La biblia blanca Historia sagrada del Real Madrid
Ă ngel del Riego Anta y Marta del Riego Anta
LA BIBLIA BLANCA
Ángel del Riego Anta y Marta del Riego Anta El Real Madrid tiene más de 150 millones de seguidores en las redes sociales, y su estandarte, una camiseta blanca. Su misión: trascender a través de la victoria. Esa es su gracia y su condena. Una religión para quienes lo aman; una mentira para quienes lo odian. La biblia blanca es la explicación de su origen-génesis, de su travesía por el desierto, éxodo, y de la evangelización que lo ha hecho universal. Les contamos cómo fue Yaveh-Bernabéu, la venida del Mesías Di Stéfano, el Libro de los Reyes del vestuario —Amancio, Camacho, Hierro, Juanito, Raúl o Butragueño—, el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento con san Pedro Florentino Pérez como roca sobre la que edificar esta iglesia. ACERCA DE LOS AUTORES Ángel del Riego Anta nació en La Bañeza y estudió Económicas en Valladolid. Publica en Internet bajo el nick «lamesetauberalles». Madridista de nacimiento, ha escrito crónicas de su equipo en el Almanaque Madridista y en La pena máxima, blog alojado en el periódico on line Estrella Digital. Marta del Riego Anta es periodista, escritora y poeta. Nació en La Bañeza (León), estudió Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid, hizo el máster de periodismo de El País y vivió varios años en Londres y en Berlín, donde ejerció de corresponsal y periodista freelance para diversos medios españoles y extranjeros. Actualmente se dedica a la comunicación cultural y escribe para varias publicaciones como Telva y la web literaria Zenda. ACERCA DE LA OBRA «Hay en el libro una buena proporción entre lo antiguo y lo reciente, y se le da luz y relieve a algunas figuras necesarias. Si es tradición visitar la tumba de Bernabéu en Almansa, los autores empiezan el libro en la de Padrós, el fundador. […]. Creo que en este libro se percibe, entre las líneas de una buena escritura.» Paco Santas, Hughes, en el prólogo.
A nuestro padre, don Ă ngel
Siendo un rey poderoso, soy un mendigo si me faltan las llamas de tu cariĂąo. CamarĂłn de la Isla, Tangos de la Sultana
Índice
Blanca catedral por Jorge Bustos ....................................... 13 El privilegio de ganar por Paco Santas, Hughes ............... 15 antiguo testamento
1. Génesis ............................................................................... 21 2. Éxodo .................................................................................. 35 3. Yahvé .................................................................................. 49 4. El Mesías: Di Stéfano ......................................................... 66 5. El templo de Salomón ........................................................ 93 nuevo testamento
6. Las doce tribus de Israel ................................................... 119 7. El libro de los reyes .......................................................... 139 8. San Pedro: Florentino ....................................................... 172 9. El santo Job: Vicente del Bosque ...................................... 214 10. Proverbios ....................................................................... 220 11. El ángel caído: Iker Casillas ............................................ 241 12. La consagración .............................................................. 260 13. San Juan Bautista: Zidane .............................................. 268 14. Lucifer y los diablos menores ........................................ 289 15. Una herejía: Cristiano Ronaldo ...................................... 301 Bibliografía ........................................................................... 347
Blanca catedral
No sabemos si la publicación de una biblia madridista, valga
la redundancia, es una obsesión de fanáticos o una empresa propia del Renacimiento. Pero si se trata de tender un puente entre los Ultras Sur y el cardenal Cisneros, yo quiero formar parte de tan santo pontificado. Mis credenciales son inequívocas: el madridismo, bajo la forma militante del mourinhismo, constituyó mi última religión profesada con fervor, es decir, sin respeto, con verdadero espíritu de Cruzada. La vida lo atempera a uno y lo vuelve más cínico y quizá más sabio, pero yo no puedo olvidar la pasión personalmente exaltante que coloreó aquellos días de ruido y furia. Después de aquello gané tres Copas de Europa seguidas y en las tres finales estuve en el estadio, pero no me importa reconocer que ya nunca volveré a vivir el fútbol con la intensidad del sacro trienio en que Yahvé fue del Madrid y Mourinho su profeta. Aquellos Pentecostés en que el Espíritu Santo bajaba en lenguas de fuego y prendía la sala de prensa. Aquellos clásicos que parecían guerras de religión rodadas por Mel Gibson y donde echábamos las semanas posteriores recontando cadáveres, arrastrando los suyos por el barro y dándoles a los nuestros cristiana sepultura. Hay muchas especies de fe, pero solo una religión verdadera. No lo dijo un papa, sino Kant, que no era precisamente de los que mojaban la pluma en agua bendita. Hay muchas aficiones, y luego está el aficionado del Real Madrid, que es el único club verdadero, con su curia vaticana y sus parroquias de barrio. Como toda religión verdadera, el Real Madrid sufre cismas periódicos, es agitado por heresiarcas ambiciosos y telepredicadores sombríos, sucumbe a travesías por el desierto durante las 13
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cuales el pueblo es tentado por la idolatría y, finalmente, conoce el restablecimiento de la ortodoxia en el cónclave de los socios, que siguen siendo los dueños de su fe y de su templo. Ahora bien: la religión madridista no es ecuménica. No practica el entendimiento buenista entre todas las confesiones y la redistribución del palmarés, sino la hegemonía más rapaz, una suerte de dominación feudal, aristocrática pero inmisericorde. En esto se separa del imperativo categórico de Kant, que ruega a los madridistas que no ganen todo aquello que les gustaría ganar a los demás, y abraza en su lugar la voluntad de poder de Nietzsche, que no reconoce más criterio moral que la conquista perpetua, el eterno retorno de las Copas de Europa. El madridismo, por tanto, no es un credo evangélico (mucho menos protestante: este sería el del Atleti), salvo por una frase: «Al que tiene se le dará, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene». Un día paseaba Heine con un amigo por el interior de una grandiosa catedral europea. Su amigo, abrumado por la belleza que levantaron nuestros antepasados, comparó tanta magnanimidad con la mediocridad de su tiempo y le preguntó entristecido a Heine por qué los europeos ya no eran capaces de edificar catedrales. El gran poeta alemán respondió: «Nosotros, los modernos, no tenemos más que opiniones, y para elevar una catedral gótica se necesita algo más que una opinión». Efectivamente: se necesita una fe. Por eso el Madrid continúa levantando por todo el continente orejonas como catedrales: París, Madrid, Bruselas, Stuttgart, Glasgow, Bruselas otra vez, Ámsterdam, París, Glasgow otra vez, Lisboa, Milán, Cardiff, Kiev. Al fin y al cabo, todo el mundo tiene una opinión, pero solo el Madrid tiene trece Copas de Europa.
Jorge Bustos, jefe de opinión del diario El Mundo.
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El privilegio de ganar
El madridista parece estar convencido de que el Madrid es
el club elegido, así que no extraña que los hermanos del Riego Anta hayan vertebrado su relato de más de un siglo madridista con la Historia Sagrada. Bernabéu es Yahvé, por supuesto; herejía sería cualquier otra cosa, aunque bien pudiera ser Moisés bajando con las tablas. Una vez el New York Times dijo que el Madrid era un Estado dentro de otro Estado. Quizás una nación sin Estado ni país. Desde luego, en América han fundado Iglesias y religiones con menos motivos. Hay suficiente en el Madrid para vivir una vida de secta absolutamente satisfactoria. La historia sería otra sin Bernabéu, y con el tiempo cada generación debe ir reinterpretando ese paternalismo suyo, actualizándolo. En su peripecia parece tener el Madrid el secreto de su éxito, pero ¿cómo entender el «señorío» muchas décadas después? ¿Eran «florentinables» Kopa, Gento o Puskás? El madridismo entiende el club mirando a Bernabéu como los estadounidenses hacen con los «padres fundadores». Los del «señorío» literal quizá sean la Asociación del Rifle. En este libro hay algo de ese «diálogo». Contando al presidente se entiende el club más justamente, pues el Madrid está siempre entre dos polos: lo que cuentan los otros (la leyenda negra) y lo que cuenta su entorno, una mezcla de periodismo y memoria de pez que acuña unos recuerdos, leyendas e inexactitudes que se repiten año tras año y acaban siendo una cárcel de tópicos. Las leyendas del Madrid lo hacen museístico, se lo comen vivo. 15
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El Madrid es junto al tiempo y la política la gran conversación española, y con esa dificultad los autores intentan con éxito un relato completo, necesario para el aficionado que vive atrapado en la vida cíclica de las temporadas. Cada verano llega la amnesia y, como sucede en Memento, hay que tatuarse el palmarés antes de volver al bucle. ¿Va hacia algún sitio el Madrid? Hay en el libro una buena proporción entre lo antiguo y lo reciente, y se le da luz y relieve a algunas figuras necesarias. Si es tradición visitar la tumba de Bernabéu en Almansa, los autores empiezan el libro en la de Padrós, el fundador. Siendo de un madridismo actual, que tiene asimilado el posmourinhismo, el libro no se olvida de lo que hubo antes del gran patriarca (o incluso heteropatriarca). Aparecen los Padrós, el mítico Zamora y algunas figuras casi desconocidas por el madridismo. Una es Rafael SánchezGuerra, el presidente republicano que acompañó a Bergamín cuando fue a sondear a Franco a la Academia de Zaragoza. Es protagonista de uno de los momentos más pintorescos de la historia del club: exiliado en París, ya anciano y recién enviudado, regresa a España para ingresar como dominico en un monasterio navarro. Bernabéu le visitará allí con los jugadores con motivo de un partido ante Osasuna. El otro es Hernández Coronado, un hombre orquesta del fútbol español que lo fue todo y quedó opacado por la titánica figura de Bernabéu. Fue uno de los grandes y primeros resultadistas cuando dijo eso de «prefiero ganar en el descuento y de penalti injusto». En plena Guerra Civil, Hernández Coronado se empeñó en que el Madrid jugara la Liga Republicana Catalana. Llevó allí a los futbolistas y hubo un principio de acuerdo que en el último momento evitó el Barcelona, siempre el Barcelona. Este libro no olvida la Guerra Civil ni la posguerra, ni la necesaria comparación con sus rivales. Ni olvida que Bernabéu era nacional, pero monárquico y donjuanista. La leyenda negra no descansa, y por eso hay un madridismo que consiste en ser antiantimadridista. Ortega escribió La rebelión de las masas, pero fue Bernabéu quien las conoció bien, el que las sentó, las metió en un 16
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coliseo, el que las supo tratar y divertir. Lo que dice sobre las multitudes españolas es muy valioso. Rebeladas las masas, las distrajo Bernabéu. Él construyó el Madrid, pero quizá su «teoría de la jeta» condicionó el futuro vinculándolo a rostros confiables, a buenos muchachos. El madridismo más que técnico fue lombrosiano y dos hombres se le escaparon: Luis Aragonés y Johan Cruyff, con los que el Madrid hubiese alcanzado la totalidad del fútbol. ¿Explica su divorcio con Di Stéfano («se nota que usted no tuvo hijos») que no volviera el Madrid a perseguir a los genios argentinos? El último Bernabéu es tan importante como el primero. Ahora sobre madridismo se «filosofa» mucho, pero en sus años el aficionado tenía aún la vieja y respetuosa condición de público. Bernabéu hizo poca literatura con ello, poca fraseología, poco sentimentalismo, y casi siempre fue sincero: «No hay verdadera alegría en la masa del Madrid». Si uno va a Chamartín con regularidad, comprende que «las mocitas» del viejo himno somos nosotros. Que es uno mismo. Cuando nos encaminamos al estadio, somos la «mocita», pero ¿«alegres y risueñas»? ¿Dónde está ese madridismo hedonista, exultante, disfrutón? Muchas veces, lo que hay es la normalidad de ganar, ganar como condena. Lo que reconoce el aficionado del Madrid son raptos de éxtasis que se producen una o dos veces por temporada, restringidos a la Copa de Europa, y que justifican el año entero. Se va al estadio con un ánimo ritual y a veces hasta taciturno. Lo que gusta sobre todo es la transfiguración del equipo en las «noches mágicas». Volver a convertirse en el viejo equipo. Cada vez que algo pasa en el mundo hay un partido del Madrid. En el 11-S jugaba en Roma, y horas después del 11-M se le hundió a Queiroz su once de superhéroes. Eso lo capta el libro. Ángel del Riego es uno de los madridistas más agudos, reflexivos y teorizantes que he conocido, y su hermana Marta es una novelista ya acreditada, cuya sensibilidad observa y cuenta el fútbol con una finura distinta. Como en una «extraña» pareja de entrenadores, la mezcla funciona. 17
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El madridismo es el equipo por defecto, y sus aficionados integran el batallón de la normalidad. Hay un pacto tácito para no calcular todo el amor que se le tiene al Madrid. Pero hay gente, en apariencia normal, que se deprime en verano porque no juega; gente que ignora los Mundiales y a la selección; que entra en un bar o no en función de los signos de madridismo posible; gente que interpreta la historia moderna de España o el Estado de las autonomías según le vaya en ello al Real Madrid. Cientos de personas se entierran anualmente en ataúdes con un escudo coronado. Pero todos miramos hacia otro lado, y el madridista no presume de su pasión. El grado que puede alcanzar esta sinrazón el forofo rival no lo conoce, o prefiere no conocerlo. Suficiente privilegio es ya ganar. Creo que en este libro se percibe, entre las líneas de una buena escritura.
Paco Santas, Hughes, columnista del diario Abc.
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antiguo testamento
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Génesis La fundación del club está envuelta en el misterio. Sucedió en 1902 y lo hicieron los hermanos Padrós (comerciantes catalanes), pero nadie hace hincapié en los primeros años, pues el Madrid es una idea asociada a la victoria de forma terminal y hasta la primera Copa de Europa en 1957 ese paisaje mental no cobró cuerpo. Aquí se contará lo sucedido en aquellos días, desde la creación hasta los primeros profetas (Zamora, Samitier), en un tiempo y en un espacio cosido por la historia de forma irreversible.
Cielos velazqueños sobre un Madrid goyesco. Las nubes se
ciernen sobre la Sacramental de San Justo. Avanzamos entre cipreses en fila y panteones modernistas en uno de los cementerios más misteriosos de Madrid. Misterioso y solitario en esta gélida mañana de diciembre. No hay visitantes ni flores sobre las lápidas. Parece que los madrileños no son muy dados a honrar a sus muertos. Los madridistas tampoco: buscamos el sepulcro del fundador del Real Madrid, Carlos Padrós, enterrado aquí hace exactamente sesenta y siete años, y no existe ninguna indicación, ni su nombre aparece en los carteles que señalan personajes célebres del cementerio. Desde su apertura en 1847 se inhumaba en la Sacramental de San Justo a las grandes figuras de la sociedad madrileña. Porque es esta una zona muy de Madrid, junto a la ermita del 21
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Santo y la pradera de San Isidro, que Goya inmortalizó y donde los madrileños celebran su fiesta más castiza desde el siglo xvi. Todo aquí respira madrileñismo. Para llegar a la tumba de Carlos Padrós, en la cuarta y última sección del patio de Santa Gertrudis, pasamos por delante de la de Larra, Espronceda y Gómez de la Serna; también aquí yacen Francisco de Ríos Rosas o el general Alcalá Galiano, los compositores Federico Chueca y Ruperto Chapí. Escritores, militares, compositores, poetas del Madrid del los siglos xix y xx. Y sin embargo. Sin embargo, Carlos Padrós, el fundador del equipo que se identifica de forma automática y subconsciente con Madrid, nació en Barcelona, en una familia profundamente catalana de padre barcelonés y madre de Villafranca del Penedés, cuna del cava. Empresarios textiles, producto de esa burguesía que surgió con la segunda Revolución Industrial. Más catalán no se podía ser: cumplía con todas las características del prototipo. Pero, ironías del destino, fundó junto con su hermano Juan el equipo que se convertiría en el mayor rival del Barcelona F. C. La Creación El fútbol como deporte arrancó una (suponemos) lluviosa tarde de octubre de 1863 en una taberna londinense entre pintas, ginebras y humo de cigarros. Ese mismo mes, pero treinta y ocho años más tarde, el Real Madrid, denominado Madrid FootBall Club, jugaría su primer partido en el parque del Retiro, entre el campo del tiro al pichón y los árboles centenarios, y se constituiría oficialmente como club un año después en 1902. En esto de la fundación del Madrid hay grandes teorías y largas especulaciones: que si existía ya a finales del siglo xix, traído de Inglaterra por los profesores de la Institución Libre de Enseñanza, que si era una sociedad entonces y no un club, que existía de facto pero no de iure. La realidad es que el 6 de mayo de 1902 es la fecha del acta fundacional. Era esa una España atropellada por la historia. Unos días después, Alfonso XIII fue declarado mayor de edad a los dieciséis años y empezaría las tres décadas de reinado convulso, 22
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jalonado de avances e inmediatos retrocesos democráticos, atentados anarquistas, asonadas militares y guerras coloniales con Marruecos. En el Madrid de la época se matriculaba el primer vehículo, empezaba la construcción del hotel Ritz, se abriría unos años después la Gran Vía (tras derribar trescientas casas), bullían las tabernas y las tertulias literarias, y llegaba a su apogeo la Institución Libre de Enseñanza. ¿Cuándo nació el fútbol en Madrid? ¿Qué hubo antes del acta fundacional del club? Confusión y tinieblas. O más bien, confusión y energía desbordada que necesitaba un cauce. Bartolomé Cossío, al frente de la Institución Libre de Enseñanza (ILE) como sucesor de Giner de los Ríos, fue una figura clave en la introducción del fútbol en Madrid. Él y otros profesores que se habían formado en las universidades británicas traen el primer balón de fútbol e insuflan la pasión por este deporte a sus alumnos. Entre clase y clase pasean por Puerta de Hierro y la pradera de San Isidro dándole patadas el balón. Pronto en los partidos que se organizan en la ILE empiezan a tomar parte no solo sus profesores y alumnos, sino también estudiantes de la Universidad Central (antigua Complutense) y público adulto. Los periódicos de la época recogen ya el interés inusitado por este deporte. Era un fútbol desnortado, sin reglas; los partidos duraban eternamente, los jugadores se intercambiaban con el público, fumaban y charlaban entre jugada y jugada, y el partido finalizaba cuando el dueño del balón proclamaba que tenía que irse. El campo del Sky, y posteriormente del primitivo Madrid, se encontraba en los altos de la calle de Lista y Velázquez, en un enorme descampado que sería el ensanche de Madrid. Los descampados siempre en el inicio del fútbol, lugar donde se cuecen las leyendas que asolan las mentes de los niños. Fundemos un club y separemos el Cielo del Infierno El origen directo del Real Madrid hay que rastrearlo hasta el Sky, el primer equipo exclusivamente futbolístico fundado en 23
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la ciudad (1898). En el Sky jugaba un suizo llamado Paul Heubi, banquero de profesión, que trajo de su país la obsesión helvética por el reglamento y la aplicó al equipo de treinta socios con el que se encontró. El Sky acabaría fundiéndose con un minúsculo club, la Nueva Sociedad o New FC, en 1901, y daría origen al Madrid, presidido en esta brevísima etapa por Julián Palacios, capitán y delantero del equipo. Contaba con una veintena de socios y no se inscribió oficialmente hasta el año siguiente, cuando los hermanos Padrós le aplicaron su temperamento empresarial. La fundación legal del Madrid se recoge en los periódicos; por ejemplo, en un artículo de El Liberal, del 9 de enero de 1902, donde se habla de que el presidente es «J. Padrós» o se dice que: «Todos los domingos celebran interesantes partidos, a los que concurre numeroso público, sobre todo los extranjeros, que tan aficionados son a este sport. En Barcelona, en Bilbao y en Vigo ha tomado carta de naturaleza el foot-ball, y en Madrid parece que va aclimatándose esta afición». Se establece el primer reglamento de un club en España y su equipamiento. Arthur Johnson, un jugador británico que hacía las veces de entrenador, ordena el caos circundante y sienta unas bases mínimas para poder, al menos, finalizar un partido: elegir al jefe del equipo antes del encuentro, jugar siempre en el mismo puesto, cuando la pelota salga del campo traerla inmediatamente para evitar partidos de tres horas entre charlas y cigarrillos. Y no contento con eso quiere fomentar el combination (antecedente claro del tiki-taka), que los chavales aprendan a jugar con y contra la pared de enfrente que les devuelve mansamente el balón. Johnson, además de ser el autor de estas primeras normas, fue entrenador durante diez años y consiguió cinco campeonatos regionales y una Copa de España. El equipamiento del Madrid Foot-ball Club estaba basado en el del Corinthian FC, equipo británico creado en 1882, cuyo espíritu amateur inspiró a los estudiantes españoles de Oxford y Cambridge. Consistía en: pantalón azul oscuro y blusa blanca, medias oscuras para los partidos ordinarios; y todo blanco con gorra azul para los extraordinarios. Además, banda mora24
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da, el color heráldico de Castilla, con el escudo de Madrid. Ya está el blanco rondando, pero todavía no inmaculado. Falta tiempo para que se codifique el mito. ¿Y quién jugaba? Los propios directivos, como Julián Palacios o los hermanos Juan y Carlos Padrós, Pedro Parages, Adolfo Meléndez (futuro presidente del club), otros miembros de la alta burguesía, estudiantes universitarios y aristócratas. No era un deporte para clases humildes, todavía imperaba el fair play. Y las señoras finas iban al polo al hipódromo y se asomaban al cercano (y precario) campo de fútbol a ver correr a los hombres en mangas de camisa y pantalón no decorosamente largo, algo muy llamativo (e incluso escandaloso) en el momento. Por aquella época, los Padrós ya llevaban más de veinticinco años en Madrid. La familia había abierto un próspero negocio de venta de telas, Al Capricho, en lo que hoy sería la Gran Vía, esquina con la calle Cedaceros. En la trastienda de ese almacén se oficializó la fundación del club: allí se reunían sus socios entre libros de cuentas y géneros de Cachemira. Timoteo Padrós y Blanca Rubió estaban imbuidos de espíritu europeísta y emprendedor. Una de sus hijas, Matilde, fue la segunda mujer en conseguir título universitario y la primera en doctorarse en Filosofía y Letras. Vivían en el número 3 de la calle Cedaceros, en una enorme casa, con hijas, cuñada y cuatro dependientes de la tienda. Además, poseían propiedades en el Escorial, donde hoy Timoteo tiene una calle con su nombre y donde, unos años después, estudiaría y se aficionaría al fútbol Santiago Bernabéu. La Gran Vía, El Escorial, la Universidad Central de Madrid o el casino de la calle Alcalá… Los escenarios en los que se movía la familia Padrós reflejaban que era una familia imbricada hasta el tuétano en la sociedad madrileña de entonces. Que fueran catalanes ha sido a menudo obviado en el seno del club. Pero Madrid siempre fue una ciudad de aluvión que atraía gentes emprendedoras de todo el país, y más en aquellos años en los que pasaba de villa a metrópoli. Lo demuestran los propios presidentes del club, ¿no era Adolfo Meléndez, que presidió el club de 1908 a 1916 y en el 39, de La Coruña? ¿Y Santiago Bernabéu, que nació y creció en Albacete? 25
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También se daba el camino inverso, de Madrid a Barcelona. Recordemos a Narciso Masferrer, uno de los fundadores del Barcelona F. C., creador de El Mundo Deportivo, presidente de la Federación Catalana de Fútbol y promotor del deporte en Cataluña. Masferrer había nacido en Madrid en 1867; antes de abandonar la ciudad y cambiarla por Barcelona, había fundado la Sociedad Gimnástica Española, que tendría su propio equipo de fútbol. Un madrileño castizo que se hizo figura del barcelonismo. Los patriarcas Los hermanos Padrós, además de ser ambos jugadores, fueron presidentes sucesivamente. Juan (Barcelona, 1869 - Arenas de San Pedro, Ávila, 1932), el mayor, presidió el club desde marzo de 1902 hasta finales de 1903. En 1904 lo sustituyó su hermano Carlos, y él se dedicó a reorganizar la Federación Española de Fútbol. En 1915 compró una finca en Ávila, junto a la Sierra de Gredos, y allí se dedicó al campo y a instruir a los niños de la comarca en la práctica del deporte; construyó una piscina donde les enseñaba natación. Además montaba a caballo y se hizo vegetariano. Un tipo peculiar, de rostro enjuto y ojos de profeta bíblico, muy religioso y austero. Murió sin descendencia en 1932 y donó su capital a unos frailes. Está enterrado en Arenas de San Pedro, en una tumba que cuida la peña madridista del pueblo. Carlos (Barcelona, 1870-Madrid, 1950) tuvo una vida pública más larga e intensa. Le gustaba la caza y tiraba al pichón junto a Alfonso XIII, con quien tenía buena relación. Presidió el Madrid entre 1904 y 1908. Llegó a diputado por Mataró del Partido Liberal entre 1912 y 1918, donde promovió varias reformas agrícolas. Fue nombrado hijo adoptivo de la ciudad; además, introdujo nuevos cultivos en sus fincas de El Escorial y se implicó en el fomento de una agricultura moderna. En las fotos de la época aparece como un caballero de amplias patillas y poblada barba, y una mirada terca que delata su fuerza de voluntad. Jugó brevemente al fútbol, a 26
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pesar de su cojera, y toda esa energía interna que lo movía la volcó en la labor organizativa. Era «un hombre de carácter muy recio. Una persona recta, seca. Pero con una gran presencia de ánimo, un personaje emprendedor», según contó su nieta, Carmen Igual Padrós a La Vanguardia (24 de marzo de 2002): «Conocíamos su pasado vinculado al Madrid, sus tiempos de diputado en las Cortes, todo. Pero era una persona poco habladora, lo suyo eran los hechos y no las palabras. Recuerdo que solía encerrarse en su despacho con sus asuntos». Ese hombre recio tuvo una visión estratégica del fútbol. Lo primero que hizo tras la fundación del club, y aprovechando la declaración de mayoría de edad de Alfonso XIII como momento publicitario, fue idear una competición nacional. En esa liguilla, disputada a partir del 13 de mayo de 1902, participó el Vizcaya, el Barcelona, el Español, el New de Madrid y el Madrid Foot-ball Club. El torneo se jugó en los terrenos del hipódromo (actuales Nuevos Ministerios): el Vizcaya se llevó la copa. El árbitro fue Carlos Padrós. Un año más tarde, Padrós mediaría con Alfonso XIII para que donara una copa de plata al campeonato: así arrancó la Copa del Rey. Después consiguió poner de acuerdo a todos los clubs, tarea nada fácil, para reunirse y organizar la Federación Española de Fútbol y envió a directivos del equipo a París para promover la creación de la FIFA en mayo de 1904. Es, quizás, el primer presagio de lo que podía ser el Madrid. Antes de eso, no había rastro ninguno. Ni siquiera la indumentaria cumplía el rito de la pureza con la que se consagró más tarde. Y vuestra descendencia poblará la Tierra El fútbol empezó a ponerse de moda. En los periódicos se recogían sus bondades. Carlos Padrós, consciente del valor de la propaganda, firmaba artículos en los medios de la época: «Se juega al aire libre, en pleno campo, aprovechando lo que a torrentes nos prodiga la naturaleza para fortalecer nuestra salud: aire y luz […] se lucha con noble emulación por la vic27
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toria […] la inteligencia es un factor que ha de acompañar a la agilidad y fuerza muscular, reúne, en una palabra, cuanto se precisa para que este sport1 resulte útil y agradable». (Gran Vida, junio de 1903). En 1903 ya había diez mil espectadores en el hipódromo de la Castellana pendientes de la final entre el Madrid y el Athletic, que ganó este último 2-3. Los años siguientes vieron crecer la afición y los títulos para el Madrid. En 1905, la Copa del Rey. La alineación: Lizárraga, Álvarez, Alcalde, Bisbal, Berraondo, Normand, Parages, Prast, Alonso, Revuelto y Yarza. Prácticamente la misma que un año después vuelve a ganar la Copa de Europa, y repite en 1905 y en 1906. Es el primer equipo serio del Madrid, el primero que la incipiente afición se sabe de memoria, y logra una hazaña: ganar cuatro copas seguidas. Las fotos muestran un once de tipos morenos, raya en el medio, bigote, pantalón justo por encima de la rodilla y camisa de manga larga remangada. Un equipo de dandis con su cinturón oscuro y los faldones de su camisa blanca bien remetidos. De dandis que juegan, aparentemente sin despeinarse, entre mujeres con corsés, pamelas desmesuradas y faldas hasta los pies. Pero dandis que, en realidad, dan patadas, empujan y se arremolinan en torno a balones de cuero ardiente que intentan colar en la meta a empujones, a dentelladas si es preciso. En 1908, Carlos Padrós abandona la presidencia del club. Lo sustituye Adolfo Meléndez (La Coruña, 1884-Madrid, 1968) hasta 1916. Los títulos no llegan. Pero en 1912 suceden dos cosas muy importantes: se inaugura el primer estadio, el de O´Donnell, y entra en escena uno de los personajes más importantes en la historia del Madrid: Santiago Bernabéu. Bernabéu, que pertenecía a las categorías inferiores del 1. Palabra que denota una voluntad de separarse de la masa, de lo agrio y castizo de España, de aquellos toros que eran la fiesta nacional y cuya idolatría iba a ser sustituida por el fútbol. Pero quedaba mucho tiempo y una guerra: no era el momento.
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Madrid desde los quince años, debutó frente al English Sports el 3 de marzo de 1912. Jugó diecisiete años, torpe, lento y con un corazón a la medida de la entidad. Anotó sesenta y ocho goles en setenta y nueve partidos, se retiró en 1927, actuó un año de entrenador, entró en la directiva y acabó refundando el fútbol. Ya contaremos esa historia. Se suceden los presidentes, Pedro Parages (Madrid, 1883– Saint Loubès, 1950), también antiguo jugador del club, de 1916 a 1926. Se había imbuido de fútbol inglés durante su etapa como estudiantes en Mánchester y al regresar a España comenzó a jugar en el equipo del Liceo Francés, Association Sportiva Amicales, que en 1904 acabaría fundiéndose con el Madrid Foot-ball Club. Parages consigue el título de «real» (de la mano de Alfonso XIII) para el club en junio de 1920. El estadio enseguida se queda pequeño, se inaugura el de Ciudad Lineal, de breve vida, y el mítico estadio de Chamartín en 1924. Durante esos años, el fútbol camina hacia la profesionalización. Los socios de un club lo eran porque pagaban sus cuotas y jugaban, algunos más que otros. Poco a poco, algunos solo jugaban y otros solo miraban. Empezó a eximirse del pago de la cuota a quienes jugaban. «El profesionalismo marrón» o el «amateurismo marrón» era «un profesionalismo a base de pagos indirectos, además de los abonos de gastos, que era ya una norma generalizada», escribe Félix Martialay (Implantación del profesionalismo y nacimiento de la liga, Real Federación Española de Fútbol, 1995). «En el fútbol no hay más que dos clases únicas de elementos: profesionales y mangantes. El amateur no existe, el que así se considera es un mangante. Si es jugador, manga viajes, dietas, recomendaciones, alguna colocación de momio, rebajas en el servicio militar, etc. El jugador que vale y pide dinero por ejercer su habilidad no engaña a nadie ni se engaña a sí mismo. Es una persona honrada y leal.» Así hablaba en 1925 Pablo Hernández Coronado, árbitro por aquel entonces y hasta un año antes jugador del Real Madrid. Cuatro años después volvió al club como secretario técnico, un cargo que había inven29
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tado él mismo. Fue el artífice de fichajes como Zamora, Samitier, Gaspar Rubio, Ciriaco y Quincoces, Simón Lecue, Monchín Triana. Cuidó del Madrid durante la guerra y fue uno de los primeros heterodoxos del Real, que han sido pocos, pero han marcado la distancia con el casticismo tan cerca del equipo merengue y tan lejos de sus verdaderas intenciones. En 1926, se hace oficial lo que ya era una realidad sotto voce: los jugadores deben recibir un sueldo, y se profesionaliza oficialmente el fútbol. El club blanco viaja por toda Europa, a Reino Unido, Francia, Dinamarca, y en 1927 hace una titánica gira por América desde Argentina hasta Estados Unidos, pasando por Uruguay, Chile, Perú, Cuba, México, con Santiago Bernabéu como entrenador. Años antes, Bernabéu había jugado con el Madrid un partido contra el Español de Barcelona. Allá había un chaval de quince años que le impresionó profundamente: era Ricardo Zamora, el Divino. La primera vedette del fútbol de la época, que el equipo blanco fichó en 1930. Arrancaba la leyenda. El fútbol y el Arca de la Alianza: Zamora, Samitier y los primitivos Los presidentes del Madrid tienen apellidos ilustres y títulos nobiliarios y forman parte de la alta sociedad madrileña. En 1928, ya con Luis de Urquijo, marqués de Bolarque (Madrid, 1899-1975), como presidente, se crea la Liga. Con él, Santiago Bernabéu abandona el campo definitivamente y lo cambia por la secretaría de la junta directiva. Época de sequía de títulos, pero época en la que empieza a gestarse el espíritu Bernabéu. Le sucede en 1930 otro noble, Luis Usera (Talavera de la Reina 1890-1958). Usera tuvo visión global, en 1928 se había creado la Liga y quiso reforzar el equipo y lanzarse a tumba abierta a por el título. El Español traspasa a Zamora al Real Madrid por 150.000 pesetas. El país entero se asombra del precio desorbitado. Pero el Divino vale lo que se paga por él. Zamora era un tipo alto, 1,84, de mirada dura, manos enormes y aire de galán de Hollywood. Barcelonés, había comenzado la carrera de Medicina para convertirse en médico como 30
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su padre, pero lo dejó por el fútbol. Empezó a los quince años en el Español, pasó por el Barcelona y acabó en el Madrid en 1930, con veintinueve años cumplidos. Para entonces ya había protagonizado una película, Por fin se casa Zamora (1926), y se había convertido en la estrella de la selección española en los Juegos Olímpicos de Amberes de 1920, donde el equipo rojo se había llevado la medalla de plata. Allí nació un nuevo concepto del fútbol patrio, eso que se llamaba «furia española», y aquel famoso ripio, «ganamos uno a cero, con Zamora de portero». En una entrevista en La Semana Gráfica, de octubre de 1930, le preguntan por la cifra de su contrato y su respuesta es ya un antecedente de lo que serán las respuestas de los futbolistas sobre su sueldo en los años venideros. Ambigüedad y buenas palabras, humildad y soberbia al mismo tiempo. —¿Son ciertas las condiciones del contrato? Me han dicho cifras que, por tratarse de usted, considero justas, pero que en España son realmente fantásticas. —¡Y tan fantásticas! No lo crea. Yo no quiero cobrar tampoco más de lo que cobra un compañero. Por otra parte, lo que me van a pagar lo encuentro suficiente y no deseo más.
Zamora tenía una personalidad muy fuerte y se convirtió enseguida en aglutinador del equipo. Venía precedido por un aura de valiente, incluso de pendenciero: en los Juegos Olímpicos de Amberes le propinó un puñetazo a un jugador belga que le valió la expulsión y lo detuvieron acusado de tráfico de puros habanos. Un héroe al que se le perdonaba todo. Fumador compulsivo, exhibía una clase que trasladó al césped: jugaba siempre con una gorra y vestía chaquetas o jerséis de pico por encima de la camiseta del equipo. Elegante hasta para parar goles, se inventó jugadas como «la zamorana», en la que despejaba el esférico con el codo enviándolo bien lejos, un poco al estilo de la pelota vasca, a la que era aficionado. Quizá para quitarse de encima a todos aquellos delanteros que se colaban en pelotón en la portería. 31
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Luis Usera, con Bernabéu y Hernández Coronado como ojeadores, formó un gran equipo: además del Divino Zamora, fichó a Ciriaco, a Quincoces (el Muro de Baracaldo) y a Olivares, todos del Alavés, y a Pepe Samitier, del Barcelona. Los mejores jugadores de la época estaban en el Madrid. «Fichen al mejor, allá dónde esté.» Esa es ya la consigna oficial del club, peleada con un histórico como el Athletic de Bilbao, que simbolizaba justo lo contrario y que miraba mal a cada vasco que el Madrid conseguía llevarse. Ese equipo consiguió que el Madrid quedara invicto en la Liga 1932-33 y en la siguiente. El fichaje de los jugadores se convirtió en gran noticia. Se divisa la era del fútbol moderno. Periodistas esperando en el aeropuerto para hablar con el nuevo jugador. Se hacen fotos descendiendo directamente del avión, puesto que no hay vestíbulo ni escalerillas. Los aviones son unos aparatos endebles que aterrizan en pistas de tierra: el mero acto de subirse a ellos es una demostración de valentía. Prueba de ello es la célebre imagen que fue portada del As, el 9 de enero de 1933: Samitier con sombrero y maletín de cuero, abrigo cruzado descendiendo del avión en el aeródromo de Getafe. Allí, a pie de pista, le hacen la entrevista. Sami se deja caer de un salto, a dos pies a un tiempo, ¡chac! —Así quería yo pisar Madrid. —¿De un salto? —Con los dos pies juntos. Media en Barcelona y media en Ma drid. El destino me ha llevado a partir mi vida entre las dos ciudades que más quiero: Madrid y Barcelona.
Samitier, el Mago, juega solo dos años en el Madrid F. C. Es Madrid a secas porque en tiempos de la segunda República, proclamada en el 31, todos los clubes que ostentaban el título de «real», tuvieron que retirarlo. Samitier era un jugador pequeño, con un físico ramplón; sin embargo, muy ágil, es un centrocampista regateador que llevaba el balón al último confín. ¿Por qué abandonó el Barcelona? Según la prensa de la época porque no le pagaban lo suficiente y porque lo conven32
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cieron su amigo Zamora y la insistencia de Santiago Bernabéu, ya convertido en pieza imprescindible del club. Samitier regresó a Barcelona en el año 35, se exilió durante la guerra, volvió al Barça como entrenador, Bernabéu lo fichó para el Madrid por una breve y brillante etapa, y finalmente regresó al Barcelona hasta su retiro. Fue la suya una carrera de ida y vuelta del Barcelona al Madrid. En ambos equipos dejó huella y amigos. El primero que acudió a su entierro en 1972 fue Santiago Bernabéu, que también había acudido dos décadas antes al funeral del fundador del Real Madrid, Carlos Padrós. El Madrid y los misterios de la fe: héroes y tumbas ¿Qué había sido de Carlos Padrós durante esos años de expansión del club? ¿Se imaginaría hasta dónde iba a llegar aquel equipo de una veintena de socios creado en la trastienda de su negocio? Nos hacemos todas esas preguntas mientras caminamos entre las tumbas de la Sacramental de San Justo, prácticamente amontonadas unas junto a otras, buscando la número 423. Las cifras están casi borradas y su orden no parece seguir una lógica exacta. Trescientos y pico, cuatrocientos, y de pronto un giro brusco. Volvemos a las trescientos. Condes, marqueses, apellidos ilustres, nombres cubiertos de verdín. Por fin, de casualidad, damos con la sepultura y con el ángel que la guarda. Tampoco sobre esta lápida nada indica que quien está enterrado aquí fundó un equipo que mueve y conmueve hoy a millones de seguidores. Nada, solo polvo. Y seis nombres: el de Carlos Padrós Rubió, el de su suegro, su mujer, dos hijas y el de su nieta, Carmen Igual Padrós. Su nieta, que dijo en aquella entrevista de 2002 en La Vanguardia: «[El Real Madrid] Nunca nos han invitado a un partido, ni siquiera ahora, con los festejos del centenario. La familia Padrós no existe para el Madrid». Cambiemos de escenario a otro cementerio, el de Montjuïc, en lo alto de Barcelona. Aquí está enterrado Hans Max Gamper. Conocido como Joan Gamper, este suizo, nacido en Win33
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terthur en 1877, fue uno de los padres fundadores del Barcelona FC. Él publicó el célebre anuncio en la revista Los Deportes en 1899 convocando a todos los aficionados al fútbol a reunirse en el Gimnasio Solé, reunión que dio origen al club. Gamper, que fue presidente del Barça en cinco breves ocasiones, se pegó un tiro en 1930, deprimido y arruinado tras el crac del 29 y tras volver de un exilio forzoso por la dictadura de Primo de Rivera. Su entierro fue multitudinario. El Barcelona creó un trofeo con su nombre, lo designó socio número uno de manera permanente y todos los años le hace una ofrenda floral en su sepultura del cementerio de Montjuïc. Volvamos a la Sacramental de San Justo, a este silencio desnudo que nos rodea. ¿Por qué esa desmemoria del Real Madrid para con sus fundadores? Quizá porque en el Madrid la historia está por contar y el pasado es Bernabéu. Antes, solo tinieblas. Porque es el equipo del Nuevo Testamento. Llegó Yahvé-Bernabéu y el club se pregunta por los misterios de la fe; no por los misterios del Génesis. Parece el madridista entender que en un principio todo es el mismo barro original y va en busca de la refundación, de la forma ya consciente en que el Madrid vuelve a mirarse a sí mismo y, desde ahí, al mundo entero. El Barcelona, sin embargo, se aferra a la Torah, a los símbolos y leyes inamovibles a los que debe honrar. Porque, dicen, representa una nación. El Madrid gana por todos nosotros, y cuando pierde, solo se representa a sí mismo. Debe de ser el blanco, que es muy sufrido.
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© 2018, Ángel del Riego Anta y Marta del Riego Anta Primera edición en este formato: octubre de 2018 © de esta edición: 2018, Roca Editorial de Libros, S.L. Av. Marquès de l’Argentera 17, pral. 08003 Barcelona actualidad@rocaeditorial.com www.editorialcorner.com ISBN: 9788494718366
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