Capitulum I
La conspiración
Roquemaure, marzo de 1379
H acía poco que la noche había caído en Roquemaure, una po-
blación cercana a Aviñón. Todo era calma hasta que un pequeño carruaje rompió el silencio de las calles. El estrépito que provocaron los cascos de los caballos alertó a los vecinos, pero nadie, absolutamente nadie, cayó en la tentación de fisgar desde las ventanas. Se oyeron algunas voces en el interior de las casas y, más tarde, los pasos de quienes precipitadamente atrancaban sus puertas y apagaban los candiles; luego se hizo el silencio. La angustia inundó sus almas durante un tiempo que les pareció eterno y en el que unos y otros, con la respiración contenida, prestaban atención al retumbar de las herraduras. Para dicha de todos ellos, los caballos no detuvieron el trote, y el carruaje siguió su marcha hacia las afueras del pueblo. Uno de los mozos de la posada abandonó el cobertizo en cuanto alcanzó a divisar, bajo la inmensa luna, la silueta del carruaje. Entró en el caserón y ascendió de dos en dos los escalones hasta la planta superior. Llamó nerviosamente a una puerta y, sin atreverse a abrirla, gritó con agitación: —¡Ya está aquí! ¡Ya ha llegado! Las tres figuras que esperaban sentadas alrededor de una amplia mesa se incorporaron a fin de recomponer las vestimentas, y uno de ellos se afanó en ocultar en un armario los vasos y la botella de licor con la que habían amenizado la espera. Al poco, el pasador se alzó lentamente, quedando la puerta entreabierta. El primero en aparecer fue un guardia que mantenía la mano firme en la empuñadura de su
19