generalmente no se altera y en ese momento se oía muy enfadado. Como si algo terrible acabara de suceder. —Dime que estás bromeando… esos imbéciles ¿No se dan cuenta de que eso no sólo los afectará a ellos? ¡Nos matarán a nosotros también! Aún no sé por qué, pero cuando le escuché, la charola resbaló de mis manos, aunque tardé varios segundos en darme cuenta de eso. Todos en la oficina se voltearon a verme, al parecer, nadie más que yo había escuchado lo que decía el señor Alexy. Aún no lo he mencionado, pero estamos en guerra, constantemente. El país que más armas acumula, es el más poderoso, eso, hasta que otro país acumula más armas. Tanto atómicas, como bacteriológicas. Tomando esto en cuenta, resulta comprensible mi reacción. No estoy seguro de cuándo empezó. Hasta donde sé siempre ha habido guerras. Pero ahora las potencias no pelean por poder político o por territorios. Pelean por comida y agua potable. Hasta ahora, el continente con más agua y comida es éste: América, así que toda Europa y Asia están tratando de invadirnos constantemente. Tampoco es que crea que las cosas serán siempre favorables para nosotros (en realidad, no creo que el estar siempre en guerra sea del todo favorable). El agua potable se la debemos a las plantas desalinizadoras, que depositan la sal extraída en enormes bóvedas subterráneas. Pero el calentamiento global sigue azotando el planeta, gran parte del territorio terrestre de los países costeros ha sido tragado, literalmente, por el océano. L, los peces están muriendo a causa del alza de la temperatura; a este paso, el planeta entero morirá en menos de cien años y temo que estoy siendo optimista. Pero no podemos hacer nada. El tiempo de salvar el planeta pasó hace siglos. O eso es lo que dicen nuestros gobernantes. Ah… me he vuelto a desviar del tema. Estaba limpiando el desastre que causé tras escuchar lo que decía mi jefe, cuando volvió a hablar. —¿Una cura? No importa que haya pocas dosis, envíanos tanto El comienzo - Bárbara Iliana Olvera Montero
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como puedas a todos. Luego de eso colgó y se giró para verme, muy probablemente sabía que le había escuchado, pero si llegó a sospecharlo, no lo demostró ni en su mirada, ni en la sonrisa que me dirigió. —Perdona por espantarte. ¿Podrías ir por otros dos cafés? Luego de limpiar y llevar de nuevo los cafés a la oficina del señor Alexy, pude ponerme a trabajar en mis pendientes, casi olvidando por completo la conversación telefónica de mi jefe. A la salida, estaba atrapado en un embotellamiento, a tal grado que para no gastar energía, apagué el motor eléctrico del auto; cuando sentí que vibraba mi celular. —Diga. —Fue toda una sorpresa para mí escuchar la voz de mi jefe al otro lado de la línea. —David, estés donde estés, ve a tu casa y enciérrate ahí, dile a tu familia que hagan lo mismo y mantén prendida tu televisión. No sabría decir si la voz de Alexy denotaba pánico o preocupación. Tal vez ambas emociones estaban mezcladas en aquella llamada telefónica. —No puedo faltar a clases. —Créeme, ahora lo que menos importa es la escuela. —Jamás pensé que Alexy Nóvikov, quien siempre estaba hablando de la importancia de formarse académicamente, me estuviese diciendo tal cosa. Debía ser más peligroso estar en la calle en esos momentos de lo que yo alcanzaba a percibir. —De acuerdo. Gracias, Alexy. —Gracias a ti por hacerme caso, te llamaré más tarde. —En ese momento no entendía por qué tanta urgencia en estar comunicados, pero no tardaría en enterarme de la razón. Hice lo que Alexy me había pedido, fui directo a casa. Afortunadamente, minutos después de que cortar la llamada, los coches frente a mí comenzaron a avanzar, así que prendí el motor de mi automóvil y di vuelta en la primera desviación que encontré. No me extrañó encontrar vacía la casa cuando llegué, faltaba aún más de una hora para que la niñera fuera por Claudia, mi hermana, y era obvio que mis padres seguían en el trabajo. Tenía que avisarles, había algo en la voz de Alexy cuando me llamó (creo que de tanta insistencia he terminado por habituarme a llamarlo así) que me El comienzo - Bárbara Iliana Olvera Montero
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inquietaba, algo que me hacía cumplir cualquier petición que me hiciera. Estoy seguro de que se sorprendieron mucho cuando les llamé, nunca les llamaba al trabajo, a menos que fuera una verdadera emergencia, aunque, por desgracia, estando en guerra las emergencias son frecuentes. Como sea, al cabo de una hora había logrado reunir a mi familia y estábamos a salvo, con la televisión prendida, tal como me lo había pedido Alexy. Veíamos el noticiero, cuando la transmisión fue interrumpida y en la pantalla apareció una imagen que me era demasiado familiar. —Habitantes del planeta Tierra, soy hijo del emperador de la raza Argentum. Hemos estado infiltrados en su planeta por décadas, únicamente con fines científicos; sin embargo, lo que voy a decirles no tiene nada que ver con el estudio que estuvimos realizando, sino con ustedes directamente. Raza humana, están en peligro mortal. Existe un nuevo virus, desarrollado por ustedes, expandiéndose a velocidades sorprendentes; tal vez hayan visto ya a alguien cercano afectado por él. El único síntoma es un agudo dolor de estómago que dura alrededor de diez minutos, luego de eso, comienzan a debilitarse, pero para cuando se dan cuenta de que algo anda realmente mal (es decir, tres horas luego de haber sido infectados) es tarde. Una persona infectada con el virus VP185 sólo vive cinco horas luego de haberlo contraído; si se trata de un humano adulto fuerte; un adolescente vivirá cuatro horas y un niño, tres. Me costaba entender lo que oía, no es que no crea en extraterrestres, hace por lo menos dos siglos que se aceptó mundialmente su existencia; lo que me dejó en shock fue el ver a Alexy Nóvikov en la pantalla de televisión, anunciando que era el hijo del emperador de la raza Argentum. Lo que me dolió fue descubrir que todo cuanto sabía de él era mentira. Mi mente era un auténtico caos. Me puse de pie, a pesar de saber que era peligroso, que las calles podían estar ya infestadas con el mortal virus, no estaba del todo seguro de que mi máscara limpia aire me protegiera del contagio. Pero en verdad necesitaba salir. Estuve caminando por unas dos horas sin rumbo fijo, hasta que me percaté de que había llegado accidentalmente al edificio donde trabajo. —Soy un idiota. —No entendía por qué me sentía así, era obvio que Alexy no me contaría su secreto. No tenía ninguna obligación El comienzo - Bárbara Iliana Olvera Montero
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conmigo ni yo con él. Pero una mano en mi hombro interrumpió mis lamentaciones. —Joven, defienda a su planeta de los invasores, únase al ejército. —Se trataba nada menos que de un soldado, tan distraído estaba que no me di cuenta de que ahora las calles estaban siendo custodiadas por ellos. Esto me sorprendió menos que el anuncio televisivo de Alexy. Era natural que nuestros gobernantes entraran en pánico, sus adeptos estaban muriendo y a los que les quedaban se les estaba ofreciendo la salvación a cambio de obedecer a los invasores. Defender a mi planeta... Me pregunto si aquel soldado entendía el verdadero significado de sus palabras. Somos nosotros quienes hemos ido destruyendo cada recurso, convirtiendo inclusive los recursos renovables en no renovables. Tal vez no estábamos preparados para ser la especie dominante de éste planeta, ni de ningún otro; tal vez nuestra salvación de verdad se encontrase en obedecer a una raza que a todas luces es superior a la nuestra. Asentí torpemente, al fin superando el lío en que estaban mis ideas. Alexy me pidió suspender todas mis actividades para asegurarse de que estuviera en mi casa para ver su anuncio, seguramente estaba pensando en algún modo de asegurar mi integridad física y la de mi familia. Alexy... aún me confunde su forma de tratarme, algunas veces siento como si estuviera tratando de... y esto sonará incluso estúpido; conquistarme. Di media vuelta y me dirigí a mi casa, tan rápido como el repentino caos en que de repente estaban las calles me lo permitía. No solamente porque deseaba llegar pronto, sino porque lo más probable era que los soldados pasaran pronto de las invitaciones para unirse al ejército, a la persuasión con arma en mano. De pronto me di cuenta de que la razón por la que me sentí traicionado fue porque esperaba ser especial para Alexy, que confiara en mí. Entendí entonces que estaba sintiendo algo realmente importante por él. Cuando posé una mano en el pomo de la puerta de mi casa, mi teléfono móvil sonó. —¿Diga? —David, llevo más de una hora tratando de encontrarte, necesito que me esperes con tu familia, iré por ustedes a tu casa. Por cierto, ¿dónde estabas? —Salí a caminar, necesitaba ordenar mis ideas. —Oí cómo se El comienzo - Bárbara Iliana Olvera Montero
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cortaba la comunicación, ahora sólo restaba esperar, mi familia, desde luego, aceptaría cualquier oportunidad para salir del campo de infección, aunque éste fuera el planeta entero. Tras media hora de espera, el timbre sonó. Era Alexy, me saludó como siempre, sonriéndome, pero pude notar la preocupación en su mirada. —David, tienen que acompañarme, iremos en auto al transbordador que los dejará en la nave colonia Alfa. Será su hogar de ahora en adelante, por favor, empaquen sólo las cosas que vayan a necesitar. Reunimos lo necesario y en diez minutos ya estábamos entrando en el auto de mi jefe. Aún me costaba creer que aquello estuviera pasando, ayer sólo me preocupaba por aprobar mis materias y hacer bien mi trabajo, y ahora… ahora no sé lo que va a pasar. Sólo me queda confiar en Alexy.
3 15 de mayo, año 2500 Ayer abordamos el transbordador que nos llevará a la colonia Alfa. Hay mucha gente aquí, pero he oído que más de la mitad de las personas que vivían en la Tierra murieron por culpa del virus VP185. De hecho, yo mismo fui infectado ayer, pero como estaba con Alexy, al comprobar que tenía los síntomas, me inyectó el antídoto. Duele como el demonio, creí que no había servido, porque sentía que iba a morirme del dolor, pero a las dos horas de haberme inyectado, ya me sentía mucho mejor. Hoy en la mañana hablé con Alexy, es muy extraño para mí ver cómo lo tratan los otros argentunianos, cómo se llaman a sí mismos; y más extraño es que me tratasen con el mismo respeto y deferencia que a él. —Alexy, ¿por qué me tratan así? —¿Así cómo? —Incluso parecía que no se había dado cuenta, o que no quería decirme el motivo concreto, pero yo necesitaba saberlo, entre más cosas estén claras, mejor me sentiré, sobre todo con la incertidumbre que reina ahora en mi futuro. —Como si yo también fuera el príncipe. —Empezaba a acostumbrarme a verle como tal, pero una cosa era eso y otra que de la noche a la mañana me tratasen como si fuera de la realeza. No digo El comienzo - Bárbara Iliana Olvera Montero
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que me incomode demasiado, pero era muy extraño. —Es porque les dije a todos que eres mi amante. Los humanos que tuvieron más posibilidades de abordar el primer transbordador y, por lo tanto, de no infectarse con el virus, son los que mantienen relaciones sexuales o sentimentales con alguno de nosotros. —Me sonrió con algo de culpabilidad, o eso creo, porque estaba demasiado sorprendido por lo que me acababa de decir como para notarlo del todo. —¿Tu… tu amante? —alcancé a murmurar, enrojeciendo completamente, aunque por extraño que parezca, la idea no me repugnó ni mucho menos, más bien me extrañó. —Tranquilo, sólo lo hice para asegurarme de que estuvieras bien. —Pero te gusto. —No era ninguna pregunta, estaba más que seguro de que le gustaba, más en ese momento, cuando supe que me había salvado porque todos creían que era el amante del príncipe. —Me gustas. —Parecía sorprendido por lo que dije y más porque obviamente, no estaba enfadado, ni nada parecido. —En ese caso, la mentira puede convertirse en realidad. —Me acerqué a él. Tras todo lo que había ocurrido ayer y lo que había pensado, me di cuenta de cuánto me gustaba, de cuánto me atraía, mejor dicho, me atrae. —¿Hablas de ser mi amante? —Hablo de ser tu pareja. —Le rodeé el cuello con mis brazos y acerqué mi rostro al suyo, invitándole a besarme, cosa que hizo al instante. Cuando nuestros labios se separaron, ambos estábamos sonriendo y supe que mi futuro comenzaba a verse cada vez más luminoso. Seguramente me acostumbraré pronto a ser el amante del príncipe de la raza Argentum.
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Esta noche no hay eclipse Nimphie NIMPHIE es de Argentina e imagina historias desde que tiene memoria. A los trece años comenzó a considerar la escritura como una de sus pasiones y en el primer año de secundaria se unió al taller literario de su escuela cuando la profesora de literatura se lo propuso. Desde ese momento no paró de escribir historias de fantasía, ambientadas en escenarios góticos. Incluso incursionó en el homoerótico antes de saber qué eran el yaoi y el slash. Entre sus pasatiempos se encuentran, además de los delirios literarios, la lectura, el canto, el baile y los videojuegos de acción. Sus autores favoritos son Anne Rice, Egard Allan Poe, Amanda Quick y H. P. Lovecraft.
Te había amado sobre el fuego sagrado, bajo los eclipses de luna y entre las aguas del Nilo. Había saboreado la sal de tu piel, el azúcar de tus labios y el veneno de tu sangre. Me había embriagado de ti, de tus miradas ansiosas, de tus caricias frenéticas, de tus suspiros robados. Me había alimentado de ti, por medio de una ósmosis preciosa y urgente, sinuosa y ardiente. Te había bebido la vida tantas veces, que ya me era imposible recordarlas todas. Te había hecho el amor frenéticamente en la Cámara regia de la pirámide de Keops cuando sólo eras un vulgar saqueador de tumbas. Cuando fuiste un soldado persa te sorprendí en Macedonia y abusé de tu cuerpo tanto como me lo permitieron tus más bajos instintos y tus ávidos apetitos de joven macho ansioso de ser saciado. Recuerdo que siglos más tarde naciste ciego. Y me deleité con tu tierna inocencia, con tus tímidos y vagos gestos, con tus caricias indecisas y tus besos desorientados. Amé el dulce brillo de tus ojos vacíos, el delicado ondular de las palabras entre tus labios y la perpetua pero inequívoca frase que siempre me decías en ese momento misterioso que se abría paso entre la noche sibilante como el agua por el Jordán... cuando me pedías o me suplicabas o me exigías que diera rienda suelta a eso que siempre tuvo como objetivo satisfacernos a ambos. Y cómo no hacerlo, si eso era lo que tu corazón, tu sangre y tu alma pedían a gritos, cantándole al eclipse, al fuego y al Nilo. Esta noche no hay eclipse - Nimphie
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Siglos más tarde, fuiste esclavo en un feudo. Habría matado por yacer contigo sobre el altar de la catedral, pero tuve que conformarme con verte sollozar sobre un sucio colchón de paja, retorciéndote bajo mi intempestiva pasión mientras las velas arrancaban a tus ojos destellos de diamante, tiñendo tu piel de dorado; mientras el sudor resbalaba de tu frente como almíbar y todo tu ser estallaba en una sofocación trepidante, embriagadora y aguda. Descubrirte entre los bellos y famosos torsos morenos del otro lado del océano no me significó ningún esfuerzo. Brillabas por encima de la noche como el faro de Alejandría, te alzabas victorioso como el Coloso de Rodas. Me observaste con tus ojos oscurísimos y tus rizos flotando entre la negrura. Te ofrecí mis labios en una lasciva propuesta y los aceptaste con un apetito tan voraz que por un momento pensé que sería devorado vivo por esa afanosa boca tuya que con tanto anhelo me invitaba a la lujuria. Acepté tu oferta y esa noche bebí la sangre de tus venas morenas, mientras el fuego sagrado crepitaba y el pom4 de los dioses perfumaba la selva con una magia electrizante y distinta. Bebí tu néctar directamente de su manantial de ardiente y deseosa carne masculina, respiré de tu boca, morí entre tus labios y resucité como el fénix entre las cenizas de tu muerte. Eras mío otra vez. Eras mi sacrificio, mi alimento. Y siempre nacías hombre, deleitándome con el intoxicante sabor del destino que siempre me regalaba una nueva consumación de mi pecado. Pecado al que te entregabas gustoso, con los brazos abiertos, los sentidos desordenados y el cuerpo dispuesto. Con tu sangre burbujeando, tu corazón sacudiéndose vigoroso y tu alma transformada en un Bucéfalo salvaje, suplicando ser liberada de esa jaula aristotélica que era mi jardín de las delicias: tu cuerpo. Tu cuerpo estremeciéndose sobre el arena y bajo los ojos de los dioses de Egipto; tu cuerpo de guerrero, exigente y bullicioso; tu cuerpo dócil y tierno, suave y pequeño, del niño que jamás había visto el sol; tu cuerpo de vasallo rebelde, diezmado por el trabajo del campo, fragante a hierbas húmedas y a primaveras descalzas; tu cuerpo de sirviente de los sacerdotes mayas, pintado con la sensualidad de tus formas y la exquisitez de tus gestos. Siempre habías despertado en mí los anhelos más profundos y oscuros, más vergonzosos y venéreos. Jamás te negabas a mí y yo siempre te encontraba apetecible. Gocé de ti tantas veces que estoy seguro de que los demonios juegan 4
Pom: incienso maya Esta noche no hay eclipse - Nimphie
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a apostar dónde te encontraré a continuación, cómo será tu rostro, el color de tu piel, el timbre de tu voz, las deseables pinceladas de tus labios y las redondeces de tu cuerpo. Y tengo la seguridad de que disfrutan vernos jugar, vernos actuar, vernos repetir una y otra vez el pecado que nos condenó a esta existencia eterna y a la vez efímera. Porque yo vivo sólo cuando tú vives, renazco sólo cuando oigo tu corazón latir al mismo ritmo que el mío y remonto vuelo cuando percibo la ebullición de tu sangre, el clamor de tu cuerpo y la súplica muda de tu alma. Y tu sangre quiere alimentarme, tu cuerpo, pertenecerme y tu alma, emprender la huida. Y yo quiero que me alimentes, quiero hacerte el amor de nuevo, quiero matarte lentamente con mi pasión y mi pecado. Quiero verte abrazar la muerte, que le hagas el amor sin miedos, que por fin te decidas a hacerme compañía y burlar al pecado de utilería que nos condenó a la separación que violamos una noche cada cien años. Quiero verte ser perfecto. Quiero compartir la oscuridad contigo y poder rememorar todas las escenas de la obra de teatro que ha sido esta existencia fragmentada. Deseo más que nada que te convenzas de mi amor y de que mis sentimientos van mucho más allá de la rebeldía o la lujuria. ¿Cómo explicas si no, que haya recorrido cinco continentes, siete mares, miles de noches? Miles de noches siguiendo el trémulo rastro de tus huellas, persiguiendo cual sabueso tus aromas más privados, imaginándome contigo bajo las sábanas de un lecho, sobre un colchón sudado, arropados por la luna y las tinieblas. ¿Cómo puedo convencerte, entonces? ¿Qué debo hacer para que respondas a mi súplica de amor con algo más que mera pasión desatada y desesperadas ansias de muerte? No voy a obligarte a que me ames, pero tampoco voy a rendirme. Voy a seguir siendo el guardián de tus suspiros, el vigilante de tus sueños y el que ahuyente tus pesadillas. El que te despierte una noche y te ofrezca lo que deseas. Y que, como siempre, tú aceptarás con premura. Y es ahora, cuando el aroma a altares y rosas marchitas se hace cada vez más rancio, cuando los hedores de la tumba y el llanto de la luna me despiertan de mi letargo de cien años. Has nacido una vez más y el momento ha llegado. Mi momento. Nuestro momento. Mi amor, ríndete ante los brazos de tu eterno amante y asesino. La noche se percibe fresca y serena y la luna cuelga por entre las ramas de los árboles del cementerio. Hoy no hay eclipse, hoy la luna Esta noche no hay eclipse - Nimphie
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quiere espiarnos y delatar a los demonios de nuestro encuentro. Quiere susurrarles al oído obscenas frases que revelarán su envidia. Porque esta noche no hay eclipse. Quisiera ver mi reflejo en algún sitio y saco de entre mis ropas el pequeño espejo que siempre guardo para estas ocasiones especiales. Mi pálido y anguloso rostro se observa enmarcado por una larga cortina de pelo oscuro. Turbado, me siento entre las tumbas y revuelvo mis bolsillos. Corto mi cabello con tijeretazos perpendiculares y oblicuos con la rapidez y la maestría que me han otorgado siglos de experiencia. Observo el resultado, satisfecho. Mis ojos brillan maléficamente y mi boca se curva en una sonrisa dichosa. ¿Cómo serán tus ojos? ¿Serán claros como los del saqueador de tumbas? ¿Oscuros como los del adolescente maya? ¿Cómo serás tú? ¿Sumiso y delicioso como el niño ciego de Jerusalén? ¿O ardoroso, fuerte y violento como el soldado del rey Darío? Algo desorientado, observo el penoso paisaje que me rodea. Calles mojadas y sucias, luces de fantasía y edificios recortados contra el cielo plomizo. Las avenidas se me antojan sazonadas por un aderezo de decadencia que obligatoriamente tiene que ser pecaminoso. Retazos de música se balancean por las fachadas de las discotecas y los destellos multicolores de los carteles luminosos me ciegan con invitaciones a beber los tragos más extravagantes de la tierra, a gozar de espectáculos de mujeres desnudas y pagar por ratos de ocio en compañía de uno o más amantes. Sonrío, divertido, pero de repente un escalofrío repugnante hace que me detenga frente a uno de los despreciables lugares... ¿Por qué este sitio? Oh, no. No, por favor. ¿Dónde estás? ¿Acaso eres uno de los tres jovencitos que, sutilmente apoyados sobre un muro pintarrajeado, contemplan el ir y venir de los autos con una atención patética? ¿Eres tú como esos jovencitos? Creo que no podría soportarlo. Jamás me he visto en la penosa situación de tener que compartirte, porque la luna sabe, el eclipse sabe, la noche sabe y todas las criaturas nocturnas saben que tú sólo naces para mí y que yo despierto cada cien años para amarte por una noche. ¿Dónde estás ahora? ¿Estás aquí? ¿Desearás ser mío? ¿Tendré que aguardar mi turno? No, no, no. Me estoy volviendo paranoico. Los siglos me han jugado una mala pasada y mi despertar tiene que haber sido sólo un error de cálculo. El presente me desagrada hasta el desconsuelo, pero el futuro sigue una lógica siniestra. Esta noche no hay eclipse - Nimphie
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Dios mío (porque es evidente que el destino juega a ser mago), ¿dónde está él? ¿Qué vulgar disfraz me oculta su alma? ¿Estará aguardando a su amante ejecutor, allí, tras las ventanas de los burdeles con forma de pastel de cumpleaños? Una lágrima tibia se asoma a mis ojos cuando las cortinas cobran vida y un teatro de sombras chinescas se diluye entre los gritos y el llanto. Una mujer. —Lo siento, querida —le susurro a la noche sangrante—. Mi amor me espera. Le he aguardado por cien años, ¿sabes? La última vez que lo vi fue en la India: trabajaba como voluntario en un hogar de huérfanos que funcionaba en el templo de Kalighat. Era moreno y tenía los ojos verdes. Lo espié mientras se bañaba y él me descubrió. Empezó a reírse y me invitó a hacerle compañía... el resto, supongo que te lo imaginas... ¿Sabes que Kali es la diosa de la muerte, querida? ¿Lo sabes...? Un grito agudo sacude la noche y mis lágrimas fluyen desesperadas. Me alejo corriendo de ese sitio abominable con los sentidos saturados del aroma de la sangre. Ha comenzado a llover y tropiezo y caigo al suelo cuando la respiración y el aire ya no se ponen de acuerdo. Me acurruco junto al muro, temblando de pavor. ¿¡Dónde estás!?, quisiera gritar, pero mi garganta está aún inundada con el sabor de la muerte. Estoy hambriento. —¿Se encuentra bien, señor? Levanto los ojos. Y te veo. Mi sangre hierve en mis venas, mis sentidos se agitan y mi corazón clama ansioso por el tuyo. Eres tú, y me has encontrado. —Sí. Eres un divino ejemplar de macho y calculo que tendrás la misma edad de siempre, la que tenías cuando moriste por primera vez en mi cama y entre mis brazos. Con la sangre oliendo dulce y el altar del sacrificio rezumando el incienso sagrado. Tus ojos relumbran entre miles de alfilerazos de colores y tu cabello se mece, rizado y mojado, haciendo gala de un color muy similar al trigo maduro sobre el que te amé hace trescientos años, cuando el país en el que vivías era tan solo una colonia inglesa... Me sonríes, y me derrito. —Decían que esta noche habría un eclipse de luna, pero me parece que nos han mentido. Esta noche no hay eclipse - Nimphie
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Te devuelvo la sonrisa. Las noches de eclipse son las favoritas del destino que juega a ser mago. Y las mías también. No hay demonios que espíen nuestros encuentros y que susurren, escandalizados, al ver mi amplio repertorio de posiciones amatorias. Me levanto del suelo, tú no dices nada. Te observo, desnudándote de la camiseta y de los pantalones que se ciñen a tus piernas y a tus muslos con una voluptuosidad que me vuelve loco. Como siempre, me provocas sin saberlo, haces que te desee con tan sólo mirarte. Adviertes la lujuria en mis ojos y te muerdes el labio deliciosamente, guardándote la risa que bailotea en tu garganta. —¿Estás solo esta noche? —me preguntas de repente, con una maravillosa y blanca sonrisa que humedeces con la lengua y con los ojos vivos y sagaces abiertos, colmados de seguridad y propuestas sensuales. —No estoy solo —te digo, y tus ojitos parecen apagarse—. Ya estoy contigo. Oigo el vibrar de la risa que se agita en tu interior y tu boca se curva en un gesto de placentera satisfacción. —Tendrás que guiarme, no conozco este lugar —comento, tomando tu cálida mano, mientras caminamos. —No te preocupes, me han contado de varios sitios interesantes — respondes, con una voz que se oculta pícara y divertida. Como siempre, me fascinas. Es extraño e increíble que jamás te veas repetido, que siempre seas diferente. Contemplo las suaves líneas de tu perfil, perfectamente delineado. A pesar de ya tener la edad de un hombre, guardas y me muestras la apariencia de un niño. Te pareces al ciego de Jerusalén y a la vez al esclavo maya. Me confundes, me enamoras, me enloqueces, me torturas. Me echas miraditas traviesas de vez en cuando y yo siento que todo mi corrupto ser se funde entre tus manos como mantequilla. Jamás has sido así, tan tierno y a la vez, tan salvaje. Creo que voy a perder el juicio, si es que no lo perdí ya. ¿A dónde debería ir a buscarlo? ¿Estará bajo las arenas de Menfis? ¿Entre los pechos de la diosa Kali? ¿Sepultado bajo los escombros del templo de la Pachamama? ¿O es que tal vez lo he perdido de a poco durante estos cien años de letargo y es ahora cuando voy a recuperarlo, cuando por fin te tenga entre mis brazos y entre mis piernas? —Mnn, ¿qué te parece este lugar? —me preguntas, deteniéndote y haciendo bailar en el aire mi mano y la tuya. Alzo la vista... es uno de Esta noche no hay eclipse - Nimphie
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los sitios que parecen salidos de un cuento de hadas sin varita, porque la magia se le nota poquísimo. —¿A ti te gusta? —Bueno... me dijeron que es barato, pero limpio —y tus pestañas se agitan con sensualidad y tu boca se frunce haciéndose un mero moñito de piel. —Perfecto. La puerta del antro se abre en respuesta al timbre y una música cadenciosa y sibilante fluctúa por la sala adornada vulgarmente con tapices de colores, alfombras de piel y sillones surtidos. —Mnn... —te detienes frente al cartel que muestra los precios de las habitaciones y yo sonrío, algo cohibido. Son temáticas. —La que tú quieras —te digo y el conserje alza las cejas y parpadea sorprendido. —¿Qué tal Fantasías en el Nilo? —me dices bajito, para que el conserje no escuche. Un halo de nostalgia me cubre cuando recuerdo la vez que lo hicimos en el Nilo. —Perfecta. Te alegras y saltas en puntitas de pie y yo me río y el conserje tuerce el gesto. Le extiendo una piedra preciosa (no sé qué tipo de dinero se utilice ahora) y el hombre la contempla, azorado, y luego la guarda en su bolsillo. Me da una tarjeta de plástico con el nombre del lugar dibujado en letras rosa y me dice: —Cualquier cosa que necesiten... —y señala el teléfono. —Muy bien. Camino junto a ti por un pasillo y te observo bailotear alegremente, meneando las caderas al compás de la música y soltando risitas agudas y nerviosas. —¡Aquí es! —exclamas, ansioso. Me arrebatas el trozo de plástico y lo deslizas por una ranura que sobresale de la puerta. La puerta se abre y las luces de la habitación se encienden. —Guau... Mi sorpresa es muda. Jamás he podido estar contigo en un sitio tan bellamente diseñado, preparado ya sea para el amor o para el sexo o para ambos. Cuando entramos, ambos sobrecogidos, una música oriental comienza a sonar, sensual e incitante, con ese tinte a la vez Esta noche no hay eclipse - Nimphie
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oscuro y zigzagueante que le hace vibrar en la cima de las voluptuosidades. —¡Genial! —chillas, y entras al lugar saltando y bailando, haciéndole justicia a la música y a tu cuerpo delicioso y esbelto. Das vueltas por entre las cortinas de sedas y tules, riendo como un niño y danzando los tambores mientras tu figura se desdibuja tras los velos de colores y lentejuelas. Yo sonrío cuando te veo, agitado, caer sobre la cama como en hoja muerta—. Ahh —suspiras, y yo me acerco. —¿Te gusta? —te pregunto, revolviendo tus rizos rubios, aún húmedos. Abres los ojos y me miras, con una sonrisa tímida. —Sí... ¿cómo te llamas? —me toca a mí suspirar. Ensortijo mis dedos en torno a tu cabello. —Alex —miento, y tus ojos, las puertas de tu alma, brillan por un instante, reconociendo la mentira. Pero entonces dices: —Yo soy Emmanuel. Emmanuel, Dios con nosotros. Frunzo el ceño y recorro con el índice el gracioso tobogán de tu nariz hasta llegar a tu boca. Separo tus labios y la tibia humedad que allí encuentro me incita a, por fin, probar el nuevo sabor que tus veinte años han sazonado para mí. El beso es caliente y húmedo y te aferras a mi cuello para que no te suelte. No te soltaré. He tenido que esperar tanto para tenerte aquí por fin. Aquí, con mi lengua enredándose con la tuya, tus dedos jugando por mi pelo, tu calor y el mío confundiéndose en uno solo, la multitud de aromas que navegan por tu piel... Te deseo, Emmanuel. Deseo tu cuerpo de niño y tus palabras de hombre, que toda esa pasión dormida que guardas por tus rincones más tiernos se ponga en ebullición y hierva conmigo. —Mngh... qué dulce eres —te digo al oído, y te estremeces—. Y hueles tan bien... Recorres mi espalda con tus manos calientes y presurosas y suspiras, regodeándote, con los sentidos desbocados y transformados sólo en el enfebrecido receptor de mis atenciones. Ríes. —Lo dices como si fueras a comerme... —Voy a comerte, voy a saborearte, voy a devorarte... —y te muerdo el cuello, sintiendo uno tras otro los estremecimientos exquisitos que te provoca. Esta noche no hay eclipse - Nimphie
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—Ahhh... —jadeas—. Tienes experiencia, ¿verdad? Entreabres tus ojitos de niño y me miras, suplicante. —Sí. —Y esta vez no miento. —Qué b-bueno. —Y cierras los ojos, como avergonzado—. T-ten cuidado. —Lo haré. Te amo. Entonces abres nuevamente tus ojos de diamante, con el bello ceño contraído. Sonríes, indulgente. No he mentido, Emmanuel. Te amo. Te amo desde los primeros tiempos, desde el comienzo de la vida, cuando el mundo se alzaba vivo y fragante y el sol iluminaba la tierra. Alzas los brazos y te quito la camiseta. Tu pecho queda transformado en una criatura muy blanca y muy suave, tenuemente acariciada por las luces de colores del candelabro, que cuelgan como los caramelos de las ferias. Me inclino hasta tu pecho aterciopelado y lamo un pezón tibio y carnoso. Arrastras los dientes por tus labios, para no emitir sonido. —Déjame oírte, precioso —te pido. Me miras, inquieto y acalorado—. Por favor. —Paseo las manos por tu cintura y llego hasta los pantalones. Ya allí, acaricio con ternura tu sexo, por encima de la tela. Te agitas más y cuando lo presiono, gimes—. Eres tan tierno. —Fóllame ya... Algo en mi interior parece romperse, hacerse trizas, desmenuzarse como un tumor o un coágulo de sangre. No. ¡No! ¡¿Por qué el mago del destino tiene que ser tan cruel conmigo?! ¿Por qué no puede perdonar mi pecado, si mi pecado nace de un lugar más profundo que cualquier otro indefinido sentimiento? Mi pecado es amar a este ser lascivo que no quiere de mí más que la satisfacción carnal y gozar de la experiencia de un sexo perfeccionado por siglos de práctica. ¿Por qué no me amas? ¿Acaso ya no te he demostrado que puedo seguirte por el mundo sin importar bajo qué cielo te dé a luz una mujer tan humana como aquella Eva que también fue mi madre? Esta noche no hay eclipse - Nimphie
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¿Por qué, Abel? ¿Por qué, después de miles de años, no entiendes mi amor? Y es que no puedo imaginarme la vida (o mi perpetua muerte) sin la sola fugaz presencia de tu alma y tu cuerpo cada cien años, cuando por fin puedo verte de nuevo, cada vez más hermoso, cada vez más perfecto. Abel, te amo. Y estoy cansado de ser un vagabundo que suplica por tristes despojos de un cariño ficticio, porque el erotismo casi nunca es amor y lo que tú quieres ahora no es más que eso. —Voy a hacerte el amor, preciosura, no a follarte. —¿Mngh? —Bueno, llámalo como tú quieras... después de todo, el mecanismo es el mismo. Te desnudo lentamente, como quien descubre una fruta deliciosa. Tus piernas tersas y bien torneadas, de muslos elásticos, se abren, casi por instinto, invitándome a disfrutarte, a arrasarte, a volcarme y derramarme en ti. Tironeo del elástico de tu ropa interior y chillas muy agudo. Nos reímos, me derrumbo sobre ti y sigo besándote, deslizándome como un felino hambriento sobre su presa. Ya te lo he dicho: voy a devorarte. Serás mi alimento, mi sacrificio. ¿No es eso lo que quieres? Tironeas de mi cinturón y lo desabrochas, nervioso. Me quitas los pantalones y contemplas con temor eso que tú mismo has provocado. Ya te lo he dicho: siempre me excitas. Aferro tu sexo, hinchado, erguido. Jadeas. Te separo más las piernas, para hacerme sitio entre ellas y con una mano sosteniendo tu miembro erecto y la otra, masajeando con fruición tus muslos, me inclino y engullo tu erección de un bocado. Ya te lo he dicho: voy a devorarte... Te revuelves y gimoteas y yo me relamo del gusto de verte así, desesperado y ardoroso, con tu cuerpo poseído por todos los demonios lujuriosos que cohabitan con la noche. Cuando saboreo los primeros jugos, me lo quito de la boca y lo observo detenidamente mientras le obsequio las primeras lamidas. Tiene su buen tamaño, es más grueso que el del niño ciego, pero más afilado que el del joven maya. Succiono con avidez la gloriosa punta y te arqueas, muerto de placer, rindiéndote ante mi boca hábil y golosa. Para enloquecerte más, abandono tu sexo y comienzo a Esta noche no hay eclipse - Nimphie
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mordisquear la piel de tus muslos, salados y sabrosos. Entonces abres los ojos y me miras, sollozante y con la respiración desarticulada. Me recorres, con la boca abierta y tu lengua se asoma apenas, serpenteando entre tus dientes. Sonrío y me tumbo a tu lado. Te incorporas y te desplomas sobre mí, intercambiando calor, sudor y delirios. Tu sexo se frota con el mío, incitándolo, y le susurra húmedas propuestas en el íntimo idioma de la carne. Me besas el cuello y tus manos buscan ciegamente mi excitación, que roza la tuya. La acaricias con suavidad y resoplo de puro gusto. —Vamos, suéltate... relájate —te digo. Echo la cabeza hacia atrás y cierro mis ojos, para no incomodarte. Entonces jadeo. Comienzas a usar los labios y la lengua, y la tibia humedad que se balancea por mi miembro me hace perder la razón de a poco, como si me la succionaras directamente de allí y la mezclaras con tu saliva. Te tomo por los hombros y te atraigo otra vez hacia mí para besarte de nuevo, estrecho tus caderas, masajeo tus nalgas dispuestas y comienzo un lento vaivén de ir y venir por ese carnoso acceso a la cueva de tus maravillas. Voy a saquearte y a dejarte exangüe. Voy a abrazarte con mi lujuria, a arroparte con mi amor, y juntos remontaremos vuelo hacia un paraíso privado. Y luego... caeremos juntos, agotados, exhaustos, sudados y satisfechos. —Mnghhh... Me río de tan solo oír tu garganta entonar el himno más depravado que he escuchado en toda mi existencia. Ahora eres sólo tú. Ya no eres Emmanuel, eres Abel, eres el ciego, el esclavo y el guerrero. Eres mi condena y a la vez, mi único soplo de vida. Ya te lo he dicho: te amo. Te tumbo de espaldas y voy penetrándote lentamente. Cierras los ojos y te muerdes los labios y yo lucho por no cerrar los míos: quiero verte, memorizarte. Empujo, y te sacudes. Con cuidado, me deslizo por tu interior, atento a tus gestos, a los temblores de tu voz. Aguardo, y cuando te oigo suspirar, empiezo. Si pudiera grabar en mi memoria cada jadeo, si pudiera guardar en frascos rotulados cada gota de sudor, cada gota de semen... me pasaría los cien años rememorando una y otra vez cada noche que he pasado contigo. Pero no puedo y eso me desespera. Y no puedo porque en estos momentos únicos y preciosos que puedo gozar junto a ti, en lo último que podría pensar es en incoherencias banales. Prefiero disfrutar el momento, hacerles un sitio en mi corazón y recordarlos así, tal como ahora. Esta noche no hay eclipse - Nimphie
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Sonríes y abres los ojos y nuestras miradas se encuentran por fugaces instantes, ofuscadas por el velo del deseo y el sexo, y en mi caso, mi amor. ¿Cómo puedo soportar que mientras que yo te estoy amando, tú tan sólo tengas sexo? Eso es algo que no he podido responderme aún, pero que sin embargo es cierto. Puedo con ello. Y puedo porque sé, en mi interior, que fui el culpable de que el mago del destino nos desterrara del Edén y nos condenara a una existencia miserable. Nuestro amor era pecaminoso y las consecuencias, lamentables. Por eso espero. Por eso aguardo la noche en que despierte y pueda oír nuevamente las declaraciones de amor que me hacías en aquellos tiempos. Nuestras respiraciones juegan a estrangularse y me acerco a tu boca sólo para disfrutar mejor el orgasmo. Polarizar las sensaciones no es mi preferencia. Tus labios me reclaman y dejo caer entre ellos una solitaria gota de sangre. Dentro del beso, te obligo a deglutirla. Veo que te sofocas y me aparto, aún embistiendo dentro de tu cuerpo con la misma violencia. Y entonces, cuando las mareas del clímax comienzan a arrastrarte, gritas mi nombre: —¡Caín! Y yo estallo. Exploto, como un volcán en erupción, como una galaxia o como un cúmulo de estrellas. Me precipito sobre ti, sollozando. —Abel... mi amor, Abel... —Caín... Ahh, Caín... otra vez, ¿por qué? —Porque te amo, por favor, ven conmigo... Y mientras el ritmo frenético y acompasado aminora, clavo mis colmillos en tu garganta tierna. Tus brazos presionan mi cabeza, empujándome contra la ya profunda herida. Tu sangre es cálida, embriagadora y vital, me sacia a la vez que me deja deseoso de más. Bebo el dulce elixir directamente de tus venas, de tu cuello terso y pálido, mientras te entregas a mí en cuerpo y alma. De pronto recuerdo tus muertes anteriores... tus cuerpos débiles, salpicados de pequeñas imperfecciones. Y te veo ahora, sonriendo con suficiencia mientras la vida se esfuma de tus ojos. Y llevándome la muñeca a la boca, dejo que mi sangre brote, imperiosa. —Bebe, Abel — exclamo, con urgencia. Mas tú niegas con la cabeza. Débilmente, alargas un brazo y me acaricias el rostro. Esta noche no hay eclipse - Nimphie
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—Será la próxima vez, Caín. Me encontrarás. Espérame. Te prometo que la próxima vez seré perfecto. Y entonces sí, podré ser para siempre tuyo. Por toda la eternidad. Cuando atravieso de nuevo el salón, el conserje me observa con atención. No levanto la mirada, me alejo de allí y dejo que las callejuelas sucias y degeneradas me arrastren nuevamente hacia donde el mago del destino diga. El destino juega a ser mago y el futuro sigue una lógica siniestra. Abel ha muerto otra vez y yo me encuentro solo en este mundo plagado de úlceras y demonios. Con lágrimas en los ojos, recuerdo la noche del primer sacrificio, cuando el pecado nos empujó hacia la condena que ahora ambos padecemos. Cien años más, ¿podré soportarlos? Sí, lo haré. Y lo haré porque mi amor por Abel sigue intacto y porque sus palabras antes de morir han sido el agua que ha lavado las heridas de mi alma. Alzo la mirada hacia el cielo y allí la veo: la luna, rodeada de los demonios que se burlan y parlotean sin cesar… Porque Abel lo ha dicho y tenía razón: esta noche no hay eclipse.
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Éxtasis Yess Knox YESS KNOX, amante del cine, la música y el arte digital, es, por sobre todo, un escritor nato. Desde 2003, con las primeras líneas de una de tantas historias inconclusas, ha trabajado en todos los géneros posibles, desde la poesía oscura y el cuento infantil, hasta el surrealismo y la ciencia ficción, pasando por el fanfiction y el periodismo. Hasta hoy ha concluido tres novelas. Estudia Bachillerato de Artes y Humanidades especializado en Teatro. Vive en México con diecisiete años cumplidos.
It seemed a place for us to dream… Narcoleptic, de Placebo (2000)
1 Elías desvió la mirada de los pasos presurosos que se encaminaban hacia un objetivo varios metros cerca de él, y que habían concentrado su total atención por unos segundos. De pronto, sintió un extraño jaleo entre sus manos, como un forcejeo. Se dio cuenta de que era él mismo repitiendo inconscientemente la acción maquinal de extraer el CD del reproductor portátil. Echó un vistazo sobre su hombro, ojeando nerviosamente con la misma necedad de un homicida antes de acabar con su víctima; era una inquietante costumbre, como temiendo que su mente fuese tan débil y ligera, que cualquiera podría entrar, entre bostezos y flagelos, en ella. Y su mente no era un lugar suficientemente seguro. —¿Qué dices? —articuló una voz detrás suyo. Se giró bruscamente, y los ojos de oricalco que le devolvieron la mirada eran justamente la mejor razón para evadir a su conciencia. —Muy bueno —respondió, con la sonrisa plana y ácida que era propio reservar para Kevin—, pero abusas un poco del bajo, está muy sucio el sonido, y cambias los La por Do, pero no es algo que no podamos corregir. —Sonrió divertido al notar cómo incluso su voz acentuaba la palabra; otra sonrisa, esta vez para consolar la breve decepción que se cristalizó en el moreno y firme rostro de su amigo. Éxtasis - Yess Knox
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Descubrió que no estaban solos; sin embargo, como sucedía siempre que escuchaba únicamente la voz de Kevin, aislándose de todo ruido externo, le pareció que era la más preciosa aria que jamás se hubiese interpretado, o el eco de todas las cosas que él quería oír; y como sucedía siempre, no se percató de la presencia de Sofía hasta que ella revoloteó sus labios hasta los suyos. Como de costumbre, los sintió tibios y acaramelados, después de relamerse los suyos propios con discreción. Ya estaban habituados a que la chica saludara a ambos chicos besándoles en la boca, y nadie (por lo menos mientras ella portara las blusas suaves y escotadas y el quebrado cabello cayendo de esa forma tan inocente sobre su rostro de marfil) quería ocuparse en descubrir un por qué. —¿No descansan, verdad? —preguntó, formando su mohín de sorpresa, un encanto que se reservaba para ellos. —Lee mi playera, niña —indicó con falsa petulancia Kevin; gustoso. Elías lo hizo, aun a sabiendas de que encontraría la leyenda «I AM A CLON OF GOD» estampada en grandes letras negras sobre la tela parduzca. Mientras Sofía ahogaba una risa boba ante la inscripción, paseó la vista sobre el torso que se encuadraba bajo la ajustada prenda; había realizado esa acción montones de veces en esos últimos días, cada vez que descansaban en alguna de sus habitaciones, o ensayaban en su garaje, o se topaban en el colegio entre clases, o salían al techo a tumbarse bajo la luna invisible de las noches sucias y tóxicas. Así que conocía como la palma de su mano las tetillas redondas y suaves que dibujaban un par de sombras solitarias sobre los pectorales cuadrados y tersos, y las curvas que se trazaban sobre sus costados, enmarcando el abdomen duro y marcado que dejaba entrever surcos sobre la tela, descubriendo una fina línea de vello oscuro cuando estiraba los brazos para ajustar los reflectores, o buscar un álbum, o desperezarse, y la camisa se elevaba unos centímetros, uno por cada suspiro que Elías se tragaba en sus adentros. Otro el que se guardó esa tarde para Sofía. —Ah, se me olvidaba. Van a venir Carla y Mónica, y también viene su hermano —les anunció jovialmente. Para esos momentos, el vestíbulo del foro se encontraba a mitad de su capacidad, y las voces del gentío que parloteaba y reía se conjugaban como una feroz y vulgar melodía que Elías detestaba. Pues, lo dicho, sólo había dos cosas en ese mundo que deseaba escuchar por sobre otras cosas: su guitarra… y la voz de él. Éxtasis - Yess Knox
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2 Elías conectó las guitarras a la consola, distraído: por suerte, era un movimiento casi inconsciente en él. En realidad, sabía que fuera del escenario, el mundo sólo era una vulgar copia de su verdadero Universo: las luces, los camerinos, los cobertizos sucios, las guitarras de doscientos dólares, las chicas eufóricas, las madrugadas sentado frente a su laptop y los sintetizadores eran su único modo de vivir. —Baja las frecuencias —pidió David, después de rasgar las cuerdas. Volvió a calarse los auriculares, no sin antes sacudir su larga melena negra, rematada por puntas en color cobre; el bajista no era guapo, pero se infería un aire seductor con sus eternas gafas negras y las ropas andrajosas. A Elías le caía muy bien, aunque en realidad lo había conocido gracias a Kevin, se habían relacionado mejor de lo esperado gracias al crack y a Joe Satriani. Siguió sus órdenes, y deslizó los interruptores hasta que el otro alzó ambos pulgares. Se separó de la consola, y no por fortuna se detuvo en Kevin, en la última fila de las butacas, charlando animadamente con Sofía, que jugueteaba ansiosamente con su llavero, como hacía cada vez que pasaba demasiado tiempo en medio de una conversación masculina, y con Héctor, su manager. Héctor Palazón era un hombre cuarentón, casi calvo, que en un vistazo podía pasar por un ratón de biblioteca. Sin embargo, era uno de los bateristas más rápidos y talentosos que los chicos habían conocido, y toda una enciclopedia musical, desde el vulgo frenético de Syd Barrett hasta la prosa estética de Shostakovich. Por lo mismo, Kevin (el verdadero líder de la banda) no había dudado en tomarlo por agente. A los otros miembros les incomodó el hecho de que un metalero pudiese lucir como un profesor de Biología, pero después de conseguirles sitio en el Festival Xcéntrico y el Polyforum, no podían pensar en nadie mejor para el grupo. Uno de los organizadores del toquín apareció detrás de la cabina de audio, hablando por un radio. Se acercó al trío, dirigiéndose a Kevin. Éste se giró, y Elías se deleitó discretamente con la vista de sus jeans deshilachados colgando precariamente de su cintura, descubriendo los boxers azules y ajustados que solía llevar. Lo había visto en ropa interior infinidad de veces desde que eran niños, pero, por extrañas razones que aquel día no podía darse el lujo de explicar, ahora le producía un extraño cosquilleo pensar en lo que ocultaba ese corto trozo de tela. Éxtasis - Yess Knox
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—¡Hazme caso, cabrón! —gritó una voz, al tiempo que recibía un golpe en la nuca. Se giró, para encontrar a Eric, baterista del grupo, observándolo con furia contenida. Era una de las personas más impacientes que había tenido la ventura de conocer, y en más de una ocasión fueron ellos los protagonistas de auténticas riñas entre la banda; sin embargo, aquellos que no le conocían realmente (esto es, los fans de MySpace y las chicas que soñaban con él en Metroflog) encontraban sexy y salvaje su semblante encarecido, el cabello negrísimo y alborotado, los ojos de miel observando fijamente las fotografías… y el delgado torso siempre desnudo (un estúpido capricho con el que pretendía homenajear a Hendrix, aunque resultaba demasiado soso para tomarse en serio). Ahora tampoco llevaba camisa, aun cuando faltaban todavía dos horas para el concierto. Incluso así, Elías nunca lo había encontrado atrayente, ni siquiera atractivo. Alguna vez, como terminan por hacer los chicos que llevan demasiado tiempo juntos compartiendo su tensión sexual, lo besó con suficiente frenesí para descubrir tres cosas: Eric no sabía besar, Eric no era atractivo, y Eric era completamente gay, cosa nada difícil de descubrir gracias a la extraña intimidad que tenía con su hermano menor. —¿Qué quieres? —respondió con tibieza, aún distraído gracias al trasero de Kevin. —¡Que me hagas caso, mierda! Te digo que no encuentro mis batucas, las de color negro. —¿Ya buscaste en tu mochila? —A ver ¿si no, por qué te pregunto? —Su mirada de lince le dijo que no estaba de humor para bromas; aunque eso era lo habitual antes de cualquier presentación…| —No sé, pero Kevin tiene unas. Pídeselas. —No le voy a pedir nada a ese imbécil —espetó, echando una mirada colérica hacia el rubio—. Ese miserable dice que no traiga a mi novia, para concentrarme, ¡y es el primero en traer a su vieja! —Sofía no sale con él —declaró rápidamente—. Es sólo una amiga... —Uy, si, qué amiga. Yo tengo muchas y no me paso el tiempo manoseándolas… —No, porque eres… —Cállate —farfulló, y cruzó los brazos sobre el pecho, un acto Éxtasis - Yess Knox
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reflejo cuando Elías, el más astuto de los cuatro, se refería en cualquier sentido a ese detalle. —Entonces deja de decir idioteces, y pídeselas. —Con una seña grosera, Eric se alejó, directo a los camerinos. Viendo los macizos músculos de su espalda, agradeció a Dios que no fuese el vocalista de The Narcoleptics.
3 Sólo por hacer algo, Elías cogió uno de los flyers desperdigados en el suelo, y leyó el anuncio que ya sabía de memoria: debajo de su logo (la silueta de un bebé con los ojos vendados), la mejor fotografía de The Narcoleptics coronaba el nombre de la banda en enormes letras rojas: FESTIVAL EUFORIA INDIE / JAZZ / FUNK / ALTERNATIVO / PUNK MARZO 21, FORO PDA >>> THE NARCOLEPTICS <<< en tributo a INTERPOL RENTON / ELLI NOISE / ESCRUTINIO / CES’T LA VIE /DIADEMA / LOS FUHRËRS / SOBRINOS DE FARGO / LOS MALICONES PREVENTA: $ 120 / COMUN: $ 150 Sin creerse pretencioso, disfrutaba con la vista de la banda en esos enormes caracteres: se remontaba algunos años atrás, incluso unos pocos meses antes, cuando debían aceptar con modesta abnegación los últimos renglones del cartel, tan pequeños como la ovación que debía extenderse sobre el público. Cada milímetro que el nombre de la banda aumentaba en los carteles, cada segundo extra que una estación de radio dedicaba por las madrugadas a una de sus canciones, cada sujeto que saltaba como un gato sobre ellos cuando paseaban sin nada mejor que hacer por el Chopo; todo se conjugaba en una minúscula y deliciosa victoria. Éxtasis - Yess Knox
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En vez de pellizcarse el brazo, recorrió la amplia y desordenada habitación en que se encontraba, tratando de convencerse de que aquello no era sólo un sueño del que su madre, la fría luz de la mañana, o el insoportable mareo digno de una resaca podían despertarlo; adosados a las paredes de madera pintadas de negro (que se desvanecía conforme aumentaba la luz de los grandes reflectores sobre ellos) había tres mullidos y viejos sofás tapizados de parches y prendas olvidadas. Una larga tabla a modo de mostrador hacía las veces de tocador, con espejos de teatro incluidos. Esparcidos sobre ésta, había latas de espray, aerosol, tinte, toallas húmedas, botellas de gel vacías y aplastadas, ceniceros rebosantes y revistas Rolling Stone del año pasado. Varias hileras de percheros recorrían la circunferencia de la habitación, todos acogiendo bultos de todos tamaños y colores. Los espejos de cuerpo entero que cubrían la pared del fondo lucían rayados, con golpes que trazaban telarañas blanquecinas y manchas de grasa transparente sobre su reflejo, y en un rincón que lentamente se atestaba de polvo inclemente, un viejo piano negro cubierto por una gruesa manta, como reclamando el sitio que merecía la música fina en un lugar deplorable como ese. Y ese era el tipo de mundo que Elías amaba. Centró su vista en el reflejo que aparecía detrás del piano, flotando como un espectro entre la nube de polvo que revelaba la iluminación mortecina; sus inquietos ojos de miel le devolvieron la vista de un muchacho blanco, casi pálido, un poco más bajo para su edad, con una abundante y ordenada mata de cabello en profundo castaño cayendo sobre sus hombros. La playera negra de mangas largas quedaba un poco grande sobre sus espaldas cortas y sus brazos fuertes y levemente arqueados, y definitivamente, los jeans que venía usando desde los trece años no le favorecían mucho. —Todo menos un rock star —bromeaba a menudo Kevin. —Todo cuanto quieras. —Se respondía en silencio. Su reflejo se golpeó la cabeza con un puño. No tardó en notar que era él quien se estaba lastimando. Trazar escenarios imposibles y bizarros era una de sus grandes habilidades; de otra forma, no imaginaba cómo podría escribir canciones sobre putas, leopardos, Nietzsche, el Corán y esperma de niños, y darles una coherencia de la que ninguna otra persona que conociera era capaz. Pero siempre había un abismo, espantoso e infranqueable, entre el onirismo de sus canciones y el Kevin surrealista y solícito que se Éxtasis - Yess Knox
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imaginaba a placer todo el tiempo. Era un hobby, meramente. Cuando no podía (o no le apetecía) prestar atención en clases, o no podía probar bocado durante la comida, o el sueño deseaba ignorarlo por un buen tiempo esas noches en que se disponía de corazón a dormir como Dios manda, no encontraba mayor placer que visualizar, forzando todos sus sentidos, a Kevin (mejor dicho, a su Kevin, el que sólo podía ser en los estragos de su memoria), tumbado a su lado, con sus ojos de ultramar escudriñándolo como un arqueólogo al tesoro, descifrando las infinitas sensaciones que ya no se podía reprimir. Lo imaginaba, noche tras noche, un poco más cerca, sintiendo en cada fibra de su ser el calor suave y la fragancia a caoba que el chico nunca dejaba. Sentía las arrugas de su ropa rozando contra su cuerpo, imaginaba esas manos desnudas y trabajosas desvistiéndose poco a poco, dejando para él, sólo para Elías el regusto del cuerpo exquisito y pétreo que se abrazaba a él, el trazo enloquecedor y perfecto que lo cruzaba de pies a cabeza, la suave y lampiña piel que vibraba de placer a cada roce imaginario, la saliva caliente y perfumada que emanaba de sus labios carnosos y entreabiertos, su nariz perfecta y pecosa restregándose en su cuello, el bulto que empezaba a crecer bajo los boxers que se pegaban a su cuerpo como una pintura. Entonces, mamá, o la fría luz de la mañana, o el insoportable mareo digno de una resaca lo expulsaban del letargo soporífero que se había formado, descubriéndose con las manos aferrando un arcángel invisible y gotas de presemen empapando sus sábanas. Se sentía como un niño, con sueños húmedos acechándolo a tal grado que se debatía entre el pánico y la fiera curiosidad de dormir, sólo para toparse con ese mundo de exceso e inocente placer que le regalaba la madrugada. No recordaba ya cuándo había dejado atrás su etapa de ocultarse en el baño a explorarse, o de esconder las revistas hentai debajo del colchón. Y tampoco podía recordar en qué momento lo había vuelto a hacer. Mucho menos cuándo había descubierto eso. Todo el tiempo pensaba en Kevin; desde que se habían cruzado en las filas del colorido salón de primer grado de primaria, con sus cortes y los uniformes almidonados, sabía que ese niño de repeinado cabello rubio y el Nevermind de Nirvana siempre en el bolsillo delantero de su mochila era el ser más precioso, gentil y maravilloso que nunca conocería. Por lo mismo, siempre se insistió (y de pronto, diez años después, en ese camerino, descubrió que aún imperaba esa sensación) en que él, Elías Valencia Mier, no era lo suficiente para Kevin Castillo Éxtasis - Yess Knox
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Hernández, ni mucho menos. Pero Kevin lo había escogido a él como su hermano, como el otro elemento de esa simbiosis que invariablemente cualquier ser humano que se diga con corazón encuentra en otro. Invariablemente, en esas condiciones, mientras bajaba la cremallera de sus pantalones, no sin antes asegurarse de estar completamente solo, se sintió orgulloso. Con sus dedos apretó su miembro sobre la tela de su arrugada ropa interior. Llevaba sólo unos minutos con esa erección, pero ya sentía un éxtasis arremolinándose en su interior. Echó hacia atrás la cabeza, y su tacto se amplificó al grado de sentir las puntas de su cabello ondulado escociéndole la nuca. Buscó con frenesí debajo de los boxers, hasta dar con su pene, tibio y palpitando a la misma velocidad que su corazón. Escuchó una risotada, que reconocía como la de Eric. Otra, la de Kevin. Era muy débil. Con eso bastó para ponerse en marcha. Frotó suavemente su glande de arriba a abajo con el índice, masajeándose con furia, y después, con ligereza, a intervalos. Con el pulgar acariciaba el resto del músculo, dejando que se estimulara, encogiendo los testículos que apretaba con los dedos restantes. Se detuvo, para extenderse a sus anchas en el sofá; por fortuna, los otros narcoleptics sabían de su afición a la soledad, y respetaban sus continuas sesiones de espiritualidad consigo mismo (como llamaba David a sus propias masturbaciones). Con las yemas de los dedos, formó un semicírculo alrededor del glande, apretando y relajando. Sintió la piel tensándose a cada fricción, mientras su mano derecha se ocupaba en despojarle hasta las rodillas de los pantalones y la ropa interior; su pene saltó tan grande como era, y con los ojos cerrados, Elías sólo podía figurar lo excitado que se sentía. En sus movimientos, alcanzó a distinguir bajo sus piernas una textura conocida: la reluciente chamarra de cuero de Kevin. Era uno de esos milagros que llegan para los penitentes. Se recostó, apretando la nariz sobre ella. La fragancia de Kevin seguía impregnada en la prenda, y el tacto se asemejaba a su piel húmeda e hinchada después de bañarse, cuando encontraba a Elías tumbado en el suelo, con Luciano Supervielle a todo volumen, esperándole para salir a comer. Éxtasis - Yess Knox
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Kevin se quitaba la toalla anudada a la cintura, y con una maldición, se le echaba al rostro, perfectamente oculto de su vista, como hacen los dioses a los mortales, negándole su vista. Pero Elías se conformaba con las gotas de sudor y agua insípida que destilaba la toalla, aún caliente después de algunos minutos sobre la virilidad de Kevin. El recuerdo lo impulsó aún más, y ahora fue con toda su palma que restregaba su miembro, del cual emanaban las primeras gotas de líquido, mojando el suave vello que rodeaba sus genitales. La fricción contra la chamarra de Kevin producía un chirrido suave pero notorio. Debía terminar rápido. Apresuró sus movimientos, llevando ese animal hirviendo y creciente a su abdomen. Le gustaba la sensación de su propio semen derramándose en su piel seca. Le gustaba imaginar que, en uno de esos escenarios posibles, era Kevin quien depositaba en él toda su pasión… Le gustaba pensar que, a veces, él mismo era Kevin. La explosión no tardó en llegar, junto al breve orgasmo que lanzó sus caderas al aire, para después dejarlo caer, rendido, sobre el sofá. Había imaginado a Kevin, no como otro, sino como él mismo, en su propio cuerpo… Y se vio a sí mismo como un niño indefenso, suplicante, deseoso, entre sus musculosas piernas, torneadas con interminables prácticas de fútbol, eyaculando sin más sobre sí mismo… Vio a Kevin, dentro de su propio cuerpo, penetrando con una ira que pasaba por amor al Elías ilusorio, tendido cuan alto era, bebiéndose cada gemido de placer. Con disimulo, atrapó una mascada escondida entre los cojines deshilachados. Se limpió, recuperando el ritmo de su respiración, deseando, como nunca antes, ser Kevin. Entonces, recordó que ese día todavía tenía muchas cosas por hacer.
4 —¿Te divertiste? —preguntó David con voz socarrona, cuando salió, tan lúcido como le fue posible, de los camerinos. ¿En serio estaba tan agitado, era tan evidente? —Vete a la mierda —contestó, dejándose caer en el suelo, abriendo el estuche de su guitarra, cubierto de cromos y fotografías. Éxtasis - Yess Knox
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Sin querer reparó en una, su favorita… Cuando el año pasado, él y Kevin habían salido a Cancún… en la alberca, con una cerveza a medio vaciar cada uno, desnudos hasta la cintura, demasiado cerca para ser sólo amigos. En esa ocasión, había sentido que, igual que él, Kevin no era lo que se suponía. La curva de sus nalgas redondas y firmes al nadar, o sus tetillas duras y marrones al salir del mar, o las huellas perfectas que dibujaba en la arena… Cada detalle estaba grabado como a hierro… Cada detalle demasiado perfecto y constituido para ser simplemente una gama de fortuitas coincidencias para enloquecerlo de lujuria. —¿Cuántas veces te la haces diario? —insistió David. Aun a espaldas de él, adivinó su sonrisa pícara, y los ojos risueños y levemente malévolos bajo las gafas. No era malo, ni siquiera desagradable. David Márquez Rangel era sólo uno de esos adolescentes de actitud desenfadada, casi aniñada, que disfrutaban de las bromas y los juegos. Ese tipo de adolescentes que, a la par de su personalidad infantil, podían llevarse a la cama a cualquier chica eufórica con su magnética inocencia. El único problema era que Elías ya no sabía distinguir entre lo bueno y lo malo. —Pues, ¿a qué hora estamos? —aventuró, sarcástico. —Son las cuatro en punto. —Pues, unas doce veces hasta ahora —dijo, siguiéndole la corriente. David rió, como esperaba, y Elías se resignó a recordar que era un niño en cuerpo de adolescente… con doce acostones por mes. Agitó la cabeza, disimuladamente, abriendo con la pequeña llave el estuche. —¡No manches! —exclamó David, echando un vistazo sobre su hombro. El placer del recuerdo de Kevin en bañador se deshizo ante el inevitable y petulante orgullo que sentía, y que sin duda dejó desarmado al bajista. La Stratocaster relució como una estrella contra el tajado entarimado de madera. Sus cubiertas de negro perlado estaban lo bastante pulidas para ofrecerle un reflejo radiante y sonriente, las cuerdas tensas y simétricas se agitaban armoniosamente al toque de un dedo, y el autógrafo de tinta blanca, ennegrecido pero visible, que ponía LENNON, destacaba sobre lo que podría pasar por una joya. El instrumento era un mito, por lo menos entre los integrantes de The Narcoleptics (y aquellos despistados que, por razones extrañas, Éxtasis - Yess Knox
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eran demasiado cercanos a la banda). Era un obsequio del abuelo de Elías a su nieto favorito, en recompensa por faltar al festejo de su onceavo cumpleaños. El chico, aún después de seis años, no digería del todo el shock que le golpeó cuando, al arrancar la envoltura de celofán, descubrió la firma, pulcra y envuelta en una especie de aura que le hacía intocable. A medias conocía la historia de su origen, en gran medida debido a su ilusión de perpetuar para sí mismo el mito; sin embargo, no podía negar (ni evitar el recuerdo) que su abuelo vivió en Liverpool cuarenta años antes, músico aficionado y fanático de ese club de cuarta llamado The Cavern, donde tocaba un mal grupo llamado entonces The Silver Beatles; que el vocalista de The Silver Beatles, llamado John, era quizás el único que convivía con la clientela del bar; que el abuelo, augurando un buen futuro para aquellos hippies de cabello largo, le ofreció su guitarra nuevecita (comprada a base de dos años incansables de trabajo en una pescadería) para un autógrafo; que John firmó sin recelo alguno, no sin antes aclarar que era una guitarra estupenda que él mismo envidiaba. Evidentemente, el abuelo Jaime no podía imaginar entonces que sería cuestión de dos años para que una placa llamada sencillamente The Beatles apareciera en las tiendas clandestinas del underground londinense, con el rostro del viejo conocido John y los otros escarabajos, ni que bastaría uno más para que cien mil personas lucharan a muerte por entrar a un concierto de los chavales, ni que la reina Isabel armaría caballero a John, ni que John se convertiría en el músico más grande de todos los tiempos, ni que terminaría su existencia sacra a manos de un gordo y pervertido fanático. Ni que, desde luego, él poseía uno de los primeros autógrafos de John Lennon. Como toda leyenda, la historia era turbia, perturbada además por las lagunas de memoria que aquejaban al anciano. Sin embargo, Elías se conformaba con esos escasos detalles, prefiriendo conservar el misterio y misticismo alrededor de ese Santo Grial de treinta libras esterlinas. Claro, también eso les bastaba a The Narcoleptics. Elías había contado los conciertos esperados para dejar su vieja pero querida Fender en casa, y presentar al mundo, no sin un dejo de censura, la guitarra tocada por las manos que habían creado al Sargento Pimienta. Ansiaba el momento justo y digno, para utilizarla como se lo merecía; incluso había comprado plumillas nuevas, y cableado nuevo para los amplificadores, gastándose mesada tras Éxtasis - Yess Knox
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mesada, pero no lo suficiente para ese tesoro que ese día aporrearía al ritmo de Evil y Wracking Ball. Se rió de sí mismo. Por unos largos minutos, dejando que David chillara maravillas técnicas alrededor de la guitarra, su atención se había disipado de Kevin, concentrándose únicamente en el agradable cosquilleo en su estómago, la emoción creciente y completamente nueva que nunca había sentido. No antes de un concierto. Pero claro, ese no era un concierto cualquiera. Hacía sólo dos semanas que su primer sencillo oficial, God’s Foot había aparecido en la radio, causando un inusitado despegue de las visitas a su MySpace, la desesperación de Héctor ante las llamadas y correos de fanáticos y representantes, y una nada saludable distribución casi ilegal de su demo, adornado con covers de Pantera, Mogwai, y desde luego, Interpol. Kevin no pudo, sin embargo, dejar de sentir un ligero pero obvio peso, al descubrir que había hecho falta esa parafernalia y excesiva globalización por una canción que había escrito durante una tarde de juerga para que la banda recibiera el reconocimiento merecido. A David no le importaba demasiado; de hecho, estaba más ocupado en escoger cuidadosamente más covers para el concierto de ese día, y otros tantos para un EP por el que ya habían firmado contrato con la disquera Matador. Eric se sentía lo bastante satisfecho para no rezongar durante esas dos semanas hasta que, durante un ensayo, descubrió que le era imposible tocar The Heinrich Maneuver decentemente; había gritado, pataleado y azotado a su hermano durante tres días, hasta que el propio Elías se ocupó durante doce horas a entrenarlo. Elías, por su parte, descubría que el éxtasis crecía, hervía cada vez con más insistencia dentro de él, se concentraba en esa justa fecha, no sólo por la perspectiva de tres mil personas coreando las rolas del grupo que más amaba… sino que el cumpleaños dieciocho de Kevin coincidía con otro momento especial. Y ese momento especial era ese en que, después de diez años, Elías finalmente había reunido la valía para decirle lo que sentía. Era demasiado cursi, mucha miel y poca hiel, como decía Sofía, pero había decidido que, ahora que con toda seguridad el estudio de grabación y las giras que les prometía Héctor, pasarían demasiado tiempo juntos. Demasiado. Elías se había atormentado con esa dulce tortura por mucho tiempo, dividido entre el éxtasis de un secreto oscuro que ansiaba por Éxtasis - Yess Knox
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gritar, y el pánico de alejar a su único y mejor amigo verdadero. Cada segundo que, por casualidad, coincidían en la misma habitación, a solas, aislados de otros seres que no harían sino perturbar ese Edén efímero, eran como mil años desperdiciados… Mil años en que podría besarle, susurrarle palabras de amor al oído, recorrer su cuello, cantar alegorías de pasiones inusitadas, poseerlo como deben los amorosos, hacerle el amor con todo y como todos, sin importar nada sino su voz de tenor, quebrada en miles de fragmentos eufóricos. Mil años que se diluían con los silencios incómodos y las miradas lascivas, los escarceos fingidos y los roces inquietos y prudentes que le dedicaba al focal de toda su ilusión, a Kevin, a su amigo, su compañero, su hermano, el cantante idealizado de rubios cabellos que no podía arrebatarse del pensamiento. Sin importar nada, ni nadie, ese día lo haría, a las once en punto, cuando terminase el toquín, lo aislaría en algún rincón remoto (los baños, tal vez, aunque era un método obvio y clásico) y le espetaría el torrente de monólogos que se había guardado por demasiado tiempo, injusto para el que sabe amar. A Elías no le bastaría con un solo: «Te Amo.» Le bastaría con unas siete veces, tal vez.
5 Arrebató con un mohín juguetón la Stratocaster a David, que la devoraba con la mirada. Cuando abrió la boca, seguramente para proponer u intercambiar, Elías le dedicó una de sus hábiles miradas perturbadoras. El otro se encogió de hombros, ajustándose las gafas, y se estiró en dirección a las consolas de audio. Eric, apartado del escenario, practicaba sobre una pila de cajas con las batucas de Kevin. Lucía más relajado, tal vez finalmente había dominado The Heinrich Maneuver… O quizás, como sucedía con cualquiera que se cruzaba con Kevin, había caído ante el encanto de su cálida mirada acuosa y su sonrisa estelar, apaciguándose. —¡Déjame verla! —chilló una voz suave, y se encontró a Sofía sorteando el escenario hasta él, tropezando con la batería, y finalmente desparramándose a su lado, entre risas femeninas. —Cuando quieras… —respondió, con esa pasividad perversa que le reservaba a ella. —¡No juegues! ¡Quiero verla! —insistió, tratando de alcanzar la Éxtasis - Yess Knox
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guitarra que el chico había alzado fuera de su alcance. —Está abajo, cógela cuando quieras —se burló, girando las caderas frente a ella. Sofía, de pronto, adoptó una pose firme y estudiosa. La actitud de quien sabe lo que quiere y puede emplearlo a su antojo. —Pues si hace falta… —Con un solo movimiento, comenzó a forcejear con los pantalones de Elías. Éste, de inmediato, se separó de un salto, y con un falso mohín de asco, le cedió la guitarra. —Ya sabes que me aterras…—protestó. —Sí, dime algo que no sepa. —murmuró la chica, examinando con cuidado la circunferencia ondulada del instrumento. Como hacían todos, se detuvo alrededor del autógrafo de Lennon, como haría si le permitiese tocar la Gioconda; incluso notaba sus dedos temblando suavemente. Suspirando, la devolvió a su dueño, más laxa. —No puedo creer que tocaras con ella… —Músculo que no ejercitas, se atrofia. —Elías sonrió, cruzando la correa de cuero sobre su pecho. —¡Todo el mundo habla de ella, Eli! ¡Los vas a volver locos…! —Espero más locas que locos. —No inventes, como si no te gustara. —No me gusta —replicó, tajantemente. Si David era divertido al referirse a su homosexualidad, Sofía, sin querer, lo hacía parecer como algo propio de un bicho raro que debe ser aplastado. Y eso le incomodaba. —Oye, hablando de locas, Mónica… —Ah, tu amiguita, la rara… —No es rara, tonto —le riñó—. Es… extrovertida. —Y entrecomilló con los dedos—. Bueno, ella dice que estás guapísimo, guapísimo, y que cualquier cosa que desees, para el estrés después del concierto... —Le guiñó un ojo. A Elías no le gustaban las amigas de Sofía, por bastantes y aceptables razones: primero, porque no le atraían las chicas desde secundaria, y segundo, porque todas eran demasiado precoces, turbias y desaforadas, a tal grado que dejaban a Lolita como una simple aficionada. Éxtasis - Yess Knox
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Las insinuaciones nunca faltaban cuando Mónica o Carla, acompañando a Sofía, asistían a los ensayos en el garaje de Kevin. Los cuchicheos, las comparaciones, las nalgadas y caricias espontáneas sacaban de quicio a los muchachos, a tal grado que David y Kevin (los únicos en condiciones emocionales para lidiar con ellas) debían besarlas, o permitirse algo más con tal de sacarlas de la casa el tiempo suficiente para ensayar un par de horas sin lujuria femenina. Él, por su parte, se dejaba caer sobre una caja de cervezas, arrumbando su guitarra a sus pies, respirando efusivamente, implorando porque su amigo entendiese la obvia indirecta. Eso, o solía perderse en los labios varoniles que se apretaban con desesperada ansiedad sobre la piel de niña… O las manos, que solía encontrar aferradas a un micrófono como a la vida misma, explorando los huecos sobre la figura menuda y tibia, en que hundía el rostro, dejando que, a su vez, su amante provisional e improvisada se arrastrase bajo su ropa. Cada minuto que aquellas serpientes discurrían sobre su cuerpo de mármol, era un suplicio. Cada noche después de aquello, una bendición. Pensó en Mónica, su cabello rojo, sus dientes parejos, las eróticas muecas que solía esbozar con petulancia a la menor provocación, sus pechos redondos y firmes, el trasero que cualquier chico en su sano juicio no podría rechazar… Con un gusto perverso, imaginó a la chica esa tarde, cuando, al tiempo que el resto de su pequeño mundo, al tiempo que su Romeo, se enterara de las pasiones diáfanas que ansiaban por salir. Como solía suceder en esos momentos de delirante angustia a los que se habituaba, el tiempo se estiró poco a poco. De pronto, los pasos de Sofía se deshilvanaban con insoportable lentitud, sus palabras hacían ecos por horas, y su propio cuerpo se sentía más enardecido y pesado que lo habitual. Agradeció por esas horas más, una a una… Por esos últimos ratos de secreto al que aferrarse.
6 —Ustedes pasarán después del intermedio de las bandas anteriores — anunció Héctor, alternando su plática con The Narcoleptics y la conversación que sostenía en un veloz francés por su radio localizador. Éxtasis - Yess Knox
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Elías se removió en su asiento sobre el piso, ligeramente turbado. A su lado, Eric se rascaba detrás de las orejas con una batuca. David armaba un avión de papel… y Kevin se hundía en sus pensamientos. Adoraba esa actitud, por sobre todas las cosas. Las caricias que se dedicaba en su honor iban siempre acompañadas con la imagen de ese Rodin rubio, alto, musculoso, pensativo, ensimismado, serio, solemne, aterrador y divino… Aparecía en los momentos menos esperados, cuando debía analizar, nota a nota, el solo de guitarra de Elías; cuando escuchaba un regaño de su madre; cuando buscaba la palabra exacta con que terminar una canción; cuando esperaba, emocionado, la respuesta de alguna chica interesante en su MSN. Era como un ritual, o así lo pensaba Elías. Quieto, se extraviaba en el torbellino de sensaciones que la figura espigada y encorvada de Kevin, hundido hasta el cuello en su cabeza, rindiendo un silencioso culto a su dios verdadero, a su esperanza, al móvil de sus acciones, a la chispa que devolvía la luz a los narcolépticos… Kevin se había sentado sobre el sofá. Sobre ese sofá. Seguramente, el semen seguía fresco sobre el anticuado tapiz. Se encogió un poco más para ocultar la nueva erección que ansiaba por salir. Como alertado por un instinto natural, Eric se inclinó levemente hacia él. La presencia de un hombre gay, con el torso desnudo y prácticas sexuales cuestionables, lo hizo sentir incluso más incomodo. Aun peor si era Eric… —Los presentará D.J. Rocke, cerca de las 9:30. Tienen hasta entonces para ocuparse en cosas productivas. —Su tono pasó del chaval desenfadado que les ofrecía marihuana y pizza por igual, a la voz autoritaria de un padre que se sabe con poder y responsabilidad sobre sus hijastros hormonales. David y Kevin compartieron una mirada cómplice que no pasó inadvertida. Aún quedaban las cicatrices de la última resaca. —Sí, David, de eso hablo. Y tú, Kevin, mira, eres el mayor de todos… —¡Yo tengo diecinueve! —protestó Eric, alzándose sobre sus rodillas, extendiendo su abdomen plano ante Elías. Él fue el único que notó el bulto que crecía bajo los desgarrados jeans de su amigo… Y también quien, improbablemente, dudó si en realidad había hecho ese movimiento para quejarse. —Hoy es mi cumpleaños, imbécil —recordó Kevin, sonriendo… Éxtasis - Yess Knox
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Incluso las blasfemias sonaban como oraciones dulces en esa boca, su Arte… —Entonces, ahora es el mayor, así que espero más de ti, y no me preocupa decirlo frente a ustedes; espero mucho esta noche. —Hizo una pausa dramática, suavizando su tono—: Sé que aprecian esta oportunidad, y no quiero que lo echen a perder… —Las últimas palabras se endurecieron, y Elías sospechó por un presentimiento perturbado que lo mismo sucedía con la virilidad de Eric. Distraído, no se unió a la algarabía que armaron los muchachos cuando Héctor salió del camerino, con su barriga indecente bamboleando y las canas saltando en todas direcciones. —No tengo que abrazarte, ¿verdad? —bromeó David con un improbable tono alarmado, estirándose a sus anchas sobre el suelo. Arqueó la espalda, a la usanza de un gato, de modo que su bulto quedó evidenciado contra la gruesa mezclilla. Elías, demasiado vulnerable a impulsos de ese tipo, no hizo sino suplicar ilusoriamente que su amado hiciera lo mismo. —Oye, arruinarás la sorpresa del pastel —añadió ofendido Eric; su sarcasmo se antojaba más lúcido y elegante. —Y la piñata. —No olvides el juego de las sillas —agregó Elías, no muy convencido de que, en su condición, su irónica actitud funcionase—. A nuestro estilo, claro… —Si quieres darme algo más, por mí perfecto —contestó Kevin, con una mirada juguetona pero delirante hacia David, quien le respondió con el golpe de un cojín. Él daría su vida, y la de todos los santos, por una mirada así. Aunque todo el tiempo bromeaban sobre los clandestinos mundos gays, maldiciendo en inglés y francés, imitando voces agudas y deshuesadas, tocándose con nerviosos ademanes que se antojaban peyorativos, y compartiendo ataques histéricos frente a la pantalla de un televisor inundado de pornografía barata, Kevin había ofrecido sus lascivos consuelos improvisados a todos sus amigos, llegando a extremos en que creían vislumbrar más cosas de las que parecían. A todos, excepto a él, como si una sutil veneración al lazo sagrado que los unía le impidiera la siquiera figuración hipotética de un espasmo de lujuria. —¿Quieren un poco? —ofreció Eric, finalmente centrado en sus acciones, extrayendo de sus bolsillos traseros una pequeña bolsa de Éxtasis - Yess Knox
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plástico, enrollada fuertemente, y en la cual se distinguía un montoncito disimulado de minúsculas hojas verduzcas—. Ya saben… para honrar a los antepasados y esas madres —añadió, como excusándose, pero con sorna. La invitación fue recibida con aplausos y gritos aniñados. Elías se percató muy tarde de la repentina emoción de los demás, y cuando éstos ya moldeaban los cigarros, él apenas recibía unos pocos gramos en sus manos. —Alguien se está poniendo católico... —bromeó Kevin, sonriendo perversamente hacia él. Entre el vuelco de su corazón, al reflejarse en la pureza de su sonrisa, logró conectar algunas palabras astutas. —Es que tu mamá insiste con el catecismo. —Y manipuló una cabeza invisible, dedicada a una felación inexistente. Todos rieron de nuevo, con las voces graves y estertores que se acuñan cuando muchos varones deciden reunirse a compartir una comunión (como llamaba David a las ruedas indias y los ratos de ocio con peyote). Esas ocasiones constituían un odioso placer para el chico. Detestaba la marihuana, los porros y el alucine pordiosero que estos le ofrecían; no así las reacciones que depositaba en los cuerpos ingenuos y laxos de sus amigos. Pues, aún en las expresiones nulas, vagas, los ojos acristalados y las palabras apenas murmuradas, podía rastrear resabios de placer que él capturaba, guardándolos para su colección privada de amores cegados. Como si un millar de caricias materializasen su sueño vivido, dedicaba numerosos recorridos durante los viajes de The Narcoleptics. Así, no sólo había descubierto las cicatrices en los muslos de David, o una mordida en el bíceps de Eric, o la suavidad reconocible del vello que cubría los genitales de ambos, de la misma complexión, y que en el primero ofrecían un aspecto mas suculento durante esas sesiones. Alguna vez terminó en una felación a Eric, quien lo recibió sin reproche, alegando frases incoherentes como gran masturbador o elefante taxista. Aún podía visualizar sus dedos, temblando con nervioso escrutinio al apretar con tacto el miembro erecto y rosado; como si fuese ayer, recordaba la textura velluda y endurecida, la suave piel bajo la cabeza, la curva que formaba hasta sus testículos, ambos reducidos a tal que podía colocarlos en la cuenca de su mano. Recordaba el sabor del semen, que había emanado entre gritos asustados del baterista, dejándolo escurrir en su boca, relamiendo el pene cada vez más debilitado. Era un sabor cercano a la harina, o al gusto de ésta si fuese líquida y pegajosa. Recordó también su Éxtasis - Yess Knox
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frescura, la facilidad con que se metía entre sus dientes, la dificultad con que bajaba por su garganta. Y la sombra que arrojaba ese animal impresionante sobre el abdomen de Eric… O así le parecía. Era el único hombre que había tocado en toda su vida, así que esperaba llevarse una tremenda impresión cuando hiciera aquello… Hecho que se amplificó ante la emoción de follarlo rodeado de otros dos hombres perfectamente bragados, dopados y suspendidos en la duermevela. Hubiera deseado que Eric despertara mientras bebía su leche. Para confirmarse que había mucho más allá de Kevin…. Pero debió conformarse con eso. «No por mucho», pensó. Lo había meditado lentamente, y aún seguía haciéndolo, todas las posibles consecuencias de su prueba de suicidio, ese acto kamikaze que llevaría a cabo antes de que terminase el día. En ese momento, sin embargo, se percató de los muchos errores de cálculo en lo que parecía ser un plan perfecto. No había medido la reacción de su amigo. ¿Y si la revelación era lo bastante violenta, lo tan sorprendente posible, que Kevin se alejara en todo sentido? No podría soportar esa ira, no la que nace del amor. Incluso disfrutaría una paliza, pues recibiría el beneficio del tacto de esos notables nudillos en su piel ansiosa. Pero si lo dejaba… No figuraba una existencia sin su compañía, su voz, sus bromas tontas, su mirada como de océano, sus abrazos familiares, la silueta de su boca sobre la piel de Sofía… Era como imaginar un mundo sin cielos… Kevin se había moldeado alrededor de él, como una capa irrompible, una nebulosa aberrante que le acompañaba a todos lados… Y perderlo… Dio otra bocanada, antes de caer, lánguido, sobre la masa de cuerpos en que se había amontonado la banda. Uno contra la espalda del otro, y los brazos en torno a su cuello, actos inconscientes que en algún despistado que cruzase por el camino despertarían un apetito explosivo, la cadencia de esos cuatro hombres frescos, salvajes e indefensos, tan cerca unos de otros como no se podía… En su cabeza, vio a Kevin, ataviado a la moda griega, subiendo a un pedestal… A unos metros del pedestal, entre sombras, Sofía, cubierta de plata derretida, acomodaba un enorme caballete de carne… Había nubes volando a todo motor sobre su cabeza, extendiéndose hasta las luces oblongas que pendían del techo. Éxtasis - Yess Knox
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Un largo espejo yacía sus pies, cubriendo el suelo de la estancia… Y Kevin se despojó de sus prendas, con su cuerpo magnánimo reluciendo ante un Sol improbable… Una mosca gigante se posó sobre él, antes de morir electrificada. Y Elías estiró los brazos por kilómetros, hasta palpar ese trasero firme, redondo, húmedo por las veinte tardes que trascurrían… Y casi pudo sentir la carne renovada de Kevin bajo sus manos, y su cabello, y el sabor de su boca mezclado con la leche que ansiaba tragar, como un elixir… Y Sofía pintaba inexpresiva, con un falo por pincel, y cada pincelada era un estertor más de Kevin, que eyaculaba en brazos de Elías… Y Elías lo estrechaba en un abrazo poderoso, recibiendo en su interior la esencia negra del otro… Y fusionó sus sentidos de metal con el cuerpo de piedra maciza que abrazaba, y lo abrazaba de manera atroz, a tal grado que las horas no conseguían separarlo… Y Kevin lo atrapó, en medio del pedestal, follándole como hacen los animales, sin sentido, guiados por el vacío instinto de la rudeza y la necesidad… Porque él necesitaba a Kevin, necesitaba ser su propiedad… Y lo penetró, millones de veces durante ese verano, mientras la chica reproducía fielmente la escena en su cuadro, articulando orgasmos ensamblados por el trío… Y Elías se escuchó gritar de placer, cuando un río de fuego y nubes entró en su dilatado ano, inundándolo a tal nivel que se ahogó en su propia sangre... Y Kevin, su Amo, lo tomó en brazos, arrullándole, dando pequeños besos a su pene menor y reducido a cenizas bajo las asesinas masturbaciones… Y Sofía reía, en medio de coitos improvisados… Y mientras soñaba esa quimera efímera, Elías no se percató de que dormía sobre el cuerpo de Kevin. Tan cerca que sus corazones latieron, por un breve momento, al unísono.
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7 Elías delineaba el contorno de la Stratocaster con los dedos, tratándole con la misma delicadeza con que se trata a una rosa o a un bebé indefenso y sucio. El humo contenido de la marihuana flotaba todavía en su cabeza, opacándole la vista. No recordaba bien qué había visto al sumergirse en el falso sueño… sólo que había eyaculado, con una fuerza impresionante, a tal grado que debió cambiar sus pantalones. La indiferencia posterior al viaje que habían emprendido debía ser aderezada por una discreta distancia y atención a los detalles; ninguno de los narcoleptics era capaz de recordar aquello que habían hecho mientras se hundían en las profundidades del tempaccio perdido… Así que cualquier cosa podría suceder. Lo mejor que podían hacer era sonreírse, y alejarse por un buen tiempo, lo bastante para arrepentirse de volver a consumir hierbajos desconocidos que David encontraba en la cocina de su abuela. Eric se había lanzado al cuartucho del fondo, a sufrir la pérdida de las interminables lecciones para dominar The Heinrich, de pronto diluida entre el alucine y la consternación. David estaba en el vestíbulo, como había notado, platicando con Héctor… o mejor dicho, soportando estoicamente una sarta de reproches sobres su actitud hacia las drogas duras. Kevin (un retortijón) había salido a saludar a Mónica y Carla, ya recuperado por su comunión, aunque sus ojos se habían hinchado desmesuradamente. Él, Elías, se había rezagado en un rincón del escenario, donde Renton interpretaba Shadows Of Pretty Girls: el alboroto del público era tal, que el chico no alcanzaba a escuchar ni las baterías. Como todo toquin que se precie de serlo, el alcohol ya circulaba, alegre y triunfal, en las arterias de los asistentes, quienes coreaban con siseos las canciones que explotaban en el escenario. Oculto en las sombras… Perdido en rastros de un efusivo deseo que se desvaneciera a paso lento… El calor que permeaba el Foro, lleno hasta el tope, se arremolinaba en torno a Elías. Había gotitas de sudor frío ansiando por caer, pero las eliminaba con un repaso por su rostro tibio. Le dolían los ojos, como ansiando salir de las cuencas, para liberarse de las imágenes que se sucedían velozmente, visiones revolucionarias de los últimos Éxtasis - Yess Knox
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momentos de su vieja vida… El suelo cimbraba bajo sus pies, cuando las ondas acústicas de los poderosos amplificadores reverberaban sobre el parqué de madera. Las siluetas de los músicos en escena, aporreando los instrumentos con feroz dedicación, se extraviaban bajo una pantalla brumosa sobre sus ojos, como observándoles a través de un mar de llanto. Un impulso inconsciente, como un escape del efusivo impacto que le había producido el público recién aparecido, lo guió de vuelta a los camerinos, arrastrando sin cuidado la guitarra detrás de él. El angosto pasillo, reducido todavía más con la presencia de percheros y teclados viejos y estropeados, estaba tenuemente iluminado por las luces altas del techo, muchos metros mas arriba. El foco radiante se distinguía entre una marea de oscuras estructuras metálicas. Se detuvo unos momentos allí, contemplando la infinita soledad que ofrecía la penumbra. Este parece un buen lugar para soñar… Dos, tres, cuatro pasos mas, antes de escuchar esa voz familiar y mulata brotando detrás de una débil puerta, cuyo arrugado letrero de papel imprimía el logo de The Narcoleptics. Como emergiendo de la boca entreabierta del bebé sideral, las vocales de Kevin, su gracia de tenor, se desplazó hasta sus oídos. La emoción le embargó cuando descubrió, como una epifanía, el momento justo para hacer lo único que necesitaba para sentirse vivo. Entonces, se detuvo en seco. —No creo que sepas cómo se hace, ñoñita —decía Kevin, con un tono bajo que nunca le había escuchado. —Sé más de lo que parece, y no soy ni la mitad de lo que crees — contestó una voz femenina, demasiado edulcorada para ser posible. Con tanta precaución como le permitía su pánico, se asomó por la hendidura de la puerta entreabierta. Kevin, sentado con una pierna a cada lado del banco de piano, acercaba poco a poco a Sofía, en idéntica posición. La chica, con todo descaro, extendía el rostro tibio y sudoroso hacia sus labios. Casi se rozaban. La figura combinada y difusa de la pareja se reflejaba con duda sobre la pulida superficie del piano de cola; la manta descansaba en el suelo, ondeando a la par del sensual cabello de Kevin, inusitadamente revuelto. —Entonces, ¿por qué no te he visto novios? Éxtasis - Yess Knox
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—Porque no soy una puta, por eso. Soy una coleccionista, si así quieres verlo. —Un poco más, y sus manos lograron posarse sobre los pectorales de Kevin, ocultando las palabras I AM y GOD. —¿Qué pones en tu colección? —dijo, y la besó con agresiva pasión, relamiéndole los labios, jadeando. Elías sintió un calor furibundo sobre él, como si le arrojaran a un vacío, lo que debía sentir un preso cuando una voz mediática le pronunciaba 107, hasta la horca… Vio sobre él una desdicha que no había planeado, una fractura en la perfecta estructura de su futura existencia, una variante en el caos que suponía el esquema de su fortuna… Un error de cálculo. —Oh —continuó Sofía, guiando las manos de Kevin hasta sus pechos—, pues sólo ejemplares selectos… únicos, dignos de apreciarse. Diciendo esto, se acercó tanto a Kevin, que le rodeó con las piernas la cintura dura. Miró a Kevin más detenidamente. Quería encontrar algo, un rastro de repugnancia auténtica, un brillo de horror, un error, un mortal error. Debía existir, pues Sofía no era ni la mitad de agraciada que la mayoría de chicas fáciles que idolatraban al cantante. Además, era demasiado obtusa, de pies torpes, mientras que el rubio muchacho no encontraba mayor placer que las novelas barrocas o una charla erudita, al compás de Slipknot, o los Flaming Lips… Sofía no conocía nada de eso, no merecía algo así, no a Kevin… Siguió escudriñando su inaudita expresión. Algo a que aferrarse. Algo que le devolviese las esperanzas… Pero sólo encontró la lujuria manando de cada poro. Sus manos, con venas palpitando alrededor de las falanges, repasaban una y otra vez los pezones erectos de Sofía, sonriendo de oreja a oreja, que ahora bajaba las suyas por la espalda del muchacho. —¿Cómo te gustan tus reliquias, Sofía? —Si bien el tono rebuscado de la conversación era absurdo (y reprobable en voz de dos chicos criados a base de gentilicios y albures), la aprensión con que lo decían era más que suficiente para deducir lo excitados que estaban. Dejó caer su cabeza hasta la barbilla de la chica, y sobre la blusa, mordisqueó las tetas endurecidas, que empezaba a dejar fluir una húmeda mancha sobre la tela rosada. Sin detenerse, ella seguía jugando con el trasero de Kevin, Éxtasis - Yess Knox
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introduciendo las manos bajo sus boxers, memorizando cada célula de esa piel hermosa y fresca, indefinida entre la niñez o un adulto en todo derecho. —Grandes, brillantes, resistentes… húmedas. —Finalmente llegó a la entrepierna de Kevin. El se lanzó un poco hacia atrás, permitiendo que las manos delgadas y suaves pelearan con su cinturón, hasta desprenderlo. Elías se acercó todavía más a la puerta, sin perder detalle de la acción. Sentía que no le respondía ninguna parte del cuerpo, excepto sus ojos. Simplemente, la cólera y la rabia se imponían sobre el resto de sus sentimientos, cuando Sofía logró animar, aún bajo el pantalón, el grueso pene de Kevin. Jalando un poco, hizo salir la cabeza rojiza y redonda encima de la tela azul, brillante a causa del presemen que se derramó sobre las uñas de Sofía. Elías se giró con violencia, hundiendo el rostro en el frío y rajado concreto de la pared… Así imaginó el tacto en el cuello de alguien, reposando su pena en un hombro tan frío como su nuevo corazón… «Error de cálculo», pensó, en consecuencia del accidente que transitaba desde la habitación hasta el pasillo, codificado en hondos gemidos de placer mundano… Y porque Elías se halló de pronto estrechando su propio miembro contra la superficie de pintura desconchada. Frotó sin afecto, sin pensarlo, con sólo el propósito rudo y primitivo de experimentar un placer fantasma. Ni siquiera se ocupó de hacerlo por él mismo. Simplemente, flexionaba suavemente las rodillas, para después elevarle nuevamente, mientras la suave piel bajo su glande se encendía ante ese contacto. Recordó la escuela primaria, cuando descubrió ese inusitado secreto, al apretar su diminuto pene, descargando cosquillas sobre su cuerpo, y hondos suspiros que asemejaban alaridos… Y cada vez que lo hacía, terminaba de rodillas, vencido por la gloria blanca que se esforzaba por expulsar… Se lo contó a Kevin, entonces con el cabello casi a rapa y el rostro lleno de acné… Y Kevin le dijo que no había nada malo en eso, que él lo hacía cuando estaba solo, o se sentía solo, o quería recordar cómo era estar solo… Y cada quien con su vida… ¿Entonces, quién era él, Elías, para interrumpir el éxtasis de su Romeo, su Rodin, donde sea que lo encontrase…? La duda persistió, disuelta en el mar de gozo insensible que se infligía, dejando que una pobre eyaculación manchase otra vez sus pantalones. Dentro del camerino, las súplicas de Sofía y las Éxtasis - Yess Knox
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maldiciones y jadeos de Kevin se extendían, resonando en su cabeza, como mil voces, una por cada noche perdida, cada canción inusitada, cada beso precioso que ensayaba en la almohada para él. La chica gemía, y bajo su peso, escuchaba el crujir del piano bajo su inusual uso. Kevin hacía estertores profundos, alternados con palabras fuertes, pero amorosas, aunque no lo querían parecer… Y Elías, al unísono del orgasmo a tres metros de él, dejó humedecer aún más el ínfimo espacio entre su bulto y la pared. Entonces, la respuesta llegó. No era nadie para truncar ese prospecto de felicidad… Excepto el único (o única) que amaría a Kevin por sobre todas las cosas. Y el hedor a sexo consumado y falsas esperanzas le recordó que era de humanos equivocarse. —Feliz cumpleaños —murmuró Sofía, o los estragos que quedaban de ella.
8 Permaneció encerrado en el baño hasta las 8:45. A través de los ductos de ventilación, podía escuchar la voz de Mariana Priego entonando Asfixia… El hueco en el estómago que se había formado después de presenciar la intimidad de Sofía y Kevin palpitó de nuevo, produciéndole un tremendo escozor que no se parecía en nada a la emoción. Salió por enésima ocasión a refrescarse el rostro. Pero el agua que caló su piel parecía como miles de cuchillas que le dedicaban una tortura inquisidora y culpable. Se recargó sobre la barra de los lavabos, fijando la vista en el monótono mosaico quebrado del muro opuesto. Estudió cada grieta y hendidura con el esmero que dedicaría a una sinfonía, poniendo en práctica todo lo que sabía sobre estoicismo... Absolutamente nada. Gritó, con las pocas fuerzas que le quedaban, muchas de las cuales empleó en tantear su guitarra en el pasillo atenuado, y después, para arrastrarse hasta los baños, en el rincón más impropio y apartado del Foro. Pero el grito que alcanzó no fue honesto, ni del todo humano. Más bien fue el lamento de un animal herido, mientras el depredador, Éxtasis - Yess Knox
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rondando en perfectos círculos alrededor, se preparaba para el golpe final, con la arena y el fuego impresos en la mirada felina. En él luchaban la presa, y el depredador. Golpeó el espejo, con todo el anhelo de resquebrajarlo en millones de fragmentos, a sabiendas de que no lo conseguiría. Pero le llenaba el propósito de descargar un poco de la furia que se estiraba en sus entrañas, carcomiéndole los intestinos. Like a butterfly / A poisoned Butterfly, cantaba Kevin en God’s Foot, con un aullido lobuno y melancólico que tejía en terciopelo la conciencia de los oyentes. Escuchó pasos descontinuados por el pasillo. De personas distintas, y discontinuos. Reconoció el andar delicado y apresurado de su amigo… y los tacones, podía deducir, eran de Sofía. Respingó sin ganas, todavía dudando si aquella era la salida correcta… Si era un epílogo adecuado para aquella noche de turbias tribulaciones. Si era tan cobarde y cruel para hacerse un daño así a él mismo. Echó un vistazo a la esfera luminosa de su reloj digital. 9:07 p.m. No se había percatado del repentino silencio formado a su alrededor, ni el eco lejano de una multitud apretujada en las cortas paredes del teatro. Era el intermedio. Faltaban sólo veintitrés minutos para su aparición. —Narcoleptics, veinte minutos para su acto —confirmó la aprensiva voz de Héctor por los altavoces. El rastro de su voz se convirtió en un sonoro tic-tac. Elías avanzó con decisión hasta la puerta. Empujó un poco, hasta abrir un resquicio parecido al anterior. Procuró no recordar nada, sino rastrear el origen de las animadas voces que charlaban afuera. Los halló en una intersección del pasillo, la que llevaba a las cabinas y vestuarios. La muchacha, sonrojada, descansaba entre el abrazo ligero de Kevin; el rubio, sin embargo, desaparecía en el contorno diáfano que trazaba la orilla de la puerta en el rabillo del ojo de Elías. La imagen que ofrecía, como un espectro pardo y etéreo, no hizo sino provocarlo todavía más. Pero no lo quería a él. Quería a Sofía. Éxtasis - Yess Knox
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Ella lo besó en los labios, y a ninguno de los dos hombres les podría parecer más allá de uno de sus comunes gestos estrafalarios. Y, aunque no se distinguía de los saludos matinales dirigidos a todos los chicos del bachillerato, supo que iba ensalzado con la más pura y enfermiza pasión. Después, tocó por última vez la entrepierna del chico, susurrándole algo al oído. Se fijó en la suave caída de su cabello castaño arremolinarse sobre el hombro de Kevin, mientras él trazaba una línea sobre el culo femenino. Se separaron, Kevin entrando al pasillo lateral, con las manos en los bolsillos. Sofía, silbando God´s Foot, de vuelta al escenario. Elías salió con todo sigilo del baño, andando en línea recta, volviendo sobre sus pasos. De pronto, sin explicarse cómo, su mirada tropezó con otra, recóndita y fiel, un mar de ilusiones explayándose… Kevin le sonrió, y otra vez se descubrió a sí mismo, pobre imitación de insecto en comparación a ese monumento que gritaba y cantaba. Pero por una vez, no sintió nada. Excepto un silencioso deseo de que, a cada paso, se hiciera un poco mas inalcanzable, como si la perspectiva de serlo le ofreciera otra esperanza con que vivir. Ignorándolo, a él y sus hedonistas ansias, corrió detrás de Sofía.
9 La alcanzó a mitad del corredor, cogiéndola por el brazo. No esperaba que ella imaginara a su amante, porque reconocería mejor que bien la presión de los dedos de Kevin sobre ella. De modo que no le sorprendió cuando pronunció su nombre, en una amplia sonrisa: —Eli, ¿qué onda? —dijo, tomándolo de la mano, sin mayor pretensión que ser cariñosa. —¿Te divertiste? —preguntó, con tanta naturalidad y desenfado como le permitió su mandíbula rígida, sin percatarse de la agria ironía. —¿Te gustó? —Sin dejar de sonreír, dibujó una expresión de entendimiento. Depredador y presa. —Me aburrieron —bromeó, sorprendido de sus capacidades histriónicas—. Lo único que lograste fue arruinarnos. —¿Yo? —exclamó, ofendida—. ¿Por qué? Éxtasis - Yess Knox
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—¿Crees que podrá cantar con la verga húmeda? Se rieron, recargándose en la pared. Casi en la posición exacta que ella había compartido con su hermano unos momentos antes. —Nunca te pierdes nada, ¿eh? —Qué te digo, soy un chico curioso, un imán… —Un chismoso. —Lo besó en la mejilla. Ambos repararon en el lengüetazo accidental—. Aunque te creía más santo. —¡Jo, no me conoces! —le parafraseó. —Uy, la voz de la experiencia… —picoteó Sofía, hablando por las manos. Presa y depredador. Elías debía recuperar el dominio de la cacería. Le quedaban quince minutos. —La bastante para decirte que eso no fue la gran cosa —atacó, un poco más serio. —Claro, ¡qué gran decepción! —Yo exigiría una devolución —apuntó Elías, acercándose hasta rozarle las piernas. De nuevo, las cosas en su sitio. —No creo que me la devuelva —suspiró Sofía, con cara de pocos amigos. Fue un golpe gélido a sus débiles entrañas. —¿Eras vir…? —Sí, así que no arruines el momento. —OK, bienvenida al club. —Gracias. —Y se estrecharon la mano, al tiempo que él la jalaba hacia sí mismo, fundiéndose en un experto beso que estrechó contra él. Cerró sus manos sobre las mejillas encendidas de Sofía, y ella le rodeó la cintura con los brazos esbeltos. Alguna vez, pasó revista, ayudado por Kevin y un tequila, a todas las chicas que había besado. Ahora, eran una docena o más. Y en cualquiera de las anteriores hubiese robado un trozo de las sensaciones que lo asaltaron cuando sus labios probaban los variopintos sabores sobre la carne fémina. Un trozo que poner en ese beso ridículo, flaco y desganado, pero lleno de fuerza, dominio y autoridad al mismo tiempo. Éxtasis - Yess Knox
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—Somos casi… familia. ¿Quieres que te pague por él? —dijo en un susurro, lamiendole la circunferencia de los labios. —Pues no tengo opción… —rió. Los siguientes segundos fueron confusos. En el primero, aterrizaron en el suelo alfombrado del mismo camerino, protagónico de esa tragedia íntima de la que Elías era autor. En el segundo, otro beso, peor y más corrosivo que el anterior. En el tercero, el clic de la cerradura manipulada por Sofía, el frufru de su playera volando por los aires, la noción de una erección forzada (y precisa) despertando. En el cuarto, las manos de ella, sus uñas repintadas, explorando y jugando con la aceptable fisionomía de Elías, avanzando por la línea de vello oscuro que dividía su pecho en dos, hasta llegar a sus pectorales, donde bañó con saliva la superficie encarnada. En el sexto segundo, sus manos callosas (por las cuerdas de chelo y guitarra) forcejearon con el sostén de Sofía. En un rápido movimiento, arrancó la blusa con precipitación, haciendo volar un par de botones, reemplazados por las tetas que asemejaban un par de firmes y excitadas montañas. En el séptimo, logro introducir el brazo derecho bajo la falda, palpando el pubis, y después, rasgando la lycra, para encontrarse con una vagina abierta, fresca, y rezumando sangre… En el octavo, succionó los pezones, arrancando nuevos espasmos a ella. El sabor a piel enjabonada, mezclado con violetas, lo animó a entrar el dedo índice dentro del orificio estrecho y empapado… Logró colocarse encima de ella, y con una sola orden, consiguió que Sofía siguiera el mismo rumbo que él, empezando por el torso, bajando por su cintura, hasta llegar a sus pantalones… Así debió sentirse Kevin. La masturbación siguió, y ella se impulsaba de atrás hacia delante, permitiendo que dos dedos más la penetrasen. Abrió un poco más las piernas, mientras conseguía, en medio de esa tormenta de goce y llanto, abrir la bragueta de Elías. Las yemas frías de Sofía tocaron su pene, duro como una roca, y se sorprendió de lo mucho que podía lograr su fuerza de voluntad. —Eli, espera. —pidió, acomodándose mejor. Se apoyó sobre los codos, y después se sentó con las piernas de par en par. Antes de que Éxtasis - Yess Knox
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él reiniciara, Sofía le bajó los pantalones hasta las rodillas, deteniéndose un poco en los fornidos músculos de sus muslos. Después, se concentró, y comenzó a explorar el bulto que se alzaba ante ella, ansioso. Elías regresó a la masturbación, sólo para percatarse de que él mismo estaba recibiendo una. La mano de Sofía no alcanzaba a cubrir su falo, así que se dedico a masajear la cabeza del glande, impresionada ante la firmeza del animal que esperaba ser devorado. Presa y depredador. Sofía echó la cabeza hacia atrás, precediendo el pequeño orgasmo que no tardaría en llegar…. Él sintió que llevaba una eternidad entrando y saliendo de su amiga, recordando que el tiempo se había distorsionado a la par que lo sueños crueles se distinguieron en medio de las osadas revelaciones de esa noche. —Narcoleptics, ocho minutos —anunció un desconocido con voz estridente. Aunque él no sabía si se trataba del tiempo restante para la explosión, o lo que llevaba encerrado, física y emocionalmente, dentro de sí mismo… Aún cuando tenía algo (no alguien) entre brazos. —Eli… Así, más rápido… —gemía Sofía; le sorprendió descubrir que lo que antes sonaba como el murmullo más sensual y espontáneo, era un realidad un quejido nasal y demasiado falsino para creer que le otorgaba más placer que una caricatura. Kevin… Tal vez sí fue muy bueno… Y lo vio, claramente, no dentro de él, ni como la víctima de sus desquicios y grandezas… Sino como un prisionero, atrapado en todos los extremos de su ser, la voz melodiosa afectada por el suplicio de esconder el verdadero origen de sus fortunas. Lo vio, más hermoso y grande que nunca, no como en diez años, tendido ante él, sin congoja, sin prejuicios o apetitos, simplemente esperando que pronunciase las palabras finales, como una sentencia, como si ellas bastaran para convertir los torbellinos de pena en un cosmos del que nunca escaparían, tan lejos uno del otro, pero viviendo en un solo ser. Dos palabras deshiladas, retóricas, que perdían todo el color si uno no las dibujaba por su propia cuenta… —Es mío —alcanzó a decir en una embestida feroz, lastimando a Sofía, quien lo interpretó como una extensión de su experimento. Éxtasis - Yess Knox
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—¿Quién…? —preguntó, embriagada de placer, brincando suavemente, frotando enloquecida la erección de su amigo. —Es mío —reafirmó, más para sí que para ella—. No puedes hacer nada… Es mío. Mío. Mío… —Sí, es tuyo… —Y se estiró como un gato… Un gato. Y el llanto de Sofía creció como un río confundiéndose con la potente venida del otro. A Elías no había otra cosa que le importara, y sentía el torso embarrado de su propio néctar y las lágrimas de mujer dolida y amorosa, pero nada importaba, sino extender al infinito las palabras: —Es mío, Sofía… ¡Es mío! —gritó, y sin pensarlo más, salió de ella, y en un arrebato cavernícola, se abalanzo sobre ella… Metió de un solo golpe su miembro, y Sofía gritó, clavando las uñas en su espalda. Contra su corazón, sintió los pezones enrojecidos ceder poco a poco, consumidos por los praxis de terror que le aplicaba a la chica. —¡Con cuidado! —jadeó, buscando sus labios. La golpeó, arremetiendo otra vez, devorándose cada centímetro de ella, porque en cada centímetro olfateaba a su hombre, su Romeo, su Rodin… —Cinco minutos… Los suficientes. Entraba y salía rápidamente, gracias a la lubricación aplicada por los fluidos vaginales de su amante. —¡Espera! ¡Duele mucho! —gritaba, y él le puso un puño en la boca, ansiando callarla por siempre, matar esos labios que habían conocido los de Kevin… —¡ES MÍO! ¡ES MÍO! ¡NO ME LO VAS A QUITAR! ¡LÁRGATE! ¡ES MÍO! ¡M-Í-O! No le importó el reverberante eco de su voz abominable repitiéndose en el techo, hacia las paredes, o que las entrañas del Infierno vomitasen los pedazos de su corazón, dejando sólo una bestia incólume y durmiente, que luchaba como nadie puede… —¡ES MÍO! ¡ES MÍO! —El aroma, la vista y los ojos de oricalco se desvanecieron. Se rindió, exhausto, sobre el cuerpecito reducido y exangüe de Sofía. Ella lloraba, calladísima, en callados lamentos que no se acercaban siquiera al pánico de Elías. —Es mío… Es mío… Fue una pequeña muerte. Durante tres minutos, le bastaron esos Éxtasis - Yess Knox
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devastados gritos de silencio. Donde quiera que estuviese Kevin, esperaba que lo escuchara.
10 Kevin conservaba un dejo de humedad en sus genitales, cuando plasmó en su rostro la actitud despreocupada y sexy que le asegurarían varios miles de dólares en los próximos años. Sabía, no sin cierto pesar, del encanto maquiavélico que lo caracterizaba. También del agridulce efecto que producía en aquellos que le rodeaban. Sonrió, más por su propio disfrute que en extensión al público; le gustaba pensar que, algún día, alguien le sonreiría con el mismo ahínco. Giró hacia su banda, y con dos dedos alzados, marcó el compás para comenzar a tocar. Un sollozo hondo le distrajo un momento. Por el rabillo del ojo busco el origen de esa abominación… Nada podía, o debía, truncar la felicidad de esa impecable noche. Tal vez sólo Elías… ¿Por qué parecía un idiota siempre que se acercaba a él? ¿Por qué nunca se separaba de su lado? ¿Por qué justamente era Elías, quien surtía un efecto así, con ese embrujo magnético? A tal grado, que ni siquiera mientras follaba se separaba de su lado. Tal vez sólo era una coincidencia. De las pocas que quedaban en el mundo. David se cortó un dedo, al atacar sin cuidado una de las cuerdas. Sin importarle el rasguño que escocía, incrementado por el sudor que bajaba desde sus antebrazos, siguió tocando, casi inconsciente. Se fijó en una pequeña elevación del escenario, por la que resbalaba su pie cuando impulsaba la guitarra. Había una gruesa mancha de cerveza sobre una de las grandes bocinas, y su hedor lo envolvía. Le gustaba fijarse en aquellos detalles. Consecuentemente, le daban mucho en que pensar. Nunca dejaba de observar al público, malacostumbrado a buscar rostros familiares que le dieran su aprobación. En vez de localizar a su madre (metalera por excelencia) o a Carla, descubrió a Sofía, rezagada en la cabina de audio, medio oculta entre la distorsión del vidrio polarizado y la luz desoladora que bailaba sobre ella. Podía verla con la cabeza apoyada en las manos, la blusa arrugada. Éxtasis - Yess Knox
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Y percibió, a través de sus propias gafas negras, que cubrían el mundo de un nauseabundo azul ultramar, que ella lo miraba fijamente. Sin importarle ese detalle, ese microsegundo que bien pudo emplear en descubrir la súplica de la chica, se lució con un perfecto solo. Mónica se reprochó, una vez más, su enfermo delirio por los guitarristas. En realidad, no sentía ningún interés por la música (digno de alguien cuyas preferencias se limitaban a Rihanna y Ximena Sariñana), pero no podía negar que su fobia a las multitudes bien valía la pena por verlo a él. Otro reproche, esta vez por suponer que Elías, el sensual castaño objeto de sus fantasías y mensajes de celular, era otra cosa sino un niño llorón. Un verdadero desperdicio para una Stratocaster. Incluso ella lo sabía. Esperaba que cuando dejase de llorar, se fijara en su nuevo lipstick. O en las fábulas románticas que podía contarle. Eric sentía como sus dedos sangraban. Aún así, no dejaba de tocar. Los rebotes de los platillos lo despertaban una y otra vez del sopor. La pesadilla, vívida y divina, golpeaba la guitarra de John Lennon (o eso creía saber) y aunque estaba de espaldas a él, sabía que las lágrimas revelaban un rincón de Elías que no había conocido nunca. Ese que no reía ni lloraba: simplemente, era. Observó al público, atónito ante esa repentina muestra de debilidad. Ni siquiera Kevin y sus vocales lánguidas eran capaces de capturar la emoción abstraída de los fanáticos. En los rostros asombrados, adivinó el reflejo de un amor corrompido. Y no sin cierto alivio, sonrió para sus adentros, en la mejor interpretación de The Heinrich Maneuver que nunca había hecho. El éxtasis apenas comenzaba.
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Hielo Netsu NETSU nació y creció en Bogotá, Colombia. Es una consumidora constante de libros, lo que desembocó en una afición a la escritura que primero se vio influenciada por las novelas romántico eróticas, y posteriormente (como autora de sus propios comics de tendencia japonesa) su temática se decantó definitivamente por el slash. Luego de una temporada explotando el mundo del fanfiction, gracias a obras como Ai no Kusabi y Bronze/Zetsuai, fue el universo de Harry Potter lo que le dio una plataforma para dedicarse definitivamente a la escritura de relatos originales de corte homoerótico, donde además, puede fusionar su pasión por escribir con su delirio por dibujar.
1 Los sonidos de la radio tenían cierta cadencia, o al menos eso es lo que uno puede creer cuando pasa más de dos horas escuchando el constante intercambio de mensajes, de una estación a otra, de un trasporte a la estación, o de algún extraviado que había logrado hacer funcionar su equipo de comunicación. Sven Baryard no podía entender cómo Martin Andrews podía pasar todo el día frente al equipo de telecomunicaciones y los monitores de vigilancia. No era una actividad divertida, menos para un científico biólogo cuyo trabajo estaba estancado porque la mitad de su equipo de refrigeración había colapsado durante un apagón. Afortunadamente no se perdieron las muestras, al menos la mayoría de ellas llegó con bien al equipo que aún funcionaba. Sven tenía sus dudas sobre cómo los estabilizadores casi habían estallado con el retorno de la energía. En toda la bendita base sólo dos televisores y algo del equipo de comunicación (y se decía que también el microondas del comedor) habían tenido problemas parecidos. Pero claro, todos ellos era susceptibles de ser reparados por el personal de electrónica a cargo. Baryard era el único que estaba atado de manos porque su equipo era más delicado. Debían traer uno nuevo, o las refacciones. Al final habían decidido que uno nuevo era mejor. Pero si Sven era sincero consigo mismo, la verdad era que estaba Hielo - Netsu
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más ansioso por el personal que llegaría con el equipo, o mejor dicho, por el personal encargado de las provisiones de invierno. Dentro de una semana sería Navidad y aunque para su gusto el convoy estaba un poco atrasado, lo cierto es que lo que le importaba era que Freddie llegara a tiempo y bien. De resto, los alimentos y el quipo podían irse por una grieta si eso era lo que debía pasar. Después se las arreglarían. Con alivio evidente escuchó la transmisión del transporte líder del convoy. La base Amundsen-Scott ya era visible entre las ventiscas. De ahí a que el personal bajara y descargara y luego llegara a la zona de limpieza para descontaminación serían horas para Sven. —Respira de una maldita vez, te estás poniendo violeta. —Sven miró a Martin con algo de enfado. Odiaba las bromitas de ese tipo, pero ¿qué más se podía hacer cuando el personal asentado en invierno no superaba la veintena? Y no es que toda la base no supiera que más que ser homosexual, Sven chorreaba la baba por el esquivo Frederick Connor, un lindo norteamericano de grandes músculos y carita de niño no crecido que se aparecía por ahí cada seis meses, justo con las provisiones de invierno y verano. Hablaban por teléfono cada vez que podían, pero era claro que eso no era suficiente. Sven quería más, pero muchas cosas dependían de sus investigaciones en los próximos seis meses. No podía distraerse y por eso su humor era peor cada día. No le respondió a Martin, no era necesario. El hombre lo conocía lo suficiente como para saber que en ese tipo de situaciones (cuando Sven estaba en extremo nervioso) el sueco prefería callarse y dedicarse a lo suyo. Y a lo suyo se dedicaba mientras se ponía la chaqueta y todo el apero que había llevado hasta el cuarto de monitoreo, sólo para salir cuando el convoy llegara e ir a cuidar que no estropearan los nuevos refrigeradores. —No sé qué fue peor, que se dañaran justo ahora cuando las provisiones vienen por carretera o en verano, cuando los helicópteros llegan más rápido. —No estoy muy seguro de que un artefacto de esos sea capaz de cargar con semejante peso. Sven sonrió de medio lado, el viejo Martin Andrews tenía demasiada poca fe en los avances tecnológicos, y eso que estaba a cargo de la seguridad de uno de los principales logros de ingeniería y ciencia del hombre. Hielo - Netsu
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Miró los monitores que estaban más cercanos. Mientras terminaba de ponerse la chaqueta de lanilla y terminaba su taza de chocolate el convoy habría arribado. No iba a salir en plena ventisca sólo para congelarse mientras descargaban su equipo… o bajaba Freddie. Después de unos minutos intentando disimular sus ansias, se puso el resto del traje. Estaba nervioso como nunca, pero es que nunca había dicho lo que estaba por decir.
2 El frío afuera era casi desesperante. Las ventiscas de nieve tan presentes en la época invernal no permitían ver las construcciones, y de hecho nada alrededor, con claridad. Las camionetas fueron llegando una a una trayendo las provisiones para los próximos seis meses, lo mismo que los repuestos pedidos, cartas, prensa, combustible, y nuevo equipo solicitado con algunos meses de antelación. Sven había sido afortunado de tener en esa carga su nuevo equipo. Era lo bueno de tener algunos contactos en el gobierno y ser alguien medianamente reconocido. Ahora sus preciosos especímenes bacteriales dejarían de estar hacinados y con riesgo de contaminación. Observó cómo la primera 4x4 en llegar se estacionaba intentando no patinar demasiado y cómo los conductores bajaban de ella, frotando sus manos aún cubiertas de gruesos guantes que cubrían las protecciones aislantes que hacían contacto con la piel. Uno de los conductores se dirigió a él. Sven trató de identificarlo aún sobre los gorros, las grandes chaquetas y las gafas. El hombre puso su boca muy cerca de la oreja del sueco para gritarle entre la ventisca. Con ese ruido era la única forma de comunicación en exteriores. —El equipo viene en la segunda. Freddie Connor está a cargo. El sueco suspiró aliviado. Si se lo traía Frederick en persona todo estaba bien. Le hizo un gesto de agradecimiento a Alan Stein y antes de acercarse a la camioneta que acababa de frenar en medio de una humareda negra y un leve deslizamiento, se dio cuenta de que casi todos los hombres de la base habían salido para ayudar con el cargamento. Del vehículo rojo salieron un par de hombres. El sueco no pudo dejar de reconocer al hombre ancho y alto, aún más que él mismo. Una sonrisa se dibujó bajo su pasamontañas. Quería abrazar a Freddie pero en aquellas circunstancias era una pérdida de tiempo y Hielo - Netsu
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oportunidades. —¡Creo que llegamos en el peor momento de toda la estación! — gritó el recién llegado mientras dibujaba una sonrisa con sus partidos labios y su media barba cubierta de hielo. Sven asintió aunque su sonrisa no se podía ver. Haló a Freddie para indicarle que lo mejor era empezar a descargar lo más fácil, mientras el tiempo mejoraba para bajar el resto. —Ahora no, con este frío no alcanzamos a descargar nada. Debemos esperar a que el tiempo mejore. —Eso fue al menos lo que el sueco le entendió al norteamericano. Entrecortado por el ruido, pero ya teniéndolo a salvo y cerca, su prioridad eran sus muestras. La verdad es que la expedición nunca había llegado en semejantes circunstancias. Por eso pensó que se podía sacar al menos lo más básico de los vehículos. Lo mismo sucedía con sus compañeros, quienes ya se dirigían de nuevo a la estructura central del complejo. Eran tiempos aburridos, con la baja de personal, las comunicaciones intermitentes y la llegada de la Navidad en un medio hostil. Todos querían hacer algo diferente después de estar metidos bajo techo y con la sola compañía del hielo. Así que la decepción fue general cuando todos volvieron a estar dentro de la estructura, y todos retiraban sus prendas y se duchaban como parte del proceso de descontaminación. Sven terminó rápido y se fue a la cafetería para alcanzarle un poco de café caliente y recién hecho a Freddie, y de paso saludarlo con propiedad. El comedor estaba casi vacío, pero el rubio de intensos ojos grises fue directo a la cafetera y luego sirvió el negro y caliente líquido en un par de tazas. Sentado ante una de las mesas esperó a que el objeto de su atención llegara, lo cual sucedió muy pronto. Tenían la misma rutina de cada seis meses en los últimos tres de los cuatro años que llevaban conociéndose. Con el uniforme típico y la insignia del gobierno norteamericano el apuesto castaño se veía encantador. Sven tenía problemas para afrontar o iniciar la intimidad, pero llevaba meses quemándose el estómago y sintiendo la piel arder incluso dentro de la ropa y cubierto de nieve. Quería a Freddie en su cama, justo en ese momento, pero no sabía cómo hacérselo saber. O incluso no sabía si era apropiado algo como eso antes de que el hombre descansara de un viaje que sin duda había sido largo y peligroso. Se iba a levantar para besarlo con propiedad cuando detrás del hombre apareció un risueño muchacho, cabellos oscuros, ojos de un Hielo - Netsu
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color indeterminado y una sonrisa ancha y agradable que dejaba ver su sonrisa entre los ruborizado de su nariz y mejillas. Observaba todo con interés y entusiasmo. —¡Hey Sven! —¿Hey? ¿Era eso un saludo? El sueco sólo asintió con su cabeza y deslizó con cuidado la otra taza desde su lado de la mesa. —¿Viniste directamente desde McMurdo? —Dijeron que se te había dañado la mitad del equipo hace como un mes y que todos los días llamabas con un humor de perros y gritando para saber si ya lo habían enviado. El chico tras Freddie sonrió y Sven lo odió por un par de segundos. —Fue la mitad del equipo de congelación, y ciertamente los suecos no gritamos. Freddie rió con ese sonido claro y definido que lo caracterizaba, sus facciones se veían aún más aniñadas. Sven juraría que su rostro no había cambiado en todo el tiempo que se conocían, su corazón latió deprisa. Si ese chico entrometido no hubiera estado ahí, ya le habría saltado encima. Bueno, saltado tal vez no fuera el término correcto, pero es que llevaba seis meses aguantándose las ganas… Él y su mano. No pudo evitar que sus ojos se desviaran un poco hacia el interior de la cocina donde el chef freelance que tenían realizaba su labor. —…éste es Christian Jacobs. Viene como pasante desde Nueva Zelanda. Así que se quedará un tiempo por aquí. El chico extendió su mano y Sven se vio obligado a estrecharla. Aun así, no pudo dejar de notar lo bueno que podía ser sentir el calor corporal de alguien joven y atractivo. Era un chico bonito. Tal vez si su radar no se equivocaba pudiera ser presa del chef. —Sven Baryard. —Sus ojos se cerraron como siempre que conocía a alguien más, una costumbre tonta el que sus párpados solieran hacer reverencias a desconocidos recientemente presentados. —Sven está a cargo de los cultivos de animales marinos. —Bacterias marinas. —No pudo evitar la nota de disgusto en la voz cuando dijo eso. La verdad es que a pesar de lo que pensara, estaba un poco enfadado con Freddie por haber traído al chico cuando se suponía que los dos tendrían un momento juntos, al menos para saludarse. Hielo - Netsu
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—Sí, me hablaron de usted. —Christian dejó salir una suave risita—. Y sobre su equipo. También me dijeron que tiene programada una acampada en la base Scott para cuando se normalicen las corrientes. —En los ojos del chico apareció un leve destello—. Si no le incomoda, me gustaría ir con usted. Sven enarcó su terrible y rubia ceja derecha. —¿Puedo preguntar en calidad de qué? Christian se atragantó, afortunadamente antes de coger su taza. De su garganta salió un suave gemido de reclamo. —Bueno, estoy aquí por el programa de investigación de la Antártida y el Océano Sur. Investigando las probabilidades de desprendimiento de otro glaciar en el Mar de Ross. Ya sabe, todo eso que se relaciona con el cambio climático. En los ojos de Sven se encendió también una leve chispa de entusiasmo. Pero ya tenía planes, miró a Freddie quién se estaba bebiendo su café. —Veremos, en todo caso. —Y se llevó la taza a los labios para beber algo de su caliente taza—. Un recorrido por las instalaciones no estaría mal ¿Cuánto dice que se va a quedar? —Con el descanso intermedio, tal vez un año. Tal vez menos, tal vez más. Todo depende. Ya conoce esas teorías de un derretimiento total dentro de pocos años. —Sí. —No sabía que más decir, hasta que vio a la chica encargada del mantenimiento de la calefacción y todo el equipo que se relacionaba con los generadores. Se llamaba Rose. Era bonita y comunicativa, sobre todo eso—. Sobre ese recorrido… —Christián hizo un amago de levantarse sumamente interesado—. Allí viene Rose, una de las pocas que no se fueron en las vacaciones de invierno. A ella le encantan esas cosas de mostrar instalaciones y… eso. Sven la llamó y fue por más tazas de café. Al ponerlas sobre la mesa ya las presentaciones estaban hechas, así que aprovechó para hacerle guiños disimulados a Freddie y salir de ahí. Tampoco Rose y Christian se quedaron mucho tiempo en el vacío lugar. La chica ya estaba hablando de palear nieve con los poderosos Cat que tenían, para que la estructura externa bajo ellos no quedara enterrada.
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3 Freddie Connor solía dormir muy profundamente cuando estaba realmente cansado. Abrir los ojos era todo un martirio para él a pesar de que el sueño huyera por completo. Esa mañana tampoco era la excepción, menos cuando unos dedos parecían entretenidos en causar cosquillas en sus párpados y labios. —Te lo advierto Sv, quédate quieto o sufrirás las consecuencias. Aún no abría las ojos, pero eso no impedía que el suave aliento de su compañero de cama no le acariciara los labios tibiamente. —Uh, me gustan ese tipo de advertencias. No he tenido acción en muchos meses, puede que me esté dejando amenazar por desquite de lo que no hicimos ayer. Los claros ojos desorbitados de Freddie lo estaban mirando incrédulos. —¿En muchos meses, dijiste? Sven se dedicó a enterrar su cabeza en el espacio entre el cuello y los hombros, un lugar cálido y fibroso, aún olía un poco al jabón de la ducha del día anterior. Le encantaba clavar sus dientes en ese tendón. —Bueno, digamos que mi mano ha tenido acción. Pero no creo que a eso se le pueda llamar así, ¿verdad? —Para ese momento el delgado rubio, con apariencia de modelo de GAP, ya había subido sobre las caderas de su compañero con claras intenciones. —¡Oh! —Fue todo lo que Freddie dijo al verlo en esa posición. Sin duda él quería un desquite. —¿Serías tan amable de pasarme el lubricante? —El norteamericano sabía dónde lo guardaba. Palpó de paso por un condón, lo abrió con los dientes mientras miraba muy intensamente a su acompañante, quien jadeó más que interesado. Se había levantado erecto y eso no disminuyó ni un centímetro en todo el tiempo en que tardó en despertar a Fred. —Te traje una caja de los que te gustan, y más lubricante, Recuérdame dártelos. —¿Los vamos a gastar todos? —Sven rió a pesar de que había echado su cadera hacia delante, sugiriendo claramente que fuera su compañero el que procediera a hacer los honores con sus dedos antes de que lo penetrara. —Eso sería genial… —Freddie no tenía mucho tiempo para más, Hielo - Netsu
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con un poco de brusquedad comprobó algo sorprendido que aquel lugar de Sven estaba realmente contraído ¿Así que nada de acción? Dios… no. Sven tampoco tenía tiempo para más. Le gustaban las cópulas salvajes cuando se veía realmente necesitado, justo como en ese momento. Luego vendría la ternura que tan bien prodigaba Fred, entonces le contaría sus planes. Bajó su cadera en un solo impulso y a pesar del dolor causado por su falta de acción no se detuvo. Doloroso era bueno a veces, le hacía sentir que lo que vendría después sería muy intenso. Freddie pensó en ese momento que de verdad hacían una buena pareja, al menos en la cama. Necesitado, Sven no ponía reparos a nada, y en episodios como ese, cuando no hacía todo el trabajo, era cuando pensaba que era uno de los mejores compañeros de cama que podría conseguir. Sin embargo todo el hilo de conciencia se vio interrumpido cuando Sven se arqueó de esa forma tan única que lo hizo adentrarse un poco más. Se agarró a la almohada para que su cabeza no chocara con la pared, gracias a las embestidas, y se dejó ir. No habían durado casi nada, el rubio tenía una sonrisa en los labios. Le encantaban esas sesiones de sexo intenso y rápido. Incluso sentirse sudado era genial, hasta que el sudor se helaba y te envolvía el cuerpo en una capa pegajosa y fría que hace que pienses que eres una foca rodeada de grasa corporal. Aun así, no estaba dispuesto a levantarse todavía. Había esperado mucho por su tiempo de aferrarse a alguien en quien no pudiese dejar de pesar ni un solo día. —Tan pronto pase la borrasca y si los informes indican que el tiempo no va a cambiar, me estacionaré al menos una semana en Scott Base —dijo bajito, casi como en un suspiro, sus labios hablando a través de la clavícula de Freddie, sus dedos algo fríos acariciando el pezón delicado y sensible. —Te escuché. —Estaré haciendo estudios en el mar… lo de bacterias y eso. Tengo que reponer muestras. Freddie sintió un ambiente de determinación, su mano salió de detrás de su cabeza para que los dedos largos y callosos acariciaran esa larga y estrecha hondonada entre un músculo y otro en el brazo de Sven. Hielo - Netsu
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—Planeo además acampar. No me quedaré bajo techo más que lo suficiente, aún si los pingüinos deciden atacar mi tienda como antes. Fred rió lo más bajito que pudo. —Que un pingüino entrara a tu tienda y picoteara las provisiones no es un ataque, Sven. —No eso no, pero lo vomitó todo ¿Recuerdas? —Recuerdo que el pingüino lucía realmente enfermo con la basura que comió, en realidad no fue su culpa, tendría una cría esperándolo. ¿Quién sabe? Sven se irguió sobre sus codos. —Exagero, lo sé. Pero recuerdo lo mucho que nos divertimos en esa quedada. —¿No fue la misma en que decidiste hacer un corte en el trasero de tus pantalones? —Rió con el recuerdo ¡Se había sentido tan enamorado en ese momento! —Era más fácil que me lo hicieras así, y además no nos congelábamos. Cuando volví tuve que cambiar los tres pantalones por unos nuevos, ahora duermo con ellos porque quedaron inservibles. —¿Y con ese agujero en la parte de atrás? —Freddie se sintió especialmente cariñoso y abrazó muy estrechamente a Sven—. No me fío de que salgas a medianoche con buenas intenciones a pasear un hoyo así por el edificio. —Las mejores… créeme. —Mhh… —Suspiró con un ramalazo de alivio en el pecho—. Eso espero, después de todo me dijiste que el chef andaba tras de ti. Espero que lo haga la mitad de bien que yo. Sven se irguió sobre los codos de nuevo y esta vez sus ojos dejaron de mirar por entre sus rubias pestañas. —Creí haber mencionado que no había pasado nada entre nosotros. —Bueno, sí. —Freddie se separó hasta el otro lado del angosto lecho— Pero no te creí. Esta vez el rubio se sentó sobre la cama y miró muy seriamente a su compañero. Fred sintió que ahí venía una avalancha. Suspiró internamente, sabía que ese momento llegaría. —¿Tus sospechas te indujeron a creer que podías hacer lo mismo? Hielo - Netsu
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—¡Sv! —Cerró los ojos para ocultar que en realidad estaba armándose de valor, intentó que su voz sonara calmada—. Estás encerrado la mayoría del tiempo aquí. ¿Qué querías que hiciera? —Se supone que somos novios, no dejo de llamarte ni un solo día. Tu trabajo es pesado, siempre lo dices, dices que no tienes tiempo para nada y francamente, francamente pensé que tampoco tendrías tiempo de buscarte a otro, cuando me la paso aquí, con la cabeza metida, cuando no en un microscopio sí en un montón de agua helada con riesgo a irme por una maldita grieta. Lo había soltado en una hiriente parrafada, su voz a una altura normal. Sven no gritaba nunca porque entre más ofuscado estaba, su voz más profunda se hacía. —Bueno, establecimos una relación, pero nunca los parámetros Sven. —Incluso cuando voy a continente nunca quieres venir. Hasta intenté ignorar tus malditas excusas acerca de las alertas de seguridad de tu maldito gobierno. —¡Me ves aquí cada seis meses! —Excusa tonta, Sven no era ninguna clase de idiota y estaba indignado. —Tal vez no lo entiendas Frederick, pero conseguir compañía aquí no es fácil. Espero por ti toda una maldita temporada y me sales con esas. Pensé que entre tu trabajo, tu entrenamiento y mis llamadas… solo… solo… ¡Dios! ¡Qué estúpido he sido! Sven agarró las sábanas y se enrolló en ellas. Se levantó de la cama y sus facciones se relajaron. —Perdóname. —Freddie agrandó sus lindos ojos y estos brillaron de sorpresa—. La verdad es que la culpa es mía. Soy… He sido un iluso, por supuesto que tus circunstancia no son iguales a las mías. Estás afuera, en el mundo exterior, libre y… Dios, perdóname. Y con su rubor se dirigió al baño. Freddie lo siguió y lo observó lavarse los dientes. —Sven… yo… —Los ojos quemantes lo callaron a través del reflejo. —Tú nada, Frederick. No harás nada, excepto irte a dormir con tu grupo, al menos tengo derecho a eso. Tengo trabajo que hacer, por lo demás, puedes guardarte tus condones, tu lubricante y toda la mierda que hayas traído. Fred se puso la sudadera térmica antes de que Sven decidiera que Hielo - Netsu
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su presencia era insoportable y lo sacara de allí. Lo miró a través del reflejo. —Estamos terminando, ¿verdad? El rubio se agarró del lavamanos e inspiró muy profundo. —Sí, Freddie. Estamos terminando. Tu mundo es incompatible al mío. Debo hacer lo que dices y buscarme a alguien aquí. Frederick tenía muchas más cosas por preguntar y otras por decir. Pero se mantuvo callado un momento. Debía decirlo, era ahora o nunca. —Lo siento Sven. De todas maneras acepté un trabajo para una ruta de abastecimiento en el norte. Pagan seis mil por carga… Y… llegaría el día en que querría tener hijos. Sven no dijo nada. Era mejor así, una palabra más y no sólo se humillaría sino que quedaría deshecho. Y la vida, el mundo, su mundo no era Frederick Connor. No. Aún no. Pero estaba a punto de serlo
4 En el mundo de las noticias recientes las cosas no estaban por terminar para Sven Baryard. Cuando llegó al laboratorio para revisar números y ver, al menos por encima, que las muestras estaban como se suponía, se encontró de cara con un sonriente Christian Jacobs que se tomaba un chocolate caliente sobre una de las sillas de patas largas. —Buenos días. Alan dice que comenzarán a descargar en quince minutos. Sería bueno supervisar los refrigeradores. —Lo sé. —Sven no tenía ganas de salir de ahí para encontrarse con Freddie. Empezó a evaluar sus posibilidades de irse a Scott Base en ese momento—. ¿Qué haces aquí, de todas maneras? Jacobs le extendió una carta. Sven la tomó y la leyó por encima. —Genial, no sólo vas a ser un asistente en entrenamiento, sino que deberé supervisar tu proyecto. —Son sólo letras. La verdad no veo que pueda hacer mucho por usted, ni usted por mí. —El usualmente agradable genio de Jacobs se había agriado gracias al temperamento del sueco. Lo cual no dejó de ser incluso un poco gracioso para el rubio. Es sólo un niño —¿Cuántos años tienes? Hielo - Netsu
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El humor del muchacho no mejoró ni un ápice. No le gustaba el maltrato, y creía que esas cosas eran mejores establecerlas desde el principio. —Veinticuatro. —Entonces estás muy avanzado con respecto a otros que han venido. —Sven guardó la carta en el archivo. Se puso su chaqueta roja de exteriores. —Voy a revisar ese cargamento ¿Vienes? Jacobs, como sería llamado de ahí en adelante por Sven, tomó la suya y salió detrás del rubio con su humor mejorado.
5 —Sin ánimo de ofender Sven, pero tú mismo la has cagado y creo que lo sabes. —Sin ánimo de ofender Martin, pero el maldito bastardo me cambió por una mujer. Y sí, sé que soy tonto por esperar que los demás retribuyan lo que estoy dando. Martin volvió a llevarse la taza de chocolate a los labios (el licor no se usaba en la Base a menos que hubiera eventos especiales. Reglas del gobierno). Ninguno de los dos apreciaba el licor mucho más allá de una buena cerveza fría, algo que a esas temperaturas no se podía disfrutar ni siquiera en verano. —Te estás portando como una damisela ofendida, Baryard. —Y el hombre se rió estruendosamente cuando el rubio hizo una mueca de ofensa. Un feo asunto ese, además que desde tiempo atrás se lo venía oliendo, pero lo cierto es que el biólogo ya era lo suficientemente mayorcito como para saber lo que se le venía encima—. Pero la verdad es que tu único pecado aquí es haber sido ingenuo en exceso. Bueno, seguro contarías como pecado el no haber aprovechado a Stephen cuando estaba libre ¿No decías que estaba bueno? —Lo está, pero intenta tu sacarlo ahora de mantenimiento, incluso creo que la comida ya no es tan buena como antes. —Debería estar inspirado, pero lo cierto es que ahora anda apurado. —A pesar suyo Baryard soltó una de sus escasas carcajadas. Martin lo conocía desde que había llegado y era algo así como su paño de lágrimas. Uno que nunca hablaba ni ofrecía consejo, pero a Sven eso le parecía mucho mejor que esa clase de apoyo recriminatorio que los amigos suelen dar. Hielo - Netsu
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Martín tenía ya el cabello canoso. Se había casado muchos años atrás, pero su esposa había muerto de cáncer mientras él participaba en una expendición en el Himalaya. Sven tenía la sospecha de que su presencia no era ni necesaria ni querida para sus hijos y sus nietos. Entre líneas había podido leer que lo culpaban de la muerte de la madre y abuela. La vida era así, pero pensar en ello no le levantaba el ánimo. Egoístamente, el biólogo estaba herido hasta el alma. —Me parece que esto te gustará. —La gruesa voz interrumpió el desdichado hilo de pensamientos y Sven dirigió su mirada a los monitores. Había terminado por relegar el asunto de la instalación de los refrigeradores en las manos de su nuevo asistente. El mismo asistente que en ese momento, al organizar y supervisar muestras, se hallaba inclinado mostrando a las cámaras de seguridad un lindo trasero. —¡Guau! —Observó un rato el movimiento algo distorsionado por ubicarse la cámara arriba. Pero el espectáculo valía la pena. Luego miró a Martin— A veces me parece que te estás volviendo gay, viejo. —Intento ayudar al prójimo, muchacho. Así que no me faltes al respeto… aún soy joven. —Ambos volvieron a reír. Y mientras Sven veía con atención el traslado de muestras, Martin se dedicaba a los otros monitores—. Sólo digo que algo así es lo que necesitas, ya sabes, como dice el dicho ese; unas por otras. —¿También tienes radar gay? —El hombre mayor lo miró con cierta lucecita en los ojos. —En mi mundo, el chico tiene tantas plumas que podría volar. — Sven lo miró atentamente a través del monitor, no estaba muy convencido. —¿Te parece muy gay? —Intentaba adivinarlo pero no daba con el chiste. Si bien para él las señales eran reconocibles, no veía lo que Martin sí, y eso lo desconcertaba, después de todo no le gustaba andar con Blanca Nieves del brazo. No que estuviera pensando en realidad llevar a alguien del brazo. —Bueno, tal vez exageré. No es pluma, es que… tiene actitudes que… bueno. No es como si fuéramos a asistir mañana a un show Drag Queen a la hora de la comida o algo así. Dejémoslo en que es demasiado delicado para ser hetero. Eso sí captó la atención de Sven. Viniendo de una relación con un supuesto macho que además era traidor, cambiar de parajes seguramente le haría bien. Hielo - Netsu
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Claro que no estaba pensando en cambiar de parajes. Se quedó meditando durante largos momentos, apenas captando las respuestas por radio de Martin mientras de McMurdo confirmaban los cambios de temperatura. El sol había salido a medio día y según el monitoreo de los instrumentos del Domo Geodésico la atmósfera no tendría cambios importantes en las próximas horas. Martin confirmó la lectura recibida por sus propios instrumentos y cerró la comunicación. Luego se dedicó a pulsar hasta que los monitores mostraban los cobertizos de las 4x4. —Mhh, parece que ya recibieron órdenes de devolverse. Sinceramente pensé que se quedarían un poco más. Sven miró los monitores y el corazón se le contrajo. No veía a Freddie, pero sintió como si sus sueños, delicadamente construidos, se fueran al piso. Aunque estaba consciente de que habían sido construidos con endebles naipes y muchas ganas de que las cosas salieran bien, nunca pensó que el final fuese tan malo. Miró como cargaban lo que se destinaba para la otra Base. Era mejor así. Entre más rápido se fuera, más rápido se acostumbraría y podría volver a su vida normal. Por lo demás, era sádico estar ahí, pegado a un monitor matándose las esperanzas a puñaladas. Tomó su taza vacía y se fue de ahí, no dijo nada, para Martin no hacía falta.
6 Las luces de Navidad no parecen eso cuando están en un sitio casi desolado. Da la sensación de que en verdad están ahí para ser presentadas a la soledad, porque a nadie le importa si se apagan o continúan con su cadencioso titilar. En ese momento, en el comedor, las lucecitas amarillas eran lo único que iluminaba la estancia. Ya habían pasado de las doce de la noche y Martin se había ido a al cama tan pronto el reloj juntó sus agujas en lo más alto del disco. El resultado es que Sven se había quedado solo con una de las escasas botellas de champán. La Base McMurdo estaba de fiesta, el evento había congregado a la mayoría de otras bases, la brasileña, la neozelandesa e incluso la sueca estaban con el mínimo de personal, al igual que la suya. La verdad es que Sven se sentía bien revolcándose en su autocompasión Hielo - Netsu
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y no daría su brazo a torcer. Meses atrás había planeado esa noche estar con Freddie y proponerle irse a vivir juntos después de seis meses de investigación. Incluso había alcanzado a mover algunos hilos para lograrlo. Ya nada de eso se haría. Otra vez se llevó la botella a los labios y miró hacia una de las altas ventanillas de la cafetería. Se había asegurado de que todos se llevaran las 4x4 y las motonieves. No quería tener tentaciones. Y no era que el camino fuese muy largo hasta allá. Pero no valía la pena. Le habían dicho que al día siguiente los aviones partirían a la base norteamericana más cercana al continente. Mejor así. Antes de terminarse la botella y quedar completamente borracho se dirigió a la cabina de Martin y tomó el teléfono. Tal vez sus padres aún estuvieran de festejos, pero era su obligación llamar. —¿Sí? ¿Quién es? —Sven se quedó un momento mirando la parte del teléfono que se adhería a la pared ¡Qué rayos! —¿Freddie? —¡Sven! ¡Justo contestaste! No timbró de ni una vez. Maldita suerte la suya. —Bueno, sí, iba a hacer algunas llamadas. —No pudo evitar que su corazón resonara en su pecho. Lo sintió casi como una taquicardia, pero era efecto del alcohol. El silencio al otro lado de la línea le estrujó el corazón—… Feliz Navidad… —¡Feliz Navidad! —escuchó que Frederick decía al otro lado de la línea, y luego soltó una risa. A Sven eso no le hizo ninguna gracia. —Mira, aún tengo que hacer esas llamadas. Así que, que tengas un buen viaje. —¡Sven! ¡Espera! —Estúpido él por detenerse en medio del movimiento. Cuando al otro lado de la línea captaron que la comunicación no se había cortado, siguieron hablando. —Oye, la cagué terrible contigo, no sabes cuánto lo siento. Soy un idiota, ya te lo he dicho, y la verdad es que quería hablar contigo antes de venir aquí, pero desapareciste y no contestas mis llamadas. Estoy harto de que el viejo Andrews me diga que estás en el baño. No hubo respuesta. —Lo cierto es que… —Hubo una pausa y la voz que siguió a continuación denotó un cambio de posición—. Estoy cansado. Me Hielo - Netsu
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hubiera gustado ir a visitarte, pero he estado aquí clavado. Algunos de los Cat tenían problemas de congelamiento, y hemos estado aplicando de esas colchonetas canadienses para ver si podemos mantenerlos en funcionamiento con este invierno. —Sven levantó una ceja ¿Qué demonios le importaba a él eso? Pero lo dejó hablar—. Parece que el vuelo se retrasa por el cambio de atmósfera. Y bueno, el chico de mantenimiento de allá me comentó que podía ser bueno aplicar el mismo sistema antes de que las vigas se cubran más de nieve… —¿Dices que vas a venir? —Bueno, sí. Podría estar ahí mañana temprano para comenzar con las labores, no hay problema si llevo una de las motonieve… o… Sven, podría ir allá ahora mismo. Debes estar solo… —¿Has cambiado de opinión, Freddie? ¿Respecto a lo que me dijiste el otro día? —Bueno, no… ¡Pero tenía planes para hoy contigo! ¿Recuerdas que los comentamos? —¿Me dirás que quieres darte ese viaje sólo para hablar conmigo? —¡Vamos Sv! ¡Perdóname! —Un suspiro siguió a eso—. Somos compatibles en la cama, siempre lo hemos sabido, y es Navidad. No puedes estar solo toda la noche… El sueco pensaba exactamente lo mismo. Navidad y soledad no iban bien, ya casi se había acabado una botella entera de sólo pensar. Se giró y apoyó la espalda en la pared escudriñando la soledad del corredor con su luz tenue. —¿Sv? ¿Qué dices? Me estoy poniendo el apero ya mismo… Las palabras no le salían de sus labios secos. Tomó un trago de la botella y carraspeó mirando con fijeza el corredor. Lo necesitaba, la verdad era esa. Sin embargo, una sombra salió a la luz desde el marco de la puerta. Sven no la había visto venir y jadeó del susto. Entre las sombras y con la escasa luz apenas se dibujó el rostro de Christian. El chico sonrió mientras lo miraba fijamente y le extendía una cajita envuelta en papel rojo. Sven lo miró y bajó la botella. —No te molestes, Freddie. En realidad estoy ocupado. —Colgó y avanzó hacia Jacobs y su regalo. No pudo evitar la sonrisa cuando vio la del muchacho; dientes pequeños pero parejitos y blancos. Parecían alumbrar y hacer más delgado un rostro que de por sí ya tenía la belleza de la juventud. Hielo - Netsu
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—Feliz Navidad… —Sven tomó el regalo y sonrió con todos sus dientes. Una de sus escasas sonrisas. —Niño valeroso… Te hacía en la fiesta. Si Jacobs se ruborizó era imposible notarlo bajo el rojo que ya cubría sus rasgos. Acababa de llegar, eso era obvio. —Bueno, compré esto para… ti. Fue una inspiración de último momento. Aunque debo decir que el vendedor estaba reacio, pero cuando escuchó mis argumentos, al fin se deshizo de todo. Incluso me ayudó a empacarlo. Sven lo miraba desde su metro ochenta, con una ceja arqueada (su ceja mortal, como le gustaba pensar) y se las arreglaba para cruzarse de brazos y sostener al mismo tiempo el regalo. Se veía sensual encorvado de esa manera. —¿Y puedo abrirlo de una vez, o debo esperar a que amanezca? Esta vez el rubor fue visible en el chico. —Pues… es para ti… puedes hacer lo que quieras. Sven desempacó la caja. —Lo cierto es que no tengo nada para ti. Discúlpame. — Lentamente el contenido se iba revelando, pero Sven simplemente no se lo creía. Cuando la parte de arriba de la cajita estaba al descubierto carraspeó y volvió a mirar a su pícaro asistente. —Eh… ésta es mi marca favorita. —La verdad es que no sabía qué más decir. Se sentía como un idiota con una caja de condones envuelta en papel de Navidad. No sabía si estaba dispuesto a saber el trasfondo de un regalo como ese. —Lo sé. Freddie me lo dijo cuando me la vendió. —Eso logró sobresaltar al rubio—. Le dije que tenía en la mira a un chico que siempre me encontraba en el domo. No le dije que eran para ti. —¿Y sólo te los vendió? —Bueno, en realidad me felicitó. —Sven alargó el paquete, su ceño estaba levemente fruncido. —En ese caso, es mejor que los conserves, yo no puedo darles un mejor uso que tenerlos en la gaveta. Christian no los recibió, sus facciones mostraron determinación. —En realidad, pensaba que ambos podíamos usarlos.
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Sven subió su terrorífica ceja de nuevo y ancló la mirada en los ojos brillantes que lo observaban. —Debes estar borracho.
7 —¡Ah! Sabía que tenías un lindo trasero. —Jacobs rió mientras mordía el lóbulo de la oreja del rubio. Estaba sobre su cuerpo en ese momento y jugaban a desvestirse a medias, a rozarse sobre la ropa y a estimularse y luego retirarse. Mientras el biólogo colaba sus descaradas manos entre el pantalón de sudadera y acariciaba las nalgas del asistente, este se retorcía como un cachorro mordelón. —Esperaba que lo hubieras notado. —Las inquietas manos se detuvieron un momento. —¿Cómo diablos supiste que te espiaba con las cámaras? — Christian también se detuvo y se separó levemente mientras se ruborizaba. —¿Qué cámaras? Pensé que lo habías notado mientras trabajábamos. —Sven se sintió ponchado muy cerca de la base. Sólo pudo reírse y continuar con la labor que sus manos casi reanudan por sí mismas. El chico sonrió—. Imagino que me lo explicarás mañana. —Y continúo con su tarea de hacer un túnel en los alrededores de la oreja y la nuca de su jefe. —Mh… eso que haces me gusta, muchachito valeroso. —Un suave sonido a risa ahogada fue su respuesta. En su larga vigilia el sueco sólo había tenido el consuelo de su mano, bueno, y una follada con Freddie que ahora le sabía a medias. Estaba necesitado. Mucho. «Las cosas que este frío de mierda llega a congelar…» y sonrió de nuevo buscando más atención. Ya era demasiado de ropa y prendas de lanilla y algodón. Bajó un poco los pantalones de Christian y otro poco los suyos. Percatándose del contacto entre porciones desnudas de piel, el chico se abocó a explorar la boca del rubio. También estaba hambriento. Las cremalleras de las chaquetas de ambos bajaron para permitir que los pechos se encontraran; algo de aspereza y mucho de suavidad. Los jadeos de placer eran imposibles de ocultar mientras más abajo las piezas fundamentales, de algo que parecía muy cercano a un apareo, se rozaban y humedecían una a la otra. Sven se colgó de ese cuello, y con algo de vergüenza en su voz Hielo - Netsu
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susurró en la oreja de Christian. —Hey, ya sabes, puedes estar arriba si quieres… —Christian dejó de mover la cadera como un poseso, muy consciente de que la humedad estaba manchando las ropas. ¿Hasta dónde llegarían sin quitárselas? No parecía que eso al menos, fuese a ocurrir—. Me gustaría más tenerte ahí. Los dos pares de ojos se miraron confundidos un momento. No era cuestión de echarlo a la suerte con una moneda. El rubio rió de nuevo, con esa voz bajita y medio ahogada de quién está haciendo ese tipo de travesuras. —Uh, por esta vez dejémoslo así. No creo aguantar mucho. —Y volvió con ese ritmo fuerte y desordenado de sus caderas. Chris se acostumbró realmente rápido y en poco tiempo estaban emparejados, jadeando como si la presión hubiese bajado y se quedaran si aire. Medio perdidos en un revoltijo de ropa manchada, sábanas medio arrancadas y zapatos desabrochados a medias. Claro que nada de eso importó cuando ambos se separaron, al fin, jadeantes. Uno al lado del otro, mirando al techo y recuperando aire a las malas. —Es una lástima que aquí no se permita fumar —comentó el rubio como quién comenta el tiempo. —¿Cómo dijiste? «Dejémoslo así por esta vez». —Sven miró al chico semidesnudo. La verdad es que se veía tentador aún sí esa tenue luz, de la lámpara de mesa, no lo iluminaba. Y era cálido, intenso. Tal vez Martin tenía razón. —Bueno, lo dije. Pero no estás obligado a nada. —Quiero. Sven lo miró fijamente con iris que parecían quemar. Se sintió vulnerable e inseguro. ¡Rayos! ¿Acaso estaba en verdad dispuesto a repetir?—. ¿Ahora? —Si prefieres hablar antes… no tengo problema. —Vaya, parecía que todos lo trataban con guantes de seda en los últimos días. Pero hablar, eso era algo bueno. Supuso que Jacobs, como le gustaba llamarlo, se lo merecía. —Yo… bueno, Freddie y yo… En ese momento el rubio se dio cuenta de que el chico en su cama no cumplía necesariamente con lo que decía. Lo cierto es que los dedos en sus labios no lo dejaron ir mucho más allá. Hielo - Netsu
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—Están juntos. O estaban hasta el día que llegamos. He oído chismes en todos lados. Supongo que lo importante aquí es saber sí crees que lo amarás durante mucho más tiempo. Vaya pregunta difícil. Sven optó por la terrible realidad. —Soy horrible, inaguantable en mis mejores momentos, pero más que nada, soy orgulloso. —Se las arregló para encogerse de hombros, mientras se rascaba un área en su pelvis que empezaba a endurecerse con remanentes de su actividad anterior—. Supongo que cuando se me pase la rabia y el orgullo, me sentiré tan herido como cualquiera. —Y entonces volverás a buscarlo… —Los ojos con mirada de cachorro se apaciguaban a media luz. Algo se le removió en el pecho al rubio. —Existe la posibilidad, supongo. —Suspiró—. La verdad es que no sé perdonar. Nunca lo he hecho, ni siquiera lo he intentado… ahora… —Ahora me das ventaja. —¿Qué quieres decir? Christian se encogió de hombros esta vez. —No mucho realmente. —Me tienes confundido, no me gusta sentirme así. En un momento eres directo hasta el descaro y luego empiezas con misterios. No me gusta estar confundido, así que ¿A qué juegas, Jacobs? El chico lo miró con los ojos muy grandes, algo intimidados por ese ceño fruncido y las cejas unidas sobre el puente. Pudo percibir la tensión en el ambiente. Desde el principio supo que su jefe era un hombre complicado, pero no había tenido pistas de cuánto. —A nada realmente, porque sí te digo que me gustaste desde que te vi, tal vez pienses que soy un tipo dudoso. —Esas espesas pestañas oscuras tenían la cualidad de agitarse rápidamente cuando su dueño estaba nervioso. Sven lo sabía ahora—. Pero supongo que sí puedo decir que no me importa estar justo aquí hasta que te decidas. —Vaya, no había escuchado eso nunca antes. Pareces un tipo dudoso y abnegado. —Algo había tocado las fibras del sueco, porque sonreía mientras lo decía. Christian se relajó un poco. —Sólo en este aspecto, me temo que te daré lata mientras trabajamos. Y aún estoy contando con esa excursión al Mar de Ross, Hielo - Netsu
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jefe. Una risa más y Christian se apresuró a terminar de desnudarse para emparejar a su jefe. —Ya verás tú si es una excursión, Jacobs.
8 Ciertamente salir a un desierto de hielo a congelarse mientras se metían manos y equipo en agua helada era algo muy distante a lo que pensaba Christian Jacobs, cuando en su natal y verde tierra se iba a un lugar nevado y se quedaba en la cabaña de turno. Tenía ya el equipo al tope. Pero la mayoría de muestras estaban repuestas y Sven se dedicaba a recoger las que necesitaba para comparar. Bajo el hielo en verano, se decía que la vida era exuberante en esas aguas. Terminarían al día siguiente muy temprano y luego Sven había prometido que lo ayudaría a extractar sus muestras del permafrost no terroso. Ambos habían declinado la invitación de la gente de Scott Base para quedarse bajo techo. Eso sí, aprovecharon para dejar a buen resguardo las motonieves, porque debido a la inestabilidad del hielo en el mar congelado, no podían arriesgarse a ir con tanto peso. —¡Me adelanto! —Medio gritó Christian con su pequeño trineo ya cargado, Sven le hizo un gesto afirmativo, indicándole que lo alcanzaría después. Escuchó como se deslizaba la madera raspando la gruesa capa de hielo que los sostenía. Estar ahí afuera después de tantas semanas de reclusión y de solo pensar y pensar era algo… estremecedor. Estaba en el desierto más blanco que sus ojos hubiese podido ver, y sin el peligro inminente de potenciales depredadores. A lo lejos la tienda de lona y piel sintética que compartía con Jacobs era lo único que rompía la tranquilidad del blanco intenso. Hacía frío, pero no estaba tan desacostumbrado como pensaba. Y estar ahí haciendo su trabajo manual no podía brindarle otra cosa más que tranquilidad. Se sentía apaciguado, aún más ahora que Freddie se había marchado un mes atrás. Se hablaban por teléfono casi dos veces por semana. Y aún solía tantearlo (y tentarlo) con sus propuestas de una vida como amantes. Algo común si se ponía a analizar a la gran cantidad de hombres que conocía. Sven sospechaba que vivir de mal genio la mitad de tiempo, además de una importante dosis de Hielo - Netsu
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amargura y otra de adicción al trabajo, lo había salvado de andar por el mundo poniendo el trasero al que tuviera ganas. Y luego estaba el mismo Jacobs. En realidad aún no sabía cómo era. Le había contado de su familia, sus perros, sus amigos y una par de novios nada serios que hicieron la diferencia entre un reducido grupo de amantes. Una cadena de experiencias bastante reducida para alguien que solía dar la impresión de ser tranquilo y lindo, pero genial. Y estaba el asunto de que el chico no podía sacarle las manos (y el cuerpo) de encima… o de debajo. Se divertía con él como nunca, pero no estaba dispuesto a caer de nuevo en la trapa de esperar lo que no iba a obtener. Al final decidió que las cosas debían tomar su propio rumbo. Mientras el chico no anduviera de coqueto por ahí Sven no tendría problemas con él. Rió un poco al caer en cuenta de que ni siquiera podían ser llamados amantes… No aún, en todo caso. Cargó sus muestras y enfiló a la tienda muy consciente de que adentro el chico lo esperaba. Lo estaba cargando de expectativas, sobre todo con esta excursión, pero extrañamente no sentía ningún peso sobre sus hombros. Era algo tan natural como ver trozos de hielo a la deriva en un mar congelado. «Yo sólo te ofrecí una opción Baryard, no me vengas después con que estás que te caes en el charco de babas que se te salen cuando lo ves.» «Y definitivamente, yo no te dije que te acostarás con él, sólo te dejaba espiar en mis pantallas.» Sí, Martin se estaba lavando las manos en el asunto. Cuando Sven quería discutir su responsabilidad en la situación presente, el viejo solía interrumpirlo con comentarios salidos. «¡Y por Dios! Si se van de arrumacos juntos, espero no ver espectáculos desde aquí. Suficiente tengo ya con Stephen y George… Dios…» Y luego se iba rumiando por ahí, que encerrado y todo, pero que no aún no era tan viejo como para no preferir un buen par de piernas delgadas y lampiñas y la cadera ancha, que según él, todas las mujeres deberían tener. Pos supuesto Sven no sabía si estaba ya con un charco de babas al rededor de los pies. Tal vez Jacobs lo hiciera sentir así en algunos momentos ¿Pero en todo momento? —¡Mira lo que encontré en tu habitación! No me atreví a dejarlos. —Bueno, tal vez sí en todo momento, Christian tenía ese fino sentido Hielo - Netsu
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de la oportunidad para envolverlo. Y en ese momento prácticamente estaba en cuatro sobre los sacos de dormir, mostrando un ángulo diferente de los legendarios pantalones perforados de Sven. «Qué bueno se ve así.» —Jacobs, deberías comportarte, al menos espera que comamos si lo que quieres es que te folle. El chico levantó desde adelante su cabeza. —¿Y quién dice que hoy no quiero mi turno arriba? —Sven también sabía que el consabido pucherito que hacía en esos casos era irresistible. Mmh, siempre pensó que le gustaba ser el pasivo, pero con Christian los rígidos papeles se desdibujaban a tal punto que ya ni sabía lo que hacía. —Si no quieres que te clave en medio de un montón de mantas… La agotadora posición de Christián lo hizo desistir de seguir con el espectáculo de mostrarlo todo. Se giró más sonriente que una calabaza de Halloween. —Sí quiero, pero sólo sí me llamas Christian… o Chris… al menos una vez.
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Indecisos Nady Maguiña NADY MAGUIÑA nació en Perú y se dedica al diseño gráfico. En el mundo del slash/yaoi es conocida como Psique. Amante del color violeta, le gusta dibujar y escribir, es aficionada a la animación, comics japoneses, libros de ciencia ficción, terror y fantasía.
1 La puerta golpeó, ruido sordo y seco, casi un estampido. —Tarado engreído, cacatúa, hijo de puta… —¿A quién estamos puteando esta noche? La voz llegó amortiguada al recibidor, Eddy se palmeó la frente con fuerza… La furia lo había hecho olvidar esos oídos atentos. —Migo. Soltó el nombre como una advertencia, alto y cortante. Una risa le respondió, entre los susurros de música, gritos y algunas palabras. Ya estaba sentado frente a ese bendito aparato… Esperaba que cumpliera su promesa de haber terminado todos sus deberes antes, la casa no era muy grande pero es increíble el desastre que pueden ocasionar dos hombres viviendo solos. —Supongo que los platos ya están limpios, supongo también que no tengo que… —Sí, sí, sí… Platos limpios, balcón barrido, cambié el agua al canario. —De acuerdo. ¿Cenaste? —Te esperé, esta noche te toca servir a ti. Otra risa, fresca y libre. Eddy sonrió un poco, revolviéndose el cabello, pasó por la salita y dirigió una breve mirada a Migo, sentado frente al televisor, un buzo negro cubriendo su delgado cuerpo, los ojos prendidos de las imágenes, los dedos moviéndose ágiles sobre los mandos de la consola. Indecisos - Nady Maguiña
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Era tan lindo verlo así, oírle dirigir advertencias y llamadas de atención a los personajes del juego. Pasaron una tarde discutiendo sobre lo inútil de eso, más en broma que en serio, Eddy disfrutaba de oír las tonterías de Migo, su vocecita aún fina y aniñada. —Pero sí será… Arrancó el pedazo de papel fosforescente de la puerta del refrigerador, salió de la cocina y lo agitó frente a Migo. —¿Y esto? —A mí me parece un post-it. —¡Sé lo que es! Pero… —Lo que dice. Suspiró… las bromas de Migo y su inocente sentido del humor. Leyó de nuevo lo escrito en el parchecito de papel y frunció los labios. —¿Como a qué hora dijo que llegaba? —Quince minutos, máximo media hora y está aquí. Asintió, mirando la alfombra. Hacía un momento se sentía algo más animado, la vivificante influencia de la presencia de Migo recordándole por qué hacía las cosas y su razón de vivir. Pero el pequeño peso de la llegada anunciada por el papel le causaba desazón. No sabía si tendría la entereza suficiente esa noche. —¿Y esa cara? —Los ojos de Migo se apartaron por segundos de la pantalla—. Creí que te agradaban sus visitas. —No tuve un buen día, mi plan era llegar, comer y luego hacerme una bolita sobre la cama hasta mañana. —Aún puedes seguir con tu plan. —¿Y dejar a Miguel solo cuando se toma la molestia de traer la cena? —¡Gracias! Así que yo no soy compañía para Miguel. —No es eso… es que… —Seguro que si se lo ofreces se hará bolita en la cama contigo. —Migo… —Saliste de buen humor. —Cambió de tema brusco—. ¿Qué te pasó en el grupo? Indecisos - Nady Maguiña
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—Lo de siempre… Esta vez los ojos de Migo se apartaron de la pantalla por más tiempo. Enormes, marrones y preocupados. —¿Ese tipo te sigue molestando? Un suspiro fue su respuesta, la mirada huyendo hacia algún lado que no fueran los ojos de Migo. Éste frunció las cejas, fastidiado, regresando la vista a la pantalla. —¿Por qué lo callas? —No es tan fácil, es el secretario del grupo y yo… —Necesitas ese trabajo. Ya me lo explicaste… Pero no creo que tengas que aguantarle las diferencias de opinión al secretario, ni tampoco que debas abandonar el grupo, estás muy feliz en él. Y Miguel opina lo mismo. —¿Seguiste hablándole a Miguel sobre esto? —Sabías que lo haría, no sé para qué preguntas… Y no cambies el tema. Es el colmo que te sientas discriminado en una agrupación compuesta por homosexuales. —Y lesbianas… —Da lo mismo… —No lo da, algunos son muy quisquillosos a la hora de… —¡Que da lo mismo! Para mí son un grupo de personas discriminadas que te discriminan a ti. —No son todos. Migo asintió, sus dedos se movían con rapidez sobre los botones. Eddy no despegaba la vista de su figura, se veía más pequeño de lo que realmente era, sentado sobre cojines en la alfombra. Se preguntó qué pasaría si dejaba el grupo y buscaba trabajo en otro lado. No sería muy difícil conseguirlo, pero… ¡Maldición! Le gustaba la agrupación, le gustaba el trabajo que realizaba allí y los logros conseguidos hasta el momento. Se odiaría si tenía que abandonarlo todo a causa de los comentarios mordaces de un par de personas; además que ir a trabajar a otro sitio significaría volver a fingir lo que no era, cosa sencilla teniendo a Migo consigo. Pero seguía siendo fingir y no era lo que quería. —Prepararé la cena… Indecisos - Nady Maguiña
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—Miguel. —¡Ah! Cierto, él la traerá —carraspeó, cansado—. La verdad no me siento de humor para atenderle ahora. —No seas malo, él nada más está preocupado y desea hacerte las cosas más agradables. Y realmente haría cosas más agradables si TÚ lo dejaras… —¡Como te atrevas a insinuarle algo mientras comemos! —Como si tuviera que hacerlo, basta con mirarte. Pareces gritar «Te necesito» por cada poro. El pobre ya no sabe qué hacer para ayudarte; si le dijera que si se vistiera de gato y bailara en el tejado te sentirías mejor, te aseguro que lo haría. Aún no entiendo qué esperas para saltarle encima. —¡Él era amigo de tu madre! Siempre nos ha apoyado desinteresadamente. Es sólo un amigo ¿Cómo crees que se sentiría si comenzara a acosarlo de pronto, luego de estos años de amistad? No quiero hablar más de este tema. —Creo que muy feliz. No me ha dicho directamente lo que piensa, pero no soy ciego y puedo notar que ni tú ni él se tratan igual que hace unos años; sé que antes lo veías como un amigo, ahora te brillan los ojos cuando esta cerca y actúas como idiota ¿Te resulta tan difícil creer que él pueda sentirse igual? —Le gustan las chicas. Cuando Eva vivía salimos en citas grupales varias veces. No hace mucho que tenía novia… —Ellos terminaron hace más de un año ¿Adivinas la causa? Y tú mejor que nadie debería saber cómo es esto. Hay un término que quizá no conozcas. Mira, se deletrea b-i-s-e-x-u-a-l… Una almohadón voló directo a las manos de Migo, haciéndole saltar el mando de entre los dedos. El chico dio un alarido, recogió el aparato y saltó hacía la pantalla; quedó paralizado unos segundos, contemplando la secuencia de imágenes que corría por ella, fue deslizándose hasta el suelo y rodó por él, dando quejidos. Se levantó de un salto y agitó un dedo acusador e implacable hacía Eddy. —¡Es tu culpa! ¡Estaba a punto de llegar donde el líder de los ladrones, tenía reunidas casi todas las piedras que me pidieron! ¡Ahora tendré que comenzar otra vez desde…! —Desde donde grabaste hace cinco minutos, no has perdido mucho. —La voz de Eddy era seria—. Y te recomendaría bajar ese Indecisos - Nady Maguiña
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dedo e ir apagando la bendita consola para cenar en cuanto Miguel llegue, mañana tienes clases y no te quiero dando vueltas por la casa hasta la medianoche. Migo le miró fijamente, dudando un instante ante la actitud de Eddy. Agachó la cabeza y bajó el brazo, moviéndose hacia la consola de juegos, desconectando los cables y poniendo todo en su lugar; Eddy lo observó en silencio mientras realizaba todo el proceso, aguantando las miraditas dolidas que el muchacho le mandaba de cuando en cuando. En el momento en que Migo se dirigió hacia su habitación con el aparato entre los brazos, se detuvo a mirarle fijamente. —Aunque dudes de ello, lo de Miguel lo digo en serio, papá. El sonido del timbre los interrumpió. A pesar de su malestar y lo discutido con su hijo, Eddy se encontró corriendo hacia la puerta con una media sonrisa en el rostro. «¡Diablos! —pensó—. Soy demasiado obvio cuando estoy cansado…» El mirar a través de la cortina quién era fue únicamente un protocolo, sabía de quién se trataba. Estaba parado con un par de bolsas blancas en las manos. Sonriendo hacía donde entreveía que le observaban, pronunció su nombre en voz baja. Le hizo pasar, respondió al cordial saludo, familiar y cotidiano, le acompañó a la cocina. Juntos abrieron los paquetes y fueron acomodando y repartiendo en distintos platos. Migo entró con una enorme sonrisa, dándole una patadita a Miguel como saludo; ignoró la ceja alzada de su padre y recogió lo necesario para poner la mesa. Pasados algunos minutos, a Eddy le costaba recordar por qué llegó de tan mal humor a casa. Entre las bromas de su hijo y los comentarios irónicos de Miguel, la cena transcurría alegre y despreocupada, mientras ambos le iban narrando todo lo hecho ese día en la escuela y el trabajo. «Como si fuera una familia… los dos hombres de mi vida.» Esa era la frase de Evangelina, solía repetirla mientras Migo contaba sus aventuras en el jardín de niños o la tarde pasada con los abuelos. En ocasiones se preguntaba si su hijo no extrañaría visitar a los padres de Eva. Habían ayudado a cuidarlo luego de la muerte de su esposa cuando el niño sólo tenía siete años. Y pensar en esto le hizo recordar que ellos tampoco aprobaban ni su trabajo ni la opción Indecisos - Nady Maguiña
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elegida en su vida. «O una cosa o la otra, pero no puedo darme el lujo de querer ambas ¿No? Parece que buena parte de la gente que me rodea no está de acuerdo con lo que soy.» El silencio de Eddy dio la señal a Migo. Disimuladamente recogió los platos y se despidió, declarándose con mucho sueño. Miguel le dio una palmada en el hombro y le deseó las buenas noches, mientras su padre seguía semiabsorto en sus pensamientos. En ese estado se levantó de la mesa y se dejó llevar hacia el sillón y sentar en él. Cuando por fin reaccionó tenía una taza de café en las manos y Miguel le miraba con cara de desear una explicación. —Migo ya te fue con el chisme. —Comentó un par de cosas. No lo culpes por querer ayudarte, también yo deseo hacerlo. Si no fuera por Migo no me enteraría de nada. Últimamente te has vuelto muy reservado. —Ese chico se inventa cosas donde no las hay, no debes creerle todo… —Entonces cuéntamelo y así no tendré que escuchar las hipótesis de Migo. Era débil, no podía resistirse a esos ojos de mascota angustiada. Miguel lo sabía y siempre usó ese método para sonsacarle información ¿Y qué más daba? Él era su mejor amigo, si no se lo contaba a él o a su hijo, ¿con quién hablaría? Despacio, fue explicándole los detalles de su problema laboral. No es que fuera a perder el trabajo o que lo amenazaran, simplemente la situación en general era incómoda, el ligero acoso le colmaba los nervios, lo que no era bueno para alguien que debía mantener buen trato con la gente de manera constante. Cuando terminó de narrar todas sus desventuras ya era bastante tarde; se sintió culpable por ello y le ofreció a Miguel quedarse a dormir, recibiendo una negativa algo dudosa, como de quien se rehúsa contra su voluntad. Lástima, sería agradable pasar parte de la noche sentado con Miguel, conversando de tonterías, mirando una película, ah… Era mejor que se fuera, en esos meses estaba descubriendo una facilidad tremenda para imaginarse a Miguel junto a él en formas que dudaba fueran consideradas sólo amistosas. —Dejé mi auto afuera, no hay problema con la hora. Lo que Indecisos - Nady Maguiña
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quiero es que pienses esta noche y veas la forma de parar a ese sujeto, he visto lo feliz que estabas al conseguir ese puesto y no me gustaría que lo dejes por un idiota. En ese momento hizo un movimiento inesperado. Se inclinó hacia Eddy sujetándole suavemente el rostro y depositó un lento beso sobre su mejilla, muy pegado a sus labios entreabiertos. Y huyó. Esa fue la definición que Eddy dio a la carrera de Miguel hacia la calle y su automóvil, una vergonzosa huida. Al menos lo fue hasta que se detuvo con la puerta del vehículo abierta, al parecer con el valor recuperado, y atinó a enderezarse para alzar la mano en despedida. —¡Mañana lo haré mejor, palabra! —gritó—. Prepárate para eso.
2 Eddy casi pataleó como un niño cuando entró en la casa ¿Qué tenía ese loco en mente? ¿Cómo se atrevió? Seguro que Migo tenía algo que ver en ello, en todo se notaba el toque del arrebatado chiquillo. «Vamos, ¿eras muy distinto cuando tenías catorce?» No, no lo era. En esa época comenzó a salir con Eva, su adorada Evangelina, de quien Migo sacó la carita redondeada y los ojos grandes… y el carácter alocado. Le costó reponerse a su muerte, pero con un pequeño a quien cuidar no tenía demasiado tiempo para dejarse llevar por la depresión. Recordaba el día cuando descubrió que podía sentir amor otra vez, al reencontrarse con un ex compañero de estudios que siempre le despertó cierta fascinación, la que ignoraba porque su Eva absorbía toda la atención. Fue entonces cuando sus suegros, en quienes confió ciegamente hasta entonces, intentaron quitarle al niño, acusándolo de conducta inmoral. Ahí estuvo Miguel, siempre presente, apoyándolo aunque tuviera que enfrentar al padre de Eva, quien era su padrino, apoyándolo igual que cuando su esposa vivía y él siempre tenía un momento para ayudarlos en alguna cosa. Desde que Migo entrara a la adolescencia, ambos se convirtieron en un frente unido, maquinando a sus espaldas cosas para sorprenderlo. No le extrañaba que su hijo deseara verlos juntos, era el clásico sueño de ver a papito casado con la mejor amiga que tenía… Indecisos - Nady Maguiña
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en este caso amigo. Desde que cumpliera catorce comenzaron las insinuaciones del niño, los comentarios de doble sentido que dieron paso a declaraciones directas sobre cómo debían ser las cosas entre ellos. ¿De qué se enteraría Migo que insistía tanto con ese asunto de Miguel? ¿Podía ser que su amigo deseara algo más? «Eso te gustaría —la voz en su cabeza tenía el tono almibarado— ¿Por causa de quién comenzó todo este lío en el grupo? De no ser por él habrías hecho feliz a la cacatúa y no se la pasaría acusándote de falso todo el santo día.» ¿Cómo fue que nadie en el grupo sabía de Migo? No lo ocultó ¡Si tenía su foto del campeonato de voleyball sobre el escritorio! ¿Qué pensaron de ella? Esa noche en la disco, cuando Rubén le propuso ir a su casa en busca de un lugar más cómodo donde seguir lo comenzado, usar a su hijo de excusa le pareció una buena idea. Nadie sabía que el niño estaba de paseo, por lo que decir que no podían ir a su casa porque Migo lo esperaba ahí y que tampoco podían irse a casa de Rubén porque el niño no podía quedarse solo hasta tan tarde (¡Mira la hora que es! Debe estar preocupado) le pareció lo más natural del mundo. No se esperaba el alarido del secretario ni que casi lo golpeara antes de irse, gritando insultos, por la calle. Al ir a trabajar el lunes se encontró con que habían corrido la voz que él no era gay, que hasta tenía esposa e hijo y le mintió a todo el mundo para obtener el trabajo de asesoría en el grupo. Fue una revuelta, pocos parecían conformes con su declaración de que gustaba tanto de hombres como de mujeres; finalmente algunos dirigentes calmaron la situación pero no impidieron que Rubén continuara con su continua campaña: —Dice que le gustan los hombres, pero huye a la hora de demostrarlo.
3 Otro día de trabajo, otro discurso sobre los derechos de igualdad entre heterosexuales, homosexuales y lesbianas. Todos mirándolo de reojo, algunos acusadores, otros con lástima, algunos comprensivos… pero todos mirándole. Sumaba a ello que Migo ofreciera a Miguel la Indecisos - Nady Maguiña
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cochera para que guardara el carro. Nosotros la usamos para amontonar trastos, te será útil. Lo que aumentaba, si eso era posible, la presencia del hombre en la casa. Seguían hablando, la palabra bisexual completamente ausente. «¿Qué, los bisexuales no tenemos derechos? No, no los tenemos, no somos personas. Estamos comprendidos dentro de ese pequeño grupo de criaturas de sexualidad indefinida y mentalidad ambigua al cual no se sabe como denominar ¿Qué, ya no se inventó un término para ellos? ¡Sí! Bisexuales.» La voz del secretario, ostentosa, interrumpió su entretenido monólogo Sólo era cuestión de respirar, calmarse, enfrentar el bonito rostro que le reía, sardónico ¿Tal vez pensar en lo mal que le quedaba el maquillaje en los ojos ayudaría? Si contaba los pegotes de la máscara de pestañas casi no oía sus comentarios sobre la gente pusilánime e indecisa que no sabía lo que quería realmente, que pretendía experimentar por seguir la moda y que, lo más despreciable, se creía con derecho a opinar en la vida de aquellos que no tenían miedo a afrontar lo que eran. Apretó los puños para contenerse de apretar esa bonita pashmina escarchada alrededor del cuello blanco y empolvado. «Eddy, Eddy… nada justifica la agresión física ¿Qué clase de ejemplo quieres darle a tu hijo? ¿Y de qué murmuran esos dos de al lado? ¿Qué cosa se ve muy comestible?» Observó hacia la puerta y se petrificó, olvidándolo todo. Miguel hacía su entrada triunfal, entre los murmullos ante el rostro nuevo, miradas apreciativas y sonrisas invitadoras. Caminaba con un aire tan inocente, saludando con la mano a todos, que no culpaba a los que deseaban comérselo vivo. «Empezando por ti, no lo niegues.» Tragó en seco, procuró guardar compostura cuando le encontró y se le paró al lado con una carita feliz. La compostura casi se vino abajo cuando notó que observaba fijamente al secretario, quien no cesaba todavía en sus comentarios, para callar por completo al acercarse Miguel al sujeto. —Hola, tú debes ser… —Sacó un papelito donde lucía la alargada caligrafía de Migo—. Rubén. Mucho gusto. Sacudió la mano del secretario con entusiasmo, una enorme Indecisos - Nady Maguiña
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sonrisa llena de dientes blancos le iluminaba el rostro. Rubén pestañeó, los recargados parpados temblando. —¿Y tú eres…? —Miguel, amigo de nuestro querido Eddy y prospecto a ocupante de su corazón, si me lo permite, claro… Estoy haciendo méritos, te imaginas, no cualquier idiota obtiene esa oportunidad, debes saberlo muy bien. Si Rubén pensaba sonreír no llegó a hacerlo, la boca contraída en una mueca mientras esta vez sí miraba atentamente a Miguel. —Amigo, ya. —Pestañeó—. No suelen venir muchos amigos tuyos por aquí ¿No, cariño? Ladeó el rostro hacia Eddy. Miguel dio un paso al costado, interponiéndose entre ambos sin quitar su sonrisa de propaganda dental. —Pero a partir de esta tarde vendré muy seguido. Es parte del proceso de cortejo, su hijo y yo lo tenemos casi todo planificado. Eddy sintió que sus mejillas ardían de golpe, comenzó a pensar si sería posible desaparecer ya que si Migo tenía que ver con esto, podía esperar cualquier cosa. —Ah, el niño… qué bonito. —Adorable. Es él quien me mantiene al tanto de todo lo que pasa con su padre, cómo le va en el trabajo, quién lo molesta, por qué causa… Esas cosas. A ninguno nos gusta que molesten a Eddy, nos agrada verlo feliz y últimamente no ha estado muy contento ¿No, amor? Giró hacia Eddy un instante, quien miraba intensamente hacia otro lado y sacudió un poco la cabeza. —Es tan dulce. —Suspiró—. Es una de las personas más amables y dulces que conozco, dedicado a sus seres queridos y a sus obligaciones. Lo malo es que eso lo hace susceptible a los ataques, nunca faltan despechados o envidiosos que buscan molestar a los demás; en ocasiones necesita que alguien menos educado y más brusco se ocupe de esa clase de gente. Rubén estiró los labios, una mezcla entre mueca y sonrisa que lucía extraña en su rostro. Encaró a Miguel chasqueando la lengua, los ojos furiosos. —¿Y trajo a su amiguito para que se encargue de quien lo Indecisos - Nady Maguiña
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molesta? —Vine por mi cuenta. Eddy es demasiado bueno para encargarse de los tipos que no se resignan cuando alguien se niega a follar con ellos. —Ahora dirás que sí te lo tiras. —Se carcajeó. —En eso estoy. Rubén avanzó hacia él, presionando un dedo sobre el pecho de Miguel, la sonrisa más cruel en la cara. —Necesitarás más de lo que crees para lograrlo. Lo seguro es que también a ti te metió el cuento de la bisexualidad. —Escupió al piso—. Para que le dieras algo ¿Qué te pidió? ¿Ayuda, dinero, algún favor? Miguel sujetó con fuerza el dedo del hombre, apartándolo de su pecho con desprecio. —Tú eres el único que veo por aquí con cara de pedir favores. Rubén tragó saliva, la mano libre crispándose, preparándose para atacar. Miguel no se inmutó, alerta y dispuesto a parar cualquier agresión. —Si crees que vas a pelearte por mi causa, olvídalo, menos aún en mi trabajo. —Un furioso Eddy se interpuso—. Espérame en la puerta, en un par de minutos acaba mi horario. —Eddy… —En la puerta. Un par de minutos y salgo. Miguel cerró la boca, lanzando una última mirada rabiosa a Rubén y salió del salón. —¡Sí, lo tengo bien entrenado! —Cortó Eddy antes que el secretario hablara—. Ahórrate tus comentarios, él es un gran chico y realmente nos quiere a mí y a mi hijo… Mi niño también se llama Miguel por causa suya, para informarte. —Mira, tú y tu mocoso… —Tú tendrás mucho cuidado a la hora de hablar sobre mi hijo — agregó de manera helada—. Lo que comenté sobre su nombre fue únicamente para mostrarte que mi relación con Miguel es antigua y no lo tengo engatusado con el cuento de mi bisexualidad. Ignoró las muecas que intentaba dirigirle el otro, estaba harto de ellas, las venía aguantando por mucho. Cuando dio un paso hacia él, a Indecisos - Nady Maguiña
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pesar de su actitud despreocupada, éste retrocedió vacilante. —Si te he soportado hasta ahora es porque me gusta la labor que realizo en el grupo, me gusta apoyar a los que lo necesitan y disfruto, o disfrutaba, con la idea de que aquí nadie me juzgaría y no necesitaría callar que también gusto de los hombres tanto como de las mujeres. Gracias a ti esto último se fue por el caño, pero me mantuve con la idea de que si seguía firme puedo cambiar la manera de pensar de la gente y mi hijo no tendría que pasar por algo así en el futuro, nadie lo discriminaría por los gustos que tuviera. Suspiró, dando la media vuelta, sin enfocar la vista en alguno de los presentes que guardaban silencio. —Si tanto les molesta mi indecisión y todas esas cosas no tienen más que decírmelo y presentaré mi renuncia. Con permiso, hay alguien esperando por mí en la calle. Logró caminar firme hasta su escritorio, guardar algunos papeles y recoger su maletín. Se despidió con una inclinación de cabeza de aquellos con quienes se cruzó, procurando mantener la calma todo el tiempo. Afuera le esperaba Miguel, recostado contra la puerta de su auto, la mirada dolida y más de mascota herida que nunca; cuando le vio, avanzó a interceptarle, cogiendo su maletín por él y siguiéndole hasta que Eddy se detuvo contra el carro, sin dar un paso adelante. Sintió los brazos que lo rodeaban, el cuerpo de Miguel apoyándose en su espalda. Se dejó confortar, deslizando las manos por los brazos cruzados sobre su pecho; una de las manos se separó para alzarle el rostro, se dejó hacer a pesar de que sabía lo que seguiría. No se sentía con muchas fuerzas para resistirse a ese hombre cuando todo en él pedía por su contacto. Lo fue besando de manera calmada, variando la profundidad y velocidad, hambriento por momentos, suavemente al instante. Por la forma en que lo hacían sospechaba que los dos tenían muchas ansias acumuladas, demasiado tiempo imaginando ese instante. No ocultó la sonrisa satisfecha que le quedó al terminar, intuía que Miguel llevaba una igual. Se soltó poco a poco de él. —Anda, llévame a casa. Migo debe estar muerto de hambre. —Migo fue a dormir con un amigo, mañana es domingo… —Lo olvidaba… Igual llévame a casa. Con una delicadeza insólita le abrió la puerta y le ayudó a sentarse dentro, colocando el cinturón de seguridad por él antes de cerrar la Indecisos - Nady Maguiña
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portezuela. Condujo despacio, como dándole tiempo a calmarse y pensar, cosa que realmente necesitaba; ambos guardaron silencio hasta llegar a su destino. Al ver la casa, por fin Eddy abrió la boca. —Gracias —susurró—, por apoyarme y pasar por… por eso. Miguel le sonrió, mientras preparaba el coche para estacionarlo; Eddy bajó a abrirle la puerta de la cochera, asombrado de lo rápido que Migo había despejado el espacio para el auto. Dejó entrar a Miguel a la casa y éste se dejó caer sobre el sillón. —Esta noche sí aceptaré quedarme a dormir. —Aún es temprano, puedes irte sin peligro. —No me importa. —Prepararé el cuarto de Migo, él no… —No quiero el cuarto de Migo esta noche. —Palmeo el espacio a su costado—. Ven y siéntate, hay un par de cosas que quiero preguntarte. Sin saber bien qué esperar, Eddy obedeció, caminando paso a paso hacía el sillón, los ojos fijos en Miguel quien esperaba pacientemente. Se dejó caer al lado del hombre, ambos recostados con la vista perdida. —Ese tipo, Rubén… Lo imaginaba distinto. Digo, es bastante atractivo, a pesar del maquillaje y la ropa chillona. Esa es mi primera pregunta, si es guapo y antes te trataba tan bien ¿Por qué no te acostaste con él? Alzó el brazo y contuvo a Eddy antes que éste se levantara avergonzado, obligándole a permanecer sentado. —Hemos hablado de sexo antes, sólo responde, por favor. Eddy se removió un instante, sin saber bien qué decir ¿Qué le respondes al tipo que te gusta en estos casos? —No tengo por qué acostarme con todo el que me lo proponga. —Aceptaste su coqueteo, lo besaste. —Alzó la mano antes de ser interrumpido—. De acuerdo, respondiste al beso que te dio, le seguiste el juego pero te detuviste cuando él quiso ir más allá. —Estaba excitado. —Se encogió de hombros—. Entre el trabajo y Migo no queda mucho tiempo para hacer vida social. Justo ese fin de semana se fue de campamento contigo, no me pareció mal pasar la noche fuera y liberarme un poco… Indecisos - Nady Maguiña
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—¿De nosotros? ¿De mí? —¡No! Bueno, sí, en cierta manera. Siempre estabas dando vueltas alrededor, y me molestaba sentirme tan atraído por ti y no poder hacer algo respecto a eso. —¿Por qué no lo haces ahora? —Se inclinó hacia Eddy, rodeándolo con los brazos—. ¿No te he dado suficientes muestras de cómo me siento? —No estoy seguro de lo que yo siento… —Se dejó ir recostando a pesar de todo—. ¿Y si estoy confundido? No quiero lastimarte. Miguel comenzó a besarlo. Recorrió su cuerpo buscando espacio entre la ropa para poder llegar hasta su piel. Eddy se fue dejando hacer, relajado, casi como borracho, era como si lo que soñara últimamente se hiciera realidad y le gustaba más aún que en sus sueños. —Dime por qué no quisiste tener sexo con él —susurró a su oído mientras introducía su lengua en él—. Dime por qué te detuviste, podías haber seguido. —Porque no eras tú —aceptó, derrotado— y me moría por hacerlo contigo aunque intentara negármelo. —Soy irresistible, ¿no? —Tonto. Le atrajo contra sí, rodeándolo con las piernas, obligó a ambos cuerpos a colisionar con fuerza y frotó su erección contra la de Miguel, incitándolo. Gracias a la magia de la aceptación, ahora se sentía inspirado y con ganas de dejar de ser tan pasivo. Se revolvieron sobre el sillón, pateando almohadones en todas direcciones, en breve aterrizaban contra el suelo, producto de su entusiasmo. —Tal vez deberíamos ir a mi cama… Miguel no dijo nada, recostado sobre él daba pequeños besos contra su cuello, parecía algo indeciso. —¿Ya no deseas seguir? Un poco de desilusión se notó en las palabras de Eddy, rogando porque su pareja no hubiera decidido seguir siendo heterosexual. —Sí, yo quiero… nada más que estoy buscando las palabras adecuadas para pedirte algo ¡Y no me mires tan fijo que no podré Indecisos - Nady Maguiña
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hablar! Mordiéndose los labios para no reír, Eddy, ladeó el rostro, lo que aprovechó Miguel para seguir besándole ahí. —Mira, sí estuve averiguando sobre todo esto —le fue diciendo entre beso y beso—. He leído bastante y visto algunas cosas, pero no me siento lo bastante seguro como para… ya sabes. Quería que tú, quien supongo que sabe más del tema, sea quien esté a cargo, o como quieras llamarlo. Esta vez Eddy sí rió, en tono bajo y dulcemente. Acarició los cabellos de Miguel, revolviéndolos entre sus dedos. —Entonces definitivamente debemos ir a mi cama. La petición de Miguel combinaba muy bien con sus ganas de no ser pasivo. Agradeció a Migo y sus bromas, debido a él tenía lo necesario en el armario de su habitación; además, su pareja, una vez expresada su preocupación, no pareció tener más dudas respecto a lo que quería y prácticamente le empujó de camino al cuarto y a la cama. Logró contenerle lo suficiente para sacar las cosas guardadas, sonriéndole a la tarjetita de «Para que lo uses, con cariño: Tu hijito que te adora, Migo.» Cuando llegó a la cama con todo, notó que Miguel no perdía el tiempo, ya las zapatillas y camiseta estaban tiradas por el piso y en segundos el pantalón las seguía. Comenzó a retirarse la ropa, siendo ayudado por un ansioso compañero, quien se puso a mordisquear con cuidado su pecho buscando las tetillas con la lengua. Con la presión de su cuerpo logró tumbarlo, sujetándole las muñecas sobre el cubrecama para mantenerle quieto. —Mal chico… Recuerda que me has puesto a cargo esta noche. Cuando le vio asentir, soltó sus manos, conduciéndolas hacia su cuerpo e instándolo a acariciarle el torso. Deslizó los dedos hacia su miembro, que se alzaba y vibraba cada vez con mayor fuerza, rodeándolo, apretando y soltando rítmicamente según lo escuchaba jadear; se tendió contra él para colocar ambos miembros juntos y atenderlos a la vez, calientes y apretados entre sus dedos. Por la manera en que Miguel gritó supuso que se estaba sintiendo a gusto. Esto lo llenó de satisfacción y le hizo aumentar la fuerza y con ello los gritos subieron de nivel. Agitado, tomó la botella de aceite y rompió a la vez, arrebatado, el Indecisos - Nady Maguiña
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sello y la tapa con los dientes. Una sutil esencia se esparció por la habitación, entre olor de rosas y canela. «Mocoso desgraciado. —Rió—. Te las sabes todas.» —Ese perfume —jadeó Miguel—. Me gusta… me… es el que… —Lo sé, tu perfume. —Besó sus labios—. Ahora déjame ponértelo… Vació algo de aceite en su palma, esparciéndolo sobre la piel del vientre de Miguel en un masaje, dirigiéndolo hacia el pene erguido y untándolo. Fue agregando aceite, sumando su miembro al otro y masajeándolos juntos con la sustancia, observando el abandono en que caía el hombre, con los ojos cerrados y los labios entreabriéndose y murmurando mil cosas sin sentido. Colocó aceite en su otra mano, deslizándole los dedos entre las nalgas y abriéndolas para poder esparcir la esencia lo más profundo posible. Fue introduciendo los dedos, admirado de la manera en que le permitía moverse dentro suyo, de cómo aquel hombre se entregaba sin dudarlo, esperando ansioso mientras se colocaba el condón y proseguía con sus dedos a aumentar la entrada a ese cuerpo. Fue abriéndolo, con cuidado, sabiendo que preferiría morirse antes que lastimarlo, le penetró poco a poco, sin que fuera necesario porque Miguel le hubiera aceptado dentro suyo aún de golpe, aceptando con ello todo el dolor si era necesario. Esa era la causa de su negativa a aceptar que podía ser correspondido, la certeza de que con él querría algo completo, no besos y sexo cuando tuvieran ganas como fue con sus relaciones anteriores. De él quería además, las cenas nocturnas de los tres juntos, quería la monotonía del día a día, noche a noche, un lazo tan fuerte que sangrara si fuera cortado. Se meció contra él, por fin hundido hasta lo más profundo, acomodó sus piernas para aumentar la fuerza de las penetraciones y buscar la forma de regresarle el placer obtenido. Presionó, encontrando el ritmo que más le hiciera gemir, disfrutando de su rostro agitado y sus gritos de amor; lo ayudó, masturbándolo entre jadeos, queriéndolo como nunca cuando en un último gritó se vino y manchó sus dedos y su piel de semen, impulsándole a vaciarse dentro suyo, en una fuerte descarga, cálida y extenuante. Se abrazaron temblando, con los brazos torpes y casi sin fuerza. Mientras iban recobrando la respiración, se limpiaron como pudieron, acomodándose bajo las mantas y buscando reposo. Indecisos - Nady Maguiña
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4 El teléfono sonó, agudo, taladrándoles los tímpanos. Habían logrado amarse un par de veces en la noche antes de quedarse dormidos y ninguno agradeció el temprano despertar. Un torpe Miguel alzó la cabeza y le sacó la lengua al aparato sobre la mesa de noche de Eddy. —No respondas —susurró a su oído. —Ve aprendiendo una lección: en esta casa SIEMPRE se responde el teléfono cuando Migo no está. Aunque estés agonizando en un charco de sangre te arrastrarás a responder porque puede ser el chico con algún problema ¡Ahora responde, que estás más cerca! Miguel alzó el fono, cansado, respondió con un par de monosílabos y se lo tendió a Eddy, arqueando una ceja. —Para ti… del grupo. Medio dormido, solo atinó a tomarlo y saludar. Escuchó, bajo la atenta vigilancia de Miguel, asintiendo una y otra vez hasta colgar el teléfono; quedó un momento quieto, asimilando toda la información mientras su compañero se revolvía a su costado, impaciente. —¿Puedes dejar de sonreír solo y contarme qué pasó? Volteó hacia él, ensanchando la sonrisa. Le saltó encima y lo aplastó contra el colchón. —Era del grupo. —¡Ya sé de quién era! —Me pidieron disculpas por lo ocurrido ayer… Desean ver si tengo alguna idea que compartir con ellos, alguna idea sobre cómo evitar este tipo de situaciones… Desean que todo el que acuda a ellos se sienta cómodo, aceptado y… Comenzó a besuquearlo, sentándose a horcajadas sobre su cintura, evaluando cuánto tardaría Migo en regresar y si tendrían tiempo para volver a hacerse el amor. —¡¿Y?! —Miguel parecía querer respuestas primero. Se detuvo un momento, mirándole fijamente hasta que Miguel se sonrojó sin saber por qué. Una mano subió y acarició su mejilla, una caricia cálida y amorosa, muy íntima. —Y debo llegar temprano el lunes, sin falta, porque debo hacerme cargo de mi propia división e iniciar los preparativos para dirigirlos en la próxima marcha por el Día del Orgullo Gay. Indecisos - Nady Maguiña
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Lo que no se recuerda no hace daño Sara Amaranta SARA AMARANTA es española, amante de la escritura desde que puede recordar, pues nunca ha podido frenar su fantasía, y para ella, cada personaje, por insignificante que sea, se merece una historia. Su mayor deseo es compartir esas historias con la gente y que puedan ayudarles y hacerles disfrutar tanto como a ella. Tiene varios proyectos en marcha y nunca se ha cerrado a ningún género. Ama la lectura, sobretodo la fantástica.
Por quinta vez en esa tarde, Carlos observó de nuevo con todo detalle la palma de su mano derecha mientras la acariciaba con ayuda de su contraria. Empezó por la muñeca, blanca y pequeña, continuando el recorrido hacia los dedos acariciándolos suavemente, casi como un roce que le producía un ligero cosquilleo haciendo surgir leves escalofríos que a duras penas controlaba, intentado evitar así que la gente a su alrededor se percatase de las sensaciones que recorrían su cuerpo... Cerró los ojos disfrutando de sus propias caricias, pero ya no eran suyas, eran las de él. Con la mente en blanco, perdiéndose en sus dulces recuerdos, por unos instantes logró engañar al resto de sentidos haciendo real su fantasía. Pero no fue por mucho tiempo, pues el tacto de la cicatriz que cruzaba de forma transversal todo el dorso de su mano le hizo sobresaltarse y regresar a la realidad, trayendo en un instante imágenes que seguramente hacían referencia a terribles recuerdos que, en su estado, era incapaz de reconocer, pero que transformaron su sueño en una pesadilla borrosa haciendo que todo su ser se retorciera de dolor. Comenzó a balancearse hacia adelante y hacia atrás, violentamente al principio, hasta que poco a poco consiguió relajarse a la vez que hacía sus movimientos más dulces y acompasados, y al final, se detuvo; escondió su cabeza entre sus piernas recogidas durante unos instantes hasta que, dando un suspiro, volvió a su posición anterior. Este comportamiento no pasó desapercibido para un grupo de Lo que no se recuerda no hace daño - Sara Amaranta
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ancianas sentadas en las cercanías, y que ahora le miraban mientras cuchicheaban entre ellas. Carlos las observó con rabia, mientras que al mismo tiempo frunció el ceño contrariado por su propio comportamiento; si seguía así nunca podría irse de aquel lugar, y de verdad quería estar con él... Abandonó el hilo de sus pensamientos al escuchar el sonido de unos pasos acercándose, levantó la cabeza, y en ese mismo instante, al ver quien se acercaba, una sonrisa tomó forma en su rostro y en sus ojos apareció aquel brillo que sólo se mostraba en presencia de él, de Alexander. Se levantó ágilmente y se acercó casi corriendo hasta alcanzar a los dos visitantes, deteniéndose ante el objeto de esperanzas, deseos y alegrías de los últimos meses. Le miró de arriba abajo con un ligero rubor en sus mejillas. Siempre era lo mismo, con su alta figura y su no corpulento pero sí bien trabajado cuerpo, Alexander atrapaba su alma hipnotizándole. Pero, sin lugar a dudas, lo que más le gustaba a Carlos de él era su pelo, largo y de un color que podría pasar por plateado. Y sus manos, le encantaban sus manos. Le hacían sentir seguro de un peligro que siempre sentía su cuerpo de forma irracional excepto en su presencia. Alexander tomó a Carlos entre sus brazos haciendo que apoyara la cabeza en su pecho como forma de saludo. Carlos, su niño, unos diez centímetros más bajo, de pelo corto y castaño pero de cuerpo débil y frágil... La mirada de Alexander se oscureció ante ese detalle, pues la debilidad del cuerpo de su niño no era una debilidad natural, sino una consecuencia de años de sufrimiento psicológico que habían producido nefastas consecuencias en su cuerpo y mente...Pero ya no más, él lo curaría; aunque en el pasado fuera el causante de tales heridas, haría desaparecer su dolor y sufrimiento... —Buenas tardes, Carlos —dijo con una agradable sonrisa la joven que había llegado junto a Alexander y que había sido ignorada completamente por ambos hombres durante su saludo. Carlos se ruborizó, pero aun así no se separó ni un milímetro del cuerpo de Alexander mientras saludaba a la joven con un movimiento de la cabeza y un «Hola» cariñoso. La joven se llamaba María y era una de las enfermeras encargadas del ala donde Carlos se había encontrado recluido las últimas dos semanas. —Carlos —susurró Alexander a su oído, consiguiendo que el cuerpo de éste se estremeciera mientras, con una sonrisa, acariciaba Lo que no se recuerda no hace daño - Sara Amaranta
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su pelo—. Hoy mismo me han comunicado que puedes venir a casa conmigo. ¿Te parece bien? Carlos le miró de forma algo incrédula sin poder evitar mostrar la alegría que en esos momentos le embargaba. —Bien, en ese caso es necesario que subas a tu habitación, te cambies de ropa y recojas todos los objetos que tengas en el cuarto y quieras llevarte —añadió ante la afirmación muda de su niño. Con algo de vergüenza, Carlos le dio un fugaz pero tierno beso, para posteriormente separarse de su cuerpo e ir a su habitación a cambiar su uniforme blanco del centro clínico y hacer su maleta; antes de marcharse se despidió de la enfermera con alegres y amables palabras. En cuanto ambos vieron cómo la figura del muchacho se perdía por los jardines, María tomó aire para comenzar a hablar preparándose para hacer frente a la figura de Alexander, que de una extraña manera le imponía respeto y temor. Ambos sabían que esa conversación se produciría y sólo era cuestión de encontrar el momento apropiado para comenzarla, y ese sería cualquiera en el que Carlos no se encontrara presente. —¿Estás seguro de lo que haces? —comenzó ella. —Sí. —No creo que sea conveniente que deje aún la clínica. No está recuperado. —Lo está físicamente. —Pero esta no es una clínica para los problemas físicos, esos ya se los curaron en el hospital. Lo trajiste aquí por las posibles secuelas psicológicas. —Sí, y ya no lo considero necesario —dijo de forma tajante mientras recalcaba sus palabras con una mirada fría que hizo que María perdiera el habla durante unos instantes. Pero continuó, había tomado mucho cariño a ese castaño que tenía por paciente y estaba preocupada por su salud. —Tú has visto tan bien como yo lo que ha pasado hace unos instantes, ése no es el comportamiento de alguien mentalmente sano. Además, aún no hemos conseguido lo más importante que es la recuperación de su memoria. ¡Su estado es de amnesia completa! Reconoce que su nombre es Carlos porque así se lo hemos dicho nosotros, no porque lo recuerde —dijo María, ya a punto de perder la Lo que no se recuerda no hace daño - Sara Amaranta
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paciencia. Pero de nuevo aquella mirada fría hizo que las palabras huyeran de su boca perdiendo el coraje ganado durante su discurso. —Su amnesia ya está siendo tratada con aquellas pastillas ¿o no? —Puede ser, pero... —En ese caso puede seguir perfectamente el tratamiento sin necesidad de permanecer interno en este centro. Además, lo único que habéis conseguido con vuestros métodos ha sido el desarrollo de pesadillas nocturnas... —Ya le explicamos que no son pesadillas; son fragmentos de sus recuerdos, que sean esos los recuerdos que primero aparecen muestra que ha tenido varios sucesos traumáticos que le han marcado profundamente y que deberían ser tratados... —Carlos se marchará ahora mismo conmigo. Ya he hablado con el director del centro y su doctor, y tengo el alta y las pastillas. La conversación quedó terminada con esa última frase cuando observaron cómo Carlos se acercaba por el camino vestido con unos vaqueros y una camiseta gris de mangas, portando con algo de dificultad una gran maleta marrón. Alexander, ignorando completamente a María fue hacia él, y cogiendo su maleta le pasó un brazo por su cintura, llevándole de esa forma hacia la salida donde les esperaba un coche de alta gama y un chofer preparado para tomar la maleta y dejarla en el maletero, para posteriormente tomar lo mandos del auto. A continuación, como si siguiera una orden muda, hizo que se elevara la ventanilla que le separaba de los dos ocupantes de los asientos traseros. En el mismo momento en que quedaron separados del conductor, Alexander con una sonrisa lasciva se acomodó en el asiento de cuero negro, mientras con las manos golpeaba de forma suave y lenta sus piernas ligeramente abiertas dando a entender a Carlos lo que quería. De forma tímida y algo cohibido, Carlos se acercó a él pasando lentamente una de sus piernas sobre las de Alexander para ir bajando y colocándose sobre su regazo, quedando sentado sobre él, sin atreverse aún a apoyarse, elevó su mirada hasta encontrarse con unos ojos que en esos momentos le observaban con mirada lujuriosa. En cuanto las miradas se encontraron, Alexander atrapó su boca en un intenso y húmedo beso, introduciendo su lengua en la cavidad de Carlos recorriéndola, inspeccionándola, sin olvidarse de recorrer ningún lugar, jugando con su lengua e incitando a Carlos a tomar partido en esa batalla de amantes, cosa que no tardó mucho en suceder, respondiendo este con la misma intensidad que Alexander Lo que no se recuerda no hace daño - Sara Amaranta
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imponía. Pronto el beso fue insuficiente, y este empezó a ser acompañado por movimientos de caderas; Alexander, ayudado de sus manos, apretaba el cuerpo de Carlos contra el suyo obligándole a subir y bajar, frotándose contra él y aumentando así la fricción de ambos miembros, ya erguidos y palpitantes por el placer. Cuando Alexander notó que a su pequeño le empezaba a faltar aire se separó apenas unos centímetros dándole así espacio y tiempo para tomar aire. Subió la mirada para observar a su niño, y no pudo evitar sonreír con placer y superioridad al encontrarse con la mirada nublada por el placer en esos ojos, pudiendo apreciar también su cara roja y un pequeño hilo de saliva que había quedado como prueba del encuentro entre sus bocas. Tras presenciar tan hermosa visión, Alexander acercó su cara al cuello de su compañero regalando besos y caricias en toda su longitud, para al mismo tiempo, ir abriendo su camisa dejando al descubierto el torso de piel clara y suave; poco a poco fue descendiendo desde el cuello al pecho de su niño hasta llegar a uno de sus pezones. Empezó a rodearlo con la lengua hasta que se endureció, una vez conseguido esto, dio el siguiente paso y comenzó a morder suavemente logrando que gemidos cada vez más audibles salieran de aquella boca que tanto amaba, luego, dejando un rastro de saliva fue hacia el segundo pezón donde realizó la misma acción. Carlos sólo era capaz de gemir; tampoco tenía nada que decir, en esos momentos en todo su cuerpo y mente sólo había cabida para el placer. De forma inconsciente empezó a frotarse por sí solo contra Alexander subiendo y bajando intentando así saciar en parte la atención que demandaba su miembro. Alexander, complacido por la nueva iniciativa de su pareja, dejó de sujetar su cintura viendo ya innecesario marcar el ritmo. Aprovechando la nueva libertad de sus manos, las dirigió hacia el pantalón de Carlos; comenzó acariciando sus nalgas con ansia poco disimulada, para posteriormente ir recorriendo toda la cintura con manos expertas, hasta llegar al miembro abultado de su pareja, aún aprisionado por las telas de su ropa. Lo liberó de forma algo ruda provocando un ronco gemido, en el cual se podía apreciar una clara mezcla de sorpresa, placer y dolor. Ya con el miembro entre sus manos, Alexander comenzó a bombearlo marcando un ritmo en el que alternaba movimientos brusco y suaves, rápidos y lentos haciendo gemir sin control a Carlos, quien, ya no siendo capaz de continuar con los movimientos de cadera por si solo, se detuvo, echando para Lo que no se recuerda no hace daño - Sara Amaranta
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atrás su cuerpo, dando así mayor accesibilidad a esas manos que le estaban volviendo loco. Ante la nueva postura de su pareja, Alexander se vio obligado a cambiar su propia postura abriendo algo más las piernas para poder aguantar mejor el peso de su niño. Sobre todo después de que en una curva casi perdieran ambos el equilibrio, y llegados a este punto él no estaba dispuesto a detenerse. Ya acomodado, comenzó a acariciar de nuevo el trasero de su pareja mientras continuaba con las atenciones al miembro, poco a poco comenzó a acercarse cada vez más a la entrada hasta que después de unas cuantas caricias a esa zona introdujo el primer dedo. —Urg.... —gruñó Carlos mientras todo su cuerpo se contraía y se echaba de nuevo hacia adelante en busca de un apoyo. —Shhhh, tranquilo mi niño, lo bueno está por llegar. Ya lo sabes. Carlos asintió mientras sentía cómo un segundo dedo y después un tercero se adentraban en su interior masajeándolo y preparándolo, mientras algunas lágrimas recorrían su rostro. Ambos sintieron cómo el sudor cubría sus cuerpos, y los gemidos de Carlos no hacían más que estimular a Alexander, ya en su límite, consiguiendo así que finalmente rebasara su autocontrol, y de esa forma puso fin a ese baile de caricias al elevar a Carlos y apoyarlo directamente sobre su miembro erguido e hinchado, haciendo que de una sola embestida, éste quedara totalmente engullido por el interior de su compañero, produciendo un sonido de humedad originado por la penetración, y que desde ese momento acompañaría a la orquesta de gemidos. Carlos sólo acertó a abrir la boca por la sorpresa y la invasión para luego rápidamente sujetarse a la espalda de Alexander mientras clavaba sus uñas. Alexander esperó algunos minutos hasta que el propio Carlos, impaciente por la inactividad de su pareja, comenzó a elevarse y a descender sobre el miembro que se había hecho espacio en sus entrañas, de forma que él mismo hacía que le embistiera. Dejó que siguiera un poco más, disfrutando él también y gimiendo a la par, para finalmente volver a tomar las riendas marcando el ritmo de los movimientos. El baile de los dos amantes llegó a su fin con el ronco gemido primero de Carlos, quien se derramó entre ambos cuerpos, seguido poco después por Alexander, quién se corrió en el interior del otro. Carlos después de tal excitante y agotadora actividad se dejó caer, exhausto, sobre su amante. Éste por su parte, reposaba sobre el Lo que no se recuerda no hace daño - Sara Amaranta
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asiento. El agotamiento venció pronto al más joven quien no tardó mucho en acompasar sus latidos y respiración cayendo profundamente dormido. Este último no durmió, se dedicó a observar a su pareja, su compañero, su amante, su todo. Acarició su pelo y delineó todos los músculos de su desnudo cuerpo. Su amor... ¡Cuánto le había costado tenerlo! Llegó a haber un tiempo en el que pensó que no lo conseguiría, después de todo. ¿Qué cara pondría Carlos si supiera que antes de perder la memoria había sido capaz de intentar suicidarse para huir de él? Y ahora, lo tenía entre sus brazos, relajado y dormido después de una buena sesión de sexo, y todo por propia voluntad... Aún recordaba al Carlos del instituto, cuatro años menor que él, querido por todos a su alrededor por su carácter amable, cariñoso, alegre y sociable. Era el típico chico que a pesar de no tener grandes notas, todos sus conocidos estaban seguros de que llegaría lejos y triunfaría en la vida. Pero no fue así... Todos sus anhelos terminaron incluso antes de empezar a tomar una forma real, pues decidió afrontar sus sentimientos diciéndoselos a su amor (hasta ese momento platónico) cuatro años mayor, y que ese año dejaría el instituto. Pobre Carlos... él, no sabía que Alexander era hijo de un importante miembro de la mafia y, seguramente, no pudo ni imaginarse el resultado que tendría su declaración. Alexander por aquel tiempo estaba aún algo acomplejado pues su cuerpo de adolescente, que aún no estaba totalmente desarrollado, provocaba que en algunas ocasiones se le comparara con una mujer. Así pues, entendió la declaración de Carlos como un insulto, una forma de mofa y burla, una falta de respeto... Y eso, él no lo perdonaría. Y así se la hizo pagar: con los hijos de la mafia no se juega. Con una falsa sonrisa le invitó una tarde al gimnasio cuando ya no había nadie, y el pobre Carlos cometió dos errores que marcarían el resto de su vida, destruyendo todo lo que había sido hasta ese momento. El primer error que cometió fue el confiar tan fácilmente en aquella sonrisa e ir al lugar acordado, el segundo error fue ir solo. Cuando llegó, Alexander junto a seis amigos suyos le esperaban. Le pegaron, le insultaron, le humillaron y finalmente cuando no tenía más fuerzas, Alexander dio la idea y el permiso para que le violaran entre todos sus amigos mientras él sólo miraba con una sonrisa en sus labios... Alexander recordó los gritos de Carlos de aquel día, de perdón, de dolor... Todos en vano, no se detuvieron hasta que no Lo que no se recuerda no hace daño - Sara Amaranta
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hubieron terminado varias veces en su interior cada uno. Alexander también recordaba las palabras que le dirigió a Carlos al finalizar cuando estaba tendido en el suelo, llorando, sin fuerzas, desnudo y sucio, cubierto por el semen de todos sus compañeros de esa tarde. —La gente como tú me da asco. Te gusta meterte cosas por el culo. ¿Qué tal se siente, puta? ¿No es lo que querías? Mírame bien, niñato. Si me entero de que vuelves a acercarte a alguien con asquerosas y enfermas intenciones, te convertiré en la puta más barata y usada de todo el país, haré que no puedas ponerte en pie nunca más. Y dicho aquello se marchó... Aún lo recordaba, y también cómo aquella tarde había comenzado a obsesionarle, quería estar dentro de él, quería oírle gemir, y una noche se sorprendió pensando que quería oírle decir su nombre con voz entrecortada, quería oírle gemir de placer..... Recordaba cómo, los meses siguientes, lo había buscado sin encontrar nada. Descubrió que se llamaba Carlos y dónde había vivido, pero también supo que dos días después de ese incidente se había intentado suicidar y que tres semanas más tarde, su familia y él se habían mudado sin dejar ninguna dirección. Esto no hizo más que acentuar su obsesión por aquel muchacho que había despreciado tan cruelmente, y decidió seguir buscándole hasta el día que lograra que estuviera entre sus brazos. Pero Alexander tenía cosas que exigían su dedicación inmediata, cosas como seguir el negocio familiar, de forma que se pasó los siguientes años preparándose para tomar su posición como jefe mafioso de uno de los cárteles más importantes de la ciudad. ¿Quién le diría que sería siete años después cuando le encontraría en medio de la calle? Alexander le reconoció al instante, y por la cara de terror que puso Carlos supo que él también le había reconocido. Intentó acercarse pero fue inútil, Carlos huyó corriendo apenas dio un paso en su dirección, pero en su carrera desesperada por huir olvidó la cartera del trabajo. Gracias a eso, Alexander le encontró, pero esta vez no fue él mismo a buscarle: hizo que otras personas a su cargo lo llevaran a su apartamento. Había decidido hacerle su amante, pues al verle se había dado cuenta que aquella obsesión que había empezado siete años atrás aún no había terminado. Recordaba que le habían traído inconsciente a su apartamento, aún podía rememorar como lloró, gritó y pidió piedad cuando se despertó en aquel lugar junto a él. Comenzó a llorar diciendo que no se había Lo que no se recuerda no hace daño - Sara Amaranta
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acercado a nadie y entonces Alexander lo supo: Carlos jamás se había repuesto de aquella tarde. Habían matado a aquel muchacho alegre, dejando un cuerpo que con el tiempo se recuperó, pero con una mente muy enferma que jamás fue capaz de seguir adelante. Poco después se enteró de que Carlos llevaba más de cinco años en terapia, habiendo llegando a estar varios años hospitalizado, y que hacía muy poco que había comenzado a mejorar, empezando a relacionarse de nuevo con otras personas y consiguiendo un mediocre trabajo vendiendo seguros por teléfono. Alexander aún sabía el día exacto en que había decidido curarle. Empezó haciendo que todos los días durmiera entre sus brazos, para intentar de esta forma que se acostumbrara a su presencia y desapareciera aquel miedo enfermizo hacia él; pero Carlos no dormía, sólo lloraba y temblaba, no cambiaba su posición en lo más mínimo durante toda la noche, en ningún momento descansaba. Tras cuatro días con esta rutina y viendo que no mejoraba tuvo que pasar a darle sedantes por la mañana para que descansara, mientras por las noches continuaban la terapia. Alexander recordaba cómo hacía seis meses en una discursión de las tantas, se había negado de nuevo a darle la libertad, para momentos después abandonar su cuarto con intención de ir a una reunión. Y luego, oyó algo que sabía que jamás olvidaría: el sonido del cuerpo de Carlos al estamparse contra el suelo tras haber saltado por la ventana de su piso. La mirada de Alexander se endureció ante este recuerdo. ¡Cuánto había sufrido al pensar que lo perdería! Pero el destino parecía quererle; no sólo Carlos sobrevivió, sino que perdió la memoria, dándole de nuevo la oportunidad de volver con su ángel castaño, y esta vez, no la iba a dejar pasar. Le contó a Carlos, cuando éste despertó sin recuerdos, que eran novios desde hacía dos años, le mostró donde vivían, y después de un tiempo, le hizo el amor de la forma más cariñosa y apasionada que jamás se lo había hecho a nadie...Y cuando al despertar le vio aún entre sus brazos tranquilamente dormido se sintió completo por primera vez desde hacía mucho tiempo... ¡Por fin tenía lo que tanto anhelaba! El coche llegó a su destino, Alexander cargó a Carlos tapándole con su chaqueta mientras salía del coche. Sí... Ahora él le daría todo el amor que se había merecido desde siempre, lo cuidaría y ambos serían felices... Pero para eso Carlos debería hacer un sacrificio involuntario: el de jamás recuperar la memoria. Un gran precio por un Lo que no se recuerda no hace daño - Sara Amaranta
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gran premio. Mientras se dirigía hacia el interior del bloque de pisos donde se encontraba su hogar, y desde ese momento el de Carlos, Alexander dio órdenes al chofer de que cogiera la bolsa con pastillas de la parte trasera del vehículo y que la tirara. Carlos, al oír voces, se despertó: —¿Pasa algo, Alexander? —No, mi vida. Ahora todo está bien.
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Nacido de las aguas1 Aurora Seldon AURORA SELDON es peruana y escribe historias homoeróticas desde el año 2002. Ha publicado ocho novelas en Colección Homoerótica, tres de las cuales son un trabajo conjunto con ISLA MARÍN.
1 Tu padre no era de este mundo… tú te pareces más a él que a mí. Cuando puedas entenderlo, te contaré quién eres. Las últimas palabras que Hilde Fedreheim le había dicho a su hijo Thor encerraban para él una explicación mucho más romántica a su misterioso origen que la versión oficial de la historia. Thor recordaba muy poco de su madre. Sabía, por ejemplo, que lo quería con locura. También sabía que su voz cantándole en las noches era la única cosa que lograba calmar esa ansia desconocida que a veces le oprimía el pecho. Hilde había sido sinónimo de paz, seguridad y tibieza. La casa donde vivían, a la orilla de un lago, había sido el único sitio al que siempre llamaría hogar. Pero los cinco años que pasaron juntos se fueron demasiado rápido… Thor después comprendería que la negativa de Hilde de revelar a su familia quién era el padre de su hijo, aunada a las extrañas circunstancias de su nacimiento, y a su obsesión por soltar al pequeño dentro del lago, habían hecho que la internaran en un sanatorio para enfermos mentales. Él habría querido explicarlo, pero no se lo permitieron. Desesperado, había gritado que su madre no estaba loca, que él jamás se ahogaría, pero nadie prestó atención al extraño niño de cinco años, más que para entregarlo a sus tíos y asegurarse de que estuviera a salvo. Pero él no estaba a salvo. Lejos de su madre, enfrentado de pronto con la brutal realidad, comprendió que había algo extraño en él. Algo diferente… 1 Aunque esta historia refiere leyendas de la amazonía peruana, éstas son producto de la imaginación de la autora, que siente fascinación por los misterios que encierra la selva de su país.
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—Thor no es como los demás niños —había oído decir días después a su tía Karen—. No sé cómo explicarlo… y no me refiero solamente a esa belleza suya tan extraña. Él es diferente, yo lo sé… El modo en el que nos mira, como si nos analizara. Un niño de su edad no hace eso. ¡Y esa obsesión por bañarse desnudo en la piscina y quedarse quieto en el fondo como si estuviera muerto! Ya sé que Hilde es un poco excéntrica y probablemente el niño lo haya heredado de ella, pero también es cierto que no sabemos quién es el padre. Hilde vivió tanto tiempo en la selva peruana… allí pudo suceder cualquier cosa. —Thor es diferente, sí —había respondido su tío Hans —. Pero también es un niño que ha sido apartado de su madre. Es normal que busque llamar la atención. Y tienes razón, es muy despierto para su edad y va muy adelantado en la escuela. Quizá deberíamos someterlo a algún examen, podría ser un niño prodigio. Thor no sabía lo que era un niño prodigio. Tampoco sabía lo que significaba estar muy adelantado. Él simplemente aprendía lo que le enseñaban lo más aprisa que podía y siempre era mucho antes que los demás niños, pero esa conversación lo inquietó. De algún modo supo que llamar la atención hacia lo que podía hacer sería malo y comenzó a disimular esa habilidad para aprender, dejó de meterse a la piscina y buscó parecerse a los demás niños a como diera lugar. Era puro instinto de supervivencia.
2 Hilde se marchitó en el sanatorio, privada de ver a su hijo. Los médicos consideraban que su influencia sería perniciosa para el niño y las cosas empeoraron con su empeño en convencer a todos de que Thor era un ser especial, un hijo de las aguas. Dos años pasaron entre tratamientos y recaídas que poco a poco fueron mellando la salud de quien había sido una reconocida lingüista especializada en lenguas amazónicas. Una noche, Hilde se sentó junto a la ventana, cantando con una voz tan triste y tan aguda que los médicos tuvieron que sedarla, y eso fue fatal para su debilitado organismo. Simplemente no despertó. Thor quedó devastado tras recibir la noticia. A los siete años sólo contaba con sus tíos que lo querían sinceramente, pero no era lo mismo. Hilde había sido la única persona que realmente sentía parte suya. Había mantenido la esperanza de que cuando fuera mayor, lo Nacido de las aguas - Aurora Seldon
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dejarían verla y ahora estaba solo. Solo… El niño salió corriendo de la casa, llamando a su madre con un chillido que recordaba la llamada de los delfines. Fue tan potente que la ventana del comedor estalló en pedazos y se desató una gran conmoción. El confuso incidente despertó de nuevo las sospechas de su tía Karen, pero todo había ocurrido tan rápido que finalmente creyó que el niño, en su huida, había roto la ventana.
3 Con el pasar de los años, Thor logró disimular sus diferencias más notables, sobre todo esa habilidad suya para respirar bajo el agua que ningún otro niño parecía tener. Estaba decidido a ser normal, a olvidarse de los sueños de Hilde y de sus extrañas historias, que evidentemente nadie creía. Cuando tenía nueve años le preguntó a su tía sobre la enfermedad de su madre, y ésta le refirió que Hilde contaba una increíble historia sobre una misteriosa laguna y la gente que vivía allí, y que probablemente había sido causada por algún episodio traumático ocurrido cuando trabajaba en el Instituto Lingüístico en la selva peruana. Sin embargo, no le dijo que la creencia de la familia era que Hilde había sido violada por alguno de los nativos, dejándola embarazada, y que eso le había ocasionado el trauma que terminó en locura. Thor hizo lo posible por olvidar ese deseo de saber quién era. Se dijo que le había dado demasiada importancia al delirio de su madre, que él era normal, que tenía que serlo. Incluso la odió por haberle llenado la cabeza de ideas absurdas, y estaba tan metido en su papel, que realmente logró que nadie más lo considerase raro. Todo fue bien hasta que entró en la adolescencia. Las ligeras diferencias físicas que pasaban desapercibidas siendo un niño, fueron más notorias conforme Thor crecía. La carencia de vello y su esbeltez eran los menos preocupantes, pues su tía los atribuía a un desarrollo tardío, aunque contradictoriamente a eso, el muchacho era mucho más alto que los chicos de su edad y su piel se había hecho muy resistente. También dejó de comer carne y sus tíos lo tomaron como una simple manía de adolescente. Nacido de las aguas - Aurora Seldon
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El resto de su cuerpo cambió mucho más y él hizo lo imposible por ocultar esos cambios. En sus pies comenzaron a formarse unas membranas que mantenían sus dedos unidos y le dificultaban correr. Su cabello crecía deprisa y había tomado un color azulado muy poco natural, que confería a su agraciado rostro una belleza marina que motivó el interés de algunos de sus compañeros de clase. Sin embargo, lo que más preocupaba al muchacho era su sexo. Y no precisamente por el hecho de que le habían comenzado a atraer los varones. Su sexo había sufrido una extraña mutación, sus órganos estaban ocultos en la zona de la pelvis, cubiertos por una dura membrana que los protegía… Como los peces. Thor trataba de ignorar las cada vez más saltantes diferencias, repitiéndose que no era nada, que pasaría. Que sólo tenía que desear ser como los otros y todo estaría bien. Así cumplió dieciséis años.
4 Thor se sentía muy atraído por un compañero de clase vecino suyo. Jesper tenía su edad y la atracción era mutua, pues buscaba constantemente su compañía para estudiar entre besos furtivos y caricias cómplices. Jesper estaba hechizado por la belleza de su compañero, que unida a lo que interpretaba como inocencia, le hacía desearlo intensamente. Pero Thor no era inocente. Favorecido por una inteligencia poco común comprendía perfectamente lo que Jesper quería, aunque éste no se hubiera dado cuenta aún. Y más que comprender, tenía el mismo anhelo. Deseaba desesperadamente un compañero. Alguien a quien querer y por quien sentirse querido. Sin embargo, temía el rechazo. Se decía una y otra vez que su miedo no tenía razón de ser. Que Jesper lo amaba, podía verlo en sus ojos. Que lo querría como fuese, y que de allí en adelante, todo sería feliz, como en los cuentos. Sin embargo, dudaba y el tiempo pasaba, aumentando sus ansias. Después de pensarlo mucho, Thor finalmente cedió a lo que sentía y aprovechó un fin de semana en el que sus tíos estaban ausentes, para invitar a Jesper a su casa. Los besos apasionados en el sofá del salón se convirtieron rápidamente en osados toques y los jóvenes se encontraron Nacido de las aguas - Aurora Seldon
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acariciándose con la ansiedad propia de la adolescencia, que busca alivio. Jesper llevó la mano de Thor hacia su abultada entrepierna y el muchacho palpó y presionó, sintiéndose estallar de placer al tocar la virilidad de su amigo, pero cuando la mano de Jesper lo tocó a su vez en el mismo lugar, fue apartada con rapidez. —¿Qué pasa? —preguntó Jesper—. ¿Qué escondes allí? —Su voz seguía siendo insinuante, pero Thor detectó una ligera alarma. —Nada —dijo—. Mejor dejamos esto… —¿Por qué? Me gustas mucho… creí… —Jesper titubeó un poco—. Creí que hoy me darías algo más que un beso. El muchacho hizo ademán de levantarse y Thor se aterró. No quería perderlo, lo amaba. Jesper le hacía sentir cosas que nadie antes le había hecho sentir, quería complacerlo y ser aceptado. Aunque fuera distinto… Se repitió que si Jesper lo amaba como decía, todo iría bien. Entonces extendió la mano. —Espera, no te vayas… Por favor. Jesper se dejó convencer y su rostro se dulcificó. De pie, tomó la mano de Thor y lo besó largamente. —Vamos a tu cuarto —propuso. En la habitación, Thor cerró la puerta, procurando disimular su nerviosismo, y Jesper lo abrazó por detrás, acariciándole el torso. —Me gustas mucho —susurró a su oído, causándole un agradable estremecimiento. —Tú también —dijo Thor, y gimió cuando Jesper le quitó la camiseta, palpándole el pecho lampiño. El muchacho se separó de él, admirándolo. —Pareces de otro mundo —dijo Jesper con la voz ronca de deseo—, como lo que contaba tu madre. Un hijo de las aguas… Sería hermoso que fuera así. Thor se envaró, suspicaz. ¿De dónde había sacado Jesper esa idea? Entonces recordó que su madre era hermana de uno de los médicos del sanatorio donde había muerto Hilde y se tensó. —Lo siento, no quise decir eso —se excusó Jesper—. Es sólo que me gustas y quiero estar contigo. No he conocido a nadie como tú. Nacido de las aguas - Aurora Seldon
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Pero si quieres, me voy… —¡No! —dijo Thor—. No te vayas… Es que me da tristeza hablar de ella. Ya sabes… Jesper le acarició con ternura la mejilla y lo volvió a besar. —Eres bello —dijo y el adjetivo no pareció fuera de lugar. No podía decirse que Thor fuera guapo, era mucho más que eso. Sus rasgos finos, su piel blanca y sin mácula, sus ojos intensamente azules y su cabello azulado le daban una belleza etérea y exquisita. Envuelto en el cálido abrazo de Jesper, Thor volvió a relajarse y se dejó querer. Los besos cobraron más intensidad y pronto se encontró tendido en su cama, mientras Jesper con el torso desnudo, lo besaba. Thor acarició a su amigo, por primera vez feliz admirando las diferencias que le hacían tan deseable el cuerpo de Jesper. Su espalda era más amplia y su pecho tenía un incipiente vello rubio que bajaba perdiéndose en la cinturilla del pantalón. Jesper sonrió. Para él también eran deliciosas las diferencias. El cuerpo carente de vello de Thor lo hacía doblemente deseable y se preguntaba si tampoco tendría vello en el sexo. Sin perder más tiempo, lo despojó el pantalón y lo tuvo en ropa interior, gimiendo ansioso. El bulto en su entrepierna era notorio, aunque no del modo en el que esperaba. Contuvo el aliento, por fin vería el deseado cuerpo de Thor, cuya falta de vello lo excitaba hasta extremos increíbles. Tiró del boxer y Thor alzó las caderas, facilitándole la tarea. Con el último tirón, Jesper exclamó con horror: —¡Dios mío! ¿Qué… qué es eso? La entrepierna de Thor mostraba una especie de capullo abierto, carente totalmente de vello, en cuyo centro se erguía un órgano sexual de grandes proporciones, con una hinchada cabeza roja. Los testículos no eran visibles, pero se adivinaban palpitantes bajo el capullo. Thor se encogió, procurando cubrirse. El horror en el rostro de Jesper hizo que la excitación se esfumara y el capullo se cerró, mostrando la zona completamente lisa. El espanto de Jesper iba en aumento. Sus ojos no se habían apartado del órgano de su amigo y lo había visto encogerse y marchitarse, para ser cubierto nuevamente por esa extraña membrana y ahora tenía frente a él a una asexuada y temerosa criatura, pues ya no podía pensar en Thor como en un ser humano. Nacido de las aguas - Aurora Seldon
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—N-no me toques… —gimió, retrocediendo y tomando su camiseta, para luego correr con todas sus fuerzas lejos de aquello que no entendía y que le había causado pavor.
5 Thor se quedó desnudo y encogido, temblando de humillación y de vergüenza. En ese momento se sintió más solo que nunca, más solo incluso que con la muerte de su madre, pues había conocido el amor y el rechazo prácticamente al mismo tiempo. No era humano… Eso le habían dicho los aterrados ojos de su amigo. ¡Y esa mirada! ¡Qué terrible había sido ver la mirada temerosa de Jesper! Fue esa mirada, más que las diferencias físicas y mentales, la que lo convenció finalmente de que no era como ellos y que jamás lo sería. Sólo quería irse de allí, volver a su casita junto al lago, arrojarse a él y morir. Estuvo inmóvil durante mucho tiempo y sólo se movió al oír las voces de sus tíos que volvían. Nuevamente fue el puro instinto de supervivencia lo que lo motivó a levantarse, lavarse el lloroso rostro y aparentar que nada había pasado. ¿Qué haría Jesper? ¿Le contaría a todo el mundo lo que había visto? ¿Lo haría encerrar como hicieron con su madre? ¿Debería intentar hablarle, explicarle que no era un monstruo? Finalmente decidió que no lo haría. Dejaría que las cosas siguieran su curso. Pareces de otro mundo, había dicho Jesper. Y esas palabras, dichas en su momento con amor, le habían parecido hermosas. Quizá porque muy en el fondo, sabía que eran ciertas. Él no pertenecía allí.
6 Jesper no se lo dijo a nadie. Para Thor eso supuso un triste alivio, pero ya nada volvió a ser lo mismo para él. Había tomado dolorosa conciencia de que era distinto, y aunque para Jesper el asunto no pasaba de una espantosa malformación congénita de la que no quería hablar, para Thor fue la certeza de que Nacido de las aguas - Aurora Seldon
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jamás lo aceptarían. Nunca supo de las noches que Jesper había pasado en blanco, arrepentido de haberlo tratado con tal crueldad, ni que la vergüenza era lo que le impedía buscarlo, y no el rechazo. Para Thor, la vida después de Jesper tenía una sola meta: descubriría su origen. Lo único que tenía que hacer era procurarse los medios. Pasó mucho tiempo estudiando biología, sorprendiéndose de la rapidez con que su mente captaba los conceptos. Descubrió así que su sistema reproductor tenía similitud con el de los peces, aunque desde luego, no se parecía a ningún otro sistema reproductor conocido. Eso sí, no era el sistema reproductor de un animal, puesto que él había buscado placer en el sexo. También habían causado impresión en él las palabras de Jesper acerca de la gente de las aguas. Ideas de su madre que había querido olvidar y que volvían a él de una inesperada manera. Leyó infinidad de mitos sobre sirenas y tritones, además de otras criaturas marinas cuya existencia era común en las mitologías. Se interesó especialmente por los mitos de la selva peruana, que hablaban de la boa madre de las lagunas, y de criaturas acuáticas que tomaban la forma de delfines rosados que enamoraban a los hombres solteros. Pero no eran más que mitos. Nadie había probado jamás la existencia de tales criaturas y por más que lo deseara, leyendo mitos no sabría la verdad. Si esos seres existían, tendría que buscarlos, aunque tuviera que esperar para ello. Su punto de partida sería el Perú. La mudanza de su familia a Copenhague le trajo un gran alivio, pues ya no tendría que tropezar con la mirada avergonzada de Jesper cada día. Eso le hizo las cosas más llevaderas. En Copenhague descubrió su enorme facilidad para aprender idiomas, pues en su instituto había muchachos de otras nacionalidades y Thor asimilaba con rapidez las expresiones idiomáticas que les escuchaba decir. Ocultó el hecho a los tíos, pero se interesó también por los idiomas. Ese interés fue considerado normal puesto que, después de todo, su madre había sido lingüista. Thor pasaba largas horas sentado en el puerto mirando la estatua de la Sirenita de Andersen. Había leído el cuento tantas veces que ya se lo sabía de memoria y soñaba… Soñaba que fuera posible un mundo así, con seres mágicos escondidos en las profundidades de ríos y lagos, y en medio de sueños cumplió la mayoría de edad. Nacido de las aguas - Aurora Seldon
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7 —Entiendo que desees irte, Thor —dijo su tío Hans, apesadumbrado—. Eres mayor de edad y tienes el dinero que te dejó tu madre, pero lo que te propones hacer es peligroso. Hilde viajó a esas regiones y fue desdichada. No sabemos lo que sucedió allí y quizá es mejor que nadie lo sepa. Pero Thor estaba decidido. Iría a Pucallpa, en Perú, y no cejaría en su intento de descubrir lo que había pasado con su madre. —Lo haré de todos modos. Hace mucho que debí hacerlo. Hans no replicó. Él era testigo de la depresión por la que había pasado el muchacho y se dijo que de todos modos, el viaje quizá le hiciera bien. Sin embargo estaba preocupado por las fantasías de su sobrino. —Hijo, ya sabes cuál era la condición de tu pobre madre. Las palabras que dijo sobre ti no tienen un significado coherente, pero ella te amaba al igual que nosotros. Quiero que sepas que cuando decidas volver, aquí siempre encontrarás un hogar. Thor sonrió genuinamente por primera vez en esos dos años. —Gracias, tío.
8 Thor llegó a Pucallpa antes del mediodía. El calor sofocante de la selva peruana lo golpeó apenas salió del avión. La sensación era la de estar entrando a un horno y Thor, habituado a climas fríos, retrocedió. Pero conforme se adaptaba al calor, tuvo la sensación de que su cuerpo reaccionaba mejor a ese clima. El joven buscó rápidamente un taxi que lo llevaría a la localidad de Yarinacocha, donde había vivido su madre. Yarinacocha queda a diez kilómetros de la ciudad de Pucallpa y su famosa laguna es un brazo muerto del río Ucayali que recibe sus aguas en el periodo de lluvias. Alberga numerosos pueblos shipibos2 en sus alrededores, cuyos habitantes venden artesanía y textiles. 2 Los Shipibo-Conibo forman uno de los grupos indígenas del oriente peruano. Pertenecen a la familia lingüística pano y viven en los márgenes del río Ucayali y sus afluentes Pisqui, Callería, y Aguaytía y a orillas de los lagos Tamaya y Yarina, conocido también como Yarinacocha.
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El Instituto Lingüístico de Verano, donde había vivido Hilde, está frente al margen izquierdo de la laguna y posee su propio embarcadero. Ese era el destino de Thor, quien había escrito al director previamente, solicitándole que lo recibiera. El alto muchacho bajó del mototaxi3 y se dirigió al instituto, notando la suspicaz y temerosa mirada del conductor, que se apresuró a alejarse. Ben Albreich, el director, lo recibió con desconfianza y también detectó en él esa mirada temerosa, pero conforme hablaban, el hombre pareció relajarse. —Hilde era muy querida para nosotros —expresó—. Es un placer conocerte, Thor. Desgraciadamente no sabemos mucho acerca del accidente de tu madre. Ella desapareció durante quince días… Es…. es algo que suele suceder. Hay gente que cae a la laguna y no vuelve a aparecer. La buscamos, pero como no tuvimos éxito, pensamos que le había ocurrido eso. Entonces apareció, pero estaba muy cambiada. Me parecía feliz, pero tu familia presionó para que volviera a Dinamarca y eso fue lo que hizo. —Entiendo y no quisiera causar ningún inconveniente. Planeo estar sólo unos días aquí y si necesito permanecer más tiempo, puedo buscar alojamiento en el pueblo. Le pareció detectar una mirada de alivio en los ojos de Albreich. —Perfecto. No tenemos inconveniente de alojarte, en esta época el instituto está casi vacío. Te dejo ahora para que puedas instalarte y luego te presentaré a Peter Johansen, que también conoció a tu madre. No hay nadie más por ahora, pues todos han viajado a sus hogares. La cocina está a tu disposición, yo partiré esta tarde a un caserío cercano donde pasaré algunos días. Quizá ya te hayas ido cuando yo vuelva… Sería una pena. A Thor le pareció que no era sincero, pero sonrió igualmente y se encaminó hacia la que había sido la habitación de su madre.
9 El pueblo era simplemente un conjunto de casas, pequeños negocios, un parque y varios bungalows en el margen izquierdo de la laguna y 3 Mototaxi: vehículo común en la selva peruana. Consiste en una moto a la cual se le ha acoplado una carrocería liviana con asientos y se usa para transportar pasajeros.
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Thor lo recorrió rápidamente, sin dejar de notar las miradas. La gente lo observaba silenciosamente, cuando creían que él no se daba cuenta. Pero sus conocimientos del español eran ya bastante amplios y pudo comprender algunas palabras: —Abominación —dijo una viejecita, señalándolo, y luego agregó, en shipibo—: Jenenbaque. El joven se dijo que eso se debía a su origen extranjero, aunque íntimamente sabía que no era la causa. Yarinacocha era un lugar turístico y sus habitantes estaban acostumbrados a ver gentes de todas partes del mundo. No… al decir abominación, se habían referido exclusivamente a él. Inquieto, no se atrevía a preguntar por su madre. La misma anciana a la que había pensado dirigirse se alejaba de allí rápidamente, como espantada por su presencia. Apenas daba la espalda, sentía las miradas sobre él y cuando volteaba, los rostros también se volvían, aparentando indiferencia. Pero lo vigilaban… Sus ojos se posaron con insistencia en la laguna que lo atraía como un imán. Contempló la enorme masa de aguas cristalinas, por donde transitaban algunas embarcaciones de motor llamadas deslizadores por los lugareños. Sucios chiquillos jugaban en la orilla y algunos turistas sacaban fotografías antes de abordar los peque-peques4. Thor deseaba sumergirse en la laguna como había hecho tantas veces en la piscina de la casa de su tía. Tenía una necesidad casi física de hacerlo y si se contuvo fue por el modo en que lo miraban. Tenía miedo de desnudarse y que vieran su esbeltez, o que notaran la falta del bulto que debería señalar su miedo viril, o su falta de vello. Estaba en su hogar pero de algún modo no podía entrar en él. El muchacho tuvo un impulso repentino y hablando un muy buen español, solicitó alquilar un deslizador. —Necesitará un guía, míster —dijo el dueño, procurando no mirarlo directamente—, y ahora no los tenemos. —Puedo conducir solo —declaró Thor y era verdad. Había observado cómo lo hacían los otros y estaba seguro de poder reproducir los movimientos—. Pagaré más. Necesito el deslizador. El hombre miró con codicia el puñado de dólares y lo tomó, 4 Peque-peque: es el vehículo tradicional para transportarse de los ríos de la selva peruana. Se trata de una canoa motorizada que avanza lentamente, cuyo nombre se debe al ruido que hace el motor.
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apenas rozando la mano de Thor. A su espalda, varias personas se habían congregado, murmurando. —Lo llaman —le pareció oír. —Ha oído el canto de la sirena. Decidido, subió a la embarcación que se balanceaba y se sentó, consciente de que todos estaban pendientes de lo que hacía. Cerró los ojos un momento y encendió el motor. Un ronroneo le dijo que había tenido éxito y rápidamente tomó el timón y se dirigió al centro de la laguna.
10 Thor estaba sentado en el ahora quieto deslizador. Se había dirigido a la parte más alejada, huyendo de las curiosas miradas y ahora se sentía completamente en paz. ¿Por qué lo miraban todos? Había oído cosas extrañas, visto un miedo reverente, y eso, unido a las diferencias que conocía, hacían que sintiera una creciente angustia y un deseo de saber. Quizá debió quedarse en el instituto hablando con el doctor Johansen, averiguando más sobre su madre. Pero necesitaba visitar primero la laguna, sentía que debía hacerlo así. El agua balanceaba con suavidad el deslizador pero Thor no sentía la calma de ese leve movimiento. La angustia se iba apoderando de él, creciendo como las olas en un mar agitado, apresándolo, envolviéndolo. Conocía esa angustia. Había sido su compañera de muchos años. Era la angustia de estar solo. Necesitaba sentirse parte de algo, quería desesperadamente poder amar y ser amado, quizá tener una familia, seres que fueran como él. Quiso gritar su angustia al viento, pero sólo pudo emitir un canto débil, un canto triste y agudo que habló de su profunda soledad y se perdió en la inmensidad de las aguas. Entonces, Thor calló. Aterrado a causa del sonido que salió de su garganta, guardó silencio, y comenzó a contemplar las aguas, movidas por una suave corriente interna, pues en esa época del año la laguna recién había comenzado a recibir el caudal del río Ucayali. Perdido en la contemplación de su triste rostro en el espejo de las aguas, se sumió en extraños pensamientos. ¿De dónde provenía? ¿Quién era su padre? Sabía que la respuesta estaba en la laguna, pero Nacido de las aguas - Aurora Seldon
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no sabía cómo llegar a ella. Sus ojos se llenaron de lágrimas y una de ellas cayó al agua, distorsionando el reflejo que se recompuso rápidamente, mostrando un rostro que no era el suyo. ¡Un rostro! Le pareció algo hermoso bajo las aguas, con verdosos cabellos agitándose bajo la corriente y ojos ambarinos mirándole con curiosidad. No podía saber su sexo, tenía un aspecto tan andrógino y divino que lo dejó sin aliento por un instante. Luego, reaccionó, extendiendo la mano. Y el rostro desapareció. —¡Espera! —exclamó Thor, pero no había nada. El agua estaba quieta y no quedaba rastro del bello ser. Pensó que podía ser una alucinación. Demasiadas horas contemplando el agua en medio del calor. O quizá era una broma de algún turista, aunque éstos estaban lejos. El rostro era tan hermoso… No se parecía a nadie que hubiera visto. No era de este mundo. Eres bello… pareces de otro mundo. Las palabras que Jesper le había dicho volvieron a su memoria, asociadas por él a ese hermoso rostro y entonces supo lo que su amigo había sentido al decírselas, porque era lo mismo que sentía al pensar en ese ser. Confundido, Thor encendió el motor y volvió a la playa.
11 Su retorno causó revuelo en la orilla. Las miradas inquisidoras lo siguieron persiguiendo mientras volvía al instituto, en el cual se refugió al caer la tarde. No comió nada, simplemente no se sentía capaz. Era una suerte que no hubiera nadie más que el doctor Johansen en el instituto. El hombre era amable pero era evidente que no tenía muchos deseos de conversar. Le sugirió que mirase en la biblioteca y se retiró a su habitación, cosa que Thor le agradeció en el alma. Seguía confundido. Quizá había deseado tanto encontrar a alguien como él que su mente le había jugado una broma. No estaba seguro de lo que había visto… Quería estarlo, pero temía desengañarse y sufrir más, de modo que se metió en la biblioteca y comenzó a buscar Nacido de las aguas - Aurora Seldon
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leyendas sobre la laguna, recogidas por los lingüistas del instituto. Hacia las siete halló algo que tuvo que leer dos veces, con el corazón latiéndole deprisa. Era una leyenda en la que por primera vez había hallado una referencia a lo dicho por la anciana: los jenenbaque o hijos de las aguas, extraños seres que se asemejaban a las sirenas. «Un día hubo una batalla terrible en Nahua Bay5, El camino de otras gentes, y como resultado, cayó a la tierra Kesin, transformado en una enorme boa negra y, herido, se refugió en una pequeña cocha6 junto al pueblo de Cumancaya. Las gentes del pueblo miraron con curiosidad a la boa, pensando en matarla, pero el poderoso Wesna, chamán7 de los cumancaya, se los prohibió. Sin embargo, los hombres estaban inquietos y durante la noche descubrieron que la boa no estaba. Fueron a buscar a Wesna, pero oyeron en su choza gemidos de placer y al asomarse a espiar, lo encontraron poseyendo a un hermoso joven de azulados cabellos que se rió de ellos. Los hombres se enfurecieron al descubrir que habían sido víctimas de un engaño, ataron a los amantes y los enterraron en la orilla del río, para que se ahogaran en la creciente. Pero una mujer estaba asustada y no quiso ser parte de ese espantoso crimen, de modo que aprovechó la madrugada para escabullirse hacia el río y ayudarlos. Cuando llegó, sólo encontró a Wesna rodeado por los anillos de una enorme boa negra que le habló:
—Regresa a casa y sube con tus hijos al árbol genipa8, porque un viento vendrá del norte y otro vendrá del sur, y las lluvias no cesarán hasta que todo el pueblo desaparezca. 5 Nahua bay (El camino de otras gentes): Nombre shipibo de la Vía Láctea. Los shipibos creen que no estamos solos en el Universo y esta creencia se refleja en sus mitos y leyendas. 6
Cocha: laguna o charca pequeña.
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Chamán o shamán: nombre que se les da a los curanderos o hechiceros.
La jagua o genipa americana es un árbol caducifolio mediano, generalmente de hasta sesenta pies de altura, con tronco de dos pies de diámetro, aunque en otros lugares alcanza los cien pies de altura. Este árbol forma parte importante de la cosmología amazónica. 8
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La boa, siempre llevando al inconsciente Wesna, se internó en el río y desapareció. La asustada mujer trató de advertir a sus parientes sobre el inminente desastre, pero ellos estaban tomando masato9 y no le hicieron caso, de modo que llevó a sus hijos lejos del pueblo y se subió al árbol que la boa le había indicado. Al día siguiente, hubo un eclipse total de sol y en medio de las tinieblas, comenzó a caer una lluvia como no se había visto jamás. Truenos, relámpagos y granizos gigantes cayeron del cielo y muy pronto el agua sumergió todas las casas, las plantas, los animales y los seres humanos. Las aguas subieron más y más, inundando los árboles del bosque. Pero la genipa siguió en pie. Al cabo de tres días, la lluvia cesó y poco a poco bajó el nivel de las aguas. La mujer estaba hambrienta y sus pequeños hijos lloraban, de modo que se atrevió a bajar del árbol y corrió hacia el pueblo, descubriendo con horror que en su lugar había una enorme laguna. La mujer huyó y fue acogida en un pueblo cercano. Al principio su historia no fue creída, pero días después algunos hombres fueron a pescar a la nueva laguna, que llamaron Yarinacocha, y descubrieron que bajo sus aguas encantadas seguía el pueblo, cuyos habitantes se habían convertido en los jenenbaque, los hijos de las aguas, para servir a Kesin.»
Thor, presa de una inmensa emoción, siguió leyendo las notas que el autor había consignado al final del relato, documentando los hechos conocidos sobre los jenenbaque, recogidos de varias leyendas locales: «Lo primero que llama la atención es su hermosura. Se trata de una belleza andrógina, de piel blanquísima enmarcada por largos cabellos azulados o verdosos que se confunden con las aguas de la laguna. Su sexo se puede determinar por las mamas, desarrolladas en las hembras; sin embargo sus órganos sexuales permanecen ocultos, como los peces y poseen una cola. No se ha visto a ninguno fuera del agua. Se dice que cuando desean salir a 9
Masato: bebida de yuca fermentada, común en la amazonía. Nacido de las aguas - Aurora Seldon
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la superficie toman la forma de un delfín rosado o bufeo y cuando mueren el contacto del sol hace que sus cuerpos se descompongan rápidamente, volviéndolos espuma. Los nativos les temen pues se cuenta que quien tenga contacto con uno de estos seres y se deje embrujar por su canto, quedará para siempre prisionero de la laguna; sin embargo se sabe que en alguna ocasión un jenenbaque se ha apareado con un humano, dando como producto un ser bípedo de andrógina apariencia. Estos últimos seres, atribuibles al folclor popular, son considerados por los nativos una abominación.»
Thor salió de la biblioteca aun más ansioso y se refugió en su habitación. No podía dejar de pensar en esa leyenda, como tampoco en el hermoso rostro que viera dentro de las aguas. Quería volver a verlo, pero afuera estaba oscuro y no se terminaba de decidir. Tuvo sueños inquietos y casi de madrugada no pudo más. Se había masturbado en sueños y las sábanas mostraban una culpable mancha, pero no le importó. Necesitaba volver a la laguna. Bajó al embarcadero, vestido sólo con unos pantalones cortos y llevando sandalias. Se sentó en el borde, balanceando los pies, mirando la inmensidad de la laguna, preguntándose qué misterio esconderían sus aguas. Temía arrojarse a ella, y a la vez lo deseaba. Buscaba con la mirada en medio de la neblina propia de esa temprana hora. Y entonces lo oyó. Era un canto, un canto triste y hermoso, una llamada desesperada hecha con la más dulce voz. «El canto de la sirena», se dijo, y pensó en nadar hacia allí, pero el recuerdo de las leyendas hizo que fuera más precavido. Sus ojos se posaron en un bote de remos propiedad del instituto y antes de darse cuenta lo había desatado y se adentraba remando hacia el centro mismo de la laguna. Llegó allí cuando el sol comenzaba a asomarse por las verdes montañas confiriendo un hermoso reflejo dorado a las cálidas aguas. El muchacho introdujo una mano en el agua, casi con reverencia y de pronto brotó de sus labios un sonido similar al canto que había oído. Cantó, sintiéndose solo, pensando que una vez más su imaginación y deseo de identidad le habían jugado una mala pasada. Entonces sintió un balanceo detrás del bote y volteó. Nacido de las aguas - Aurora Seldon
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Allí estaba el ser, mirándolo con curiosidad, pero apenas lo vio, se sumergió en la laguna. —¡Espera! —gritó Thor y sin pensarlo más, se quitó las sandalias y se arrojó al agua. Debajo estaba un poco oscuro, pero sus ojos se acostumbraron rápidamente. Vio infinidad de plantas acuáticas, un cardumen de palometas que pasó junto a él y más allá, oculta entre las algas, estaba la criatura. Nadó en su dirección pero ésta desapareció rápidamente y Thor sólo vislumbró una enorme cola de pez. «¡Es como en las leyendas!», se dijo emocionado y se enfrascó en una frenética persecución. Nadar era más natural en él que desplazarse por tierra. Sus piernas se abrían alternativamente impulsando naturalmente su cuerpo, buscando la corriente en forma instintiva para aumentar la velocidad. Pronto lo divisó, nadando tan deprisa como un pez, con la cola ondulando rápidamente, cambiando de colores, mientras se alejaba; y Thor nadó más rápido, desesperado por no poder decirle a aquel hermoso ser que no lo dañaría, que sólo quería verlo, hablarle. ¿Hablarle bajo las aguas? Era absurdo, pero eso era lo que quería hacer. La persecución lo llevó cada vez más profundo y supo que jamás ojos humanos habían contemplado semejante belleza. El sol ya había salido completamente y las transparentes aguas dejaban pasar su claridad alternando maravillosos azules, verdes y dorados como un arcoiris perpetuo y cambiante, dándole a conocer un paisaje de ensueño. Embelesado, olvidó la persecución, y sus pies tocaron la blanca arena con coloridos guijarros, donde se erguían plantas acuáticas como si fueran árboles. Los peces de colores nadaban entre ellas, mudos y veloces pájaros buscando alimento entre el verde follaje. Algunos delfines rosados nadaban junto a él y Thor recordó la leyenda. ¿El ser se habría convertido en un delfín? Entonces sintió una risa suave dentro de su cabeza y volteó asustado. Con esfuerzo divisó entre unas plantas los verdosos cabellos y volvió a sentir en su mente la suave risa. Abrió la boca, pero no brotó de ella ningún sonido. «Con tu mente», sintió de nuevo y vio que el ser nadaba Nacido de las aguas - Aurora Seldon
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grácilmente hacia él. Volvió a tratar de hablar, pero frustrado, intentó hacerle señas. El ser se acercó, sonriendo. Era un macho. Thor lo notó por la carencia de mamas, aunque nada más en su aspecto sugería sexo. Su cola ondulaba cambiando de colores como un arcoiris. «Ninguno de los tuyos ha llegado jamás hasta aquí. Siempre mueren…» Oyó la voz en su mente y creyó percibir pesar. «¡Eres tú, en mi mente!», pensó con tal frenesí que el joven se sujetó la cabeza y sonrió. «Soy yo.» Ambos se miraron como si fueran testigos de un portentoso descubrimiento. El cabello de Thor flotaba bajo el agua de modo idéntico al del joven. Su piel era igual de blanca y su belleza andrógina se le asemejaba. Las diferencias que lo habían alejado de las personas con quienes vivió eran semejanzas con el misterioso joven. La única excepción era la cola. «¿Quién eres?», pensó. El joven volvió a sonreír y le hizo señas. «Más despacio. Estás gritando… Soy Aëdan.» «Aëdan —repitió Thor en la mente—. Me llamo Thor.» «Thor…» Aëdan lo observó con evidente curiosidad, tocó la tela de sus pantalones cortos y tiró de ella, palpando su piel, haciéndolo temblar de un repentino deseo. «No eres como ellos —expresó Aëdan—, pero tampoco eres como yo.» Su mirada se detuvo en las piernas de Thor y éste a su vez miró la cola escamosa de su nuevo amigo. «¿Qué eres?», quiso saber. «Tu pueblo nos llama jenenbaque, pero nosotros preferimos llamarnos Kesin-bak, o los Hijos de Kesin.» «Es increíble…» Un sonido agudo, similar al que Thor había escuchado antes volvió a oírse y Aëdan se revolvió, inquieto. «Debes irte. No te acerques a la laguna, pero ven esta noche en el bote.» Nacido de las aguas - Aurora Seldon
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12 El día transcurrió para Thor como un ensueño. Desayunó sin apenas probar lo que comía y vagó por los alrededores, pensando en Aëdan, deseando volver a verlo. Pero su advertencia sobre no acercarse a la laguna pesaba en él y no quería desobedecerlo, de modo que se dedicó a explorar por tierra el margen derecho de la laguna. Caminó por la orilla más alejada, internándose en una zona de monte10 que estaba despejada y divisó una choza de barro con el techo de hojas de palmera, típica de la zona. La curiosidad lo llevó a examinarla, pero estaba vacía y parecía estarlo desde hacía mucho tiempo. Había un viejo jergón y algunos utensilios de cocina, pero ni un rastro de que estuviera habitada, cosa que le extrañó, aunque el joven no podía saber que se trataba de un refugio temporal para la lluvia, que había caído intermitente durante casi toda la mañana. Ese día varios delfines rosados fueron vistos surcando las aguas, pues la crecida del río traía nuevas criaturas a la laguna. Thor siguió vagando por los alrededores, sin importarle las miradas temerosas y acaso hostiles. Estaba en una nube. Se había enamorado de Aëdan con todas las fuerzas de su solitaria juventud, y sólo quería estar con él. Al caer la noche, esperó a que Johansen se hubiera acostado y se deslizó hacia el bote. Remó hacia el centro de la laguna y antes de que tuviera tiempo de llamar, Aëdan apareció junto a él, sonriendo mientras se sujetaba del bote. —Sube —dijo Thor, tendiéndole la mano, pero el joven se negó. —No puedo, yo nunca… no… —dijo en un idioma que Thor jamás había oído, pero que comprendía perfectamente. —¿Nunca has estado fuera del agua? —dijo Thor en el mismo idioma. —No. No debemos… es peligroso. El joven asintió, optando por no insistir. Pero no quería volver a sumergirse para continuar una charla telepática que le causaba inquietud, prefería las palabras, de modo que se zambulló, flotando junto al bote y esperó a que Aëdan se reuniera con él. Volvieron a mirarse con intensidad sin palabras, sabiendo de sobra 10
Los lugareños llaman monte a las zonas de selva virgen, con abundante vegetación. Nacido de las aguas - Aurora Seldon
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lo que sus cuerpos anhelaban. —¿Por qué me pediste que me fuera? —preguntó Thor. —Los míos me llamaban —dijo Aëdan. —Yo, ¿soy como tú? —formuló la pregunta que lo estaba atormentando. —No, no. Tú eres… —El joven hizo un sonido que Thor no entendió y luego agregó—: Una mezcla de espíritus. A veces ocurre… No lo podemos evitar. Antes fuimos como ustedes, teníamos dos piernas. Pero eso fue hace mucho, muchísimo tiempo. —Tiene sentido —dijo Thor—. ¡Tiene sentido! Mi madre desapareció en la laguna. Creyeron que se había ahogado… cuando apareció, estaba embarazada. ¡Mi padre es uno de ustedes! Aëdan sonrió con un dejo de tristeza. —Así debió ocurrir. —¿Y dónde están los otros? ¿Los que son como tú? ¿Viven en el fondo de la laguna? —Sí —repuso Aëdan y la tristeza volvió a ser patente en su rostro, pero luego volvió a sonreír—. Las cosas son como deben ser. —Y se sumergió en el agua. Thor se sumergió con él, pensando cómo iba a arreglárselas para encontrarlo en la oscuridad, pero entonces dos brazos lo sujetaron por detrás y antes de que se diera cuenta, se encontró besándose con Aëdan. Se perdieron en el beso, sólo conscientes de sus cuerpos rodeados por las aguas en la inmensidad de la laguna, y Thor descubrió la magia. No se parecía a lo que había experimentado con Jesper, la atracción era mucho más intensa puesto que era hacia un igual… o casi igual. Todavía temía el momento más íntimo en el que no hubiera ropa que lo cubriese. Acarició a Aëdan, sintió la suavidad de su piel a la vez resistente, hecha para habitar en el lago. A eso se debía su palidez, se dijo. La vida bajo el agua era la causa. Sus manos más osadas acariciaron la cintura de Aëdan, bajando por la espalda, hacia la cola cubierta de escamas ásperas al tacto. Un gemido abandonó los labios del joven, que se reclinó sobre el hombro de Thor, jadeando. Nacido de las aguas - Aurora Seldon
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Thor dudó un instante pero siguió palpando las escamas, sin hallar nada parecido a un órgano sexual… Si es que lo había. Vislumbró por unos momentos algo que brillaba bajo el agua, cambiando de colores. Era la cola del joven y eso lo confundió más. Entonces Aëdan le bajó los pantalones cortos, descubriendo su entrepierna y la acarició. La respuesta fue instantánea: el capullo que aprisionaba el órgano sexual de Thor se abrió completamente, liberándolo. El muchacho contuvo el aliento, preparado para una exclamación de espanto, pero Aëdan sonrió dulcemente y lo acarició. —Eres tan parecido y a la vez tan diferente… Esa fue la aceptación que estaba esperando, la confirmación de que lo suyo no era un sueño imposible, de que no sería rechazado como Jesper, de que por fin había encontrado alguien a quien amar. Se dejó acariciar gimiendo bajito, y pronto las expertas manos de Aëdan lograron su eyaculación. Apoyado en el hombro del hermoso ser, Thor sonrió satisfecho y alzó el rostro para besarlo, pero entonces una repentina idea cruzó por su mente. ¿Y si Aëdan quería que hiciera lo mismo? ¿Cómo lo haría? ¿Las escamas…? —Tranquilo —dijo Aëdan —. No lo haremos todavía. —¡Me leíste la mente! —No lo hice, sólo interpreté tu expresión. —Pero antes, bajo el agua… —Sí. Es así como me comunico con los míos. Pero no leemos la mente, sólo proyectamos lo que queremos decir y recibimos lo que nos envían. Bajo el agua no podemos hablar… —Ya —repuso Thor, aún confundido. Quería preguntar muchas cosas, pero la presencia de Aëdan lo embriagaba más de lo que estaba dispuesto a admitir. En ese momento, sólo tenía en mente el deseo de poseerlo, pero la cola lo asustaba. Entonces comprendió el miedo de Jesper. Era miedo a lo desconocido, a lo diferente… No podía condenarlo, él sentía lo mismo. Claro que no pensó ni por un momento en alejar a Aëdan, sino todo lo contrario. En ese instante perdonó a Jesper. —Sonríes —dijo Aëdan. —Sí. He comprendido algo… Mi lugar está aquí, ¿verdad? Pero Aëdan no respondió. En lugar de ello onduló, pegado a Thor Nacido de las aguas - Aurora Seldon
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y el reflejo de su colorida cola volvió a desconcertar al muchacho. Volvieron a besarse. Thor sintió el deseo renacer entre sus piernas y atrajo al joven, acariciándolo. Y nuevamente se detuvo al rozar las escamas, confundido. Vio dolor en el rostro de Aëdan y quiso explicarse: —Lo siento… no sé cómo. Son las escamas… —calló al ver nuevamente dolor en el hermoso rostro y Aëdan desapareció bajo las aguas.
13 Thor subió al bote luego de haber nadado por lo que le parecía eran horas. No pudo encontrar a Aëdan, y se enredó varias veces entre las plantas acuáticas, en medio de la oscuridad. Debía ser medianoche, el lago estaba quieto y no podía hallar a su amado. ¡Su amado! Era así, y acababa de comprenderlo. Amaba a Aëdan y no haría ninguna diferencia el conocer a otros porque él había sido el primero. Entonces un lamento abandonó sus labios, rasgando la noche. Un sonido igual al que había oído antes, lo que llamaba el canto de la sirena. Se tendió en el bote, cansado. Había recorrido el lago sin hallar rastro de Aëdan u otros como él. —Lo siento tanto… —comenzó a hablarle a la noche—. No quise rechazarte, eres lo más bello que he visto. Te quiero, Aëdan… pero estoy confundido. Me parece vivir un sueño y temo despertar y sufrir. Thor alzó el rostro, surcado de lágrimas. —¿Sabes? Hace tiempo me enamoré de alguien. Nos amábamos y sólo queríamos estar juntos y demostrarnos ese amor. Cuando por fin pudimos hacerlo, él… él me desnudó y al verme así, al ver como soy, se horrorizó y huyó de mí. ¡Huyó! ¡Y yo lo amaba! El joven se sentó en la barca, mirando las oscuras aguas. —Sí, huyó, como ahora tú huyes de mí. ¿Es que no encontraré mi lugar en ninguna parte? ¿Soy, como dicen las leyendas, una abominación? Los míos no me quieren, me rechazan porque soy diferente. Y aquí es peor, me temen a causa de las leyendas. ¿Qué será de mí, condenado a estar solo? Quizá fuera mejor que pudiera ahogarme y flotar convertido en espuma… —¡No digas eso! —exclamó Aëdan emergiendo de pronto, y Nacido de las aguas - Aurora Seldon
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sujetándose al borde del bote, escrutó el rostro de Thor, como tratando de averiguar si decía la verdad. —¡Aquí estás! No huyas, por favor. —Thor le sujetó la mano, con un poco de fuerza, temeroso de que volviera a sumergirse. —No huiré —dijo Aëdan—. ¿Es verdad lo que dijiste? —Lo es. Aëdan consideró las cosas un momento. Entonces pareció tomar una resolución. —Ven conmigo —pidió y Thor se apresuró a obedecerle, temeroso de que se volviera a alejar. Nadaron sobre la superficie, y Thor notó extrañado que Aëdan se dirigía hacia la orilla alta, en la zona más alejada, cercana al monte. El agua era allí poco profunda y la cola de Aëdan se enredó varias veces entre las plantas. Thor caminó de pie, más cómodo así que nadando. —¿Adónde vamos? —quiso saber. —A tierra —dijo Aëdan—, pero tendrás que ayudarme. Thor asintió, extrañado y por un momento tuvo la visión de una foca tratando de arrastrarse entre las rocas. Eso debía ser penoso para Aëdan. —¿Estás seguro? No podrás moverte con rapidez, tu… tu… — Thor no se sentía capaz de decirlo. En sus labios, sentía que la palabra tenía connotaciones casi obscenas. —Ya sé. Mi cola. Espera y verás. Pero antes ayúdame a llegar hacia esas hierbas. Thor llegó a tierra y tomó en sus brazos a Aëdan, sorprendiéndose de su poco peso. Con él en brazos, trepó a la orilla, sujetándose de las plantas que allí crecían y tomó tierra, dejando al joven sobre la alta hierba que lo ocultaba, aunque la noche era lo suficientemente oscura como para que no fueran vistos desde la otra orilla. —Aëdan , ¿qué...? Pero un gemido del joven lo hizo correr a su lado. Aëdan tenía el rostro crispado, como si estuviera sometido a un cruel tormento y Thor se aterró: —¿Qué pasa? ¿Qué tienes? ¡Aëdan! —Calma, pasará… —El joven se aferró al cuerpo de Thor que lo Nacido de las aguas - Aurora Seldon
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abrazó con fuerza, pensando llevárselo de nuevo a la laguna. Su cabeza era un torbellino. Pasó una mano por debajo del liviano cuerpo para alzarlo, pero de pronto la retiró, espantado. —Tu… tu cola… La luna alumbró la escena por un segundo y Thor vislumbró el cuerpo de su amigo, que le recordó por momentos a una serpiente que había cambiado de piel. Las escamas habían desaparecido y en lugar de la cola, había dos esbeltas piernas. Una nube ocultó la visión y Thor se arrodilló nuevamente ante el joven. —¿Estás bien? Me asustaste tanto. —E-estoy bien —dijo Aëdan—. Nunca pensé que dolería tanto… Es… es la primera vez que lo hago, créeme. —Te creo, claro. ¿La primera vez que haces qué? —Salir del agua —dijo Aëdan—. No nos está permitido. Thor asintió sin comprender, demasiado abrumado por los acontecimientos. ¡Aëdan tenía piernas! Y por lo poco que había visto, su fisiología era igual a la suya, los órganos sexuales no estaban a la vista. —¿Cómo lo hiciste? ¿Dónde se fue tu… tu…? —Mi cola —completó Aëdan —. No lo sé con seguridad, el contacto con el aire hace que las escamas sean absorbidas y la cola se desprenda. —¿Duele? —Mucho, sí —dijo Aëdan—. Pero era el único modo… las escamas te ponían nervioso. Entonces Thor comprendió que el joven había hecho eso para que estuvieran juntos y, conmovido, lo besó. —¿Qué pasará ahora? ¿Vas a quedarte siempre así? —No… Al volver al agua, reaparecerán las escamas y el resto volverá a crecer… Es lo que dicen. —Entonces… —Vamos, no tenemos mucho tiempo. Ayúdame a levantarme. Thor lo ayudó, comprendiendo de pronto que Aëdan no sabía caminar. Era casi tan alto como él, mucho más que los muchachos Nacido de las aguas - Aurora Seldon
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que había visto y eso le gustó. El joven dio varios pasos vacilantes, como probando la resistencia de sus piernas, siempre apoyado en Thor. Era perfecto, incluso en su andar tembloroso, como un potrillo recién nacido. Pero poco a poco, cobró confianza y los pasos se hicieron más seguros. Adentrándose en el monte, Thor lo guió inconscientemente hacia la choza abandonada que había encontrado. Refugiados allí oyeron un trueno preludio de la lluvia y Thor se alegró de estar bajo techo. No era difícil de imaginar lo que ocurriría si Aëdan volvía a mojarse con la lluvia, estando tan lejos de la laguna. El joven se aferraba a su cuerpo y sus piernas se movían de modo extraño, recordándole a Thor la desaparecida cola. Sólo entonces cobró conciencia de que ambos estaban desnudos. Se besaron lentamente, saboreando el momento, tendidos en el viejo jergón y esta vez Thor no tuvo miedo de acariciar la entrepierna de su amado, sintiendo abrirse el capullo de su sexo y asomar éste, orgulloso. Lo engulló sin pensar, jugando con el glande rojo, lamiendo los extraños testículos que ya no le parecían extraños, reconociendo su sabor. Aëdan era delicioso, Thor estaba embriagado con el sabor de su virilidad. Por fin había encontrado a alguien como él. Ansioso por explorarlo, acarició las firmes nalgas, buscando el surco entre ellas donde podría descargar su pasión. Encontró allí una pequeña abertura e introdujo un dedo tentativamente, sin estar realmente seguro de que fuera el camino correcto. Un gemido de Aëdan le demostró que sí lo era y el joven onduló en el jergón, empalándose en el inquieto dedo de su amante que hacía círculos, dilatando su esfínter. Thor habría querido seguir con las preliminares, excitado por los musicales sonidos que salían de la boca de su amado, pero el joven parecía tener prisa y dirigió la erección de su amante hacia su cálida abertura. Thor embistió con el mayor de los cuidados, consciente del tamaño de su miembro; pero al adentrarse percibió de pronto algo elástico y ardiente y literalmente fue engullido por el cuerpo de Aëdan. Se acoplaron con tanta naturalidad que Thor se sintió volar y se preguntó cómo sería hacerlo en medio de las aguas. —Te amo… ¡Cuánto te amo! —gritó presa de éxtasis, deseando no separarse jamás de Aëdan. Los ojos del muchacho le dijeron lo mismo y su deseo creció. La sensación de cabalgar a Aëdan era sublime. El joven gemía con Nacido de las aguas - Aurora Seldon
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los ojos cerrados y de su boca comenzó a brotar un canto indescriptible que Thor repitió sin apenas notarlo. Los movimientos palpitantes del esfínter de Aëdan succionaron su miembro en una sensación gloriosa y Thor lo masturbó al mismo ritmo hasta que su mano se empapó del tibio líquido y el cuerpo de Aëdan se contrajo tan deliciosamente que extrajo hasta la última gota de semen del ansioso Thor. Yacieron sudorosos en medio del repiqueteo de la lluvia, cuando casi amanecía y Aëdan sonrió. —Esto ha sido nuevo para mí… Thor pensó que se refería al sexo y lo besó. —Te amo. —También te amo, Thor. Los ojos del joven se cerraron y su cuerpo buscó la tibieza del hombre con el que se había apareado, abandonándose a un necesario descanso. Thor no durmió. Estaba demasiado emocionado. ¡Lo amaba! ¡Aëdan lo amaba! Había muchas cosas que seguía sin entender, pero el joven lo amaba y de momento, era lo que importaba. El desnudo cuerpo era hermosamente esbelto. La entrepierna volvía a estar lisa, sin mostrar el capullo del sexo, maravillándolo con su suave textura. Imaginó la cola que había estado allí y no se le hizo tan extraño el pensamiento. ¿Cómo sería hacer el amor con esa cola? Su entrepierna comenzó a reaccionar ante esa idea y entonces Aëdan despertó. —Debo volver a la laguna —exclamó con alarma, alzando la cabeza. —Iré contigo —declaró Thor. —No puedes, no… No sería correcto. —Aëdan vaciló y una inmensa pena se dibujó en su rostro. —¿Qué pasa? Te amo… ¡Dijiste que me amabas! ¿Por qué no puedo ir contigo? ¿Acaso tienes miedo de que tu gente me rechace? ¿Es eso? —No, Thor —respondió Aëdan—. No volveré con ellos… Ha llegado el tiempo de poblar otra laguna, Yarinacocha corre el peligro de transformarse en una ciénaga. He sido elegido para buscar otro lugar, por eso no puedo volver. Debí irme ayer, cuando oí tu llamada. Nacido de las aguas - Aurora Seldon
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Pero no pude… Thor comenzó a comprender la actitud del joven cada vez que le preguntaba por los suyos. —Entonces iré contigo. No pienso separarme de ti. —No tienes que hacerlo… Cumpliste tu parte. No estás obligado conmigo. Nuestras costumbres… —Te amo y ninguna costumbre va a cambiar eso. Quiero permanecer a tu lado. Aëdan sonrió. —Y yo te amo a ti. Sea, entonces. Volvamos al agua, seguiremos a los delfines, surcaremos el Ucayali y buscaremos el lugar que poblaremos. Thor siguió la rápida marcha de Aëdan hacia la laguna sin dudar un instante. El joven se arrojó a ella y cuando Thor se reunió con él, notó la reaparición de las escamas y una membrana que luego formaría la cola. Los delfines los rodearon y Thor los siguió, dejando abandonado su bote, última huella de su presencia allí. Luego los lugareños lo darían por muerto.
14 Surcaron el Ucayali dejándose llevar por la corriente, escoltados por los delfines y por una pequeña boa negra. El viaje se prolongó por varias semanas en las que aprendieron a conocerse. Así supo Thor que cuando las escamas de Aëdan cambiaban de colores, era un preludio al juego sexual y comenzó a encontrarlo fascinante. —No entendía por qué me rechazabas —dijo Aëdan en una ocasión—. Te estaba dando todas las señales y tú parecías no darte cuenta, aunque tus ojos me decían otra cosa. —Estaba desconcertado. No podía imaginar el sexo con esa cola de pez… —¿Ahora puedes? —La risa cantarina de Aëdan, que lo rozó con la cola teñida de rojo y amarillo, tuvo un efecto afrodisíaco. Se amaron muchas veces en el agua. El órgano sexual de Aëdan aparecía en medio de las escamas cuando estaba excitado y Thor lo poseía por detrás, fascinado por el modo en el que el joven respondía. Nacido de las aguas - Aurora Seldon
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Se amaron también a la orilla del río en las zonas poco pobladas, cuando Aëdan se sentía más predispuesto al sexo a la manera de Thor, como decía risueño. Pero nunca más Thor oyó aquel canto sublime de la primera vez, ni sintió que era completamente drenado. El placer seguía siendo intenso, pero la sensación de aquella primera vez no se repitió. Y hablaban. Usaban el lenguaje telepático de los hijos de las aguas, pero cuando nadaban sobre la superficie, empleaban palabras y Aëdan le relataba la historia de su pueblo, íntimamente relacionada con la boa que vivía en la laguna, preservando la ecología del lugar. Los Kesin-bak de Yarinacocha eran pocos. Vivían en una ciudad bajo la laguna y su sistema reproductor era muy parecido al de los peces de coral que poblaban las aguas. Las hembras eran fecundadas y llevaban los huevos en su interior hasta el momendo del desove, y los pequeños vivían con sus padres hasta llegar a la edad adulta. Cada cien años dos de los Kesin-bak partía con una cría de la enorme boa y formaban una nueva colonia. Aëdan había sido elegido para eso. Llegado a ese punto de la historia, Aëdan callaba y aunque Thor sentía que había algo que no le había dicho, no se animaba a preguntarlo. Una mañana, la pareja, que había seguido un brazo del río, llegó a un tranquilo e inmenso lago, y el rostro de Aëdan se iluminó. —Es el lugar perfecto —dijo sonriendo—. Esta laguna no tiene madre. Nos estableceremos aquí. Thor asintió, sintiendo una leve inquietud en la boca del estómago. —¿Nos quedaremos aquí? —Sí —dijo Aëdan—. Eso creo… —Magnífico —dijo Thor, nadando alrededor de los delfines. Había sido una tontería creer que los Kesin-bak se convertían en delfines. Seguramente se decía eso porque los delfines buscaban su compañía. —Hay una isla en medio. Podremos construir allí una vivienda para ti y pasaremos la mitad del tiempo bajo el agua y la mitad en tierra, como habíamos acordado. —Aëdan… —Dime. —Me dijiste que poblaríamos la laguna. ¿Avisaremos a los tuyos? Nacido de las aguas - Aurora Seldon
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¿Los delfines lo harán? —No, no me entendiste —dijo Aëdan—. Nosotros poblaremos la laguna. Nosotros —repitió y Thor frunció el ceño. —No comprendo… —Thor, ¿recuerdas la primera vez que subiste a ese bote? —Claro. Estaba angustiado, pensaba muchas cosas… —¿En qué pensabas? —Pensaba que me sentía solo. Que sería maravilloso conocer a alguien que fuera como yo. Que quería amar y ser amado —confesó el joven. —Y, ¿qué hiciste? —Canté… Recuerdo que me sentía tan solo que comencé a cantar. Y luego apareciste tú. Una sonrisa adornó el rostro de Aëdan. —Me despedía de la laguna pues ese día tenía que partir. Alguien me esperaba al fondo, alguien que debía venir conmigo. Sería mi pareja… Pero yo no quería ir, mi compañera había muerto meses antes y la otra no me agradaba. Entonces escuché tu llamada y decidí seguirla. Con eso, nadie de mi pueblo podría obligarme a llevar a Enhya conmigo. —¿Enhya? ¿Era tu novia? —No lo era. Era a quien habían escogido para acompañarme en el Viaje. Tendríamos que aparearnos y darle vida a la nueva laguna. Enhya no me gustaba —repitió Aëdan. —Y me elegiste a mí. —Thor esbozó una sonrisa y enseguida frunció el ceño—. Pero, ¿cómo vamos a poblar la laguna? Nosotros somos… somos… —¿Machos? —Aëdan sonrió—. No lo entiendes, ¿verdad? Mi sistema reproductor se asemeja al de los peces. En todo… Thor comenzó a vislumbrar la verdad y sus ojos se abrieron desmesuradamente. ¡Por eso la sensación de esa primera vez había sido única! ¡Por eso no había tenido dificultad en penetrarlo! ¡Su cuerpo se había tenido que preparar para eso! —Entonces, tú viniste a mí… —Porque escuché tu llamada, Thor. La llamada de apareamiento. Nacido de las aguas - Aurora Seldon
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Pecado Tasalandrei TASALANDREI vive en el norte de España. Escribe fanfiction desde hace un par de años y hace poco ha comenzado a adentrarse en el mundo de la homoerótica original. Tiene varios proyectos empezados en este terreno pero avanzan despacio debido a la falta de tiempo. Es aficionada a la lectura de novelas de casi cualquier tipo, al manga y al anime.
Todavía no me creo que nos encontremos en esta situación. Hace apenas una semana éramos dos personas queridas en el pueblo, teníamos una familia, amigos y un lugar al que llamar hogar. Y ahora, ahora todo se ha esfumado. Señor, ¿tan grande es nuestro pecado? La verdad, no sé cuándo empezó todo esto. Miguel y yo hemos sido amigos desde siempre; mis primeros recuerdos a su lado se remontan a las clases del padre Agustín, el anterior párroco que ya se murió y que enterramos en el camposanto que hay detrás de la iglesia. Era aquél un viejo franciscano que blandía su vara de avellano mejor que su acero un hábil espadachín. Yo no soy de muchas entendederas, ni para las letras ni para los números; eso me acarreó muchos latigazos de la vara y muchos coscorrones de aquellas manos callosas, pero ni con sangre, la letra me entró. Miguel era distinto; si su padre no hubiese sido un simple campesino sin posibles1, sino alguien más pudiente como el médico o el alguacil, habría estudiado en un colegio de verdad porque era listo, muy listo; demasiado para el viejo párroco al que no le gustaba verse superado en ingenio por un zagal que no le llegaba más allá de la cintura. Los dos juntos, él por su agudo ingenio y yo por la falta del mío, nos vimos condenados a ser compañeros de castigo muchas tardes; así hicimos amistad. Cuando salíamos de la casa parroquial con las rodillas peladas por haber estado arrodillados y los brazos doloridos de haberlos tenido en cruz durante lo que nos parecían horas, solíamos ir a robar manzanas al huerto del viejo Juan Barragán, que era cojo y medio ciego, y no podía saber de lejos quiénes éramos ni Un simple campesino sin posibles: la expresión «sin posibles» quiere decir «sin recursos económicos». Una persona pudiente es una persona «con posibles». Es una forma que ya casi no se usa. (Nota del Autor)
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cogernos para zurrarnos con el bastón si echábamos a correr. Cuando el tiempo acompañaba y no había faena en el campo, solíamos bajar hasta el río donde charlábamos de nuestras cosas y Miguel me contaba aquellas historias de caballeros de reluciente armadura y doncellas en apuros que tanto me gustaban, y que salían sólo de su imaginación. Debería haber podido ser escritor. Crecimos y se acabó el tiempo de aprender. Sabíamos leer un poco, escribir nuestro nombre y las cuentas básicas para que no nos engañaran en el comercio; bueno, eso yo, porque Miguel siempre supo más, aunque nadie más que yo sabía hasta dónde llegaba lo que podía leer, escribir o contar. Debería haberse ido de este pueblo y haberse hecho escritor, pero no lo hizo y sólo yo soy el culpable; eso me pesará hasta mi muerte, que ya está cercana. Nuestra mocedad pasó deprisa, ayudando en la tarea del campo a nuestros padres. Los años se nos fueron arando, sembrando y con algún que otro chapuzón en el río cuando el calor apretaba tanto que ni las moscas volaban. En aquellos días seguíamos robando manzanas en el huerto del viejo Juan Barragán, que ya se había muerto y dejado en herencia la tierra a su yerno, marido de su única hija Juliana que había muerto al dar a luz a su segundo nieto. Pero no era lo mismo; el joven Luis (nunca he sabido su apellido, siempre le hemos llamado el joven Luis) no hacía mucho caso de los manzanos y no nos perseguía por robar la fruta, porque casi le hacíamos un favor al recogerla. Y claro, la fruta que no se roba, no sabe igual de bien. Fue en aquellos días que Miguel y yo nos acercamos más de lo debido, y que sin darme cuenta comencé a mirarle. Tenía una sonrisa franca y unos ojos pardos que nadie podía dejar de admirar, sobre todo las mozas del pueblo que se lo rifaban en las verbenas para salir a bailar con él. Yo casi no tenía admiradoras; soy de familia robusta, de anchas espaldas y más bien bajo y aunque de pelo en pecho, mis ojos son negros como los de mi madre y no brillan como los suyos. Todavía no logro entender qué es lo que vio en mí. Comenzó todo aquel verano en que los pozos se secaron y los ríos casi no llevaban agua. Era el mediodía y todos hacían la siesta. Miguel y yo habíamos ido a un recodo del río que todavía llevaba un poco de agua y nos habíamos tumbado bajo unos árboles para que el sol no nos achicharrara el cogote. El calor era tan insoportable que no volaban ni las moscas. Sólo se oía el resoplar de un viejo perro que miraba con hambre la cecina de nuestro morral, pero que no se atrevía a dejar la sombra que le daba el muro que separaba aquel recodo del río de la hacienda del señor don Antonio para venir a robar un poco. Pecado - Tasalandrei
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Habíamos comido y estaba yo medio dormido cuando oí a Miguel moverse a mi lado. Abrí un ojo y pude ver como se quitaba los pantalones y se quedaba desnudo ante mí, mostrando la piel blanca en aquellas zonas donde nunca le daba el sol. Tenía el pecho cubierto de vello castaño pero la espalda limpia de él. Sus piernas y brazos eran fuertes, como las de cualquier mozo que trabaja la tierra, y aunque sus manos eran callosas y estaban curtidas de tirar del azadón, parecían a la vez delicadas, como las de mi madre. No quiero decir que sus manos fueran finas como las de una mujer, no; mi madre, que ha trabajado en el campo desde que era niña, tiene las manos ásperas y ajadas, y sin embargo hacía los bordados más delicados del pueblo, manejando pequeñas agujas e hilos tan finos como el cabello de un querubín. Parece cosa de brujería, que de unas manos así salga la ropa y los manteles que la mujer de don Antonio exhibe ante sus visitas con tanto orgullo; así son las manos de Miguel, manos estropeadas que se tornan delicadas cuando un plumín se acomoda entre ellas para escribir esas historias que yo no soy capaz de leer, pero que me sé de memoria de tanto oírselas contar. Me quedé yo mirándole sin saber qué hacía exponiendo así su cuerpo. Cierto es que por aquel lugar no iba casi nadie, pero no era desconocido por los vecinos, y siempre podía ocurrir que algún malintencionado le contara al padre Andrés que nos había visto de aquellas maneras y el buen párroco nos azotase con la vara de avellano que antaño servía para corregir nuestra dicción, y en estos años, nuestra moral. Pero Miguel estaba seguro de que nadie iba a asomarse por allí aquel día, y me acabó convenciendo para que yo también dejara ver aquellas partes de mi cuerpo que la ropa solía ocultar. Nos remojamos más que nos bañamos en el agua casi estancada del riachuelo y nos tumbamos a la sombra para dejar secar nuestros cuerpos. Yo me tumbé y me dispuse a dormir, pero Miguel no se movió. No le sentí moverse, e intrigado por lo que estaría haciendo abrí los ojos y le sorprendí mirándome. Era una mirada extraña que yo nunca le había visto, triste pero sin ser triste, alegre pero sin alegría; no sé, parecía que me miraba sin verme realmente. Me pasó entonces un dedo por el pecho y me preguntó si no tenía calor con tanto vello. Yo no me moví. Le dije que claro que tenía calor, lo mismo que él. Miguel negó con la cabeza y dijo que yo debería tener más calor con todo aquel pelo cubriéndome y pasó de nuevo un dedo por mi pecho, desde debajo del gaznate hasta el botón de la barriga. La sensación fue muy agradable y un calor mayor al que me daba el sol me entró por todo el cuerpo. Después del dedo fue la mano la que hizo el recorrido y yo me Pecado - Tasalandrei
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quedé quieto disfrutando de la caricia. Sus manos eran más delicadas que las de algunas de las mozas con las que había estado en el establo y la sensación que me producía, mucho más agradable. En aquel momento quise hacerle sentir igual. Nunca había entendido por qué le gustaba tanto a los demás mozos de mi edad retozar con las mujeres en los establos, era agradable sí, pero sin más, decían que les encantaba tocar su piel suave y sus senos redondos y yo asentía porque sabía que yo debería sentir lo mismo, pero no era así. Fue aquel día de calor que con mi amigo Miguel aprendí lo que es desear acariciar y ser acariciado, y comprendí lo que los demás muchachos querían decir con aquello de un calor que les subía por los bajos y les aceleraba el corazón. Con miedo y vergüenza alcé mi mano y la posé sobre su pecho. Él no se movió, tan sólo me siguió mirando con aquellos ojos avellana que siempre me habían gustado tanto. Noté como su pecho subía y bajaba en respiración acelerada mientras mi mano se deslizaba por su torso. Era completamente distinto a acariciar a una mujer, pero mucho más agradable. Bajo su piel, el pecho era duro como una roca y en el vello castaño, suave como el paño más fino, podía enredar mis dedos y tirar con cuidado haciendo que una pequeña mueca de dolor apareciera en su rostro. Yo sonreí al ver aquel gesto y seguí tirando. Miguel respondió poniendo su mano sobre la mía impidiendo el movimiento y enredándomela con sus dedos. Cuando se llevó mi mano a los labios y me besó con suavidad, me estremecí. Un escalofrío recorrió mi cuerpo y me puse duro como nunca lo había estado. Avergonzado de mí mismo, quise separarme pero no me lo permitió. Me sujetó con fuerza y me acercó de nuevo a él. Cuando se dio cuenta de que yo ya no me movería, aflojó la presión y bajó la mano hasta el miembro duro y me lo agarró. Cerré los ojos presa de una sensación totalmente desconocida y embriagadora. Su mano siguió jugando conmigo hasta que mi simiente salió disparada dejándome profundamente avergonzado. No me sentí capaz de abrir los ojos y mirarle a la cara después de semejante muestra de indecencia, seguro de que no querría volver a saber de mí, pero el tiempo pasó y él no se marchó de allí dejándome solo con mi vergüenza, así que acabé abriendo los ojos, y para mi sorpresa estaba contemplándome con una sonrisa en su rostro. Suspiré aliviado, provocando que él alzara una mano y me acariciara la mejilla y los labios; hasta entonces nunca había sentido tanto gozo. Interrumpió la caricia para decirme que deberíamos volver a casa y así acabó todo. Dormí mal aquella noche; Miguel se aparecía en mis sueños y me besaba como había hecho yo con las mozas del pueblo, y Pecado - Tasalandrei
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volvía a acariciarme y permitía que yo le hiciera lo mismo. Por la mañana me tuve que levantar antes que mi madre para lavar de la sábana la muestra de mis impuros pensamientos. Ninguno de los dos dijo nada de lo ocurrido en mucho tiempo, hasta que un día, no sé por qué comenzamos a hablar de mujeres. Creo que había sido porque el hermano de Jacinto se iba a casar y comentamos lo que sería estar desposado y demás. Hablamos de lo que sería acostarse con una mujer; acostarse de verdad, no toquetearse en el establo como hacíamos, y yo dije que no tenía mucho interés. No había nadie más, sólo estábamos nosotros dos, y por eso fui tan sincero. Antes de darme cuenta, le había contado que me había gustado más lo que me había hecho él aquel día en el río que cualquier otra cosa que me hubiera hecho alguna moza. Me preguntó con el rostro serio si le estaba diciendo la verdad y al responderle yo que sí, que le decía una solemne verdad, sonrió. Tomó mi barbilla y acercando mucho su rostro al mío, me dijo que él también había disfrutado aquel momento mucho más que ninguna otra cosa en su vida. Aquellas palabras me dieron gran alegría y no pude por menos que sonreír como un tonto. Le tenía tan cerca que podía oler sin esfuerzo el aroma a leche cuajada que desprendía después de haber estado ayudando a su madre a hacer el queso. Aspiré con fuerza para guardarme aquel olor en el recuerdo y él me preguntó divertido que hacía. No pude mentirle y rió ante mi ocurrencia. Me dijo que me daría algo mejor para recordar y posó sus labios sobre los míos. Tenía razón, aquel momento no lo olvidaré nunca. Sus labios apenas acariciaron los míos un instante pero para mí fue eterno e intenso. Aquel día, de aquella manera tan leve aprendí lo que es besar de verdad. No fue aquél el único beso ni el más apasionado, después vinieron muchos más, pero para mí siempre ha sido especial, porque fue mi primer beso de amor; sí, aunque no lo supiera entonces, fue mi primer beso de amor. Después de aquello, el contacto entre nosotros se fue haciendo cada vez más íntimo. Caricias furtivas bajo la ropa cuando estábamos solos, besos más apasionados cuando nadie nos veía. En fin, todo lo que hacen los enamorados, sólo que nosotros no éramos enamorados, no podíamos serlo ya que ambos éramos varones. Aun así los dos continuamos porque disfrutábamos con aquello. De vez en cuando hacíamos nuestras salidas a los establos con las mozas del pueblo, pero sólo para que no nos miraran raro. Yo pensaba en Miguel mientras ellas me tocaban, y sólo deseaba que aquellos encuentros se Pecado - Tasalandrei
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acabaran para reunirme con quien de verdad deseaba estar. Comprendí que algo era distinto en mí el día en que me poseyó por primera vez. Rondaba ya el mes de noviembre y hacía frío. Yo estaba en casa de Miguel, sus padres habían ido a visitar a una tía abuela anciana y se habían llevado con ellos a sus dos hermanas, así que no había nadie más en la casa. Empezó todo como siempre, con caricias y besos. Cuando quise darme cuenta estábamos en su cama, desnudos bajo la manta. El roce de su piel contra la mía era increíblemente agradable, y su dureza y el calor que emanaba de la misma me hacían estremecer. Él lo sabía, sabía lo que me complacía como yo sabía lo que le agradaba a él, no en vano habíamos pasado los últimos meses conociendo nuestros cuerpos. Pero había algo que todavía yo ignoraba sobre mí mismo. Miguel jugó con el vello y los botones duros de mi pecho hasta hacerme jadear de placer. Bajó una de las manos hasta mi miembro y jugó con él como a mí me gustaba, pero no se detuvo ahí, sino que siguió bajando hasta llegar a mi otro orificio escondido en un lugar de vergüenza. Me revolví incómodo ante aquel gesto, más por extraño que por desagradable, pensando que Miguel no se habría dado cuenta de que había tocado tan sucio lugar. Pero repitió la caricia, y yo, asustado, susurré su nombre, Miguel. Acercó sus labios a mi oído y me dijo que todo estaba bien mientras continuaba con su exploración, más osada esta vez, y que amenazaba con adentrarse en mi interior. Entre asombrado y asustado me quedé inmóvil, dejando que él continuara con lo que estaba haciendo. Confiaba ciegamente en Miguel y sabía que nunca haría nada que me produjera una sensación incómoda o de dolor. Me equivoqué, la intromisión de su dedo en aquel lugar fue dolorosa. Me mordí el labio con fuerza para ahogar un gemido mientras su dedo se introducía en mí. Con voz susurrante me decía que no pasaba nada, que todo estaba bien y que el dolor pasaría, pero no pasó; me dolía cada vez más. Con mi cuerpo apretado notaba su dedo tratar de moverse en mí, incomodándome de gran manera. Me dijo entonces que iba a parar, que sacaría el dedo; yo me tranquilicé aflojando la presión, lo que él aprovecho para introducir el dedo más arriba. Protesté por el engaño, pero ya nada podía hacer. Su mano libre se deslizó entonces por mi cuerpo hasta llegar a mi miembro, que reposaba flojo sobre mi abdomen delatando mi molestia, lo tomó con su mano, y como si no tuviera la otra tratando de profanar mi interior empezó la caricia. Fue tan agradable como siempre, consiguió que olvidara el dedo intruso durante un instante, tiempo suficiente para moverlo dentro de mí y alcanzar algún punto Pecado - Tasalandrei
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interior que me hizo arquearme de puro gozo. Repitió la caricia sobre aquel punto una y otra vez, desencadenando un frenesí que no había conocido nunca antes y que me hizo descargar mi semilla poco después. Nunca he sabido dónde aprendió a hacer aquello, no me he atrevido jamás a preguntárselo pero es lo mejor que pudo enseñarme. Yo me quedé exhausto y satisfecho después de aquello, pero él no había tenido suficiente. Apenas estaba yo recuperado cuando cubrió mi cuerpo con el suyo y me susurró que el también quería disfrutar. Me preguntó si se lo permitiría, y yo respondí que no había cosa que yo deseara más que saber que él gozaba a mi lado. Por toda respuesta bajó su mano de nuevo hacia mi hueco y acarició con suavidad alrededor. Yo pensaba que de nuevo me introduciría un dedo y traté de prepararme para sentirle dentro, pero fue su miembro lo que, empujando y desgarrando la carne, introdujo en mí. Yo gemí de dolor y me aferré a su espalda clavando con fuerza mis dedos sobre su piel. Empujó sin piedad hasta que estuvo dentro, sin importarle que yo sintiera arder toda la carne de mis entrañas. Tenía los ojos cerrados y la mandíbula apretada tan fuerte que no podía emitir sonido alguno. Acercó su rostro al mío y me susurró palabras tranquilizadoras que serenaban mi espíritu, pero que no se llevaban aquel dolor lacerante que inundaba mi cuerpo. Él, sintiendo mi dolor, me suplicó que le dejara moverse, dijo que sabía que me dolería pero que necesitaba poseerme, que necesitaba que nos convirtiéramos en uno, y que así podríamos serlo, y yo, que sólo deseaba estar para siempre a su lado se lo permití. Sintiendo como me desgarraba por dentro, le consentí entrar y salir de mi cuerpo hasta que su semilla explotó en mi interior. Nunca me he sentido más aliviado que cuando salió de mí. Aquel día eché sangre y volví a casa con un dolor lacerante que me costó disimular por lo intenso, pero no pude odiarle por aquello. Me pidió repetirlo días más tarde, y a mí me costó dejarme convencer, pero acabé cediendo porque sabía que a él le había agradado. Con el correr de los días, también llegó a agradarme a mí. Me sentía pleno cuando se encontraba en mi interior y disfrutaba enormemente cuando alcanzaba aquel punto interno mientras me acariciaba. Seguimos con aquello el año que siguió, cuidando de que no nos descubrieran porque sabíamos que lo que hacíamos no estaba bien. Miguel, un día de finales de octubre, con el rostro muy serio, me explicó después de misa que aquello que nosotros hacíamos era lo que el padre Andrés había llamado «sodomía» en el sermón, y que, Pecado - Tasalandrei
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como había gritado desde el púlpito, era un pecado. Por eso, si yo deseaba que lo dejáramos, él lo entendería. ¿Dejarlo? Yo no podía dejarlo. ¿Cómo decirle que sin él yo no tenía vida, que no me importaba que fuera pecado y que estaba dispuesto a arder en el infierno sólo por seguir a su lado? No encontré palabras para explicárselo, pero él lo supo leer en mi rostro, porque lejos de miradas curiosas, me estrechó contra su pecho y me dijo con voz rota que me quería más de lo que nunca podría quererme nadie. Quise decirle que yo sentía lo mismo, pero las palabras se atravesaron en mi garganta negándose a salir, así que mudo como estaba, lo abracé con toda mi fuerza hasta que me pidió que le soltara porque le hacía daño. Me dijo entonces que si seguíamos en el pueblo nos acabarían descubriendo, y que tendríamos que irnos a la capital, donde entre tanta gente, nadie repararía en nosotros y podríamos esconder más fácilmente nuestro secreto. El trabajaría de escribano y con el tiempo sería un escritor de renombre, y yo haría faenas de peón o de lo que se terciara, supliendo con mi fuerza lo que mi sesera no podía dar. Trazamos planes para irnos en cuanto empezara a nevar, así para cuando nuestros padres quisieran seguirnos, los caminos estarían difíciles y se verían obligados a abandonar la empresa hasta la primavera; así si lograban encontrarnos pasado este tiempo ya estaríamos asentados y no podrían obligarnos a volver. Pero todo se torció. Mi madre enfermó del pecho y el médico nos dijo que no pasaría del invierno. Me vi incapaz de abandonarla en aquellos momentos y Miguel lo entendió. Aquel amor de hijo fue nuestra perdición. Tal como el médico había anunciado, mi madre murió antes de la llegada de la primavera. Todos en casa nos sentimos muy tristes, sobre todo mi padre, cuyo rostro se volvió de pronto tan gris como las cenizas de la chimenea. Mi consuelo fue Miguel, que cuando nadie nos veía, me abrazaba y me confortaba diciendo que mi madre estaba ahora en un buen lugar, y que allí en el cielo estaría más feliz viéndome dichoso que desgraciado. Yo asentía a todo aquello, pues si Miguel lo decía, tenía que ser verdad y así, a pesar de mi honda pena, rehicimos nuestros planes de marchar del pueblo el invierno siguiente. Pero tampoco pudo ser. Se acercaba el verano y en mi casa seguíamos sólo mi padre, mis Pecado - Tasalandrei
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hermanos y yo. Algunas mujeres viudas o casaderas se habían pasado por nuestro hogar con intención de ayudarnos en las labores y acercarse a mi padre, pero él, a pesar de saber que tenía que volver a casarse, porque un hombre no puede estar solo, no se sentía todavía con fuerzas para compartir el lecho con otra mujer que no fuera mi madre, y rechazaba todas las proposiciones de contraer segundas nupcias que se le ofrecían. El fatídico día que ha truncado nuestros destinos, me había quedado yo solo en casa con unos quehaceres mientras mis hermanos y mi padre iban al campo. Miguel había venido a ayudarme, y después de acabar nuestra tarea y sabiendo que mi familia no regresaría hasta el anochecer, nos ocupamos el uno del otro. Primeros los besos, luego las caricias y finalmente Miguel me tomó sobre la mesa camilla de la cocina. Estaba yo sin pantalones con el pecho desnudo y mis piernas sobre sus hombros agarrando con fuerza sus nalgas mientras él me penetraba y acariciaba; los dos gemíamos y jadeábamos de placer como dos bestias en celo disfrutando del hecho de estar juntos, cuando de pronto una voz atronadora como la de Nuestro Señor Descendido de los Cielos resonó por toda la cocina: SODOMÍA. Nos separamos raudos, y pudimos ver al padre Andrés que venía acompañado de José Partial y su hija Josefa Partial Mesana. Se habían presentado los tres en nuestra casa para proponer a la ya no tan joven Josefa como esposa para mi padre, y estando la puerta abierta, tan solo cerrada con una aldabilla como todas en el pueblo, habían entrado hasta la cocina, sorprendiéndonos en pleno acto. Lo que ocurrió después es confuso, creo que fue José Partial el que corrió a avisar al alguacil para que nos llevara presos, mientras el padre Andrés trataba de tranquilizar a una horrorizada Josefa. Nos metieron en el calabozo en celdas separadas para que no pudiéramos hablar entre nosotros antes de que nos interrogaran. El padre Andrés vino a hablar primero conmigo, pues siendo yo el sodomizado, podía estar libre de pecado si había sido sometido contra mi voluntad por el ímprobo Miguel. Delante del párroco no pude mentir, y le dije que si bien era Miguel quien me poseía, yo había consentido. El padre Andrés me dijo entonces que la sodomía era un pecado muy grave que me valdrían la muerte y la excomunión. No sólo sería ahorcado, sino que no sería enterrado en tierra consagrada, por lo que mi alma no iría al cielo ni encontraría la paz. Yo me asusté enormemente ante aquellas palabras, pero no pude acusar a Miguel de algo incierto, por lo que Pecado - Tasalandrei
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sentía por él y porque no quería sumar la mentira a mi lista de pecados. El padre me dijo que me daría tiempo para reflexionar mientras él hablaba con Miguel y le hacía confesar. Vino entonces a visitarme mi propio padre, a quien un vecino del pueblo había corrido a avisar al campo de mi angustiosa situación. No habían permitido que mis hermanos me vieran, tan solo mi progenitor que, con el rostro macilento, me preguntaba qué había hecho mal. Se echaba la culpa de no haberme dado una nueva madre que me ayudara a seguir por el buen camino y se recriminaba mi desgracia. Yo le dije que no era su culpa, que lo mío con Miguel venía de atrás y que nada tenía él que reprocharse, pero fue en vano; mi padre, con la faz y el corazón rotos, salió de aquel lugar pensando que nos había fallado a mí y a mi madre, que en paz descanse, permitiendo que me desviara del camino recto. Me sentí muy mal por él. Espero que algún día su espíritu encuentre la paz y se perdone por ese pecado del que no es en absoluto culpable. Me quedé solo después de aquello; no tuve más visita que la del ayudante del alguacil, que me trajo un poco de pan y leche por cena y me lanzó una manta para que me protegiera del frío de la noche. Apenas pude dormir, preocupado por lo que sería de nosotros. Pasé dos días más sin ver a nadie más que a mi carcelero, que me traía de algo de pan y cecina para comer y una jarra de agua fresca para beber. Por fin, al cuarto día de encierro, el padre Andrés regresó. Parecía muy satisfecho de sí mismo, y con tono ufano me hizo saber que Miguel había confesado todo su pecado, exculpándome totalmente a mí; bajo tortura había declarado cómo me había embaucado y sodomizado, tratando de arrastrar mi alma pura por el mal camino, y por tamaño pecado sería excomulgado por el arzobispo, que ya venía de camino, y colgado del cuello hasta morir. Yo me sentí horrorizado. Le rogué al padre Andrés que me dejara verle, pero el buen párroco se negó en redondo. Yo le dije y le repetí que no había sido culpa sólo de Miguel, que yo había consentido todo aquello y que merecía, por tanto, recibir el mismo castigo, pero fue inútil. Finalmente tras mucho rogar, el padre Andrés consintió en mi deseo. El alma se me hizo pedazos al ver a Miguel. Le visité en su celda, con el párroco vigilándonos desde la puerta. No se podía mover, su cara estaba amoratada y su cuerpo lacerado, lastimado y golpeado. Una gran ira contra todo el mundo me recorrió entonces y fue la voz de Miguel susurrando sin fuerzas mi nombre la que me contuvo de sumar un pecado más a mi lista. Casi sin aliento, me contó que había confesado ser el único culpable de todo, había soportado la tortura todo el tiempo que había podido porque una confesión muy rápida Pecado - Tasalandrei
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habría sido sospechosa; sin embargo, así, al haber pasado ya unos días y estar su cuerpo tan maltrecho, habían creído su confesión. Ahora yo estaba libre de culpa y él podía morir tranquilo, sabiendo que yo continuaba con vida. Mi corazón se hizo pedazos, aquel hombre que me había enseñado lo que era querer, aunque fuera en aquella forma extraña, y no había escapado a la capital por esperarme, había confesado ser el único culpable de nuestra impura relación para salvarme. Yo no podía aceptar aquello, ya Miguel me había permitido un día renunciar a todo aquello que existía entre nosotros y yo me había negado, por lo que era tan culpable como él. Me sentí sucio y por primera vez en mi vida dudé de las palabras de la Biblia. ¿Cómo podía ser aquel sentimiento nuestro un pecado, si era tal que conducía al sacrificio de una persona por otra? ¿Por qué Miguel, si era un ser tan despreciable, confesaba lo que no era, condenándose no sólo en esta vida sino en la otra sólo para salvarme? No, aquello que sentíamos no podía ser tan malo, si sólo mirarle me llenaba de ternura y el estado en que se encontraba me daba ganas de estrecharle contra mi pecho y sanar sus heridas. Si aquel sentimiento era malo, yo era culpable y como tal debía pagar. Así se lo hice saber a Miguel, que trató de sacarme la idea de la cabeza, pero yo soy tan tozudo como lo fue mi abuelo, y no fue capaz de hacer que cambiara de idea. Cuando salí de la celda, pedí al padre Andrés en confesión y le conté todo lo que Miguel y yo habíamos estado haciendo desde hacía más de un año, siendo yo plenamente consciente de ello. El párroco me dijo que no estropeara lo que él había conseguido al arrancarle la confesión a Miguel, que sería inútil, que él ya estaba sentenciado mientras que yo todavía me podía salvar, pero no me dejé convencer. Si la persona que yo más quería no me había hecho cambiar de opinión, nadie lo haría. El arzobispo llegó dos días después, nos excomulgó y en nombre de la Santa Madre Iglesia, nos condenó a muerte. Hoy es el día de nuestra ejecución. Estoy tranquilo. Me permitieron hablar con Miguel una vez más, en la que él, con lágrimas en los ojos me dijo que yo era un tonto por lo que había hecho, a lo que le respondí que prefería una eternidad a su lado vagando por el purgatorio o el infierno, a vivir una vida solitaria en la tierra ahora y en el cielo después de mi muerte. Nos abrazamos y nos besamos hasta que el guardia nos separó. No volvimos a vernos. Antes de que me condujeran a mi celda, me hizo prometer que le dejaría morir primero porque así podría pensar que yo, de alguna manera milagrosa me podía salvar y continuar viviendo después de su Pecado - Tasalandrei
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muerte. Él sabe como yo que no habrá milagro, tan solo el que se produzca cuando seamos juzgados por el Señor, que al ver la pureza de nuestro extraño amor, nos perdone y permita estar juntos. Que él nos conceda la misericordia que los hombres nos niegan. Se oye el sonido de la puerta abriéndose y el alguacil me dice que ya es la hora. Me pone los grilletes y me conduce a la salida donde Miguel me espera igualmente encadenado. Entre abucheos, insultos y demás vejaciones que las buenas gentes del pueblo profieren en nuestra contra, somos conducidos ante el cadalso donde se lee nuestro crimen y nuestra sentencia. Entre la multitud distingo a mi familia y a la de Miguel. Mi padre, con el rostro desencajado, es sostenido por mis hermanos que mantienen a la multitud apartada de su lado. Las hermanas de Miguel consuelan a su madre mientras su padre, erguido y con el gesto duro, espera la ejecución. El verdugo le pregunta a Miguel si tiene algo que decir antes de morir. Él se gira hacia mí y susurra un suave: «Te quiero». El arzobispo, horrorizado por estas palabras, ordena la inmediata ejecución; yo vuelvo la vista el frente para no verle caer, quiero recordar su rostro magullado pero sonriente, diciéndome que me ama, y no desfigurado por la mueca de la muerte. El sonido de la trampilla abriéndose, seguido de un clac, me hacen saber que el cuello se le ha roto, el verdugo ha sido misericordioso y ha apretado el lazo de manera que le ha dado una muerte rápida, libre de agonía. Espero que tenga conmigo la misma clemencia. Es mi hora, casi con miedo a las palabras que puedan salir de mi boca, me preguntan si tengo algo que decir. Asiento con la cabeza. —Que Dios se apiade de vuestras almas.
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Si yo sufro Carol R. S. CAROL R. S. escribe desde muy pequeña. Descubrió el género yaoi en la universidad y comenzó a escribirlas, haciéndose conocida bajo el seudónimo de Yukino. Prefiere los temas con dolor y drama como el que caracteriza la historia que presentamos.
1 El ambiente no estaba propicio para celebrar; el accidente de autobús que había matado a más de ocho y había dejado heridos a más de veinte, desafortunadamente llegó hasta su turno, el cual tuvo que expandir hasta dejar un informe detallado de cada uno de los pacientes y terminar de hacer docenas de transfusiones. Se aguó la fiesta que le tenían preparada, se aguó la torta, el vino, las serpentinas; nadie después del incidente recordó el hecho de que cumplía treinta años, que había sobrevivido a la juventud arrebatada y ebria que había tenido y que ahora se adentraba en un tercer piso, que según él llamaba, de madurez necesaria. La madrugada por fin llegó, y terminó de darles una ronda a los pacientes. Desafortunadamente unos murieron horas después de haber sido internados. De todas formas él estaba acostumbrado al espectáculo de la muerte y al teatro del dolor, así que no le significaba mucho el hecho de tener que dar malas noticias. Se hizo frío y muy distante; después de todo, las otras personas eran otras personas, que en nada le importaban e igual él seguiría viviendo aun si ellas morían, y que, por supuesto, ellas seguirían viviendo si él moría. Se dio una ducha rápida. El olor a sangre era insoportable, además de que se estaba empezando a sentir pegajoso. Se despidió rápido de sus compañeros, quería irse a dormir un poco y quedó en que celebrarían como nunca el haber llegado a los treinta en una reunión en su casa el fin de semana. Las calles circundantes al hospital, de madrugada, no eran lo mejor del mundo para dar un paseo; sin embargo él se sentía inusualmente activo y no quiso subir a su auto tan pronto para irse a su casa a dormir solo. Así que decidió entrar en un bar que Si yo sufro - Carol R. S.
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permanecía abierto a unas cuadras. Por supuesto, no era nada lujoso, incluso intuía que podría ser de pandilleros. «Qué diablos», pensó mientras abría la puerta. «Si he de morir, que muera ahora». Sólo Dios sabía su sarcástica actitud ante la vida, aun cuando por dentro tuviera tanto miedo de la muerte como todos. —¿Qué desea tomar? —le preguntó una mujer grotesca que apenas se mantenía en pie por lo ebria, o lo drogada, que se encontraba. La verdad no supo distinguir su estado, pero su rostro había sido desfigurado por las vicisitudes de la mala vida. El cabello grasiento estaba atado por una coleta bien enrollada que disimulaba los trajines en las muchas camas y en las muchas manos en que debió estar. —Una copa de brandy estaría bien. —Señor, no hay brandy, tenemos cerveza. Es buena y se la traigo en el envase original, para que no tenga que infectarse con los vasos de acá. —La devastadora honestidad de la mujer lo sorprendió mucho, así que aceptó la cerveza en la botella. El lugar era tan grotesco como ella, se sorprendió de no haberlo notado antes, o no haberse dado cuenta de que existía en esa zona. Así era él, después de todo, no miraba más allá de lo que le interesaba, y en su vida había muy poco de eso. Mientras llevaba la botella a la boca, se dio cuenta de que unos jóvenes entraban y no tuvo que ser un genio para saber que eran prostitutos. Al parecer ya habían terminado su turno de esa noche y contaban el producto de sus traseros. Se entretuvo mirándolos contar los montoncitos de dinero, y hubo uno de ellos que le causó especial curiosidad, pues era muy diferente a sus compañeros. Era muy lindo, muy limpio y el que menos dinero tenía, era obvio, se le notaba que no se acostaba con cualquiera. Tan fijo lo vio que el muchacho se sintió observado y le pilló mirándolo. La sorpresa vino después cuando el muchacho se levantó de la barra y se acercó a su podrida mesa. —¿Le molesta si le hago compañía? —preguntó el muchacho con una voz dulzona y afeminada—. Veo que me estaba observando. —Qué más da, puedes sentarte, pero no imagines que me voy a acostar contigo, no gasto dinero en eso. —Está bien, será bueno charlar para variar. El muchacho se sentó y resultó ser un chico muy divertido. Le contó las vivencias de esa noche y del por qué le había ido tan mal, Si yo sufro - Carol R. S.
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porque estuvo un tiempo eterno esperando que un anciano tuviera una erección, al final se rindió y se vio en la penosa necesidad de abandonarlo y por supuesto devolverle el dinero; podía ser un puto, pero no era un ladrón aprovechado. Él se distrajo como nunca, se rió mucho y eso lo alegró en su cumpleaños. Tenía que aprovechar el tiempo que había perdido salvando vidas que igual iban a morir. Hablaron hasta que se dio el amanecer. Y se dio lo inevitable, lo obvio. Él se lo llevó a su casa, que estaba muy lejos del hospital, en una zona exclusiva de la ciudad. La simpatía del muchacho fue suficiente para poder tenerlo entre las piernas. Le quitó la ropa con olor a otros y le lamió el rostro, el rostro blanco casi transparente. Las cervezas habían hecho su efecto, estaba ardorosamente excitado; destrozaba la piel de ese muchacho en cada caricia, porque hacía mucho que no sentía la necesidad de acariciar a nadie. Hacía mucho que sólo su miembro actuaba con libre albedrío, pero su corazón y su cabeza se hallaban siempre ausentes. Lo tendió en la cama y le hizo cosquillas en los pies. El muchacho se echó a reír, lo que aumentó la intensidad de las cosquillas. Luego le besó los pies y subió hasta la entrepierna, que estaba ya deseosa de ser acariciada. Su boca se dio un festín de sabor salado con el miembro del muchacho, que se portó a la altura de la situación. Al parecer el muchacho era muy cosquilloso, porque se rió de nuevo cuando le puso las manos en la cintura, y otra vez cuando le lamió el cuello. Esa risa inocente le encantaba, lo mataba, y por supuesto lo excitaba muchísimo. No soportó más y entró en su ser hasta que no pudo empujar más. Se quejó mucho, había dolido la invasión, pero la disfrutó al máximo. Como disfrutaba siempre con las muchas putas con las que acostumbraba estar. Era la primera vez que contrataba un chico así, pero no era la primera vez que estaba con otro hombre. Le gustaba mucho el sexo anal, y había algunas mujeres que por supuesto no lo soportaban. El muchacho de cabellos alborotados y de piel casi transparente, procuraba sonreír mientras le penetraba. Por fin sintió un gozo en el alma y terminó en las entrañas del muchacho. Era raro que por primera vez en mucho tiempo hubiera tenido un orgasmo tan completo. Pero él no se permitía dicha completa. Y el muchacho era un cualquiera, que debía irse en el momento de recibir su pago. Sonrió ampliamente y por primera vez en mucho tiempo él quiso corresponder a una sonrisa. El muchacho salió por la puerta, sintiendo el frío que envolvía al que segundos antes fue su amante. Si yo sufro - Carol R. S.
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Y él, que había decidido dar la espalda a la alegría y vivir la vida sólo porque tenía que hacerlo, se tendió en la cama húmeda y durmió un largo rato. Recordó que pronto tendría una fiesta, y así olvidó una vez más que otro ser humano se había cruzado por su vida, uno que, tal vez, hubiese podido cambiar su senda frívola y sin sentido.
2 Al día siguiente, apenas llegó al hospital, recibió la mala noticia de que muchos de los heridos graves habían fallecido. Tuvo que dar explicaciones a la prensa insistente y amarillista que llegó a acusar al hospital de malos manejos en el tratamiento de los moribundos. Podría ser verdad; después de todo a él le importaba muy poco la vida de los otros, pero aún así no permitiría que su trabajo fuera maltratado por los comunicadores ignorantes. Pasó el barullo del accidente y una semana después, salió en su turno de noche y no pudo evitar la tentación de ir a buscarlo. No era nada personal por supuesto, eran sólo las ganas que tenía su cuerpo de sentirse mejor. Quiso buscar primero una mujer, pero estaban ya, según su parecer, tan usadas y maltratadas que pensó en su bonita opción masculina. Y lo esperó, una y dos horas, bebió cerveza de botella porque el lugar no había cambiado y era la misma basura, pero él no llegó. Ni esa noche, ni la noche siguiente, ni en la semana ni en el mes, ni en los siguientes seis meses. Preguntó cuanto pudo del muchacho, pero parecía que se lo había llevado el viento a un viaje donde no se sabía en qué árbol podría haberse posado. Lo cierto fue que un día, un año después de su cumpleaños treinta, él volvió. Pero no como esperaba, había un cadavérico personaje que lo estaba imitando, enfermo y triste. Había adquirido esa enfermedad que contagian los malos a buenos e ingenuos como el joven prostituto. Estaba en la sala de emergencias y una sonrisa agónica se dibujó en su boca cuando vio al derrochador de vida aparecer por una de las esquinas. Quedó privado con la primera imagen, no era lo que recordaba de aquella noche tan sublime y tan hermosa. Se acercó con miedo, quizás con algo de asco al verlo en semejante estado. —¿Qué se supone que tienes? —preguntó frío y descortés. —Creí que me reconocerías, vine aquí porque mi seguro de salud incluye este lugar. —Te reconocí. ¿Seguro? Yo pensé que ustedes no tenían. —El Si yo sufro - Carol R. S.
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muchacho lo miró y supo que había optado mal en ir a intentar obtener piedad de ese hombre. Era uno de tantos que se había cogido y que no le daría más que la espalda para evitarse la vergüenza de hablar del tema. El muchacho levantó las manos y acercó a su rostro un papel. El papel contenía el listado de medicinas que debía pedir. El hombre abrió los ojos como jamás lo había hecho, como si en ese papel estuviera escrita la fecha de su muerte. Y quizás lo estaba. Supo de inmediato que esa medicina sólo le era asignada a aquellos que cargaban con esa infernal enfermedad y que no tenían remedio para curarse, sólo para intentar alargar su ya muy corta vida. Soltó de golpe el papel haciéndolo caer al piso. El muchacho y muchos de los que también esperaban en ese lugar, se asustaron con esa actitud, pero él tenía sus razones, por supuesto que las tenía. Él podía ser una víctima más de aquella pesadilla de enfermedad... Por eso se hizo un examen.
3 —Dime por favor si puedo saber antes los resultados —pidió a su amigo del laboratorio. —Por favor deja tanta angustia, no tienes nada, además eres un estúpido por no cuidarte. Te has hecho esta prueba antes y nada ha salido anormal. —No me la hago hace más de un año. Además, tiene un grado muy avanzado. —¿Y? —respondió su amigo—. Pudo haberse desarrollado de una manera diferente en su organismo, pudo haberse acelerado el proceso por miles de razones, no puedes estar tan seguro e inquieto que tú también estás contagiado. Discutieron casi toda la noche, pero igual por muy médico que fuese tendría que esperar como todo el mundo el tiempo prudencial para saber los resultados. Durante esos días no se apareció por el hospital. Estaba paranoico, empezó a tomar medicinas y analgésicos para la enfermedad que hasta ese momento para él era ficticia pero que ahora era un hecho. Lo increíble de todo era que, en ningún momento, se le cruzó por la cabeza el joven. No pensó por un segundo en el padecimiento que debía estar viviendo, el dolor que le pudo haber causado esa noticia, si se había contagiado de alguna otra Si yo sufro - Carol R. S.
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manera que no fuera de su trabajo en la calle, de si se había desaparecido por esa causa o las miles de cosas que debía haber pensado acerca de él. No, el doctor era demasiado egoísta como para pensar en otro ser humano, a pesar de haberlo mendigado noche tras noche durante seis meses. Parecía entonces que su interés no era más que sexual en el muchacho, que nadie en verdad llegaría a su vida por que él era demasiado único como para permitir a otro que no fuera él mismo. Ni siquiera y como hacían los comunes, se preguntó por sí mismo. Ni por un instante se cuestionó las cosas que había hecho hasta el momento, ni pensó en cambiar su vida de parranda y majadería que lo había llevado a estar tan solo como nadie en la Tierra. Los resultados llegaron y ya no hubo más penuria. Por supuesto que fueron negativos, a él no le pasaba nada, porque el destino tenía una manera un tanto macabra de actuar con quienes no lo merecían. Ese día estuvo feliz, sólo por precaución se mandó a tomar más análisis e igual salieron negativos. Después de eso ya no recordó más que había estado con un muchacho hermoso al cual estuvo buscando por seis meses para volver a acostarse con él. La realidad era que sí lo había buscado todo ese tiempo, pero no porque en verdad sintiera algo, sino que le molestaba que el chico no estuviera para él, que eso se le hubiera salido de las manos, que no controlara la vida del joven como controlaba ya la de muchos. Era una competencia tonta e insana con él mismo que lo llevaba a retarse a cosas absurdas, que lo llevaba a ser capaz de cosas que hasta que no las hacía no sabía que era capaz. Él pudo cambiar su vida, si le hubiera dirigido la palabra después de hacerle el amor.
4 El muchacho la pasaba muy mal. La enfermedad estaba acelerando su proceso de manera anormal en su pobre cuerpo. Tanto fue que tuvieron que internarlo en ese hospital en la sección especial dedicada a los moribundos para que pasara sus últimos momentos cosechando los muy pocos y buenos momentos que tuvo en la vida. Pero lo que no se esperaba el muchacho gentil era que ese hombre con el que estuvo alguna vez fuera precisamente quien debía atenderlo. Era terrible el trato que le daba, lo trataba más como si tuviera una lepra que le carcomía la piel, le daba las dosis de mala gana y ni que decir de los chequeos. —No creo que merezca este trato de ti. Estoy muriendo, muestra un poco de gentileza, por favor. Si yo sufro - Carol R. S.
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—Sí, estás muriendo pero ocupas tiempo que debo dedicarle a otros pacientes. Mira, el hecho que tú y yo hayamos dormido alguna vez, no me obliga a tratarte diferente. Lamento mucho que tu trabajo te haya llevado a esto. Ustedes son prostitutos y no saben cómo cuidarse de este tipo de riesgos, después se andan quejando de algo que ustedes mismos pudieron prevenir. —Yo no me contagié con un cliente. Yo me contagié donando sangre para los involucrados del accidente del autobús la noche que nos conocimos, ¿lo recuerdas? De las muchas cosas que me contaste esa noche dijiste que la sangre era insuficiente y pensé que era bueno hacer un bien y donar para esas personas. Horas después de que salí de estar contigo, fui al hospital y parece que alguien dejó unas ampolletas usadas revueltas con las que aún no se destapaban. Nadie se dio cuenta en ese momento, y días después me llamaron a mi móvil diciendo que había ocurrido una terrible confusión…. y heme aquí. Oh, sí. Esa noche, llena de su propio afán, alguien no tuvo la precaución de tirar las ampolletas después de usarlas. Hubo alguien que en su prisa inyectando y sacando, las tiraba por doquier y cambiaba sólo las agujas, para ahorrarse tiempo. Ese alguien, más otro alguien irresponsable que no pensó que las agujas destapadas ya estaban usadas, sólo por el hecho que se encontraban con las agujas limpias, habían llevado al joven a semejante estado. El muchacho después de enterarse de aquello, sin hacer escándalo porque iba a morir, tomó el dinero que había ahorrado para pagarse sus estudios y viajó por el mundo, sin hacerle el daño a nadie por estar con él. Y regresó para que el médico lo viera morir. El médico salió del cuarto del muchacho un tanto pensativo. Él le estaba quitando la vida al joven y era extraño que siendo obvio que sabiendo que fue él quien esa noche manejó la mayoría de transfusiones, no le hubiera hecho reclamo alguno. Pensó que el muchacho era nada más un estúpido que quería lástima. De todas formas no era su culpa. Esa noche había salvado muchas odiosas vidas, quiso pensar que él fue uno de los pocos que cayó en el proceso de salvación de los otros. Qué pensamiento más diminuto… No se le cruzó ni por un segundo los muchos otros a quien también mató con su falta de profesionalismo y humanidad. Pero así eran las cosas, él estaba bien, ya nada más importaba.
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5 Las cosas se pusieron terribles para el muchacho. Ya era su última noche en la Tierra, y estaba solo, como siempre lo estuvo. Sólo una enfermera le daba consuelo y pidió ver al doctor que le hizo tanto mal. Llegó a la habitación con cara de pocos amigos diciéndolo que si quería le daba un calmante que le hiciera más fácil la muerte. —Acércate por favor, tengo algo que decirte —le pidió el muchacho—, no será más que un segundo. —Lo que sea hazlo rápido, no deberías gastar energías conmigo, deberías estar orando para recibir piedad de alguien. —¿Piedad, yo? Piedad tú. —El médico no entendió la frase del muchacho. Éste le pidió con una débil señal que se acercara a su cama, lo hizo porque si se tenía que morir lo hiciera rápido y se pudiera ir temprano a casa. No le gustó la sonrisa con que el muchacho lo estaba recibiendo. La voz era demasiado tenue así que tuvo que acercarse mucho a su boca para poder entender lo que decía. Y entonces la sentencia se cumpliría. —Aprenderás que, algunas veces, si yo sufro, tú también. Sintió en su pierna una leve picazón, como si un mosquito le hubiera hecho la mala broma. Pero no era un insecto, era una aguja que insertaba en su ser la sangre del muchacho moribundo, para devolverle todo el daño que le había causado y vengar a los muchos otros que como él cargaban con la maldición por culpa del egoísta. Salió corriendo, gimoteando como un niño, mientras el muchacho cerraba los ojos y descansaba por fin de su dolor.
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Sonata trasnochada Dablín DABLÍN es chilena, escribe slash original desde hace dos años, y ha participado en la recopilación Calabazas de Halloween 2007 y Relatos Navideños 2007.
A Aurora Seldon y su adorable Alain…
La luz de los tubos fluorescentes le da un aspecto macabramente pulcro a toda la sala de espera. Las ruedas de la silla chillan cuando su ocupante la mueve hacia el ventanal más cercano. No es que se vea algo, pero necesita moverse para no sentir que las baldosas color desesperación se lo tragan conforme pasan las horas. El reloj sempiterno de la anodina sala marca las tres de la madrugada; el termómetro de la calle, casi dos grados bajo cero; y la angustia de Alex, cien por ciento. La mujer de angosta falda y mirada torva le entrega un vaso humeante de chocolate con sabor a sintético y se sienta cerca de él. Una enfermara y sus zuecos alharacos avanzan por el pasillo y se llevan los ojos y la esperanza de Alex. —Tranquilízate, sabías que la operación sería larga. Apenas llevan cinco horas. —Ella cruza las piernas y bebe del vasito con parsimonia desesperante, consumiendo minutos y ganas de bostezar. —¿Crees que les falte mucho? —Los ojos verde mar de Alex muestran huellas de cansancio tan profundas, que la mujer se compadece y entabla una conversación para distraerlo. —Respira profundo, bebe tu chocolate y cuéntame cómo se conocieron. Alex se acaba la bebida caliente, tira el vasito al basurero con escalofriante precisión y la mira con los ojos a punto de desbordarse. —Nos conocimos cuando mi vida iba a ningún lado y odiaba a todo el mundo. Eso es todo. —Vamos, necesitas distraerte y hablando pasa más rápido el Sonata trasnochada - Dablín
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tiempo. Además, así ninguno de los dos nos dormimos. Él se aleja en la silla de ruedas que es su prisión y refugio, pega la frente al frío ventanal que separa el mundo de los enfermos del mundo de los que parecen sanos, y luego de secarse la última lágrima de ese rato, habla con voz rota y cansada: —Yo quiero que termine esa operación, quiero que él salga y me vea; pero me da miedo que me vea y no le guste. La mano dulce y helada de la mujer se desliza por la cabeza del jovencito, recorre su hombro y tira de la silla hasta el centro de la salita de desesperación. —Cuéntame de él, ¿cómo se conocieron? Alex enarca los hombros y le gruñe: —¿Quieres los detalles morbosos o sólo la historia romántica? —Todo lo que tú quieras contarme, con tus palabras, con tus recuerdos, con tus imágenes. Otra enfermera y su taconear cansado llaman la atención del chico y se le cuela la esperanza y el miedo cuando ella se detiene, pero el alivio culpable le calma los gestos al continuar su taconear irrespetuoso hacia el fondo del hospital. Las palabras se le congelan en la boca cuando un doctor entra a la sala y se le acerca: —Todo salió bien, va a dormir unas horas… ¿Quieres acompañarlo? Alex asiente y hace rodar la silla olvidando a la mujer, el cansancio y el susto. El médico lo lleva a la habitación donde unas enfermeras conectan cuanta maquinita existe al dormido jovencito que luce una gran venda sobre los ojos. La mujer entra a la habitación, Alex se gira y la enfrenta. —Ya puedes irte, yo lo voy a acompañar. Gracias. —Pero, Alex, tu mamá me contrató para que te acompañara. —Y te pagó con mi dinero. Ándate, yo quiero estar solo con Dennis. Chao. La mujer duda unos minutos. Cuando las enfermeras se van, Alex se acerca a Dennis y le habla entre sollozos. La mujer lo escucha Sonata trasnochada - Dablín
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desde las sombras como una silente testigo de un amor prohibido. —Yo tenía una vida rara antes de conocerte, pasaba en el conservatorio estudiando música todo el día, iba en la mañana al colegio y de ahí a estudiar para aprovechar mi talento. Eso me decía mi mamá a cada rato y yo se lo creía. Mi papá por el contrario, quería sacarme de ese mundo de locos enjaulados, ese era su discurso… y a veces yo me escapaba con él a pasar el día divirtiéndonos. Ellos se separaron cuando yo tenía tres años y de ahí fueron puras peleas por todo y especialmente por mí. Mi mamá decía que mi papá era un inculto y él le gritaba que ella era una bruja arribista. La acompañante indeseada sale de su escondite y le toma las manos al jovencito de la silla de ruegos y los ojos tristes, pero él se las quita con un movimiento brusco y aterrado. Las refugia en los bolsillos del gamulán1 que lo acuna y sigue hablando cabizbajo. —Un día antes de mi cumpleaños dieciséis, mi papá me fue a buscar temprano al colegio para llevarme a un zoológico y nos escapamos juntos. Al regreso un camión nos embistió, mi papá murió y yo me gané una beca en sillaburgos de por vida. Mi mamá casi enloqueció, nos cambiamos de casa a un departamento muy cercano al conservatorio y me obligó a seguir tocando. —¿No querías seguir tu carrera? Las manos de Alex se van a las del chico dormido y las acaricia como si tocara un teclado de cristal. —No quería seguir viviendo, pero eso no importa. Dos años después de horrorosa rutina, con mi madre convertida en un carcelero infernal, cuando yo quería cortarme el cuello con lo primero que encontrara, cuando tocaba el piano como si fuera una sentencia por el crimen de tener talento, cuando odiaba a todo el mundo y apenas salía del departamento porque había logrado que un profesor fuera a mi casa a enseñarme… conocí a Dennis. —Su voz cambia, se hace liviana, casi feliz—. Ese día fue horrible, mi madre me jodió toda la mañana para que fuera al traumatólogo, al control mensual. Ella se preocupaba demasiado por mí y no vivía su vida. La mujer se le pone en frente y busca sus ojos. —Me llevaba por el pasillo empujando la silla y hablando como una cacatúa. Yo quería morirme allí mismo. Mi vida era una
1 Gamulán: abrigo de cuero, como una chaqueta, que lleva chiporro por dentro y es suave por fuera
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maldición, no podía caminar, no podía huir de ese martirio constante que era tener a mi madre para mí todo el día. No podía hacer algo diferente que no fuera tocar el piano. —Alex entorna los ojos y busca los recuerdos que más atesora—. El ascensor se abrió y salió una pareja muy extraña, un señor mayor y un jovencito… El chico llevaba su mano en el hombro del mayor, tenía lentes oscuros y caminaba de una forma rara. —¿Era él? —Sí, eran Dennis y su padre… Me quedé mirándolos con la cara más estúpida que tenía. Mi mamá los saludó y me presentó como lo hacen las madres odiosas, como si yo fuera retrasado mental. No sé qué dije, pero sí recuerdo que Dennis olía bien, y que me pareció muy extraño pero no podía dejar de mirarlo. —¿Y qué pasó? —Dennis golpeó sin querer la silla con su pie y ahí me di cuenta de que era ciego. Bajé la vista asustado y no sé cómo avancé hacia el ascensor. La puerta se cerró y me atrapó en medio. Me inundó la rabia y la frustración y le grité a mi madre de la peor forma que recuerdo. —¿Por qué hiciste algo así? —Porque me dio vergüenza, mucha vergüenza, y frustración. Tienes que entender que en ese tiempo yo no sabía que era gay, no sabía nada sobre mí, sólo tenía claro que odiaba al mundo. La mujer y sus manos, ya no tan frías, le acarician el cabello rubio y desordenado. Él sube sus ojos cansados y apenas sonríe. —Mi mamá chilló y el papá de Dennis fue hacia mí, porque yo estaba dándole golpes a la silla y apenas contenía la rabia convertida en lágrimas, me mordí la lengua y me puse muy rojo. —Alex apoya su cara en la cama al lado de la mano del chico dormido y suspira profundo—. ¿Debes haberte reído mucho, verdad? —le habla, como si fuera a contestarle en cualquier momento. La máquina que patrulla la vida del hermoso durmiente sigue su cancioncilla de pitidos y chillidos anacrónicos, enervándole la sangre a los que a esas horas perpetúan la vigilia. —¿Y qué pasó? —La mujer a estas alturas, ya no puede frenar su curiosidad, después de todo, no cualquier día se escucha una historia de amor tan extraña. —Me sacó del ascensor y no recuerdo mucho más, salvo que me Sonata trasnochada - Dablín
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llevaron al hospital porque me dio algo llamado ataque de ansiedad. —Sus ojos han perdido algo de vida, se han opacado y parecen más tristes que de costumbre. —¿Al hospital? ¿Tan grave fue? —Sí y no, mi madre es una paranoica insufrible, cualquier cosa que me pase es digna de hospitalización. Creo que tiene Munchausen por poder. —Alex, no digas eso, ella se preocupa mucho por ti. —La mujer y su falda ajustada se aproximan al prisionero de la silla, la ternura se la expresa acariciándole la espalda y secándole las lágrimas que insisten en acompañar su diálogo. —En ese tiempo yo no podía respirar, ella me estaba asfixiando y yo se lo permitía porque me odiaba y me culpaba. Pero una parte de mí se negaba a seguir de esa forma. Una gran parte de mí, quería, deseaba, ansiaba con todas mis fuerzas no ser un paralítico inútil. Soñaba tanto con hacer cosas normales, de gente normal… Lo que más anhelaba era poder presentarme a alguien sin temor a ser rechazado por ser un fenómeno. —¿Cuánto tiempo estuviste en el hospital? —Dos días y mil horas… —Hace una mueca con la sombra de una sonrisa en su cara de niño lindo—. Creo que estuve dos días. Cuando me dieron de alta se suponía que yo estaba sano. La mujer le pone una manta en la espalda y se acomoda frente a él en un sillón incómodo y cansado. —¿Se suponía…? —Sí, pero para mi gozo los ataques continuaron. Creo que todo lo que yo quería ser, por fin, se había rebelado contra mi madre, sólo que no me lo informó, y me volví un maniático… Ya sabes, intenté aferrarme a algo real, a alguien que no me juzgara ni me exigiera, a alguien que estuviera a mi disposición para hacer lo que yo quisiera, pero que no me tuviera a su antojo. —Sonríe con lágrimas—. Y ese alguien sólo podía ser el piano. Mi dictador y esclavo. —¿Alex, desde qué edad tocas piano? El rubio se mira las manos y mueve los dedos, luego los esconde bajo la manta y agarra a hurtadillas la mano del dormido príncipe. —Desde los tres años. —¿Y qué pasó? Sonata trasnochada - Dablín
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—En las noches no podía conciliar el sueño porque volvía a ver la escena del ascensor una y otra vez. Y siempre el único espectador era el joven ciego. —Le besa la mano al durmiente y apoya su mejilla en ella—. Necesitaba hacer algo para evitar consumirme por la desazón que corría por mis venas y le daba golpes certeros a mi corazón. —¿Tu madre no se dio cuenta? —No, o sí… ¿quién puede saberlo? —Enarca los hombros siempre con la cabeza apoyada al lado de la mano de Dennis—. En las noches yo me arrastraba como podía hasta mi silla. Tienes que saber que aunque mi madre insistía en levantarme cada mañana, yo podía hacerlo solo. Pero ella necesitaba hacerme dependiente de su aburrida persona. Alex guarda silencio por varios minutos, la mujer y su mirada de enfermera veterana lo esperan, esperan que se calme la tempestad que los recuerdos provocan en su corazón, en su alma y en su carita de ángel insomne. Y cuando la tormenta amaina, el chico sigue su relato. —Me levantaba e iba hasta el piano, mi ventana a la libertad que me engrillaba la existencia. Él me esperaba como cómplice tramposo, cobrándome tan caras esas horas de pseudo independencia sin que yo me diera real cuenta de su abuso. Me acercaba y tocaba. Ese maldito teclado era lo único real y tangible que yo podía dominar, lo único que me quedaba y me hacía creer que era normal. —Alex, tú eres una persona normal. El que estés en una silla de ruedas no te hace diferente al resto de nosotros. —Suena bonito y si lo gritas desde un cuarto piso, con las manos en los oídos, parece una canción de cuna. Yo no soy normal y ahora lo agradezco, pero en ese momento era un calvario ser yo. —Las lágrimas ruedan hacia la sábana y forman pequeños charquitos de toque naif—. En ese tiempo necesitaba sentir bajo mis dedos las teclas, tan sólidas, tan frías, tan indiferentes, tan anodinas y a la vez tan mías. —¿Te sientes bien? —Más o menos, si Dennis no está conmigo, yo nunca me siento bien, pero hablar contigo no es malo, además sé que él me está escuchando. —Continúa, por favor. —La mujer y sus años de escuchar, oír y percibir se asombran de la forma en que ese niño de mente anciana ve al mundo y a sí mismo. Ella atiende y mira, observa y aprende, sólo eso tiene claro, siempre se aprende algo al hablar con los que esperan Sonata trasnochada - Dablín
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por los pacientes en las salas confesionarios de los hospitales, donde los tubos fluorescentes son los taciturnos espectadores de la confesión más honesta y desgarradora que existe. —Por las noches en vez de dormir me pasaba horas tocando, hasta hacerme sangrar los dedos. El dolor físico es algo que te hace sentir vivo y distrae cualquier otro pesar que tengas en el alma. —¿Y tu madre? —Mi madre en su visión manipuladora y estúpida de la realidad, creyó que mis heridas eran porque yo deseaba ser el mejor pianista del mundo. —Alex ahoga una carcajada tan triste como el mobiliario anodino y desvelado de esa habitación de curandería, rebautizada como anexo oftalmológico—. Pero como no sanaban y yo había dejado de comer, me llevó al médico y me derivaron al psicólogo. —¿Te ayudó? —Fue lo mejor que pudo pasarme, porque acusé a mi carcelera y a punto estuvieron de revocarle la licencia de madre. El psicólogo la mandó a ella a otro loquero y cuando empezó a vociferar que no iría jamás, la amenazó con alejarme de su lado. —El chico suspira profundo, tanto, que cambia el aroma a noche del lugar y lo transforma en perfume de rocío de madrugada. —Parece que fue una cosa buena. —Ese día empezaron a pasarme cosas no tan malas. Si me pides que haga un calendario de mis días buenos desde el accidente, ese sería el primero. Una enfermera entra con cara de recién lavada y planchada, lleva un carrito, una sonrisa y un buenos días amarrado a su cofia de autoridad, la sigue otra con cara de fecha de vencimiento pasada que en su idioma encriptado, se deshace del durmiente y sus vendas. Cuando se marchan, luego de anotar, verificar, explicar y mover al dormido paciente, Alex vuelve a apropiarse de su mano, la besa y la apaña como si fuera un tesoro prohibido que sólo a él pertenece. —Ese día entendí que si gritaba bien fuerte en la dirección correcta, alguien tendría que escucharme y podría ayudarme. Ese día llegó una enfermera a atenderme, alguien a quien yo podía decirle sí o no, alguien que no lloraba si yo contradecía sus deseos y que me daba aire, mucho aire. Alguien que me convenció de visitar el parque, y que me hablaba de cosas tontas pero fascinantes, que cocinaba para mí lo que yo quería comer y que por sobre todo, me oía y me veía tal como soy. Sonata trasnochada - Dablín
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La mujer y su nuevo café, sonríe y sus ojos se hacen más grandes, sus mejillas más tersas y sus parpadeos más bellos. —¿Una amiga? —No, una enfermera eficiente… —Alex enarca los hombros y por primera vez en toda la noche, su sonrisa es honesta y dócil—. Ese día, el psicólogo me prohibió tocar piano hasta que mis dedos y mi alma sanaran, y por sobre todo, hasta el día en que yo supiera quién era yo. Ese día ejecuté mi primer acto como Alex Saint-Gilles, ese día con la ayuda de mi enfermera privada, quemé todas las partituras de Chopin que había en mi casa. —¿Lo detestas? —Es el favorito de mi madre y me obligaba a tocarlo. —¿Y cuál es tu favorito? —Ese día no lo sabía ni me interesaba, sólo quería dejar de oír, tocar, ver, oler y sentir a Chopin. Y lo hice, y por primera vez en dos años, me reí a carcajadas. —¿Y Dennis? Alex suspira tan profundo que sus mejillas se ponen rosadas y sus labios sonríen solos. La mujer lo mira y consulta su reloj. Las cinco de la mañana corren presurosas a tomar su turno en todos los relojes de la zona. —Voy a pedir desayuno, ¿alguna petición en especial? El chico asiente y mueve la cabeza como si fuera un cachorro frente a un banquete que no esperó encontrar. —Quiero algo muy dulce, algo tan dulce que me de cosquillas en la nariz al comérmelo. —¿Leche, chocolate y pastelitos? —Y mucho manjar, a Dennis le fascina y me contagió su adicción. Pocos minutos se demora la mujer y sus manos frías, en hacer la petición al somnoliento teléfono de la habitación. Cuando el dinero ordena, el mundo corre a cumplir sus deseos. —Luego de quemar las partituras, ¿qué sucedió? —Dormí, dormí como nunca en mi vida… Mi madre, por orden del psicólogo se había alojado en una clínica para hacerse muchos exámenes. Yo creo que fue para que me dejara en paz, aunque fueran dos días. Desperté cerca del mediodía y mi cómplice enfermera me Sonata trasnochada - Dablín
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convenció de ir al parque. —¿Te convenció? —Sí, me daba vergüenza, miedo y desconfianza. Pero ella fue tan honesta en su propuesta, que incluso, creó una clave secreta para que, si yo tenía miedo, la usara y volviéramos a refugiarnos a mi habitación. —¿Cómo fue ese paseo? —Maravilloso y terrible a la vez, porque cuando salíamos nos topamos con Dennis y yo me quedé atónito al verlo, caminaba con lentes oscuros y un bastón, con el corte de cabello más feo que existía y con la ropa más sosa que puedes imaginarte y aún así parecía un ángel. —Alex le acaricia el cabello a su dormido oyente y se lo ordena como a él le gusta—. Lo más increíble fue que me saludó como si me viera y yo no pude contestarle, pero mi secuaz una vez más me ayudó y lo saludó, tocó mi hombro y yo balbucee un hola tan dramático como estúpido. —¿Y él que hizo? —Sonrío, como sólo me sonríe a mí… La puerta se abre y una niña disfrazada de enfermera adulta entra empujando un carrito con bandejas que huelen a delicioso. Los saluda con la aurora colándosele por cada poro de la piel y se detiene en medio de la habitación devorando a Alex con parpadeos engatusadores que parecen rebotar en las paredes que apenas bostezan con su sonrisa de plástico y papel mural. La mujer y sus bolsillos de falda ajustada se le acercan y le paga el valor de ese desayuno improvisado, con la esperanza que lo dulce afloje la lengua reticente del joven pianista. La chica sin su acoplado pero con dinero extra se marcha de la habitación sin haber logrado una sonrisa de Alex. La mujer, su falda y sus manos ahora tibias, revela los tesoros del carrito y le acerca al chico su desayuno, él sonríe mientras inspecciona aquel banquete pseudo delicioso, cuasi suculento. —Cuéntame Alex, ¿qué sucedió con Dennis ese día? El chico de ojos azules, pecas en la nariz y cabellos rubios sonríe, le da una mirada colmada de amor a su príncipe de ojos vendados y luego de darle un sorbo largo a su leche chocolatada, sigue el relato. —Me sonrió y se me acercó con ese caminar extraño, se dirigió a mí y me preguntó si ya me sentía mejor. Sonata trasnochada - Dablín
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—¿Y qué le contestaste? —Me quedé mirándolo embobado, nunca lo había tenido tan cerca y me pareció más lindo que de lejos. Mi secuaz una vez más me ayudó, tomó una de sus manos, levantó una de las mías, muy llena de vendas y acercó ambas. Él la tocó y me preguntó si acaso había tenido un accidente. La mujer mordisquea un pariente lejano de un croissant y entorna su pequeños ojitos insomnes. —¿Te gustó tocarlo? —No lo sentí, las vendas eran gruesas. Pero tuve los cojones para preguntarle si realmente se acordaba de mí. —Felicitaciones. Alex le da una mordida monstruosa a un Berlín2 y sonríe cuando el manjar escapa por los lados y cae en su tazón de leche chocolatada. —Y me contestó lo más maravilloso que había oído en mi vida. La mujer abandona por un segundo los dulces, el café y lo mira con ojos ansiosos y boca semiabierta. —Me dijo que por supuesto, que yo era Alex, el pianista del 402, que cada noche tocaba La Marcha Turca de Beethoven, su melodía favorita. Alex y la mujer, su falda, los pastelillos, la máquina de vigilancia vital y hasta las vendas del príncipe dormido, sonríen al unísono. —¿A qué hora la tocabas? —La Marcha Turca siempre era mi última melodía, era una de las pocas que le gustaban a mi papá, y yo la interpretaba en su honor. —¿Qué pasó después? —La mujer vuelve a sus alimentos madrugadores y Alex devora otro Berlín antes de contestarle. —Empezó el resto de mi vida. Mi secuaz le dijo que no podía tocar piano por un tiempo, pero que necesitaba un amigo para saber cómo ser libre. La mujer acaba el líquido despertador de su tazón y sonríe. —Bastante asertiva. ¿Qué hiciste?
2 Berlín: Panecillo dulce frito u horneado que se relena con mermelada, manjar, dulce de membrillo o crema pastelera.
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—Me puse rojo, pero como Dennis era ciego no se dio cuenta. — El chico y sus cabellos desordenados suspiran, los restos de azúcar que adornan su nariz y boca le dan un aspecto inmortal—. Le dije que no se preocupara, que no le quitábamos más tiempo. Alex deja un cargamento de energía con forma de pastelito a medio devorar y toma la mano de su novio. —Él lanzó una carcajada maravillosa, me dijo que si no me molestaba ser amigo de un ciego, feliz me ayudaría a saber cómo ser libre. —¿Hace cuanto fue eso? —Dos años. Hace ocho meses que somos novios oficiales. —¿Fueron amigos más de un año? Alex enarca sus bellas cejas, su carita se ilumina y luego de dos parpadeos pícaros, agrega: —Éramos algo entre amigos y novios, a escondidas… ya sabes, mi madre y su paranoia. —¿Ella sabe que eres gay? —Sí, lo supo el día que me largué a vivir con Dennis. —Alex bosteza como un oso y apoya la mitad de su cuerpo en la cama al lado de su pareja—. Gritó, pataleó y me amenazó, pero yo ya era mayor de edad y por lo tanto era libre. —Acuéstate aquí. Te vas a acalambrar si sigues en esa postura. Yo te aviso cuando él despierte. La mujer, su falda, su aroma a café caliente, sus manos tibias y su gesto de madre postiza, ayudan al somnoliento pianista a acomodarse en el sofá de la habitación. Alex no opone resistencia, el cansancio, el desayuno y la conversación relajante, lo han llevado a los brazos de Morfeo sin mayor trámite.
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Técnica mixta sobre tela Anouch Calandre ANOUCH CALANDRE es una escritora de anhelos raros, de tiempos robados, de cuentos escondidos. De origen chileno, de profesión madre y esposa, con algunos títulos bajo el brazo y pocas monedas en la cartera.
*********************** No tiene gran misterio mi historia. Lo conocí, me enamoré, me dejó, lo busqué, y huyó de mí… Y aquí estoy, tratando de seguir viviendo con mis culpas, mis remordimientos, mi amor desesperado y con mi vergüenza, que al parecer es lo único que nunca me va a dejar. A veces creo que sentir vergüenza es lo único honesto que he hecho en mi estúpida existencia, y es que he hecho cada cosa, cada tontería que ahora, a mis veintisiete años, me pesan toneladas en el bolsillo del arrepentimiento. Nací y la embarré, crecí y la seguí embarrando y cuando la vida me dio la oportunidad de enmendarme, la embarré del todo. Verán, yo soy hijo de madre soltera, con un padre ausente que me daba suficiente dinero como para calmar su conciencia, dejar callada a mi progenitora y prodigarme todos los mimos que sus brazos nunca me dieron. Cuando cumplí quince años ya sabía que era gay, que me gustaban los hombres, que buscar placer era lo que me motivaba; y como nunca le importó a mi padre lo que hiciera mientras no lo molestara, y a mi madre le daba exactamente lo mismo dónde me metiera mientras fuera lejos de sus propios líos, pues me dediqué a pasarla demasiado bien. Los detalles se los ahorro, pero dejen vagar su imaginación, agréguenle morbo, drogas, sexo, fiestas y licor, y allí tienen lo que hice desde los quince hasta los veinte años. A los veintiún añitos me líe con un tipo guapo, desenfrenado y caótico, me gradué de imbécil y lo único bueno que hice ese año fue cursar el segundo año de Licenciatura en Historia con buenas notas. A los veintidós años, yo estaba hospitalizado en Estados Unidos, con diagnóstico gravísimo, con mis padres furiosos y tan avergonzados que no pusieron un pie en la clínica donde me operaron durante catorce horas repartidas en cuatro dolorosas y carísimas operaciones. Luego de esas maratónicas y solitarias horas, cambié y Técnica mixta sobre tela - Anouch Calandre
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mucho, tanto que dos años después, el celibato era mi premisa diaria, el estudio mi única ocupación y el sexo, un recuerdo vago e ignorado. A los veintiséis años conocí a José Manuel y empecé a entender eso de «arrepentirse hasta la raíz del pelo» por mis actos pasados. *********************** No tiene gran misterio mi historia. Lo conocí, me enamoré, me decepcionó, lo dejé, me persiguió y huí de él… Y aquí estoy, tratando de seguir viviendo con mis penas, mis afectos y con mi amor roto, que al parecer es lo único que nunca me va a dejar. A veces creo que este amor roto es lo único tonto que he hecho en mi existencia, y es que mi vida ha sido ordenada, calmada, medida, cada paso decidido con amor, inteligencia y sabiduría, y ahora, a mis veinticinco años me duele demasiado haber sido tan ingenuo. Nací y crecí de forma normal, no digo que sea perfecto pero hice lo correcto porque me nacía hacerlo. Verán, yo soy hijo de una familia muy cariñosa, tolerante y ordenada. Soy el segundo de un familión de seis vástagos. Mi padre es psicólogo y mi madre artista plástica, ellos siempre se preocuparon mucho de mí y de mis hermanos, hubo mimos, abrazos, reglas, cariño a montones y sobre todo, paciencia y comprensión. Cuando cumplí dieciocho años me di cuenta de que era gay, que me gustaban los hombres, pero no quiere decir que me lanzara a probarlos. Para mí, el cuerpo es algo sagrado y no iba a meterme con alguien sólo por curiosidad. Hablé mucho con mi familia, y ellos como yo, siempre han pensado que hay una persona especial para cada quien, y que al encontrar a ese alguien la entrega ha de ser total. Nada de andar de cama en cama jugando al seductor. Ni siquiera mi hermano mayor que es un heterosexual de lo más ardiente, hace eso. Menos lo iba a hacer yo, que me aterra esa fama de promiscuos que cargan los gay. A los dieciocho años era casto y puro, al igual que a los veinte y a los veinticuatro años. Pueden reírse y no creerme, pero no soy mojigato, soy totalmente sincero, no me había enamorado así que no me había encamado con nadie. A los veintitrés años me gradué de ingeniero comercial con el mejor promedio de mi generación, me gané una beca que me permitió seguir estudiando, y además trabajaba medio tiempo. A los veinticuatro años conocí a Rodrigo y empecé a entender eso Técnica mixta sobre tela - Anouch Calandre
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de «amar tanto que duele». *********************** Conocí a José Manuel en un café donde me refugié de una tormenta espontánea que amenazaba convertirme en un jilguero mojado. Entré goteando por los cuatro costados y choqué con él y su tazón de chocolate humeante, se lo dí vuelta encima y me miró con cara de «Esto es lo único que me faltaba». Me sentí tan culpable que le ofrecí desde pagarle un tazón de chocolate hasta comprarle un terno nuevo. Le dio risa y me invitó a su mesa, porque además el cafetín estaba repleto de gente que huía del diluvio. Hablamos largo rato, tanto que se le secó el chocolate en la ropa. Nos tomamos tres tazones de ese brebaje reparador, intercambiamos teléfonos y se me ocurrió invitarlo a cenar ese mismo día, porque me habían impresionado sus ojos color avellana, su pelo castaño ensortijado, su charla inteligente y amena, y el cuerpazo de dios griego que adiviné bajo la chaqueta que yo le había manchado. A pesar de haberme prometido hasta el cansancio no volver a liarme con nadie, a José Manuel no podía dejarlo ir así como así, y fue tanta mi insistencia que aceptó que nos reuniéramos, pero sólo por un trago en un bar el viernes siguiente. *********************** Conocí a Rodrigo en un café donde me asilé para sacarme de encima un día de locos. Entró mojado como jilguero y chocó conmigo y mi tazón de chocolate humeante, me lo dio vuelta encima y me miró con cara de «No me asesines, no quise hacerlo, fue un accidente». Se disculpó nervioso, ofreciéndome desde pagarme el tazón de chocolate hasta comprarme un terno nuevo. Me dio vergüenza haberlo asustado tanto, así que me reí y se relajó. El remordimiento me hizo invitarlo a sentarse a mi mesa, porque además el cafetín estaba repleto de gente que huía del diluvio y yo estaba solo en una mesa para dos. Hablamos tanto rato que se me secó el chocolate en la ropa, bebimos no sé cuántos tazones de la pócima adictiva, intercambiamos teléfonos y me atosigó con una invitación a cenar ese mismo día. Una parte de mí quería aceptar esa cita, pero una vocecilla me gritaba que no fuera a meterme en líos con ese tipo. Aunque la otra parte de mí estaba encantada con sus ojos color mar, su pelo liso y rubio, su charla alegre y culta, su carita de niño travieso y esa tristeza del alma con la que me encontraba cuando lo miraba fijamente. A Técnica mixta sobre tela - Anouch Calandre
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pesar de la vocecita majadera, acepté reunirme con él, pero sólo para beber un trago en un bar el viernes siguiente. *********************** Cuando lo conocí yo no sabía si era gay o demasiado amable, pero me había fascinado y lo más curioso era que había despertado emociones y sentimientos en mí que nunca, en mi recorrida y ajetreada vida, había experimentado. Lo conocí un martes, lo llamé el miércoles, me llamó el jueves. El viernes temprano, lo llamé para ultimar detalles de la cita; el viernes tarde, me llamó para cancelarla. Su disculpa fue la clásica, la obvia, la terrible, la más usada, la mentira recurrente: su excusa fue que tenía demasiado trabajo y que saldría muy tarde como para ir a un bar. Fingí creerle y me despedí con el tono cortante que la pena me inspiraba porque todo mi bagaje fiestero me gritaba que estaba escabulléndose de mí. *********************** Cuando lo conocí yo no sabía si era gay o demasiado alegre, pero me había encantado y lo más aterrador era que había despertado emociones y sentimientos en mí que nunca, en mi contenida y ordenada vida, había experimentado. Lo conocí un martes, me llamó el miércoles, lo llamé el jueves. El viernes temprano, me llamó para ultimar detalles de la cita, el viernes tarde, lo llamé para cancelarla. Mi disculpa fue la verdad, aunque sonara a mentira: tenía mucho trabajo y una reunión que apareció a destiempo me destrozó mi viernes y el tan anhelado reencuentro. No era justo hacerlo esperar porque ni siquiera yo sabía a qué hora saldría de la oficina y podría ser muy tarde como para ir a un bar. Fingió creerme, lo noté en el tono cortante que se le escapó cuando se despidió y me colgó. *********************** A las once de la noche cuando estaba en mi departamento, descalzo, en boxer, con la depresión colgándose del vaso de cerveza que tenía en la mano y que no me decidía a beber, me volvió a llamar. Me pidió disculpas por la hora y me invitó un trago. Me atraganté con mi respiración, le conté dónde y cómo estaba. El silencio que se instaló en el teléfono me aulló que la había embarrado una vez más. Técnica mixta sobre tela - Anouch Calandre
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Se despidió con su adorable corrección y colgó. Me bebí la cerveza de un sorbo, me armé de valor, lo llamé de vuelta a los pocos segundos y le rogué que nos encontráramos en un bar. Amablemente rechazó la invitación. Me dijo que no malinterpretara las cosas, que no quería ofenderme, pero que no era necesario que yo enmendara el bochorno del chocolate en su terno. Que no importaba, que la había pasado muy bien conversando conmigo, pero que lo mejor era olvidar eso de juntarnos, porque a él le gustaban los varones y yo le gustaba mucho. Me quedé sin aire y sin habla, cuando iba a colgar le grité que a mí también me gustaban los varones y que él me fascinaba. *********************** Me dio pena y rabia que no me creyera, y cuando a las once de la noche por fin fui libre del trabajo, lo llamé. Le pedí disculpas por la hora y le invité un trago. Se quedó en silencio un par de minutos respirando raro. Me contó que estaba en su departamento, con un vaso de cerveza en la mano que no se decidía a beber, descalzo y en boxers. Yo me quedé en silencio. Esos datos me perturbaron, eran demasiado íntimos como para darlos por teléfono. Me despedí correctamente y colgué. Me llamó de vuelta a los pocos segundos y me rogó que nos encontráramos en un bar. Consideré necesario ser honesto con él, así que rechacé su invitación, le dije que no malinterpretara las cosas, que no quería ofenderlo, pero que no era necesario que enmendara el bochorno del chocolate en mi terno, que no importaba, que la había pasado muy bien conversando con él, pero que lo mejor era olvidar eso de juntarnos, porque a mí me gustaban los varones y él me gustaba mucho. Se quedó en silencio y cuando iba a cortar la llamada, me gritó que a él también le gustaban los varones y que yo le fascinaba. *********************** Un rato más tarde nos encontramos en un bar cerca de mi departamento. Ambos estábamos tan nerviosos como quinceañeros, y es que después de todo lo que yo había pasado, había creído que nunca más tendría un compañero, menos uno sexual, y menos aún, uno que me fascinara a tal grado que estaba casi seguro que me había enamorado de él.
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*********************** Un rato más tarde nos encontramos en un bar cerca de su departamento. Ambos estábamos tan nerviosos como quinceañeros, y es que yo nunca había tenido una cita con otro hombre y menos una pareja. Tenía muchas ilusiones con Rodrigo y los nervios me traicionaban. *********************** El bar cerró a las cinco de la mañana; a las cinco y diez de la madrugada estábamos en mi departamento preparando el desayuno. Habíamos hablado toda la noche. Me contó sobre su vida, sobre su familia, sobre sus proyectos y aspiraciones. Yo no le dije gran cosa de mi pasado, me avergonzaba más y más a cada momento, y es que al lado de su vida perfecta, la mía era un asco. Cuando desayunábamos me enteré de que era virgen y me quise morir porque a continuación agregó que para él, el cuerpo era un templo y que no entendía y nunca aceptaría esa filosofía de promiscuidad de los gay, y no podría estar con alguien que hubiese estado con muchos otros antes que él. *********************** El bar cerró a las cinco de la mañana; a las cinco y diez de la madrugada estábamos en su departamento preparando el desayuno. Habíamos hablado toda la noche. Le conté sobre mi vida, sobre mi familia, sobre mis proyectos y aspiraciones. Creo que hablé demasiado, pero es que me sentía muy a gusto con él. Durante el desayuno le confesé que era virgen y que para mí, el cuerpo es un templo y que no entendía y nunca aceptaría esa filosofía de promiscuidad de los gay, y no podría estar con alguien que hubiese estado con muchos otros antes que conmigo. *********************** A partir de ahí, las cosas tomaron una dimensión macabra para mí. Yo había cambiado, pero por muy grande que hubiese sido ese cambio, jamás podría borrar lo que había hecho y era demasiado aun para alguien tolerante y abierto de mente. Mi vida sexual tenía más páginas que la enciclopedia británica y había detalles que tarde o temprano él descubriría y yo no podía con eso. Así que decidí mantenerme lejano, célibe y amarlo en silencio, Técnica mixta sobre tela - Anouch Calandre
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pero esas buenas intenciones me duraron hasta que se acabó el agua caliente de la tetera, ambos fuimos por más y terminamos besándonos en la cocina de mi departamento. Se me dispararon las hormonas y las ganas, pero me contuve, algo que jamás había hecho y sólo lo besé. *********************** Él no me contó muchas cosas, parecía incómodo y decidí quedarme callado. A veces soy muy entusiasta y eso intimida a las personas. Su silencio se extendió hasta que se acabó el agua caliente de la tetera, ambos fuimos por más y terminamos besándonos en la cocina de su departamento. Me sentía muy bien besándolo, no sabía mucho al respecto pero podría haber seguido eternamente atado a su boca. *********************** Con José Manuel las cosas desde el principio fueron maravillosas, nos llevábamos a la perfección, nos complementábamos y entendíamos sin dificultad. Él y su deliciosa virginidad me ayudaban a mantenerme a salvo de intimar. Dejé que fueran sus tiempos los que se impusieran. Sé que me lo agradeció pero nunca dijo nada, había silencios entre nosotros que decían más que mil palabras. *********************** Con Rodrigo las cosas desde el principio fueron asombrosas, nos llevábamos a la perfección, nos complementábamos y entendíamos sin conflicto. Él nunca me exigió intimar, eran mis tiempos los que nos guiaban y yo se lo agradecí sin verbalizarlo, es que entre nosotros, había silencios que decían más que mil palabras. *********************** Todo iba muy bien, aunque día a día el fantasma del sexo me rondaba y se reía en mi cara, me susurraba que algún día tendría que decir la verdad y que con eso de seguro perdería a José Manuel. Empecé a fantasear con decirle pequeñas partes de mi verdad, aderezadas con mentiritas mínimas. Eso me calmaba y me ayudaba a seguir adelante con nuestra relación. *********************** Todo iba muy bien entre nosotros, aunque día a día las ganas de sexo me tentaban, me susurraban que algún día tendría la posibilidad de ir Técnica mixta sobre tela - Anouch Calandre
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más allá y que con eso me comprometería de por vida con Rodrigo. Empecé a fantasear con el día que intimáramos, nunca habíamos llegado a nada serio, pero mi cuerpo empezaba a reclamarme el anhelado contacto. Eso me encendía las ganas y me animaba a seguir adelante con nuestra relación. *********************** Poco a poco los encuentros se volvían más y más ardientes, hasta que una noche de plenilunio, las manos se nos fueron. Para mi sorpresa, él no se detuvo, para mi terror, no retrocedió, para mi angustia, me encontré con su mano en mis genitales palpándome con tierna timidez. Sus ojos color avellana me invitaron a cruzar la barrera de la ropa y mi vergüenza se disparó soltando recuerdos que creí atados para siempre; pero estábamos enamorados, y me deje envolver por el deseo, atrapé su miembro con mi boca y le brindé placer. *********************** Poco a poco los encuentros se volvían más y más ardientes, hasta que una noche de plenilunio, las manos se nos fueron. Para mi delicia cuando avancé no me detuvo, para mi deleite, no se ofendió, para mi placer, me permitió palpar sus genitales con mi osada mano, aunque me moría de pudor. Sus ojos color mar me consintieron cuando crucé la barrera de la ropa y mi inexperiencia no fue problema porque estábamos enamorados, me deje guiar por el deseo y aunque me asusté cuando atrapó mi miembro con su boca, lo dejé hacer y me brindó placer a raudales. *********************** Pasamos cuatro meses de ensueño, cuatro meses de mimos y caricias, cuatro meses en que le hice y me hizo felaciones y nada más para mi alivio. Cuatro meses en los que planeó con precisión unas mini vacaciones en la casa de sus padres, que vivían en una ciudad costera a unas cinco horas de viaje en automóvil. Se me anudaba el estómago de sólo pensar en ese encuentro, yo que venía de una familia tildada de disfuncional, iría a conocer a la familia perfecta de mi perfecto novio al que amaba con locura. *********************** Pasamos nuestros primeros cuatro meses en una burbuja maravillosa, cuatro meses de amarnos como yo siempre soñé, cuatro meses en que Técnica mixta sobre tela - Anouch Calandre
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aprendí lo que era recibir y dar una felación y nada más para mi decepción. Cuatro meses en los que planeé con ilusión, unas mini vacaciones en la casa de mis padres, que viven en una ciudad costera a unas cinco horas de viaje en automóvil. Se me encendían las ganas de sólo imaginar a Rodrigo junto a mi familia en la mesa del almuerzo dominical. Todas las personas que amo, reunidas en torno a mí. Sabía que él no tenía una familia muy unida, así que la idea de que la mía lo acogiera e incorporara como habíamos hecho con los esposos de mis hermanas, me hacía muy feliz. *********************** Pero la vida algún día tenía que cobrarme los errores de mi pasado y lo hizo con cruel puntualidad, porque una semana antes de nuestras idílicas vacaciones, nos topamos con el desquiciado de mi ex novio, aquel que hacía un montón de años que no veía, tenía que cruzarse en mi camino precisamente cuando salía de una tienda junto a José Manuel. Me saludó exudando ferocidad, devoró a mi pareja con ojos de sadismo desmedido, me amenazó sin decir una palabra y supe, muy en el fondo de mi corazón, que el fin había llegado. *********************** No me considero una mala persona, nunca he dañado a nadie a sabiendas; entonces, no entiendo por qué pasó lo que pasó. Todo iba demasiado bien, faltaba una semana para nuestras soñadas vacaciones, cuando nos topamos con un tipo muy extraño. Rodrigo se puso nervioso, yo diría que se aterró si eso no fuera una exageración. Salíamos de una tienda y ese hombre de rasgos bestiales nos saludó derrochando fiereza, me miró como si yo fuera el banquete de un caníbal y él, el rey homenajeado. La vocecilla majadera me susurró que nada sería igual a partir de ese momento, que la burbuja se había reventado. *********************** Dos días después, José Manuel me llamó por teléfono con un gruñido que jamás le había oído. Me asusté tanto que no sé cómo llegué a su departamento en pocos minutos. La puerta estaba abierta y mi corazón corría desbocado. Entré temblando y lo encontré frente al computador con la cara bañada en lágrimas y la ira atascada en su Técnica mixta sobre tela - Anouch Calandre
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bello rostro. No me habló, no me miró, sólo me indicó la pantalla del computador y yo perdí las ganas de vivir. Ahí estaba yo, de veintiún años, en una película casera que el depravado de mi ex novio había filmado y que tuvo a bien enviarle a mi novio como regalo de bodas. Traté de decir algo coherente a modo de disculpa, pero lo único que me salió fueron lágrimas y me dejé caer de rodillas a su lado dispuesto a rogarle que me perdonara por lo que estaba viendo. José Manuel seguía llorando, apretando los puños mientras en la pantalla yo iba siendo follado por una fila de siete desconocidos. Seguía llorando cuando las imágenes cambiaban y yo, de cara y postura lasciva, jalaba dos líneas de coca para luego elevar el trasero y ser preparado para una sesión de fisting a cargo de mi ex novio, el depravado. Y no es que me obligaran, no, porque yo mismo dejaba en claro, entre risas, que eso era lo mejor que me había pasado. José Manuel seguía llorando cuando el puño de mi ex, entraba y salía de mi trasero, para luego ser reemplazado por un consolador extralargo que yo aceptaba feliz, mientras una lluvia de semen caía sobre mi joven cuerpo y yo me dedicaba a lamer cuanto pene se cruzaba por mi cara. Le rogué que me escuchara, que entendiera, que después de eso yo había sufrido una úlcera en el intestino y que me habían operado de urgencia. Que mis padres me habían llevado a Estados Unidos y que allí, había sufrido cuatro operaciones más. Que después de muchos meses de recuperación había cambiado mi vida. Que nunca podría ser pasivo nuevamente. Que a pesar de todas las cirugías, ir al baño no era precisamente un paseo para mí. Que lo amaba, que me perdonara. Se quedó en silencio, sólo se oían mis sollozos y los latidos de su corazón. Me preguntó si pensaba decirle la verdad alguna vez, le dije que no, que no quería perderlo, y ese fue el fin. Me pidió que me fuera y que me olvidara de él. Me echó diplomáticamente de su departamento, de su vida y de sus recuerdos, porque al otro día una caja con todo lo que nos unía, llegó a mi departamento vía correo express. *********************** No puedo contarles exactamente que pasó cuando Rodrigo se fue llorando de mi departamento y de mi vida. Sólo recuerdo que llamé a mi hermano, que me llevó a la casa de mis padres y se encargó de Técnica mixta sobre tela - Anouch Calandre
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presentar una licencia médica en la universidad y en mi trabajo por estrés. Pasé las siguientes noches, llorando en brazos de mi padre, con mi madre a mi lado acariciándome el cabello como si fuera un niño perdido. La semana que transcurrió desde que vi ese maldito DVD, fue como una pesadilla. Las horas se estiraban y arremolinaban a mi lado, las imágenes se apretujaban en mis recuerdos moliéndome el alma, sacándome todas las lágrimas de los ojos y ni aun así podía dejar de sufrir, porque yo amaba a Rodrigo con toda la fuerza que mi ser lograba engendrar; pero su pasado, sus silencios y esas imágenes me lo quitaron para siempre. *********************** Pasaron cuatro días hasta que tuve la fuerza necesaria para ir a su oficina a buscarlo y contarle toda la verdad, pero no estaba y no estaría, se había marchado con unas vacaciones adelantadas por estrés. Lo busqué por todos los medios que poseía, desde llamadas telefónicas hasta e-mails, pero nada dio resultado. José Manuel desapareció de mi vida tal como había llegado, como un ángel demasiado bello para ser real. Todos los días iba a su departamento con la ilusión de encontrarlo y poder explicarme, o tan sólo para verlo por un segundo y lograr seguir viviendo. Durante un mes mi rutina consistió en buscarlo a como diera lugar, y durante un mes fracasé en mi cometido. Hasta que en la universidad me dijeron que se había marchado al extranjero a estudiar. En su departamento me encontré un cartel de «SE ARRIENDA» y el alma se me murió de pena. La depresión la pasé metido en la consulta anodina de un psiquiatra que me daba ánimos y pastillas que yo botaba, porque nunca más pensaba probar una droga. La pena nunca la pude pasar, la vergüenza era mi amante fiel, y la tristeza mi compañera exigente. *********************** Tres semanas después del descalabro de mi vida, mi familia se reunió y les conté por única vez todo lo que había pasado. Mis hermanos y hermanas querían ir por la cabeza de Rodrigo, mi madre no quería Técnica mixta sobre tela - Anouch Calandre
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dejar que me moviera de su lado, mi padre fiel a su rol de psicólogo, quería que yo hablara con Rodrigo y tuviera una catarsis y no sé qué más, y yo quería morirme. Al final me convencieron de irme fuera del país a estudiar para que me olvidara de él. No es que alentaran eso de huir y no librar mis propias batallas, pero dado los gustos de mi ex pareja, todos coincidieron que esa era una batalla que no tenía ningún sentido librar, y yo, que en ese momento era menos que un cordero degollado, me dejé llevar, y me encontré un mes y medio después, matriculado en una universidad extranjera estudiando un MBA de negocios. *********************** Tres meses después de que perdí a mi amor, cuando yo era un espantapájaros lloroso, la sombra taciturna de quien solía ser, un zombie que sólo vivía para trabajar de día y llorar por él de noche, me llegó un correo de José Manuel y la esperanza me hizo gritar su nombre mientras en la pantalla se desplegaba el e-mail. No decía mucho, pero para mí era suficiente. *********************** Tres meses después de conocer el pasado de Rodrigo y sacarlo de mi vida, la angustia me hizo escribirle un correo electrónico, sólo para saber cómo estaba, sólo para dejar de llorar, sólo para alejar las pesadillas que me torturaban, sólo para sentirlo cerca, pero a la vez tenerlo lejos porque además de amor me inspiraba temor. *********************** Lloré leyendo su correo, era sencillo, lejano, tímido, dulce, era mi José Manuel encerrado en pequeñas letritas negras que me gritaban que aún había algo de amor para mí en su corazón. *********************** No le prometí nada, sólo que de vez en vez le enviaría uno de esos impersonales mensajes electrónicos para decirle cómo estaba, para saber de él, para mantener una amistad fría y educada, separada por los kilómetros y por las costumbres a la hora de amar.
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*********************** Pasaron seis meses de correos electrónicos que me mantuvieron a flote, seis meses de revisar el correo mil veces al día, seis meses de llorar de alegría cuando había uno de mi José Manuel, seis meses de añorarlo tanto que me dolía el alma, si es que en algún lugar aún me quedaba algo de ella. Pero dos días antes de su cumpleaños veintiséis, me llegó el más terrible de sus mensajes. Estaba interesado en alguien y lo vería en la fiesta de cumpleaños que su hermana había preparado para él en el lugar donde estudiaba. *********************** No sé por qué cruel razón le envíe ese mensaje a Rodrigo, creo que quería hacerle sentir lo mismo que yo estaba sintiendo, la misma angustia por estar solo, la desesperación al recordar a todos esos tipos poseyéndolo, la misma impotencia al saber que nunca sería mío, la misma tristeza desesperante al beber chocolate caliente, en fin, quería que experimentara lo mismo que yo; pero cuando el maldito e-mail ya se había marchado, la daga del remordimiento me asestó un golpe letal. *********************** No lloré, ya lo había hecho demasiado y no había conseguido más que sentirme peor. No grité, no tenía caso; no le contesté el e-mail, ¿para qué?; no hice nada, salvo acurrucarme en la esquina de mi departamento y beber chocolate caliente hasta que la acidez me pasó la cuenta y fui a dar al hospital con una gastritis del demonio. *********************** La fiesta fue buena, el tipo que mi hermana insistía en presentarme resultó ser un fiasco. Apagué veintiséis velitas rodeado de desconocidos que parecían divertirse por alguna razón que yo ignoraba. A las doce de la noche volví a mi departamento y por más que llamé a Rodrigo no logré que contestara el teléfono. *********************** Estuve dos días hospitalizado, y es que en mi condición, una gastritis igualaba a un ataque al corazón. El proctólogo fue tajante, tendría que volver a operarme. Regresé a mi departamento arrastrando lo poco que me quedaba de autoestima y sin ganas de seguir viviendo. Para Técnica mixta sobre tela - Anouch Calandre
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qué tanto esfuerzo si a la única persona del mundo con la que yo quería estar, le daba asco mirarme y de seguro ahora tenía otra pareja. *********************** La noche de mi cumpleaños la pasé en vela. No pude dormir ni un segundo pensando y pensando en Rodrigo, lo anhelé y extrañé como nunca, tanto que a las cinco de la mañana había tomado una decisión. Hablé con mi padre para que se comportara como abogado del diablo y me ayudara a entender lo que me pasaba. Él, como siempre, me ayudó y mucho. *********************** Me quedé en la oscuridad, sin ganas de seguir adelante, había conocido el paraíso en brazos de un ángel llamado José Manuel y me habían lanzado al peor agujero del infierno sin atisbos de redención. Empecé a revolcarme en mi patetismo imaginándome escenarios en los que podía cruzarme con él, mis elucubraciones iban desde topármelo a la salida de un café, hasta que me visitaba en la clínica después de la operación. Fue tanto mi delirio amoroso que llegué a imaginarme que él me buscaba para decirme que me amaba y que me perdonaba haber sido un sacerdote desbocado de la lascivia. Cuando me dí cuenta de que todo era un espejismo de mi alma adolorida, me dormí llorando tirado en el piso del departamento. *********************** A medida que subía los escalones hacia su departamento mi corazón parecía querer arribar primero que yo, un par de peldaños antes de llegar a su piso me detuve aterrado, ¿y si mi Rodrigo tenía a alguien a su lado?, no sería de extrañar, es guapo como un príncipe y yo le había dado a entender que tenía a alguien en vista. Toda la inspiración que me había hecho tomar el primer vuelo de vuelta a él, se me diluyó cuando la idea de verlo en compañía de otro se me apareció frente a los ojos. A partir de allí arrastré los pies hasta su puerta. *********************** Me despertó el timbre que chillaba con una insistencia enloquecedora. De seguro era el imberbe de mi vecino que borracho había equivocado la puerta de su casa. Me levanté como pude, apenas amanecía y apenas yo podía seguir vivo, cuando abrí la puerta dispuesto a regañar al mozuelo perdido, me quedé sin aire al ver a Técnica mixta sobre tela - Anouch Calandre
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José Manuel ahí parado, más lindo que nunca, mirándome con carita de cordero degollado. *********************** Cuando Rodrigo abrió la puerta, me lancé a sus brazos y lo besé con desesperación. A partir de allí las cosas no serían fáciles, pero íbamos a estar juntos y lo que fuera, lo solucionaríamos entre los dos.
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Tres son multitud Capandres Escritor e historiador colombiano, quien comenzó en la escritura a los doce años, y luego se vio envuelto en el mundo del fanfiction y los microcuentos. Tiene interés por la temática crítica y social en sus historias. Participa desde el año 2006 en historias breves homoeróticas.
1 Ahora es más común verle allí, frente al espejo, apreciándose a sí mismo como el dueño de todo. ¿Lo odias? ¿Cierto? Odias cuando es el jefe y tú no puedes hacer absolutamente nada. Es como estar enjaulado en una urna de cristal y que tus gritos y golpes no lleguen al exterior. Es como vivir a través de los ojos de otra persona. Es como estar viviendo en el infierno. ¿Harás algo? ¿Cierto? No permitirás que esto siga realizándose. Debes hacer algo, lo debes hacer ahora. ¡Ahora! No hay tiempo que perder, a cada momento que pasa se hace más poderoso, más controlador, más irascible. Sólo tú puedes detenerlo. Nadie más que tú. ¿Qué piensas? Eres lo suficientemente fuerte para enfrentártele. ¿Sí? Te enfrentaste a mí, y saliste victorioso. Es nuevamente el momento de demostrar quién es el que manda. Quién es el más hombre. Quién lleva las riendas. También debes saber, que puede que las cosas no salgan de la mejor manera. Podrías morir. Podríamos morir. Sin embargo, eso no te ha detenido antes, ¿o sí? Siempre llega un momento en la vida de todo hombre en el que debe demostrar su carácter, a pesar de que la muerte le sonría a la par. ¿Qué me dices? ¿Estás dispuesto a aceptar el reto? ¿Estás dispuesto a hacer lo necesario para detenerlo? ¿Estás dispuesto a aceptar la muerte? Recuerda que tú y nadie más que tú, tiene la decisión final. Jairo.
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Escondida en la Biblia, en el Salmo número 91, descansaba aquella escueta carta. Jonathan reconoció muy bien la letra de Jairo. Había sido él quien la puso allí. Había sido él quien despertó durante su ausencia. También sabía que aquella carta significaba mucho más de lo que las simples palabras decían. En aquella carta Jairo aceptaba que Oscar debía irse. Que de alguna manera él y Jonathan habían hecho una tregua, un pacto; como si fuesen vecinos fastidiosos, pero que les permitió vivir en paz y armonía. No obstante, la llegada de Oscar había marcado un gran problema ya que, desde que despertó, quiso acapararlo todo. Ya era complicado para Jairo aceptar a Jonathan en su condición de gay, de despertar en los brazos de diferentes hombres y saber disimularlo. De conocerse homofóbico y saber muy bien que la mitad de él no lo era, para que ahora un nuevo personaje hiciera más complicada sus existencias. Jairo nació cuando Jonathan no era nada más que un niño. Jonathan siempre fue enclenque, temeroso de la vida y demasiado solitario. Sin embargo, fue el ver partir a su madre, sentada frente a él en la cocina, con un gesto de sorpresa, lo que engendró a Jairo. Jairo era todo lo que no era Jonathan: débil, delicado, temeroso; era fuerte, decidido y arrogante. Fue él el vigía durante los duros días que se sucedieron a la muerte de su madre. Fue él quien dijo aquellas bellas palabras en el altar, frente a una multitud sorprendida de que aquel chiquillo hubiese actuado de aquella manera. Fue él quien decidió narrar en palabras todos los hechos para que Jonathan supiera todo lo que había sucedido, evitando desde luego los momentos más dolorosos. Jonathan no era persona para soportar aquella desgracia. Jairo se convirtió en el protector de Jonathan. Pasó algún tiempo antes de que Jairo notara que Jonathan crecía y maduraba, se hacía más fuerte y seguro, y le permitió ser el vigía. Jairo se replegó sobre sí mismo y pasó a ser un elemento más de la personalidad de Jonathan. Ambos maduraron a la par, y Jairo sólo tomaba el control en los momentos más tensos y difíciles. En la adolescencia, sus hormonas y sus gustos les jugaron malas pasadas. Jonathan y Jairo dejaron de ser uno solo, y se convirtieron en aquel ser bidimensional que eran cuando niños. Ambos perseguían metas diferentes, sus hormonas los empujaban por caminos distintos. Jonathan se descubrió a sí mismo como gay, mientras Jairo deliraba por las curvas femeninas. Fue una compleja batalla de fortaleza, de establecer quien despertaba, quien se ausentaba. Jairo hacía muchas Tres son multitud - Capandres
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cosas que repugnaban a Jonathan, y éste hacía cosas que Jairo no podía soportar. Jairo se volvió un homofóbico declarado. La batalla se libró a lo largo de su adolescencia, con avances y retrocesos tanto de uno como del otro. Pero fue Jonathan con su astucia, un elemento de su personalidad que desconocía hasta aquel momento, quien fue tendiéndole trampas a Jairo, hasta que un día, ambos despertaron a la par. Jonathan con su voz sutil y ligera, de pie frente al espejo, le exigió a Jairo su obediencia. Que debía reconocer quién era el verdadero dueño de todo. Una hoja de afeitar sobre su muñeca derecha. Para Jairo fue imposible detenerlo, sólo podía observar cómo se deslizaba abriendo un canal sanguinolento en medio de su brazo. Se rindió. Sus gustos por el sexo femenino se desvanecieron con él. Desde entonces Jairo debió admitir a muchos hombres en su vida: A Rafael, con quien Jonathan dejó atrás su virginidad. A Jaime, el primer amor real de Jonathan, con quien Jairo pasó tan bellos momentos en el cine viendo películas románticas. A Josué, un aprovechado que Jairo reconoció al instante, y en su primer despertar, lo amenazó de tal manera que Jonathan en vez de enojarse con él, le escribió una carta de agradecimiento. De alguna manera, ambos habían establecido pactos de no agresión, pactos de amistad forzosa. Pero todo aquello cambió con la llegada de Oscar. El nacimiento de Oscar fue mucho más confuso y complicado que el de Jairo, y en realidad, ni él o Jonathan supieron de su existencia, hasta que una soleada mañana de abril Oscar despertó con una gran sonrisa de triunfo en su rostro. La confusión que se presentó a lo largo de aquellas semanas entre Jairo y Jonathan fue tan devastadora, que en sus sucesivos despertares, lo único que hicieron fue dedicarse a comer helados; de vainilla para Jonathan y de chocolate para Jairo. Después del shock inicial, Jonathan intentó establecer contacto con Oscar. Escribió cartas de presentación, decía quien era y qué debía hacer, tratando de llegar a un acuerdo racional; mas Oscar, despreocupado y fastidiado, no tomaba en cuenta los llamados de su alter ego, y poco a poco fue despertando más que los demás. Oscar permanecía mucho más tiempo como vigía que Jonathan y Jairo juntos, y ambos supieron que eso debía detenerse por cualquier medio posible. La intención de Oscar era despertar siempre, relegando tanto a Jonathan como a Jairo a simples aspectos de su personalidad. Tres son multitud - Capandres
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Justo en aquel momento crucial apareció Raquel. Raquel era un travestido, blanco, delgado y de grandes ojos verdes. Tenía la misma edad de Jonathan y poseía un no sé qué en su mirada, que los hipnotizó a los tres de diversas formas. Oscar fue el primero en establecer contacto con ella.
2 Una fría noche de Navidad, Oscar volvía a casa. Una gruesa capa de hielo y nieve hacía que caminara lentamente a través de la zona de tolerancia a la que había ido en busca de cierto video del género voyeur al cual le había ido poco a poco tomando el gusto. Eran cerca de las ocho y muchos de los personajes de la noche empezaron a salir, con sus vestidos de lentejuelas y sus zapatillas de satén. Oscar caminaba con la cabeza gacha, evitando mirar más de la cuenta a nadie. Sabía que aquella era la primera vez que compraba algo así. En casa no había siquiera un video pornográfico en el disco duro del computador. Sin embargo un olor a azucenas le hizo levantar la vista de sus mojados pies. Envuelto en una chaqueta pastel con unas altas zapatillas estaba Raquel esperando la habitual clientela. Una gran peluca roja enmarcaba sus ojos verdes, y una gran sonrisa permitía ver sus dientes inmaculadamente blancos. Oscar se detuvo instantáneamente al verla. Su cuerpo menudo, sus grandes senos, sus hombros estrechos, sus amplias caderas. Sus pupilas se dilataron al instante. Estaba frente a alguien que le gustaba mucho. —Hola, mi amor… ¿Buscas compañía? —dijo lentamente con un tono de voz ronco pero femenino. —No… bueno… yo nunca… Ella lo miró con aquellos ojos esmeraldas y Oscar se estremeció. —¿Nunca lo has probado? ¿Es tu primera vez? Oscar movió milimétricamente su cabeza afirmando. Ella sonrió. —Te puedo asegurar que será la mejor experiencia de tu vida. — Volvió a sonreír. Aquella sonrisa era cautivadora. Oscar siguió su camino y detrás de él, lo seguía Raquel. Parecía contenta al comenzar la noche con un cliente tan apuesto. Camino al motel, Oscar no podía disimular la protuberancia de su Tres son multitud - Capandres
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pantalón. Raquel le había mostrado su par de pechos perfectamente hechos y él había repasado parte de su anatomía con su tambaleante mano. En la entrepierna Raquel seguía siendo hombre. Aquello le revolvió el estómago de emoción. Oscar era bisexual. Pidieron la habitación con la cama de agua, mientras el dependiente del motel le guiñaba el ojo a Oscar con gesto morboso. Raquel sólo sonreía a todo. Siempre lo hacía. Cuando se hallaron en la habitación, Raquel bailó para Oscar. Contoneaba sus caderas y movía sus pechos. Le dio la opción de mamar de un pezón y Oscar, contento, lo hizo mientras le acariciaba la entrepierna. La cama de agua hizo más divertida la experiencia. Subían y bajaban, se deslizaban y se apretujaban mientras se despojaban de sus ropas. Raquel resultó tener un cuerpo esbelto, firme, unas grandes caderas, tal vez fruto de quién sabe cuantas cirugías, y su peluca resultó ser real. Raquel era pelirroja. El vello de su pubis era la prueba reina. Jairo despertó oliendo a licor y a sexo. Parpadeó un par de veces sorprendido de haber despertado después de más de una semana. Al levantarse se notó pegajoso y sucio. Sin embargo comprobó con alivio que no era Jonathan quien se había divertido la noche anterior, había sido Oscar. Después de prepararse, comprobó el día de la semana y fue a trabajar. A pesar de ser ahora tres personalidades dentro de un mismo ser, después de la llegada de Oscar; tanto él como Jonathan, tenían breves lapsus de recuerdos y sabían muy bien lo primordial en cuanto a las cosas cotidianas, como el trabajo, la familia. A medio camino hacía el trabajo Jairo comprendió que Oscar había conocido a alguien muy especial. Durante el almuerzo de trabajo comprobó que Oscar había congeniado con ciertos empleados y había puesto distancia con otros. Se enojó al instante. Al menos con Jonathan tenía la posibilidad de discutir con quién se relacionarían, pero Oscar hacía las cosas de forma arbitraria. Si seguían así, pronto los descubrirían. Eso era seguro. Al finalizar el día decidió ir al cine. Había una película que le gustaba y no sabía cuándo Oscar le permitiría despertar de nuevo. El bullicio del centro comercial entró en sus oídos tan pronto cruzó la puerta giratoria. La algarabía de la Navidad era más que evidente con tantos chiquillos clamando por sus juguetes favoritos. Jairo riñó con uno de ellos de paso a la taquilla del cine. Por fortuna, dentro, en la sala, el número de personas era mínimo. Aquella película era destinada a adultos, y no precisamente por sus escenas de Tres son multitud - Capandres
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desnudez como por su temática de violencia y miseria. Un documental acerca de uno de los regímenes más violentos de África. Antes de empezar la proyección una cabellera roja llamó su atención. Durante toda la película Jairo no pudo concentrarse de forma apropiada para disfrutar de un final duro pero esperanzador. En su cabeza aquella cabellera roja daba vueltas y vueltas sin parar. Era tal su obsesión que esperó hasta el final de los créditos, plagados de imágenes, para darle una ojeada a la chica. Era alta, blanca, pelirroja. En medio de la oscuridad no notó sus ojos verdes, pero fuera, después de que ella le sonriera provocadoramente, aquellos ojos verdes lo volvieron loco. —¿Tú? —exclamó divertida. Jairo pasó por alto lo ronco de su voz. —Yo —dijo sonriente. Ella lo siguió hasta el estacionamiento donde ya Jairo la esperaba con la puerta del auto abierta. Absorto en sus pechos, él se asustó al notar que allí donde debería ser mas mujer resultó siendo un hombre. —Pero… —quiso separarse de ella. —¿Algún problema? Anoche no te quejaste, ¿por qué hoy sí? ¿Es muy temprano acaso? Sonrió a continuación dejando ver aquellos bellos dientes blancos. La sonrisa lo convenció de que si Jonathan podía acostarse con hombres de pechos hirsutos, y Oscar al parecer le seguía la corriente en gustos extraños con aquellos raros videos voyeur, él podría acostarse con uno que parecía la más bella mujer del planeta. —Ningún problema —dijo empujándola dentro del carro y haciéndolo mecer como la canastilla de un recién nacido.
3 Oscar despertó en los días sucesivos, así que Jonathan no se enteró de que él y Jairo tenían un secreto en común. Oscar se hizo asiduo de los servicios de Raquel, y en cierto momento aquella sonrisa lo enamoró. Lo enamoró también su cabello, su nariz, su nuez de Adán, sus grandes pechos y su lánguido sexo. Jairo aprovechaba todas las ventajas y adelantos de Oscar en cuanto a Raquel, y se valía de toda ocasión para estar con ella. Mandó a volar todas sus preconcepciones y sus prejuicios en cuanto a la homosexualidad, pues entendió que los Tres son multitud - Capandres
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gustos no eran algo que se podían controlar, simplemente existían, nada más. Cuando Jonathan despertaba no notaba nada extraño en su entorno. Seguía viviendo en su mismo apartamento, seguía teniendo su mismo automóvil y su trabajo, y lo más importante seguía solo. Porque a Jonathan le preocupaba que alguien supiera de la lucha interna que se libraba en su ser. Había investigado mucho acerca de los síndromes de doble personalidad, y si alguien se enteraba de que sufría de aquello, seguramente terminaría en un asilo para lunáticos, siendo un conejillo de indias y lleno de drogas para calmar sus alter egos. Fueron varios los meses en que Jonathan vivió siendo engañado tanto por Oscar como por Jairo, pero una serie de pequeños detalles lo hicieron comprender que algo ocurría en la vida amorosa tanto del uno como del otro. Empezaron a aparecer notas de amor, tanto de la letra que conocía como la de Jairo, como la que debería ser de Oscar. Su extracto bancario se vio afectado con gastos y lujos que no habían hecho nunca. Al principio Jonathan comprendió que Oscar como el vigía se daba gustos exquisitos, pero luego de un tiempo comprendió que todos aquellos gastos eran para una mujer. Jonathan entró en pánico y terror al comprender que Oscar lo hacía con una mujer. Su primer impulso fue echarse un baño, como tratando de limpiar su cuerpo de aquella presencia femenina. Luego, empezó a maquinar y a divagar. Era tiempo de acabar con aquella situación. Era tiempo de que Oscar se fuera, y lo hiciera para siempre. Ha llegado el momento. Un poco tarde, lo sé. Ahora tú estas con él y yo me encuentro débil. Pero no importa, yo soy el que manda, el que debe estar a cargo, el más fuerte, el único. Sólo quiero decirte que te prepares, el momento se aproxima. Jonathan.
4 Raquel notó desde la segunda vez que Oscar era la persona más extraña que había conocido. Algunas veces era sereno, amable, con una mirada de niño bueno siempre a la vista; otras, era enérgico, rudo, con fuego en sus ojos. Llegó a la conclusión de que le gustaba jugar de formas diferentes para hacer más interesantes las cosas. Pero cuando llegó con las llaves en su mano invitándola a su apartamento, Tres son multitud - Capandres
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comprendió que había otra faceta de su personalidad que le faltaba por descubrir. Aquella noche Oscar estaba silencioso. Manejó el carro con la vista fija en la carretera. Su mirada era hostil y hasta cierto punto intimidante. Raquel pensó que era un nuevo juego, que tal vez quería animar un poco las cosas. Quizás quería que viviera con él. Raquel había empezado a querer a Oscar a su modo. Al llegar al apartamento él no la ayudó a bajar, sólo estaba preocupado por mantener todo oculto. Caminó frente a ella, y la guió con un gesto huraño hasta su apartamento. Allí le invitó inmediatamente a su habitación. En la cama había máscaras y correas de sadomasoquismo. Raquel sonrió. Nunca había jugado aquel juego. Al terminar de desnudarse, vio perturbación en la mirada de Oscar. Él fijó los ojos en su miembro y después pareció sonreír para sí mismo. Raquel se alegró. Todo eso no era más que una actuación. Oscar la ayudó a vestir. El cuero olía a nuevo, su miembro empezó a palpitar de emoción. Después de unos momentos, él la amarró a la cama con unas ligaduras y salió. Al volver traía un cuchillo enorme en sus manos. —¿Y bien? —gritó—. ¿Quién es el jefe ahora? Oscar blandió su cuchillo mientras se miraba al espejo. —Tú… tú eres el jefe. —clamó Raquel. —¡No estoy hablando contigo, perra! —volvió a gritar—. Hablo con Oscar y Jairo —dijo señalando el espejo—. ¡Quiero que despierten de una vez, si no desean que su mujerzuela se muera! Raquel miraba de Oscar al espejo como tratando de comprender lo que sucedía. Lo que parecía al principio excitante, ahora era demasiado aterrador. —¡Bien! Si no quieren hablar conmigo, talvez quieran hablar con su juguetico —gritó nuevamente al espejo. Al instante se acercó a Raquel con el cuchillo en su mano derecha. Ella trató de gritar pero Oscar movió una mordaza de cuero y le cubrió la boca. —Veo el por qué de tu emoción, Oscar… pero Jairo… Tú siempre me dijiste que los pitos no te iban. ¿Cómo terminaste con uno? —Al instante rió sonoramente—. Y pensar que por los pitos fue nuestra pequeña disputa siendo adolescentes. Le enseñó la gran cicatriz de su muñeca a Raquel. Ella la observó Tres son multitud - Capandres
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brevemente, pero al instante cerró los ojos al ver el odio en la mirada de Oscar. —Bien… veo que no les interesa para nada esta perra… voy a empezar a destajarla. Nadie puede saber de nuestros dilemas chicos… y además, travestidos matan todos los días, ¿Cierto? Oscar acercó su cuchillo al brazo de Raquel. Le dio un pequeño tajo lejos de la vena principal. —¿No les importa entonces? Voy a empezar en serio. Su mano repentinamente perdió el pulso. Cortó parte de la correa que mantenía la mano izquierda de Raquel unida a la cama. —Veo que ya se interesan. —Rió—. Pero, ¿será suficiente? —¡Basta! —gritó nuevamente. Sólo que esta vez la voz era algo diferente. —Estamos aquí. Estamos ambos. —Bien, veo que se interesan. —La voz normal de Oscar volvió a hablar—. Vamos a arreglar esto por las buenas, o por las malas. —Por las buenas, por las buenas —repitió Oscar. —Bien. Sólo quiero que reconozcan quién es el jefe ahora. Oscar se acercó al espejo. Se sonreía a sí mismo. —Tú…tú…tú…tú… —repitió como un eco. —¿Yo qué? —se preguntó a sí mismo. —Tú eres el jefe, tú eres el jefe. —Así que mando yo. —Sí, sí, sí… Oscar soltó una gran carcajada que hizo estremecer a Raquel. —Como jefe, tengo la primera petición. La más importante. Cambiaba su cuchillo de una mano a otra. —Lo que sea, lo que sea —repitió aquella extraña voz que parecía de dos personas diferentes. —Es mi deber protegernos. Es mi deber velar por nuestra seguridad y felicidad. —Lo que sea, lo que sea. Tres son multitud - Capandres
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—Debemos deshacernos de la perra —gritó Oscar—. Sabe demasiado. —¡NO!... ¡NO! Oscar se lanzó sobre Raquel, pero ella inyectada de adrenalina, rompió el lazo que tenía su mano izquierda atada a la cama. —¡Ven aquí! —¡NO! ¡NO! Oscar se movía con dificultad. No podía dar un paso seguro. Era como si diferentes fuerzas estuvieran actuando dentro de él. —Deben obedecerme —gimió. —La amamos, la amamos, la amamos… —repitió una y otra vez. Oscar logró abalanzarse sobre Raquel, pero ella con sus pies ya libres lo empujó contra el espejo que cayó hecho trizas. —¡Debe morir! —¡NO! ¡NO! Oscar finalmente pudo manejar su cuerpo a voluntad. Su rostro enrojecido mostraba su esfuerzo. Raquel había escapado de la habitación. Oscar furioso empezó a buscarla y la encontró a la salida de su habitación con un arma en su mano. —Te amamos, te amamos… —repitieron aquellas voces. —¡No! —gritó ella. Raquel disparó impactando a Oscar en la cabeza.
5 Raquel no trabajó aquel sábado, ya que debía ir de visita al hospital el domingo en la mañana. Habían pasado más de seis meses desde su aventura. Había sido difícil explicarle a la policía el por qué le había disparado a un cliente, sobre todo cuando seguía usando un traje de cuero a través del cual podían verle todo. Sin embargo, salió de aquel lío gracias a varios vecinos del apartamento que aseguraron oír gritar a aquel hombre que iba a matarla. Los periódicos no habían sido tan comprensivos y durante más de un mes salió en los titulares como la sadoasesina. Curiosamente fue la mejor publicidad para su trabajo. Había ganado en aquellos seis meses más dinero de lo que había ganado en los dos años anteriores. Tres son multitud - Capandres
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La sala del hospital se conmocionó con su llegada. Y lo hizo aún más, cuando se enteraron a quien iba a visitar. Oscar había salido del coma, causado por aquel disparo. Pero nadie más que ella, sabía si allí, tras aquellos grandes ojos seguía su verdugo. La habitación estaba guarnecía por policías, dejados allí, ya que más de un chiflado había querido colarse a tomarle fotos al hombre de las diferentes personalidades. Al entrar, Oscar movió su cabeza con curiosidad y sonrió. —Al menos tengo una buena visita hoy. Sus ojos eran claros e inocentes. Raquel no sabía a quien debían pertenecer. —Es un placer para mí verte —dijo—. Ha pasado tiempo. —En serio… ¿Tiempo desde cuándo? Raquel comprendió que aquel hombre no era ninguno de los que conocía. —Un gusto, Raquel —saludó. —Un gusto, Sebastián.
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Víctimas Van Krausser VAN KRAUSSER es mexicana y una apasionada de los cómics de Batman y otros personajes oscuros, novelas y cuentos de ciencia-ficción, aventuras, thrillers policíacos, thrillers de suspenso, relatos biográficos, homoeróticos, dibujos y cine.
1 Zachary cerró su casillero y echó a andar por el pasillo principal de la escuela. Observando desde una esquina la esbelta figura del muchacho de primer año, de cabello castaño oscuro y piel aceitunada, Adam fue tras él discretamente, comprobando que se retiraba de la universidad. Fue entonces al estacionamiento y se subió al auto de Russell. Ambos de familias adineradas, ambos universitarios del último año de ingeniería, Adam Ferguson y Russell Johanson eran muy diferentes. Mientras Adam tenía la complexión física de un férreo jugador de fútbol americano, casi rayando los dos metros de altura y con cuerpo atlético y musculoso, rubio y de facciones rudas, Russell se veía más como un intelectual. Castaño claro, de un metro ochenta de altura, facciones varoniles, aunque bastante ordinarias. Siempre se mantenía afeitado y con aspecto pulcro. Además, estaba la enorme diferencia de que, mientras Adam era popular entre las jóvenes de la universidad, Russell se mantenía en un discreto anonimato. Sin embargo, eran buenos amigos. —Acaba de salir —dijo, mientras cerraba la puerta. —Llegaremos en cinco minutos. ¿Sabes cuánto tiempo es el que tarda en llegar a las fábricas? —preguntó Russell, poniendo en marcha el auto. —Doce o quince minutos, si no corre antes. —O.K. Llegaremos a tiempo —aseguró el conductor, saliendo con precaución del estacionamiento del campus, dirigiéndose hacia las fábricas por una de las calles menos transitadas del lugar. Víctimas - Van Krausser
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Aún debían recoger la vagoneta y a los otros tres hombres que Adam había contratado, y estar listos en el lugar indicado por donde Zachary pasaría. No tardaron mucho en cambiar de auto. Ya en la vagoneta, los cinco tomaron sus lugares, mientras Adam entraba a una de las bodegas solitarias y oscuras, ocultándose. Zachary pasó por el lugar minutos después, apresurando el paso. Desde que llegaran a la ciudad, nunca le había gustado pasar por ahí, pero era el mejor camino para llegar a su casa. Al ver que el muchacho pasaba justo enfrente de ellos, Adam sonrió. —Ahí va. Cúbranse. Los cinco hombres en la camioneta se pusieron el pasamontañas que llevaba cada uno, cubriendo su rostro. Adam arrancó la camioneta, y se dispuso a seguirlo. Zachary decidió en esos momentos correr para pasar esa larga y solitaria calle, cuando el ruido del motor de un auto cerca de él lo distrajo. Volteó un poco, y alcanzó a ver una camioneta de carga tipo van que transitaba detrás de él. Se hizo a un lado, pero tuvo un presentimiento cuando la camioneta no lo pasó. Al volver a voltear, una fuerte punzada de temor lo obligó a correr más deprisa cuando vio que la puerta lateral de la camioneta se abría, y de ella salían varios hombres con el rostro cubierto. Se asustó mucho cuando uno de ellos alargó el brazo hacia él, y alcanzándolo, lo sujetó por la mochila que llevaba a la espalda. Zachary hizo un movimiento brusco, soltando la mochila, haciendo que el encapuchado se quedara con ella, pero los otros fueron más rápidos que él. Otro de los tipos lo sujetó pasando un brazo por su cuello, deteniéndolo con bastante fuerza, incluso levantándolo aun con el violento forcejeo del muchacho. Quiso gritar, pero la presión en su garganta era demasiada, impidiéndole hacerlo. Intentó pelear, patear a sus captores, golpearlos y resistirse a lo que estaba ocurriendo. Pero fue en vano. Víctimas - Van Krausser
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Aun con algo de esfuerzo, los otros tipos rápidamente le sujetaron las piernas, juntándoselas y atándolo con una cinta aislante de alta resistencia. Hicieron lo mismo con sus manos, inmovilizándoselas por la espalda, mientras otro lo amordazaba, abriéndole la boca a la fuerza para introducir en ella algo parecido a un trapo, o estopa. Finalmente le cubrieron los ojos, antes de levantarlo y echarlo a la parte trasera de la camioneta. Zachary se arrinconó todo lo que pudo, aterrorizado. Aunque trató de calmarse, pensando que todo eso era un grave error.
2 Supo que habían salido de la ciudad por el cansancio en sus brazos y piernas inmovilizados, puesto que llevaba mucho tiempo en la misma posición, sintiendo el movimiento de la camioneta y el cambio en el tipo de asfalto que recorrían, además del cambio de velocidad, la temperatura y el penetrante olor a bosque que podía percibir. No escuchó voces a su alrededor. Sólo el constante murmullo de la carretera y el ronroneo de la camioneta. Hasta que ésta volvió a cambiar de velocidad, y el camino se hizo accidentado. Varios minutos después de ese cambio, el vehículo se detuvo. Zachary escuchó movimientos, y el abrir de las puertas delanteras y la lateral. Finalmente, intentó resistirse una vez más cuando sintió que lo sujetaban para jalarlo y bajarlo de la camioneta. Entre dos lo cargaron, llevándolo a algún lugar extraño. Parecía una cabaña, con escaleras. Fue llevado a la parte superior del lugar, y dejado en una especie de colchoneta delgada. Después escuchó más ruidos en la parte baja. Adam y los otros bajaban algunas mochilas, dejándolas en uno de los rincones de la cabaña. Russell los observaba, aún receloso. Ahora dudaba realmente que Adam estuviera gastándole una broma cualquiera como novatada a ese joven. Ya era demasiado. Se le acercó en un momento en que ambos se quedaron solos, adentro de la cabaña, y le preguntó. —Oye, ¿cuándo se supone que termina la bromita? Adam sólo volteó a verlo con gesto cínico. —¿Por qué? ¿Ya te enfadaste? Víctimas - Van Krausser
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Viendo ese gesto inusual en él, Russell se alarmó aun más. —De hecho, sí. Esto ya se pasó de broma de mal gusto. ¿Qué piensas hacer? Al ver que los otros tres tipos entraban a la cabaña, dejó a Russell y se les acercó. —Salgan un momento. Tengo que hablar con mi socio. —Al quedar solos nuevamente, Adam cerró la puerta de la cabaña y regresó con Russell. Supo que debía ser sincero. A esas alturas, ya no podría arrepentirse de haberlo ayudado—. Te mentí un poco, Russell. Traje a Zach aquí porque quiero hacer algo con él. Russell parpadeó varias veces, un tanto desconcertado. Eso llevaba una muy clara intención sexual. —¿Qué…? ¿Hacer algo? N-no te entiendo… —Creo que sí me entiendes. Te había dicho hace días que Zach me agrada, mucho. Voy a hacerlo mío. Instintivamente, Russell retrocedió un paso lejos de Adam, sorprendido por esa revelación. —U-un momento… espera… C-creí que esto era sólo una broma. ¡Nunca me dijiste que tú…! —¡¡No!! —lo interrumpió Adam, alcanzándolo por la chamarra—. ¡No es lo que crees! Esto es especial, Russell. Y muy personal. Russell forcejeó con él al sentir que lo arrinconaba agresivamente contra la pared. —¡No puedes hacer esto! ¡Es violación! ¡Es un crimen! —¡Por supuesto que no! —Adam lo soltó, retirándose algunos pasos de él mientras se sacaba algo de un bolsillo de la chamarra. Russell jadeó al ver un arma en su mano, junto a un sobre. Evidentemente el sobre contenía dinero. Mucho—. Esto es para él, después de que lo deje en su casa, a salvo. Mañana en la noche. Russell no se movió, observando a Adam dirigirse a las escaleras, dispuesto a subir. —No… —¿Alguna vez has visto que un violador compense a su víctima? Esto es un regalo, Russ. Un regalo para el chico. —Volvió a enseñarle el sobre y le sonrió, subiendo algunos escalones—. Sabes que esto compensa casi cualquier cosa. Ahora, ve afuera y no dejes Víctimas - Van Krausser
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que esos tipos entren. Sin decirle más, subió apresuradamente. Russell hizo un enorme esfuerzo para moverse, obedeciendo la última orden. No podía pensar bien, aturdido por lo que acababa de escuchar. Confundido por saber que Adam, uno de sus mejores amigos, estaba a punto de cometer una atrocidad. Y que él se estaba convirtiendo en su cómplice. Salió de la cabaña, cerrando la puerta y sentándose a un lado de ella, con la vista extraviada en algún sitio del follaje de los pinos.
3 Adam se quitó la chamarra al llegar a la parte superior de la escalera, dejándola a un lado. Zachary se había recargado en el muro de madera, apenas lo que había podido levantarse con suma dificultad debido a lo limitado de sus movimientos. Sus piernas estaban atadas en dos partes, por las rodillas y los tobillos, y sus manos, atadas por la espalda, estaban ocultas a la vista de Adam. De esa forma habían evitado que pudiera moverse más de lo debido. Sólo levantó un poco la cabeza al escuchar que había alguien cerca de él. Temblaba visiblemente, y su respiración estaba acelerada. —Al fin tengo un momento contigo —dijo Adam en un susurro, impostando un poco la voz para no hacerla reconocible al muchacho—. No voy a hacerte daño. Se arrodilló a su lado, tocándole una mejilla. Zachary se retiró de él todo lo que pudo, aterrorizado. Intentó hablar aun a través de la mordaza, exigirle que lo soltara, decirle que era un error, pero fue en vano. Sólo emitía ruidos guturales. —¡Mmmmmhh…! ¡¡Mmmmmphhhh!! —Silencio, silencio —Adam le sujetó la cara por el maxilar con fuerza, obligándolo a guardar silencio. La voz susurrante de su captor en su oído le hizo sentir escalofríos—. Cállate, te dije que no voy a hacerte daño. Voy a quitarte la mordaza, pero no quiero que grites. Al escuchar eso, Zachary asintió apenas con un movimiento. Víctimas - Van Krausser
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Se quedó quieto, aguantando la ansiedad que lo embargaba, esperando que el otro arrancara la cinta aislante de su rostro. Adam le abrió la boca clavándole los dedos pulgar e índice en sus mejillas, y le sacó lo que obstruía el movimiento de su lengua. Al sentirse libre, Zachary trató de remojarse los labios con su saliva, pero su lengua estaba también reseca y adolorida. —¿Mejor? Asintió a la pregunta de su captor, y se atrevió a hablar, aunque su voz estuviera temblorosa. —¿Q-quién eres? ¿Por qué me tienen aquí? —Ah… es un pequeño capricho que me estoy dando. Pero no temas, ya te dije que no te haré daño. Pórtate bien y todo será rápido. Zachary pensó rápidamente en un motivo. Cualquiera. —O-oye… Debe ser un error… Mi familia no tiene dinero, pero yo puedo darte lo de mi beca. No es todo, por lo que tuvimos que pagar este año escolar, pero casi está íntegra... —No me has entendido —interrumpió el otro—, no quiero tu dinero. Sé la situación de tu familia, de cómo tu madre y tu hermano Ralph trabajan arduamente para darte una oportunidad. Zachary volteó hacia él al escucharlo hablar de su familia. —¿Q-qué…? ¿E-entonces qué quieres…? ¿Q-qué…? —A ti, Zachs. —Al decir esto, Adam acarició la mejilla del muchacho con la suya, sujetándolo con fuerza por los hombros tensos—. Te quiero a ti. No lo asimiló al primer momento. Volteó un poco a donde escuchaba la voz del otro, visiblemente asustado. Al sentir la lengua de su captor en su mejilla, casi en la comisura de sus labios, entendió. —¿A…? ¡¡Por Dios!! ¡¡¿Hablas de sexo?!! Gritándole que se alejara de él, se arrellanó aun más contra la pared, buscando desesperado soltarse de ese hombre y pelear, pero no pudo hacerlo. Adam lo jaló con fuerza, obligándolo a acostarse en el colchón. Lo sometió al recostarse sobre él, induciéndole la sensación de asfixia al no dejarlo respirar por su peso. Zach empezó a jadear, buscando jalar aire a sus pulmones, dejando de gritar. Pudo escuchar el ruido de un empaque metálico rasgándose, pero no imaginó qué podía ser. Víctimas - Van Krausser
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Fue ahí cuando sintió que su atacante lo manoseaba, casi arrancándole el pantalón al tratar de desnudarlo. Sin levantarse mucho de él, lo volteó y lo acomodó sin casi esforzarse. La diferencia física era demasiado notoria. Estaba perdido. No podría hacer nada por evitarlo. —¡¡Por favor…!! ¡¡No lo hagas… por favor…!! —Shhhh, será rápido. —¡¡No… no…!! Sin hacer caso de sus lágrimas y sus súplicas, Adam lo violó.
4 Russell se sobresaltó al escuchar el grito doloroso que provenía de la parte alta de la cabaña. Volteó hacia los otros tres hombres que estaban en la camioneta, sentados ante un paquete de cervezas, y su alarma fue mayor al ver que volteaban hacia la cabaña, sonriendo estúpidamente mientras hablaban. No era difícil adivinar que sabían lo ocurrido, y que estaban pensando en pedir su parte en la violación. Russell se levantó rápidamente, pensando frenético qué debía hacer para detener semejante atrocidad. No podía permitir que sucediera algo más grave. Sin embargo, el deseo de huir de ahí, de alejarse, dejando todo atrás, abandonando a Adam a lo que irresponsablemente había hecho, era demasiado tentador. Mas al pensarlo por segunda vez, se detuvo. Respiró profundamente, tranquilizándose para poder encontrar una solución a todo eso. Permaneció junto a la puerta, dispuesto a pelear con esos tipos por si intentaban entrar a la cabaña antes de que Adam saliera. Mientras hacía guardia, pensaba en lo que Adam le había dicho. No podía asimilar aún que su amigo de pronto hubiese perdido la chaveta por un jovencito, un total desconocido; alguien que no esperaba ser destrozado de esa forma tan brutal. Quería pensar que nada de eso estaba ocurriendo; pensaba en que confrontaría a Adam, y le haría saber que nunca, nunca más se haría cómplice de sus atrocidades, y que lo aborrecía por haberlo engañado para hacerle daño a este joven. Víctimas - Van Krausser
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Conocía a Zachary de vista, y sabía algo de él por las conversaciones en las que Adam lo mencionaba. Fue hasta ese momento que se percató de cómo este joven lo había impresionado, al grado de enloquecerlo. Adam se separó de Zachary con un leve gruñido cansado, aún jadeante. Sin cuidado alguno se quitó el condón, que mostraba un leve rastro sanguinolento, y lo arrojó a un lado. Lo besó en la nuca, dejándolo por un momento mientras se limpiaba el rastro blancuzco de su piel, observando al muchacho. Éste lloraba en silencio, traumatizado, inmóvil. Adam se acercó a él después de acomodarse la ropa, y lo medio vistió, acariciándolo obscenamente mientras lo hacía. —Me vuelves loco, Zach. Pero tengo que dejarte un momento. Sin decirle más, lo dejó, bajando con expresión satisfecha después de recoger la chamarra. Debían terminar de acomodarse, y llevar a los tipos de vuelta a la ciudad. Russell volteó hacia la puerta sobresaltado al escuchar que la abrían por dentro, y se apresuró a detener a Adam, obligándolo a entrar nuevamente a la cabaña, encerrándose. —¡¡Con mil demonios!! ¡¡¿Por qué no le dejaste la mordaza?!! Adam se extrañó al ver el enfado de Russell. —¿Qué te pasa, amigo? Exasperado, Russell le dio un violento empujón, tratando de no gritarle. —¡Que estos tipos escucharon todo, estúpido! ¡Ahora querrán su parte también, y no creo que podamos detenerlos! Adam entrecerró los ojos, un tanto sorprendido. —¿Qué dijiste? —¡Me escuchaste perfectamente! ¡Han estado cuchicheando entre sí, después de que el niño gritó! Y créeme, Adam. Cualquier imbécil habría sabido por qué fue ese grito—. Por algunos segundos lo vio dudando. Hasta que escucharon unos golpes indiscretos en la puerta—. Ahora dime qué piensas hacer. Ellos son tres, y están ebrios. No se van a detener ante nada si se lo proponen. —¡¡Basta!! ¡Déjame pensar! Víctimas - Van Krausser
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La segunda vez que los otros tocaron, Adam sacó el arma y la preparó, escondiéndola entre su ropa de manera más accesible. Russell se asustó. —Adam, no creo que… —¡Silencio! ¡Yo me encargo de esto! Cuida a Zach mientras vuelvo. Russell se extrañó al escucharlo. —¿Adónde vas? —Los regreso a la ciudad. No me tardo. —¿Estás loco? ¡Son tres horas de ida y tres de regreso! Adam alcanzó a Russell por la chamarra, sacudiéndolo un poco con la intención de intimidarlo. —Russ, te dije que te callaras. Voy a resolver esto, y me vas a ayudar. Quédate con el muchacho mientras vuelvo. Ah, y si le hablas, finge la voz. No te expongas a que te reconozca. Diciendo esto, lo soltó y salió de la cabaña, dejándolo aturdido. Pero reaccionó, encerrándose cuando escuchó que Adam discutía con los tipos. —¡Su trabajo terminó! Suban a la camioneta —Oiga, pero… —¡Que suban, maldición! ¡Nos vamos a la ciudad! Russell sólo pudo respirar un poco más tranquilo al escuchar el motor del vehículo alejándose de ahí, y después el sonido del bosque. Se recargó en la puerta, aún sin poder asimilar todo lo que estaba ocurriendo.
5 Zachary se arrinconó al sentir que alguien se acercaba nuevamente a él. Aunque no estaba amordazado, no pudo hablar. Russell se inclinó a un lado de él, dejando el vaso que llevaba lleno de agua y el popote en el piso, fuera del colchón. —Cálmate —dijo en un susurro, siguiendo las recomendaciones de Adam—. Te traje agua. Se arrodilló frente a él, alcanzando el vaso y el popote, y se lo Víctimas - Van Krausser
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acercó con cautela a su boca. Zachary reaccionó con algo de violencia al sentir que el plástico tocaba sus labios, volteando la cabeza a un lado. Russell retiró el vaso rápidamente, evitando derramar el líquido. —Hey, hey. No hagas eso. ¿Quieres agua? Llevas bastantes horas sin alimento ni líquidos. No pienso dejar que te mueras de deshidratación—. Zach permaneció inmóvil, con el rostro volteado, tratando de controlar su respiración. Tenía sed, pero el trauma aún era muy reciente. Russell lo sabía, de igual forma que no podía obligarlo a hacer algo. Debía pensar en cómo tranquilizarlo—. Hagamos esto. Voy a sostener el vaso enfrente de ti, con el popote. Cuando quieras tomar un poco de agua, sólo voltea. Yo no voy a tocarte. Por espacio de un minuto, ambos permanecieron en la misma posición. Hasta que Zachary se movió un poco, volteando su cabeza hacia el frente, buscando el popote con los labios entreabiertos. Russell pudo ver que los tenía bastante resecos. Evitando tocarlo, le colocó el popote entre los labios y esperó que el muchacho lo sujetara y empezara a beber. Al sentir que el líquido llegaba a su boca, Zachary bebió ávidamente, casi ahogándose en dos ocasiones. Acabó con toda el agua del vaso en pocos segundos. Al escucharse el gorgoteo de las últimas gotas en el popote, Russell le retiró el vaso. Al instante, Zachary volvió a acurrucarse, silencioso. Sin hablar, Russell lo observó por algunos segundos, aún preguntándose por qué había ocurrido semejante cambio en Adam al conocer a ese joven. Se levantó también en silencio, dispuesto a bajar y acomodar algunas de las cosas que llevaban, cuando la voz temblorosa y débil de Zachary lo detuvo a pocos pasos de la escalera. —E-espera… Russell volteó con él, un tanto sorprendido. —¿Qué ocurre? —Q-quiero más agua… p-por favor… Russell volteó a ver el vaso en su mano, giró su vista hacia la escalera, y volvió nuevamente a verlo. —Ehr… debo llenar el vaso. Espérame… —Casi se da una palmada ante semejante absurdo—. Quiero decir… no tardo. Bajó apresuradamente, y estuvo indeciso por algunos segundos entre llevarse una de las botellas de cuatro litros junto con el vaso, o sólo llevarle nuevamente el vaso lleno. Optó por lo primero. Mientras alcanzaba una de las botellas, observó también las latas de conserva Víctimas - Van Krausser
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que llevaban. Pero las descartó enseguida. Tal vez después. Regresó a los pocos minutos, acercándosele con cuidado de no asustarlo. —Regresé. Voy a ponerte el popote enfrente, ¿de acuerdo? Zachary asintió con un ligero movimiento, esperando que lo hiciera. Esta vez, al tomar el líquido, lo hizo con lentitud. Russell pudo darse cuenta que ya no temblaba como hacía unos minutos. Parecía estar un poco más tranquilo. El muchacho bebió todo el líquido, pero no se acurrucó temeroso al terminar, como al principio. —G-gracias… Eso lo desconcertó. Tal vez Zachary estaba bastante traumatizado, aunque había esperado una reacción diferente. Como el primer momento en que le llevara el agua. Pero también cabía la posibilidad de que ese breve gesto que había tenido hacia él, obligaba al muchacho a refugiarse en una mínima seguridad. Probablemente estaba viendo un caso del Síndrome de Estocolmo. Sin decirle una sola palabra, Russell se levantó, yendo hacia las escaleras. Zachary volteó a todos lados, como si tratara de encontrarlo por el sonido apagado de sus pasos en la madera. Antes de bajar, Russell volteó a verlo una vez más. Una agria punzada de remordimiento lo atacó al verlo en una especie de ataque de pánico, jadeando desesperado, buscando el contacto humano, cualquiera que éste fuese, casi arrastrándose lastimosamente hasta donde podía, debido a sus amarres. —¡O-oye…! ¡No me dejes solo…! ¡¡No me dejes solo!! Tratando de ignorar sus gritos y súplicas, Russell bajó apresuradamente, saliendo de la cabaña con una fuerte opresión en el pecho. Jadeaba también, y al cubrirse la cara con las manos para tratar de calmarse, descubrió dos silentes lágrimas corriendo por sus mejillas.
6 Había pasado más de hora y media desde que Adam se fuera. El ambiente se había oscurecido, aunque el ocaso aún tardaría unas dos horas. Víctimas - Van Krausser
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Un poco más tranquilo, Russell se levantó del rincón en donde se había acurrucado, adentro de la cabaña, después de que un torrencial aguacero se soltara encima de ellos. Se colocó la chamarra, pensando en Zachary. Tal vez estuviera temblando de frío, y hambriento. No quería volver a subir, pero debía hacerlo. Alcanzó una lata de conserva, la abrió y preparó el contenido en una estufilla de alcohol, vaciándolo en un platón para llevársela. Sacó también una de las mantas más abrigadoras de entre las cosas empacadas, y cobró ánimo, suspirando profundamente. Con pasos medidos subió las escaleras y se acercó a Zachary. Éste estaba acostado en el colchón, al parecer dormido. Su cuerpo se estremecía en ligeros sollozos, en señal de haber llorado por mucho rato. Russell se sentó a varios pasos de él, intentando no despertarlo, observándolo. Dejó el platón con la comida en el piso, pero sujetó la manta, pensando qué debía hacer. Sin embargo, Zachary no dormía. Sólo su voz enronquecida y débil se escuchó en una pregunta. —¿P-por qué yo…? Russell se mordió el labio inferior antes de responderle también en un apagado susurro. —No lo sé. —Déjame ir… por favor… —No puedo hacer eso. Hubo silencio por varios minutos, hasta que Zachary volvió a hablar. —¿T-tú también… vas a violarme…? Russell sintió un vuelco en su estómago al escucharlo. Tenía un nudo en la garganta, así que tuvo que carraspear antes de responder. —No, no. Te dije que yo no te tocaría. N-nunca pensé que él te haría esto… Zachary se movió, tratando de ubicarlo por su voz. —¿Por qué yo? —Zachary repitió la pregunta, volteando hacia Russell. —Te dije que no lo sé. Sólo puedo decirte que esto terminará Víctimas - Van Krausser
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pronto si haces todo lo que te diga. La voz del muchacho tembló. —N-no… no soportaría que volviera a tocarme… Déjame ir… —Basta. —¡Por favor, déjame ir! ¡Podemos huir ahora! —¡Cállate ya! —Guardaron silencio, ambos alterados; ambos asustados. Hasta que Russell volvió a hablar—; mira, tranquilízate. Voy a buscar la manera de liberarte, pero no ahora. Ten paciencia. Se movió entonces, desbaratando el doblez de la manta para cubrirlo. Zachary intentó levantarse al escuchar que se acercaba a él. —¿Q-qué vas a hacer…? —Te traje una manta. El lugar es muy frío, y empieza a oscurecer. Sólo voy a cubrirte con ella. Zachary intentó levantarse, y decidió pedir ayuda al ver que se le dificultaba más de la cuenta. —Q-quiero sentarme… ¿Puedes…? —Sí, espera —Russell lo sujetó apenas por los hombros, ayudándolo a incorporarse y recargarse contra el muro de madera. En esa posición fue más fácil para él pasar la manta sobre sus hombros y cubrirlo. Zachary se sobrepuso al temor de su cercanía, y trató de encontrar algún aroma que lo ayudara a identificarlo cuando pudiera liberarse de esa pesadilla. Cualquier cosa podría servir: algún indicio de loción, o desodorante; lo que fuera. Pero no había olores específicos. Sólo alcanzaba a percibir el olor de la humedad de la tierra y un penetrante aroma de pinos. Sin embargo, escuchó claramente la manecilla de su reloj, del lado izquierdo. Trató de no olvidar ese detalle. Russell se separó de él, pensativo, arrodillado a un lado. —Preparé una lata de conservas. ¿Quieres comer algo? Asintió con un gesto, totalmente desmoralizado. No podría hacer nada más que resignarse a lo que sucediera. Russell alcanzó el platón que llevara y se acomodó cerca de él. Con sumo cuidado le acercó la primera cucharada a los labios y le indicó que lo hacía. —Abre la boca. Tienes la cuchara a un centímetro de ti —Dejó que fuera él quien alcanzara el bocado, y lo esperó. Así continuaron, hasta que Zachary casi acabó con lo que tenía el platón. Víctimas - Van Krausser
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—Bien, eso fue todo. Russell iba a levantarse, cuando la voz queda de Zachary lo detuvo. —T-tengo un examen de álgebra avanzada… mañana. —Fue muy extraño que comentara eso; tal vez para distraerse de la estresante situación en la que se encontraba—. Imagino que es lo que menos importa ahora. —Russell volvió a sentarse, dejando el platón a un lado, observándolo atento. A pesar del silencio, Zachary continuó—. El sábado iba a ser mi primera intervención en el equipo de baloncesto. No dormí por la emoción cuando el entrenador me lo dijo… Ambos sonrieron levemente por un momento. Russell suspiró desalentado, borrando su sonrisa casi de inmediato, pero continuó el hilo de la conversación. —Imagino que eres bueno en el baloncesto. —Me gusta jugarlo. —¿Y qué hay con las demás clases? —Tengo una beca. No me costó mucho obtenerla; es bastante modesta, pero es una gran ayuda para los gastos de casa. —¿Con quién vives? —Con mi madre y mi hermano. Deben estar muy preocupados… Ambos trabajan muy duro. Por eso decidí obtener la beca. Russell recordó inmediatamente el sobre que Adam le había mostrado. Ahora podía entenderlo. —¿Y tu padre? —Ante esa pregunta, Zachary bajó la cabeza, guardando un hermético silencio. Russell imaginó que era huérfano—. Lo siento. No quise… —Huimos de él. —La respuesta contundente y llena de dolor del muchacho lo desconcertó. Zachary levantó la cabeza, con el rostro hacia él—. Estamos huyendo de ese hombre desde hace cuatro años. —El dejo de rencor en la voz del joven era muy evidente. Sin embargo, Zachary continuó hablando, contándole otra historia de terror, no muy distinta a la que ahora vivía—. Abusó de mí. N-no conforme con golpear a mi madre, abusó de mí… casi asesinó a golpes a mi hermano cuando éste trató de defenderme… y nadie nos creyó. Vivimos huyendo desde entonces. Víctimas - Van Krausser
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Russell no preguntó, entre aturdido y desconcertado. —Esto debe ser una broma… —Para ti, tal vez. —Zachary bajó nuevamente la cabeza, asintiendo levemente—. Yo estoy viviendo un infierno. —Hubo silencio otra vez. Russell alcanzó el platón vacío y se levantó, disponiéndose a bajar, pero Zachary nuevamente lo detuvo antes de que llegara a las escaleras—. ¿Por qué lo haces? Dijiste que no me tocarías, y eso me hace pensar que te resistes a ser parte de esto. ¿Por qué estás aquí? Pensativo, Russell le respondió desde el primer escalón. —Por dinero —mintió—. Me pagó para ayudarlo. No sabía qué pensaba hacer contigo. Creí que sólo pediría rescate. Zachary levantó la cabeza al escuchar que no estaba ya ahí con él. Mostraba en movimientos nerviosos una rara ansiedad. —O-oye… no te vayas… no hablaré más, p-pero no te vayas… Russell consultó el reloj que llevaba en la muñeca derecha, y suspiró. No tenía ánimo de escuchar sus gritos desesperados. No otra vez. —Voy a limpiar esto. No quiero que nos llenemos de bichos. Tal vez tarde diez minutos, no sé... —P-puedo esperar. —O.K. No me tardo.
7 Russell dejó la lámpara justo al inicio de las escaleras, iluminando un poco el lugar. Se había tardado más tiempo, aunque imaginó que Zachary no se percataría de eso. Había encendido dos lámparas más, pues el lugar no contaba con corriente eléctrica. Russell odiaba esas carencias. Zachary aún estaba sentado, recargado contra el muro, cubierto con la manta. Tenía la cabeza levantada, también recargada en el muro, y parecía recitar algo. Se le acercó ya sin tanta cautela, como al principio. —Tardaste más de diez minutos… —le recriminó el joven, volteando su rostro hacia él. Víctimas - Van Krausser
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—Encendí varias luces. En poco tiempo esto se pondrá como boca de lobo. —¿En dónde estamos? —No lo sé. No conozco el lugar. —¿Y e-él…? Russell se sentó en el colchón, a pocos centímetros de Zachary. Se sentía cansado. —Vendrá en poco tiempo. No sé cuánto. Zachary se irguió, volteando hacia donde escuchaba la voz de Russell. —Sé que no estás de acuerdo con esto. Déjame ir. —No. —¡No sabes cuánto tiempo tardará en regresar! Por favor… —No puedo arriesgarme. —P-podríamos huir sin problemas. N-no te delataré… n-nadie sabrá que estuviste implicado en esto… Russell alcanzó al muchacho por los hombros, sacudiéndolo con fuerza. —¡No! —Sin percatarse que Zachary se había paralizado al sentirse sujeto de esa forma, el otro continuó—. ¡Entiéndelo! ¡No insistas! —Sin embargo, al ver que temblaba violentamente entre sus manos, Russell se dio cuenta de lo que había hecho. En un arrebato de desesperación, lo abrazó con fuerza, disculpándose—. Lo siento… lo siento… Sin embargo, lo soltó casi de inmediato, retirándose de él. Se sentía nervioso, exhausto, desorientado y presionado por todo ese asunto. Pero sabía que debía tranquilizarse, y tranquilizarlo. —No sé en dónde estamos. Sólo sé que es un lugar peligroso, y podría resultar fatal si lo intentamos… Zachary se relajó, escuchándolo aún aturdido. No lo había golpeado. No había intentado aprovecharse de él. Y se había disculpado. Prestó atención a todos los ruidos que pudiese captar; escuchó sus pasos, moviéndose nerviosamente de un lado al otro del lugar. Escuchó su respiración, levemente agitada, exasperada. Lo escuchó Víctimas - Van Krausser
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maldecirse en voz baja, y después, detenerse y callarse por completo. Pero supo que estaba ahí, enfrente de él, observándolo. Supo que estaba asustado, tal vez más que él mismo. Asintiendo apenas con un movimiento, Zachary le habló. —O-oye…—Russell no supo por qué lo hizo. Se acercó, arrodillándose nuevamente a su lado, expectante—: Sé qq-que esto sonará extraño… pero… Russell no lo dejó continuar. Lo estrechó, apretándolo contra su pecho, sintiendo cómo ambos temblaban, cómo ambos necesitaban desesperadamente algo a qué aferrarse, que les diera seguridad, que les hiciera pensar que eso era sólo un mal momento, y que pronto terminaría. Zachary sólo dejó que lo hiciera, recargando su cabeza en el hombro del desdichado que estaba ahí, junto a él, compartiendo una espantosa pesadilla.
8 Russell despertó sobresaltado al sentir que alguien lo movía con brusquedad. Tardó varios segundos en enfocar la silueta frente a él, y reconocerlo. —¿Q-qué…? —¡Te dije que vigilaras! —Adam estaba a su lado, deslumbrándolo con la potente linterna que llevaba en la mano. Se veía molesto—. ¿Qué estás haciendo aquí? Russell se talló la cara, despejándose un poco, tratando de recordar qué había ocurrido. Estaba sentado en el colchón, recargado contra el muro, y Zachary se había recostado sobre sus piernas. Se habían quedado dormidos sin darse cuenta. —Yo… le traje un poco de agua… —Consultó su reloj antes de moverse, extrañado al ver que sólo habían transcurrido tres horas y media desde que él se fuera a la ciudad—. ¿Por qué…? —Bájate —ordenó Adam secamente—. Hablaremos después. Russell empujó a Zachary al sentir que se acurrucaba en él, tenso y asustado. Al parecer, Adam lo había despertado al moverlo. Se levantó, dispuesto a obedecer. Sin embargo, en otro ángulo en Víctimas - Van Krausser
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el que el recién llegado quedó a su vista, iluminado por la lámpara de la escalera, Russell vio que estaba despeinado, y tenía la ropa manchada. No supo definir el color de las manchas, pero un fuerte presentimiento lo angustió. Antes de que pudiera bajar, escuchó la voz suplicante de Zachary, un breve forcejeo entre palabras amenazantes, y dos fuertes golpes. Russell no quiso saber más. Salió de la cabaña y se encerró en la camioneta, entre molesto consigo mismo por no haber detenido a Adam, pero al mismo tiempo asustado. No se percató que en la parte trasera había un enorme bulto, y una pala manchada con tierra fresca. Adam había regresado antes de tiempo, con enormes manchas en la ropa de algo que no supo qué era. Recordó que estaba armado, y que ahora se percataba de que no lo conocía lo suficiente como para haber previsto tantos cambios en él. Debían huir. A como diera lugar, debían alejarse de él, lo más pronto posible, antes de que el presentimiento que lo había asaltado se volviera una parte más de esa pesadilla. Estuvo un buen rato en la camioneta, tratando de sintonizar alguna estación de radio sin mucho éxito. Sólo alcanzaba a recibir una muy mala señal, llena de estática. El ambiente había enfriado demasiado, y amenazaba con seguir lloviendo por varios días. Se sobresaltó al escuchar varios toques en la ventanilla, y volteó, encontrándose con él. Abrió la puerta, bajando de la camioneta, un tanto extrañado. —¿Ahora qué? —Te voy a necesitar —le dijo mientras entraban a la cabaña. Sonriendo con una mueca estúpida, Adam le mostró una pequeña HandyCam que llevaba—. Quiero hacer un video, pero necesito tu ayuda. —¿Estás loco? ¡Por supuesto que no! —Russell se detuvo, sintiendo un vuelco en el estómago. Eso era demasiado—. ¡No voy a seguirte en este jueguito! ¡Detén esto ya! Adam lo sujetó por la chamarra, empujándolo hacia la pared con brusquedad. Sus rostros quedaron a escasos centímetros, en una clara muestra de agresión. —Ambos estamos en esto, Russell amenazador—. No me obligues a amenazarte. Víctimas - Van Krausser
—siseó
con
tono
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Russell pasó saliva con algo de dificultad, resintiendo la diferencia física. —Por todos los cielos, Adam. ¿Qué ocurre contigo? Adam lo soltó, acomodando su ropa como si no ocurriera nada, mientras volvía a sonreírle, entregándole la cámara. —Te lo dije, Russ. Es algo muy personal —le pasó un brazo por los hombros, obligándolo a caminar junto a él hacia las escaleras mientras sacaba del bolsillo de su pantalón un empaque brillante y llamativo—. No tardaremos mucho. De verdad. Russell no tuvo más remedio que seguirlo, resignado a ser testigo de ese crimen, arrepintiéndose por no haber escuchado a Zachary para escapar cuando pudieron hacerlo. Preparó la cámara mientras subían, y tuvo que tragarse su disgusto al ver al muchacho arrodillado en el colchón y recargado contra el muro, con la delgada chamarra y la camisa abiertas, hechas un amorfo nudo entre sus brazos y su espalda. Le había quitado la cinta que sujetaba sus rodillas, pero sólo para poder medio desnudarlo cómodamente. Estaba temblando, agitado y con el rostro bañado en lágrimas. Una enorme mancha violácea se veía en su maxilar izquierdo, y diversos moretones se esparcían por sus piernas. Alcanzó a contar tres condones usados, desperdigados por el piso cercano al colchón, tirados sin ningún cuidado. —¿Por qué lo golpeaste? Adam se desabrochó el pantalón sin darle mucha importancia al tono severo en la voz de Russell. —No te fijes en esos detalles. Filma ya. —Sacó el condón de su empaque, colocándoselo diestramente, y se acercó a su víctima, quien se arrinconó contra el muro al escucharlo, negando con movimientos nerviosos de su cabeza y un leve murmullo de protesta. —N-no… no… Forcejearon hasta que Adam logró sujetarlo por la parte trasera de su cuello, obligándolo a inclinarse hasta el colchón, aún arrodillado. En esa forma, dominándolo rudamente, Adam lo penetró sin ningún cuidado, arrancando un doloroso gemido del muchacho. Russell tuvo que hacer un enorme esfuerzo por contenerse y no vomitar; cerró los ojos al principio, sosteniendo la cámara para que esta captase todo lo que ocurría, y sólo se atrevía a ver lo que ocurría frente a él al sentir que su mano se cansaba. Víctimas - Van Krausser
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Adam terminó con un exagerado bufido, separándose de Zachary con la misma brusquedad con la que lo había penetrado. Sonreía con una mueca estúpida, como celebrando una gran proeza. Russell había vuelto a cerrar los ojos poco antes de eso. Los abrió al escucharlo, y se dispuso a irse de ahí. Jadeaba, sintiendo cómo su cuerpo había reaccionado a tan infame escena. Se sentía sucio, culpable. Sin embargo, Adam le impidió retirarse. —Hey, espera —le dijo al ver que bajaba la cámara—. Aún no terminamos. —Ya tienes lo que querías —renegó Russell, buscando detenerlo—. Ya déjalo, por favor. La expresión de Adam ante sus palabras lo hizo guardar silencio. —Ya habíamos hablado de esto, ¿recuerdas? Déjate de remilgos y sigue filmando. Tuvo que hacerlo. Sin embargo, lo que hizo Adam esta vez fue diferente. Jaló a Zachary, obligándolo a acostarse boca arriba. Sometiéndolo en esa posición, comenzó a masturbarlo con una mano, mientras lo detenía con la otra. Russell captó esta vez el enorme esfuerzo que Zachary hizo para evitar que eso lo excitara. Vio su expresión desesperada, cómo su respiración se aceleraba a las sensaciones que recibía. Vio sin poder evitarlo, la forma diestra en la que Adam acariciaba, sujetaba y torturaba a su víctima con movimientos diestros, firmes y suaves, cambiando a fricciones ligeramente salvajes, rítmicas, arrítmicas, tocando todo lo que podía de Zachary. Vio a Zachary morderse el labio inferior, negándose a sentir, buscando detener el forzado placer que le prodigaba Adam, hasta que se rindió, dejando que su cuerpo se descargara en la mano invasora, en medio de un ligero estertor y un gemido ahogado. Russell sintió una vez más cómo su cuerpo reaccionó casi con violencia. Se sintió prisionero en su ropa, con la enorme incomodidad de tener a Adam vigilándolo ocasionalmente, percatándose de que algo estaba ocurriéndole. Algo bochornoso, inquietante. Antes de bajar la cámara para tratar de irse, escuchó que Adam hablaba al oído de Zachary. —Sé que lo disfrutaste. Pero ahora, vamos a cambiar un poco el juego. Víctimas - Van Krausser
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Zachary sólo negó en forma débil, aún sin poderse recuperar totalmente. Adam lo dejó, levantándose mientras se quitaba el condón y se limpiaba el rastro blancuzco de la mano. Se acercó a Russell, observándolo con detenimiento. —Hey, no sabía que esto te afectaba —le dijo en un tono medio burlón, descubriendo la erección que sufría en ese momento. —No es lo que estás pensando. Necesito ir al baño… —Adam lo detuvo, arrinconándolo contra el muro que tenía más cercano. Russell se asustó al sentir que bajaba su mano hasta su entrepierna, y forcejeó con él cuando empezó a estrujarlo aun sobre el pantalón—. ¿Qué haces? ¡Suéltame! Adam se pegó a él, minando diestramente su resistencia con los roces que mantenía en su cuerpo. Logró quitarle la cámara, mientras acariciaba la piel de su cuello con los labios. —¿Para qué vas hasta allá, si puedes desahogarte con este dulcecito? Aún en medio del embotamiento que Adam le estaba provocando, Russell supo lo que le decía. Intentó negarse, pero su resistencia al placentero roce que estaba sintiendo no fue suficiente. —No… Te dije que no voy a ser partícipe de esto. Adam lo abrazó por la cintura, jalándolo hacia el colchón, mientras continuaba masturbándolo. Al llegar a un lado de Zachary, Adam lo dejó, al tiempo que lo empujaba con fuerza, obligándolo a arrodillarse. Russell intentó resistirse otra vez, evitando caer encima del muchacho atado, quedando sobre él, arrodillado, muy cerca. Su ansiedad creció al verse en esa posición. —Tómalo. Zachary no se negará. Creo que le agradas. —No… Espera… —Vamos, lo disfrutarás grandemente —le extendió uno de los condones que llevaba, empacado en el llamativo papel metálico, urgiéndolo—. Incluso él lo disfrutará también. Sin embargo, al voltear a ver a Zachary, se encontró con que mantenía el rostro hacia donde estaba él; tenía los labios entreabiertos, aún con un ligero jadeo. Russell se acercó más al muchacho, pero trató de resistirse otra vez. Dudó un momento, sin atreverse a tocarlo. Víctimas - Van Krausser
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—No es verdad… No… —Zachary suspiró, levantando un poco su cabeza, como si lo buscara. Eso ocasionó un titubeo en Russell. Adam le tiró el condón y se separó un poco, empezando a filmar lo que ocurría entre ellos. Russell se acercó aún más, alcanzando el cabello de Zachary, acariciándolo con cierta ternura. La ansiedad le estaba ocasionando un ligero temblor en las manos. Llevó sus labios hasta él y susurró una pregunta. —¿Es verdad…? Zachary asintió con un gesto, y habló también quedamente. —Quiero que seas tú… —No puedo. —Por favor… Russell buscó sus labios con los suyos, acariciándolo apenas con un roce. Sin embargo, al ver que Zachary le correspondía, se dejó llevar. Lo besó larga y apasionadamente, sujetando su cabeza aun en la limitada posición en la que se encontraban. Sin embargo, al soltarlo entre jadeos y un fuerte rubor, intentó negarse otra vez. —¡No, no puedo! Temo lastimarte aún más... No quiero hacerte daño. Zachary intentó levantarse un poco, buscándolo otra vez. —No me lastimarás. No quieres hacerme daño, y lo sé. Por favor… Adam los filmaba sin perder detalle. Empezó a ir de un lado a otro del lugar, tratando de captar la conversación. Finalmente, Russell se decidió. Volvió a incorporarse un poco, buscando las piernas de Zachary. Con algo de dificultad logró quitar la cinta de sus tobillos y lo desnudó por completo, con sumo cuidado. Teniéndolo de esa forma, se quitó sólo la chamarra y la sudadera que llevaba puestas, bajando su pantalón sólo lo indispensable, y regresó con él. Volvió a besarlo y a acariciarlo, esta vez sin temor a una negativa. Y aunque no tenía experiencia alguna en relaciones con alguien de su mismo sexo, Russell intentó no ser brusco. Se recargó ligeramente en él, entre sus piernas abiertas, sintiendo cómo la piel tibia y aun húmeda de Zachary reaccionaba al contacto con su piel, trémula y palpitante, con esa sensación de un calor intenso, y la enorme Víctimas - Van Krausser
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ansiedad por ser liberada. Ambos se acoplaron en un rítmico balanceo, en roces ávidos contrastando con profundos y apasionados besos, reconociéndose en la forma en que la lengua de Russell penetraba en la boca de Zachary, en el sabor de la piel que recorría cuando bajaba un poco a su cuello, y cuando logró sujetarlo con una mano, haciendo lo que había visto hacer a Adam. Con algo de torpeza, pero sumamente excitado, Russell logró masturbarlo mientras embestía su erección en el canal que formaba la entrepierna de Zachary. No lo poseyó, pues cuando intentó hacerlo, el acoso de Adam con la cámara lo desanimó. Sin embargo, continuó en ese extraño flirteo, entre besos y muy tenues gruñidos por parte de ambos. Aún con la boca de Russell invadiendo la suya, Zachary soltó una especie de risa nerviosa cuando un latigazo placentero recorrió su espina dorsal. Russell dejó la boca de Zachary cuando lo sintió moverse con mayor urgencia, dándose cuenta que estaba por llegar a su clímax, así que se apresuró a complacerlo. Al sentir que el muchacho se estremecía y mojaba su vientre, Russell decidió terminar con eso. Esperó a que terminara, y besándolo por última vez, se separó de él con cuidado. —Lo siento… Lo siento mucho… —¡Hey, aún no…! —¡Basta! —Molesto, confrontó a Adam, alcanzando su ropa—. ¡Es suficiente! Russell se vistió y bajó apresuradamente, saliendo de la cabaña. Adam apagó la cámara, y encogiéndose de hombros, volvió con el aturdido muchacho, quien permanecía silencioso, expectante, sin saber qué había sucedido realmente. Sacó otro condón, sin ver el que Russell había ignorado, y abrió el empaque, poniéndoselo. —Bueno, él se lo pierde. Zachary volvió a arrinconarse, tratando de evitar que Adam lo tocara, en vano. Fue violado una vez más, después de una breve pelea.
9 Russell estaba ovillado en uno de los rústicos muebles que había en la cabaña, cerca de una de las lámparas, cuando vio a Adam bajar con la cámara, dejándola sobre la mesa. Escuchó que se dirigía a la puerta, Víctimas - Van Krausser
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cerrándola con llave. Aunque pensó que era una medida innecesaria, pronto se olvidó de ese detalle. Pasaba de la una de la madrugada, y el clima era demasiado frío y húmedo. Además, toda la ansiedad, la preocupación y la culpabilidad que sentía, lo habían llevado a un depresivo e insomne estado de alerta. Sentía un levísimo temblor interno, imperceptible a la vista de cualquiera, pero molesto. Tenía que acabar con esa situación lo más pronto posible, o terminaría afectándolo profundamente. Adam se tumbó en el otro mueble, cubriéndose con una de las gruesas mantas que habían llevado, exhausto. Sólo volteó a ver a Russell con el rabillo del ojo, y le sonrió. —Vaya noche… —¿A qué hora lo piensas a soltar? —preguntó Russell con un severo tono de voz. —¿Por qué te interesa tanto, Russ? —preguntó a su vez Adam, desconcertado. Volteó a verlo por encima de la manta—. Aún tenemos todo el día de mañana, y parte del sábado. —¡Dijiste que lo dejarías en su casa mañana en la noche! ¿Qué crees que estás haciendo? —¡Hey, cálmate! —Adam se incorporó un poco, también enfadado—. Nunca te aseguré que seguiría al pie de la letra lo que te dije. Además, estoy disfrutándolo bastante. Russell se levantó casi de un salto, acercándose a su amigo. Su respuesta lo había sorprendido aún más. —¿Pero estás demente? —Adam se acostó, ignorándolo. Lo único que pensaba en ese momento era dormir y reponer fuerzas para volver con Zachary—. ¡Estás agregando otro delito a lo que hemos hecho! —Russell, quiero dormir. —Pero… —¡Que te calles ya, maldición! Quiso protestar, pero ante la fulminante mirada que le dirigió Adam, guardó silencio, entendiendo que sería una discusión inútil. Con un bufido exasperado, regresó al mueble, sentándose Víctimas - Van Krausser
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enfurruñado, impotente. Pasaron casi veinte minutos, cuando escuchó que empezaba a roncar. Russell se levantó otra vez, considerando la idea de huir. Sabía que Adam tenía el sueño pesado, así que no habría problema si se mantenían lo más callados que pudieran. Subiría por Zachary, y apoderándose de la camioneta, se alejarían de ahí a toda prisa. Podrían hacerlo, en el momento en que encontrara las llaves del vehículo… Buscó por todos los lugares posibles que imaginó, sin éxito. Entonces, recordó que Adam había cerrado la puerta, así que fue ahí, pero no las vio. Sin embargo, cuando intentó abrir, se percató que estaban encerrados. Sin posibilidades de huir. Russell suspiró con enorme desaliento. Porque aunque tuviera sueño pesado, Adam despertaría si intentaban moverlo. Además, consideró el hecho de que aún tenía el arma consigo. Desesperado y desalentado, caminó en círculos por la parte inferior de la cabaña, pensando mil y una ideas, sin encontrar solución viable a su situación. Sin darse cuenta, subió la escalera, y se detuvo sólo cuando estuvo en el último escalón, con la vista de lo que Adam había dejado en el piso superior. La idea de escapar se esfumó de su pensamiento cuando vio el estado en el que Zachary se encontraba. Aún desnudo y con los ojos cubiertos, otra vez golpeado, y abandonado prácticamente a la inclemencia de la temperatura que había en el lugar. La manta estaba echada a un lado del colchón, engarruñada y sucia, rodeada de condones usados, tirados descuidadamente. No le había vuelto a inmovilizar las piernas, pero al parecer, no había necesidad de hacerlo. Estaba pálido y sucio de su propio semen y sangre en las piernas, de saliva y tierra en el torso, y completamente desmadejado, temblando por el frío y el trauma. Russell bajó otra vez, buscando un trasto metálico en el que entibió un poco de agua. Alcanzando un rollo de papel, subió nuevamente, tratando de no ver la desnudez del muchacho. Éste se removió nervioso al escucharlo. —No te asustes, soy yo —dijo en un quedo susurro, tranquilizándolo. Zachary volteó el rostro hacia un lado, sin hablar—. Voy a limpiarte y a vestirte. No quiero que te congeles. Zachary no se movió mientras Russell limpiaba sus piernas y su Víctimas - Van Krausser
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torso, y cuando alcanzó la parte baja de su vientre y la región interna de sus piernas, pasó el papel humedecido lo más rápido que pudo. Al terminar, lo hizo voltearse para arreglar la camisa y la chamarra que aún estaban enredadas en su espalda. Se las colocó bien, y se dedicó entonces a vestirlo con el resto de su ropa, el pantalón, los zapatos… Después, alcanzó la manta, sacudiéndola y cubriéndolo con ella. Hecho esto, recogió con asco los condones desechados por el suelo del lugar, echándolos en una bolsa para desperdicios que había llevado. Encontró también el paquetito que él había ignorado, y lo recogió, guardándolo en su pantalón. Al terminar, observó al muchacho en silencio por varios segundos, descubriendo nuevos golpes en la parte descubierta de su rostro, y un leve rastro sanguinolento en la comisura de sus labios. También lo limpió en esa parte, sin detenerse a pensar lo que hacía cuando lo acarició en forma tierna, pasando sus dedos por la línea del mentón del muchacho. —Me enfurece que te golpee. Sin embargo, Zachary no pensaba en eso. Volteó con él, preguntando en un tono demasiado tranquilo. —¿Por qué no lo hiciste? —¿Qué? —¿Por qué no me hiciste tuyo? ¿Por qué no terminaste? ¿Por qué…? —No quería hacerlo —interrumpió Russell, sintiendo una curiosa ansiedad al tocar ese tema—. Nos estaba filmando, y eso me molestó demasiado. Zachary, sin embargo, no cambió el tono de su voz. —Siempre pensé que no volvería a tener sexo, con nadie. Pero me di cuenta que no pude evitar que mi cuerpo disfrutara lo que sentía — comentó en forma amarga, pensativo—. Jamás me habían besado… Russell lo observó detenidamente al escucharlo. —N-no puede ser… ¿cuántos años tienes? —Diecisiete, y jamás me habían besado, en serio —repitió, como si necesitara convencerlo a toda costa. El sentimiento de culpa se hizo aún más agudo, más doloroso. Víctimas - Van Krausser
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—L-lo lamento… yo no… —Fue hermoso. Jamás pensé que la primera vez que alguien me besara lo haría con tanta pasión, con esa profundidad. Jamás lo imaginé de esa forma. Russell cerró los ojos y suspiró ruidosamente, acongojado. Le estaban destrozando la vida, y parecía no darse cuenta de eso. Torpemente intentó desviar la conversación. —Estuve considerando la posibilidad de… —Quiero que lo hagas. —La voz de Zachary se volvió una extraña súplica. Russell sintió que el temblor de su cuerpo se intensificaba al tiempo que sentía que sus mejillas se encendían en un furioso rubor—. Quiero que me poseas, que me hagas el amor. Russell se levantó, apartándose de él mientras negaba quedamente. —No… no… —Quiero pensar que has sido tú, todo este tiempo. Quiero que me hagas olvidar que ese monstruo me ha tocado, y que me beses otra vez, porque de otra forma no podré soportarlo… Por favor… Russell se sostuvo en uno de los muros, dejando salir su frustración y sus temores en abundantes lágrimas, sintiéndolas correr libremente sobre sus mejillas encendidas. Se llevó una mano a la boca, intentando sofocar un sollozo, en vano. Zachary guardó silencio, esperando su respuesta sin cambiar su actitud ausente. Hasta que Russell cedió a su ansiedad. Regresó, arrodillándose a su lado, inclinándose sobre él para levantarlo y poder abrazarlo. Zachary sintió el violento temblor que lo invadía, y se lo dijo. —Estás temblando. —Lo sé. Sin decir más, Zachary le ofreció su boca, recibiéndolo también ansioso, enjugando sus lágrimas en su aceptación. Esta vez, sin el acoso de una cámara, sin la presión de ser empujado por los deseos insanos de Adam, Russell se despojó de todo lo que lo detenía. Volvió a desnudar a Zachary, haciéndolo también el, volviendo a buscar el contacto entre ellos, acariciando cada centímetro de su Víctimas - Van Krausser
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cuerpo, reconociéndolo otra vez, haciéndolo suyo, grabándolo en su memoria. Recorrió con su lengua la longitud de la garganta del muchacho, bajando con húmedos besos hasta su pecho, tocando los pezones erectos y la piel erizada por el frío y el placer, mordisqueando brevemente mientras escuchaba los leves gemidos placenteros que arrancaba con cada movimiento que hacía. Bajó sus manos hasta la angulosa cadera, y con leves roces alcanzó la zona púbica, acariciando el breve rastro de vello que mal ocultaba la intimidad de Zachary. Recorrió la longitud que iba despertando con caricias largas y toques sinuosos, hasta que lo sintió vivo, levantándose a sus estímulos. Zachary se estremeció al sentir el aliento enfebrecido en su vientre, en la parte interna de sus muslos. Tembló un poco al sentir el tacto delicado de Russell recorriéndolo casi sin tocarlo, procurando no lastimar la zona violentada. Zachary estaba bastante lastimado. Tenía la piel enrojecida y cruzada por algunos rasguños y verdugones que el roce continuo le había provocado. Russell no supo por qué de pronto tuvo el impulso de pasar la lengua por esas partes, como si con eso pudiese aliviarlas. Dejando un rastro húmedo y cálido, bajó un poco más, escuchando cómo las expresiones del muchacho se intensificaban, alcanzando el nivel de súplica. Pero se detuvo, titubeante. Zachary levantó un poco la cabeza, extrañado. —¿Q-qué ocurre? —Estás muy lastimado. No quiero hacerte más daño. Zachary se dejó caer con un resoplido de frustración. En un tono sarcástico lo retó. —Ten por seguro que el otro tipo no se detendrá por ese detalle. Dejando la entrepierna de Zachary, Russell regresó a la altura de su rostro, sin tocarlo. —Yo no soy él —dijo entre dientes—. Me importa lo que te está ocurriendo. No quiero lastimarte, y no voy a provocarte más daños sólo por un momento de debilidad. Zachary resintió el frío que azotó su piel cuando Russell se levantó, bastante molesto por el comentario. Pero no escuchó nada más. Se mordió el labio inferior, dándose cuenta que todo acababa ahí si no decía algo. Víctimas - Van Krausser
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—N-no quise decir eso… —Olvídalo. Debemos buscar la forma de salir de aquí. —Se escuchó el roce de la ropa mientras se la ponía—. Acaba de cambiar sus planes, y no me agradó saberlo. Zachary sintió que regresaba con él, pero sólo para volver a vestirlo y cubrirlo. —O-oye… no… —intentó protestar, mas Russell no lo dejó. —Te traeré más agua, y algo de alimento. Regreso en unos minutos. Sin esperar que hablara, Russell bajó, buscando tranquilizarse. El pensar que Zachary lo había comparado con Adam lo había enfurecido, pero esa furia se había incrementado cuando reconoció que el muchacho tenía razón. Se había convertido en un monstruo.
10 Russell notó que el muchacho se comportaba como si le hubiese hecho el peor desaire. Actuaba de una manera totalmente absurda. Como si lo hubiese dejado plantado. Tenía qué hacerlo reaccionar, centrarlo en que su situación era bastante grave, y no un juego de adolescentes hormonados. Pensó en ello mientras le sostenía el popote entre los labios. Zachary bebió con avidez el agua que Russell le había llevado, y comió sin mucha hambre cuando sintió la cuchara tocando sus labios. No habló más que lo indispensable, respondiendo con monosílabos a las preguntas que le hacía. Sin embargo, cuando dejó el rostro levantado, como si lo mirase fijamente, algo volvió a removerse en el ánimo de Russell. —Ya no quiero —dijo con firmeza, negándose al siguiente bocado. Russell entonces dejó el platón a un lado, y se le acercó. Observándolo con detenimiento, hizo una pregunta. —¿Qué piensas que soy? Víctimas - Van Krausser
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Zachary se desconcertó, pero trató de responder. —M-me has tratado bien… y no me… —No te pregunté eso —lo atajó Russell con cierta severidad—. ¿Qué piensas que soy? —Zachary titubeó, sin saber qué responder mientras gesticulaba un poco. Sin embargo, Russell se le adelantó, respondiendo por él—. ¿No te atreves a decirlo? Yo sí. Soy un secuestrador, y un posible violador. Soy un monstruo. Zachary bajó un poco la cabeza, aturdido, con la boca ligeramente abierta, como si fuese a hablar en cualquier momento. Pero sólo balbuceó palabras sin sentido. —Eh… m-mira… Yo… erh… Russell se le acercó, quedando sus rostros a escasos centímetros uno del otro. Pudo sentir la respiración acelerada del muchacho, denotando no sólo su turbación. Había miedo en él. —¿Aún quieres que, según tú, te haga el amor?¿Aún quieres que un monstruo como yo se acueste contigo? Porque sí, eso es lo que soy. ¿Aún quieres que eso pase? Dándose cuenta de la sensatez de las palabras que escuchaba, Zachary negó con un nervioso movimiento de su cabeza, en silencio. Al ver eso, Russell se alejó de él, levantándose otra vez. Tenía ahora una prioridad. —Voy a buscar cómo escapar de aquí. No va a ser fácil, pero debemos intentarlo. Por lo pronto, trata de dormir un poco, y no te hagas el héroe. No quiero que vaya a hacer una estupidez por causa tuya. Bajó las escaleras con un plan en mente. Tal vez no lo mejor, pero era lo único que podría resultar. Sabía cómo hacer que Adam desistiera de su idea de quedarse un día más, y liberar a Zachary lo más pronto posible. Tenía qué resultar, o todo podría salirse de control. Al estar en la planta baja, se dio a la tarea de empacar todo lo que había sacado, que no era mucho. Dejó todo preparado sólo para subir a la camioneta. Hecho esto, preparó un poco de café, pensando una y otra vez en todas las alternativas que tenía para que su plan no fallara. Adam despertó al tener el aroma del café invadiendo su nariz. Al levantar un poco la vista, encontró a Russell sentado en el otro mueble, observándolo fijamente, con una taza en la mano izquierda. Víctimas - Van Krausser
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Era media madrugada, pero él no había podido dormir. —¿Russ? —preguntó somnoliento—. ¿Qué pasa? —Tenemos que irnos, Adam. Tenemos que seguir el plan original. —¿Pero qué…? —Escúchame. Estuve hablando un poco con él —Señaló con un gesto la planta alta, y continuó— y me enteré de que su familia debe estar buscándolo, tal vez ya con ayuda de la policía. —Nadie sabe dónde estamos, despreocúpate. —Tal vez lo creas así, pero te recuerdo que pasamos varios lugares en los que podrían identificarnos. Si la policía está ya detrás de cualquier pista que los acerque a él, podemos estar en riesgo de ser atrapados. Incluso, si esos tipos que llevaste… —No, no. —Adam se levantó mientras se tallaba un poco los ojos, bostezando—. Me aseguré de no dejar testigos. Russell casi tiró la taza al escucharlo. —¿Q-qué? Adam… ¿qué pasó con ellos? El aludido sólo le sonrió, alcanzando la taza de su mano y tomando un generoso trago de la bebida. Le regresó la taza y sacó el arma que tenía oculta en la chamarra. —Esta belleza ha resultado muy útil, Russ. Aun ahora, si llegásemos a tener problemas podremos usarla. —Guardándola nuevamente, Adam volteó hacia la escalera—. Voy a hacerle una pequeña visita a Zachary. Haciendo un gran esfuerzo, Russell encontró su voz, llamándolo antes de que subiera. No pudo levantarse, pues sentía las piernas temblorosas, y el impacto de esas palabras le había restado fuerza. —A-Adam… Si de verdad hiciste lo que creo, debemos irnos lo más pronto posible de este sitio. —Russ, te dije que no te preocuparas... —¡No, sí me preocupo! —Esta vez, Russell se levantó impulsado por la ira al escuchar su desfachatado comentario—. No hay crimen perfecto, Adam. Tarde o temprano los encontrarán, y si Zachary habla, podrían vincular un caso con otro. Se observaron por algunos segundos, uno exaltado, el otro considerando lo que escuchaba.
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Adam frunció el ceño en gesto de enfado, y asintió finalmente. —Está bien. Confío en tu juicio más que en el mío. Nos iremos en la mañana. Russell sintió nuevamente cómo se le aflojaban las piernas, e hizo un gran esfuerzo por mantenerse en pie, mientras Adam subía. No podría evitar que estuviera con Zachary esas horas que aún faltaban para el amanecer, pero había logrado que Adam lo escuchara. Regresó al sillón y se sentó, con un enorme enredo en sus emociones. Esto había llegado demasiado lejos… Estuvo perdido en sus pensamientos alrededor de veinte minutos, hasta que fue arrancado de ellos por las voces alteradas que se dejaron escuchar en la planta alta. Russell volteó alarmado, y en seguida se levantó, apresurándose a subir la escalera, mientras la discusión subía de intensidad. Escuchó a Zachary gritar histérico, y al llegar, pudo ver cuando Adam lo abofeteaba dos veces con enorme fuerza, haciéndolo caer al piso. Casi sintió que el corazón se le detuvo al ver que Adam sacaba el arma y apuntaba al lloroso muchacho frente a él. —No, no, no, no, no… —Trató de llamar la atención de Adam, acercándose despacio a ellos—. Por favor… baja el arma… —Apártate. No lo pensó. Sólo se interpuso entre ambos, parándose ante el arma, dejando su mirada asustada en la de Adam. —¡No, escúchame! No sé qué pasó, pero no puedo dejar que te sigas manchando las manos de sangre. Por favor, baja el arma. —Dijo que soy un monstruo. Russell tomó aire, aún interponiéndose entre ellos. Avanzó un paso y alcanzó a Adam, sujetando su mano. Corría el riesgo de que le disparase a él. —Somos secuestradores, criminales. Míralo. —¡Dijo que le doy asco! —¡Lo violamos! ¡Somos lo que dijo, y mucho más, entiéndelo! — Esta vez, Russell ejerció un poco de fuerza en su brazo y logró hacer que desviara el arma hacia un lado, a donde no había posibilidad de Víctimas - Van Krausser
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herir a alguien—. Es tiempo de detener esto. Por favor. Adam enfocó entonces su mirada, cambiando su expresión furiosa a una de completo desconcierto. —No quería que esto terminara así… —Lo sé. —Esta vez, sin mucho esfuerzo, logró quitarle el arma y sujetar su mano—. Ven, debemos irnos. Pasaron por un lado de Zachary, quien estaba hecho un ovillo en el suelo, sollozando quedamente, tembloroso. Russell lo vio por un segundo, pensando en que no podría hacer nada por él en esos momentos. Debía hacerse cargo de Adam, limpiar el lugar, borrar sus huellas, y finalmente, hacer que Zachary fuese encontrado, si era posible, a salvo, lejos de ese lugar del infierno en el que estaban.
11 El resto de la madrugada fue caótico. Cuando Adam dijo que uno de los tipos estaba en la camioneta, Russell estuvo a punto de colapsarse. Pero se sobrepuso, pensando en cómo debía borrar todas las evidencias de ese crimen. —¿E-en dónde están los otros? —Los enterré… cerca de la cañada. A una hora de aquí. Russell jadeaba, preguntando y pensando frenético. —Adam… Tenemos… tenemos que deshacernos de éste también. ¿Es seguro regresar allá? —Creo que sí. —Bien…b-bien… haremos esto… Enterramos al tipo y-y… regresamos aquí. Nos llevamos todo, i-incluso a Zachary, y lo dejamos ya en la ciudad. ¿E-está bien? Adam asintió, un poco más repuesto de ese breve colapso que tuviera. Sabía que tenían qué hacerlo. Se enfocaron en el cadáver que continuaba en la camioneta. Antes de irse, subieron con Zachary y lo inmovilizaron y amordazaron una vez más, asegurándose de que no trataría de escapar mientras estuvieran en la cañada. Sólo tenían dos horas antes de que el amanecer los alcanzara, haciéndolos visibles a cualquier curioso Víctimas - Van Krausser
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que estuviese rondando el lugar. Lograron enterrar los cuerpos sin mucho contratiempo. Terminaron llenos de lodo y sangre coagulada embarrada en la ropa, pero seguros de que nadie los había visto. Después volvieron por Zachary, bajándolo en medio de un violento forcejeo. Russell limpió el lugar lo más pronto que pudo, y justo antes de romper el alba, estaban a pocos kilómetros de la carretera principal. Russell observaba a Zachary ocasionalmente, pensando en toda la pesadilla que habían vivido, dándose cuenta que su propia vida había cambiado drásticamente. Antes de llegar a la ciudad, se preguntó si podría vivir con ese enorme remordimiento, fingiendo no saber nada de ese asunto, ocultando su complicidad todo el tiempo que pudiera. Adam enfiló la camioneta hacia el lugar en donde raptaran a Zachary. Lo dejó inconsciente de un fuerte golpe con el arma en el maxilar; le quitaron las tiras de cinta adhesiva y lo dejaron en medio del estacionamiento vacío de una de las fábricas, totalmente visible para que pudiera ser encontrado sin dificultad. —Russell… Volteó hacia Adam con mirada ausente, exhausta. Éste lo veía con una enorme interrogante en su rostro. Y supo que aún lo necesitaba. No lo iba a abandonar. Eran amigos, después de todo. —Está bien, Adam. Tranquilízate. Mientras se alejaban del lugar, Russell volteó hacia atrás, viendo la silueta desmadejada de Zachary en medio del frío pavimento. Se preguntó si podría alguna vez olvidar a ese muchacho, a quien había ayudado a destrozar por un capricho insano. Y se preguntó si algún día podría dejar de ser el monstruo en el que se había convertido…
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Origin EYaoiES
El grupo Origin EYaoiEs promueve, desde su creación en marzo del 2006, las historias originales en español. Actualmente cuenta con más de 350 miembros y constantemente está organizando recopilaciones de historias slash/yaoi. Para mayor información está la página del grupo: http://es.groups.yahoo.com/group/origin_eyaoies/
Colección Homoerótica
Colección Homoerótica pretende difundir aquellas obras de ficción en castellano que exploran las relaciones entre personas del mismo sexo. La iniciativa surge como respuesta a la necesidad de integrar tanto a autores como a lectores interesados en esta temática, cuya presencia en el panorama español y latino es una tendencia creciente. Sin embargo, ya que en el mercado de habla inglesa este tipo de historias tiene una gran acogida, también destaca algunas obras en dicho idioma. Colección Homoerótica es una organización sin ánimo de lucro, que busca unir y comunicar a sus miembros sobre la base del respeto mutuo. Para mayor información está su página web: http://www.coleccionhomoerotica.com
Índice 1. Acordes de locura – Hisui
5
2. Carta – Maribel Llopis
21
3. Cristal de Bohemia – Hojaverde
33
4. Dania, Daniel y Baldo – Yasmín Silvia Portales Machado
44
5. El comienzo – Bárbara Iliana Olvera Montero
52
6. Esta noche no hay eclipse – Nimphie
63
7. Éxtasis – Yess Knox
76
8. Hielo – Netsu
109
9. Indecisos – Nady Maguiña
132
10. Lo que no se recuerda no hace daño – Sara Amaranta
149
11. Nacido de las aguas – Aurora Seldon
159
12. Pecado – Tasalandrei
188
13. Si yo sufro – Carol R. S.
200
14. Sonata trasnochada – Dablín
208
15. Técnica mixta sobre tela – Anouch Calandre
219
16. Tres son multitud – Capandres
234
17. Víctimas – Van Krausser
245