EL EXAMEN
Si la pregunta me la hubiese realizado a mí, yo también habría obviado el hecho de que Dios intercediera por Isaac evitando así su sacrificio. Al igual que tampoco habría esperado que ningún ángel intercediera ante mí en ese instante. -¡Eliminada! - Así, sin más. Con la mirada congelada, el pulso firme y el rostro desencajado aunque impasible. El profesor de literatura avanzó con paso seguro hasta el pupitre de Sonia, mi compañera, empuñando una antiquísima hacha visigoda cuyos grabados se perdían entre la sangre medio coagulada del resto de alumnos. Más aturdida que asustada, Sonia me dirigió una mirada que no supe interpretar; tal vez era una súplica o tal vez una simple muestra de incertidumbre. Su tatuaje, que durante todo el curso había marcado el rumbo de mis fantasías, se nubló entre sangre y temblores. Y solo cuando su cuerpo se desplomó inerte sobre las ya pegajosas baldosas del suelo, el profesor extrajo el arma de su cabeza. El rugido de un ahogado vómito fue la única protesta que el profesor recibió ante su forma de evaluar. Me giré en busca de su procedencia y descubrí con auténtico pavor que el aula se encontraba tapizada por una alfombra de sangre y cuerpos decapitados que yacían tanto por encima como por debajo de los pupitres. Contemplé cómo el autor del vómito lloriqueaba mientras luchaba histérico por limpiar de su libro los restos del bocadillo que acababa de expulsar, sin apenas dar importancia al hecho de que tanto la mesa como su ropa se hallaban completamente salpicadas de sangre y restos de la cabeza de lo que hasta hace unos pocos minutos había sido su compañero de pupitre. Recuperé mi postura, sin percatarme de la pregunta que el profesor me había realizado. Y mientras él se abalanzaba sobre mí, recordé la principal norma de sus exámenes: solo puede quedar uno. Raúl Villas Pérez. 1º BHN