La canci贸n
degenerada Robert Arap茅
La canción degenerada © Robert Arapé ISBN: 978-980-12-4270-3 Depósito Legal: lf 06120108001074 Corrección: Claudio Mández Diagramación, diseño y portada: Nubardo Coy Impresión: Grafiforca C.A.
Fornicaré con los lobos. Fornicaré con las yeguas. Fornicaré con los gatos. Reiré como loca y moriré a carcajadas. Miraré a las estrellas. Hablaré con la luna. Daré vuelta con los astros. Girará el mundo en retroceso y los escupiré a todos en la cara. Seré otra prostituta, sedienta de sexo entre las prostitutas. Seré la prostituta más barata. Seré un loco. Sólo cobraré unos centavos. Y, cuando los hombres se marchen del burdel, lanzaré mi risa de loca a sus espaldas. Aullarán los lobos. Brujas aladas atravesarán el resplandor de la luna. Aullarán los lobos. Latirán los corazones. Susurrarán los arbustos. ¡Oh, las voces ahogadas del mar! ¡Oh, los videntes de todos los naufragios! ¡Oh, los hombres regresando de ultramar! Miraré a los hombres a los ojos. Trabaremos nuestras lenguas. Y huiremos del burdel. Escucharemos, a oscuras, el oleaje. Y sus miembros saciarán mi hambre de perra. Sus miembros se abrirán camino en mi trasero de gata. Me burlaré del mundo. Instigaré a los cuervos a cruzar la noche, desordenada y vacía, poblada de muertos. Robert Arapé
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¡Cuán entregada está esa mujer a su locura! —dirá desde lo alto la luna silenciosa—. ¡Pobre mujer! Si es infeliz, puede atarse una piedra al cuello y lanzarse al mar. ¡Pobre diabla! Caerá al abismo, si busca la felicidad en los brazos de un hombre. Será apedreada cuando grite. ¡Pobre imbécil! Será el hazmerreír. Observen sus ojos: pozos de desdichas conmoverán a quienes miren a sus ojos. Observen su boca: si no calla, ¿cuántas tonterías no dirá? Miren nuevamente sus senos: las manos de los asesinos han dejado allí sus caricias. ¡Pobre mujer! —repitió la luna a los confines siderales—. Escuchen su voz, estrellas: ¡Pide otro beso! ¡Nunca está satisfecha! Como un espanto. Vagaré a esa hora como un espanto. Nadie caminará por las calles y, no obstante, una sombra irá a mi lado. Escucharé el silencio y creeré (¿por qué creeré?) oír unos pasos. Ni tonto ni perezosa, volaré hasta la ciudad antigua. Volaré con un sombrero puntiagudo. Cabalgaré en los cielos montada en mi escoba de anciana. Vendrán a picotearme los cuervos, sobrevolando los montes, y yo los golpearé con un lampazo. Estamparé mi sombra de bruja, oscura bandera desgarrada, en el resplandor platinado y circular de la luna. Como buena cristiana, abriendo la sombrilla, descenderé en medio de la plaza. Y, gracias a Dios (dicho lo cual me persigno), sólo me verán los mudos. Atravesará la noche este grito: ¡dejaron quemar el asado! Un pensamiento vendrá a mi cabeza: una carcajada deformando mi rostro ya deformado. También veré golpes contra mi cabeza y, luego, huiré hacia los montes. De eso sí estaré seguro: huiré silbando. ¡Pueblo maldito! ¡Cuán profundo es este pantano rodeado de serpientes! ¡Con cuánta furia picotean los pájaros 8
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hambrientos! ¡Cuán afilados tiene los dientes esta jauría! ¡Pueblo maldito, vivirás una suerte de perro! Soñaré con este pueblo cubierto de moscas. Y si alguno pidiese auxilio, lo observará la luna como una criatura extraña y, sobre todo, distante y aburrida. No obstante, yo levantaré mi rostro como quien ha tomado un trago amargo y luego lo escupe. El aire indomable del mar, también indomable, arremolinará el aire a mi paso. Será el instante de encontrar un destino para siempre. Por primera vez reiré de las causas perdidas y haré a un lado el papel de estúpida que he personificado, eso sí, a cabalidad, convencida por completo de esperar algo más de la vida. Y entonces, murmurarán algunos: ¿Sabrá a dónde ir y quién era? El destino la habrá tomado de la mano. ¿No le pareció hermosa la muerte: cerrar los ojos y partir a un lugar donde nunca existirá? Todo, excepto uno mismo, queda en la vida —susurrará la luna por su cuenta. Volaré hacia otras locuras —diré silenciosa—. Y compartiré el cielo con los cuervos. Recorreré el mundo con una flor en el culo. Correré por las calles como un viejo desplumado, sediento de venganza e inútil. Como un loco excitado, correré por la calle desnudo. Blandiré el pene en alto. Morirán de la risa y, al fin, (cuánto lo anhelé), veré sus bocas desdentadas y abiertas como una fosa inmunda. Los veré hacérseles agua la boca: soñarán con mi pene atravesando sus gargantas. Veré sus almas vacías. Dejarán de mentir: los pollos aún vuelan sin alas. Reirán como nunca. El fuego arderá cuando regresen a sus casas y, entonces, seré el último en reír. Robert Arapé
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Oh, fuego, serás inexplicable. Como ladrón en la noche. Como un nido de serpientes violento. Oh, fuego, el mundo arderá en tus entrañas. Allí, de rodillas, rezaré. Padre de toda mentira, ruega por ellos. Madre de toda calumnia, nunca los perdones. Hijo de toda traición, condúcelos directo al infierno. Esa noche cantarán las grullas y yo, vaya usted a saber por qué, las entenderé, y, con sonidos similares, responderé a sus voces. Vuelen en círculos. Hagan oír sus graznidos. Lancen sus presagios a las almas perdidas. Coman, aves malditas. Coman y alimenten a sus hijos. Coman y llévense el desperdicio a sus casas. Coman y quedarán satisfechos. Coman y tendrán un corazón contento. Oh, estrellas, la noche será vuestra. La luna estará solitaria. He aquí la oscuridad donde las estrellas brillan lejanas y pueblan las almas en pena. Oh, estrellas, las miraré con los ojos cerrados para ver la belleza cara a cara. Rían conmigo: golpearé a los tontos. Correré de árbol en árbol, eso sí, asustado. Huiré por la colina. Barreré mis huellas, y, círculo tras círculo, yo mismo perderé mi rastro. Perderé el rastro bajo la oscuridad de las estrellas. Oh, vosotras me iluminan. Una vez le tomé la mano a un ciego, confesándome ciego, y lo dejé al borde de un barranco. Oh, vosotras son mi compañía, la noche para la cual no basta el tiempo dado a los hombres. Soñaré con la noche. No oiré hablar a los muertos. ¡Soñar! Servir día y noche a reinas enanas y, con sólo cerrar los ojos, volar disfrazada de bruja. Aullará el viento. Traerá la noche nubes tempestuosas. Sin sentido vagarán los ciegos. Aullará el viento en la distancia. Traerá hojas secas y atravesará la noche su exhalación larga y silbante. Tendré que taparme los oídos. Los lobos enmudecerán sus lamentos. Mudos, el espanto cantará 10
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en sus gargantas. Aullará el viento e, imperceptible, una mano abrirá una puerta y otra mano cerrará una ventana. Los lobos aullarán a la luz de la luna; frágil y, no obstante, misteriosa; conmovida y, no obstante, lejana. Voces vagarán entre las sombras, voces masculinas vagando entre las sombras. Y entonces nevará. La nieve cubrirá la pradera. El tiempo dará vuelta a los relojes. Los mudos se taparán los ojos para ver. Nevará y la nieve cubrirá la pradera. Llegará la noche luego del amanecer. Nadie podrá evitarlo. El viento, como perro por su casa, abrirá y cerrará todas las puertas. Solas, radiantes e inmortales, desnudas se mostrarán las estrellas al atardecer. Girará el mundo. Dará la locura otra vuelta. Soñaré con una virgen metiéndole a los curas un palo por el culo. ¿Qué sienten? —preguntará la virgen. ¡La amamos! —responderán los curas. Llora, oh, madre del cielo: los pobres nunca podrán arrebatarle las sobras a los perros. Llorará la virgen en su valle: verá en sueño a los hombres con quienes no fornicará. No será el fin del mundo, grandísima loca: sodomitas cuidarán de tus cabellos. Dará la locura otra vuelta. Irán a misa las grullas. Los inválidos subirán las escaleras. Caerá la tarde luego de la noche. Dará la locura otra vuelta. Las mujeres fornicarán a gusto con otras mujeres. Los vivos dejarán en paz a los muertos. Dará la locura otra vuelta. Las santas no aceptarán la beatificación de las putas. Al final de cuentas, y ésta es la lección de la vida, sólo importa que los perros caminen en la superficie lunar. Dará la locura otra vuelta. Los tontos se chuparán los dedos y gobernarán a las naciones con los huesos en las manos. El mundo girará en retroceso. Dará la locura otra vuelta hacia atrás. Dará el mundo miles de vueltas y yo enloqueceré con el mundo, indudablemente, sin volverme loco. Robert Arapé
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Pájaros vendrán de la muerte. Perderé la razón. Vendrán a enceguecerme. Vendrán también a enloquecerme. Veré a los idiotas actuar como idiotas. Veré a los tontos actuar como tontos. Veré a los locos actuar como locos. Y, entonces, reiré. Reiré mientras los pájaros me picotearán los ojos. A oscuras, reiré. Reiré como loco. Quizás, por primera vez, reiré como por primera vez: jamás derramaré otra lágrima. Vendrán. Miles de aves volarán en círculo sobre mi cabeza y a las fosas de la muerte partirán. Surcarán la noche, vasta e infinita. Sangre correrá por mi cabeza. Sin duda, las veré. Sin duda, escucharé el silencio de todas las estrellas. Perderé la razón. Perderé el habla. Perderé la memoria. Me halaré los cabellos con desesperación. Me halaré los cabellos. Me halaré los cabellos como loca. Buscaré las paredes con las manos extendidas. Golpearé mi cabeza contra las paredes. Oh, después de pasar la noche a la intemperie, al despuntar entonces el amanecer, miraré los caminos con la mirada perdida, ciego e inmóvil, con las cuencas de los ojos vacías, ya no esperando el amor, sino enloqueciendo en medio de la espera. Miren mis manos: perderé la razón. Escucharé el silencio de los astros. Escribiré los versos más tristes esta noche. Perderé la razón. Callaré y mi silencio será como si estuviese ausente. Comeré los frutos de los árboles del huerto. Incluso comeré los frutos del árbol de la ciencia del bien y del mal. Olvidaré un lugar de La Mancha, cuyo nombre jamás recordaré, aunque lo tenga en la punta de la lengua. Frente al pelotón de fusilamiento, a mis pies los cadáveres de los soldados fusilados, recordaré a mi padre llevándome una tarde remota a conocer el hielo. Y tendré calor. Enloqueceré, y ésa será la verdadera diferencia entre un loco y yo, y, loco de perinola, viviré en un túnel solitario y vacío 12
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donde entraban los pájaros su invasión poderosa. Nadie, entre las jerarquías angélicas, oirá mis gritos. Dios no habrá muerto, y será lo peor. Será el hombre la hiena del hombre. Perderé el conocimiento y despertaré convertido en insecto. El infierno de los hombres serán los hombres, y Cristo habrá venido a traerles salvación. ¿Seré o no seré un sodomita? Aún no lo sé. Tal vez sí. Quizás no. Demonios alados se echarán a dormir y despertarán asustados por la negra razón, disfrazada de bruja. Lucharé contra la naturaleza, si ésta se opone, tempestuosa, ingobernable, a mis quimeras. Suicida, mutilado, no habrá huellas de regreso por la blanda arena. Me iré para siempre a lo profundo del océano y allí encontraré nuevos poemas. Una voz antigua resquebrajará mi alma, lejana de vientos marinos y dorada de arena. Perderé la cabeza. Lanzaré piedras a la noche. Aullaré a la luna. Callaré bajo el silencio de la noche. Ataré mis manos a los rieles de un tren. Miraré absorta la partida de un barco. Abriré la ventana y pensaré en la muerte. La mirada perdida jamás regresará de la nada. Pensaré en morir y caminaré hacia las sombras. Oiré voces. Oiré mi propia voz llamándome. Alguien extenderá sus manos. Alguien vendrá a mis pensamientos, irreconocible bajo la corriente, ahogándome, enredándose mi cabello entre las aguas. ¡Virginia! ¿Cómo será morir? ¡Virginia! —alguien gritará y miraré a mis espaldas. Virginia no será la misma. Nunca. No. Jamás. Hablaré con las serpientes. Entenderé su lengua silbante e inaudible, apenas silenciado su rastro de la adoración celestial. Desnuda, caminaré por el mundo, divina, mitológica, ancestral. Coronada mi gloria por la luz de la luna. A la sombra del árbol de la ciencia del bien y del mal copularé con los astros. A la sombra de los árboles copularé con Robert Arapé
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Adán. Y comeré de los frutos. Y probará en mis labios el sabor de su pulpa. Y volverá a besarme. Y yo lo abrazaré. Y volverá a penetrarme, entre tanto se desata el viento de la tempestad. Arderán en mi vientre los miembros de burros ardientes. Nadie lo creerá. El semen se derramará de mi vientre. Vivos e insaciables, miembros descomunales desbaratarán mi vientre. Desearé a un hombre con la fuerza de un toro. Desearé a un hombre con una pasión ingobernable. Desearé a un hombre con la belleza de un dios. Será misterioso. Tendré que recordarlo. Amaneceré en la playa, sorda, con los cabellos al viento, incandescente de lascivia. Pronto llegará la mañana. Esperaré a los pescadores regresar de alta mar y fornicaré con ellos en la arena cambiante de la playa. Las olas llegarán hasta nosotros. Arrojarán caracolas sobre nuestros cuerpos. Se enredarán nuestros cabellos con las algas. Pronto, amanecerá. El semen derramado se confundirá con la espuma. Será misterioso. Pronto, llegará la mañana. Sentiremos regresar nuestras conciencias a un mundo primitivo. De allí partirán las olas cargadas de algas, rumbo hacia nosotros. El rumor de las olas traerá a mi conciencia recuerdos de una tierra fabulosa, donde mis huellas siempre estarán de regreso. Será misterioso. Me sentiré enamorada. Y sedienta de vida. Como si el soplo de un sentimiento verdadero desmoronara mi alma furiosa y terrible, sólo para contemplar la mañana y cuanto existe a mis ojos. Miraré un día las estrellas. Como quien mira el destino cara a cara. Nada sentiré. Ni el oscuro vacío arremolinado por el viento. Como si la vida penetrase por un túnel oscuro y poblado de espíritus. Nada sentiré. Ni la triste inmensidad donde los pensamientos vuelan como pájaros oscuros, descifrando, esperando algo a cambio, una existencia 14
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cuyas ilusiones desencadenarán una noche tempestuosa y horrible, escuchándose campanadas a lo lejos, mientras alguien es sepultado en medio de esa noche triste e infernal. Sólo escucharé el imperceptible movimiento de las constelaciones, el transcurso de los astros a lo lejos, el súbito oscurecimiento de una estrella. Cerraré los ojos. Miraré al cielo como si nunca hubiese visto los astros. Como si nunca hubiese observado la noche. Como si nunca hubiese estado en la Tierra. ¡He sido un tonto! ¡Miraré a las estrellas! ¡He sido un tonto! ¡Miraré cara a cara la belleza de la vida! ¡He sido un tonto! Será la noche el escenario de mi pobre existencia. Daré lástima a quien me encuentre absorto mirando a la luna. Porque nada más tendré, salvo observar el resplandor de los astros, inalcanzable y lejano, mágico e infinito. Sólo al universo tendré por compañía. ¡Seré el hazmerreír! ¡Miraré las estrellas! Pensé (¡qué idiota!) que ese cuento de mirar a los astros me depararía quizás otra vida. ¡Seré un tonto! Tendré que buscar un espejo y reírme. Los pájaros me sacarán los ojos. ¡Miraré a las estrellas! Y, entonces, lo entenderé: tendré cara a cara a las estrellas y no podré mirarlas a los ojos. Y, entonces, lo entenderé: ellas tampoco podrán mirarme a los ojos. Ellas tampoco podrán mirarme a la cara. Nos mira y siento sus ojos mirar directamente a nuestros ojos —hablarán entre sí las estrellas—. Pobre mujer, nos mira como si sus manos se extendieran en procura de auxilio. Todo el universo se revela a sus ojos y brillan de tristeza. Quizás, no somos nada: un horizonte observado mientras piensa. Un vacío sólo comparable a su vacío. La inmensidad sólo comparable a su desdicha. El infinito sólo comparable a su tristeza. Gira el universo y gira. Se marchan los astros y regresan. Da la vuelta el universo y es un nuevo día. Da la vuelta el Robert Arapé
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universo y mira a las estrellas. Aquellos ojos nos miran. Mirando a los astros resulta más triste su tristeza. Algo quiere decirnos. Su mirada busca una respuesta en lo hondo de la noche y nada obtendrá por respuesta. ¿Aún no lo sabe? Caminará bajo la noche, vasta e infinita, y las estrellas seguirán su paso toda la noche. Caminaré bajo la noche, vasta e infinita. El viento moverá las ramas de los árboles, y, entonces, escuchará hablar al viento. Escucharé hablar al viento entre los árboles. Caminará en silencio. Como si todo fuese misterioso. Lloverá durante esa noche inolvidable y hermosa. No sabrá qué hacer. Como un acontecimiento que el destino echa a un lado para robarle a la vida un poco de alegría. Caminaba sola cuando comenzó a llover. Bajo los árboles mirará la lluvia y su propia existencia se le presentará extraña y ajena. No sabrá qué hacer. Mirará a través de una ventana y verá una chimenea encendida. Caminaba sola cuando comenzó a llover. Buscará su hogar y no podrá encontrarlo. Dará un paso y tendrá que abandonar ese camino. No sabrá qué hacer y nadie podrá decírselo. Nada lamentará al final de cuentas porque en nada cambiará su suerte que no llueva. Caminará sola sin saber adónde dirigirse. La noche estará poblada de estrellas y, no obstante, el viento tempestuoso cubrirá con su aliento a las estrellas. Caminaba sola cuando comenzó a llover. Oscurecerá la luz de la vida. Mirará al horizonte y verá todo sumido en la nada. Como si hubiese observado al interior de un túnel, oscuro y vacío, habitado sólo por el aire. Invocaré la tormenta, ferviente, ciego y ofuscado. Invocaré la tormenta. El viento levantará la arena del acantilado. Pájaros marinos cruzarán el horizonte. Nubes oscuras arras16
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trará el viento consigo, arremolinándose, como si un túnel vacío se tragara la tarde. Espinas y cadáveres de peces escupirá el oleaje. Cadáveres de peces escupirá la espuma. Despertarán las sombras de la tarde, tempestuosas, arremolinadas. Y oiré cantar a las vírgenes vestales. Oiré sus voces. Veré la pubertad de sus sexos. Veré sus cabellos extendidos y enredados por el viento. Desnudas, voluptuosas, con los brazos abiertos. Escupiré hacia el cielo. Comenzará a llover. Vagarán las estrellas en la noche fantástica. Demonios arremolinarán las nubes alrededor de la luna. Los lobos guardarán silencio. Las olas bramarán y escupiré hacia el cielo. Y lloverá en ese momento desquiciado. Vagarán las estrellas en la noche fantástica, sin principio ni medida, desplazándose sin rumbo en el abismo, cuyos agujeros atravesarán para apagarse para siempre, mientras los enamorados en la Tierra las verán perderse sin regreso. Demonios arremolinarán las nubes alrededor de la luna, silbando furiosas maldiciones (como viejos cuernos) jamás oídos desde las alturas silenciosas de la noche. Los lobos guardarán silencio y aullarán al paso de una sombra. Aullarán para que otros lobos vengan a lamer la sangre de sus huesos. Las olas bramarán. Hacia el cielo escupiré y miraré hacia arriba. La noche vagará en círculos, seguida por falsas estrellas. Los demonios harán con las nubes una soga y ahorcarán a la luna para siempre jamás. Inmóvil, bajo la tormenta, sentiré el paso de la vida. Un viento extraño se desplazará en el precipicio. Y todo lo recorrerá. Una y otra vez dará vueltas. Miraré fijamente el horizonte. Saltaré al vacío. No lo pensaré más. Caminaré a la orilla del acantilado y, sin pensarlo más, saltaré al vacío. Mi cuerpo dará vueltas como un pájaro, incapaz de Robert Arapé
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remontar el vuelo. Saltaré al vacío. Oscurecerá y veré una luz menguante. Caeré como un ave sin sentido, arrastrado por las corrientes ingobernables del aire. Nubes tormentosas estarán por cruzar el cielo despejado. Caeré al vacío. Impregnará la playa el olor de los peces putrefactos. Veré (por un momento) las rocas ante las cuales se estrellarán las olas e, inmediatamente, por el exhalar violento del aire, la bóveda celeste de un cielo despejado. Caeré al vacío, mientras el tiempo extenderá sus brazos y dará vueltas y vueltas. Veré mi niñez. Un niño cae mientras corre, y llora inconsolablemente. Corre desesperado a casa (su madre no lo espera en el portón), a punto de desatarse la tormenta, y todo lo pierde. Nunca ha probado un helado. Nunca ha salido de viaje. Nunca se ha disfrazado. Mira, inmensamente solo, desde la ventana, hipnotizado por las estrellas silenciosas. ¡Oh!, estrellas, a vosotras, inmutables, indolentes, pedirá un día una explicación. Veré mi cama y, a su lado, una silla. Alguien apaga las luces. Las sonatas callan en el piano. Algún día escribirá la estrofa de un poema, y nunca lo terminará. Ausente y distante, su amante rompe la carta, escrita para rogarle de rodillas el favor de su regreso. Como un grito de auxilio. Allí, transitando un puente bajo el horizonte cambiante del crepúsculo, desaparecerá por completo. Arrojaré piedras a los muertos. Vagaré como un espíritu en pena. Veré falos sedientos. Veré marineros abrirse la bragueta. Veré falos penetrando mi trasero. Veré falos semejantes a los miembros de los burros y pelearán entre sí para eyacular en mi trasero. Veré ojos mirándome a los ojos. La oscuridad dará vueltas y vueltas. Lo verán llorando bajo un cielo tormentoso. Arrojado a una calle solitaria y vacía, sin nombre ni destino, cubierto su rostro de lágrimas, ante una calle de farolas encendidas, perdiéndose en las entrañas del horizonte infinito.
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¡Oh, destino inmortal! Cerraremos las puertas y apagaremos la luz en la cabaña del bosque. Allí nos besaremos. Apagaremos las velas, cerraremos las ventanas, caminaremos el uno al otro como ciegos, y, allí, solos, excitados ya, nos besaremos. Nada más será la vida. Sentiré sus brazos rodeando mis caderas. Cruzará nuestra mente el mismo pensamiento. Nada más será la vida. Saciaré su insaciable apetito con mis besos. No bastará mi alma para enterrar su belleza. Como un perro desesperado y loco al esconder un hueso. Nada más será la vida. Nuestras almas se abrirán al universo. Respirará como si respirase por primera vez. Creerá llegar a casa. Creerá pisar su tierra. Creerá dormir y despertar. Su miembro derramará sus jugos en mi lengua. Tragaré, y perderá la razón. El placer derramará sus jugos en mi paladar. Entonces, izaré en la cumbre más alta mi bandera. Llegará un viento tempestuoso y arremolinado, y todo quedará disparatado y sucio, crepitando el tallo de su miembro en la hoguera incandescente de mi sexo. Robert Arapé
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Despertaré entre sus brazos. Mi piel exhalará el aroma de su sexo. Despertaré entre sus brazos. La noche dará vueltas y vueltas y amanecerá. Y yo despertaré entre sus brazos. Soñaré mirarlo a los ojos y, a los ojos, él me mirará. Su sexo permanecerá despierto. Nos besaremos una y mil veces. Piensen lo que piensen los curas. Digan lo que digan las leyes. Hablen lo que hablen los hombres. Nos besaremos una y mil veces. Ningún placer derribará las murallas levantadas por su sexo, enterrado en mi trasero como al cabalgar un labriego sobre caballos salvajes, enterrado hasta las profundidades de mi alma, en cuyo territorio se desplaza y borra su rastro. Verán, en el horizonte, una figura cabalgando rumbo a la noche. Como si la distancia ocultase su verdadero destino, arrojaré al viento miles de piedras. Sentiré por primera vez la extraña sensación de vivir por primera vez. Un viento tempestuoso abatirá los árboles. Sentiré el paso imperceptible de la tarde. La vida me hablará en silencio, y en silencio escucharé. Abriré mi psique como un bosque. Resplandecerá la luna, allá, en lo alto. Lo veré cerrar los ojos. Lo veré pensar y oír el murmullo de animales extraños. Lo veré desnudo. Como un soldado vencido, embriagado por la guerra. Será como el hombre primigenio. Lo veré desnudo. Y desearé besarlo. Sus labios serán como frutos maduros; sus ojos, como hermosas lagunas reflejando la tarde. Lo veré dormir sobre el mundo y desearé besarlo. Su miembro será como un húmedo fruto. Desearé, sí, desearé saborearlo. Su miembro será como un húmedo fruto. Lo acercaré a mis labios. Y abriré la boca. Lo engulliré hasta saborearlo, embriagado de saliva, vivo, palpitante, excitado.
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Un fuego desconocido arderá en sus caderas. Permanecerá con los ojos cerrados. Respirará una satisfacción hasta ahora lejana y cuya presencia olvidó. Permanecerá con los ojos cerrados. Yo besaré la boca secreta entre sus nalgas. Mi lengua humedecerá esos labios. Y, labio a labio, le introduciré la lengua. Separaré sus nalgas con mis manos y, en ese momento, besaré esa boca, humedecida y ardiente, a la espera de ser besada y palpitar al contacto de mi lengua. Besaré de nuevo su boca y su boca me pedirá otro beso. Un beso prolongado trabará nuestras lenguas. Todo su cuerpo pedirá un beso de rodillas. Yo escupiré entonces mi sexo, descomunal como un brazo, y lo engullirá como una boca, desdentada y hambrienta. Como un lobo que devora la pierna de un alce y luego se chupa los huesos. Resplandecerá la luna en lo alto y no la veremos. Abriré mi psique como un bosque. Lo recorrerá un viento tempestuoso, un intenso aroma a tierra mojada, un sombrío aire neblinoso. Y allí las ramas extendidas desprenderán sus hojas y darán vueltas y vueltas. Vagarán por el aire hasta descender en una inexplicable lejanía. Y allí encontrarán un sepulcro con su nombre, una lápida a ras de la tierra. En los alrededores despejados, resplandecerá una luna moribunda y allí caeré de rodillas. No sabré cómo ni por qué: vagaré sin suerte entre los árboles. Caminaré sin destino horas y horas. Andaré tras mis pasos y caminaré, horas y horas, en círculo. Oiré el graznido de los pájaros. Sombras andarán entre las sombras. Alguien andará tras mis pasos. Alguien observará desde lo profundo del bosque y me verá de espaldas, como siguiendo un rastro.
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Hacia la luna habré de perderme. Creeré, por un momento, escuchar a alguien y entonces miraré hacia atrás y a nadie veré. Veré mariposas negras volar en espiral hacia la luna y perderse hacia lo alto. Abrazados, la pasión de un solo beso anudará nuestras piernas. Desatará la tempestad en nuestras almas. Besándonos, nuestros sexos arderán en llamas y arrojarán nuestros cuerpos a la hoguera. El calor fundirá nuestras almas en un solo beso, a veces inmortal y, a veces, también desesperado. ¡Besarnos! Y así restarle sentido a la vida. ¡Besarnos! Como estrellas radiantes, eternamente, entre las constelaciones ardientes y, no obstante, nunca en la tierra observadas. Daremos vueltas y vueltas. Con los sentidos abiertos. Con los ojos cerrados. Saboreando otra lengua. Humedeciendo otros labios. Saciando otra lengua. Despertando el apetito en otros labios. Concibiendo por una vez la vida como un sueño. Apenas respirando. Apenas existiendo. Girando en la noche. Girando con la luna girando alrededor de la Tierra girando con los astros. Soñando con la existencia del tiempo, cuyas agujas también darán en los relojes vueltas y más vueltas. El resplandor de la luna nos encontrará en el bosque. Dejará el hacha clavada en el árbol y, como piedra su sexo, como la noche su espíritu, se bajará los pantalones. Penetrará mi vientre con instinto violento. El resplandor de la luna nos encontrará en el bosque. Empujará hasta el tronco el grueso calor de su miembro. Miraré a la luna, desdibujada entre el follaje. Penetrado a los pies de un árbol, brillará en mis ojos el resplandor de la luna. Buscará mi boca. Cerraré los ojos al momento de besarlo. Como si todo lo borrase con su boca 22
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y un sentimiento perdurable aún palpitara en sus labios. Seremos dos hombres sin patria. Seremos dos amantes sin templo. Seremos dos seres sin creador. Me abrazará con una posesión absoluta, cuyo pacto sellado con su semen y mi sangre me desbordará de lujuria. Abriré los ojos como si en un sueño me encontrase con la noche, ciego durante el abrazo que habrá de cegarme. Fornicaré como una perra. Fornicaré con todos los hombres. Y quizás pueda lograrlo: fornicaré con todos los hombres a diestra y siniestra. Miraré el magnífico sexo de todos los hombres. Fornicaré con los reyes de la tierra. Mostraré mi trasero a todos los hombres. A los cuatro vientos gritaré que estaba a la espera. Fornicaré con todos los hombres. Dará el mundo otra vuelta. Cabalgaré la llanura montado en el pene de Bolívar. San Francisco de Asís me enseñará su miembro descomunal bajo los hábitos. Soñaré con Dalí, masturbándome infatigablemente y embadurnando con mi semen las pinturas de Picasso. Lameré el sexo de Adán. Sodomizaré al ángel Gabriel, envuelto entre sus alas, mientras caemos, rodando en el aire, expulsados del cielo. Oscar Wilde se pondrá en cuatro patas. Derramaré mi semen en la lengua del marqués de Sade. Morderé el miembro de Drácula para chuparle la sangre. Y meteré la espada de Don Quijote en el culo de Sancho Panza. Fornicaré con vivos y muertos. Fornicaré a diestra y siniestra. John Lennon encontrará finalmente la paz entre mis nalgas. Marx habrá de masturbarme con la mano izquierda. Como un girasol desflorado le dejaré el culo a Vincent van Gogh. Kennedy partirá a la muerte después del último beso. Hacia las islas Galápagos navegaré con Darwin y en su culo destilaré mi esencia animal. Jorge Luis Borges tocará mi sexo y (oh, desgracia) no podrá contemplarlo. Encontraré en las calles oscuras de Londres a Jack el Destripador, con los pantalones abajo y la capa oscura ondeando en el viento. Fornicaré con Edgar Allan Poe hasta el espanto. Buscaremos viejas Robert Arapé
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tumbas y, anhelante por atravesarle el culo, desenterraré los huesos de sus antepasados. Homero preferirá meterme un dedo en el culo y aun después fornicará mi alma inmortal, sin tiempo ni espacio. Y seré la morada de todas las serpientes. Seré el fruto prohibido del árbol de la ciencia del bien y del mal. Seré el crepúsculo de la mañana. Seré las torres humeantes de Auschwitz. Seré un sacerdote añadiendo mentiras a la Carta a los romanos. Seré el sordo silencio de las películas de Charles Chaplin. Seré un huérfano. Seré el último lector de Pinocho. Seré un cubo de azúcar transportado por un ejército de hormigas. Seré una cucaracha muerta. Seré el silencio más intenso del orgasmo. Seré un alma perdida. Seré el llanto de una madre. Seré el viento tempestuoso arremolinándose en el cielo, desdibujando la luna, ocultando entre las nubes las estrellas. Seré también la poesía. Seré la petición de un mendigo. Seré el último día de un suicida. Seré la mano de Chopin tocando nocturnos en el piano. Seré la carcajada de Goering burlándose de su propia risa. Seré una llaga. Seré la saliva de garganta profunda. Seré las lágrimas de la virgen María. Seré el hombre más bello sobre la faz de la Tierra. Seré la sanación de los leprosos. Seré el perdón de los pecados. Seré las hojas del otoño arremolinadas por el viento. Seré la embriaguez de la loca Luz Caraballo. Seré un amor imposible. Seré un amante abandonado a la luz de la luna. Seré el lejano resplandor de una estrella. Seré un ataúd, rodeado de rosas. Seré el rostro desmaquillado de un payaso. Seré una hogaza de pan. Seré una sangrienta puñalada. Seré una carta del tarot. Seré la infancia de Ana Frank. Seré la primera maldición de la mañana. Seré la palabra “fin” en las novelas de Virginia Woolf. Seré la virginidad perdida. Seré una mariposa en el aliento de un bosque encantado. Seré el paso imperceptible de la noche. No seré nada ni nadie al final de cuentas, excepto un ser sin importancia ni nom24
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bre, alguien jamás recordado, mientras el viento abate las ventanas. Seré otro hombre mientras el sol despunta. Pensaré: esa mañana será desconocida, como si en el universo se encendiera un faro y, a través de la distancia, su haz desgarrase las sombras, a la orilla de una playa donde miraré al horizonte, vacío y lejano, tentado por lanzarme hacia sus profundidades. Seré otro hombre. Esa mañana se encontrarán nuestras lenguas, como por última vez, como por vez primera. Como si mirar a la ventana me borrase la memoria y no tuviese, lógicamente, recuerdo de otro beso. Observaré el amanecer en sus ojos. Veré los confines del mundo y exhalaré su aliento. Le pediré que me bese mirándolo a los ojos. Bésame una y mil veces. Y bésame luego otra vez. Cantarán los pájaros. Un beso nos encaminará hacia el resto de la vida y sentiré el paso hacia la nada. Sentiré la vida sin principio ni fin. Ni sabré adónde va, ni de dónde viene. Girará el universo y no tendré memoria de su verdadero sentido. Miraré hacia atrás y veré el cielo reflejado en sus ojos. Olvidaré el rumor del viento entre los árboles. Olvidaré el triste crepúsculo de octubre. Olvidaré la noche anterior al despertar. Girará el universo y no tendré memoria de su verdadero sentido. Todo lo olvidaré. Excepto el vivo color de sus manos, una caricia involuntaria como esencia de sus sentimientos, la respiración asfixiante del placer. Todo lo olvidaré: la noche poblada de estrellas, el piar de los pájaros por la mañana, el hombre que una vez seré. Así sentiré el palpitar del mundo entre sus manos. Nada pensaré de ahora en adelante. Amasaré su miembro. Aumentará su grosor para luego enterrarlo en mi garganta. Nada pensaré de ahora en adelante. Nos fundiremos como una sola materia que excluye la muerte. Encadenados con la materia de la nada. Robert Arapé
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Se deslizará hacia mi vientre, moviéndose entre mis piernas, abrazándose a mi espalda. Cruzando sus brazos en mi pecho. Sentiré su miembro moverse. Nada pensaré de ahora en adelante. Sentiré la dimensión absoluta del cielo y, si abriese los ojos, una emoción sideral destellará en mis pupilas y cerrará mis párpados. Sentiré el resto de su vida atada a un solo deseo: penetrarme para seguir viviendo. Nada pensaré de ahora en adelante. Se lanzará sobre mi pecho para buscar una manera deliciosa de saciarse. Le pediré al oído otro beso. Y luego le diré que vuelva a besarme. Dormiré desnudo, solo, primigenio. Viviré en la inconsciencia, soñando, como si nunca hubiese abierto los ojos, como si desconociese por entero el mundo y no tuviese ni recuerdo de las manos que entonces me forjaron. Caminará descalzo. Mirará a la lejanía, pensando, un vasto mundo en cuyo pueblo más pequeño podría hacer fortuna, y, no obstante, cerrará la ventana, con tal de no rebasar los límites apenas demarcados del presente. Soñaré. Soñaré con el árbol de las amarguras. Alguien sembrará su semilla durante la noche y extenderá sus ramas una mañana inadvertida. Crecerá un arbusto alimentado por una tierra abandonada. Resistirá a los vientos. Apenas lo deshojará la lluvia. Morirá de sequía y, sin embargo, pálido, esquelético, retoñarán sus ramas. Soñaré, oscuramente, caminar entre sus hojas y morder, hambriento, sus frutas. Soñará. También soñará. Soñará con el árido paisaje de una llanura. Bajo los árboles, dormirá desnudo. Huirá a una tierra sin dueño y, en una lengua de significados nacientes, la llamará Sodoma, el paraíso donde se escucha una voz como trueno y allí hablará con las serpientes aladas, olorosas aún a su naturaleza angelical. Una serpiente les mostrará las regiones más bellas de la 26
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Tierra. Soñará con un viento tempestuoso que girará una y mil veces y huirá con las serpientes que apenas acaban de llegar a la Tierra. Soñarán. También soñaremos. También soñarán con la Ciudad de la Llanura envuelta en una fiesta tumultuosa y horrible. Los hombres llenarán una y mil veces sus copas y las vaciarán una y mil veces. Soñarán con un mundo oscuro y revuelto, donde los reyes fornicarán debajo de las mesas, habiendo asesinado en casa a sus mujeres. Serán testigos de una civilización en cuyos castillos los soldados se anudan desnudos en los baños. Como un nido de ratas. Uno se acoplará al trasero del otro. Hundirá su miembro hasta el tronco y luego lo moverá con furia. Uno delante del otro. Uno detrás del otro. Los gemidos se escucharán como oraciones. Los miembros lanzarán sus mordidas y escupirán su veneno. Verán traseros voluptuosos. Verán piernas deseables. Verán lenguas abriéndose paso entre la carne. Verán la imposible lejanía que separa al mundo perfecto de una triste realidad, engendrando semejante ficción. Verán a los hombres con los traseros abiertos. Verán bocas ofreciendo sus lenguas. Verán manos masturbando sexos ajenos. Soñarán con el amanecer que apenas despunta, mientras caen las primeras gotas de una lluvia infernal. Miraré hacia atrás. El viento me levantará el cabello. Veré caer bolas de fuego y decidiré regresar. Correré como loca. Con los cabellos al viento. Correré descalzo y me alcanzará el fuego. Abriré las puertas, a gritos, y veré aquel infierno de hombres fornicando a través de las llamas. Un relámpago mudo atravesará entones el cielo. Soñarán con la ciudad en llamas, hecha cenizas. Tendré que vestirme de luto. Tendré que consolarme solo. Habitar entre las piedras hasta comprobar también la muerte inevitable del mar. Y, entonces, partiré ese día. Jamás encontraré el camino de regreso. No quedarán vivos ni los gatos. No queRobert Arapé
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darán vivas ni las piedras. No quedarán vivos ni los perros. Caminaré dormido. Caminaré sonámbula. Tumbaré las sillas y golpearé las ventanas. Caminaré a través de las sombras, despeinado, loco, espectral. Caminaré sonámbula. Caminaré dormido. Escucharé una voz inaudible y obedeceré esa voz sin escucharla. Caminaré como un ciego que sabe adonde se dirige, ignorando los obstáculos que se llevará por delante. Tumbaré las sillas y golpearé las ventanas. No sabré dónde estaré. Mi espíritu vivirá por su cuenta, libre, frenético, infernal. Mi espíritu tendrá oscuros propósitos y me tomará de la mano para arrojarme a abismos profundos. Tumbaré las sillas y golpearé las ventanas. Sonámbulo, intentaré abrir la puerta y estará cerrada. Caminaré en círculo y luego intentaré abrir nuevamente la puerta. No sabré dónde estaré. Tumbaré las sillas y golpearé las ventanas. Caminaré dormido. Caminaré sonámbula. ¡Oh!, lo veré. Veré los cielos incendiados. Veré un burro devorado por una lluvia de langostas. Veré murciélagos arrancándose las alas. No sabré dónde estaré. Veré un rostro observando la pobreza y luego abrir su boca en una irremediable carcajada. No sabré dónde estaré. Extenderé mis brazos al vacío, rogándole misericordia a la nada y nada encontraré. Tumbaré las sillas y golpearé las ventanas. Veré los peces nadar en un río de sangre. Veré libres a los asesinos. Nunca oscurecerá, y, si oscureciese, nunca amanecerá. Tumbaré las sillas y golpearé las ventanas. Oiré voces de auxilio. Oiré voces, llamándome desde la infranqueable lejanía de la nada. Oiré gritos. Oiré confesiones vagabundas. Oiré maldiciones. Oiré la celestial alabanza de los ángeles. Tumbaré las sillas y golpearé las ventanas. Oiré eructos. Oiré ladridos. Oiré callar antiguas oraciones. Oiré cantar sirenas a la orilla de la playa. Oiré el oscuro silencio del viento y su susurro melancólico al desplazarse entre los arbustos. Oiré a los sacerdotes llamarme sodomita o marica 28
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(en otra palabra) y, luego, oiré la voz de Dios expulsándolos del paraíso. Viviremos juntos. Transcurrirá la noche. Las nubes enturbiarán el resplandor de la luna y, al despertar, recordaré esa visión de la luna perturbada. Viviremos juntos. Conoceré como nadie la ahogada pasión de sus labios. Mi corazón latirá con el suyo. Cerraré los ojos y la lengua de sus besos ardientes dejará una huella en mi garganta. Nada más existirá: su lengua perturbará mi percepción (nada más existirá), no obstante impresionable ante las estrellas más lejanas. Cerraré los ojos. Un fuego incandescente consumirá nuestras lenguas. Mi corazón latirá con el suyo. Compartiremos una esencia que, desde siempre fragmentada, vuelve nuevamente a unirse. Viviremos juntos. No podrá comprenderlo del todo, estúpida, animal y tonta, mi alma de poeta. Lo amaré hasta la satisfacción absoluta de los besos. Escribiré su nombre con todas las estrellas y, una noche despejada, contaremos las estrellas. Habrá un resplandor de estrella en su mirada negra y sus ojos serán más oscuros que el mismo firmamento. Viviremos juntos. Cerraré los ojos ante el crepúsculo menguado y le diré cuántos pájaros vuelan hacia el este. Lo miraré a los ojos y veré su destino: estaremos juntos, pensaré besándolo. Estaremos juntos. Me desnudará, si lo desea. Me amará tomándome de la mano para recorrer el mundo. Sucumbirá largo rato y esperará la muerte, abierto al ávido dominio de mi miembro, a punto de enloquecer al contacto de su piel profunda, cuyo abrazo lo hace renacer y luego lo aniquila. Estaremos juntos. Estaremos juntos cuando observe la oscura dimensión del cosmos, semejante al silencio circundante que entonces nos abrazará sin reservas. Juraré amarle. Nunca dejarlo partir. Nunca la lluvia volverá Robert Arapé
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a encontrarlo en la calle, donde, ebrio de pasión de locura, a veces duerme. Nunca seguirá la luna, a lo largo de la noche, por la sola ilusión de encontrar un hogar. Juraré amarle ante Dios. Juraré amarle, de rodillas. Juraré convertirme en polvo, a la misma hora en que sus huesos regresen al polvo, enterrados en la misma tumba. Mi corazón enamorado respirará la fetidez de la pradera. Amaré los ojos de ese hombre que, desde los confines del universo lejano, me sostiene la mirada y me ilusiona. Amaré a ese hombre cuya boca me muerde los labios, y, abrazado a su pecho, oyendo su corazón palpitar, el deseo me aprisiona como una serpiente y me muerde. Escucharé su voz, el cálido aliento del misterio de los siglos, murmurando sueños inconclusos, ese sueño que interrumpe la vigilia para siempre. Y responderé. Y mi alma saldrá a buscarlo. Ladrarán los perros en la noche. La vieja lámpara se me caerá de las manos. Lloverá y no regresaré a casa hasta encontrarlo. Nos desnudaremos como si echásemos el tiempo hacia atrás. Como si estuviésemos en el paraíso y copuláramos bajo los árboles. Sentiré su cuerpo penetrando mi cuerpo por completo. Sentiré la tierra donde me penetra sin saciarse. Sentiré los cielos abiertos y convulsionar sus colores hasta convertirse en una sombra completa. Lo miraré a los ojos y sabrá que lo mira un hombre ilusionado. Lo miraré a los ojos y reiré como un loco que, si ha vivido con las manos vacías, ahora creerá que todo lo posee. Caminaremos solos bajo los cielos estrellados, escuchando el rumor del viento entre los árboles. Y comeremos los frutos del manzano. Y navegaremos solos hacia un mar infinito. Morderé la manzana que tomará de lo alto y nuestros besos tendrán el sabor derramado del pecado inconcluso. 30
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Y, si sueño, nuestra barca se moverá lentamente mientras nos besamos. Perderé el sentido y miraré más allá del horizonte, con los ojos abiertos, con los ojos cerrados, y trataré de encontrarlo con esta mirada que todo lo pierde de vista, desdibujado su cuerpo por la muerte, pulverizados sus huesos en el polvo que atravesarán las tinieblas. Allá. Contemplarán la luna, resplandeciente y límpida, sobre las ruinas de la cabaña en el bosque. Vendrán atraídos por el rumor de una cópula inaudita, y, al acercarse, respirando el aire húmedo de la medianoche, verán, ¡oh!, los verán, los cuerpos de dos hombres desnudos, el nudo indesatable entre sus piernas. Vendrán. Escucharán las respiraciones ahogadas, el gemido de una libertad punzante. La felicidad se reflejará en sus caras. Los oirán murmurar. Habrá un silencio de quien presencia besos constantes y, un momento después, estará de más. Un olor a sexo se respirará en el aire. El tiempo girará hacia atrás. Juraré amar a ese hombre con la fuerza de los elementos, arrodillado ante la luna, cerrado el puño con hojas y arena. El tiempo girará hacia atrás. No habrá pueblo ni edad que desconozcan esa cópula negra, ni la sórdida poesía que ha dado lugar. La escucharán los sacerdotes y la enviarán a la mierda. La pronunciarán las brujas durante sus ceremonias. Hojas sin vida se arremolinarán en el cielo. Vendrán. Los perros de caza desenterrarán unos huesos. Todos se preguntarán si esa historia es mentira o es verdad. Vendrán todos los sodomitas vivos, acompañados por las almas de los sodomitas muertos, hermosamente fornidos y los esperarán el fuego y el granizo. Los cadáveres de una bandada cubrirán la tierra. El hedor de sus plumas traerá a la memoria el inolvidable sabor del licor mezclado con el semen. Allí, cualquiera podría enloquecer de lujuria. Allí, el demonio fornicó con los hombres en forma de gato.
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Si escuchasen atentamente, oirán una voz susurrante. Un alma arrebatada por el viento también extenderá sus brazos. Será levantada de la tierra a través de los siglos, dando vueltas en el cielo como un molino loco y triste. Sus almas trascenderán a todo espacio: vivirán unidos. Los excolmugará la iglesia, enviada al demonio. La naturaleza susurrará con el viento, siempre entre el follaje. El mar arrojará las algas a la orilla y, allí, los abandonará en medio de la espuma. Los hombres los mirarán a los ojos. Dios los mirará desde el cielo y nadie sabrá qué piensa. Las mujeres serán libres, al fin, de una especie a la cual nunca pertenecieron ni pertenecerán. Los ángeles desearán unírseles y ellos desearán unirse a los ángeles, para fornicar volando, cayendo sin caer, desde la cópula del cielo. Y el día y la noche, tomados de la mano, transcurrirán hacia el día y la noche siguientes.
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Girará, sin duda, el universo. Huiré de los lobos. Aullará el rey de la manada y a lo alto del risco vendrá el resto de la manada aullante. Caeré entre los árboles. Huiré de los lobos. Escucharé aterrado sus ladridos. Aullará el silencio en los confines de la noche y, en la calidez nocturna, vagará un hedor de hocico, una respiración furiosa y repugnante, reduciendo la distancia con vehemencia, sin dejar una huella sobre el pasto. Desaparecerán los misterios que pueblan la noche. Oh, huiré a lo profundo del bosque. Huiré por sendas desconocidas. Aullará el rey de la manada y a lo alto del risco vendrá el resto de la manada aullante. Las estrellas dirán donde me encuentro —bajo una piedra, colgado de una rama— y hacia allá partirán, a toda carrera, oliendo el rastro de mi sangre. Habrá tiempo aún para mirar al cielo y maldecir en voz alta a los astros. Olerán mi sangre. Olerán la tierra donde sepultarán mi osamenta. Olerán mi aliento. Escucharán mi corazón palpitante. Me leerán el pensamiento. Verán mis huellas aún ocultas en la oscuridad. Nada más se moverá en la noche. Robert Arapé
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Oh, desgracia, sacudiré el árbol donde duermen las aves. Enamoradas de la luna, volarán en círculo sobre mi cabeza. Los lobos comerán esta noche. Las aves de rapiña me picotearán los ojos. La manada detendrá su carrera y los excitará el olor de la sangre cercana y, oliéndola, correrán a ella como huyendo de una peste. La sangre de mi carne viva correrá por sus gargantas. Cavaré mi propia tumba. Desesperado, loco, extraviado y perdido, cavaré como un perro loco, escuchando ladridos encontrados. Cavaré mi propia tumba. La sangre me pulsará las sienes. Los lobos darán vueltas y vueltas sobre la tierra que cubrirá mi cabeza. Cerraré los ojos. Los pájaros picotearán la tierra. Oiré ladridos. Oiré el batir de las alas. Y me taparé los oídos. Oiré una guerra terrible. Oiré el gruñir de mordidas encarnizadas. La tierra respirará la sangre cubierta de plumas y hederá al calentarla el sol por la mañana. Correré a lo largo de un túnel, sin días ni noches que den razón de este mundo. Oh, noche, atravesaré así la noche, como si hubiese excavado, a través de la noche que surca las edades, ese camino subterráneo y asfixiante, cuyo transitar me ausenta de la vida y me borra de la faz de la Tierra. Oiré reptiles desplazándose en el agua, sapos orquestando su apareamiento nocturno. Nada veré de ahora en adelante. No obstante, cuán extraño e ilógico, aún no podré considerarme perdido. Veré un resplandor lejano. Veré una estatua sin brazos. Veré un perro desgarrando un cadáver desnudo. Veré símbolos satánicos. Veré una orgía de hombres enrollados en el lodo, a cuya tentación no podré resistirme. Desearé por un instante vivir a mis anchas y sentir y buscar la satisfacción del menor de mis deseos. Todo será como un recuerdo, de vuelta de un país extraño.
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Vagaré por la noche, a cada paso abismada. Caminaré a toda prisa a través del bosque y sentiré presencias siguiéndome deprisa. Caminaré como loca. Como si atravesase la vida y los muertos extendieran hacia mí sus manos. Caminaré deprisa. La luna resplandecerá en el más allá, pálida y silenciosa, dando respuesta a las plegarias desde siempre inaudibles, como una gran farola tras mis pasos. Oiré ladridos. Oiré el crepitar de la madera utilizada como antorcha. Miraré alrededor y sólo sentiré las vueltas de un aire frío. A prisa seguiré por mi camino y desearé contemplar el resplandor de las estrellas: sus figuras zodiacales con sus puntas destellantes, entre miles de puntos destellantes del firmamento infinito. Azotará la costa un viento inexplicable. Bramarán las olas y yo, bruja a merced de la noche, atravesaré la noche montada en mi escoba. Volaré oculta de los búhos. Volaré hacia la nada en mi escoba. Dibujaré en el cielo un círculo plateado. Volaré. Oh, volaré hasta que sucumba en el silencio el lenguaje de mi corazón desquiciado y la figura desgarrada de una bruja, con sombrero puntiagudo de ala ancha y carcajada de loca, se pierda hacia la luna. Soplará un aire frío. Como si Neptuno soplase furioso y hundiese barcos y despertase monstruos gigantescos. Volaré hacia lo alto de un risco. Invocaré a los vientos y, desde los cuatro puntos cardinales, los enviaré contra las fuerzas antiguas. Clamaré a la profunda perdición de las aguas. Invocaré el devastador misterio de la tempestad y azotará la costa un viento sin naturaleza. Mostraré mis cicatrices. Hablaré con la angustia de quien corre y mira hacia atrás. Lanzaré un ojo perdido al vacío y, al recordar el canto de las grullas, me taparé los oídos. Un remolino dará vueltas en la tempestad. Veré emerger el viento desde los misterios de los siglos y hablar con las constelaciones radiantes, cuya potencia se apagará en medio de la noche. Robert Arapé
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Lánzame, oh, mundo, al vacío. Daré la espalda a otros destinos. Me despeñaré por la montaña. Respiraré como alguien vivo. Miraré al cielo y descifraré los signos trazados por las constelaciones. La noche exhalará un aire puro, el viento que, renovado, abandona la lejanía del mar y viene a morir en la tierra, dejándolo todo a mitad de su rumbo. Moriré al lanzarme desde el risco más alto y regresaré de la muerte antes del alba. Abriré las puertas de los muertos y las cruzaré dejándolas abiertas. Regresarán los muertos tomados de mis brazos. Contemplarán una vez más el mar, las olas rompiéndose contra las piedras, cubriendo la playa de peces y algas, y de ostras y estrellas. Un olor que respiraremos aun en la memoria al regresar al más allá. Esperaremos la fortuna de vivir al despertar de esa jornada en la tierra, al término de la cual si no llega tal suerte hemos sido felices, hemos compartido las copas de una dicha sin causa y que, no obstante, nos embriaga y entristece, al agotarse el último trago de la última botella, y, sin embargo, vuelve a prometernos algo más que lo soñado y lo obtenido. Los perros olfatearán presencias de ultratumba. Nadie nos observará correr hacia la madrugada. Ni aun soñando nos verán atravesar las montañas ondulantes. Daremos un paso y atravesaremos las distancias. Tendrá la luna un resplandor espectral y al llegar al cementerio les diré a los muertos que regresen a sus tumbas. Oh, mundo, yo vagaré por la vida. Vagaré por el muelle y, como un lobo marino, aullaré a la luz de la luna. Correré por las calles vacías. Mi espíritu arremolinará las hojas, enturbiará las nubes alrededor del satélite terrestre. Sabré el verdadero destino de los gatos. Agitaré los jardines con un viento tempestuoso. Difundiré en la noche una atmósfera espectral. Vagaré por callejones silenciosos. Apagaré las farolas de los parques. Sacudiré la madrugada con el aliento 36
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de los robles. Inspiraré una canción lejana y hermosa, tomado de la mano por la melancolía, y cuya idea surgirá ante las olas, bramantes y sucias, capaz de percibir la turbulencia de un destino para luego expresarlo y escupirlo. Y así y así rodaré como un viento que sacude las ramas y hace palpar su presencia con signos nunca propios, hasta desaparecer en la nada, mientras sus misterios retornan noche tras noche, como llantos terribles que terminan por derruir el silencio. Miraremos la tierra desde el cielo. Seremos una sombra desgarrada, desplazándose sin ninguna forma ni sentido, tan abiertamente arrojada a lo alto como la bandera de una nación sitiada. Partiremos a la lejanía y capturaremos un momento sin memoria, sin la posibilidad de hablarnos de un pasado inconcluso, semejante a ruinas roídas por las ratas. Volaremos hacia el sol, incandescente, ígneo, dando vueltas alrededor del pueblo, donde se desplazan por igual las sombras de la iglesia, ahora triste en sus campanadas sordas. Miraremos la tierra desde el cielo. Como espíritus a los cuales la materia no reservó con la muerte una última morada, excepto la noche y la oscuridad que ésta engendra. Iremos de un lado a otro hacia el norte. Iremos de un lado a otro hacia ninguna parte. Algunas farolas iluminarán la noche. El resto estará a oscuras. Y, en esa oscuridad que todo lo cubre, rota a momentos, algunos se dirigirán a sus casas. No será necesario mentirnos más: perderemos la vista. Hacia otro destino nos guiaban las estrellas. No las vimos. Peor aún: iluminaban claramente nuestro norte y no quisimos seguirlas. Dimos la espalda a la estrella más refulgente y cerramos los ojos al indicarnos el camino. No volveremos a encontrarla. No tendrán nuestras almas una vida para tomar un último destino. Soplarán en el viento. Y con el viento desaparecerán hacia la nada. Robert Arapé
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Hacia otros destinos nos guiaban las estrellas. Nos aguardaba un momento espléndido, un sentimiento que rebasaría toda dimensión, sin lengua para pronunciar el palpitar de ese silencio, un pensamiento que diese cuenta de una vida hasta ahora alcanzada y para todos perdida. Bastaba esperar que transcurriese la noche. Bastaba que muriese la luna. Y no despertamos. Terminó la noche y comenzó el día y comenzó la noche y no llegamos a ninguna parte. Nos echaron barro en la cara. No despertamos. Nos tragó la tierra. Nos desintegramos como una mordida en la boca. Su fuerza nos arrastró, turbulenta, furiosa, arremolinada contra las raíces. Oh, mundo, así llegamos al lugar señalado por la estrella más alta, y miramos al cielo, sin equivocarnos. Oh, mundo, aquí era: el mar bramaba desde la lejanía oscura. El rocío de las olas espumosas nos escupía el rostro. Seré un extraño. Sí, ya lo dije. Seré un loco: viviré día y noche por las calles, sonriendo como si soñara con diversiones de circo. Me faltarán palabras para decir lo idiota que soy. Seré un converso: he ido al templo y, de rodillas ante el altar, confesé mis pecados. Yo, que siempre he mentido, dije la verdad. Dije la verdad y lloré. Resplandecían los cirios en el templo a oscuras. Como si muriera y despuntara en mi espíritu una nueva vida. Me faltarán palabras para decir lo idiota que soy. Seré como un rey agotando esta vida como un perro. He deseado a los hombres toda la vida. Y no hay nada más hermoso que mirarlos mientras se desnudan. Cerrar los ojos para abrazarlos desnudos y naufragar abrazados hasta donde nos lleve la vida.
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Si me quedara solo, ojalá no perdiera la esperanza y, cuando necesitare a alguien, no necesitare nada. Si perdiese para siempre la alegría, cantaré el himno silencioso de los ángeles, y luego callaré para siempre. Mudo, inmutable, entonaré estrofas gloriosas. Si después de esta noche no despertase, soñaré con las estrellas magníficas. Andaré por un camino entre los árboles, estremecidos por el viento, observando una tras otra las estrellas. Regresarán mis huesos al polvo. Vagará, en la sombra estrellada, mi esencia invisible y entonces constelada. Si pudiera comenzar de nuevo, despertar apenas despunte la mañana y detenerme nuevamente bajo los árboles del bosque, y jamás haberlo encontrado... Pero es imposible. Todo termina. Simplemente, sueño. Y estoy embriagado. Vería la idiotez del mundo si fuese un idiota. Vería la estupidez del mundo si fuese un estúpido. Vería la inmundicia del mundo si fuese un inmundo. Veo la belleza del mundo y, sin embargo, soy un espanto, un monstruo sin orejas, un loco corriendo por las calles dando vueltas a sus brazos. Veo el universo infinito y, no obstante, mis días están contados. Tendré pesadillas horribles. Escucharé la voz enfurecida de un ángel, dispuesto, antes de caer, a revelar los secretos de los cielos. Lo veré convertirse en una sombra y desgarrar el corazón de los hombres. Enloqueciéndolos. Arrojándolos a las llamas. Veré el rostro de un anciano horrible y me hablará y no lo entenderé. Veré hombres despertar de sus tumbas y echar al olvido sus breves epitafios. Escucharé el llanto de una prostituta devorada por los lobos y veré en sus mandíbulas un hueso descarnado. Tendré pesadillas horribles. Yo gritaré y todo estará a oscuras. Observaré el mundo y no encontraré su belleza. Todo estará desordenado y vacío. Todos los hombres tendrán un pene metido en sus bocas. Todos los hombres tendrán un pene metido en sus culos. Veré las banderas desgarradas de un Robert Arapé
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barco y luego lo veré naufragar. Tendré pesadillas horribles, como si hubiese vaciado un pozo de agua pestilente y pudiese observar las paredes del fondo. Tendré pesadillas horribles. Nadie hablará la verdad. No habrá quien perdone. No habrá quien derrame una lágrima. Todos morderán como leones. Nadie verá la pureza en el imperceptible exhalar de la mañana. Será increíble: no existirá un solo corazón conmovido por la poesía. Sería más humano un mundo habitado sólo por serpientes. Una mordida venenosa traería la felicidad. Nadie rezará, de rodillas. Y la palabra amor desaparecerá del vocabulario de los hombres. Sacarse los ojos será un acto por entero inútil. Cortarse la lengua no valdrá de nada. Los adúlteros brindarán por su adulterio, día y noche, y fornicarán día y noche como si nunca le hubiesen dado rienda suelta a su adulterio. A nadie conmoverá la pobreza. Era otra vida: los ojos de Dios se posaban sobre un devoto y, antes de consumirse un cirio, sus plegarias (nadie sabe cómo) eran respondidas. Ahora Dios se tapa los ojos. Ahora Dios se tapa los oídos. Ahora Dios se tapa la boca. Nadie dirá sentirse solitario y triste, deseoso de lanzarse a las profundidades del mar. Tendré pesadillas horribles. Reirán a carcajadas con la historia de un judío muerto en la cruz. La pederastia será un don y esparcirán gotas de sangre para bendecir a los nacidos. Ninguna causa despertará la esperanza. Ningún hombre conocerá la alegría. Nadie morirá por una causa. Nadie dará la vida por nadie. A quien pidiese un pedazo de pan le darán una piedra. A quien pidiese un pescado le darán un escorpión. Ninguna herida sanará. Buscarán la muerte y no la encontrarán y quien sólo con horror la encuentre no conocerá la vida. Tendré pesadillas horribles. Una rosa blanca terminará por deshojarse y nunca más germinará. Un hombre mirará las estrellas, sólo por un segundo, extrañado, como si el silencio sideral pronunciase su nombre y, ocupado por otros pensamientos, no comprendiese ese lejano susurro. Dará la espalda a la noche y se marchará. 40
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Nadie contemplará la luna. Ni los amantes se besarán bajo las estrellas. Nadie contemplará el horizonte: dará igual el cambiante fulgor del crepúsculo. Nadie buscará su verdadero destino. Los soñadores, sin duda, desaparecerán. Inmortalizarán la sonoridad de los pedos. Maldito será quien no ría de toda tontería. No valdrá la pena recordar. Ningún gesto engendrará su recuerdo. Caminaré volviéndome loco. Habrá luna llena y bramarán las olas espumosas, cargadas de algas. Las aves regresarán de su guarida. Habrá luna llena y, finalmente, ya despierto, caminaré entre la bruma. Hablaré solo. Pensaré en voz alta. Caminaré volviéndome loco. Aullaré a la luz de la luna, en cuatro patas. Miraré al mundo, descorazonado, ese ancho e interminable camino hacia el mañana, iniciado un día sin memoria. Sentiré la vida como si un viento arremolinado se acercara. Tendré que comprenderlo bien y no olvidarlo: nadie (¿por qué extraña razón?) me extenderá la mano. Si escuchase bien, oiría reír al mundo a mis espaldas. Y, no obstante, el hombre conoce el rostro de Dios como nunca lo han visto los ángeles. Caminaré volviéndome loco. Como si diese vueltas al caer de un precipicio y, por un instante, mirase a las estrellas. Miraré a lo profundo de la noche. Como si, mientras el mar se tragara a una embarcación completa, una estrella me revelase, en medio del naufragio, el destino que me aguarda a la orilla de la playa. Caminaré penando, envenenada mi conciencia con la ponzoña de la muerte, cuya guadaña me desgarra y abre mi estómago, para dar de comer mis entrañas a los perros de la calle. Recordaré, y cerrados los ojos, una extraña presencia recorrerá una atmósfera salobre, repugnante y hedionda, cuyo aliento de algas descompuestas atravesarán las ratas en varias direcciones. Caminaré como un loco hacia una reja abierta. Y, al acercarme, me cegará un viento Robert Arapé
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tempestuoso. Se deshojarán los árboles como si abrieran los brazos. Me helará la sangre un viento invernal e, inmediatamente, caerá la noche. Veré girar las estrellas. Veré al sol cruzar la noche. Una serpiente se enroscará al esqueleto de una higuera y aun oiré y comprenderé su lenguaje. No sé cuántas veces lo he dicho y nadie me cree. Susurrará. Oh, exhalará su aliento susurrante. Volará alrededor de mí, entonces gigantesca y monstruosa, desplazándose en una espiral ascendente e infinita. Me ahorcarán unas manos. Caeré al suelo y despertaré. Y negaré con la cabeza. Hará frío. Hará calor. Lloverá y luego el sol del desierto partirá las piedras. Oiré una voz espectral y luego una triste canción. Jesús lleva a cuestas una cruz. Y María lleva puesta una corona. Oiré el paso del viento. Oiré una quietud incomprensible y luego un pájaro gigantesco batiendo sus alas. Volveré a dormir y despertaré en una tierra sin dueño. Me dolerá la cabeza. Sediento, invocaré a los astros. Sediento, invocaré a los antiguos dioses. Escorpiones secos responderán a mis plegarias. Luego, despertaré a la noche clara, poblada de estrellas, olorosa a vientos arremolinados. Despertaré al rumor del viento, y miraré a las estrellas, hermosas, inalcanzables, fantásticas, tan misteriosas como un recuerdo, enigmáticas como la vida. Dudaré de la noche. Dudaré de la mañana. Dudaré de mi sexo. Dudaré del presente. Caminaré hacia el muelle y escucharé las olas romperse contra las rocas. Miraré al horizonte hacia mi casa. Daré un paso, transcurrirá una hora, y aún no habrá esperanza de terminar este rumbo. Dudaré de la existencia: seré un espectro, asomándose a una casa en ruinas. Dudaré de la felicidad: un silencio me espera en las aguas profundas. 42
La canción degenerada
Dudaré de la muerte. Dudaré de mis ojos: ¡esto no es la vida! Ni un bolívar valdrá este pueblo de mierda. Acá los pobres comen huesos sin carne. Acá los pobres comen sus propios huesos. Acá nadie muere: todos son asesinados. Acá asquea el olor de las ratas. Acá se nace una vez y se muere para siempre. ¡Cómo olvidarlo!: acá hiede el mar, y nadie sabe por qué el mar alimenta a las gaviotas con estiércol. Acá reinan los imbéciles, pidiéndoles consejo a las voces del más allá. ¡Cuánta inexplicable ironía!: acá los curas piden limosnas a los pobres. Acá pueden leerse las señales del fin: si una mujer pierde una pierna no tarda en convertirse en prostituta. Ni un bolívar valdrá este pueblo de mierda. Acá todos enloquecen con el estómago vacío. Acá, por amor, ninguna mujer se ha sacado los ojos. Acá, por dinero, los hombres dan hasta el culo. Acá sólo los gusanos respiran aire limpio. Grita la muerte un nombre (un solo nombre) y la vida hace girar la piedra, tras la cual aparece Lázaro desnudo. Acá sólo grita una voz espantada. Y vuelve a girar la piedra. Y nadie despierta ni despertará de su tumba. Acá todo es pesadilla: en el horizonte se desploman las estrellas. Acá todo es mentira. Acá se devuelve el viento y Dios ríe a carcajadas.
Robert Arapé
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Soplaba el viento. Intenté vivir como si no me hubiesen sacado los ojos. Como si no me hubiesen cortado los brazos. Como si no me hubiesen cortado la lengua. Como si no me hubiesen castrado. Soplaba el viento a través de la noche frágil e infinita. ¿Cuál fue mi error? Sí, ¿cuál fue mi error? ¿Vivir ciego? ¿Vivir mudo? ¿Vivir mutilado? Soplaba el viento y nadie escuchaba su eco silencioso. Pedí un pan y me dieron una piedra. Pedí un pescado y me dieron un escorpión. Di mi pan y me devolvieron una puñalada. Soy un vulgar mentiroso. Soy un soñador enamorado de la luna. Soy una puta barata. Soy el primogénito de un halcón apareándose con una anguila. Soy un sapo. Soy una mosca. Soy una cabra. Soy un burro. Soy una araña. Soy una cebra. Soy un zamuro. Nací (alguna vez nací) en un país bajo la nieve. Allí nunca oscureció. Ningún ser derramó su sangre. Nadie mató a un pájaro. Nadie murió desilusionado. Nadie lloró. Nadie 44
La canción degenerada
maldijo. Allí nací y oscureció. Golpeé a mi hermano en la cabeza y derramó su sangre. Disparé a los pájaros. No cumplí ninguna promesa. Sólo a los perros eché los huesos de mi plato. Lloré compungido bajo la noche estrellada y maldije el día que nací, solo y pobre, tragándome la hediondez de un basurero. Aprendía a fumar. Vagué por las calles noche tras noche. Robaba para comprar una botella de licor. Nunca recé antes de acostarme y me veía en sueños correr hacia una casa con las ventanas abiertas y las puertas cerradas, y las manos manchadas de sangre. Vagaba por la noche y punzaba los ojos de los gatos. Me arrodillaba ante la luna, hambriento, sudado, sin saber qué decirle, excepto ramera de la noche. Oía a los espíritus volar en redondo sobre mi cabeza, indicándole mi paradero a la muerte. Mi vida era un pozo de ilusiones, mortales aunque igualmente hermosas. Lloré imaginándome vivir a orillas del mar. Nadie me escuchó. Me cortaron la cara. Me violaron incontables veces. Todos los días me robaban el pan. No conocí los cuentos de hadas. Ni las historias protagonizadas por tontas marionetas. Odiaba a los animales que hablaban. Me tatué en el pecho una calavera. Me tatué, en el brazo derecho, un nazareno sangrando bajo una corona de espinas. Escuchaba ladrar a los perros salidos de la nada y, nuevamente, ante la noche estrellada, los ojos de un dios me miraban directamente a los ojos. Mirando a las estrellas me crecieron las uñas. Viviendo en las sombras me creció el cabello como una cabra. Y aullaba al despuntar la luna. El sufrimiento envenenó mis sentidos y no vi nunca más la belleza. El sufrimiento envenenó mi vida y me fue ajena desde entonces la alegría. Robert Arapé
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Me azotaron. Me escupieron el rostro. Eyacularon en mi boca. Me crucificaron y, crucificado, me traspasaron el pecho con una lanza. Anhelaba morir. Anhelaba una vida distinta: ser mujer, por ejemplo. Me puse una bolsa en la cara. Una bolsa en el rostro requiere menos explicaciones que mi propio rostro. Tengo ojos de asesino. Mis expresiones son violentas. Como si un águila divisara una serpiente y atravesara la carne fría del reptil con sus garras. Deseaba arrojarme al vacío, allí, ante los cielos abiertos, durante la agonía de una tarde triste y paulatina. No creo en nada ni en nadie. Corro a las nebulosidades de la luna, cuyo canto emerge misterioso en las mareas y, allí, hago mis oraciones rodeado de espuma. Nada imploro al universo, mientras gira, insondablemente, configurando el destino humano. Sobreviví al naufragio, oh estrella lejana. Sorda y lejana. Sorda e inútil. Inútil y hermosa. He vivido solo. Todos han muerto. A las orillas de las playas llegaron los cadáveres. Incontables veces hablé a solas con la noche, sintiéndome de la noche enamorado. Rimbaud ha muerto. Baudelaire ha muerto. Artaud ha muerto. Nietzsche ha muerto. Miller está encarcelado. Genet sangra en un hospital. Sábato mendiga por las calles. Rilke ha recibido dos disparos. Y Robert Arapé escribe esta canción degenerada. Observaba la soledad de las estrellas, resplandecientes en el cosmos, insalvables, trágicas, permanentes, como si fuese yo mismo: un loco arrojado a una cárcel sin fondo, donde los abismos hacen escuchar sus voces. Oigo gritos olvidados. Oigo gemidos de placeres perdidos. Oigo, nuevamente, el goce de silencios extraños. Soplaba el viento. Un viento impetuoso soplaba en medio de la playa y allí 46
La canción degenerada
invoqué las fuerzas de los cuatro vientos. Vientos sobrenaturales me elevaron por los aires, como si surcase la noche un remolino de algas y espuma de agua salada. Yo extendía mis brazos, y mi alma era como una bandera, estampada con un signo indescifrable. Sin rumbo, sin patria, sin linaje alguno, yo era como un lobo. Corría noche tras noche a través de las colinas. Olía la sangre de las víctimas. Aullaba a la luz de la luna. Sólo mis ojos destellaban en las sombras. Nunca temí atravesar los bosques poblados de espectros. Corría sediento. Corría desesperado. Corría como un loco a lo alto de una colina. Observaba a lo profundo de la noche, donde luego nos abrazábamos desnudos, besándonos como dos muertos de hambre a quienes les arrojan un plato con huesos. Ahorcábamos nuestras lenguas con las sogas de un lenguaje sin palabras, y cuyo mensaje escuchábamos en el viento soplando entre los árboles. Nos mordíamos como bestias. Saboreábamos la sangre que palpita en la carne. Tragaba su miembro y sentía arder su carne palpitante. Aullaba como una perra caliente y, caminando en cuatro patas, abría mi trasero. Bajo la luz de la luna, devoraba mi carne, obscena, excitada, insaciable. Abrazados, anudadas nuestras lenguas, atravesando como un laberinto el uno al otro nuestras mentes, mirándonos como si por primera vez apareciera una estrella en la noche, yo soñaba con el placer que su vientre ahora me entregaba, hundiéndose en mi vientre, abrazándolo como al observar un horizonte inolvidable, como si vagara por tierras distantes y sólo recordara el calor de la patria. Si abría los ojos, allí estaba la luna, resplandeciendo tras la confusión nebulosa, girando sin principio ni fin, danzado al ritmo de una melodía que sólo ella escuchaba, a veces desnuda, a veces terrible, a veces misteriosa, siempre tomando de la mano a las almas que la contemplaban. Robert Arapé
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Oh, luna, siempre fornicamos juntos. ¡Cuántas veces no calentaste el bosque y susurraste entre los árboles e inspiraste a los hombres hermosos a despojarse de la soledad, contemplándote camino a la roca donde te invocaba sediento de orgasmos! Oh, luna, abrazado a un hombre allí me alumbrabas. Con los ojos cerrados. Con la piel a punto de verter sus jugos. Con mi corazón esparciendo incienso de alegría. Olvidando el mundo que habitaba. Dando vueltas y vueltas en la arena como si debiésemos girar en el tiempo para ponernos en camino de la felicidad. Allí, oh, luna, camino a la felicidad nadie estaba. Ni el barco que nos traería de regreso. Ni el vino que nos haría ver las estrellas ocultas. Ni las espadas con las cuales enfrentaríamos la muerte. Ni el adiós que nos ahorraría las lágrimas. Allí, caminaba solo y hacia donde regresaban los vientos regresaban los pájaros. Allí, el día estaba por morir. Allí, perdí el camino de regreso. Allí, caminaba largamente y mi sombra iba muriendo a cada paso. El viento soplaba entre los árboles, un viento extraño cuyo eco hasta entonces escuchaba, solo, vivo, ilusionado, caminando ciegamente bajo el cielo donde esperaba encontrar a la luna enmascarada tras las nubes tormentosas de la noche. Camino a la felicidad, la luna estaba ausente. La vida giraba hacia otro mundo y yo seguía mis huellas por un camino donde el viento las borraba y luego barría el camino por delante. El horizonte se vaciaba por completo y yo escuchaba el rumor del viento atravesar esa llanura, donde una soledad intransitable me aguardaba. No vi una estrella detrás de la colina. Sólo vi árboles dispuestos alrededor de una tumba. Yo seguía adelante. Y soñaba con mi alma arrojándose a los acantilados, allí donde el mar se estrella contra las rocas y el viento enloquece las mareas, ya perturbadas por la luna. Allí, el sol calcinó mis huesos y, convertido en polvo, volví al polvo, y, convertido en sal, volví a la sal. 48
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Camino a la felicidad caminé como un espectro. Una calavera convertida en harapos dando tumbos sin sentido entre las piedras, mientras los pájaros venían a picotear mi carne descompuesta. Yo seguía adelante. Sediento, con la lengua enrollada en el cuerpo, sostenido por muletas, llamando a los ángeles con los brazos extendidos hacia el cielo. Si miraba hacia atrás, mi cabeza daba vueltas, como si mi entendimiento no pudiese comprender el pasado donde mis sentidos se desplazaban perdidos. Yo extendía mis brazos al cielo, ardiendo mis huesos en una hoguera inextinguible e intentando apagar el fuego de mis brazos golpeándome en la cara. Yo seguía adelante. Escupiendo la carroña de los burros devorados por las moscas. Pasando la noche bajo los viejos esqueletos de los barcos vacíos. Y no creo (realmente no lo creo) que ese camino no tuviese fin. Y no creo que hubiese llegado a algún puerto. Nadie (que hubiese conocido la felicidad) se cruzó por mi camino. No vi restos humanos, sólo piedras al sol extendiendo sus sombras en la arena. ¡Soñaba! Como si una voz angélica me hablara de un país que sabía inexistente y cuyas fronteras debía cruzar al morir. Si el agua existía, estaba sediento. Oh, felicidad, ¿jamás te encontraré? Nadie lo sabe ni lo sabrá. ¿Alguien ha visto tu rostro? ¿Alguien ha escuchado tu voz? Camino de la felicidad vislumbraba al fin el horizonte de mi patria, el reino donde nació mi lengua y el sentimiento que a su vez la convirtió en poesía. No obstante, vientos tempestuosos hundieron el barco que habría de llevarme de regreso. Han girado las constelaciones y ya ninguna estrella me señala. ¿Es la felicidad una tierra sin leyendas? ¿Dónde están las colinas detrás de las cuales una vez fue fundada? ¿Ha desaparecido de la faz de la Tierra? ¿Sólo mi memoria tiene Robert Arapé
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conocimiento de sus huellas? ¿Sólo es la memoria de un sueño cuyas imágenes perdí para siempre y que noche tras noche jamás he vuelto a soñar? Contemplo mis zapatos bajo la lluvia. Cojo. Mudo. Sordo. Ciego. Como un fantasma de regreso a la tumba, escucho campanadas en medio de la tarde. Y veo la luna, siempre la luna como una suerte azarosa y cambiante, rodeada de nubes oscuras presagiando nuevas tormentas. Y dormido, y despierto, mi alma vaga dormida. Vaga por las calles de un pueblo sin dioses con las manos manchadas de sangre. ¡Mis manos siempre manchadas de sangre! ¡El semen siempre derramándose en mi boca! Yo soñaba con gritos desgarradores en medio del bosque. Yo soñaba con olas inmensas en medio del mar, ahogándose la tripulación con ojos enloquecidos. Yo soñaba con calles oscuras, transitadas por hombres en busca de amantes, ocultos bajo los sombreros, dispuestos a todo, como si sus culos pidiesen a gritos un pene de burro. Yo soñaba, y al abrir los ojos me encontraba ante un horizonte iluminado por la aurora a punto de nacer, lejana y transparente, tomándome de la mano para llevarme lejos de la realidad y preguntándome en el camino por el sueño al que entonces me llevaba. Yo soñaba con barcos hundidos. Yo soñaba con la luna menguante iluminando horribles sepulcros. Yo soñaba con un barco pesquero aterrorizado por furiosos gigantes. Yo soñaba con demonios alados cantándole a la luna los versos de Rubén Darío. Yo soñaba con una vez despertar y no encontrarme en este mundo hediondo a pesadilla. Allí, yo también era un monstruo, un dragón devorando a sus crías. Allí, me pinté los ojos de negro. Me pinté la boca de rojo. Me eché en el cuello perfume de puta y me alboroté la melena. Saque del clóset un vestido de lentejuelas doradas, soñado, adorable, divino, y me calcé con tacones altos. 50
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Yo era la reina de esta pesadilla. Yo era la reina de las calles. Yo era la reina del burdel. Yo, con mis uñas pintadas, con mis caderas sedientas de sexo, era la estrella que los fornicadores seguían para encontrar el camino a Belén. Yo los masturbaba. Lamía sus miembros y me penetraban hasta la desesperación. Besaban mis senos de leche y me decían que me amaban, dejando mi lengua manchada de semen. Sí, forniqué con los sapos. Forniqué con los perros. Forniqué con los caballos. Sus miembros retorcidos y descomunales encontraban un modo de fundirse con mi sexo. Aún escucho sus risas deformadas, embrutecidos por la vida. Aún, a veces, percibo en la oscuridad del recuerdo el olor de sus lenguas morbosas, ese infinito momento que nada significó para mí y que, no obstante, abría ante ellos el cielo poblado de estrellas. ¡Yo soñaba con una vez despertar y no encontrarme en este estercolero! Como una mosca sacando la lengua. Yo iba por las calles y los hombres olían mis huellas como lobos detrás de una perra. Miraba a la luna, sedienta de amores, y me encerraba en círculos trazados en la arena. Noche tras noche, encerraba mi suerte en círculos perfectos y giraba con la noche hacia la izquierda. Oh, luna, así invocaba los amores. Así materializaba los placeres. Y corríamos hacia la colina. Corríamos a través de las sombras como sombras alumbradas por la luna. Aullando como lobos hambrientos. Como lobos que han cazado una presa y muerden la carne caliente y la sangre ha manchado sus hocicos. Como dos serpientes abrazadas, fundíamos nuestras carnes en un solo cuerpo, de modo que de un cuerpo nacían dos brazos y dos piernas y en ese cuerpo dos brazos y dos piernas más concluían. Dos estrellas hablaban por primera vez en el cosmos. Dos peces hablaban por primera vez en un río. Dos pájaros hablaban por primera vez en el follaje de un árbol. Dos cadáveres hablaban por primera vez seRobert Arapé
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pultados. Algo indescifrable se decían. Ojalá los hubieses escuchado. Me volvió loca su boca. Me volvió loca su mirada. Me volvía loco su cuerpo de hombre perdido y a merced de la noche. Vi su rostro, y vi el rostro de miles de hombres, apasionados, sedientos, sumidos en las intimidades del orgasmo, cuyas mareas calientes me inundaban, a la vez que manaba la leche caliente de mi cuerpo. Yo soñaba con una vez despertar y no encontrarme con los huesos de una bestia devorada a mi lado, huesos que debía enterrar, me encontrara donde me encontrara. Debí enterrar más cruces. Debí enterrar más ángeles de mármol. Debí enterrar más flores. Bajo tierra está el resto del mundo: he aquí toda la verdad. No somos más que huesos a pesar de los credos. No somos más que huesos a pesar de las armas. No somos más que huesos a pesar de los deseos. No somos más que polvo, el polvo putrefacto que es necesario enterrar como la mierda de los gatos. Excepto vivos. Vivos, algunos son reyes. Vivos, algunos son asesinos. Vivos, algunos son presidentes. Vivos, algunos son hechiceros. Vivos, algunos son negros. Vivos, algunos son mormones. Vivos, algunos son ángeles. Vivos, algunos son sordos. Vivos, algunos están enfermos. Vivos, son toda clase de seres fantásticos, ninguno deforme, destinados a perpetuar la sangre de una raza maldita que nada tiene que ver con la tierra, ni aun en el momento final, cuando abran la puerta de una dimensión hasta entonces ignota que hará brillar las almas como verdaderas estrellas, allá, en el firmamento lejano. Vivos, son toda clase de seres deformes, ninguno fantástico, destinados a desaparecer de la faz de la Tierra con esa raza de sangre igualmente maldita que nada tiene que ver con el cielo, ni aun en el momento final, cuando se abran las puertas de una dimensión hasta entonces conocida que sepultará sus almas como al apa52
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garse las estrellas, allá, en el subsuelo lejano a los hombres. Excepto vivos. No compartimos la tierra ni con los animales. Ni con los murciélagos, bebiendo nosotros más sangre que ellos. Ni con las moscas, cagando nosotros más mierda que ellas. Ni con las serpientes, destilando nosotros más veneno que ellas. No obstante, vendrán las langostas un día a devorar a vivos y a muertos. Comerán carne cruda. Comerán carne fresca, humedeciéndose la boca y luego silbando como demonios salvajes. Comerán carne muerta, mientras los espectros volverán a la vida. Yo lo veré todo como si mirara hacia atrás. La peste matará pueblos enteros. Los vampiros volarán a los lagos convertidos en estanques de sangre. Todos los días morirán sedientos. Las brujas copularán con los gatos y los ancianos cocinarán en los sartenes a sus perros. Las aves de rapiña volarán en círculo, antes de llover. Y despertarán demonios hasta ahora dormidos. Aún así, nadie morirá de hambre. La muerte se vestirá de alegría. Los leprosos reinarán en la calle. El perro que ladre irá derecho a la paila. Los hombres tendrán un cuchillo en sus manos. El mar exhalará especias podridas y vagará en la atmósfera un hedor insoportable. Los muertos se levantarán de sus tumbas, devoradas sus cabezas por gusanos, con los ojos cegados por la arena. La luna saldrá disparada hacia el espacio. Recorrerá la tierra un aire caliente y sucio, mientras el sol se acercará a la Tierra. Y los continentes se desplazarán. Nacerán niños sin brazos. Las serpientes empollarán serpientes con patas. Los burros hablarán. Nacerán jirafas sin cuello. Nacerán caballos con cachos. Nacerán hombres con vaginas. Nacerán mujeres con pene. El invierno durará una semana. Los niños nacerán ancianos y nadie morirá ni vivirá para siempre. La muerte danzará solitaria. Hombres Robert Arapé
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en llamas se lanzarán al barranco y el fuego nunca se apagará y la pendiente siempre será descendente. Nadie creerá en nadie ni en nada. Monstruos nacidos de terribles fantasías atacarán por las noches. Las estrellas lanzarán a la tierra flechas envenenadas. Toda sabiduría se reducirá a saber quién fue primero: ¿el huevo o la gallina? Julio Cortázar será finalmente olvidado. Shakespeare irá directo a la basura. Nadie tendrá memoria de los Evangelios. Y más... Nada será más entretenido que ver morir a los crucificados, bañados en sangre bajo sus coronas de espinas. No: será más divertido escuchar los gritos de los mártires bañándose en aceite caliente. No: siempre dio risa ver a los perros comerse vivos a los cristianos. Yo lo veré todo como si mirara hacia atrás. Los sapos serán los reyes de la selva. Fidel Castro gobernará los Estados Unidos y Bin Laden le meterá a George W. Bush un dedo en el culo. La muerte vomitará de sus entrañas a los muertos, y Calígula y Hitler volverán a la vida. Los muertos fornicarán bajo las estrellas, enamorados y sorprendidos por la luna ausente. Siempre lo sabré: quien crea en alguien, aunque muera, nunca muere. Nadie llorará por nadie. Nadie conocerá el amor. Nadie conocerá la alegría. Los gatos ladrarán. Los caballos aullarán como lobos. Nadie sobrevivirá a la mordida envenenada de los pájaros. Las verduras se venderán en los templos. Las prostitutas pondrán en venta sus senos descubiertos en los nichos de San Ignacio. Yo lo veré todo como si mirara hacia atrás. Vendrán al mundo seres sin ojos. Vendrán al mundo seres sin orejas. Vendrán al mundo seres con ocho patas y dos cabezas. Ojalá los hubieses visto. Los toros olfatearán el aire para fornicar con las mujeres. 54
La canción degenerada
Yo lo veré todo como si mirara hacia atrás. Y la Tierra volverá a ser plana. Lloverá fuego y azufre cuando el sol despunte detrás de la colina. Yo lo veré todo como si mirara hacia atrás.
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No tengo lengua. Tengo mil gritos en la boca y, sin embargo, no tengo lengua. Grito mil veces. Grito donde estoy encerrado mientras arden las llamas. Grito donde estoy crucificado mientras arden las llamas y los cuervos vienen a sacarme los ojos. Grito en una pesadilla. Y sólo en una pesadilla se escuchan mis gritos. Escucho voces desesperadas. Aullidos de lobos arañando las paredes. Escucho voces desesperadas en un orfanato en ruinas. Como los chillidos de un pájaro hambriento. Como los chillidos de un pájaro contra la tormenta. Quiero derramar mil lágrimas, pero no tengo corazón. Los lobos desenterraron mis sentimientos con sus garras. Huyeron al bosque con sus hocicos ensangrentados, aullando a la luna como prostitutas sedientas de semen. Como vírgenes bañadas en lágrimas. Sin otro día para volver a cantar. O reír. No soy nadie ni nada. Como un crucificado. Como un cristo abandonado en la cruz. Como una estrella agonizante bajo la noche paulatina. Oh, dioses más allá de la nada, ando ciego en este sendero por venir. 56
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Todo está inmerso en las sombras, donde sólo escucho pasos a mis espaldas. Sólo escucho el jadeo incesante de perros ansiosos, olfateando el hedor de la sangre. Estoy solo. ¿He desaparecido de la Tierra como el alma de un difunto? ¿Qué debo esperar? ¿Ya me he convertido en polvo? ¿Una simple brisa disipó mi osamenta? ¿Los gusanos de la desesperación devoraron mi carne? No tengo corazón y veo hacia la luna un vacío semejante. Una tierra polvorienta y gris donde nadie ha dejado una huella permanente. Una tierra jamás transitada por el viento. Una tierra donde jamás ondeó una bandera. Tengo mil sueños por vivir y, no obstante, estoy muerto. Aún sueño despertar una mañana y saber que he sido feliz. Sueño un día despertar. No encontrarme ante un abismo, sin otra salida que lanzarme a la nada. No obstante, ¿ya para qué? Despierto a gritos. Grito esperando despertar en cualquier momento. Corro en medio de la noche. Corro como si mi existencia se precipitara al fondo de un barranco, donde se oyen voces atravesando la lejanía, embriagadas por la angustia, enloquecidas por una causa que sólo la imaginación inmersa en el horror podría explicar. Grito, y no obstante, nadie me escucha. Nadie ha llevado a mi sepulcro un ramo de rosas. Sólo los cuervos, guiados por la descomposición bajo la tierra, han llegado tarde a mi sepulcro. No soy más que huesos devorados por la desaparición. Un alma disolviéndose en la esencia de la nada. Estoy muerto. Estoy enterrado. He muerto con los ojos abiertos. He soñado con los ojos abiertos también.
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Nunca he cerrado los ojos para encontrarme en una pesadilla. Veo paredes manchadas de sangre. Oigo voces encerradas en calabozos clausurados para siempre. Huyo de serpientes segregando la ponzoña de su aliento. A solas (siempre a solas), contemplaba las estrellas. Viví como un animal nocturno. Absorto en aquel espectáculo hermoso, hundía la mirada en las sombras, un vacío sideral en cuyo pozo entonces me ahogaba, y donde no esperaba ver algo más terrible que mi corazón desgarrado por las pezuñas de la vida. A solas (siempre a solas), contemplaba la luna. Descubría otra existencia. Descubría mis sueños, destellando, hechos pedazos entre los destrozos de una pesadilla. Descubría otro mundo. Oh, luna, fui como un devoto arrodillado ante una virgen. Sorda. Ciega. Esculpida en el mármol. Sin vida. Fui como un lobo cantando sus penas a la luna. Y esperaba algún día una respuesta. Otra vida era imposible. Anhelaba un destino llevándome de la mano a un mundo más lejano. Una tierra desconocida donde quizás germinen otros sueños. Noche tras noche, a solas (siempre a solas), también los murciélagos revoloteaban alrededor de los árboles. Los perros escarban en los botes de basura. Mi alma estaba sola en el cielo. ¿Deseaba un trago más amargo? Nací en un hospital sin nombre. Solo y a oscuras. Nací en un hospital dedicado a cuidar a las almas enfermas. Sus ventanas permanecían cerradas. Nadie regresaba con vida si cruzaba sus puertas. La humedad manchó para siempre sus paredes pintadas de blanco. Aún se escuchan, en sus pasillos silenciosos, voces debatiéndose en plena agonía. 58
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Aún hoy, se escuchan puertas cansadas cerrarse por el viento. Aún hoy, los cuervos picotean el tejado. Nací con los lobos. Hubo luna llena aquel día. Las estrellas se precipitaron a tierra. El viento sacudió el follaje de los árboles. Y apenas grité. Aullaba por instinto. Estaba sediento y solo. Y tenía hambre. Nací con los lobos. Oía gritos. Oía disparos a lo lejos. Oía maldiciones. No había vuelta atrás. El olor de la sangre despertaría mi apetito. ¿Qué animal era aquel? ¿Es un monstruo? ¡Oh, no! ¿Es un perro? ¡Tampoco! ¿Es un mal presagio? ¡Oh, quién podrá saberlo! ¡Nacer! Comenzar un tortuoso camino hacia la muerte, donde siempre se levanta el sol detrás de las colinas. ¿Deseaba un trago más amargo? Vivir entre animales, tal vez. Escuchar sus ladridos furiosos. Observarlos lamerse el hocico, impregnado de sangre. Yo era apenas un cachorro. Sin garras. Ni dientes. Acechaban en los montes. Sus ojos destellaban en las sombras. Devoraban viva a la presa. Tenían boca de hienas y garras de leones. Tenían molares de serpientes. Tenían uñas de águilas. Yo mordía apenas los huesos ya sin carne. Dormía a la intemperie, sólo protegido por las tinieblas heladas. Vivía entre fieras. Respirando sus olores inmundos. Escuchando sus ladridos asesinos. Olfateando la vagina de las Robert Arapé
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hembras segregando el instante de aparearse. Algún día (aún sin saberlo) mataría también con una sola mordida. Aullaba como un lobo. La luna llena alumbraba desde las alturas. Y yo me creía acompañado por la luna. Mis heridas sangraban. Enterrado mi hocico detrás de los arbustos, lloré como un perro, perdido en medio del bosque, donde escuchaba serpientes deslizándose entre las sombras. Mis heridas sangraban. Sin lágrimas, lloré como un hombre a quien le cortan un brazo. Sin ojos, lloré como un náufrago descorazonado en el mar. Y con lágrimas en los ojos contemplé la noche. Vacía e infinita. Vacía e infinita. Vacía e infinita. Hasta donde la lejanía me permitiese observar. Mis heridas sangraban. Un rastro de sangre dejaba mis pasos, camino al acantilado donde entonces contemplaba la nada. Mis heridas sangraron durante largos otoños. Y estaba solo. Estaba herido. Estaba hambriento. Durante inviernos interminables, mis pasos dejaban un rastro de sangre en la nieve. Lobos hambrientos olfateaban mi sangre. Hienas furiosas deseaban morderme. Panteras infernales esperaban desgarrarme. Olfateaban mi rastro. Escuchaban mi agonía. Y yo aullaba toda la noche. Otros murieron en los montes. Otros amanecieron devorados. Otros no sobrevivieron a la primera noche.
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La noche es igual de frágil e infinita. Y oye el rumor del mar. Oye algunos aullidos sin ninguna procedencia. Oye el vuelo de animales nunca vistos. Sólo ve las estrellas. Sólo ve las estrellas y la espuma que entonces salta hacia la barca. Está abandonado a las olas. ¡Allá! —señala con el dedo. Ha visto una estrella. Todo ha oscurecido. Navega a través de las sombras. Y las sombras, a su vez, se lo tragan. Sopla el viento. Hacia algún lugar lo lleva el viento. Como un iluso. Como una interminable espiral descendente. Ya no puede regresar a la costa. Ya no puede continuar a ningún muelle. Sólo resta amarrarse la pierna a un mecate de la barca y pensar. Y ver. Ver olas inmensas. Olas que le robarán la esperanza. Ver abismos insondables en medio del océano. Abismos que no admiten regreso. Ver hacia las sombras. Ver hacia los ojos de los monstruos despiertos. Monstruos que gritarán maldiciones a la noche calurosa y desgarrada. Robert Arapé
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Su cuerpo da vueltas en medio de las sombras. Solo, torpe, desarticulado. Arrastrado por una suerte de agonía. Se lo ha tragado la noche. Se lo ha tragado el mar. Se lo ha tragado el destino. Y lo arremolina. Y lo enreda. Y le roba el aliento. Y le roba los gritos. Y le roba también los pensamientos. Si ya no existía, nunca existió. No existía cuando caminaba por las calles. No existía para nadie cuando miraba las estrellas. No existía cuando sólo escuchaba el eco del viento. ¿No era la vida un solo instante? Nadie oyó sus gritos. Nadie le extendió la mano. Nadie se percató de sus desgracias. Ahora, arremolinada la corriente del mar, nadie oye sus gritos. Nadie le extiende la mano. Abre los ojos. Resplandece la luna a través de las aguas. Nubes tormentosas ocultan la luna. Abre los ojos. Observa la profundidad de las aguas como una vez observó la noche constelada y tantas veces fría. Si fuese posible vivir, a pesar de todo. Si nada concluyese, al final de cuenta. Si mañana estuviese con vida. Si fuese otro hombre. Ya existe un sacerdote en mi pueblo, ¿por qué no fui yo? Ya existe un terrateniente en mi pueblo, ¿por qué no fui yo? Ya existe un rey en mi pueblo, ¿por qué no fui yo? Sí, ¿por qué? He sido un loco huyendo de las viejas que me lanzan huevos podridos a la cara. He sido un profeta alucinado, huyendo a la voz enloquecida del cielo, y cuyo rumor escucho entre las sombras. 62
La canción degenerada
Pienso para no escucharla. Me tapo los oídos porque sé (sólo lo sé) que escucharé otra vez esa voz y no sé si sobreviviré a sus ladridos. Y aquí estoy: a punto de esconderme bajo las piedras de la muerte, donde, seguramente, no me buscarán. O mejor dicho: donde nunca me encontrarán ni por error. ¿Dónde está la luna? ¿No sabe dónde está la luna? Quiere respirar. Debe contar la vida como un designio divino, aunque ha pensado echarlo todo a la basura. Lo arrastra la corriente. Da vueltas absurdas. Habrá de tragárselo una ballena. Nada puede hacer. Llora porque sueña con una vida maravillosa, posible para seres menos dignos, y sólo para él inalcanzable. Llora sin tregua. Aun bajo la corriente marina son más fuertes las manos de las lágrimas que ahora lo estrangulan. Ha muerto y, no obstante, no tiene la suerte de morir. ¿No ha vivido como si no perteneciera a la vida? Ese tonto que una vez cantó, ahora llora. Una vez fue feliz. Una vez vivió un momento espléndido. Una vez gritó de alegría. Ahora, pueden darlo por muerto en el interior de un pez. Oscuro como una cueva. Helado como el Seol. Impenetrable como una tumba.
Robert Arapé
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No volverá a soñar. No sabe si está despierto. No sabe si regresa de una pesadilla. No sabe si ésta es la realidad. Abre los ojos al cielo. No sabe si apenas anochece. No sabe si, transcurridas unas horas, amanecerá. El horizonte está poblado de estrellas. Queda en la noche el aliento que exhalan los abismos marinos. Ha vuelto a nacer. Cree estar vivo si ha dejado de soñar. Y, no obstante, cree morir en un sueño sin presagios, donde se encuentra como en una cueva de lobos. Ha dejado de soñar. No sabe dónde se encuentra. No sabe que es la medianoche de un día insignificante y que nunca olvidará. Camina y habla en voz alta. ¿Es un loco? Hasta ahora ha recorrido la ciudad en círculo, espantando del susto a los perros, susurrando entre los árboles como si fuese un espíritu. ¿Es un profeta? Nadie lo sabe. Mira al cielo esperando descifrar un mensaje en los astros. Habla con Dios, mientras otros lo escupen. 64
La canción degenerada
¿Es un tonto? Es el único mendigo que entrega una moneda a otro mendigo. ¿Es un sodomita? No lo creo. Sí, sin duda. Ha besado a miles de hombres. Ha fornicado con todos los hombres bajo los arbustos. ¿Ha sido feliz? Nadie lo sabe. No. Sin duda. Es una lástima: ningún corazón está más cerca de la felicidad que el suyo. Es feo y repugnante. Su mirada maligna puede ver un cielo alucinado, donde las estrellas dan vueltas con el viento y girando se apagan y brillan. Ora fervientemente. Cabalga hacia la noche, montado en un perro, y, si algo se mueve entre los árboles, ambos ladran y el más tonto cae primero. Se ha tirado al piso arrepentido y ha llorado como si todas sus ilusiones hubiesen fracasado. Ha lavado la inmundicia de su corazón sólo con sus lágrimas, confesando sus errores, solo, a medianoche, mientras nadie lo escucha. ¿Ha obtenido el perdón? Sólo Dios lo sabe. Camina hablando solo. Nadie lo observa. ¿Ha hecho la señal de la cruz? Hoy resplandece la luna. Giró la luna y ya no puede observarse la Osa Mayor. ¡Hablar solo!: sólo a este hombre se le ocurre. Habría que apedrearlo hasta romperle la cabeza. Habría que meterle el dedo en el culo. Desnudarlo a mitad de la calle y obligarlo a bailar. ¿No lo hace embriagado? Camina solo, sin cruzar a ningún lado. Han cerrado los portales. Se han apagado las lámparas. Sólo el viento lo Robert Arapé
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escucha. Sólo el viento lo acompaña. A veces, el viento estremece el follaje, y así la plaza se abre a una dimensión infinita, incomunicada, presentida en la soledad de una calle donde los árboles ahora se deshojan. No es feliz y, sin embargo, si se cruza con alguien, sonríe. Vive entre las ruinas. No sabe adónde ir. No entiende qué le depara la suerte. Lo asusta la idea de colgarse de un madero. Debería estar muerto. Tiene hambre. No ha comido desde ayer. Quizás no comerá mañana. Desea sentarse a la mesa y comer un asado con las manos. Se le hace agua la boca pensando en un postre. La noche le muestra algo más hermoso que la muerte: caen las estrellas y algo extraordinario está por aparecer en la noche encantada. Como si el universo deseara mostrarle algo y no encontrase una imagen. Como si el universo intentara hablarle y no encontrase las palabras. Puede recitar los versos más horribles esta noche, y, no obstante, tiene una sonrisa en los labios. Los golpes le partieron el alma. Nadie puede devolverle la alegría. Ahora guarda un silencio inexorable, si antes lloraba. Está feliz, aunque tampoco puede recitar los versos más hermosos esta noche, sucia y vacía, en cuyos aires los olores la envuelven. Huele a un mar lejano. Huele a basura. Huele a lluvia cercana. La noche huele a prostitutas. Las calles huelen a sangre. No se tapa la nariz, pero escupe. Puede recitar los versos más horribles esta noche. Puede gritarle la verdad al mundo y volverse loco. Ladra como un gato. Aúlla a la luz de la luna como un perro. Vuela como un pájaro. Abre los brazos y vuela. Abre los brazos y corre. Allá va un pájaro hambriento, sin nido, sin el horizonte abriéndose a su pecho. Aún no despierta. Serpientes aladas surcan el cielo de su realidad y hasta las 66
La canción degenerada
estrellas le hablan. Le hablan en sueños y sólo él las escucha. ¡Oh, las estrellas! Aún destellantes para el náufrago ahogándose en el mar. Aún lejanas para el hombre que ofrece su sacrificio a los dioses. Aún inmortales mientras el hombre desaparece de la Tierra, donde sus resplandores enceguecían a los ángeles antes de la llegada del hombre. Abre los ojos y sus ojos destellan con un brillo sobrenatural. Es pobre. Nada logrará en la vida. La fortuna le ha dado la espalda, y, aún así, aún así, si mira a alguien, éste comprende que no es nadie y que su vida no es nada. Se lo tragó un pez. Se lo tragó la cueva más oscura de una montaña. Se lo tragó un remolino. Se lo tragó la marea. Se lo tragó el abismo donde cayó sin remedio. Se lo tragó la tierra y aún está vivo. Habla el lenguaje antiguo de la tierra, poblada por los primeros árboles, habitada por los animales extintos, esa Tierra sin catástrofes, anterior a las civilizaciones, aún sin absorber una gota de sangre derramada, ni mezclarse con la vida de los hombres hecha polvo, aún radiante, virginal, edénica, desnuda ante los ojos de su Creador que hasta entonces la miraba desnudo. Escucha el lenguaje antiguo de la Tierra, cruzando una calle hacia el parque, murmurando idioteces. Luego observará el crepúsculo iluminando las sombras, cambiante, movible, paulatino, descendiendo hacia las fosas que conducen al mundo hacia las sombras, donde sólo gemidos terribles se escuchan. Y, moviendo sus brazos en alto, y, enredando las piernas y desenredándolas para dar un salto, baila en medio de la noche. El viento lo empuja y toma su fuerza para dar vueltas y más vueltas. ¿Quién dejó salir a semejante loco a la calle? Gira con el viento girando con la noche y su alma da vueltas sin marearse. Ve las estrellas. Ve los árboles. Ve el mundo al revés. Gira a todos lados. Tiene los ojos en la espalda. Donde estaba Robert Arapé
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la nariz ahora tiene una oreja. Sus brazos se han alargado. La Tierra ha vuelto a ser plana. Ve las estrellas. Ve luces en las casas. Escucha horrendos ladridos. Nada ve y cierra los ojos. Como si naufragara en el mar y un remolino hundiera su barco y entonces comprendiese que no tiene salida ante la magnitud de su desgracia, ahogándose, encadenado a la corriente hasta el fondo del mar, donde morirá cubierto de algas. Algo ha pasado. Algo piensa desde la baranda del muelle. La naturaleza se muestra desnuda y él muestra su alma desnuda a la naturaleza. Como si observase el crepúsculo y éste le comunicase su encanto. Una verdad que va más allá de este mundo, un sentimiento que presagia un inevitable final, una sombra paulatinamente cambiante, cuyos resplandores se encaminan a mostrar la esencia divina que ocultan. Arroja una piedra y ésta se pierde en el mar. Piensa, medita largamente, como si pensar fuese suficiente. Arroja otra piedra, y ésta se pierde primero en su conciencia antes de hundirse en las aguas. El mundo está ante sus ojos. Su existencia está ante sus ojos. La noche huele a peces. La noche huele a licor. La noche huele a mujeres. Algo ha comprendido. Algo ha comprendido a medias. Oye el murmullo del mar. No tiene adónde ir. Su destino cambiante suele ser como el viento y unas veces está seguro del camino que barre, arrojando a la distancia las hojas de los árboles ya deshojados. Luego transita por una tarde despejada y radiante. Se arremolina. O se detiene. Trae nubes tormentosas. Y su aullido de lobo marino atraviesa las paredes. No tiene adónde ir. Todo será igual esté donde esté. Si decide embriagarse, nada borrará el recuerdo de las piedras que le arrojaron a la cara. Si decide dormir, cómo cerrará la puerta a los demonios que entonces lo llamarán por su 68
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nombre, y, si despierta, no sabe a qué paradero lo guiarán las estrellas. No tiene adónde ir. Júpiter destella en la punta de la luna. Enciende un cigarrillo y ha decidido no pensar. Fuma y vive, y desconoce su destino. Nunca lo ha conocido. Nunca ha sabido qué le depara la suerte. Ahora fuma y deja de soñar con su destino. Las nubes cubren la luna y, no obstante, Júpiter destella. Todo está más claro que el agua. Se ha vuelto loco. Desea la inmortalidad en un mundo donde todos mueren y son olvidados. Aquí nadie se compadece de nadie. Aquí se llora solo. Aquí se vive esperando la muerte. Se ha vuelto loco: pide limosnas y sueña con la felicidad. No sabe qué hacer. Algún día tomará una lata y la amarrará a una cuerda y tirará de ella como una mascota. No sabe qué hacer. Su vida se ha detenido y el mundo sigue adelante. Todos nacen. Todos mueren. Sale la luna y, en el cielo abierto, brillan los planetas. Aúlla el viento. Los perros aúllan a la luz de la luna. Las viudas lloran a sus muertos. Los ancianos limpian con sus lágrimas sus rostros surcados de arrugas. Sienten hambre los hambrientos. Los mendigos caminan por las calles, sucios, malolientes, y sueñan sus vidas acostados bajo puentes imperfectos. Los solitarios recorren los parques. Los enamorados ven los fantasmas de sus muertos y “yo vuelvo a verte —se dice entonces como si hubiese regresado de un largo viaje, absorto, cambiado, distante—, y aún perdurase nuestro amor”. Rumbo a los mares parten los barcos. Rumbo al cielo los ángeles extienden sus alas. Los fieles se arrodillan ante los santos. Dos adolescentes se besan y nunca regresarán a sus vidas. Alguien arroja una piedra a la fuente. Horas atrás retumbaron las campanas. Un pájaro despierta y recorre la noche. Los hombres olvidan la belleza. Se secan los frutos prohibidos. Se borran las leyes escritas en la piedra. Los Robert Arapé
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trenes llegan a su destino. Un cantinero sirve otra cerveza. Mueren quienes deben partir de este mundo. Nubes tormentosas ocultan la luna. Alguien, por alguna razón, es feliz. Su alma se eleva como una bandera desgarrada y sola. Su alma vuela con los pájaros. Su alma susurra con las olas. Su alma se desplaza en el abismo. Es extraño: contiene una soledad que la supera y la ahoga, una tristeza en cuya dimensión su alma se hace pequeña. Su vida no sigue adelante. Ha caído en el abismo. Y cayendo, habla a las estrellas. Oh, estrellas, nada tengo. Hasta la vida la he perdido: ¡nunca recordaré cuánto ha sido mi vida! He vivido siguiendo las estrellas. He soñado con los ojos abiertos. He llorado lágrimas de sangre. Todo lo he soportado. Solo, triste, finalmente, sonriendo. Y, finalmente, todo lo he perdido. He continuado rumbo a la desdicha, perdido ya el rumbo a la felicidad. Oh, estrellas, soñé con un mundo amplio y radiante y no existe. Anhelé la belleza de un mundo extraordinario y mi alma está ciega a su aspecto. Veo cucarachas. Ratas desplazándose en las sombras. Pájaros negros volando sobre mi cabeza. Nada cambiaría si me sacara los ojos. Ahora todo lo comprendo. Solía acostarme bajo un árbol, a la espera de la noche, y absorto observaba las estrellas, arrastrado a abismos cada vez más profundos. Estaba perdido. Nada poseía. Desdichado, fue fácil encontrarme cara a cara con Dios. Nada me satisfacía. Ni el sexo. Ni la riqueza. Ni el alcohol. Me sentí humillado ante el resplandor de los astros. Oh, estrellas, esto pudo haber sido diferente y no lo fue. Si retrocedo a mi vida verdadera, sus puertas se encuentran lejanas y el viento habrá borrado los caminos, perdidos tras las montañas de los años. 70
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Díganme, ¿dónde me perdí? Yo soñaba rumbo a la vida y la vida, rumbo a la desdicha, me tomaba de la mano. Ven mis lágrimas. Díganme, ¿cómo puedo detenerlas? Siguen mis pasos. Díganme, ¿adónde puedo ir esta noche? Me conocen. Díganme, ¿cómo terminará mi vida? ¡No creo en nada ni en nadie! Escuchen mi grito. El fin me ofrece sólo opciones aterradoras: ahogarme en el mar, colgarme de un mecate, morir crucificado. La muerte es tan innecesaria: cuando sea preciso nos faltará el aliento. Poco se sabe del resto de la vida. Nadie lo escucha. Nadie lo escucha decir: ¡Soy un soñador! ¡Soy un miserable en esta pocilga! Nadie lo observa caminar hacia la oscuridad y entrar al burdel. Ahora, toma un trago. Ríe con cualquiera. Observa a los hombres bailar. El humo de los cigarrillos se expande hasta el cielo. Ya no pueden guiarlo las estrellas, si alguna vez lo guiaron. Lo han llevado hasta los riscos, solitarios y hermosos. Lo han llevado hasta el mar, donde escucha el rumor de los abismos. Dos hombres se besan. Ha conocido a un hombre y se besan. Bailan cerca de un fuego innombrable, como dos mariposas. En sus corazones se disuelve el aliento del jazz que entonces los envuelve y los desnuda. Cierra los ojos y respira un aire embriagado y entonces sus lenguas ardientes se anudan y quedan atrapadas y no se liberan. Siente su vida como una barca hundiéndose en el mar. Abrazados, el mundo da vueltas. Giran con el cosmos. Giran con la luna acompañando la Tierra. Si algo pensó, ese pensamiento no existe. Si algo sintió, ese sentimiento no vale. Las luces no llegan a sus rostros. La música despierta sus oídos, como pensadas por sus propios corazones para honrar ese encuentro.
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No han dicho una sola palabra y sus cuerpos se conocen. Llaman la felicidad a besos y, por un instante, aunque la lección no dure para siempre, comprenden las miserias de la vida. Siempre, debieron tenerse el uno al otro y no vagar por la orilla de la playa, solitarios y tristes, a la espera de la desaparición paulatina de la tarde. Se llaman por sus nombres el uno al otro, buscándose entre viejas ruinas, sin esperanzas de ser escuchados. Todo lo perdieron, excepto la desesperanza. Respiran un sueño convertido en polvo, una realidad que, andando el tiempo, también se desmorona. Y entonces, por un momento, como si un pensamiento le cruzara por la mente, nada fue como sueña. Y nada será como soñaron. El jazz despierta sentimientos que el uno al otro ahoga. Drogándose el uno con el otro. Embriagándose el uno con el otro. Envenenándose el uno con el otro. Ahora encuentra todas las respuestas de la vida. Ahora le formula a la vida todas las interrogantes. Ahora, no es nadie. Ahora, tiene un nombre. Ahora, todo lo posee. Ahora, todo lo pierde. Todo es realidad. Todo es deseo. Todo está cercano. Todo está distante. Ahora, ama. Ahora, se cree vacío. Ahora, está aquí. Ahora, está ausente. Ahora, está vivo. Ahora, está muerto. Todo lo ve. Ahora, está ciego. Ahora, es un tonto. Por primera vez está cuerdo. Ahora, enmudece. Ahora, canta. Ahora, ha dejado de llorar y ahora llora y ríe. Ahora da vueltas con el mundo dándole vueltas, desenredando la vida y volviéndola a enredar y convirtiéndola en un nudo, desenredado en la próxima vuelta. Cuando abran los ojos, se encontrarán a solas. Mordiéndose, abrazándose. Cara a cara en una habitación oscura. Pagarán la cuenta. Saldrán a la calle a pesar de la tormenta. Buscarán un hotel. Abrirán las ventanas al aliento de la noche y mantendrán las luces apagadas. Se besarán como si se hubiesen besado, siglos atrás, dejando los valles atrás. Como si, desnudos, se hubiesen besado la última vez, an72
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gustiados ante la vida a la intemperie que se avecinaba, bajo las ramas del árbol de la ciencia del bien y del mal, solos bajo las estrellas. Han visto los amaneceres. Han descendido de las altas montañas. Ya no tienen memoria el uno del otro. Y, no obstante, nuevamente se aman, ocultos bajo las estrellas. Como dos perros se aman. Devorando a su presa con uñas y dientes. Llorando a la luz de la luna. Excavando con las patas traseras para enterrar para siempre los huesos de ese sentimiento. Como dos gatos se aman. Lamen sus pieles. Muerden sus miembros. Mueren ahogados en la oscuridad. Como el hombre desilusionado se abraza a sus sueños. Como dos lobos se aman. Penetran con furia el ardor de sus carnes. Como dos serpientes se aman. Se desnudan. Se acarician. Lamen sus miembros. Se abren la carne con sus miembros. Y callan y gritan. Son desdichados y felices. Cierran sus ojos porque el momento transcurre en un valle lejano, donde la conciencia desciende a mirar las estrellas y el aliento nocturno se alza en círculos concéntricos. El tiempo transcurre. Rueda hacia la nada. Y como dos pájaros regresan a sus vidas. La mañana apenas despierta, inmóvil, melancólica, nublada. Aún se escucha el silencio de la noche, retirándose a un lugar ignoto, y amanece en el mundo. Nada ha transcurrido aún y siente todo perdido. Todo convertido en recuerdo. Y no obstante, su piel huele a hombre. Su corazón late enamorado. Aún sus lenguas se enredan en la humedad de los besos. Este mundo que tan infeliz lo ha hecho, puede hacerlo feliz. Ahora lo cree. Ahora que su vida ha perdido el sentido que antes le dieron los sueños. Camina largamente. Todo puede suceder, y no tendrá importancia.
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Pueden observarlo. Cruza una calle en el instante en que se apagan las farolas. Va cantando en voz baja, para que nadie lo escuche y no piense que está loco. Recoge una moneda del suelo. Respira el olor de la hierba y mira hacia el cielo. No pierde la esperanza. ¿Pueden creerlo? La vida le resulta un pozo y no ha podido ascender por sus paredes. Sólo cuando ve un rostro hermoso sabe que su rostro es triste. Sólo cuando escucha la alegría sabe cuán desdichado ha sido. Traten de entenderlo. Quiere dormir, quizás para siempre, y no lo hace porque restaría segundos a la posibilidad de cambiar su suerte. Aún cree que su suerte puede cambiar en lo absoluto y así mantiene viva la esperanza, surcada por mil sinsabores. Ayúdenlo. Tiene hambre: no ha comido desde ayer. Tiene sed: el licor ha encendido un infierno en sus entrañas. No extiende su mano a los extraños. Ni ruega por una pieza de pan. Quizás es feliz, observando el ritmo cambiante del cielo, algo típico de un loco. La mañana le es ajena. Basta para vivir, sólo abrir los ojos y echarse a andar y a andar. Han pasado los años y ahora pisa firme. Ha sobrevivido al naufragio. La tempestad ha hundido las naves y las mareas lo ahogan y las algas se enredan en sus brazos y desea gritar mientras muere la tripulación y el viento levanta las olas y su cuerpo está sujeto a lo profundo, donde los espíritus gritan, a pesar de la mano que les tapa la boca, y la corriente desplaza los cadáveres y su cuerpo da vueltas y el mar confuso todo lo ensucia, como si un viento tempestuoso abriera y cerrara las puertas del infierno, y el destino, conmovido y torpe, obrara así para salvarlo y sacara la cabeza en un instante fortuito. 74
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Encarna a María Magdalena. Un amor pisoteado por los hombres y luego la fortuna de entregarse al Mesías, y vibrar entre sus brazos y besarlo, y recibir su placer humano y recibir su placer divino y no darle nada a cambio, excepto el corazón, y no recibir nada a cambio, excepto las lágrimas. Observen en sus ojos un destello sobrehumano: ¡No sólo de pan vivirá el hombre! Se sienta a la sombra de un árbol y duerme. Una mujer va de compras. Un obrero regresa del trabajo. Los trenes van y vienen. El semáforo cambia de color. Las palomas descienden a la plaza, imperturbables a la mirada de Bolívar, solo, herrumbrado, heroico. Toda la vida pasa, y nadie sabe adónde se dirige. ¿Por qué no se ha desmoronado al caer al precipicio? Escúchenlo: habla dormido. Sus sueños se han desmoronado. Dormido, puede ver sus sueños partir de la costa como barcos antiguos, rumbo a un horizonte incandescente. Sus sueños partieron una mañana lejana y ahora todo ha terminado. Nada quedó de ellos. Ni siquiera su belleza que antes escupía al rostro del mundo. Y, no obstante, el universo hecho polvo, había encontrado algo más perdurable y verdadero. Como si despertase una mañana y no fuese más que un tonto. Un hambriento entregándole su pan a otro hambriento. Un idiota sin comparación, que cree que la noche está poblada de estrellas, sin prostitutas, ni borrachos ni delincuentes, sólo transitada por un viento romántico y hermoso. Un buen hombre arrodillado, a la espera de un milagro. Lo siento por todos. No era un rey. Ni un héroe. Ni siquiera un bendecido por los dioses. Era un hambriento. Un crucificado. Un ignorante. Un olvidado. La belleza no dejó una huella en su rostro. Sólo podía abrazarlo la locura y la locura lo abrazó. Sólo Robert Arapé
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podía retenerlo la tristeza y la tristeza lo retuvo. Lo siento por todos. Cuando ustedes reían, él pedía un vaso de agua. Cuando ustedes eran felices, él era torturado. Lo siento por todos. Hablan de la felicidad cuando alguien es absolutamente infeliz. Lo siento por todos. Nada vale la felicidad. ¿Alguien lo sabe? Estamos hambrientos. ¿Alguien lo sabe? Los santos no han escuchado a nadie. Nadie ha dormido aún. Todos lloran. Todos somos esclavos. ¿Alguien lo sabe? El horizonte está lleno de cadáveres. Fuimos olvidados. Comimos el pan con el sudor de nuestra frente. Nadie ha lavado nuestras lágrimas. Hemos caminado solos hasta acá, a veces bajo la lluvia, a veces bajo un sol inclemente. Nadie ha seguido nuestras huellas ni nadie ha preguntado por nosotros. ¿Alguien lo sabe? ¿Hemos blasfemado? Sin duda. ¿Hemos untado nuestras almas de estiércol? También. ¿Por qué no? Otro hubiese matado. Otro hubiese robado. Otro se hubiese lanzado de un puente. ¡Oh, pueblo corrupto! ¡Oh, provincia depravada! No eres digno de limpiarle el culo a Sodoma, manchada de semen y hedionda a estiércol. Sólo pares escorpiones. Aquí sólo son felices las serpientes. ¿Quién come tus frutos? ¿Quién te oye en el cielo? No tienes justicia. No tienes misericordia. No tienes sabiduría. Ruedas por el barranco. Eres una prostituta sentada en una esquina. Eres un delincuente pensando en asaltar un banco. Hice un lago para que vivieras, y lo envenenaste. 76
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¿No esclavizas a tu propio hermano? Veo hacia tus calles y levantas vírgenes tras vírgenes. ¿Son vírgenes tus hijas? Una y otra vez las ultrajas, antes de entregarlas vírgenes a otros hombres. ¿Arden en la hoguera tus hijos sodomitas, empujados por tus manos al fuego que encendiste? Pero, ¿no fuiste tú mismo quien les metió por primera vez el dedo en el culo? He pronunciado tu nombre. He tocado a tu puerta. He lanzado piedras al techo de tu casa. Y nadie ha respondido. Dormías porque estabas ebrio. Si escuchaste mi voz, estabas en brazos de un hombre. ¿Eras feliz? ¿Eras feliz acostándote con un convicto? Te han mentido. Te han saqueado. Todo te lo han vendido más caro. Lo han dejado todo sucio. Y aprendiste a mentir. Aprendiste a saquear. Aprendiste a vender más caro. Has aprendido a ensuciar. No quiero ni mirarte. No quiero recordar que tuviste un nombre y que el cielo era transparente cuando los burros caminaban por las calles. Cuando lloras, ¿por qué lloras? ¿No lloras porque tus hombres se han marchado a sus hogares y tú quedaste solo en una habitación inmunda? Cuando ríes, ¿por qué ríes? ¿No ríes porque tu hermana ha perdido un hijo? No le deseas el bien a nadie. No compartes el pan con nadie. Primero desprecias a tus hijos y luego los matas de hambre. Dices: soy hermosa, soy inolvidable, soy joven. No te contradigo: eres hermosa, inolvidable y joven para cualquier condenado. Si lo pienso mejor: un condenado no verá en ti la belleza de la vida que ha perdido ni la belleza de la vida que sueña. ¿Con qué saciarás el hambre?, si se comen unos a otros. ¿Con qué saciarás la lujuria?, si no dan para más los mismos burros.
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La sangre corre por tus calles. Tu corazón nunca se ha conmovido por un verso de Pablo Neruda. Nunca has alzado la voz por un sueño. No obstante, no obstante, matas por un centavo. Asesinas a la mujer que se niega a tus besos. Si estás ebrio, otro hombre no puede llamarse hombre. Si estás excitado, otra mujer no puede considerarse hembra. Eres inmortal, eres magnífico. ¿Quién lo dice? ¿Las cucarachas? ¿Los zamuros? ¿Las ratas? No dudo que seas inmortal y magnífico para las cucarachas, los zamuros y las ratas: viven de la basura que nadie recoge de tus calles. ¿Qué saben tus hombres además de beber? ¿Qué saben tus hombres además de fornicar? ¿Qué saben tus hombres además de pedir dinero prestado? ¿Han sembrado una rosa? ¿Han llorado toda la noche, alguna vez, por un error? La respuesta sigue siendo sencilla: no. Sin embargo, sembrarás un jardín, llorarás por viejas culpas, y pedirás perdón. Amanecerá y será como la noche. Anochecerá y será como el día. Y los niños nacerán con arrugas y nunca más nacerá un varón. Huirán de una rata y encontrarán una serpiente. Huirán de una serpiente y encontrarán un escorpión. Nacerán gallinas sin alas. Y tus carnes alimentarán nuevas especies, animales que tus padres nunca conocieron, y echarán a correr desesperados y verás los espíritus del aire susurrando maldiciones a los cuervos. Y los cuervos hablarán. Y las serpientes tendrán patas. Y los gatos ladrarán. ¡Oh, pueblo corrupto! ¡Oh, provincia depravada! ¡Arrepiéntete! Cierra con candado los prostíbulos. Destruye tus ídolos. Perdonaré, si pidieres perdón. Castigaré, cuando todo esté perdido. Hagamos una fiesta —dices—. Matemos un cordero y asémoslo en la hoguera. Somos felices. Somos dueños de la tierra. ¡Esta noche no se perderá una gota de licor! Hagan 78
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sonar el arpa. Hagan sonar el acordeón. Traigan las mujeres y forniquemos hasta desmayar. Forniquemos hasta que revienten nuestros miembros. Yo me río en sus caras. Hoy hará más calor que nunca. Sus ganados serán puros huesos y nunca engordarán. Tendrán la vida por delante: sí, como un sepulcro a la intemperie. Me reiré cuando vea allí tus huesos. Serás como un viejo desdentado, corriendo a pleno sol con una pluma en el culo. Suplicarás de rodillas, no lo dudes. Pero, si alguna vez mataste a un mudo, llegará un día y escucharás las últimas palabras de ese mudo. Nada me conmoverá, ni los ríos convertidos en corrientes de sangre. Ese día me pintaré las uñas y me depilaré la cejas. Lavaré, para verte morir, mi mejor camisa. No derramaré ni una lágrima. Ni me vestiré de luto. Haré una fiesta e invitaré a las almas de quienes nunca mereciste. Y luego (no habrá otro destino), te convertiré en basurero. Ése será tu nombre porque mostraré tu esencia. Así será. Y así sea. Y así iba siendo mientras la ciudad en pleno pasaba ante sus ojos. Como si hubiese entonado una canción aprendida en un sucio prostíbulo, una canción inolvidable y cuyas desgracias describían sus estrofas. Una canción que amargó su vida como nunca lo hizo el golpe más amargo. Ahora todo lo entendía, como si sus pensamientos no fuesen más que viejas cartas. Todo lo soñaba. Como si despertase apenas de una pesadilla. Todos lo han golpeado. Le han tirado huevos podridos a la cara. Lo han llamado loco y borracho, y lo han molido también a patadas. ¡Oh, pueblo corrupto! ¡Oh, provincia depravada! ¿Pájaros serán tus profetas y te hablarán desde las sombras? Escucha: ya nada lavará la sangre de tus manos. Robert Arapé
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Y corrió como un espanto, perdiéndose en la lejanía. Golpeado en la cara. La boca sangrante. Hambriento, sucio, casi violado. Buscada su cabeza a precio de gallina flaca. Pide perdón por sus pecados. Da el pan que no tiene. Observa el crepúsculo y lo considera magnífico. Y escucha un silencio jamás escuchado. Llega a sus oídos el murmullo de un río. Su ojo derecho da vueltas hacia el lado izquierdo y su ojo izquierdo da vueltas hacia el lado derecho. Y su ojo derecho observa este mundo patas arriba. Las mujeres penetran a los hombres y éstos paren a sus crías. Los burros hablan un inglés elocuente y los pollos vuelan sin alas. El pecado se sienta en el trono de los sacerdotes y los papas corren al burdel y se levantan la sotana y muestran las piernas velludas. El sol gira alrededor de la tierra y la tierra gira alrededor de la luna. Y su ojo izquierdo, ciego a este mundo, recupera la visión perdida. Y ve una serpiente gigantesca emerger de las aguas. Y los pájaros mueren. Los frutos se pudren antes de caer a la tierra sedienta, donde los gusanos huyen del hedor de los cadáveres. Los escorpiones se sienten como en casa y los zamuros respiran el hedor que contaminará la atmósfera. Su ojo derecho da vueltas hacia el lado derecho y su ojo izquierdo da vueltas hacia el lado izquierdo. Y su ojo derecho ve un hombre con el corazón limpio, llevado a la horca. Mujeres encinta camino a la hoguera. Y violadores felices. Y presos cortando la cabeza a otros presos. Y su ojo izquierdo ve hombres escupiendo a rehenes silenciosos. Carnavales de sodomitas travestidos, infectadas sus sangres de virus incurables. Y lágrimas desconsoladas a mitad de la noche. Y un grito pidiendo perdón cuando todo esté perdido. 80
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Y con el pie derecho da un paso hacia adelante y con el pie izquierdo da un paso hacia atrás. Extiende el brazo derecho hacia la derecha y extiende el brazo izquierdo hacia la izquierda. Como un muñeco tonto y absurdo. Como una marioneta con los hilos rotos. Sus ojos dan vueltas en sus órbitas. Y giran velozmente. Dislocados. Todo lo ven. Todo lo recuerdan. Todo lo juzgan. La noche da vueltas con sus ojos. Y el aire sideral se arremolina y el eco de su grito parte hacia las estrellas silenciosas, espantando a los cuervos, matando del susto a los búhos. Desde allí observa la tierra: el corazón de los santos intentando sobrevivir en un siglo cenagoso y triste, donde las serpientes respiran a gusto. Y escucha. No matarás. Ni a conocido ni a extraño. Ni por un millón de dólares ni por un cigarrillo. Ni con un revólver ni con un puñal. No fornicarás. Ni con mujeres ni con hombres. No pagarás para penetrar a alguien. Ni cobrarás a quien te penetre. No idolatrarás a ninguna estatua, así llore lágrimas de sangre. Quemarás a las brujas y a los adivinos. Ni creerás en sus palabras. Amarás con todo el corazón, eternamente, absolutamente, hasta perder el aliento. Y perdona. No le venderás el alma al diablo. Ni oirás su voz. Ni le aceptarás alguna paga. Nadie lo creía. Se tapaban los oídos con las manos y a la vez gritaban y aullaban. Se arrancaban los cabellos. Se arrojaban al piso y daban vueltas como poseídos. Mentían. Odiaban. Le vendían el alma al diablo. Iban al templo y allí se prostituían. Oh, generación corrupta, los criminales arrepentidos te condenan. Aprende de sus cicatrices. Sólo tienes voz para gritarme: ¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo! Y arrojan mierda de perro a la cara de todos los profetas. ¡Crucifícalo! Robert Arapé
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Las calles se llenan de plagas. Peces muertos contaminan los lagos. Los búhos dejan caer ratas sucias de sus garras. Curaba al enfermo. Liberaba a los endemoniados. Devolvía la vista a los ciegos. Al final de la tarde, abandonaba la ciudad como los pájaros. A comer migajas. A sufrir el frío de la noche. A observar las serpientes que se deslizan desde el corazón de los hombres. Déjenlo hablar. Oh, noche, veo ya los misterios: la eternidad tragándose los días. Yo no estaré, transcurridos los siglos, y aún estarás aquí, noche abismada, como un corazón insatisfecho. No soy nadie. Escupo al cielo y el escupitajo me cae en la cara. Si hoy muriese, ya la vida no tendría ningún sentido. Otra vida abre sus puertas. Brillaré más allá de esta vida, donde nunca más tendré hambre ni estaré solo. Donde nunca más tendré sed ni estaré triste. ¡Despierta! ¡Por favor, despierta! Todo fue horrible. Los demonios observan la locura de aquel loco de remate, y con una pedrada le parten la cabeza. Le susurran al oído enfermedades espantosas. Seducen prostitutas y las lanzan a sus brazos. Nada lo espanta. Ni siquiera el inaudito apagarse de las estrellas más brillantes. Ladran los perros. Furiosos. Oliendo ya la carne desgarrada. Ladran los gatos. Las ratas le siguen los pasos. El bosque da vueltas y vueltas y adonde se dirigían los caminos ya no hay nada. Sólo rutas a otras vueltas. Más allá se escuchan los ladridos. Más acá, una respiración helada. Observa una bandada atravesando la noche hacia la luna, describiendo un túnel ascendente, atravesado a su vez por una bruja.
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La canción degenerada
Sólo respira. Respira como si lo estrangularan dos manos. Como si un río anudara sus piernas y también lo arrastrara, dando vueltas a su cuerpo hasta enredarlo con las algas. Y tragara arena. Y tragara agua con barro. Y tragara las suciedades que otros escupen. Respira el aire que desciende a los valles olvidados y allí, mirando a las estrellas, estará más solo que una tumba. Sin la vida que entonces le precede. Sin la muerte que entonces continúa.
Robert Arapé
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Loca, ¿es verdad que sucederá algo malo? ¿Es verdad que habrá un terremoto y se abrirá la tierra? ¡Así dicen! Loca, ¿es verdad que caerá granizo? ¡No me pregunten! Lloren por sus hijos bañados en sangre. Lloren por sus patrias en ruinas. Lloren camino a la muerte. Lloren andando al destierro. Todo lo devora la pobreza. Todo lo destroza la desesperanza. Todo está contaminado de lepra. Lloren por sus sueños. Lloren por las ratas devorando los restos dejados por la desesperanza. Lloren al oír los aullidos de los lobos ante la luna muerta. Los cadáveres obstaculizarán los caminos. Los murciélagos estarán sedientos de sangre. Todos gritarán como locos. Las madres disputarán los huesos a los perros. Lloren por las noches, cuando nadie los escuche. Lloren detrás de las puertas. Lloren debajo de la almohada. Lloren por los pecados cometidos. Lloren porque Dios está lejos. 84
La canción degenerada
Lloren sedientos de lágrimas. Lloren hambrientos de consuelo. Todo estará manchado de sangre. Lloren porque ya no verán otro mañana. Todo estará hundido en una pesadilla. Todo estará envuelto en una tormenta de arena. Toda la noche se escucharán oraciones a los mártires. Lloverá día y noche, y todas las calles serán un pantano. Todos estarán enfermos. Todos estarán sedientos. Todos estarán angustiados. Lloren solos. Lloren por cuanto desearon y nunca obtuvieron. Lloren por cuanto poseen y nunca más verán. Lloren por los sueños lejanos. Lloren por los barcos hundidos en la costa. Lloren como perros en manada. Lloren mientras tengan vida. Lloren mientras mueran. ¡Loca mentirosa! ¿No ven las ratas corriendo fugaces por las calles? ¿No ven los hospitales atestados de enfermos? ¿No oyen el murmullo de la muerte cada vez más cercano? ¿No ven sus corazones cada vez más lejos de la dicha? ¿No ven que están aferrados a barrotes? ¿No ven que cada día resta menos tiempo? ¿Están sordos? ¿Están mudos? ¿No ven que nadie escucha sus gritos? ¿No ven cerradas las ventanas de las casa vacías? ¿No ven abiertas las puertas de las casas deshabitadas? ¿Hace cuántas semanas no duermen? ¿No ven que no comen? ¿No ven que sólo la sangre derramada despierta el apetito? ¿No ven que los políticos han huido a Martinica? ¿No ven que los sacerdotes han cerrado los templos y los convirtieron en prostíbulos? ¿No ven la democracia vencida? ¿No ven a la historia Robert Arapé
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atada de manos? ¿No ven a la esperanza con los senos al aire, alzando una bandera desgarrada? ¿No ven por las noches a los hechiceros desplumando a los cuervos? ¿No ven a los fornicadores esperando el fin del mundo fornicando? ¿No ladran los gatos? ¿No maúllan los perros? ¿No huyen los mentirosos a través de los bosques, engañados por la fantasía de una manada de lobos persiguiéndolos? ¿No ven a las embarazadas abortar a sus siameses? ¿No ven a la lujuria enroscándose, como una serpiente insatisfecha en el vientre desgarrado y vacío de los sodomitas? ¿No lo ven? ¿No ven que todo sucede por las noches, y, por eso, esta noche no acaba? ¿No ven la hoguera que han levantado con los Evangelios? ¿Desde cuándo no amanece? ¿No ven la verdad escupida en la cara? ¿No ven a los muertos abandonando sus tumbas, y caminar después hacia el mar, donde las olas nuevamente los sepultan? ¿No ven los pájaros cruzando los cielos, buscando el calor de sus nidos, de aquí para allá, y de allá para otro lado, confundidos, atravesando los vientos tempestuosos, hambrientos y errantes porque la naturaleza oscureció sus instintos? ¿No ven a las gallinas comiendo carne? ¿No ven a los gatos comiendo hierbas? ¿No ven los caminos atestados de zancudos? ¿No ven los jardines cundidos de sapos? ¿No huelen los lagos a algas putrefactas? ¿No ven que los hombres sólo comen animales vivos? ¿Qué más sabes, maldita! Me estás ahorcando. ¿Qué más sabes? 86
La canción degenerada
¿No ven al ángel de la muerte volando alrededor de la luna? ¡Ahí está! Cabalga sobre un pájaro inmundo, y, con su mano derecha, levanta una hoz ensangrentada. Y el ángel de la muerte canta un himno endemoniado. Y abre sus ojos. Y la visión de sus ojos penetra las sombras. ¡Nos ha visto! ¡Nos ha visto! Está sediento de sangre. Está sediento de semen. Y el pájaro extiende su cuello a la tierra y extiende sus alas putrefactas. ¡Corran al pueblo! ¡Y cierren con llave las puertas de su casa! ¡Di la verdad, pedazo de loca! Corran al infierno. Corran a esconderse bajo tierra. ¡No asustas ni a las moscas, loca descabellada! ¡Abre bien los ojos, sucio bastardo! Huyan a las colinas. Huyan a las profundidades de los ríos. Huyan al calor del desierto. Huyan a las sombras de la noche. Huyan a la inconsciencia de los sueños. Huyan a la sangre derramada de las pesadillas. Huyan al murmullo del viento en el bosque. Huyan como perros. Huyan como moscas. Huyan como ratas. Huyan a los basureros. Huyan de día. Huyan de tarde. Huyan de noche. Huyan de madrugada. Métanse debajo de las piedras. Arrójense al vacío. Ahóguense en el mar profundo. ¡Estás borracha! Las ratas llegarán al mañana. Las serpientes llegarán al mañana. Los lagartos llegarán al mañana. Los cuervos llegarán al mañana. Las moscas llegarán al mañana. Los gusanos llegarán al mañana. Los murciélagos llegarán al mañana. Los alacranes llegarán al mañana. Los ciegos llegarán al mañana. Los mudos llegarán al mañana. Los sordos llegarán al mañana. Los mutilados llegarán al mañana. Los Robert Arapé
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enfermos llegarán al mañana. Los moribundos llegarán al mañana. Los muertos llegarán al mañana. El mañana llegará, pero ustedes no llegarán al mañana. No verán otro día. No verán otra noche. No verán otro amanecer. No verán otra vez las estrellas. Serán un pueblo sin patria. Serán un templo sin dios. Serán un ejército caído en batalla. ¡Escuchemos, por favor! ¡Escuchemos! Darán aquí el último paso. Aquí acaba el camino. Aquí el tren se detiene. Aquí despertarán de sus sueños. Aquí la pesadilla los espera. Aquí los morderán las serpientes. Aquí los despedazarán los perros. Aquí las hienas se disputarán vísceras humanas. Aquí los cuervos les vaciarán los ojos destellantes. Aquí los difuntos vendrán a maldecir el campo sembrado de huesos. Aquí los lobos vendrán olfateando en busca de sangre derramada. Aquí se abrirá la tierra. Aquí caerán los relámpagos. Aquí se desbordarán los ríos. Aquí lloverán bolas de fuego. Aquí lloverá de enero a diciembre. Aquí oirán al viento desplazándose por un hoyo oscuro y helado. Y no verán otra vez una luna nueva. Y hará mucho frío. Y sufrirán calor en extremo. ¡El tabaco te ha fundido la razón! ¿Quiénes son ustedes? ¿Ladrones desde el vientre de sus madres? ¿Adúlteros sin remedio? ¿Idólatras de los dioses falsos? ¿Sicarios sin paga? ¿Hechiceros de los conjuros fallidos? ¡Son oscuros como el Seol! ¡Muertos de hambre! ¡Sucios! ¡Violadores de mujeres feas! ¡Rapaces! ¡Carnívoros y cazadores de vacas putrefactas! ¡Esclavos de sus inmundicias! ¡Inmundos! ¡Sátrapas! ¡Sepulcros blanqueados! ¡Locos de remate! ¡Pábulos para las moscas! ¡Cadáveres insepultos!
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¡Predicadores de los vicios! ¡Oídme! ¡Miradme! ¡Arránquense la lengua! ¡Córtense las manos! ¡Sáquense los ojos! ¡Oídme! ¡Miradme! Llegará el día (óiganme bien, porque llegará el día) en que verán una luz resplandeciente en el cielo y ése será el anuncio de que la espera ha terminado. Y entonces, caerán en un abismo oscuro, abierto como una garganta en medio de sus almas, dando vueltas en el aire, atados por los pensamientos que antes los arrastraron a los lupanares. Y se los tragará el abismo, y el abismo no podrá escupirlos. Caerán y esta caída no tendrá fin. Caerán a una eternidad sin estrellas y nada observarán, aunque escuchen los gritos de los pueblos cayendo a vuestro lado. ¡Será hermoso verlos desaparecer de este mundo! ¡Será hermoso e inolvidable! ¡Buena suerte para todos! ¡Tú! ¡Tú! Y ¡tú! Y ¡tú! ¡Mírame a los ojos mientras te señalo con el dedo! ¡Tú, que me ruegas llamándome padre, dejas a tus hijos sin padre ni madre! ¡Tú, que mendigas y acaricias con una mano, robas y apuñalas con la otra! ¡Tú, que oras de rodillas en los templos, invocas a los muertos en el bosque! ¡Tú, que sacrificas un cordero vivo en las fiestas de Pascua, aúllas y bebes sangre de lobo durante la luna llena! ¡Tú, que fornicas con mujeres, engendras perros callejeros! ¡Tú, que caminas a todos lados, nunca llegas a ninguna parte! ¡Tú, que participas de la eucaristía, conoces al diablo! ¡Tú, que oyes las palabras del dios innombrable en boca de los profetas antiguos, obedeces al susurro de todos los demonios! Robert Arapé
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¡Tú, que te lavas las manos, tienes el alma sucia! ¡Tú, mujer depravada caminando por la noche en las colinas, te vistes los domingos de santa, y comulgas! ¡Tú, que acostumbras tragarte el semen de los hombres, escupes los crucifijos clavados en las puertas! ¡Tú, que andas vestida de luto, maldices a los muertos! ¡Arrepiéntanse! ¡Hagan penitencia! ¡Tú, que hoy robas, no tendrás perdón! ¡Tú, que hoy fornicas, caerás al hoyo! ¡Tú, que hoy llevas ofrendas a dioses de madera, arderás como brasas sin consumirte día y noche! ¡Tú, que silbas por las noches, oirás susurros de otro mundo! ¡Tú, que me extiendes las manos manchadas de sangre, aléjate de mí! ¡Tú, que celebras tus crímenes con vino y nuevas danzas, amanecerás llorando! ¡Tú, que maldices a los santos, morirás mudo! ¡Tú, que nunca compartiste el pan con el pobre, serás devorado por gusanos! ¡Tú, que me llamas madre, eres un hijo del demonio! ¡Tú, que pierdes la cabeza con un trago de ron, perecerás degollado! ¡Tú, que huyes de los lobos, caminarás entre serpientes! ¡Tú, que buscas tesoros perdidos, encontrarás cadáveres enterrados! ¡Morirán! ¡Pronto morirán! Ya la muerte desembarcó en el puerto. Nadie aún la ha visto, pero su olor a rata de alcantarilla se respira en la costa. ¡Nadie aún la ha visto! Llegó hace unas noches, equipada para una larga jornada. Surcó las aguas oscuras y las estrellas guiaron su rumbo. 90
La canción degenerada
Tiene la hoz levantada. Pronto caerá la primera cabeza. Pronto el pueblo encontrará al primer degollado cubierto de moscas, y, en un abrir y cerrar de ojos, los degollados serán multitud. Todos perderán la cabeza. Las almas perdidas ocuparán su lugar en los barcos vacíos y partirán a la nada. Sus barcos no tienen banderas y nadie ni nada guiará a su fin los barcos de las almas, llevadas así a través de las mareas a voluntad de los vientos. Ya tiene hora la noche arremolinada. El mar escupe los peces muertos a la orilla. El mar escupe los cadáveres de los pescadores condenados. En el fondo del mar se sacuden las algas putrefactas, formando remolinos, levantando las olas hasta el resplandor de la luna. ¡Oh, Dios, líbranos del mal!
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El mundo daba náuseas. Daba náuseas crecer entre perros hambrientos. Daba náuseas pensar en la muerte. Daban náuseas las aves de rapiña desplazándose en la noche, eludiendo a las estrellas, respirando aire puro en pos de la basura. Daba náuseas vivir entre hienas, y salir con las hienas a cazar por las noches. Como una sombra. Como un murmullo del viento entre los árboles. Como una estrella oscura y sin nombre. Sediento de agua. Sediento de sangre. Sediento de semen. Daba náuseas su rostro. Daba náuseas su patria. Daba náuseas su dios. Daba náuseas comer entre lobos aullándole a la luna. Daba náuseas copular con los sapos y engendrar perros o copular con las gallinas y engendrar lagartos. Vivir daba náuseas. Y, no obstante, si encontraba una estrella en el cielo de ese pueblo nauseabundo, miraba hacia esa estrella como un loco ante Dios. Como un gato ante una rata. Como un endemoniado ante una cruz. Como un soñador ante su sueño. Como si la felicidad esperase desde siempre como un loco con los brazos abiertos. Entonces, soñaba. Soñaba ante esa estrella. Hermosa. Radiante. Eterna. Y entonces, huía avergonzado, con la 92
La canción degenerada
cabeza metida en una bolsa. Huía de los hombres. Horrible. Oscuro. Mortal. Semejante a un animal sin parentesco alguno con ningún animal. Huía hacia los campos, donde los lobos aullaban a la luz de la luna y la luna alumbraba siempre extraña y misteriosa. Y aun así, daba vueltas de felicidad con el viento bajo la noche estrellada y cerraba los ojos, y, con los ojos cerrados, corría hacia la noche con los brazos abiertos. Soñando con el mundo dándole vueltas y el mundo girando en sentido contrario. Como si realmente no fuese un payaso sino un loco. Riéndose de sus propias payasadas.
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