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Las Fallas en los siglos XVIII y XIX
Las primeras fuentes documentales que certifican la celebración de las Fallas de València se remontan a los siglos XVIII y XIX. Fue en esta época cuando las hogueras dejaron de ser meros trastos viejos para convertirse en algo más elaborado: tarimas donde se ponían monigotes vestidos con ropas de verdad. Estos simulaban escenas de teatro y eran objeto de burla, para luego finalmente acabar quemados en la noche del 18 al 19 de marzo. Conforme la fiesta se iba haciendo más conocida y los monumentos más grandes, las autoridades empezaron a regular su colocación. Concretamente, se ha encontrado un documento de 1784 que obligaba a ubicar los fuegos en plazas y espacios abiertos, pues la cercanía con las fachadas de las casas suponía un grave peligro de incendio
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En el siglo XIX, las Fallas comenzaron a ser más conocidas, y se popularizaron los monumentos de carácter sexual, que caricaturizaban las relaciones de cortejo entre hombres y mujeres. La crítica política también se convirtió en algo recurrente, hasta el punto de que las autoridades intentaron censurarlas en varias ocasiones. De hecho, entre 1868 y 1870, las Fallas dejaron de existir por la presión de esta censura
En 1872 ya se registran 17 monumentos en toda la ciudad. Es en esta época de auge, a finales del siglo XIX, cuando los más ilustres poetas valencianos se animan también a participar en la fiesta. Su papel es el de hacer los llibrets, es decir, escrituras destinadas a explicar las fallas. El primero que se conoce es autoría del propio Bernat i Baldoví, datado del año 1885.
Durante las fiestas de 1873 se traslada la Cremà a la noche del 19 de marzo, pero la Plantà se mantiene en el 18, por lo que las Fallas pasan a durar de uno a dos días. También en la década de los 60 se empiezan a registrar actos dedicados exclusivamente a la pirotecnia.