real del padre - lago la plata marzo 2011 - Entonces te vas a recorrer la Ruta 40? - No, la idea es tomar esa ruta como columna vertebral, e ir por caminos alternativos que estén más o menos en la misma dirección. - O sea? - Etapas enlaces hasta llegar a Real del Padre, de allí hasta Malargue como primer tramo verdadero para llegar en 2 semanas, más o menos, al Lago La Plata, en Chubut. - Solo? - Pude convencer a un amigo para empezar juntos, luego en Barrancas se nos unirían otros 3 amigos, y luego de 4 días, sigo solo. - Y la vuelta? - Se improvisa…
En rojo la RN 40 En azul la idea inicial del recorrido
T
odo surgió cuando cayó en mis manos un pequeño cuaderno cuadriculado, escrito a máquina por mi abuelo donde contaba un viaje que había hecho junto a 7 amigos más, partiendo del pueblo donde vivía (Real del Padre - Mendoza) hasta llegar a Bariloche. Nunca pude establecer fehacientemente el año de este viaje, pero mis cálculos dan que fue durante la década del 50. Los vehículos utilizados fueron un Jeep Willys Overland `48 y un Chevrolet ´38. En este relato cuenta las vicisitudes del trayecto por la ruta 40, lo que veía y pensaba, problemas mecánicos diversos, y otras cosas. Mi abuelo nació en Argentina, vivió muchos años en Inglaterra, y tanto su Castellano como su Inglés, eran, por así decirlo, bastante caprichosos. Le costaba acertarle al género de los sustantivos, y deslizaba palabras mezclando idiomas sin darse cuenta. En alguna época, eso era habitual en los inmigrantes, ya que no contaban con educación formal en español. De chico he escuchado millones de anécdotas vividas por él, y sería sumamente injusto tratar de transcribir alguna de ellas, ya que la principal virtud que poseían era precisamente la admiración que mi abuelo, Don Enrique Tudor, expresaba con sus palabras y su forma de juntarlas. Hablando de su relato, me queda la sensación de que tuvo “gusto a poco”, como si hubiera necesitado más tiempo, sólo más tiempo, para estar en cada uno de los lugares que iba visitando.
De los integrantes de aquel viaje, sólo he tenido contacto con mi padrino, que sigue viviendo en la misma finca en Real del Padre. La idea de este viaje fue rendirle un homenaje a mi abuelo, a mi manera. Inicialmente hacerlo en bicicleta me parecía una excelente idea, ya que el ritmo mismo me iba a obligar a tomar todo ese tiempo extra que mi abuelo pareció necesitar. La vida moderna, las obligaciones familiares y laborales pronto me hicieron descartar el vehículo sin motor. Una moto pareció la mejor alternativa. Otro punto importante es el tipo de camino. En los 50´s la ruta 40 era de ripio, con suerte. Calculo que con un mantenimiento, por lo menos, limitado y bastante cercano a desastroso. Hoy la 40 no es lo de antes (lo cual me parece perfecto), y si quería acercarme a la sensación vivida en aquel momento, me pareció adecuado elegir caminos secundarios cuando se pudiera. Con una ciudad de Bariloche como centro turístico importantísimo, el destino no podía ser el mismo. Debía buscar un lugar un poco más alejado de las hordas de turistas y sobre todo, de los operadores turísticos que van aggiornando todo para que sea más amigable, en lugar de tratar de mantener su esencia. En alguna revista vi unas fotos del Lago La Plata, y dado que estaba fuera de los circuitos habituales de turismo, me pareció una excelente opción como destino final. Solo por establecer un principio y un fin, quedó grabado en mi cabeza como el “Real del Padre – Lago La Plata”. Y así llamé todo el tiempo a este pequeño proyecto que ya lleva varios años en mi cabeza.
vehículos Yo había andado alguna vez en moto (no cuento un ciclomotor Zanella 50 de adolescente), pero nunca más de una vuelta a la manzana. Entonces, mi primera moto, ya de grande, fue una Honda Hero 100, de origen india. Resultó una excelente maquinita que utilizaba para ir a trabajar todos los días. Muy sólida, de bajísimo consumo y escasísima velocidad final (una vez la levanté a 60 Km./h en una avenida). La tuve menos de un año, cuando se me presentó la posibilidad de cambiarla. Le siguió una Suzuki GS400E modelo 1979 con casi 14000km., prácticamente original. Me acuerdo que cuando me la entregaron, en el estacionamiento de un edificio, me temblaba hasta el alma. No se imaginan con el miedo y precaución con la que la llevé hasta casa. Después de un par de años, la idea del viaje se hizo muy recurrente, y canalice mis esfuerzos por buscar una moto más apta para mi proyecto. Las modificaciones que necesitaría mi GS eran demasiadas, y por tratarse de una moto clásica, era un despropósito hacerlo.
Pude conseguir una Kawasaki Tengai ´93 (KLR 650 B2) en excelente estado que fui a buscar a La Rioja y traje andando desde allá. Era obvio que si bien mi manejo en ruta era adecuado, mi “fuera del camino” era lamentable.
Buscando información en internet, terminé participando de la primera de varias salidas conjuntas de un grupo del foro de Honda África Twin Argentina. Conocí tipos bárbaros, con más o menos mi filosofía, apasionados de las motos, y muy respetuosos hacia mi condición de “diferente” por no tener una moto igual. Las cosas de la vida, tuve que vender ambas motos para poder pagar arreglos en mi nueva casa, y con un saldito que me quedó, adquirí una Suzuki DR650 modelo 93 (“la 640”, por la cilindrada nominal). Estéticamente muy descuidada, pero bien de motor. Le hice los arreglos mínimos para poder usarla, y así quedó.
La "640" en una salida divertida por los barros entrerrianos
definamos una fecha No pude determinar en qué mes del año tuvo lugar aquel viaje de mi abuelo, pero por las fotos que sobrevivieron, y sus descripciones, mi apuesta es que fue en octubre/ noviembre o febrero. Por cuestiones laborales y plazo, a mi me convenía tomar finales de octubre y principios de noviembre para realizar el mío. Tomaría los últimos fríos. No quise posponer nuevamente las cosas, y decidí que no pasaría de octubre 2011. Eso me daba más de 10 meses para ir preparando las cuestiones particulares de la moto, sobre todo para ir mejor prevenido. En febrero, parte de mi grupo de amigos planeó un viaje al norte neuquino, coincidente en parte con mi futura ruta, y una cosa llevó a la otra, y tuve la oportunidad a mi alcance: mi Real del Padre – Lago La Plata tendría lugar entre el 4 y el 20 de marzo.
qué me falta Tenía un esquema de arreglos distribuidos a lo largo de estos futuros 10 meses, que se vinieron encima. Quería arreglarle algunos plásticos del carenado, no tanto por estética, sino para que no se desprendiera una parte en medio del camino: descartado, solo le puse cinta ancha en los lugares que consideré más vulnerables. Tenía una pérdida de combustible
por la manguerita de descarga del carburador: si cerraba la llave de paso de combustible lo evitaba, así que me concienticé para hacerlo cada vez que detenía el motor. Conclusión: la mitad de las veces me olvidaba y me encontraba con el charco de nafta debajo del motor. Cubiertas: Tenía para unos 3000/4000 Km. antes del punto crítico. Las cambiaría durante el viaje, calculé Bariloche. Cámaras: Tenía las que habían venido cuando la compré. Si o sí quería poner reforzadas y ponerle Slime (líquido protector que evita que pierda aire ante pinchaduras). Lo hice el último día antes de salir. Frenos: Frenaba bien y no me pareció necesario. Al sacar la rueda delantera para el cambio de cámara el mecánico detectó pastillas gastadas y naturalmente se pusieron nuevas previa a la partida. Arreglo barato pero inesperado. Amortiguador trasero: estaba medio vencido. Si bajaba un cordón, hacía tope. Sin tiempo para enviarlo a reparar adecuadamente, quedó como estaba. Suspensión delantera: yo creo que tenía el aceite original. Si bien no hacía tope, todo me hacía sospechar que estaba blanda. Sin tiempo para cambiarlo, la dejé así. Aceite: Antes de salir le hice cambio de filtro y aceite. Sabía que tendría que volver a hacerlo durante el trayecto. Aposté Bariloche, pero no quise volverme loco con eso. Transmisión: estaba en buen estado, no presentaba desgaste evidente. Generalmente uno se va dando cuenta que algo anda mal cuando tiene que andar “estirando la cadena” (desplazar la rueda trasera hacia atrás para que la cadena siga tensa
en su punto justo) seguido. Batería: Como chequeaba el agua mensualmente y no había que reponerla nunca, sumado a que siempre arrancaba la moto sin esfuerzo, quedó. Electricidad: de vez en cuando se me quemaba un fusible, por una deficiente conexión de los cables de la bocina, corregí esa unión de cables y preventivamente llevaba fusibles de todos los colores y amperajes. Todas las luces funcionaban bien. Le pedí a un amigo que me armara una toma de 12 volts (tipo para encendedor) para conectar a la batería en caso de necesitar cargar el teléfono celular o llevar conectado un GPS. Protecciones: No tenía defensa ni mataperros. Ni tiempo para hacerla. Descartado. Bolsos y equipaje: Compré un top case de marca genérica a un muy buen precio. Iba a llevar mi vieja mochila Nikko, pero a último momento preferí llevar un bolso con forma más rectangular, pensando que podría acomodarlo mejor en la moto. Autonomía: Hace un tiempo había comprado un bidón de 2 galones (unos 7 litros y medio), y luego me conseguí unos bidones de aceite de 4. Estos últimos eran mucho más prácticos para llevar, y además, cuando no estuviese en riesgo no llegar a una estación de servicio, podría descartarlos sin problema, así que los lavé bien y fueron de la partida. Velocímetro y odómetro: no tenía tripa, así que para poder tener una idea de la distancia recorrida, le coloqué uno de bicicleta. El único problema era que registraba velocidad máxima de 121 Km./h. Si superaba ese valor, aparecía como yendo a 7 Km./h, lo que afectaba el cálculo de distancia.
vestimenta Puesta: - Casco, antiparras, guantes con protección, pantalones tipo cargo, calza corta de ciclismo, medias, calzoncillos, remera y campera con protecciones, zapatillas tipo trekking. En equipaje: - 1 par de Pantalones - 1 par de calzas largas de ciclismo - 1 par de zapatillas viejas y cómodas - 4 pares de medias - 4 calzoncillos - 4 remeras manga corta - 1 remera térmica manga larga - 1 gorro de lana - 1 cuello tipo polar - 1 campera polar - 1 camiseta de La Plata Rugby Club
además
- Plato de plástico, cuchillo, tenedor, cuchara, jarrito de metal - Calentador con hornalla para utilizar con un aerosol - 5 sobres de sopas - 2 paquetes individuales de fideos “instantáneos” - Cargador de pilas a 220 v - Cargador de teléfono a 220 con adaptador adicional a 12 v - Herramientas varias, varias repetidas. - Precintos, cinta aisladora varios anchos, tornillerío, cortaplumas, etc. - Bolsa de dormir - Carpa (prestada por mi cuñado) - Colchón inflable - Cámara de fotos - GPS prestado, sin haberlo probado ni entendido su uso - Mapa de rutas del ACA de La República Argentina
viernes 4 de marzo Como todos los días, arriba a las 6, para estar a las 7 cumpliendo con el trabajo. Me fui caminando, porque ya le había puesto un par de cosas a la moto, y no tenía ganas de andar armando y desarmando. Estando todavía en la oficina, recibo un mensaje de texto de Cesar (el Pela) diciéndome que estaba por salir desde City Bell con destino a Río Cuarto. Me pareció que iba a llegar antes que yo, pero bueno.
Partí rumbo a lo de mi amigo, que me estaba esperando con el aparatito en la mano, saludo y deseo de suerte y apunté a la estación de servicio. Mucho calor, y saqué una foto con la temperatura y la hora real de partida: 16:27hs y 37º de temperatura! Me pareció que la medición no era correcta, pero que hacía calor, hacía. Túnel subfluvial, tomé como para Santo Tomé, y por alguna razón me desvié hacia la autopista Santa
Para empezar, me atrasé con los últimos detalles que debía dejar finiquitados en el laburo. Luego, en casa, no terminaba de armar la mochila. No me entraba todo, saqué cosas, saqué más cosas, redistribuí, cambié de bolso, até, desaté, transpiré como un burro, etc. Mientras mi hijo trataba de convencerme que lo llevara a un cumpleaños a las 5, y yo tratando de explicarle que no iba a estar. Se me hizo tardísimo, y por si fuera poco, todavía no había ido a buscar el GPS a lo de Cesar. Lo llamo, y trato de convencerme a mi mismo que prefería no llevarlo, pero él no demoró mucho en hacerme cambiar de opinión. Finalmente termino todo, saco la moto, y mi señora se ofrece para inmortalizar el momento. Para variar, algo me olvidaba, y por suerte mi hijo me acercó el casco.
Fe- Rosario. No sé cómo, pero pude empalmarla bien, y de allí, a San Francisco. Aparentemente la Ruta Nacional 19 está en arreglos, y a cada rato, o había que tomar un desvío, o te frenaban para que pase el tránsito en sentido contrario. Todo el camino se caracterizó por tener sol en contra y tráfico bastante pesado. Se me hizo bastante lento. En la primera estación de servicio, en la provincia de Córdoba, le mandé un mensaje al Pela.
A todo esto me imaginaba que el pobre tipo estaba todo el tiempo dudando si yo iba a ir realmente al punto de encuentro o si se trataba de una
“jodita” y lo iba a dejar colgado. Nunca le pregunté, pero creo que en algún momento se imaginó lo peor. Había cola para cargar combustible, así que esperé mi turno. Teniendo algo de tiempo, quise instalar el GPS, como para empezar a entender su funcionamiento. Tomé el soporte con sopapa y lo puse en el parabrisas. Luego, como pagaba con tarjeta de débito, me acerqué a donde debía ingresar el “PIN”, y al volver a la moto, el aparato no estaba. Escalofrío por la espalda, no podía ser que en 1 minuto me lo hubiesen robado. Miro el auto de atrás, y le señalo el tablero de la moto a los 2 flacos que estaban esperando su turno. Me levantan los hombros como diciendo que no entendían. Vuelvo a señalar, y esta vez me ignoraron. Ya estaba levantando temperatura por la falta de solidaridad y a punto de reaccionar de manera, tal vez, un poco violenta. Hice un esfuerzo, traté de recordar si realmente lo había puesto o no, e hice la mímica de cómo lo había colocado. Oh sorpresa, veo el cable de alimentación pasando entre el
tablero y el tanque de nafta. Lo sigo con la vista y ahí estaba el bendito GPS: se había desprendido la sopapa y quedado enganchado fuera de la vista. Decisión tomada: no voy a perderlo. Lo saqué y lo puse en el bolsillo de la campera, lugar donde permanecería casi todo el viaje. No recuerdo cuantos litros le entraron a la 640, pero el cálculo de consumo fue un favorable 19,7 Km. por litro de combustible. Si tenía capacidad de tanque de 17 litros, me daba una autonomía tentativa de casi 335 km. Si además le sumaba mis 2 bidoncitos auxiliares, podía llegar a hacer casi 500. Nada mal. A partir de Villa María, ya estaba oscuro, con la mica del casco repleta de mosquitos aplastados, y la única manera de poder ver algo cuando iba pasando los pueblitos de la ruta era levantar el acrílico y tratar que los bichos no se pegaran a las antiparras. Si, lo limpié varias veces, pero sólo duraba un par de kilómetros antes de volver a ensuciarse todo. Finalmente, en el ACA de Río Cuarto lo encuentro a Cesar, lo saludo, veo su cara de alivio, y luego de fumarme un pucho, llamo al primo de mi señora que nos estaría esperando para llevarnos a nuestro primer vivac del viaje. La verdad es que no me di cuenta de dejarle el número de teléfono a mi compañero de rutas como para que llame él cuando llegara, y se tuvo que comer el garrón de esperar durante hora y media mi llegada. Nos vinieron a buscar en auto, manejado por “el Luisgui”, que trató de cometer tantas infracciones de tránsito como se pudiera mientras nos hacía de guía hasta la quinta. Yo no conocía el lugar, que resultó
un quincho con todas las comodidades, con muchísimo lugar para tirar colchones y entrar las motos. Lo que nos encontramos apenas entramos, la verdad, no lo esperábamos: toda la familia de los tíos de mi señora, más un par de invitados, con un lechoncito al horno frío, más un pollo, más ensaladas, más fiambre para picada, más bebidas gaseosas y cerveza, todo a nuestra disposición. La verdad, que un honor que no nos merecíamos, pero que aprovechamos y disfrutamos al máximo. Nos trataron como reyes. La conversación fue muy amena, y escuchamos varias anécdotas muy divertidas. Por supuesto, interrogaron al Pela para saber todo sobre su vida, afortunadamente, fueron sutiles. Luego de la sobremesa, el Luisgui se animó a quedarse a dormir también en la quinta, por lo que el resto de la noche fue una risa tras otra. Tipo divertido y salidas muy particulares que no paraban de sorprendernos. En determinado momento, salió al césped, se trajo un sapo, y nos demostró como lo podía dormir acariciándole la panza. Finalmente, hora de dormir, distribuimos los colchones, y a poner los despertadores para arrancar temprano al día siguiente. Distancia recorrida aproximada: 465 Km. de enlace en asfalto
sábado 5
llenar el tanque.
El Pela fue el primero que se levantó. Yo escuché algún ruido, pero hice toda la fiaca que pude hasta que hubo que ponerse en movimiento. Mi proceso de armado fue extremadamente lento, tanto que hasta llegó Luis (el tío de mi señora), que pensó que nos habíamos ido hacía rato. Aceité la cadena, y completé aceite de motor. No sé cómo pude terminar de armar todo. Mientras los demás desayunaron. La idea inicial era ir a San Luis vía Villa Mercedes, para luego apuntar a San Rafael para llegar a Real del Padre. Nos comentaron de la posibilidad de ir por Achiras, con un camino mucho más ameno, mejor paisaje, y distancia similar. Cuando estuvimos listos, esa alternativa sonó muy bien. Salimos entonces con ese rumbo, encontrándonos con bastante tránsito propio del fin de semana largo por “los carnavales” –ese nuevo feriado que tan conveniente me resultó para llegar con los días de vacaciones laborales. Cesar me había preguntado a qué velocidad prefería viajar, y mis 100/110 Km./h (velocidad “Tengai” como la llamo yo) le parecieron adecuados, y fue lo que propuso cada vez que iba adelante. A esa velocidad mi moto prácticamente no gasta aceite, y el rendimiento era el mismo que había tenido en mi primera medición. En Achiras nos encontramos con que sólo te vendían $40 de combustible, y encima, sólo tenían “Premium”. En otras palabras, a lo sumo le podías cargar poco más de 8 litros. Como mi compañero había cargado en Río Cuarto mientras me esperaba, necesitó mucho menos que eso. En cambio a mí, no llegó a alcanzar para
Guiándonos con el GPS de Cesar, seguimos viaje hacia San Luis, donde en el ACA de circunvalación había, sin exagerar, varias colas de no menos de 40 vehículos. Nos detuvimos y la verdad es que ninguno de los 2 quería pasar nuestro escaso tiempo esperando por combustible. Agarró el bendito aparatito y nos fuimos a la búsqueda de una Petrobrás, que anecdóticamente resultó la misma que usamos en nuestra excursión de agosto de 2010. Casi no había cola, nos dejaron cargar todo lo que quisimos, inclusive los bidones auxiliares, y nos sentamos en un costado a comer los restos del lechón y pollo, que estratégicamente nos había convencido Luisgui de llevar con nosotros. Encaramos entonces por la RN 146 con destino a San Rafael. La idea era ver si podíamos tomar un desvío hacia General Alvear, pero iba a depender de la disponibilidad o no de combustible. Ruta larga y aburrida. Fui probando distintas posturas en el asiento, pero nada parecía servir demasiado. El bolso ocupaba mucho lugar, y el cuero de cordero no era de mucha utilidad en tan poco espacio. Creo que lo peor era la temperatura. No había manera de no transpirar.
Yo tenia todos los cierres y ventilaciones de la campera abiertos, lo que provocaba, de acuerdo a como me acomodara, un hedor insoportable que se me venía por el cuello hasta adentro del casco. Llegamos a Monte Coman, y nos sorprendimos al encontrarnos con una YPF. No figuraba en el GPS y por si fuera poco, en el shop, tenía Coca Zero. Revisando el aparatito nos dimos cuenta que la distancia a Real del Padre era la misma que hasta San Rafael, así que ni lo pensamos y tomamos la RP 171. No era mucho, uno 30 Km., y esta vez con aromas del entorno mucho más agradables. Cesar detuvo la moto y me dijo que habíamos llegado. Yo no reconocí el lugar. Claro, había 2 factores fundamentales. El primero es que no tenia presente haber llegado por esa ruta nunca, y el segundo es que la última vez que estuve fue en el año 1997.
Le marque la dirección, pero según el aparatito no había camino. No importo, y nos dirigimos hacia la finca que había pertenecido a mi abuelo. Cuando pasamos por la entrada de la finca de mi padrino, reconocí el lugar inmediatamente, y decidí igual seguir hacia el destino original. En la esquina de la ruta y la calle donde había que doblar, todavía estaban los restos de la famosa estación de servicio donde sabia que NO había que cargar combustible. Aparentemente también hay un barsucho y varios muchachos que parecían enamorados de sus botellas. Ahí pisamos el ripio por primera vez en el viaje. Sentí tan inestable la moto que me pregunte si mi propuesta de caminos alternativos había sido una buena idea. Como a los 1000 metros la primera salida a la izquierda, nuevamente reconocí el lugar y me encontré con la finca.
finca don enrique Mi primer sorpresa fue un cartel que decía “Finca Don Enrique”. Ahí me quebré.
Por suerte tenía el casco puesto y mi compañero no llego a darse cuenta que estaba lagrimeando. Noté inmediatamente que la vieja tranquera había sido reemplazada por un portón de madera más alta, y al estar abierta, me tomé el atrevimiento de ingresar. Igual no había ni campana ni nada parecido para anunciar nuestra llegada.
Rodeé el viejo casco y me encontré con la casa de los cuidadores. Detuve el motor, y salió a nuestro encuentro una señora. No parecía tan vieja como para haber estado en la época de mi abuelo (casi 20 años antes), pero igual hice el intento. Con la voz quebrada por la emoción, me presente como el nieto de “Don Tudor”, le dije que no había tenido oportunidad de pedirle permiso a los actuales dueños (que eran muy amigos de mi abuelo), y si me permitía sacar algunas fotos. Me indicó que no tenía las llaves (yo lo suponía), pero me dió libertad de hacer las tomas en el exterior. En el fondo no me animaba a entrar y ver todo diferente. No quería no encontrar la vieja mesa de la cocina ni los muebles del pasillos, que faltara la mesa gigante, que el sillón que usaba mi abuelo para leer/ dormir sus siestas no estuviese, y que faltara el piano. Pero sobre todo, que la vieja alfombra de oso blanco y el escritorio brillaran por su ausencia. Hay recuerdos que deben permanecer de una determinada manera, y no quise cambiarlos bajo ningún concepto. A todo esto Cesar siguió haciendo de cuenta que no se me notaba emoción, e hizo caso omiso de la dificultad con que yo hablaba. Le fui contando sobre los lugares, le mostré donde guardaban mis abuelos su Renault 12 break y su Citroen 3CV. Le mostré la parrilla recordando no haber comido nunca un asado ahí, donde solían atar al “Batch”, perro malo si los había, mezcla de boxer con bull mastiff (o no, pero lo parecía por lo menos), los pozos de agua, donde había uno de donde se podía tomar, y el otro era para todo “lo demás”, a pesar de estar uno
pegado al otro. Dos cosas estaban muy diferentes: faltaban todas las plantas que solían estar en el frente de la casa, y el camino de acceso tenia una serie de arbolitos recientemente plantados, donde antes había 2 zanjas. Me acuerdo bien de esas zanjas porque tenían la ondulación muy suave y tal vez el único pasto de toda la finca. Hacia un costado de esta calle de acceso, estaba el bosque de pinos, con una planta de granadina de la cual nunca pude comer ninguna. Tal vez porque no eran de las que se comían. Del otro lado, los árboles de hojas perennes. Note en el piso algunos arbolitos nacidos recientemente, e inmediatamente relacione que mi viejo una vez se llevo uno de estos “brotes” y lo planto en La Plata. Hoy ese árbol tiene sus buenos metros de altura. La verdad es que me hubiera gustado llevarme uno a Paraná, pero sabía que no había manera de que llegara en condiciones. Le avisamos a la cuidadora que nos íbamos, y al retirarnos, hicimos las últimas tomas con las motos y la salida “real” de nuestro viaje.
De allí nos tocaba pasar por lo de mi padrino, y quedamos de acuerdo en que saludábamos y seguíamos para algún camping cercano al Río Atuel. Encaramos entonces por la calle de ripio hacia la ruta, donde mis habilidades conductivas se vieron nuevamente desafiadas
En la esquina, un borracho se paró delante de mí haciéndome detener la marcha. Me preguntó algunas pavadas, y trató que me quedara a “beber con ellos”. Le dije que estaba medio apurado y no le dí tiempo de reaccionar antes de que estuviese nuevamente en marcha. Las pocas cuadras que nos separaban nos mostraron los secaderos de frutas, y el olor característico que desprenden. Resulta que ese sector de Real del Padre, es el denominado “parque industrial”.
lo de charly Nos encontramos en la entrada de la Finca Selva Negra, hogar de Charly y Elsita.
Entramos y esperé encontrarnos con algún perro “malo”, pero no lo vimos. En cambio estaba Charly con los brazos en alto y gritando - Vieja, escondete que al final aparecieron! Dejé la moto y lo fui a abrazar. Realmente hacia mucho tiempo que no lo veía, y era la primera vez que lo visitaba sin mis viejos. Eso me dió la oportunidad de ir conociéndolo de una manera distinta. Apareció Elsita, a pesar de las advertencias y les presenté a mi compañero de viaje. Nos invitaron a pasar, y nos ofrecieron tomar el té. Nos pareció una buena idea, y el menú fue pan (riquísimo) con manteca y dulce de damasco casero (que dulce!) con te o café. Corté un pan transversalmente, lo unté con manteca y se lo pasé a Charly. Mi padrino me retó por haberle puesto tan poca manteca. La verdad es que no recuerdo si él era así antes o no, pero puedo asegurar que tiene las mismas
“mañas” que le conocía a mi abuelo. De más esta decir que todo lo que iba diciendo Charly era en tono e intención de comedia. Tenía una salida tras otra, que no paraban de divertirnos y sorprendernos. Hablamos un poco de mi abuelo. Y mi padrino lo recordaba como yo, extrañando mucho al viejo y sus extraños comportamientos. Nos contó que cuando el secadero funcionaba, todos los días era obligatorio parar las actividades a las 5 para “tomar el te”, y que siempre, sin excepción, caía el “abuelo” junto con el “Doc” (otro de los originales 8 integrantes de aquel viaje). También nos contó que iba siempre para el lado del puente viejo, a buscar puntas de flechas y restos históricos de caracoles y bichitos petrificados. En un determinado momento, insistí en ir a recolectar algunas uvas, a lo que Charly se negó. Nos dijo que él iría por nosotros y que esperáramos. No le hicimos caso, pero se puso mas firme. Noté cierta frustración en su cara, y un intento de evasión. Mi padrino es un hombre de campo, cuyo principal orgullo es su tierra, y ahora, se encontraba con unas plantaciones “sin mantenimiento”. Nos contó como a lo largo de 15 años no pudieron cosechar por “la piedra” (granizo) que cayó y fue arruinando todo. Yo agrego que sumado a los 78 años que carga encima, es muy difícil mantener todo solo. Las nuevas imposiciones y reglas laborales, más el esquema de gran escala, hacen que no sea rentable, para nada, tener explotaciones pequeñas. Como conclusión, la finca, su orgullo,
no está en las condiciones que a su parecer, debería estar. No nos importó, no estábamos ahí para ponerle una nota o calificación. Nosotros queríamos comer uva y ciruelas recién cosechadas. Tuvo que ceder, y nos llevo hasta donde había varias plantas de vid. Esquivando alambres, nos internamos y pudimos cosechar las mejores uvas moscatel rosadas de la historia. No tenían el clásico residuo como si fuera tela de araña. Además, al no estar tibias se podían comer, y eso hicimos. También ajusticiamos uva negra y algo de uva blanca. De ahí pasamos a la parte de las ciruelas, donde recolectamos varias docenas, como para que alcancen. En el camino, un árbol de higo también sufrió algún ataque de estos buitres. Al volver a la casa, nos invitaron a quedarnos por la noche, pero no queríamos molestar, y le indicamos nuestra intención de seguir rumbo a algún camping cercano al Río Atuel. - Charly, vos que conoces la zona, esas nubes son de tormenta? - No, ya se van a ir… A los 5 minutos, empezó a gotear, y se escuchó un grito: - Vieja, nos cagaron, ahora van a tener que quedarse a dormir Cada una de estas salidas no dejaban de provocarnos risa, y hacernos sentir mas cómodos con nuestros anfitriones. Era realmente muy divertido escuchar esos falsos lamentos y las caras y expresiones que usaba Charly. Movimos nuestras motos bajo un techo, y yo no pude dejar de admirar la vieja camioneta Dodge, color naranja, que tantas veces había visto de niño. Esa camioneta tenía cientos de viajes
a Misiones para llevar fruta seca para el lado de las cooperativas de yerbateros. Y por supuesto, volvía cargada hasta las manos de productos de allá. La lluvia se hizo más intensa, y hasta se veían rayos en el horizonte. De vuelta en la casa, nos pusimos a estudiar un poco el mapa para ver por donde seguíamos, ya que al otro día empezaba nuestro verdadero raid.
Nuestra idea era no pasar por San Rafael, y “cortar” la provincia transversalmente. Mientras, nos agasajaron con un licorcito casero, muy rico. Nos hablaron de cómo habían cambiado las cosas, de cómo el pozo de las animas era una explotación comercial y que nada era igual. Esos comentarios nos sirvieron para reforzar el espíritu de nuestro viaje: no circuitos comerciales, sino caminos alternativos. Charly nos contó que antes había tenido una Norton. Nos relató que en cierto viaje a la cordillera, iba con un amigo en el asiento de atrás, y que de a poquito fue notando que se le iba acercando, hasta el punto de tenerlo encima. ¿Pero que haces tan cerca? Resultó que se quebró el cuadro y eso provoco que los asientos estuviesen casi uno arriba de otro. Mencionar esta anécdota no le hace justicia a la manera en que él la
contó, ya que nos estuvimos riendo varios minutos con sus caras y expresiones. No se por qué, pero él tenía el prejuicio de que nosotros íbamos a viajar con mentalidad “rally ParísDakar”, y nos contó de cierto viaje remontando el río Barrancas donde la cantidad de ovejas lo habían obligado a parar. Ahí se habían encontrado con toda una familia, y al acercarse a un pequeño que iba con su madre a caballo, le ofreció unos dulces. El niño, educado, miró a la madre como pidiendo permiso, y recién aceptó los caramelos. Ahí le contaron que todos los años emigraban para el lado de la cordillera, y que cuando acababa el verano, o venía la famosa invernada, retornaban hacia el este en búsqueda de pastos y clima no tan extremo para sus animales. Charly remarcó que esa experiencia era imposible de “vivir” si no íbamos con tiempo para hablar con la gente. Charly dejó de ser Charly y ví a mi abuelo hablándome. Imagen que se me haría presente muchas veces a lo largo del camino. Esa noche nos agasajaron con milanesas con puré y ensalada. De postre, uva recién cosechada. No faltaron anécdotas, pero la que quedó como “frase del viaje” fue la que contaron sobre un par de porteños que llegaron a una finca cercana en un auto importado (connotación que implica “caro” y elegante), y se bajó una pareja que lo primero que dijo fue “Esto no tiene precio”, palabra más, palabra menos. La vieja se sintió alagada y los invitó a pasar a tomar el té. Luego de ser agasajados, la pareja se marchó. Al otro día, la señora estaba caminando, y pasa esta pareja, y se
ofrece a alcanzarla hasta su casa. No hubo ni sospechas ni nada, ya que el día anterior habían estado conversando sin problemas, y aceptó. Al llegar a la casa, la ataron, ataron al esposo, y se alzaron con el dinero de la venta de una propiedad que recién habían cobrado. El hombre falleció por no poder respirar, y la señora quedó bastante maltrecha por la golpiza recibida. La moraleja: cuando te digan que “esto no tiene precio”, desconfiá… Nos prepararon sendos cuartos, y luego de cenar y seguir conversando un rato, nos fuimos a dormir. Distancia recorrida aproximada: 610 Km. de enlace en asfalto y 2 amenazantes Km. de ripio
domingo 6 Al otro día, desayuno con riquísimo pan, nuevamente manteca y dulce casero. Esta vez, a Charly le preparé un pan con muchísima manteca, por las dudas. Nos regalaron un frasco para llevar, que aceptamos gustosos, y nos pusimos a armar los bártulos para poder partir. Aproveché y le adicioné aceite al motor. Claro está, para cuando yo había podido armar una parte, Cesar estaba listo. Sumado a nuestro equipaje original, estaba el frasco, que cargué en mi TOP case, y las uvas y ciruelas que no habían sido devoradas el día anterior fueron a parar a la moto de Cesar. Al despedirnos, por única vez en el viaje, pero de manera muy intensa, me lamenté infinitamente de no estar viajando en camioneta: quería que el viejo Charly nos acompañara. Y creo que mi padrino sufrió muchísimo no tener todavía su vieja Norton y ser parte de eso que estábamos por comenzar ese día. Nos recomendó no cargar combustible en Real del Padre, así que apuntamos directamente a General Alvear. Como nos ocurrió en varias oportunidades, sólo había nafta Premium, y dado que había cola, decidimos buscar en el ACA. Yo estaba seguro que había una en el centro del pueblo, pero mi memoria no es buena. Un viejito que había por ahí, nos indicó como llegar a otra YPF, y pudimos llenar nuestros tanques. Aprovechamos e hicimos lo mismo con los bidones auxiliares, y entonces, yo quedé con uno, y Cesar con el otro. También compramos un par de botellas de agua, sabiendo que no había en el camino.
Cesar programó el GPS, y partimos. Ese aparatito nos guió hacia un lugar donde nadie en estado de conciencia hubiera ido. El camino estaba cruzado con un alambre (lindo para encontrárselo de noche) y había restos de vehículos por doquier. Me hizo acordar a esas películas yanquis donde secuestran a una familia completa que está de vacaciones y en determinado momento descubren que no son los primeros a los que les ocurre eso. Le preguntamos a una viejita que estaba por ahí, pero no le entendimos nada. Luego apareció un nativo, que miró con muchísimo cariño nuestras montas, pero que por lo menos nos sugirió seguir por otro camino. Ni a palos le sacaba fotos. Volvimos algunas cuadras y llegamos nuevamente a la civilización. Preguntamos a otro que pasaba por ahí y esta vez encaramos para donde debía ser. Lo más bizarro de todo fue cruzarse con un policía en moto, que tenía una BMW 650. Tampoco me animé a pararlo para sacar una foto. Estaba meta hablar por la radio, y me dio la impresión que si le dábamos pie, iban a sumar a la flota policial, una África Twin y una DR650. Pudimos seguir por la RP 202 hasta donde el GPS marcó que era posible tomar el desvío, y ahí empecé a sufrir nuevamente con el ripio. Me quise hacer el tonto, pero me costaba horrores relajarme con ese tipo de caminos. Nuestra idea era ir por la RP 184 hasta la intersección de la RP 179. Analizar un poco si era transitable, y si se tornaba imposible, tomar rumbo hacia el Nihuil. Nos fuimos adentrando en la provincia, rumbo a Soitue, y fueron
apareciendo los primeros signos de poco tránsito: un par de caballos sueltos en la ruta, ranchos cada vez menos frecuentes y ripio con piedras más grandes. El primer vadeo del viaje era un chiste, pero luego del agua, un charco de barro hizo colear la AT de Cesar. - Mirá, cualquier terreno menos barrome dijo mi compañero. Al escuchar eso, recordé mi ultima salida con Africantina (el otro Cesar) donde nos habíamos divertido patinando por caminos rurales de Entre Ríos, y pensé que la pasaba mejor así que con ese ripio imposible. Llegamos a la intersección de la RP 179, y nos encontramos con 2 motos de baja cilindrada de origen chino en el medio del camino, sin presencia aparente de los dueños. Ambas tenían las llaves puestas y nos pareció apropiado esperar a ver si aparecían. Al rato, de un rancho medio escondido, aparecen caminando, y sin apuro. - Se puede llegar a Malargue siguiendo por acá? - Tenés unos 10 Km. de piedra, pero con estas motos, pasas seguro... Iba a ser la primera de varias veces que al mirar nuestras máquinas nos aseguraban la posibilidad de pasar por determinado terreno, sin tener en cuenta lo pesadas que son y que veníamos cargados como para mudarnos. Inmediatamente empezamos a subir una cuesta en caracol, nada complicada, de allí, a un ripio tranquilo hasta que el camino apuntaba directamente a una huella de piedra suelta y filosa. Quedamos de acuerdo en que lo encararíamos de uno a la vez. Llegaba uno arriba, esperábamos al otro, y así
sucesivamente. Muy técnicas algunas partes. Le errabas un poquito y no había manera de poder girar el volante. Cesar se trabó en determinado momento, y se produjo el primer tumbo del día. No diría que fue caída, sino más bien, pérdida del pie de apoyo. En pendiente, con vehículo detenido, y tratando de buscar donde poner el pié. Yo estaba muy cerca y en segundos estaba ayudando a levantar la AT. Confirmamos nuestra sospecha: en posición horizontal, se producía una pérdida de combustible por una manguerita. Eso quería decir que si quedaba mucho tiempo, la pérdida de nafta podía ser importante. Y la verdad, no andábamos muy confiados con nuestras reservas. La caída no tuvo mayores consecuencias, y seguimos. Tal cual nos lo habían adelantado, luego de unos pocos kilómetros, la piedra difícil se transformó en ripio. Pero la secuencia mental fue más así: ¿cuánto falta para que se termine esta piedra de mierd...?. Ojo con lo que deseas, que se puede volver realidad
Ahora sí, nos acercamos a la intersección con la RP 180, y cuando detuvimos la marcha, sonó algo como un trueno. Pues no, era una Toyota que venía a 500 mil Km./h por la ruta que estábamos por cruzar. Había que tomar una decisión: seguíamos a Malargue o girábamos hacia el Nihuil. Mucho no hubo que pensarlo, pero insisto que era permanente tomar conciencia de que si se complicaba, teníamos una salida “más sencilla”. Creo que fue acá cuando mi compañero pasó los 4 litros del bidón auxiliar a su tanque. Yo no lo hice porque sabía que si se caía la moto, los iba a derramar. A los pocos kilómetros, nuestros deseos, se volvieron realidad: dejó de haber ripio molesto, para convertirse en arena. Parecía que estábamos en las dunas de Pinamar o Villa Gesell. Costaba muchísimo poder seguir una
línea, y las motos se cruzaban cada 2 por 3. En una de esas, a Cesar se le vuelve a tumbar la moto. Busqué pie para la 640, y me fui a ayudar a levantarla. Nuevamente caída sin consecuencias, pero se empezaba a notar el amor propio herido. Hicimos una parada de descanso, pero no comimos nada. Alguna que otra caída más, puteando por la poca tracción, dudando si volver o no, insistiendo tercamente en seguir, y deseando que se termine pronto: error ahí. Pues a los pocos kilómetros efectivamente se terminó, vimos en el horizonte la laguna de Llancanelo, y el teórico camino que marcaba el GPS. Pero igual, se podía seguir un poco más, ya por ripio tranquilo, y nos mentimos diciendo que cualquier cosa, tomaríamos ese camino encontrado. No demoramos mucho en cruzarnos con un rancho con pinta de bar. Una manada de burros salió rauda de nuestro camino. El lugar tenía cajones de cerveza y gaseosa vacíos, pero estaba cerrado. En realidad era el Salón de Usos Múltiples del Salitral del Norte. Bueno, si nos pasaba algo, podíamos refugiarnos ahí. Algo es algo. El terreno entonces pasó de ser ripio a salitre. Todo lindo al principio. Llano, liso, con el camino bien marcado, aunque sin huellas recientes exceptuando unas que parecían de camioneta. Nos cruzamos con los primeros “Detectores de partículas” pertenecientes al observatorio “Pierre Auger”. Hay 1600 distribuidos en 3000 km2, y se supone que ayudan a detectar las partículas más “energéticas” que entran a la atmósfera terrestre.
En una de esas, cuando Cesar estaba filmando, no se dió cuenta que se estaba metiendo en terreno menos firme, y casi casi que hay que tirarle una soguita para sacarlo. Se va rompiendo la capa superficial, y abajo tenés salitre. Firme o no, te toca de pura suerte. Las nubes ya amenazaban tormenta, y por ahora, nos veníamos salvando. Se notaba mucho ya la superficie del piso, como “quebrada”, y sabíamos que estábamos sobre zona inundable. Nuevamente cometimos el pecado de preguntar “¿cuando termina esto? Nuevamente digo, ojo con lo que deseas, que se puede cumplir. Vemos un tendido eléctrico, buena señal ya que a algún lado va. Cruzamos el arroyo “El Malo”, que estaba sin caudal, y un rancherío no abandonado, pero totalmente cerrado. Mal augurio. El segundo lugar que no tenía habitantes. Estaríamos en época de lluvias o inundaciones? Acá llueve y no nos saca ni dios. Bien, decidimos seguir por el camino que acompañaba los postes eléctricos, y sin darnos cuenta, la superficie cambió. Ahora se trataba de una especie de barro “como seco” pegajoso de unos 2 o 3 cm de altura, que cubrían algo que era muy resbaladizo. Esto lo comprobó Cesar en la primera curva. Pude parar sin pasar de largo, lo ayudé a levantarla, y adelanté mi moto unos metros. Si uno miraba el camino, se veía bastante normal, con algunos charcos. Pero no. Donde pisaras hacías que se pegara toda esa capa de barro no tan seco en tu guardabarros, y trababa la rueda delantera. Es más, la 640 en el barro entrerriano no había tenido problemas en ese aspecto, pero acá si.
Sin posibilidad de girar la rueda delantera, lo único que te queda es caerte cuando la moto lo decide, ya que no podes ni doblar ni seguir derecho más que por el capricho mismo del camino. Para poder avanzar 20 metros estuvimos 10 minutos. Encima, las suelas de las zapatillas tenían el agregado de este barro que evitaba cualquier tipo de tracción. Esto nos pasaba por no querer ripio, luego no querer piedra, luego no querer arena, luego no querer salar. Y si no queríamos barro, que nos quedaba? Cuando pudimos trasladar la moto de Cesar algunas decenas de metros hacia adelante, vimos, de casualidad, que en ese sector había como un paso paralelo. Aparentemente ese empantanamiento
ocurría frecuentemente. Analizamos como podía yo llegar hasta allí, pero con la tracción que tenía en la 640 no iba a conseguir impulso para pasar la montañita del borde del camino. Me jugué a ir por el barro, y con el apoyo de mi compañero evitando que la moto apunte a cualquier lado, pude pasarlo. El siguiente barreal lo estudiamos bien. Vimos el camino paralelo con suficiente anticipación como para tomarlo, y hacia allí fuimos. Tampoco que era un lujo, pero por lo menos, podíamos hacer pie sobre las plantas en lugar de sobre el barro. Pero a no más de 100 metros, ya estaban inundados tanto el camino principal como el alternativo. Arriesgándome a sufrir pinchaduras, ya no me importaba más nada, y la amenaza de lluvia por el frente era evidente, me mandé a campo traviesa, paralelo al camino, pero del otro lado del camino alternativo.
ahi donde esta lloviendo esta nuestro destino
Cesar dudo un poco, no quería arreglar pinchadura en esas circunstancias, pero odiaba tanto el barro que no tuvo alternativa. De vez en cuando, se le volvía a trabar la rueda delantera con el guardabarros. Esto ocurrió durante un rato hasta que este barro tan particular se fue transformando en ripio, lo que nos permitió transitar por el verdadero camino, e ir desprendiendo pedazos de arcilla a discreción. Ya nos cruzamos con una camioneta de mantenimiento de algo, ya nos sentimos más relajados. No estábamos tan lejos de nuestro objetivo, y alguna que otra gota se sentía en el casco. Seguimos y finalmente el camino se dividía en 2. Ambos más o menos con el mismo mantenimiento. No se cómo pero descubrimos que uno apuntaba al observatorio astronómico Pierre Auger. - Vamos? - Cuando pensás que vas a volver por acá? - Nunca. - Entonces, es la única oportunidad de visitarlo que vas a tener – le repliqué – pero por otro lado, estos científicos franceses son todos unos mala onda y no te dejan ver nada Sin dudarlo 2 veces, partí raudo por el camino a Malargue. Faltaba poco. Ya se veía nuestro destino, curva a 90º y contra curva idéntica. Nos aparecimos por el costado de la ciudad, cerca de la fábrica de yeso. Apuntamos para la YPF, y allí cargamos combustible. Compramos nuestras religiosas gaseosas, y me quedé mirando en la puerta del “shop” las motos estacionadas junto a la mía. 2 XTZ 660 con cubiertas Karoo,
una DR350, una BMW 650 y creo que una KLX 650. Parece que lo muchachos venían de Chile y no sé que rumbo tendrían, pero no era el nuestro. Todo bien, pero estaba mentalmente muy agotado para hacer sociales. Igual le pregunte por las cubiertas, y me las recomendó, en particular, las Karoo T. Ahora a buscar donde dormir. Por unanimidad, queríamos acampar, y poder ver las estrellas. El camping municipal no me pareció buena opción, y los Castillos de Pincheira resultó el mejor destino. Estábamos a unos 24 Km. de allí, así que nos pusimos a buscar una carnicería como para poder tirar algo a la parrilla. No encontramos nada abierto. Tampoco pudimos comprar una ollita que nos hacía falta, y en un mercadito, cuando nuestro menú iba a ser sanguchitos, unos chorizos nos hicieron cambiar de opinión. Rumbeamos para el oeste, con sol en contra, por camino de ripio transitado, o sea, puro polvo en el ambiente. Volví a sufrir el síndrome de “odio el ripio”, y no entendía como Cesar podía andar tan cómodo. Llegamos al camping, y en el estacionamiento nos encontramos con varios autos. Estacionamos las motos muy cerca de la entrada, y al acceder, los carteles que había, nos prometieron un lugar tranquilo para pasar la noche. Busqué la administración y una señorita me salió al cruce. Sin dejarla hablar, le propuse que nos permitiera pasar las motos, aún con motores apagados, y que de esa manera tendría 2 acampantes que respetarían la filosofía del lugar.
- Por las motos, no va a haber problemas, pero... - Cómo que “pero...”? - Hoy va a haber una fiesta de 15. Y ya vi varias tías solteras que les van a caer bien Cesar se acercaba caminando, y le pedí a esta chica que le repitiera a él lo que me había dicho. No lo podía creer. - Mirá que en aquella punta del camping no se escucha casi nada... No estaba dispuesto a volver a transitar el ripio polvoriento, y para tomar la decisión, utilicé la misma pregunta que usaría el resto del viaje: - Tenés bebida cola sin azúcar? Ante la respuesta afirmativa, nos hicimos los difíciles, recorrimos el lugar, y con decisión tomada, entramos las motos, elegimos el lugar que nos pareció más a salvo del ruido, y acercamos los vehículos. Cesar propuso buscar leña inmediatamente con el poco resto de luz que había, pero sólo conseguimos ramas pequeñas. Compramos una bolsa de leña, otra gaseosa y armamos campamento. Cuando vinieron a cobrarnos, le lloramos un poco el precio por la incipiente interrupción de la paz que habría, y nos redujeron de $35 a un razonable $25 por cabeza. Como el viento venía de nuestro lado, la música casi no se escuchaba. Encendimos el fuego, pusimos los chorizos y estuvimos conversando un buen rato. Resulta que Cesar vivió en Brasil y en Europa. Me contó varias anécdotas muy interesantes. De postre, uvas cosechadas el día
anterior refrescadas en el canalcito que pasaba por detrás de las carpas. Goteaba de vez en cuando, y cuando el agua ya se hizo molesta, la música se trasladó al interior de la cafetería, y nosotros nos fuimos a nuestras carpas. El colchón que gentilmente mi compañero había inflado con su compresor no entraba en la carpa.
pedida, contenía fernet. No demoré ni un segundo antes de devolver la bebida y solicitar una sin alcohol. Mientras, la chica de la administración me vió la cara de sueño y cansado, y me entregó un obsequio. Analicen las fotos tomadas al otro día del dicho elemento, y saquen sus propias conclusiones.
En realidad si cabía, lo que pasa es que era yo el que sobre el colchón no tenía espacio. Muy cansado como estaba me dormí igual. En determinado momento de la noche, un “bum – bum” que retumbaba de fondo me despertó. Además, tenía un reflector que me iluminaba parte de la carpa, y no me dejaba dormir. Agarré un encendedor, me abrigué con un buzo y me fui al baño. Luego de allí, y a oscuras, apunté hacia la luz. La fiesta estaba a pleno, con todos los quinceañeros bailoteando en un sector, mientras las viejas parecían criticar a la juventud. Me acerqué a la barra, pedí una coca light, y el cantinero me entregó un vaso que al probarlo comprobé que además de la gaseosa
Distancia recorrida aproximada: 26 Km. de asfalto, 226 de ripio y otras superficies.
Huí de ahí, me fui a caminar por el ripio, volví a solicitar otro vaso de gaseosa y quise volver para mi carpa. En el camino me encontré con 4 adolescentes que estaban fumando unos puchos, crucé un par de palabras, me pidieron sacar una foto, cosa que no entendí, y esquivando pequeñas zanjas con agua y sogas de carpas, pude llegar a destino. Esta vez, saqué las cosas, puse el colchón en diagonal, reacomodé como pude, y me volví a acostar.
Lunes 7 Cuando me despertĂŠ notĂŠ que mi compaĂąero ya estaba de pie. Desayunamos restos de gaseosa y pan tostado con dulce de damasco casero.
Desarmamos campamento, y al terminar, fuimos a recorrer el camping, esta vez con mรกs luz y menos ruido. Igual, los vestigios de la noche anterior se dejaban ver.
Empezaba el segundo día de raid. La idea era llegar a Barrancas, o suficientemente cerca. Partimos para Malargue, odie nuevamente el ripio, y volví a tener el sol en contra. Hoy parecía que tenía más movimiento la ciudad. En la YPF nos informan que no tienen combustible y nos fuimos para la Esso. Acá si tenían, y aproveché para ponerle un poco de aceite a la 640. Aparentemente en el tramo de ruta del sábado había consumido, y tuve que reponer casi medio litro. Me quedé sin reserva en botella,
así que nuestro siguiente objetivo fue conseguir aceite de manera preventiva. Al final, luego de dar varias vueltas, encontramos un taller abierto que nos vendió el aceite más caro de la historia. Buscamos un negocio que nos pudiera vender una ollita, y seguimos encontrando puertas cerradas. Al final, en un pequeño supermercado, Cesar consiguió además unas latas de paté y pan (de ese común que en Mendoza hacen tan rico). Mientras esperaba afuera, un viejo me hizo unas preguntas, y trató de recomendarme tal camino para llegar a la Payunia. En realidad tenés la posibilidad de ir por la Ruta 40 (asfaltada) hasta la pasarela, y de ahí rumbo este unos kilómetros para ingresar. Nuestra idea era, como dije varias veces, evitar el asfalto, ir por una alternativa de ripio. Finalmente se sumó otro viejo a la “desorientación”, y cuando pudimos, rajamos de ahí con Cesar. Igual, ambos tenían buena voluntad, pero nosotros, o por lo menos yo, no tenía ganas de seguir no entendiendo indicaciones. Tomamos por la RN40 por 21 Km. sobre un lindo asfalto, ahí nos desviamos por la RP 186 rumbo sudeste por los restos de un asfalto, muy arruinado, con muchos pozos y varios “cortes”. A los pocos kilómetros, se transformó en ripio. Como a los 16 kilómetros encontramos el desvío que buscábamos, no sin antes cruzarnos con un grupo de motos lideradas por una KTM 990, una KLR 650 de las nuevas, una Transalp y creo, una BMW. Antes de tomar el desvío, Cesar desconfiado me preguntó
de dónde venían, y si por casualidad no teníamos que tomar el camino usado por los otros. No, porque ellos venían de la laguna de Llancanelo, y nosotros íbamos para la Payunia. El camino pasó a ser ripio con piedras grandes. Muy entretenido y sobre todo, muy pintoresco. Bastante trabado los primeros kilómetros, pero con paisajes que te dejaban sin aliento. Cruzamos algunos arroyitos que eran casi hilos de agua. Los volcanes custodiaban nuestro paso. A nuestra derecha se veía algún vallecito verde circunstancial.
Este ripio era distinto a los demás. Era como si fuera tierra dura bien aplastada con piedras grandes y redondas asomadas aleatoriamente. En un momento un grupo de árboles, un pequeño estanque, un pequeño cruce de agua, y nos enfrentamos a una bandada de pavos reales. Parece ser que estaban compitiendo por alguna hembra, ya que se nos plantaron delante, estilo piquete y no querían moverse. La bocina de la AT no los intimó, pero luego de sacar las fotos, la 640 humilló con su doble bocina, y los pavos tuvieron que moverse. Pensamos seriamente con Cesar llevarnos uno para asar a la noche, pero nos pareció inapropiado para la economía de los dueños del rancho cercano. Además ya teníamos paté. Pero nos recordó que desde temprano no habíamos vuelto a comer, así que en el siguiente arroyo nos detuvimos. Una vista muy particular, ya que no solo veíamos la Laguna de Llonconelo, sino también varios volcanes, el arroyito, césped bien verde, y procedimos a atacar las provisiones. Cuando ya nos sentimos descansados, partimos nuevamente. Esta vez salí primero, y fue tal mi desesperación por el ripio imposible, con serrucho (que fue nuestro firme compañero tanto el día anterior como este) que al llegar a un valle, decidí no parar hasta que terminara. Y se me fue un poco la mano. Resulta que Cesar aminoró la velocidad porque se le venía soltando algo, y se encontró con que yo estaba lejos de su visual. Mientras, yo paré a fumarme un pucho, saqué 3 o 4 fotos, y me empecé a preocupar. Le dí tiempo hasta que se terminara mi cigarrillo, y lo saldría a buscar.
No fue necesario, pero la falta estaba hecha. Medio caliente, y con mucha razón, me indicó que no podíamos separarnos tanto. Remarcó la imposibilidad que tenía de levantar la moto tan cargada solo, y la verdad, es que el dí la razón en cada uno de sus dichos. Le traté de explicar que me costaba muchísimo ese tipo de terreno, y sugerí que salga adelante, ya que con mis espejos “giratorios” no podía verlo. No lo había mencionado, pero estos espejos ya giraban “locos”, y para poder ver hacia atrás debía girar la cabeza, cosa poco menos que imposible si no me quería matar en el intento. Comprendió y partimos. Yo creo que no llegué a circular más de 200 metros antes que el serrucho gigantesco terminara de destruir los soportes de mi guardabarros, que entonces decidió salir volando hacia delante. Yo pude ver algo que se me apareció de repente y que estaba en mi camino, así que frené como pude. Eso quiso decir, tocar freno delantero y trasero. O sea, al piso cuando ya casi había terminado de frenar.
Ya mi compañero se había perdido en la siguiente curva, y procedí a analizar mi situación. El objeto volador tenía pinta de estar completo, a excepción de los tornillos que lo sostenían. Para volver a instalarlo debía sacar la rueda delantera.
Lo ví al Pela a no más de 50 metros, pero no encontré la bocina, ya que la caída fue hacia el lado izquierdo. Mi mente trató de establecer si era más importante hacer que se diera cuenta o si tenía que priorizar levantar la moto.
Sin tiempo y sin ganas. Además al observarlo detenidamente noté (no había manera de no verlo) como todos los arreglos con masilla habían desaparecido y desprendido la pintura.
Opté por lo segundo, y la puse en posición vertical. El saldo del accidente en sí fue nulo. Yo no me había golpeado (también, a esa velocidad…), y la moto prácticamente se había apoyado, así que estaba enterita. Salvo claro está, por el faltante del guardabarros.
Pesaron mucho también las palabras del “chapista de plásticos” (por no decir la persona que se dedica a arreglar carenados plásticos), que me había indicado que se negaba a tratar de reparar ese guardabarros por considerarlo no original y demasiado remendado.
Por último, al levantarlo mientras lo insultaba (al pedazo de moto digo), me pareció muy pesado. No quería ni siquiera pensar en cómo lo iba a atar para llevar. Decisión provocadesierto. lo apoyé fui.
tomada: esa porquería accidentes se quedaba en el Saqué una foto de despedida, al costado del camino, y me
En la siguiente curva me lo encontré a Cesar que preocupado por mi demora, había pegado la vuelta. Además, estaba chocho porque había encontrado un bozal de caballo mientras me esperaba. Seguimos nuestro camino, y empecé a sentir el faltante en mi moto porque la rueda me atacaba constantemente con pequeñas piedritas. El paisaje fue cambiando poco a poco, y si bien nos acompañaban los volcanes, también se abrían valles por los costados. Llegamos finalmente a la intersección con la RP 183: Ya estábamos en las
puertas de la Payunia. Pocos metros más, y el cartel respectivo que indicaba el inicio del circuito turístico.
Mientras nos sacábamos una foto con el autodisparador, se acercó raudamente una camioneta de YPF que tuvimos que pedirle que aminorara un poco la marcha para que no pise mi cámara. Igual, tomó un camino que apuntaba a unos trailers y oficinas en containers. Nosotros, nos adentramos en el parque. No muy lejos de allí, otro cartel que indicaba para donde quedaba el circuito era custodiado por una señora y una cinta de peligro. Recordé las palabras de Jorge (Afriquero) donde nos había anticipado que el ingreso al parque estaba prohibido sin guía. Es por eso que cuando nos preguntó si éramos de YPF, Cesar le contestó que sí. Yo, para apoyar la mentira, le dije que pertenecíamos al Cº Fº 52, por supuesto, desconociendo que querían decir esas letras que estaba leyendo de un cartel cercano. - Entonces, no pueden pasar - Por qué? - Porque “estamos” haciendo un piquete a la gente de YPF Nuestra suerte no tenía nombre. No
estábamos dispuestos a perder la oportunidad de visitar la Payunia por un problema que no nos incumbía y que nada tenía que ver con ser turistas. Replanteamos: - En realidad no somos de YPF - Entonces, podrían pasar, pero si son de YPF no. - No, no somos. Lo inventamos pensando que sólo ellos tenían permitido el paso - Pero son o no son? - No Esta conversación siguió algunos minutos más, hasta que pudimos convencerla que si fuéramos de la empresa, no estaríamos en moto sino en camioneta. No muy segura, terminó cediendo, no sin antes contestarme a mí quién financiaba el piquete. - El dueño del campo - Y te deja sola acá? - No, ya vienen a reemplazarme en un rato Parece ser que los dueños de las tierras quieren que YPF le pague regalías por el oro negro extraído. En lo personal, sin opinar si tienen razón o no, no creo que consigan nada. Nuestro destino ahora era la base del volcán Payun Matru. Fuimos siguiendo los caminos a medida que se nos presentaban, pudimos ver el campo minado de rocas volcánicas, subimos por una pendiente con muchas cortadas y profundas, y hasta pendientes donde el centro del camino desaparecía por efecto del agua de alguna lluvia. Nos adentramos en la Pampa Negra. Lugar emblemático si los hay. El camino parece asfaltado, pero se trata de piedritas negras escupidas por algún volcán. El GPS nos marcaba un camino, pero al ir recorriéndolo, resultó que no
era. Por si fuera poco, una nube nos tapaba el sol (y no se movía), sumado a la oscuridad del suelo, empezó a preocupar nuestra posibilidad de salida. La idea original era pasar por la base de los volcanes Payun Matru y Payun Liso, para luego seguir hacia el sur. Descartamos la idea por la dificultad de orientación que veníamos sufriendo, sumado a cierto temor por lo ajustados que estábamos con el combustible. Podíamos quedarnos a dormir por allí, pero también había que considerar que tanta agua no teníamos. Ups, yo había perdido mi botella, así que era menos de lo calculado. La ruta alternativa que habíamos pensado era apuntar hacia la RN40, que la encontraríamos a la altura de La Pasarela. Y de allí, derechito a Barrancas. Antes debíamos encontrar el camino de regreso.
Parecía simple, pero como dije, había cierta dificultad para ver bien el piso. Después de unos intentos fallidos, la decisión fue tomar el camino que nos había llevado hasta ahí, y seguir por la RP 183. Al volver, casi no reconocí nada. Por un lado, cambia mucho cuando va bajando la luz, y por otro lado, el cambio de sentido mostraba todo con diferente perspectiva. Con dificultad pasamos por las cortadas profundas del camino, y llegamos al piquete. Esta vez, había un viejo que ni nos preguntó de dónde veníamos. Tomamos la RP 183, y el GPS nos mintió un par de veces, pero por los peores caminos llenos de serruchos y a veces arenosos. No nos olvidemos del sol en contra y las piedritas que saltaban de mi rueda delantera. No saben la alegría que sentimos al llegar a la 40, sólo para descubrir
que a partir de ese punto, y por muchos kilómetros, tendríamos que transitar, sin luz natural, con cierto tránsito, un ripio inmundo. Preventivamente pasamos el combustible de mi bidón al tanque, y luego encaramos el infierno. Yo no veía nada, un poco por el polvo que levantaba mi compañero, un poco porque se había ensuciado la mica de mi casco, y no había manera de que quede limpio luego de pasarle un trapito. Todo el tiempo iba sufriendo porque mi moto viboreaba aleatoriamente. Me desesperé, y quise saber a qué velocidad íbamos, como para calcular cuánto de esta tortura faltaba. Presioné el botón de luz del velocímetro, y descubrí que mi velocidad era de 32 km./h. Noooooooooooooooo. De a ratos, el ripio se convertía en un asfalto viejo lleno de pozos, y me obligaba a buscar atentamente los faltantes. Un par de veces, mi amortiguación delantera me perdonó imprecisiones grotescas. Cuando ya hacía rato que no nos cruzábamos con ningún vehículo, mi compañero, por fin, detuvo su marcha. Un par de tragos a la única reserva que nos quedaba, y pretendo sentarme al costado del camino para disfrutar un pucho mientras miraba ese cielo espléndido plagado de estrellas. - Sabes que en un momento ví un sapo en la ruta? Me sorprendió porque me parece que estaba muy seco todo, y al acercarme, resultó que no era un sapo sino una araña así de grande- me indicó separando sus índices unos 7 u 8 cm. - Gracias, me estaba por sentar, y ahora ni mierda - Bueno, en una de esas te salvé de quedar tirado acá para siempre, y no por un accidente
de tránsito… Seguimos y según pude calcular después sobre un mapa, habremos hecho en total 50 Km. desde la pasarela, y nos encontramos con asfalto, en un estado bastante aceptable, entiendo que cerca de la Laguna Nueva y la laguna Coipo Lauquen. Luego nos encontramos con Ranquil Norte, que nos tentó con sus escasas luces, pero nos espantó por la falta de un almacén más o menos visible, y seguimos hasta el puente Barrancas, que es lo que separa la provincia de Mendoza con Neuquén. Por única vez nos pidieron nuestra documentación y la de los vehículos, al tiempo que una brisa tendiendo a viento caluroso nos envolvía. Lo particular de esta parada fue que ni bien pasamos el puente, y nos solicitaron detener las motos, salió de la dependencia policial un móvil con 4 agentes y se estacionó del otro lado del camino. Si no fuera por la amena charla de quien estaba escribiendo nuestros datos (por estadística, según nos comentó), me hubiese asustado por “la precaución”. Luego nos señaló la única estación de servicio, que casualmente se encuentra a pocos metros de ahí, y nos aseguró que era nafta confiable. Hacia allí nos dirigimos y llenamos nuestros tanques con la nafta más cara del país. “Lo que pasa es que a mi me cobran el flete, pero es nafta YPF de la buena” De allí, a Barrancas, distante 3 kilómetros por ruta. Por suerte íbamos con el GPS del Pelado, que cuando todo el entorno indicaba que debíamos ingresar al pueblo, nos orientó para seguir.
Resultado, en medio de la ruta oscura como la noche, trató de dar la vuelta resultando entonces, la primer caída sobre asfalto. Nuevamente ayudé a levantar el vehículo, y “recalculamos” la entrada al pueblo. Apenas ingresamos, nos salió al cruce el dueño del alojamiento turístico “La Cima”. Mal predispuesto yo a seguir pagando valores exorbitantes, inicié mi negociación de precios indicando que teníamos carpa, y no ganas de gastar plata. Tire, afloje, nos tentó con $50 por cabeza, con desayuno. Hice la pregunta definitiva, y no, no tenían Coca Light. En un rato volvemos… Nos concentramos en encontrar 2 cosas: alojamiento más económico y gaseosa cola sin azúcar. Lo primero lo pudimos bajar a ·$45 en un lugar lamentable, lo segundo, después de casi hacer “abrir” una despensa, fue
en vano. Desilusionado como estaba, la Cima fue el destino final. Además, nos permitían guardar las motos en la entrada de autos, y el dueño pondría su propio auto como para impedir el acceso de extraños, no es que fuera necesario, pero por las dudas. Tratamos de hablar con alguno de los chicos, pero mi celular no tenía señal, y cuando Cesar pudo hablar con Anselmo, resultaba que recién se habían acostado y estaban liquidados. Los tranquilizamos (de qué?) y les dijimos que los esperábamos en Barrancas con un asado. Luego, nos devoramos una docena y media de empanadas de jamón y queso recién hechas, y después yo no llegué ni a bañarme antes de desmayarme en la cama.
Distancia recorrida aproximada: 68 Km. de asfalto 231 Km. de ripio.
martes 8 Para variar, me desperté después de Cesar. Me bañé y me fui a tomar el desayuno. Cuando mi compañero me alcanzó, empezamos a estudiar posibilidades para recibir al grupo que nos acompañaría en los siguientes días. El dueño de la Cima nos indicó que si nuestra idea era estar junto al río, nos devorarían los tábanos, así que el camping municipal que está en el pueblo resultó un buen destino. Armamos todo, a pesar de que nos ofrecieron cuidar las cosas y salimos en la búsqueda de una carnicería y del camping. GPS y todo, tuvimos que preguntar varias veces hasta llegar. El lugar parecía abandonado pero con parrilleros y agua, así que sólo nos faltaba encontrar la carne. El almacén a donde nos mandaron era bastante completo, ya que tenía además venta de verduras, fiambres y artículos de limpieza. Cuando le pedimos la carne nos mostró algo que correspondía a un corte que no pudimos determinar, y tratando de analizar las opciones, surgió la idea de cocinar un cabrito. Nuestras caras de duda fueron suficientes para que el precio original de $170 fuese bajando hasta $150, y ahí se plantó el vendedor. Yo creo que si dudábamos un rato más, por 20 menos se lo sacamos, pero ya queríamos irnos. Conseguimos que nos facilitara un cajón para prender el fuego, compramos sal, leña y algo para tomar, y como pudimos pusimos eso arriba de las motos. Dicen por ahí que parecíamos cirujas,
pero son las voces de la envidia. No compramos nada para hacer ensalada.
asi salio el corderito
Juntada de ramitas, armado de la pila, y a prender. Sin papel, pero a los soplidos de Cesar, la cosa arrancó.
asi casi no llego el corderito
Mientras, de a ratos tratábamos de avisar donde nos juntaríamos, siempre sin resultados favorables. A pesar de estar ocupados en la cocción, la espera pareció larga, sobre todo ante la incertidumbre de la llegada de los otros. Luego de 3 horas, nos dijimos que les dábamos media hora más antes de empezar a devorar el menú. Llamado telefónico y por fin habían arribado a Barrancas. Estaban en La Cima, y Cesar partió raudo a buscarlos y a los pocos minutos estaban entrando al camping. No estábamos seguros si además de
Anselmo (Haans), Jorge (el presi – Afriquero) y Marcelo (Macdomi) iba a sumarse alguno más a la partida, pero no fue así. Saludos, reencuentro y no sé por qué, pero demoramos años antes de poder sentar a los comensales a la mesa. Aparentemente algunos se habían olvidados los elementos básicos para la comida campestre, tales como plato, vaso y esas cosas, así que fuimos improvisando con lo que había a mano. Por respeto a la intimidad de las personas, no voy a decir quién, pero hubo uno que no quiso comer chivito a la parrilla porque “estaba mal del estómago”. Y hubo otro que sintió su sensibilidad atacada porque no había ensalada. Sin comentarios.
haciendo de cuenta que soy serio
Cuando quedó del bicho sólo un cuarto trasero y un par de costillitas, se dio por terminada la comilona, y tratamos de analizar nuestras posibilidades para los siguientes días.
de izq. a der: Tito,Cesar,Jorge,Anselmo y Marcelo
Según lo que yo había visto en internet, el camino propuesto por Marcelo no podía hacerse en un día. De todas maneras, era la ruta que más me atraía, y puse todo mi empeño en que saliéramos de Barrancas remontando el río. Los recién arribados venían de transitar más de 350 Km. en ripio, y estaban cansados, pero no se si yo aguantaba otra noche más en ese pueblito sin atractivo. Lo logramos (con Cesar), y concluímos que remontaríamos el Río Barrancas hasta donde nos pareciera suficiente por el día, tiraríamos las carpas ahí, y luego continuaríamos hasta donde el camino (y las ganas) nos dejaran. Teníamos restos del chivo, sopa, pan, un par de latas de pate y atún, sólo nos faltaba comprar agua mineral para los flojos de estómago que no tomarían agua de río. Fuimos a cargar combustible y nuevamente nos asustamos por el precio. Cargamos combustible, compramos algunas bebidas para reponer sales y minerales esenciales, y mientras tanto, el presi se metió (sin pedir permiso) en donde estaba el compresor para sopletear el filtro de aire no original. Lo que llamó la atención ya lo adelanté en algún momento, pero dejo que la foto hable por si misma. Aclaro que la misma no está retocada y que mantiene los colores originales. No cargamos los bidones porque no estábamos dispuestos a pagar esos valores para una reserva que no estábamos seguros de necesitar, y nos dirigimos al camino elegido. En el desvío los carteles indicaban que se podía llegar, y tomamos mi “amado” ripio.
la vuelta del domuyo Al principio el camino casi no tenía ondulaciones, y apenas alguna curva. Poco a poco empezó a ser más interesante, y luego nos obligaba a ir con cuidado. Nos encontramos con la laguna Vatra Lauquen y ya se empezaron a escuchar las voces que querían que hiciéramos noche ahí. Lugar poco conveniente, ya que el acceso está alambrado y tampoco tiene tanto atractivo. Dijimos que trataríamos de llegar a algún río o curso de agua, así que seguimos. En algunos kilómetros nos llegamos al arroyo Guaraco. Muy lindo lugar, pero había gente acampando de manera semi permanente en un sector, y un corral vacío en el otro. No nos pareció razonable que en tal paraíso tuviésemos que compartir el lugar con nadie, y aprovechamos que pasó una camioneta desvencijada (nos daba la pauta de ser local), y nos sugirió acampar directamente sobre el Río Barrancas. Eran otros 25 a 30
km., ya estaba amenazando con caer el sol y generó cierta ansiedad. Subida con pendiente bastante pronunciada. Algunos kilómetros, y vino la bajada con curvas muy cerradas y con suelo mezcla de ripio y arena. La fuimos llevando bien hasta que en cierta curva me abataté, y cuando tenía la moto prácticamente detenida, instintivamente toqué el freno de adelante, cosa que produjo que resbalara la rueda delantera unos 5 cm. Más que suficiente para que a la velocidad que llevaba se me tumbara la moto, con tanta mala suerte que se me cayó con las ruedas “pendiente hacia arriba”. En ese ángulo, no podía levantarla solo. Atrás mío venía Marcelo, que estacionó algunos metros más arriba y me ayudó a levantarla. Consecuencias del accidente: se me había torcido un poco la dirección. Una vez con Cesar (Africantina) me había pasado lo mismo, y utilicé su método para enderezarla, así que le pedí a Macdomi que sostuviera la rueda con las rodillas mientras yo le pegaba pequeños golpes con la mano al manubrio. Parece que quedó derecha, pero la sentía muy inestable. Además, había derramado algo de combustible. Inicié nuevamente mi marcha descendiente, sin percatarme que Marcelo había dejado la moto mal estacionada, y que debía hacer algunas maniobras para poder seguir el camino. Grave error mío. Mi marcha hacia abajo fue con bastantes dudas por sentir mi dirección muy floja, y de más aclarar, sin mirar hacia atrás. Cuando llegué al final de los
caracoles, me encontré con los demás, pero Macdomi no aparecía. Anselmo sugirió que una “mancha negra” se estaba moviendo pero sin la moto, por lo que nos pareció que podía necesitar ayuda. Salió Cesar primero con Jorge, y luego lo siguió Anselmo. Yo me quedé porque todavía no me había repuesto de la bajada, y cuando ví una camioneta que venía, aproveché para indicarles que tuvieran precaución, ya que había 4 motos más en el camino de los caracoles. No volvían y me inquieté, así que volví a subir lo recientemente bajado. Resultó que cuando Marcelo trató de dar la vuelta, perdió pié, y se le cayó la moto. Y no pudiendo levantarla solo, le sacó toda la carga, pero igual no podía. Ahí nos hizo señas, y hasta que no llegaron los demás, la moto siguió tumbada. Al arribar yo, ya estaba todo solucionado, y esta vez, hasta que todos los vehículos apuntaron hacia abajo, no arrancamos. Nuevamente sentí falta de confianza en mi dirección, pero había que continuar.
Abajo cruzamos el puente del arroyo Chadileo, pero tal cual nos habían anticipado, “venía muy revuelto”, y además, no había lugar para las carpas. Seguimos unos 7 Km., y quien venía adelante frenó en seco. Anselmo, decidió que quería probar sus aptitudes todo terreno ladera abajo, pero se arrepintió a último momento. Teníamos el desvío para la escuela hogar/ albergue 210, pero no estaba en nuestro camino, y merced a mi insistencia, seguimos el trayecto originalmente propuesto. Otros 6 Km. y ya el camino empezó a bordear el Río Barrancas. El primer lugar que nos pareció apto tenía del otro lado una hermosa cascada de varias decenas de metros de altura. Cesar acotó que quería amanecer con esa belleza natural ante sus ojos, y que soñaba poder “tomar una ducha” en un lugar así. Por ahí se olvidó que había que cruzar antes el río, pero su intensión valió. Nos hizo dudar lo poco favorable del terreno para las carpas, y seguimos. Un auto que venía en dirección
contraria nos indicó “el lugar”: donde haya un árbol con un asador, ahí debíamos hacer noche. Seguimos con la condición de volver hasta la cascada si no servía este nuevo lugar, pero resultó más que interesante una vez que llegamos. Efectivamente tenía un gran árbol con una “churrasquera”, y mucho lugar para tirar las carpas. Estaba al costado del camino, pero un poquito alejado del curso de agua, si bien estaba en el cauce seco. Como había hecho en Malargue, Cesar pidió que antes de que oscureciera totalmente, que juntáramos leña, cosa que hicimos mientras alguno caminaba hasta el río a buscar agua. Con mucha paz, fuimos haciendo el resto de las cosas, como ir armando las carpas, prendiendo el fuego, conversando, tomando mate y todo eso. La situación quedó planteada en 3 sectores: el fuego en el parrillero, el “country” donde establecieron su morada Anselmo, Jorge y Cesar, y el “conurbano”, donde quedamos Marcelo (por estar más “tostado” que los demás) y yo por no tener una AT. ¿Discriminación? Probablemente, pero a mucha honra. El menú para la noche fue restos de chivo, lata de atun y lata de pate. Yo ofrecí sopas instantáneas, pero no hubo quórum. No podíamos pedir más, estábamos bajo las estrellas, con un vientito cálido que evitaba cualquier ataque de insectos indeseados, con amigos y pasándola bien. A la hora de inflar los colchones, nos hicimos los tontos, y esperamos a ver qué hacía el presi. Para cuando le confesamos que teníamos un inflador electrico (a 12v) disponible, ya el pobre había perdido los pulmones y estaba un poquito mareado. Uno a uno fueron cayendo hasta
que quedamos Cesar y yo. Antes dar por terminada la noche, tomé las 3 botellas vacías que teníamos y fui hasta el río. Realmente era un buen trecho con obstáculos.
Dejé 2 botellas para el mate de la mañana, y me fui con la tercera a mi carpa. Esta vez, coloqué el colchón en diagonal y todas las cosas entraron.
Por suerte, no había ningún tipo de animal por ahí, porque sino perdía el corazón. Fue divertido volver a una etapa infantil donde uno anda con extra precaución por lo oscuro.
Me desperté un par de veces durante la noche por el ruido del viento contra la carpa, y aproveché para asomarme y mirar las estrellas. “Esto no tiene precio…”
Distancia recorrida aproximada: Enlace asfalto: 9,5 km. Ripio: 55,6 km. en color azul
miercoles 9 Nos fuimos despertando y levantando con las primeras luces de un cielo despejado. Alguno ya había prendido el fuego y puso un pan a tostar y agua a calentar. Parece ser que de la noche anterior, casi nadie había querido comer el atún. Nótese especialmente la navaja suiza multifunción que aportó Marcelo la noche anterior: un abrelatas y un destapador con su correspondiente hilito sisal, probablemente afanado de algún barsucho de mala muerte en alguna noche de jolgorio neuquina. Una vista del campamento a la mañana. En primer plano a la derecha está lo que se llamó “conurbano”. Más allá, las 3 carpas del “country”. A la izquierda se ve al presi caminando con las manos abiertas como dando una explicación, mientras que Cesar, Anselmo y Marcelo escuchan su queja: - Loco, no puede ser. Uno se quiere echar el primer clorito matinal y aparece por el camino la única camioneta que nos vamos a cruzar en todo el día… Claro está, que se aguantó hasta que pasó. Miró bien a ambos lados, y se pudo dar el gusto. Desayunamos pan tostado con dulce casero de Real del Padre o con miel de Gonnet, a gusto del consumidor. La bebida fue mate para algunos, para otros, simplemente agua. Desarmamos campamento e iniciamos nuestra marcha con rumbo noroeste.
Nos cruzamos con algĂşn hilo de agua y seguimos bordeando el RĂo Barrancas.
siguen las curvas y las subidas
Anselmo y la laguna de Cari Lauquen
las motos se pierden en el camino
Rio Barrancas y atras la laguna de Cari Lauquen
Marcelo y atras Anselmo
En esta foto se ve claramente el nivel que tenía el agua antes del aluvión del 29 de diciembre de 1914. Dicho aluvión fue producto de un inusitado incremento del caudal de los afluentes luego del derretimiento de la nieve relacionada con un invierno de excesivas precipitaciones, seguido de un gran desborde y superación del muro natural que contenía a la laguna Carrilauquen. Según dicen, arrasó con todo, destruyendo incluso gran parte de Barrancas (distante a 100 km.) con una altura superior a los 17 metros (la columna de agua, piedra y barro).
En el desvío de Cuchi nos encontramos con un gaucho que amablemente nos explicó el camino a seguir. La charla fue amena, pero aparentemente, recién cuando esto fue evidente para los perros de este muchacho, salieron de su escondite barranca arriba. Los perros se parecían a esos canes australianos del medio del desierto. Animales sumamente fieles, y por lo menos precavidos ante extraños. Al toque de bajar, salieron corriendo para una ladera tras una liebre que pudo escapar pero porque llevaba mucha ventaja.
Seguimos y nos cruzamos con otro gaucho, pero con el que no hablamos. A nuestra derecha se veía el antiguo lecho de la laguna. Nos íbamos reagrupando regularmente, pero los grupos se habían definido más o menos así: El presi y Cesar adelante. En el medio yo, pivoteando entre ellos y Anselmo y Marcelo, que iban más atrás. Al costado del camino se veía algo amarillo. Con el zoom de la cámara descubrimos que se trataba de una antigua motoniveladora. O por allí pasaba el viejo camino o se había desbarrancado hace años, no sabemos. Pero parece que solo dejaron su estructura, ya que lo demás fue “saqueado”, seguramente para servir de repuesto a la máquina que la reemplazó. Continuamos nuestra marcha ascendente. A mi me costaba mucho seguirlo a Jorge, sobre todo por su velocidad variable producto de su corona de 17 dientes. O iba muy despacio, o iba muy rápido. Opté por
dejarlo escapar un poco, para poder andar a mi propio ritmo. Los paisajes siguen siendo impresionantes
En un valle que tuvimos que cruzar, nos esperaba una tropilla de caballos, que ante los ruidosos motores nos quisieron mostrar que ellos eran más y sobre todo, más bonitos. Nos dieron un espectáculo “que no tenía precio”. Imposible sacarles una foto que hiciera justicia a ese momento. Para poder disfrutarlo adecuadamente, tengo que decirles que vayan y lo presencien en vivo y en directo. Quedé último, pero me costaba ir tan despacio en el suelo mezcla de arenilla y ripio, y luego de hacerle marca personal a Macdomi por un trecho, amablemente me dejó adelantarme en una curva.
Más adelante, una buena cantidad de vacas quisieron cortarnos el camino, pero amablemente el gaucho que las llevaba, las fue moviendo al costado para permitir nuestro paso.
Incrementamos el ritmo, y Jorge y Cesar se escaparon un poquito. Yo quedé en el medio, y no ví a los chicos atrás.
Cuando escuché una bocina, pude encontrar donde estaban los del grupo de avanzada. La flecha azul indica donde nos estaban esperando. Cuando los alcanzo, descubro que las bocinas no eran para mí, sino para los otros 2. Resultó que en una división del camino, tomaron el equivocado. Anselmo nos dijo después, que el principal problema de no esperarlos cuando el camino se dividía era que tanto Cesar como yo no dejábamos huella con nuestras cubiertas prácticamente lisas, y que eso representaba no saber para donde apuntar.
Mientras esperábamos, los Master of the Universe de los GPS trataban de descular si efectivamente era por el camino tomado, o tenían razón los otros 2.
Cuando nos alcanzaron, aproveché y salí en punta. No mucho después, me encontré con 4 toros ocupando el camino. Estaban muy tranquilos pero no quise arriesgar. El resto del grupo no llegaba, y opté por dejar la moto e ir caminando, despacio y mirando fijamente a mis desafiantes
Terminé caminando como 500 metros antes de encontrárme con el resto de las motos viniendo tranquilamente. Me pasaron, le tocaron bocina a los rumiantes, y siguieron por el camino. Mientras yo, al rayo del sol, volví caminando bajo el sol rajante hasta mi vehículo, que asombrosamente no había sido objeto de represalias por parte de los animales (digo los toros). Al poco andar, me encontré con los chicos analizando unos hilos de agua que habían dejado unos buenos charcos de barro, si era factible de ser pasado, y también tratando de determinar qué lugar era menos complicado. Al llegar, miré la cosa, tomé por el costado del camino y listo. Si, humillé. Je je.
Cerca del camino, había un rancho del que salieron una señora y su hijo. Nos pidieron si teníamos remedios para el hígado, pero lo único que había era algún migral y algún ibupirac. Se lo dejamos, y antes de partir, nos pidió algún caramelo para el hijo. Cesar y yo nos miramos. Nos puteamos a nosotros mismos. Charly nos lo había anticipado. Nos volvimos a acordar de Charly y Cesar le preguntó, como tratando de honrar las palabras de mi padrino, si ellos vivían en ese rancho en forma permanente, pero nos confirmaron que era por el verano nada más, y que estaban prontos a ir río abajo apenas bajaran un poco las temperaturas.
Con la cabeza gacha, y avergonzados, partimos nuevamente.
Más adelante nos encontramos con el primer arroyo importante. Se trataba del arroyo Los Nevados. El presi lo había tratado de pasar, pero su rueda trasera había quedado “varada” en el agua. Saltamos algunas piedras para evitar mojarnos, y fuimos a tirar de la moto para sacarla. Cuando lo logramos, se enfrentó a la subida que seguía, pero casi sin tracción. La cuestión es que la sufrió bastante. No recuerdo bien, pero creo que a mitad de camino hubo que ir a ayudarlo nuevamente. Siguió Cesar, que puso primera, dividió aguas como Moisés, aceleró más y se “comió” la subida como si nada. Claro está, que tubo que pedirle a Jorge que moviera su máquina antes, porque, para variar, la había puesto de manera tal que nadie más pudiera pasar.
Siguió el turno de Anselmo, que pasó exitosamente. Pero tuvo dificultades en la subida. Tanto Jorge como Cesar lo apoyaron para evitar que la moto vuelva para atrás o tome una “ruta alternativa”. Marcelo a continuación. Encaró bien, pero en el mismo lugar donde el presi había dejado su rueda trasera, Macdomi puso su delantera y la moto se tumbó. En medio segundo, cruzando por las heladas aguas y empapándome el pantalón, fui a ayudar en la levantada. Creo que vino alguien más y entre todos la verticalizamos. Realmente no tengo presente si la sacamos con motor detenido o no, pero me parece que así fue. Venía la pendiente, y esta vez entre todos ayudamos a orientar el vehículo. Mucha piedra suelta, poco agarre, mucho empujar. Finalmente se pudo. Me tocó a mí. Se armaron para esperarme por si también tenía problemas, pero la cabra se tiró de cabeza al agua, copió cada una de las piedras del piso del arroyo, y me sacó victorioso. Apunté a la subida, y el amor propio de la 640 no dejó que nadie se acercara y escupiendo arenilla por doquier, logró el cometido. La hija de p… me dejó temblando. No tanto por el obstáculo pasado sino por la forma en que me lo hizo pasar. No hay nada que hacer, a la guacha le gusta trepar. Claro está, quedé empapado hasta el casco. Sin guardabarros delantero no podía esperar otra cosa. Estando todos en la parte de arriba de la cuesta, descansamos un poco, quise prenderme un pucho, pero tanto el presi como Cesar querían seguir. - -
Avancen hasta el próximo vadeo o antes si se pone jodido Bueno
No sé para qué mierda quedamos en eso. Al finalizar el pucho, y más tranquilos los tres que quedamos, partimos para no hacer ni 200 metros antes de ver a Jorge parado junto a su moto, ambos en el arroyo. Resultó que le pareció un vadeo “sencillo”, y en lugar de pararse a mirar el fondo y estudiarlo un poquito, lo encaró directamente, con tanta mala suerte que apuntó a la piedra más grande que había, y después de pasar la rueda delantera, la moto quedó “colgada” por el cubrecarter, para luego ponerse a descansar sobre el agua. Ahí si que hubo que hacer fuerza para levantarla, moverla, sacarla, subirla, etc. Una vez que estaba a salvo, empezó la búsqueda de los anteojos de Jorge,
que habían volado en la caída. Revisamos todo el arroyo, buscamos a favor de la corriente, en contra, más arriba, más abajo, pero nada. En una de esas, el pelado lo encontró, pero en la tierra. Enteros y de casualidad no los habíamos pisado. Bien, un problema menos.
Esta vez, no quise ni dejarlo a deliberación, y una vez analizado el mejor lugar para pasar, encaré con la 640. Nuevamente victoriosa, pasó sin inconvenientes, y a los pocos metros, pero fuera del camino de los demás (para vos, Jorge), la estacioné.
Siguió Cesar.
Estando los otros 3 apoyando al Pelado, preferí inmortalizar el momento. No se si salió bien o no. Después de eso, la confianza de los 2 que quedaban fue mayor, y le tocó a Anselmo.
Pasó bien el primer brazo del arroyo, pero quedó mal para encarar el segundo.
Cesar quiso ayudar, pero la Abuela no colaboró. Entonces, se sumó Jorge
A toda máquina, Anselmo apuntó para el mismo lado que tanto Cesar como yo habíamos elegido para pasar. Todo bien Hasta que no estuvo todo bien, y al agua. Tiré la cámara por ahí, y salté a ayudar. Solo se escuchaba la voz de Anselmo pidiendo que no la levantáramos de las cachas. Se pudo, y maniobrando como podíamos, la sacamos del agua. Venía Marcelo. Luego de ver la acción fallida reciente, no quiso. Me pidió a mí si podía pasar su moto, pero me negué: en mi vida he manejado una Africa Twin, y no era el momento adecuado de iniciarme tampoco. Entonces le pidió a Cesar, que tiene un modelo similar al suyo. Pareció lo más conveniente, y luego de sacarle todo el peso que se pudo, encaró nomás. Esta vez, los cuatro restantes nos pusimos prestos a evitar una caída. No fue necesario, ya que pasó de manera impecable. Luego de esto, era el momento de vaciar las botas.No se nota mucho, pero de la rodilla hay un chorro de agua que forma un charquito. Mientras montaban el equipaje nuevamente en la moto de Marcelo, con Cesar salimos a buscar el siguiente escoyo. La bajada había que tomarla con precaución, pero se podía, y al llegar abajo había que doblar 90º para encarar el arroyo.
Quise pasar primero, y descubrí que casi no tenía profundidad. Esta vez, al pasar, fui con los pies bajo el agua para tomar apoyo en caso de necesitarlo. Fue una precaución no necesaria, ya que termino resultando en un paso muy simple. La pendiente que seguía era abrupta, así que la encaré y al terminarla, detuve la moto. Atrás Cesar lo pasó como si nada y estacionó cerca mio. Me pidió el tercer o cuarto cigarrillo del día. Nuevamente le observé que era el primer paso para volver a fumar. Que tenía varios paquetes cerrados, que no había problema por la cantidad sino que era mejor no seguir pitando así, porque sus 2 semanas de abstinencia iban a ser al pedo. No importó, y se lo prendió igual. Los demás demoraban, hasta que llegó el presi. La dudó mucho, tanto que detuvo el motor sin pasar. Esperamos a los demás. No venían. Empezamos a preocuparnos pero aparecieron. Detuvieron sus vehículos antes de la bajada. El presi subió caminando a su encuentro, mientras con Cesar especulamos ante la posibilidad de que el resto no quisiera seguir.
punto de retorno Me gustaría aclarar varios pensamientos que se me ocurren en relación al final anticipado a la Vuelta del Domuyo. Lo primero es que sigo sosteniendo que si salimos 5, volvemos 5. Lo segundo es que la propuesta de este viaje, por lo menos para mí, fue un Real del Padre – Lago La Plata, donde haría una primer etapa por la parte de Mendoza, donde había un camino tentativo, y como habrán leído
de días anteriores, en todo momento íbamos pensando o buscando “vías de escape” si es que se nos complicaba, ya sea por el camino, ya sea por el horario. Sin ir más lejos, el cruce total a la Payunia no fue posible por motivos explicados. En ningún momento hubo, creo, reclamos de Cesar ni míos, y si por ahí Cesar tuvo que concientizarme sobre la conveniencia de tomar esa decisión. Para el caso de la vuelta del Domuyo, la idea inicial era completarla, pero
no era una cuestión terminal. Era un destino tentativo. También creo que, salvo el platense (que se distingue), los demás tenemos un nivel de manejo bastante parejo. Esto hace pensar que si alguno considera que sus capacidades se ven superadas, es probable que sea porque es más conciente que los demás. Para esta ocasión puntual, yo creo que fue por una pérdida de confianza, nada más.
foto del GPS en el punto de retorno
Y lo que se debe priorizar en una salida de estas, donde el único auxilio que se puede conseguir es el brindado por los propios compañeros, es la seguridad. Si la falta de confianza puede generar un accidente, hay que evitarlo. Cometimos, creo, un error, en la forma de encarar los vadeos. Hoy, a la distancia, me parece que tendríamos que haber acompañado al que pasaba en todas las ocasiones. En ese momento, nuestra idea fue “darle rosca porque pasas”.
foto satelital del punto de retorno
Lo que estoy seguro es que no le erramos cuando se habló de volver, y volvimos todos. Dicho esto, cabe el siguiente análisis: - Desde el punto de retorno, hasta la estación de servicio de Barrancas, según el GPS, la distancia era de 128 Km. de los cuales casi 6 eran de asfalto. - Si hubiéramos seguido, desde el punto de retorno hasta finalizar la parte “difícil”, había alrededor de 22 Km. (considerando lo difícil hasta el puesto de gendarmería Varvarco Tapia). Y de allí hasta Las Ovejas son otros 98 Km., total 120 Km. O sea, considerando las distancias, el combustible nos hubiera alcanzado.
en rojo la parte de la vuelta que pudimos hacer, en azul, lo que faltaba
- Analizando el Google Map, quedaban alrededor de 5 vadeos más, 3 de los cuales eran sobre el mismo Arroyo Los Nevados, lo cual presupone que tendría menor caudal a medida que nos acercáramos a la naciente. Y los vados del Río Neuquén, tal cual pudimos comprobar unos días después cuando vimos las fotos de otro compañero de foro, que realizó una excursión en "sentido inverso" unos días antes, eran totalmente pasables (digo de acuerdo a nuestro nivel de
conducción).
sobre nuestros pasos
Nosotros giramos las motos como pudimos, bajamos la pendiente tratando de tomar precauciones extra, y volvimos a vadear el arroyo sin problemas. La subida con envión y agarre se hizo fácil y llegamos hasta las motos de Anselmo y Marcelo. Costó darlas vuelta, y nuevamente seguimos.
Decidida la vuelta, ayudamos a redireccionar la moto de Jorge, que se divertía haciéndola arar en el suelo pantanoso, y luego de un par de empujones, pudo trepar. Sacamos una foto al GPS para tener el punto exacto del retorno. Vale aclarar que cuando busqué esas coordenadas en el Google Map, no coincidieron con lo que veía (pequeña discrepancia de coordenadas).
¿Podríamos haber llegado? Mi respuesta, totalmente convencido es NO. La razón surge de lo antes escrito: sin confianza era imposible. ¿Tengo algún tipo de reclamo? En absoluto. No fue que a alguno se le ocurrió que quería volver y listo. Fue una decisión totalmente sensata y que resultó en que TODOS pudimos volver sanos y salvos.
Lo que siguió me llamó un poco la atención. Desconocí el terreno recorrido. Había pasado hacía 20 minutos por ahí, pero me resultaba todo nuevo, y encima con esa
sensación de que debería acordarme cómo era, pero no. El que nos había tocado como 2º vadeo en el camino de ida fue relativamente simple para pasar. Nos paramos los 4 que no pasábamos, y algunos sosteniendo de las defensas, otros sosteniendo al conductor ayudamos a los primeros 3. Luego pasé yo pidiendo que sólo se acercaran si se paraba la moto. Así fue, que pasando despacio, la aceleré de menos. En un milisegundo se me pegaron los 4, pero como hacía pie estando sentado, le dí arranque a la 640, aceleré y pasé. En el turno de Cesar, simplemente pasó a los pedos y listo. Como la moto de Anselmo había quedado primera fue quien encaró hacia el “primer vadeo”. La pendiente era abrupta, y el terreno muy suelto. Pero apuntó la Abuela y allá fue. De más está decir que no logró frenarla, y lo único que le quedó fue mandarse a cruzar el arroyo a pesar de no tener quien lo respaldara. Digámoslo así, le fue como al mago Cacarulo, que hace sus trucos de puro “mago”, bueno, Anselmo no se fue por el arroyo de puro culo. Nos costó uno y la mitad del otro poder “dar marcha atrás” la moto, y sacarla. Pero se pudo. Luego seguí yo. La bajada la hice de costado con motor apagado y la rueda de atrás frenada. A la hora de pasar el agua, nuevamente los 4 restantes se formaron para apoyar, y nuevamente se me detuvo el motor a mitad de camino por acelerarla poco.
Botón de arranque y seguí hasta el final sin problemas. La bajada de Marcelo estuvo más complicada. Entre los 5 fuimos soltándola de a poquito hasta el arroyo, luego, un trámite. Jorge tampoco tuvo problemas y al toque ya estábamos listos para seguir. Durante la vuelta, al estar viendo el camino en sentido inverso, me pareció otro paisaje. Ustedes dirán que en realidad todas las montañas son iguales o distintas, y que es por eso, pero no. Las dificultades del camino de ida, parecían más difíciles ahora, no se por qué. Además, no me acordaba de haberlas pasado Pero había vistas que eran extremadamente más hermosas que antes Volvíamos bordeando el río.
Jorge
Anselmo
Cesar
Marcelo
Cesar iba adelante, y se nos escapó un poco. Nos esperó bajo unos árboles, y luego aparecí yo. Cuando arribó el resto del grupo, Jorge preguntó si alguien había sacado fotos de no se que cosa colorada, entonces yo le pregunté a él cuántas fotos había sacado en total. No se que mierda me contestó, pero aparentemente fue algo que dijo enojado. Yo no me di ni cuenta, pero en realidad lo estaba molestando porque yo sí había sacado esas fotos: Más tarde me pidió disculpas por enojarse, cosa que no entendí muy bien, porque pensé que se había prendido en la joda con mi pregunta. Como sea, mal por mí por molestarlo, mal por él por enojarse, bien por él por disculparse, bien por mí por haber sacado la foto. Me parece que ya estábamos un poco cansados.
Fuimos pasando por los lugares del dĂa anterior, los caracoles en subida, en bajada, los cruces de puentes hasta llegar al Ăşltimo.
Arrancamos, y al toque Cesar me pasó. Seguimos con buen ritmo, ya con ganas de dar por finalizado el día. Igual, tiempo para un par de fotos hubo.
Cuando nos juntamos todos, partimos a cargar combustible. En mi moto entraron 15,5 litros, o sea, todavía tenía disponibles un litro y medio.
Al llegar al asfalto de la ruta 40, estacioné junto a la moto de Cesar, me fumé un pucho, y estudié detenidamente el lugar.
El consumo de Anselmo fue mayor, parejo el de Cesar y Marcelo, y el presi humilló con menos de 12, o algo así.
Miré para un lado, para el otro, para atrás, para adelante. Y no encontraba ni un solo lugar donde estacionar la moto produjese una molestia. Pensé por algunos segundos, y finalmente, hice mi apuesta.
No recuerdo si fue en esta ocasión, o si había ocurrido en la anterior carga de combustible en esta estación, pero al presi hubo que bocinearlo para que volviera a buscar su casco. Lo había dejado sobre el surtidor.
- Qué te juego que cuando llegue el presi, estaciona sobre el asfalto, ocupando un carril
De ahí, derecho al Alojamiento La Cima, donde al llegar, encaré para el estacionamiento al fondo. Esta vez, había menos cosas y parecía que entraban todas las motos.
Cesar no me quiso creer, pero, bueno, a las pruebas me remito
Sabía que no había bebida cola sin azucar, así que agarré de la heladera una lata de medio litro de cerveza, y la fui tomando para iniciar el relax. Quise ir a comprar cigarrillos, pero en el kiosco de la vuelta me los querían cobrar más caro que el combustible, así que caminé una cuadra y los compré “apenas” un peso
más caro que el precio OFICIAL que impone el gobierno. Nos tocó la misma habitación a los que volvíamos, y una para tres a los demás. Pedimos que nos cocinaran unos buenos fideos con salsa con carne, que por lo menos a mí me parecieron muy interesantes. Conversamos, tratamos de definir el destino para el otro día, y nos fuimos a acostar. Previo a esto, cuando estábamos tratando de pasarnos las fotos en la computadora del hotel, se nos apareció una sombra reclamando un control remoto.
Dicha sombra, se notaba, solo tenía calzoncillos. Cesar se le adelantó, y le consiguió el bendito control antes de que nos echaran a todos. Distancia recorrida aproximada: Ripio 189 Km. Enlace asfalto: 7,1 km.
jueves 10 Nos levantamos, desayunamos y tratamos de definir nuestro próximo destino. Una de las posibilidades era encarar la “Vuelta del Domuyo” en sentido inverso, es decir, entrar por Las Ovejas, aprovechar para visitar Varvarco y la Laguna Epulafquen. Ya teníamos suficiente de esos paisajes, y queríamos más “verde”, y ante la pregunta de cuál era el lugar más lindo, Marcelo contestó sin dudarlo que era Villa Pehuenia. Destino decidido, solo faltaba elegir la ruta. Podíamos tomar la 40, luego la tomar la RN 242 hasta Pino Hachado, y finalmente para llegar, la RP 23. Mucho asfalto. Preguntamos el estado de la RP 37, que pasa por la Reserva Provincial del Tromen, y nos dijeron que el camino estaba bueno (ripio consolidado). Bien, hasta Chos Malal ya estaba decidido. Luego teníamos la opción de ir por la RP 6 hasta el Cholar, luego tomar la RP 21 hasta El Huecu, y de allí a Loncopue. Otros 78 km hasta Las Lajas, y de allí, retomar la 242 hasta Pino Hachado. Descartamos pasar por el Parque Provincial Copahue por una cuestión de tiempos, y cuando estuvo todo listo, partimos. Ya habíamos llenado tanques la tarde anterior, así que directamente apuntamos al sur los escasos 3 kilómetros hasta el desvío que ya conocíamos. Nos encontramos con que una motoniveladora estaba trabajando sobre el camino, y algunos demoraron más en darse cuenta que era mucho más difícil seguir la mitad “recién repasada” en lugar de la que estaba intacta de los días anteriores. Esto
produjo algunas demoras. Terminamos de reagruparnos en el desvío, sobre todo para evitar escuchar comentarios sobre lo lisas que estaban nuestras cubiertas y todo eso, y cuando estuvimos todos, partimos. Cesar en punta, atrás yo. Luego de un corto trayecto, logro ver que el Pelado se baja raudo de la moto y corre hacia unos arbustos espinosos. Cagamos, pensé, se nos descompuso nuestro piloto estrella. Detuve mi vehículo, y mirando detenidamente la actitud de mi compañero, no lo veo en postura de “emergencia sanitaria”, sino más bien todo lo contrario. Con un palito estaba tratando de tocar algo dentro del matorral. Seguí con mi línea de pensamientos pesimistas, y especulé con que se le había caído algo en el proceso de sacado de sólidos de su cuerpo, pero no. Resultó que había visto un dasipódido, y lo quería para la cena. Cuando me arrimé, me pidió que tratara yo de sacarlo, por tener mayor longitud en los brazos, pero fue imposible intentar adentrarse por las espinas. El final, decidimos que la mulita, o armadillo, debía seguir viviendo, sobre todo por su habilidad para agasaparse en lugares inaccesibles. Se frustró entonces nuestra esperanza de conseguir materia prima para el charango, y ni hablar de la cena. Nos encontramos en el único vadeo del día, y con la experiencia del día anterior, realmente nos pareció prácticamente como pasar un hilito de agua.
Cesar cancherisimo con una solo mano
El presi sigue con la filosofia "entre mas rapido, mejor
Anselmo, atento y sobre los pedalines, no queria volver a tomar un desvio involuntario
Marcelo, en cambio, agarrado al volante como si lo fuese a perder
Sabiendo que la sesi贸n de fotos estaba empezando, Jorge quiso mejorar su aspecto, y verific贸 que la crema para el sol estuviese bien desparramada por su cara
De izquierda a derecha, Cesar, Anselmo (tambi茅n repasando un poco el maquillaje), Tito y Jorge
Aparentemente el Haansolteimer (o sea, el lubricador de cadena automático creado por Haans – Anselmo) tenía algún tubito tapado, y el presi trató de resolverlo. Esa es una versión, la otra dice que se escondió atrás de la rueda porque no quería salir en la foto (estaba despeinado o algo así)
Y aquí la foto inédita, que nadie en todo el grupo pudo sacar: ANSELMO SENTADO andando sobre ripio.
Y quiero aclarar que no es un fotomontaje
Y llegamos a la Cordillera del Viento
Por sacar la foto anterior, me atras茅, y el resto me esper贸 en la uni贸n de los caminos.
La 640 se puso perezosa, y Marcelo me hizo el aguante, así que salimos un par de minutos atrás del resto. Pasamos por la Salada y el ripio se transformó en asfalto. De ahí a Chos Malal. Nos encontramos con los chicos en una de las entradas, y el presi quiso resarcirse por lo de la bombachita rosa, y exhibió su raya a todo vehículo que pasara. Entramos en Chos Malal justo en el horario de la salida del colegio, así que nuestro paso fue bastante lento por la cantidad de críos vestidos de delantalcito blanco y de padres en autos sin frenos, ni luces ni patente yéndolos a buscar.
La cara de Cesar refleja la desaprobacion del resto de nosotros sobre la actitud de Jorge.
El pelado fue al baño, y en la vuelta ocurrió. Nuestro motorista estrella quedó así
El GPS nos guió hasta el Automóvil Club Argentino, que casualmente, estaba cerrado. Nuestra búsqueda por combustible continuó, y una YPF resultó la salvación. Digo salvación no tanto por tener nafta super, sino porque vendía Coca Zero. Si, desde Malargue que no consumía mi líquido vital y ya estaba en las últimas. Nos pareció que la cola de casi una cuadra respondía a algún tipo de desabastecimiento, pero el playero de la estación nos indicó que era habitual esa espera. El horario ya indicaba hora de almorzar, y nos dirigimos a una “parrilla libre” recomendada por su abundancia y variedad. Al llegar resultó que la parrilla era a la noche, y que al mediodía funcionaba como un restaurant normal. Igual era un lugar muy agradable y decidimos quedarnos.
Perdonen la falta de iluminación de la foto, pero el flash no salió. Tal cual investigador del seguro, fui al lugar del hecho para registrar las evidencias. A la salida de los
baños había 3 escalones, en la subida no era difícil, pero la vuelta, presentaba el marco del hueco de la puerta, aparentemente, muy bajo. En la foto se vé claramente sitio La flecha marca el daño que produjo Cesar en la mampostería En otro ángulo. Parece ser que el almuerzo iba a resultar caro si teníamos que pagar los arreglos. El círculo muestra el faltante de material con la forma de la cabeza del platense. Primeros auxilios inmediatos, y la cosa no pasó a mayores. Por suerte el dueño del establecimiento entendió que no se trató de un acto de vandalismo, y no llamó a la policía. La comida fue abundante, y diría, hasta excesiva. Seguimos preguntando sobre los estados de los caminos, y uno de los comensales de otra mesa nos observó que las rutas hacia El Cholar y El Huecu estaban destruidas. A mí me tentó, pero queríamos llegar a Villa Pehuenia si o si, y demoraríamos más de los estimado yendo por un camino así. La votación resultó que la RN 40 nos guiaría hasta el destino. Salimos del restaurant y tratamos de salir de Chos Malal. El GPS nos mandó para cualquier lado. Finalmente pudimos alcanzar la ruta, pasando por calles destruidas o que no existían. Nos esperaban casi 160 km de asfalto hasta Las Lajas. Pasamos por el Río Neuquén, que la verdad, me pareció que traía poco caudal. El asfalto de la ruta estaba en buen estado y casi sin tránsito. Nos rodeaba un paisaje de cerros bajos, diferente a lo que estamos acostumbrados, pero que resultó
monótono después de un rato. Creo que cargamos combustible en Las Lajas (sino, la cuenta de la cantidad de combustible / kilómetros no me da), pero no lo tengo particularmente presente. Es más, no recuerdo haberlo pasado. Seguramente se trata de un pueblito muy pintoresco que en el futuro visitaremos prestando mayor atención. En otro orden de cosas, aparentemente la moto de Anselmo estaba largando algún tipo de gases, como olor a aceite quemado o algo así. Varios lo notamos y se lo hicimos saber, pero las veces que revisó, no notó nada raro. Por las dudas, lo revisaría a fondo cuando llegáramos a destino. El tramo de la RN 242 se caracterizó por tener un paisaje mucho más atractivo Algo que nos llamó la atención fue que en la capa asfáltica del carril que va para el oeste estaba bien y entera, en cambio, la que iba del carril hacia el este tenía tramos largos de una suerte de arreglo provisorio que consistía en piedritas negras, muy al estilo de lo que vimos en la Payunia. Es decir, cada vez que pasaba un camión en sentido contrario, nos salpicaba, por no decir, acribillaba con objetos sólidos de tamaño pequeño. Se notaba que la temperatura estaba bajando, y pasamos por Pino Hachado sin percatarnos del desvío. A los pocos kilómetros nos encontramos con la aduana argentina, y ahí preguntamos bien por donde seguir. Había que retomar unos 3 o 4 kilómetros y tomar la RP 23, camino de ripio más o menos mantenido regularmente.
Parece ser que el presi le quiso dar un espectáculo al pobre gendarme que estaba en la casilla, y se cambió delante de él. De más está aclarar que mientras tanto, su moto ocupaba todo el carril del paso de automóviles (los camiones tenían un desvío). Milagrosamente no pasó ningún vehículo, y él pudo terminar el acto sin interrupciones. La verdad, que el paisaje en este punto es fabuloso, cubierto de araucarias, sumado al cielo bien gris que amenazaba tormenta, una vista espectacular. Quisimos sacarnos una foto grupal, pero el presi no quería porque estaba ofendido por nuestros comentarios sobre su strip tease, así que armamos un muñeco con su campera, su casco y pantalón, y lo apoyamos en su moto. Mientras el resto se acomodaba, Jorge disparó la foto. Desde Pino Hachado en adelante el camino era igual de odioso que cualquier ripio, pero el entorno era realmente fabuloso. Nos acompañó casi todo el camino el Río Litran a nuestra derecha, y en más de una ocasión miramos con cariño lugares para tirarnos a acampar. A pesar de nuestros impulsos, seguimos. Es un tramo relativamente corto (35 km.) que hicieron valer la pena todos los km. de asfalto de ese día.
Los muchachos quisieron aprovechar el escenario para posar para la nueva coleccion de ropa para motociclistas
Nosotros nos dirigimos hacia la luz
Mas cerca de Villa Pehuenia, abundan las plantaciones de pinos, pero igual, las araucarias son bastiones imperturbables que custodian el camino
Vista del Lago Alumine desde la RP 13
Si señores, lo logré. Y tengo el mérito de decir que fui el único. Foto de Anselmo sobre ripio y SENTADO Al llegar al asfalto, fuimos por la ruta bordeando el lago, y finalmente entramos al pueblo. Realmente muy bonito, pero me dio la sensación de ser muy comercial, no tanto por la cantidad de negocios, sino más bien por cómo estaban puestos. Nos pusimos a deliberar sobre dónde pasaríamos la noche, y no hubo consenso. Un par queríamos ir al camping municipal y amanecer con vista al lago, otros querían dormir calentitos bajo techo.
dijo que llovería esa noche. Decisión tomada y a la cabaña. El menú se decidiría en el supermercado, y hacia allí fuimos. La carne dejaba bastante que desear, así que yo opté por chorizos. El resto, unos bifes corte “mar del plata” o “corte americano”.
Cedí mi voto porque al analizar mi situación, yo tendría muchos días más para acampar. Se nos venía la noche y partimos rumbo a la dirección de turismo. Allí nos dieron un estimado de los precios y posibles alojamientos, casi todos, cabañas y “dormis”.
La verdad, es que no los distingo. Para completar, boicoteamos la ensalada y compramos solo unos tomates. Si es tomate solo, no es ensalada, por lo tanto, no es de putos. 1 paquete de salchichas por si quedaba hambre.
Estos dormis consisten en cabañas pero que no tienen servicio de mucama, y turísticamente se los distingue para no confundir al pasajero.
Lo que me gusta de estos lugares turísticos es que siempre tienen bebida cola sin azucar, así que compré un par de botellas adicionales para mi consumo personal a la noche y a la mañana.
Fuimos al primero que elegimos, y mientras tratámos de que alguien nos atendiera, unos muchachos que estaban ocupando una de las cabañas nos indicaron que el dueño no se encuentraba y nos preguntaron dónde habíamos conseguido combustible. Primera señal. Resultó que hacía 5 días no había combustible en el pueblo. Amenaza de cancelación de planes en puerta. Anselmo llamó por teléfono al siguiente lugar que nos pareció, y era una combinación de cabañas y camping. Cuando llegamos, nos dieron la lista de precios, y la diferencia entre acampar y utilizar una cabaña era de $20. Además, la encargada nos
También sumamos una bolsa de leña y su respectivo cajón, que sé que casi se cayó un par de veces por el camino. En esta oportunidad, nadie acusó a nadie de linyera ni de ciruja. El fuego estuvo a cargo nuevamente de Cesar, mientras los demás ya nos equipamos con respectiva campera de por el frío. Faltaban sillas y mesas, y la encargada, en un derroche de buena onda, nos indicó donde podíamos encontrarlas y utilizarlas. Hasta nos facilitó una tabla para cortar. La preparación de la mesa estuvo a cargo de Jorge, que se encargó de que
cada uno tuviera su tomate y vasito. Las caras de cansancio dicen todo. Igual hubo varios temas de conversación, entre los cuales puedo destacar 2: el primero sería “yo por una AT me levanté una mina”, y el segundo: “en los encuentros de motos también se puede levantar”. Sobre quien expuso, solo puedo decir que está actualmente soltero. Hubo también anécdotas sobre robos sufridos, y sobre todo, sobre defensas ante robos intentados. Cuando las brasas se terminaban de apagar, nos dirigimos a la cabaña. 2 camas cuchetas en una habitación, y una cama en la cocina comedor. Todos queríamos evitar ronquidos, y se jugó a la suerte. Fui el beneficiado con el aislamiento, pero Cesar no quiso arriesgar a sufrir de sonidos estruendorosos que pudieran interrumpir su sueño, y antes de acostarse, sacó el colchón de su cama y lo tiró en el piso al lado de la puerta.
Distancia recorrida aproximada: Ripio 124 Km. Enlace asfalto: 235 km.
viernes 11 Quedaron algunas cosas en el tintero de la noche anterior, por ejemplo, que cuando saqué las cosas del top case, me encontré con que la botella cerrada de aceite había “reventado”, produciendo algunas pérdidas y derrames. En conclusión, se me mancharon las siguientes cosas: las calzas cortas, una libreta, las toallitas húmedas (para limpieza de la mica del casco y para urgencia sanitaria) y alguna otra cosa. A la noche decidí dejarlo en el piso junto a la moto, y a la mañana me lo encontré todo mojado y con aceite. Todo eso se tiró a la basura. Me desperté temprano y me fui a la costa del lago. Me gusta tomarme algunos minutos antes de socializar, y la verdad, es que el entorno me llamaba. Caía una leve llovizna, pero aparentemente durante la noche, había caído bastante agua. Cuando la cantidad de agua ya empezó a ser molesta, me fui bajo el techo de la cabaña. Poco a poco el resto se fue levantando, y Anselmo y creo que Cesar se fueron caminando al
supermercado. Al rato la lluvia se hizo intensa. Fuimos preparando las cosas. Cuando volvieron del supermercado, nos mencionaron que se habían encontrado con el “Gordito Garca” (ese es el nick de Marcos de Junín en el foro de AT), que hacía 5 días que no podía cargar combustible, y que estaba varado con la señora en el pueblo. Eso nos hizo terminar de cambiar los planes. La idea que estaba rondando por nuestras cabezas era rodear el Lago Aluminé por el oeste, bajar por la RP 11 pasando por Moquehue y Ñorquinco hasta Aluminé, y de acuerdo a la hora, Anselmo estaría ya partiendo desde allí para Luján. El resto me acompañaría por el día rumbo a Junín de los Andes por la RP 23, y haríamos noche en donde nos pareciera apropiado. A la mañana siguiente, Jorge, Marcelo y Cesar partirían rumbo a Neuquén y luego hacia Buenos Aires. Con la falta de combustible, la falta de certeza de que hubiera en Aluminé, y el clima, nos pareció mejor apuntar directamente a Zapala, donde ya habíamos podido confirmar que había nafta, para que el resto del grupo continuara hacia Neuquén y yo siguiera para San Martín de los Andes. Nos pusimos todas las protecciones que teníamos para la lluvia, y antes de irnos, pasamos por el pueblo para ver si nos encontrábamos con Marcos. De casualidad lo vimos por la calle, y luego de ofrecerle algún litro por moto para que él pudiera llegar hasta Zapala, nos dejó seguir sin aceptar la oferta. Partimos entonces siguiendo la costa del lago y tomamos la RP 13, donde prevalecía el ripio. La lluvia molestaba, y lo peor era el ripio mojado, o mejor dicho, el agua barrosa
que entraba en el visor del casco. Ya casi había transitado todos los tipos de terreno que se podía. Ni quise enumerar los que me faltaban, pero solo por cábala. Sabía que me faltaba ripio con viento, asfalto con viento y nieve. De todas estas opciones, la última era la única que me atraía, pero la única que sabía que no se presentaría en este viaje. La falta de guardabarros hacía que mi rueda delantera arrojara agua sucia, que caprichosamente se escurría por ambos lados de la mica de mi casco. La lluvia ayudaba a limpiar el lado externo, y el lado interno quedaba manchado. La verdad es que no veía mucho, y tenía que acomodar la cabeza para poder “espiar” entre los espacios que quedaban transparentes. Muy incómodo la verdad. Jorge empezó a tener algún problema con el filtro de aire y nos fuimos retrasando. El resto del grupo fue esperándonos de a ratos, pero nuestra marcha era lenta. Se hicieron largos los 70 Km. de ripio con lluvia. Luego pasamos al asfalto, donde la velocidad se incrementó, pero mi visión no. Finalmente pudimos llegar sin mayores inconvenientes a Zapala. En la YPF no había combustible, pero nos pasaron el dato que habían recibido en la Petrobras. Hicimos la cola, justo coincidente con el cambio de horario de los playeros, así que nuestra demora fue aún mayor. De allí a una parrilla a almorzar. Creo que comimos parrillada con fritas, y algunos con ensalada (se va marcando una tendencia, diría). Ahí nos enteramos del terremoto en Japón en los televisores que había. Nuevamente la cobertura de los medios me pareció una porquería.
Marcelo acoto que sin traje antibacterial no se acercaba a revisar la moto de Anselmo
Anunciaban una ola gigantesca que chocaría con las costas de America, que ningún gobierno quiso avalar. Luego confirmé que dicha ola nunca llegó. Cuando terminamos, y justo antes de separarnos, filmamos el video con el saludo para la gente del foro español de Africa Twin, y nos despedimos. Me orientaron por donde tomar para ir a Junín de los Andes, y así empezó la etapa en solitario.
De izq a der: Cesar, Anselmo, Tito, Jorge y Marcos.
comienza la etapa en solitario Toda la parte hasta Zapala la hice con 2 capas de guantes, lo que hizo imposible que pudiera maniobrar con la cámara de fotos. Durante el almuerzo me había sacado las galochas, y me dio fiaca volver a ponérmelas para este tramo. De más está decir que a los 10 minutos de estar andando, se largó a llover y me moje todas las zapatillas. Mi ritmo rondaba los 100 Km./hs, y me fui cruzando con algunos autos de manera esporádica. Hice alguna parada para fumar un pucho, y luego de poco más de 200 Km. llegué a Junín, donde pude cargar combustible sin ningún problema. Eso sí, me advirtieron que ya no había en Zapala. Ya tenía frío. Los pies mojados y los dedos de las manos entumecidos. Seguí hasta San Martín de los Andes, y luego de tratar de ubicar donde vive mi prima con su familia, me fui para allá. Me recibieron con los brazos abiertos, me ofrecieron una cabañita que tienen en su terreno, y luego de cenar, me fui a acostar.
Distancia recorrida aproximada: Ripio 70,5 Km. Enlace asfalto: 298 km.
sabado 12 Me levanté más o menos temprano y me fui a comprar un guardabarros para la rueda delantera. En “el negocio” no había ni siquiera esas imitaciones chinas baratas, así que desistí. Tampoco conseguí luces de guiños parecidas ni alternativas “decentes” para reparar las rotas. De ahí me fui a un negocio de venta de caños de escape y soldaduras, donde el marido de mi prima me había recomendado para ver si me podían hacer unas defensas. Parece ser que el tipo que justo se dedicaba a soldar ese tipo de cosas se iba de vacaciones en un par de día, y no tendría tiempo. Lo logré convencer que me hiciera unos porta alforjas, de manera tal de poder mejorar un poco la comodidad en mi asiento, ya que el bolso ocupaba más de la mitad y no tenía espacio para relajar los glúteos ni ir variando la postura. Terminarían cerca del mediodía, así que aproveché y me fui a pasear por el centro. Busqué mochilas baratas, un par de pantalones térmicos con precio fuera de temporada y, cuando encontré una carpa de alta montaña en oferta (real oferta), la armé en el negocio, probé si entraba bien, y la compré. Por último, una riñonera que utilizaría de bolso de tanque. Con las bolsas de los negocios en la mano fui a buscar la moto, que ya estaba lista. De ahí a lo de mi prima a preparar las cosas. Me tomé mi tiempo. Fui viendo de qué manera hacer entrar todo, y lo que no me pareció vital, lo dejé en un bolso para enviar por colectivo: la carpa vieja, un par de zapatillas usadas, un par de souvenirs y alguna otra cosita. Como a las 5 (creo), terminé con todo, y luego de pasar por la costanera
del Lago Lacar, partí por el camino de 7 lagos. El asfalto, si bien estaba bastante entero, presentaba múltiples arreglos con brea. En un mirador de los tantos que hay en los primeros kilómetros, paré a disfrutar un momento de tranquilidad, y en el lapso de 2 o 3 puchos estacionaron varios autos, se bajaron los pasajeros, sacaron una foto, y acelerando, siguieron su ruta. No quiero entrar a discutir si eso está bien o mal, pero lo comparé con mi viaje anterior que hice por este camino donde iba en bicicleta, y cómo la forma de ver las cosas era totalmente diferente. Me terminé quedando más tiempo del que tendría, y seguí luego rumbo sur.
Luego del acceso a Chapelco, el asfalto se transformó en ripio y en varios sectores encontré trabajadores y maquinaría viales. Aparentemente le están dando mucha bola al arreglo y optimización de esta ruta, aunque no pude determinar si la idea es asfaltarla toda o simplemente dejarla bien transitable. Por supuesto, había sectores directamente de barro y de un solo sentido. Fui pasando por lugares que fui reconociendo, con partes mejoradas y otras en construcción. También encontré varios arroyos con puentes “temporales” y las estructuras para soportar los que iban a construir. En el arroyo Pichi Traful, la tentación fue muy grande, y me interné unos metros por su costa. No se cómo me convencí para no acampar allí esa noche. Tal vez porque sólo había unos 60 Km., y resultaba “demasiado poco”. Seguí. Y tal cual me lo había anticipado Pablo (pablopelado
de Villa la Angostura), lo que continuaba estaba en mal estado y en reparaciones. Muy despacio en las curvas, mucha rosca en las pendientes. Me crucé con pocos vehículos, y en futuro nuevo acceso al lago Espejo Chico, me mandé para ver si acampaba ahí. El sendero era una delicia. Tierra bien compactada rodeada de
un bosque hermoso. Había un par de charcos grandes de agua que pasé por el costado del camino.
existía más el camping allí, así que seguí hasta el asfalto rumbo a Villa la Angostura.
En la tranquera de acceso me encontré con un Ford Ka alquilado por unos belgas (o finlandeses), crucé un par de palabras y seguí. Había gente en la proveeduría, pero no había nadie acampando. Me tomé unos minutos para decidir, pero en el lapso de un pucho me hele hasta los huesos. Demasiado frío. Pero lo que realmente me “espantó” fue la falta de leña.
El tránsito de repente pasó a ser intenso, con muchos camiones chilenos. En uno de los campings dentro del pueblo entré, y la verdad es que no me convenció.
Parece ser que durante el verano habían “limpiado” todo rastro de madera seca de los alrededores, y la vista prometía una noche bien fría y tal vez con algo de agua.
No no, en el hogar tiró un par de troncos y presentó la parrilla ahí. Mientras, uno no podía dejar de admirar la arquitectura “cabaña” del lugar.
Me dio la sensación que si me quedaba iba a sentirme como loco malo.
Como me gustan las casas con estructura de cabaña. Un lujo total, pero no en el sentido barroco ni nada parecido, sino por el estilo campestre muy bien mantenido. La escalera de madera tallada, la chimenea de piedra, los ventanales enormes, con predominio absoluto de madera.
Entonces avisé que seguía mi camino y traté de tantear la onda en el lago Espejo (Grande). Retomé el sendero de acceso, y continué por el camino de los 7 Lagos. Al pasar por el siguiente lago, los carteles fueron más que claros: no
Así que lo llamé a Pablo y me pasó a buscar. Fuimos a su casa, me presentó a su señora e hijo, y pintó asadito. Yo me imaginé una parrillita en el patio o algo así.
Ni me quiero seguir acordando porque me voy a vivir allá.
Conversamos extensamente, alternando juegos con el niño, que no paraba de querer llamar la atención del padre. Me mostró su moto, en impecable estado. Entre nosotros, para mí no la usa, no podés tener una moto así. Tenía una lámina transparente de protección sobre todas las partes con pintura, el motor impecable, otro lujo. Cuando ya se hizo medio tarde, le pregunté si tenía problema de dejarme dormir afuera en carpa. Todavía seguía caliente por no poder disfrutar del clima del sur, y además, quería probar la carpa. Si bien la había armado en el negocio donde la compré, quería aprender
Distancia recorrida aproximada: Ripio 50,2 Km. Enlace asfalto: 60 km.
bien como era la cosa, no vaya a ser que me agarrara la noche en cualquier lado y tuviese que estar improvisando. Creo que no me entendió bien, porque me ofreció una cama bajo techo, con calefacción, y yo prefería la intemperie. Respetó mi pedido, y me ayudó a armar mi refugio, eso sí, aprovechando el techo de la cochera. Casi no desarmé nada del equipaje de la moto, solo la carpa y la bolsa de dormir. Con el colchón inflado, me fumé un par de puchos en el patio, y me fui a dormir.
domingo 13 Lo primero que noté cuando me desperté, fue la intensa condensación que veía en las varillas de la carpa. A pesar de eso, la tela de la capa interior estaba seca. La verdad es que me llamó la atención, y confirmé que me había comprado una carpa buena. No había pasado frío, y había dormido bien. Al salir, me pareció que había llovido durante la noche, aunque no pude confirmarlo porque en una de esas era rocío. Como sea, me prendí un pucho y vino un pterodáctilo a tratar de chupar mi sangre y abastecer a todos los insectos del sur en una sola succionada. Milagrosamente pude armarme de un palo cercano, y lo derribé. En la foto se ve dicho animal con una moneda de 25 centavos y un paquete de puchos para poder tomar una referencia del tamaño. La moneda la coloqué sobre el bicho, más que nada por las dudas de que reaccionara y quisiera vengarse. El lado interno del techo de la carpa también condensó mucha agua, y lo puse sobre la lancha para secarlo. Mientras, Pablo me prestó ayuda para aceitar la cadena. Mientras la moto quedaba parada sobre la muleta, él sostenía la moto. Cuando giré la rueda en sentido inverso, debería haberme dado cuenta de que algo andaba mal, porque costaba un poco. Casi parecía que se trababa. Una de las cosas que me propuse en este viaje fue no amargarme ante roturas mecánicas. Esta filosofía me había servido mucho estos últimos días, donde por ejemplo, las vibraciones de los serruchos del camino movían todo el tablero.
Cuando ya fue molesto ese movimiento constante, mentalmente solo observé e ignoré. Bueno, ahora estaba haciendo algo parecido. Me equivoqué, pero ya quería estar más allá de Bariloche, y me urgía partir. Guardé bolsa de dormir, colchón inflable y carpa, y antes de despedirme, Pablo me dio varias bandas de goma de cubierta que facilitaron ahí, y en el futuro, el armado de mi equipaje. Pablo y su familia me habían recibido muy bien y me habían tratado de primera, pero quería continuar. Los primeros metros me resultaron bastante raros, pero las calles eran en pendiente para abajo, por lo que la moto no tuvo que hacer fuerza. Fui para el ACA a cargar combustible, y no había, así que tenía que volver unas cuadras hacia la otra estación de servicio. Fue un parto. El motor giraba, pero la rueda no. Llegue a la estación, y lo llamé a Pablo. Ya se había librado de mí, y ahora lo volvía a molestar. No se cómo, pero pude remontar las pocas cuadras hasta su casa, e inmediatamente diagnosticó el problema: piñón con dientes muy gastados. Subimos a su camioneta y fuimos a buscar al dueño de Motos del Sur (único negocio de repuesto de motos de la Villa). Nos atendió en la puerta de su casa Martín, y nos dijo que no tenía y que recién en el negocio de Bariloche podría buscar. Me quedaba entonces tener que esperar al otro día, para ver si es que lo podían mandar desde la ciudad cercana, o, si de alguna manera engañábamos a la moto, ir yo para Bariloche y tratar de conseguir las cosas ahí.
Esta opción me pareció más apropiada sobre todo porque allí había mayor cantidad de mecánicos, y además, el marido de mi prima, que vive en esa ciudad, conoce muchísima gente del motociclismo por haber sido corredor de motocross y ser actualmente instructor oficial de Kawasaki. Con Pablo estiramos la cadena, que estaba realmente floja, y aparentemente el síntoma desapareció. Digo el síntoma y no el problema, ya que el piñón estaba muy mal. Así que lentamente y sin apuro, salí a bordear el Nahuel Huapi con destino al centro turístico. Mi marcha fue lenta pero disfrutando mucho del paisaje. Sin forzar el andar para nada, y con ondulaciones suaves y muchas curvas, el recorrido no tenía desperdicio. Cuando ví a unos ciclistas arreglando una pinchadura, frené la moto y me puse a conversar. Me parece que estos eran más paracaidistas que yo, habían terminado de preparar sus cosas un par de días antes de la partida, y estaban haciendo el circuito de 7 lagos desde hacía unos días. Pibes divertidos, y al finalizar el arreglo, cada uno siguió a su ritmo. A diferencia del viaje que yo había hecho en bicicleta por ahí en el verano de 1995, ellos iban mejor equipados (nótese el fernet en la alforja)
Todo normal hasta Bariloche, donde para llegar al centro me crucé con miles y miles de semáforos, que hicieron mi marcha muy lenta. Llamé a Tin (Jorge Martin), le dije que lo esperaba cerca del centro cívico, y me fue a buscar. En su casa analizamos el problema, y luego de unos sándwiches de queso, recorrimos un par de mecánicos conocidos de él para ver si tenían el repuesto usado. No lo conseguimos, así que había que esperar al lunes para encontrar el negocio de motos abierto. Mientras aproveché, y exprimí tantos “secretos” de conducción como pude. La verdad es que Tin es un tipo bárbaro y sabe muchísimo. De más está decir que el 90 por ciento de lo que me dijo me lo olvidé y no pude aplicarlo, pero ya tendré oportunidad de hacer uno
de sus cursos de conducción (como los que dicta en el circuito de Otamendi para Kawasaki) y realmente aprender cómo es esto de la conducción fuera de caminos. Comí muy bien y me acosté, sabiendo que la 640 estaba junto con la mejor compañía.
Distancia recorrida aproximada: Ripio 0 Km. - Enlace asfalto: 88 Km.
Lunes 14 Desayunamos y con Tin salimos para su negocio, que casualmente está a pocos metros del concesionario de Kawasaki, donde Javier, el jefe de mecánicos, era un experimentado motorista (o motoquero, o motociclista) acostumbrado a viajar, y seguro entendería mi problemática en relación a los tiempos que manejaba. Fuimos a Motos del Sur, donde nuevamente me encontré con el dueño, y luego de explicarle el diagnóstico, me costó un huevo y la mitad del otro lograr la buena voluntad de que salga y mire el repuesto que necesitaba. Él quería que lo llevara en la mano, y aclaro que en el local no había más clientes. Lo único que yo pretendía era que mirara el piñón para ver si tenía un repuesto. Si sacaba el piñón, me obligaba a desarmar en la vereda, hacer 2 metros, mostrárselo, y luego volver a armarlo. Ya que estábamos, también compré una corona, que estaba pidiendo a gritos que la cambie, y claro está, también una cadena como la gente, y no la chinada que tenía en ese momento. Además, un guardabarros porque me tenía harto la lluvia de piedritas en el casco, y como mis cubiertas ya tenían varios faltantes de goma, un juego completo. El chiste no salió nada barato, y más adelante, descubriría que se nota y mucho que estos muchachos son los únicos que tienen negocio de repuestos de motos en la región. De allí al mecánico. Resulta que tiene una Super Teneré hermosa. Le dio prioridad a mi moto, y aproveché y le pedí que tratara de sacarle la basurita en el carburador que la hacía gotear cuando paraba el motor. Quise quedarme a mirar lo que hacía, pero como todo buen mecánico, le gusta trabajar sin que le rompan las
aca no pare, pero tiene un buen nombre...
con los daneses
comparacion entre el viejo pinon y el nuevo ya colocado
cubierta delantera nueva y la vieja
corona que tenia y detalle de los dientes...
cubierta trasera nueva y la vieja
bolas con preguntas, y me mandó a pasear por el centro. Me pasé un par de horas caminando, saqué alguna foto, pero de aburrido que estaba, y volví para el taller. En la puerta me encontré padre e hijo dinamarqueses que estaban recorriendo todo el continente americano, y que habían entrado hace unos meses por Estados Unidos. El menor tenía una Teneré 660, con patente europea, y cuando le pregunté por qué el padre usaba una BMW con patente chilena, me dijo que la moto del padre se había muerto en Perú, y que tuvo que alquilar para poder continuar su viaje. Entonces le pregunté al padre qué le parecía la GS800 cero kilómetro (estaban en el taller para el primer cambio de aceite), y a pesar de su pobre inglés, me supo explicar que le parecía una mierda. Pero quien le va a creer, si solo recorrió toda América y de motos seguro no sabía nada. Les pedí sacar una foto con ellos, pero le dije que con la bm no, por supuesto, la condición les pareció más que razonable y posaron conmigo. Mi moto iba a estar para la tarde, así que volví a lo de mi prima, almorzamos, y cuando ya abrían los negocios volví. Ahí me agarra el mecánico y me indica que el juego completo de transmisión que compre todo junto y al mismo tiempo en el mismo lugar, tenía paso diferente, el piñón 525, el resto, 520. Lo agarré al hijo de mi prima para que me llevara a Motos del Sur, y ahí estuvieron no menos de media hora buscando (o demorándome) hasta que encontraron la que correspondía al juego. Y encima, de mala gana todo esto. Claro, mientras le pidas lo que tienen a mano, todo bien. Si te entregan algo que no es, y lo querés cambiar, te tratan para el culo. Tuve que volver a matar el tiempo por el centro, y cerca de las 19, ya estaba casi lista.
En el interín, numerosos mensajes de texto de Pablo y Marcelo siguiendo paso a paso la evolución y progreso de las reparaciones. Gracias por preocuparse y estar al pie del cañón. Con cubiertas nuevas, con guardabarros, con transmisión completa nueva y con el carburador arreglado (tenía un arito de goma reseco, y por ahí rebalsaba el combustible), preparé los bártulos para partir. Tin me ayudó, pero con las bandas de gomas que me había dado Pablo era todo más rápido. Me recomendó especialmente cuidado los primeros kilómetros porque las cubiertas vienen con un aceite de protección que las hace resbaladizas hasta que se gastan un poquito.
Buenísimo, empezó a llover, y encima, era de noche. Pero yo quería partir si o si. Ya había perdido 2 días y me estaba desesperando. Rumbeé para el Bolsón. Bien el guardabarros, porque esta vez el agüita del piso no venía hasta el casco. Velocidad baja, y rogar que el combustible me alcanzara, porque en el ACA de Bariloche no había combustible.
Tomé la RN 40, pasé el lago Gutiérrez y cuando estaba bordeando el lago Mascardi, vi unas luces de una casa, que resultó ser el una estación de servicio del ACA, donde sí tenían combustible. Tuve que retomar el camino, y fui a cargar el vital líquido para poder seguir tranquilo. El lugar lo atendía un viejito, con el cual compartimos unos puchos y me contó cómo eran las cosas cuando era joven. Lleva los registros diarios de precipitaciones y cantidad de nieve caída, y me comentó que si bien los primeros siguen siendo más o menos similares a los de hace 40 años, en cambio, los de la nieve caída han sufrido una disminución a poco menos del 10 por ciento en términos anuales. Eso quiere decir, que cuando antes llegaban a caer 4 metros de nieve durante el año, ahora no alcanzan ni los 40 cm.
queda a 2 cuadras de allí, me resultó bastante mediocre y caro para lo que era, así que opté por seguir buscando. Además, no había comido todavía. Encontré una suerte de pizzería donde vendían empanadas, donde me vendieron media docena de jamón y queso, algunas frías, otras quemadas. Les pregunté sobre un hostal, y no tenían ni idea ni ganas de dar una mano en la búsqueda. Terminé volviendo con la cabeza gacha al único hostel que conocía. La moto fue a parar bajo un árbol en el estacionamiento, y la habitación, que no compartí con nadie, tenía varias camas y las ventanas abiertas. Con el frío de la noche, el conserje se apiadó y me facilitó algunas frazadas. Como no estaban incluídas las sábanas, me acosté en mi bolsa cama, me cubrí con las frazadas y no tardé en dormirme.
También me contó cómo de asistir a una escuela que abría sus puertas de agosto a junio, pasó a un internado católico, y de cómo los curas aplicaban el castigo físico ante faltas de conducta. Por supuesto, añorando y deseando que aún se educara de esa manera. Ya eran pasadas las 20 cuando pude volver a salir al camino oscuro y lluvioso. Ritmo muy lento, con apenas visibilidad de unos cuantos metros, fui pasando Villa Mascardi, el lago Guillermo, el río Villegas, el Foyel, el control de gendarmería de Río Manso, y luego pude llegar a El Bolsón. Atento a algún hostal, sólo veía hoteles y algún camping que no pude determinar si estaba o no abierto. Llegué hasta la plaza Pagano (la de la feria, por supuesto ahora vacía) y luego de reponer fuerzas, me puse en la búsqueda de un lugar para pasar la noche. El hostal que conocía, y que
Distancia recorrida aproximada: Ripio 0 Km. Enlace asfalto: 127 km.
martes 15 Me desperté bastante temprano, y miré la habitación. La noche anterior había tratado de no sacar tantas cosas de la moto para poder partir sin demoras. En pocos minutos tuve todo listo y lo llevé a la moto. La saqué de la protección de los árboles y traté de encender el motor. No pude. La batería hacía de cuenta que giraba el motor de arranque, pero no. Después de un rato de reflexionar, me fui para una estación de servicio que estaba a una cuadra y media para ver si tenían cables para puentear la batería. No me dieron bola y me recomendaron que fuera al ACA de la vereda de enfrente, pero la parte de taller la abrían a las 9. Así que tendría por lo menos una hora y media de espera. Volví al hostal con una coca Light y puchos para que la demora fuese menos tediosa. Mp3 y a hacer tiempo. 9 y un minuto pedí que me abrieran el portón del estacionamiento, y empujando arrastré a la vencida 640 por la calle. Tomé otra calle que me haría ahorrar algunos pasos para llegar, y a unos 50 metros vi un taller de electricidad del automóvil. Al explicarle mi problemática, le pareció la mejor opción probar cargando la batería, para ver si era eso. Caso contrario, a mandar la moto por transporte… Mientras esperaba, me contó sus travesías en una Yamaha Venture Royale, sobre cómo había demorado más de 3 años en “repasarla” toda y dejarla 10 puntos, y demás detalles al respecto. Al rato, probamos arrancar la 640 y la cosa funcionó. Le agradecí y
al preguntarle cúanto era ($), me rechazó cualquier moneda y me deseó suerte. Eso si, a ajustar el equipaje a la calle, porque tenía que seguir trabajando. En la puerta me llamaron la atención los tanques de metal que usan para poner la basura hasta que pase el recolector. Me pregunto si los pone la municipalidad, o cada particular, ya que son todos iguales. La moto volvió a arrancar nuevamente, y me dirigí al ACA para cargar combustible y comprar un par de mapas de reemplazo a los que me había olvidado en lo de Pablo en Villa la Angostura. Aproveché y me compré otra gaseosa, y mientras esperaba en la cola para cargar nafta, ví una Tornado 250 con un personaje que había puesto un bidón de 10 litros atado con una soguita, sin ningún tipo de elastico ni nada que evitara que fuese “flameando”. Además, tenía una mochila gigantesca atada al asiento. Le pregunté hacia donde se dirigía, y su respuesta fue “al sur de Chile”. Como podíamos coincidir en parte de la ruta, le pregunté a qué velocidad prefería viajar, y sus 80 km/h me resultaron más que razonables para el siguiente tramo del camino. Buscamos un cajero automático para disponer de algo de efectivo. Ya era cerca del mediodía, y partimos rumbo al sur por la ruta 40, ex ruta 258. Me ocurrió que en varias oportunidades, al preguntar una indicación sobre cómo llegar, o cómo se llamaba determinada ruta, me dijeran rn40 ex tal otra, o a la inversa, tal número, ex ruta 40. Parece ser que el actual gobierno argentino ha tratado de conectar
pueblos turísticos mediante la “mítica ruta 40”, para lo cual, ha ido cambiando los nombres de algunos tramos según la conveniencia (o sus relaciones con los intendentes de cada pueblo). Entonces, si vos querías ir literalmente por la ruta 40 hace unos 5 años, no coincidiría con el recorrido que tiene hoy.. De hecho tengo varios mapas donde el recorrido de la rn 40 es diferente en varios tramos entre ellos. Puro marketing. Le dije a Matías, mi temporal compañero de viaje, que si veíamos algún lugar donde vendieran frutas “del bosque”, que me gustaría parar. Claro, pasamos por “El Hoyo”, lugar donde todos los eneros se festeja la Fiesta Nacional de la Fruta Fina. En mi viaje anterior en bicicleta en el año 2002, al pasar por esta localidad me pegué una panzada de zarzamoras que todavía recuerdo. La cuestión es que todos los puestos que hay a la vera del camino estaban vacíos, o como mucho vendían mermeladas y dulces, pero no había fruta fresca. No daba para detenernos. Al pasar por un vivero forestal, la vista se me quedó pegada y estuve fuertemente tentado a parar a comprar mi obligado souvenir (un arbolito cada vez que puedo). Por respeto a mi compañero, desistí. Llegamos a Epuyen, y quise visitar el camping donde había parado hace unos años. Nos adentramos en el pueblo, y llegamos hasta el camping “el Refugio del Lago”. No había nadie, así que dejamos las motos y caminamos hasta el lago. Noté que el nivel del agua era inferior a mi otra visita.
No sé si será por la época del año o porque realmente la cantidad de agua fue disminuyendo paulatinamente en todo este tiempo. Seguimos sin ver a nadie, así que pegamos la vuelta. El sendero estaba rodeado de árboles de manzana, y no tuve mejor idea que tomar una directamente de la planta y darle un mordisco. El ruido de la mordida me sonó raro, así que miré lo que tenía en las manos. Podría ser peor: haber encontrado medio gusano… Continuamos nuestro camino y llegamos hasta el desvío de la Rp 71 que va hacia Cholila. Del peor ripio con piedras redondas gigantes (tamaño pelotas de golf) que tenía memoria, lo que se veía era un asfalto recién puesto. Menos mal, no tenía ganas de sufrir caídas. En una de esas, en mi próximo viaje se llamará RN40? En esta jornada fue en la que evoqué en mayor medida mi viaje anterior. No sé por qué, reconocí casi todos los lugares, y sobre todo, las diferencias.
Al llegar a Cholila repostamos combustible, y en la estación de servicio proyectamos nuestro almuerzo.
Había estado pedaleando todo el día, había caído la noche, estaba muy cansado, y Doña Dalia permitió a un extraño que utilizara el verde césped de su patio para acampar.
La primer opción era comprar unas empanadas en lo de una viejita, que hace las mejores del sur. Recordaba perfectamente el lugar, y sin embargo, el lugar parecía cerrado.
Son pequeños detalles que cuestan olvidar. Se encuentra gente muy linda de espíritu cuando viajas en 2 ruedas.
Cuando tocamos la puerta, salio a nuestro encuentro Doña Dalia. Nos informó que hacía 3 años que no hacía más comida, y que todos los años le pasa lo mismo, la gente pasa y le sigue pidiendo. Ella nos dijo que no estaba más para esos trotes. Al igual que cada vez que tuvimos tiempo, nos dedicamos a escuchar las historias de la difícil niñez y de cómo con trabajo duro, pudo salir adelante. Estuvimos un buen rato, y a todo esto, Matías realmente se portó “soportando” y escuchando pacientemente. Yo no pude dejar de agradecerle que en el año 2002 me hubiera permitido tirar la carpa cuando pasé por allí.
Cancelada nuestra primera opción de almuerzo, seguimos viaje hacia el parque nacional Los Alerces, tal vez el más bonito de todo el sur. En un pueblito en el camino pudimos comprar unos chorizos y pan. Matias compró un trozo de queso de cáscara roja para picar y nuestro menú ya estaba listo. Unos teros custodiaban el acceso al almacén.
El lugar de la comida sería el Lago Verde, para lo cual deberíamos ingresar al parque nacional. Ya el entorno, la vegetación nos avisaba que estábamos cerca del puesto de guardaparques. Al igual que en mi viaje anterior, la detención era obligada, y nos preguntaron si llevábamos equipo de pesca. Puede parecer obvio, pero como también es habitual pescar con “lata”, esa pregunta no era redundante. La pesca con lata consiste en enrollar la tanza en una lata, en el extremo colocar una cucharita (de pesca), arrojarla al agua, e ir recogiendo la línea a la vez que se enrolla en la lata. Algo que no me había imaginado era que los mismos equipos de pesca pueden acarrear “algas” de lugar a lugar, y de esta manera ingresar en ambientes cerrados especies foráneas que terminan invadiendo los lagos y cursos de agua del parque. Para evitar esto, en la entrada de algunos parque es obligatoria la limpieza tanto de los equipos de pesca como de lanchas y embarcaciones con solución salina e hipoclorito de sodio.
Para cualquiera que haya pasado por este lugar le resultará conocido uno de los guardapescas, que se caracteriza por darte un discurso muy extenso sobre cómo todos somos responsables del calentamiento global y una sarta de gansadas con las cuales no concuerdo totalmente. No me gusta que me encasillen dentro de “somos todos culpables de…”. Pará, yo me encargo de levantar mis papelitos y siento que trato de hacer mi parte para ayudar, y encima me ponés en la misma bolsa que los que no? Lo importante, si, es con la pasión con la que expresa su opinión. Nos contó, por ejemplo, que afortunadamente, se estaba tratando de integrar el parque nacional hacia fuera y no que quedara como una isla. Si se lograra que el comportamiento y la conciencia que las personas tienen dentro del parque se esparciera hacia fuera de este, se estaría ganando la batalla más difícil. También charlamos un poco sobre política con el jefe de Guardaparques. Al seguir por el camino nos encontramos primero con el Lago Rivadavia y luego de entrar por un camino vecinal que no era, pudimos llegar al camping del lago Verde. No había nadie que cuidara el acceso, así que entramos directamente. No teníamos parrilla, así que hubo que aplicar el ingenio. Saqué el alambre finito que tenía, y en unos palos que encontramos por ahí, atamos los chorizos. Juntamos tantos palitos como pudimos, pero no iban a alcanzar, así que la decisión fue hacerlos “a la llama”. Nos fuimos alternando para tratar de prender el fuego hasta que pudimos.
Igual, espantamos todos los mosquitos que había con el humo que terminamos haciendo. Conversamos con Matías de varias boludeces, y fuimos picando el queso. Me pareció una buena idea comerlo semiderretido, así que iba ensartando los trozos en un palito, y lo ponía sobre el fuego. Cuando acusaba algo de temperatura, lo iba girando hasta lograr consistencia de malvavisco, y de ahí al buche. Rico. Cuando ya había pasado un buen rato, decidimos que la comida estaba lista, y nos armamos unos choripanes de aquellos. Mientras comíamos, había un aguilucho que estaba atacando una olla con restos de sopa (¿?) que los únicos acampantes del lugar habían dejado hacía unos minutos en una mesa cercana. Mucha paz, excelente entorno. Pero debíamos continuar, así que luego de una larga digestión, apagamos los restos de brasas con agua, juntamos todo, tiramos la basura en un tacho cercano y le dejamos el chorizo que había sobrado a este personaje.
Continuamos viaje rumbo al lago Futalaufquen Cuando dejamos el parque nacional, el camino paso a ser de asfalto, y seguimos rumbo a Esquel. Ahora si, el camino era nuevo para mí. Paramos en una estación de servicio en Esquel. Mi idea era seguir rumbo sur y hacer noche camino al Corcovado. Matías quería parar en un hostal donde había pasado un par de noches en un viaje anterior. Era el momento de despedirnos, pero los comentarios sobre el camino que seguía, sumado al frío reinante me hicieron dudar. Mientras estábamos sentados al costado del servicompras de la estación, un viejito vino a hablarnos. Resulta que también andaba en moto, pero de mucha menor cilindrada (fueron sus palabras), más maleable a su edad, y más divertidas también. Fue él quien me comentó que no tendría donde parar por los próximos kilómetros y que me convenía hacer el camino de día, sobre todo para
poder disfrutar del paisaje y evitar la temperatura del “Valle del Frío”, denominación que le dan los habitantes de la zona. Me convenció. Fuimos para el hostal, y luego de dejar las cosas en la habitación, nos volvimos hacia el pueblo a comprar algo para tirar a la parrilla. La carne realmente pintaba muy bien, pero cuando nos dijeron cuanto costaba, optamos por un pollo, mucho más accesible a nuestros bolsillos. Sumamos también 2 cervezas y un par de gaseosas (tenía que desayunar al otro día). Para variar, nos dieron un cajón para prender la leña, cosa que me negué a transportar, y voluntariosamente Matías colocó sobre el tanque de combustible de su Tornado. Cuando tuvimos luz del semáforo pasó a verde, iniciamos el regreso al lugar donde pasaríamos la noche. O no.
oportunidad de conversar con fuerzas de la ley con buena onda. Ellas sólo querían evitar que ante una distracción ocurriera una desgracia evitable.
A los 50 metros, 2 mujeres policía nos indican que teníamos que detenernos. ¿Y ahora qué habíamos hecho? Estoy seguro que cruzamos con verde. Detuve mi moto atrás de la de Matías, y empecé a buscar mis documentos.
En el hostal había una suerte de quincho donde se podía cocinar el pollo, y además, serviría de bivac para las motos. Sólo tendríamos que reacomodar las bicicletas y los carritos portaniños.
Pero no me hablaron a mí, sino a mi compañero. Yo no me había dado cuenta, pero su casco no iba en su cabeza sino en su codo y la detención fue para que lo colocara donde debía… Mirá que hay lugares para que te pongan una multa por no usar casco, pero en un pueblito de la Patagonia, por haber ido al almacen, es bastante bizarro por lo menos. Nos dejaron continuar sin más cuando el equipo de protección fue a su lugar, y al final nos arrepentimos de no haberlas invitado a cenar con nosotros. No todos los días se tiene
Dichos portaniños eran de una pareja de noruegos (o finlandeses, o suecos) que estaba viajando con sus 2 críos. Ellos estaban rumbeando al norte
para escapar un poco del frío, y según entendí, su idea era llegar a Estados Unidos en algunos meses. Muy relajados preparamos el fuego, esta vez mucho más sencillo por la cantidad enorme de piñas secas que había, y mientras el ave se asaba, tomamos las merecidas cervezas. Cuando terminamos de comer, llevamos a la cocina del hostal los platos y cubiertos, los lavamos y dejamos todo limpio. Luego, a acomodar los vehículos. Primero las bicicletas,
luego los carritos, después la Tornado, y finalmente, la 640. Mi apuesta era que si la batería no respondía al otro día, utilizaría los más de 500 metros de bajada para intentar arrancarla. Si igual se resistía, ya dentro del pueblo, buscaría un taller para puentearla. Ya habíamos pasado de la medianoche, y fue el momento de ir a la cama. En este hostal si te daban sábanas. Demoré segundos en dormirme.
Distancia recorrida aproximada: Ripio 139 Km. Enlace asfalto: 45,7 km.
miércoles 16 Me desperté temprano. Traté de no hacer ruido y apenas vestido pasé por la cocina para sacar una de las Coca Light de la heladera y me fui al patio. Acomodé una de las reposeras y me quedé admirando el amanecer. Cuando sentí que estaba despabilado, pude admirar el frente de la casa que hace de hostal Debo aclarar que a la noche la iluminación que tiene le hace justicia, pero es la cámara quien no lo hizo. Realmente han tenido especial cuidado de la estética al momento de elegir este lugar para crear el hostal. Me fui para el quincho donde estaban las motos, y no pude dejar de admirar los carritos portaniños de los ciclistas nor-europeos. Acá se ve la foto del otro. No quiero ni pensar lo que debe ser arrastrar esas cosas a pura fuerza de pedal.
Miré como habían quedado guardadas las motos la noche anterior. Parece que la 640, alias la cabra, había conseguido novio. Y no me refiero a la tornadito. Saqué la moto, traté de prenderla, y luego de un par de intentos, arrancó. La dejé calentar y luego la llevé hasta el frente de la casa. Al entrar, me encontré en la cocina a la familia ciclista. FOTO 07 Si bien los “enanitos” no hablaban nada de castellano, eran sumamente simpáticos y sociables. Levanté las 2 o 3 cosas que me habían quedado en la pieza, ajusté todo en la 640, le dejé una nota a Matías que seguía muerto en su cama, y salí rumbo al Lago La Plata. El objetivo de hoy era poder llegar al Lago La Plata, para pasar la noche acampando ahí, luego, todo el jueves disfrutando de no hacer nada, o en todo caso, miniturismo por la zona, y el viernes encararía la vuelta. Rumbo sur entonces por la RN 259 unos 4 km. para luego continuar por la RP 17 rumbo a Corcovado. En los primeros km. pude observar carteles promocionando la “Semana de los Pueblos Originarios” en Lago Rosario. Este pueblo, localizado a orillas del lago del mismo nombre, es una comunidad de pueblos “originarios”, denominación políticamente correcta para lo que yo llamo “nuestros indios”. Me llevaría mucho tiempo tratar de explicar mi opinión y sus fundamentos. Si puedo, sin embargo, remarcar que no me gusta que sean tratados como “una cosa más para visitar”.
No me gusta faltarle el respeto a las raíces de la gente, y por eso, ir a un lugar sólo porque la población es aborigen no me resulta razón valedera.
que sospechaba pero mi GPS interno negaba: estaba nomás en el pueblo. A pesar de todo, sólo lo marca como “Pueblo Mapuche”. Sólo es un punto donde figura una ambulancia.
Me encantaría, sin embargo, poder pasar varios días sumergiéndome y empapándome de su vida diaria. No tenía tiempo. Decidí entonces, seguir hacia el destino original y dejar para otra ocasión esa exploración por una definición clara sobre cómo son las cosas.
Casi no había nadie en las 2 o 3 calles que se veían, y si bien sabía que podía pasar por la escuela para preguntar, me tuve que resistir a hacerlo. No confiaba en que podría irme. Sabía que si tenía oportunidad no querría irme sin escuchar “otra campana” sobre la apropiación de tierras.
En la intersección, quise apuntar hacia Corcovado, por lo que tomé el camino de la izquierda. Al poco andar, ví la costa de un lago. Me imaginé que se trataba del Lago Rosario, y que el pueblo debía estar tomando en el desvío anterior hacia el otro lado. Volví a repensar si no era una buena idea pasar por el pueblo, y nuevamente descarté la idea.
No sé como, pero pude luchar contra la tentación y retomé por el camino. Me llamaron la atención 2 cosas durante mi vuelta: un cartel de camping que parecía más del Lago Espejo Chico que de una comunidad tranquila (ofrecían cerveza, bebidas, etc.) y algunos emprendimientos inmobiliarios que parecían un country de Buenos Aires.
Pero a los pocos kilómetros, me encontré con este cartel
No entendía nada. No importó, seguí por la calle que estaba en mejor estado hasta que se terminó, y tenía 2 posibilidades. Una de ellas iba hacia unas casas y parecía terminar ahí. La otra, apuntaba hacia algo que parecía un polideportivo, que resultó estar junto a la escuela del pueblo. Y se terminaba el camino. Giré la moto, como para retomar, y no tuve otra opción que sacar el GPS, prenderlo, esperar un rato a que tomara mi ubicación, y confirmé lo
Mi pensamiento de odio atribuyó inmediatamente la titularidad de esas propiedades a algún político de turno de “la ciudad”. No tengo fundamente alguno para afirmar esto, aclaro. Finalmente, apenas antes de llevar al desvío, recibí la señal que se me perdonaba irme, pero que debía volver alguna vez: un arco iris. Llegué a la intersección con la RP 17, me volví hasta el cartel indicador, y volví a confirmar lo obvio: el cartel estaba bien, y yo lo había tomado de
manera equivocada. Sería una señal de algo? Mi viaje continuó, esta vez bien orientado por un ripio en buen estado, pero molesto para andar en moto. Como la mayoría de los caminos en esta parte de la Patagonia, se encuentra en arreglo o con vistas a un futuro asfalto. Se nota si, un ensanchamiento de las vías. Las grúas trabajando a full, El tránsito era básicamente de camionetas identificadas con el logo de las empresas constructoras, y varios camiones volcadores. El paisaje no cambió tanto, pero las nubes seguían amenazando con una inminente lluvia. En varios lugares se veía la leña lista para ser levantada y llevada para la calefacción que pronto se necesitaría por los primeros fríos intensos. Quería poder disfrutar de un pucho y la gaseosa que llevaba. Lo bueno de
esta parte de la Argentina es que la bebida se mantiene fría a pesar de llevarla sobre el equipaje. Apenas entré al pueblo, no me gustó. Tal vez fue la llovizna, tal vez fue que la mayor parte de las calles estaban en arreglos, y que tuve que tomar calles alternativas, no sé. Estoy seguro que tampoco estaba de humor, ¿sería el frío? No estaba de ánimo para preguntar ninguna indicación, y lo que hice fue seguir lo que parecía la salida del pueblo. Aparentemente estaban haciendo el acceso a la RP 17, por lo que se encontraba cortado el puente. No me quedó otra, y paré a preguntarle a un grupo de trabajadores viales que estaban por ahí. Me indicaron que debía ir en otra dirección, y volví algunas cuadras para poder tomar la RP 44. Me quedó la duda, si, hacia donde se iba cruzando el puente, y más tarde me enteré que era la continuación de la RP 17 que va hacia Tecka en la RN 40. A la salida del pueblo vi un hostal, diferente del resto de las casas
y de la onda del pueblo. Ofrecían excursiones y rafting. No había visto un solo curso de agua como la gente por ahí, y no entendí. No tuve que recorrer mucho para darme cuenta y descubrir que el pueblo toma su nombre del río homónimo.
Seguí mi camino. El camino seguía siendo ripio, a veces dificultoso, a veces en mejor estado. Más arroyos en el camino. Y también, las gotas de lluvia molestaban.
Seguí y luego de un par de kilómetros empezó la subida en caracol Mucho serrucho, curva, contra curva, cada vez más alto en la trepada Después me comentaron que la gente de la zona le dice Cerro Redondo, por las vueltas que tiene. El paisaje, era imponente. Y luego termina en una suerte de meseta con una leve pendiente.
Algunos kilómetros más, y ví el acceso hacia el Lago Guacho. Me llamó la atención que se tratara de un “área protegida”. El guardapesca a la entrada del Parque Nacional Los Alerces nos había comentado que había varias lugares que estaban cerca de transformarse en PN y que actualmente eran estas famosas “áreas protegidas”. La curiosidad mató al gato, y me dije que el combustible me iba a alcanzar si hacía estos 16 km adicionales. Y hacia allí fue. El sendero de acceso era una delicia. Me encontré con un arroyito con un puente muy precario medio roto. La opción de mojarme los pies con el frío que hacía, me obligó a revisar bien el estado de las maderas, y una vez que confirmé que podrían sostener el peso de la moto, intenté victorioso el cruce. Cuando llegué al lago, mucho no me llamó la atención. Se trataba de otro lago más en la Patagonia. Pero como
el camino continuaba, lo seguí hasta una tranquera. Lamenté la ausencia de los chicos del foro, y en honor al presi, pare la moto ocupando todo el sendero El camino se interrumpía en
una tranquera, y ese fue mi estacionamiento definitivo Los colores y las formas del bosque me obligaron a recorrerlo. Me acerqué hasta el agua y no se veía como me había parecido El lago no era uno más, y el entorno era asombrosamente hermoso. Pasé un buen rato absorbiendo tanta paz como pude. Quería quedarme a acampar ahí. De nuevo esas ganas de quedarme en un lugar y no moverme. Pero debía seguir.
Continué hacia el Lago Vitter. Mucho viento, algo de agua cayendo esporádicamente. Había pasado por el puente sobre el río Corcovado, con un caudal mucho mayor a como lo había visto a la altura del pueblo. Llamaba mucho la atención la profundidad, la velocidad y la posibilidad de ver esas rocas enormes en el lecho. Existe un puesto de guardapescas, que al ver que estacionaba la moto se me acercó. Nuevamente me preguntaron si tenía algún equipo de pesca, o si tenía intención de “probar suerte”. Volví a confirmar que no, y nos quedamos charlando boludeces. Por ejemplo, me informó que en ríos y arroyos sólo se podía pescar con modalidad mosca, y con anzuelo sin rebarba (creo que se dice así). En el Lago Vintter se permite la pesca con cucharita también, pero había que considerar una distancia de 1000 metros desde la desembocadura de los ríos, sino, regía la misma
reglamentación que para estos. Hacía frío, a veces lloviznaba, viento bastante molesto, y después de un rato, partí nuevamente. Mi siguiente destino era Río Pico. Con la mica un poco sucia y también con frío, entré al pueblo hasta que me encontré con la estación de colectivos, que no era otra cosa que un barcito, de unas 4 mesas, de construcción reciente, donde había un colectivo de media distancia parado a unos metros. También había un pequeño parque de césped/ tierra donde la gente estaba esperando. Me pareció una buena opción para almorzar, e ingresé. Me pedí un sándwich de milanesa y me puse a estudiar un poco los mapas. Le pregunté a unos lugareños sobre la posibilidad de tomar la RP64, ya que en mapa que yo tenía figuraba como que entraba “un poco” a Chile, y no tenía ganas de hacer trámites aduaneros. Me informaron que se trataba de un camino con poco mantenimiento, y que sólo lo utilizaban los dueños de los campos, por lo que no esperara mucho tránsito. Además, no había combustible en el pueblo desde hacía una semana. Mis cálculos me indicaban que con lo que tenía podía llegar a Alto Senguer, pero tampoco pude confirmar que allí habría nafta. Cuando terminé de comer, salí por la RP 19 rumbo oeste. Me encontré con un camino bastante ancho de ripio en arreglo. Había sectores que estaban en mejor estado, otros recién arreglados, etc. Pude detectar el desvío de la RP 64, y como quería llegar si o si hasta el Lago La Plata hoy, decidí seguir por lo seguro y no tomarlo. Seguí encontrándome con maquinarias,
desvíos, puentes en arreglo y otros puentes nuevos, no por ello más bonitos. Finalmente, la RN 40, giro hacia el sur, y a Gobernador Costa. Al ver la estación de servicio, entré. Había unas motos de viajeros estacionadas, dentro de las cuales pude detectar una KLR 650 y un par de BMW Dakar. Llegué al surtidor, y estaba en la duda si cargaba antes o después de tomar un refrigerio. Como no sabía durante cuanto tiempo más dispondrían de combustible, decidí cargar antes. Ahora la pregunta era si con la moto vertical o apoyada en la muleta, ya que si la llenaba de la primera manera, al dejar la moto estacionada, rebalsaría por la tapa. Fue entonces que con el pie bajé la muleta, me bajé por la derecha, fui lentamente inclinando la moto hasta llegar a que queda apoyada y la solté. El muchacho que iba a cargar nafta colocó el pico metálico de la manguera con el tanque y se escuchó un ruido raro en el piso. La moto se le vino encima. Mi primer pensamiento fue putearlo y preguntarle por qué mierda le había sacado la patita a la moto, pero por suerte, no lo hice. Me incliné para levantarla, pero desde ese ángulo era imposible. Traté de rodear la moto, pero los surtidores no me dejaban pasar, y mientras, el empleado seguía teniendo la manguera en la mano, y no podía ayudarme. No derramé combustible sólo por 2 razones: el tanque estaba medio vacío y todavía no había empezado la carga. Como pude, lo insulté un poco al flaco para que se dejara de boludear y me ayudara porque seguía sin poder agarrar nada firme para
levantar la moto, y no se cómo, pero lo convencí y la pude parar. Medio segundo después, apareció uno de los viajeros que estaba dentro de la confitería preguntándome si estaba todo bien. No sé por qué, pero le contesté en inglés. Bah, en realidad, si sé por qué: destilaba a simple vista que era extranjero. Análisis de la situación: el bulón que sostiene la muleta había desaparecido, y la misma se entraba suelta en el piso. Había unos niños tonteando por ahí, que se reían de la situación, pero lo mío no pasaba por una distracción sino una rotura, así que los ignoré directamente. Saqué la moto de allí y la puse contra una pared de la confitería. Con la muleta en la mano y mirando lo que había pasado Me encontraba entonces con el faltante de un bulón y una tuerca. Todavía impactado por la tercer caída de la 640 en el viaje, se me acerca un yanqui, que resultó el propietario de la KLR y me preguntó que me había pasado. Le mostré el problema y durante los siguientes 10 minutos fue y vino a su moto trayéndome tornillos e ideas. Busqué entre los que tenía yo, y eran muy angostos para poder servir de algo. Volvió también el flaco que me había ayudado originalmente, y también se acercó una señorita muy bonita que aparentemente era parte del grupo. A todo esto, empezaron a aterrizar un número excesivo de BMW de mayor cilindrada (800 y 1200) desde el sur que fueron cargando combustible. Me acerqué a uno de ellos y al escuchar que hablaba castellano, no sé por qué, pero me alegré. Primer comentario boludo: “Un argentino”. No, uruguayo, fue la respuesta. Le
pregunté si tenía un bulón más grande del que le mostré, y me dijo que no. Pertenecía a un grupo de unos 12 motociclistas uruguayos, todos en vehículos alemanes (mejor dicho, de marca alemana). Si, luego se acercó a donde tenía a la 640, la miró, y me sugirió sacar un bulón similar de algún lugar no crítico para ponerle a la muleta. Si, reconozco que fue un buen consejo. Y ahí terminó todo. Luego se acercó el segundo de esa manada, y me invitó a sacar un bulón de este vehículo
A lo cual contesté que estaba a escasos 6 metros de la comisaría, y que no pensaba que a los policías les gustara que anduviese toqueteando, por no decir saqueando, un vehículo siniestrado bajo su custodia. Me quedé conversando con el que primero me había ido a ayudar y con la novia. Durante 20 minutos o más estuvimos intercambiando ideas y boludeces, al tiempo que se quedaron conmigo como muestra de solidaridad e impotencia por la falta de soluciones. En medio de nuestra conversación, uno de los huevones del grupo de descerebrados, se puso a tocar la bocina de manera convulsiva gritando al mismo tiempo que se apuraran los que faltaban. Parece que estaba apurado, y que poco le importaba que hubiera gente a pocos metros de él queriendo mantener una conversación. Me acerqué al oído de la chica y le dije en perfecto inglés: - I don´t like bmw riders (no me gustan los conductors de bmw) -
Me neither (a mí tampoco)
Se preguntarán, por supuesto, qué vehículos conducían, y naturalmente, eran las BMW Dakar que había visto al llegar. Esto demuestra que hay veces que la marca del vehículo no te restringe el cerebro. Hagan cuentas: de 14 bm que había, sólo 2 fueron solidarios… Sin comentario. Por si les interesa, http://life-cycles. org/ es la página de esta simpática pareja. Casas de motos en ese pueblo, descartado. El soldador estaba de vacaciones. Me quedaron 2 opciones, tratar de que en la empresa de camiones que había en la entrada del
pueblo, tuviesen justo un bulón de más, o que el dueño de una suerte de polirubro donde vendían cosas para el campo, tuviese a la venta. Apunté para este último, y apoyé la moto como pude contra una pared. El mayor riesgo era que justo pasara un niño y se le viniera encima. Por suerte no ocurrió. Al llevarle la muleta, buscó en sus estanterías y algo encontró. Le pregunté el “grado” del bulón y me contestó que “5”. O sea, nada. Pero siendo lo único que había, lo puse y como arreglo provisorio, debería servir. También compré un par más “por si las moscas”. Después, si, me dirigí nuevamente a la estación de servicio, y cargué el tanque hasta arriba. Mis opciones para llegar a Alto Río Senguer eran tomar por la 40, que era en su mayor parte de ripio, o tomar la RP 20 hasta la RP 43. La diferencia eran unos 35 km. Opté por la 40 porque quería llegar antes… Me agarró un viento lateral, sobre ripio, que ni te cuento. Paisaje monótono al principio
Medio aburrido, con mucha precaución, seguí mi camino Me crucé con 2 vehículos en todo el tramo de ripio Lo único que había que tener especial precaución era en los guardaganados, porque de ser un camino ancho, pasaba a una sola mano, y encima con desnivel.
decidí que estaba perdiendo el tiempo. Lo que sí me indicó bien, fue cómo llegar a la estación de servicio que podía llegar a tener combustible, ya que la de enfrente no tenía. Noté que el pueblo estaba en plena repavimentación, y casi todas las calles tenían trabajos recientes.
Finalmente el ripio terminó, y por unos pocos kilómetros seguí en asfalto. Ví el cartel que indicaba el desvío hacia Lago La Plata, continué igual para poder reponer combustible. Apenas pasé un puente, con el tránsito interrumpido en la avenida principal por repavimentación, encontré el lugar donde brindaban información turística. Me atendió una joven, que la verdad no tenía ni idea de lo que le preguntaba. Quería saber si podía llegar al Lago La Plata por la RP21, que bordea el río Senguer por el lado sur y luego el Lago Fontana. Según su versión, no. Me dio varias imprecisiones más, y
La estación de servicio no tenía techo. Ya me hizo dudar un poco sobre la calidad de combustible que podía tener. Sólo 2 bombas y tuve que esperar un ratito antes de que saliera el dueño. Según su versión, luego de invertir “600 verdes” en los tanques, no le alcanzó para ponerle techo. Me preguntó hacia donde iba, y me corrigió el dato que me habían dado: por el lado sur se podía llegar, pero
los últimos 20 km. eran de senderos y no iba a llegar con luz, por lo que me recomendó pasar la noche en el pueblo y partir a la mañana. Además, me contó que hacía unos días, un americano había pasado hacia Río Mayo, y a pesar de las advertencias por el horario, el tipo siguió y había tenido un accidente que le había destruido su KLR. Un poco por eso, un poco por la batería perezosa, decidí aceptar su consejo. El hotel donde me mandó estaba lleno de viajantes, y salí a la búsqueda de otro. La tarifa se negoció al mango, y cuando llegamos a un número razonable, pero sin desayuno,
sabiendo que tenía el único taller mecánico a pocos metros, me decidí. Compré un poco de fiambre en una despensa cercana, una gaseosa en un kiosco, y me fui a la cama temprano. Realmente hoy estaba cansado. No sin antes ubicar a la 640 bajo un techo y taparla con un colchón viejo para ver si podía evitar que la batería se descargara.
Distancia recorrida aproximada: Ripio 328 Km. Enlace asfalto: 53,8 km.
jueves 17 Me desperté temprano, incluso antes de que saliera el sol. Después de abrigarme, fui a ver cómo había pasado la noche la 640. Removí las cosas que le había puesto para protegerla de las inclemencias del tiempo, y traté de arrancarla. Nada. O mejor dicho, poco. No arrastraba al burro, así que la cosa no prosperó. Volví a la habitación y me tiré a ver televisión hasta que se hiciera la hora en que abría el único taller mecánico del pueblo. Cuando se hicieron las 9, hice la media cuadra que nos separaba, pero estaba cerrado. Volví hasta el kiosco de la esquina, y pregunté si tenían idea a qué hora abrían, y me sugirieron que tocara timbre en la casa pegada al galpón, que es donde vivía el dueño. Eso hice, y cuando me atendió, me indicó que le llevara la moto. Volví al hotel, hice el “check out”, y empujando llevé el vehículo hasta el destino. Me abrió el portón, y le expliqué el temita de la batería perezosa. Pero antes de ponerse a cargarla, me invitó a tratar de arrancarla puenteando con una que tenía recién cargada. Lo hicimos y arrancó al toque. En un par de minutos me sugirió seguir viaje y al preguntarle cuanto era, me miró con cara de “qué te voy a cobrar” y me despidió. Hice un análisis de la situación, y opté ir por el camino que bordea por el norte el Lago Fontana. No estaba seguro si iba pasar la noche en el Lago La Plata, porque si la batería fallaba nuevamente, no tendría cómo arrancarla. Igual, la decisión la
tomaría in situ. Arranqué entonces por la ruta 40 un par de kilómetros, y tomé el desvío hacia el oeste por la RP 57. El viento era bastante intenso, y los primeros tramos tenían las banquinas inundadas. Sobre ripio, con viento, una ráfaga tranquilamente me podía mandar al agua, y de ahí a la hipotermia, un paso. Cuando me encontré con este cartel, no sé por qué, pero toda la idea de este viaje empezó a cerrar de manera más concreta. Obra de la casualidad o del destino?
Me pareció un lindo regalo que algo o alguien me estaba dando. Los paisajes no eran tan diferentes a los que había visto en el último tramo del día anterior, con la diferencia de estar apuntando a los cerros en lugar de verlos a la distancia. Para adelante y para los costados se veían los frentes de tormenta. Y si estaba dejando atrás, un cielo espectacularmente azul
Traté de imponer cierto ritmo, y fui tan rápido como mi capacidad de conducción me permitió para sentirme seguro. Por supuesto, sin arriesgar nada. Pasé el Lago Fontana, y me prometí fotos en el regreso. Mi objetivo estaba cerca, y las nubes muy amenazadoras. Mucho frío en relación a los últimos días, y al llegar a la cima de una cuesta, pude ver en la lejanía, escondido entre los cerros repletos de lengas, una pequeñísima porción del Lago La Plata. Pero lo que más me llamó la atención fue que la lluvia no caía rápido, sino que flotaba. No pude menos que tratar de analizar este fenómeno para confirmar lo obvio: se trataba de nieve. Poca, no suficiente para acumularse, pero nevaba al fin.
Apenas tocaba una superficie, se transformaba en agua. Excepto en el cuero de oveja, que al ser blanco, no deja verse bien en las fotos. Con un poco de voluntad, se ven las bolitas blancas en este acercamiento
Me volví a poner los guantes, y continué. Con el frío reinante soñé encontrarme con una cabaña que ofreciera tortas caseras y te caliente, construida sobre la ladera de la montaña y cosas como esas. Casi en mi destino, pasé junto a la cabaña del guardapesca y ví el primer cartel indicador.
Documentada la llegada, tomé el camino que parecía más transitado y luego de pasar un par de campings muy rústicos y tentadores, me encontré con varias cabañas muy adecuadas que se encuentran en el complejo Pueblo Bronco. Entré con la moto y luego de buscar señales de vida, estacioné en una leve pendiente, por las dudas de que ésta pensara que había cumplido su objetivo y decidiera no arrancar nunca más. Me saqué los guantes y casco, y caminé hacia el puente para cruzar el río y así llegar hasta la costa del Lago La Plata. Al cruzarlo, me prendí un cigarrillo. En lo que demoré en recorrer un par de cientos de metros hasta la costa del lago, el viento consumió totalmente el cigarrillo. Me quedé un rato admirando las briosas aguas azules, pero el viento y el frío me invitaron a volver. El camino por el lado sur del Lago Fontana terminaba en el río Unión,
Lago La Plata Pueblo Bronco
La RP21 que costea el Lago Fontana por el sur termina en el rio Union
Pasarela sobre el Rio Union
Confluencia entre Lago La Plata y Rio Union
tal cual me lo habían indicado el día anterior en la estación de servicio Para llegar al pueblo desde ahí, no había otra cosa que un puente tipo pasarela. Al volver a acercarme a la moto, noté que un galpón que antes estaba cerrado, tenía sus puertas abiertas, sólo para mostrarme unos 6 cuatriciclos de gran cilindrada dentro de él. Me acerqué, pero no había nadie. Además, habían estacionado una camioneta atrás de la moto. Tampoco pude determinar de dónde había salido, ya que no había camino mucho más allá.
un televisor lcd de gran dimensión con su correspondiente conexión satelital, y a continuación, una suerte de comedor con varias mesas y sillas, todas rústicas y también con cuero de cordero. Me puse a conversar con Sandro, el encargado del lugar. Le pregunté si había posibilidad de tomar un desayuno, y llamó a la cocinera y pidió que me lo prepararan. No era una casita en la ladera de una montaña, pero creo que era mejor todavía. Conversamos un buen rato. Me contó sobre la historia del pueblo, sobre los trabajos que hacían en invierno, sobre la temporada turística veraniega, sobre la pesca, en fin, un montón de cosas. Me trajeron el desayuno
Me dirigí entonces a lo que parecía la administración del complejo. Al entrar me encontré con el encargado y un peón alimentando la estufa a leña. Quien ha diseñado este lugar ha puesto un énfasis muy grande en crear una atmosfera cálida, con mucho vidrio y madera. Todos los muebles son de madera tipo rústica. Había una barra con banquetas de hierro forjado, para terminar en asientos cubiertos con piel de cordero. Como corresponde, la entrada tenía doble puerta, para evitar que el clima externo afecte el interno. Al entrar, uno se encuentra a un lado esta barra a la derecha, y a la izquierda, la estufa, rodeada de sendos sillones que invitan a pasar horas. Al costado de la barra,
Sandro se ofreció sacarme una foto en el lugar, pero la verdad, preferí grabarlo en mi retina, con todos los errores que tendría en el futuro por mi falta de memoria, tal vez, idealizando un poco las cosas, o por ahí, olvidando detalles importantes, pero me pareció mejor. Me comentó que partiendo desde allí, los primeros 20 kilómetros del camino por el lado sur eran inimaginablemente hermosos. Con mucho badeos, con algo de barro, pero totalmente rodeados de bosques. Cuando ya había pasado demasiado tiempo entreteniendo a mi anfitrión, me despedí (realmente) muy
agradecido por la atención, y previo a comprometerlo a ayudar en el arranque de mi vehículo si es que se encaprichaba, salí para enfrentar el frío y viento reinantes. Tenía varias opciones. Podía seguir el plan original e ir a acampar y pegar la vuelta al otro día. Con la batería como estaba, sumado al frío y amenaza de lluvia, sumado al menú obligatorio que tendría (solo sopa), rápidamente me hicieron pensar en otra cosa. Volverme por el camino que rodea el lago Fontana por su costa sur. Esto implicaría pasar la moto por la pasarela de dudosa resistencia (detalle menor), pero si internarme en senderos con barro y vadeos que congelarían mis miembros inferiores. Para esta opción, la verdad, me faltó un compañero. De haber estado con alguno de los muchachos del foro, era la elección obligatoria.
Por último, intentar seguir por un caminito por el lado norte del Lago La Plata hasta donde llegara, y luego, retornar hacia Alto Rio Senguer para iniciar el regreso a casa. Primó para decidirme por esta opción que me faltaban algunos miles de kilómetros y sin falta, el domingo tenía que estar en Paraná. No lamento para nada haber elegido esto último, sobre todo porque me quedó ese gustito a “poco” que me obligará a volver algún día. Salí del Pueblo Bronco con destino a la cabaña del guardapescas, que es donde se separaba el camino, y tome rumbo oeste. El camino, todavía bordeando el Lago Fontana
Maravillado por el recorrido, me encontré con este escollo. Volví a pensar en el frío en la zapatillas. No lo noté profundo, ni tan dificultoso como para no poder pasarlo, pero me iba a salpicar. Hay que ponerse un poco en el lugar y sobre todo las circunstancias en ese momento. Ya había decidido volver ese día. Sentía mucho frío, y estaba ansioso. Además, me conozco, y si me llegaba a mojar, sabía perfectamente que intentaría volver por la ruta sur, con lo que ello implicaba. Mierda que me costó, pero tuve que enfriar mis pensamientos, pasar ese arroyito, estaba totalmente seguro, me obligaría a hacer alguna locura
posterior. NO, no debía. No. Dije que NO! Fotografíe todo lo que me rodeaba
Ahora si, todo era camino de regreso. Se veía claramente que en la otra costa del lago, la cosa no estaba tan amigable como de este lado Pero nuevamente, miraba el paisaje soleado y el lago, y no quería volverme.
el regreso Tal vez no era un error haber elegido el mismo camino para regresar. Las nubes cubrían todo el lado sur y se veía la cortina de agua inundando más el otro sendero. La costa del Lago Fontana a esta altura no parece tener mucha vegetación. Parece mentira la diferencia entre un lado y el otro.
En el lago Fontana hay una isla. Me pareció raro.
Y el clima parecía mejorar hacia el este. Luego la RP 57 se separa de la costa. Cuando iba por este sector, un camión con varios peones de campo en su caja se dirigía en sentido contrario. Eso me obligó a tirarme (con tiempo) hacia este costado del camino. Las nubes igual me seguían persiguiendo. Al llegar a la ruta 40, tomé para Alto Rio Senguer para repostar combustible. Esta vez no me atendió el dueño, y el empleado me recomendó ir por asfalto esta vez, y a pesar de hacer 35km adicionales, iba a estar más tranquilo, sobre todo porque estaba muy ventoso. No pude menos que sacar 2 fotos, una tras otra para dar una noción del viento
Fíjense la diferencia en los álamos de atrás, y del árbol en primer plano. No era parejo, eran ráfagas. Eso en moto, y encima, recibiéndolo lateralmente podía ser muy peligroso. Ni hablar sobre ripio. Tomé entonces la RN 40 asfaltada hasta el desvío hacia la RP 56 rumbo este. Qué puedo decir del camino Menos que una imagen que vale mil palabras Unos 60 km. con viento de cola, y que apenas se notó un poco molesto en alguna de las 2 o 3 curvas que hubo hasta la RP 20 (de nuevo, ex RN40). Allí empezó el suplicio. El tránsito ya existía, aunque leve. La moto la llevé casi todo el camino hasta Gobernador Costa inclinada por lo menos unos 30º, tal vez más. Cruzarse con un camión era igual a tener que agarrar el volante muy firmemente, concentrarse para una acción rápida, y rogar no terminar debajo de alguna de las 18 ruedas. Fueron 113 km de puro sufrimiento hasta Gobernador Costa. Allí cargué combustible, y para evitar que el empleado de la estación me insultara, esta vez montado sobre el vehículo para evitar caídas… Otra decisión que tomar. Podía volver a Paraná por la costa atlántica de la Patagonia (RN 3) hasta Bahía Blanca, y luego por la provincia de Buenos Aires o seguir por la cordillera hasta Bariloche y apuntar para Neuquén para luego hacer la ruta del desierto. Lo que pensé, probablemente cargado de prejuicios, fue que en la RN3 el viento sería mayor, y que a partir de este punto hacia el norte, no debería haber tanto viento.
Decidido esto, seguí rumbo norte por la RN 40 asfaltada hasta Tecka. Volví a cargar combustible (poco), y mi destino para la noche sería Esquel. Lo que imaginé como menos viento no fue así. El tránsito, si bien escueto, iba incrementándose, sobre todo, camionetas con patente chilenas. Me crucé con 2 motociclistas, que me saludaron con la mano. Pero a los pocos kilómetros ví esto
No supe lo que era, pero parecía una tormenta de tierra. Me pregunté por qué no me lo advirtieron, y como debía seguir, seguí nomás. Si bien el cielo estaba despejado, se oscureció todo
Y los cerros ya iban haciendo sombra sobre la ruta
Y la sensación fue, por lo menos, de cierto temor. Me dije, “acá me vuelo a la mierd…”
Finalmente pude llegar a Esquel. No era como lo recordaba. Si bien yo había entrado en mi visita anterior por la RN 259 (o sea por el oeste) y ahora estaba entrando por la RN 258 (este), me llamó mucho la atención el desarrollo urbanístico que tenía ahora.
Pero no, era solo viento, que si bien levantaba mucha polvareda en el valle rodeando la ruta, no era mucho más salvaje que en los kilómetros anteriores. El paisaje fue cambiando poco a poco a medida que me fui acercando a Esquel
Tenía que hacer un cambio de aceite en la moto, así que cuando ví un local de venta de repuestos de motos y motores de lanchas, me detuve. Primero que no tenían la marca que buscaba, y segundo que me trataron de vender un aceite sintético diciéndome que era mineral. Y si yo no fuera un histérico de estos detalles, qué le iba a terminar poniendo a la moto? Seguí adentrándome en la ciudad, y veo una Africa Twin con patente de Gran Bretaña. Los alcancé y les pedí que frenaran. No entendieron mi inglés, y fue natural, ya que se trataba de una pareja de brasileros, cuyo componente femenino tenía pasaporte británico. Les pregunté, ya utilizando mi mejor
“argentino” dónde estaban parando, y cuando me contestaron que estaban buscando, salimos juntos para ver si conseguíamos un hostal. Antes pude comprar aceite, y luego de parar a cuanto extranjero nos pareció que hubiera por la calle (por lo menos 5 en distintos lugares), terminamos en el Albergue Anochecer Andino. Lindo lugar, sin estacionamiento, pero nos dejarían atar las motos en la puerta. La opción para pasar la noche era compartir una habitación con algunos que ya estaban, compartir otra entre nosotros, o individual. La opción fue los 3 a la misma habitación. En el albergue había unos 10 extranjeros entre franceses, españoles y noruegos (o finlandeses) y sólo otro argentino. Pero los únicos en moto, éramos nosotros. Para cenar, fuimos en la búsqueda de alguna rotisería, y encontramos una “empanadería” donde vendían salteñas picantes, así que fue mi obligada elección. Carlos prefirió una pizza en una panadería cercana, y Eli optó por un sándwich de jamón y queso. Cuando nos dieron los pedidos, volvimos al hostal y a comer. En la cocina, los 5 europeos cocinaban una carne al horno, y en el comedor, el argentino y un mexicano (creo) también estaban atacando algo de una rotisería cercana.
Resulta que esta pareja de brasileros ha estado viajando bastante en la AT. Primero se fueron a Estados Unidos, (http://bigfooton2wheels.blogspot.com/) y en este viaje, estaban recorriendo toda America del Sur. Su portuñol era bastante bueno, y la verdad es que nos divertimos mucho en nuestra charla. El baño era compartido con otras habitaciones, por lo que Eli había dicho que se iba a bañar al otro día. Pero me parece que lo mandó a Carlos a entretenerme mientras ella se pegó la ducha, cuestión de que yo no la encontrara a medio cambiar al entrar sorpresivamente. Cuando se hizo realmente tarde, finalmente nos fuimos a acostar, y la última en dormirse fue Eli que estaba escribiendo en su cuaderno las cosas vividas durante el día. Aparentemente tiene el proyecto de escribir un libro con sus vivencias en este viaje. Distancia recorrida aproximada: Ripio 170 Km. Enlace asfalto: 363 km.
viernes 18 Algo que me había olvidado de mencionar era que la noche anterior había retirado la batería, la había envuelto en el cuero de cordero y la había llevado a la habitación. Cuando me desperté, la pareja ya estaba armando haciendo entrar en sus maletas lo último de ropa que andaba dando vueltas. Hice lo propio, y fuimos a desayunar (estaba incluido en el precio). Lo habitual, café o te y tostadas con dulce. Además, había una cesta con ciruelas recien cosechadas, pero preferí no cambiar mi metabolismo, por las dudas. Saqué la batería de su protección y la instalé. Probé de arrancar la moto y sin ningún inconveniente, el motor mandó su ronroneo, y yo me relajé. Volví a poner el asiento, fui preparando los bolsitos y para entonces, los chicos ya estaban prestos a partir. Ellos querían llegar a Ushuaia, así que nuestro rumbo era diferente. No habíamos compartido ni rutas ni etapas, pero para mí, eran parte del viaje. Los invité a pasar por Paraná cuando quisieran, y a pesar del frío matinal, siguieron su destino. El día anterior había tenido muchísimo viento lateral, y cuando miré la cubierta, noté que el desgaste, aunque sutil, era mayor del lado izquierdo que del derecho (rumbo norte con huracanes desde el oeste), producto de la inclinación que había tenido que llevar en la moto para poder circular. Este debe haber sido el día que más temprano pude salir. No tanto, ya que en la estación de servicio tuve que hacer algo de cola, que aproveché para ingerir un poco de bebida
gaseosa. Con el tanque lleno, retomé los pocos kilómetros que me separaban de la ruta 40, y al llegar ella, tomé rumbo a Bariloche. No sabía bien dónde haría noche, pero trataría de hacer la mayor cantidad de kilómetros posibles. Los primeros paisajes eran parecidos a los del día anterior. Un rato después, no sé por qué, me llamó la atención una nube. Tenía forma ovalada, y si se pone un poco de esfuerzo, parecía un platillo volador. Me detuve y me senté al costado del camino. Tenía los auriculares puestos y el mp3 me convidaba música. Fue uno de esos momentos donde lo que estaba escuchando coincidía con el estado anímico y con el paisaje. Fue en este momento que hice algún balance del viaje. Sobre todo la intención inicial. Me quedé pensando en el Lago La Plata. Si bien había significado llegar a destino, el frío reinante no me había permitido tomarme un tiempo sentado divagando boludeces.
Pero ahí, sentado al costado de la ruta, sentí que tenía mucho tiempo. Dependiendo de hacia donde miraba, encontraba esto O si giraba un poquito para la izquierda, esto otro
Las nubes seguían cambiando de forma
Y la 640 pacientemente dándome el tiempo que yo necesitara.
Hice un pequeño repaso de mi viaje. Los chistes de Charly, los tramos con César, la vuelta inconclusa del Domuyo con el resto de los muchachos, los tramos sobre asfalto en solitario. El haber podido llegar, y la vuelta un tanto apresurada. No haber pasado el último charco. Mi abuelo. Qué pensaría él de todo esto?. Tenía ese sentido que yo le había querido dar toda esta excursión? Respuestas no sé si tuve. Pero el
“click” del retorno lo conseguí en ese momento. Como los caballos de alquiler en zonas turísticas, que cuando se van acercando a los establos, aceleran el tranco, porque saben que están de vuelta. Yo no me apresuré, pero sabía (sentía) que ya estaba volviendo. Estaba lejos, pero volviendo. Me levanté, y antes de montar, fotografié la rosa mosqueta que me escuchó en silencio sin entender qué estaba haciendo en el medio del camino Ultimo detalle del paisaje
Y a la ruta nuevamente Pasé el desvío para Cholila, y luego Epuyen. De ahí al Hoyo unos kilómetros más. Esta vez cuando ví el cartel del vivero forestal, pude frenar, y entré
El sonido del motor avisó de mi llegada, y salió a mi encuentro una señora, que amablemente me fue mostrando los diferentes arbolitos que tenía. Yo quería un arrayán, y le pedí el más pequeño.
Para poder llevarlo, corté 2 botellas de 2 litros, que uní con cinta ancha. Lo coloqué en asiento, atado con tantos elásticos como pude, y me pareció que así podría llegar. A lo largo de mi retorno me fueron preguntando si el árbol lo había sacado de un parque nacional. Por suerte, el tipo de maceta ayudó a que el verdadero origen se pudiera comprobar.
Apenas pasando el Hoyo, se veían las consecuencias del incendio reciente en Lago Puelo, que se extendió para este lado.
Luego el Bolsón. Cargué combustible, y quise inmortalizar la última estación de servicio con precio diferencial
En algunas partes, las máquinas de la municipalidad habían removido gran parte de los árboles quemados, sobre todo, para evitar un nuevo incendio o para hacer de “cortafuegos” si llegaba a surgir uno nuevo.
Seguí hacia Bariloche, y durante todo el camino “redescubrí” el hermoso camino. Tremenda diferencia en relación al camino cuando lo hice de noche y con lluvia. Al pasar por el lago Guillelmo (si, parece que un japonés le puso el nombre), no pude dejar de detenerme y volver a tomarme un tiempo
Al seguir mi camino, no sé por qué me pareció que estaba en los Alpes Europeos
En mis visitas anteriores a esa ciudad, no había tenido esta vista, por lo que decidí inmortalizarla. Como cosa curiosa, la RN40 se
Entrando a Bariloche, y pensando en la tediosa cantidad de semáforos, opté en probar por la circunvalación. Sabía que no encontraría estación de
servicios, pero preferí pensar que me alcanzaría el combustible antes que la pérdida de tiempo que implicaría entrar en la ciudad.
interrumpe justo donde comienza la circunvalación, y pasa a llamarse
RN 258. Y en el otro extremo de la circunvalación, la RN 237, que parte desde Bariloche pasa a llamarse RN40. O el mapa que tengo yo no lo indica, o la RN40 se interrumpe antes de llegar
a la ciudad y vuelve a llamarse igual luego de esta, o la bendita circunvalación es en realidad, la RN40. Detalle tonto al fin. Como sea, ya en la 40 nuevamente, todavía rodeando el Nahuel Huapi, se encuentra la localidad Dina Huapi, donde decidí que comería mi almuerzo. Busqué un kiosco abierto, pero no encontré, así que me quedó la opción del supermercado. Por ahora venía esquivando este tipo de lugares, sobre todo, por el tema de dejar la moto con las bolsos afuera, sin posibilidad de chequear que los amigos de lo ajeno quisieran tomar alguna cosilla que no les perteneciera. No había gente en la calle, así que encaré para las heladeras, no había cola en las cajas, y toda la operación no demoró más de 1 minuto. Resultado: bebida cola sin azúcar realmente fría. Procedí entonces a sacar de su envoltorio
Este sándwich, es, diría, lo mejor que se puede conseguir. El pan es el famoso “pan político”. En algunos lugares le dicen “croissant”, pero no es lo mismo. En este caso, interior estaba ocupado por sendas fetas de jamon y de queso, más tomate, más huevo duro. Te comés uno, y realmente entendés lo que debería ser un sándwich en serio. Recomendable para todos los que pasen por el Esquel. Me senté al costado de la moto, y con la bebida bien fría, y este manjar, perdí por lo menos una media hora. Ya con las fuerzas repuestas, apunté hacia Neuquén. Mi intensión era parar cuando se hiciera de noche, en algún camping cercano a esta ciudad. Seguí entonces por la RN 40 hasta que vi la estación de servicio de Confluencia. Siendo el último lago “del sur” que vería en mi viaje, me acerqué a la orilla e invertí unos cuantos minutos. Recordé entonces del relato de mi
Al mejor regalo que me podría haber hecho antes de salir de Esquel:
abuelo que cerca de allí había un lugar donde el viento te “devuelve”
lo que arrojas por la barranca. Se trata del “Mirador del Traful”, sobre el cerro Carpa, a unos 28 km tomando la RP 65 desde donde estaba. Tenía que vivir la experiencia. Dicen que llega a devolver hasta pequeñas piedras. Le pregunté entonces al empleado de la estación por donde debía tomar para llegar a este punto, y me contestó que con la falta de viento que había en ese momento, difícilmente podría experimentar ese fenómeno. Deprimido entonces, le dí mi último adiós al lugar, y partí hacia la ruta.
Los kilómetros que siguieron fueron bastante amenos ya que a mi derecha tenía el embalse Alicurá. Luego, los mismos cerros no dejan ver el agua, y el paisaje se torna un poco menos atractivo.
Igual, en algunas curvas, algo se llegaba a ver Al llegar cruzar el Embalse Piedra del Aguila, la RN 40 toma rumbo norte, y yo debí seguir por la RN 237. Nuevamente, marco el detalle que esa ruta comienza en Bariloche, deja de llamarse así a los pocos kilómetros, y retoma su nombre a partir de este punto. La próxima parada era en Piedra del Aguila. Me detuve en una YPF, compré una gaseosa, y me fumé un par de puchos. Lo que me llamó la atención fue una Kawasaki Tengai, como la que yo supe tener, en estado impecable. Me quedé, por supuesto, maravillado. Y cuando fue momento de partir, la 640, celosa, se negó. Tenía batería, pero igual, se encaprichó. Varios intentos, pero nada. Sabía que podría puentear la batería si lo necesitaba, pero definitivamente no era ese el problema. Después de comprender que no era algo racional, opté por mover mi moto unos metros, de manera tal que no se viera la Tengai, y cuando estuvo fuera del alcance visual, probé nuevamente para ver si arrancaba. Claro que sí, respondió favorablemente. Y después dicen que las motos no tienen personalidad. Algunas personas le ponen nombre a sus motos. Otras, han confesado que mantienen conversaciones con ellas. Y yo? No sé qué decir. Para mi fue siempre “la 640”. Pero en este viaje, se había ganado el apodo de “cabra”. No muy rápida, no muy ágil, pero te trapa lo que quieras. No sé si le hablaba mucho, pero lo que si hice, varias veces, fue acariciarle el tanque. Después de todo, no soy un tipo muy cariñoso.
La ruta siguió, cada vez más monótona, y mis pensamientos siguieron fluyendo sin parar. El colmo de las cosas vino cuando, sin palabras, la 640 me informó que no quería seguir por asfalto, que no era lo suyo.
Al principio, como resentida por tanto terreno parejo. Esperó a que notara su presencia paralela, y en determinado momento, aceleró y se perdió hacia delante, dejándome sólo con su cuerpo, pero sin su espíritu.
Me sentí un poco solo.
Fue entonces, cuando la luna piadosa, me quiso marcar el camino Me estaba acercando a la civilización. Se hizo lento el paso por Senillosa, aparentemente debido a una próxima entrega de unas viviendas, y los futuros dueños custodiando el predio para evitar “ocupaciones espontáneas”. Todo esto, naturalmente, a metros de la ruta. La noche ya había caído, y los insectos en la mica no me dejaban ver nada. No tenía agua ni papel para limpiarla, y el tránsito ya era muy pesado. Pasé por Plottier y entré a la ciudad de Neuquén, recordándola de una manera, encontrándola diferente, como una gran urbe distinta a mis recuerdos. Esperaba ver algún cartel indicador de algún camping, o por lo menos, una estación de servicio donde parar. Nada de eso. Si, en cambio, vi la nueva terminal de ómnibus, gigante, del otro lado de la ruta. Muchos semáforos, mucho tránsito, mucha gente. Por fin pude encontrar una estación de servicio de mi mano del camino, y no lo dudé un segundo. Compré una gaseosa, y me senté en la vereda. Saqué el GPS de mi bolsillo, y traté de encontrar un camping. Definitivamente las clases que me había dado el Pelado Cesar no habían servido de mucho, ya que no daba pie con bola. Busqué mi teléfono para encontrar un mensaje de Marcelo (Macdomi) preguntándome por dónde andaba. En medio segundo lo llamé, y le dije que estaba en su ciudad. Me dijo que lo esperara, y en 20 minutos lo tenía al lado mío. Le informé mi intensión de encontrar un camping, y juntos fuimos a la búsqueda de alguno que estuviese abierto en esta época. Los 2 primeros intentos fueron fallidos, pero en el Camping Policial (creo que así se llama), entró a preguntar mientras lo esperaba en la puerta, y resultó que lo cuidaba “uno del palo”. Esto quería decir, alguien que también
viajaba en moto, y que inmediatamente me abrió la posibilidad de acampar allí.
cómo podía manejar el programa así y no entender el GPS, así que se tomó el trabajo de explicarme bien los detalles. Esta vez, puedo decir que por fin entendí como funciona el bendito aparatito. Cuando ya se hizo un poco tarde, me acercó al camping. Como una niña adolescente, se quedó a la espera de que Quique me abriera el quincho (o cantina) antes de irse.
Entré al camping, y negociamos que la moto quedaría dentro del quincho. Marcelo me había invitado a comer a su departamento, así que dejé todo allí, y nos fuimos a comprar unas pizzas. En el departamento me reencontré con Mirta, que no la veía desde el primer encuentro del foro en Colón (Entre Ríos) y además, con el secreto mejor guardado de Macdomi: su hija de veintipico de años. Y no, no saqué ninguna foto porque sino, me echaban de allí. Esas cosas de encontrarse con gente de primera. Me hicieron sentir en familia. Conversamos varias boludeces, incluída la votación de Gran Hermano. Me recomendaron la ruta a seguir para el otro día, para lo cual utilicé la PC y el map source para orientarme, y Marcelo no entendió
Pobre Quique, ya estaba en el quinto sueño cuando llegué. Le dí los sandwichs que le habíamos comprado (los pagó Marcelo, no me dejó a mí) como detalle por el favor, y me abrió la puerta donde me esperaba la 640. Me jugué a que me permitiera dormir junto a la moto, pero me indicó que lo comprometía si lo hacía. Ganas de armar la carpa no tenía, así que conseguí permiso de dormir en el pasillo que llevaban a los baños. Me quedé entonces con la bolsa de dormir, que a su vez tenía enrollado el colchón inflable y nada más. Cuando terminé de inflar el colchón, justo se acercó Quique con otro colchón en sus manos, y la bolsa de dormir que no usaba. Le devolví lo primero, pero aproveché lo segundo como aislante entre la cámara de aire y mi bolsa de dormir. Muy agradecido, me metí en la bolsa, enrolle la campera como almohada y no me desperté en toda la noche.
Distancia recorrida aproximada: Ripio 0 Km. Enlace asfalto: 716 km.
sabado 19 Me desperté temprano, en realidad, cuando todavía no había salido el sol. Tenía 2 gaseosas a medias que había puesto en el freezer de la cantina la noche anterior, y que habían llegado a descongelarse mientras dormía.
se había jubilado como mecánico de motores de barcos, se había comprado una Motomel, y se había puesto a viajar por el país. Tiene más amigos que Roberto Carlos (el de la canción, por si no lo tienen presente), y por supuesto, sus anécdotas en la RN 40 eran más interesantes que las mías. Creo que estuvimos por lo menos 3 horas, que parecieron mucho menos. La verdad, me hubiera quedado un día más sólo para poder seguir compartiendo con este muchacho, motociclista de ley. Él viaja con todo lo que tiene, y para poder llevarlo, se armó este carro.
Me fumé unos puchos y cuando me pude despabilar, salí del pasillo para ver dónde estaba
Cuando se encontró con pocos fondos, consiguió trabajo cuidando el camping hasta octubre de este año, mientras, juntaba algunos pesos para algunas reparaciones que tenía pendientes. Una panorámica del lugar donde debería haber armado la carpa
Quique ya estaba levantado, y nos fuimos a una de las mesas a conversar. En un principio yo había pensado salir lo antes posible, pero la charla se volvió más que interesante. Me contó que desde que
Finalmente fuimos a sacar la moto del lugar donde estaba, y al probar el arranque, no me defraudó. Bien ahí. La dejé un rato calentando (o recargando la batería si lo prefieren), mientras que discutimos el mejor camino a tomar en mi regreso. Se nos sumó otro acampante, que conocía bien las rutas, y que me aconsejó ir por Dique de Piedra, en lugar de la ruta planeada la noche anterior con Marcelo. Yo todavía dudé, pero lo dejé para decidir después. Guarde la bolsa y el colchón, y finalmente me despedí de este nuevo gran amigo
Llegué a la RN22, que es la avenida por donde la noche anterior había entrado a la ciudad, y tomé para el oeste. Tenía sólo $100 en el bolsillo, y conciente que tal vez las estaciones de servicio del camino no tuvieran la posibilidad de pagar con tarjeta de débito, busqué un cajero automático. Luego de varias cuadras, crucé el Río Neuquén, y pasé a la ciudad de Cipolleti.
paraba cada 10 minutos. Bien, más o menos. A veces me cuesta arrancar. Son las ventajas de hacer tramos en solitario, nadie te apura.
Ví una estación de servicio, y me detuve a cargar. Por suerte aceptaron la tarjeta como pago. Mientras me fumaba un pucho apareció una Vulcan con otro paranaense.
Me convenció, retomé los pocos kilómetros hasta la rotonda, y tomé la RP 6
No lo conocía, y me comentó que venía de una vuelta desde Ushuaia, y que seguía su viaje hacia Mendoza. Quedamos en encontrarnos al regreso, y tomamos caminos separados. Siguiendo mi rumbo, llegué a General Roca. Ahí decidí entrar a la urbe para encontrar de dónde sacar efectivo. No fue difícil, y al volver a la altura de la ruta, paré en una estación de servicio para estudiar un poco el mapa y tomar mi decisión. Leyéndolo así parece como que
Un tipo me vio maniobrando los mapas y gentilmente me contó que él venía de Bs As y que me convenía pasar por Dique de Piedra, ya que encontraría combustible seguro, y que la ruta estaba en relativo buen estado.
Unos 110 kilómetros después y me encontré con el famoso Dique de Piedra
Me pareció que el nivel del agua era bajo. Después de cruzar el paredón se veía un desarrollo turístico a medio
construir, donde había varias casas, aparentemente, de fin de semana. En la estación de servicio me encontré que los precios se parecían un poco (solo un poquito) a los de Barrancas.
Pero luego, monótona nuevamente
Ya estaba en La Pampa, y me esperaban 270 km rectos con 2 (dos) curvas nada más. Los primeros 180 un aburrimiento total. No me costaron tanto como había supuesto, pero igual, tenía que estar atento a los pocos vehículos que me cruzaba, ya que no sabía si venían igual de despiertos que yo. Luego del Parque Nacional Lihue Calel la geografía empezó a mejorar un poco
En Puelches me paré a comer el otro sándwich que había comprado en Esquel y después de un ratito seguí hasta General Acha donde paré por combustible, y por esas cosas de la vida, se me ocurrió inflar un poco los neumáticos en una gomería cercana. Cuando le hice ingresar un poco de aire a la rueda delantera, se me retobó y me escupió todo, lo nuevo
y lo viejo. Se me había aflojado la valvulita de seguridad, así que tuve que solicitarle una al gomero, que me miraba tomando mate sin hacer nada.
las caripelas que veía en la estación no me invitaban a salir impune de una noche en carpa allí, así a pesar mío, continué con la noche de testigo.
Después de varios intentos, donde parecía que funcionaba la cosa, pero no, estabilicé más o menos la cosa, y aparentemente quedó bien. Digo aparentemente porque si medía la presión, también se desinflaba, así que la medí a “dedo”.
Utilicé entonces la técnica de viajar a 50 metros de un vehículo de mayor porte. Generalmente autos o colectivos que circulan a unos 100km/ hs, y que me sirven para evitar los encandilamiento y además, para el tránsito en sentido contrario intente sobrepasos que me obligarían a irme a la banquina. Como plus, difícilmente se cruzaría un animal delante de mí.
Continué hasta la rotonda de Padre Buodo y ahí tomé la RN 35 hasta Santa Rosa. Una cosa que me llamó la atención en este tramo del camino fue la cantidad de zonas inundadas interrumpidas por el camino. Pero entre un lado y el otro había diferencia importante del nivel de agua que tenían.
Llegué sin problemas a el ACA de General Villegas, y al ingresar al shop de la misma, encontré un millon de viejitas sentadas en las mesas. Compré mi gaseosa reglamentaria y le pregunté a la empleada dónde había un camping. Me dio unas indicaciones que ni ella podía seguir, y cuando le deslicé la posibilidad de acampar atrás de la estación, me dijo que casi todo el mundo lo hacía, que había un guardia que vigilaba que todo estuviese bien, pero que por la época del año ahora no había nadie. Listo.
Al llegar a la capital de La Pampa, tomé la circunvalación y me empecé a preocupar luego de circular un buen rato, porque no veía estaciones de servicio y no sabía por donde tenía que tomar para seguir con rumbo correcto. En uno de los semáforos divisé el ACA, y hacia allí fui. No tenían nafta super, pero me indicaron para donde seguir. Seguí por la RN 5 luego de encontrar otra estación de servicio, y le dí hasta la rotonda cerca de Trenque Lauquen donde se cruza con la RN 33. Ya era de noche, pero Quique me había dicho que en General Villegas podía acampar en el ACA, y la verdad es que
Me senté en la vereda y era imposible no sonreir con la cantidad de viejitas caminando, todas de la misma altura, todas con el mismo pasito clásico (medio estilo apinguinado) que las caracteriza.
monté la 640 y hasta allí me acerqué. Un buen sándwich de milanesa y una tortilla de papas fue lo que compré, y lo llevé hasta el lugar de acampe libre detrás de la estación. Mientras comía pasaron un par de patrulleros que me dieron un poco más de tranquilidad, ya que el transito de camiones era intenso. Cuando me picó el bagre, me acerqué a uno de los playeros, y le pregunté dónde comían ellos, ya que no estaba dispuesto a erogar mucho dinero. Me mandó a una rotisería a 2 cuadras, donde compraban todos los camioneros. Ese fue el dato fundamental, así que
Distancia recorrida aproximada: Ripio 0 Km. Enlace asfalto: 816 km.
Armé la carpa, inflé el colchón, saqué la batería y la cubrí con la piel de cordero, y me acosté. Durante la noche me desperté un par de veces por el ruido de los frenos de los camiones o por la luz azul de algún movil policial desplazándose a paso de hombre por la cercanía.
domingo 20
Me desperté y supuse por la cantidad de luz que ya era de día. Pero eran en realidad los reflectores de la estación de servicio. No importó, me levanté e inicié mi proceso de despabilación Aproveché luego para aceitar cadena, completar aceite en el motor, pasar el combustible desde el bidón al tanque y finalmente monté los bolsos para partir. Sabía que tenía tiempo, pero igual tan tarde no quería llegar a Paraná. Partí entonces por la RN 33 hacia Venado Tuerto. El tránsito de camiones se empezó a sentir Y el paisaje volvió a ser de lo más monótono. No hubo mayores novedades más que la decisión de todos los camioneros de Argentina de salir a buscar la carga
para el otro día. Mucho camión, mucha demora en algunas partes. Después de Venado Tuerto el tránsito fue aún más pesado, pero lo tomé con tranquilidad. Cuando llegué a la AO12, que vendría a ser una suerte de “segundo anillo de circunvalación” de Rosario, tomé por ahí. En los primeros kilómetros me encontré con una autopista pero sin boulevard central, raro. En el cruce de esa autopista con RN9 (Rosario – Córdoba), se transformó en camino común, excepto por los surcos que tiene por el tránsito pesado.
Insulté mentalmente a todos los políticos corruptos de la Argentina y a su política de autopistas y peajes. Lo peor fue que en la segunda casilla (si, otra casilla de peaje en menos de 100 km sobre la misma autopista de porquería) le dije a la empleada que la ruta estaba en muy mal estado y que era una vergüenza, para solo recibir como respuesta: “ya sabemos, todos se quejan…” Sin comentario. Llegué y pasé por Santa Fe tan rápido como pude, y de allí apunté a Paraná.
Allí ya parecía una manifestación de camioneros. Uno pegado al otro y a paso de hombre. Sin lugar por la banquina, y con denso transito tanto de un lado como del otro. Al llegar a la autopista Rosario – Santa Fe, me encontré con que debía pagar peaje, de $6, algo así como el precio de un litro y medio de combustible.
Entrada al túnel subfluvial
Recién allí me percaté que desde Alto de Río Senguer no había pagado un solo peaje. Y que me encontraba con el segundo peor camino de todo mi recorrido (el peor era la AO12).
En Paraná, me esperaban mis hijos, que hicieron que la indignación de los últimos kilómetros quedaran olvidados.
Los autos que pasaban por la vía rápida iban realmente rápido, e ir por los surcos de asfalto, no era nada cómodo.
Distancia recorrida aproximada: Ripio 0 Km. Enlace asfalto: 540 km.
FINAL DEL REAL DEL PADRE – LAGO LA PLATA 2011
extras
mapa
en rojo: Ruta 40 completa en azul: ruta tentativa inicial en negro: recorrido aproximado distancias aproximadas en ripio: 1585,3 km en asfalto: 4528,1 km TOTAL APROXIMADO: 6113,4 KM