Michoacán: un asunto complejo y desafiante. Apenas iniciaba este año nuevo 2014, sin haber terminado de dar las felicitaciones correspondientes, todavía los buenos deseos circulando por nuestra mente; resultó que a partir del viernes 4 sucedieron actos criminales y violentos en la zona de tierra caliente. Al leer las notas periodísticas de estos acontecimientos, venían a mi mente las narraciones de amigos y conocidos que viven en Apatzingán. En sus comentarios se reflejaba desesperanza e impotencia. Por ello, veían como única opción emigrar no sólo de su Estado, sino del País. Todos los seres humanos anhelamos tener una vida en donde encontremos realización en un ambiente de tranquilidad. En muchas ocasiones no somos ni siquiera conscientes de este deseo, en parte porque nos dejamos llevar por la velocidad de los tiempos que nos tocan vivir. Además, este acelerado vivir, no nos permite tener espacios de reflexión acerca de lo que buscamos como personas en la sociedad. Paradójicamente esta falta de reflexión no parecería afectarnos mucho, sin embargo, cuando no somos conscientes de nuestros deseos más profundos, los alejamos de nuestra vida. Se presenta entonces, tristeza, depresión, amargura, falta de sentido de la existencia. Estoy seguro que en muchos casos la población de las zonas afectadas por la inseguridad, están en esta situación. Como ingeniero, sé que para solucionar un problema, lo primero que debemos identificar es su causa. De no ser así, todas las respuestas estarían sometidas a la mera casualidad. Con relación a Michoacán, debemos identificar lo que dejamos de hacer bien y lo que se ha hecho incorrectamente. Podría pensarse en que hacer una lista de responsables sería útil, sin embargo, en el fondo reconozco que el problema es mucho más complejo. Definitivamente, el discernimiento me lleva siempre al mismo punto. Reconocer que, a final de cuentas, es toda la sociedad michoacana en su conjunto, la responsable de esta situación. Somos culpables, por ejemplo, cuando hemos dejado promover a la familia y con esto no desarrollamos el crecimiento integral de los hijos, comprometiendo la viabilidad moral y el orden futuro de nuestra sociedad. También cuando renunciamos a nuestro propio crecimiento y desarrollo personal en aras de esperar el “bienestar” provisto por un gobierno paternalista y clientelar. Asimismo, tenemos responsabilidad cuando dejamos de participar en los ambientes sociales, como la escuela de nuestros hijos, fomentando la dictadura de la inercia y la indiferencia. Además, cuando hemos dejado de promover y proteger los valores que hacen fuerte a una sociedad: la justicia, la honestidad, la solidaridad, la subsidiariedad, el bien común. Finalmente, somos culpables cuando en actitud reduccionista le dimos un valor a la vida menor al que le corresponde y que por eso los sicarios la respetan tan poco, cómo no lo harían si nosotros mismos no la respetamos desde su origen. Podríamos argumentar que uno no es culpable, y si es así presento mis respetos, pero aún en ese caso no dejamos de ser responsables de la mejora y cuidado de nuestra realidad, porque ésta nos ha dado tantas cosas buenas que sería una injusticia no responder cuando se presentan problemas, eso sería traicionar a nuestra tierra, sería traicionar a nuestra patria. Y así como es duro reconocer nuestra responsabilidad, así también es tarea difícil identificar nuestra participación concreta en su solución. Para aquellos que piensan que en unas semanas se puede arreglar nuestro problema, deben saber que están muy equivocados, para corregir el
camino se requiere de tiempo, esfuerzo y sacrificio. Es muy importante que seamos conscientes de ello, no nos dejemos engañar por quien nos presente soluciones rápidas y mágicas, esa persona, institución o lo que sea nos estará mintiendo. El problema es un asunto cultural de largo alcance y calado. Lo anterior no nos debe desanimar, debemos ser realistas, pues estamos construyendo una nación. ¿Qué nación que se sepa grandiosa no ha tenido episodios difíciles en su historia? Las grandes soluciones sociales “se cocinan” a fuego lento. Hagámoslo, esforcémonos, sacrifiquémonos, no perdamos la esperanza, si, tal vez no lleguemos a ver el resultado positivo que buscamos, pero si actuamos de esta manera estemos seguros que se recordará a nuestra generación no como aquella que descompuso el tejido social, no como aquella responsable del sin fin de problemas que legó a sus hijos, sino como aquella que ante las adversidades que se generaron, supo afrontar con valor el problema y fue capaz de cambiar la inercia, ese será el mejor legado para las próximas generaciones. Clarifiquemos nuestra mente y démonos cuenta de lo verdaderamente importante. Enseguida trabajemos en ello y entonces sí, nuestra tierra, Michoacán, ocupará el lugar que le corresponde, aquel que imaginó su fundador Don Vasco de Quiroga, él enfrentó mayores problemas y retos que los que tenemos actualmente, pero eso no lo detuvo en el sueño de hacer realidad la utopía, y es verdad, lo logró, pero el trabajo no está terminado, nos corresponde a nosotros continuarlo, no lo traicionemos.