Textos Sueltos 1 Febrero 2015

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V

ivimos en una sociedad de consumo, consumimos modas, celulares, películas y hacemos lo mismo con el arte. Vemos pinturas, obras de teatro y funciones de danza. Utilizo “vemos” porque en muchos casos desaprovechamos la oportunidad de observar, de hacer experiencia el estar ante un suceso real con su estética y su congruencia, nos privamos de la oportunidad de reflexionar sobre la diversidad que los coreógrafos y bailarines están proponiendo y las más de las veces terminamos dando un juicio rápido y superficial, es decir, solamente vemos, consumimos. Textos Sueltos es abrir una posibilidad, es crear un espacio de encuentro para compartir experiencias y los retos que vivimos en el proceso de crecer como bailarines en Antares. Es hacer de lo escrito una acción porque también podemos plasmar la historia del cuerpo en el papel. Es la invitación al lector a disfrutar la danza desde otros puntos de observación para confirmar o dudar lo aprendido. Esta vez presentamos dos reflexiones, una de Joel Durazo en donde se habla de cómo el cuerpo en el caso específico de los bailarines se nutre y desgasta, y un segundo ensayo en el que intento analizar la experiencia de bailar la coreografía Impresiones fugaces (1963) de Martha Bracho con música de Ravel que recientemente fue adaptada por Miguel Mancillas.


El cuerpo del bailarín es su herramienta de trabajo, por eso una correcta alimentación es imprescindible y ésta, debe de ser proporcional al esfuerzo, horas de actividad y características específicas de su entrenamiento. Alimentarse es una necesidad básica del organismo vivo, es la conexión que nuestro interior tiene con la naturaleza exterior y el único método para brindar al cuerpo los recursos y energía necesarios para realizar sus funciones vitales, su mantenimiento, crecimiento y desarrollo. La importancia de saber seleccionar adecuadamente los alimentos y la dosis que consumimos de estos es fundamental para mantener la salud, pero es incluso mayor su relevancia cuando se busca explotar al máximo la capacidad mental y física del individuo; tal es el caso del bailarín profesional, su estilo de vida caracterizado por su entrega, esfuerzo y dedicación es hasta cierto punto incomprendido por aquellas personas que no han experimentado esta forma de vida. En una persona con actividad física promedio, el plan de alimentación generalmente se basa en cumplir con el gasto energético total que requiere al día; ese es nuestro parámetro; si se rebasa el límite, el organismo almacenará la energía extra como reserva en grasa para su posterior uso; por el contrario, si la ingesta de calorías es menor al gasto energético total, se utilizarán las provisiones acumuladas, perdiendo así peso en grasa. En los bailarines debido al aumento de la actividad física, el gasto energético total se ve incrementado, esto quiere decir que la cantidad de calorías a consumir se eleva, pero consumir la cantidad adecuada de energía no lo es todo, la ingesta de micro nutrimentos (vitaminas y minerales) es de igual importancia para el apropiado funcionamiento del cuerpo. De manera que La alimentación correcta es aquella completa, equilibrada, suficiente, adecuada, variada e inocua. Cada grupo busca objetivos artísticos y estéticos específicos para los que se desarrollan cualidades tales como la fuerza, la flexibilidad, la resistencia muscular y la coordinación neuromuscular, en resumen, un rendimiento físico óptimo al entrenar, ensayar y bailar, aunque existe la tendencia a querer una figura esbelta como primordial objetivo, comprometiendo de esta manera la finalidad expresiva de la obra y la salud del ejecutante.


El tratamiento nutricional debe ser vigilado a través de la antropometría como en el de un deportista, tomando en cuenta el porcentaje de grasa del bailarín, calculado a través de métodos como la plicometría o la bioimpedancia electromagnética; y así reconocer la composición corporal correcta, ya que en ocasiones se confunde el aumento de peso general como si fuera aumento en grasa, sin considerar que puede ser por masa magra (músculo) o por grasa; por esto el peso por sí solo no es una referencia adecuada en la valoración nutricional del bailarín. Todo individuo es diferente y el nutriólogo tendrá que realizar una evaluación personalizada a cada bailarín, tomando en cuenta los parámetros oficiales y por supuesto recomendando las mejores alternativas. Una alimentación deficiente afecta el rendimiento artístico y puede llegar a ocasionar lesiones que obstruyen el desarrollo del artista o pueden acabar con su carrera. Por eso es peligroso hacer dietas sin la información adecuada o hacerlas porque le funcionaron a otro individuo, lo más seguro es que no se obtendrán los mismos resultados y quizás se genere un daño al organismo. El objetivo final del nutriólogo como guía del bailarín nunca será tan sólo bajar el peso en grasa, sino educar al sujeto para habituarse a una alimentación adecuada y así lograr cambios y adaptaciones fisiológicas en función de las necesidades de la profesión. Glosario Bioimpedancia Eléctrica: Método de valoración de la composición corporal por medio del principio de la impedancia. Permite el cálculo de la masa magra y grasa de manera eficaz. Plicometría: Técnica antropométrica para la determinación de la composición corporal a través de la toma de medidas de los pliegues cutáneos.

Al realizar una guía alimentaria siempre se toma en cuenta que los platillos cumplan con 6 características esenciales, a esto se le llama la “Dieta Correcta”: Completa, equilibrada, suficiente, adecuada, variada, inocua NOM 043-SSA2-2012

El cuerpo del bailarín es su principal herramienta de trabajo es por esto que una correcta alimentación es imprescindible.


En la coreografía Impresiones fugaces (1963) de la coreógrafa Martha Bracho, adaptada por Miguel Mancillas y musicalizada con el bolero de Ravel, la tarea escénica era renunciar a nuestra individualidad y formar parte de un conjunto de personas con un mismo objetivo, en este caso el ritual del fuego.

“Es un hecho que cuando un individuo baila al unísono con un gran número de personas, tiene la sensación de participar en un movimiento masivo mucho mayor que cualquier cosa que pudiera realizar él solo. El grupo se convierte en una unidad de fuerza y propósito consciente y cada individuo experimenta la sensación de mayor poder, como parte de el mismo” (Martin, 1965)

Un ritual puede definirse de manera sencilla como “un conjunto de acciones basadas en alguna creencia religiosa”; por ejemplo, en la iglesia católica comulgar es un rito que simboliza recibir a cristo, la danza de la lluvia es un ritual con el fin de generar una buena temporada de lluvias. Algo imprescindible a la hora de poner en práctica un ritual es la fe, la confianza en que a través de la danza voy a generar lluvia o que en la ostia se encuentra dios. Sin la fe no estamos haciendo otra cosa que repetir pasos o comernos una galleta y no tiene mayor repercusión que eso, en nosotros y en los demás.


Tomando en cuenta esta reflexión, creo que vale la pena revivir la memoria corporal para recordar lo que significó estar en escena: espacio al aire libre, los músicos preparándose, el ruido del público, la fuerza del viento y la sensación del piso de madera bajo nuestros pies, la pausa que surge en el momento en que suena la primera nota. Recuerdo haber exhalado e iniciar el ritual extendiendo el brazo dejando que el viento acariciara mi piel, la temperatura entre nosotros se elevaba. En ciertos momentos veo a mis compañeros igual que yo, concentrados, utilizando el cuerpo con precisión guiados por el centro, las diagonales, los frentes (el norte, el sur, el este y el oeste) mostrándole al público un suceso irrepetible, no volverían a sentir la intensidad de tantos cuerpos juntos moviéndose con un fin y de cierta manera para convertirse en un organismo único, en una llama que crece que respira, que se mueve, da calor e hipnotiza, la danza así es, existe fugaz, una vez, cada ocasión. No son sólo los bailarines, los músicos hacían un ritual propio, creando con sus instrumentos los acordes que los bailarines utilizaban; era un desborde de energía. Las danzas rituales estaban hechas para un solo espectador: Dios. No existía la vanidad del danzante, no existía la búsqueda del reconocimiento, sólo existía el deseo de complacer a la naturaleza, a dios y en ello, a sí mismos. Encontré en un libro de historia mexicana una descripción hecha por los españoles sobre los bailes de los indígenas “Días antes ayunaban, tomaban poco líquido y un alimento especial. La preparación abarcaba el vestuario, las máscaras, la ornamentación y la pintura de cuerpo. Las jornadas de baile eran agotadoras, debido a que en ocasiones se prolongaban durante varios días.” (Girola & Olvera, 1995) En ésta obra no teníamos que representar o contar una historia y ahí estaba el gran reto, entender que como intérpretes lo único que había que hacer era abandonar la razón para sumergirnos en el territorio animal del cuerpo, la dramaturgia interna o razones del personaje no eran necesarias, incluso podían llegar a entorpecer el desarrollo de la obra. Sin miedo a sonar romántico, en esos momentos lo único que teníamos que hacer era bailar, a nuestros compañeros y a nosotros mismos.

La maestra Bracho monto esta coreografía en 1963 bajo el nombre de impresiones fugaces





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