ORACIÓN EN DEFENSA DEL PEDO TRADUCCIÓN DE LA QUE ESCRIBIÓ EN LATÍN EL SEÑOR DON MANUEL MARTÍ DE LA INSIGNE COLEGIAL IGLESIA DE LA CIUDAD DE ALICANTE http://www.tomaszt.com/otras/pedo.htm
SEÑORES PEDORREROS: Habiendo llevado, muy a mal, que el Pedo ande desterrado, prófugo, y lejos de todo comercio y trato humano; me parece todavía más insufrible y perjudicial al bienestar de la República, el tolerar semejante abuso en el presente tiempo de esta cuadragesimal abstinencia de carne. Porque, ¿dónde hay cosa más dura, más triste y más intolerable, aun para los ojos más impíos, que ver desterrar con algazara y con silbos de las ciudades y repúblicas y aun del mundo entero, al que en las delicias del pueblo, al conservador de la libertad, y al que es (no sé si lo diga, lo diré en fin) el sagrado, el asilo y refugio de la salud?. Se permiten otras pestes en el Estado, y ¿al mejor y más benéfico ciudadano no se le deja respirar el aire de la patria?. A la verdad, ¡Oh señores Pedorreros!, que han llegado a tal extremo el delirio y necedad de los mortales, que a no ser por vuestro cuidado y esmero en conservar su existencia, hubiera desaparecido del mundo hasta su nombre. Confieso que es cosa muy difícil de arrancar de raíz, y aun de ladear del común parecer, aquellas cosas que por el capricho u opinión de los hombres pasaron a ser envejecidas, pero con todo, como los errores suelen hacer o de ignorancia o malignidad de los que influyen, me linsojeo con mucho fundamento ver restablecido a mi cliente en sus derechos, si logro destruir el vulgar concepto que de el se tiene: lo que no dudo conseguir, si demuestro su nacimiento, educación, sabiduría, dotes de ánimo, valor, carácter, autoridad y utilidad tanto pública como privada disipando bajo los auspicios de la verdad y a la ventura las calumnias y de nuestros sugeridos por hombres superficiales y de poco seso. Juzgo pues, señores Pedorreros, que debo comenzar por su antigüedad. ¿Quién por estúpido e incapaz que sea, negará que el Pedo es tan antiguo como el hombre? Porque, ¿quién podrá creer que cuando el supremo Hacedor inspiró en la corpórea y torpe máquina el vital espíritu, éste ignoró u omitió el ejercicio de sus funciones
naturales, tan necesarias, como lanzar el aire oculto y encerrado, tan perjudicial a la naturaleza? Mayormente cuando nuestro primer Padre, como tan ajeno a la etiqueta, al sentir su bullicio y esfuerzos para hallar salida, no trataría de comprimirle ni degollarle? Que fue anterior al lenguaje y que hubo Pedos antes que palabras, lo inferimos de las Ranas de Aristófanes, que no sabían más que peer y aun cagarse en los amigos. En cuanto a su alcurnia, logró padres bien calificados: paso en silencio las bagatelas de esotros empeñados en derivar su genealogía de Júpiter Estercolino, o según Orfeo, de Júpiter el Emboñigado: pues al fin todos concuerdan en la excelencia, esplendor e hidalguía de sus padres, a pesar de las pequeñas discrepancias de los autores. Arístófanes en su Pluto le hace hijo de las puches; así, después de decir: Buena ración me embanaste de puches, añade: Mi vientre entumecido fuerza fue que peyese con ruido. Si hemos de dar crédito al poeta Camaleón Póntico, le llamaremos hijo del haba; pues refiere, que observando un asno a cierta persona que comía habas, tuvo tal deseo de ellas, que hubo de prorrumpir en pedos. También Telémaco, el de Acarnania, con el mismo fin de tenerlos a su disposición, comía habas a la continua. Difilo Sifinio el médico hace este honor a los nabos. Le tendremos por hijo de los altramuces, si estamos al dicho de Zenón, jefe de los estoicos, quién no contento con haber promulgado la ley de la libertad en el peer, para establecerla y sancionarla de hecho, los comía frecuentemente. Pero yo, para que no sé juzgué que me opongo a la autoridad de tantos y tan grandes varones, sin temeridad me atrevo a señalarle por padres al ajo, la cebolla, los altramuces, las habas, los nabos, puches y otras sustancias flatulentas. Sabéis ya pues, señores Pedorreros, la alcurnia de mi héroe: tenéis a la vista su nobilísima prosapia; para quedado caso, que por la perfidia y maldad de los hombres haya contraído tan distinguida familia alguna mancha, quede lavada con la esponja de nuestro juicio y criterio. Porqué (estadme atentos) eso que cuentan y objetan algunos del Pedo polentario, o nacido de tortas que Plauto ignominiosamente (á lo que juzgan ellos) hizo soltadizo en el teatro al tiempo de representarse su Gorgojo, pudiera pasar por cosa de afrenta e ignominia, a no haber hecho lo propio los reyes de Chipre, según Plutarco, en aquella magnífica pompa de Alejandro Magno en su vuelta a Fenicia. La misma conducta observaron los emperadores Nerón y Heliogábalo con otros príncipes. Y en fin: ¿que tenemos? Acordaos de que Augusto decidió, que no podía darse sentencia de azote contra los cómicos, fuera de que el oficio de farsantes, como asegura Livio, que no se tenía por cosa baja en la Grecia, y ¿que digo en Grecia? Macrobio tiene muy bien probado que los cómicos en ninguna parte fueron habidos por hombres de menos valer. Pero aun supuesto que fuese profesión ruin y sambenitada, sólo merecerían esta tacha aquellos que se presentan por su voluntad en la escena, y siguen por elección el oficio de representantes: pero nuestro reo, que
salió a las tablas forzado y casi arrastrado por un hombre tan bajo, tan glotón, tan pegote, tan butón y truhán, como el parásito Gorgojo. Pasemos a tratar de su color, rostro y facciones, cuestión a la verdad difícil y ruidosa: con todo, si fuese lícito usar de conjeturas en asunto tan delicado, so podría asegurar que el Pedo es de cuerpo flaco y enjuto, atendido lo estrecho y reducido de la puerta de su habitación por donde sale a tomar el aire. En prueba de lo dicho, bien podría yo presentar por testigo al graciosísimo y saladísimo Cástulo, puesto que con aquella vista tan perspicaz suya alcanzó a ver el sutil y endeble Pedo de Libón. ¡Oh tú el más dichoso de los veroneses, que mereciste conocer de vista a tan grande héroe! En verdad que a nosotros, cuitados y mezquinos no nos cupo dicho tan grande. Pero ¿que digo a nosotros? A ninguno de los nacidos desde el primer hombre le han concedido los dioses honor semejante. Su idioma o lenguaje, todos los oímos y nadie lo entiende: en cualquier clima o país que se le observare, se escuchará con admiración su dialecto exótico inaccesible a la penetración de los hombres. Solo sí podrá creerse que Estrepsíades el de Aristófanes, su camarada e íntimo amigo, lo conoció a fondo por su mucho trato y familiaridad, y así dice (in Nubíbus): Cual trueno, el caldo a resonar se siente en mi buche; se sigue un estallido, y en voz baja un papax; luego despedido un pappappax ruidoso, y finalmente con un pappappappax alborotado, hago la caca, y quedo sosegado. Y esto no se contaba a algunos mentecatos o babiecas, sino al sapientísimo Sócrates en sus mismos bigotes. Tenemos pues probado, que no vive sin su lenguaje el señor Pedo, y que faltan a lo cierto los que, queriéndole malquistar con todos, acusan de guirigay y de torpeza a reo tan ingenioso y elocuente. Váyanse pues en hora mala y gruñan cuanto quieran satirizando y maldiciendo al pobre Pedo, notándole de balbuciento y tartamudo. A fe mía que habla, y no como quiera, sino en tres dialectos distintos; ya dice pappax: cuando más adulto pappappax; y en su edad varonil pappappappax. Soy de parecer, señores Pedorreros, que no son de poca monta para la defensa de nuestro reo su habitación honrada y decente, y sus costumbres correspondientes a esta educación porque es indudable que el no gusta del fausto, ni se entromete en el bullicioso ruido de los negocios civiles; antes bien abstraído en la soledad, y lejos de la ambición y del estrépito palaciego, huye del foro y soberbias antesalas de los magnates. Ciertamente que de antemano conoció que para evitar el odio civil y otros eminentes riesgos, no hay medio ni modo mejor que una vida privada, en que tratase
de vivir más bien para si que para los demás; y que seria más útil a la república, procurando (parece paradoja) ahuyentar los testigos de sus acciones, y huyendo cuidadosamente de ser oído. Por este motivo su habitación ordinaria es en los lugares más recónditos de las casas, en las piezas de baño, en los más retirados aposentos; y finalmente entre sábanas de holanda, a la manera del Pedo del otro joven a quien llaman Estrepsíades en el citado Arisófanes : El embozado de cinco dobleces. Pero pongamos la mira en sus costumbres: ¿ha perdido jamás ocasión de mostrar un acendrado amor a sus ciudadanos?. Dejo ahora los singularísimos favores que le deben todos: ¿en quién de vosotros El embozado de cinco cabe tanta ingratitud, tanta desidia y desvergüenza, que no publique y confiese los grandes méritos y beneficios que os tiene hechos, así a vosotros como a vuestras mujeres, hijos, familia, patria, y en fin a todo el género humano?. Tanto cunden sus favores, que no sólo las más remotas y bárbaras naciones se reconocen obligadas a su cariño y correspondencia, sino también hasta los mismos brutos le obsequian y le aman naturalmente, como se echa de ver en la cerda, que, en el momento que oye el Pedo, corre apresurada a recoger la aromática inmundicia. Sin embargo de amar el Pedo tanto la soledad, con todo alguna vez, para esparcir el ánimo, no rehúsa ni se corre de comparecer en algún público congreso, tolerando la jocosidad o la risa; o por mejor decir, ocasionándola. Entonces se pasea y discurre libremente entre las carcajadas, se divierte con las risas y a las veces ellas mismas le provocan y sacan al público: por eso juzgo yo, y no sin fundamento, que el más risueño de los hombres, Demócrito debió de hacer en el arte de peer grandísimos progresos. Fue siempre muy amante de la libertad, a imitación de Cicerón y de Bruto, por el que, si se ve encarcelado y en cautiverio no deja piedra por mover para escalar la cárcel, falseando aldabas, cadenas, grillos y puertas, hasta verse libre. Si quisiésemos referir también sus méritos y dotes literarios, le hallaremos instruido a fondo en todo género de ciencias y artes literarias. Por lo menos que fue muy retórico y elocuente, lo demostraremos con un solo ejemplo. Como cierto día a Métrocles, hermano de Hiparcha, y discípulo de Theofrasto estando discurriendo, se le fuese, sin saber como, un Pedo; de tal modo se corrió, que de puro triste se encerró en su casa, determinado a dejarse morir de hambre: súpolo Crates y hartándose de altramuces se fue en busca suya. Procuro al pronto persuadirle con buenas razones, que no atentasen contra su vida; asegurándole sería una monstruosidad, que no se permitiese respirar por donde lo pide la naturaleza: y, por último, soltando también un Pedo, le consoló y acabo de convencer con su ejemplo. Desde aquella época, se alisto Métrocles entre los discípulos de Crates, e hizo brillantes progresos en la filosofía. ¡Oh elegantísima y elocuentísima lengua! ¡Oh hecho digno de gloria inmortal!. Bien sabía Crates que sus palabras, sin la irresistible elocuencia del Pedo, no serían de provecho. Y ¿quién duda que aquel sabio filosofo, antes de acometer tan ardua y sublime empresa, no se prevendría con las sentencias más sólidas y escogidas?. Más poco le hubieran servido, si el Pedo no le hubiese esforzado su axim y flojo razonamiento. Y
así se vio, que con una sola voz persuadió lo que nunca pudiera conseguir Crates con su dilatada arenga. Nadie le negará tampoco su grandísima habilidad en la música, a menos que no haya leído los libros de Civitate Dei del santo obispo de Hipona Agustino; suya es esta autoridad: Hay hombres que sueltan tantos Pedos sin hedor y a su arbitrio, que parece que cantan tan bien por aquella boca. De esta especie fue aquel alemán que trajeron a España en su comitiva el emperador Maximiliano y su hijo Felipe; no había canto que no acompañase con su trasero. De la tórtola refiere Aristoteles, que cuando arrulla, suelta Pedos en abundancia, porque parece que con ellos lleva el compás a su canto: y de ahí, si no me engaño viene aquel proverbio; cuando alguno respira por bajo, la tórtola canta; y esto también lo confirma Ricardo, diciendo que el Pedo es una balbuciente melodía. Mas de nada serviría todo lo dicho, para probar la grandeza del héroe, si estuviese desnudo de aquella virtud que gobierna las costumbres, y dirige las humanas acciones; pero nuestro héroe siempre fue dotado de los atributos del ánimo y cualidades del espíritu, tanto que parece un portento: porque en primer lugar, es la flor innata del agradecimiento: jamás ofendió ni en un ápice a quien le deja libre y desembarazado: y no contentas con esto, su gratitud y equidad, le libran, cual otro Apolo salutífero, de los malditos retortijones y tumultos intestinos que conspiran para su ruina. Y ¿quién ignora que en nuestro Pedo se haya, y en un grado recomendable, la religión, fuente y raíz de las demás virtudes?. Telémaco el de Alcarnania, para tenerle siempre a su disposición, le fomentaba con el manjar más de su gusto, alimentándose solo de habas, con la mira de celebrar con Pedos la fiesta de las Habas, que anualmente se solemnizaba en Atenas. ¡Oh piadoso y religioso proceder! Pero ¿que digo Telémaco?. Aquella sabia e ilustrada República no supo encontrar otros pebetes que más agradasen a Apolo, que el olor suavísimo del Pedo. Por eso fue establecimiento y ley de religión la más rigurosa para ellos, el no comer otra cosa que legumbres, prueba invencible de la frugalidad del Pedo, pues contento con lo más vil y despreciable tiene sus delicias en los ajos, altramuces, nabos, cebollas y otras viandas semejantes, porque el lujo y la opulencia lo desmembran, lo ahilan y enflaquecen; y ved aquí porque desprecia la golosina y el regalo. Pero al paso que nuestro héroe es observador se ve lo de la justicia, es también acérrimo vengador de sus agravios; de modo que a los que lo sofocan, aprisionan y burlas sus esfuerzos para adquirir la libertad los mira con tal ojeriza y saña que los maltrata, hiere, y aun trata de asesinarlos. Esta verdad está apoyada con tantos y tan claros ejemplos, que para no fastidiaros y ser molesto me parece lo mejor pasarlos en silencio: pero os advierto, que aun cuando no llega a tanto su enojo, siempre toma venganza, aunque más suave, de la injuria recibida. Es el caso, que cuando alguno, a pesar de la violencia y del esfuerzo con que pretende su salida, se obstina en cerrarle las puertas y estorbársela, el sin embargo, redoblando sus esfuerzos, se pone en acecho, y si llega a ver un si es no es abierta la puerta de su morada les echa en cara su injusticia, haciendo público su delito secreto, o arrastrando el tapón, los embadurna; y uno y otro muchas veces.
Es también muy celoso de la conservación de la autoridad y dignidad, de modo que, conociéndose mofado y habido en poco, se enfurece y encarniza, hasta que se hace pago en la misma moneda. Sírvaos de prueba aquel admirable pasaje que nos refiere Federico Dedekindo: Un famoso orador, recién llegado á extranjero país, en un estrado ante una gran señora y otras damas tuvo que hacer alarde de elocuencia. Habida la licencia fijó en tierra los ojos, y al ponerse de hinojos para empezará hablar, según es uso, tanto el cuerpo dobló que al movimiento un Pedo se le fue; mas no confuso siguió, sin muestra de rigor, su intento. Fingiendo las demás no haberle oído, soltó la carcajada una imprudente; mas mientras se ríe, y parla tontamente, aflojó un tanto el muelle por descuido, y salió un Pedo de sutil sonido. Entonces el retórico, dejando su primer argumento, así habló al virginal acatamiento: Seguid, Ninfas, seguid ventoseando, vayan por turno todas: son peores, si mucho se detienen los vapores.
Cuando lleguen mi vez, en cumplimiento de mi oficio, obrare con lucimiento. La señorita entonces, afrentada, bajó los ojos triste y colorada. Las otras se tendían de risa, con maligna complacencia, y de este modo se acabó la audiencia. Ved pues, señores Pedorreros, castigada con la más justa pena aquella doncella que mofó y escarneció a nuestro héroe. ¿Pues su fortaleza, valor y magnanimidad, quién habrá, en sus negocios privados, que deje de haberlos experimentado? Lo mismo es conocer algún asomo de cobardía en su camarada, que al momento, corrido de tal villanía, no hay paso que no de hasta abandonar compañía semejante, por no ser reputado por follón y malandrín. Bien lo tocó por sus manos la viejecilla que Aristófanes trae en su Pluto, pues de ella dice: El miedo Pedo como hiel, la daba: y también el otro que según cuenta Luciano: De puro miedo cuescos arrojaba. De Arato el de Sición, trae Plutarco en su vida, que observando el Pedo su temblor y cobardía al tiempo crítico de entrar en un combate, quiso más bien desampararle, que sufrir menoscabo alguno en su crédito. Mas esto importa un bledo, en comparación de lo que hizo con el mismo dios Príapo, pues perdió su amistad y conversación, sólo porque se amedrantó de ver unas hechiceras, como lo dice Horacio: Peyó el dios cual vejiga que revienta. Bien conoció Claudio emperador su provecho y utilidad, y el desfalco que resultaría a la salud de los ciudadanos de no revolcar la ley de destierro, que tiempo antes se había dado contra el Pedo, reintegrándolo en todos sus derechos. Y uno contento con esto, celebró su vuelta con una espléndida comida, que dispuso con mucha anticipación, publicando un edicto para que todos pudiesen ventosear y peer en el banquete: honor a la verdad jamás concedido a ningún desterrado, llamarlo por edicto público. Pero habiendo privado la muerte a este célebre emperador, el más próvido de los romanos, de la gloria debida a pensamiento tan hidalgo, volvió otra vez el Pedo a salir desterrado y privado de toda comunicación y trato de los hombres, con grave daño de los mismo hombres. Porque seguramente, no hubiéramos sufrido tantas miserias y trabajos, se le conservara en la mancomunidad y en el seno, por decirlo así, de la república; y es de advertir, que a Claudio le movieron los clamores y peligros de tantos ciudadanos para cuya salud creía deber atender como padre de la patria y conservador de la salud pública; por último, fue tan amigo y confidente suyo, que antes perdió el uso de la palabra que su familiaridad y su trato, testificando Séneca, que su última palabra, antes de morir, fue un considerable estrépito, que sonó por aquella parte por donde más fácilmente hablaba, dejándolo todo cagado. Pero qué, ¿extrañamos esto? ¿No es el Pedo el aire cazador y vital que respiramos? ¿El ambiente, que con tanto anhelo buscaba a la sombra el cazador Céfalo? Céfalo, para
que no lo ignoréis, invocaba, no al céfido que orea las flores, y suaviza los ardores del estío, sino ya con ruegos, ya con requiebros, solicitaba ansioso atraer a fuera el viento concebido en sus tripas con la agitación y ejercicio, y de éste tenía Procris aquellos internos y rabiosos celos. Y qué, ¿dudáis todavía, señores Pedorreros? ¿Dudáis de las utilidades del Pedo?. Pues probad: resistíos a su ímpetu, estorbar su salida, cerradle la puerta; vosotros tocaréis con las manos la necesidad que tenéis de él, y cuanto os interesa su conservación y amistad. No ciño yo precisamente esta necesidad al Pedo hablador y charlero, sino que hablo también del mudo, aquel que sale calladito y sin ser sentido. ¿Quién de vosotros hubiera podido pasar sin el un solo día?. a el se debe la conservación de las esposas, la salud de los hijos, el bien de la familia toda. Muchos son los motivos de nuestro reconocimiento y debemos manifestarlos so pena de incurrir en la nota más infame de la ingratitud. ¡Para que he de ser molesto en referir los muchos y grandes provechos que trae para los usos de la vida privada!. Bien trillado y sabido es aquello del bufón Estrepsíades, en la comedia de Aristófanes, cuando dice: El trasero es la trompeta. Y pregunto yo, señores Pedorreros, ¿á que fin la trompeta sin la destreza y suavidad música del Pedo? ¿Y la trompeta no estaría por demás, si el Pedo no la soplase?. Acuérdome ahora haber oído y visto algún corcovado que, siempre que le parecía, usaba de los Pedos con tal maestría, que no sólo los soltaba sin trabajo y en gran número sino también cual diestro prosodista los acentuaba, aguzaba y deprimía, y como con una trompeta o clarín ya tocaba al arma, ya la retreta, mandando ora ataque, ora retirada. Y ¿que cosa hay más útil para el hombre que los medios para ganar su manutención y sustento?. Son muchos, pues, los que se reconocen obligados a nuestro reo en razón de este beneficio. Para prueba de ello pondré un caso a la vista de mi auditorio. Hubo en Ámsterd un correo natural de Ámsterdam, que iba y venía semanalmente. Cuanta los que le trataron, que tenía tal facilidad en soltar bombas y truenos, que sin rubor alguno a cualquier señal daba un cañonazo. Apostó en cierta ocasión con otro una botella de buena cerveza a quien había de peer más, subiendo a la Torre Mariana, que es la más elevada de Amberes, a presencia de algunos testigos y he aquí que el bueno de mi correo subió soltando un cuesco a cada uno de los 623 escalones que tiene la torre, dispuesto a repetir la misma música de la bajada si se apostaba otra botella. Ved pues aquí como, con el auxilio de nuestro reo, socorrió su sed y necesidad, y cabe, que a no haber sido por él, el pobre correo desfalleciera con el calor, sed y poco dinero. Conocí también a cierto mendigo, hombre tan juglar y desembarazado, que como si manejara algún órgano, convidaba a oír lo delicioso de su música pedorrera, con lo que sacaba a los curiosos muy buenos cuartos. También dicen que algunas veces ha servido de abanico el Pedo. Estando comiendo cierto hidalgo, se halló sin el criado que abanicase y pidió a un amigo que allí estaba, le hiciese aire: contestándole éste no sabía hacerle sino a su modo; "enhorabuena, dijo, hazle como sepas": levantó entonces la pierna derecha, y soltó un terrible Pedo, diciendo que el así abanicaba.
Pues todavía hay más. ¿Que preservativo hay mas eficaz ni mas probado que el Pedo contra los maleficios, encantos y hechicerías?. No hay conjuro que ahuyente y amedrente tanto a las brujas, encantadoras y hechiceras; testigos son de esto Canidia y Sagana las de Oracio, que estando invocando en su huerto ante Príapo a los dioses infernales, y mezclando sus encantos y menjurges, he aquí como Príapo sobrecogido de miedo se peyó cual vejiga reventada, y ellas sin haber concluído se fueron a la ciudad. Entonces era cosa de risa ver caer los dientes a Canidia, la escofieta a Sagana, y los hechizos a ambas. La experiencia, acreditada por una larga serie de siglos, enseña que llegan a muy viejos todos aquellos que conservan estrecho comercio, trato y amistad con el Pedo: y así Zenón el de Chipre, jefe de los estoicos, que estableció que los Pedos debían ser tan libres como los regüeldos, llegó a setenta y dos años sin sentir enfermedades, y aun hubiera vivido mas tiempo, a no haberse ahorcado de resultas de una gran caída. También Crátes Cínico que consolaba al filósofo Métrocles con sus pedos, murió consumido de vejez. El mismo Métrocles, hermano de Hiparchias, aquel que acompañaba sus discursos con Pedos, según refiere Laercio murió de puro viejo. Y finalmente, cuanto tiempo ha no existiría la raza de los mozos de cordel, que traen y llevan trastos y fardos a no ser porque tomando aliento, se recrean y renuevan a beneficio del Pedo para sufrir la carga; y así que a Xantias el de las Ranas de Aristófanes, le hubiera abrumado el peso excesivo si su amigo el Pedo, de quien echó mano, no le hubiera auxiliado prontamente, y por eso dijo: Con tanta carga no puedo; Ayúdeme, pues, con el pedo. Córax, el jornalero de Petronio, reconociéndola también muy inferior a la carga, invocando al Pedo para reparar sus fuerzas del cansancio, levantaba el pie a menudo, y atronaba y zahumaba a un tiempo la calle. No he sido yo el primero que ha disertado sobre su utilidad: otros hombres sencillos célebres me han precedido; uno de ellos Símaco, de quien dice Marcial: Yo mucho más quisiera te peyeses; pues movieras a risa jocoso, y Símaco lo juzga provechoso. También tendréis presente aquel dicho antiguo de Nicareo: Peer y Salud; de suerte, que cuando alguno le zurren las tripas podemos nosotros decir: Pedo, libradle; con más razón los Griegos decían al que estornudaba: Júpiter te guarde. Parece, pues, cosa muy extraña e increíble el odio, envidia y adversión de algunos, que no habiendo recibido de el sino beneficios, y por lo mismo debiéndole quedar reconocidos, no sé porque fatalidad aborrecen de tal suerte al Pedo, y aún maldicen su nombre, que ni osan pronunciarle sin pedir perdón a los circunstantes. ¿Dónde
vivimos? ¿En que país estamos? ¿No contentarse estos ingratos con tenerlo por delincuente, sino tener también por feo y vil hasta su nombre?. Ellos son a fe mía los feos, los viles, los enemigos de la conservación y de la pública libertad. Cicerón, padre y príncipe de la romana elocuencia, llamó a la libertad en el hablar, modestia; y asegura que Zenón fue del mismo parecer. Fue instituto de los estoicos llamar a las cosas por su propio nombre, y de aquí el proverbio de aquella escuela: El filósofo hable con libertad. Decían, y no sin razón, que nada hay obsceno y vergonzoso de nombrar. Así, pues, deliran estos antipedistas, que hablan con rebozo y por rodeos, injuriando la propiedad del lenguaje. Y ¿por que abandonando el partido de los estoicos, hemos de imitar a tales majaderos? No lo permitan los dioses. Y ¿que dirán de aquellos, que no estando mal con el Pedo, llenan de baldones y maldicen a su hermano carnal y uterino el Zullón, alegando que arremete más a las narices que a el oído y que como asesino y alevoso, no deja arbitrio para defenderse de su ataque?. Llaman los Griegos bdolon al Zullón, para distinguirle de aquel retumbante y sonoro estrépito que ellos dicen porde. Los que acusan al Zullón obran de acuerdo con aquellos que acriminan la modestia, el silencio y taciturnidad, tan amada de los filósofos antiguos. ¡Oh costumbres! ¡Oh tiempos los nuestros, en que a la virtud misma se le da el nombre de vicio! ¿No es esto insultar lo que es más digno de respeto, la urbanidad y la modestia?. Porque, ¿que cosa más inmodesta, mas descarada y mas indigna del hidalgo Pedo, que meterse sin recato a guisa de truhán en una tertulia, e interrumpir con inesperado estrépito la conversación?. Y al que así se conduce ¿le llamáis, ¡que maldad! villano y descortés, debiéndole llamar político y atento?. Y ¿que diréis, si yo confundiese la calumnia contra nuestro reo, con dietamen y voto de los mismos? ¿Por ventura no son ellos los que ultrajan y maldicen sus costumbres, su vida y su naturaleza, como una cosa indecente, manchada y aborrecible? Luego puedo yo inferir con fundamento, que el Zullón sigue su opinión y trata de linsojearlos; o no es cierto aquello de Biantes, que a ninguno está mejor callar que a los que no viven honesta y decentemente. Y sino oigamos a Pitagoras: Calla o di cosa que importe más que el silencio. ¿ Que puede decir y hacer el Zullón mejor que callar? Y sin nos vienen con lo del mal olor, y de que es pestífero y molesto, decirle que es Parto, y el oler mal es peculiar de su nación: o podría el responder lo que Eurípides Decámnico, a quien echando en cara que le olía mal la boca contestó que: en ella se habían podrido muchas cosas que no pudo decir. En fin, señores Pedorreros, si yo diere en hacer una reseña general de todas las alabanzas que merece tan grande héroe, incurriría en la nota de osado y temerario. Por lo menos, los antiguos creyeron que el símbolo y prueba de la amistad era el Pedo. Marcial: La sola señal que en ti advierto de amistad, es la frecuencia con que pees, Crispo, delante de mi.
Los mismos antiguos le tuvieron con igual acierto por símbolo de las riquezas; y así los dos verbos zullar y peer, entre los griegos se toman por ostentar y aparentar riquezas. Bien lo cantó esto Crémilas en el Pluto, cuando hablando de Argidio Ateniense, muy rico, y famoso por la facilidad y soltura del muelle trasero, dijo: ¿de que pee Argidio sino de rico?. Y el otro Carión de Aristófanes, queriendo saludará su dios, tubo por más decente y mejor visto, hacer la salva con Pedos que con palabras; y así dice: Cuando al dios junto a mi veo, Admirablemente peo. Y de ahí es, que los hombres llegaron a pensar que no honraban debidamente al Pedo, si no lo ensalzaban al carácter más sublime. Por esto los egipcios, que en religión y ciencia excedieron a todos le colocaron en el número de los dioses y le levantaron y establecieron aras, templos y sacrificios; de tal modo que cuando alguno se libertaba de dolores de intestinos, arrojando en tiempo oportuno el flato conjurado contra su vida, en señal de gratitud hacia su voto, y colgaba su milagro en la capilla de este dios paisano, con el rótulo siguiente: al Pedo conservador dios propicio, porque con su auxilio se libró del peligro Fulano, hijo de Zutano; en memoria del beneficio, paga el voto, y lo P a sus expensas. ¿Para que me he de incomodar, señores Pedorreros, en referir los varones ilustres, y dignos de la memoria de la posteridad que tomaron el nombre del Pedo como de nobilísima prosapia?. De éstos es la muy antigua y esclarecida familia de los Pedones, de ella fueron Pedón Alvinovano, Pedanio Costa, Pedanio Segundo, Asconio Pedanio, Pedio el Consultar, Pedio Obleso, y Pedio por sobrenombre Quinto, L. Pedisces, Sex. Pediscio, M. Jovencio Pedo, M. Crepello. También otros pueblos y ciudades tomaron de el su nombre; también otras yerbas y frutas; tal es la que llaman Pedo de gato; porque manoseadas sus hojas huelen como pedo de gato; también el onopedo, o pedo de asno, llamada así, porque tiene la virtud de hacer peer al borrico que la come. También es menester no pasar por alto los proverbios derivados del Pedo, como: Mi Pedo no huele. Al dueño no huele mal el Pedo. Hace que tose y pee. Pee después de muerto; si es sordo, péele; y otros a este modo, que tomaron su origen del Pedo. No obstante ser todas estas cosas sublimes, y que recomiendan suficientemente nuestro Pedo, con todo, quizá alguno juzgaría su fortuna sospechosa y menguada, si no tuviese también émulos de su privada felicidad. Porque a la verdad, señores Pedorreros, es tal la naturaleza y condición de las cosas humanas, que los más excelentes méritos y memorables hazañas con dificultad se ven libres de envidia y aborrecimiento; de conformidad, que cuando todos deberían profesar la mayor reverencia y veneración a nuestro reo, proceden con tal maldad y perfidia, con tan poco miramiento, que sin catar (como dicen) la vergüenza, le persiguen de muerte, y todo esto sin otro motivo ni acusación, que porque se arroja al momento a las narices de los circunstantes, por más que lo sujeten, escapándose de entre las manos, y despidiéndose a la francesa, con gran deshonor y afrenta de su dueño. Por eso también le acusan de vago y tunante, porque desamparado la servidumbre, se escapa a escondidas y sin que su señor lo sienta: delito a la verdad tan sutil y despreciable que para no echarlo de ver, se necesita no tener pizca de juicio. Porque, no nos engañemos: ¿quién será el hombre, que hallándose preso con grillos y encadenado, si
viese algún resquicio para alcanzar la libertad deseada, no lo aprovechase o despreciase?. Ni menos es permitido a nadie quejarse del mal olor de su Pedo, cuando es una verdad certificada que nunca huele mal el propio. Pero no es creíble la crueldad y tiranía de algunos que, sin permitir su defensa, ni siquiera oír sus descargos, le degüellan en la misma cárcel, como al más malvado reo de Estado. ¡Oh inhumano proceder! ¡ Oh fuerza inaudita! ¿Dónde está ese delito?. Mostradme esa enorme maldad, por la cual, no contentos con estorbarle en la salida y que goce del aire libre lo asesináis en la misma prisión. Otras muchas cosas tenía que añadir, señores Pedorreros, a no imaginar que mi Oración, más larga y más difusa de lo justo puede fastidiar a vosotros mismos a quienes imploro por jueces y protectores y desmerecer vuestra benignidad e indulgencia. Amparad, pues, ¡Oh señores Pedorreros!, a un reo tan maltratado de frívolas calumnias y torpes acusaciones. ¿Un reo dije?. Restituid a la libertad civil las delicias de la república, la salud del pueblo, el apoyo más robusto y firme de la vida humana, y en estos trabajosos días de Cuaresma, en que nos aguarden tantos y tan grandes aprietos, si este acérrimo defensor de la salud humana no nos saca a paz y salvo. De lo contrario, ¿que dirán los extranjeros? ¿que las naciones bárbaras? ¿que la misma gente del campo? ¿los acemileros y boyeros que profesan al Pedo tanta reverencia?. Correos, señores Pedorreros, que dejar que pasen impunes a la posteridad tantas injurias y baldones; y para no cansaros, si ha de prevalecer la desgracia, si el destino se ha de obstinar contra nuestro reo por los supersticiosos escrúpulos de los antipedistas de nuestro siglo, destiérrense también las nubes; écheselas del mundo, puesto que también peen, según Estrepsíades el de Aristófanes. Proteged la causa de un inocente, al mismo tiempo bienhechor vuestro; vosotros antes de ahora habéis sostenido su dignidad: recibidle por vuestro ahijado, sostened una causa que no podéis abandonar sin cubriros de oprobio: levantadle el destierro por pública sentencia. Y si los ejemplos domésticos os enojan y desagradan, poned vuestras miras en los extraños, y en particular en los de la sabia Grecia. a un Orates me remito; a un Zenón me refiero; ambos establecedores gravísimos y acérrimos campeones de la libertad del Pedo, e igualmente de la franqueza del trasero, el uno en la república de los Cínicos, en el otro en la de los Estóicos, sectas que sólo se diferenciaban en la camisa. ¿Cómo es posible que tales jefes lo hubieran fallado de este modo, sin que precediesen la razón, la justicia y sin el visto bueno de su moral sublime y alta filosofía?. Tenéis pues a la vista, señores Pedorreros, las huellas que debéis seguir de la antigüedad. Librad a vuestros compañeros de este rubor mal entendido. Si así lo proveyereis, obligaréis a nuestro reo: apuntalaréis con apoyos sólidos el edificio de la salud pública: el trato humano quedará unido con los vínculos más estrechos e inviolables: la virginal vergüenza se verá libre de los peligros que ocurren a cada paso: la conversación de la familia de los padres y de los hijos, quedará asegurada con los más fuertes baluartes, y vuestra autoridad, honor y dignidad, digna y sólidamente establecidos. DIJE
Aqu铆: la edici贸n en pdf de 1776: http://bibliotecadigitalhispanica.bne.es/view/action/singleViewer.do?dvs=13729339350 20~689&locale=es&VIEWER_URL=/view/action/singleViewer.do?&DELIVERY_RULE_ ID=10&frameId=1&usePid1=true&usePid2=true
Publicado el 30 de messidor (18 de julio y ole)