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Itinerarios malatestianos
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edizione spagnola
Riviera di Rimini Travel Notes
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Casco antiguo de Rímini Puente de Tiberio
Teatro Galli
Fortaleza malatestiana
Pescadería vieja
Iglesia de Sant’Agostino
Palacio Gambalunga
Palacio del Podestà
Anfiteatro romano
Palacio dell’Arengo Museo della Città Templo Malatestiano Arco de Augusto Murallas medievales Murallas de San Giuliano Iglesia de San Fortunato
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Pier Giorgio Pasini Itinerarios malatestianos en R铆mini y su provincia
en colaboraci贸n con
Coordinación: Valerio Lessi Proyecto gráfico: Relè - Leonardo Sonnoli Fotografías pertenecientes al archivo fotográfico de la Diputación Provincial de Rímini Se agradece la amable colaboración de los fotógrafos: L. Bottaro, P. Cuccurese, P. Delucca, S. Di Bartolo, L. Fabbrini, R. Gallini, L. Liuzzi, G. Mazzanti, T. Mosconi, Paritani, V. Raggi, E. Salvatori, R. Sanchini, F. Taccola, R. Urbinati Traducción: Maria Pilar Roca-Alsina, Link-Up, Rímini Actualización a cargo de: Marino Campana, Caterina Polcari Paginaciones y sistemas de la prensa: Litoincisa87, Rimini Licia Romani Primera edición 2003 Reimpresión 2008
Índice
Introducción >
4
Los Malatesti Los orígenes de los Malatesti, entre el campo y la ciudad Damas y caballeros
Itinerario 1 >
14
Rímini, una capital para el estado
Itinerario 2 >
21
Castel Sismondo, una ciudad para la corte
Itinerario 3 >
24
El Templo Malatestiano, para admiración de los contemporáneos y gloria de la posteridad
Itinerario 4 >
31
Arte en el declino de una gran señoría
Profundización >
36
En el territorio de los Malatesti
Bibliografía >
40
Para saber más
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Introducción > Los Malatesti
Arriba, a la izquierda, escudo malatestiano del s. XIV del Museo della Città de Rímini. Arriba, a la derecha, y abajo a la izquierda, jarras del s. XIV con escudo malatestiano, siempre del Museo della Città, Rímini. Abajo, a la derecha, Silvio, hijo de Eneas, uno de los presuntos antepasados de los Malatesti, en un fresco del s. XIV en la fortaleza malatestiana de Montefiore. 4
No hace falta ser un viajero especialmente atento para dar con testimonios malatestianos en Lombardía y en Véneto, en Emilia y en Marche y, naturalmente y sobre todo, en Romaña. Quien vaya por museos encontrará, incluso más lejos, obras de arte debidas al mecenazgo de los Malatesta, y no sólo en Italia, sino aquí y allá, en el viejo y en el nuevo continente. El hecho es que, hasta finales del Medievo la señoría malatestiana fue, junto a la de los Visconti y la de Verona, una de las principales de la península, con nexos y parentelas en las principales cortes italianas y extranjeras, y con unas ambiciones de mecenazgo que la hicieron rivalizar con las de los Este y los Gonzaga, de los Médicis y los Montefeltro. Una señoría surgida en el interior del dominio pontificio y, por lo tanto, casi siempre en neto contraste con los intereses políticos y económicos del papado y que duró casi tres siglos: extinguida en la segunda mitad del siglo XV debido a la firme oposición, precisamente, del papado interesado en poner orden y restablecer la tranquilidad dentro de sus dominios. Es probable que Malatesta haya sido en origen un mero “sobrenombre” que calificaba - y no de modo benévolo - a algún personaje particularmente obstinado o malvado; luego se convierte en nombre y es recurrente hasta el punto de ser atribuido a toda la familia, al singular o al plural: “los Malatesti”, y ello es bastante apropiado, puesto que en los hechos malatestianos los episodios de crueldad, una crueldad muchas veces despiadada y lúcidamente planificada, son muy frecuentes y están dirigidos contra quienes - incluso parientes de primer grado y de las líneas colaterales - podían amenazar, o que realmente amenazaban, el poder del grupo hegemónico. Los Malatesti fueron en primer lugar soldados, mejor aún “condottieri” (caudillos) tal como lo atestigua su escudo más antiguo y principal: un escudo con tres bandas ajedrezadas, que alude con claridad al “juego de la guerra”. A las armas habían confiado su fortuna política y económica; la guerra, sobretodo la de conducción, es decir, hecha por cuenta ajena, era fuente de grandes ingresos, indispensables para pagar la contribución anual a las cajas papales - a la que los Malatesti estaban obligados en su calidad de “vicarios”, lo que hoy sería inquilinos o concesionarios, - así como para hacer frente a las exigencias de una corte siempre más nutrida y a un mecenazgo que respondía, además de a un amor sincero por el arte, a unas exigencias de relaciones exteriores, de prestigio y de propaganda. Los Malatesti fueron pues, y ante todo, “condottieri”; pero en la larga historia de la familia, sobre todo a partir de mediados del siglo XIV, aparecen con frecuencia unos personajes con notables intereses culturales y de un singular nivel cultural: por ejemplo Pandolfo II, de
la línea de Pesaro, amante de las letras y amigo de Francesco Petrarca, fue muy conocido en 1361 en la corte de los Carrara de Padova; o bien su hijo Malatesta, llamado el de los “sonetos”. Al contrario, Galeotto Malatesta, señor de Rímini, llamado Malatesta Ungaro, ya que había sido creado caballero por Luis I el Grande, rey de Hungría (1347), fue un aventurero y un viajero muy observador: se desplazó a Tierra Santa y a la corte papal de Aviñón, y luego a Francia, a Flandes, a Inglaterra. El tío de Pandolfo II y de Malatesta Ungaro, Galeotto, era célebre por su valor con las armas y por su sabiduría: en 1368 Urbano V lo elevó a la dignidad de senador de Roma; en primeras nupcias se había casado con Elise de la Villette, sobrina del gobernador pontificio de la Marca, Amelio de Lautrec. No hay que olvidar a Carlo Malatesta, señor de Rímini de 1385 a 1429, que jugó un importante papel en la conclusión del gran “cisma de Occidente” y que recibió en Rímini al pontífice legítimo, Gregorio XII, “dando por algún tiempo a la ciudad no sólo la dignidad de capital de la señoría malatestiana, sino la mucho más ambiciosa de capital del mundo católico”, como observaba el historiador Gino Franceschini. Su hermano Pandolfo III, señor de Brescia, Bergamo y Fano, había encargado escribir y miniaturizar unos libros suntuosos y hecho decorar su residencia de Brescia por Gentile da Fabriano (1414-1418). Casi es inútil, en fin, recordar puesto que es muy conocido, el mecenazgo de sus hijos Sigismondo y Malatesta Novello, que entre otras cosas dio como resultado dos grandes obras que aún perduran: el Templo Malatestiano de Rímini y la Biblioteca Malatestiana de Cesena. Por las ciudades y, sobre todo, en las cortes malatestianas durante más de un siglo y a partir de mediados del siglo XIV, circulaba una cultura cosmopolita, brillante, llena de novedades y proyectos.
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Introducción > Los orígenes de los Malatesti, entre el campo y la ciudad
Para dar con los orígenes de los Malatesti no hay que ir lejos, ni en el espacio ni en el tiempo, tal como querían dar a entender las leyendas adulatorias inventadas y divulgadas por sus cortesanos más eruditos. En efecto, los primeros documentos que citan a los Malatesti no van más allá del siglo XII, se refieren a unas posesiones de tierras en Romaña meridional y evidencian las huellas de un conflicto insanable con el municipio de Rímini. Con toda seguridad, los Malatesti debieron ser una familia de grandes terratenientes y saqueadores que dominaba el valle medio del Marecchia y controlaba las vías que desde Rímini llevaban a la zona del interior, basándose en la posesión de dos localidades bien fortificadas: Pennabilli y Verucchio, que aún hoy se disputan el honor de haber sido la cuna de la familia. Quizás a la buena suerte de los Malatesta no fueran extrañas ni la confianza dispensada ni la protección de los arzobispos de Ravenna, que entre Romaña y Marche contaban con numerosas posesiones de bienes raíces, como tampoco lo fueron la amistad, la complicidad, la parentela con las principales familias de Romaña. Pero, al principio, quizás fueran determinantes los antiguos lazos que los unían a la familia feudal más ilustre y potente de la zona: los Carpegna. De los Carpegna, por otra parte, parecen descender todas las familias importantes de las montañas de Monte Feltro y Romaña. A un cierto un momento, la presión de los Malatesti sobre Rímini, gracias al control del territorio y de las vías de comunicación y, por lo tanto, de la producción agrícola y de los intercambios comerciales, debió de ser fuerte hasta el punto de amenazar la economía de la ciudad y llegar a la guerra abierta, que se concluyó en 1197 con un acto de reparación por parte de Giovanni de Malatesta y de su sobrino Malatesta minore. Después, el municipio de Rímini puso en obra toda una serie de operaciones para ligar los intereses de los Malatesti a las suertes de la ciudad. Así, los Malatesti fueron nombrados ciudadanos y luego se les concedió un escaño en el concejo ciudadano (1206) y, en fin, se les invitó a vivir con carácter estable dentro de las murallas: para “obligarles” a ese paso - considerado indispensable para alejarlos de sus centros de poder y ser más fácil controlarlos - se les eximió del pago de impuestos y se les financió con préstamos (1216). A partir del segundo decenio del siglo XII, los Malatesti aparecen como personajes eminentes de la ciudad, la representan en los actos oficiales y garantizan por ella, apoyan la política “gibelina”, es decir, filoimperial. De 1239 a 1247 Malatesta dalla Penna, que en 7
1228 había sido “podestà” (alcalde) de Pistoia, era también “podestà” de Rímini. Se había abierto la vía al ejercicio del poder absoluto sobre la ciudad. En pocos decenios los Malatesti se harán con todos los cargos civiles y religiosos y poco a poco dejarán a un lado los órganos ciudadanos pero sin abolirlos, combatiendo, echando y matando a quien amenazara su supremacía. Cuando llegaron a la ciudad, los Malatesti no podían, ni mucho menos, compararse por antigüedad y elegancia con las familias de Rímini nobles por tradición, como los Omodei, los Gambacerri y los Parcitadi; se trataba de “gente nueva” y ruda, pero que podía contar con ingentes riquezas y con importantes apoyos logrados gracias a una astuta política matrimonial y una cuidadosa política de alianzas. Podía contar, además, con el control del territorio y con la fuerza ejercida sin rémoras morales y totalmente sin perjuicios. Pero, una vez en el poder, trató de atribuirse unos orígenes muy antiguos y, por lo tanto, antiguos títulos de nobleza. Así, es posible hallar unas narraciones legendarias que hacen que el origen de la casa se remonte al gran patriarca Noé, o a Tarcón, un mítico héroe de Troya primo de Héctor o de Eneas; o a Otón III, emperador del Sacro Imperio Romano; o incluso a Escipión el Africano. Al mito de este último fue particularmente aficionado Sigismondo Pandolfo, el más célebre de los Malatesti, valiente “condottiero” y protector de literatos y artistas, señor de Rímini de 1432 a 1468.
En la página de al lado, árbol genealógico de los Malatesti, según L. Nissim Rossi (1933). 9
Introducción > Damas y caballeros
En la página de al lado, escudo malatestiano del s. XIV de la fortaleza de Montefiore. 10
Parece ser que el primer título de nobleza de los Malatesti deba atribuirse al emperador Federico II de Suavia, que estuvo en Rímini en 1220 y 1226; a él en persona se debe la investidura como caballero de Malatesta dalla Penna, cuyo hijo, Malatesta da Verucchio, llamado también el Centenario por su longevidad (1212-1312), echó las bases del poder real y oficial en la ciudad y en todo el territorio: primero, casándose con Concordia dei Pandolfini (hija del vicario imperial messer Arrighetto o Enrichetto), que le trajo en dote extensas posesiones en Romaña meridional, y abandonando luego, inmediatamente después de la derrota de Federico II en Parma (1248), el partido imperial para abrazar la causa papal: un cambio de partido subrayado en 1266 por un nuevo matrimonio, esta vez con la rica sobrina del rector y legado apostólico de la Marca y del ducado de Spoleto. La tradición de abrazar el partido de los güelfos que caracteriza a los Malatesti y Rímini, y que hizo indignar profundamente al “ghibellin fuggiasco” Dante Alighieri, empieza con él; con él y con sus hijos parece culminar también una tradición de atroces traiciones y crueles delitos que durante decenios marcó - en un cuadro de contrastes entre el Papado y el Imperio y de complicadas rivalidades locales - la lucha para aumentar o defender el poder de la familia, que encontró precisamente en el gibelino Dante a un acusador y divulgador tan exacto como faccioso. Con unos pocos y famosos versos Dante describió con exactitud la situación de Rímini y de los Malatesti a principios del siglo XIV: “E ‘l Mastin vecchio e ‘l nuovo da Verucchio, che fecer di Montagna il mal governo, là dove soglion fan d’i denti succhio” (Inferno, XXVII, 40-57). Como se sabe, el “Mastin vecchio” (“Mastín viejo”) es Malatesta da Verucchio, el “Mastin nuovo” (Mastín nuevo”) es su hijo Malatestino dall’occhio, y Montagna es el viejo Parcitadi, de antigua nobleza ciudadana, jefe de los gibelinos locales, hecho prisionero y asesinado en 1295. Malatestino dall’occhio, llamado así porque era tuerto, era definido por Dante el “tiranno fello” que le recuerda como “quel traditor che vede pur con l’uno” y le atribuye el asesinato de Iacopo del Cassero y Agnolello da Carignano, dos notables de Fano (Inferno, XXVIII, 76-90). Este delito abrió la vía a la posesión por parte de los Malatesta de Fano y de buena parte de Marche. La vida de los componentes de las familias de los Malatesti, estaba totalmente gobernada por la política; únicamente la “ragion di stato” regulaba los enlaces matrimoniales, de los que dependían alianzas y aumentos de riqueza y poder y que, con frecuencia y naturalmente, no tenían éxito. Para los hombres de la familia no había problema: para los mismos la infidelidad era casi una regla; las amantes más o menos oficiales - eran respetadas y se organizaban una corte
Arriba, Paolo y Framcesca sorprendidos por Gianciotto, en un cuadro de Clemente Alberi (1828), Rímini, Museo della Città. Abajo, Isotta degli Atti, la amante y luego tercera esposa de Sigismondo, en una medalla de Matteo de’ Pasti (hacia 1453), siempre en Rímini, Museo della Città. 13
propia, mientras que los hijos bastardos eran considerados como una riqueza potencial de la familia y con frecuencia se les legitimaba: incluso Galeotto Roberto, Sigismondo y Domenico Malatesta, por ejemplo, eran hijos bastardos de Pandolfo III. Pero la cuestión era muy diferente para las mujeres. Todos recuerdan el caso de Francesca. Es siempre Dante, y sólo él, quien nos habla del amor de los dos cuñados Paolo il bello y Francesca da Polenta, y de su trágico epílogo por mano del marido traicionado, Gianciotto (Giovanni “ciotto”, es decir, cojo), en el V canto del Inferno. Gianciotto y Paolo eran hermanos, e hijos de aquel Malatesta que Dante había llamado “Mastín viejo”. El matrimonio entre Gianciotto y Francesca formaba parte de un plan perfectamente trazado de enlaces entre los Polentani y los Malatesti tendiente a reforzar el dominio de estos últimos en Romaña. La tragedia, en caso de que haya sucedido realmente, debe situarse entre 1283 y 1284 en Rímini, en las mansiones de los Malatesta, si bien el lugar de la traición y del delito también es reclamado por Pesaro, Gradara y Santarcangelo. El de Francesca da Rímini no fue el único episodio sentimental de las mujeres de los Malatesta, que en muchos casos se mostraron rebeldes frente a los comportamientos pretendidos por la política familiar y la moral en uso: baste recordar el célebre caso de Parisina Malatesta, hecha decapitar en Ferrara en 1425 por el marido Nicolò d’Este porque se había convertido en la amante de su hijo Ugo; o el de la primera esposa de Andrea Malatesta, Rengarda Alidosi, repudiada porque había sido infiel y que fue asesinada por sus hermanos en 1401. Mirando atrás aparece una tal Costanza, hija de Malatesta Ungaro, acusada de impudor y vida desordenada y hecha ajusticiar por su tío Galeotto en 1378. Pero a estas figuras de mujeres “perdidas” la historia de la familia opone otras de grandes virtudes y valentía: como Polentesia da Polenta, esposa de Malatestino Novello, que en 1326 salvó a su esposo de la conjuración de su familia; como Gentile Malatesta, viuda de Galeazzo Manfredi, que dejó el gobierno de Faenza a sus hijos y lo defendió también combatiendo en 1424 contra los florentinos; como la culta Elisabetta Gonzaga, esposa de Carlo Malatesta, que subió a sus nietos Galeotto Roberto, Sigismondo y Domenico (Malatesta Novello); o como la esposa de este último, la dulce y piadosa Violante da Montefeltro; o la bella Isotta degli Atti, amante y luego esposa de Sigismondo, figura central de una corte extremamente refinada ; o, en fin, la caritativa Annalena Malatesta, que después del asesinato del marido Baldaccio d’Anghiari (1441) puso a disposición de los pobres todos sus bienes y ofreció su casa de Florencia a las mujeres en busca de ayuda o protección.
Itinerario 1 > Rímini, una capital para el estado
Arriba, las murallas medievales de Rímini en la zona del Arco de Augusto; abajo, el Arco de Augusto, puerta romana de la ciudad de Rímini, construida al final de la via Flaminia en el año 27 a. J. C. 14
Malatesta el centenario, y sus hijos y nietos, después de haber consolidado su dominio en Romaña oponiéndose a los rectores pontificios, lo ampliaron en Marche hasta Ascoli Piceno y en Toscana hasta Borgo San Sepolcro. Durante años pidieron inútilmente al pontífice una investidura oficial sobre esas tierras, que eran de la Iglesia, y que ellos habían ocupado sin otro derecho que el de la fuerza. Sólo en 1355 fueron nombrados vicarios in temporalibus de las ciudades y territorios de Rímini, Pesaro, Fano y Fossombrone previo pago de un alquiler anual de 6.000 florines, de un tributo en hombres para las tropas del rector papal que era el cardenal Egidio Albornoz, a condición de que “restituyeran” el territorio de Marche meridional. En esa zona de considerable extensión - todo un estado recabado dentro del estado de la Iglesia - los Malatesti construyeron castillos y fortalezas para defenderlo frente a los enemigos interiores y exteriores y organizaron también un sistema estable de protección militar, esencial para tutelar los confines casi siempre vagos y provisionales, siempre puestos en discusión y amenazados por sus poderosos vecinos. Tres ciudades, sobre todo, estuvieron dotadas con un válido sistema defensivo, con grandes residencias señoriales y eficientes cancillerías, y se equiparon para que desempeñaran las funciones de capital: Rímini, Cesena y Pesaro. Y, en efecto, las tres lo fueron y contemporáneamente, bajo varias líneas familiares de los Malatesti, líneas que a veces compartieron todo pacíficamente pero que, casi siempre, estuvieron en neto contraste, peleándose y traicionándose recíprocamente y sin escrúpulos. La más espléndida de entre las capitales de los Malatesta y que, como tal, gozaría de más larga vida, fue Rímini: podemos decir que los hechos malatestianos, iniciaron y se concluyeron en esa ciudad. Pero en Rímini, las huellas del dominio malatestiano ahora ya casi no son evidentes. En primer lugar hay que buscarlas en las murallas ciudadanas medievales, levantadas una y otra vez y restauradas, rebajadas luego y, en fin, privadas de sus fosos y en parte destruidas. La ciudad había procedido ya desde el siglo XII a dotarse de una cinta defensiva, que el emperador Federico II reforzó y llevó a conclusión; pero se completó sólo bajo los Malatesti, que ciñeron parcialmente con murallas incluso los burgos. Las partes mejor conservadas de las murallas medievales se encuentran en la parte meridional y al oeste del casco antiguo ; se interrumpen a la altura del Arco de Augusto, la antigua puerta oriental de la ciudad, transformada y embellecida en el año 27 a. J.C. en memoria del emperador Augusto que había hecho enlosar las más importantes vías de Italia, tal como indicaba la inscripción de la parte
Arriba, a la izquierda, un torreón del cinturón malatestiano del burgo de San Giuliano en Rímini; a la derecha, ábside y campanario del s. XIII de la iglesia de Sant’Agostino en Rímini. Abajo, dos detalles de frescos de la “escuela de Rímini del s. XIV” en el ábside de la misma iglesia y en el Museo della Città. 17
superior, ahora reemplazada por almenas. La Via Flaminia, procedente de Roma, termina aquí. Frente al Arco de Augusto se construyó en el Medievo una gran puerta que luego fue destruida, igual que todas las demás menos una, ahora semienterrada, que se llamaba “Porta Galliana”, y que se conoce como el “Arco de Francesca”. Está cerca del puerto, cuya estructura aún es la realizada a principios del siglo XV por Carlo Malatesta, modificando sensiblemente la desembocadura del río Marecchia; pero entonces el mar estaba mucho más cerca y llegaba hasta poco más allá de ese “Arco de Francesca”, a la altura del actual puente ferroviario. Al otro lado del puerto y por lo tanto del río, se cruza por el puente de Tiberio, que es uno de los puentes más grandiosos y mejor conservados del mundo romano 14-21 d. J. C., se encuentra el Borgo San Giuliano, cuya conformación urbanística mantiene caracteres medievales; está dominado por la importante iglesia de San Giuliano, que había sido abadía benedictina dedicada a San Pedro, reconstruida en el siglo XVI y en cuyo altar mayor se encuentra una de las últimas obras maestras de Paolo Veronese, que representa Il martirio di San Giuliano, de 1587. La parte que da al mar de este burgo, que había sido coto de caza de los Malatesti, y que era conocida como “l’orto dei cervi” (“la huerta de los ciervos”), está defendida por murallas y torreones de la segunda mitad del siglo XV, quizás atribuibles a Roberto Malatesta. Una huella indirecta, si bien consistente, de la presencia de los Malatesta, es la formada por numerosos conventos e iglesias de las congregaciones religiosas: los Eremitas, los Dominicos, los Franciscanos, los Humillados, los Servitas, que se establecieron en la ciudad en los siglos XII y XIV gracias a la ayuda de los Malatesti y bajo su protección y que aún conservan huellas de su magnificencia. La única iglesia de Rímini que ha sobrevivido gracias a su sólida estructura medieval es la de San Juan Evangelista, antes de los Eremitas de San Agustín y por este motivo comúnmente llamada de San Agustín, que se caracteriza por un alto campanario gótico. En el ábside y la capilla del campanario se pueden admirar aún unas pinturas al fresco de los primeros años del siglo XIV pintadas por unos artistas locales desconocidos y que fueron probablemente los hermanos Zangolo, Giovanni y Giuliano da Rímini: representan a Cristo e la Vergine in Maestà, y también las Storie di San Giovanni Evangelista y della Vergine. Allí se guarda también un espléndido Crocifisso pintado sobre madera, mientras que un gran Giudizio Universale, en principio pintado al fresco sobre el arco de triunfo, se puede admirar en el Museo della Città, junto a otras obras de arte del mismo período.
Arriba, a la izquierda, la sacristía-campanario de Santa Colomba, única parte existente de la antigua catedral de Rímini. Arriba, a la derecha, la piazza Cavour de Rímini con los antiguos palacios municipales y, abajo a la derecha, palacio dell’Arengo (1204). Abajo, a la derecha, panorama de Rímini hacia 1450., bajorrelieve de Agostino di Duccio en el Templo Malatestiano. 18
En la primera mitad del siglo XIV, floreció en Rímini una “escuela” pictórica caracterizada por un precoz interés por el arte de Giotto. Su originalidad consiste en la utilización de un color suave, delicado, de tradición bizantina, que bien se armoniza con el gusto por una narración propensa al lirismo, pero sin carecer de agudas observaciones naturalistas y que no es ajena a extravagancias iconográficas que demuestran la desenvoltura con que los artistas afrontaban los sujetos de la tradición y la libertad mental con que aceptaban las innovaciones de Giotto. La “escuela de Rímini” fue muy activa en la primera mitad del siglo XIV en Romaña, Marche, Emilia y Véneto, y, por lo regular, en todo el territorio dominado por los Malatesti o en el que se notaba su influencia, si bien no sea posible saber si gozaba de la directa protección de la familia. Se ha tratado de atribuir a los Malatesti el encargo dado a Giotto, a finales del siglo XIII o en los primeros años del siglo XIV de realizar la decoración pictórica de la iglesia de los Franciscanos de Rímini dedicada, naturalmente, a S. Francisco; se conoce como Templo Malatestiano y desde principios del siglo XIX es la catedral de la ciudad; de la obra del pintor ha quedado sólo un enorme, y humano, Crocifisso. Poner en relación la actividad, en la ciudad, de Giotto con el directo encargo malatestiano, puede parecer arriesgado; pero quizás no lo sea, sobre todo si se piensa que el ámbito en el que actuaba el pintor de Toscana era precisamente el de las grandes cortes y el de las grandes familias güelfas ligadas a la curia romana, a los Anjou y a los Franciscanos, precisamente como eran los Malatesti. En Rímini los Malatesti realizaron numerosas e importantes obras y, entre los siglos XIII y XIV, ampliaron las mansiones que les había ofrecido el Municipio, situadas en una posición estratégica, cerca de la catedral y de la puerta “del gattolo”, que daba hacia la zona del interior y sus posesiones históricas situadas en el valle del Marecchia. En su testamento (1311) Malatesta il centenario llama esa residencia palatium magnum y nos hace saber que estaba dotada con una curia, es decir, una sala de audiencias al igual que las residencias reales. En parte fue destruida y en parte englobada en el castillo levantado en la primera mitad del siglo XV por Sigismondo Pandolfo Malatesta. Casi todos los grandes edificios que se remontaban a los primeros años de la presencia y la dominación malatestiana en Rímini, han desaparecido o han sido transformados radicalmente. Incluso la antigua catedral, Santa Colomba, fue destruida y ha quedado apenas una parte, del siglo XIV, de la enorme sacristía - campanario situada en Piazza Malatesta. Además de la citada iglesia de los Agustinos, muy
transformada, de este período hay que destacar el conjunto de los palacios municipales: el de Arengo, con grandes ajimeces múltiples y bonitos arcos que se anticiparon al estilo gótico, es de 1204; el del Podestà es del siglo XIV, si bien haya sido fuertemente restaurado y reestructurado a principios del siglo XX. En los montantes de un arco situado al lado de este palacio, fueron esculpidos unos sencillos motivos heráldicos de los Anjou (los lirios) y de los Malatesta) (el ajedrezado). Entre el palacio malatestiano, la catedral y los palacios municipales transcurría gran parte de la vida pública, civil y religiosa de la ciudad, se tomaban las decisiones políticas del estado y se administraba justicia. En esa zona, que era todo un “centro de negocios”, se desarrollaban también las actividades de tipo económico: las mesas de los notarios y los bancos de comercio de los judíos. Así como el mercado, que se agrupaba junto a una antigua fuente situada enfrente del Arengo. Esa fuente aún existe y, si bien haya sido ampliamente reestructurada en el siglo XVI y objeto de ulteriores arreglos, conserva un sabor arcaico y algún elemento medieval; por su forma redonda y la superposición de las pilas recuerda, en tono menor, la célebre fonte maggiore de Perugia. Un eventual “itinerario malatestiano” podría iniciar precisamente en esta antigua plaza del Municipio o de la fuente, hoy Piazza Cavour, próxima tanto a los restos de la primitiva catedral como a la residencia principal de los Malatesti, Castel Sismondo, y a la iglesia de San Agustín. Por el Corso d’Augusto se llega fácilmente a Piazza Tre Martiri, antiguo forum de la Rímini romana que con un hito recuerda la alocución de César: Rubicone superato y con una capilla que conmemora un célebre milagro de S. Antonio de Padua, el de la mula; yendo hacia el mar, está el Templo Malatestiano. De la Rímini malatestiana nos ha quedado un “retrato” extraordinario del siglo XV: se trata de un bajorrelieve esculpido con la acostumbrada técnica refinada de Agostino di Duccio en un artesón del Templo Malatestiano: representa el signo zodiacal de Cáncer, que es el signo de la ciudad y de su señor Sigismondo Pandolfo Malatesta.
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Itinerario 2 > Castel Sismondo, una ciudad para la corte
Rímini Castel Sismondo piazza Malatesta tel. 0541 351611 (Fondazione Carim) www.fondcarim.it segreteria@fondcarim.it Durante todo el año el castillo es la sede de exposiciones de alcance nacional.
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De la gran mansión malatestiana construida, como ya se ha dicho, en el siglo XIII cerca de la puerta “del gattolo”, han quedado sólo unos restos, pocos e inciertos, englobados en el castillo hecho construir en el siglo XV por Sigismondo Pandolfo Malatesta, castillo del que queda sólo el núcleo central. Sus actuales condiciones se deben, más que a las importantes modificaciones realizadas en el siglo XIII, cuando se trató de adaptarlo a moderna fortaleza y a los bombardeos de la segunda guerra mundial, a los desastrosos derribos del siglo XIX, que llevaron a la aniquilación de algunas de sus partes y, sobre todo, a la destrucción de las murallas y los baluartes exteriores y al cierre de los fosos. Sigismondo inició su construcción el 20 de marzo de 1437, en el penúltimo miércoles de cuaresma, a las 18,48 horas: el día, la hora y el minuto habían sido establecidos, con toda probabilidad, por los astrólogos de la corte. Y se dio oficialmente por terminada en 1446, un año especialmente afortunado para él, si bien en realidad aún trabajaban en ella en 1454 y puede decirse que, según el proyecto original, nunca se dio por acabada y preveía el edificio dominado por un gran encofrado, tal como lo demuestran algunas imágenes de la época. La señoría malatestiana gozaba en 1437 de un notable bienestar económico y Sigismondo, con apenas veinte años y ya desde hacía tres “gonfaloniere” (abanderado) de la Iglesia, gozaba ya de fama personal como “condottiero”, lo que le procuraba buenas recompensas. El castillo había sido concebido como palacio y fortaleza a un tiempo, como digna sede de la corte y cuartel, así como signo de poder y supremacía sobre la ciudad. Para construirlo y crear alrededor del mismo la zona de respeto necesaria para su misma función, se derribó todo un barrio apretadamente construido, que comprendía palacios y casas, así como el palacio episcopal, un convento de monjas y el baptisterio de la vecina catedral. Como arquitecto de la obra fue celebrado, por parte de los escritores de la corte, el mismo Sigismondo, quien, en efecto, se atribuye la paternidad de los grandes epígrafes de mármol colocados en el edificio. Si por arquitecto se entiende el inspirador, el autor, el coordinador, es decir, un “cliente” con exigencias e ideas bien precisas, entonces sí se puede aceptar esa “atribución”: en efecto, era de todos conocida la fuerte propensión de Sigismondo por las artes bélicas y su experiencia como “condottiero”. De todas maneras, debió de servirse de la experiencia de varios profesionales y especialistas; tenemos noticias de una importante “asesoría”, realizada en la obra recién empezada, por parte de Filippo Brunelleschi quien, en 1438, se desplazó a Rímini durante dos meses y llevó a cabo toda una serie de inspecciones a las principales fortalezas malatestianas de Romaña y
Arriba, castel Sismondo, el antiguo palacio-fortaleza, hecho construir en Rímini por Sigismondo (1437-1446). Abajo, escudo malatestiano y otro panorama de Castel Sismondo. 23
Marche. Todavía hoy la construcción conserva un notable encanto con sus grandes torres cuadradas y las recias murallas inclinadas, cuyo efecto original, al levantarse desde el fondo del foso, debía de ser verdaderamente formidable; y Roberto Valturio, no sin razón, las comparaba por su inclinación y grandiosidad, a las pirámides. En la entrada que daba a la ciudad, precedida por un terraplén y un doble revellín con puentes levadizos por encima del foso, aún luce un escudo formando por el clásico escudo con bandas y motivo ajedrezado, rematado por una cimera con cabeza de elefante con cresta y rodeado por una rosa de cuatro pétalos: se trata de un relieve buena calidad que se inspira en el pintor Pisanello, esculpido por un artista probablemente véneto, tal como lo demuestran las cadencias de inspiración gótica del tema representado. A la izquierda y a la derecha del escudo se escribió “Sigismondo Pandolfo” con unos caracteres góticos minúsculos, altos y muy curiosos. Entre el escudo y el portal de mármol se colocó uno de los epígrafes que dedicaban el castillo, con un solemne texto latino esculpido con caracteres lapidarios y que fue uno de los primeros ejemplos del renacer de los caracteres clásicos: el mismo reza que en 1446 Sigismondo erigió el edificio desde sus fundamentos para ornato de los habitantes de la ciudad y dispuso que llevara su mismo nombre, Castel Sismondo. Maravilla la audacia de Sigismondo al definir el edificio como ariminensium decus, puesto que basta observar apenas la dislocación de sus torres, orientadas hacia la ciudad, para comprender que había sido concebido más para defender al señor frente a eventuales revueltas de los habitantes de Rímini que para defender Rímini contra eventuales peligros exteriores: como si el recuerdo de las raras sediciones del pasado pesara, en la evaluación del señor, mucho más que los peligros inminentes por parte de enemigos exteriores. Incluso sin olvidar el concepto, corriente por aquel tiempo, de identificar la ciudad y el estado con la señoría, Castel Sismondo debe ser visto, precisamente, como símbolo y defensa del poder personal del señor y no como símbolo y defensa de la ciudad y el estado. En tan amado castillo, Sigismondo muere el 9 de octubre de 1468; no sabemos cuándo empezó a residir en él con carácter estable, quizás ya por 1446. Con toda seguridad, y bastante pronto, instaló su cancillería y su guardia, y enseguida se convirtió en lugar de ceremonias y recepciones oficiales: es más, llegó a ser la ciudad exclusiva de la corte, por aquel entonces llena de eruditos, de pintores y de medallistas, de escultores y de arquitectos que llegaban de todas partes de Italia. Una pequeña ciudad artificial y cosmopolita con pocos puntos de contacto con la real, que se extendía más allá de sus murallas y sus fosos, entre el Marecchia y el mar, y que se debatía entre mil problemas.
Itinerario 3 > El Templo Malatestiano: para admiración de los contemporáneos y gloria de la posteridad
Rímini Tempio Malatestiano via IV Novembre, 35 tel. 0541 51130 (sacristía) 0541 439098 (secretaría diocesana) www.diocesi.rimini.it diocesi@diocesi.rimini.it Es la Catedral de la Diócesis de Rímini. • apertura: laborables 8:3012:30/15:30-19:00; festivos 9:00- 13:00/15:30-19:00
En la página de al lado, fachada y lateral del Templo Malatestiano, de Leon Battista Alberti. 24
A los diez años de haber iniciado la construcción del castillo al que quiso dar su mismo nombre, Sigismondo empezó a hacerse construir una capilla gentilicia en la iglesia en la que habían sido enterrados todos sus antepasados: San Francesco. Si bien decorada por Giotto a principios del siglo XIV, la iglesia era de arquitectura modesta con una única nave cubierta por un tejado y con tres capillas en el ábside, y se encontraba a las afueras pero bastante cerca de la plaza del foro, el centro romano de la ciudad, es decir, la actual Piazza Tre Martiri. La nueva capilla contó con una estructura sencilla y absolutamente tradicional, con un gran arco gótico abierto al lado derecho de la iglesia, una bóveda de crucería y unas ventanas altas y estrechas. Enseguida se le unió una nueva capilla, también sencilla e igualmente tradicional, por voluntad de la joven amante de Sigismondo, Isotta degli Atti. Quizás el modelo de ambas fuera una capilla gentilicia malatestiana construida en el siglo anterior en el mismo lado de la iglesia, cerca del ábside. Las obras, que duraron más de tres años, debieron traer consigo un grave desequilibrio estático del viejo edificio que, hacia 1450, Sigismondo decidió transformar totalmente a sus expensas para cumplir con un voto hecho durante su victoriosa campaña en Toscana contra Alfonso de Aragón, tal como afirman los epígrafes griegos de los lados y la dedicatoria de la fachada. La parte arquitectónica de la obra fue asignada a Matteo de’ Pasti y la escultórica a Agostino di Duccio. El primero había sido reclutado en la corte de los Este, en Ferrara; se trataba de un miniaturista y medallista veronés formado en la escuela de Pisanello y, por lo tanto, de formación tardogótica. Incluso Agostino di Duccio, a pesar de ser discípulo de Donatello, conservaba refinadas cadencias góticas, profundizadas en Venecia; era florentino y venía, precisamente, de Venecia, quizás gracias a una recomendación de los Este que le conocían por haber trabajado en Modena. A la colaboración entre los dos artistas y a las sugerencias de los humanistas de la corte, se debe el interior del edificio, pintoresco y suntuoso, básicamente adherente al gusto gótico de la corte en la exhibición del fasto, de la riqueza y de una cultura refinada y de élite en la que cuenta mucho la adulación de Sigismondo como señor, “condottiero” y mecenas. De la arquitectura del exterior se encarga Leon Battista Alberti, quien ideó hacia 1450 un revestimiento de mármol de nueva concepción, absolutamente independiente del edificio tal como iba configurándose en su parte interior. Prohibida toda reminiscencia gótica y toda cadencia decorativa, Alberti se orientó con pleno conocimiento hacia la antigua arquitectura romana, captando parte de sus elementos y, es más, tratando de recuperar la concepción misma de arqui-
Arriba, a la izquierda, medalla de Matteo de’ Pasti con el modelo del Templo Malatestiano (hacia 1450), Rímini, Museo della Città. Arriba, a la derecha, y abajo a la izquierda, dos bajorrelieves de Agostino di Duccio en el Templo Malatestiano. Abajo, a la derecha, detalle del fresco de Piero della Francesca con el retrato de Sigismondo (1451) en el Templo Malatestiano. 27
tectura como una áulica celebración del hombre y una exaltación de su nobleza intelectual. Por desgracia, el edificio quedó por terminar en lo que debía ser su parte más original y significativa, el ábside, ideado como una rotonda en forma de cúpula, que hubiera resuelto, o por lo menos arreglado, el evidente desacuerdo entre la parte exterior y la interior. Para tener una idea del proyecto de Alberti, hay que mirar una medalla fundida por Matteo de’ Pasti, que presenta el prospecto de dos órdenes del edificio y la gran cúpula que debía de levantarse al final de la nave. La intervención de Alberti, con una nueva propuesta de formas antiguas, si bien inventadas de nuevo y supeditadas a significados modernos, justifica plenamente el término de Templo con el que esta iglesia cristiana, y franciscana, fue llamada a partir del siglo XV. La decoración interior del Templo excluye los tradicionales ciclos pintados al fresco y está dedicada principalmente a las elegantes esculturas de Agostino di Duccio y a los revestimientos de mármol, enriquecidos por policromías y dorados. La única pintura al fresco con figuras se encuentra casi escondida en la pequeña sacristía situada en la última capilla a la derecha: representa a Sigismondo Pandolfo Malatesta inginocchiato davanti a San Sigismondo re di Borgogna, y es obra de Piero della Francesca, quien la firmó y fechó en 1451. A primera vista puede parecer una escena piadosa absolutamente tradicional por lo que al tema se refiere y con el señor ante su santo protector. A decir verdad la interpretación dada por Piero es totalmente nueva: en el contenido, por su relación absolutamente libre, natural y “laica” que une las figuras inmersas en una luz serena y en un espacio de construcción racional; en las formas, que son sencillas, bien proporcionadas y armónicas, capaces como nunca lo habían sido antes de exaltar la humanidad y la dignidad de los personajes, su nobleza intelectual, su belleza física y, además, en grado de homologar el poder divino y el poder terrenal en virtud de una concepción de la dignidad y la racionalidad que son comunes al santo rey y al devoto que encargó la obra. El blanco revestimiento del Templo, querido por Alberti, aún no había empezado cuando Piero della Francesca firmaba esta pintura al fresco que constituía, pues, para Rímini y Romaña la primera manifestación del “verdadero” Renacimiento; una manifestación que, mientras halagaba al príncipe, confundía a los artistas interesados sólo en el fasto exterior e invitaba a los eruditos a abrir un resquicio de humanidad en su búsqueda infecunda, anunciando un futuro utópico determinado por la razón y confortado con la poesía. Es probable que en la corte de Rímini, el silencio lleno de encanto y las pausas estudiadas del estilo de Piero della Francesca, e inclu-
En la página de al lado, interior del Templo Malatestiano con las capillas de los ancestros y de San Sigismondo. 28
so hasta el presagio de nuevos tiempos que el mismo contenía, no interesaran en demasía. Las damas, los pajes, los caballeros, los músicos, quienes improvisaban rimas durante las frecuentes ausencias de Sigismondo, daban un tono divertido y brillante a la vida que transcurría en el castillo y los palacios malatestianos donde convivían mejor la fantasía gótica y la suntuosidad tradicional que triunfaban en la decoración escultórica de las capillas del Templo, con escudos de parada y guirnaldas suspendidas, festones que cuelgan de los arquitrabes y telas y paneles pintados con desenvoltura encima de los sepulcros: una especie de adorno “efímero” que parece que se haya fosilizado de golpe o mágicamente petrificado. En ese ambiente, los bajorrelieves tan finos de Agostino di Duccio asumen un aspecto precioso y una elegancia extrema. Joviales amorcillos que bromean y se persiguen; querubines que cantan y tocan melodías; Virtudes y Sibilas que se mueven para mostrar sus símbolos y el elegante movimiento de sus vestiduras; Apolo y las Musas, los Planetas y las Constelaciones forman un grupo pintoresco, con unos vestidos exóticos increíbles, menos Venus, que aparece desnuda y triunfante sobre el mar entre un vuelo de palomas. Todo se puede explicar en términos de religión tradicional, incluso los extraños signos de los planetas y del zodíaco, que no se encuentran aquí para componer horóscopos descabellados, sino sencillamente para exaltar la perfección del firmamento creado por Dios. Pero basta un poco de malicia y de interpretación diferente para ver por doquier paganismo e irreligiosidad. Así Pío II, enemigo jurado de Sigismondo, afirmó que esa iglesia estaba llena de paganos y de cosas profanas, y la juzgó mal en detrimento del señor de Rímini. Quien, en los epígrafes griegos de las paredes exteriores, había explicado con claridad que la misma estaba dedicada “a Dios inmortal y a la ciudad, por el peligro alejado y las victorias logradas en la guerra itálica”; y, en la bella inscripción clásica de la fachada, confirmaba que la había hecho erigir “por un voto”. La construcción del edificio comportó unos gastos enormes y es difícil pensar que Sigismondo lo hubiera querido levantar por pura religiosidad o por mecenazgo desinteresado. Por otra parte, el mecenazgo nunca fue y nunca es desinteresado; en el siglo XV era parte integrante del modo de gobernar: estaba finalizado a aumentar el consenso de los súbditos y de las instituciones, a aumentar el propio prestigio dentro y fuera del estado y a atraer la consideración, y posiblemente la envidia, de otras cortes; paro también para crear las bases para ser recordado con admiración por la posteridad. La inmortalidad a la que los señores y los humanistas del siglo XV aspiraban,
era una fama imperecedera en el acontecer del hombre, es decir, en la historia y no en una eternidad poblada por divinidades. En la construcción del Templo Malatestiano se trabajó rápidamente hasta finales de 1460, cuando creció la hostilidad de Pío II hacia Sigismondo, valeroso “condottiero” pero pésimo político. En 1461 llegaron las dificultades económicas y la excomunión del Papa, luego la derrota y la reducción del estado (1463); y por ello el gran edificio quedó interrumpido para siempre. Aún hoy en día, su condición de inacabado, visible tanto por fuera como por dentro, evidencia a los ojos del mundo la desgracia de Sigismondo y declara la substancial fragilidad de su poder, la inconsistencia de sus ambiciosos sueños de gloria. Y precisamente el Templo puede ser considerado como un sueño, un sueño interrumpido: para Sigismondo, que quiso que fuera un templo grandioso para gloria de Dios y la ciudad, pero sobre todo para convertir en inmortal su proprio nombre y su propia dinastía; para Leon Battista Alberti, que pensó en hacer un monumento que exaltara la nobleza intelectual del hombre; para el Humanismo, que pensaba se pudieran esconder las dramáticas contradicciones del tiempo tras un telón de inteligentes recuperaciones culturales y refinadas obras de arte.
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Itinerario 4 > Arte en el declino de una gran señoría
Rímini Museo della Città via L. Tonini, 1 tel. 0541 21482 www.comune.rimini.it musei@comune.rimini.it • apertura: todo el año; día descanso: lunes
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La ambición y la presunción llevaron a Sigismondo a toda una serie de evaluaciones políticas y de decisiones equivocadas, con frecuencia interpretadas como traiciones, que acentuaron los tradicionales contrastes con su astuto rival Federico da Montefeltro y la hostilidad de Pío II, que quería volver a la posesión directa de las tierras de los Malatesti, casi seguramente para cederlas en vicariato a sus sobrinos Piccolomini. Así, en 1461 se llegó a la excomunión del señor de Rímini a la que bien pronto siguió una inevitable y total derrota por mano de las tropas pontificias al mando de Federico de Montefeltro (1463). A Sigismondo le quedó apenas el dominio de la ciudad sin su territorio y ello significó para él la necesidad absoluta de ponerse a disposición de terceros como un mero capitán de mercenarios. Los venecianos lo asoldaron por trescientos florines al mes para combatir contra los turcos en Morea, adonde se desplazó desde 1464 a 1465. A su regreso, derrotado, oyó proponer por parte del nuevo pontífice Pablo II, una permutación del vicariato: Spoleto por Rímini. Murió, entristecido, en 1468 y destinó parte de los bienes que le habían quedado para continuar las obras del Templo Malatestiano. Quizás la última obra encargada por él, de regreso de Morea, fue una Pietà a Giovanni Bellini, probablemente terminada sólo después de su muerte y entregada a su principal consejero Rainerio Meliorari de quien, por testamento, pasó a los Franciscanos; ahora se encuentra en el Museo della Città, del que constituye su mejor obra. Se trata de un fragmento de gran pintura y alta poesía, por el estilo refinado con que las figuras aparecen dispuestas sobre el fondo negro, descritas con una línea suave y recortada, modeladas por una luz firme y suave, sumidas en un color cálido y tierno. En el cuerpo abandonado de Jesucristo parece celado el misterio de la muerte; en los querubines que lo sostienen el misterio de la vida. Se desprende del cuadro un sentido de alta y profunda conmoción que exaltar una dignidad y una belleza humana que ni siquiera el dolor y la muerte pudieron borrar. El Museo ciudadano de la ciudad acoge otros testimonios de la época malatestiana, como cerámicas de los siglos XIV y XV, pinturas al fresco, escudos, fragmentos lapídeos, esculturas y una serie de hermosas medallas fundidas por Matteo de’ Pasti a mediados del siglo XV para Sigismondo e Isotta. Además, cuenta con un importante retablo de altar procedente de la iglesia, hoy destruida, de San Domenico, que había sido encargado a Domenico Ghirlandaio por el sobrino de Sigismondo, Pandolfo IV Malatesta, llamado “el Pandolfaccio”, que fue el último señor de Rímini. Representa a los santi Vincenzo Ferreri, Sebastiano e Rocco con toda la familia malatestiana arrodillada a sus pies, es decir, Pandolfo IV con su esposa
Arriba, Giovanni Bellini, Cristo in Pietà (hacia 1468), Rímini, Museo della Città. Abajo, Domenico Ghirlandaio, retablo malatestiano de San Vincenzo Ferreri (1494), Rímini, Museo della Città. 33
Violante Bentivoglio, su madre Elisabetta Aldobrandini y su hermano Carlo. Parece ser se trate de una especie de gran ex voto por haber evitado el peligro de la peste. Encargado en 1493, poco antes de la muerte de Ghirlandaio (1494), fue terminado por su hermano David con la ayuda de fra’ Bartolomeo, para los retratos, que de todos modos no fueron del agrado de quienes los habían encargado y que, por lo tanto, se borraron. Aparecieron gracias a una restauración hecha en 1923. Este retablo es el último acto de mecenazgo de la señoría de los Malatesta, que había llegado definitivamente a su ocaso. En 1498 los notables de Rímini hicieron una conjura contra Pandolfo IV, que fracasó, y tuvo como consecuencia una terrible venganza por parte del joven y odiado señor, que poco después se vio obligado a abandonar la ciudad debido al asedio de Cesare Borgia, llamado el Valentino. Regresó en 1503, pero sólo para vender la señoría a los venecianos que en 1509 tuvieron que devolverla a la Iglesia. Pandolfo tentó aún hasta 1528, inútilmente, volver a ser el señor de Rímini a pesar de la hostilidad de los ciudadanos. El padre de Pandolfo IV, Roberto llamado il magnifico, fue tan prepotente y cruel como su hijo, pero seguramente no tan inepto como él; después de la muerte de Sigismondo había logrado, casi enseguida, deshacerse de sus hermanos y de Isotta, y gobernar Rímini por sí mismo; el territorio había sido recuperado en parte gracias a su matrimonio con Elisabetta, hija de Federico da Montefeltro (1475). Fue un gran general y murió prematuramente en 1482, mientras combatía al servicio del Papa, quien le hizo erigir un importante monumento en San Pietro, en Roma. De él, en el Museo della Città, se conserva sobre todo una serie de tablillas para el techo decoradas con escudos y siglas, procedentes de uno de sus palacios de Rímini. Con la visita a los testimonios malatestianos recogidos y expuestos en el Museo, se puede dar por terminado este breve itinerario malatestiano que ha tocado las murallas, el centro medieval con los Palacios Municipales y Castel Sismondo, y el Templo Malatestiano. Quien quiera darse un agradable paseo hasta la colina de Covignano, a espaldas de Rímini, que en el siglo XV estaba recubierta por bosques y pertenecía en gran parte a los Malatesti, podrá ver aún una bonita iglesia malatestiana. Se trata de la iglesia parroquial de San Fortunato, adornada con los escudos de piedra de Roberto Malatesta. A él, en efecto, se debe la reconstrucción con formas renacentistas de la fachada del edificio, que pertenecía a la abadía de los monjes de los Olivos de Santa Maria di Scolca, hecha construir a principios de siglo por Carlo Malatesta y destruida después de las supre-
siones napoleónicas vendiendo los escombros como material para la construcción. De Carlo Malatesta ha quedado el escudo, en el centro del techo de cuarterones de la nave, sencilla y luminosa, adornada con estucos del siglo XVII. En esta iglesia se podrá admirar también unas obras que no tienen nada que ver con los Malatesta, pero que son unas de las más interesantes de la ciudad, como el cuadro del ábside de Giorgio Vasari que representa l’Adorazione dei Magi pintado en 1547, y un interesante ciclo de pinturas al fresco de Girolamo Marchesi da Cotignola, de 1512, en la capilla de la sacristía. Enfrente de la iglesia hay una amplia plaza de proporciones renacentistas, desde la que se ve el mar y parte del territorio malatestiano hacia Marche, desde el promontorio de Gabicce hasta los primeros castillos que coronan las colinas del Valle del Conca. Es casi una invitación a buscar en el territorio las raíces y las huellas de esa gran y potente familia que la dominó durante tres siglos.
Arriba, detalle de la fachada de la iglesia de San Fortunato (ex abadía de Santa Maria di Scolca) en la colina de Covignano. Abajo, Giorgio Vasari, L’Adorazione dei Magi (1547), en la iglesia de San Fortunato. 34
Prufundización > En el territorio malatestiano
Parece que el mecenazgo de los Malatesta se refiriera únicamente, o sobretodo, a las capitales y los principales centros del estado. Además de Rímini, hay huellas también en Cesena, en Pesaro, en Fano, en Fossombrone y en Senigallia; e incluso bastante más lejos, es decir en Bergamo y Brescia, que fueron ciudades malatestianas sólo por unos pocos decenios. Pero en el territorio de Rímini se levantaron casi exclusivamente fortalezas y castillos, es decir, construcciones de carácter militar, diseminadas por doquier, en las afueras de los pueblos o en la cumbre de las colinas. Las vías del Marecchia y el Conca son dos itinerarios fáciles y perfectos para darse cuenta de sus características. Con frecuencia, no obstante, estos edificios albergaron a personajes ilustres y en ellos nacieron o murieron algunos de los Malatesti; no tenían, por lo tanto, sólo una función defensiva y de custodia del territorio, sino también de residencia, a veces sólo temporal y de vida de relación. De varias fuentes sabemos que la fortaleza de Mondaino a veces fue marco de encuentros de carácter diplomático; que las de Gradara, de San Giovanni in Marignano y de Saludecio acogieron frecuentemente a la corte que quería “cambiar de aires”; que las fortalezas de Valconca, sobre todo la de Montefiore, eran las preferidas para cazar. En Motescudo y Saludecio, los apartamentos privados del señor siempre estaban listos para recibirle y lo mismo sucedía en los principales castillos. Todo ello significaba la presencia en el territorio de elementos de decoración, muebles y obras de arte de una cierta calidad y un determinado valor, así como contar con artistas y artesanos. Pero no han quedado huellas, ni nada que lo recuerde. Una agradable excepción es la formada por los fragmentos de las pinturas al fresco de la fortaleza de Montefiore, encargadas por Malatesta Ungaro y realizadas por el boloñés Jacopo Avanzi hacia 1370 en una sala llamada “del Emperador”, toda ella decorada con figuras y episodios de la historia romana. Incluso si en algunos casos se contaba con apartamentos suntuosamente decorados y quizás cómodos, pero seguramente inaccesibles para la mayoría de sus súbditos, los edificios de los señores aparecían con un aire severo y ostentaban, sobre todo, su mole poderosa, que por tamaño y forma infundían respeto e incluso miedo. Por lo que parece, tampoco las familias locales acomodadas y nobles dejaron huella de sí mismas con algún gesto importante de mecenazgo artístico en el territorio y en época malatestiana: quizás porque, incluso si mantenían posesiones e intereses patrimoniales en el “condado”, según las leyes estatutarias de Rímini estaban obliga36
das a residir en la ciudad, donde podrían ser controladas más fácilmente por parte del señor. Más allá de fortalezas y castillos, la presencia de los Malatesti se percibe con dificultad en la zona del interior de Rímini. Quizás en las antiguas iglesias de las órdenes mendicantes, que los Malatesta protegieron ya a partir del siglo XIII, existieran obras que podían estar en relación con su mecenazgo; pero los edificios sagrados de estructura medieval ahora son muy pocos, ya que o fueron abandonados, derrumbándose, o bien fueron restaurados, casi siempre a lo largo del siglo XVIII, con todos los objetos que contenían. Ahora los testimonios más importantes del arte sagrado del Medievo en el territorio de Rímini se limitan a algún precioso crucifijo pintado sobre madera por los pintores locales en la primera mitad del siglo XIV. Pueden admirarse unos, preciosos y bien conservados, en Montefiore, en Misano, en Verucchio y en Santarcangelo. El más antiguo es quizás el de la parroquia de Talamello, procedente de una antigua iglesia agustina y ampliamente atribuido a Giotto, si bien sea una obra de Giovanni da Rimini de principios del siglo XIV. El más reciente es el de la Colegiata de Verucchio, también de origen agustino, firmado por el pintor veneciano Nicolò di Pietro y fechado en 1404. Para estas obras, de todos modos, no es posible pensar con algún fundamento a un encargo malatestiano. A propósito de Verucchio, hay que observar que en la Colegiata del siglo XIX sus pequeñas naves están dominadas por las efigies de estuco de Malatesta da Verucchio y Sigismondo Malatesta, si bien no gozaran ni vivos ni muertos de buena reputación; pero aquí se admiten, y veneran, como lari y penati. Un esquema malatestiano que hace presumir se trate de un encargo de esa familia, aparece en la decoración de una capilla en Talamello, cerca del cementerio, que no hay que perder. De todos modos, no se trata de una iniciativa de los señores de Rímini, sino del obispo de Montefeltro, Giovanni, Seclani, un franciscano amigo y partidario de los Malatesta, de cuyo escudo se sirvió, perfectamente visible, en el centro de la luneta. Toda la decoración es obra del ferrarés Antonio Alberti y se puede fechar alrededor de 1437. En el crucero, pintados con un azul espléndido, se representa a los cuatro Evangelisti; en las lunetas l’Adorazione dei Magi, l’Annunciazione, la Presentazione di Gesù al tempio. Más abajo, doce personajes entre santi e sante, y sobre el altar una Madonna dell’Umiltà con il committente fra due santi. Especialmente las velas de la sencilla bóveda gótica han perdido parte de su enlucido de color, pero el efecto de conjunto es igualmente extraordinario gracias a la amable y algo rústica suntuosidad y a lo vivo de las escenas que representan el mundo cor37
tés contemporáneo, ingenuamente considerado por el artista como un modelo de perfección. Una pintura al fresco parecida, si bien fragmentaria, quizás debida a un discípulo de Alberti, se encuentra en la iglesia de San Cristoforo en Pennabilli y representa la Annunciazione y la Madonna con il Bambino), encerrada en una bella hornacina renacentista según la moda de Urbino (1528). Siguiendo el Marecchia hay otra iglesia renacentista que vale la pena visitar: Santa Maria d’Antico, con un portal adornado con una bonita luneta del siglo XV en la que fue esculpida una arcaizante Madonna della Misericordia. El elaborado presbiterio, con parástades, marcos y cuarterones de piedra, presenta una armoniosa arquitectura renacentista (1480-1504) y recuerda los modelos de Urbino: en el centro brilla una cándida y dulce Madonna con il Bambino de mayólica atribuida a Andrea della Robbia. Estas obras se deben al interés de los condes Oliva di Piagnano, que durante muchos años fueron aliados de los Malatesta.
Arriba, Jacopo Avanzi, detalle de una Battaglia di cavalieri (hacia 1370), fresco de la fortaleza malatestiana de Montefiore. Abajo, a la izquierda, pintor de Rímini del s. XIV, Crucifijo de la Colegiata de Verucchio; a la derecha, Andrea della Robbia, Madonna con il Bambino de la iglesia de Santa Maria d’Antico de Maiolo (Pu). 39
Bibliografía > Para saber más
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