Liderazgo Cristiano Emprendedor 2
Roberto Celaya Figueroa
…para nosotros, sin embargo, sólo hay un Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas, y nosotros somos para él; y un Señor, Jesucristo, por medio del cual son todas las cosas y nosotros por medio de él (I Corintios 8:6)
Dedicatoria
A la Iglesia de Dios (7° Día)
Página web habla hispana: http://www.iglesiadediosapostolica.org/ Página web oficinas centrales: http://www.churchofgod-7thday.org/
ÍNDICE
Introducción........................................................................................................ 1 1. Las cicatrices de tu lucha actual serán tus trofeos futuros cuando triunfes en tus metas ............................................................................... 2 2. La suerte acompaña a aquellos que están preparados y aprovechan la oportunidad .............................................................................................. 5 3. Trabajar en equipo es darle más manos, mente y alma a tus proyectos ................................................................................................................... 8 4. ¿Quieres ver un milagro?, mira hacia fuera y hacia dentro de ti ........ 11 5. A veces no puedes mejorar el mundo, pero el solo hecho de intentarlo te mejora a ti............................................................................................. 14 6. Derrumba las paredes que encuentres en tu camino y usa los ladrillos para construir puentes hacia tus metas ................................................ 17 7. Así como un foco puede iluminar una habitación, una sola persona de bien puede iluminar el mundo ................................................................ 20 8. Cuida la palabra que empeñes, es tu mejor tarjeta de presentación .. 23 9. Lo creas o no, siempre habrá alguien para quien tus acciones sean un ejemplo a seguir ...................................................................................... 26 10. A veces nuestra fe es tan grande que no nos cabe dentro y tiene que salir... salir a hacer milagros................................................................... 29 11. Cuando el oro se acaba, el único resplandor que queda es el del brillo que hayas logrado sacarle a tu alma ..................................................... 32 12. A veces hay que seguir caminando, incluso aunque se haya hecho de noche ........................................................................................................ 35 13. Curiosamente los más grandes sueños no surgen cuando estamos dormidos .................................................................................................. 38 14. La lluvia hasta en el desierto cae... ¡y lo hace florecer! Síguelo intentando ................................................................................................ 41 15. La fuerza que te hace levantar de cada caída, es la misma que logra hacer de nuestro mundo un lugar mejor ............................................... 44
16. Al igual que cuando vas de compras, tú decides que quieres llevar en tus bolsas de la vida: sombras que te detengan o luces que te hagan volar .......................................................................................................... 47 17. El carácter de una persona está dado por el equilibrio entre lo que piensa, lo que dice y lo que hace ........................................................... 50 18. A veces no es tanto lo que puedas hacer en el mundo, sino lo que permitas que el mundo haga contigo .................................................... 53 19. Dice un dicho que si una puerta se cierra, se abre una ventana... y yo agregaría: y si no ¡hay que abrirla! ........................................................ 56 20. El nadador no se pregunta cuánto le falta para la orilla, se concentra en nadar y cuando menos lo piensa ha llegado a su meta .................. 59 21. Llegar a tus metas te hace exitoso, pero además ayudar que otros lleguen a las suyas te hace trascendente ............................................. 62 22. La constancia del aire erosiona hasta la roca, la constancia en tus acciones vencerá cualquier obstáculo .................................................. 65 23. Sueños sin acciones es como tener la semilla de un árbol muy frondoso ¡en un cajón! ............................................................................ 67 24. Cada meta no solo te lleva al éxito sino te acerca cada vez más a la persona que realmente eres ................................................................... 70 25. Solo merece esperar un futuro mejor quien está dispuesto a luchar por él................................................................................................................ 73 26. Todo gran sueño implica grandes sacrificios, pero estos se compensan con creces con la conquista de la meta ........................... 76 27. Cada sueño se busca, se acecha, se caza, y una vez que se ha conquistado ¡se va por el siguiente! ...................................................... 79 28. La vida es un río, si no avanzas con decisión hacia dónde quieres, la corriente te arrastrará hacia donde no quieres..................................... 82 29. Cada día es una oportunidad no solo de lograr cosas sino de ser más ................................................................................................................... 85 30. Logro sin esfuerzo no sabe, no se valora, y lo que es peor, la mayoría de las veces no dura ............................................................................... 88
31. A veces hay que tocar cien puertas para que se abra una .................. 91 32. Un triunfador no es alguien que no conoce el fracaso, sino alguien que lo conoce tan bien como para saber que no pertenece ahí ................. 94 33. El mundo te pertenece... pero debes luchar por él ............................... 97 34. Nadie ha salido de un agujero hundiéndose más en él ..................... 100 35. En el camino a la excelencia dos cosas debes cuidar: creerte más que los demás y que los demás hagan creerte menos ............................. 103 36. ¿Que si cuántas veces intentarlo? Fácil: ¡hasta lograrlo! ................. 106 37. Aunque no tengas motivos, agradece cada día; inténtalo y al rato tendrás motivos de sobra ..................................................................... 109 38. Paciencia, a veces las semillas tardan en germinar pero al final todas florecen................................................................................................... 112 39. Si no has encontrado lo que buscabas, la respuesta no es dejar de buscar sino buscar en otro lado .......................................................... 115 40. Ante lo corto de la vida tienes dos posibilidades: aprovecharla o desperdiciarla, tú decides ..................................................................... 118 41. Mente para pensar, corazón para sentir, y vida para compartir, ¿qué más necesitas? ...................................................................................... 121 42. Se requiere de la tempestad para probar la fortaleza de un barco ... 124 43. Decide con sabiduría y valor: lo conveniente a veces no es correcto y lo correcto a veces no es conveniente ................................................ 127 44. No puedes desandar tus pasos, pero si puedes caminar mejor ....... 130 45. Lo que haces cambia al mundo, la intención con que lo haces te cambia a ti .............................................................................................. 133 46. Lo único mejor que lograr un sueño es ¡compartirlo! ........................ 136 47. Cuando trabajas en equipo no sumas voluntades... ¡las multiplicas! ................................................................................................................. 139 48. A veces la vida podrá no ser lo que uno espera, pero siempre será lo que uno necesita ................................................................................... 142 49. Para volar, primero correr; para correr, primero andar; para andar, primero gatear; para gatear, ¡primero soñar! ...................................... 145
50. Recuerda: El esfuerzo es momentáneo, el triunfo es para siempre . 148 Conclusión ........................................................................................................ 151
Introducción
Cuando como cristiano se responde al llamado del Padre, se inicia un andar por el Camino al cual Él ha llamado a cada uno, camino que en ocasiones puede ser árido, cuesta arriba, o incluso cansar, es en esos momentos en que se necesitan palabras que permitan sí, tomar aliento, pero más aún: motivar para seguir el andar.
La presente obra busca eso. Si bien la fuente de toda motivación, de toda esperanza, de toda confianza es Dios, puede uno a través de la reflexión que en el andar se imprimir ver y entender lo que el mismo trae a nuestra vida. El Camino va cambiando a quien confiadamente –confiadamente en referencia a Dios- transita por él. Ese cambio puede ser reconocido cuando se reflexiona en el mismo, y de igual forma esa reflexión puede dar para entender un poco lo que está pasando pero mejor aún: confiar en las promesas que de Dios se han recibido.
Liderazgo Cristiano Emprendedor pone al alcance de todos aquellos que por el Camino transitan una serie de reflexiones que bien podrían identificarse como diferentes momentos en diferentes puntos de ese andar.
Esa serie de reflexiones buscan servir como ese amigo que en ocasiones acompaña el andar para proporcionar, en la medida de lo posible, un respiro que devenga en incentivos para continuar el andar.
Que el Santo Espíritu de nuestro Padre Dios que mora en cada uno ilumine y fortalezca para vivir, con liderazgo y motivación, el llamado del que se ha sido objeto, conforma a la voluntad del Padre y para Su mayor gloria en Cristo Jesús.
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Una imagen que a veces nos cuesta entender, es la del cuerpo de gloria de Cristo resucitado, no por lo sobrenatural que esto implica para nuestra razón sino porque el mismo sigue presentando las heridas de la pasión.
La cita escritural nos muestra a Jesús diciéndole al Apóstol Tomás que viera sus manos traspasadas y su costado abierto, y no sólo eso sino incluso que los tocara para convencerse; de igual forma la profecía de Zacarías sobre Cristo en Su segunda venida lo muestra con las heridas en las manos que, en palabras proféticas de Jesús, recibió en casa de sus hermanos.
La Escritura y el testimonio de la iglesia muestra cómo es que a lo largo de la historia de la humanidad muchos hermanos y hermanas experimentaron vituperios y azotes, prisiones y cárceles, fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a filo de espada; anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, pobres, angustiados, maltratados. Sobre esto Pablo escribiendo a los Romanos señala como es que incluso en las tribulaciones puede uno gloriarse, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia,
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prueba; y la prueba, esperanza; y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en los corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado”.
Extendiéndose sobre este último punto, Pedro, en su segunda carta establece la dinámica que la edificación de uno ante Dios debe tener cuando exhorta a añadir a la fe, virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor, ya que si estas cosas están en cada uno, y abundan, no dejará a nadie estar ocioso ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo”.
Si bien la tribulación es parte de la vida cristiana, Jesús mismo ha dejado palabras de consuelo y esperanza para animarnos: “Si el mundo os odia, sabéis que me ha odiado a mí antes que a vosotros” –dejo dicho nuestro Señor- pero agrega “en el mundo tenéis tribulación; pero confiad, yo he vencido al mundo”, y más aún: “regocíjense y alégrense, porque la recompensa en los cielos es grande, porque así persiguieron a los profetas que fueron antes”
Pablo escribiendo a los Filipenses les enseñaba que a los llamados a salvación en el presente siglo se les ha concedido por amor de Cristo, no sólo creer en El, sino también sufrir por El, y Pedro ampliando esto en su primer carta señala que antes bien, en la medida en que los llamados comparten los padecimientos de Cristo, deben regocijarse, para que también en la revelación de su gloria se regocijen con gran alegría.
Con todo y todo sabemos, como Pablo escribía a los Romanos, que los sufrimientos de este tiempo presente no son dignos de ser comparados con la gloria que en los llamados, elegidos y fieles ha de ser revelada, siendo que al final, como presenta Juan en Revelación Dios mismo enjugará toda lágrima de los ojos de los que hallan vencido; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni
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dolor; porque las primeras cosas pasaron, así que no olvides que las cicatrices de tu lucha actual serán tus trofeos futuros cuando triunfes en tus metas.
Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/vfwIfC1pw90
Referencias: Juan 20:27-29; Zacarías 13:6; Hebreos 11:36-37; Romanos 5:3-5; 2 Pedro 1:5-11; Juan 15:18; 16:33; Mateo 5:12; Filipenses 1:29; Hechos 14:22; 1 Pedro 4:13; 1 Tesalonicenses 3:3; Romanos 8:18; 2 Corintios 4:17; 1 Pedro 4:13; 5:1; Revelación 21:4
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Seamos claros desde el principio: para un cristiano no existe tal cosa como la suerte como el mundo la entiende, todo forma parte de un plan divino donde los llamados a salvación entienden lo que referido a ello el Padre ha revelado en Su palabra. Pero de igual forma puede entenderse eso de la suerte simplemente como estar preparado para aprovechar la oportunidad cuando se presente. Ahora bien, ¿estar preparado para qué?, ¡para cumplir la voluntad del Padre! Mateo nos presenta las palabras de Cristo diciendo “No todo el que me dice: “Señor, Señor”, entrará en el reino de los cielos, sino solo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo. Muchos me dirán en aquel día: “Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios e hicimos muchos milagros?” Entonces les diré claramente: “Jamás los conocí. ¡Aléjense de mí, hacedores de maldad!”
Curiosamente de la cita anterior, la última parte referida a hacedores de maldad, la palabra maldad se ha traducido del griego ἀνομίαν, anomian, que literalmente significa sin ley. Así que los que son rechazados son aquellos que incluso a pesar de las buenas, excelentes e incluso milagrosas obras que pudieron haber hecho, 5
han vivido alejados, y no sólo alejados sino incluso en franca violación a la Ley de Dios.
Moises hablando al Pueblo de Israel, y en su figura a todos los llamados a formar parte de la familia de Dios, les dice “¿qué pide Jehová tu Dios de ti, sino que temas a Jehová tu Dios, que andes en todos sus caminos, y que lo ames, y sirvas a Jehová tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma”. Ahí está la voluntad del Padre a la que Jesús hacía referencia en la cita de Mateo, de igual forma esta última referencia relaciona esta obediencia al amor del cual se deriva la misma. Sobre esto último Cristo nos dejó en la Escritura el exhorto de que “el que tiene mis mandamientos, y los guarda, aquél es el que me ama; y el que me ama, será amado de mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él”, y Juan en su primera carta aclara sobre lo mismo que “este es el amor de Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos”.
Ahora bien, ¿Cómo puede uno estar preparado para aprovechar las oportunidades que sobre lo anteriormente expuesto se presenten? Pablo escribiendo a los Hebreos señala que “el alimento sólido es para los que han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal” y sobre esto Santiago aclara que “si alguno de vosotros se ve falto de sabiduría, que la pida a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada”. La Escritura nos exhorta a “andar sabiamente para con los de afuera, aprovechando bien el tiempo”, y todavía más reitera “aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos”, pero para ese aprovechar se requiere estar dispuesto para usar la ocasión cuando se presente, después de todo la suerte acompaña a aquellos que están preparados y aprovechan la oportunidad.
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Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/i7WI3E2KixQ
Referencias: Mateo 7:21-23; Deuteronomio 10:12; Mateo 22:37; Juan 14:21, 23; 15:19; 1 Juan 2:3; 5:3; 2 Juan 1:6; Hebreos 5:14; 1 Corintios 2:6; Efesios 4:13; Santiago 1:5; Proverbios 2:6; Santiago 3:17; Colosenses 4:5; Efesios 5:16
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Muchos sueños, metas y objetivos de la vida natural requieren de la confluencia del esfuerzo de varias personas, esto debido al alcance que ciertos proyectos pueden tener que exceden de las capacidades de una persona sola, este principio también aplica para la vida espiritual ya que el tema relacionado con la Gran Comisión excede las capacidades que como individuos podamos tener.
Jesús, al encomendar a Sus discípulos, y en su persona a los cristianos de todos los tiempos, a ir por todo el mundo predicando el Evangelio a toda criatura, no estableció esta encomienda para que fuera realizada de manera aislada y solitaria por cada seguidor suyo, sino que la encomienda fue dada cuando todos estaban reunidos señalando como una obligación comunitaria la consecución de la misma.
Es por ello que Pablo instruye en su carta a los Hebreos a no dejar de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino a exhortarse unos a otros tanto más cuanto sé sabe que el día del Señor se acerca; de hecho, sobre esto mismo, Cristo señala que donde dos o tres están reunidos en Su nombre Él está presente en medio de ellos.
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La iglesia de Dios es columna y sostén de la verdad, en ella Dios ha designado: primeramente, apóstoles; en segundo lugar, profetas; en tercer lugar, maestros; luego, milagros; después, dones de sanidad, ayudas, administraciones, diversas clases de lenguas, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, a la condición de un hombre maduro, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo.
Reunirse en la Congregación con los demás hermanos y hermanas que han sido llamados a salvación en el presente siglo conlleva una ventaja referida a la propia edificación que excede la que en solitario pudiera obtenerse, de igual forma, permite encarar la Gran Comisión no sólo con estrategias comunales sino también con esa motivación de unos para con otros que nace del compañerismo, de la hermandad, “edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo Cristo Jesús mismo la piedra angular en quien todo el edificio, bien ajustado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor”.
¿Has visto cómo es que en todo proyecto secular hay sueños, metas y objetivos establecidos?, ¿sí?, ¿te has dado cuenta que esos sueños, metas y objetivos cuentan con las estrategias debidas pero, y tal vez más importante aún, que hay una motivación grupal de todos para con todos para que el equipo avance en la consecución de lo establecidos?, ahora yo te preguntaría ¿es así en la iglesia de Dios?
Al responder al llamado se nos ha establecido la obligación de crecer, de edificarnos, de dar frutos, ese crecimiento, esa edificación, esa fructificación es más factible, tiene mayor énfasis y es aún más dinámica en el grupo que llamamos iglesia de Dios. De igual forma lo referido a la Gran Comisión, el llevar el Evangelio a toda persona de toda nación es más realizable, posible y accesible si se trabaja en equipo.
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Es por ello que la Escritura señala que “mejores son dos que uno; porque tienen mejor paga de su trabajo. Porque si cayeren, el uno levantará a su compañero; pero ¡ay del solo! que cuando cayere, no habrá segundo que lo levante. También si dos durmieren juntos, se calentarán mutuamente; más ¿cómo se calentará uno solo? Y si alguno prevaleciere contra uno, dos le resistirán; y cordón de tres dobleces no se rompe pronto”, así que no lo olvides trabajar en equipo es darle más manos, mente y alma a tus proyectos.
Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/Mn5diqU1juw
Referencias: Marcos 16:15-18; Mateo 28:19-20; Hebreos 10:25; Mateo 18:20; 1 Timoteo 3:15; Efesios 2:21,22; 1 Corintios 12:28; Romanos 12:6-8; Efesios 4:13; Mateo 12:33; Juan 15:16; Santiago 2:14-26; Gálatas 5:22-23
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La misma naturaleza del hombre lo hace constantemente estar buscando esos prodigios que llamamos milagros. El Enemigo, sabiendo nuestra inclinación, usa eso en nuestra contra engañándonos a través de señales prodigiosas y lo hace tan bien, hay que reconocer, que a lo largo de la historia de la humanidad ha engañado a la mayoría de los hombres.
Los verdaderos cristianos andamos por fe, no por vista, con todo y todo bien podemos enumerar grandes y prodigiosas obras que Dios ha hecho en el mundo y en nosotros.
El Rey David, reflexionando sobre lo anterior, resume en uno de sus salmos las dos cuestiones anteriores, a saber: la maravillas de la creación de Dios y el portento de nuestra existencia: “Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste, digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites? Le has hecho poco menor que los ángeles, y lo coronaste de gloria y de honra. Le hiciste señorear sobre las obras de tus manos; todo lo pusiste debajo de sus pies”.
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El sólo hecho de reflexionar con sentido crítico, agudo, objetivo, sobre las maravillas que implican la creación existente no puede menos que llevarnos a la conclusión de la existencia de un Dios todopoderoso, infinito, eterno y lo que es mejor: amoroso. Por eso Pablo escribiendo a los Romanos les decía que “desde la creación del mundo, sus atributos invisibles, su eterno poder y divinidad, se han visto con toda claridad, siendo entendidos por medio de lo creado, de manera que no tienen excusa”.
Pero de igual forma si nos analizamos a nosotros mismos, física, mental, emocional y espiritualmente hablando, no podemos menos que sorprendernos ante la maravilla que somos, en otro salmo el Rey David señala esto al decir “Tú creaste mis entrañas; me formaste en el vientre de mi madre. ¡Te alabo porque soy una creación admirable! ¡Tus obras son maravillosas, y esto lo sé muy bien!”, con todo y todo, respecto de nosotros, el asombro de nuestra existencia no termina ahí sino que Dios, desbordando cualquier idea que pudiésemos concebir, nos ha dado la salvación por medios de Su Hijo Jesús, y no sólo eso sino incluso la posibilidad de ser parte de Su familia como hijos suyos. “Toda casa tiene su constructor, pero el constructor de todo es Dios”, dice la Escritura, “porque todas las cosas proceden de él, y existen por él y para él. ¡A él sea la gloria por siempre! Amén”, señala de igual forma la Escritura, así que ya lo sabes: ¿Quieres ver un milagro?, mira hacia fuera y hacia dentro de ti.
Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/0HQ5nnxxUpM
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Referencias: Génesis 3:1; Revelación 12:9; 13:14; 2 Corintios 4:18 5:7; Romanos 8:24; Salmos 8:3-6; Romanos 1:20; Salmos 19:1; Salmos 139:13-14; 1 Corintios 2:8; Mateo 19:25-26; Romanos 10:9-10; Efesios 2:19; Hebreos 3:4; Romanos 11:36
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Cuando del mundo se habla, algunos cristianos tienen la sensación de que, dado no se es parte de él, no debe mejorarse el mismo en ninguna forma, y tienen razón pero al mismo tiempo están equivocados.
En efecto, los llamados en este siglo a salvación no son parte del mundo, de hecho Jesús previene sobre los afanes de este mundo, las preocupaciones de la vida, como piedra de tropiezo que puede desviar o hacer caer a los elegidos.
Pero de igual forma Cristo señala a quienes han respondido al llamado del Padre a ser sal de la tierra y luz del mundo, de hecho, específicamente sobre esto exhorta a que alumbre nuestra luz delante de los hombres, para que vean nuestras buenas obras, y glorifiquen a nuestro Padre que está en los cielos. Sobre esto último Pablo escribiendo a los Gálatas los anima a que “según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe”.
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De hecho, si vemos todas las exhortaciones que contiene la Escritura, máxime las palabras de Cristo y la guía de la iglesia primitiva, vemos que el énfasis está en creer y en hacer, es decir, en la fe y las obras.
Es así como debe tenerse entonces un punto medio que nos prevenga de caer, ya sea en el extremo representado por la desidia de no interesarnos para nada de este mundo o bien en el extremos de afanarnos tanto de las cosas de la vida que descuidemos el llamamiento del que hemos sido objeto.
Ese punto medio estriba precisamente en reconocer que nuestro fin no es mejorar este mundo sino trabajar en la edificación propia que lleva a la justificación nacida de la salvación que gratuitamente se nos ha concedido por el sacrificio redentor de nuestro Señor Jesús.
Esto quiere decir que en efecto nuestra mirada no está fija en las cosas del mundo sino en Cristo, autor y consumador de nuestra fe, pero que ese llamamiento implica poner por obra aquello en lo creemos, dicho de otra forma, ser hacedores de la Palabra y no sólo oidores, y, dado que estamos en el mundo, ese hacer necesaria y forzosamente tiene su referente en el mismo y aunque no lo mejoremos –y esto es muy importante-, el esfuerzo mismo que hagamos para ello como consecuencia de avanzar en el Camino termina mejorándonos a nosotros mismos, como dijo Cristo “por sus frutos [-frutos visibles en el actual mundo-] los conoceréis”. La fe sin obras –obras que se realizan en el mundo- es una fe muerta, el realizar las obras de justicia, no para ser salvos, sino porque somos salvos, conlleva un esfuerzo que si bien no cambia mucho de lo que actualmente existe, ya que el mundo yace bajo poder del inicuo, sí nos hace avanzar en el Camino desarrollándose en nosotros, por el Santo Espíritu de nuestro Padre Dios que mora en cada uno, Su carácter perfecto y santo, así que ya lo sabes: A veces no puedes mejorar el mundo, pero el solo hecho de intentarlo te mejora a ti. 15
Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/DqprOm0K4MA
Referencias: Juan 15:19; 17:14; Marcos 4:19; Lucas 21:34; Mateo 5:13-16; Gálatas 6:10; Hebreos 11:6,31; Santiago 2:18; Hebreos 12:2; 9:28; Santiago 1:22; Mateo 7:16; Santiago 2:14-17; 1 Juan 5:19
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La Escritura contiene relatos de fieles siervos de Dios que se enfrentaron a obstáculos que literalmente parecían insuperables, tal vez el más famoso de esos relatos sea el de David contra Goliat, sobre todo por el feliz desenlace para el pueblo de Israel al imponerse estos a sus enemigos.
Esa historia se utiliza incluso en la actualidad, incluso en la vida secular, para señalar ese momento cuando se enfrenta uno a fuerzas insuperables, casi casi como si uno se topara con una pared, ante esto hay dos opciones: enfrentar dichos obstáculos o perder la batalla antes incluso de iniciarla.
Cuando Israel llegó a la tierra prometida mandó, bajo el mando de Moisés, a doce espías para que recorrieran la tierra, diez de esos doce regresaron con noticias desalentadoras “Vimos allí también a los gigantes (los hijos de Anac son parte de [la raza de] los gigantes); y a nosotros nos pareció que éramos como langostas; y así parecíamos ante sus ojos”, sólo Caleb y Josué trajeron palabras de ánimo “Subamos luego, y tomemos posesión de ella; porque más podremos nosotros que ellos”. El resultado del desánimo que reinó en el pueblo de Israel es por todos
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conocido: Dios los hizo vagar por el desierto cuarenta años siendo que de esa generación solo Caleb y Josué entraron a Canaán.
La vida cristiana no está exenta en la actualidad de esos gigantes, de esas paredes, que ante nuestros ojos nos impiden avanzar, pero ¿qué nos dice Dios? “No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia”.
La idea anterior inicia haciendo referencia al temor, pero para decir que no sucumbamos a él, que no permitamos que dicho sentimiento se imponga, señalado esto como desmayar ante los obstáculos, pero de igual forma contiene cuatro promesas: la primea que Dios está con nosotros, “Jehová va delante de ti; él estará contigo, no te dejará, ni te desamparará; no temas ni te intimides”. La segunda es que Dios nos da fuerzas, “los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán”. La tercera es que Dios es Quien nos ayuda, “Por Jehová son ordenados los pasos del hombre, y él aprueba su camino. Cuando el hombre cayere, no quedará postrado, porque Jehová sostiene su mano”; y la cuarta es que Dios es Quien nos sustenta, “Jehová es tu guardador; Jehová es tu sombra a tu mano derecha. El sol no te fatigará de día, Ni la luna de noche. Jehová te guardará de todo mal; el guardará tu alma. Jehová guardará tu salida y tu entrada; desde ahora y para siempre”.
Los obstáculos en la vida cristiana son parte de la misma, pero ante ellos el llamado a salvación sabe que es más lo que está a su favor que en contra “¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?.. Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó”, así que ya lo sabes derrumba las paredes que encuentres en tu camino y usa los ladrillos para construir puentes hacia tus metas. 18
Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/8jq5za3dqr0
Referencias: 1 Samuel 17; Números 13:33, 30; Isaías 41:10; Romanos 8:31; Deuteronomio 31:8; Génesis 28:15; Isaías 40:31; 2 Corintios 4:16; Salmos 37:23-24; 1 Samuel 2:9; Salmos 121:5-8; Romanos 8:31-33, 37; 1 Reyes 8:57; 2 Reyes 6:16
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La imagen de la vida del cristiano como algo que estando en el mundo no es parte de él más sin embargo testifica de la verdad revelada del Padre es una de las principales del andar en el Camino.
Cristo señaló a sus discípulos, y en su figura a los cristianos de todos los tiempos, la verdad de que quien responde al llamado del Padre deja de ser parte del mundo, esto es, no sigue la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida.
Pero con todo y todo deja de igual forma a sus discípulos la encomienda de ser sal de la tierra y luz del mundo. En la cita donde Jesús comisiona en esto a sus discípulos Él mismo aclara que la sal sirve para dar sabor mientras que la luz sirve para alumbrar. ¿Qué significa esto?, lo primero, el sabor que da la sal, tiene que ver con uno, lo segundo, la luz que sirve para alumbrar tienen que ver con los demás.
El sabor es algo que identifica a los alimentos incluso más allá de su apariencia, es así que alimentos que parecen estar en buen estado al probarlos podemos
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darnos cuenta si esto es así o no. En el caso del cristiano el sabor es precisamente lo que lo identifica y ese sabor tiene que ver con la manera en que vive el llamamiento, pero si ese cristiano en nada se diferencia del resto que son del mundo, en realidad él no tiene un sabor que lo identifica: “Pero si la sal deja de estar salada, ¿cómo podrá recobrar su sabor? Ya no sirve para nada, así que se la tira a la calle y la gente la pisotea”.
La luz es aquello que permite ver, identificar, reconocer, sin la luz necesaria para lo anterior es prácticamente imposible darse cuenta, al menos con la vista, de dónde se está, dónde se desenvuelve uno, hacia dónde se dirige. En el caso del cristiano tiene que ver con esa proclamación del Evangelio del Reino a la que se ha sido llamado, pero si no se cumple esa comisión uno no está siendo esa luz del mundo por lo que queda uno sin una utilidad como lumbrera en las manos del Padre: “Ni se enciende una lámpara para ponerla bajo un cajón; antes bien, se la pone en alto para que alumbre a todos los que están en la casa”.
Los tiempos actuales son críticos, la venida de nuestro Señor está a la puerta, si bien ambos encargos, ser sal de la tierra viviendo en congruencia la fe, y ser luz del mundo proclamando a los demás el Evangelio del Reino, cada vez se vuelven más complicados, de igual forma Dios está abriendo la puerta en estos últimos tiempos para que aquello se dé previo a la venida de nuestro Señor.
En el caso de la sal de la tierra, la vida cristiana no se circunscribe a obedecer las doctrinas de la fe sino a avanzar en la madurez del entendimiento sobre las misma que permita dar frutos de perfección y santidad; en el caso de la luz del mundo, la vida cristiana no se constriñe a congregarse y pasivamente esperar recibir sino utilizar los medios existentes para fungir en el presente siglo como profetas en las naciones, después de todo así como un foco puede iluminar una habitación, una sola persona de bien puede iluminar el mundo.
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Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/QgDTuUyeUXc
Referencias: Juan 15:19; 17:16; 1 Juan 2:16; 1 Pedro 2:11; Mateo 5:13-16; 28:19; Marcos 16:15; Lucas 24:47-48; Lucas 21:10-11; Mateo 24:14; Revelación 6:2-12
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Sin duda alguna uno de los más graves problemas en las relaciones interpersonales es la falta de confianza de unos para con otros. Decir una cosa y hacer otra, no cumplir lo prometido, hablar medias verdades –que finalmente terminan siendo mentiras completas- impiden generar un fundamento sobre el cual edificar la confianza requerida para que la interacción humana funcione.
El cristiano no está exento de caer en los errores, las faltas anteriormente comentadas. Santiago en su carta señala que “todos fallamos mucho. Si alguien nunca falla en lo que dice, es una persona perfecta, capaz también de controlar todo su cuerpo”. El problema en sí no es fallar, sino en ver esa falla como normal, como aceptable. “Porque siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse; más los impíos caerán en el mal”, indica Proverbios, lo cual implica que, ante lo comentado anteriormente, el objetivo planteado en la vida cristiana, como señaló nuestro Señor Jesucristo: “sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no; porque lo que es más de esto, de mal procede”.
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Decir una cosa y hacer precisamente esa, cumplir lo prometido, hablar verdades completas, es la meta que el cristiano, en su relación con los demás busca. Ahora bien, si esto es así en la relación de unos para con otros ¿se esperará menos de la relación de uno para con Dios? Eclesiastés responde “Cuando haces un voto a Dios, no tardes en cumplirlo, porque Él no se deleita en los necios. El voto que haces, cúmplelo”. Y ¿cuál es el principal voto que has hecho? El principal voto que has hecho devino con el bautismo cuando libre y voluntariamente expresaste tu deseo de cumplir con la voluntad de Dios.
Ante las innumerables fallas que tenemos en la vida cristiana, incluso después de haber venido al bautismo, lo anterior puede llevar a depresión al ver que difícilmente podemos decir que se ha cumplido eso que prometimos, pero Juan en su primera carta, abordando este tema, señala al respecto que “si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo”, idea completada por Pablo cuando escribiendo a los Hebreos les dice “por tanto, acerquémonos con confianza al trono de la gracia para que recibamos misericordia, y hallemos gracia para la ayuda oportuna”.
El cristiano busca que, ante su relación de unos para con otros y ante su relación de uno para con Dios, su decir si es si, sea si, si es no, sea no, y cuando cae, reconociendo la falla, vuelve a levantarse continuando con su andar hasta que ese carácter, que es el reflejo del del Padre, se refleje en uno, así que cuida la palabra que empeñes, es tu mejor tarjeta de presentación.
Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/tCa14YHNOKw
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Referencias: Santiago 3:2; Gálatas 5:17; Proverbios 24:16; 2 Corintios 4:9; Colosenses 4:6; Santiago 5:12; Mateo 5:37; Eclesiastés 5:4; Deuteronomio 23:21; Salmos 66:13; 1 Juan 2:1; Romanos 5:10; Hebreos 4:16; Efesios 2:18
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Los cristianos tenemos muy claro que al único que hay que seguir es a Cristo, este seguirle implica reconocer y entender su testimonio para que, guardando los mandamientos de Dios, seamos considerados entre aquellos llamados y elegidos que han demostrado ser fieles.
Si bien lo anterior es una verdad fundamental, también es cierto que, dado estamos llamados a reflejar Cristo en nuestra vida, nosotros mismos podemos, con nuestro testimonio, volvernos un ejemplo que lo mismo puede servir para bien que para mal. Es por eso que Pablo escribiendo a los Corintios, en su primera carta les dice “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo”, de igual forma escribiendo a los de Filipo les dice lo mismo, pero extiende la idea al ejemplo que se da a los demás, “Hermanos, sed imitadores míos, y observad a los que andan según el ejemplo que tenéis en nosotros”, y sobre esto último, en su primera carta a los de Tesalónica les dice cómo es que, por lo anterior, ellos llegaron “a ser un ejemplo para todos los creyentes en Macedonia y en Acaya”.
Afortunada o desafortunadamente nosotros no podemos hacer nada para evitar lo anterior, es decir, con la simple interacción social que tenemos unos con otros 26
ejercemos influencia entre aquellos que buscan en nuestra conducta, en nuestra forma de ser, la manera de vivir el Evangelio. ¿Te has puesto a pensar en eso?
Las palabras de Cristo, referidas a lo anterior, no pueden ser más contundentes: “Cualquiera que haga tropezar a uno de estos pequeñitos que creen en mí, mejor le fuera si se le atase una piedra de molino al cuello, y se le arrojase en el mar. Si tu mano te fuere ocasión de caer, córtala; mejor te es entrar en la vida manco, que teniendo dos manos ir al infierno, al fuego que no puede ser apagado, donde el gusano de ellos no muere, y el fuego nunca se apaga. Y si tu pie te fuere ocasión de caer, córtalo; mejor te es entrar a la vida cojo, que teniendo dos pies ser echado en el infierno, al fuego que no puede ser apagado, donde el gusano de ellos no muere, y el fuego nunca se apaga. Y si tu ojo te fuere ocasión de caer, sácalo; mejor te es entrar en el reino de Dios con un ojo, que teniendo dos ojos ser echado al infierno, donde el gusano de ellos no muere, y el fuego nunca se apaga. Porque todos serán salados con fuego, y todo sacrificio será salado con sal. Buena es la sal; más si la sal se hace insípida, ¿con qué la sazonaréis? Tened sal en vosotros mismos; y tened paz los unos con los otros”. “¿Ejemplo?, ¿yo?, seguramente, es a Cristo quien deben tener de ejemplo” – alguien pudiera pensar, y tiene razón, Cristo es nuestro ejemplo, pero la realidad y la Escritura, señalan que nuestro trato con los demás puede servir lo mismo para edificación que para escándalo, así que lo creas o no, siempre habrá alguien para quien tus acciones sean un ejemplo a seguir.
Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/SmBlPReYNjA
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Referencias: Revelación 14:12; 17:14; Gálatas 4:19; Efesios 4:13; Filipenses 3:17; 1 Corintios 4:16; 1 Tesalonicenses 1:7; Tito 2:7; Marcos 9:42-50; Lucas 17:1-4; Mateo 18:7; 1 Corintios 11:19
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La existencia de los milagros es algo que todo cristiano da por hecho, la misma Escritura, de principio a fin, da testimonio de ello, más sin embargo ¿ya pasaron los tiempos de los milagros?, si aún existen ¿quién o quienes los realizan? Cristo dijo a sus seguidores que habría ciertas señales que los identificarían: “En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas; tomarán en las manos serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán”. Basados en esta cita muchos movimientos cristianos buscan mostrar y demostrar que la misma se refiere a ellos pues literalmente, según ellos, hacen lo que Cristo señaló.
Revelación nos presenta dos testigos que de igual forma realizan grandes prodigios en nombre de Dios: “Si alguno quiere dañarlos, sale fuego de la boca de ellos, y devora a sus enemigos; y si alguno quiere hacerles daño, debe morir él de la misma manera. Estos tienen poder para cerrar el cielo, a fin de que no llueva en los días de su profecía; y tienen poder sobre las aguas para convertirlas en sangre, y para herir la tierra con toda plaga, cuantas veces quieran”. Es interesante que, como señala Revelación, a pesar de estos prodigios los pueblos 29
de la tierra no creen en el testimonio de estos testigos, siendo así, ¿es literal lo que la cita señala?
Pablo, en su primer carta a los Corintios enumera los dones de los que el Espíritu ha dotado a la iglesia de Dios para la Gran Comisión: “Porque a éste es dada por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro, fe por el mismo Espíritu; y a otro, dones de sanidades por el mismo Espíritu. A otro, el hacer milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversos géneros de lenguas; y a otro, interpretación de lenguas”.
Es así que los milagros, materialmente hablando, siguen estando en la iglesia, con todo y todo nosotros andamos por fe y no por vista por lo que no buscamos señales sino que adoramos al Padre en Espíritu y Verdad, pero si bien los milagros materiales existen en la iglesia, los dones para ello no son poseídos por todos, como Pablo señala, más sin embargo, y más allá de lo comentado, la noción espiritual de los milagros inicialmente señalados están al alcance de todo bautizado y de hecho forman parte de su comisión ante las naciones.
A través de la Palabra y el testimonio todo cristiano puede echar fuera demonios desarraigar el error e implantar la verdad-, hablar nuevas lenguas –presentar las verdades en idiomas y de formas nuevas-, tomar serpientes en las manos – manejar las cosas del mundo, que pierden a muchos, sin ser afectados por ellas-, beber cosa mortífera sin sufrir daño –escudriñando todo, incluso lo presentado por el mundo, desechando lo malo y reteniendo lo bueno-, e imponer las manos a los enfermos para sanarlos –sanación espiritual a través del mensaje del Evangelio-.
De igual forma los dos testigos, símbolo del testimonio de la iglesia en toda su existencia, pueden echar fuego de su boca para devorar a sus enemigos y que todo quien le quiera hacer daño muera de la misma forma –poder para que por su misma prédica los injustos se acarreen juicio-, así como cerrar el cielo, a fin de 30
que no llueva en los días de su profecía (testimonio y prédica) –poder para acarrear maldiciones sobre los inicuos, para mostrar las abominaciones de la tierra y acarrear sobre los herejes e incrédulos el castigo a sus acciones-.
Todo lo anterior lo compendia Pablo cuando indica que la Gran Comisión puede resumirse en andar “derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo”, después de todo a veces nuestra fe es tan grande que no nos cabe dentro y tiene que salir... salir a hacer milagros.
Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/cyt7cKVe3Fc
Referencias: Marcos 16:17-18; Hechos 5:16; Revelación 11:5-6; 1 Corintios 12:8-10; 2 Corintios 5:7; 8:7; 1 Corintios 1:22-24; Juan 4:23-24; Marcos 16:15-18; Efesios 4:11-16; 2 Corintios 9:13; 10:5; Filipenses 4:7
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La vida cristiana no es una vida desligada de la vida física y temporal actual sino que inmersa en esta está la simiente de lo que estamos llamados a ser y sobre lo que trabajamos. Sobre lo primero podemos ver cómo es que la Escritura da muchos consejos que alaban al diligente y sancionan al desidioso. “Los proyectos del diligente ciertamente son ventaja, mas todo el que se apresura, ciertamente [llega] a la pobreza”, “la pereza hace caer en profundo sueño, y el alma ociosa sufrirá hambre”, “el alma del perezoso desea, pero nada [consigue,] más el alma de los diligentes queda satisfecha”, sólo por mencionar algunos.
Sobre lo segundo, la simiente de lo que estamos llamados a ser y sobre lo que trabajamos, los mismos consejos son dados, más sin embargo giran en un ámbito más bien espiritual. Sobre esto, Pablo recriminando sobre algunas personas en la iglesia las señala como que “además, aprenden [a estar] ociosas, yendo de casa en casa; y no sólo ociosas, sino también charlatanas y entremetidas, hablando de cosas que no [son] dignas”.
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Independientemente de lo anterior, nuestra mirada no está puesta en las cosas que se ven sino en las que no se ven, “pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas”, es por ello que si bien la diligencia material es alabada, ésta no debe sobreponerse a la diligencia espiritual, después de todo “el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre”.
Es así como para el cristiano existe una diligencia material y una diligencia espiritual siendo esta última más importante, de igual forma, y curiosamente, esta diligencia espiritual es comparada en la Escritura con el proceso aquel por el cual se refina el oro, proceso que de igual forma implica pruebas. Sobre esto, David escribe señalando “tú nos has probado, oh Dios; nos has refinado como se refina la plata. Nos metiste en la red; carga pesada pusiste sobre nuestros lomos. Hiciste cabalgar hombres sobre nuestras cabezas; pasamos por el fuego y por el agua, pero tú nos sacaste a [un lugar de] abundancia”. De igual forma Pedro en su primer carta exhorta a sus oyentes “para que la prueba de vuestra fe, más preciosa que el oro que perece, aunque probado por fuego, sea hallada que resulta en alabanza, gloria y honor en la revelación de Jesucristo”.
Es así como la obtención de ese oro refinado, espiritualmente hablando, se vuelve perentoria para el cristiano que sabe que sin santidad nadie vera a Dios, como exhorta nuestro Señor por medio de Juan en Revelación: “te aconsejo que de mí compres oro refinado por fuego para que te hagas rico, y vestiduras blancas para que te vistas y no se manifieste la vergüenza de tu desnudez, y colirio para ungir tus ojos para que puedas ver”.
Mucho afán puede haber en la vida, más como en el caso de Martha y María, donde la primera se afanaba de las cosas de la casa mientras la segunda escuchaba al Señor a Sus pies, debemos elegir la buena parte ya que, como dice la Escritura “¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde la vida?”, 33
sabiendo que el Señor está a la puerta el cual pagará a cada uno con arreglo de sus obras, después de todo cuando el oro se acaba, el único resplandor que queda es el del brillo que hayas logrado sacarle a tu alma.
Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/oueAv7MLoD8
Referencias: Proverbios 10:4; 13:4; 19:15; 1 Timoteo 5:13; 2 Corintios 4:18; 1 Juan 2:17; 1 Pedro 1:7; Salmos 66:10-12; Hebreos 12:14; Revelación 3:18; Lucas 10:42; Mateo 16:26; Romanos 2:6
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La vida cristiana gira en torno a Jesús, nuestro Salvador y Redentor. Él es la luz del mundo y quien le sigue no anda en tinieblas, con todo y todo Él dijo a Sus discípulos, y a nosotros en su persona, que esa luz se iría de este mundo, volviendo las tinieblas sobre el mismo, más sin embargo su presencia permanecería en Sus seguidores. Ahora bien, ¿qué encargo dejó Jesus a Sus seguidores?, “vayan por todo el mundo y prediquen el evangelio a toda criatura”. El acatar esta comisión logra que Sus seguidores, los que tienen el Espíritu de Cristo en su corazón, sean luz del mundo. Este cumplimiento de la comisión dada por Cristo está condicionado: “Mientras tenéis la luz, creed en la luz, para que seáis hijos de la luz”. Es así como tenemos que tener la luz, creer en la luz, ser hijos –es decir demostrar- de la luz, pero si nuestro ojo está malo –como dijo Cristo-, todo nuestro cuerpo estará lleno de oscuridad. Así que, si la luz que hay en nosotros es oscuridad, ¡cuán grande será la oscuridad!
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¿Y cómo puede nuestro ser tener en su interior tinieblas? “Si decimos que no tenemos pecado –como señala Juan en su primer carta-, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros”, Proverbios de igual forma declara “el camino de los impíos es como las tinieblas, no saben en qué tropiezan”, y de nuevo Juan en su primer carta declara “El que ama a su hermano, permanece en la luz y no hay causa de tropiezo en él. Pero el que aborrece a su hermano, está en tinieblas y anda en tinieblas, y no sabe adónde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos”.
Así tenemos esa triple encomienda si queremos que la luz que hemos recibido brille en nosotros: reconocer nuestra naturaleza arrepintiéndonos y volviéndonos de nuestros caminos, limpiar nuestra conciencia y edificar nuestro entendimiento con la doctrina de la iglesia, y demostrar en el trato con los demás –principalmente con los de la fe, pero también con el mundo- esa fe que decimos profesar. ¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? –escribía Pablo a los de Corinto-. No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios.
Es más que evidente que alguien que aún es injusto, fornicario, idólatra, adúltero, afeminado, ladrón, avaro, borracho, maldiciente, estafador y demás, no se ha arrepentido de sus caminos ni se ha vuelto de ellos, no ha limpiado su conciencia ni edificado su entendimiento con la doctrina de la iglesia, ni demuestra en su trato con los demás esa fe que dice profesar, siendo que en este caso las tinieblas que hay en su interior son densas y ha dejado de ser luz del mundo para volverse parte de la oscuridad.
Los cristianos tenemos la luz de Cristo en nuestro interior, esa luz es la que nos guía a pesar de las tinieblas que nos rodean, pero en nuestro andar debemos ser, 36
como Cristo nos dijo, luz del mundo, después de todo a veces hay que seguir caminando, incluso aunque se haya hecho de noche.
Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/2OJBIrgfJIw
Referencias: Juan 8:12; 12:35; 14:19; 3:19; Mateo 28:19; Marcos 16:15; Lucas 24:47-48; Mateo 5:14-16; Juan 12:36; Mateo 6:23; 1 Juan 1:8; Proverbios 4:19; 1 Juan 2:10-11; 1 Corintios 6:9-10
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Tanto en la vida secular como en la vida espiritual, una cosa es dormir y otra soñar, la primera se refiere a ese letargo que nos embarga y que conlleva al cese de las actividades para entregarse al descanso, la segunda se refiere lo mismo a la actividad onírica propia del dormir que a las ideaciones que en nuestra mente se forjan y que nos impelen a alcanzar nuestros sueños. Para el cristiano la primera opción es la riesgosa, el dormir sobre todo espiritualmente hablando. Sobre esto Pablo escribiendo a los de Roma los exhorta a que “[…] conociendo el tiempo, que es ya hora de levantarnos del sueño; porque ahora está más cerca de nosotros nuestra salvación que cuando creímos. La noche está avanzada, y se acerca el día. Desechemos, pues, las obras de las tinieblas, y vistámonos las armas de la luz. Andemos como de día, honestamente; no en glotonerías y borracheras, no en lujurias y lascivias, no en contiendas y envidia, sino vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne”.
El énfasis de Pablo en la cita anterior permite identificar ese soñar como aquel aletargamiento espiritual comentado al inicio que conlleva al creyente a descuidar la salvación a la que ha sido llamado. De hecho la cita equipara ese soñar, estar 38
dormido espiritualmente hablando, con las obras de tinieblas y todavía, para mayor aclaración, a manera enunciativa más no limitativa, menciona alguna de esas obras: glotonerías, borracheras, lujurias, lascivias, contiendas y envidia, en otras palabras los deseos de la carne. Sobre esto mismo Pedro en su primer carta exhorta diciendo “Baste ya el tiempo pasado para haber hecho lo que agrada a los gentiles, andando en lascivias, concupiscencias, embriagueces, orgías, disipación y abominables idolatrías”. Aquí tenemos más obras de aquellos que espiritualmente están dormidos, por eso Pablo escribiendo a los de Éfeso les dice “Mas todas las cosas, cuando son puestas en evidencia por la luz, son hechas manifiestas; porque la luz es lo que manifiesta todo. Por lo cual dice: Despiértate, tú que duermes, y levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo. Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sino como sabios, aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos. Por tanto, no seáis insensatos, sino entendidos de cuál sea la voluntad del Señor”.
Es interesante, sobre esta última cita, que Pablo hace referencia al profeta Isaías quien escribió “Levántate, resplandece; porque ha venido tu luz, y la gloria de Jehová ha nacido sobre ti”, más sin embargo modifica la cita para que refleje el mensaje que el Espíritu busca transmitir aclarando que esa luz a la que se refería Isaías es el Cristo y que el venir a ella nos traslada del reino de la muerte al reino de la vida.
Está bien soñar, espiritualmente hablando, esto referido a las ideaciones que las promesas divinas levantan en nuestro interior y que nos mueven a avanzar en el Camino, lo que no está bien es dormirse desaprovechando la oportunidad que en este siglo se nos da de alcanzar dichas promesas, es por ello que Cristo a sus seguidores les dijo “velad, porque no sabéis cuándo viene el señor de la casa, si al atardecer, o a la medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer no sea que venga de repente y os halle dormidos”, esto ya que curiosamente los más grandes sueños no surgen cuando estamos dormidos. 39
Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/FxmGl6mrV9Q
Referencias: Romanos 13:11-14; 1 Pedro 4:3; Efesios 4:17; Marcos 13:35-36; Mateo 24:42-43; Lucas 12:39-40; Revelación 3:2; Efesios 5:13-17; Juan 3:20; Proverbios 2:13; Efesios 5:11; Isaías 60:1
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La vida cristiana no es fácil, si así lo fuera no se requeriría de la ayuda del Espíritu Santo para avanzar en el Camino, pero dada que la naturaleza humana es contraria a la naturaleza de Dios hay cosas relacionadas con el llamamiento que nos son complicadas de entender y mucho más de hacer, una de estas cosas es la manera en que debemos tratar al prójimo.
La naturaleza humana, codiciosa y egoísta, ve como incomprensibles las palabras de Jesús cuando señalaba la vigencia del amar al prójimo como a uno mismo, aclarando que esto no aplica sólo a aquellos que nos aman ya que si así fuese ¿qué mérito tendríamos? “Pero a vosotros los que oís, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen; bendecid a los que os maldicen, y orad por los que os calumnian. Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite la capa, ni aun la túnica le niegues. A cualquiera que te pida, dale; y al que tome lo que es tuyo, no pidas que te lo devuelva”.
Dado que lo anterior es complicado, la naturaleza humana tiende a rebelarse, es por ello que Pablo exhorta a los de Galacia diciéndoles, y en su figura a nosotros, “no nos cansemos de hacer el bien, pues a su tiempo, si no nos cansamos,
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segaremos”. El cansarse de hacer el bien es natural, natural respecto de lo humano, pero Dios, “que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos”, desea que desarrollemos Su carácter por lo que nos infunde luz y fortaleza para llegar a ello, “los que esperan en el SEÑOR renovarán sus fuerzas; se remontarán con alas como las águilas, correrán y no se cansarán, caminarán y no se fatigarán”.
“Por tanto, mis amados hermanos [-escribe Pablo a los de Corinto-], estad firmes, constantes, abundando siempre en la obra del Señor, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano”, más sin embargo una cosa es que no sea en vano y otra que los frutos esperados vayan a ser abundantes ya que “el que siembra escasamente, escasamente también segará; y el que siembra abundantemente, abundantemente también segará”.
Si bien las citas anteriores plantean el ideal de vida del cristiano, es necesario reconocer que aún nos encontramos lejos de ello y por eso mismo estirarnos, como Pablo, para alcanzar las promesas, “No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús. Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”
Como escribía Santiago, “por tanto, hermanos, sed pacientes hasta la venida del Señor. Mirad cómo el labrador espera el fruto precioso de la tierra, siendo paciente en ello hasta que recibe la lluvia temprana y la tardía”, después de todo la lluvia hasta en el desierto cae... ¡y lo hace florecer! Síguelo intentando.
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Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/gTdayBukcks
Referencias: Romanos 8:5; Mateo 22:39; Lucas 6:32; Lucas 6:27-30; Gálatas 6:9; Mateo 5:45; Isaías 40:31; 1 Corintios 15:58; 2 Corintios 9:6; Filipenses 3:12-14; Santiago 5:7
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Uno de los más grandes conflictos que experimenta quien respondiendo al llamado del Padre viene a salvación, son los tropiezos, las caídas, los pecados que se sigue cometiendo después de ello, después de todo la Escritura señala que “ninguno que es nacido de Dios practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios”, ¿cómo puede conciliarse lo primero con lo segundo?
En primer lugar la Escritura no señala que quienes vengan a salvación ya jamás tropezarán, caerán o pecarán, pero lo que sí dice es que los elegidos no se dan por vencidos sino que siguen en la lucha, “porque siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse; más los impíos caerán en el mal”.
En segundo lugar aún no hemos llegado a ser lo que el Padre pensó para cada uno de nosotros desde la eternidad, “ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es”.
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En tercer lugar, si bien nuestras debilidades, cobardías y torpezas pueden hacernos caer, tropezar, tenemos Quien interceda por nosotros cuando venimos a arrepentimiento, “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo”.
Y en cuarto lugar, no es tanto que no tropecemos, que no caigamos, sino más bien que, a diferencia del mundo, no nos conformemos con ello, es más, que eso nos haga sentir mal, incómodos, sucios, lo cual implica que estamos en proceso de dejar de ser lo que somos para llegar a ser lo que seremos, “porque sabemos que la ley es espiritual; más yo soy carnal, vendido al pecado. Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena. De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí. Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí. Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable de mí!, ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, más con la carne a la ley del pecado”. Entonces ¿cómo entender la cita inicial donde la Escritura señala que “ninguno que es nacido de Dios practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios”? Recordemos que hay tres nacimientos: el de la sangre (cuando nacemos físicamente), el del agua (cuando bautizados venimos a salvación), y el del Espíritu (cuando resucitados seamos transformados), no es sino hasta este último nacimiento cuando habremos nacido 45
completa y totalmente como hijos de Dios siendo que será en ese momento cuando el pecado ya no tenga potestad sobre nosotros, así que no olvides que la fuerza que te hace levantar de cada caída, es la misma que logra hacer de nuestro mundo un lugar mejor.
Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/hsXEAOKcpXI
Referencias: 1 Juan 3:9; 5:1,4,18; 1 Pedro 1:23; Proverbios 24:16; Job 5:19; 2 Corintios 4:9; 1 Juan 3:2; Job 19:26; Salmos 17:15; 1 Juan 2:1; Romanos 7:14-25; Juan 3:3; Romanos 6:6
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Cuando uno responde al llamamiento de Padre y viene a salvación, el primer requisito para ello es el arrepentimiento. Arrepentirse no quiere decir sentir dolor emocional por algo hecho lo cual, si bien puede acompañar al arrepentimiento no necesariamente implica un cambio de pensamiento, de actitud, arrepentimiento más bien implica darse cuenta que uno ha estado mal y corregir el rumbo, de hecho las palabras griegas del Nuevo Testamento que apuntan a esto, Epistrephó o Metanoeó tienen este sentido.
Si bien la sangre derramada de Jesús es la que nos salva, es el bautismo el símbolo exterior de nuestra decisión de renunciar a la vida pasada y seguir a Cristo. Con todo y todo la realidad es que en muchas ocasiones la vida pasada sigue pesando, sobre todo cuando se recuerdan los errores, los tropiezos, las cobardías, vamos: los pecados que se cometieron antes de venir a la verdad.
Este pensamiento, si bien humanamente es comprensible, debe incorporar el pensar de Dios quien al arrepentirse uno y aceptar el sacrificio redentor de Cristo, borra por el bautismo los pecados cometidos.
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Aun así ese no es el principal reto del cristiano al venir a salvación sino que los tropiezos, las debilidades, las torpezas, las cobardías, vamos: los pecados que se cometan después de bautizarse, son los que realmente hacen más mella en el ánimo de uno, pero incluso en ese caso, la debida conciencia debe entender la fragilidad actual de la carne y venir en arrepentimiento al Padre sabiendo que abogado tenemos ante Él, Cristo Jesús.
El saber manejar las situaciones anteriores, desde la perspectiva escritural, permitirá al creyente avanzar en el Camino ya que si pendiente está de los pecados cometidos antes de venir a salvación e incluso de aquellos cometidos después de bautizarse, su ánimo demeritará y el Enemigo acechando estará para buscar su perdición.
El rememorar pecados pasados o presentes es como cargar con ellos a nuestra espalda siendo que solamente por este hecho podemos cansarnos o peor aún: desanimarnos y dejar la carrera por la corona incorruptible para la que hemos sido llamados, en todo caso si hemos de cargar algo, esto deben ser las promesas que del Padre hemos recibido, sabiendo que Dios no es hombre, para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta, estando convencidos precisamente de que el que comenzó en nosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Cristo Jesús, después de todo al igual que cuando vas de compras, tú decides que quieres llevar en tus bolsas de la vida: sombras que te detengan o luces que te hagan volar.
Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/k1xcZ-yEeyU
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Referencias: Hechos 2:37, 38; 26:18; Hebreos 9:14; 1 Pedro 3:21; Miqueas 7:19; Isaías 43:25; 1 Juan 2:1; Génesis 4:7; 1 Corintios 9:24-27; Números 23:19; Filipenses 1:6; Salmos 138:8
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El andar por el Camino contiene una parte cognitiva y otra aplicativa, es decir, necesario es creer, sí, pero de igual forma es importante el hacer. Esta indicación es patente a lo largo de la Escritura, “si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra” señala la importancia de oír la instrucción, sí, pero también de ponerla por obra “porque no son los oidores de la ley los justos ante Dios, sino los hacedores de la ley serán justificados”.
Las más fuertes admoniciones de Jesús en su tiempo fueron precisamente para los líderes religiosos que decían una cosa y hacían otra: hipócritas, raza de víboras, sepulcros blanqueados, eran algunos de los adjetivos que, en referencia a esa incongruencia entre el decir y el hacer, se hacían acreedores quienes así actuaban. Sobre esto, Pablo escribiendo a los Romanos les dice de manera muy clara “Tú, pues, que enseñas a otro, ¿no te enseñas a ti mismo? Tú que predicas que no se ha de hurtar, ¿hurtas? Tú que dices que no se ha de adulterar, ¿adulteras? Tú que abominas de los ídolos, ¿cometes sacrilegio? Tú que te jactas de la ley, ¿con 50
infracción de la ley deshonras a Dios?”. ¿Qué pudiera Pablo decirnos a nosotros, a cada uno, en nuestros días? Las palabras de Cristo al respecto no pueden ser más contundentes, “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad”. Curiosamente la palabra griega para hacedores de maldad en la cita anterior es ἀνομίαν, anomian, que literalmente significa sin ley, así que el referente que sobre nuestra conducta espera el Padre está más que claro: cumplir sus mandamientos y no sólo en la letra sino también en el espíritu.
Es cierto que en el presente siglo podemos engañar a los demás pero a Dios no lo podemos engañar y eso que sembremos eso también segaremos, de igual forma hay que saber, entender y comprender que llegará el momento en que todo sea conocido, incluso lo que hemos hecho a escondidas, por que “no hay nada oculto que no haya de ser manifestado; ni escondido, que no haya de salir a luz”.
Oír la instrucción es el primer paso para comenzar a edificar, pero la edificación en sí requiere de actividad, de esfuerzo, de poner por obra lo que uno va entendiendo, “por tanto [—como dijo Cristo—], cualquiera que oye estas palabras mías y las pone en práctica, será semejante a un hombre sabio que edificó su casa sobre la roca”, pero por el contrario “aquel siervo que [sabiendo] la voluntad de su señor, y que no se preparó ni obró conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes”, ya que “el que mira atentamente a la ley perfecta, la ley de la libertad, y permanece en ella, no habiéndose vuelto un oidor olvidadizo sino un hacedor eficaz, éste será bienaventurado en lo que hace”, después de todo el carácter de una persona está dado por el equilibrio entre lo que piensa, lo que dice y lo que hace. 51
Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/uOJHS3vQPWA
Referencias: Éxodo 19:5; Romanos 2:13; Juan 13:17; Mateo 23:1-36; Romanos 2:21-23; Mateo 7:21-23; Lucas 13:25-27; Gálatas 6:7; Mateo 7:24; Lucas 12:47; Santiago 1:25
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El cristiano comprende que la finalidad última de su llamado no estriba en mejorar un mundo que pasa sino en desarrollar, con ayuda del Santo Espíritu de nuestro Dios que mora en cada uno, el carácter perfecto y santo del Padre, con todo y todo, como consecuencia de esto, sabe que su comportamiento sí mejora en cierta forma al mundo cuando él se transforma en sal de la tierra y luz para las naciones.
En ese sentido su enfoque no está dado como objetivo último en la mejora del mundo sino en alcanzar las promesas del Padre, aun así parte preponderante del llamado tiene que ver más bien con cuidarse de este mundo porque, como dice la Escritura, “todo lo que hay en el mundo, la pasión de la carne, la pasión de los ojos y la arrogancia de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo”.
Así, aunque el cristiano sabe que a lo mejor no podrá hacer mucho por este mundo que pasa —más allá del impacto que su comportamiento como hijo de Dios traiga como consecuencia— debe cuidarse que el mundo no se le sobreponga y termine desviándolo del Camino al que fue llamado.
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Pablo escribiendo a los Romanos, y en su figura a los cristianos de todos los tiempos, los insta diciendo “vestíos del Señor Jesucristo, y no penséis en proveer para las lujurias de la carne”; sobre esto mismo también Pedro, en su primer carta, exhorta diciendo “os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de las pasiones carnales que combaten contra el alma”.
Así la Escritura presenta un termómetro que puede servir para medir nuestra vida espiritual: ¿qué tanto nuestro comportamiento como hijos de Dios se diferencia de aquel del mundo?, ¿qué tanto de nuestro comportamiento como hijos de Dios se asemeja a aquel del mundo? Cristo no era de este mundo y si nosotros, por medio del bautismo hemos sido revestidos de Cristo, de igual forma no podemos pretender ser de este mundo, como dice la Escritura vístanse “del nuevo hombre, el cual, en la semejanza de Dios, ha sido creado en la justicia y santidad de la verdad”.
Se menciona la imagen del termómetro ya que si comenzamos a enfriarnos espiritualmente asemejándonos al mundo y no siendo para nada diferentes de él, terminaremos siendo tibios y con ello corriendo el riesgo de ser rechazados. “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él”, señala Juan en su primer carta, y es esto lo que constantemente debe estar presente en la vida del cristiano ya que, como señala Jacobo, el hermano de Jesús, “¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad hacia Dios? Por tanto, el que quiere ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios”, después de todo a veces no es tanto lo que puedas hacer en el mundo, sino lo que permitas que el mundo haga contigo.
Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/JgGLXIrXpEw
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Referencias: 1 Juan 2:17; 1 Corintios 7:31; Mateo 5:13-16, Marcos 9:50; Juan 8:23; Gálatas 3:27; 1 Juan 2:16; Efesios 2:3; 1 Tesalonicenses 5:6; Romanos 13:14; Efesios 4:24; Gálatas 5:16; 1 Pedro 2:11; Revelación 3:16; 1 Juan 2:15; Santiago 4:4
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El cristiano tiene muy claro que es peregrino en este mundo y que su verdadera ciudadanía está en el reino venidero, con todo y todo esto no da pauta a la desidia sino más bien a aprovechar el tiempo. “Todo lo que tu mano halle para hacer [-dice Eclesiastés-], haz lo según tus fuerzas; porque no hay actividad ni propósito ni conocimiento ni sabiduría en el Seol adónde vas”, es por ello que es ahorita, mientras se puede, que uno debe trabajar con esmero y diligencia.
Este aprovechar el tiempo puede referirse lo mismo a las cuestiones materiales que, y con mayor peso, a las cuestiones espirituales. La primera a efecto de que nuestro trabajo y diligencia nos provea con ayuda de Dios, de lo que se ocupa para vivir; lo segundo para trabajar, con la ayuda del Espíritu Santo, en la propia edificación.
Sobre esto, Pablo escribiendo a los de Roma les exhorta a trabajar en ello “conociendo el tiempo, que ya es hora de despertaros del sueño; porque ahora la salvación está más cerca de nosotros que cuando creímos”. De igual forma
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escribiendo a los de Colosas los insta a andar “sabiamente para con los de afuera, aprovechando bien el tiempo”.
Andar sabiamente hace énfasis en conocer lo que es bueno, agradable, perfecto y santo para Dios, de otra forma, es decir, si se hiciera lo contrario ¿podría decirse que se está actuando sabiamente? Claro que no, hacer así sería actuar necia, imprudentemente.
Es así como para aprovechar el tiempo, el cristiano debe ir renovando su entendimiento “para que [-como escribía Pablo a los de Roma-] verifiquéis cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, aceptable y perfecto”, pero ahí no termina todo sino que al entendimiento debe agregarse la acción para tener, como Pablo escribía a los Hebreos “los sentidos ejercitados para discernir el bien y el mal”.
Ahora bien, a pesar de lo anterior habrá ocasiones en que las circunstancias se sobreponen a uno. En esto hay que confiar en Dios pues si estamos en Sus manos todas las cosas ayudaran para bien, sea lo veamos así en este momento o no, por eso, como sugiere Santiago, en todo y por todo hay que decir “si Dios lo quiere”
Aun así uno debe tratar en todo momento de avanzar en el Camino pues no son los pretextos los que nos permiten andar sino el ejercicio de la voluntad, después de todo dice un dicho que si una puerta se cierra, se abre una ventana... y yo agregaría: y si no ¡hay que abrirla!
Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/gTdayBukcks
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Referencias: 1 Crónicas 29:15; 1 Pedro 2:11; Hebreos 11:16; Filipenses 3:20; Efesios 5:16; Eclesiastés 9:10; Romanos 13:11; Colosenses 4:5; Romanos 12:2;
Hebreos
5:14; Romanos 8:28; Santiago 4:15
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Un hecho de la vida humana es que cuando se tarda algo en conseguirse, esa misma tardanza puede hacer mella en el buen ánimo de aquel que procura alcanzar alguna meta u objetivo. Esto no es diferente de la vida espiritual.
Desde el mismo inicio de la predicación del Evangelio hubo gentes que viendo que Cristo no regresaba, comenzaron a dudar el mensaje, sobre estos Pedro en su primer carta señala “en los postreros días vendrán burladores, andando según sus propias concupiscencias, y diciendo: ¿Dónde está la promesa de su advenimiento? Porque desde el día en que los padres durmieron, todas las cosas permanecen así como desde el principio de la creación”, más sin embargo a continuación Pedro aclara esta situación al decir que “El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento“.
Entonces, ¿cuál debe ser la actitud del cristiano? Pablo escribiendo a los Filipenses aclara esto y no sólo como un discurso, inspiracional, sí, pero discurso al fin, sino como algo que él mismo había experimentado cuando dice que “No que 59
lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús. Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”.
Con todo y todo Pablo reconoce lo comentado al principio, es decir, que nuestra condición carnal actual, ante el advenimiento de Cristo que no se produce, puede hacer mella en nuestro ánimo, es por ello que escribiendo a los de Galacia los exhorta diciendo “no nos cansemos de hacer el bien, porque a su debido tiempo cosecharemos si no nos damos por vencidos”.
Si uno está pendiente de aquello que aún no logra, de aquello que aún no consigue, es más factible que el desánimo lo abrume pues no puede con certeza saber cuándo se conseguirá lo deseado; si esto es verdad en la vida carnal más lo es en la vida espiritual, por lo que todos los consejos que nos da la Escritura giran a permanecer firmes, velar, orar, seguir en el Camino, esforzándonos, con la mirada puesta en las promesas, no en lo que falta para conseguirlas, por ello Pablo en su primer carta a los de Corinto los insta diciendo “¿No saben que los que corren en el estadio, todos en verdad corren, pero sólo uno obtiene el premio? Corran de tal modo que ganen”.
Si así hacemos, que alegría en aquel entonces, cuando habiendo permanecido fieles, oigamos de nuestro Señor Jesucristo las palabras “¡Hiciste bien, siervo bueno y fiel! En lo poco has sido fiel; te pondré a cargo de mucho más. ¡Ven a compartir la felicidad de tu señor!”, después de todo el nadador no se pregunta cuánto le falta para la orilla, se concentra en nadar y cuando menos lo piensa ha llegado a su meta.
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Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/6l95YhjZpYU
Referencias: 2 Pedro 3:3-4, 9; Jeremías 17:15; Mateo 16:27; Job 34:11; Salmos 62:12; Filipenses 3:12-14; Gálatas 6:9; 1 Corintios 9:24; 1 Corintios 9:23; Mateo 25:21; Lucas 16:10
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En la vida cristiana, aunque la salvación es personal, esto no implica un egoísmo centrado en el propio andar, en la propia justificación y santificación, sino que aunada a esa salvación personal está la responsabilidad que como parte del Cuerpo de Cristo se comparte.
Pablo, en su primer carta a los de Tesalónica, los insta a animarse unos a otros, a edificarse unos a otros, y sobre esto mismo escribiendo a los Hebreos hace un mayor énfasis al señalar “Antes exhortaos los unos a los otros cada día, mientras todavía se dice: Hoy; no sea que alguno de vosotros sea endurecido por el engaño del pecado”.
A diferencia de lo anterior, el espíritu del engaño puede hacer pensar al creyente que no tiene responsabilidad para con su hermano, algo así como cuando Caín le respondía a Dios que él no era guardián de su hermano, pero de igual forma ese espíritu puede llevar a una actitud puntillosa respecto del hermano que coloque a quien piensa así en juez, corrector y guía del otro, ¿entonces?
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La Escritura señala en boca de Dios, que “cuando oigas la palabra de mi boca, adviérteles de mi parte. Cuando yo diga al impío: ``Ciertamente morirás, si no le adviertes, si no hablas para advertir al impío de su mal camino a fin de que viva, ese impío morirá por su iniquidad, pero yo demandaré su sangre de tu mano. Pero si tú has advertido al impío, y éste no se aparta de su impiedad ni de su camino impío, morirá él por su iniquidad, pero tú habrás librado tu vida. Y cuando un justo se desvíe de su justicia y cometa iniquidad, yo pondré un obstáculo delante de él, y morirá; porque tú no le advertiste, él morirá por su pecado, y las obras de justicia que había hecho no serán recordadas, pero yo demandaré su sangre de tu mano. Sin embargo, si tú has advertido al justo para que el justo no peque, y él no peca, ciertamente vivirá porque aceptó la advertencia, y tú habrás librado tu vida”.
Las palabras de aliento, de exhorto, deben formar parte de las conversaciones entre los hijos de Dios, de igual forma la instrucción y corrección fraterna, pero el límite está dado por el libre albedrío del otro: si escucha se habrá salvado, si no, se habrá perdido, pero en ambos casos quien con un sentido fraternal le tendió la mano habrá hecho lo que le corresponde.
El trabajo del cristiano mientras avanza en el Camino, consiste en no conformarse a este siglo sino más bien a transformarse por la renovación del alma para así experimentar cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta, con todo y todo tiene una responsabilidad para con el hermano de ayudarle, en la medida de lo posible, a alcanzar también las promesas dadas por el Padre, después de todo llegar a tus metas te hace exitoso, pero además ayudar que otros lleguen a las suyas te hace trascendente.
Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/XUpP7d69ux4
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Referencias: 1 Tesalonicenses 5:11; Efesios 4:29; Hebreos 3:13; 10:24; Génesis 4:9; Ezequiel 3:16-21; Jeremías 1:17; Romanos 12:2; Efesios 4:23; Colosenses 3:10
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Contrariamente a lo que pudiera creerse, la corona reservada para quienes con Cristo vayan a reinar, no es dada a aquellos que habiendo respondido al llamado del Padre han sido elegidos sino que lleva la condicionante de que estos hayan permanecido fieles hasta el final.
Lo anterior es importante tenerlo en cuenta ya que el pensar que dado que lo que es imposible para nosotros es posible para Dios puede llevar como consecuencia cierta desidia en nuestra vida espiritual, después de todo ¿para qué esforzarnos si no depende de nosotros el vencer sino que esto es gracias al Espíritu de Dios que mora en nosotros?
Si bien lo anterior es cierto, también lo es que un requisito para que el Espíritu de Dios permanezca en nosotros es que no lo contristemos, ¿o acaso será congruente, será lógico pensar que si pecamos voluntaria, conscientemente, estaremos en gracia ante el Padre?, “¿Qué, pues, diremos? [—escribió Pablo—] ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?”.
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Claro que una cosa es que, dada nuestra actual fragilidad, tropecemos en nuestro andar, caigamos, pequemos, pero a cada caída debe seguir arrepentimiento ya que “si alguno peca, Abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo”, y ese arrepentimiento llevarnos a mejorar nuestro andar, pues como escribía Pablo, podemos estar “derribados, pero no destruidos”.
Esto es muy distinto a la actitud de desidia comentada al principio donde nos da igual vivir en caídos, abatidos, en pecado pues, sin esfuerzo alguno por avanzar en el Camino, “porque es imposible que los que una vez fueron iluminados y gustaron del don celestial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, y asimismo gustaron de la buena palabra de Dios y los poderes del siglo venidero, y recayeron, sean otra vez renovados para arrepentimiento, crucificando de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios y exponiéndole a vituperio”. “Con vuestra paciencia ganaréis vuestras almas” —decía Cristo a los de su tiempo y en la figura de ellos a todos los cristianos de todos los tiempos, incluyéndonos—, siendo que esa paciencia es el aguante que de nosotros se requiere para que, en tanto el Espíritu de Dios obra en nosotros, aguardemos y alcancemos el día de nuestra liberación donde plenamente como hijos del Padre le sirvamos en perfección y santidad, después de todo la constancia del aire erosiona hasta la roca, la constancia en tus acciones vencerá cualquier obstáculo.
Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/m1sfpumlWT8
Referencias: Revelación 17:14; Efesios 4:30; 5:18; Proverbios 24:16; 1 Juan 2:1; 2 Corintios 4:8-9; Hebreos 6:4-6; 10:29; 1 Juan 3:2; 1 Corintios 13:12; 2 Corintios 3:18 66
No hay cristiano que viniendo a salvación al haber respondido el llamamiento del Padre en el presente siglo no tenga en su mente y en su corazón las promesas que al respecto se nos han hecho, promesas que despiertan en cada uno de los redimidos sentimientos de esperanza, de gozo, con todo y todo si no hay acciones que nos lleven a andar por el Camino dichas promesas permanecen sólo como palabras, bonitas, sí, pero sólo palabras al fin.
La salvación viene por aceptar el sacrificio redentor de Cristo, esto es innegable y es la base fundamental de la fe cristiana, pero de igual forma la Escritura contiene para los llamados a salvación el exhorto a poner por obra esa fe que se dice tener, ¿para qué? para la propia edificación, para la edificación de Cuerpo de Cristo y como testimonio ante las naciones al ser ante ellas sal de la tierra y luz del mundo. Dios nos escogió “antes de la fundación del mundo, para que fuéramos santos y sin mancha delante de Él”, esto implica en poner por obra Su voluntad, voluntad expresada en Su Ley, “porque no son los oidores de la ley los justos ante Dios, sino los hacedores de la ley serán justificados”, es por ello que debemos trabajar en la propia edificación, “Porque somos hechura [de Dios], creados en Cristo 67
Jesús para hacer buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas”.
Pero el trabajo cristiano no es egoísta, de provecho particular, sino que la edificación particular, cuando es conforme a la voluntad del Padre, trae impacto positivo en el Cuerpo de Cristo, la iglesia de Dios, “pues así como en un cuerpo tenemos muchos miembros, pero no todos los miembros tienen la misma función” de igual forma en la Congregación ya que “conforme al funcionamiento adecuado de cada miembro, [se] produce el crecimiento del cuerpo para su propia edificación en amor”.
De igual forma, el poner por obra la fe que uno dice tener, aparte de la edificación personal de cada uno y grupal de la Congregación, deviene en testimonio ante las naciones siendo ante ellas sal de la tierra y luz del mundo.
Dado lo relevante que es en el llamado el poner por obra nuestra fe, Jacobo, el hermano de Jesús, exhorta en su carta diciendo “sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos. Porque si alguno es oidor de la palabra pero no hacedor de ella, éste es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural. Porque él se considera a sí mismo, y se va, y luego olvida cómo era. Más el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace”. Estamos llamados a poner por obra nuestra fe, a dar fruto —y frutos en abundancia— poniendo a trabajar nuestros talentos recordando las palabras de Cristo “porque al que tiene, le será dado, y tendrá más; y al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado”, después de todo sueños sin acciones es como tener la semilla de un árbol muy frondoso ¡en un cajón!
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Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/dD9Rf5r4Zfw
Referencias: Efesios 1:4; Romanos 2:13; Juan 13:17; Romanos 12:4; Efesios 2:10; Colosenses 3:10; Efesios 4:16; Isaías 43:10; Mateo 5:13-16; Santiago 1:22-25; Mateo 25:14-30
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La vida cristiana es de lucha, de esfuerzo, de superación, esta lucha, este esfuerzo, esta superación, son motivadas por las promesas que del Padre hemos recibido, pero dado que el cumplimiento pleno de las mismas está aún en el futuro, cuando el Reino de Dios venga a realización, uno podría creer que no será hasta entonces que veamos el fruto de todo esto, pero no: en nuestros días, en este siglo, podemos ir viendo los triunfos que vamos consiguiendo y que nos habilitan para alcanzar los triunfos finales definitivos.
Sobre las promesas que del Padre hemos recibido, es claro que la plenitud de las mismas está aún por realizarse en el siglo venidero, sobre esto Pablo escribiendo a los de Filipo les dice “prosigo hacia la meta para [obtener] el premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”, de igual forma escribiendo a los de Roma, les dice que somos hijos de Dios “y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados”.
Con todo y todo, y aun cuando el triunfo final de los elegidos está aún por consumarse, la Escritura de igual forma señala que en nuestro actual caminar 70
tenemos victorias que, aunque pequeñas comparadas con la corona final, son decisivas para alcanzar esta. En la misma carta de Pablo a los Romanos les pregunta “¿quién nos separará del amor de Cristo?, ¿tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?” para inmediatamente responderse “antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó”. Ahora bien, dado que esas cosas se padecen día con día, es más que evidente que el triunfo no se da al final, sino en cada paso que en el Camino se da y que nos acerca más a la realización plena de las promesas.
Ahora bien, si bien es cierto que la plenitud de las promesas está aún por realizarse, es menester entender que el logro de las mismas despende de los pequeños triunfos que en el presente siglo se experimenten respecto de las pruebas y tribulaciones que se enfrenten. En la revelación que Cristo entregó a Juan, Él mismo señala esto al decir “no temas lo que estás por sufrir. He aquí, el diablo echará a algunos de vosotros en la cárcel para que seáis probados, y tendréis tribulación por diez días. Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida”.
Así que la batalla es día con día, algunas veces se gana, otras se pierden, pero las mismas deben irnos habilitando para que vayamos de triunfo en triunfo, “por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor”.
Sobre lo dicho anteriormente, lo importante no es tropezar, caer, aunque esto a veces nos parezca deprimente, sino levantarnos y volver a la batalla sabiendo que llegará el momento de ganar esa pequeña escaramuza para avanzar a la siguiente y así hasta el triunfo final, “más a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús, y por medio de nosotros manifiesta en todo lugar el olor de su 71
conocimiento”, después de todo cada meta no solo te lleva al éxito sino te acerca cada vez más a la persona que realmente eres.
Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/AbdYZnReahM
Referencias: Filipenses 3:14; 1 Corintios 9:24; Romanos 8:17; Gálatas 4:7; Romanos 8:35, 37; 2 Corintios 4:8-9; Revelación 2:10; 1 Corintios 9:25; 2 Corintios 2:14; 3:18
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En el mundo hay mucha gente que es sincera en cuanto al llamamiento para salvación que del Padre se ha recibido, pero la sinceridad no implica un correcto entendimiento sino que este se va formando con la correcta comprensión de las verdades reveladas.
El asunto del esfuerzo como parte el llamamiento es uno de esos aspectos que deben observarse detenida y concienzudamente a la luz de las Escrituras. ¿Por qué esto? Para no llegar a caer en dos posturas que son excluyentes pero, peor aún, anti-escriturales.
Una postura señala que dado que al salvación es por gracia, gratis pues, lo cual es cierto, no hay nada que podamos hacer para ello, ni para obtenerlo ni para perderlo. La otra señala que dado que la Palabra nos exhorta a esforzarnos en el Camino, la salvación depende de lo que hacemos.
Ambas posturas solo ven una parte del panorama, pero al estar incompletas tienden a confusión. La realidad es que, en efecto, la salvación nos viene de gracia por el sacrificio de redentor de Jesús, pero de igual forma, una vez salvos 73
debemos trabajar en esa santificación a la que estamos llamados para que al regreso de Cristo seamos justificados, declarados justos pues.
Veámoslo así: es como estar muy enfermos, enfermos de manera terminal, y que el mejor médico nos curara y no sólo eso sino que nos curara gratis, pero que luego nos dijera aquellas cosas que debemos cuidar en nuestra vida para no volver a enfermar. Así pasa con la cuestión de la salvación, de la santificación, de la justificación.
Fe es creer en Cristo, poner por obra esa fe es creerle a Cristo. De esta forma puede entenderse esos llamados reiterativos que la Escritura, de principio a fin nos hace, para poner por obra nuestra fe y dar frutos de excelencia, en perfección y santidad, para la mayor gloria de Dios: “No todo el que me dice: ``Señor, Señor´´, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” dijo Jesús. Jacobo, el hermano de Jesús, escribiendo sobre esto señala “Sed hacedores de la palabra y no solamente oidores que se engañan a sí mismos”, de igual forma Pablo escribiendo a Tito le dice de aquellos que no ponen su fe por obra que “Profesan conocer a Dios, pero con sus hechos lo niegan, siendo abominables y desobedientes e inútiles para cualquier obra buena”.
Todos queremos alcanzar las promesas que, en la figura de las coronas que menciona la Escritura, se nos han dado, pero de igual forma debemos estar dispuestos a esforzarnos por avanzar día con día para ello en el Camino al que hemos respondido como parte del llamamiento del Padre, después de todo solo merece esperar un futuro mejor quien está dispuesto a luchar por él.
Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/gyfJH5qzD4Y 74
Referencias: Efesios 2:8-9; Romanos 3:24; Juan 5:24; Hebreos 6:4-6; 10:26-29; 2 Pedro 2:2022; Mateo 7:21; Romanos 2:13; Santiago 1:22; Tito 1:16; Revelación 2.10
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El ser humano, por naturaleza, está lleno de sueños, sueños en el entendido de las metas y objetivos que se plantea para su vida, de aquellas cosas que desea lograr, sea ser más o bien tener más; esta naturaleza también se ve reflejada en los elegidos más sin embargo las promesas que estos han recibido por parte del Padre, promesas que motivan a andar por el Camino, y que si bien implican sacrificios, a diferencia de cualquier otra que uno pudiera plantearse, son promesas eternas.
Piensa en algo que en alguna ocasión te hayas planteado, ahora piensa en todo aquello que tuviste que hacer para conseguirlo; como podrás darte cuenta, mientras mayor es lo que se busca, mayor es lo que tiene que darse a cambio para conseguirlo. El camino a la eternidad es igual, ya que como dijo Jesús “todo el que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o hijos o tierras por mi nombre, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna”.
Con todo y todo, y a diferencia de lo que uno pudiera plantearse de manera personal y obtener en el presente siglo, las promesas del Padre exceden lo que uno pudiera entregar a cambio y, por lo tanto, compensan de manera infinita 76
cualquier sacrificio que uno pudiera hacer, como escribió Pablo a los Romanos “considero que los sufrimientos de este tiempo presente no son dignos de ser comparados con la gloria que nos ha de ser revelada”, y escribiendo a los de Corinto en su segunda carta les aclara lo anterior el señalar que “esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria”.
Pero si bien las promesas del Padre recibidas exceden infinitamente cualquier sacrificio que en el presente siglo pudiera hacerse para conseguirlas, dicho sacrificio sigue presente, y dado que éste es más real para los elegidos que las promesas, al estar estas últimas aún para realizarse en el futuro, debe tenerse cuidado de no poner la vista en lo que se padece sino más bien en aquello que se procura, como señala Pablo en su primer carta a los de Corinto “todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible”.
Pero entonces, ¿cómo hay que tomar las adversidades que los elegidos padecen?, sabiendo, como Pablo escribió a los de Roma, que “para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien, esto es, para los que son llamados conforme a su propósito”; entendiendo que firmes debemos permanecer para que nadie nos arrebate la corona que tenemos prometida ya que no sólo son los llamados y elegidos los que heredaran el reino sino aquellos que, además, sean hallados fieles; y comprendiendo, como se comentó anteriormente, que lo prometido por el Padre es superior, mucho muy superior, a cualquier adversidad, a cualquier tribulación que podamos padecer, como dice Jesús por medio de Juan “al vencedor, le concederé sentarse conmigo en mi trono, como yo también vencí y me senté con mi Padre en su trono”. “Nosotros [-escribió Pablo-] siempre tenemos que dar gracias a Dios por vosotros, hermanos amados por el Señor, porque Dios os ha escogido desde el principio para salvación mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad”, más 77
sin embargo, como aclaró Pedro, hay que estar conscientes de que “después de que hayáis sufrido un poco de tiempo, el Dios de toda gracia, que os llamó a su gloria eterna en Cristo, El mismo os perfeccionará, afirmará, fortalecerá y establecerá”, después de todo, todo gran sueño implica grandes sacrificios, pero estos se compensan con creces con la conquista de la meta.
Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/0uA8pOHyArg
Referencias: Mateo 19:29; Marcos 10:29; Romanos 8:18; Colosenses 3:4; 2 Corintios 4:17; 2 Timoteo 2:10; 1 Corintios 9:25; Santiago 1:12; Romanos 8:28; 2 Corintios 5:1; Revelación 3:11; 17:14; 3:21; 2 Tesalonicenses 2:13; 1 Pedro 5:10; 1:6,7
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La vida cristiana es de triunfo en triunfo, es lo dice claramente la Escritura, más sin embargo, y con base en la evidencia de nuestra vida, en ocasiones es difícil ver esto, más aún comprenderlo, cuando más que éxitos completos, totales y definitivos, lo que vemos es un andar lleno de tropiezos.
Lo anterior puede llegar a desmotivar en el andar, pero esto solamente será así si es nuestro criterio, nuestro pensamiento, el que por sí y para sí establece los objetivos esperados, el esfuerzo requerido y los resultados conseguido, pero la realidad es que es Dios quien en nuestra vida nos va moldeando.
La Escritura presenta muchos símbolos del proceso que Dios está llevando en cada uno de los elegidos, uno de esos es asemejarnos a un vaso en la mano del alfarero, siguiendo ese símil podemos ver cómo es que el vaso, frustrado ante lo que le sucede –y estableciendo su criterio, su pensamiento por encima de los de su hacedor-, lo cuestiona. Isaías, escribiendo sobre esto, señala “¡Ay del que pleitea con su Hacedor!, ¡el tiesto con los tiestos de la tierra! ¿Dirá el barro al que lo labra: “¿Qué haces?”; o tu obra: “¿No tiene manos?”?, haciendo eco sobre esto Pablo escribe a los Romanos diciendo “Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú,
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para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así?”.
El andar por el Camino no está exento de tribulaciones, pero, como Pablo, bien podemos decir “¿quién nos separará del amor de Cristo?, ¿tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; somos contados como ovejas de matadero. Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó”.
Pero entonces ¿qué hay de las caídas, de los tropiezos?, si no te quedas tirado en el Camino, si aprendes de ello, si arrepentido vuelves a tu andar, no has fracasado en tu llamamiento, simplemente estás en proceso de alcanzar aquello para lo que fuiste llamado, ¿y a qué fuiste llamado? A reflejar la imagen de Cristo quien a su vez es imagen del Dios invisible, “nosotros todos, con el rostro descubierto, contemplando como en un espejo la gloria del Señor, estamos siendo transformados en la misma imagen de gloria en gloria, como por el Señor, el Espíritu”.
La diferencia entre el justo y el impío, ante las caídas, es que al primero estas no lo definen, mientras que al segundo le da lo mismo, “porque siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse; más los impíos caerán en el mal”, y si confiados estamos en Dios, si caídos nos volvemos a levantar, si fieles seguimos el Camino, incluso esas caídas, esos fracasos como podríamos verlos, terminarán obrando para nuestro bien así como la mayor gloria de Dios pues “sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados”, así que visto de este modo en el Camino no hay fracasos, sino éxitos a los ojos del Padre, después de todo cada sueño se busca, se acecha, se caza, y una vez que se ha conquistado ¡se va por el siguiente!
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Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/mUhn85Q3--o
Referencias: 2 Corintios 2:14; Juan 16:33; Romanos 9:20; Isaías 45:9; Romanos 8:35-37; Juan 10:28; 2 Corintios 3:18; Romanos 8:29; 1 Juan 3:2; Colosenses 1:15; Hebreos 1:3; Romanos 8:28; 2 Corintios 5:1
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Hay quienes allegados a la vida cristiana, al responder al llamado del Padre para salvación en el presente siglo, caen en lo que podría decirse una especie de letargo espiritual: justificándose que no es el propio esfuerzo el que nos consigue alcanzar las promesas dadas, sino que esto es gracias a la iluminación y fortaleza que imparte el Espíritu de Dios en cada uno, dejan de esforzarse esperando sea Dios quien haga todo.
Sobre esta actitud, la Escritura es muy clara y corrige constantemente sobre este pensamiento. “Pasé junto al campo del hombre perezoso, y junto a la viña del hombre falto de entendimiento; y he aquí que por toda ella habían crecido los espinos, ortigas habían ya cubierto su faz, y su cerca de piedra estaba ya destruida. Miré, y lo puse en mi corazón; lo vi, y tomé consejo”, señala de manera contundente el libro de Proverbios.
Sobre esto mismo, Cristo en su momento les dijo a los de Su tiempo, y en su figura a los cristianos de todos los tiempos, “no todo el que me dice: ``Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre
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que está en los cielos”; de igual forma Pablo escribiendo a los de Roma es muy claro al señalar que “no son los oidores de la ley los justos ante Dios, sino los hacedores de la ley serán justificados”.
Entonces, ¿cómo entender esto? Sabemos muy claramente que la salvación viene de gracia, “porque por gracia sois salvos por medio de la fe [—señala Pablo escribiendo a los de Éfeso—]; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe”, más sin embargo, una vez salvos, estamos llamados a una vida de santidad que devenga en justificación, “antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” señalaba Pedro en su segunda carta y en su primer carta señala “desead como niños recién nacidos, la leche pura de la palabra, para que por ella crezcáis para salvación”.
Sería algo así como aquel que desea entrar a una universidad, la mejor del mundo, pero ésta está fuera de su alcance, siendo que la universidad, al enterarse del deseo de esta persona le concede su ingreso de manera gratuita, pero una vez dentro la persona deberá demostrar a través de su dedicación que realmente está interesado en su formación.
Tener una actitud indolente hacia la salvación dada demuestra un desprecio de la misma, pero esto es peor ya que el Enemigo, el Mundo y la Carne constantemente luchan en nosotros y contra nosotros para que no alcancemos las promesas del Padre, siendo que, como en el caso de un río que se desea cruzar, si uno no se esfuerza por llegar a la otra orilla será arrastrado por la corriente, o como decía Pedro en su segunda carta “Porque si después de haber escapado de las contaminaciones del mundo por el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, de nuevo son enredados en ellas y vencidos, su condición postrera viene a ser peor que la primera”.
La simbología escritural donde las naciones, pueblos y tribus de la tierra son presentadas como aguas es muy acertada pues eso son: aguas turbulentas 83
agitadas por el Enemigo, el Mundo y la Carne, por lo que los elegidos deben luchar todos los días, guiados y fortalecidos por el Espíritu de Dios, para alcanzar las promesas que se han dado, después de todo “la vida es un río, si no avanzas con decisión hacia donde quieres, la corriente te arrastrará hacia donde no quieres.
Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/V3uVTns9ZAk
Referencias: Proverbios 24:30-32; Mateo 7:21; Tito 1:16; Romanos 2:13; Santiago 1:22; Efesios 2:8-9; Hechos 15:11; 2 Pedro 3:18; Efesios 4:15; 1 Pedro 2:2; 1 Corintios 3:1; 2 Pedro 2:20; Hebreos 10:26-27; Revelación 17:15
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Todo elegido que ha respondido al llamado del Padre para venir a salvación en el presente siglo sabe que la fe sin obras es una fe muerta, entiende que no son los oidores de la ley los que son justificados sino los hacedores de la misma, y que los que entrarán al Reino de Dios no son los que digan “Señor, Señor” sino los que hagan la voluntad del Padre que está en los cielos.
Esto no quiere decir de ninguna manera que los elegidos busquen ganar la salvación, ésta —como bien entienden— es otorgada a quienes aceptan el sacrificio redentor de Cristo, pero de igual forma se entiende que aquellos que han sido salvos por la sangre de Cristo llamados están a mostrarlo al mundo con sus obras siendo así sal de la tierra y luz del mundo.
Con todo y todo no debe perderse el sentido de todo esto pues los elegidos están llamados, sí: a mostrar con sus obras la fe que dicen profesar, pero finalmente, ese testimonio debe ser congruente con la transformación que en ellos se está obrando en el presente siglo por la acción del Espíritu de Dios, es decir, no sólo se tratar de hacer sino también de ser.
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Estudiar, meditar, orar, eso está bien; congregarse, participar, aportar, esto es aún mejor; pero si todo eso no es reflejo de un verdadero cambio interior –mental, emocional, espiritual-, se estaría entonces en la presencia de un testimonio vano.
Fijémonos en las palabras con las que Cristo se refirió a los maestros religiosos de su tiempo: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, más por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia. Así también vosotros por fuera, a la verdad, os mostráis justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque edificáis los sepulcros de los profetas, y adornáis los monumentos de los justos, y decís: Si hubiésemos vivido en los días de nuestros padres, no hubiéramos sido sus cómplices en la sangre de los profetas. Así que dais testimonio contra vosotros mismos, de que sois hijos de aquellos que mataron a los profetas. ¡Vosotros también llenad la medida de vuestros padres!”
Así que en palabras de nuestro Señor, uno puede llegar a mostrar ante los demás grandes frutos, grandes obras, pero si eso no es reflejo de lo que hay adentro, comparable es esto a esos sepulcros blanqueados estando por dentro lleno de huesos e inmundicia, símbolos de la hipocresía e iniquidad.
Entonces ¿qué corresponde?, ¿dejar de hacer obras de justicia si en nuestro interior aún hay suciedad?, para nada, antes bien seguir con el trabajo de poner por obra la fe que se dice profesar pero aunar a ello el esfuerzo por cambiar —con oración y ayuno— lo que dentro de nosotros no forma parte de la elección que se ha hecho al responder al llamado del Padre para llegar a ser Sus hijos, mostrar Su justicia y reflejar Su carácter perfecto y santo llegando así a la estatura perfecta de Cristo, después de todo cada día es una oportunidad no solo de lograr cosas sino de ser más.
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Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/1qd_aqw2TdY
Referencias: Santiago 2:14-17; Romanos 2:13; Mateo 7:21; Lucas 13:25; 1 Pedro 3:18; Gálatas 1:4; Romanos 5:2; Gálatas 1:4; Mateo 5:13-16; Marcos 9:50; Lucas 14:34; Mateo 23:27-32; Efesios 4:13; 1 Juan 3:2
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En ocasiones, ante las tribulaciones que se experimentan en esta vida, tanto los elegidos como los del mundo pueden llegar a preguntarse ¿no podría Dios haber creado un proceso para Sus fines que no implicase tanto esfuerzo?
Teóricamente Dios podría hacer las cosas de manera diferente, de hecho de cualquier manera que Él quisiera, pero dada Su perfección y Su santidad la manera actual en que las cosas están trabajando es la más óptima, como dice la Escritura “yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis” ¿Óptima?, —dirá alguien— ¿con tanto dolor y sufrimiento? Así es: óptima. Recordemos que en esto participa algo que no hay que olvidar: la libertad de la que Dios nos ha dotado y que es la que finalmente ha acarreado esto que nos duele, que nos molesta, pero incluso en medio de esto, la obra de Dios se desarrolla perfecta, santamente, como señala la Escritura “así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié”.
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Pero una cosa es el dolor, el sufrimiento que nosotros mismos nos hemos acarreado al desligarnos desde el principio de la obediencia al Padre e intentar por nosotros mismos —y para nosotros mismos— establecer lo que es bueno, lo que es correcto, y otra muy distinta el esfuerzo necesario para ello.
¿Te has fijado que antes de pecar, cuando nuestros primeros padres aún estaba en el Paraíso, Dios les encomendó cultivarlo y cuidarlo?, incluso si nuestros primeros padres no hubiesen pecado el esfuerzo hubiese sido necesario, ¿y esto por qué?, porque sólo se aprecia, en toda la extensión de la palabra, aquello que ha costado esfuerzo por conseguir, como señala la Palabra “irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla; más volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas”.
¿Eso quiere decir que la salvación nos la estamos ganando por nuestro esfuerzo?, no, la salvación nos es dada de gracia por el sacrificio redentor de Jesús, pero nuestro esfuerzo demuestra nuestra intención de vivir santamente, conforme a la voluntad del Padre, siendo que si esto es así, llegará el momento en que liberados de esta carnalidad corruptible podamos servirle en gloria de manera perfecta.
Pero eso no es todo, además de que el esfuerzo requerido para andar por el Camino evidencia ese deseo de vivir como hijos de Dios de manera perfecta y santa, las mismas tribulaciones que por lo anterior experimentamos va logrando que en nosotros se forje el carácter perfecto y santo de nuestro Padre, como dice la Palabra “nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza; y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado”, después de todo logro sin esfuerzo no sabe, no se valora, y lo que es peor, la mayoría de las veces no dura.
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Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/EarbHqHsXbo
Referencias: Jeremías 29:11; Isaías 55:11; 55:8-12; Génesis 2:15; Efesios 2:9; Romanos 3:28; 2 Timoteo 1:9; Tito 3:5; Salmos 126:6; Isaías 55:12; Romanos 5:3-5; 8:35-37; 2 Corintios 12:9,10
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La vida cristiana, como lo sabe todo elegido que ha respondido al llamamiento del Padre para venir a salvación en el presente siglo, se sustenta tanto en la fe como en las obras. En la fe ya que la salvación deviene de aceptar el sacrificio redentor de nuestro Señor Jesús, como dice la Escritura: “porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe”; y en las obras ya que nuestro andar por el mundo debe servir como testimonio siendo así sal de la tierra y luz del mundo, como dice la Palabra: “así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”.
En ese sentido, a saber, que el andar por el Camino se sustenta en la fe y en las obras, es que cada elegido debe entender que en ambos aspectos está el ir siendo perfeccionado por la acción del Santo Espíritu de nuestro Padre Dios que mora en cada uno.
En cuanto a la fe, este perfeccionamiento implica ir adquiriendo cada vez más conocimiento, tanto en extensión como en profundidad, relacionado con la fe que se dice profesar. Sobre esto es más que esclarecedor el exhorto que hace Pablo 91
para pasar del alimento líquido, el entendimiento básico de las verdades de salvación, al alimento sólido, el entendimiento pleno de las verdades de comprensión: “aquel que participa de la leche es inexperto en la palabra de justicia, porque es niño; pero el alimento sólido es para los que han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal” […] para que “[habitando] Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios”. Todo lo cual implica seguir en estudio, en meditación, en oración hasta avanzar —aunque de inicio no sea así— en esa comprensión.
En cuanto a las obras, este perfeccionamiento implica ir madurando en el testimonio que por medio de las obras ante el mundo se da. Sobre esto es claro Pablo cuando en su primer carta a los de Corinto les exhorta diciendo “estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano”, de igual forma escribiendo a los de Roma les dice que “a los que perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad [alcanzarán] la vida eterna”, con todo y todo hay que tener cuidado que lo que se busque en esto no sea la propia exaltación, contra lo cual la Escritura nos previene, sino que siempre se busque la gloria de Dios: “así pues, ya sea que comáis, que bebáis, o que hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios”. Todo lo cual implica seguir poniendo la fe por obras hasta que éstas —aunque de inicio no sea así— den su fruto. Pero —y esto es muy importante—, para lograr lo anterior uno debe seguir, en cuanto a la fe, estudiando, meditando, orando, y en cuanto a las obras, haciendo el bien sin desfallecer ya que en su debido momento se segará lo sembrado, como dice Pablo escribiendo a los de Colosas “para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el 92
conocimiento de Dios”, después de todo a. veces hay que tocar cien puertas para que se abra una.
Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/jW5Dtny8NYc
Referencias: Efesios 2:8-11; Santiago 2:17-22; Mateo 5:16; 2 Pedro 3:18; Juan 17:3; Hebreos 5:13-14; Efesios 3:17-19; 1 Corintios 15:58; Romanos 2:7; 1 Corintios 10:31; Gálatas 6:9; Colosenses 1:10
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La palabra santo ha sido muy llevada y traída a lo largo de la historia del cristianismo generalmente descontextualizándola y por ende encubriendo su significado. Un santo, lo que se dice un verdadero santo, ¿es alguien que nunca peca?, ¿alguien que nunca se equivoca?, ¿alguien que nunca comete errores? Si este fuera el parámetro de comparación, ¿quién podría cumplirlo como para ser identificado como santo?
Honestamente, leyendo la Biblia, salvo Jesús cuya vida fue perfecta y sin pecado, ¿qué otro personaje pudiera caer en la anterior definición?, ¿Abraham?, ¿Noé?, ¿Moisés?, ¿David?, ¿Salomón?, ¿Pablo?, ¿Pedro? Si leemos sus historias podemos ver que estos, al igual que todos los demás personajes de la Escritura — repito: salvo Jesús— estuvieron muy lejos del parámetro de perfección que la palabra santidad, mundanamente entendida, trae a nuestra mente, “como está escrito: no hay justo, ni aun uno”. Santo se traduce de la palabra hebrea ׁשֹו דָק, kadôsh, la cual significa “ser dedicado a, apartado para, entregado a, separado para, designado para”. Es así como un santo, en el sentido bíblico es aquella persona que ha sido apartada para el servicio de Dios. Esta definición permite entender que un santo lo es si entregado 94
está al servicio divino aunque —y esto es muy importante— cometa aún errores, se equivoque e incluso llegue a pecar, como dice la Palabra “si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros”.
En este entendido, es decir: si un santo puede equivocarse, puede errar, puede pecar, ¿cuál es la diferencia entonces entre él y alguien impío? La principal diferencia es que el primero, el santo, aquel que ha sido dedicado al servicio de Dios, no se conforma con el pecado, es más: cuando llega a tropezar, a caer, a pecar, siente ese remordimiento, sabe que hizo mal, no se justifica, no argumenta, venido ante Dios pide perdón, se levanta, se sacude y sigue su andar. Por el contrario el impío no siente remordimiento alguno, para él lo que hizo estuvo bien, se justifica, argumenta, y por ende no viene ante Dios a pedir perdón por lo que su andar se aleja cada vez más del Camino. Como dice la Escritura “porque siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse; más los impíos caerán en el mal”
Visto de esta forma un santo no es alguien que no conoce el pecado, sino que lo conoce tan bien como para darse cuenta que no ha sido llamado para eso, que no forma eso parte de su vida, que no está en su futuro el vivir de esa manera. Entonces ¿qué hacer cuando se tropieza, se cae, se peca?, tal como ya se comentó la opción, la única opción es aceptar, reconocer el error, el pecado, pedir perdón ante el Padre por medio de Jesucristo, levantarse y seguir andando por el Camino.
Con todo y todo hay un peligro muy sutil en esto: creer que dado que uno sigue siendo carnal, débil y falible, luchar contra el pecado es tan fútil que realmente se vuelve inútil y entonces caer en una desidia donde uno se endurezca y ya no importe pecar, pero ¿qué dice la Escritura? “si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda sacrificio por el pecado sino una horrenda esperanza de juicio, y hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios”. 95
Estas llamado a ir de triunfo en triunfo en Cristo Jesús, eso no quiere decir que en el presente siglo no te equivoques, no cometas errores, no peques, quiere decir que día con día debes salir a mostrar y demostrar que tu deseo por agradar en Dios es más grande que la debilidad inherente a tu presente carnalidad, después de todo un triunfador no es alguien que no conoce el fracaso, sino alguien que lo conoce tan bien como para saber que no pertenece ahí.
Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/5P4Q9t5lQqw
Referencias: Romanos 3:10; 1 Juan 1:8; Job 25:4; Proverbios 24:16; Job 5:19; 2 Corintios 4:812; 1 Juan 2:1; Efesios 4:26; 1 Pedro 1:15-19; Hebreos 10:26-27; 2 Pedro 2:20-21; 2 Corintios 2:14
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La Escritura es más que clara en el sentido de que los elegidos que sean encontrados fieles serán copartícipes con Cristo del gobierno del reino de Dios en la tierra, varios salmos lo señalan: “En prosperidad habitará su alma, y su descendencia poseerá la tierra”, “porque los malhechores serán exterminados, más los que esperan en Jehová poseerán la tierra”, “más los humildes poseerán la tierra, y se deleitarán en abundante prosperidad”, “los justos heredarán la tierra, y vivirán para siempre sobre ella”, de igual forma el Evangelio lo confirma al señalar “bienaventurados los mansos: porque ellos recibirán la tierra por heredad”, y Revelación cierra el testimonio en el mismo sentido al establecer “y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra”.
A lo largo de la Escritura, tanto Antiguo como Nuevo Testamento, como puede verse en las citas precedentes, señalan ineludiblemente que será la tierra el centro donde estará asentado el reino de Dios, el hogar permanente y estable de los santos, el lugar donde residirá el rey y desde el cual saldrá la Ley, pero ¿centro de qué o para qué? Para entender esto la respuesta que deberíamos de buscar es ¿qué heredarán los santos?, ¿solamente la tierra? Romanos al respecto señala “¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? El
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que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?”
La expresión todas las cosas contenida en la cita anterior se ha traducido del griego πάντα, panta, que literalmente significa la totalidad, el todo, es decir, todo lo creado, ¡el universo mismo! Esto es lógico ya que, como dice Juan en su Evangelio, si todo fue hecho por Cristo y para Cristo, como dice Pablo escribiendo a los de Colosas, y si los santos son coherederos con Cristo, como señala Pablo en su carta a los de Roma, la conclusión lógica de esto es que con Él heredaremos el todo, la totalidad de la creación, el universo mismo.
No se puede elucubrar mucho sobre el destino final de esto, aunque sabemos que será de gloria, pero la Escritura sí da ciertos pincelazos que permiten vislumbrar a lo lejos el maravilloso futuro que espera para quienes de los llamados y elegidos sean encontrados fieles. Romanos señala esos pincelazos cuando dice “Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse. Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios. Porque la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza; porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora; y no sólo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo”.
Es así como uno de los trabajos de los hijos de Dios será extender el paraíso que habrá venido a ser la tierra a todo el universo. Esto es portentoso, casi imposible de imaginar, pero la Escritura nos dice en Corintios que lo que espera a los justo excede todo lo que se pueda uno imaginar, con todo y esto lo anterior sólo será el medio, ¿el medio para qué?, para el fin de toda la eternidad que ante los ojos de 98
los hijos de Dios se abrirá: conocer a Dios y Su Hijo, como dice Juan en su Evangelio: “y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado”.
Pero la condición para todo lo anterior es permanecer fiel hasta el fin incluso en medio de las tribulaciones que se padezcan, como señala Revelación “no tengas miedo de lo que vas a sufrir, pues el diablo pondrá a prueba a algunos de ustedes y los echará en la cárcel, y allí tendrán que sufrir durante diez días. Tú sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida”.
Es así como los santos, aquellos elegidos que sean considerados fieles, heredarán la tierra, pero no para estar confinados en ellas sino para que desde ese centro de operaciones, desde la sede del gobierno del reino de Dios, extiendan las gloriosas condiciones de su lugar de residencia por todo el universo mientras se sigue aprendiendo del Padre y de Su Hijo, después de todo el mundo te pertenece... pero debes luchar por él.
Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/PNPE8aGf9rM
Referencias: Salmos 25:13; 37:9; 37:11; 37:29; Mateo 5:5; Revelación 5:10; Romanos 8:31-32; 8:18-23; Juan 1:39; Colosenses 1:16; Romanos 8:17; 2 Reyes 6:16; 1 Juan 4:4; 1 Corintios 2:9; Isaías 64:4; Juan 17:3; Revelación 2:10; Romanos 8:18; 2 Corintios 4:17; 1 Pedro 4:13
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Todo cristiano sabe que en las batallas que enfrentamos hay más de trasfondo que aquello que normalmente se ve, pues —como dice Pablo— “no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes”.
De igual forma los elegidos saben que no se debe subestimar las estrategias de los poderes de las tinieblas a los que nos enfrentamos pues tienen el poder de engañar al mundo entero incluso, de ser posible, a los elegidos. Y de entre todas las estrategias del enemigo, aquella que nos hunde más es una de las más sutiles pero a la vez de las más efectivas.
Esta estrategia se activa una vez que algún santo tropieza, cae, vamos: comete algún pecado. Inmediatamente el Enemigo se instala en su mente con ideas relativas a su salvación: “ya ves, no puedes lograrlo”, “para qué te esfuerzas, no lo conseguirás”, “¿esto es lo que llamas ser un hijo de Dios?”, “eres imperfecto, desiste, no alcanzarás lo que buscas”.
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El Enemigo, desde que incitó a nuestros primeros padres a desobedecer en el Jardín de Edén, siempre mezcla algo de verdad con algo de mentira, el resultado, si bien es una mentira completa, permite que aquellos a los que toma desprevenido le permitan entrar en su mente, en su corazón, como un Caballo de Troya que pareciendo inofensivo trae en su interior los gérmenes del enfriamiento, del desistir, de abandonar.
Las medias verdades que el Enemigo dice son aquellas que señalan nuestra debilidad, nuestra insuficiencia, en efecto: uno por sí mismo no puede nada, pero lo que el Enemigo no señala, y que los elegidos debemos tener en cuenta, es que no somos nosotros quienes logramos alcanzar las promesas, sino que es Dios, a través de Cristo, quien nos habilita para ello, quien nos ayuda, fortalece y guía.
La Escritura no nos dice que podemos alcanzar lo que de nosotros se espera por nuestras propias fuerzas, al contrario, la Escritura es muy clara al señalar que todo lo podemos en Cristo que nos fortalece, de igual forma Juan consigna en su Evangelio las palabras de Jesús cuando dice “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer”.
¿Y el pecado, como lidiar con él?, respecto de esto Juan en su primer carta señala “hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo”, en otras palabras, como señala Proverbios “porque siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse; más los impíos caerán en el mal.”
De esta forma, la próxima vez que en tu mente surjan dudas respecto del llamamiento debido a los tropiezos, las caídas, los pecados que se cometan, más que deprimirse, hundirse o pensar en desistir, recuerda que dichas ideas vienen del Enemigo pero que alcanzar las promesas no depende de ti sino del Padre y
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que de nosotros depende permanecer, aunque imperfectamente, fieles hasta el final, después de todo nadie ha salido de un agujero hundiéndose más en él.
Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/hpDUuhj1sts
Referencias: Efesios 6:12; Colosenses 1:13; Revelación 12:9; Génesis 3:1; Mateo 24:24; Marcos 13:22; Filipenses 4:13; Colosenses 1:11; Juan 15:5; 1 Juan 2:1
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El hecho de haber respondido al llamamiento del Padre para venir a salvación en el presente siglo no implica que nuestra naturaleza haya cambiado sino que está en proceso de conformarse a la imagen de Cristo, esto implica que cuestiones relacionadas con nuestro ego siguen presente en nosotros, cuestiones que si no las sabemos manejar pueden afectar nuestra edificación.
Entre estas cuestiones tal vez la más significativa sea aquella donde podemos llegar a considerarnos más que los demás o bien dejar que los demás nos hagan sentir menos.
La primera curiosamente deviene del mismo llamamiento al que hemos respondido ya que al considerarnos salvos, mientras que los demás no lo son, podemos a llegar a creer que somos más o mejores, pero la realidad es que el llamamiento que el Padre nos hizo nada tuvo que ver con nosotros, con lo que somos o tenemos, sino que vino de manera gratuita por Su pura misericordia y eterno amor.
Por el contrario, el haber respondido al llamado del Padre genera en nosotros una obligación de ir a todo el mundo proclamando el Evangelio para que aquel que responda de igual forma sea salvo ya que, como dice la Escritura “¿cómo, pues, 103
invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? ¿Y cómo predicarán si no fueren enviados? Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas!”, ¿o habrá alguna acción nuestra que pueda reflejar mayor caridad hacia los demás a saber poner a disposición de todos la vida eterna que el Padre nos ofrece por medio de Su Hijo Jesucristo?, no lo creo.
La otra cuestión que se debe cuidar, como se mencionó, es dejar que los demás nos hagan sentir menos. Esto porque aquella vida que hemos elegido vivir en obediencia al Padre puede dar como consecuencia señalamientos, juicios, e incluso tribulación por parte del mundo, pero la Palabra claramente nos dice “Bienaventurados sois cuando os vituperaren y os persiguieren, y dijeren de vosotros todo mal por mi causa, mintiendo. Gozaos y alegraos; porque vuestra merced es grande en los cielos: que así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros”. También esto de sentirnos menos puede ser el resultado de ver como los impíos prosperan, de igual forma ¿qué nos dice la Escritura?, “No te irrites a causa de los malhechores; no tengas envidia de los que practican la iniquidad porque como la hierba pronto se secarán, y se marchitarán como la hierba verde”.
El llamamiento al que hemos respondido no es cosa menor tiene como meta llegar a ser reyes y sacerdotes con Cristo en el reino venidero y alcanzar la vida eterna como hijos de Dios, pero eso no es ni para vanagloriarnos ante los demás ni para desanimarnos por lo que ahorita tengamos que padecer, al contrario, en ambas situaciones buscar responder conforme a la voluntad del Padre y para Su mayor gloria en Cristo Jesús, después de todo en el camino a la excelencia dos cosas debes cuidar: creerte más que los demás y que los demás hagan creerte menos.
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Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/VHF3t3RmEEM
Referencias: Romanos 8:29; 1 Corintios 15:49; Efesios 2:8-11; Romanos 3:24; Marcos 16:1518; Mateo 28:19; Romanos 10:14-15; Hechos 8:31; Mateo 5:11-12; 1 Pedro 4:14; Salmos 37:1-2; Proverbios 23:17-18; Revelación 1:6; 5:10
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¿Qué será lo más difícil en la vida cristiana de aquellos elegidos que han respondido al llamamiento del Padre para venir a salvación en el presente siglo?, ¿será el cumplir los mandamientos?, ¿acaso el vivir el amor?, ¿o tal vez el creer en las promesas que se han recibido?
De todas las cuestiones relacionadas con la lucha que relativa al llamamiento pudieran considerarse, tal vez la más difícil no sea alguna de aquellas que inicialmente se han señalado sino más bien la relacionada con la severidad del juicio con que nosotros mismos nos juzgamos. “Porque siete veces cae el justo, y se vuelve a levantar; más los impíos caerán en el mal”, ¿cuántas veces hemos leído esto en la Palabra?, tal vez algunas, pero ¿la entendemos?, o mejor aún: ¿la vivimos?
Si vemos la cita anterior, el justo no es alguien que nunca tropieza, que nunca cae, vamos: que nunca peca, sino alguien que habiendo respondido al llamamiento sigue batallando con su carnalidad levantándose cada que el Mundo, el Enemigo o la Carne lo derriban, ahora yo te pregunto ¿podrá considerarse que alguien se ha 106
levantado cuando sigue condenándose por el tropiezo, la caída, el pecado cometido? Fíjate como Pablo se refería a su propio llamamiento: “Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”, con esto en mente ¿pudiera decirse que Pablo prosigue a la meta dejando atrás lo pasado si siguiera condenándose por cada tropiezo, por cada caída, por cada pecado cometido?
Juan en su primer carta exhortaba a los elegidos de entonces, y en su persona a los elegidos de todos los tiempos: “Hijitos míos, estas cosas os escribo, para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo”, esto porque Pablo mencionaba en su carta a los Efesios “En El [Cristo] tenemos redención mediante su sangre, el perdón de nuestros pecados según las riquezas de su gracia”.
El Enemigo, el Mundo y la Carne nos conocen mucho muy bien y saben que nuestra conciencia es fácilmente influenciable con la idea, más bien con la obsesión, de los tropiezos, las caídas, los pecado cometidos, por eso el énfasis que aquellos ponen en hacernos ver los débiles, torpes y cobardes que somos, ¿y sabes qué? ¡Tienen razón!, pero nuestra confianza no está puesta en nosotros sino en Aquel que nos ha llamado, en este sentido, como dice la Escritura, “si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”.
Pero entonces, ¿no se debe hacer caso cuando la conciencia rearguye?, al contrario: hay que hacerle caso ¡y mucho! pues nos está señalando algo que es contrario al llamamiento, pero una vez venidos en arrepentimiento al Padre dejar atrás eso y continuar hacia las promesas recibidas, como dice la Palabra, “pues
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[aunque] nuestro corazón nos reprend[a], mayor que nuestro corazón es Dios”, así que no lo olvides: ¿Que si cuántas veces intentarlo? Fácil: ¡hasta lograrlo!
Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/xw6h_EljSR8
Referencias: Proverbios 24:16; Job 5:19; Filipenses 3:13-14; Hebreos 6:1; 1 Juan 2:1; Romanos 8:34; Efesios 1:7; Colosenses 1:14; 1 Juan 3:20; Hebreos 4:13; 1 Juan 4:4; Romanos 8:31; 1 Juan 1:9; Tito 2:14
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La vida cristiana no es, como algunas iglesias, denominaciones o congregaciones ajenas a la verdad la presentan, algo apacible, tranquilo, próspero o gozoso, sino que conlleva en muchas ocasiones desasosiego, intranquilidad, desventura o tristeza. Jesús mismo advirtió a sus seguidores “un siervo no es mayor que su señor. Si me persiguieron a mí, también os perseguirán a vosotros”, y para mayor claridad señaló proféticamente “os entregarán a tribulación, y os matarán, y seréis odiados de todas las naciones por causa de mi nombre”; de igual forma Pablo en su segunda carta a Timoteo le refrenda que “todos los que quieren vivir píamente en Cristo Jesús, padecerán persecución”, de igual forma Pedro en su primer carta señala que “esto halla gracia, si por causa de la conciencia ante Dios, alguno sobrelleva penalidades sufriendo injustamente. Pues ¿qué mérito hay, si cuando pecáis y sois tratados con severidad lo soportáis con paciencia? Pero si cuando hacéis lo bueno sufrís por ello y lo soportáis con paciencia, esto halla gracia con Dios”.
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Con todo y a pesar de esta realidad la Escritura señala que aún en medio de la tribulación los elegidos tienen motivos más que suficientes para estar gozosos. Jesús, en lo que se conoce como el Sermón del Monte señalo “dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque el reino de los cielos les pertenece”, y Pablo escribiendo a los de Roma les hace ver que “las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse”, ya que como escribe él mismo a los de Roma incluso las pruebas de los elegidos obran conforme a la voluntad del Padre pues “sabemos que para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien, esto es, para los que son llamados conforme a su propósito”, y que al final, cuando el plan divino sea consumado “enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron”.
Con esto en mente el creyente bien puede estar gozoso en medio de las pruebas que padezca pues, como escribe Jacobo, el hermano de Jesús, “tened por sumo gozo, hermanos míos, el que os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia, y que la paciencia tenga su perfecto resultado, para que seáis perfectos y completos, sin que os falte nada”, y Pedro en su primer carta se expresa en el mismo sentido al decir “no os sorprendáis del fuego de prueba que en medio de vosotros ha venido para probaros, como si alguna cosa extraña os estuviera aconteciendo; antes bien, en la medida en que compartís los padecimientos de Cristo, regocijaos, para que también en la revelación de su gloria os regocijéis con gran alegría”.
Con todo esto, ¿qué nos queda?, agradecer de todo lo que vivamos pues, si creemos en Dios y su magnificencia, seguro debemos estar que todo obra conforma a Su voluntad, para Su mayor gloria, para nuestra edificación, como proféticamente escribió Jeremías, “a fin de darles un futuro lleno de esperanza”, así que ya lo sabes aunque no tengas motivos, agradece cada día; inténtalo y al rato tendrás motivos de sobra.
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Referencias: Juan 15:20; Hechos 14:22; 2 Timoteo 3:12; 2 Corintios 4:9; 1 Pedro 2:19-20; 2 Timoteo 1:12; Mateo 5:10; Isaías 66:5; Romanos 8:18; 2 Corintios 4:17; Romanos 8:28; 2 Tesalonicenses 1:5-7; Revelación 21:4; Isaías 25:8; Jeremías 31:12; Santiago 1:2-4; Romanos 5:3; 1 Pedro 4:12-13; Daniel 11:35; Jeremías 29:11; Isaías 55:12
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¿Qué podría decirse que es lo más difícil de la vida cristiana?, ¿las tentaciones?, ¿las tribulaciones?, ¿el esfuerzo por vivir píamente?, cada quien pudiera tener su propia respuesta a esta pregunta pero en lo personal considero que uno de los aspectos más difíciles de la vida cristiana es que precisamente no vemos en nosotros esos cambios completos y definitivos que como parte de haber respondido al llamamiento esperaríamos ya fuesen visibles en nuestra vida.
¿Siempre eres honesto?, ¿en tu corazón no hay rencores?, ¿no tienes malos pensamientos?, ¿tu hablar es siempre edificante?, ¿no te gana a veces el coraje?, vayamos todavía más en esto: ¿ya dejaste de pecar?, en pocas palabras ¿consideras que tu vida ya es perfecto y santa como se espera de nosotros?
¡Oh, qué difícil situación!, si acepto mi debilidad pudiera caer en la indolencia de ya no esforzarme, si no la acepto y día con día busco alcanzar eso que ahorita me es imposible puedo desalentarme, deprimirme, ¿entonces?, la solución parcial a esto es entender —y diferenciar— que una cosa es el camino y otra muy distinta el destino, curiosamente ambas están íntimamente relacionadas.
El camino es ese andar que en la propia vida experimentamos y cuya vivencia nos habilita para reflejar el carácter perfecto y santo del Padre, experiencia que por su 112
propia definición implica entender a cabalidad las consecuencias tanto de ser obediente a la voluntad del Padre así como de serle rebelde. El destino es esa meta final referida a ser reyes y sacerdotes con Cristo en el reino venidero donde, despojados de esta cabalidad, podamos servir a Dios de manera perfecta y santa.
Menciono que el entendimiento anterior es apenas una solución parcial pues la solución definitiva tendrá pleno cumplimiento cuando regrese nuestro Señor y seamos transformados dejando atrás esta carnalidad que ahorita nos impide alcanzar ese ideal de perfección y santidad.
Ahora bien, de manera práctica, ¿cómo poner el anterior pensamiento por obra? La Escritura responde al señalar que “siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse”, y Pablo, sobre esto mismo, aconseja la mejor actitud que ante lo expresado en párrafos anteriores pudiera uno tener cuando a los de Filipo les dice “Hermanos, yo mismo no hago cuenta de haber lo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo al blanco, al premio de la soberana vocación de Dios en Cristo Jesús”.
¿Y qué hacer con esa reconvención que nuestra conciencia nos hace cuando incurrimos en algo contrario a la voluntad del Padre?, Juan en su primer carta aconseja “si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo”, como escribe Pablo a los Hebreos “por lo cual Él [Cristo] también es poderoso para salvar para siempre a los que por medio de Él se acercan a Dios, puesto que vive perpetuamente para interceder por ellos”.
¿Te tropezaste?, ¿caíste?, ¿cometiste algún pecado?, ¡pues levántate!, no has sido llamado para derrota, para abatimiento, sino para ser vencedor en Cristo Jesús, y como dice la Escritura hay “más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente [—aunque este pecador sea alguien que ya respondió al llamado y por su andar en el Camino tropezó y cayó—], que por noventa y nueve justos que no 113
necesitan de arrepentimiento”, conque sin mirar lo aún no conseguido sigamos avanzando hacia el pleno cumplimiento de las promesas que del Padre se han recibido, así que paciencia, a veces las semillas tardan en germinar pero al final todas florecen.
Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/8ZC9Vb8xgNU
Referencias: Mateo 5:48; 1 Pedro 1:16; Deuteronomio 18:13; 2 Timoteo 3:12; 2 Corintios 4:9; Proverbios 24:16; Salmos 37:24; Filipenses 3:14; Romanos 11:29; 1 Juan 2:1; Romanos 5:10; Hebreos 7:25; Efesios 3:20; Romanos 8:37; 1 Corintios 15:57; Filipenses 3:21; 1 Corintios 15:49
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Cuando uno inicia su andar en el Camino rápidamente puede comenzar a darse cuentas de algunas cosas que o bien facilitan ese andar o lo dificultan. Sobre esto último, es decir aquellas cosas que dificultan ese caminar, uno debe tener la perspicacia necesaria para irlas quitando de nuestro andar antes que pretender más bien detener el mismo.
La vida cristiana, a diferencia de lo que algunos creen, implica mucho esfuerzo, trabajo y dedicación de nuestra parte. Esto no quiere decir que sea uno el que hace el querer y el hacer, eso viene de Dios, pero la parte que a nosotros nos corresponde no puede soslayarse: Proclamar el Evangelio a toda criatura, ser profeta de las verdades reveladas, dar testimonio ante las naciones y ser sal de la tierra y luz del mundo.
Con todo y todo hay cuestiones relacionadas con nuestra vida en el siglo actual que, como se comentó al inicio, pueden facilitar, incluso ayudar en ese andar por el Camino así como otra cuestiones relacionadas con nuestra vida que más tiendan a dificultarlo e incluso obstaculizarlo.
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Pablo escribiendo a los de Éfeso les indicaba que “no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes”, esto sería más que deprimente sino tuviéramos en la misma Escritura las palabras de aliento que el mismo Pablo remite a los de Roma cuando les dice que “estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro”.
Con todo y todo nuestra parte debe ser hecha por nosotros y eso implica, como Pablo señalaba a los de Colosas, “y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres”. De esta forma habrá cuestiones relacionadas con nuestra vida en el siglo actual que deberá ser procuradas mientras que otras deberá ser rechazadas.
¿Y qué cuestiones son aquellas que enfáticamente deberemos rechazar de nuestra vida? Pablo escribiendo a los de Corinto se las indica cuando señala “¿no sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios”. Y escribiendo a los de Galacia de nueva cuenta es reiterativo en esto al señalar que “manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios”.
Así que lo que debe rechazarse es aquello que nos impide nuestro andar, no pretender más bien dejar el Camino por culpa de aquello que no aporta nada al 116
mismo o como escribe Pablo a los Hebreos “por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante”.
De esta forma aquellas cuestiones relacionadas con nuestra vida en el siglo actual que no nos sirve para el llamamiento al que hemos respondido deben ser rechazadas para darle prioridad a aquellas otras cuestiones no sólo que faciliten ese andar por el Camino sino que incluso sean edificantes, después de todo si no has encontrado lo que buscabas, la respuesta no es dejar de buscar sino buscar en otro lado.
Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/_TBXGnKwvyU
Referencias: Filipenses 2:13; 1 Corintios 12:6; Marcos 16:15-18; Hechos 1:8; 1 Corintios 14:1; 1 Pedro 3:11-13; Mateo 24:14; Marcos 16:15-16; Mateo 5:13-16; Marcos 9:50; Efesios 6:12; Romanos 8:38-39; 2 Corintios 11:14; Colosenses 3:23; Efesios 6:7; 1 Corintios 6:9-10; Gálatas 5:19-21; Hebreos 12:1; Efesios 4:22
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Cuando uno no tiene mayores referencias para algo que está viviendo, esto puede parecerle eterno. Piensa la primera vez que fuiste al dentista. Cada segundo de la consulta te parecía interminable. Cuando pensabas que ya todo iba a terminar te encontrabas con que el dentista volvía a trabajar en tus dientes haciendo ese momento interminable.
Nuestra vida natural es igual. Dado que no tenemos otra experiencia contra la que comparar, ésta nos puede parecer interminable, eterna. Pero ¿qué nos dice la Escritura? David reflexionando sobre esto escribió que “el hombre es semejante a un soplo; sus días son como una sombra que pasa”, de igual forma reflexionando sobre esto mismo señalo “he aquí, tú has hecho mis días muy breves, y mi existencia es como nada delante de ti; ciertamente todo hombre, aun en la plenitud de su vigor, es sólo un soplo”.
Con todo y todo, dado que nuestra vida puede parecernos muy larga, casi interminable, el mayor riesgo que se corre es desperdiciar el corto tiempo que se nos ha asignado. Contrariamente a esto la Escritura nos exhorta a aprovechar este breve interludio consciente del que se nos ha dotado. Pablo escribiendo a los de Colosas, y en su figura a los cristianos de todos los tiempos, les exhortaba diciendo “andad sabiamente para con los de afuera, aprovechando bien el tiempo”, 118
en el mismo sentido escribiendo a los de Éfeso, y en su figura a los que a lo largo de los siglos creerían en Jesús, les estimulaba a andar “aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos.”
¿Y en qué deberíamos estar ocupados? Salomón, reflexionando al igual que su padre sobre la existencia humana, escribió “todo este discurso termina en lo siguiente: Teme a Dios, y cumple sus mandamientos. Eso es el todo del hombre”. Recordemos que se nos han dado talentos y que al regreso de nuestro Señor se nos pedirán cuentas de cómo los hemos usado siendo que ahí no habrá argumento que valga por si desperdiciamos el tiempo que se nos asignó.
Con todo y todo, ¿cómo podemos a nuestra existencia darle ese carácter imperativo de la levedad de que la misma está dotada? David en uno de sus salmos señala una sugerencia que al respecto nos puede ser de mucha utilidad: “Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría”. Así es, la reflexión que sobre nuestra vida mayormente puede beneficiarnos es aquella que cae en la conciencia de lo poco que ésta dura, sobre todo si se compara de cara a la eternidad a la que estamos llamados.
Pero independientemente de esto, un hecho es que lo pesado que la misma vida tiene puede hacer que ésta nos parezca excesivamente tediosa y por lo tanto interminable, ¿qué hacer?, recordar lo que Pablo escribiendo a los Roma, y en su persona a todos los creyentes de todos los tiempos, les decía cuando señalaba “considero que los sufrimientos de este tiempo presente no son dignos de ser comparados con la gloria que nos ha de ser revelada”, así que ya lo sabes ante lo corto de la vida tienes dos posibilidades: aprovecharla o desperdiciarla, tú decides.
Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/uRBbCpVDe-c
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Referencias: Salmos 144:4; Job 8:9; Eclesiastés 12:13; 1 Samuel 12:24; Colosenses 4:5; Santiago 3:13,17; Efesios 5:16; Romanos 13:11; Mateo 25:14-30; Salmo 90:12; Juan 9:4; Romanos 8:18; 2 Corintios 4:17
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A veces lo ajetreado de la vida dificulta, más no impide, que hagamos algunas reflexiones sobre lo que somos, lo que tenemos y lo que estamos llamados a ser. El Rey David, reflexionando sobre esto, se asombraba diciendo “cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú has establecido, digo: ¿Qué es el hombre para que de él te acuerdes, y el hijo del hombre para que lo cuides? ¡Sin embargo, lo has hecho un poco menor que los ángeles, y lo coronas de gloria y majestad! Tú le haces señorear sobre las obras de tus manos; todo lo has puesto bajo sus pies: ovejas y bueyes, todos ellos, y también las bestias del campo, las aves de los cielos y los peces del mar, cuanto atraviesa las sendas de los mares”. Tenemos la mente para pensar y, como dice el Rey Salomón “el que adquiere cordura a sí mismo se ama, y el que retiene el discernimiento prospera”. Tenemos el corazón para sentir y, de igual forma Salomón señala “por sobre todas las cosas cuida tu corazón, porque de él mana la vida”. Tenemos la vida para compartir y, sobre esto, la Escritura señala que “creó, pues, Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó”.
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Por eso la Palabra señala, respecto de estos tres elementos —a saber: mente, corazón y vida— “ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser y con toda tu mente”.
Con todo y todo también la Escritura nos previene. De la mente señala, en palabras de Pablo escribiendo a los de Éfeso “así que tengan cuidado de su manera de vivir. No vivan como necios sino como sabios, aprovechando al máximo cada momento oportuno, porque los días son malos”. Del corazón el Profeta Jeremías escribe “nada hay tan engañoso como el corazón. No tiene remedio. ¿Quién puede comprenderlo?”. Y de la vida, nuestro Señor indica “pues ¿qué provecho obtendrá un hombre si gana el mundo entero, pero pierde su alma? O ¿qué dará un hombre a cambio de su alma?”
¿Qué puede entonces hacerse? Respecto de la mente seguir el consejo de nuestro Señor quien señaló “por tanto, todo el que me oye estas palabras y las pone en práctica es como un hombre prudente que construyó su casa sobre la roca”. Respecto del corazón decir como el Rey David “crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva la firmeza de mi espíritu”. Y respecto de la vida, también el Rey David señala “hazme saber mi fin, y cuál es la medida de mis días, para que yo sepa cuán efímero soy”.
¿Te das cuenta de la trampa? No podemos hacer lo que de nosotros se espera por nosotros mismos, ¡es como si trataras de jugar a las vencidas contigo mismo! Tienes mente para pensar, corazón para sentir, y vida para compartir, ¿qué más necesitas? ¡Necesitas el Espíritu de Dios!
El Espíritu de Dios nos da poder, nos consuela, intercede por nosotros, nos concede dones, nos habilita para dar frutos, nos vuelve un templo viviente, y nos hace saber, entender y comprender que Dios es nuestro Padre. Ahora bien, hay un requisito para que el Espíritu de Dios logre lo anterior en nosotros: no contristarlo, ¿y cómo cuidar de esto? “quítense de vosotros toda amargura, enojo, 122
ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo”.
El Espíritu de Dios, recibido al bautizarnos para limpiarnos de nuestros pecados y recibirle mediante la imposición de manos, es lo que viene a dinamizar nuestra mente, nuestro corazón y nuestra vida para vivir de manera perfecta y santa ante Dios tal y como se espera de nosotros, así que ya sabes la respuesta a la reflexión referida a que tienes mente para pensar, corazón para sentir, y vida para compartir, ¿qué más necesitas?
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Referencias: Salmos 8:3-8; Proverbios 19:8; Juan 14:21; Proverbios 4:23; Génesis 1:26-27; Mateo 22:37; Jeremías 17:9-10; Mateo 16:26; Lucas 9:25; Mateo 7:24; Salmos 51:10; Hechos 15:9; Salmos 39:4; Hechos 1:8; Juan 15:26; Romanos 8:26; 1 Corintios 12:4-11; Gálatas 5:22-23; 1 Corintios 6:19; Romanos 8:15; Efesios 4:30; 1 Tesalonicenses 5:19; Efesios 4:31-32
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Salvo ciertas cuestiones que pueden considerarse patológicas, por lo general a las personas no nos gusta sufrir. Desde el punto de vista cristiano esto tiene su referente en que no fuimos creados para ello sino para una vida de gozo, plenitud, perfección y santidad, como dice Salomón “Dios hizo al hombre recto, pero ellos buscaron muchas perversiones”.
Desde que nuestros primeros padres, en representación de toda la humanidad, tomaron la decisión de ir por sus propios caminos, todos hemos enfrentado los dolores resultantes de vivir una vida apartada de Dios, en rebeldía y confusión.
A pesar de lo anterior, nada puede truncar el plan de Dios, pensar de otra forma sería reconocer más poder en aquello que truncase los designios de Dios que de Dios mismo, y si bien el camino elegido por el mundo estaba lleno de dolor y sufrimiento, incluso en esas circunstancias Dios podía cumplimentar lo que desde el principio pensó para la humanidad, como cuando los hermanos de José quisieron hacerle mal que finalmente devino en un bien mayor: salvar a todo Su pueblo.
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Con todo y todo, el camino elegido por la humanidad, representado en Edén por el Árbol de la Ciencia del Bien y el Mal, implicaba abrogarse la capacidad de decidir basado en la propia experiencia lo que estaba bien de lo que estaba mal, lo cual por conclusión lógica implicaba gozar de los aciertos y sufrir por los errores.
Pero incluso este sufrimiento, si bien triste y penoso para la humanidad, tristeza y pena que es compartida por Dios, puede ser usado por Él para producir frutos en abundancia de perfección y santidad, como dice Pedro en su primer carta “para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo”.
De igual forma, Jacobo, el medio hermano de Jesús, señala la misma idea en su carta yendo más allá al indicar que el entendimiento correcto de las pruebas que experimentamos debe dar como resultado gozo en nosotros por lo que el Padre está formando en cada uno: “Tened por sumo gozo, hermanos míos, el que [os] halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia, y que la paciencia tenga [su] perfecto resultado, para que seáis perfectos y completos, sin que [os] falte nada”.
Es así como, las pruebas que se experimentan, sirven para acrisolarnos, como lo señala Isaías cuando hablando a nombre de Dios dice “he aquí, te he purificado, pero no como a plata; te he probado en el crisol de la aflicción”, o como indica Jeremías quien también hablando por Dios señala “he aquí, los refinaré y los probaré, porque ¿qué [más] puedo hacer con la hija de mi pueblo?”
Pero el fin último de las pruebas, de ese acrisolamiento que tiene su referente en la tribulación que se padece del Enemigo, del Mundo y de la Carne, es formar en nosotros el carácter perfecto y santo de Dios hasta hacernos semejantes a Cristo quien es a su vez imagen del Dios invisible, siendo que el resultado supera con mucho lo que en el presente siglo se padezca, como dice Pablo “tengo por cierto 125
que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse”, después de todo se requiere de la tempestad para probar la fortaleza de un barco.
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Referencias: Eclesiastés 7:29; Romanos 5:12; Génesis 50:20; Romanos 8:28; Génesis 2:17; Isaías 63:9; Éxodo 3:7-9; Santiago 1:2-4; Mateo 5:12; Isaías 48:10; Salmos 66:10; Jeremías 9:7; Proverbios 17:3; 1 Juan 3:2; 2 Corintios 3:18; Efesios 4:13; Colosenses 3:4; Romanos 8:29; Colosenses 1:15; Romanos 8:18; 2 Corintios 4:17
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¿Cuántas veces en tu vida te has enfrentado a la decisión de hacer lo correcto o bien hacer lo conveniente? El Pueblo de Israel, de manera individual o colectiva, se enfrentó constantemente a esta situación y la gran mayoría de las veces decidía entre lo conveniente, por eso primero el reino fue partido y posteriormente ambos enviados al exilio.
Pero esta situación no pertenece al pasado sino, como deja ver la pregunta inicial, es una batalla que constantemente enfrentan los elegidos ¡incluso y con mayor razón en la actualidad!
Ahora bien, ¿qué es lo conveniente? Fíjate cómo es que la misma expresión indica un relativismo en cuanto a la valorización de las circunstancias. “Voy a decir la verdad… si es que es conveniente”, “voy a guardar el sábado… si es que es conveniente”… “voy a vivir conforme a mi llamamiento… si es que es conveniente”.
Ese relativismo implica que no hay verdades absolutas y si no hay verdades absolutas no existe un legislador absoluto al cual rendirle cuentas, ¿miras lo diabólico de tal razonamiento? ¡Más sin embargo es el pensamiento de la mayoría!, eso a pesar de la admonición de nuestro Señor Jesús quien exhortó a 127
los de su tiempo y en su figura nos exhorta a nosotros en nuestro tiempo diciendo “Entrad por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y amplia es la senda que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella”. A eso conveniente se refiere la Escritura cuando señala que “hay camino que al hombre le [parece] derecho, pero al final, es camino de muerte”, esto porque “el camino del necio es recto a sus propios ojos, más el que escucha consejos es sabio”, quienes piensan y actúan así son aquellos que “[…] no escucharon ni inclinaron su oído, sino que anduvieron en [sus propias] deliberaciones [y] en la terquedad de su malvado corazón, y fueron hacia atrás y no hacia adelante”.
¿Y lo correcto? Lo correcto está en función de la verdad ya que la mentira no puede, por naturaleza propia, ser lo correcto, pero dado que la Escritura señala “que el hombre no es señor de su camino, ni del hombre que camina es ordenar sus pasos”, entenderemos que entonces se requiere de una guía para ello, guía que sólo puede tener su fuente en la verdad, siendo que la Palabra de Dios es esa verdad que puede guiarnos, como dice Dios mismo en boca de David en uno de sus salmos “Yo te instruiré, yo te mostraré el camino que debes seguir; yo te daré consejos y velaré por ti”.
La próxima vez, ante la decisión de hacer lo correcto o más bien lo conveniente, antes de decidir por ti y para ti, con el riesgo de tropezar y caer, mejor, como dice la Palabra, “encomienda a Jehová tus obras, y tus pensamientos serán afirmados”, así que decide con sabiduría y valor: lo conveniente a veces no es correcto y lo correcto a veces no es conveniente.
Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/iSPzpiHB780
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Referencias: Proverbios 14:12; Romanos 6:21, Proverbios 12:15; Gálatas 6:3; Mateo 7:13; Lucas 13:24; Jeremías 7:24; Nehemías 9:16-20; Jeremías 10:23; Isaías 26:7; Salmos 32:8; Isaías 48:17; Juan 17:17; 2 Samuel 7:28; Proverbios 16:3; Salmos 37:5
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Sin duda alguna que uno de los aspectos más complicados de la vida cristiana es el entendimiento del llamado al que hemos respondido de cara con la debilidad, la rebeldía, la cobardía y la pecaminosidad de nuestra carne.
Pedro, en su primer discurso a lo que serían los primeros conversos de la iglesia naciente, los exhorta a que cada uno se arrepintiera y se bautizara para perdón de los pecados. Todos los que hemos nacido del agua hemos pasado por ese proceso, pero el primer tropiezo, la primer caída a la que posteriormente nos enfrentamos, de muchas, va minando ese buen ánimo pues podemos llegar a considerar que no somos aptos para el llamamiento al que hemos respondido.
Quiero que veas esto de otra manera y para ello veamos lo que dice Pablo al respecto: “porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena. Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, más con la carne a la ley del pecado”.
Esta cita es muy claridosa pero debe verse detenidamente. Fíjate cómo es que Pablo, ¡así es: el Apóstol Pablo!, casi treinta años después de la muerte y resurrección de nuestro Señor, décadas después incluso de su llamamiento, 130
reconoce que él mismo no hace lo que quiere sino lo que aborrece, eso desde el punto de vista de la Ley de Dios.
Pero ni siquiera eso es lo más interesante sino la frase enigmática donde señala que si lo que no quiere eso hace, con eso él apruebo que la ley es buena, ¿cómo puede ser posible esto? La clave para entender esto es la manera en que él mismo se expresa respecto de eso que hace y que es contrario a la Ley de Dios: eso es algo que él aborrece, así es: aborrece aunque lo termina haciendo.
El hacerlo, aunque sea aborrecible, tiene la referencia de la carnalidad a la que el mismo Pablo hace referencia, carnalidad que tú, yo y todos los miembros del Cuerpo de Cristo en toda la historia de la iglesia hemos padecido, pero lo interesante es que en nuestro interior, aunque hagamos algo contrario al llamamiento motivados por la misma debilidad, torpeza, cobardía o pecaminosidad que padecemos, seguimos identificando aquello como aborrecible, ¡por eso el remordimiento que viene después!
¿Te fijas? El mundo, alejado de los caminos de Dios, no sólo hace el mal sin remordimiento alguno sino que incluso se jacta de ello y razona de manera justificadora, los hijos de Dios, al tropezar, al caer, seguimos doliéndonos de nuestro error, de nuestro pecado, buscando en el arrepentimiento la restauración por parte de Dios, así que como Pablo podemos decir “si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena”. En todo caso preocúpate cuando lo que Dios llama malo para ti ya no sea motivo de dolor, de tristeza, de pesadumbre al hacerlo.
Por último, ¿qué hacer al caer, al tropezar?, ¿qué hace cuando nuestra conciencia nos recrimine ya que entendemos la Ley de Dios pero en la carne infructuosamente la podemos poner por obra de manera perfecta y santa? Dos cosas. La primera, buscar la restauración del Padre a través de Su Hijo por medio del arrepentimiento, como Juan escribe en su primer carta “Hijitos míos, estas 131
cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo”. La segunda, adoptar la postura de Pablo quien en vez de anclarse en el pasado avanzaba hacia las promesas del Padre recibidas: “Hermanos, yo mismo no considero haber lo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando lo que queda atrás y extendiéndome a lo que está delante, prosigo hacia la meta para obtener el premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”. Después de todo no puedes desandar tus pasos, pero si puedes caminar mejor.
Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/EnUr7xztEI4
Referencias: Hechos 2:38; Lucas 24:47; Hechos 3:19; Romanos 7:15-16; Gálatas 5:17; 1 Juan 2:1; Romanos 8:34; 1 Corintios 4:14; Filipenses 3:13-14; Hebreos 6:1; Filipenses 3:8,12
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Desde el primer momento en que alguien respondiendo al llamamiento del Padre viene a salvación en el presente siglo, le queda muy en claro que ha dejado de ser parte del mundo al grado que incluso puede esperar de éste rechazo, con todo y todo nuestro mismo Señor Jesús, pidiendo al Padre por los suyos, ruega, no porque sean estos sacados del mundo sino guardados del mal.
Si bien lo anterior ha generado que algunas personas, ajenas a la verdad revelada, busquen apartarse del mundo, el cristiano, sabe que su trabajo está precisamente en ese mundo proclamando el Evangelio, en primer lugar y testimoniando esa fe en segundo lugar, ambas cosas entrelazadas entre sí.
La proclamación del Evangelio es requisito indispensable para que la gente, oyendo, crea y venga salvación; el testimoniar esa fe es para que los hombres, viendo nuestras buenas obras, glorifiquen de esta forma a Dios.
Ambas acciones, si se ven con detenimiento, necesaria y forzosamente inciden en el mundo cambiándolo, con todo y todo un aspecto interesante en esta interacción, aunque complicada para los creyentes, es que al mismo tiempo dichas acciones de igual forma terminan cambiando a uno.
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Pablo escribiendo sobre esto a los Romanos les dice “justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza; y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado”.
De igual forma, como parte de este proceso, Pedro escribiendo en su primer carta les dice a nuestros hermanos en la fe de aquel tiempo, y en su figura a todos los creyentes de toda la historia, “vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor. Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo”.
Los cristianos no estamos llamados a permanecer indolentes mientras esperamos la venida de nuestro Señor sino por el contrario estamos llamados a trabajar aquí y ahora ¡y mucho!, siendo así sal de la tierra y luz del mundo, después de todo lo que haces cambia al mundo, la intención con que lo haces te cambia a ti.
Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/hvup7Xs-HZc
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Referencias: Juan 15:19; Mateo 10:22; Juan 17:15; 1 Juan 5:19; Marcos 16:15-20; Mateo 28:19; Romanos 10:17; 1 Tesalonicenses 2:13; Mateo 5:16; Juan 15:8; Romanos 5:1-5; 2 Pedro 1:5-8; Mateo 5:13-16
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Un sentimiento que es común entre los elegidos es aquel gozo que surge de la verdad a la que se ha allegado al haber respondido al llamamiento del Padre para venir a salvación en el presente siglo.
Sea que uno anduviese en el mundo o bien que haya nacido en la fe, la satisfacción que surge del entendimiento de las verdades divinas es algo que no tiene comparación ni que puede ser superado por nada, bueno, casi por nada, ya que hay algo mejor que eso: ayudar a otros a que encuentren esa luz que deviene de la verdad resguardada y sostenida por el Cuerpo de Cristo.
Cuando aquellos discípulos se encontraron camino a Emaús con el Maestro resucitado, aunque no lo conocieron sino hasta el final bien pudieron decir que su corazón ardía mientras el Señor les explicaba la Palabra. Ese mismo fuego interior es conocido por los elegidos conforme vamos avanzando en las verdades reveladas, siendo que ese mismo ardor, esa misma pasión, es la que nos lleva, nos impele, a proclamar a los demás el conocimiento al que se tiene acceso.
A Jeremías le pasó algo que ejemplifica lo dicho anteriormente ya que este profeta, al ver la nula respuesta de sus coetáneos, y no solo eso sino incluso el rechazo de estos, llegó a pensar en dejar de profetizar, pero el mismo declara: 136
“Me había propuesto no pensar más en ti, ni hablar más en tu nombre, ¡pero en mi corazón se prendía un fuego ardiente que me calaba hasta los huesos! Traté de soportarlo, pero no pude”.
Nuestro Señor, antes de partir, les dijo a sus discípulos, y en su figura a todos sus seguidores de todos los tiempos, que fuesen por todo el mundo y predicasen el Evangelio. Tal vez no hubiera sido necesaria esa instrucción pues el mismo Espíritu, como en el caso de Jeremías, quema a uno por dentro con la luz que trae a la conciencia que obliga a proclamar las verdades reveladas, con todo y todo, dada la instrucción dada, esa proclamación y testificación de la fe se vuelven algo insoslayable.
Aun así, lo anterior debe darse en orden, con conocimiento, de manera correcta, considerando las doctrinas de la iglesia y conforme a la Palabra. Pablo en su segunda carta a Timoteo le indica al respecto: “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad”. Ese usar bien la palabra de verdad se refiere a enseña debidamente el mensaje revelado en la Palabra y por la Palabra, tanto escrita como hecha carne, ya que indefectiblemente no debemos ser motivo de tropiezo ni a judíos, ni a griegos, ni a la iglesia de Dios, como dice la Escritura.
En la vida el logro de metas y objetivos nos llega de satisfacción, con todo y todo esa satisfacción es pasajera, y aunque fuese permanente se basa en cuestiones que con el tiempo dejan de tener relevancia, pero la verdad revelada por el Padre a través de Jesucristo que deviene en salvación, es una meta, un objetivo, eterno, permanente, y cuyo gozo supera con creces cualquier otra alegría que pueda experimentarse, es por ello que ese fuego interno que el Espíritu mueve en nosotros nos impele a llevar a otros ese mismo mensaje, después de todo lo único mejor que lograr un sueño es ¡compartirlo!
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Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/hbsjJlz-tY8
Referencias: 1 Timoteo 3:15; 1 Pedro 2:5; 1 Corintios 3:9; 2 Corintios 6:1; 1 Corintios 10:32; 2 Corintios 6:3; Lucas 24:32; Lucas 24:45; Jeremías 20:9; Salmos 39:3; Mateo 28:19; Marcos 16:15; Lucas 24:47-48; 2 Timoteo 2:15; 2 Pedro 1:10,15
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Si bien el llamamiento implica una respuesta individual y un actuar personal del cual cada quien tendrá que dar cuenta, el peregrinar de todo cristiano rumbo a las promesas que el Padre por medio de Su Hijo Jesucristo nos ha dado no es en solitario.
De principio a fin en la Escritura lo que vemos es la conformación de lo que la misma Palabra designa como la familia de Dios, siendo de esta forma que al igual que en una familia, la congregación de los santos está conformada por muchos miembros, cada uno con un fin a la vez general como específico, el general se refiere, como siempre, a la gloria que Dios se debe dar, de igual forma al testimonio que ante las naciones debemos presentar, el específico se refiere a la edificación del Cuerpo de Cristo tanto en lo individual como en lo colectivo.
En el capítulo 12 de su primer carta a los de Corinto, Pablo diserta sobre lo anterior en dos sentidos, el primero haciendo ver a los miembros de la comunidad los diferentes dones que el Espíritu ha puesto en cada uno para los fines comentados anteriormente; el segundo, utilizando el símil del cuerpo humano, para ejemplificar ese orden y armonía que en todos los miembros del Cuerpo de Cristo debe de haber.
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En cuanto a los dones dados y sus fines Pablo señala: “Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. Y hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. Y hay diversidad de operaciones, pero Dios, que hace todas las cosas en todos, es el mismo. Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho. Porque a éste es dada por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro, fe por el mismo Espíritu; y a otro, dones de sanidades por el mismo Espíritu. A otro, el hacer milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversos géneros de lenguas; y a otro, interpretación de lenguas. Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere. Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo. Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu”.
En cuanto al orden y armonía que en todos los miembros del Cuerpo de Cristo debe de haber Pablo indica “Además, el cuerpo no es un solo miembro, sino muchos. Si dijere el pie: Porque no soy mano, no soy del cuerpo, ¿por eso no será del cuerpo? Y si dijere la oreja: Porque no soy ojo, no soy del cuerpo, ¿por eso no será del cuerpo? Si todo el cuerpo fuese ojo, ¿dónde estaría el oído? Si todo fuese oído, ¿dónde estaría el olfato? Mas ahora Dios ha colocado los miembros cada uno de ellos en el cuerpo, como él quiso. Porque si todos fueran un solo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo? Pero ahora son muchos los miembros, pero el cuerpo es uno solo. Ni el ojo puede decir a la mano: No te necesito, ni tampoco la cabeza a los pies: No tengo necesidad de vosotros. Antes bien los miembros del cuerpo que parecen más débiles, son los más necesarios; y a aquellos del cuerpo que nos parecen menos dignos, a éstos vestimos más dignamente; y los que en nosotros son menos decorosos, se tratan con más decoro. Porque los que en nosotros son más decorosos, no tienen necesidad; pero Dios ordenó el cuerpo, dando más abundante honor al que le faltaba, para 140
que no haya desavenencia en el cuerpo, sino que los miembros todos se preocupen los unos por los otros. De manera que si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se gozan. Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular”.
El llamado del Padre al que se ha respondido en el presente siglo para venir a salvación implica ir por todo el mundo proclamando el Evangelio, ser Sus profetas para ser Sus reyes y sacerdotes con Cristo en el reino venidero, ser sal de la tierra y luz del mundo, y a dar testimonio de esa fe que decimos profesar, trabajo más que formidable por lo que el mismo no puede realizarse en soledad sino unidos al Cuerpo de Cristo y a través de Él a la cabeza que es nuestro Señor, después de todo cuando trabajas en equipo no sumas voluntades... ¡las multiplicas!
Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/_uQqASNWgQQ
Referencias: Efesios 2:19; 1 Corintios 1:2; Romanos 1:7; 1 Corintios 12:4-13; 14-27; Mateo 28:19; Marcos 16:15; Lucas 24:47-48; Efesios 4:11; 1 Corintios 12:28; Mateo 5:1316; 2 Timoteo 1:8; Hechos 1:8; Juan 15:4-7
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Seamos honestos, ¿te sientes conforme con tu vida? El ser humano es por naturaleza inconforme, siempre siente que algo le hace falta, mientras que Dios no cambia nosotros estamos en constante cambio señal de que no solo estamos incompletos sino que somos imperfectos. Fíjate como Pablo se expresaba de algo que en él no le complacía: “Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera; respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor, que lo quite de mí. Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo”.
De nuevo: ¿Te sientes inconforme con tu vida?, no estás sólo, mira a Pablo, es más, mira a tus hermanos y hermanas en la fe y te verás en un espejo donde la inconformidad es algo con lo que se convive diariamente, pero entonces ¿qué es lo que está pasando?, ¿por qué esta inconformidad?, ¿por qué la vida no es lo que queremos, mucho menos lo que esperamos?
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Jeremías presenta algo que bien puede servir para comprensión, esto en la figura del alfarero y la vasija de barro: “Palabra que vino a Jeremías de parte del Señor, diciendo: Levántate y desciende a la casa del alfarero, y allí te haré oír mis palabras. Entonces descendí a casa del alfarero, y he aquí, estaba allí haciendo un trabajo sobre la rueda. Y la vasija de barro que estaba haciendo se echó a perder en la mano del alfarero; así que volvió a hacer de ella otra vasija, según le pareció mejor al alfarero hacerla. Entonces vino a mí la palabra del Señor, diciendo: ¿No puedo yo hacer con vosotros, casa de Israel, lo mismo que hace este alfarero? —declara el Señor. He aquí, como el barro en manos del alfarero, así sois vosotros en mi mano, casa de Israel”.
En efecto, la vida actual es un caminar hacia las promesas recibidas pero en ese caminar todavía pesa nuestra carnalidad, carnalidad que por su propia naturaleza desea entender, y pero aún: en ocasiones hasta guiar, el proceso que en nuestra vida Dios está haciendo, pero, como señala Isaías y que sirve de colofón al relato anterior del alfarero y la vasija de barro: ¡Ay del que contiende con su Hacedor, el tiesto entre los tiestos de tierra! ¿Dirá el barro al alfarero: ``Qué haces?”, de igual forma Pablo escribiendo a los de Roma al respecto les dice “Me dirás entonces: ¿Por qué, pues, todavía reprocha Dios? Porque ¿quién resiste a su voluntad? Al contrario, ¿quién eres tú, oh hombre, que le contestas a Dios? ¿Dirá acaso el objeto modelado al que lo modela: Por qué me hiciste así? ¿O no tiene el alfarero derecho sobre el barro de hacer de la misma masa un vaso para uso honorable y otro para uso ordinario?”.
El caminar hacia las promesas no está exento de dudas, de temores, de frustraciones, tanto por las tribulaciones y tentaciones que se experimenten como por no entender lo que está sucediendo en este momento, en ese entendido, aunque no se comprenda a cabalidad lo que en nuestra vida sucede en este momento, la esperanza depositada en Aquel que nos ha llamado debe servir para que Él desarrolle en nosotros Su gloriosa obra conforme lo pensó para cada uno
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desde la eternidad, después de todo a veces la vida podrá no ser lo que uno espera, pero siempre será lo que uno necesita.
Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/eEkTIpz4-0E
Referencias: Malaquías 3:6; Salmos 102:27; Santiago 1:17; 2 Corintios 12:7-9; Jeremías 18:1-6; Isaías 45:9; Job 9:12; Proverbios 21:30; Romanos 9:19-21; Isaías 10:15; 2 Timoteo 2:20
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Cuando uno llega a la vida cristiana, nuestra mente, condicionada por nuestra propia naturaleza, puede suponer esto como el haber alcanzado ya una meta, después de todo ya podemos considerarnos salvos, pero conforme comenzamos a avanzar en el Camino nos vamos dando cuenta de lo mucho que aún nos falta por recorrer siendo que esto debemos tenerlo muy en cuenta para no desanimarnos.
El problema con el cristiano, si es que puede esto considerarse un problema, es que no podemos ver nuestro nacimiento del agua como algo que casi en automático nos vuelve santos y perfectos, sino más bien, siguiendo el símil de nacer de nuevo, como ese recién nacido que debe ir creciendo y madurando, dicho de otra forma: el nacer de nuevo nos ha hecho vislumbrar un sueño que podemos alcanzar pero que el mismo requiere de un proceso en nosotros. Pedro en su segunda carta, escribiendo a los cristianos de su tiempo —atención con esto— los exhorta a “crecer en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo”, si el nacer de nuevo nos llevara a ese estado de perfección y santidad desde el principio no sería necesaria esta exhortación.
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De igual forma Pablo escribiendo a los de Éfeso les indica que es necesario este esfuerzo, este trabajo “hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, a la condición de un hombre maduro, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo”, de nueva cuenta ¿te fijas que apunta algo cuya plena realización está en el futuro?
En este mismo sentido, también Pablo, pero escribiendo a los de Galacia, les indica cuál es el fin de este proceso: “hasta que Cristo sea formado en vosotros”, otra vez, Pablo apunta a un futuro donde Cristo es formado en nosotros, futuro que debe ser alcanzado con nuestro crecimiento y maduración mientras andamos por el Camino.
Al nacer de nuevo, en este siglo del agua, debemos entender que hemos iniciado un proceso, más claro aún: un proceso que puede durar toda la vida, donde, por la misma definición de esto, implica que ahorita no hemos alcanzado la perfección y santidad que de nosotros se espera.
Pablo escribiendo a los de Filipo, y reflexionando sobre lo anterior pero tomando como referencia a sí mismo, les indica una verdad que debemos aplicar en nuestra vida: “No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús. Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”.
Los nacidos de nuevo somos como bebés espirituales, pero debemos crecer para ser niños, luego jóvenes y por último adultos plenos, llenos de conocimiento y gracia de Dios y Su Hijo, sabiendo que llegará el día en que seamos transformados y entonces sí, de manera perfecta y santa, reflejemos el carácter de Cristo quien es a su vez imagen del Dios invisible, después de todo para volar, 146
primero correr; para correr, primero andar; para andar, primero gatear; para gatear, ¡primero soñar!
Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/wxzt-Ges9hQ
Referencias: Juan 3:3-6; 2 Corintios 5:17; 1 Pedro 1:23; 2 Pedro 3:18; Efesios 4:15; 2 Tesalonicenses 1:3; Efesios 4:13; Gálatas 4:19; Filipenses 3:12-14; Romanos 8:39; 1 Corintios 13:10
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Nadie puede negar que la vida cristiana en ocasiones llega a pesar, máxime cuando las tribulaciones, las tentaciones hacen presencia en nuestra vida, pero de igual forma debe tenerse en mente que mientras que esto en el siglo actual es momentáneo, las promesas que perseguimos son eternas. Pablo escribiendo a los de Roma les hace ver que “también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza; y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado”.
De igual forma Pedro, en su primer carta, respecto de las tribulaciones, de las tentaciones experimentadas, les dice a los de su tiempo: “amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que en medio de vosotros ha venido para probaros, como si alguna cosa extraña os estuviera aconteciendo; antes bien, en la medida en que compartís los padecimientos de Cristo, regocijaos, para que también en la revelación de su gloria os regocijéis con gran alegría”.
¿Y qué de hablar de los grandes héroes de la fe del pasado?, de nuestros hermanos quienes, en palabras de Pablo escribiendo a los hebreos les dice de 148
estos que “experimentaron vituperios y azotes, y a más de esto prisiones y cárceles. Fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a filo de espada; anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, pobres, angustiados, maltratados; de los cuales el mundo no era digno; errando por los desiertos, por los montes, por las cuevas y por las cavernas de la tierra. Y todos éstos, aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe, no recibieron lo prometido; proveyendo Dios alguna cosa mejor para nosotros, para que no fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros”.
Con todo y todo hay que poner las cosas en perspectiva, ¿por qué?, porque si sólo se fija uno en las tribulaciones, las tentaciones actuales, dicha visión puede ser desmoralizadora, deprimente, pero si uno pone en ambos platillos de la balanza lo que ahorita se padece y las promesas eternas que se nos han dado, el peso de esto último que sobrepasa lo primero permitirá sobrellevar aquello.
Sobre estas promesas, y sin olvidar la cuestión de las tribulaciones, las tentaciones que en el presente siglo se padecen, Pablo escribiendo a los de Roma les dice “considero que los sufrimientos de este tiempo presente no son dignos de ser comparados con la gloria que nos ha de ser revelada”, y más claro aún en su segunda carta a los de Corinto cuando les dice que “esta aflicción leve y pasajera nos produce un eterno peso de gloria que sobrepasa toda comparación”.
Es esto último a lo que debemos aferrarnos como el náufrago que sujeta con firme el pedazo de madera que le impide hundirse hasta llegar a tierra firme, solo que en nuestro caso ese pedazo de madera es la misma fuerza del Espíritu que nos guía en nuestro andar y en vez de tierra firme vamos hacia nuevos cielos y nuevas tierras, así que recuerda: El esfuerzo es momentáneo, el triunfo es para siempre.
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Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/5pWnnEEcSaM
Referencias: Romanos 5:3-5; Habacuc 3:18; Mateo 5:12; 1 Pedro 4:12-13; 1 Corintios 3:13; Hebreos 11:36-40; Mateo 10:22; 24:9; Romanos 8:18; 2 Corintios 4:17; 1 Pedro 1:6,7
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Conclusión
El andar por el Camino produce necesaria y forzosamente una serie de reflexiones en quien por él va, reflexiones que buscan aquilatar la experiencia que se va adquiriendo, experiencia que no sólo es cognitiva, sino también emocional y, más importante aún, espiritual.
Las presente reflexiones, cuyo fin es la motivación para que aquellos que en el Camino van desarrollen ese liderazgo que nace de la comprensión del plan que Dios está realizando en cada uno, son solamente eso, reflexiones. Cada quien puede estar de acuerdo o no con ellas, eso no es lo importante, lo importante es que cada quien pueda escribir en su libro de vida sus propias reflexiones.
Pero lo anterior no termina ahí ya que una vez que alguien tome el reto y de sus reflexiones saque ciertas lecciones relacionadas con el Camino, lo que sigue es compartirlas.
No somos una isla, incluso en el proceso relativo al andar que lleva a la vida como miembro de la familia de Dios vamos acompañados, y en ese acompañamiento todos comparten una responsabilidad de y por los demás.
Es cierto que la responsabilidad final de la vida de cada quien es personal, pero la responsabilidad sobre el andar del otro también puede ser reclamada sobre todo cuando pudiendo dar algo que alivie la carga, que motive al andar, las palabras se retienen.
Así que adelante, a compartir esas lecciones edificante que el andar le ha mostrado a cada quien sabiendo que todas forman parte de ese glorioso entramado que Dios está tejiendo en la vida de cada quien en lo particular y en la vida de Su familia en lo general.
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Paz a vos
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Liderazgo Cristiano Emprendedor 2
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