Directores de la colección: Diana Zaforteza y David Martín Copé Publicado con el permiso de: The Wylie Agency the raven Copyright © Lou Reed, 2003 Illustration copyright © Lorenzo Mattotti, 2009 All rights reserved © José Machado, por la traducción © Ediciones Alfabia, 2010 Rambla de Catalunya, 118, 2º, 2ª, 08008, Barcelona http://www.edicionesalfabia.com 1ºedición junio 2010 ISBN: 978-84-937348-8-6 Depósito legal: B.
El C u ervo
traducci贸n
Jos茅 Machado agradecimientos
A Robert Wilson, nuestro director de escena, padre de esta idea. A Hal Willner, mi coproductor en la revisi贸n de la grabaci贸n en audio de esta obra.
El C u ervo Lou Reed
Lorenzo Mattotti
Prólogo Poe fue, por supuesto, el primero. Poe lo era todo. Siempre he pensado que algunos escritores poseen la habilidad de atrapar sus peores miedos, sueños y pesadillas, y volcarlos directamente en su trabajo. Los mejores, los convierten en arte. Esta capacidad de conectar con las esferas del miedo y los duendes de lo perverso —el deseo de hacer aquello que sabemos que está mal—, las historias y visiones que normalmente nosotros censuramos y catalogamos como pesadillas que debieran ser olvidadas, son las que hemos de confiar a la magistral capacidad de compromiso de Poe con la ficción y la poesía. El amor, la visión de la muerte del ser amado, los crímenes, los celos… Él los conocía bien y exploró como nadie esa gama de emociones y su ritmo poético. Revisar la obra de Poe por sugerencia de Robert Wilson ha sido una de las más extraordinarias oportunidades, una de las más enriquecedoras experiencias que me han sido brindadas. Fue como conectar un ampli al ordenador. Escribí antes, durante y después de nuestros ensayos. Fue inspirador, y hacerlo sobre el patrón de Poe lo convirtió todo en una emotiva fiesta verbal. Cuando más tarde grabé la obra con Hal Willner, me sentí inspirado una vez más por la maestría de los intérpretes: Willem Dafoe, Katie Volk, Steve Buscemi, Amanda Plummer y la incandescente Elizabeth Ashley. Los escuchaba recitar el texto y lo reescribía de nuevo para dotarlo de un mayor ritmo, de alma. Nunca había apreciado tanto su trabajo como entonces. Insuflaron vida al texto y eso me permitió escribir con la inigualable y volcánica exhuberancia sentimental de Poe. Todo quedó dicho y revelado. La Muerte ocupa su solitario trono en una ciudad junto al mar: Nueva York. Entonces llegó la última idea. Ya conocía la obra del gran Lorenzo Mattotti. No podía contar con los decorados de Bob, pero
¿por qué no ilustrar estas páginas con la grácil energía, con la pasión de Lorenzo? El matrimonio de la imagen y la palabra, tan sólido como cualquier otra unión. La fusión de tan distintas sensibilidades se gestó entre Roma y París, pasando por Hamburgo, hasta encontrar cabida en las páginas de este maravilloso libro ilustrado. Es una hermosa tradición, y me siento honrado de continuarla. Gracias también a Bernard Comment, a Andrew Wylie y a Tom Sarig. Querer es poder.
Lou Reed
El presente es un trabajo para la imaginación; por lo tanto, he incluido únicamente las pistas sonoras, pues esta versión fue concebida para ser escuchada. Tribunos (por orden de aparición):
voz viejo poe joven poe ligeia rowena leonora poe la muerte roderick usher lady magdalena de usher animador poe (coro) el anciano cinco policías maestra pupilo fortunato madre hija jueces los muertos el rana saltarín rey tripitena, una princesa
El gusano conquistador voz
¡Noche de gala! La mística multitud engalanada Acude al teatro para contemplar Este drama de miedos y esperanza, Mientras la orquesta alienta caprichosamente La Música de las Esferas. Mentes que mascullan entredientes; Meras marionetas que vienen y van, Disfrazadas como héroes, Cambiando de escenario una y otra vez, Inevitablemente atrapadas por una congoja invisible. Jamás olvidarán, a buen seguro, Este drama variopinto. Un fantasma perseguido por siempre jamás Que no será atrapado por la turba A pesar de dar vueltas y más vueltas Para regresar al mismo sitio. Vueltas y más vueltas Para regresar al mismo sitio. Siempre al mismo sitio, Con mucho de locura y algo más de pecado, Y horror, y apariencia de derrota: Tal es el alma de su trama.
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Apagad, fuera esas luces, ¡apagadlas! Que, sobre toda forma de muerte, El telón y la mortaja Se abalanzan con el apuro de una tormenta. Los ángeles, pálidos y demacrados, Revelan y afirman alzados Que esta obra es la tragedia del Hombre Y su héroe es el gusano conquistador. Obertura instrumental
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Acto Primero
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Viejo Poe Melodía de guitarra viejo poe
Si contemplara mi vida pasada, si llegara el glorioso momento, la maravillosa oportunidad de comprender, de ver a mi joven yo una sola vez, de conversar con él, de escuchar su pensamiento… Melodía de violonchelo durante el parlamento joven poe
En la ciencia de la razón no existe momento tan emocionante como aquel en que reparamos (algo que jamás vi en las escuelas) que, en nuestros intentos por recordar algo largamente olvidado, a menudo nos encontramos asomados al pretil de la memoria, incapaces de saltar al otro lado. Bajo el intenso escrutinio de los ojos de Ligeia, sentí la fuerza y el pleno conocimiento en su expresión, pero jamás fui capaz de poseerla; y así, como tantas otras cosas –aquella carta a medio leer, aquella botella a medio beber–, encontré anulada mi capacidad de vislumbrar cúmulos de analogías entre los objetos corrientes del Universo, de hallar la metáfora exacta para la expresión sistemáticamente sustraída; negado para siempre el acceso a las profundidades del alma. Sus ojos centelleaban con glorioso fulgor. Sus pálidos dedos, cerúleos y translúcidos, poseían el color de una tumba. Las venas azuladas de su altiva frente palpitaban al ritmo impetuoso de una marea de emociones. En esas profundidades pude ver cómo luchaba con una oscura sombra, y comprendí que debía morir. Su severa naturaleza me inclinó a creer que la muerte llegaría sin sus terribles terrores, mas no
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fue así. Me retorcí de angustia ante tan penoso espectáculo. Podría haberla calmado. Podría, incluso, haberla hecho entrar en razón. Pero se hallaba en el más convulso de los estertores. ¡Oh, alma en pena! Su voz se tornó amable y queda, pero sus palabras cobraron pleno significado. Me tambaleé, embelesado, ante aquella melodía más allá de lo mortal. Me amaba, sin duda, y en su interior el amor reinaba con extraordinaria pasión. Mas sólo en su muerte fui impregnado de la intensidad de su afecto. Su apasionada devoción rayaba en la idolatría. ¿Cómo pude merecer tal bendición? ¿Y por qué la maldición de ver partir a mi amada entre las más delirantes cavilaciones? En su femenino abandono al amor, inmerecidamente otorgado, descubrí las razones de su añoranza. Era su anhelo de vida, ese ávido e intenso deseo de vivir que ahora se extinguía con presteza al regresar a su lecho de muerte. Y apenas pude decir algo distinto a «el Hombre no cede ante los ángeles, ni siquiera ante la Muerte, salvo por culpa de su débil voluntad». Me volví loco de excitación con una dosis de opio muy poco moderada. La vi llevarse vino a los labios, o quizá tan sólo lo soñé; soñé que tres o cuatro gotas de un fluido de color rubí que manaban de un punto invisible de la habitación caían en su copa mientras ella, Ligeia, descansaba en una cama de ébano –su lecho de muerte– con mis ojos abrochados a su cuerpo. Después se escuchó un gemido, un leve sollozo, sólo uno. Esperé el siguiente, preso de temor y superchería, pero no llegó. Agucé la vista, fija en su cadáver, mas no aprecié el más mínimo signo de vida en él. Pero había escuchado aquel ruido y todo mi ser se había despertado de súbito. El líquido rojo cayó y pensé que Ligeia estaba viva: sentí tambalearse mi cerebro, mi corazón dejó de latir y mis miembros se pusieron rígidos allí donde me sentaba. Horrorizado en extremo, escuché un nuevo ruido procedente de la cama. Corrí hacia ella y vi, con cristalina claridad, un tremor en sus labios. Caí de rodillas y en vano froté sus sienes y sus manos; todo color desapareció, toda pulsación se detuvo. Sus labios resumieron la sucinta expresión de los muertos, su frío tono, su hundido contorno y
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todas y cada una de las odiosas peculiaridades de quien ha sido durante días inquilino de la sepultura. Y de nuevo me hundí en las visiones de Ligeia. Y de nuevo escuché su tímido sollozo. Y, a medida que la miraba, ella crecía. ¿Qué clase de locura me inspiraba tales ideas? Corrí a tocarla. Su cabeza cayó, su ropa se deshizo y, entre mis dedos, quedaron atrapadas guedejas de su larguísimo cabello, tan negro como las alas de cuervo de la medianoche.
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Edgar Allan Poe joven poe
Éstas son las historias de Edgar Allan Poe, Que no fue un chico cualquiera jamás. Cuentos de miedo os contará, Con vuestras mentes jugueteará. Si de él no habéis oído hablar, Ciegos o sordos debéis estar. Éstas son las historias de Edgar Allan Poe, Que no fue un chico cualquiera jamás. De Usher os hablará, Y, en su mente, su casa quemará. Y del amor por su hermana, Cuya muerte loco lo volverá. Del asesinato de un extraño, Del de un amigo, quizá. De los gritos de un Infierno Que no terminará. Éstas son las historias de Edgar Allan Poe, Que no fue un chico cualquiera jamás. Éstas son las historias de Edgar Allan Poe, Que no fue un chico cualquiera jamás. La diabólica imagen de una ciudad junto al mar. Caos, matanzas, decapitaciones y envenenamientos, En tu interior como espectáculo infernal. No necesitarás gafas especiales para mirar.
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Éstas son las historias de Edgar Allan Poe, Que no fue un chico cualquiera jamás. Ni a Nosferatu ni a Vincent Price, Ni mujeres desnudas encontrarás. Sólo la verdad hallarás. Orangutanes chamuscados en el escenario Verás revolotear. Abandona tus esperanzas al calor del hogar Y escucha las historias de este escritor sin par. El soliloquio de un cuervo te ofrecerá Pozos en llamas, ausencia de equilibrio, Altos muros temblarán. Sin lastres ni grandilocuencia, La verdad desnuda se te dará. Una mente desvaneciéndose en la culpa, Su delirio cocinado en una olla. Éstas son las historias de Edgar Allan Poe, Que no fue un chico cualquiera jamás. Un corazón delator y un barril que se pudrirá, El valle del desasosiego, Un gusano conquistador, que vuestras almas devorará. Y dejaremos lo mejor para el final: Las campanas por Annie Lee doblarán Mientras Poe, con todos sus arrepentimientos, Por la muerte del ser querido Enterrado con vida se verá. Éstas son las historias de Edgar Allan Poe, Que no fue un chico cualquiera jamás. 24
El valle del desasosiego Música electrónica ligeia
Lejos, muy lejos. ¿Acaso no están muy lejos las cosas más hermosas? Ese valle está tan lejos como el postrado Sol al Este, como las montañas paralizadas Y el río enfermo. ¿Acaso no están muy lejos las cosas más hermosas? ¿Acaso no están muy lejos las cosas más hermosas? Valle de tiempo nunca interrumpido, De historia jamás interpretada. Relatos de los dardos de Mefisto, De alas de ángeles caídos: Son tristes las historias Del valle del desasosiego. El sol goteaba sus rojos rayos Y la hondonada se hallaba en silencio. Todos se habían marchado a la guerra Sin interrogador alguno que velara sus intenciones, Saqueando el conocimiento del pasado Los astutos y misteriosos astros. Descuidadas las flores, Doblándose sobre sí mismas las pálidas corolas de los tulipanes. Infundido en terror,
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El cielo caía en cascada sobre los fieros muros del horizonte: Paisaje pleno de significado. Y los infelices habrán de confesar, Vigilados por Roderick, como un ojo humano, Mientras ondean lilas y violetas Sobre las sepulturas Como perlas de rocío recién plantado, Rocío eterno y resbaladizo. No hay razón para fingir Por mucho que las bellas nubes vuelen, Pues Roderick, como el ojo humano, Se ha cerrado para siempre jamás. Roderick, cualquiera que sea tu rostro, Roderick, ninguna magia podrá negarles la música. Has sumido demasiados ojos en oníricos parajes. Oh, día tortuoso, la música continúa sonando. Oigo el tañir de las campanas, he permanecido vigilante. La lluvia danza a ritmo de tromba, Por encima de las almas culpables, Para no escuchar los golpes Ni el latido de su corazón. Sólo las lágrimas de su queja, Perfectas lágrimas de queja.
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Visítame rowena
Atrapada en una encrucijada de idas e ideas, Reviviendo el lamento de mi otro ser, Atrapada en un cruce de amaneceres e ideas: Ahí estoy yo. Reviviendo el impulso demente En cada violenta agitación, En el prístino apetito del instinto, En el prístino apetito del crimen, En la atracción del atrevimiento: Ahí estoy yo. ¿Por qué no me visitaste? ¿Por qué no me visitaste? ¿Por qué no me visitaste? ¿Por qué no llamaste? Salvaje desde mi nacimiento, Espíritu que desdeña todo control, Vagabundeo por el ancho globo En busca de esta alma mía, Que escudriñando débilmente, A buen seguro encontraré. Qué puede ser más puro y brillante Que la verdad del astro rey.
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¿Por qué no me visitaste? ¿Por qué no me visitaste? ¿Por qué no me visitaste? ¿Por qué no llamaste? ¿Por qué no me visitaste? ¿Por qué no me visitaste? ¿Por qué no me visitaste? ¿Por qué no llamaste?
La ciudad en el mar Suave música electrónica viejo poe
La Muerte ha levantado su trono. joven poe
En una extraña ciudad. Sola. No son sus santuarios y palacios como los nuestros. No tiemblan ni se pudren Devorados por el tiempo. viejo poe
La Muerte ha levantado su trono. leonora
Levantadas por vientos olvidados, Resignadas tras el cielo, Las melancólicas aguas reflejan Una corona de estrellas. joven poe
En una extraña ciudad. Sola. leonora
El dios celestial no condena, Pero la sombra inmortal Se burla de ello.
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rowena
No lucen ya los rayos divinos. Las luces del pálido fondo marino Remontan en silencio hacia las torretas, Los tronos, las pérgolas en mármol esculpidas, Las flores de piedra, Las cúpulas, los chapiteles. Los aposentos reales son santuarios de melancolía. Las columnatas, los frisos, Los artesonados espantosamente entrelazados. Retorcidos el mástil, la viola y la vid. joven poe
Entre sollozos mortales El Infierno se alza desde mil tronos. viejo poe
Reverenciando a la Muerte. viejo poe y joven poe
Y ésta les dedica la totalidad de su tiempo. ligeia
Hay templos y tumbas A ras de las olas. La Muerte se avecina Y parece ¡grande!… ¡Gigante! Llega una ondulación, que ahora es ola. Caen las torres, Se hunden en la marea apagada. Las olas enrojecen Y el tiempo agota su aliento.
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