Avance de Arquitectura y Paisaje. Tomo II

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La arquitectura tradicional en el medio rural de La Palma Ana

del

Carmen PĂŠrez SĂĄnchez

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Izquierda: Posando para el fotógrafo Miguel Brito antes de comenzar el almuerzo tras la faena agrícola. Derecha: Familiares y amigos en la escalera de una singular vivienda de dos plantas con balcón. Página derecha: Grupo de vecinos junto a vivienda de dos plantas (fotos: Miguel Brito, Archivo General de La Palma).

en los órganos de poder y controlar exhaustivamente las vías de apropiación de las rentas. Esta estrategia del sector del poder, trazada con nitidez desde los primero balbuceos del siglo XVIII, comenzó a romper el equilibrio entre el medio natural y las ex­ plotaciones agrarias, siendo los montes las zonas más afecta­das ante la creciente antropización. La deforestación progresó en el período con mayor aceleración que en las etapas precedentes a causa de la pobreza de la población, gran parte cesante o con mínimos recur­sos que, para poder alimen­tarse, se vio precisada a realizar rozas, talas y culti­vos clandes­tinos en las áreas desmon­ta­ das para subsistir (carbone­ros, taladores), nutriendo un considera­ ble mercado. El monte se convirtió en un espacio de subsistencia de primer orden para la población. Además, el retroceso de los montes creció al fomentarse la cons­trucción naval, introducirse ganados agresi­vos contra el medio –caso de la cabra– o aumentar la demanda externa de madera en bruto o elaborada desde islas como Fuerteventura o Lanzarote. A comienzos del siglo XIX los palmeros no parecían contar con un futuro tan espléndido como en las etapas precedentes. La re­ tracción de las importaciones, la disminución de las remesas in­ dianas a causa de los procesos emancipadores, el aumento de la producción de subsistencia, la creciente inflación, el proteccio­ nismo del mercado propiciado por las autoridades para luchar 7

contra los desabastecimientos y la potenciación del mercado ex­ terior, generaron, a la larga, un sistema inelástico e incapaz de salir por sí mismo de las vías de agotamiento. La emigración, la pauperización de los sectores populares, la citada presión sobre la renta por parte del grupo de poder, la sobreexplotación de un campesinado empobrecido o el crónico desabastecimiento del mercado interno fueron factores habituales durante la primera mitad del siglo XIX. Tipos

de viviendas

La Palma fue la segunda isla realenga en ser conquistada por los castellanos al mando de Alonso Fernández de Lugo, en 1494. Desde el principio, debido a las favorables condiciones de su suelo, se fomentó considerablemente el desarrollo agrícola, en especial para la producción de vino y azúcar de caña, lo que provocó desde muy pronto que la isla formara parte de las rutas comerciales hacia Europa y América. Durante el proceso de colonización se fue formando un verda­ dero mosaico poblacional que incluía a los supervivientes aborí­ genes y a castellanos, andaluces y europeos, sobre todo italianos y flamencos relacionados con el comercio del azúcar y un número muy importante de portugueses. El aporte de contingentes de


población portuguesa queda constatado en toda la isla, algunos venidos desde Madeira como técnicos en la explotación azuca­ rera y otros muchos huyendo de la Inquisición. Prueba de esta presencia la encontramos en los archivos parroquiales de Garafía, escritos en portugués hasta mediados del siglo XVI. En 1590, Torriani contabilizaba 800 casas sólo en la ciudad de Santa Cruz de La Palma, “blancas, fabricadas a la manera portuguesa, estrechas por dentro y, en general, sin pozos ni patios”6. Esta nueva sociedad, que surge tras la conquista, va aportando e imponiendo unas soluciones arquitectónicas que tienen mucho que ver con la influencia de los lugares de origen, pero también con la adaptación al medio geográfico al que tuvo que someterse. Así, la piedra volcánica y la madera de tea, el núcleo o corazón del pino canario, abundantes en la isla, se imponen como ma­ teriales constructivos de primera calidad en detrimento de los tapiales o de la cal, material éste que es necesario importar. Ejem­ plo de ello es una ratificación de compraventa firmada en 1554, donde se habla de “[…] las casas bajas y dobladas, así de aposento como de bodegas […] de piedra, barro y teja, como casas pajizas […]”7. La evolución económica y social de la isla corre paralela a la del resto del archipiélago, con sus crisis económicas periódicas que afectan a la mayoría de la población campesina. El grue­ so de la población vive al margen de la explotación agrícola, como la de la caña de azúcar, que beneficia a las selectas fa­ milias poderosas, las cuales, desde la conquista, se hacen cargo de las mejores tierras y de la propiedad del agua –Massieu,

Monteverde, Sotomayor, etc.–. Es precisamente en el marco rural, donde sobrevive la mayor parte de la población, donde se gesta la arquitectura que vamos a analizar, donde la relación del hombre con la tierra es completa y donde la vivienda es un elemento más en el paisaje. Durante siglos se mantienen tanto las cuevas naturales –herencia de los auaritas– como formas constructivas primitivas –chozas y casas pajizas, asociadas a los grupos sociales más pauperizados– y las tipologías de viviendas terreras o de dos pisos relacionadas con los grupos de mejor posición social. Realmente podríamos decir que es a partir de mediados del siglo XIX cuando se pro­ duce cierta renovación del caserío en toda la isla motivada por las formas estéticas promovidas desde la Ilustración, que llegan de forma tardía al campo palmero. Esta renovación provoca la re­ modelación de muchas fachadas de viviendas así como la homo­ geneización de elementos constructivos: ventanas de guillotina, grandes antepechos, simetría a la hora de colocar los huecos, etc. En la segunda mitad del siglo XIX aparecen nuevos materiales en las fachadas, como el hierro forjado en balcones, o tipologías de viviendas vinculadas a la influencia de la emigración cubana que retorna a la isla. Pero es a partir de mediados del siglo XX cuando comienza la verdadera transformación de la vivienda rural, paralela a los cambios que se producen a nivel económico y social: entrada de capital de la emigración, llegada de materiales como el cemento, introducción de las modas surgidas en la urbe, etc. 8


Arriba: Construcciones pajizas con entramado de madera, ya desaparecidas, en La Galga, Puntallana (foto: Colección Manuel Martín Martínez). Abajo: Pajero de piedra con cubierta a dos aguas de madera y paja. La Fajana, Garafía (foto: Arnoldo Santos Guerra).

colmo hasta bien entrado el siglo XX, muchos de ellos utiliza­ dos como habitación. En los barrios de El Granel y La Galga en Puntallana, su presencia hasta fechas recientes se justifica sobre todo por la pervivencia del cultivo del cereal, favorecido por las terrazas que ofrece el medio. Hasta prácticamente los años se­ senta se trataba del cultivo más generalizado, lo que empieza a cambiar con la introducción de la agricultura de exportación. La pervivencia de este tipo de arquitectura, “que es en esencia

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funcional”25, estuvo asociada inexorablemente a la agricultura de autoconsumo y a la forma de vida tradicional del campesino. Es una tipología que utiliza elementos baratos y resistentes que el propio medio ofrece: la paja de los cereales (trigo, cebada) tras la trilla, la piedra y la madera, esta última de bajo valor económico: de aceviño, barbusano o castaño (introducido este último después de la conquista) como especies más comunes26. En la fotografía de esta página, de la primera mitad del siglo XX, podemos ver algunas chozas en La Galga cuyas paredes no eran de piedra sino que estaban recubiertas de paja sobre la estructura de madera. Antonio Lemos Smalley (1788-1867), natural de la Palma, las describe así en su manuscrito Usos y costumbres de los aldeanos de esta isla de La Palma (que envía a José Agustín Álvarez Rixo para su corrección, y que tiene fecha de 1846): “Las casas separadas generalmente a mucha distancia unas de otras, son construidas de piedra seca cubiertas de paja, y su piso formado con bosta de buey bien apisonada hace un suelo bastante parejo y duradero. Las de los vecinos más pudientes suelen ser de piedra y barro encaladas. Sus muebles son igualmente mesquinos y miserables. Un molino de mano, gánigos de barro, talla para el agua, un morterito y cucharas de palo, alguna banca rústica de la propia materia, algunas cajas para su poca ropa, y se come en el suelo sobre el cual estienden un paño de mantel, siendo uso que el padre de familia sea el primero a entrar la mano en el plato. Cama la constituye un haz o camada de helechos secos, y los más ricos son los que tienen algún colchón de paja o lana y algunos telares”27.


Arriba: Izquierda y centro: Antiguas construcciones, originalmente pajizas, de dos plantas y techo a dos aguas cubiertas con planchas de cinc y paredes modificadas. Derecha: Interior de casa pajiza, utilizada como bodega, que aún conserva el techo de colmo. Abajo: Techo de colmo renovado recientemente.

Los ejemplos de esta arquitectura, cuyos escasos restos todavía podemos contemplar en los barrios mencionados, presentan grandes similitudes, pero también algunas diferencias que hablan, posiblemente, de distintos usos. Mientras las construcciones de Los Galguitos presentan mayor tamaño y suelen ser de dos plantas –la planta baja con espacios separados para la estabulación y como almacén de utensilios y la superior de vivienda–, y la paja es utilizada no sólo para la cubri­ ción sino también para forrar las paredes28, los ejemplos que per­ duran en El Granel son de menor tamaño y de una sola planta, orientados hacia el este, con cubierta a dos aguas, en su mayoría utilizados como establos o graneros, y a veces se encuentra en ellos la cubierta semicircular u ovalada (a tres aguas) formando un armazón de gran estabilidad. También hay ejemplos de dos plantas, la baja para el ganado y la parte superior de vivienda; la cubierta se asienta directamente sobre los “esteos”, y presen­ ta gran inclinación estructurada a base de “jubrones” dispuestos aproximadamente cada 60 cm. El cereal utilizado en esta zona para hacer los manojos de paja es el trigo, a diferencia de otras comarcas donde se utilizaba el centeno29. Para apretar la paja se utiliza una especie de mazo que llaman “mallo”, y para la fijación de la paja con las varas se utiliza una aguja de madera de brezo con ojal que enhebra el alambre y se cose de afuera hacia adentro. Generalmente se renueva la paja cada 4 o 5 años. El abandono de esta práctica ha llevado a que

las pocas contrucciones que aún perduran sean cubiertas hoy día con planchas de zinc. La pervivencia de estos modelos arquitectónicos nos habla de un modo de construir tradicional que se mantiene desde los prime­ ros momentos de la mezcla poblacional con los conquistadores y colonizadores, y de un tipo de vivienda que está unido en perfecta simbiosis a un modo de vivir propio de la economía de subsistencia.

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Arriba: Vivienda de dos plantas con cubierta de tablas con acceso exterior a la segunda planta, Franceses, Garafía. Abajo: Construcción de una planta en Gallegos, Barlovento. Página derecha: Arriba: Vivienda de dos plantas con construcción anexa de un agua en Franceses, Garafía. Abajo: Pajero de piedra y tablas, sin ventanas, en La Fajana, costa septentrional de Garafía.

de forro ejecutado de varios modos para favorecer la escorrentía del agua. Los tipos de cubierta más generalizados son los de dos, cuatro o un agua, esta última utilizada casi siempre para la cocina y como pajero. La casa terrera la encontramos con cubierta a dos aguas, rara vez a cuatro aguas. En ella los vanos son escasos, y el espacio inte­ rior está frecuentemente dividido con tabique de madera para diferenciar los distintos usos. En algún caso la inclinación de la

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cubierta es aprovechada con un altillo o granero, situado hacia la mitad de la vivienda, encima del dormitorio, con acceso a través de una escalera de mano. Normalmente presenta pavimento de madera de tea, llamado también “soallado”. Un caso particular y muy interesante lo presenta aquella casa en que los muros de car­ ga se sustituyen por tablas de madera, formando un “entablonado de intemperie”36. La casa de dos pisos se construye generalmente aprovechando la pendiente del terreno. Normalmente se distribuye la planta baja como lonja o establo para los animales, en cuyo caso puede aparecer una de las paredes total o parcialmente abierta, y la alta queda reservada para la vida de la familia, dividida, si el tamaño lo permite, por tabique de madera; en otros ejemplos ambos pi­ sos se utilizan como vivienda. La iluminación se consigue con ventanuco en uno de los testeros. El acceso a la planta alta es normalmente exterior a través de una escalera de piedra o ma­ dera que termina en un soporte de tablas lisas a modo de balcón; otras veces, simplemente se aprovecha el desnivel del terreno para acceder a través del camino. La cocina mantiene un espacio propio fuera de la vivienda, cos­ tumbre generalizada en las regiones meridionales. Presenta cu­ biertas a un agua, y excepcionalmente a dos aguas, con paredes de piedra seca o con escasa argamasa. Es un pequeño habitáculo


Páginas siguientes: Izquierda: Construcción totalmente de tablas sobre zócalo aislante de piedras. Derecha: Arriba: Casa-granero, ya desaparecida, con planta inferior de mampostería y superior de madera, con cubierta de teja, Tinizara, Tijarafe. Abajo: Casa-granero, similar a la anterior, conocida como “El Arca” que existía junto a la iglesia de La Candelaria, Tijarafe.

donde apenas cabe el fogón y los escasos útiles domésticos (como el molino de mano, pervivencia aborigen), con el suelo empe­ drado y las paredes ahumadas por la inexistencia de chimenea. En las construcciones anejas dedicadas al resguardo de los pro­ ductos agrícolas y animales (pajeros, bodegas, etc.), con cubierta a un agua o a dos, el acabado de la construcción suele ser más pobre y descuidado aunque el modo constructivo sea el mismo. En algunos tipos de dos pisos, el superior es usado de granero. En lugares de siembra de vides, como en La Fajana de France­ ses, se localizan pequeñas bodegas de un solo piso con cubierta de madera a dos aguas, y también hemos localizado un módulo completamente de madera que sirvió de vivienda temporal para el pastor y su familia cerca de la costa de Tinizara, en el munici­ pio de Tijarafe. A falta de un estudio serio sobre las posibles influencias en la construcción de este tipo de viviendas, parecen claros los parale­ lismos arquitectónicos con algunas zonas de la península como Asturias, donde la solución de fabricar el segundo piso comple­ tamente de madera se mantiene desde la antigüedad37. Podemos concluir que, al margen de las posibles influencias, la existencia de la casa de tablas en el norte y el noroeste de la isla tiene que ver con la abundancia de pinos de tea, el aislamiento histórico de la zona, la escasez de recursos económicos del campesinado

“acostumbrado” a vivir en los niveles mínimos de subsistencia, recurriendo a los materiales que le ofrece el medio para cons­ truir su morada, y a la tradición transmitida de generación en generación manteniendo las mismas formas constructivas siglo tras siglo. Por otro lado, la pervivencia actual de esta original y popular forma de construir posiblemente no hubiera sido posible sin el abandono poblacional al que se han visto sometidos estos espacios.

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parroquial de Puntagorda. En otro caso, como en una vivienda de Gallegos (Garafía), la escalera se encuentra en un lateral y por ella que se accede a la galería que recorre toda la fachada princi­ pal. En otras viviendas, una galería abierta o cerrada sobre el patio recorre a modo de tinglado las dependencias de la vivienda de dos plantas, en forma de L o de U y sostenida sobre pies derechos de madera; algunas de ellas presentan en la fachada principal un balcón sobre jabalcones. Encontramos otro tipo de viviendas que no presenta escalera exterior. En esta tipología el acceso a la parte alta se hace a través de un patio y la comunicación de las dos plantas por medio de una escalera interior de madera, en algunos casos, poco frecuen­ tes, con “escotillón”58 a modo de tapa de levantar encajada en el suelo. Hay otra tipología sin escalera en la fachada principal que es muy frecuente, de planta rectangular y en menos casos cuadrada, teja­ do a cuatro aguas y con diferente cantidad de vanos en la fachada principal, la que da al camino, a veces hasta diez. Quizás el más frecuente sea el de seis vanos, tres puertas en la planta baja y tres ventanas en la planta alta. Hay otras de cuatro vanos: dos puertas y dos ventanas. Y de dos vanos: una puerta y una ventana. En algunos casos poseen un balcón en el centro de la fachada, en la puerta central del piso superior, con acceso sólo desde el interior. Se extiende a principios del siglo XX un pequeño balcón de mampostería con baranda de hierro forjado con formas vegetales que da a la puerta principal. Sin duda existen muchas variantes de este tipo de viviendas en la evolución de la arquitectura isleña. Destaca por su originalidad un reducto de viviendas localizadas en el municipio de Punta­ gorda, construcciones que, a la vista de los elementos arquitec­ tónicos y materiales utilizados, nos hablan de los modelos más antiguos de la zona y de la isla. Los muros son de piedra seca o cohesionados con una mezcla de barro y cal, y las ventanas sen­ cillas, de tablas lisas. Son viviendas que forman conjunto con alji­ bes y pajeros para animales, prácticamente destruidos. Se pueden considerar verdaderas joyas arquitectónicas donde la funcionali­ dad y la adaptación al medio se llevan hasta la máxima expresión. De estas casas de piedra seca sin cubrir por argamasa encontra­ mos un tipo con balcón corrido que cubre la fachada, con dos puertas en el piso superior y dos en el inferior. Viviendas posteriores, revestidas y encaladas, encontramos en el campo palmero una grandísima diversidad. A veces aparecen las construcciones del “sitio” –lugar principal de la propiedad familiar– unidas por muros con puerta de entrada que da acceso a un patio en el centro; se trata de unificar o centra­ lizar la vivienda y sus dependencias. Son modelos que responden a las necesidades de “privacidad” de un campesino más pudiente. Página doble anterior: Diversas tipologías de viviendas de alto y bajo. Página izquierda: Distintas soluciones de acceso exterior al piso superior. En esta página: Arriba: Viviendas de dos plantas de tipo cubo con vanos simétricos, Puntagorda. Abajo: Casa de dos plantas con balcón en la fachada principal con acceso desde el interior, Tijarafe. Página doble siguiente: Distintos tipos de casas de alto y bajo, la mayoría de ellas con balcón.

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La casa de azotea Se trata de un tipo de construcción que se localiza fundamen­ talmente en las zonas costeras. En su mayoría presentan una sola planta aunque también hay varias tipologías de dos plantas, y so­ bre todo perduran en la zona noroeste. En La Fajana de Franceses (costa de Garafía) hay varios ejemplos, así como en el caserío de El Tablado, que está por encima, en el que muchas de estas casas son de dos plantas. De planta rectangular o cuadrada, con puertas y ventanas en la fachada principal, normalmente presentan cierta inclinación en la cubierta que sirve de corriente del agua de la lluvia que da al patio o al camino. En estas construcciones destacamos la cubierta. Las vigas de tea sirven de soporte a la ripia o listones pequeños de madera irregular y que cubren el techo. Encima una capa de mortero de barro y cal, o de arena y cal, termina de cerrar la cu­ bierta. Hoy en día se les ha añadido, en su mayoría, alguna capa de cemento y/o pintura asfáltica. Destacamos el detalle de una de las viviendas de azotea de La Fajana que presenta inscripción en la fachada de 1865, por lo que nos puede dar idea de la antigüe­ dad de este tipo de construcciones. Muchas de las viviendas de la costa de Tazacorte eran igualmente de azotea, aunque quedan pocos ejemplos de las mismas. Algunas casas combinan una pequeña azotea con otra parte con cubierta a cuatro aguas. En esta página: Arriba: Casas de azotea y de tablas en la Fajana, Garafía (foto: Manuel Rodríguez R.) Centro: Características casas de azotea en El Tablado, Garafía. Abajo: Casa de azotea con vanos regulares en Mazo. Página derecha: Diversos tipos de viviendas de azotea, de izquierda a derecha y de arriba a abajo: Barlovento. Fuencaliente. Breña Baja. La Fajana, Garafía. El Tablado, Garafía. Tenagua, Puntallana. La Fajana, Garafía. El Tablado, Garafía.

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Arriba: Molino de viento del sistema Ortega cerca de Buracas, Las Tricias, Garafía (foto: Arnoldo Santos Guerra). Página derecha: Arriba: “El Molino”, perteneciente a la familia Ortega, antes y después de su restauración, Monte Pueblo, Mazo (foto de la izquierda: Manuel Rodríguez Quintero, foto de la derecha: Arnoldo Santos Guerra). Abajo: Molinos en Puntagorda.

Molinos de viento El aprovechamiento de las fuerzas naturales como el agua y el viento a través de los molinos ha constituido un avance sustan­ cial en el desarrollo de las comunidades agrícolas. Concretamente, el molino de viento supuso para Canarias un avance de suma importancia para la realización de diversas actividades, como el acarreo de agua desde los pozos para el suministro de las salinas y, sobre todo, la molienda del grano para la elaboración de produc­ tos básicos como el gofio y el pan. La presencia de los molinos se extiende por los principales núcleos de población derivados de la nueva situación demográfica después de la conquista, quedando en un segundo plano el molino de mano heredado de la tradición aborigen. La importancia del gofio en la alimentación obliga a la regulación de los mecanismos de producción y comercialización, siendo ésta una preocupación constante del Cabildo de La Palma, según se desprende de las ordenanzas que desde 1602 intentan po­ ner freno a las irregularidades que se producen en las moliendas. El molino de viento tradicional palmero, de los que existen datos que se remontan al siglo XVIII, presenta la originalidad con res­ pecto a los del resto del archipiélago y la península de tener todas las partes de madera, aunque algunos, como el molino antiguo de Mazo, también tuvieron velas de lona. La construcción y la téc­ nica fueron evolucionando a lo largo del tiempo, sobre todo en relación a la torre y a las aspas con palas y sin cola de orientación. Desde la segunda mitad del siglo XIX, la construcción de los 51

molinos está estrechamente vinculada al apellido Ortega. En julio de 1868, en el Boletín de la Sociedad Económica de Santa Cruz de La Palma se describe el nuevo molino denominado “sistema Ortega”, por ser su inventor Isidoro Ortega, natural de Santa Cruz de La Palma y vecino de la villa de Mazo, hombre inquieto y autodi­ dacta que llegó a disponer de una buena colección de libros de tecnología franceses y que fue seguido por su hijo Pedro Ortega Yanes. La novedad que se presenta con este sistema y que tanta importancia va a tener en la evolución del molino es la de moler casi doble cantidad de grano con igual fuerza motriz o con el mismo viento con respecto a los fabricados hasta entonces. Esta­ ban dotados de una curiosa campana de aviso que saltaba sobre la piedra de moler cuando se había terminado el grano de la tolva. Con él se comenzaron a sustituir las velas de lonas por las aspas de madera; en éstas se fijaban tornillos con tuercas labradas en madera que sujetaban las palas y que en función del viento se colocaban en los extremos o en toda el aspa. El estado actual de conservación de los molinos de la isla es variado, destacando por su conservación los situados en los municipios de Garafía, Pun­ tagorda y el que se localiza en el Hoyo de Mazo, propiedad de los herederos de Isidoro Ortega. Algunos de ellos se mantuvieron activos hasta hace pocos años, como es el caso de uno de los mo­ linos de Santo Domingo en Garafía; en la zona de Las Breñas se localizan restos de dos molinos; de uno más en Tirimaga (Mazo) y de otros tres en Puntallana.


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Vivienda en San Andrés, San Andrés y Sauces en distintas etapas de su existencia. Página izquierda: Arriba: A principios del siglo XX (foto: Miguel Brito, Archivo General de La Palma), en la que unos obreros están picando la fachada para probablemente revestirla de nuevo con cal. Abajo: En la decada de los setenta del siglo pasado (foto: Eulogio Hernánez López). En esta página: En la actualidad, año 2012. p. 130. 68 Pais Pais, Felipe Jorge; Pellitero Lorenzo, Néstor José. Los hornos de brea de La Palma. La Laguna: CICOP, 2004, p. 7. 69 Los montes palmeros van “caminando a su ruina [...] por la mucha fábrica de la brea y exportación a América”. Pais Pais, F.J.; Pellitero Lorenzo, N.J. Op. cit., p. 9. 70 Hernández Rodríguez, G. Op. cit., vol. II. 71 Hernández Martín, Luis Agustín. Protocolos de Domingo Pérez Escribano público de La Palma (1546-1553). Santa Cruz de La Palma: Caja General de Ahorros de Canarias, 1999, pp. 118,183. 72 Cabrera Pombrol, Pilar. El gofio y el pan en Garafía. La Palma: Cartas Diferentes, 2009, p. 67. 73 Hernández Martín, Luis Agustín. Protocolos de Domingo Pérez, escribano público de La Palma (1554-1556) Santa Cruz de La Palma: Caja General de Ahorros de Canarias, 2000, p. 361. 74 Suárez Moreno, F. Op. cit., p. 206. 75 Martín Rodríguez, Fernando. Santa Cruz de La Palma: la ciudad renacentista. Madrid: Cepsa, 1995, p. 56. 76 Fernández, J.J.; Díaz Lorenzo, J.C. Op. cit., p. 85. 77 Stone, Olivia M. Op. cit., tomo I, p. 372. 78 Garrido Abolafia, Manuel. La Puntallana: historia de un pueblo agrícola.

Puntallana: Ayuntamiento de Puntallana, 2002, p. 156. “[...] y es condisión que yo el dho dotor Escudero y las personas que yo mandare libremente puedan sacar de las dhas tierras durante dho partido y en cada año del todo el barro que yo obiere menester para hacer texa y ladrillo en un horno que tengo junto a las dhas tierras”. Archivo General de La Palma. Protocolos Notariales. Datos gentilmente cedidos por el profesor D. Jesús Pérez Morera. 80 Según la información oral proporcionada en Breña Alta en 1991 por D. Julio, entonces con 65 años y antiguo trabajador en un horno de la zona, los meses de marzo a junio eran los mejores si no se poseía un tendal cubierto. 81 También se conoce como “galapo”, seguramente como deformación del original; con este nombre se conoce también en La Mancha toleda­ na, según menciona González Casarrubios, Consolación. “Las tejerías en La Mancha toledana”. En: Arquitectura popular en España. Madrid: CSIC, 1990, p. 359. 82 Martín Rodríguez, Fernando (1995), Op. cit., p. 70. 83 Arriba Sánchez, Cipriano de. A través de las islas Canarias. Santa Cruz de Tenerife: Imprenta y Librería de Abelardo José Benítez, 1900, p. 202 84 Merino Martín, Pedro. “Las salinas palmeras”. Rincones del Atlántico, 79

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El h谩bitat rural en Gran Canaria: una breve aproximaci贸n hist贸rica Pedro C. Quintana Andr茅s

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a vivienda rural en Gran Canaria se ha convertido en una de las reseñas fundamentales en la ponderación del desarrollo social, económico e ideológico experimentado en la isla durante su etapa histórica. El hábitat y los núcleos de población rurales respondieron a las propias modificaciones operadas en el sistema productivo local, insular y regional, siendo estas transformaciones el motor del surgimiento o desaparición de pagos; las propulsoras de ciertas formas en la ocupación del espacio; causa del impulso o retraso de las redes de comunicación y servicio; las favorecedoras en la radicación de determinados tipos de edificaciones; etc. Los cambios generados en un tiempo histórico relativamente prolongado –cinco siglos comprendidos desde fines del Cuatrocientos hasta mediados del siglo XIX– no permiten distinguir en la actualidad con exactitud las formas de ocupación del terreno, las morfologías de los núcleos rurales o los modelos constructivos surgidos en cada período histórico. Incluso, la presente visión del pasado está tergiversada por los reducidos ejemplos de viviendas existentes –casi siempre integradas en los bienes de los sectores preponderantes–; la selección de edificios según los cánones impuestos

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en cada momento; el notable peso de la visión burguesa y urbana de lo rural; la influencia de las ideologías emergentes, interesadas en eliminar las partes del pasado tildadas de retrógradas, antiestéticas o antisistema; la carencia en la población actual, en general, de una mínima visión sobre el proceso histórico regional; o la ausencia entre una alícuota parte de la población, hasta hace unas pocas décadas, de una inquietud por proteger el patrimonio histórico heredado. La destrucción de bienes inmuebles –en paralelo a la eliminación del patrimonio documental, paisajístico e inmaterial– supuso la desaparición de un amplio porcentaje de éstos, reduciéndose las viviendas rurales anteriores al siglo XX a un mero relicto en el paisaje de Gran Canaria. En la isla, desde fines del Cuatrocientos hasta los inicios del siglo XX, debieron de construirse, reconstruirse y habitarse unas 50.000 viviendas rurales –incluidas las cuevas y las reutilizaciones de viviendas aborígenes–, que han quedado reducidas a unos pocos centenares en los últimas décadas, ya sea por los procesos descritos con anterioridad, las graves alteraciones infligidas por sus moradores o a causa de la generalizada indolencia sobre la cuestión insuflada a las recientes


generaciones. Sobre este escaso volumen de inmuebles –muchas veces seleccionado según su pertenencia a sectores socioeconómicos preponderantes, alterados en sus esencias básicas– se basa el intento de sistematizar, reconstruir y acercarnos hacia un pasado que, perseverante y agónico, aún llega hasta el presente invadido por un conglomerado de construcciones que en los últimos cincuenta años han pretendido restablecer los conceptos de la canariedad y lo canario. Los

bienes inmuebles en el espacio rural de

Gran Canaria

La dicotomía entre espacio urbano y rural no tiene unos límites claros y absolutos durante buena parte del período estudiado. El ámbito urbano estaba singularizado por las funciones desarrolladas hacia el conjunto de sus vecinos y el resto de la isla. Sus características básicas eran: la prestación de servicios jurídicos –tribunales eclesiásticos, civiles y del Santo Oficio–; la concentración y jerarquización de las vías de comunicación; asentamiento en él de una parte del sector del poder socioeconómico; la presencia de

destacadas entidades locales, insulares o regionales –ayuntamiento, obispo, cabildo catedral, Real Audiencia–; el hecho de reunirse en la urbe un amplio sector de artesanos y mano de obra terciaria; la existencia de una estructuración, adecuación y acondicionamiento del hábitat; la divergencia de tipologías constructivas y áreas de asentamiento grupal según el perfil socioeconómico de cada sector de la población; una profunda urbanización y colmatación del espacio; o la constatación de una alta dependencia de su hinterland para lograr el abastecimiento del vecindario1. En Gran Canaria, el núcleo urbano más acorde con dicha descripción fue Las Palmas, siendo posible incluir dentro de este rango –aunque en un escalón inferior–, a Telde y Guía, aglomeraciones donde se asentaron miembros del grupo de poder local, se erigieron en cabezas de sus comarcas y se registraron funciones de cierto rango (escribanos, control de rentas, vértices de caminos o puertos de cierta relevancia para el funcionamiento de la economía insular). Si bien a fines del siglo XIX y los inicios de la siguiente centuria el número de núcleos con rango de ciudad creció –basado en el número de habitantes–, apenas si logró incorporarse alguno, más desde un punto de vista nominal que de verdadera asunción de

Doble página anterior: Panorámica de la Hoya de Tunte, San Bartolomé de Tirajana, a principios de los años 60 del siglo XX (foto: Francisco Rojas Fariña). Página izquierda: Barrio de Las Lagunetas, Vega de San Mateo, caserío conformado por varios núcleos de vivienda debido al tipo de distribución de la propiedad. Sobresalen las viviendas de dos alturas ubicadas alrededor de la iglesia del lugar (foto: Francisco Rojas Fariña). En esta página: Conjunto de cuevas habitación en Barranco Hondo, cerradas con muros de piedra y de mampostería enlucidos (foto: Archivo FEDAC).

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su demolición y el aprovechamiento de los solares; mientras otras se emplearon en ampliar las viviendas de sus propietarios, ya mediante su derribo, ya con su integración dentro del inmueble principal. En algunos lugares se registra una creciente marginalidad urbana de las zonas donde se emplazaban las casas prehispánicas –tal como sucede en barrios externos de Gáldar como Pardelero, Ramiro de Guzmán y Carnicería–, favoreciéndose las remodelaciones internas para su progresiva desaparición o su demolición, destinando los materiales a nuevas construcciones. Las razones de la pervivencia en el paisaje insular de estas antiguas construcciones aborígenes durante la fase estudiada son variadas, aunque quizá pueda explicarse, además de las causas apuntadas con anterioridad, por la existencia de antiguos descendientes de aborígenes que siguieron morando en ellas y por la escasa capacidad adquisitiva de una gran parte de la población, la cual debió resignarse a morar en dichas viviendas como mejor alternativa. Las últimas viviendas aborígenes habitadas quedaron relegadas a las zonas o lugares periféricos de Gran Canaria. Así, en la segunda mitad del siglo XIX Sabin Berthelot logró observar el uso cotidiano de estos inmuebles en su visita a Agaete, comprobando que los grupos con menos ingresos del lugar eran los más interesados en conservarlas. Así, manifestaba que “hemos examinado otros dos edifi­cios perfectamente conservados, los que nos han presentado alguna variedad en su construcción. El exterior es más bien cuadra­do que elíptico [...] Estas dos casas están habita­das en la actualidad por familias pobres”3. Las viviendas prehispánicas destacaron por su peculiar adaptación a las irregularidades del terreno, localizándose en áreas de arrifes o no productivas; márgenes de los barrancos; lomas próximas a zonas de abastecimiento de agua potable; y lugares cercanos al mar, aunque de difícil acceso desde éste. Los aborígenes efectuaban antes de iniciar la construcción una regularización de los suelos, incluso los excavaban si era necesario, fabricando las viviendas de forma aislada o adosadas. En este último caso, el espacio existente entre el conjunto de construcciones daba lugar a unas laberínticas vías de tránsito. Su aspecto externo tendía a la forma circular-oval, pudiéndose acceder al interior de la vivienda a través de uno o más escalones realizados en piedra. Las dimensiones de estas casas oscilaban entre los 40 y los 60 metros cuadrados diáfanos, conformadas por muros de piedra seca –rellenos de ripio entre sus paredes externas e internas– con refuerzos de cantos labrados en las esquinas o grandes piedras desbastadas. La citada labor de cantería se aprecia en diversas construcciones registradas en Gran Canaria (Llanos de las Brujas, Cueva Pintada). Los techos se elaboraban a partir de un entramado inicial preparado a base de un sólido tablado, siendo éste cubierto con tortas elaboradas a base de barro y paja, sobre la cual se superponía una capa de lajas de piedras, todo ello rematado por un grueso revestimiento de barro cuya función era sellar Serie de fotografías correspondientes a la evolución urbana del barrio troglodita de Cendro en Telde. Este antiguo barrio de asentamiento de los canarios preeuropeos ha mantenido una ocupación de su espacio por más de mil años. En la actualidad el desorden urbanístico, la falta de una adecuada protección y la histórica desidia han destruido gran parte del legado histórico, tal como se aprecia la evolución de la zona desde fines del siglo XIX hasta el presente (fotos: El Museo Canario y F. Rojas Fariña).

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Actual término municipal de Artenara con los núcleos de población y número de viviendas cuevas localizadas entre 1700 y 1750.

la estructura. En su interior la techumbre se urdía mediante un entramado de maderas procedentes de palmeras, tarahales, sabinas, cedros o viñátigos. El espacio interno era diáfano, siendo las tipologías de las plantas en forma de cruz griega o de potenza. A cada uno de los brazos colaterales correspondía una función dentro del hogar –almacén, dormitorio, depósito de enseres–, convirtiéndose el espacio central en el distribuidor. El área de cocinado se encontraba habitualmente fuera de la vivienda, debiendo compartirse con otros familiares o vecinos de la extensa parentela. Las alturas medias de las paredes se situaban entre 1’50 y 1’70 metros. Los materiales utilizados en las construcciones se localizaban en las cercanías del hábitat o en las cercanías de las áreas boscosas. A estas construcciones de tiempos de los aborígenes reutilizadas hasta finales del Ochocientos se unieron otras con diferentes tipologías y usos, siendo las más comunes los llamados goros, es decir, corrales de ganado de forma más o menos circular, cuyas paredes se elevaban desde el suelo hasta 1’50 metros. Se construyeron a base de muros de piedra seca conformados por cantos irregulares y lajas, registrados con gran asiduidad en la documentación consultada en los términos de Artenara y el área

de la cumbre insular. Los almogarenes de origen prehispánico fueron construcciones mantenidas en uso hasta bien entrado el Seiscientos, destinándose la mayoría a guardar el ganado, aunque algunos llegaron a cumplir, posiblemente, otras funciones. El

trogloditismo: razones y singularizaciones de una forma de ocupación

El hábitat en cuevas es un elemento fundamental dentro de la vivienda popular de Gran Canaria hasta la actualidad, pues aún perviven núcleos trogloditas históricos como Artenara, La Atalaya, Guayadeque, Acusa o Cendro. Las cuevas –naturales, horadadas o reutilizadas del mundo aborigen– fueron una constante en el paisaje urbano y rural, siendo las excavadas construidas siempre en la toba volcánica. El trogloditismo en el ámbito rural sobresale en las jurisdicciones de Artenara, Agüimes, Gáldar y Telde, donde proliferan las pequeñas agrupaciones de cuevas en los márgenes de barrancos y en pagos montañosos del interior. Como en las dos tipologías anteriores, las necesidades y los condicionan­ tes económicos influyeron en la prolongación temporal del

ALGUNOS NÚCLEOS DE POBLACIÓN TROGLODITA EN GRAN CANARIA ENTRE 1700 Y 1750, Y NÚMERO DE CUEVAS HABITADAS

ARTENARA

Cuevas

MOYA

Cuevas

GÁLDAR

Cuevas

Acusa

65

Azuaje

4

Barranco Hondo

51

Artenara

78

Fontanales

8

Cabucos

3

Las Cuevas

8

Barranco de Moya

5

Pineda

7

Las Moradas

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Dragos

6

Caideros

9

La Majada

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Resto

10

Gáldar

94

Resto

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Fuente: Quintana Andrés, Pedro C. Mercado urbano, jerarquía y poder social: la comarca noroeste de Gran Canaria en la primera mitad del siglo XVIII. Agaete: Ayuntamiento de Agaete, 1995 (elaboración propia).

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Transformaciones urbanas experimentadas en el seno del pago troglodita de La Atalaya de Santa BrĂ­gida entre fines del siglo XIX y el presente. Una vez mĂĄs el presunto progreso ha demostrado su incapacidad para integrar los legados histĂłricos de una manera ordenada, funcional y respetuosa (fotos: Archivo FEDAC).

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Las cuevas fueron la residencia de un importante porcentaje de población en Canarias. Núcleos como Artenara, La Atalaya, Barranco Hondo o Gáldar, entre otros, tenían un considerable número de vecinos viviendo en cuevas.

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Los grupos sociales humildes –alfareras, aparceros, medianeros, jornaleros– eran sus principales moradores hasta fechas recientes (fotos: Centro de Fotografía Isla de Tenerife, TEA y Archivo El Museo Canario).

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mismo y la cocina separada del resto. El rasgo común de los registros fue la existencia de un mobilia­r io reducido, no existiendo grandes diferen­cias entre los medianos y pequeños propieta­r ­ios en el ajuar de la vivienda. Desde el siglo XVI y hasta mediados del XIX, la casa terrera experimentó en Gran Canaria un crecimiento progresivo en su presencia a medida que aumentaban los grupos populares, siendo especialmente significativo su auge a partir del segundo tercio del Seiscientos con la puesta en explotación de las tierras de medianías, atractivas para un nutrido grupo de campesinos. La mayoría de las viviendas en el ámbito rural destacaron por sus escasas dimensiones –casi todas con espacios situados alrededor de los 50-80 metros cuadrados–, precariedad constructiva y falta de mantenimiento adecuado, además de su drástica practicidad interna. La escasa atención y dinero destinado al remozamiento de la vivienda era el resultado de la propia pobreza de muchos de sus dueños, sobre todo si pertenecían a los sectores populares, sobre los cuales se abatían cíclicamente las recesiones económicas que suponían disminución de ingresos y una crónica inestabilidad laboral agravada por una creciente inflación. El rápido deterioro de las viviendas también obedecía a la propia tipología constructiva y las peculiaridades de la climatología en cada lugar. La piedra, el barro y la cal eran la base de la mampostería de los elementos sustentantes, obligando a los propietarios a efectuar continuadas labores de mantenimiento, más si sólo se utilizaba la tapia –barro, paja, entramado de madera, cascotes– para su elaboración. La construcción de obras en piedra seca, es decir, sin argamasa, quedó reducida a una fracción de las casas rurales –comúnmente habitadas por jornaleros o grupos dedicados a la subsistencia–, a las cocinas –siempre situadas en los patios o fuera de la casa–, a los muros divisorios, o a viviendas de uso temporal en los campos de cultivo. Los datos recogidos de las diversas construcciones permiten hacer una aproximación a las formas y materiales empleados en su elaboración, siendo la base de las fábricas la mampostería tras la progresiva eliminación desde principios del Seiscientos de la construcción a base de tapias de barro, cascotes y cal, la cual se deterioraba con gran rapidez. La madera (viñátigo, palo blanco, tea), constituye, por su valor, otro de los aspectos de importancia a la hora de realizar las residencias. El alto valor de la madera, las dificultades para obtener permisos de extracción, el pago de aranceles para su corte o la cada vez mayor lejanía de los lugares de explotación no sólo supusieron un incremento lineal de su precio, sino también que las instituciones, especialmente las iglesias o los conventos, así como los más pudientes, debieran recurrir a la adquisición de partidas en otras islas como Tenerife o La Palma. Todo ello obligaba a En esta página: Tipologías de casas de una sola planta, tejados a dos aguas, azotea plana y elementos anexos. En la primera se observan diversas dependencias para guardar cereales y alpendres. En la segunda y la tercera podemos ver ejemplos de hornos adosados y exentos. Página derecha: Casas de una planta con tejados a dos aguas y vanos distribuidos de forma regular en la fachada. En la foto inferior se observan viviendas construidas de forma escalonada, adaptadas a la inclinación del terreno, y unidas por un camino empedrado (fotos: Francisco Rojas Fariña, excepto la primera de esta página).

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En esta página: Puerto de Las Nieves, Agaete, donde se observan varias viviendas de forma cúbica con techo plano, tal como corresponde a un lugar donde las precipitaciones medias anuales son escasas (foto: F. Rojas Fariña). Página derecha: Barrio de Tufia, Telde, donde siguen habitadas algunas viviendas trogloditas (foto: Archivo FEDAC). Abajo: Vista de la playa y el puerto de Mogán a principio de los años 60 del siglo pasado. Sobresalen las viviendas de una sola planta, forma rectangular y techos planos propiedad de los pescadores del lugar. A ella se suman almacenes destinados a guardar las barcas, redes, nasas, salazones, más los construidos para el almacenamiento de la fruta destinada a la exportación (foto: Francisco Rojas Fariña).

debía ir labrado en sus carre­ras, al igual que sus tirantes cortados al cuarto. El techo llevaría la solera en su base y un chaflán con nudillos. La solera se tabicaría por la parte de arriba, uniéndose a ella los husillos, todos ellos llanos. El techo del corredor por dentro y fuera iría cepillado y machihembrado, con los antepechos labrados, las zapatas llanas y los pilares sin adorno. En el corredor el carpintero debía realizar dos pares de puertas con pernios y cinco cruceros, todas ellas conformadas por tabecos, cojinetes y un bocelado, sin postigo alguno5. Los cimientos de las viviendas eran de escasa profundidad, entre 15 y 25 centímetros, con paredes anchas donde los tablones de madera jugaban un papel fundamental para la construcción de huecos como ventanas y puertas, sirviendo de dinteles formeros, pilares embutidos en paredes o como soportales de los corredores de los patios. La cantería se destinaba, según las posibilidades de los dueños, a las esquinas del inmueble, embelleciendo y sosteniendo 29

las presiones de la estructura; las escaleras en las viviendas de mayor rango; y resalte de los huecos, tal como sucedía con las portadas. Las edificaciones comunes tenían paredes de 10 palmos de alto –un palmo equivale a 21 centímetros–, aproximadamente 2’10 metros, y, en el caso de que se construyera una habitación sobradada, ésta contaría con un total de 9 palmos, con diversidad de huecos para ventanas y puertas, aunque lo corriente era que las ventanas fueran dos o cuatro y las portadas una o dos. Los marcos de las puertas y ventanas tendían a ser adintelados, con algunos resaltes en sus partes superiores, en el caso de las puertas, o dinteles decorados con motivos geométricos en las ventanas. En la vivienda terrera rural el arco tiene menor representación. En Gran Canaria todavía no existe una clasificación pormenorizada de las tipologías de las casas terreras según su localización y uso, aunque ejemplos constructivos registrados a lo largo de la Edad Moderna permiten comprobar variadas matizaciones en


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combinación también se registra en casas de dos plantas. En algunas localidades –Agüimes, Ingenio, Telde– se observa el caso de dos inmuebles o crujías paralelas y perpendiculares a la vía dejando en medio un patio, limitado por uno de sus lados por un muro mientras el otro tiene una portada de salida a la calle (1a3). Finalmente, dos o más viviendas, si son de un solo propietario, podían unirse formando una L o una U con patio interior. Subgrupo –dentro de sus múltiples variantes– del inicial es la vivienda a la cual se le han adosado otras dependencias ampliándose el alero del techo de la casa principal para englobar las nuevas construcciones. De este modo, la vivienda formaba un volumen asimétrico. En algún caso, podía existir un patio interno creado por las construcciones secundarias, siempre delimitado por un muro (1a2). b) La vivienda cuadrada o rectangular de azotea plana (1b), predominante en las zonas de costa, además de registrarse ejemplos en Telde, Ingenio, Guía o Agaete. En las áreas de litoral su número debió de ser elevado, al ser la casa habitual de los hombres de la mar, salineros o aparceros. Sus muros están realizados de piedra, barro y cal, mientras su techo puede estar ligeramente combado hacia un desagüe o gárgolas. Un segundo subgrupo es la vivienda de planta rectangular (1b2), situada en el sentido de la vía, con cubierta plana que se prolonga sobre la fachada haciendo de porche de entrada a la casa. Se localizan en zonas de Telde y Valsequillo.

La

vivienda de dos plantas y sobradada rural: características y distribución

La vivienda de dos plantas o de alto-bajo tuvo una presencia menor en el ámbito rural, casi siempre integrada en el patrimonio de los medianos propietarios y los hacendados absentistas, con planos de variada tipología, aunque predominando los ejemplos en forma de L, U, [ o I. En los siglos XVI y XVII este tipo de viviendas se emplazaba habitualmente en haciendas o extensos terrenos agrarios, pero desde mediados del Seiscientos se registran algunas en manos de medianos y pequeños propietarios, sobre todo en las áreas de medianías. Las últimas siempre destacan por sus escasas dimensiones, y en varios casos son meras ampliaciones de antiguas casas terreras. Las residencias de alto-bajo se manifestaban, ante todo, como símbolos de propiedad, ostentación y pertenencia a un grupo social definido. La aglomeración de este tipo de casas en las poblaciones de mayor jerarquía económica es proporcional al volumen del grupo de medianos y grandes propietarios asentado en él. Un extenso porcentaje de las viviendas de alto-bajo rurales se registran en los núcleos noda­les de la redistri­bución de rentas (Agüimes, Guía,Telde). En algunos ejemplos las edificaciones tenían sobrados sobre el último piso, todos cubiertos con tejado a dos aguas. En estas partes superiores o buhardillas se guardaban las cosechas o los

Casa de dos planta con patio y galería cubierta, con acceso al piso superior mediante una escalera exterior realizada en piedra (tipología 2b2).

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En esta página: Vivienda rural de dos plantas con balcón central cubierto de tejaroz (tipología 2b), en Temisas, Santa Lucía de Tirajana. Página derecha: Mosaico de fotos de núcleos y viviendas rurales de Gran Canaria de hace escasas décadas. En ellas se aprecia la unión entre agricultura, población y la sostenibilidad de la vida en el ámbito rural con medios suficientes para potenciarlos si posteriormente se hubieran dirigido hacia otras formas de desarrollo económico. En las imágenes se observa como aún perviven los usos tradicionales constructivos tanto en las viviendas como en las vías de comunicación (fotos: Francisco Rojas Fariña).

En general, se pueden distinguir en el agro grancanario, según los ejemplos registrados, dos grandes tipos de viviendas de dos plantas con o sin sobrado: 1) La casa cubo cuadrangular, rectangular o en forma de L, cuya fachada puede tener múltiples huecos distribuidos de forma regular o no. Si no está adosada, puede disponer de vanos hacia otras vías. Su cubierta era de dos o cuatro aguas, destacando los ejemplos localizados en Teror,Valleseco, San Mateo, Santa Brígida o pagos de Arucas (2a). Una variante fue la vivienda con fachada perpendicular o paralela a la vía –en determinados casos con forma de L–, cubierta a dos aguas. En la citada fachada se localizan dos o más puertas y similar número de ventanas, manteniendo o 41

no la simetría. Posee un balcón o una galería –barandal, antepecho cerrado– abierta al patio y sostenida sobre pies derechos, pudiendo abarcar la última el tercio central o prolongarse aún más en la fachada del espacio interno, el cual se cierra mediante una tapia (2a1). Los ejemplos más característicos se encuentran en Santa Lucía, Temisas, Veneguera –predomina la vivienda de piedra sin enjalbegar exteriormente–,Valleseco y Teror. Finalmente, un segundo caso (2a2) es el de dos edificaciones de alto y bajo rectangulares unidas por uno de sus lados más cortos, formando una L con brazos de similar tamaño. En estos casos, la estructura es cerrada por un patio cuyas paredes son una L invertida a la anterior. El acceso se hace a través de una portada


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Panorama sobre el hábitat y la arquitectura rural en El Hierro Sixto Sánchez Perera “En memoria de mi hermana Ana Mari: una mujer enamorada de la vida (23 - 04 - 2013)”

S

la isla, se puede apreciar una supervivencia de casas de tipo muy irva como preámbulo a este artículo un texto de José Pérez simple y primitivo en los campos herreños hasta tiempos bastanVidal (1967) donde, al exponer de manera genérica una sete recientes4. rie de condicionantes que interfieren en el desarrollo de las sociedades, los pueblos y sus viviendas, parece –sin hacer menPor consiguiente, el concepto que ha imperado acerca de la arción específica a El Hierro– estar definiendo en esencia la realiquitectura realizada ha estado influido por una serie de criterios dad de los acontecimientos que han marcado el devenir histórico que conciben a ésta como reflejo del nivel socioeconómico y de esta isla y, más en concreto, en lo que concierne a los aspectos cultural de sus habitantes, de su escasez de recursos, así como del definitorios de las pautas del hábitat y la arquitectura tradicional secular aislamiento que ha venido padeciendo. Dicho aislamiento no sólo se refiere a sus relaciones con el exterior, sino que aquí realizada: “La sumisión a los materiales nativos y el plegamiento al medio físico han sido extremados en algunos pueblos distantes de los también influirán las difíciles comunicaciones interiores. En este puertos. El doble aislamiento –el propio de la isla y el derivado de la sentido, sirva como ejemplo el hecho de que hasta 1912 no se incomunicación interior–, junto con otros factores, ha privado hasta hace iniciarán las obras para la construcción de la primera carretera, relativamente poco tiempo a esos pueblos, no sólo de recursos modernos, cuyo objetivo principal era enlazar el puerto marítimo de La Estaca con el valle de El Golfo, logro que se conseguirá en 1942. sino de estímulos para desearlos e introducirlos. En esos medios rústicos no es raro encontrar todavía representadas todas las etapas fundamentales Hasta entonces, la isla sólo contaba con una intrincada red de senderos y caminos sólo aptos para arrieros, bestias de carga de la evolución de la vivienda humana: desde la cueva y la choza en las zonas más enriscadas y pobres, hasta la casa de tipo y caminantes, por lo tanto intransitables para otro más o menos urbano en el pequeño núcleo tipo de transportes como carros o coches de que constituye el centro o cabecera del caballo. pueblo”1. En consonancia con dicho texto, La isla se han realizado diversas interpretaciones como la que quiere El Hierro, dentro del contexto de las islas habitadas que componen ver en la escasez de materias el archipiélago canario, se disprimas la razón de la abundancia de casas con cubierta de tingue por su origen volcánico paja, “único caso en Canarias”, reciente, con una edad geolólo cual imprime una cierta gica estimada en 1’7 millones originalidad a la vivienda rural de años; reducidas dimensiones herreña2. Otra señala que en la (268’7 km2); lo escarpado de su capital –Valverde– se pueden topografía, con una altitud de ver casas que constituyen los 1.503 m.s.n.m.; y el alejamiento pocos ejemplos que existen de derivado de su ubicación geográuna arquitectura que, aunque fica suroccidental. Particularidades es básicamente popular, pretenque nos permiten definirla como de una diferenciación con las viuna “isla montaña” donde se pueden viendas más humildes3. Y, por último, distinguir dos ámbitos geográficos o verla que argumenta que, dada la tientes claramente diferenciadas: Página izquierda: Villa de Valverde a comienzos del siglo XX. situación extremadamente ocel norte, húmedo y fresco; y el La Calle, hoy C/ Licenciado Bueno. En esta página: Laderas de cidental y poco comunicada de sur, seco y caluroso. El Golfo, ilustración de John Whitford. 1890. 2


En esta página: En primer plano vivienda de dos plantas y módulo anexo a dos aguas con cubiertas de colmo, al fondo Tesine, Valverde. Página derecha: Arriba: Detalles de cubiertas de colmo. Centro: Izquierda: Pozo de Las Calcosas, Valverde. Derecha: Costa de Sabinosa, La Frontera. Abajo: Izquierda: Casas pajizas a un agua, Los Espaderitos, El Pinar. Derecha: Pueblo de Guinea, La Frontera.

era de una sola nave de planta rectangular a dos aguas. Con posterioridad, en 1748, ciento setenta y un años más tarde, habría que destacar, entre otras actuaciones, el añadido de la capilla mayor y el campanario. En el primer cuarto del siglo XIX se construyeron la sacristía y el arco de piedra que separa la primera nave de la capilla, y ya se habían iniciado las obras de los aljibes que se localizan frente a la fachada de la ermita. De finales del XIX data el conocido como “salón de los romeros”, y en 1935 se encarga la construcción de un muro de cerramiento y los cuartos de peregrinos. De esta manera, el perímetro del recinto, antes delimitado por una pared de piedra seca, quedará con su nuevo aspecto, respetando de lo anterior la zona de los aljibes y los abrevaderos que quedan integrados en la pared. A partir de entonces se han ejecutado sucesivas reformas encaminadas más a su mantenimiento y conservación que al cambio de la estructura ya establecida28. La

casa pajiza herreña

La modalidad arquitectónica de casas pajizas estimamos que se remonta en la isla al periodo en que comienza a afianzarse el proceso colonizador durante el siglo XVI. La precariedad de las condiciones de este hecho –escasez de medios económicos y de técnicos cualificados– determinó que los nuevos pobladores 21

tuviesen que adaptar sus esquemas habitacionales y constructivos a las características del territorio insular, surgiendo así diferentes tipologías de hábitat que van desde las diversas modalidades de vivienda troglodita hasta la construcción de las primeras estructuras arquitectónicas con cubierta pajiza. Las influencias de esta nueva arquitectura señalan a los españoles y portugueses como sus principales impulsores, tal como se desprende de la lectura de los siguientes textos del siglo XVI: “Y acabando de poner todo en orden, la iglesia y dos o tres casas que hicieron los españoles, llamaron a la villa Villa de Los Llanos, que allá dicen Llanos de S. Andrés de la isla de El Hierro, [...]”. “[...] los españoles e isleños son hasta hoy sus habitantes [...] siempre las cuevas están llenas de ellos, y no hacen casas sino algunas que se casan con portugueses”29. Sin embargo, en los pequeños núcleos urbanos de Canarias esta práctica constructiva inicia un progresivo abandono desde comienzos del siglo XVI, como consecuencia de acuerdos y ordenanzas expresas, como las del Cabildo de Tenerife30, por las que se prohíbe –aludiendo a razones de seguridad y estética– la edificación de casas cubiertas con paja, restricciones que originan que las casas pajizas queden relegadas a zonas rurales caracterizadas por un asentamiento poblacional aislado y disperso, e integrado por el sector social más humilde.


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En esta página: Los Llanillos, antigua jurisdicción de El Golfo, que actuó como una importante zona de mudada de familias de El Pinar y San Andrés. Arriba: 1935. Abajo: 1960. La Frontera. Página derecha: Diversas tipologías de casas con diferentes soluciones de adaptación al terreno.

rollizos que forma la “cumbrera” o techumbre, que finalmente se tapa con una cubierta vegetal de paja de centeno o colmo. Su distribución por el territorio insular es muy amplia y puede encontrarse bien formando pequeños núcleos, como los asentamientos de acogida de la mudada en El Golfo, con el poblado de Guinea como un claro exponente; compartiendo espacio con otras construcciones de dos alturas en antiguos núcleos de población; o de manera diseminada por las distintas propiedades agrícolas. La falta de medios técnicos, unida a la limitada funcionalidad del recinto, genera que muchas de estas construcciones se adosen al desnivel del terreno e incluso utilicen parte de éste como pared. También hace que la apertura de los vanos se reduzca al mínimo, tan sólo una puerta y, en ocasiones, una pequeña ventana y una

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alacena o “bacinera”, con el fin de no hacer más frágiles unas paredes carentes de argamasa. La carpintería que le acompaña es muy rudimentaria, consistiendo en una serie de tablones unidos a unos travesaños con el empleo de clavos de forja o pasadores de madera. Este modelo de vivienda carece de revestimiento exterior, aunque no ocurre lo mismo en su interior, donde se aplica, por lo general, una mezcla confeccionada a base de bosta de ganado vacuno y cenizas resultantes de la combustión del hogar, tanto en el suelo como en las paredes. La escasez monetaria impondrá un control sobre el uso de la cal, que se asocia, cuando hace acto de presencia, a los elementos que intervienen en la captación y depósito del agua de lluvia, como son cogederos, canales y aljibes, que se distribuyen estratégicamente en torno a la vivienda, procurándose así la recogida de todo el preciado líquido que se desliza de los techos y cualquier otra superficie habilitada al efecto (cogedero). A comienzos del siglo XX empieza a generalizarse la construcción de aljibes, cuya presencia ya es descrita en el último cuarto del siglo XVIII (1785). Su localización en las inmediaciones del ámbito doméstico terminará por convertirlo en un elemento emblemático en la arquitectura tradicional herreña: “[...] y siendo el agua tan mala y costosa de subir a las casas, han fabricado distintos aljibes que en este año de 85 he visto adelantados hasta 12, y están prontos a hacerse algunos más; pero con todo conserva la [sic] agua el color de café por recogerse de los techos cubiertos de paja de centeno”33. Las construcciones auxiliares o complementarias son escasas y reflejan el quehacer cotidiano: cuadras, chiqueros, chozas..., una serie de elementos que constituyen, con la vivienda y los huertos más próximos, lo que se denomina un “sitio”. Un ejemplo podría ser la denominada “cocina de verano”, situada al exterior, compuesta por dos o tres piedras, “teniques”, que constituyen el “fogar”, a su vez protegido por una cubierta construida bien con lajas de piedra de relativo tamaño o bien con una ramada vegetal.


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Página izquierda: Diferentes tipologías de viviendas de dos plantas. En esta página: Izquierda: Arriba: Alpendre de alto y bajo, San Andrés, Valverde. Abajo: Fachada principal de alprende de dos plantas, Isora, Valverde. Derecha: Cuadra-vivienda en Las Casas, El Pinar.

los mojinetes (caballete) y parapetos laterales con el empleo del mismo material, elementos que pueden variar dentro de este mismo tipo de construcciones. La aplicación de un encalado parcial, que deja al descubierto las esquinas y los remates mencionados, le imprime a la obra un aspecto de robustez que la distingue de otros edificios totalmente encalados. A este tipo de construcciones se le denominaba popularmente “casa encalada con esquinas vistas”. Estrechamente ligado a estas viviendas se encuentra, como construcción auxiliar adosada a un lateral, el denominado martillo, dependencia con cubierta de azotea utilizada como cocina-comedor. Otros tipos de manifestaciones arquitectónicas tradicionalmente asociadas a una techumbre con cubierta pajiza, que a la vez emplean el mismo sistema de tapado de las viviendas, han sido la cuadra o alprende y el tinglado. El alprende ya había sido descrito para El Hierro “como una construcción cuadrangular, destinada únicamente a caballeriza o cuadra”39. Sin embargo, con la misma denominación también se define a una dependencia –provista de puerta y carente de ventana– destinada a almacenar la comida de los animales, otros enseres y aperos. Este recinto puede localizarse adosado a un lateral de la cuadra o superpuesto a ella, formando una estructura de planta rectangular y dos alturas, similar a la de las casas sobradadas, con

cubierta de colmo a una o dos aguas, que incluso llegó a utilizarse como vivienda, siendo la planta inferior donde se amarran los animales –ganado mayor–, que pueden ser alimentados a través de vanos dispuestos en el solladío. En esta tipología de alprende se pueden apreciar diferencias que vienen determinadas por la forma del vano de acceso a la planta baja, estableciéndose dos variantes: mientras en una la característica principal va a ser el arco o archetado de piedra (San Andrés, Las Rosas, Isora), de factura idéntica a la utilizada para formar la bóveda de cerramiento de los aljibes tradicionales, en la otra será la horizontalidad la que prevalezca, establecida por el dintel o los dinteles de madera (El Pinar, San Andrés). Esta última variante evoluciona obteniendo mayores dimensiones y mejor calidad de la construcción, para transformarse en cuadra-vivienda con cubierta a un agua o de azotea y provista de ventana. Hemos de tener en cuenta que esta premisa de cuadra, sinónimo de cubierta pajiza, no se cumple por completo en todo el territorio insular. La salvedad se encuentra en el valle de El Golfo, donde, debido a su clima menos lluvioso y a su antigua y predominante trayectoria agrícola en el cultivo de la vid, serán los sarmientos de estas vides los que proporcionen la materia prima para techar, no sólo las cuadras, sino también otra serie de estructuras como lagares y chozas, que se cubren con ramadas de este vegetal. 32


Arriba: Casa terrera de azotea, Tigaday, 1947, La Frontera. Abajo: Conjunto arquitectónico del Barranco de Las Martas, El Mocanal, Valverde (foto: J. Blaauboer. A. G. P.). Página derecha: Arriba: Izquierda: Interior de cubierta de azotea o “techo de astillas” de sabina. Derecha: Detalle de los componentes de la cubierta. Abajo: Biqueras o canales de desagüe de las azoteas.

El tinglado es una estructura destinada a pasar higos, característica de la zona de El Pinar. Consiste en dos paredes de piedra seca, situadas en paralelo y rematadas en fuerte pendiente hacia su parte posterior, que deja entre ambas un espacio a cubrir, que termina por formar una especie de cobertizo. La finalidad de su planteamiento constructivo es la de recibir el máximo de insolación diaria –gracias a su orientación– a la vez que protege del rocío o la lluvia la fruta colocada en su interior.

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La

casa de azotea

La casa de techo plano, de torta o de azotea, va a estar representada por viviendas de una o dos alturas. En ésta última se repite el mismo concepto habitacional de piso alto como vivienda y piso bajo como lonja, bodega o la combinación de ambas. La planta puede variar entre el rectángulo, el cuadrado o la composición en forma de “L”, o constituir agrupamientos modulares más complejos donde se combina con cubiertas a dos aguas, bien de paja o bien de teja. Así mismo, poseen este tipo de cubiertas otros recintos como los destinados a cocina o cocina-comedor, que, por lo general, carecen de chimenea, y cuando la hay suele ser –salvo excepciones– de reducidas dimensiones y de un aspecto muy austero, carente de sentido ornamental. La referencia con la que contamos sobre la presencia en la isla de la cubierta plana sitúa cronológicamente esta modalidad de techumbre a principios del siglo XIX, al respecto de la construcción de la capilla de la ermita de Los Reyes, en La Dehesa, (1817)40. Sin duda, la introducción de este nuevo elemento diversificará, en lo sucesivo, la tipología de la arquitectura tradicional realizada hasta entonces. En su realización interviene una serie de materiales que varían en calidad en función del tipo de estructura a cubrir y de quienes sean sus promotores. Para ello, en primer lugar, sobre las vigas colocadas en paralelo y equidistantes entre sí se añade una tupida camada de astillas de madera –al igual que las vigas, de


Doble página siguiente: De arriba abajo y de izquierda a derecha: Casa terrera de azotea en El Picacho (Agua Nueva), La Frontera. Casa terrera de azotea con esgrafiados, Tigaday, La Frontera. Casa terrera modular con cubiertas planas, Sabinosa, La Frontera. Vivienda-lonja en Belgara Baja, La Frontera. Vivienda de dos plantas en la que destaca el trabajo de cantería, Las Lapas, La Frontera. Vivienda en la que sobresale la ornamentación, El Mocanal, Valverde. Casa modular con escaleras y pasillo exterior, El Cabo, Valverde. Casa con corredor acristalado, El Cabo, Valverde. línea línea

tea o sabina–. Sobre éstas suele aparecer, o no, una ligera capa vegetal de “basa” (hojas de pino secas), a la que se le superpone una primera torta o nivel de tierra sin cribar, o de jable o picón, de unos diez cm de espesor, cuya finalidad es la de proporcionar a la cubierta la pendiente necesaria para evacuar el agua. Y, por último, se aplica una segunda torta, mezcla de jable y cal, de entre 2 y 3 cm de espesor, que protege e impermeabiliza la techumbre. El remate perimetral suele presentar dos modalidades: aquélla en la que el enrase de las paredes apenas sobresale en altura con respecto a la superficie de la cubierta, y otra, la más elaborada, que plantea un cerramiento del contorno con la construcción de un “parapeto” o ligero alzado de las paredes, con caída hacia el interior, lo que permite que el agua vierta a la azotea y de

ésta discurra hacia un desagüe o canal que comunica con un depósito. De ahí la interpretación que realiza J. Hernández Perera al concebir esta cubierta en El Hierro como un “‘compluvium’ para proporcionar a los aljibes el agua de la lluvia, la única esperanza de vida para una tierra sedienta”41. En 1883, la escritora inglesa O. Stone visita El Hierro, fruto de lo cual surge la siguiente impresión sobre el aspecto urbanístico y arquitectónico que presentaba Valverde, mencionando la presencia de este tipo de cubiertas: “Las casas no están dispuestas en hileras sino diseminadas sin orden ninguno. Nunca hay más de cuatro juntas. Algunas tienen azoteas y otras las típicas tejas rojas. [...] El Hierro no tiene residentes acaudalados. La casa del sacerdote es, en realidad, la única de cierto tamaño o comodidad; el resto de las casas son las de los campesinos”42. 34


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Doble página anterior: Panorámicas de la Villa de Valverde. Núcleos entorno a la Parroquia Matríz de La Concepción. Página izquierda: Arriba: Finales del siglo XIX. Año 1931. Página derecha: Arriba: Década de los 70 del siglo XX. Abajo: Año 2012. En esta doble página: Panorámica de la Villa desde la zona de El Río.

Notas Pérez Vidal, José.“La vivienda canaria: datos para su estudio”. Anuario de estudios atlánticos, nº 13 (Madrid; Las Palmas de Gran Canaria, 1967), p. 43. 2 Afonso Pérez, Leoncio.“Por la geografía de El Hierro”. En: Miscelánea de temas canarios. Santa Cruz de Tenerife: Cabildo Insular de Tenerife, 1984, p. 88. 3 Martín Rodríguez, Fernando Gabriel. Arquitectura doméstica canaria. Santa Cruz de Tenerife: Aula de Cultura de Tenerife, 1978, p. 20. 4 Pérez Vidal, José. Op. cit., p. 51. 5 Darias y Padrón, Dacio V. Noticias generales históricas sobre la isla de El Hierro. Santa Cruz de Tenerife: Goya, 1980, pp. 189-190. 6 Velasco Vázquez, Javier; Ruiz González, Teresa; Sánchez Perera, Sixto. El lugar de los antepasados: la necrópolis bimbape de Montaña La 1

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Lajura.Valverde: Cabildo Insular de El Hierro, 2005, p. 126. 7 Tejera Gaspar, Antonio; Jiménez González, José Juan. “Las manifestaciones artísticas prehispánicas y su huella”. En: Historia cultural del arte en Canarias. Canarias: Gobierno de Canarias, 2008, t. I, p. 172. 8 Frutuoso, Gaspar. Las islas Canarias (de “Saudades da terra”). Prólogo, traducción, glosario e índices por E. Serra, J. Régulo y S. Pestana. La Laguna: Instituto de Estudios Canarios, 1964, p. 135. 9 Abréu Galindo, Juan de. Historia de la conquista de las siete islas de Canaria. Santa Cruz de Tenerife: Goya, 1977, p. 87. 10 Verneau, René. Rapport sur une mission scientifique dans l’archipiel canarien. Paris: Imprimérie Nationale, 1887, p. 188. 11 Marrero, Consuelo; Barroso,Valentín; Sánchez, Sixto. “Trabajos en el yacimiento de Afotasa (El Hierro)”. Comunicación presentada en:


Seminario Arqueomac de Gestión del Patrimonio Arqueológico (La Restinga, El Hierro, 27 a 29 de marzo de 2011). 12 Padrón, Aquilino. Relación de unos le treros antiguos encontrados en la isla del Hierro. Las Palmas: Imprenta de Antonio López Ramírez, 1874, p. 6. 13 Abréu Galindo, Juan de. Op. cit., p. 89. 14 Verneau, René Viviendas y sepulturas de los antiguos habitantes de las islas Canarias: la arquitectura entre estas poblaciones primitivas. La Orotava: J.A.D.L., 1996, p. 39. 15 Álvarez Delgado, Juan. “La región del Julan y sus vestigios arqueológicos”. En: Excavaciones arqueológicas en Tenerife (Canarias), Plan Nacional 1944-1945. Madrid: Ministerio de Educación Nacional, 1947, p. 191. 16 Abréu Galindo, Juan de. Op. cit., p. 85. 17 Sánchez Perera, Sixto. La mudada al valle de El Golfo, El Hierro: una aproximación etnohistórica. El Hierro:Ashero (Asociación para el Desarrollo Rural de la Isla de El Hierro); Cabildo Insular de El Hierro, 2008.

Díaz Padilla, Gloria; Rodríguez Yánez, José Miguel. El señorío en las Canarias occidentales: La Gomera y El Hierro hasta 1700.Valverde: Cabildo Insular de El Hierro; San Sebastián: Cabildo Insular de La Gomera, 1990, p. 26. 19 Lorenzo Perera, Manuel J. Tierras comunales e instituciones pastoriles en la isla de El Hierro. Canarias: Gobierno de Canarias, 2011, p. 60. 20 Marín, Cipriano; Luengo, Alberto. El jardín de la sal. Tenerife: Ecotopía, 1994, p. 74. 21 Urtusáustegui, Juan A. de. Diario de viaje a la isla de El Hierro en 1779. Ed. de Manuel J. Lorenzo Perera. La Laguna: Centro de Estudios Africanos; Puerto de la Cruz: Colectivo Cultural Valle de Taoro, 1983, pp. 38, 47. 22 García del Castillo, Bartolomé. Antigüedades y ordenanzas de la isla de El Hierro. Ed. y estudio de Maximiano Trapero, Alberto Anaya y Rosario Blanco. Las Palmas de Gran Canaria: El Museo Canario; Valverde: Cabildo Insular de El Hierro, 2003, p.181. 23 Ibidem, p. 186. 18

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“El Valle se termina y llegamos a un enorme llano, más bajo en el centro y completamente rodeado por montañas. Hacia el este hay tres conos volcánicos de un color rojo vivo. En realidad, hay conos volcánicos a todo nuestro alrededor. Son las 10:30 a.m. cuando pasamos junto a una iglesia y a unas casas que, según nos dicen, integran San Andrés (3.050 pies). La iglesia tiene un aspecto muy pobre, literalmente una nave y un campanario. Justo antes de llegar a la iglesia pasamos junto a un caballo muerto. Los cuervos que lo rodeaban por docenas nos hicieron recordar las estampas del desierto. […] Al acercarnos a San Andrés, descubrimos que tiene más cabañas de lo que parecía. Están construidas con materiales que tienen el mismo color que el suelo y, por lo tanto, son casi invisibles. La tierra está cubierta de vetas, como surcos gigantescos que hubiera arado un gigante. Las casas de aquí están amuralladas y, como tanto los muros como los tejados son oscuros, no hay nada blanco y deslumbrante, excepto la iglesia enjalbegada –al menos, lo estuvo hace tiempo-. Cerca de dónde estábamos nos mostraron un gran agujero en la tierra, la entrada a una cueva, que según dicen recorre una gran distancia en dirección al mar. Por supuesto es una cueva guanche, si utilizamos esta denominación genéricamente”. Olivia M. Stone, 1883 “Ascendimos desde Valverde hasta lo alto de la montaña. El sendero (porque no hay carreteras en esta isla) era sinuoso y difícil de transitar. […] Aquí las casas se volvieron más numerosas, y las higueras ocupaban una amplia extensión; rebaños de ovejas y cabras, y unas pocas de sanas reses, aparecían extendiéndose en derredor. Todo esto sucedía a una altitud considerablemente superior a los 2000 pies, a una altura desde la que se percibía el mar a ambos lados de la isla. […] La mayoría de las mesetas de El Hierro es de naturaleza volcánica, de zahorra. Los alimentos para las reses y las cabras no crecen en abundancia. Las alquerías son escasas pero, ocasionalmente en huecos escogidos, aparecen algunas hermosas perlas: pintorescas casitas antiguas que se asoman desde pequeñas parcelas de cultivo y desde entre las más selectas flores y árboles frutales en flor. En una zona desierta, escabrosa fumarolas de calor evidencian fisuras en la lava, similares, aunque en menor medida, a las de Montaña de Fuego en Lanzarote.”. John Whitford, 1890

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Haciendas, quintas y casas de campo. Unidades de labor, arquitectónica y paisajística Jesús Pérez Morera A Fernando Gabriel Martín Rodríguez, a su huella imperecedera.

Introducción Configuradas a partir de los principales repartos de tierras y aguas efectuados entre los más destacados conquistadores, empresarios y banqueros que participaron o financiaron las operaciones militares de la Conquista, las grandes haciendas y heredamientos –como la de Los Príncipes en Los Realejos o la de Daute en Los Silos– son herederas directas de este statuo quo que se estableció tras la anexión a Castilla y que ha pervivido hasta nuestros días. Valles, tierras bajas de regadío –plataformas, ramblas y terrazas costeras–, con sus fuentes y “ríos” anexos, o lomas entre barrancos, desde la costa hasta la cumbre, y franjas verticales “de mar a sierra” fueron concedidos y dedicados por sus primeros beneficiarios, y después por sus sucesores, a implantar los diferentes cultivos lucrativos de exportación –azúcar, vid, cochinilla, plátano– que han marcado los ciclos económicos de las islas desde el siglo XV hasta la actualidad. De estos distintos modelos de producción el vino fue sin duda el más duradero y el que ha dejado más huella en la arquitectura y en la organización espacial de la

hacienda. Junto a estas plantaciones, que coparon las tierras más fértiles y los recursos hídricos más caudalosos, las dedicadas a los cultivos de subsistencia, a los cereales y al pastoreo –menos productivas–, localizadas en las bandas meridionales y en las tierras de secano, ocupan un lugar secundario, ofreciendo una estructura y una articulación más simplificada y funcional. Frente a las posesiones pequeñas o medianas –bajo las denominaciones de “tierras”, “propiedad”, “viña”, “heredad”, “pedazos”, “suertes”, “cercados” o la más reciente de “finca”–, con pequeñas construcciones que entran de lleno en la arquitectura rural y popular y funciones agropecuarias o de vivienda para labradores, colonos o medianeros, la hacienda define históricamente a las plantaciones más extensas o a las más ricas, con casa señorial de campo para uso temporal de sus propietarios, residentes en villas y ciudades. Además de su altura –casa alta y sobradada–, la riqueza de sus elementos arquitectónicos, a pesar de su naturaleza tradicional o su carácter culto en algunas ocasiones, determina una arquitectura en el medio rural que, en su búsqueda de remarcar las diferencias de clase y condición, se separa de lo estrictamente

Página izquierda: Paraje natural protegido, la Rambla de Castro, asomada como un balcón al mar, debe su nombre al hacendado portugués Hernando de Castro. Su exuberante esplendor natural causó la admiración de viajeros, científicos y fotógrafos. Abajo: Vista de Los Silos. En primer término, la desaparecida casa principal de la hacienda o heredamiento de Daute.

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Haciendas en la periferia de Santa Cruz de La Palma. Arriba: Izquierda: Casa Vélez de Ontanilla, en las Nieves. Al fondo la Hacienda de Miraflores. Derecha: Hacienda de Miraflores, sobre La Dehesa. Abajo: Era de pan trillar en Buenavista del Norte. Página derecha: Dibujo de la franja costera de Los Realejos y el Puerto de la Cruz, con la situación de los núcleos de población, caminos, canalizaciones de agua, haciendas, etc. Autos seguidos por el síndico personero del Ayto. del Puerto de la Cruz sobre aprovechamiento de las aguas (que dicen) del Rey, 1783. AHPLP. Diversificación productiva y organización territorial Junto a los cultivos dominantes del azúcar, la vid o los nopales, el sistema agrícola de la hacienda contemplaba otra serie de productos complementarios, principalmente cereales, árboles frutales, hortalizas y cultivos de subsistencia. Todo ello incide en el carácter tradicionalmente polivalente y diversificado de la explotación y en la aparición de elementos arquitectónicos y espaciales diferenciados en función de todas y cada una de las labores agropecuarias. Altitudinalmente, el espacio también muestra usos aclimatados a los pisos ecológicos3.

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Constituida a partir de la data de repartimiento concedida en 1507 al conquistador Francisco de Londoño sobre la Dehesa de la recién fundada villa capital de la isla de La Palma, entre los barrancos de Mirca y La Madera, la hacienda de Miraflores es un buen ejemplo de los diversos elementos constitutivos y representativos de una explotación de estas características. Una descripción fechada en 1800 indica que dentro de sus linderos, cuyo límite superior era el filo de la cumbre, se cultivaba viña, árboles frutales, tierras de sembrar granos y papas. Además de dos yuntas de ganado vacuno y dos bestias de carga para las


labores agrícolas, se criaban cerdos, conejos y aves de diversa especie. Contaba con casas principales sobradadas para habitación del dueño, con muebles y menaje de casa para el servicio de la familia, y a ellas se añadían otras casas para el mayordomo y otra casita de teja sobre la cabezada de la hacienda, así como lagar con prensa, bodega, granero, pajero, gañanía o establo, caballeriza con su pajero para las bestias, gallinero y palomar. Proporcionaban agua a la hacienda un aljibe grande con llave de bronce en el fondo, un estanque para regar la huerta y una bomba de bronce que eleva el agua a dos tanques para dar de beber a los animales y regar el jardín. Junto a este repertorio de componentes habitacionales e instalaciones estrictamente funcionales, también había cabida para los elementos estéticos, simbólicossociales y religiosos, representados por el oratorio existente en la casa principal, con sus pinturas y esculturas, ornamentos del altar y vestuarios para la celebración de la misa; las estatuas mitológicas que coronaban el centro de otro aljibe y, como vieja herencia de las casas fortificadas medievales, con sus connotaciones feudales y nobiliarias, un pequeño reducto o castillete con pequeñas piezas de artillería y su asta de bandera4. Superficialmente, el tamaño de las haciendas era variable –las había grandes, medianas y pequeñas– y, en función de la calidad de la tierra y la disponibilidad de riego, podían concentrarse en un reducido espacio, como sucede en la franja litoral del norte de Tenerife. Al mismo tiempo, no siempre constituían un continuum territorial, de modo que además del núcleo principal se localizaban otras posesiones más alejadas –tierras montuosas, términos de criar ganado y sobre todo predios “de pan sembrar” situados en medianías o en cotas más elevadas–, físicamente separados del centro de la propiedad. Gonzalianes, censatario perpetuo de la hacienda de Daute, disponía así de una gran cantidad de tierras de cereales y en 1535 sus herederos se repartieron 667 fanegas de secano, desde la Tierra del Trigo hasta el valle de Santiago, en La Juncia, Talavera, El Esparragal, Taco, Los Almácigos, El Palmar... Los propietarios de

los heredamientos de Argual y Tazacorte, por su parte, poseían igualmente abundantes tierras de pan en la parte alta del valle de Aridane. También la hacienda de la Tierra del Trigo (Los Silos), con más de siete hectáreas dedicadas al cultivo de cereales, papas, tomates, millo y árboles frutales, estaba compuesta por 15 suertes, resultado de la agregación de fincas contiguas o separadas, compradas o heredadas, cada una registrada con su nombre (Los Tiles, Huerta de Rijo, Suerte de Rijo, Los Loros, Caldera, Paredón de los Manzaneros, Llano de Palenzuela, Ladera de Medina...). Todas ellas formaban “una unidad de labores y cultivo dependientes del edificio que existe en la finca” principal o central: una casa habitación con dependencias para labores, estanque y una vena de agua que suministraba 24 litros por minuto5. De ese modo, las grandes plantaciones contaban al mismo tiempo con unidades satélites de producción y almacenamiento (gañanías, graneles, casas de colonos y de labranza). Buen ejemplo de ello son la Casa Fuerte de Adeje y la hacienda de Los Príncipes, en Tenerife. Con una extensión de 159 fanegadas sólo en la parte situada en el Realejo Bajo, esta última, regada por el caudal de las aguas de las fuentes que manaban de las sierra, laderas y riscos cimeros, se dividía en tres grandes partidos de tierras o cercados –el de Abajo, el del Medio y el de Arriba– por dos caminos reales que la atravesaban en dirección de oriente a occidente. Poseía nueve casas para medianeros reparti­das por toda la hacienda, cuatro puentes y dos eras por debajo de la casa de los lagares, sita en la plaza de San Sebastián. En la misma localidad, la hacienda de La Gorvorana constituía otro extenso terrazgo de unas 80 fanegas de superficie. Diseminadas por toda la plantación, se repartían ocho casitas rurales para colonos o medianeros, algunos alpendres y gañanías, dos eras contiguas para trillar y lavaderos, además de varios caminos, veredas y paseos para recorrer el centro y las huertas. En medio se hallaba la casa principal y la que habitaba el mayordomo, así como la bodega, el lagar, los graneros y los depósitos para guardar frutos. 6


Arriba: Hacienda de Castro, en Los Realejos, con vivienda de excepcional desarrollo vertical. Abajo: De izquierda a derecha: Balcón de celosías en la casa Vélez de Ontanilla, escudo de la casa Massieu Vandale, ambas en el Llano de Argual; y entrada empedrada con guijas (callados) en la casa Massieu Salgado, en Buenavista, La Palma. hacienda –con seis grandes ventanas de corredera que miraban al mar– y el conjunto de edificaciones de su entorno (ermita de Santa Lucía, bodegas, lagar), así como sus frondosos jardines, fueron retratados por el inglés Alfred Diston (1793-1861). Su salón noble era famoso por sus singulares pinturas “en perspectivas”, realizadas por encargo de la familia Franchi por el artista palmero afincado en Londres Domingo Carmona (1702-1768).

La

casa señorial

En los ingenios de Argual y Tazacorte las diferencias entre las residencias de los hacendados y las de sus simples trabajadores –criados, peones y menestrales en general– equivalían a la distancia que separa el lujo de la miseria. El capitán de navío Varela y Ulloa, en su Derrotero y descripción de las islas Canarias (1789), escribía que sólo había en ambas poblaciones “las casas de los caballeros

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hacendados que tienen parte en los yngenios, las quales son mui buenas, aunque varias, como que no las habitan sus dueños porque arriendan las poceciones de las cañas dulces, se hallan en mal estado. Las demás havitaciones de los infelices que travajan, así en los cañaberales como en los yngenios, son unas poco más que chosas cubiertas de paja, que llaman en el país bujíos, cuyos miserables alojamientos son proporcionales al cortísimo jornal que se paga a dichos trabajadores, pocas veces en dinero y, con tal miseria, se creen autorisados para robar a los propietarios o arrendatarios el asúcar, la miel y lo demás que se manufatura en los yngenios”7. La casa señorial se diferenciaba así del resto de las viviendas rurales o de las de sus mismos trabajadores y colonos por sus elementos arquitectóni­cos, las dos plantas de altura por lo común, aunque también las hay terreras y excepcionalmente de tres pisos (la hacienda de la Rambla de Castro y la casa Poggio Monterverde en Argual) y la presencia de balcones en la casa de los señores, muros y portadas almenadas, escudos, ermitas y oratorios privados,


Hacienda de San Juan de Taco, en Buenavista del Norte, edificio eminente­mente erudito en un ambiente rural. Abajo: Respiraderos calados en cantería de la planta baja y techumbre con decoración tallada en el piso noble. jardines y paseos emparrados y empedrados con “guijas” de playa, ele­men­tos todos que reflejan la preponderancia y diferencia­ción social de sus propieta­r ios. Su carácter nobiliario justifica la presencia de elementos arquitectónicos que se distinguen por su carácter culto y urbano –portadas pétreas, columnas– o por la riqueza de obra en los trabajos de carpintería tradicionales de estirpe mudéjar (techumbres de lacerías, balcones o ajimeces de celosías). Para el profesor Martín Rodríguez, la hacienda de San Juan de Taco, en Buenavista del Norte, con huecos y ventanas de asiento de cantería, escalera principal de piedra y patio con columnas toscanas sobre plintos, constituye un “edificio eminente­mente erudito en un medio ambiente rural”8. Se trata de una arquitectura de estilo, opuesta a la libre y tradicional que caracteriza la unidad productiva del resto de la hacienda. Frente al carácter anónimo y espontáneo de esta última, básicamente sincera y funcional, inserta de pleno en las corrientes populares, aquélla

demandó en algunos casos una arquitectura de autor y proyectada. Por su especial pericia, al maestro carpintero Bernabé Fernández (1674-1755) se le encargaron así las plantas y delineaciones de las más importan­tes edificacio­nes domésti­cas construi­das en La Palma en la primera mitad del siglo XVIII, tanto urbanas como rurales. A él se le encomen­dó, en 1733, el diseño de la casa Massieu y Montever­de en el ingenio de Tazacorte por ser el maestro de “más ydea y comprehen­sión”. Trabajó también en la hacienda de Argual y huellas de su mano se advierten tanto en las techumbres y balcones de la casa Vélez de Ontanilla como en la de Sotomayor Massieu. Es posible que también dirigiese la construcción de la vecina casa de los Poggio Monteverde, fabricada en 1732, el mismo año que se le confió la reparación de la nave principal del ingenio. Nacido en el seno de una familia de notables carpinteros y retablis­tas de ascendencia portuguesa, fue el más destacado e influyente maestro del retablo y la arquitec­tura palmera del siglo XVIII.

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Baluartes, portadas y muros almenados, elementos militares asociados a la arquitectura de las haciendas como símbolos nobilarios. Arriba: Casa Massieu Monteverde, en Tazacorte (foto: Manuel Rodríguez Quintero). Abajo: Fortín de San Fernando, en La Rambla de Castro. Página derecha: Arriba: Plano del Puerto de Tazacorte, por A. Riviere, ca. 1742. Abajo: Portada de la Hacienda de Interián, en Garachico. La Fuente, en Buenavista del Norte, don Fernando Javier del Hoyo-Solórzano, conde de Siete Fuentes, que celebró así su triunfo tras la resolución a su favor de un largo pleito iniciado casi 88 años antes, en 1769, sobre sus mejores derechos a la propiedad; además, se hizo retratar en una pintura en la que posó orgulloso con la provisión ejecutoria en la mano. Pero es sin duda la portada almenada la que mejor plasma estas pretensiones nobiliarias y el mejor emblema de la hacienda. Con puerta adintelada coronada por lo común por triple almena con cruz en su centro, la existencia en Portugal de portadas idénticas hace pensar al profesor Martín Rodríguez en una posible influencia lusitana, sin olvidar su carácter mudéjar. Son muchos y diversos los ejemplos tanto en la isla de Tenerife como en La Palma, aunque por su monumentalidad cabe destacar la de la casa Massieu Monteverde de Tazacorte, considerada por el mismo profesor como la más sobresaliente de Canarias. Un dibujo coloreado de la portada almenada revestida de cantería, seguramente de la mano del 17

maestro Bernabé Fernández, a quien se encargó la planta o diseño de la edificación, contiene precisas indica­ciones sobre los más mínimos detalles de su fábrica, con puerta de 10 palmos de ancho y 14 de alto; tablero de dos palmos de ancho, resaltado una pulgada; marco en redondo con sus batientes; cordón a modo de cornisa de un palmo de ancho; “cantería tan ajustada que no se vea cal”; escudo enmarcado por una moldura de cantería con “respaldo en figura de


torrejón”; almenas encaladas “que acompañen el color del escudo”; y reverso encalado “a cabesa descu­bierta, que es el más fuerte”, a igualdad del muro que se había de hacer para el paseo y latada. Concluida en 1750, en ella campea el rotundo escudo de mármol que su propietario, don Pedro Massieu y Monteverde, envió de Sevilla, antes de 1738, con las armas en relieve de Massieu Vandale Monteverde y Ponte. El de la primera portada de la hacienda Quinta Verde, con marco de piedra molinera y rematada por cuatro almenas, se conserva en la actualidad en la sociedad La Cosmológica de Santa Cruz de La Palma. Destruida por un incendio, la hacienda de Interián, en Garachico, aún conserva su cerca almenada e imponente portada, pintada de rojo y coronada por singulares almenas cilíndri­cas rematadas en cono. Con puerta de madera de tea con dos grandes hojas decoradas con cojinetes y alguazas metálicas de diferentes formas, ostenta una inscripción esgrafiada con la fecha de 1811 en el frontón superior, rematado por triple almena. Al margen de su eventual y discutible carácter defensivo,

baterías, reductos y fortines adquirían el mismo sentido. La hacienda de Castro, en la Rambla del Realejo, aún conserva el pequeño fortín de San Fernando, erigido en 1808 sobre el acantilado y artillado con pequeños cañones. Para la defensa del puerto de Tazacorte y protec­ción de los navíos que acudían a cargar el azúcar, el flamenco Pablo Vandale construyó otros dos reductos de piedra, cada uno con dos cañones: el de Juan Graje, en la punta

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La casa-torre y la casa-fuerte, modelos arquitectónicos vinculados a un sistema de explotación de características semifeudales y señoriales. Izquierda: “La Torre”, vestigio de la casa-torre erigida por el Adelantado para vigilar su heredamiento del valle de Icod. Derecha: Casa Fuerte de Adeje, mezcla de casa de campo y fortaleza. Murallas y torre de homenaje, símbolo del poder señorial de los marqueses de Adeje. de su nombre, a la salida del barranco de las Angustias, y el de San Miguel, en la desembocadura del de Tenisca. Puramente simbólico era el reducto o baluarte de la hacienda de Miraflores, bajo los montes de Santa Cruz de La Palma, cuya dotación se reducía a un cañón de calibre de a cuatro, dos pedreros y un palo de bandera. Similar carácter militar y nobiliario se asocia a torres y casas fuertes. Su uso se remonta a los mismos tiempos de la conquista y a las primeras plantaciones y haciendas azucareras con un régimen de explota­ción semifeu­dal. Edificada por los castellanos que se fortificaron en aquel lugar en 1481 para favorecer la conquista de Gran Canaria, la torre y casa fuerte de Agaete –posible modelo inicial y cabeza de serie– pasaron a convertirse inmediatamente después del fin de la conquista en 1483, en el centro doméstico del fértil heredamiento establecido por Alonso de Lugo en el valle de Agaete. Con torre adosada al cuerpo principal, estaba fabricada con “gruesas e inexpug­na­bles” paredes. Según el testimonio de fray José de Sosa (1678), a fines del XVII, “con algunos aforros que le han hecho”, servía a su dueño, el maestre de campo don Alonso Olivares del Castillo, “de granero en que guarda las mieses de su cosecha”. Vinculada al adelantado Alonso Fernández de Lugo, la casa-torre pasó a la isla de Tenerife. Allí aparece en sus hereda­mien­tos de cañas del valle de Icod, cuyas tierras y aguas se reservó en 1501 para hacer un molino azucarero; y de Daute, arrendado a perpetuidad al portugués Gonza­lianes desde 1502. Este último traspasó el ingenio en 1530 a su hijo con “la casa torre e las otras moradas a su alrededor”. En Icod, su presencia ha quedado reflejada en topónimos como La Torre, fuente de la Torre, camino de la Torre, barranquito de la Torre o viña de la Torre, en el paraje de Las Cañas; y aún se conserva en lo alto de ese pago una antigua construcción llamada por las personas del lugar La Torreta, desde la cual se divisan los cultivos, ­la población y el mar. Su hacienda del Realejo Bajo –después de Los Príncipes– también poseía dos torreones-miradores, 19

ya desapare­ci­dos, con similar visión y destino. No lejos de ella, en la franja costera de La Rambla, el conquistador borgoñón Jorge Grimón levantó otra casa-torre en la que hasta hoy se denomina también finca de La Torre, cuya “casa de la torre alta” fue arrendada en 1576 por su hijo fray Jorge Grimón para criar seda. En Adeje ha perdurado, a pesar de la destrucción padecida, el espléndido testimonio de la Casa Fuerte y su torre de homenaje, símbolo del poder señorial de los marqueses de Adeje. En el heredamien­to de Los Sauces (La Palma), la morada principal de la llamada hacienda de los Señores era conocida, al igual que la de Tazacorte, como la “casa que disen de La Torre” o “de la torresilla”. Edificada en medio de su enorme hacienda de cañaverales, esta última mansión contaba con salas con chimenea y lancería y torre cen­tral. Las casas solariegas del Llano de Argual también contaban con torreones como símbolo señorial y vieja herencia de aquel modelo feudal. Fabricado por el capitán don Nicolás de Sotomayor Topete después de 1671 con cuatro niveles de altura, el de la casa de los antiguos señores de Lilloot y Zuitland se eleva en el centro de la edifica­ción y ocupa el espacio del patio, re­marcando el carácter de casa-torre. Ermitas y oratorios Para cumplir con las obligaciones espirituales en los días señalados o para oír misa por mera devoción, celebradas por sacerdote secular o regular al que se pagaba el correspondiente estipendio o por un capellán nombrado o asalariado, los principales hacendados fundaron en sus propiedades ermitas, cuyo patronato recaía en ellos y ostentaban como otra prerrogativa más. A los oficios divinos asistían acompañados o no, según los casos y el carácter preceptivo o íntimo y devocional de la ceremonia, por sus criados, esclavos y operarios. Gran número de haciendas toman así el nombre de las ermitas tutelares enclavadas en ellas: San Simón, en El Sauzal; Nuestra Señora de Guía, en La Matanza; Santo Domingo,


En esta página: Arriba: Ermita de Nuestra Señora de los Dolores, en la Hacienda de El Lodero, en el Hoyo de Mazo. Abajo: Llano de San Pedro. En la ermita del ingenio de Argual oían misa hacendados y esclavos separados por una reja de hierro.

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Arriba: Vista de Argual con el edificio del antiguo ingenio a la entrada del llano (foto: Manuel Martín Quintero). Abajo: “Llano del Charco” en 1857, con la vivienda señorial de Sotomayor Massieu, las casas terreras de los trabajadores, a la izquierda, la antigua casa de purgar, a la derecha, y el lago artificial (foto: Archivo FEDAC). El Llano de Argual, plaza señorial cerrada Surgido a mediados del siglo XVI, la planificación del ingenio de Argual tomó como modelo a su precedente de Tazacorte. En ambos casos, una plaza señorial –desapare­cida en este último ejemplo–, limitada por una cerca y con una puerta grande, constituía el centro del heredamiento y agrupaba las casas de vivienda de los señores, sus trabajadores especia­lizados y esclavos. Cercana a ella, pero fuera de su ámbito, se sitúa la capilla o ermita con plaza propia, construida en Argual siguiendo exactamente la disposi­ ción e incluso las medidas de la vieja ermita de San Miguel de Tazacorte, primer recinto cristiano de la isla. Se repitieron además otros elementos, como la casa-torre, la proximidad de la casa principal de aposento a la de purgar, la existencia de un charco en medio de la plaza para recoger los sobrantes de las aguas, de sendos caminos de La Vica, de dos molinos harineros, acueductos y palomares; mientras que en el inmediato caserío de Argual de Arriba, por encima de los cañavera­les y a lo largo de la acequia que marcaba el límite de la plantación, se localiza­ban las viviendas del resto de los trabajadores. Fue a partir de la partición celebrada en 1613 por los herederos de Pablo Vandale, y a lo largo de los siglos XVII y XVIII, cuando el Llano de Argual adquirió su configura­ción definiti­va como modelo singular de plaza señorial 33

cerrada, cuyas puertas se abrían y cerraban a voluntad de los señores de la hacienda. A modo de arco de triunfo, las piedras de su “inmenso” –en palabras del francés R.Verneau– portón almenado fueron trasladadas en el siglo XX al centro de la plaza, cuya dilatada extensión superfi­cial la hacía “más grande que las de las principales ciudades del archipiéla­go” en opinión del mismo visitante. Documentado desde al menos 1669, un pequeño lago artificial situado en medio dio nombre al conjunto, conocido en el siglo XIX como Llano del Charco. Según una fotogra­fía tomada en 1857 y los testimo­nios de los viajeros, estaba “rodeado de piedra viva, como un roquedal”, con un islote central. Completaban su romántica y lúdica estampa un “barquichuelo” y “grupos de elegantes plantas de papiro”. Represen­ tativo de la estruc­ tura socioeconó­ mica dominante en La Palma durante el Antiguo Régimen y de la peculiar división de la tierra y del agua que consti­tuían las haciendas de Argual y Tazacor­te, en este original espacio pentagonal, que busca remarcar su carácter dominante y representati­vo, se alzan todavía las casonas pertene­ cientes a las distintas familias poseedo­ ras de alguno o algunos de los diez décimos de cañas en los que se dividía el heredamiento: Soto­mayor, sucesora de la rama primogénita de Massieu Vandale, señores de Lilloot y Zuitland, en Flandes; Massieu y Monteverde, Vélez de Ontanilla y Poggio Montever­de;


todas ellas herederas del caballero flamenco Pablo Vandale, que adquirió en 1562 a los hermanos Monteverde las cuatro quintas partes de las plantaciones de Argual y Tazacorte. Por el lado del naciente se encontraban las viviendas originariamente de las dos ramas de los Massieu Vandale, poseedo­res de más de la mitad de aquellos décimos. La más vieja de ellas –casa principal de la hacienda hasta el siglo XVII– perteneció a Pablo Vandale y se situaba junto al callejón o servidumbre que entraba a la huerta. Reedifi­cada con posteriori­dad por don Nicolás Massieu de Vandale y Rantz y los sucesores en su mayorazgo, constituía un extenso inmueble, en torno a un patio claustrado por tres de sus lados, que desapare­ció en el incendio de 1961. Al lado de las casas de los señores, se levantaba, alrededor de la plaza, otro conjunto de edificaciones bajas, con cubiertas de teja o de paja, morada de esclavos, sirvien­tes y trabajadores especializados de la hacienda: mayordo­ mos, hortela­nos, purgado­res, cañavere­ros y maestres de azúcar; y otras construc­ciones propias del ingenio y el heredamiento, como casas de purgar y de pilleras, establo y caballe­r iza, despensa y horno. Algunas conservan nombres tales como el Despacho del Grano, de la Purga, Juan José o la Antigua Herrería. En­tre ellas se intercalaban sitios y solares sin edificar, huertas y cañavera­les de azúcar. La de los esclavos se hallaba delante del cañaveral del Paño de Cabeza, aproximadamente donde hoy se levanta la casa Massieu Vandale. Anexa al décimo de cañas adjudicado en 1621 a doña María Vandale VandeWerbe, casada con el conde don Diego de Ayala Guzmán y Castilla, la casa del conde de La Gomera fue erigida en el lado sur, a mediados del siglo XVII, por su hijo, don Pedro de Ayala y Roxas († 1685). Adquirida en 1705 por los Vélez de Ontanilla, presenta patio abierto en U con bellas galerías de madera y una imponente portada almenada que da paso al traspatio, donde se halla la casa de purgar, construida en 1658-1659 de una sola nave y tejado a cuatro aguas. El testero de la escalera está decorado con cerámica holande­sa azul, mientras que el original balcón-ajimez de celosías de la fachada principal es obra del maestro Bernabé Fernández, cuya mano también se advierte en la techumbre octogonal

de la escalera, adornada con tres perillo­nes o piñas de acantos. A su lado, la casa del vínculo segundo de Massieu Vandale y Monteverde fue la última edifica­ción de este excepcio­nal conjunto urbano y arquitec­tó­ni­co. Data de 1748-1749 y fue fabricada por el coronel don Felipe Manuel Massieu de Vandale en paralelo a la Casa del Conde o de los Vélez de Ontani­lla, a la que tomó como modelo. Con idéntica planta y distri­bu­ción, en el traspatio se encuentra la casa de purgar, de dos pisos y construida una década antes. Situada en el ángulo noreste, la casa Sotomayor Massieu, después de los señores de Lilloot y Zuit­land, fue construida después de 1671 por el capitán don Nicolás Sotomayor Topete (1641-1710) como consorte de doña Clara Margarita Massieu y Vélez, que

jorge lozano van de walle

antonio manuel díaz rodríguez

Arriba: Llano de Argual, excepcional modelo de plaza señorial cerrada. Casas principales de los décimos de Vélez de Ontanilla y Massieu Vandale y Monteverde. Centro: Casa Poggio Maldonado y Monteverde. Abajo: Casa Massieu Vandale antes de su lamentable restauración. Fachada hacia el llano y patio interior, con el desaparecido mirador de azotea sobre la escalera principal.

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Del florecimiento del ciclo vinícola, base del poder de la oligarquía insular, dan testimonio el conjunto más numeroso de haciendas señoriales. Antaño dedicadas a la producción del malvasía y vidueño, se encadenaban, casi sin ininterrupción, a lo largo de toda la fachada norte de Tenerife. Arriba: Hacienda de la Vizcaína, sobre el camino del Durazno, en el valle de La Orotava. Página derecha: Arriba: Hacienda de “La Rambla”, en el Realejo Bajo. Abajo: Valle de La Orotava, con la localización de La Paz, El Durazno y La Vizcaína en “Carte physique de Teneriffe” de Leopold von Buch. “Atlas des Iles Canaries”, 1836. de los marqueses, situados al fondo del patio principal. La laberíntica organización interior evidenciaba la ausencia de plan previo, añadién­dose las habitacio­nes según las necesidades que iban surgiendo. Su única entrada está formada por un gran portón abierto hacia el este con dos hojas de madera de tea tachonadas, coronado por frontón triangular con hornacina en el tímpano. A la derecha de la puerta principal se hallaba la casa de los negros, a los que se encerraba bajo llave al regreso de las faenas agrícolas; mientras que a su izquierda, sobresa­liendo hacia el exterior, la gabacera, donde se depositaba el desecho de la caña una vez triturada. Según Berthelot, su decoración interior ofrecía “frisos dorados, entabla­mentos y muebles góticos”, cua­dros con pinturas alegóricas y ricos marcos tallados en el salón de recepción, suntuoso ajuar de plata labrada, así como una galería de retratos familia­res, entre ellos don Juan Bautista de Ponte, alcaide perpetuo y hereditario del castillo y casa fuerte y primer señor jurisdiccio­nal de Adeje, con traje de corte de la época de Felipe IV, y don Diego de Ayala, vestido a la española, con daga en el costado y capa de terciopelo27. Completa­ban su ornato una lujosa colección de “paños de corte” con escenas mitológicas, hoy en la iglesia de Santa Úrsula. Haciendas y heredades de vid A partir de 1520, y sobre todo en la década de 1530, el florecimiento del comercio del vino, las crisis periódicas de la caña dulce y los altos costos de la producción azucarera determinan su paulatina sustitución por la vid como cultivo dominante28. 37

Ello impulsó en 1535 al segundo adelantado, Pedro Fernández de Lugo, a la parcelación a tributo de su heredamiento de cañas del valle de Icod para el cultivo de parrales. Con orden de iniciar la sustitución del cultivo de la caña por el de la vid, por entonces más lucrativo, llegó a Canarias en 1593 Martín Ruiz de Chavarri, administrador de las posesiones de los príncipes de Ásculi, herederos de la casa y mayorazgo de los adelantados. Tanto en la hacienda del Realejo como en la de Los Sauces dio a tributo –por el cuarto o el quinto de toda la producción de vino, fruto y esquilmo– las antiguas suertes de riego para plantarlas de viña vidueño después de arrancar y cortar las cañas. Hasta su definitiva implantación, la vid, sin embargo, había ocupado un puesto importante junto a la caña dulce desde los primeros momentos, de modo que los ingenios contaban con lagares y bodegas como parte del equipamiento complementario de la explotación29. Heredera de la tradición romana, la configuración del lagar acusa en especial la influencia jerezana, expresamente citada en 1521. Se componía básicamente de dos elementos: una cubeta o concha, montada sobre durmientes, con una bica por donde salía el mosto y pasaba a un recipiente llamado tina; y una prensa con una viga y un husillo o tornillo helicoidal. Su estructura se completaba con una ramada o cubierta vegetal hecha generalmente de paja para impedir su deterioro por efecto de la lluvia. Aunque por lo común disponían de un solo lagar, las haciendas más importantes contaban con dos o más. Hasta siete poseía la de Los Príncipes (Los Realejos), mientras que la del Malpaís de El Guincho y la de


Interián, en Garachico, poseían tres, desarmados los de esta última hacia 1873 “a causa de no tener uso en el día por la pérdida de las viñas”. En Tenerife –la isla más favorecida por el ciclo y el comercio vinícola–, los lagares aparecen integrados dentro de las construcciones domésticas, al lado de las bodegas (hacienda de Santo Domingo, en La Victoria de Acentejo) o, con frecuencia, al aire libre, en patio cerrado o en terreros al lado de la vivienda y cubiertos con techos pajizos a dos vertientes. Sirva de ejemplo el de la hacienda de San Juan Degollado, trasladado hoy al parque de la Puerta de Tierra de Garachico. La casa del heredamiento de Taco, en Buenavista, poseía otro lagar de viga en el interior del patio principal, cercado y almenado, así como una bodega con “setenta toneles de madera de carullo para el recogimiento de los vinos de la heredad”, todo ello vinculado a mayorazgo en 1598 por García del Hoyo y doña Beatriz Calderón. La Casa del Vino, en El Sauzal, mantiene esta estructura, con gran patio interior empedrado al que se accede tras pasar la portada almenada. A un lado, la vivienda señorial y la ermita; al otro, el área de almacenamiento y procesamiento con las bodegas y el lagar, uno de los mayores del archipiélago. Este tipo de organización cerrada, en torno a un patio central o interior, con la casa de los señores y la ermita con puerta principal abierta hacia el camino público, formando un bloque continuo, predomina en las comarcas de Tacoronte, Acentejo y el valle de La Orotava. En otros casos encontramos una articulación menos trabada, orgánica, abierta y más espontánea, sin patio interior, con ermita aislada del resto de la edificación –como se ve en algunas haciendas de la zona de Daute–, bodega anexa y lagar exento al aire libre. A diferencia de Tenerife, en La Palma la estructura de estas casas de campo responde, por el contrario, a un volumen concentrado constituido por un bloque rectangular –formado por una o dos crujías– o en L, sin patio central, donde el lagar y las bodegas ocupan la planta

inferior, bajo el salón principal y los aposentos de los señores. La necesidad de no restar terrenos a los cultivos en explotaciones de menor superficie determinó seguramente esta disposición, con oratorio privado integrado en el piso noble en lugar de ermita anexa. De forma paralela, se desarrolla a su lado el terrero para las tareas domésticas y operaciones agrícolas. La importancia de la buena elaboración del mosto tenía su continuidad en la obtención del vino por fermentación y en su conservación en cascos. Para ello eran necesarios buenos envases –toneles, pipas, botas, cuartos y barriles– y lugares donde almacenarlos en unas condiciones adecuadas de temperatura, oxigenación y humedad. Las casas-bodegas y las bodegas independientes cumplían

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Haciendas y heredades de vid conformaban un paisaje continuo desde Tegueste hasta la Isla Baja. De este a oeste, se extendían por valles y medianías, ramblas y terrazas costeras, a través de los lugares y comarcas de: Valle de Guerra, Tacoronte, Acentejo, Valle de La Orotava, Las Ramblas de Los Realejos y San Juan, Ycoden y Daute. Arriba: Patio de la hacienda de San Nicolás, en el Puerto de la Cruz, antes de su deplorable intervención. Abajo: Portón de entrada, patio empedrado y lagar en la hacienda de San Simón, en El Sauzal. Página derecha: De arriba a abajo y de izquierda a derecha: Casa Carta, en Valle de Guerra; Santo Domingo, en La Victoria; Nuestra Señora de Guía, en La Matanza; San Clemente, en Santa Úrsula; El Durazno, en el Puerto de la Cruz; San Bartolomé, en La Orotava; La Montañeta, en La Orotava; y La Zamora, en Los Realejos. esta función. Fabricadas en mampostería con piedra y barro amasado sin cal, estas últimas eran construcciones alargadas de una sola planta. Los vanos se limitaban a una puerta de acceso y alguna pequeña ventana para evitar que la aireación dañase los caldos. Se tenía especial cuidado en que la techumbre fuese de madera cubierta de teja para proporcionar mayor impermeabilidad y aislamiento. Próximas a las moradas y a las dependencias centrales de la heredad a fin de reducir el trabajo del envasado y transporte de los mostos, se procuraba concentrar las instalaciones en un espacio más o menos reducido y colindante. 39

Tenerife: la arquitectura del vino Del esplendor de esta arquitectura del vino da buena muestra el numeroso conjunto de haciendas señoriales de los siglos XVII y XVIII –la época de mayor florecimiento del ciclo vinícola–, antaño dedicadas a la producción del malvasía y vidueño, que se reparten por toda la fachada norte de Tenerife desde el macizo de Anaga a Buenavista del Norte: la casa Carta, en Valle de Guerra, hoy Museo de Historia y Antropología de Tenerife; la hacienda de San Simón, en El Sauzal, edificada por el comerciante Simón de Herrera Leyva († 1691) y rehabilitada por el Cabildo Insular


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Arnoldo Santos Guerra

Jesús Hernández Bienes

Quinta Verde, colgada como una fortaleza sobre la ladera meridional del barranco de los Dolores, en Santa Cruz de La Palma. Huertas aterrazadas, escalina­tas, vías y portadas de piedra se adaptan a la topogra­fía del terreno con un orden natural admirable. Página derecha: Hacienda de Bajamar, antiguo hotel Florida, en la periferia de Santa Cruz de La Palma. En esta masión “fuera del mundo”, congelada en el tiempo, se alojó la escritora cubana Dulce María Loynaz.

Jesús Hernández Bienes

lagar, estanque, dos molinos harineros, una casa para usos agrícolas y otra para el medianero. Construida en la empinada ladera meridional del barranco de los Dolores, la Quinta Verde se alza, a modo de fortaleza, sobre una elevada plataforma que salva el considerable desnivel del terreno. La propiedad tiene su origen en una heredad de viña, higueras y árboles frutales, con casa y lagar, que, en la segunda mitad del siglo XVI, poseían Álvaro González y su esposa Cecilia González. En 1672 la hacienda pasó al capitán don Nicolás Massieu Vandale y Rantz, regidor perpetuo de La Palma, quien debió de comenzar la construcción de la actual casa de campo con el fin de habitarla en las temporadas de descanso que pasaba en ella en compañía de su nueva esposa. El conjunto, que incluye el palmeral superior,

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presenta configura­ción aterrazada, formada por diversas huertas escalonadas, escalina­tas, vías y portadas de piedra que se adaptan a la topogra­fía del terreno con un orden natural admirable.Tras pasar la primera portada almenada que daba entrada a la hacienda, el camino de acceso conduce a una gran escalinata de piedra. Desde aquí continúa, colgado de las escarpadas laderas del risco superior, hasta la segunda portada, labrada en cantería roja y rematada con tres almenas. De ella arranca el paseo que lleva en línea recta hasta la casona y que sirve al mismo tiempo de patio o terrero delantero. El edificio, fabricado entre 1672 y 1690 aproximadamente, está articulado en dos núcleos bien diferencia­dos, separados por un patio intermedio: “las casas que son de la vivienda” o casa de los señores, donde se sitúa la sala principal y el oratorio, y “otras casas de tea y texa para vivir los mayordomos”, con la bodega, el lagar y el palomar. La zona noble y señorial de la casa se distingue por la presencia de elementos cultos y por su riqueza decorativa. Sobresalen el alpendre del patio interior, sobre cuatro magníficos pies derechos de madera, estriados y con capiteles jónicos sobre los que descansan las zapatas; la capilla-oratorio (ca. 1679-1680), con puerta al patio y al paseo; y la techumbre de la sala principal, pintada y decorada con encintado mudéjar en el almizate y ménsulas monstruosas en forma de cabeza de mascarón. A sus singulares valores arquitectónicos y paisajísticos hay que unir además su importancia histórica, cultural y litera­r ia, como lugar de reunión de la logia masónica existente en la isla y residencia de poetas significados, Nicolás Massieu Salgado (1720-1791) y Leocricia Pestana Fierro (1854-1926)35. La aséptica y estandarizada restauración a la que ha sido sometido el inmueble le ha arrebatado, sin embargo, todo el mágico encanto que tuvo un día.


Villas suburbanas A finales del siglo XIX y primeras décadas del siglo XX, la burguesía comercial, representada por indianos enriquecidos retornados al terruño o por navieros y armadores que traficaban con Europa y América, impulsa el desarrollo de un nuevo tipo de quinta o hacienda suburbana, amalgama de los chateau franceses y los influjos de ultramar, ingleses, coloniales y asiáticos, con ecos en especial de la Gran Antilla, con la que tan fuertes lazos comerciales y humanos mantuvieron las islas. En ellas están presentes e­lementos historicistas, neomudéjares, románticos y del oriente exótico, representados por cúpulas, pagodas y quioscos. Situadas en lugares emblemáticos o privilegiados por sus vistas sobre la ciudad, como señala Gabriel Henríquez introducen en el paisaje una nueva organización compositiva que las distingue de las haciendas tradicionales, más vinculadas al medio rural en volúmenes y sin orden formal prefijado en la distribución

asimétrica de sus fachadas. Aun siguiendo los modos de la construcción local, existe una clara voluntad burguesa de estar “a la moda” de lo que se llevaba en Europa, en la América del Caribe y en las quintas coloniales cubanas. Todo ello se expresa dentro de un lenguaje ecléctico y clasicista, con disposiciones axiales compuestas por largas galerías acristaladas rematadas en sus extremos por pabellones, quioscos o torreones coronados por cúpulas o puntas de diamante. Contribuyen a esta diferenciación nuevos materiales y soluciones importados de allende los mares, entre los que cabe citar, siguiendo al mismo autor, los muros de ladrillo de hormigón macizo y ladrillo de arcilla, las cubiertas de teja francesa, de tejas de escamas, las azoteas transitables como miradores para ver los barcos y el puerto, los falsos techos ochavados franceses, los pavimentos hidráulicos coloreados y las cristaleras de colores con dibujos geométricos, la carpintería con maderas americanas de pinsapo y riga en lugar de la tea 58


Argual. Militar destinado en las colonias africanas durante largo tiempo, a él se atribuyen las influencias coloniales que se advierten en el conjunto de la hacienda. Funcionó brevemente como hotel, inaugurado en 1934 y abandonado tras la guerra civil. El hotel Florida poseía todos los refinamientos de su época, y en él encontró alojamiento la escritora cubana Dulce María Loynaz, que describió las sensaciones que le produjeron aquella mansión congelada en el tiempo y “fuera del mundo”, medio oculta por los arbustos y las trepadoras, los corredores y habitaciones vacías, 61

los jardines desiertos, su piscina de aguas verdes y su cancha de tenis borrada por la hierba, su invisible orquesta para un baile de fantasmas y el último menú servido a sus huéspedes antes del estallido de la contienda fratricida. Para don Antonio Carballo Fernández, el mismo maestro de obra fabricó, después de 1865, la villa campestre de Las Dos Cubanas en La Dehesa, paraje comunal en el que, tras su reparto y fraccionamiento a partir de 1787, se construyeron diferentes quintas y casas de campo. Este indiano retornado, que había


Sobre la cresta del risco de la Concepción, la casa Yanes, proyectada en 1897 por el maestro Felipe de Paz para esta familia de navieros y comerciantes, domina, a modo de atalaya, la bahía de Santa Cruz de La Palma. Kioscos, cúpulas, pabellones, galerías y terrazas (fotos de esta página: Arnoldo Santos Guerra). hecho fortuna en Cuba con la industria de la caña de azúcar, trajo consigo a su regreso a sus dos pequeñas hijas, Antonia y Mercedes, de las que tomó su nombre esta casa de campo, calificada por Dulce María Loynaz como una “posesión campestre digna de Horacio”; todo en ella “invitaba al buen reposo, que no es molicie y sí fermento y levadura de la mente”, escribía la poetisa cubana cuando visitó la residencia, recogida en sus muros y en lo alto de un cerro desde el cual se divisaba el mar y la campiña37. Próxima a la Quinta Verde, la finca residencial de La Palmita fue también en su origen otra heredad de viña, tierra calma, árboles frutales y huerta de hortalizas, con sus casas de tea y teja y dos tanques de argamasa, reunida en una sola propiedad por el capitán y regidor don Matías de Escobar Pereira entre 1654 y 1655. En 1886 fue adquirida por el rico terrateniente Domingo Cáceres Kábana (1855-1907), que edificó allí una bella quinta de esparcimiento, destinada, en virtud de sus últimas voluntades, a la fundación del colegio de Dominicas de la Enseñanza38. De 1897 data el proyecto de la casa Yanes, colgada del acantilado,

sobre la cresta del risco de la Concepción, a modo de una atalaya o balcón asomado a la bahía y al puerto de Santa Cruz de La Palma. Con dos alas simétricas, torreón central y galerías acristaladas con pabellones octogonales coronados por linternas con cúpulas de gusto oriental en los cuerpos laterales, el maestro Felipe de Paz adaptó, por voluntad de su propietario, don Manuel Yanes Volcán, cónsul de Francia en La Palma, el plano de la embajada de Siam en París, del que este último había traído copia a su regreso de un viaje a la ciudad del Sena. Concluida la obra, “la Quinta de Buenavista del sr.Yanes” sirvió de escenario para diferentes actos sociales, como el almuerzo que se ofreció en 1906 al fiscal del Tribunal Supremo, al que asistieron disttintas personalidades de la isla. Su mobiliario estaba integrado por muebles traídos de Europa y América por la bricbarca La Verdad, famosa nave palmera, propiedad de la casa comercial Yanes, que tras su singladura americana acostumbraba a retornar a la isla con su carga de azúcar, café, ron y maderas avitoladas adquiridas en Brunswick, Filadelfia y Nueva York. 62



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