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Qué nos está pasando?

¿Qué nos está pasando? Por: Graciela Large

Una pareja consigue precipitar la ruptura cuando se enroca en sus razones y en sus emociones. Es el peor futuro para una relación, que no acaba con el divorcio, sino que la lucha se alarga, a veces toda una vida. El litigio que empieza en los tribunales, se perpetua durante años y años, hasta agotar a las partes implicadas. Es lo que a mi entender pasa ahora en España con Cataluña.

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Después de 17 años de trabajar con parejas hay dos caminos cuando la convivencia se enrarece: la ruptura que quema todas las velas hasta hundir la nave; o la separación negociada con una visión común que, cuando hay hijos, permite ir más allá del conflicto y favorece el entendimiento.

Precisamente porque conozco, de primera mano, las consecuencias de uno y otro camino, hoy quiero reflexionar sobre la fractura profunda que se produce en el mundo, y en España, país donde resido, cuando no hay un principio universal que

prevalezca.

¿Cuál es el origen de esta fractura social?

Como en España y en diferentes puntos del planeta, asisto con profunda tristeza, a la confrontación, a la ausencia de entendimiento, a posturas beligerantes que niegan trabajar juntos a favor, sumando diferencias.

Cuando se precipita la ruptura social es muy parecido a negar una cura integral de un proceso de cáncer. La lucha fratricida por acabar por lo que se reconoce fuera de la ley, con el foco en destruir a las células díscolas, con aniquilarlas, pareciera que es un gran logro cuando se consigue parar la revolución interior dentro de un sistema, sin embargo, queda sin resolver la fractura interna. El conflicto sigue latente y sin resolución.

Miremos los periódicos. El apego a tener la razón por encima de principios universales enfrenta a parejas, padres con hijos, equipos de trabajo, a comunidades, enrareciendo la convivencia. Da lugar a la rigidez en los criterios por encima de las personas. Impide un pensamiento y una convivencia en libertad. Toda ruptura social también se alimenta de emociones que conectan con recuerdos que tiene la comunidad, con argumentos desde uno y otro bando, y también de razones que parecieran ser la única verdad. Muy parecido a cuando nuestros padres, o dos hermanos se distancian y cada uno se enroca en su postura queriendo tener la razón. Lo que se ve es que uno somete al otro, y que uno sufre más que el otro, sin embargo esto ocurre porque ambos han dejado de sumar.

Igual que el cáncer empieza en el cuerpo de una persona con una célula, que un día, ya no quiere hacer lo que ha hecho hasta ese momento, la ruptura en una pareja parte de un pensamiento que niega el aporte de valor del otro. Entonces la célula del cáncer empieza a funcionar contraria al ecosistema orgánico y reivindica el ir por libre, adhiriendo rápidamente a otras células a su causa. Lo mismo ocurre en una relación. Es como si la célula no necesitase a el cuerpo para subsistir, aunque su comportamiento conlleve a la muerte del organismo donde habita.

A partir de ese momento vemos aparecer la enfermedad de la ruptura en una relación, con comportamientos erráticos y de confrontación en ambos, pero sin asociar estos síntomas a una profunda fractura interior que ha llevado a la pareja, o a esos hermanos, a ese punto irreconciliable de desencuentro.

Es un hecho que se repite una y otra vez cuando ignoramos de qué manera conciliar y escuchar las voces internas, que nos son contrarias. Nos declaramos incapaces para trazar puentes de unión con uno mismo, y mucho menos con el otro. Hoy en el

mundo estamos enfermos del cáncer de la ruptura como estilo de vida.

La primera vez que leí el libro La Enfermedad como Camino y su explicación sobre el cáncer fue una revelación para mi. Esto fue hace más de 20 años, y sin embargo, ahora su visión cobra más fuerza en mi ánimo para alertar sobre el significado social del cáncer. ¿Cuál es el reto que tenemos por delante como humanidad que permita elegir un camino diferente a la ruptura?

Cuando empecé mi camino de búsqueda con el conocimiento de quien soy, y por ende, de las personas, en una dimensión diferente al periodismo, venía con el sueño de propiciar la transformación a partir de la información. Por lo menos a ello contribuí durante 20 años, pero comprendí que la transformación ha de empezar, Sí con la información, pero desde el conocimiento profundo de uno mismo. Es más, éste

autoconocimiento ha de permitir superar el apego a la ignorancia.

Durante los últimos 17 años he comprobado que el conocimiento de tu ADN personal no sólo facilita encontrar alternativas y soluciones a lo que pasa en tu vida. Es también la solución al dogmatismo, a sentirse carente, a la envidia, celos, y en definitiva, resuelve la ausencia de herramientas que impiden trazar puentes entre posturas extremas, tanto en el interior como fuera de uno mismo.

El ADN contiene la esencia de la unión, y su principio universal se basa en la

cooperación y en la suma, trasmitido e inspirado por los progenitores, y está presente en todos los niveles de la propia existencia. Una esencia intangible que podemos despertar y reconocer a partir de valores.

Los valores de nuestro ADN personal se pueden materializar en nuestra vida diaria en pro del entendimiento. Con ellos accedes a un criterio propio contrastado; al que podemos ser leales, aceptando que todos somos personas únicas que aportamos valor; nos regala la máxima comprensión a la que se puede aspirar: que somos lo mismo y al tiempo diferentes. Nos sintoniza con el principio universal de la unión y la suma.

Por todo esto os propongo, si queréis, que nuestro objetivo diario sea restablecer la unión, propiciando primero la unidad en cada uno de nosotros. Que nuestra gran fractura interior se resuelva y deje de negar a una parte de nuestro ADN: la ausencia de la mejor cualidad de uno de sus padres y la desobediencia a la mejor cualidad del otro.

Un cambio profundo en nuestro microcosmos personal. En vez de negar y rechazar; poner en valor a uno mismo y al otro, y aceptar. Reconocer que estamos todos juntos en ese objetivo desde una visión que nos transforme. ¡Que hagamos diferente por fin, a lo hecho en siglos de división y fractura.

Os invito a que superaemos juntos el mayor cáncer que existe: la falsa ilusión de ruptura y separación. Sólo podemos reconocer que somos diferentes y que estamos ciegos. Lo podemos negar, olvidar, esconder, rechazar, e ignorar. Pero nada de ello cambia el hecho de que todos somos Uno.

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