FRANCISCO RODRÍGUEZ
La violencia social sociogénesis del mal
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Violencia social: Socio génesis del mal Ediciones: Centro de Estudios Trandisciplinarios Manuel Piar 2014 Coordinación Editorial: Asociación Fraternidad y Orientación Activa Rif. 403372659 Correos electrónicos: afoaderehumanos@gmail.com frfrank381@gmail.com franciscorodriguez50@cantv.net Ciudad Bolívar-Venezuela Asesor de Diseño: Joséì Fortique . jfortique@yahoo.es Depósito Legal: If08520143002660 ISBN: 978-980-12-7610 Impreso en Venezuela
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PREFACIO
Toda sociedad tiene el compromiso de dar cuenta del momento histórico que le ha tocado vivir. Esta tarea no es nada fácil porque se trata de hablar de acontecimientos, escenarios societales y actores que transcurren y actúan en el mismo período histórico que estamos viviendo, esto es el presente. En consecuencia es imposible tener objetividad e imparcialidad total al analizar el objeto de estudio, como plantea la corriente del pensamiento científico denominado Positivismo-Neopositivismo, cuando lo que estamos abordando nos involucra a nosotros mismos y en última instancia, somos nosotros mismos. En este sentido, el sujeto está involucrado íntimamente en el proceso de investigación por partida doble: por una parte quien investiga es un sujeto y objetiva su condición de sujeto en el acto mismo de la investigación y el proceso del conocimiento, por la otra, el objeto investigado es un sujeto y por lo tanto está involucrado a priori en este proceso. En el caso que nos ocupa en esta investigación, la violencia social, quizás sea uno de los temas de la investigación en el campo sociológico en donde todos estos elementos señalados anteriormente se dinamizan con mayor intensidad. Aquí tenemos sujetos con sus imaginarios, representaciones sociales, historias de vida, escala de valores que se desenvuelven en un contexto que está determinado por estructuras sociales, sistemas culturales e ideologías en el marco estructurado y estructu-
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rante de los procesos de la historia de lo vivido individual y colectivamente. Estos sujetos se mueven en escenarios sociales que involucran a otros sujetos de manera conflictiva, al ser objetos de una acción orientada a la destructividad, transgrediendo de este modo las normas sociales propuestas por el sistema social de la sociedad global. De manera que la acción social orientada de esta manera (acción violenta) puede perfectamente ubicarse en lo que podemos denominar como «situaciones límite» como la locura, la enfermedad grave, las epidemias, muerte, etc., las cuales pueden presentarse en cualquier sociedad; fundamentalmente en las sociedades pertenecientes a la matriz cultural de occidente. Hemos estructurado este libro por capítulos que intentan plantear cada uno de ellos un aspecto, un enfoque, una mirada, una situación específica dentro del vasto campo de la violencia social, a nivel global pero con especial referencia al caso Venezuela. Estos capítulos corresponden a partes, que los agrupan para darles un sentido de mayor coherencia; en este caso hablamos de 3 partes. La primera parte que definimos como: « Los escenarios societales de la violencia social», esta integrado por 5 capítulos, a saber: El primer capítulo titulado: «Violencia social: síntoma de una sociedad en proceso de disolución», intenta trazar un amplio mapa de los procesos y situaciones estructurales dentro de los cuales se podría comprender más cabalmente el recorrido y fenomenología de la violencia socialmente orientada. Podríamos decir que esos escenarios societales constituyen el marco de referencia estructural, la estructura significativa a decir del viejo Goldmann(1970), dentro del cual adquiere sentido la acción social orientada a la destructividad. En el segundo capítulo ubicamos al fenómeno objeto de estudio, en el contexto de un proceso que recorre, como un fantasma las estructuras sociales de la sociedad contemporánea y que hemos denominado como: «La pulverización de lo social». Este capítulo fue titulado: « Las inquietantes tendencias hacia la pulverización de lo social» y de lo que se trata es de hacer coincidir la emergencia del fenómeno de la explosión de la violencia
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social con el surgimiento de un proceso inédito, a nuestro modo de concebir las cosas, de implosión de las estructuras que fundamentaban lo social como una cuestión de compromiso tácito, de pacto social entre los miembros de una sociedad o grupo. En el tercer capítulo : «La globalización: el gran proceso civilizatorio contemporáneo», analizamos a la globalización como un fenómeno estructural que se ha convertido en el proceso civilizatorio de la sociedad-mundo-global y por tanto en el factor de cambio más arrollador de las estructuras sociales y culturales tradicionales. En el contexto de los actuales cambios epocales situamos la emergencia de la violencia social como epidemia de la civilización o pandemia que amenaza los fundamentos mismos de la vida social como práctica de convivencia civilizada. «La tribalización» como emergente ante la evaporación y disolución de las instituciones, asociaciones, grupos de pertenenciareferencia, sistemas de solidaridad propios de la Modernidad y mediaciones sociales y simbólicas en general, es un fenómeno que adquiere actualmente características de fenómeno universal que forma parte de una situación epocal que algunos han denominado Posmodernidad. Venezuela no escapa a los cambios epocales que están transformando el modo como el individuo(fundamentalmente joven) se integra hoy a grupos y este hecho se vincula fuertemente con la violencia social porque actualmente ésta tiene un carácter claramente tribal; sobre todo con el surgimiento de las maras y «bandas delictivas». Es por ello que el capítulo IV del libro se titula: « Tribus urbanas y construcción social de la territorialidad» y el objetivo es abordar el surgimiento de este fenómeno sociológico contemporáneo como una manera de comprender mejor el origen y fenomenología de la violencia social actual. Venezuela como caso concreto de la profunda distorsión y desquiciamiento en sus estructuras sociales, culturales y patrones de comportamiento que ha ocasionado el fenómeno de la instauración del proceso civilizatorio global y sus consecuencias patológi-
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cas, es el tema del capítulo V que hemos titulado como:» Venezuela en el contexto del malestar de la civilización global». En este contexto de cambios civilizatorios, situamos el problema de la violencia social como una respuesta adaptativa de la subjetividad a esta situación estructural. La segunda parte se refiere a «Los fundamentos epistemológicos» del desarrollo de esta investigación y el capítulo VI de esta parte, lo hemos denominado: « Algunas precisiones de orden epistemológico», para situar el enfoque del problema en el centro del «estado del arte de la discusión» sobre los modos generales como se produce el conocimiento y su validación y los consiguientes problemas de cómo abordar en consecuencia, el objeto de estudio. Aunque esta discusión está diseminada a través de toda la investigación, no obstante quisimos hacer un excurso que permitiera concretar un poco más los supuestos epistemológicos y metódicos de los cuales partíamos. La tercera parte la hemos denominado: «Violencia social: jinete del Apocalipsis». En esta parte encontramos el capítulo VII, cuyo título es «La violencia de la civilización global», el cual está orientado a situar el problema de la violencia social dentro del contexto civilizacional del sistema capitalista global. Este capítulo se vincula al capítulo anterior denominado: « La globalización: el gran proceso civilizatorio contemporáneo» en términos de ubicación en un contexto macro-estructural- global, al fenómeno de la violencia social. Se trata de evitar el abordaje de problemas de gran complejidad como la explosión de la violencia interpersonal destructiva en el contexto exclusivamente reducido del ámbito del país, perdiendo la perspectiva de los procesos que sacuden hoy los cimientos de la civilización global. El capítulo VIII titulado: « Pulsión de muerte y patología social», nos ubica ya directamente en el contexto de la violencia social hoy, lo cual es considerada en esta investigación como la expresión de la «locura»(«la Ubris» como decían los griegos), de una sociedad y de una civilización que a fuerza de prescindir de los fundamentos éticos de un tipo de conciencia orientada básica-
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mente a la convivencia, ha entrado en el campo gravitatorio de «los huecos negros» sociales que significa la insurgencia de procesos trituradores y pulverizadores de lo social en tanto sustrato fundante de los modos de vida humanos a través de la historia de la humanidad. Un aspecto muy importante de la violencia interpersonal como es la violencia de género, es abordada en este libro como un lugar social de génesis de este tipo de la violencia en general, porque es en el espacio doméstico y de la pareja en donde se definen los escenarios y la existencia de las personas más primarias de referencia para el sujeto infantil y por tanto para el comportamiento violento en general. Es por ello que el capítulo IX lo hemos denominado como: « Violencia de género: el mal comienza por casa» como una manera de poner de relieve algunos de los aspectos de la genealogía del Mal que estamos abordando en el contexto microsocial doméstico-familiar. En este capítulo incluímos un trabajo de investigación de campo realizado en el Barrio «La Campiña» de Ciudad Bolívar, por el «grupo de Violencia social» de la Escuela de Medicina de la Universidad de Oriente, coordinado por el autor y con la colaboración de los colegas: Luis Córdova y Franklyn Arzolay. En la ejecución de esta investigación indagamos por el modo como se produce la violencia hacia la mujer y sus formas de legitimación por parte de la víctima. El capítulo X analiza ese terrible aspecto de la violencia social como es el caso del aumento de los homicidios en todo el país. Lo colocamos al final por considerar que el homicidio es una de las expresiones más brutales del fenómeno que estamos estudiando, puesto que es la vida y su conservación, el valor más importante para la persona humana. El título de este capítulo es: « Homicidios en aumento: la expresión patológica del triunfo del Tánatos (pulsión de muerte) sobre el Eros (pulsión de vida)» y está cifrado en claves de las divinidades de la mitología griega porque alude a la alegoría que
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crea Freud al plantear una teoría de los instintos que termina definiendo como pulsiones. Efectivamente como lo habíamos señalado para el capítulo anterior: «Pulsión de muerte y patología social», pensamos que en el Inconsciente societario de nuestra civilización contemporánea, la lucha entre esos dos titanes, la pulsión de muerte y la pulsión de vida; la está ganando el Tánatos o pulsión de muerte. Es por ello que hemos dicho que nuestra civilización es necròfila porque fundamenta la vida en la competencia, la codicia y el individualismo egocéntrico, más que en la cooperación, la solidaridad y la espiritualidad. Finalmente tenemos el último capítulo, el cual hemos denominado como:» Mundos de vida y subjetividad del homicida: historia de lo vivido» que incluye un aspecto teórico y otro de tipo metódico-empírico desarrollados en una investigación de campo realizada en una institución orientada a la reinserción social del delincuente en Ciudad Bolívar, Estado Bolívar, con sujetos homicidas. Desde un enfoque claramente cualitativo tratamos de penetrar los estratos más profundos de la subjetividad de homicida a través del abordaje cualitativo de esta misma subjetividad y el trasfondo que la sustenta como es la estructura de los mundos de la vida. Hablamos de subjetividad y no de personalidad por considerar que en primer lugar este concepto es sumamente problemático y en segundo lugar porque creemos que la epidemia de violencia social que sacude hoy a nuestra sociedad tiene sus génesis en procesos socio-estructurales y socio-subjetivos que no se ubican exactamente en el contexto heurístico que plantea el concepto de personalidad. Ciudad Bolívar, Venezuela,2014
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INTRODUCCIÓN
Como tal la violencia no es nueva en la especie humana, sobre todo la violencia que se ejerce en contra de otras personas y de sí mismo (violencia social); ésta existe desde el inicio mismo de las civilizaciones y grandes asentamientos humanos que se fundan con el advenimiento de la agricultura y el sedentarismo. Desde ese mismo momento comienzan a producirse excedentes económicos y se generan incipientes procesos de acumulación de riqueza producto de la apropiación de esos excedentes por parte de algunos grupos que se diferencian del resto de la sociedad En virtud de esto, se van produciendo procesos de división del trabajo, surgimiento de la propiedad privada y relaciones de explotación, y por lo tanto estructuras de poder y dominación y opresión. En este sentido tenemos que diferenciar conceptualmente entre violencia y agresión. Diferenciar entre agresión para la defensa y como una reacción ante una amenaza posible y probable o la agresión en función de la supervivencia individual o colectiva y por tanto adaptativa, biológica de la agresión maligna expresada en la destructividad, el sadismo, la crueldad y la tortura que constituye la violencia social. Al respecto, Fromm (1975, p.15) dice: …»llamo destructividad y crueldad a la propensión específicamente humana a destruir y al ansia de poder absoluto» que se inicia con los procesos civilizatorios que conducen a la instalación de dispositivos de poder y dominación y por tanto de muerte, en el centro mismo de las estructuras de las nuevas formas de organización social. 9
Ahora bien, de acuerdo a estos planteamientos podríamos preguntarnos ¿Es la violencia un patrón de comportamiento innato y que hemos heredado de nuestros antepasados y por lo tanto inscrito en la estructura de nuestro código genético? En principio tendríamos que afirmar que la violencia como patrón de comportamiento destructivo, no constituye una conducta innata, ni mucho menos anclada en la estructura genética de la especie y por lo tanto heredada de nuestros antepasados pero si forma parte de un aprendizaje realizado a través del recorrido de la humanidad por la historia y por lo tanto anclada en la estructura filogenética de la especie (memoria de la especie). De acuerdo a Santiago Genovés (1991) en la Declaración de Sevilla de 1986, por sí mismos los genes no determinan conductas específicas y por lo tanto no producen individuos que necesariamente estarían predispuestos a la violencia y por el otro lado afirma que son muy contados los casos en los cuales se producen luchas intra-especie entre grupos organizados de animales. Sin embargo que la violencia constituye más bien un patrón de conducta específica de la especie porque es ésta la única que se entre-mata (se mata entre sí), incluso entre los mamíferos, los cuales a excepción del «Homo Sapiens», no conocen la guerra. La agresión benigna o defensiva , de acuerdo a este autor, es compartida por el hombre con el resto de los animales y está programada filogenéticamente para atacar o huir en situaciones en las cuales se ven amenazados sus intereses vitales. En cambio la agresión maligna, crueldad y destructividad, es específica de la especie humana y por tanto no esta programada filogenéticamente, no es compartida con el resto de los mamíferos (Fromm, ibidem). Luego, siguiendo con este orden de ideas podríamos afirmar que el tipo de comportamiento destructivo que llamamos violencia, es esencialmente un producto cultural que no se origina de la estructura genética, no es innato y tampoco es herencia de los antepasados homínidos y pre-homínidos. En consecuencia, la violencia es un patrón aprendido de conducta que puede ser definido en su génesis básica a partir de los procesos y situaciones socio-existenciales e históricos que les ha tocado vivir a la humanidad, vale decir, «la memoria de la especie» 10
y no la transmisión hereditaria de nuestros antepasados animales y prehistóricos. En Venezuela, la violencia social es histórica y ancestral, pues nace en el momento mismo de la conquista y colonización. Luego este patrón de comportamiento violento que se origina en la colonia, continúa en la independencia y la república hasta llegar a la etapa de la democracia liberal. En la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del XX, la violencia tiene un carácter rural-caudillista, pero ya para la segunda fase de la democracia representativa que se inicia en década de los 70, la violencia como un fenómeno esencialmente urbano asume un estatuto social, no sólo en sus fines, sino también en sus formas de estructuración y organización. Sostenemos que la violencia en Venezuela tiene particularidades propias de la conformación del país como una sociedad radicalmente mestiza, multiétnica y pluricultural, petrolera y con procesos históricos de modernización también muy particulares. El fenómeno sociológico conocido como el «Caracazo» es el más vivo ejemplo de esta afirmación. El estatuto esencialmente social de la violencia cotidiana callejera en Venezuela toma distancia de un tipo de violencia de carácter étnico, político, religioso, racista, de clase; aunque pudiéramos encontrar cada uno de estos aspectos o todos juntos en las manifestaciones que ésta asume normalmente. Pensamos que la violencia cotidiana tradicional asume más un carácter defensivo, de estrategias de sobrevivencia (no sólo material) y de realización de sentido social que de otro tipo de naturaleza. La necesidad vivida como urgente de la gente de los estratos más bajos de la sociedad de acceder a la «cesta de valores-objetossignos» que es presentada por el sistema social como derechos universales para todo el mundo, tiene la propiedad de convertir en ciudadano y por tanto «sujeto» capaz de ingresar en el torrente de la comunicación publica, a individuos anónimos pertenecientes a la masa amorfa e impersonal de la población. La injuria social causada por una sociedad estructuralmente injusta y desequilibrada, y por tanto violenta, que genera amplias 11
masas de desposeídos, es «lavada» simbólicamente con un acto violento también que se representa como un ejercicio de «sobrecompensación fálica»(a través de la afirmación violenta) por quien ya ha sido, o nacido castrado por ese tipo de estructuras sociales. De acuerdo a los «relatos imaginarios» que habitan el Inconsciente societario de la gente de nuestra sociedad, sobre todo de los jóvenes, la única manera de existir y por tanto de ser reconocido socialmente y por el sí mismo luego, es apropiarse del «ideal de realización social» (autorrealización) que la sociedad de mercado propone. Esto incluye no sólo la apropiación de objetos materiales sino y lo que es más importante, de acceder al poder que provee de status basado en la capacidad de hacerse temer y ser temido por los otros que sugiere socialmente como medio instrumental, la necesidad de matar y ser matado, a veces de una manera demasiado macabra. Estamos hablando de un proyecto necrofílico propio de una sociedad necrófila que define a los arquetipos del violento, destructivo y fálico como los modelos de identificación a imitar por los jóvenes que rechazan los arquetipos y modelos de identificación tradicionales por anacrónicos y escasamente funcionales al proyecto de realización social en esos términos. En el seno de esta atmósfera social se van articulando patrones de socialización patológico-delictivo-sociopáticos que compiten con los patrones de socialización normal. Los agentes de socialización más eficaces en el barrio y la urbanización no son ahora los padres, maestros y Otros significativos adultos, sino el jefe de la banda de la esquina, «el malandro», el Pran, «el azote de barrio», el consumidor-vendedor de drogas,etc. Este contexto de teorizaciones, hipótesis y encuadres metódicos nos proporcionan una plataforma socio-epistémico para la construcción del objeto y su posterior abordaje analítico. En el caso que nos ocupa, el tema de la violencia social, trataremos de indagar los orígenes, naturaleza, manifestaciones diversas y fenomenología en general, utilizando paradigmas como: complejidad, fenomenología, hermeneútica y reconstruccionismo social o hermenéutica social. 12
Parte I
LOS ESCENARIOS SOCIETALES DE LA VIOLENCIA SOCIAL
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CAPÍTULO I Violencia Social: Síntoma de una Sociedad en Proceso de disolución
La violencia social: expresión del fracaso de un modelo de convivencia
Desde finales de los años setenta y en pleno apogeo del período democrático-representativo, las tendencias hacia la implantación de un estilo de vida y una cultura fundamentada en patrones de comportamiento violento y destructivo se asomaba por entre los pliegues de una sociedad todavía dominada por el imaginario del contrato social, la tolerancia y la convivencia social. Ya desde muy temprano comenzaban a percibirse los «fuertes olores» del profundo proceso de descomposición del modelo político bipardista de dominación que constituía el clima apropiado para el advenimiento de otro tipo de descomposición: la descomposición social. Nos referimos al fenómeno de la violencia social. Atracos, robos, homicidios, suicidios, violaciones y abuso sexual, etc., eran los platos fuertes que configuraban el menú de la violencia social que asomaba su feo y repugnante rostro, por encima del escenario democrático que comenzamos a vivir ya desde los últimos años de la década de los 70. Este no es un fenómeno exclusivo de Venezuela, pues lo encontramos en América Latina y otras partes del mundo; sin embargo, no estábamos acostumbrados a lidiar con este problema hasta hace unas escasas décadas.
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Es una violencia masiva, no de clase social (aunque haya mucho de resentimiento social) y que puede ser también muy anónima e impersonal. Por primera vez en nuestro país nos enfrentamos a un enemigo anónimo, ubicuo, con fuerte capacidad para hacer daño y por eso, para nuestra desgracia como grupo, indefensos y atemorizados. Pobreza, exclusión social, desintegración de la sociedad y la familia (y sobre todo la familia), predominio de mensajes que promueven violencia en los medios de comunicación, crisis del modelo sociopolítico, son algunas de las causas estructurales de la producción de este fenómeno; sin embargo la cuestión del estilo de vida orientado hacia el fundamentalismo de mercado que se fue implantando a partir de los años 70, es un factor muy importante. El estilo de vida fundamentado en el fundamentalismo del mercado significó una tormenta social devastadora en las «tranquilas aguas» de la sociedad tradicional venezolana. Sobre todo, el desplazamiento que este estilo de vida hace del modo tradicional de ver la vida, el hombre y el mundo en general, del venezolano tradicional. La cesta de valores tradicionales que colocaba en el primer lugar a la persona, la familia y el parentesco, el honor y la honestidad, la pertenencia a una comunidad y una familia, ahora va a darle paso a un sistema de valores en donde lo que está en la cúspide de la pirámide es: dinero, poder, objetos, consumo y confort, status material, la «rumba», el pasarlo bien a toda costa, etc. Esto, sobre todo, significa que nada importa sino ese tipo de satisfacciones muy inmediatistas porque estos valores tradicionales se hacen obsoletos, disfuncionales por antiguos, conformando así una manera de ver el mundo que no coloca a la persona en el centro de la pirámide, sino en lugares inferiores. La honestidad, el parentesco y la familia, la pertenencia a una comunidad y una familia, pasan a ser cuestiones de carácter desechable. Hablamos de corrosión y corrupción de valores que supone una inversión valorativa: los valores de integración social abajo y los instrumentales-egocéntricos arriba.
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No es que desaparezcan los valores tradicionales de integración social sino que sufren una metamorfosis porque son fagocitados (tragados) por la racionalidad instrumental del sistema social de mercado. Ahora bien que debemos hacer porque pareciera que nada se puede hacer. Todo se puede hacer, desde el punto de vista del hombre y lo social. Por supuesto que los problemas estructurales de pobreza, exclusión social y discriminación tienen que ser abordados. 1. Es urgentemente necesario comenzar a trabajar sobre la implantación de una contracultura que se enfrente a la cultura de la muerte, esto es, una «cultura de la vida». Tolerancia respeto - compasión - solidaridad - el compartir - responsabilidad - cooperación- autovaloración de sí mismo por el sí mismo y del Otro. Esto puede comenzar a trabajarse masivamente a través de los medios de socialización básicos, como son: la familia, la comunidad, la escuela y los medios de comunicación. Mientras más temprano, mejor. 2. Urgente intervención de instituciones fundamentales como son la familia. Es necesario regenerar-re-estructurar los roles de la familia. Tienen que existir políticas públicas al respecto, pero aún sin éstas, es mucho lo que se puede hacer para reconstruir los tejidos sociales de la comunidad y las instituciones básicas. 3. Los medios de masa tienen que cambiar mensajes cuyo llamado es a exaltar la violencia y dedicar un tiempo significativo a difundir los valores de la «cultura de la vida» que hemos señalado.
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Violencia social: ¿estilo de vida o estrategias desobrevivencia?
La cuestión de la violencia social es un tema que suscita gran interés por el carácter dramático de su presentación, así como por sus consecuencias; no sólo a nivel de la sociedad en su conjunto, sino también en el contexto de la vida cotidiana. La nuestra se ha convertido en una «Civilización de la violencia» y en Venezuela y algunas partes de América Latina, en un problema endémico-estructural». Este fenómeno puede asumir el carácter tanto de un estilo de vida como de una estrategia de sobrevivencia. Como estrategias de sobrevivencia la violencia social puede convertirse en un modo de adaptación a los problemas que presenta la vida social, básicamente desde el punto de vista de las contingencias económicos-sociales de supervivencia. Aunque la violencia social abarca un amplio espectro de campos (violencia intrafamiliar, violencia delictiva, medios de comunicación social, violencia sexual,etc.) dentro de los cuales se manifiesta y concreta este fenómeno, nos ocuparemos en este trabajo del abordaje de la violencia social delictiva y violencia doméstica. Con respecto a la violencia delictiva homicida incluiremos tanto la que se expresa en forma de violencia delictiva pragmática, o violencia instrumental, fundamentalmente orientada a la adquisición de bienes, pero que no excluye el daño a las personas, como de la violencia homicida difusa que se produce básicamente contra las personas, mayoritariamente los fines de semana.
Estrategias para la constitución del objeto de estudio
El tema de la violencia social que se concreta en agresión maligna o destructiva, puede ser abordado como un problema de seguridad, y en este sentido la cuestión represivo-policial es muy importante o como un problema de salud pública, y entonces tenemos que las estadísticas de mortalidad y morbilidad pueden aparecer como lo más relevante; pero también como la expresión
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del modo como se constituyen las estructuras de una sociedad determinada y como se produce su funcionamiento; vale decir, su racionalidad estructural. En este trabajo nos ocuparemos de plantear algunas condiciones estructurales desde el punto de vista sociológico que pudieran contribuir a la comprensión de este fenómeno y por lo tanto a la búsqueda de soluciones a un problema que ha rebasado la capacidad de respuesta de la sociedad y el estado. En este sentido proponemos el abordaje del comportamiento de violencia social como un hecho que adquiere significado como expresión de aspectos socio-estructurales y socio-subjetivos que actúan como condiciones de base de su producción, asignándoles carácter constitutivo. Estos aspectos pueden funcionar como tesis que constituyen los supuestos de base en el abordaje del objeto-problema tema de estudio que guía la investigación y por lo tanto exigen fundamentación en el plano del razonamiento plausible y del soporte empírico que sea posible aportar. Estas tesis básicamente serían: La agudización del problema de la violencia social difusa hoy en Venezuela, se entiende: 1. Dentro del estilo de vida que genera el modelo de una sociedad de mercado neoliberal. 2. Como respuesta al fracaso del modelo de participación popular en la cesta de bienes materiales y culturales y de movilidad social que ofrecía la democracia representativo-bipartidista. 3. Como estrategias de sobrevivencia del yo (tanto individual como colectivo) ante la implantación de una sociedad del tipo «orden caníbal». 4. En el contexto de una situación de hiper-anomia de la sociedad globalmente considerada.
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Las tesis que constituyen el abordaje al tema-problema objeto de estudio de esta investigación, se fundamentan en diversos tipos de estrategias metodológicas: historias de vida y subjetividad de sujetos delincuentes, grupos focales, análisis de discurso de recortes de prensa y análisis estructural del relato de la sociedad como texto. Por lo demás estas reflexiones constituyen una faceta de investigaciones teórico-empíricas, realizadas sobre el tema.
Justificación
En la sociedad contemporánea, el tema de la violencia se ha venido convirtiendo, en un problema que exige definirlo no solo como un problema de salud publica, sino que ya es una cuestión de seguridad de estado por el grado en que este flagelo afecta de manera importante la estructura y el funcionamiento del cuerpo social. La civilización capitalista-cristiano-occidental-contemporánea, es ante todo una civilización de la violencia por el carácter de su racionalidad interna, de su lógica de funcionamiento. La presencia de la violencia, la destrucción y la muerte en los escenarios de la vida cotidiana, ya es inocultable. Por todas partes nos asaltan sus múltiples formas de manifestación; los ya habituales partes de guerra de los fines de semana: las muertes para robarle la moto a algún joven o para robar cualquier objeto de valor, las muertes por venganza, por encargo, por riñas debido a diferencias banales, por motivos pasionales, etc. Leer las noticias o ver la TV es una invitación macabra a encontrarse con las huellas de la muerte, la destrucción y la violencia en general. Una atmósfera e imágenes de muerte masivas parece cubrir al país, la violencia parece haberse convertido en el mecanismo por excelencia del logro de los objetivos y de resolución de cualquier conflicto: conyugales, familiares e interpersonales. Como si fuera una maldición bíblica, el crimen ha venido convirtiéndose en un rasgo de la vida cotidiana; algo que está pasan-
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do a ser como un fenómeno natural ante el cual ya no es posible hacer nada porque como la lluvia o la fuerza de la gravedad, es inevitable. La violencia ha tomado tanto cuerpo en nuestra sociedad venezolana que nada de sus manifestaciones concretas nos parece extraordinarias: homicidios, suicidios, secuestros, violaciones, atracos, etc. Estamos asistiendo a la aparición de un fenómeno sociológico, quizás jamás visto en la historia de la humanidad: la emergencia de un núcleo monstruoso de perversión criminal del yo. No parece este fenómeno ya una cuestión de desviados sociales que la sociedad y los expertos fácilmente identifican como una anomalía social ubicada en niveles marginales de la sociedad, sino que está pasando a ser parte muy importante del ethos social y el modo de adaptación social en general.
Fundamentación teórica
No podemos hablar en Venezuela de una sociedad en donde la violencia social sea un fenómeno extraño a nuestra manera de ser. Históricamente, igual que el resto de América Latina, nos hemos constituido como pueblos sometidos por centros de poder metropolitanos que han fundamentado las relaciones con la periferia en proyectos de dominación represiva colonial y neocolonial. Estos procesos generaron al interior de la sociedad misma, un modelo estructural que suponía relaciones de explotación, opresión y dominación entre los grupos de poder y los grupos subordinados que se fundamentaba no sólo en el poder y la fuerza sino también en una ideología de la desvalorización y la auto-desvalorización como pueblo y como individuos miembros de todo un pueblo. Relaciones caracterizadas por situaciones de fuerte exclusión social con contenido racista generadoras de situaciones de violencia estructural que se constituyó en un fenómeno crónico en el contexto de una sociedad fuertemente fracturada internamente, no sólo por inequidades sino también por el caudillismo militar y civil que propició guerras civiles permanentes.
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La inestabilidad política, la falta de arraigo de las instituciones políticas y la anomia sociocultural crónica, impidieron la estructuración de un Proyecto de ser cultural, de un Ethos social nacional y por tanto, incapacidad de construir estructuras identitarias individuales y colectivas no caracterizadas por el negativismo y la inautenticidad. Este cuadro de relaciones de poder y dominación, va a generar representaciones sociales que reproducen estas relaciones y se fundamentan en un modo de percepción del sí mismo, del Otro y del mundo en general, en el mismo sentido. Por otra parte, la carencia básica de una institucionalidad fuerte y la ausencia del «Padre simbólico» que significa la presencia de una cultura institucional fundante de socialidad, terminaron conformando una matriz de de subjetividad con un fuerte contenido Ego-céntrico como Dispositivo subjetivo-semiótico estructural del Yo tanto individual como colectivo. Esto significa la estructuración de un Sí mismo para quien el Otro y el mundo constituyen abstracciones (no existen) que tienen algún sentido sólo a propósito de necesidades muy primitivas y primarias, la cual responde a las experiencias de lo vivido colectivo-individual a lo largo de todo un proceso histórico determinado. Todo este complejo de relaciones de fuerza y poder, vividos y representaciones sociales y simbólicas, contribuyeron a generar en la subjetividad individual y colectiva una tendencia estructural que supone una matriz de resolución violenta de conflictos como forma de adaptación funcional al entorno. En este sentido podemos decir hoy que jamás habíamos presenciado los niveles de violencia social que estamos observando actualmente y todo esto tiene que ver básicamente con: 1. Violencia social como producto de un estilo de vida basado en el fundamentalismo del mercado neoliberal: La entronización en Venezuela en las últimas décadas de un modo de vida fundamentado en una racionalidad sistémica cuya lógica de funcionamiento es el mercado neoliberal, genera repre-
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sentaciones, relaciones, subjetividades y estilos de vida que podríamos enmarcar en el contexto de lo que denominamos como «Orden caníbal». Esto no es más que la visión del mundo de acuerdo a la perspectiva de El Neo-darwinismo social el cual se fundamenta en la ideología de la «supervivencia del más apto». Lucha encarnizada por la obtención de los bienes materiales, sociales y culturales; competencia por los espacios que la sociedad ofrece como mercado; vale decir, la lucha por la supervivencia material y social. Tenemos de este modo la constitución de una situación de «ecología de la violencia» y que en sí misma es violencia estructural, generadora de situaciones de anomia generalizada y estructural (desorden social) que se traducen en indicadores de violencia social. Es a partir de la década de los ochenta cuando en Venezuela, como en muchos países latinoamericanos, empezamos a tener noticias de la implantación de una economía basada en el «Libre mercado» con la irrupción en los escenarios nacionales del denominado «Viernes negro». Y es partir de este momento cuando comienzan a ser aplicados un conjunto de medidas de Política económica conocidas como «ajustes estructurales». Desde ese momento comienzan a agudizarse los indicadores del proceso de descomposición social que se habían venido incubando desde momentos anteriores. Homicidios y suicidios, así como lesiones personales, robos, atracos y violaciones, sufren un aumento considerable en su tendencia a incrementarse. Aumento de la delincuencia en general y de la delincuencia infanto-juvenil, consumo de alcohol y drogas, de la población carcelaria, homicidios en general y de tipo pasionales, etc. 2. Violencia social como respuesta a la crisis del estado democrático-representativo-bipartidista: A finales de la década de los setenta en Venezuela comienza a sentirse de manera más nítida, el fracaso del modelo sociopolítico que se había implantado desde las postrimerías de las décadas de los años cincuenta.
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El sistema democrático-representativo-bipartidista de tipo clientelar, había significado durante mucho tiempo la esperanza de redención social de las grandes mayorías , no sólo de sectores populares, sino también de las clases medias que se habían constituído como tal; sectores medios a partir de la apertura del compás democrático, convirtiendo a la educación en «el ascensor social por excelencia». Cuando ya el estado democrático bipartidista-clientelar-populista, no cuenta con la capacidad financiera que permitía la renta petrolera para financiar los conflictos y mantener el consenso y las expectativas sociales, se quiebran las identificaciones de los partidos políticos y ésos pierden su capacidad de convocatoria y se alejan de las grandes masas, se cierran también las compuertas de las oportunidades sociales y se detiene por lo tanto «el ascensor social». La expectativas sociales, en cuanto a posibilidad de satisfacción de necesidades sociales y lograr aspiraciones de ascenso social, se ven frustradas y el estado ya no puede garantizarle al ciudadano de bajos niveles socioeconómicos no sólo el logro de sus aspiraciones de participación social en los valores fundamentales del sistema social, sino también las satisfacción de las necesidades básicas; vale decir, la supervivencia material. Por otra parte, el sistema democrático pluripartidista burgués había generado un imaginario de cohesión social que se expresaba en una especie de «Contrato social» que a su vez alimentaba una ilusión de armonía social. El modo de resolución de las diferencias entre los grupos partidistas y el acuerdo entre las élites constituían un paradigma para la convivencia en el contexto de las relaciones interpersonales en la vida cotidiana y de la ciudadanía en general Es obvio que esta «Ilusión de armonía social» estaba montada sobre la capacidad financiera del estado que podía financiar cualquier tipo de conflictividad sociopolítica y sobre la capacidad de convocatoria del sistema de los partidos políticos para mantener el consenso básico.. La ruptura de este sistema genera un descalabro de tal magnitud en la sociedad en general (y no sólo en el sistema sociopolítco)
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que a partir de este momento histórico se abren las compuertas para el advenimiento de un período de inestabilidad política generador de un período de violencia social y política que desemboca finalmente en la explosión social que constituyó el denominado «Caracazo» en 1989.
La violencia social en el contexto de una sociedad excesivamente anómica
Por todos los elementos históricamente analizados, constatamos que la sociedad venezolana y latinoamericana en general ha comportado situaciones de anomia sociocultural de manera crónica; no obstante, es a partir de la década de los ochenta cuando comienzan a aparecer indicadores de la presencia de un estado sociológicamente estructural que hemos denominado como de hiper-anomia o anomia excedentaria. Es este, un fenómeno cuyo abordaje registra niveles muy elevados de complejidad, por lo tanto estamos hablando de una multiplicidad de factores, procesos y situaciones que intervienen en su producción. Así tenemos variables que se sitúan en un contexto social macro-estructural y otros que podemos ubicarlos en un contexto de tipo microestructural. En el ámbito macro-estructural tenemos los factores que ya hemos mencionado como son: a) el fracaso del estado democrático-representativo-bipartidistaclientelar, o Estado de Compromiso- Nacional- Popular b) la implantación de un modelo de gestión económica y social que responde a las exigencias que plantea la reorganización del sistema capitalista mundial fundamentada en el absolutismo del «libre mercado». c) la crisis del imaginario redencionista y de armonía social del sistema social democrático- representativo o democracia liberal y finalmente , 25
d) la quiebra del sistema de valores cuyo foco sociocéntrico tendía a la integración social y su sustitución por un standard de valores de tipo instrumental que promueven el individualismo y el pragmatismo materialista como valores supremos. Todo esto conspira contra las posibilidades de estructurar procesos de cohesión que definan plataformas de integración social relativamente consistentes. En su defecto lo que se producen son amplios procesos de De-socialización y De-culturación que promueven la incomunicación, la atomización social, el individualismo anómico, el desarraigo y por tanto la violencia social como expresión a nivel del comportamiento concreto. La implantación de un proceso de anomia excedentaria (exceso de anomia) en Venezuela, puede registrarse básicamente a partir de la década de los ochenta, pero solo como exacerbación de estados anómicos ya presentes en nuestra sociedad en forma endémico-estructural.
La violencia social como estrategias de adaptación precaria
Entendemos el comportamiento de violencia en general, no sólo como estrategias de sobrevivencia desde el punto de vista físico y material del individuo y los grupos, sino también en el sentido de afirmación del yo individual y colectivo como defensa ante situaciones de caos social generadas por las condiciones y el estilo de vida propios de la implantación del sistema capitalista de mercado global. En este sentido estamos hablando del surgimiento en Venezuela del incremento de la violencia social alrededor de la década de los ochenta que responde a una situación de cierre dramático de las posibilidades de acceder al mercado de realización social y de satisfacción de necesidades básicas. La concentración excesiva de la riqueza social, la ampliación de los cinturones de pobreza en general y pobreza crítica, la aparición de nuevas capas de pobreza, como la pobreza atroz y en gene-
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ral, la profundización de la exclusión social, condujeron a una situación en la que buena parte de los sectores socioeconómicos de bajo nivel, se convencieron del cierre de las compuertas que permitían legalmente la sobrevivencia material y la realización de acuerdo a los ideales generados por el imaginario demócratico- liberalparticipacionista. Crisis de expectativas es el estado que surge como producto de la crisis del modelo de gestión social de necesidades y aspiraciones tradicionales. Esto fue conduciendo a situaciones de escepticismo que finalmente desembocaron en estados de desesperanza socialmente aprendida y desesperación. En este sentido se produce entonces un fenómeno de alienación normativa que implica definir a la violencia como el único medio válido para la obtención de los objetivos propuestos. Y en un contexto en el cual el modelo de realización social se define por valores de éxito material, logro de status socioeconómico e individua. El mecanismo de la violencia para la obtención de este ideal de autorrealización aparece entonces, como el más eficaz y legitimado en la conciencia colectiva. Es por ello que en términos generales podríamos afirmar que: El problema de la violencia en la Venezuela contemporánea constituye el principal problema nacional, mucho más grave que otro tipo de problemas como la pobreza, la salud y la injusticia social pero fuertemente asociados con ella. Mucho más que un problema social y de salud pública, la violencia social se está convirtiendo en una cuestión de seguridad de estado y de supervivencia de la Democracia como sistema de convivencia civilizada. Progresivamente nos hemos venido convirtiendo en una sociedad que vive en una «ecología de la violencia» la cual funda-
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menta una «cultura de la muerte» apoderada ya del cuerpo social como metástasis que está tragándose todo lo que significa formas convivenciales de vida.
La violencia como estilo de vida.
La violencia interpersonal e institucional en general como mecanismo instrumental para el logro de los objetivos, ha dejado de ser un hecho marginal y extraordinario en la vida cotidiana para pasar a ser una especie de clima social, un estilo de vida que nos permite adaptarnos eficazmente a las diversas situaciones sociales con las cuales nos tenemos que enfrentar en el día a día. Y puesto que estas situaciones son también ellas violentas, exigen entonces una respuesta en el mismo sentido. Diariamente y a cada rato nos enfrentamos a situaciones de violencia social estructural e interpersonal en la vida cotidiana: el tránsito terrestre, el comportamiento de los choferes del transporte colectivo, los precios del comerciante especulador, la actitud del que presta un servicio (sea público o privado), la atención en los hospitales, el trato de los cuerpos de seguridad del estado, las carencias en los barrios, las desigualdades sociales, el trato discriminatorio en contra del ciudadano común, el racismo, el trato del maestro hacia el alumno, la violencia que se observa en los hogares; en fin, es una lista que pareciera no tener fin pero que conforma el vasto campo de la violencia estructural e interpersonal A todo esto se suma una tendencia cultural global que ya está formando parte de nuestra manera de ser muy venezolana: los valores predominantes de una civilización violenta que convierten en algo sagrado, lo que son medios para colocarse por encima del otro y obtener una posición de poder. El individualismo posesivo, el consumismo, la búsqueda de medios de poder para dominar al otro, etc.. Así tenemos que el carro, el dinero, el vestido y el calzado (de marca por supuesto), el celular, el arma de fuego (mientras más grande y destructiva mejor), etc., son esos medios instrumentales que se convierten en fines para los propósitos de la gente en general en el mundo de la violencia.
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Y esto no puede ser visto como una cuestión de personas que se encuentran en una situación particular de desviación y por lo tanto extraños para el grupo; no, esto constituye la regla general de comportamiento que permite la adaptación funcional a una sociedad que es violenta en su manera de ser y en su funcionamiento. En el caso de la juventud la cuestión es muy grave porque lo que la caracterizaba normalmente eran los ideales tradicionales: estudios, progreso, llegar a ser alguien, ser como mi padre o como mi madre o la rebeldía, etc. Sin embargo estamos observando que en vez de esto lo que constituye hoy los ideales de la juventud son los valores de tipo materialistas del capitalismo de mercado, de los arquetipos de la cultura de la violencia que hemos señalado antes. El azote de barrio, el malandro, el policía violento, el líder de banda, el Pran, etc. Sobre todo cuando vemos que lo que predomina en la infancia y la adolescencia en los barrios (que es en donde está la mayoría de la infancia-adolescencia en nuestro país) son estos ideales de realización personal; los cuales son verdaderamente anti-ideales. Esta situación explica la explosión de la delincuencia que estamos viviendo hoy y sobre todo la emergencia del fenómeno de las bandas delictivas; condicionadas también por la variable de tipo demográfica. Otro aspecto que está fuertemente vinculado al surgimiento de la violencia social como un fenómeno de gran relevancia en nuestros días, es la convicción que ya funciona como una actitud básica de que si no es por la violencia es imposible alcanzar las metas. Lograr que el Otro del poder que tiene la capacidad de decisión, oiga al que está pidiendo algo, es casi imposible. Así observamos, por ejemplo, como un caso doloroso la muerte de estudiantes o de trabajadores que protestan por reivindicaciones sociales. Con respecto a esto pensamos que una actitud generalizada que forma parte ya de la lógica de esta civilización occidental-cristiana-capitalista, es la desvalorización de la vida. La cuestión se puede plantear en términos de una relación inversamente proporcional porque mientras más se valorizan los
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objetos materiales y se genera lo que hemos llamado «la idolatría del becerro de oro», más se desvaloriza la vida humana. Qué vale la vida hoy frente a este «mercado de oropeles» que es el estilo de vida de nuestra sociedad-civilización contemporánea?, qué vale la vida de un estudiante de instituciones etiquetadas ya de «violentas y peligrosas» ante la necesidad de reestablecer el «orden público» de manera represiva?. Admitamos que es necesario el mantenimiento del «orden público», pero más importante es la vida de unos jóvenes que apenas están abriendo los «ojos al mundo» y que el día de mañana podrían haber sido unos excelentes profesionales. En atención a todo esto planteamos la necesidad urgente, mucho más que la construcción de obras públicas, de diseñar una cultura, un estilo de vida basado en el cultivo de valores e ideales que valoricen la vida por encima de cualquier otra consideración. No basta que en la constitución vigente se establezca como principio fundamental el respeto a la vida, es que debemos fomentar a través de los medios, por ejemplo, como cuestión de política pública, pero sobre todo como cuestión de moral práctica, una ética de la vida cotidiana fundamentada en este principio. Tenemos que trabajar en las escuelas (desde el preescolar hasta la universidad), las familias, la comunidad y las institucionescentros laborales en función de la instalación de esa nueva moral.
Las bases socio-éticas de la violencia social
La acción social violenta, como cualquier otra constituye un fenómeno de una gran complejidad. En primer lugar, no podemos hablar de un solo tipo de acción violenta sino de muchos. La violencia social constituye una amplia gama de acciones que confluyen en la intencionalidad del acto: destruir total o parcialmente a una persona o grupo de personas en diversas dimensiones: física, psicosocial e integralmente. De ahí que sea posible hablar de múltiples tipos de violencia de acuerdo al carácter de ésta: física, simbólica, verbal, sexual y psicosocialmente; entre otras o de instancias en donde se desrrolla: Individual (violencia auto-
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infligida), interpersonal, familiar, institucional, comunitaria, societal, internacional, etc. Diferentes tipos de violencia de acuerdo a la finalidad de la acción y carácter de la relación victima-victimario: violencia delictiva, de pareja, escolar, maltrato infantil, conflictos interpersonales, etc. Finalmente, tenemos diferentes medios para llevarla a cabo: armas, medios corporales, palabra, gestos, actitudes, acciones en sí mismas, etc. En todo caso, de lo que se trata es de provocar intencionalmente daño en la otra persona o grupo. Aquí tendríamos que analizar la relación medios-fines porque podría ser que se presentara como violencia instrumental (como medio para lograr un objetivo) o violencia final, la violencia por la violencia misma. Esta última es la más peligrosa porque está concentrada en la destrucción de la víctima sin otro tipo de consideraciones. En la violencia instrumental, el victimario utiliza la violencia para someter a la víctima; es el caso del delincuente que ataca para obtener un objetivo, el dinero o cualquier clase de objetos. Esta es una relación despersonalizada porque al delincuente no le interesa la persona, no la conoce y porque no ha habido previamente ningún tipo de conflicto entre las dos partes. Esta también es una violencia muy peligrosa porque es el producto de una sociedad en donde la racionalidad instrumental se ha vuelto hegemónica privilegiando los medios instrumentales por encima de cualquier valor humano. También la violencia como valor final es muy peligrosa porque está dirigida a la destrucción de la persona como objetivo final. La supresión de la vida o el daño a la persona constituye la razón de ser de este tipo de acción violenta. En los dos casos podemos inferir una actitud por parte del victimario de desprecio y desvalorización de la vida humana como valor humano que constituye el reflejo de una actitud básica o estructural de la sociedad en general. La sociedad-civilización contemporánea fundamentada en una ética instrumental (preeminencia de los medios instrumentales por encima de los fines éticos) relega el valor de la vida a un segundo plano, mas bien a un lugar deleznable.
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Aquí podríamos hablar, parafraseando a Hanna Arendt (2001), de un «estado de banalización de la muerte y de la vida». Es una situación de estallido y confusión ética, en la cual las acciones pierden su diferencialidad y lo que ocurre entonces es un proceso de aplanamiento, de achatamiento y licuefacción de los horizontes éticos. En este estado de licuefacción de los horizontes éticos da igual vivir que morir, da igual matar que ser matado. En esta situación, las personas son completamente desechables y por lo tanto pueden ser eliminadas a discreción. Para la lógica de esta actitud estructural, lo sagrado humano queda completamente abolido. Nada es sagrado y todo puede ser profanado, comenzando por la vida misma. En este contexto los límites estructurales éticos sufren un proceso de implosión, de estallido desde lo interno de la estructura de la subjetividad que nos coloca casi automáticamente en el terreno del « todo está permitido», «todo es bueno si se corresponde con mis intereses personales» y responde adecuadamente a mis deseos muy egocéntricos –»Máquinas deseantes»- (Deleuze, 1975) para realizar el sentido del ejercicio del poder y la dominación sobre el Otro.. No hay mediaciones ético-simbólicas, ni normativas que preserven la vida humana como un valor central en el standard de las jerarquizaciones de valor del sujeto-individuo-actor, de la estructura del grupo y de las estructuras societarias en general.
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CAPÍTULO 2 Las inquientantes tendencias hacia la pulverizacion de lo social
Aunque banalizado, tanto por las ciencias sociales como por el sentido común, el concepto de lo social más amplio nos conduce hacia la producción del significante y el significado que le dan sentido a los objetos y las acciones orientadas al Otro desde la subjetividad, siempre determinada por ese Otro del lenguaje y el poder. En este sentido todo lo que tenga que ver con relaciones, interacciones, influencias interpersonales, etc., se ubicará en el abigarrado y complejo campo de lo social. Pero si apelamos a un registro más estructural, vale decir in strictu sensu de la definición del concepto, podríamos entender lo social como vinculado genéticamente a la infraestructura simbólica fundante de la acción orientada a la construcción de asociaciones basadas en relaciones (cooperativas o conflictivas) siempre mediadas simbólicamente. Significaciones y relaciones que constituyen el entramado complejo que es la vida social. Lo social-matricial se estructura, entonces, en torno a «cadena de relatos» fundantes que está a la base de lo social como rendimientos concretos, en tanto hecho puramente fáctico. Ficciones fundantes: mitos, representaciones sociales, relatos estructurales y simbólicas, imágenes, etc., que constituyen «la piedra angular» de lo social como acontecimiento, como hecho, La gramaticalización de lo humano-social (la codificación de lo social como pensamiento discursivo) concreto es subsidiaria de «sistemas de provisión y totalización de sentido». Sistemas de sintaxis de lo social; vale decir, lugares desde donde éste es enunciado.
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Imposible aproximarse a lo social desde el Logos-discurso racional- exclusivamente, si no nos apoyamos en esta tarea de la intuición, los sentidos y el Pathos; la emocionalidad, los afectos y las pasiones; vale decir el sujeto para poder comprender, más que entender, los significados, las representaciones, los imaginarios, acciones y todo el despliegue de musicalidad del oropel de la danza infinita y cósmica que es la vida social- como madeja de relaciónes-provista de sentido. Sin embargo, nunca en el tiempo de existencia que lleva la especie humana, la «danza de lo social», ha sido totalmente armónica, ni mucho menos acompasada; por el contrario, con algunas excepciones, la regla ha sido una vida tormentosa, agonística, en lucha siempre permanente con la naturaleza, los dioses, el Otro diferente, o el Otro semejante, los acontecimientos y las estructuras de poder y dominación. Lucha por el predominio, los intereses, la hegemonía, la supervivencia (no solo material sino también existencial), en donde los protagonistas han sido las pasiones, los imaginarios, las necesidades, los conflictos; la comedia, la tragedia . Y en ese sentido lo social-matricial (estructuras de origen) en tanto cadena de relatos fundantes, ha estado en la base de lo social como generador de rendimientos: acciones, relaciones, significaciones concretas. La gramaticalización de lo humano-social (ordenación estructurada) corre pareja con la existencia de «sistemas de totalización de sentido» que se constituyen en procesos proveedores de sentido; vale decir, suministradores de sintaxis a la polifonía, al torbellino de las múltiples manifestaciones de acciones materiales y actos de habla en general que se despliegan en cualquier situación en la cual existen seres humanos. Cosmogonías, mitos, imaginarios simbólicos, sistemas de representaciones, etc., están ahí para decirnos que es imposible que la vida social haya transcurrido, sin narrativas estructuradotas (organizadoras) que realicen síntesis totalizantes del sentido. No obstante, el proceso que está conduciendo a la instalación de una civilización globalizante hoy, es también el camino que define una fuerte tendencia que propugna la disolución de lo social
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como plexo de relaciones mediadas por relatos de referenciación simbólica (lenguaje, valores, normas, etc.) para colocar en su lugar, un concepto de lo social como efecto residual de una racionalidad instrumental que lo está convirtiendo en simplemente un artefacto-artificio.
Lo social como lugar de condensación del sentido
La auto-conciencia, como conciencia de la identidad del yo, es el rasgo sobresaliente que permite diferenciar al hombre de los demás animales que comparten con el «Homo Sapiens», la escala zoológica. Esta particularidad convirtió al hombre en el único animal capaz de elaborar relatos además de creerse esos relatos, aunque supiera que estos no respondían más que a la Lógica del deseo. Y sin embargo, esa Lógica de necesidades interpretadas a partir del deseo, que constituye relatos, se coloca como un factor esencial de la Matriz de producción simbólica de lo social. La producción de sentido, en tanto proceso que provee de propósitos, direccionalidad y justificación a la acción, al pensamiento y al habla, está vinculados con relatos, que no existen en forma puntual sino en forma de cadenas, cadenas de relatos. Metáfora (énfasis en lo general) y metonimia (énfasis en un aspecto concreto), pero con predominio de una de las dos, según sea el tipo de matriz societal al cual nos estemos refiriendo. Lo social, entonces, como relaciones provistas de sentido y por tanto condición inherente y constitutiva del hombre, obtiene su fundamentación de estos procesos. Por supuesto que estos relatos nunca serán de un solo tipo, sino que son múltiples, variados y complejos, vale decir, sobrecargados de significaciones y a veces contradictorios y ambivalentes. Mientras mayor sea la diferenciación sistémica y estructural de la sociedad, mayor será la complejidad de los relatos. En este sentido y contrariando la visión materialista mecanicista de la historia, lo social como redes de relaciones con sentido, no dependen de las estructuras materiales de producción exclusi-
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vamente, sino de estructuras simbólicas ficcionales en última instancia, como son los relatos. Podemos decir entonces, que las construcciones imaginarias en sí mismas, son capaces de generar lo más real que el ser humano tiene como es lo social. Y esto no es más que redes de intersubjetividades mediadas y constituídas por el lenguaje e imaginarios simbólicas como estructuras fundantes,. Y en eso consiste toda la crisis de un Episteme, aún con mucha fuerza como es la Modernidad. No es que este estilo de pensamiento dejó totalmente de resolver problemas de manera que se volvió disfuncional, sino que el sujeto concreto de la vida cotidiana dejó de creer que esta era la única manera de fundamentar su pensamiento y acción.
Lo social devenido en mero efecto residual, ¿metáfora de la crisis civilizacional actual?
La Modernidad significó la definición de lo social, a partir del carácter de contrato social que adquirían las relaciones sociales. Esto era posible por la capacidad que tenía el hombre, utilizando la razón, de crear formas de asociación que le permitieran vivir en armonía. La felicidad y la libertad, promesas civilizatorias de la Modernidad finalmente serían ahora posible, a través de la razón. Toda una manera de pensar, sentir y actuar, es decir, todo un Modelo civilizatorio fundamentó las esperanzas de redención definitiva de la humanidad, en la «la tierra prometida» que la racionalidad formal garantizaba. El status de lo social como pacto (entre los hombres y los Dioses), fue un relato matricial en sociedades no modernas. La alianza entre Jehová y su pueblo, en los hebreos, fue un pacto que permitió la construcción de un modelo civilizacional teocrático que aún llega hasta nuestros días. Mitos, cosmogonías, sistemas filosóficos en general, ponen de relieve el carácter matricial que tienen los pactos, alianzas, contratos y sistemas de asociación que hablan de integración social me-
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diada por el lenguaje y las estructuras de lo imaginario simbólico que no son más que las manifestaciones del sujeto, como sujeto de habla y del deseo y de ahí su condición como tal de establecer relaciones provistas de sentido con el Otro. Toda una tendencia estructural que constituye el «núcleo duro» de la civilización capitalista globalizante, está rápidamente, aunque no sin resistencias, pasando a comandar los procesos civilizatorios del mundo actual, tanto en el centro como en la periferia. Esta tendencia fundamenta su propuesta de integración social en imperativos sistémicos de un paradigma estratégico-adaptativo que prescinde por inútil de estructuras narrativas orgánicas (relato estructural) y del discurso. En forma progresiva se instala, ahí adonde reinaba el Logos discursivo de la Modernidad y las cosmovisiones de la sociedad tradicional. A través de la «Rétórica de las imágenes» (cultura visual) desplegada por un monstruoso aparato de difusión mediático, marchamos hacia la implantación de un dispositivo subjetivo que opera más por reflejos condicionados, que por medio de la discursividad. Códigos, Signos y señales, más que símbolos, constituyen las estrategias-instrumentales que intervienen en la instalación de ese «dispositivo de subjetividad» que se propone y parcialmente lo ha logrado, eliminar las mediaciones éticas, simbólicas y sociales en general que constituían el sustrato de la vida en relación. En su lugar estamos asistiendo a un proceso de instrumentalización de la conciencia. Instrumentalización de la subjetividad y la vida social que está conduciendo finalmente a la instrumentalización del Inconsciente individual y societario para colocar en el lugar de las representaciones, los símbolos y las pulsiones, un dispositivo que se soporta en un programa de adaptación compulsiva a las estructuras de mercado y la racionalidad instrumental en general. La «Subjetividad dispositivo» o el «Inconsciente dispositivo», funcionan con la racionalidad de la «pulsión de muerte» que al decir de Freud (1978) se orienta hacia la reducción de la vida orgánica a lo inorgánico, a lo inerte, a la muerte.
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De-socialización y De-culturación compulsiva: dos dimensiones del mismo proceso
Es imposible pensar, la ausencia total y absoluta de lo social y lo cultural, cuando hablamos de de-socialización y de-culturación. Esto no ha sucedido nunca en ninguna sociedad ni siquiera en los peores episodios de aculturación, transculturación o anomia vivida por sociedad alguna. Incluso en estos períodos, encontramos siempre organización social, construcción de normas, valores y cultura en general. No existe el vacío total ni en la naturaleza ni en la sociedad, ni en la cultura; tanto una como otra aborrecen el vacío. Pero si podemos hablar de momentos históricos en donde los procesos civilizatorios ejercen efectos tan devastadores sobre las estructuras sociales y culturales como para erosionar profundamente los cimientos de una Sociedad-cultura determinada, en cuanto a las condiciones de posibilidad estructural del intercambio simbólico. Mediaciones simbólicas, ético-normativas, cognitivas, institucionales; en fin, toda una infraestructura del funcionamiento, como acuerdos básicos fundamentales de cualquier grupo humano o sociedad, que entra en un proceso de entropía, no sólo como propuesta civilizatoria concreta, sino como funciones simbólicas, estructuras formales y códigos culturales propios de la especie. En atención a esto, decimos que estamos asomándonos a las puertas de grandes mutaciones socio-filogenéticas. El tipo de contexto de relaciones de poder material y simbólico, a partir del cual se construye esta infraestructura en un momento histórico determinado, es sumamente importante; no obstante nos interesa hacer el énfasis en la naturaleza del proceso que significa un «coeficiente excedentario de poder» como para ejercer un efecto de fagocitosis (tragar) de toda la arquitectura de una Sociedad-Cultura que significaba una manera eficaz de producir y reproducir socio-biológicamente, la vida. El proceso de incorporación compulsiva de la sociedad-cultura venezolana al sistema capitalista de la sociedad de mercado global (globalización), ha girado en torno a la maquinaria de tritura-
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ción de formas tradicionales de vida que contenían propuestas de asociación fundamentadas en acuerdos básicos centrados en la persona como la «ideología del honor», estructuras familísticas, redes de interacción y comunicación; así como la des-modernización represiva de un cierto tipo de Modernidad que aunque atípica y barroca, tenía cierto poder de convocatoria a partir de una ideología contractualista. De forma compulsiva comienzan a imponerse como hegemónicas, tendencias pulverizadoras de todo lo que hasta ese momento había constituído lo social como «racimo de relatos» fundamentadores de redes de asociación y de socialidad en general. Asociaciones primarias premodernas (familias y clanes familiares), precariamente modernas, pero que respondían básicamente a una matriz de estructuración fuertemente matizadas por un sustrato lúdico-estético; modos de producción de transacciones sociales (solidaridades mecánicas) modo de resolución de conflictos intergrupales e interpersonales que tenían como base redes de racionalidad comunicativa, etc.; son diluídas en el «magma burbujeante» de estas tendencias que como «huecos negros del espacio», fagocitan (se tragan) cualquier forma de vida social orgánica. Familia, comunidad, grupos de parentesco extendido o red extensa familiar, grupos primarios afectivos locales; todo esto deja de tener significación para pasar a ser un «cementerio de socialidad difusa» que son sustituidos por redes de asociaciones que tienen un carácter pragmático-instrumental como son las pautas interactivas y comunicativas de la vida cotidiana hoy, las bandas delictivas, los grupos tribales urbanos, etc. Así una sociedad que de manera balbuceante y muy precaria se asomaba al imaginario de lo nacional, vale decir, estado nacional y proyecto de «Ser Nacional» (identidad nacional), es impactada por fuerzas licuadoras de lo social realmente existentes, fundamentadas en los códigos de señales de una racionalidad totalitariamente instrumental. De esta manera desaparecen por disfuncionales y anacrónicos todo un conjunto de mediaciones sociales, normativas y simbólicas como: rituales simbólicos, reguladores normativos y valorati-
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vos, sistemas de saberes y representaciones simbólicas que le daban sustentabilidad a lo social. Estas estructuras son desplazadas por códigos, sistemas de señalizaciones y comandos conductuales, que tienden a desvincularse de cualquier contexto sociocultural, que adquieren formas concretas en una ideología difusa de pragmatismo-materialistautilitarista, e individualismo anómico-egocéntrico.
Del sujeto trascendental de la Modernidad al individualismo- egocéntrico-narcicista de la sociedad posmoderna
La noción de compromiso o de contrato social subyace en el fondo del universo asociativo de la modernidad. Lo social como concepto, strictu sensu, es posible sólo como el producto de una elección racional hecha por un sujeto de compromiso histórico que es capaz por solidaridad orgánica de vincularse con el Otro para conformar grupos y urdir la trama de las relaciones sociales en general. En el ámbito micro-social, es la familia la que aparece como el grupo primario por excelencia. Estructura de intermediación social primaria entre el individuo y la sociedad más amplia. la familia en la sociedad cristiano-occidental-capitalista fundamenta su razón de ser en dos paradigmas básicos como son: el cristiano y el jurídico. Sexualidad orientada a la procreación exclusivamente como medio de asegurar la descendencia que posteriormente se transformará en sujetos-ciudadanos aptos para la construcción y reproducción de una sociedad históricamente enderezada hacia el progreso, supone una «pastoral de la carne», un modelo disciplinario y un patrón del tipo normal-patológico que tiene como objeto el control del cuerpo. El modelo victoriano de familia quizás sea uno de los ejemplos más contundentes de una «economía política libidinal doméstica» fundamentada en un discurso pretendido como verdadero que atiende a las fuentes de inspiración antes señaladas: una ascética cristiana y un modelo disciplinario y del tipo normal-patológico.
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Hoy tenemos un estado de disolución de las viejas estructuras familiares que dejan de fundamentarse en un paradigma de alianza para adoptar un paradigma esencialmente estratégico- instrumental. En el espacio dejado por las antiguas estructuras lo que se colocan son dispositivos de poder y saber que producen como resultado un agregado amorfo de individuos, intereses, interacciones, estrategias y sobre todo de relaciones de fuerza en competencia por el poder y el dominio. Mera reproducción del «orden caníbal» generalizado en que se ha convertido la sociedad en general. Este «orden caníbal» constituye el aspecto más visible del orden de mercado sin mediaciones y universalmente funcional propuesto como único paradigma de estructuración y funcionamiento de la sociedad. Sí el Otro para mi ya no es más que un medio para la realización de algún beneficio, o un potencial o real competidor, o simplemente un factor de poder (en sentido tanto pasivo como activo), lo social en tanto que pacto, compromiso, diálogo o interrelación pautada que se establece con el Otro, ya no es posible por imposibilidad estructural y no de hecho sencillamente. En estas condiciones, lo social (en sentido estricto) como redes de intercambio simbólico (retículo semiótico) tiende a desaparecer para generarse en su lugar una red de dispositivos de información y de actuación en un medio que asume el carácter de unas estructuras sociales organizadas por y para el mercado. Se trata de un proceso de de-socialización y de-culturación (in strictu sensu) a que conduce una situación de hiper-individualización posesiva constitutiva del yo del hombre de la civilización post-industrial posmoderna. Atomización del yo como instancia relacional que deviene ahora en virtud de la pulverización de la trama de relaciones sociales, en simples mónadas o átomos que entran estratégicamente en contacto con otras. Fragmentación del conocimiento y los saberes por efectos de la proliferación de información no controlada por los sujetos, ni siquiera por las instituciones universitarias sino por las redes telemáticas de información.
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Más que relaciones, lo social es hoy una cadena de interacciones que transcurren entre subjetividades y que funcionan como artefactos orientados esencialmente hacia la adaptación. De esta manera, lo social termina siendo un artefacto en este juego de principios de acción y reacción en donde la subjetividad se ha vaciado de contenidos trascendentales como: relatos estructurales, ideología, metafísica, sentido, etc. Meros efectos residuales de los rendimientos de un aparato de producción y consumo que no sólo es de productos materiales y servicios sino y fundamentalmente, de signos, códigos y de subjetividad. En el plano de las relaciones entre verdad y subjetividad, en la vida cotidiana, este fenómeno ha significado la emergencia de un proceso de individualización de la verdad (posesión individual de la verdad) a niveles subjetivos En todo caso este estado de ánimo o posición asumida como individual será siempre el producto del aparato mass-mediatico cuya función como estructura productora de verdad y or tanto de subjetividad, es estratégica para esta fase de desarrollo post-capitalista y posmoderna. El concepto de la subjetividad como dispositivo individual (telespectador-consumidor compulsivo) que implica como condición estructural la disolución de todo tipo de identidad (tanto individual como colectiva) encuentra arraigo en una situación de comunicación en la que lo que predomina no es un orden de interrelación sino de inter-reacción. Respuestas adaptativas a señales-estímulos que son procesados de acuerdo a programas mass-mediáticamente establecidos y no por subjetividades-memorias vinculadas a tradiciones étnicas y culturales en general, que permiten la interpretación de la experiencia, sino por dispositivos funcionales que es en lo que ha devenido la subjetividad (tanto individual como colectiva). En el contexto de estas estructuras de interacción, la comunicación adquiere el carácter de un proceso de yuxtaposición de individualidades muy egocéntricamente e hiper-narcísticamente orientadas hacia un Sí mismo cada vez más primario y elemental. Inter-acciones entre aspectos meramente tangenciales del yo que sienten horror por la profundización de la comunicación. 42
Un hombre auto-egocéntrico al decir de Morin (1998) que se constituye como subjetividad en tanto «máquina deseante» que vive permanentemente frente al «espejo» sin la capacidad de reconocerse críticamente en el Otro dominante y del poder. Este plan de máquinas en que se constituyen las relaciones sociales implica bien como causa o efecto, la muerte de la subjetividad como espacio de condensación dinámico de las relaciones sociales y por tanto de lo social. Así el sujeto se constituye en una «cosa» que desea cosas. Se trata de un proceso de de-socialización y de-culturación del yo y de la conciencia en general que está produciendo una subjetividad regresiva y egocéntrica y por lo tanto orientada hacia la acción violenta.
De la etapa del sujeto como individuo al colectivismo regresivo- masificante
El concepto de sociedad de masas alude al carácter anónimo e impersonal de grandes colectivos que adquieren organicidad a partir del modelo de comunicación inaugurado por los medios masivos de difusión. No obstante, esos colectivos electrizados por la comunicación de masas podían regresar a sus estructuras comunicacionales ordinarias una vez que cesaba este proceso. Hoy el modelo de comunicación mass-mediático penetra los intersticios del tejido social llegando hasta los estratos más profundos del Inconsciente, para desde ahí generar sentido, nuevas subjetividades, nuevas realidades. El aparato mass–mediático instalado como un dispositivo que se coloca en el Inconsciente de la gente gobierna la lógica de producción del sentido del colectivo devenido masa permanente, al penetrar hasta los «mundos de vida» de éste. Este proceso incluye el vaciamiento de las memorias colectivas tradicionales y su instrumentalización en la racionalidad de mercado y finalmente su incorporación en términos de alusiones a lo folklórico. En el plano estrictamente sociológico, tenemos la mutación de toda una red de estructuras relacionales en una masa amorfa, es43
tadísticamente definida. Se trata de magnitudes y números que se expresan en los resultados de sondeos de opinión pública que hablan de la manera como se configura un tipo promedio-consumidor promedio. Gusto, saber, actitudes, ciudadanía y comportamientos promedio, etc. Lo social constituido a partir de fundamentos simbólicos y entendido en el contexto de lo ético-normativo como asunto de compromiso, pacto o contrato social, da paso a un fenómeno que se constituye como efecto residual del rendimiento de aparatos y dispositivos comunicacionales mass-mediáticos. Meros efectos de superficie de estructuras que lo subsumen en la ciénaga de redes mass-mediáticas de información y cuyo efecto final es la pulverización tanto de lo social como de la subjetividad. Todo el tejido de la sociedad actual tiende entonces a asumir el carácter de un colectivo muy primariamente orientado desde el punto de vista de su constitución socio-cognoscitiva pero también en cuanto a su configuración afectivo-emocional. La manera de entablar el intercambio con la realidad y por lo tanto la manera general de conocer y pensar, se resuelve en términos de «sistemas de señales de primer orden» en el sentido en el cual la reflexología ha entendió el problema; sistema de señales y de indicios que suponen la exclusión del lenguaje o señales de segundo orden. En el plano afectivo-emocional, la configuración socio-cognoscitiva tipo estimulo-respuesta automática (en sentido pavloviano), se corresponde con un prototipo racional, un tipo ideal que fundamenta una forklusión (ocultamiento) y posterior instrumentalización, de los sentimientos y emociones. Del Inconsciente estructurado como lenguaje, al decir de Lacan. Del sentimiento trágico de la vida, habitada desde hace algún tiempo por grandes r4latos y pasiones, hemos pasado a una situación de neutralismo afectivo-valorativo por efectos de un proceso de negación del «Pathos» moderno heredado de los griegos. Simplemente las pasiones se vuelven inútiles y hasta se constituyen en obstáculos para el logro de objetivos en situaciones en las cuales lo que procede es la elección racional de medios que deben adecuarse al logro de fines también racionales. 44
Por otra parte tenemos, integrando la constelación de fenómenos señalados, un proceso de primarización del universo afectivo vinculado a otro proceso como es el de la colectivización de una subjetividad instrumentalizada de carácter regresivo y egocéntrica que es lo propio de las sociedades de masas siempre con «la boca abierta y salivando» Se trata del recurso al expediente de la regresión primitiva y egocéntrica; narcicística y ligada a los procesos primarios del yo, como respuesta a la evaporación del sentido trágico y la actitud heroica ante la vida. Podemos hablar aquí de un desplazamiento que toma el camino de regreso al mundo de lo meramente pulsional y finalmente gobernado por el principio de la razón instrumental. En este sentido, no tendremos entonces una tensión entre la pulsión y la razón puesto que a la racionalidad mass-mediática le es funcional el arquetipo de un sujeto del deseo oral muy primitivo y elemental que configura un universo de tele-espectadores y compradores- consumidores por impulso. Un sujeto sin identidad, sin memoria, sin referencias a memorias colectivas, sin capacidad de elaboración de los procesos afectivos y totalmente pulsional y lobotomizado (ablación del cerebro). Se trata de un colectivo inorgánicamente constituido a partir de un sistema de señales cuya estrategia está orientada a la erradicación del lenguaje como sistema de comunicación y por tanto de fundamentación de los procesos de inter-subjetividad. En su lugar lo que se generan son «redes de contactos» a partir de una estructura que funciona al estilo de modelos automáticos de información con entradas y salidas pero sin caja negra.
Implantación de un patrón de individualismo posesivo como subjetividad funcional al capitalismo global.
Los procesos de modernización en Venezuela, como en muchas partes del mundo, han traído consigo cambios devastadores desde el punto de vista político, económico, cultural y sobre todo en las estructuras de los sistemas de interacción social. En este cam-
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po encontramos que se ha venido reduciendo dramáticamente el espesor de lo que siempre constituyó la trama de la vida social. Así tenemos que reguladores normativos, valorativos, rituales de la interacción, pautas interactivas, etc., y toda clase de mediaciones sociales son barridas por las fuerzas de la Neo-modernización global. Estos cambios en las estructuras sociales y culturales obedecen a un patrón de individualización excesiva de la conciencia y del yo que son asumidos como el único modo de lograr la adaptación a un medio social caracterizado por el carácter de «orden caníbal» o de la ideología del «sálvese el que pueda». Sin duda que los cambios que se producen en el sistema social terminan penetrando los estratos más profundos de la subjetividad hasta llegar al nivel del Inconsciente no sólo individual sino también societario. Las mediaciones institucionales (familia, partidos políticos, asociaciones, etc.), las mediaciones simbólicas (simbolismos mágico-religiosos, sociológicos, familiares, etc.) y los reguladores normativos (normas, pautas de conducta, costumbres, etc.) que conformaban la infraestructura social de la sociedad, comenzaron a evaporarse como «pompas de jabón» al contacto con el torrente arrollador de procesos de urbanización compulsiva y masificación violenta de las relaciones sociales. En su lugar emerge una manera de ver al mundo de tipo materialista- pragmático-utilitarista, propia del individualismo posesivo. Las mediaciones institucionales que desaparecen, le ceden el paso al intercambio organizado propio del mercado, a los grupos de interés y de poder y entonces aparece en los escenarios sociales, el fenómeno de las bandas delictivas y la tribalización como expresión patológica de estos cambios. Este fenómeno adquiere el carácter de estructura universal que se reproduce a nivel de todas las instancias: en lo político, en el terreno sindical, mediático, pero sobre todo en el campo de lo social y fundamentalmente, en el mundo del delito. El modelo de subjetividad que está a la base de este proceso, es el de un narcisismo primario cosificante que induce a la instaura-
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ción de un estado que pudiéramos denominar como de «primarización de la conciencia». Este estado de conciencia como un modo «normal» de configuración de la subjetividad podría en estos momentos estar conduciendo a procesos de «individualización desintegradora» que amenazarían seriamente el orden de lo social construído a partir de las bases elementales de la relaciones del Sí mismo con el Otro, en términos de relaciones de convivencia. De esta manera, el Otro, tanto como el Yo, dejan de tener una configuración humano-social-real, para pasar a ser abstracciónes generalizadas, bien como el Otro inmediato o como el Otro del poder y el significante o como el Yo cosificado y convertido en mera abstracción para el Sí mismo. La metáfora predominante aquí es la de una visión en espejo permanente del Sí mismo y por lo tanto la vivencia de lo social como un monólogo eterno que ha prescindido del diálogo por innecesario e imposible.
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CAPÍTULO 3 La globalizacion: el gran proceso civilizatorio de transformación violenta de las sociedades contemporaneas
Globalización y Modernidad
La modernidad había supuesto espacios políticos y sociales estables que se fundamentaban en categorías como: razón, soberanía popular, estado nacional-republicano, soberanía nacional, voluntad general, progreso, contrato social, etc. El proceso de Des-modernización (Touraine, 1996) vivido primero por los países del centro capitalista y luego por los de la periferia, ha significado la desintegración de esos espacios políticos y sociales estables, y por tanto la evaporación de esas categorías, por efectos de la penetración al interior de éstos, de redes de diversa naturaleza: financieras, informacionales, mediáticas, comunicacionales, informáticas, etc., que han inducido situaciones de separación entre el mercado y la cultura, la razón instrumental (ciencia/técnica) y los procesos simbólicos y el intercambio financiero y las identidades (colectivas e individuales) por la otra parte. Esto que ha implicado la separación entre cultura y sociedad en un primer término y luego entre la sociedad y la racionalidad instrumental en un segundo plano, ha terminado produciendo un fenómeno de de-socialización. Lo que ocurre, simplemente es que la racionalidad instrumental se autonomiza y declara su independencia de toda la organización social y partir de ese momento, como si fuera un «Frankestein social» coloniza y hegemoniza todo el universo de lo humano-social. No fue así siempre en la Modernidad, pues los procesos de producción aparecían vinculados a estructuras de organización 49
social y cultural, a sistemas de relaciones sociales. En este sentido podíamos hablar con propiedad de relaciones sociales de producción, división social del trabajo, explotación, alienación, solidaridad orgánica, etc. Hoy, el proceso de producción asume el carácter de un dispositivo técnico que se presenta como autonomizado de cualquier imaginario social que suponga al hombre como actor central en el drama de la vida; bien como explotador o explotado, esclavizador o esclavizado. En este sentido, el hombre no se aliena al proceso de producción, simplemente se integra sinérgicamente y mecánicamente a un proceso que adquiere él mismo, un carácter maquinal autonómico. Este proceso de des-modernización significa el paso violento desde los espacios públicos definidos por la organización política (la Polis) a espacios sociales que adquieren sentido por el carácter de territorialización que asumen. La Modernidad como episteme fundamental de la civilización occidental, estaba centrado en categorías cardinales como: progreso, historia, razón, sujeto. La historia estaba trazada como «marcha lineal hacia el progreso» de acuerdo a la ontología hegeliana que suponía una temporalización excesiva de los procesos sociales. Todo estaba determinado por la búsqueda en el tiempo de la «tierra prometida» del provenir radiante que significaba el advenimiento del «reino de la libertad y la felicidad». De pronto todo este imaginario comenzó a cuartearse y finalmente se derrumbó dejando en su lugar procesos de fragmentación social que se expresan en el surgimiento de microespacios societales que no están definidos por la categoría social tiempo. Ahora es el espacio y no el tiempo lo que define los modos de producción de subjetividad, intersubjetividades y solidaridades que más que orgánicas vuelven a ser mecánicas. En vez de orientar la acción hacia un fin determinado históricamente en busca de la realización de la Utopía concreta de lo que se trata es del logro de intereses propios de la racionalidad instrumental en un espacio determinado.
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Procesos globales, mundos de vida y subjetividad Ciencia-técnica, mercado, proceso de producción, son categorías que aparecen hoy como des-vinculadas a las redes de organización social o identidades culturales específicas. Simplemente son estructuras autónomas que tienden a la auto-reproducción a partir de la implantación de un nuevo tipo de racionalidad y de subjetividad en sintonía con estos procesos. El universo objetivado de símbolos de las redes globales (proceso de globalización sociocultural), deshacen las memorias e identidades colectivas y los mundos de vida locales y regionales. Pulverizan la subjetividad individual y colectiva generando un proceso de fragmentación de la experiencia de la vida cotidiana, tanto del sí mismo como del Otro y del mundo. ¿Cómo se realiza la experiencia del Sí, hoy día?, desde qué lugar o lugares, el yo toma conciencia de Sí?. La experiencia del Sí, hoy en día, se realiza en el terreno abonado de situaciones de información masiva, de imperativos sistémicos de mercado y de redes tecnológicas, completamente des-contextuados de los ámbitos de interacción social. Lo que signó la puesta en escena de la realización de la experiencia de Sí en los predios de la sociedad premoderna y moderna, fue su ubicación en el contexto de un sistema y de redes de interacciones sociales. Esto suponía la existencia previa de un sistema de referencia cultural, plexos de interacción social (normas, pautas de acción interactivas, instituciones, etc) y un modo específico de estructurar la subjetividad en relaciones de correspondencia con las estructuras sociales y culturales; vale decir, correspondencia entre el sistema y el actor. El cemento que vinculaba a estas estructuras entre sí era un relato que justificaba y legitimaba al sistema como totalidad social. Un relato estructural (una visión del mundo), una gramática discursiva, un sistema de totalización de sentido (modo de producción y reconocimiento de sentido) estaban a la base de la subjetividad, la sociedad y la cultura, en tanto sustrato a partir del cual se realizaba la experiencia de Sí. 51
El proceso de globalización ha significado la pulverización de las estructuras de cualquier relato que constituía la referencia contextual por excelencia al hecho de la puesta en contacto del individuo con el Sí mismo como acto fundante de la subjetividad y del Sí mismo con el Otro, como fundante de la socialidad. Principium Individuationes. Un mar de corrientes aluvionales de signos y símbolos objetivados, señales e información presentes en la cultura de masas, desligados de cualquier sustrato en forma de un contexto narrativo, constituyen el horizonte que el individuo tiene hoy en la vida cotidiana, para dar cuenta de Sí, de los otros y del mundo en general. Redes de telecomunicaciones (TV, cable, Internet, World Wide Web), de mercado y procesos técnicos en general, generan modos de producción en serie de subjetividades (clonación social) para su adecuación eficaz al mercado de objetos, signos, símbolos e informaciones. El capitalismo mundial integrado (globalización) se auto-reproduce, más que por la elaboración de bienes materiales, por la producción de códigos, signos y símbolos (subjetividad) como muy bien lo ha afirmado Guattari(1991). En las relaciones entre el sistema y los mundos de vida, las estructuras de integración social (instituciones, lengua, educación, cultura) dejan de ser un objetivo fundamental y la subjetividad termina subordinándose a los imperativos sistémicos; es decir, a la reproducción hasta el infinito del sistema dominado por la racionalidad instrumental. La adaptación al ambiente constituye el principio general que rige la subjetividad individual y colectiva y no el mundo de la racionalidad comunicativa o mundo del lenguaje. Se trata de solidaridades mecánicas más que orgánicas porque el significado de «contrato social» que adquirió la vida social en la modernidad ya no tiene ningún sentido por su evidente inutilidad para la reproducción del sistema.
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CAPÍTULO 4 Tribus urbanas y construcción social de la territorialidad
El surgimiento de grupos que se constituyen en torno a un territorio y definen su razón de ser por motivos estéticos, posesión de objetos o referencias a imaginarios ideológicos radicales (nazismo, izquierdismo, etc.) como búsqueda de identidad difusa, no es un fenómeno nuevo. Ya desde los años 20, en Los Estados Unidos, en plena postguerra y con la llegada de los inmigrantes europeos, se empieza a hablar de las pandillas que se forman en la periferia urbana de las grandes ciudades. Posteriormente en los años sesenta, fundamentalmente en Europa y los Estados Unidos vuelven a surgir las pandillas juveniles, dentro del contexto de la Contracultura y los movimientos sociales contestatarios. Luego en los años ochenta aparece una variada gama de grupos que se sitúan en el espectro ideológico de la ultraderecha racista y la ultraizquierda: grupos neo-nazis, skin heads, punks, etc. En Venezuela, para los años sesenta y bajo el influjo de la contracultura, los medios de comunicación y el movimiento protestatario, surgen las pandillas juveniles, como un fenómeno esencialmente urbano. Estos son grupos violentos juveniles que se constituyen para combatir con otros grupos, sin armas de fuego y sin propósitos expresamente delictivos. Eran los «patoteros» que protagonizaban enfrentamientos callejeros para demostrar supremacía en un territorio determinado pero que no llegaban a la muerte violenta.
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En América Latina, a partir de los años ochenta y fundamentalmente en Centro América, surgen las pandillas violentas de carácter delictivas, denominadas «Maras». Al terminar la guerra, muchos de los jóvenes que regresan de los Estados Unidos, conforman este tipo de pandillas que controlan territorios para el tráfico de drogas y la consumación de delitos de alto nivel de violencia. En Venezuela, el fenómeno de las pandillas delictivas o bandas, como un fenómeno de importancia sociológica, aparece a mediados de los 90. Pero el contexto sociocultural y sociopolítico, no es ya el de los movimientos contraculturales y protestatarios de los años 60 que desafiaban abiertamente el sistema capitalista, la ideología de la dominación burguesa con sus valores fundamentados en el trabajo asalariado, la producción, la familia burguesa y el éxito material como pivote del modelo de auto-realización y realización social. Ahora estamos hablando de un contexto de implantación definitiva del sistema capitalista global o capitalismo mundial integrado, en donde el mercado es la matriz societaria civilizatoria de la producción no solo de productos materiales sino, y ante todo, de sentido; por lo tanto los valores asociados a esta estructura son hegemónicos y las nuevas bandas participan ahora de este sistema de valores. Posesión material de objetos-valores-signo y consumo compulsivo, como única vía para construir identidad significativa y reconocimiento social; con goce y poder asociado a estos valores. Desde el punto de vista sociopolítico, encontramos el desencanto por el sistema democrático- representativo y sus mediaciones sociales, como palancas para acceder a la participación en los bienes materiales, sociales y culturales anunciados por éste. Esto significaba el cierre de las posibilidades de realización social de acuerdo al modelo establecido por la democracia liberal. Por otra parte, tenemos en Venezuela a partir del último tercio del siglo XX, la instalación de un proceso salvaje de anomia que pulveriza no solo las mediaciones normativas y valorativas tradicionales, sino también instituciones-matrices en cualquier sociedad moderna como es la familia.
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En atención a la insurgencia de la violencia interpersonal como el principal problema de salud pública en Venezuela, el cual vinculamos en términos de «cadenas epidemiológicas» con el proceso de descomposición social salvaje que hemos denominado como de pulverización social, nos propusimos indagar por el fenómeno de las bandas delictivas. Utilizando la metodología de las historias de vida y subjetividad, grupos focales, grupos de discusión, entrevistas de profundidad, abordamos a un grupo de sujetos que cumplen condena por homicidio y que habían pertenecido (o pertenecen) a bandas que operan en la región Guayana. En esa investigación encontramos algunos elementos que nos permiten acceder de manera preliminar, a una fenomenología de las bandas delictivas que se ubican en los barrios urbanos de bajo nivel socioeconómico de las principales ciudades de esta región.
Tribus urbanas contemporáneas
El fenómeno del resurgimiento de las tribus en la actualidad es el resultado más visible del proceso de de-socialización y deculturación que afecta al hombre contemporáneo. Carentes de ideología o simplemente recuperando ideologías muy primitivas, con ausencia de propuestas de mediaciones simbólicas y en su lugar un carácter estratégico total (búsqueda del poder en forma irrestricta), fundamentadas en solidaridades mecánicas o simplemente estratégicas; las tribus representan la disolución de un cosmos (espacio político) y el consiguiente advenimiento de un caos que supone la abolición de todo lo que le sirve de fundamento a lo social en strictu sensu. Lenguaje, discurso, normas, mediaciones simbólicas, etc., constituyen el sustratum del orden pactado que define a lo social en el sentido en que lo hemos venido planteando. Luego la cultura como meta-código referencial supone acuerdos intersubjetivamente mediados por el orden del lenguaje, necesariamente. Supone un proceso de meta-comunicación que se fundamente en una apelación a lo trascendental valorativo-normativo.
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La socialidad fundamentada en la lógica de la red meramente táctil-sensorial y afectiva como lo plantea Maffesoli(1996), pudiera desconocer el carácter vinculante de los factores anteriormente señalados en la producción de lo social. Este ámbito es siempre, a priori, un espacio constituido por el orden de la «comunidad de habla» El carácter de espontaneidad, inmediatismo o simplemente «estar juntos» que según el autor citado asume lo social, una vez que se ha independizado del espacio de la política como centralidad, encarna una situación de desconocimiento del carácter de «sujeto de habla» que el hombre comporta en tanto Ser constituído por mediaciones simbólicas y linguísticas. Maras, grupos de consumidores de drogas, bandas delictivas, entre otros, son parte de esa nueva ecología grupal que constituyen los nuevos grupos primarios de pertenencia de gran parte de la juventud urbana hoy. En atención a este particular modo de problematización de la cosa, pudiéramos decir entonces, que en el momento actual, la tribu es una metáfora de un gesto que niega la palabra y se proclama libre de cualquier contexto; por lo tanto la negación de lo social como acto de habla que se inscribe en escenarios socio-históricos que proveen de sentido. Negación del sujeto y de la razón, pero también de lo social como la causa y el efecto al mismo tiempo, de los procesos representacionales y de mediaciones simbólicas en general (es decir de lenguaje); las tribus encarnan una aproximación vitalista-pulsional de la realidad social que desconoce sistemáticamente el carácter filogenético y sociológico del hombre en tanto «ser hermenéutico» por excelencia; es decir, interpretativo de Si y de su mundo. Se trata de un proceso de digitalización de la conciencia que niega al pensamiento como proceso relacional, es decir, como espacio de intercambio simbólico y convierte a lo social en meros procesos energéticos equiparables a una físico-química social. Este proceso de primarización de la conciencia que le sirve de condiciones de producción al surgimiento del fenómeno de las tribus como discurso, se profundiza hoy aún más con la aparición
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de un proceso de «hordificación» de lo social (conversión en hordas o grupos muy primitivos y violentos). Podemos hablar de tribus que adquieren un carácter claramente destructivo cuyo objetivo central es el asalto y la destrucción; la violencia sin restricciones. Así vemos como el carácter vandálico y destructivo está claramente presente en situaciones grupales como son los casos de: los «hooligans», «los skinheads», «los encapuchados» en ámbito estudiantil, las bandas delictivas que se definen en función a la pertenencia a un territorio y que se movilizan de acuerdo a un patrón de violencia. Otra variante del proceso que hemos denominado como primarización de la conciencia, es el fenómeno de la proliferación de masas particulares. Cada ámbito de la vida cotidiana se convierte e una ocasión para el surgimiento de masas, que como es lógico en éstas, se disuelven en cuanto pasa el especifico momento. De este modo tenemos una multiplicidad de masas de acuerdo a las situaciones más específicas y singulares que se puedan presentar: manifestaciones públicas, masas políticas, masas turísticas, masas deportivas, masas religiosas, masas orgiásticas, etc. Por otra parte, diversas situaciones de la vida cotidiana han generado una socialidad que le es inherente al proceso particular y que probablemente no se registren (por lo menos de la misma manera) en otras sociedades u otros momentos históricos. Manifestaciones funerarias, de duelo, etc. Así tenemos cierta red de solidaridades mecánicas, contacto directo, proximidad, etc., asociados a la muerte de personas que por diferentes motivos tienen o adquieren un papel relevante para el grupo específico que desarrolla esta ritualidad pagana. En la emergencia de estos fenómenos creemos que está presente una metáfora de recuperación del sentido trascendental de la muerte convertida hoy por el designio de la racionalidad del trabajo y la lógica del mercado, en un hecho banal y que no transciende el carácter meramente mercantil y de disfuncionalidad social. Todo el imaginario tradicionalmente asociado con la muerte es trocado en una dramatización en términos paroxísticos de la emocionalidad que este hecho genera. 57
Rituales de solidaridad, paroxismo del contacto táctil-sensorial, dramatización del sentimiento trágico que desencadena lo irremediable del final absoluto; todo esto constituye la parafernalia de un teatro dramático que una vez representado, desaparece de la misma manera como aparece.
Fenomenología de las bandas delictivas:
En primer lugar, es el territorio, la categoría central o pivote de las bandas delictivas porque es el espacio vital definido por el grupo frente a otros grupos o bandas y su violación significa la muerte del o los transgresores. Por otra parte, el territorio es el lugar social desde donde se define la identidad colectiva e individual de sus integrantes. Sociológicamente, el espacio territorial definido por la banda contiene una subcultura que implica: normas, valores, imaginarios, membresía y pertenencia. La violación de los códigos de valores y normas, por parte de los miembros del grupo, significa inevitablemente la muerte también. Estas tribus contemporáneas, constituyen microcosmos sociales que reproducen la misma racionalidad cultural dominante de la sociedad en general en cuanto a su organización social interna. Así encontramos que estos grupos funcionan de acuerdo a los criterios que rigen no sólo los grupos de pertenencia sino también los grupos de referencia como las clases sociales o las organizaciones formales: inclusión/exclusión, provisión de status-prestigio-reconocimiento social y por tanto de dispositivos de autorrealización, búsqueda de poder, asignación de roles, jerarquización interna y rituales de iniciación. En este sentido decimos que las bandas delictivas territoriales, no pueden ser reducidas a meros hechos de la desviación social, sino que constituyen sistemas de cultura-sociedad paralelas a las estructuras formales y por lo tanto, opciones reales en la búsqueda de modelos de autorrealización en sociedades caracterizadas por la exclusión social y la quiebra de los mecanismos de participación social.
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CAPÍTULO 5 Venezuela en el torbellino del malestar de la civilización global
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Década de los ochenta: primera gran crisis del sistema democrático-representativo e implantación del modelo neoliberal
Ya desde los años ochenta, era evidente la crisis sistémica del modelo democrático-representativo bipartidista en el país. Pero también eran evidentes las tendencias hacia la implantación de un estilo de vida y una cultura, que por más que nos parezca chocante ha terminado adoptando la ciudadanía en la vasta geografía de las formas de vida de la sociedad venezolana. En este sentido es la violencia social y el malestar colectivo, el síntoma que anuncia un proceso de implosión no sólo del modelo sociopolítico, sino también del modelo de convivencia social en la vida cotidiana. Los ideales de realización social a través de la participación de los sectores populares en la oferta de bienes materiales, culturales y sociales en general que el sistema sociopolítico proponía, generó expectativas muy fuertes en el mismo sentido. Sin embargo a medida que el estado de compromiso nacional-popular, o estado paternalista-clientelar, en América Latina y Venezuela, se mostraba incapaz de resolver los problemas crónicoestructurales de equidad y justicia social, la pobreza y marginalidad se arremolinaba en las grandes urbes, el campo se desestructuraba y con esto, el concepto tradicional de comunidad. Luego, las grandes ciudades se van convirtiendo progresivamente en el zoológico que iban a llegar a ser y el fenómeno de la 59
violencia social se instalaba cómodamente en nuestra sociedad como un inquilino del proceso de urbanización compulsiva, caótica y violenta, en una sociedad que todavía hasta la década de los años 50, era predominantemente rural, del tipo Comunidad, en el sentido en que el sociólogo Tönnies(1999) lo enuncia. En este caso, no se trata de una violencia racial, étnica, religiosa, política- las cuales pueden estar presente- sino de una violencia que no reconoce diferencias, porque no es una violencia ideológica. Es una violencia masiva, no de clase social, aunque haya mucho de resentimiento social, más bien anónima, impersonal e indiscriminada. Pobreza, exclusión social, desintegración de la sociedad y sus instituciones fundamentales, la comunidad y la familia (y sobre todo la familia), predominio de mensajes que constituyen un llamado latente(y no pocas veces abierto) a la violencia en los medios de comunicación, así como la promoción y venta de un estilo de vida fundamentado en los valores del mercado y la crisis del modelo sociopolítico; son las condiciones socio-estructurales dentro de las cuales florece el fenómeno de la violencia delictiva e interpersonal, en nuestra sociedad contemporánea. Desde el punto de vista socio-ético y de la moral colectiva asistimos en esta época a una mutación del sistema de jerarquización de valores puesto que un Standard de valores con foco sociocéntrico, socialmente integrador, le cede al paso a un sistema de jerarquización de valores con foco ego-céntrico y que no está orientado a la integración social. La atmósfera espiritual que genera la instalación del denominado «Capitalismo de consumo», configura una manera de ver el mundo que no coloca a la persona en el centro sino en lugares secundarios. La honestidad, el parentesco y la familia, la pertenencia a una comunidad y una familia, pasan a ser valores de carácter desechable.
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El mercado como fundamento ético del estilo de vida predominante
El neoliberalismo es la ideología que convierte al mercado en la única referencia reguladora de la sociedad y por lo tanto colocada por encima del estado y de la sociedad misma. No importa las necesidades de la gente, lo único que importa es oferta y demanda, es decir mercado. Es el individualismo el modelo de comportamiento que esta ideología propone como ética fundamental porque es el individuo y su capacidad de obtener beneficios materiales, la instancia a partir del cual la sociedad genera progreso y desarrollo como lo decía Adam Smith En este sentido, la competencia es el medio que el individuo tiene para lograr estos objetivos. Aunque en esa competencia los hombres se enfrenten entre sí, sin embargo, eso es bueno, de acuerdo a la doctrina neoliberal, en función del logro del beneficio individual y la ganancia. En este esquema, los valores tradicionales que constituyeron el nivel éticamente más elevado de la humanidad como son: la solidaridad, la cooperación, la afectividad y la compasión, son reemplazados por un «orden caníbal» en donde «el hombre es lobo del hombre» como muy bien lo había dicho Hobbes(1978). La pobreza y la enfermedad aparecen aquí como el producto del fracaso individual y la solución es el incremento de la productividad y la competencia. Más mercado y más competencia van a realizar el milagro de acabar con la pobreza y la miseria. El neoliberalismo se presenta de este modo como una suerte de «darwinismo social» en el cual superviven los más aptos. Los enfermos, pobres y miserables, son unos fracasados y débiles que no merecen existir porque no son aptos para seguir viviendo en una sociedad orientada por el éxito de los más fuertes. Esto constituye la esencia de la doctrina del Neo-darwinismo social o lucha por la supervivencia y a su vez, supervivencia del más apto. La Etica protestante es la ideología metafísica que legitima este tipo de visión del mundo.
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Los derechos ecónomicos y sociales, como derechos humanos, no tienen sentido en un régimen social dominado por estos principios, de ahí que en Europa comience toda una discusión a partir de los años 90 orientada a la eliminación del denominado «Estado de bienestar» o «Welfare state», que fue la propuesta del modelo de seguridad social que los estados del sistema capitalista central habían adoptado después del triunfo del, totalitarismo nazi-fascista, del fascismo y del socialismo como resultado de las dos guerras mundiales. La seguridad social que había sido la mayor conquista de los sectores laborales en estos países comienza a verse en peligro a partir del advenimiento de una época caracterizada por el fundamentalismo de mercado. En América latina, donde nunca existió un estado de bienestar sino estados populistas-paternalista-clientelares, el neoliberalismo adopta la forma de una política de «ajustes estructurales» de la economía y la sociedad, lo cual implica como principio fundamental, apertura irrestricta de los mercados al capital transnacional. El síndrome de la concentración de la riqueza, distribución regresiva del ingreso y desigualdad social estructural, pobreza estructural ya crónicos en nuestras sociedades periféricas, empieza a profundizarse. La reducción del gasto público que afecta fundamentalmente el gasto social (salud, educación y programas sociales), la flexibilización del mercado laboral y la superexplotación del trabajador con la consiguiente aparición del fenómeno de la precarización del trabajo a partir de la entronización del régimen de mercado en las relaciones obrero-patronales, acentúa las inequidades sociales, la exclusión social, la postergación social y por tanto la pobreza.
La violencia social: metástasis del cáncer de la pulverización de lo social
La violencia social hoy en Venezuela y en buena parte del mundo occidental, constituye el aspecto que tiene la mayor resonancia como problema de salud pública no solo por las consecuencias en
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términos físicos y morales, sino también porque sus víctimas se registran en todos los estratos sociales y refleja la extrema vulnerabilidad social de la población. Jamás la sociedad venezolana se había enfrentado con un problema de las magnitudes que éste asume actualmente. En este sentido podemos hablar, no sólo para Venezuela sino también para el mundo en general, de una epidemia. Y este es el verdadero concepto de epidemia porque envuelve un carácter de difusión generalizada, de magnitud y trascendencia que lo proyectan en este sentido. Un problema endémico estructural que se ha propagado por el mundo adquiriendo el carácter de pandemia Hoy en Venezuela la violencia tiene un estatuto social, más que político, a pesar de que este fue desde siempre su carácter fundamental. Pobreza, exclusión social, disolución de los tejidos sociales que constituían la comunidad sin la compensación del surgimiento de estructuras del tipo sociedad medianamente integradas, desestructuración de las diversas formas familiares (incluída la familia popular venezolana), sustitución del paradigma de la comunicación interpersonal tipo cara-a-cara por el formato de la comunicación anónima e impersonal de los medios masivos; constituyen las cadenas epidemiológicas básicas que nos pueden conducir a comprender los contextos dentro de las cuales se produce y reproduce el fenómeno de la violencia social.. Por otra parte, la utilización del concepto de Estilo de vida o Modo de vida, como categorías de análisis, constituye una estrategia conceptual que nos podría aproximar de manera más cercana al fenómeno en estudio. Cuando observamos que el estilo y modo de vida predominantes en las últimas décadas en el país, ha estado fundamentado en el mercado entendido en su contexto neo-liberal, podríamos medir el impacto que a niveles de las estructuras socioculturales y socio-subjetivas, ha tenido este hecho.. Sobre todo el efecto de desplazamiento que esta racionalidad en su lógica de racionalidad instrumental, ha ejercido sobre los modos de producción de representaciones sociales, y por tanto de
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producción y reconocimiento de sentido, en el venezolano tradicional. De este modo, la violencia social, está asumiendo ya la connotación de un problema endémico-estructural porque su presentación anuncia de hecho un enraizamiento en la racionalidad del funcionamiento de la sociedad venezolana, una enfermedad crónica más que aguda. Su carácter generalizado y siempre presente, puede inducir a su percepción como un fenómeno natural y por lo tanto imposible de erradicar sin medidas extremas que signifiquen dosis mayores de violencia; vale decir, combatir la enfermedad con la misma lógica de ella. Esto envuelve amenazas reales y probables a valores que aunque no del todo reales en nuestras sociedades latinoamericanas, al menos constituían un patrón cultural de referencia para la vida civilizada contemporánea, como son los derechos humanos, la democracia, las estructuras legales, etc.
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Parte II
FUNDAMENTOS EPISTEMOLÓGICOS
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CAPÍTULO 6 Algunas precisiones de orden epistemológicas
Subjetividad en la ciencia: crítica a la violencia de la razón Neo-positivista
La ciencia como cuerpo de conocimientos sistemáticos que da cuenta de problemas que pueden ser resueltos por el ejercicio de la razón, no puede prescindir (y de hecho no lo hace, aunque diga que si) de procesos subjetivos que no necesariamente plantearían contradicciones irreconciliables con la razón formal. Me refiero a la intuición, las pasiones, la ética, lo vivido: el sujeto en cuanto tal. Es decir, que ya tenemos al «demonio mismo» dentro de la casa, porque lo que descubre la Epistemología del siglo XX y que las diversas tradiciones culturales epistemológicas no lo habían considerado, son los conceptos de complejidad, incertidumbre, caos y entropía, así como de la intervención de la subjetividad, vale decir, representaciones, imaginarios, afectividad, en el proceso mismo de diseño del aparato epistemológico y teórico-metodológico y de la producción del conocimiento fáctico, en cuanto tal (Martínez, 2005). Estos mecanismos que actúan desde el interior de la naturaleza misma de la investigación científica como praxis (no desde el exterior), hacen girar el «eje de gravitación» de la ciencia, planteando la posibilidad de colocar la subjetividad, no en la periferia del sistema científico por su carácter de perversión, sino en el mero centro del proceso de producción de conocimientos científicos (1). Tradicionalmente la ciencia cartesiana-newtoniana adoptó esta posición aséptica, que anunciaba el surgimiento no sólo de un modelo inmaculado de hacer ciencia-la ciencia normal- sino tam67
bién de una «sociedad éticamente aséptica» que condujo a modelos totalitarios que anunciaban ya desde el nazi-fascismo y los totalitarismos, la muerte definitiva de lo que fue definido como la «metafísica del sujeto». Afortunadamente, estamos hoy en condiciones de abandonar esta posición epistemológica por el carácter anti-histórico e ideológico- neurótico que ha comportado. Y sin embargo, en descargo de la ciencia realmente comprometida con la vida y el hombre, podemos decir que esta posición epistemológica y esta manera de hacer ciencia, no ha sido más que una vía en el amplio camino de la producción de conocimientos. Esto es lo que la postmodernidad ha puesto de relieve, ayudada en este ejercicio por los desarrollos recientes de una de las ciencias denominadas duras, como es por ejemplo la física cuántica. Pero también desde la sociología tenemos una mirada transida de la tragedia que significó la expulsión del sujeto en toda la tradición positivista y neo-positivista. Es en este sentido que Sánchez afirma que «la visión positivista de la ciencia pura objetiva y exacta ya había sido superada a lo largo del presente siglo (siglo XX) por las ciencias físicas, expresadas en la teoría de la relatividad y la mecánica cuántica, que significaron el fin de la mecánica newtoniana» (Sánchez, 2000). Así encontramos en la historia de la Sociología como ciencia, múltiples referencias a esta tensión esencial, desde la Sociología del conocimiento con Mannheim, el individualismo metodológico en Weber (Weber citado por Zeitlin, 1982), la fenomenología, el interaccionismo simbólico y más recientemente, el paradigma de la complejidad en Morin(1996).
El sujeto cognoscente de la Modernidad: la razón como imaginario patológico
La Modernidad ha significado desde el punto de vista de su condición como Episteme, la posibilidad de vincular al pensamiento con el concepto de totalidad como principio de unificación universal.
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Es a partir de la consideración de esta posibilidad de conocer la totalidad de lo real, que adquiere sentido la noción de un «sujeto trascendental»; vale decir, una voluntad que es capaz de reflexionar sobre sí misma y lo que lo rodea, estableciendo las condiciones dentro de las cuales se reconoce élla como tal y reconoce a la totalidad de lo dado, de una manera soberana (Morin, 2000). La noción de sentido trascendental supone la puesta en circulación de un imaginario del yo autónomo y soberano, de un sentido que de suyo no está sometido a ningún tipo de restricciones derivadas del contexto; es decir, sin mediaciones que condicionen la producción misma del discurso; por lo tanto de un sentido absoluto establecido a partir de la capacidad crítica de esa voluntad de conocer auto-céntrica y narcicísticamente planteada Se trata de un «sujeto absoluto del saber», soberano y autónomo, que no se reconoce en el contexto de relaciones de fuerza, efectos de poder, campos de tensión y de lucha, de desgarramientos y fracturas que constituyen la ecología de la vida real; sino en la razón monolítica y monológica que es capaz de hacer la investidura del sentido que está a la base de ese sujeto trascendental. Esa arrogancia de razón moderna–la Hibris en los griegos– se fundamenta en una racionalidad objetivante, matriz a su vez de una racionalidad instrumental, cuyo origen no sólo es atribuible a una perversión de la razón, sino a la lógica de la ansiedad cartesiana que la empuja. El Sujeto vacío, como efecto residual de su conversión en simple «res cogitans», separado de la realidad o «res extensa», evoluciona hacia su condición de sujeto definido como pleno en la capacidad autónoma de la razón para producir sentido y legitimarlo, a partir de la producción del conocimiento científico. La razón moderna constituye en si misma en cuanto a su lógica, una razón esquizo, un discurso de doble vínculo, puesto que por una parte postula a un sujeto que se fundamenta en un ego cartesiano y por otra en un sujeto que por si mismo fundamenta juicios de valor, utopías, mundos posibles y contra-utopías. A partir de esas dos líneas discursivas fundamentales, podemos inferir el desarrollo de dos tendencias estructurales inherentes
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a la racionalidad de la civilización occidental: los meta-relatos y el discurso cognitivo de la ciencia que fundamenta un «Sujeto-absoluto del saber» devenido en razón tecnocrática-instrumental. De esta manera estaríamos hablando aquí de un sujeto fracturado o de dos sujetos que coexisten en el marco de un mismo Episteme: la razón moderna, pero sin una comunicación directa y personal, a saber: un sujeto vacío instalado en la razón metódica de origen cartesiano-newtoniano y el proyecto de un sujeto pleno que lograría su realización en tanto ser para la libertad y la felicidad, a través del «porvenir radiante» que anuncia la instalación de una sociedad basada totalmente en la racionalidad científico-técnica. Un Mundo feliz de Huxley. Este doble sentido de la razón y del sujeto, es lo que está presente, por ejemplo, en el paradigma de la intersubjetividad habermasiana. Por un lado tenemos una racionalidad cognitivo-instrumental que fundamenta el principio de pretensión de validez-veracidad y por el otro lado una propuesta de recuperación de la razón como meta-relato en la racionalidad de la acción comunicativa fundamentada en una «comunidad ideal de habla» que superaría la simple razón centrada en el sujeto individual. El paradigma de acción estratégica coexistiría con y en un mismo espacio epistémico, con la acción comunicativa (Habermas, 1990). No es que esto signifique una perversión del paradigma de la razón moderna que por efectos de un «quid pro quo» deviene una razón instrumental, a partir de una razón dialógica, es que ésta (la razón instrumental) como discurso ya está contenida en el ADN de su lógica estructural. Este carácter especular y fantasmático de la identidad del sujeto de la modernidad que lo coloca en situación de «falta básica» frente a sí mismo, lo lleva a postular a la razón como instrumento idóneo para suplir esta falla a través de la definición de un sujeto cognoscente, unitario y monolítico. El miedo al «fantasma» del desarraigo, la subjetividad radical y la soledad, que genera la «muerte de Dios», conducen al suicidio de la razón moderna que constituye la «fuga hacia adelante» materializada en la emergencia de un episteme-paradigma objetivis-
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ta-cosificante de las relaciones del sujeto con la realidad natural y social y consigo mismo. No obstante ésta no es más que una «sutura imaginaria» que de ninguna manera cierra la herida y la modernidad evoluciona, entonces, hacia un positivismo craso que denuncia el predominio de la racionalidad instrumental; pero que de ninguna manera le era extraño.
Caos y subjetividad en la ciencia: crítica a la razón cartesiana-newtoniana
Las promesas civilizatorias de la modernidad están indefectiblemente ligadas al surgimiento de una ciencia robusta que como acto supremo de la más pura rebelión prometeica, conduciría a la humanidad a un estado de «felicidad para todos». Una ciencia que desde Galileo hasta Newton, pasando por Bacon y Descartes, perfecciona cada vez más el mecanismo de relojería en el cual se constituye por analogía con el ser de la naturaleza y el universo concebida en los mismos términos. Lenta y progresivamente, el Logos científico se va convirtiendo en una suerte de superestructura metafísica que se coloca por encima de todo lo terrenal y humanamente existente para devenir en una mirada que constituye objetos por todas partes, pero sistemáticamente excluye al sujeto. Desde Descartes, la razón metódica, se levanta sobre la base de la concepción de la realidad separada ontológicamente del sujeto que por este motivo se convierte en objeto, al operar al interior del diálogo con la naturaleza, una separación radical entre la «res extensa y la res pensante» (Capra, 1998). La realización de la experiencia del conocimiento científico tradicionalmente ha significado como proceso normativo–canónico que garantiza las pretensiones de validez–verdad y por lo tanto el estatuto racional del acto de conocer significa la introducción al interior del diálogo sujeto–objeto, del concepto de sujeto vacío que establece los aprioris epistemológicos de la distinción ontológico– metódica entre la naturaleza y la razón cognoscente.
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La exclusión de la auto-representación del sujeto (de la subjetividad) en el proceso de producción del conocimiento, establece los requisitos de partida para que se reproduzca la «economía política cognitiva» en condiciones de objetividad. La duda metódica vacía de todo contenido subjetivo al acto absolutamente racional del desempeño del pensamiento como un gesto enderezado a producir conocimientos. La apoteosis de la razón moderna se erige sobre la base de la negación-exclusión de lo subjetivo como defensa ante la presencia de la «falta básica» que significa la ausencia de fundamentos subjetivos del pensamiento y la conciencia racional, lo cual denuncia la castración e incompletud del ser cognoscente como condición constitutiva. Es en este escenario que tiene sentido la posibilidad siempre presente del autoengaño sistemático como rasgo típicamente humano que simboliza la situación de «no saber constitutivo»; factor permanente de la «puesta en escena del yo racional». La razón cognoscente que inaugura la modernidad, al mismo tiempo funda la constitución de un ser castrado para relacionarse con los asuntos propios del «mundo de la vida» en tanto insumo básico de la «economía política de producción de conocimientos». Si de algo ha de alejarse esta racionalidad, es del terrenal mundo de la vida cotidiana, porque éste representa la antítesis del idealmundo al cual pertenece la reflexión científica. La disociación de la experiencia subjetiva ocurre cuando el «Sujeto absoluto del saber» separa metódicamente su experiencia cognoscitiva —como el summum de su acción racional—, de su experiencia cotidiana, en tanto miembro de un sistema cultura– sociedad global y de los múltiples espacios de los mundos de la vida cotidiana que contienen la multitextualidad de los bucles que configuran la «trama social y simbólica de la vida». Esta experiencia «esquizoide» vivida como una condición propia de la razón normal, constituye el principio de razón suficiente para la generación de una atmósfera propicia al surgimiento del conocimiento científico en tanto producto genuino de un «estado del espíritu de racionalidad absoluta».
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La necesidad del «religamiento» de la escisión paradigmática entre la experiencia científico-cognoscitiva y la vida, emergerá del seno mismo de la razón moderna a propósito del pensamiento utópico que genera meta-relatos en atención a conciliar ética y estéticamente las asimetrías que se hacen nítidamente visibles apenas entramos en contacto con la realidad brutal del caótico mundo de la vida. El drama de una ciencia, que como la clásica, renuncia a entender al universo de otra manera que no sea en términos de procesos susceptibles de ser aprehendidos a través de leyes universales y absolutas, plantea el dilema de una «Razón mesiánica» que al mismo tiempo que postula un programa de salvación de la humanidad a propósito del desarrollo de las estructuras científico–técnicas, expulsa al sujeto del reino de la empresa que esta tarea significa. De acuerdo a esta racionalidad, el universo como entidad totalmente determinada, racional y objetivamente, no necesita de procesos tan azarosos e impredecibles como la subjetividad para su entendimiento racional y puesta al servicio de los fines de la humanidad; sino de un Logos racional que dé cuenta de las leyes que lo rigen. Se hace necesario entonces un Logos de la misma textura que el universo, vale decir, estructurado racionalmente de acuerdo a principios universales cuya «puesta en escena» se hace en términos de un saber absoluto acerca de un universo totalmente determinado. Esta representación del mundo supone una lógica binaria que se estructura en términos de haces de oposiciones significativas; así tenemos cadenas de significaciones que se constituyen simétricamente en torno a: determinación Vs aleatoriedad, reversibilidad Vs irreversibilidad, legalidad Vs contingencia, linealidad Vs circularidad; o bien racionalidad formal Vs subjetividad–mundo de la vida, ciencia Vs mito, etc.
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El sistema de pensamiento que funda este programa, actúa sobre la base de una separación cartesiana–sistemática entre categorías que se constituyen en los aprioris lingüísticos que fundan los mitos de la Modernidad: progreso, hegemonía de la razón, porvenir radiante, revolución,etc. En este contexto de sentido, el entendimiento de lo humano– social se producirá a partir de los arquetipos racionales que ofrece el paradigma de las ciencias de la dinámica clásica, la mecánica celeste, a propósito del Logos ideal que se propone. Todos los metarrelatos de la Modernidad están montados sobre esta simple lógica paradigmática; sobremanera las ciencias sociales y humanas nacientes, cuya factura positivista no hace más que confirmar su «partida de nacimiento». El surgimiento de los paradigmas teórico-metodológicos en las ciencias naturales y sociales, no es más que el producto natural y lógico del Episteme de la Modernidad, fundamentado primordialmente en la Razón. Tanto la Sociología de Augusto Comte, como la de Durkheim y la de Spencer, constituyen propuestas enderezadas a darle cumplimiento al mandato de fundar una física y una biología sociales que fundamentadas en los principios básicos de la ciencia de la gravitación universal, al mismo tiempo postulara un programa de salvación de la humanidad en atención al conocimiento positivo de lo social como prolongación simple de la naturaleza en el hombre (Comte, 1984; Durkheim, 1976). De lo que se trataba era de encontrar «la piedra filosofal» o principio universal que rige todas las cosas, en función de reducir la aparente diversidad de la fenomenología social, a la simplicidad de unos cuantos postulados que permitieran la enunciación de una ciencia positiva–objetiva (2). Para lograr esto, un conocimiento claro y distinto, se hacía necesario montar un dispositivo de objetivación del sujeto en dos direccionalidades básicas, a saber: el sujeto convertido en objeto para poder ser aprehendido científicamente y la objetivación del sujeto cognoscente al convertirse en un observador externo al proceso de la realidad social e histórica.
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La empresa de inaugurar un logos racional, aséptico y neutral al interior de las ciencias de lo humano–social, podía echar a andar reduciendo la complejidad a la sencillez de un puñado de leyes y reglas epistemológicas, normativamente definidas y susceptibles de ser aprehendidas a través de la aplicación del método científico. Un alfabeto común que reduce la diversidad a uniformidad y la sinuosidad compleja de los vericuetos del laberinto de lo social, a una cartilla muy cónsona con la idea de una «naturaleza–reloj» o de un «universo–máquina», como metáforas centrales en el imaginario mecanicístico-determinístico inaugurado por la ciencia de la dinámica clásica. El problema de una ciencia fundamentada en una visión clásica del mundo y del universo es que no tiene en cuenta el carácter eminentemente complejo e inestable de muchos de los sistemas que configuran esta totalidad. En este sentido tenemos una noción de lo real que se atiene a un solo tipo de sistema y no a la multiplicidad de opciones posibles (3). Este tipo de sistema son los sistemas estables y como tal forman parte de una concepción lineal del universo, el cual supone una estructura de equilibrio permanente (Prigogine, 1994). La irrupción de la termodinámica en los escenarios de la ciencia oficial permiten pensar en la posibilidad del caos, de la varianza y de la entropía al interior mismo del universo; lo cual coloca a la ciencia en la difícil posición del que teniendo todos los factores de una situación controlada se encuentra con la desagradable noticia de tener que aceptar que esto no era más que una vana ilusión, la ilusión del orden estable, total y absoluto (Prigogine, Ibidem). La insurgencia en los escenarios de la ciencia, de la teoría de la relatividad, añade a los problemas que plantea la termodinámica, la incorporación de la perspectiva del observador que no aparecía en la física clásica; la referencia al sujeto que conoce. Es este sujeto ahora el que va a decidir la manera cómo se plantea el experimento y las inferencias que pueden establecerse a partir de su ejecución.
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Esto introduce al interior de la razón cartesiana–newtoniana la idea de concepciones que al lado de las concepciones universalistas, contienen el concepto de la singularidad y la particularidad, alejándose de la visión puramente nomotética; puesto que si la definición, puesta en práctica y explicación de los resultados del experimento la hace el sujeto, en cuanto tal, entonces no hay garantías de una visión totalmente objetiva. No hay referencias externas y absolutas a la razón cognoscente, pues en última instancia todo puede ser simple despliegue de un sujeto que amenaza con colocarse en el centro de la puesta en escena del drama de la reconstrucción racional de la realidad en que se constituye la ciencia. Aunque en la física cuántica de los inicios del siglo XX es posible encontrar ya algunos visos de la complejidad y la presencia de estructuras disipativas de los sistemas (Prigogine, Ibidem.), es con la termodinámica no lineal que estas cuestiones se plantean de manera sistemática al interior de la problematización que subyace en la puesta en escena del Logos científico como discurso de verdad paradigmático en una sociedad en donde los arquetipos racionales de la modernidad constituyen las claves para ingresar al sistema. La complementariedad significa ya en la física cuántica de principios del siglo XX, la posibilidad de quebrar esa concepción del universo enunciado en términos absolutistas y universalistas, cuando propone un método que sea capaz de dar cuenta del carácter ambivalente y complementario del comportamiento de los procesos microfísicos(4). Esto plantea la necesidad de hablar en la ciencia de sistemas cuyas racionalidades ya no son lineales y universalistas, sino parciales, por lo que se justifica una estrategia plural de racionalidades y lógicas estructurales al interior no sólo de los universos macrofísicos sino también microfísicos. Ya no es posible en las ciencias de la naturaleza –mucho menos en las denominadas ciencias humanas– sostener ni siquiera la posibilidad de concebir el concepto de objeto desligado del sujeto, ni tampoco el de un observador universal que de cuenta –omo el «matemático supremo» de Einstein, del cual decía éste que no ju-
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gaba a los dados con el mundo de lo natural– del universo como totalidad absoluta y susceptible de un conocimiento en términos de verdad universal. El pluralismo teórico–metodológico postulado por Feyarabend (1989) como respuesta frontal a paradigmas universalistas como la dinámica clásica, contradicen abiertamente presupuestos lógicos que fundamentan visiones del universo y de la naturaleza como magnitudes absolutas y universales, susceptibles de aprehensión a través sólo de operaciones racionales que excluyen cualquier referencia al observador.
La ciencia: cuestión de sujetos, más que de objetos.
Por todo lo antes dicho, podemos ver a la ciencia, al menos en las ciencias sociales, como cosa de sujetos que se relacionan con otros sujetos en el proceso de producción de conocimientos, por lo tanto en sí misma, relaciones sociales fundamentadas en poder e intersubjetividad (5). En última instancia, se trata de representaciones que generan conocimientos, desde la inter-subjetividad, y las cadenas de intersubjetividades constituídas desde el poder y mediadas por procesos reales y simbólicos que buscan dar cuenta de esos mismos procesos (sea de la manera como definamos estos procesos), a través de suposiciones que son susceptibles de someterse a la confrontación de la prueba empírica y el razonamiento demostrativo-deductivo-inductivo. La verdad como un problema inmanente al objeto que el sujeto detecta mediante su aparato cognitivo, constituye el principio regulador del funcionamiento del «ego cogitans cartesiano» que preside la puesta en escena del discurso científico moderno. No obstante esta disyunción entre la «res cogitans» y la «res extensa» que impulsa meteóricamente el desarrollo de las ciencias naturales y la medicina, durante el siglo XIX, es trasladada en términos literales al campo de las ciencias humanas. Más, sin embargo, esta extrapolación se produce a condición de que se genere un
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proceso de auto-objetivación del sujeto a dos niveles básicos: el individual y el colectivo. En este sentido el sujeto es lugar de residencia de la verdad en tanto objeto y la posibilidad de su registro está supeditada al proceso de su autoexclusión. Esto es lógicamente posible porque de lo que se trata es de registrar, preferiblemente en forma cuantitativa, el despliegue de la naturaleza como objeto (en el caso de las ciencias naturales). En todo caso la relación entre aparato cognoscitivo y la naturaleza como objeto, es directa y sin mediaciones perturbadoras provenientes del lenguaje. En el caso de lo humano-social lo que se produce es una extrapolación lógica desde el campo de las ciencias naturales, de la ansiedad cartesiana como actitud fundante también en este campo; fiscalizando y naturalizando a un mundo cuyo estatuto central es el lenguaje. Desde la exigencia de tratar «los hechos sociales como cosas» de Durkheim (que postula el estatuto de exterioridad de lo social al sujeto) hasta el postulado de la verificación del neopositivismo, vemos el traslado de la «ansiedad cartesiana» al campo de lo humano-social, como episteme dominante. La categoría de Sujeto soberano, cognoscente y trascendental, sujeto absoluto del saber; vale decir, guiado por la razón como punto de partida para establecer la condiciones de posibilidad del conocimiento, constituyó la categoría matriz de la Modernidad. A contrapelo de este sujeto cartesiano y monológico-unitario, postulamos que lo que realmente existe es una subjetividad estructuralmente heterogénea y heterónoma; plural, múltiple, polifónica y polisémica que nada tiene que ver con el concepto de un sujeto autónomo y auto-consciente. Si las cosas son así, entonces lo que la ciencia busca, no es la verdad (esto es cuestión de la metafísica, la religión y el paradigma jurídico), sino la recreación de la naturaleza, la sociedad y el pensamiento, a través de intervenciones racionales nunca exentas de «subjetividad irracional», de poder y de ideología (6). La reconstrucción racional (irracional del mundo, también) en función de su aprehensión no solo para una mejor dominación
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de la naturaleza, sino también para su transformación en función de su reproducción ampliada. Ahora bien, aunque sean utilizados procedimientos cuyo origen sea la razón formal, la ciencia no tiene porque ser obligatoriamente newtoniana-cartesiana. Esto significa que la racionalidad que coloquemos a la base de la ciencia podría ser de otro tipo. Me refiero a una racionalidad multicultural, plural y profundamente dialógica; no necesariamente fundamentada en razón formal, la cual plantea una lógica de conocimiento pura y homogénea. Muy por el contrario no estaríamos hablando aquí de una ciencia monológicamente enunciada, sino de una pluralidad de registros simbólico-cognitivos que pueden existir en convivencia (más bien diríamos connivencia) configurando una «ecología de la diversidad cognitiva» cuyo propósito no sea la dominación sino la transformación. De esta manera, podríamos hablar de una ciencia fundamentada en una razón dialógica, una ciencia del encuentro de racionalidades, «danza politeísta» (Maffesoli, 1996) en la cual puedan tener cabida no sólo los conocimientos académico-formales, sino también, los saberes-conocimientos populares, tradicionales, realengos, etc. En este sentido y en la onda de la búsqueda de una «racionalidad del encuentro», podemos diseñar un espacio de encuentro entre la ciencia académica y la ciencia popular, sin que ninguna de las dos hegemonicen a la otra, propósito que puede gobernar el proceso de generación de múltiples espacios de encuentro entre la razón formal y el abanico que contiene el ecosistema de la razón plural.
El enfoque de complejidad
El enfoque de complejidad más que un método, una teoría o un paradigma es una matriz epistemológica que comienza a dominar los escenarios del pensamiento científico en los tiempos contemporáneos, no sólo en el campo de las ciencias sociales (Sociolo-
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gía, Psicología, Antropología, etc.), sino también en el de las ciencias denominadas naturales. Esto significa un nuevo modo de construcción y reconstrucción de la realidad social y natural, de abordarla metódicamente y de legitimar el conocimiento, que de antemano asume una nueva actitud ante la vida y el mundo. Así como se impuso desde el siglo XIX el positivismo como matriz epistemológica que dominó los campos de la ciencia y la filosofía, el paradigma de complejidad, ha comenzado ya un camino de superación cualitativa de los viejos paradigmas que se muestran hoy insuficientes para hacerse cargo de la infinita multiplicidad de dimensiones que asume la trama de la vida (social y/o natural). No es que esos viejos paradigmas no sirvan para nada (positivismo, liberalismo, funcionalismo, etc.) es que están superados por una mirada que es capaz de comprenderlos a ellos en su carácter de modos de producción y reproducción de conocimientos. A la «lógica del desguace» de la realidad (disección anatómica del cuerpo de la realidad) que funcionó como actitud epistémica de base, constituyéndose en el método científico en el positivismo y neo-positivismo, la actitud de complejidad responde reconstruyendo el cuerpo descuartizado en una totalidad multidimensional que incluye la particularidad. Esto es expresado muy coloquialmente por Morín cuando dice que «el todo está en la parte que está en el todo». Quizás podríamos hallar soporte a esta afirmación en autores como David Bohm ( 1988) desde la física cuántica quien formuló la teoría del «orden implicado» para explicar el comportamiento del universo en general y su relación con sus diversos componentes como un proceso de mutua implicación. Ni particularismos fragmentadores del conjunto de la realidad, ni totalismos sistemológicos que niegan la existencia de lo individual en la totalidad; en su lugar un enfoque complementarista de los procesos de lo real viviente, la lógica de lo viviente que es enunciado como una ecuación que integra: naturaleza >sociedad>cultura>sujeto>espíritu
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Reconociendo en esa ecuación que existe el homo biológicohomo-faber, pero también lo simbólico, los imaginarios, las pulsiones e instintos, el conflicto, la angustia, la locura: el inconsciente; en fin, todas las dimensiones que nos permiten hablar de la totalidad compleja que es el hombre. La incorporación de la subjetividad al interior mismo del proceso de producción de conocimientos, es un acontecimiento central que sirve de pivote para entender como es que se produce el conocimiento, cuál es la naturaleza de éste y cómo se legitima. Otro aspecto importante en el paradigma de complejidad es el de la incertidumbre como punto de partida y de llegada que toma distancia de la metódica cartesiana la cual parte de la duda para llegar a la certeza absoluta, es decir, a la verdad que no es más que la percepción de lo fenoménico como lo claro y lo distinto. Y esto constituía la gran fortaleza del método científico aplicado a las ciencias de base positivista. Con el paradigma verificacionista denominado como neopositivismo, el método científico aplicado a las ciencias de lo humano, adquiere su mayor nivel de elaboración y sistematización. Todo podía ser demostrado empíricamente empleando procedimientos estadísticos y modelos matemáticos diseñados para la prueba de hipótesis. Se trató de un momento de gran optimismo para la razón científico-instrumental que creía explicarlo todo a través de complicados algoritmos y ecuaciones para llegar a la verdad. El denominado «Círculo de Viena» fue el grupo que hizo esta propuesta, fundamentándose en la lógica de la filosofía analítica. La infinita cantidad de investigaciones sociológicas orientadas por los principios de la causalidad lineal, la objetivación cosificante de la realidad social y el verificacionismo sustentado en las técnicas estadísticas, finalmente condujeron a una pulverización de lo social al reducir los objetos de investigación a unidades cada vez más elementales, es decir, a nada. Nuevamente los cambios ocurridos en la física cuántica fueron un insumo muy importante para el derrumbamiento de estos viejos paradigmas y el advenimiento de los nuevos: la teoría de la
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indeterminación que dio lugar al surgimiento de la teoría del caos, por ejemplo, es una clara expresión de este fenómeno. En un plano más sociohistórico: las dos guerras mundiales, la crisis de las ideologías y de los grandes sistemas sociales (socialismo/capitalismo); entre otros acontecimientos, va generando lenta y progresivamente un clima de desconfianza y escepticismo acerca de la capacidad de la razón instrumental para dar cuenta de la agenda permanente de los problemas fundamentales de la humanidad: equidad, exclusión social, violencia destructiva, convivencia social, maldad- bondad del hombre. Así se va gestando un espíritu de incertidumbre que comienza a penetrar, no solo el campo del pensamiento y de la ciencia en general, sobremanera las ciencias sociales, sino el «mundo de vida» del hombre común en su vida cotidiana.
El paradigma de la complejidad y el fenómeno de la violencia
La cuestión de la violencia social hoy ha dejado de ser un problema de un tipo de sociedad, grupos o individuos, que constituyen casos patológicos o de desviación social, para pasar a convertirse en un componente de la racionalidad estructural del sistema social capitalista en su fase global. Al mismo tiempo está en el centro de la conflictividad social, en el modo como se estructura la subjetividad y el inconsciente individual y colectivo en estos tiempos de globalización, la cuestión ética y la dimensión estético-social, la dimensión espiritual; en fin, toda una trama anudada de complejidad de procesos, dimensiones y factores que funcionan circularmente como causas al mismo tiempo que consecuencias. Guerras en época de paz, la implantación de totalitarismos y terrorismos por parte de los estados más poderosos del planeta, división del mundo entre países terroristas y democráticos a través de la imagen teológica de un eje del mal y un eje del bien, hegemonía de una sociedad-civilización que cree que ha alcanzado niveles de divinidad y por lo tanto se siente llamada al ejercicio de un rol heroico-terrorista para implantar la democracia.
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Se trata de toda una lógica civilizatoria propia de una etapa de desarrollo del sistema capitalista que ha conducido a una visión demencial del mundo y de la vida. Pero de ninguna manera es un patrón de comportamiento que se registra sólo en los planos del sistema social y desde ahí determina al sujeto- actor en la vida cotidiana como «Deus ex machina» del determinismo social, sino que desde los predios de lo microsocial subjetivo se elaboran representaciones e imaginarios y se reconstruyen vividos individuales y colectivos que retroalimentan al sistema social de la sociedadcultura global como racionalidad civilizatoria de la violencia. Por otra parte tenemos que el capitalismo centrado en la producción proveniente de la fase industrial de desarrollo se ha convertido hoy en un sistema centrado en el consumo. Es un inmenso «Potlach» (hoguera destructiva de objetos excedentarios) en el cual se destruyen objetos al ser consumidos (el acto de consumo ya es un acto violento); todo es desechable, incluídas las personas. Pero no sólo se consumen objetos en esta orgía de muerte, sino también marcas, códigos, signos, símbolos, dándole rienda suelta a una pulsión necrofílica irrefrenable que reduce al sujeto a una oralidad compulsiva y de acuerdo a una operación metonímica, a una «gran boca» que a su vez se comunica con una «gran barriga». Así, la subjetividad- espíritu, se convierte en un mero dispositivo, funcional a la lógica del mercado de objetos-valores-signos que termina definiéndola de acuerdo al cálculo frío de la mera racionalidad instrumental. El Inconsciente mismo como campo habitado por las pulsiones, instintos, símbolos disociados y motivos reprimidos, ha comenzado ya a estructurarse en códigos del lenguaje propio de la lógica del mercado y desde allí alimenta la lógica del goce que domina nuestra vida consciente. Ahora el principio de realidad propuesto por la lógica del mercado y el principio del placer como lógica del deseo que pasa por el mercado ya no tendrán contradicciones antagónicas porque están sincronizados. Lo que predomina aquí es el deseo mimético o deseo de mimetizarse con el Otro en términos de lo que el Otro
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posee y experimenta como goce. La metáfora de «las maquinas deseantes» y el «Principium Individuatonis» Una consecuencia de esto es el aumento desproporcionado de la violencia interpersonal actualmente hasta convertirse en epidemia (la epidemia global). Puesto que mi deseo es apropiarme del objeto de deseo del Otro y finalmente del Otro mismo para destruirlo, la violencia instrumental como medio para el logro del objetivo, es la estrategia básica. El Otro desea lo mismo que yo, pero posee algo que yo no tengo y que al mismo tiempo deseo para ser reconocido por ese Otro. Ese Otro es valorado como poseedor de un objeto de deseo pero no como persona puesto que está desvalorizado en la misma proporción en la cual los objetos o mercancías como diría Marx, están revalorizados. Y ese objeto que posee el Otro y que yo deseo es un «falo simbólico»(el poder) con el cual se define mi status particular en la corriente de la comunicación pública, en los escenarios societales de la vida cotidiana y se define el status de los demás como parte del «orden de las denominaciones». Así se configura una sociedad fálica y falocrática (del poder) en la cual lo que predomina es la violencia y la pulsión de dominación y sojuzgamiento como mecanismos de castración del Otro y por tanto del logro de su destrucción y muerte como situaciones extremas en casos de violencia interpersonal. En tanto yo poseo el tipo de objetos (valores-signos) que simbolizan el poder y por tanto la capacidad de sometimiento del Otro, yo poseo fálicamente al Otro, despojándolo no solo de lo que posee materialmente, sino también y es esto lo más importante, de su dignidad (la violación, por ejemplo) y de su vida como situaciones límite. En todo caso, estos comportamientos de violencia interpersonal no son más que metáforas de la lógica propia de una racionalidad civilizatoria que es violenta por naturaleza y que no existe sólo como expresión de procesos de representación simbólico-cognitiva, sino que configura «engramas mentales»(información inscrita neurológicamente) que se registran ya a nivel biológico como inscripciones del Significante del poder en el cuerpo.
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Parte III
LA VIOLENCIA SOCIAL: EL GRAN JINETE DEL APOCALIPSIS CONTEMPORANEO
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CAPÍTULO 7 La violencia de la civilización global
Globalización y violencia
El tema de la violencia hoy, ha dejado de ser un problema secundario para pasar a ser el principal problema de la civilización capitalista global. El asunto de la guerra global planteado como consecuencia de la doctrina de la «Seguridad y defensa nacional», constituye toda una estrategia de los centros de poder mundial para mantener la hegemonía planetaria. Al mismo tiempo que es un excelente mecanismo de equilibrio de la economía que desde hace algún tiempo viene presentando períodos de crisis cada vez más frecuentes y prolongados. Esto significa control de los centros de producción de petróleo para una civilización cada vez más necesitada de energía que alimenta un monstruoso aparato de producción y consumo. Para ello es necesario el control total del medio oriente, única región del mundo que desafía abiertamente a los centros de poder de la civilización occidental y en donde, al mismo tiempo, existen las más grandes reservas de petróleo del planeta.
La violencia como racionalidad global
Una civilización cuyo estilo de vida está basado en el consumo como la única forma que tiene el individuo de vincularse al mundo real, de tal manera que aparece como el único acto que merece ser visto como «real», es por esta razón, una «civilización de la muerte» porque está orientada a la destrucción de todo. 87
Destrucción de los objetos en el consumo, destrucción de la naturaleza para la producción, destrucción de las estructuras culturales y modos de vida que constituyen resistencia a la implantación de la civilización global y por tanto destrucción de los pueblos que desafían la hegemonía de la «Cultura occidental». La violencia destructiva, entonces, no es más que un síntoma de la locura de una civilización enferma de poder, de «verdad absoluta» (porque es la única que posee la verdad), de egocentrismo etnocéntrico por la creencia en su condición de «raza superior» y por lo tanto excluyente de los «grupos étnicos inferiores». Este síndrome de la «civilización paranoica ha generado «delirios de grandeza» que lleva a definirse como el «eje del bien» por oposición al «eje del mal» y por lo tanto la parte de la humanidad que merece llamarse realmente humana y civilizada. Y por primera vez en la historia de la cultura occidental, tenemos que hablar de un imaginario de teología política que postula la existencia de una «civilización divina», porque no es que sean enviados de Dios o hijos de Dios, sino que los centros de poder de la civilización capitalista global, se representan a sí mismos como una real «encarnación de Dios». La divinización de la sociedad, parte de considerar que solamente un orden social que ha llegado a tales grados de perfección científico-tecnológica y niveles de vida basados en el consumoconfort, merece considerarse como una civilización divina, en sí misma. Toda una civilización es proclamada como divina por el logro del ideal del yo civilizatorio que ninguna otra había alcanzado. Las ideas delirantes de persecución que se generan de esta patología, empuja a atacar a todo aquel pueblo que desde este punto de vista represente un peligro para la civilización. Esta es la «teología política» del departamento de estado de los Estados Unidos y Europa y en este contexto se entiende lo que está pasando hoy en Palestina, el Líbano y el mundo árabe en general. Pueblos que constituyen resistencia frontal a la homogeneización compulsiva del mundo por la civilización capitalista cristiana global-anglosajona y de los cuales ha surgido el fundamentalismo como una respuesta de refugio que empuja a sobre-identificarse
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consigo mismo y al terrorismo, como una respuesta suicida, igualmente patológico-destructiva.. Israel, no es más que un instrumento del mundo occidental, en esta guerra de civilizaciones, para la realización de los propósitos de una civilización necrófila. La invasión a un pueblo tradicionalmente de pastores y comerciantes, como es el Líbano, la muerte de civiles (predominantemente mujeres, niños y ancianos) en Palestina, la destrucción de toda la infraestructura de un país pequeño; nos instala ya definitivamente en la guerra global de una civilización de la muerte.
La cultura de la muerte
El ser humano es el único animal que tiene conciencia de la muerte, sabe que va a morir, siente la «angustia del terreno». Los otros animales, huelen la muerte pero no saben que son mortales, no son capaces de realizar la conciencia de este hecho. El instinto de conservación empuja al animal a evitar el peligro, pero no le permite comprender el hecho en sí de la muerte. El hombre tiene conciencia de la muerte, pero hay un problema, no la acepta; al menos a niveles del Inconsciente. Esa condición de «Ser auto-consciente de la muerte» que la niega al mismo tiempo, y que caracteriza la condición humana, crea una paradoja, pues de tanto tratar de escapar de la muerte, el hombre la evoca permanentemente. Ella está más presente, cuanto más se intenta huir de ella. Esto marca al hombre indefectiblemente en todas sus acciones y manifestaciones: sociológicas, económicas, culturales, políticas, etc. En todas esas manifestaciones de la vida social, el problema que es la muerte para el hombre está presente, cuando éste intenta negarla. La acumulación de capital, la compulsión al atesoramiento de bienes materiales y de fortuna, la codicia, etc., no son más que mecanismos de sobre-negación de la muerte. La búsqueda compulsiva de poder político, cada vez más y más poder, no es otra cosa que un intento desesperado por negar la muerte que sabemos nos «viene pisando los talones». Así mismo podríamos
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decir de la grandes manifestaciones culturales, grandes construcciones de arquitectura monumental como un ejercicio de negación de la muerte, no sólo individual sino de toda una civilización. Construcciones arquitectónicas grandiosas como las pirámides de Egipto, grandes catedrales en la época medieval, manifestaciones artísticas, etc., dan fé de la gran capacidad que el hombre tiene para crear cosas que le permiten comprobar que está vivo y que vivirá eternamente en esas grandes obras. Pero también en la vida cotidiana encontramos esas mismas manifestaciones de negación de la muerte que se convierten en su afirmación más contundente. El que mata para sentirse vivo, espera con ese acto negador de la muerte, poder escapar de su fría guadaña. Vana ilusión, porque lo que hace es reafirmar su presencia cuando mata al otro para no sentirse él mismo que ya está muerto y que es, por su misma condición, «un ser para la muerte». De múltiples maneras, la sociedad contemporánea se ha venido convirtiendo en una «Civilización de la muerte». El siglo XX inauguró este período de la evolución humana, cuando el estado nazi se convirtió en una inmensa «maquinaria industrial de muerte». Antes, en las guerras, se mataba al enemigo porque constituía una amenaza en el plano militar, o para apoderarse del territorio del enemigo. Sin embargo, los judíos nunca constituyeron una amenaza real desde el punto de vista militar para el estado nazi, ni poseían territorio. Su inmenso poder de destrucción no era más que un pretexto. Luego pudimos observar este mismo fenómeno en el surgimiento de USA como un gran imperio generador de muerte. Lo vimos en Corea, más tarde en Vietnam, en muchos países latinoamericanos, en Irak, en el Líbano, Palestina, etc. Las guerras actuales matan más civiles que militares. Hoy, en la vida cotidiana, la muerte se ha banalizado, vale decir, se ha convertido en un hecho más o menos sin trascendencia, un hecho trivial; cosa que había sucedido antes con los estados como en el caso de los nazis pero no con el hombre común. Más que «banalización del mal» lo que se está produciendo en la conciencia colectiva común es una situación de «idealización del mal».
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El mal ejerce una fuerte fascinación en el sujeto común porque es una manera de ir en contra de lo establecido, de negar la condición de mortalidad y de afirmación del yo de aquél que no puede hacerlo a través del «bien». Es una manera de rebelarse en contra de lo establecido social y culturalmente desobedeciendo así el mandato bíblico proclamado por Moisés: no matarás. Desde el punto de vista del imaginario es la mejor expresión de la «muerte simbólica del padre». Esto significa que el valor de la vida se ha devaluado considerablemente, al mismo ritmo en que se han devaluado las monedas en la economía contemporánea. Y en este proceso de implantación de un sistema social tan materialista como el capitalismo de consumo (antes fue el capitalismo productivo), a medida que se revaloriza el mundo de los objetos, se desvaloriza en la misma proporción el mundo de la persona. Todos hemos oído noticias tan escandalosas como la muerte de cualquiera persona para robarle el carro, la moto, el dinero,etc., en cualquiera de nuestros países latinoamericanos. En Venezuela, por ejemplo, se ha venido entronizando también, como en el resto del mundo, una «Cultura de la muerte». El hombre y la vida han perdido el carácter sagrado que siempre tuvieron para el sujeto común en la cotidianidad, en cualquier civilización, a pesar de la violencia y la muerte que siempre hubo por guerras, enfrentamientos militares, invasiones, etc.. La quiebra de valores centrados en la persona y la familia, es responsable de la entronización de valores puramente instrumentales centrados en el puro deseo del yo muy egocéntrico del individuo y no en el carácter relacional de la persona. Valores egocéntricos: posesión de bienes materiales, dinero, status social, consumo, confort, goce inmediatista, etc., por oposición a valores interpersonales como: solidaridad, amor al prójimo, respeto por el otro (y por sí mismo), tolerancia, compasión, etc., que son valores que conducen a promover situaciones de convivencia y construcción de socialidad, y no de enfrentamiento y de orden caníbal como es lo que estamos observando hoy en día.
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Es una situación en donde lo que predomina es el culto al objeto y no a la persona humana, el goce sin compromiso por encima de la responsabilidad y el individualismo egoísta del «sálvese el que pueda» por encima del colectivismo responsable y solidario. Por otro lado tenemos el terrible expediente de la instalación en nuestras sociedades ya con carta de ciudadanía de una «cultura de la violencia». Por todas partes respiramos el aire maloliente de un clima de violencia permanente: la familia, la comunidad, la medios de comunicación, las crónicas rojas de los diarios y el mundo político, son vivos ejemplos de esa ecología en la cual estamos todos implicados: la «ecología de la violencia». El caso más típico es el de una civilización y una sociedad concreta que condena a más de la mitad de la población a una situación de exclusión social. Esto también es violencia, violencia estructural. Finalmente para completar este cuadro muy apretado de condiciones socio-epidemiológicas que favorecen la aparición de la violencia, tenemos que debido al endurecimiento de la vida social en nuestros tiempos contemporáneos, hemos terminado convenciéndonos en la vida cotidiana de que si no es por la violencia no podemos lograr nuestros objetivos. Alienación normativa. Esto es una verdadera tragedia para una sociedad que desprecia mecanismos como: las leyes y normas sociales, las instituciones, la conciliación, la mediación y la comunicación, como medios racionales para resolver los conflictos.
Guerra de dioses o choque de civilizaciones
El terrorismo ha existido siempre que exista un imperio con excesiva concentración de poder. Así fue en el caso de Roma, los «Zelotes» en Palestina. Estos eran grupos de «guerrilleros» que realizaban atentados en contra del Imperio Romano para obtener la liberación de su provincia. La búsqueda del logro de los objetivos por medio del terror, puede ser el arma del pequeño y débil en contra del grande y
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poderoso. No obstante, es detestable por su carácter de ataque por la espalda y generalmente con víctimas inocentes. Lo que ocurrió el 11 de septiembre del 2002 en Nueva York fue una carnicería; algo abominable, propio de bárbaros y dementes que el mundo civilizado, cuerdo y democrático tiene que rechazar de una manera enérgica. El mundo consternado se pregunta quienes y porqué razón suceden estas cosas y la respuesta no es simple. Demasiadas personas implicadas en esta carnicería, demasiada barbarie y demasiadas cosas capaces de generar un clima propicio para realizarla. El capitalismo de la globalización, cuya Meca son los Estados Unidos, ha generado demasiados enemigos con suficientes sentimientos anti-norteamericanos y anti-globalizadores como para propiciar un ataque de esta naturaleza. La resistencia crece a nivel del mundo entero.. El capitalismo en su versión globalizadora es arrogante, soberbio, racista, avasallante y generador de pobreza, exclusión social y estilos de vida que estimulan la violencia. Todo el que no ha podido ingresar al proceso de globalización en condiciones de propietario de capital y tecnología o de gran mercado, se ha ido convirtiendo en un paría excluído del sistema. A su vez este sistema se ha vuelto intolerante con todo lo que significa diferencia racial, cultural o étnica. La derecha ultraconservadora norteamericana y europea ha alentado el surgimiento de movimientos neo-nazis cuyo racismo recuerda los aciagos años de los campos de concentración. A partir del comienzo de la guerra fría, USA ha desarrollado una política exterior de intervencionismo y árbitro del nuevo orden mundial. Se ha convertido en un policía global que persigue y hostiga a todo aquél que es definido como antisocial (bárbaro) que amenaza a la civilización. Desde el surgimiento de países comunistas en América Latina, los movimientos de liberación nacional, hasta los líderes providenciales de estados teocráticos fundamentalistas como Sadam Hussein, ayatolas, o simplemente jefes de estados denominados como delincuentes; todos caen dentro de esta categoría de objetivos del dispositivo de guerra norteamericano. 93
Sin embargo, el enemigo global actual no es el portador de una ideología política que como el marxismo proponía el reino de Dios en la tierra. El enemigo de hoy puede ser todo aquél que representa a una etnia que se fundamenta en una creencia religiosa cuyo reino no es de este mundo sino del cielo, como es el caso de los movimientos islámicos fundamentalistas. El hezbolach o «partido de Dios» libanés, el movimiento Hamas palestino o los Talibanes de Afghanistan, los clérigos iraníes o iraquiés y más recientemente las milicias del denominado «Estado Islámico», se han declarado enemigos irreconciliables de la civilización occidental y Estados Unidos como la cabeza visible de esta civilización aparece como el «Gran Satán» para ellos. Para este tipo de creyentes la muerte violenta es una vía expedita para llegar al paraíso de tal manera que declaran la jihad (guerra santa) a todo el que no forma parte de esta manera de ver al mundo. Y esta jihad islámica es ordenada directamente por Dios. Se trata de una visión apocalíptica que pretende erigir el reino de Dios en medio de una gran destrucción, es decir «un Armagedón». Los ahogaremos en sangre ha sido el Grito de guerra de las milicias del denominado «Estado Islámico» refiriéndose al occidente cristiano-capitalista. La muerte es el principal ingrediente de esta orgía de sangre en la cual el Occidente capitalista desarrollado aparece como personificación del Mal en una lucha bastante vieja del «Bién contra el Mal». Estados Unidos es la gran «ramera de Occidente», la «nueva Babilonia» y por lo tanto hay que declararle la guerra hasta destruirla totalmente. No por azar los ataques estuvieron orientados al centro del poderío militar (el Pentágono) y al cerebro del capitalismo financiero global como es Wall Street. Es una guerra de dioses; el judeo-cristianismo de un lado con el occidente capitalista e Israel y el mundo islámico por el otro. Pero el mundo islámico es un universo muy variado de sociedades mayoritariamente teocráticas (gobernadas por sacerdotes) que han evolucionado hacia un fundamentalismo religioso como
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respuesta al proceso de penetración del capitalismo globalizante y la cultura occidental en general, al interior de sus sociedades. La destrucción de las tradiciones culturales más profundas que en estas sociedades se confunden con las costumbres religiosas, ha desencadenado una reacción de reafirmación de los principios fundamentales del Islam, de una manera muy primitiva y patológica, para escapar al proceso de occidentalización y secularización que de manera inexorable se les ha venido encima. La percepción de destrucción inminente de su universo interno simbólico-cultural es proyectada afuera como visión apocalíptica del mundo. De ahí que la «guerra santa» o Jihad islámica sea una expresión de esa visión apocalíptica. Sin embargo los dioses de occidente no parecen ser Jesucristo, ni tampoco Jehová; otros parecen ser los dioses del occidente capitalista postindustrial globalizante: el dinero, el petróleo, el mercado, el consumo masivo, el confort, el poder, la ciencia-tecnología y la TV. Mas que dioses son éstos, ídolos, tótems que nos están conduciendo por los caminos de la idolatría. Tradicionalmente las guerras siempre fueron por motivos religiosos, luego vinieron otros motivos: expansión colonial, mercado, etc. Hoy parece que estamos regresando a las guerra religiosas, guerras de dioses. A una guerra santa desatada por los grupos islámicos fundamentalistas, Occidente ha desatado su guerra santa también. La teología política desplegada en los medios masivos de comunicación habla de dos ejes que constituyen al mundo: los países que forman parte del eje del Bien: Occidente desarrollado con USA a la cabeza y los que forman parte del eje del Mal : los países islámicos, fundamentalmente. Los conceptos de «Justicia infinita», «Libertad perdurable» utilizados por el Departamento de Estado como parte del lenguaje de esta teología política, son indicadores sociolinguísticos de la guerra global. Estas estrategias sociolinguísticas se refieren a una Especie de «Cruzadas» en la época de la globalización para acabar con los infieles que amenazan al «reino de Dios» en la tierra en el cual se ha convertido el capitalismo neo-corporativista.
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Esta guerra mediática muy propia de la aldea global, quizás sea más destructiva que la que se lleva a cabo en el frente militar pues es una guerra de símbolos, signos, imágenes e íconos y reproduce la visión racista y prepotente que Occidente siempre ha tenido acerca de todo aquél que no se corresponde con el prototipo dominante de la cultura occidental: hombre blanco, caucásico, con rasgos de la modernidad triunfante; es decir, el civilizado que vive en una sociedad civilizada, vale decir: democrático-liberal, de mercado y orientada por ciencia y tecnología. Los demás serían unas exóticas criaturas con rasgos de civilizaciones muy primitivas que se corresponden con el prototipo del hombre no blanco, es decir, el bárbaro. Este sería un prototipo del hombre perverso y degenerado en oposición al hombre blanco occidental, noble por naturaleza. Esto encarna el arquetipo del « Buen salvaje» Los medios de comunicación han recuperado una dimensión teológica y mítica del problema proyectando lo que sucede, en términos de un relato (mito) en donde Dios, o las fuerzas del Bien se enfrentan con el diablo o las fuerzas del Mal. El Apocalipsis está cerca y próximo a realizarse en la gran batalla final que será la «guerra del Armagedón». La Neo-modernidad mediática recurre a las fuentes antiguas de la religión como campo en el cual hay consenso automático, para terminar de cuadrar nuestras conciencias con el ejército de masas consumidoras ávidas de sentido y significaciones trascendentales en un mundo que se debate en una banalización de lo sagrado y de todo lo realmente significativo, en forma realmente agobiante. Estamos, hoy en la presencia de una Nueva manera de definir la lucha por el poder global y los espacios geo-estratégicos que conduce a una nueva metafísica del poder tanto de un lado como del otro. Puesto que ya no hay comunistas que combatir porque fueron derrotados y su ideología ya no convoca a nadie en esta época de postguerra fría, se recurre a la simbolización religiosa como imaginario que puede producir el consenso necesario para definir y com-
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batir al enemigo político cuando nos encontramos en una situación de «fin de las ideologías». Este imaginario mágico-religioso es muy primitivo pero también mucho mas eficaz a la hora de definir al enemigo y convocar a alianzas para combatirlos. La Modernidad arrogante y soberbia, herida de muerte en su narcicismo patológico por el cuestionamiento que se ha hecho de la perfección de su civilización, apela a un recurso que ella misma había tirado a la cesta de la basura, como es la cuestión míticomágico- religiosa. Pero no nos engañemos porque se trata del uso político y estratégico de unos símbolos y no un verdadero acto de contrición.
Pueden las sociedades volverse locas?. El suicidio como salida trágica en una civilización suicida
Terroristas suicidas, suicidios en masa, homicidas que a su vez se convierten en suicidas (bien sea en situaciones de grupo o en situaciones domésticas), delincuentes homicidas que finalmente terminan asesinados, accidentes de tránsito que por el comportamiento del conductor en la vía, no son más que homicidios-suicidios; en fin, todo parece indicar que la opción de matar y ser matado se impone cada vez como una salida a la crisis civilizatoriaexistencial que los problemas de la vida cotidiana plantean hoy. Un indicador de todo esto lo constituyen las masacres que con cierta frecuencia se presentan en las universidades norteamericanas. Así, por ejemplo, la que ocurrió en la universidad politécnica de Virginia en los Estados Unidos; igual que la que tuvo lugar en la Escuela Columbine de California y en la Universidad de Texas, sin dejar de mencionar el ataque terrorista a todo un edificio en Oklahoma. Todo esto invita a pensar en el porqué, o los porqués de estas cosas tan horribles que generan consternación, dolor y mucha aflicción, no solo en los dolientes de estas víctimas, sino también en la población en general. Cómo es posible que en el país del «sueño americano», la sociedad del mundo civilizado que le sirve de modelo al resto de la
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humanidad para alcanzar «el cielo en la tierra» de la felicidad y la libertad, la sociedad que le está haciendo al mundo los más grandes aportes culturales que la historia haya conocido, como son la democracia liberal, el predominio de la ciencia y la tecnología y el concepto de progreso más acabado, sucedan cosas de este tipo. Cómo explicar que en el país en donde las tendencias modernizadoras se dieron con mayor intensidad que en cualquier otra sociedad hasta el punto de convertirla en la sociedad más racional de la historia, se den los comportamientos más irracionales que también la historia haya conocido?. Esta sociedad cuyo modelo de organización social es el modelo civilizatorio ideal para el mundo hoy, está mostrándose como una sociedad profundamente violenta e irracional. El fenómeno de la globalización, que no es más que la mundialización de la cultura anglosajona específicamente norteamericana, es también un proceso profundamente excluyente, racista, etnocéntrico: predominio del arquetipo adulto blanco, masculino-patriarcal, cristiano y orientado por valores materialistas como modelo hegemónico y basada en el neodarwinismo de la «ley del más fuerte» del orden del mercado u «orden caníbal» En una sociedad donde sólo se reconoce y existe como persona, aquél capaz de obtener éxito material y por lo tanto poder, cabe la definición de sujeto como un interlocutor válido en el orden de la comunicación pública efectiva, es decir, alguien que tiene una palabra con poder suficiente como para hacerse escuchar por los otros. Los demás no tienen palabras con poder y por lo tanto no existen; simplemente están muertos psíquica y socialmente. En este contexto comunicacional, el estado emocional que predomina es el miedo, combinado por supuesto con la rabia, la frustración, la desesperación y la desesperanza. La violencia, que puede producirse en estas condiciones, está motivada, sin duda por una mezcla de rabia, frustración, desesperación, etc.; pero ante todo por un profundo miedo, y más que miedo, pánico. Este es un miedo a no Ser, miedo a sentir miedo que es propio de un sujeto sin identidad.
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Miedo a no ser, miedo al vacío del no reconocimiento, la no aceptación social y la no adaptación al grupo. Se puede soportar cualquier dolor, menos el de «no ser», el de no «existir». El «horror al vacío», es propio de la naturaleza no sólo humana, sino de cualquier tipo de ser o especie. En la especie humana, esa motivación y por lo tanto ese miedo, está vinculado al concepto de identidad. Quien soy yo para los otros y para mi mismo?, cómo me inserto en el concierto de la vida social y la dinámica del grupo?, hacia adonde voy?. Las sociedades contemporáneas globalizadas, tienen un grave problema con la definición de la identidad, porque ésta más que derivada de una trama de relaciones, es el producto de una racionalidad instrumental, el mercado, el consumo. Las sociedades contemporáneas carecen de identidad porque son estructuralmente anómicas y desarraigadas. Es esta estructura la que genera y asigna roles sociales y por tanto identidad a los individuos concretos, que por efectos de estos procesos se convierten en sujetos; sujetos con voz, capaz de insertarse eficazmente en las corrientes de la «comunicación pública efectiva» (producción, consumo, poder, etc.) y por lo tanto sujetos sociolingüísticamente competentes. Una sociedad constituída de este modo, genera como fundamento, una subjetividad de carácter predominantemente necrófila; es decir, orientada hacia estilos de vida que no pueden menos que provocar y orientarse hacia la muerte. Este es un rasgo profundamente «esquizoide» que separa la afectividad y los sentimientos, del pensamiento y el discurso, la acción del pensamiento y que habla de cosas bien diferentes, tales como, el amor, la compasión, la solidaridad, el respeto; en fin valores de base de nuestra civilización cristiana que supuestamente deberían orientar nuestras acciones y constituir la verdadera racionalidad comunicativa. El joven surcoreano que desde una posición de francotirador, mató a 33 personas y luego se suicidó, en un tecnológico de Estados Unidos, encarna perfectamente en el análisis que estamos haciendo. Joven estudiante pobre, procedente del tercer mundo, por
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lo tanto no blanco, con un idioma bien diferente al inglés; es decir, con todos los rasgos que lo proponían como candidato fuerte a ser «un perdedor», un «no ser», un «outclass» (sin clase) y por lo tanto, un criminal-suicida. Un sujeto incapaz estructuralmente de insertarse en el «torrente de la comunicación pública» Ese muchacho ya estaba muerto espiritualmente y subjetivamente y lo que hizo pudo haberlo hecho sentir por un momento al menos que estaba vivo, cuando mataba a otros. Pero el significado simbólico más importante aquí, es la obtención de poder en el momento de disponer de la vida de los demás y sobre todo la analogía con Dios, porque solo el «padre todopoderoso», puede disponer de la vida de las personas. También, nuestro país está progresivamente participando de ese carácter de «sociedad-suicida» que observamos diariamente en todos estos actos en donde el sujeto que mata, busca también su propia muerte. El juego es matar y ser matado. Venezuela es uno de los primeros países en América y el mundo en donde la tasa de muerte violenta en jóvenes ocurre muy tampranamente. Tanto en actos de violencia delictiva, como en «tragedias pasionales», está presente este espíritu de la muerte como salida dramática a una situación trágica a la cual no se le ve otra salida que la muerte.. Consideraciones generales: Creemos que el principal problema hoy en el mundo y particularmente en Venezuela, es el problema de la violencia. Este problema tiene mayor probabilidad de acabar con la humanidad que cualquier plaga o catástrofe natural por el status de «Racionalidad global sistémica» que ha adquirido Es por ello que se hace urgentemente necesario realizar esfuerzos sobrehumanos por detener al «monstruo de las mil cabezas» que es la violencia. Para ello tenemos que construir entre todos (estados, líderes, padres de familia, profesionales, instituciones, etc.) una «Cultura de la convivencia», retomando como cuestión de vida o muerte el tema de los valores y la formación ético-moral;
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hoy olvidada por una educación formal e informal que está viendo para otro lado. La reconstrucción del sistema de valores debe apuntar a sustituir un sistema de valores del mercado, de poder y de la competencia feroz, por valores de convivencia, de solidaridad y de pertenencia a la familia; vale decir, una «contracultura de la no violencia». La reconstrucción de la familia como valor fundamental, la regeneración de los roles familiares y los tejidos sociales comunitarios, el fomento del desarrollo del concepto de la «dignidad de la persona»; en fin, o construimos una «cultura de la convivencia» y por tanto de la vida, o perecemos por los embates de una «cultura de la muerte».
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CAPÍTULO 8 Pulsión de muerte y patología social
El resurgimiento de una pulsión de muerte capaz de generar sentimientos destructivos y autodestructivos en la población de cualquier nivel socioeconómico, está pasando a comandar buena parte de los comportamientos de la vida cotidiana de la gente hoy. Parece una epidemia que se hubiera instalado en «el espíritu de los tiempos» y desde ahí contamina nuestro Inconsciente colectivo, nuestra alma colectiva. Es una suerte de «pulsión canibalística», que aunque no sea nueva, se está entronizando en nosotros y amenaza con convertirnos en una sociedad donde todo el mundo intenta devorar a todo el mundo. Y es que la nuestra es una «civilización caníbal» porque la tendencia a eliminar o desvalorizar todo lo que sea palabra, discurso, o mediaciones sociales en general; todo lo que no tenga que ver con los requisitos que acreditan a alguien como merecedor de reconocimiento social (dinero, poder, posesión de objetos materiales, etc) y su correspondiente tendencia a revalorizar (idolatrar) todo lo que involucre objeto, valor material, etc., nos ha llevado a este estado del espíritu que denominamos como «miseria del espíritu colectivo». Es un estado de alienación que cosifica y reifica la subjetividad de la persona. Todo se ha vuelto desechable, no solo los objetos de consumo, sino también los seres humanos. Estos, por efectos de una civilización del consumo y el confort como única forma aceptable de «estar y existir en el mundo», y por tanto de legitimar la existencia, se han convertido en meros medios o instrumentos para el logro
de objetivos; en una inversión de valores en la cual los medios se convierten en fines y las personas (fines) se convierten en medios. La descripción del proceso de desvalorización de la vida humana (y de la vida en general) se observa ya en Marx cuando afirma que existe una tendencia estructural en la sociedad capitalista que lleva a desvalorizar la fuerza humana de trabajo mientras mayor es la revalorización del capital. Diríamos parafraseando al autor que para el momento histórico que vive la humanidad y el sistema social capitalista global, a un proceso de mayor revalorización del capital, le corresponde una tendencia a una mayor desvalorización del hombre y de la vida en general.. En la dinámica de la civilización neo-moderna-global, la insurgencia de la pulsión de muerte como Tánatos descontrolado surge en un contexto en el cual las estructuras de mercado y del capital y la racionalidad del proceso de modernización sacrificanreprimen las tendencias orientadas a la pulsión de vida y la convivencia en beneficio de las pulsiones propias de estas estructuras. Se trata de una ética muy instrumental que define la realización personal como una cuestión meramente individual a través de la posesión material y el placer libidinal que genera el consumo y solo de esta manera se podría alcanzar la «salvación del alma», que en este caso no es en el cielo sino en la tierra.
CRIMENES PASIONALES: LA VUELTA AL SENTIMIENTO TRAGICO DE LA VIDA Desde que existe el amor sexual éste se asocia al romanticismo y por esta razón los celos son la causa más importante de los crímenes pasionales. Los Homicidios-suicidios pasionales responden a ese sentimiento que aparece ya en la edad media pero que es en la Modernidad cuando se convierte en el fantasma que acompaña al surgimiento del amor sexual con la aparición de la monogamia como forma de organizar las relaciones sexuales legítimas y por tanto la infidelidad.
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Antes no existía ni el amor sexual, ni el romanticismo y por tanto tampoco la presencia de esa pasión devastadora que son los celos. La Modernidad con su carga de progreso crea, al sujeto-individuo y con él todas estas nuevas formas de verse y ver a los demás. El proceso de erotización de las relaciones sexuales y de pareja ha generado tanto el fenómeno de los celos como las crisis pasionales alrededor de este tipo de relaciones. De ahí deriva el conflicto y la violencia de pareja que está unida ancestralmente al patriarcalismo, al machismo y al afán por la dominación hombre-mujer. No obstante, aunque en nuestro país no es nada nuevo el fenómeno de las lesiones, homicidios y suicidios de tipo pasionales, la gravedad con la que se presenta el problema hoy, nos obliga a prestarle una cuota extraordinaria de atención. En el país en general, hemos visto como en los últimos años, la prensa reseña casos de este tipo con una frecuencia que genera alarma en toda la población en general. Aparte de las consecuencias que para los protagonistas y sus familiares puedan tener estos acontecimientos, el efecto de aprendizaje para las nuevas generaciones, podría ser demasiado destructivo. Es por ello que se hace necesario realizar un análisis del fenómeno que nos permita hacer propuestas en función de la prevención de este problema que se ha convertido rápidamente en un capítulo muy importante de la violencia social en general. En atención a esto no preguntamos, ¿Cuáles son los factores que intervienen para que se produzca este fenómeno?. Mencionaremos 5 aspectos que nos parecen fundamentales, aunque halla muchos más. 1. El exceso de concentración afectiva del hombre contemporáneo en la vida afectiva conyugal, es el resultado de la pérdida de importancia afectiva de la familia extensa, de la madre como devoción central del venezolano y de las culturas matricéntricas en general. En una sociedad esencialmente matricéntrica como la venezolana, representa un cambio significativo para el alma colectiva del varón, el desplazamiento como centro afectivo de la madre
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y su concentración en las relaciones de pareja. La conyugalidad como valor central propio de la Modernidad. El hombre está invirtiendo mucho más desde el punto de vista del capital libidinal y afectivo en las relaciones de pareja que antes, pues la mujer estaba más desvalorizada en el mercado de valores sexuales y menos individualizada. Significa mayor concentración pero también mayor conflictividad. 2. La emergencia de la mujer como «Sujeto de derechos» y «Sujeto de libertad» y por tanto con capacidad de elegir; elección que la puede llevar a tomar decisiones como por ejemplo terminar con una relación de pareja cuando ésta no le convenga, genera un caos que se resuelve con una intensificación de las pasiones posesivas del hombre hacia la mujer como mecanismo de defensa. «Esta mujer es mía y puedo disponer de ella como me plazca» hasta llegar a la destrucción y la auto-destrucción porque el sujeto homicida se une simbólicamente a su pareja en forma eterna, a través de la muerte. 3. Este fenómeno genera un estado subjetivo que denominamos como «crisis de fundamentación del macho-propietario». El hecho de que la mujer en esta época pueda ser profesional, tener capacidad económica, tener derechos iguales que el hombre y por tanto capacidad para elegir, está generando una situación que inconscientemente está siendo vivida por el varón como de «castración» simbólica». Esto está provocando reacciones de compensación fálica (compensación por la vía violenta) que genera comportamientos violentos, de maltrato y hasta de muerte. No hay diferencias por clases sociales, igual un «recogelatas» que un ilustre profesor universitario. «La mujer debe obedecer al hombre». 4. La disolución de las redes de «apoyo afectivo» que constituían la familia y parientes en general, los amigos, etc., crea situaciones de desarraigo afectivo que impide el manejo colectivo de los conflictos pasionales y por tanto la soledad ante estas situaciones. 106
Por otra parte, en la sociedad tradicional existían diversos mecanismos sociales que permitían ayudar en el manejo de la situación conflictiva pasionales, prorrateándola y relativizándola. La familia y el grupo de pares, entre otros, constituían esas redes de apoyo socio-afectivo. Esto significa un empobrecimiento en la disponibilidad de recursos operativos para la confrontación de problemas de este tipo. 5. El estado de angustia en general que nos inunda ante un mundo caótico, de gran incertidumbre; al lado de la pérdida del poder de mantenimiento espiritual de la religión, puede y de hecho lo está haciendo, conducirnos a estados de desesperación que nos aconseja el «suicidio». La muerte vista como única salida ante los problemas responde a formas de pensar que se fundamentan en una visión trágica de la vida, vale decir, no hay mañana, no hay un más allá. «Todo termina aquí y por lo tanto la solución es la muerte» No hay soluciones totales y definitivas para situaciones tan complejas como ésta, pero pudiéramos hablar de algunas vías que pueden servir como contribución en la solución del problema: 1. Restablecer la espiritualidad de la gente en general es una necesidad mucho mayor que cualquier otra, incluyendo las metas de tipo socioeconómicas y sociopolíticas. 2. Restaurar las redes de proximidad afectivo-familiares, comunitarias, laborales, etc. Esto no es muy fácil, pero tampoco es imposible. Asé era como funcionaba la sociedad tradicional de manera espontánea. Habría que hacer una labor de «arqueología sociológica». 3. Cambio de mentalidad, sobre todo en el campo masculino para producir una actualización-aceptación de la realidad con respecto al nuevo papel de la mujer hoy en día, en nuestra sociedad. De guerra de los sexos debemos pasar a «convivencia y complementariedad de los sexos». 107
LA VIOLENCIA: UN MEDIO PARA EL LOGRO DE LA DOMINACION DEL OTRO
Motivación de poder y violencia
Sabemos por experiencia e investigación que el venezolano se motiva fundamentalmente por poder, más que por afiliación o logro. La motivación por la afiliación, que es algo ya tradicional en nosotros, aunque con mucha fuerza aún, no tiene la potencia impulsadora del comportamiento como lo tiene la motivación de poder hoy. En este sentido cuando hablamos de afiliación, nos estamos refiriendo a todo lo que tiene que ver con el afecto, la familiaridad y aspectos no tan sanos como el compadrazgo que se observa en los casos de corrupción. Desde la lucha por el poder político, hasta la búsqueda del poder en los lugares de trabajo, familia, la pareja, el barrio, la cárcel; en todas partes lo que parece predominar es esa necesidad compulsiva de dominar a los demás. Se expresa en frases comunes del diario vivir como: «a mi no me gusta que nadie me mande, por eso es que trabajo por mi cuenta»», «aquí hay muchos caciques y pocos indios». El proceso de socialización primario también registra este fenómeno cuando la madre le dice al hijo en tono amenazante: «…no sea zoquete, no se deje poner la pata con nadie». En ese patrón de comportamiento que podemos denominar «cimarrón» por el carácter de rebeldía que comporta, encontramos muchos factores asociados, entre otros: a) el legado ancestral de la etnia caribe, b)la sensibilización ante la dominación en una sociedad de esclavos y siervos explotados inicialmente y que conformaron los ejércitos patriota y realista c) y luego, la transformación de esclavos y siervos en la «peonada» de la hacienda, que obedecían al caudillo de la hacienda, d) y finalmente, la larga zaga de las dictaduras y el militarismo. Así se va amasando ese «caldo de cultivo» de la anarquía y la sumisión paradójicamente que genera el modo de ser del ciudada-
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no cimarrón; ese que no respeta normas ni leyes porque pertenece a una cultura de la violencia, pero se somete «al de arriba» porque ha internalizado el autoritarismo De hecho históricamente, desde la creación de la República hemos oscilado en un péndulo entre la autocracia y la anarquía. En el fondo, esa necesidad de poder no es más que una actitud de rebeldía ante el poder, no sólo de facto sino también legal. Y expresa la dualidad del sujeto sometido a largos períodos de dominación-sumisión, que es rebelde al mismo tiempo que sumisodependiente. Eso configura la naturaleza dual del carácter del autoritarismo propio del venezolano que siendo sumiso ante el poder puede llegar también a ser demasiado cruel con el que está por debajo. Ni más ni menos que la organización social propia del «orden del picoteo» descubierto en las aves domésticas por los investigadores del comportamiento animal. La manera de ser propia de la estructura de carácter del sujeto del autoritarismo nos revela una identificación con el que está arriba mandando y un rechazo en contra del que es igual a mi o está por debajo, llegando a tener tanto o más crueldad con éste, que el mismo jefe o patrón. Es como se dice coloquialmente, «más papista que el papa» porque significa que en las profundidades de esta persona cruel con su propia gente, hay una actitud de sumisión e identificación con los reales sujetos que detentan el poder; vale decir, una identificación con el verdugo. Así podemos observar como el agente de policía cuyo origen social es el barrio o la parroquia, puede llegar a ser muy cruel y cometer toda clase de vejámenes en contra del muchacho que al igual que él, proviene del mismo lugar social. Este patrón de comportamiento lo podemos observar en cualquier espacio social, pero donde se registra más claramente es en la cárcel y en el barrio. La cultura penitenciaria que emerge a partir de los años ochenta, convirtió la motivación de poder en una formidable palanca para utilizar la estrategia del miedo como instrumento eficaz para el logro de la dominación a lo interno de la institución carcelaria.
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La unión de este proceso a la emergencia de un fenómeno sociológico que denominaremos como «tribalización de la vida social», transformaron las cárceles venezolanas en lugares de violencia y terror sanguinario. En este contexto ubicamos el derramamiento de sangre que desde hace algún tiempo se viene produciendo en las cárceles venezolanas; actualmente, quizás, las peores del mundo. La organización social de los presos en bandas (tribus) que luchan por el poder para dominar un territorio que implica no sólo un espacio físico sino el lugar desde donde se controlan negocios, drogas, armas y hombres, ha significado una carnicería espantosa como la que ocurre en algunas cárceles venezolanas. Aquí podemos observar como la saña y la crueldad aparecen como emergentes de un instinto criminal perverso que se ha estado entronizando en el seno de la delincuencia en general. La presencia de pulsiones sádico-destructivas o de agresividad maligna que se originan en el contexto de un ambiente sociológicamente muy tóxico y de profundas patologías sociales, como son las cárceles, es uno de los principales factores causales de las carnicerías que se están produciendo en estas instituciones. Sin embargo, creo que toda esta agresividad maligna está al servicio de una pulsión que está por encima de todas las demás, como es la motivación de poder. Por supuesto que una motivación de este tipo es claramente patológica por la potencia destructiva que involucra. Es la misma motivación que encontramos en el personaje que ya forma parte del folklore nacional como es «el azote de barrio» y en las bandas que asesinan y causan terror en las calles y barriadas, para dominar y controlar territorio. Y aquí podemos establecer una relación de reciprocidad porque uno no sabe donde comienza a generarse esta «cultura del terror» si en el barrio o en la cárcel. Creo que si esta violencia criminal no se inició en la cárcel, al menos tiene mucho de «cultura penitenciaria» que desbordó los muros de la institución para socializarse, convirtiéndose en parte ya de la vida cotidiana. Una pesadilla que se ha normalizado y con lo cual hay que convivir porque pareciera que fuera algo ya natural.
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La emergencia de este fenómeno, podría ser explicado también como el resultado del fracaso rotundo del intento fallido de instalar una cultura del diálogo y la negociación, del desarrollo institucional y el orden normativo, por encima del salvajismo y la barbarie que desde la conquista y colonización, ha impedido que nos desarrollemos como pueblo, como grupo humano y como personas. Ya para la década de los ochenta era evidente el cansancio y agotamiento total de las instituciones de la democracia liberal que por lo demás tuvieron mucho de simulacro. De tal manera que lo que le sigue a la evaporación de instituciones por el proceso de desgaste, es un estado profundamente primitivo y regresivo y con una gran potencia DE-SOCIALIZANTE que se expresa en: bandas, azotes de barrio, ajustes de cuenta, agrsividad maligna; esto es, lucha por el poder y por tanto violencia social elevada a su máxima expresión. Un Inconsciente societario devastador que alberga pulsiones de destructividad y auto-destructividad, inunda, anegándolo completamente, al yo consciente y racional en el venezolano, con las aguas de la irracionalidad. En este medio profundamente regresivo y anómico, emerge la motivación de poder y la violencia en forma monstruosa como una manera de afirmar el yo, colocándose por encima del Otro para dominarlo.
Alcoholismo y violencia de pareja
Nuestra sociedad puede ser catalogada de manera definitiva (aunque parezca exagerado) como una sociedad pro-alcohólica. Esto significa no sólo que el abuso en el consumo de alcohol sea estimulado abiertamente, sino que en vez de ser visto como algo que amenaza seriamente la salud (física y espiritual) de la gente, al contrario aparezca como un patrón de conducta socialmente y culturalmente benéfico. En este sentido el alcohol es utilizado como símbolo de status que concede prestigio, instrumento de liberación-desinhibición-
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sociabilidad, ritual de iniciación, de afirmación del yo; en fin, un medio de realización social-personal. Como símbolo de status, por ejemplo, el alcohol aparece socialmente percibido como una cuestión de «hombres realmente machos» y si un hombre no lo ingiere es porque realmente no lo es, o está sometido por la mujer, o gravemente enfermo. Por otra parte, y en este mismo sentido, una mujer demuestra que está realmente liberada, cuando fuma y consume alcohol. Igualmente, un joven deja de ser muchacho para convertirse realmente en un hombre, cuando lo vemos con un vaso de licor en la mano. ¿Pero, porqué es tan malo el abuso en el consumo de alcohol?, qué consecuencias tiene para la salud pública?. Siendo el alcohol una droga, aunque su consumo esté social y culturalmente permitido , las consecuencias para la salud de la gente son realmente nefastas. Si tomamos un área de la vida social, como es la familia, encontraremos que la casi totalidad de la violencia que se produce en la pareja, está asociada con el abuso de alcohol, de acuerdo a las investigaciones de la Organización mundial de la salud (OMS, 2002). Pero también el maltrato infantil, el abuso sexual infantil, el maltrato al anciano, las peleas entre miembros de la familia y sobre todo, la violencia de pareja, son fenómenos que socio-epidemiológicamente se asocian con el consumo de alcohol como factor detonante; es decir, disparador de estas situaciones de violencia y por tanto, facilitador de la prevalencia de esta patologia social. El consumo de alcohol, es un patrón de comportamiento que no aparece aislado, sino que está fuertemente vinculado con nuestra manera de ser y de pensar, de relacionarnos socialmente, formando parte de la cultura popular realmente existente. Así una frase tan banal pero con un fuerte contenido predisponente a comportamientos violentos en cualquier situación social, pero sobre todo en la pareja como: …»el alcohol se hizo para los hombres, la mujer en la casa, el hombre en la calle «, nos sugiere rápidamente un conjunto de ideas que son propias del complejo: «hombre-patriarcalismo-machismo-Vs mujer-objeto de posesión y dominación por el hombre».
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Esta actitud suele ser fuente de conflicto en la pareja actualmente, por las transformaciones en el rol de la mujer en la sociedad contemporánea. Esto significa la emergencia de la mujer como sujeto, al contrario de su tradicional status de objeto de propiedad del hombre-macho-patriarca- propietario. La carga perturbadora de estos cambios se potencia, agravándose, en los estados de embriaguez del hombre (generalmente los fines de semana), generando situaciones de conflictividad que son resueltos por la vía de la violencia. Bien sea a través del maltrato físico y/o emocional. La desinhibición cortical causada por el alcohol es «terreno abonado» para el afloramiento de complejos inconscientes derivados de la perdida de espacio de la condición de masculinidad machista en la sociedad contemporánea; en consecuencia, este vacío puede ser llenado con violencia pasional. Hoy, el asunto es mucho más grave que antes (y por eso las estadísticas de violencia) debido al proceso de liberación de la mujer que la ha conducido a asumir nuevos roles, como: profesional, trabajadora en la calle, proveedora económica del hogar (rol exclusivo del hombre en la sociedad tradicional), estudiante; es decir, sujeto de derecho-actor- con capacidad de decisión, El surgimiento de este proceso le está sugiriendo al hombre, en tanto que arquetipo del varón-fálicamente dominante y propietario del objeto-mujer, un estado de «castración», desde el punto de vista simbólico y por tanto inconsciente, al mismo tiempo que consciente. Esta situación se puede volver insoportable y convertirse en un conflicto que se percibe como un laberinto sin salida, al no disponer el hombre común-(incapaz de adaptarse a los cambios), de los medios para resolverlo. En esos casos, el abuso de alcohol actúa como un detonante, al «revolver», «alborotar» al Inconsciente individual y colectivo, estimulando la emergencia de complejos, fantasmas y toda clase de ideas monstruosas de destrucción y muerte que puede involucrar, no sólo a la pareja, sino también a los hijos, familiares y al mismo sujeto. Por eso vemos en la prensa como un marido celoso
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le propina 24 puñaladas a su mujer, o la mata y después la quema, matando a los hijos también y suicidándose él, finalmente. La prevención de estas patologías sociales exige que se diseñen políticas públicas que implique, entre otras cosas: 1. Desestimular el consumo de bebidas alcohólicas a través de los medios de comunicación y demás instituciones sociales; así como la promoción de una cultura del disfrute y la realización personal-social sin necesidad de incentivos tóxicos, como la droga y el alcohol. 2. Desarrollar una campaña que promueva un proceso de reconstrucción de valores y de la conciencia colectiva, privilegiando contenidos valorativos como: el respeto, la valoración y el reconocimiento del otro; independientemente de su condición de género, edad, etc.; así como el auto respeto y la autovaloración como persona. 3. Proponer una modificación de los contenidos de los medios de comunicación social que constituyen «llamados» (sobre todo a los jóvenes) en términos de la «cultura de la masculinidad»: hombre duro, fálico (agresivo-posesivo), exitoso sexualmente, esencialmente posesivo y que se divierte teniendo muchas mujeres y tomando mucho alcohol como hazaña épica, realizada por estos «super-héroes» de la vida cotidiana.
Embarazo adolescente: la tragedia comienza temprano
El embarazo adolescente es un grave problema social al mismo tiempo que un grave problema también de salud pública cuyas consecuencias se miden no solo en cifras de morbilidad y mortalidad, sino de situaciones de desajustes sociales en donde inevitablemente aparece la salud infanto-juvenil y el principal flagelo de la sociedad actual como es el tema de la violencia social. El asunto es particularmente grave si nos atenemos a las cifras de la UNICEF que definen a Venezuela como uno de los países
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con la más alta tasa de embarazo adolescente en América Latina y probablemente una de las más altas del mundo. De entrada, estos indicadores nos señalan que algo muy malo debe estar pasando con la familia y la sociedad en general para que sucedan estas cosas. Nos preguntamos entonces, ¿Cuáles son las causas, o condiciones estructurales o factores asociados a este problema?. En primer lugar tenemos factores que tienen que ver con los rasgos estructurales de la sociedad en general. El carácter de una sociedad, como la nuestra, fundamentada en un modelo Patriarcalista y de dominación masculino-femenino, predispone a la tendencia presente en la mujer venezolana (y latinoamericana) de reconocerse como tal en tanto objeto de apropiación sexual por parte del varón dominante. Esto significa que la legitimación de la mujer, en su condición femenina queda garantizada por el proceso de conversión en un objeto de apropiación masculina. Sobre todo en alguien que apenas comienza a asomarse a la actividad sexual reproductora, como es la adolescente. Otro modelo predominante en la sociedad que constituye factor de riesgo de embarazo adolescente, es el patrón cultural del Matricentrismo. Esta es la otra cara de la moneda de una sociedad Patriarcalista-masculinista que actúa como la «revancha social de la mujer» y que constituye un arquetipo -madre nutricia-paridora-dueña de sus hijos- y un modelo a imitar por parte de la niña quien ve en su madre el patrón a seguir como un ideal de realización social en la vida. Esto significa en la práctica, una madre soltera con sus hijos que muchas veces excluye la figura masculina, realizando así el arquetipo de la «madre autosuficiente» que termina siendo complementario con el modelo Patriarcalista-machista porque «los hijos siempre son de la madre-mujer», no del hombre quien está llamado a cumplir, por esa división del sexual del trabajo ancestral, funciones de «semental». Este comportamiento es socialmente aprendido en el contexto de la socialización primaria y el tipo de familia predominante aquí
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es el grupo materno-filial constituído por la abuela y todos sus nietos. Otro tipo de factores, constituye el complejo de fenómenos propio de una sociedad posmoderna que podríamos denominar como «erotización del ambiente» y «feminización de la sociedad». El origen de estos fenómenos se ubica en las sociedades de los países más desarrollados de la civilización occidental y su modo de transmisión es la estructura mediática global. A través de los medios de comunicación globales se han implantado patrones culturales en los cuales todo está en relación con el sexo y todo puede ser asociado con lo erótico. Ya el ambiente sugiere las relaciones sexuales, sobre todo en niños y adolescentes que apenas se asoman al mundo, descubriéndolo todo y abriéndose al temprano «despertar hormonal» (sobre todo en la mujer venezolana). La «femenización de la sociedad» es la herencia social y cultural del movimiento de liberación femenina que enfrentado al Pariarcalismo de la sociedad occidental, proclamó el predominio de la mujer, la «castración del varón» y la «muerte del padre»simbólicamente. Esto determina que las normas que regulan el ejercicio de la función sexual en la mujer, sean hoy más laxas que antes y que se banalice el sexo al plantearse como un mero juego infantil que por supuesto no incluye en su agenda el aspecto ético de la idea del compromiso. La situación es más grave aún en el caso de los muy jóvenes por la dificultad para manejar las cuestiones ético-valorativas y sobre todo cuando nos referimos al sexo femenino. A través de la sexualidad desordenada, la niña-adolescente, afirma su condición de hembra-liberada, dominante sobre el varón (revancha sexual) y se convierte automáticamente en mujeradulta. Por otra parte tenemos los beneficios secundarios de este comportamiento porque la adolescente embarazada adquiere un status central en los predios de estructuras familiares matricéntricas predominantemente populares.
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Esto es importante porque el otro aspecto es el fenómeno que denominamos como de «adultización» de la sociedad, según el cual ya no existe una separación real entre el niño-adolescenteadulto, desde la óptica de una sociedad basada en el consumo compulsivo. La adolescente embarazada está automáticamente adultizada desde el mismo momento que concibe a un nuevo ser humano y aporta «una boca más» al patrón de consumo. El ejercicio de la función sexual precozmente colocaría al niñoniña en el camino de ser adulto antes de tiempo, pero sobre todo sin asumir ningún tipo de compromiso. A este tipo de factores se le agrega otro «patrón de comportamiento» que podríamos denominar como «hedonización de la vida», para completar el síndrome de la sociedad Posmoderna. Según este tipo de pensamiento lo único que justifica nuestro paso por este mundo, es el goce de la vida sin restricciones. El «individualismo hedónico» no solo se registra entre el mundo de los jóvenes, pero sin duda es en esta categoría socio-biológica en donde se localiza con mayor intensidad y en donde por supuesto causa los mayores estragos, como es el embarazo precoz, el abandono infantil y la alta prevalencia de enfermedades de transmisión sexual. Si la única motivación para ejercer el sexo es la búsqueda de placer, obviando otro tipo de valores como el amor y el compromiso ético, entonces cualquiera cosa puede suceder; sobre todo en una joven-un joven que aún no ha terminado de realizar el proceso de maduración y en el cual no aparece todavía cabalmente el juicio moral, de acuerdo al enfoque psicoevolutivo del desarrollo. En el plano familiar, los procesos de desorganización familiar son un «terreno abonado» para el surgimiento del embarazo adolescente. En algunas familias monoparentales (familias de un solo padre) o donde la figura paterna no cumple con su rol, hay situaciones de grave riesgo de la presencia de este problema por la predominancia de la « madre paridora» en estas estructuras familiares. Desde el punto de vista del síndrome de la «cultura de la pobreza», tenemos que una joven desertora escolar, con bajo nivel socioeconómico y educativo, bajo nivel de autovaloración y de
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motivación al logro e incapaz de postergar gratificaciones, estará en grave riesgo de embarazo precoz. Las consecuencias trágicas del embarazo precoz se miden en la gran cantidad de niños abandonados; niños que crecen muchas veces no deseados o rechazados, sin un mínimo nivel de autovaloración que les permita sentirse realmente queridos y deseados y por supuesto aceptados por las personas primarias de referencia; fundamentalmente la madre y el padre.. Por otra parte, generalmente la embarazada adolescente no concibe su hijo en condiciones de una pareja formalmente establecida y de hecho en muchas ocasiones, el embarazo se produce bajo estados de intoxicación etílica. En esa situación es lógico pensar que no sea éste un embarazo deseado, más aun que posiblemente la madre sienta rechazo por la criatura que lleva en su vientre, tratando de deshacerse de lo que para ella es un obstáculo para la realización de sus actividades normales. Así la tragedia del rechazo y las carencias fundamentales, sobre todo la afectiva, comienza para el nuevo ser, bien temprano, desde la vida intrauterina. Finalmente y como elementos que contribuyen con la prevención de esta patología social, podemos proponer: 1. Crear una atmósfera social de revalorización de la mujer desde la niñez-adolescencia como persona-sujeto de dignidad por sí misma, a diversos niveles de espacios sociales: hogar, comunidad, escuela, liceo, etc. 2. Tenemos que modificar los imaginarios que gobiernan la manera de pensar lo masculino-femenino en nuestra juventud, como son el Patriarcalismo-machismo y el Matricentrismohembrismo, superando estos arquetipos que impiden el avance de nuestros pueblos. 3. Hay que crear una «cultura de la resistencia» en contra del bombardeo de los medios de comunicación que promueven valores destructivos y auto-destructivos, tales como: sexo sin
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compromiso, goce sin restricciones, e individualismo irresponsable: «goza tu vida». 4. Es necesario incrementar la educación sexual a todos los niveles de socialización del niño y adolescente. 5. Promover la paternidad responsable, pero también la maternidad responsable.
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CAPÍTULO 9 La violencia doméstica: la familia como espacio de poder y dominación
El fenómeno de la violencia interpersonal no responde exclusivamente a situaciones de violencia estructural expresadas en injusticia distributiva, inequidades, exclusión social, pobreza y marginalidad, sino que está vinculada también a patrones de comportamiento propios de la vida cotidiana. Es en la cotidianidad, más que en los espacios públicos, donde el carácter profundamente cultural de la violencia puede manifestarse de la manera más impune y natural. Porque la familia como espacio privado por excelencia constituye un ámbito de legitimación de la violencia que aparece justificada como el derecho que tiene el agresor de disponer de la victima; llámese hija, hijo, esposa, nietos, hermano menor, etc. Es la familia el espacio social en donde el poder se puede ejercer de manera más absoluta y totalitaria porque la violencia que se produce en este ámbito aparece recubierta por 3 aspectos que le dan un carácter de legitimidad natural: la sangre, el afecto y el derecho de posesión ( tanto de la pareja como de los hijos). «Pater familiae romano». En ese sentido la familia puede dejar de ser ese «remanso paradisíaco» de amor y armonía, para convertirse en un verdadero infierno. El sistema de las creencias que hacen posible el machismo como formación discursivo-ideológica, circula hoy con mayor intensidad en los predios del ámbito doméstico que en las relaciones masculino-femenino que se producen en los espacios públicos.
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De hecho puede darse una disociación del comportamiento, pues en los espacios públicos se exhibe un discurso y unas actitudes de carácter civilizado y de respeto por las diferencias de género, mientras que en el espacio privado de la familia se asumen posiciones y prácticas totalmente contrarias.
Lo matri-estructural y la violencia social
Es muy común la designación de matricéntricos que no matriarcales, para hacer alusión a esa devoción central por la madre que caracteriza a muchos pueblos de la América no anglosajona; Venezuela entre ellos. Y es cierto, la figura de la madre constituye todo un modelo simbólico que impregna nuestras subjetividades, visiones del mundo, sistema de representaciones simbólicas y estructuras sociales en general. La madre no solo constituye el principal vínculo socio-afectivo entre hijo y figuras parentales sino entre el resto de los miembros de la familia y el Otro generalizado. Y esto es una cosa que está profundamente arraigado en nuestro Inconsciente societario hasta tal punto que nuestras principales proyecciones simbólicas tienen a la madre como figura central: el culto a las vírgenes, por ejemplo, como divinidades femeninas. Y como decía Vethencourt ( 2004 ), el machismo con toda su carga regresiva no es más que la otra cara oscura del matricentrismo como castración simbólica; no sólo masculina sino también femenina. En este mismo sentido podríamos hablar de un modelo de relaciones que a falta de un mejor término lo denominamos como matri-estructural (Rodríguez, 2014). Con este término nos referimos una situación en la cual la madre, como modelo simbólico, se constituye en la referencia central y principio hegemónico de dominación a partir del control de la dimensión socio-subjetiva del hijo. Significa un proceso de empobrecimiento socio-espiritual con sus consecuencias en las estructuras de relación, al centrarse en una sola cara de la moneda que significa el privilegio de lo femeni-
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no-materno (anima) por encima de cualquier otro principio (animus). Más allá de la necesidad de la presencia de la figura del padre en el universo socio-subjetivo (modelo simbólico), nos referimos a una relación con la madre del tipo de las identificaciones totales que anulan seriamente las posibilidades de la construcción de una individualidad fundamentada en la diferencialidad e Individuación. Los procesos simbióticos madre-hijo que generan situaciones de obstrucción del crecimiento de éste. Se trata de una vinculación incestuosa (simbólicamente) que promueve la construcción de estructuras subjetivas y relacionales basadas en un auto-reconocimiento vinculado en forma muy primitiva y egocéntrica con la madre como eje de gravitación hegemónica que impide el reconocimiento del Otro y del sí mismo en forma diferencial. Todo gira alrededor de este eje que constituye un EGO muy primitivo y des-diferenciado con respecto a la posibilidad de la construcción de una visión sociocéntrica de la realidad, de los otros y del sí mismo, finalmente. No se trata del complejo de Edipo descubierto por Freud, propio de una sociedad fuertemente patriarcal y burguesa, sino de la presencia de una estructura vincular madre-hijo-hija (sobre todo madre-hijo) que no se centra en lo sexual sino en el poder que tiene un polo de la relación, de constituir y colonizar la subjetividad del Otro hasta en lo más recóndito de su alma. De dirigir sus pasiones, representaciones e imaginarios, visiones del mundo y socialidad en general. Se trata de un Edipo social y cultural pero invertido. Esta estructura de relaciones indiferenciadas y socialmente incestuosas genera una subjetividad muy primitiva, regresiva y ancestral que se puede orientar hacia lo necrofílico como tendencia estructural de la manera de resolver la cuestión de las relaciones con el Otro y los otros y con la vida. Así tenemos una tendencia destructiva y autodestructiva que se resuelve en una pulsión de muerte mezclada a su vez con las pulsiones libidinales en un juego de pasiones, atracciones-recha-
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zos, deseos irrenunciables de conservación de la vida; pero al mismo tiempo dialécticamente, de fusión con la madre infinita simbólica representada por la muerte. Hoy vemos como las imágenes de muerte y de destrucción en nuestra sociedad constituyen una alegoría, más bien una metáfora de la muerte que están muy presentes en los diversos escenarios de los diversos mundos de la vida, en los amplios espacios de la vida cotidiana librando un combate frontal en contra de la necesidad de la preservación de la vida. Esas imágenes de la muerte nos conducen simbólicamente a la fusión con la madre eterna, primigenia, ancestral que genera el vínculo con el «pecho materno». En este contexto, la muerte representa el regreso a ese pecho materno primigenio y proyecta hacia una eternidad que sugiere la inmortalidad en forma imaginaria. Es por ello que nos preguntamos si esas imágenes y esa orgía de muerte que estamos presenciando en el día a día de nuestra vida cotidiana no tendrá vinculación con este tipo de estructura vincular?, qué otra cosa podría estar ayudando a desencadenar ese desenfreno moral que lleva a una necesidad compulsiva de matar y ser matado?; desenfreno que nos hace ser el país que más alcohol per cápita consume en América Latina, que nos lleva a tener la tasa más alta de mortalidad joven, de muertos y heridos graves por tránsito en toda la región? y que nos lleva a tener la más alta tasa de embarazo adolescente? Y tantos indicios de ese deseo fantasmagórico y profundamente egocéntrico que nos posee.
La violencia de género: el mal entra por casa
La violencia de género doméstica hoy, aparece asociada a representaciones y valores de tipo tradicionales aún presentes en una sociedad que como la nuestra tienen una memoria cultural patriarcal-machista bastante viva todavía, a pesar del proceso de modernización que se ha producido. No obstante, encontramos que por efectos de la dinámica del proceso mismo, la situación se ha venido agravando en las últimas décadas.
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El advenimiento de un clima socio-cultural que favorece la emergencia de la mujer como sujeto social y de derechos, plantea situaciones de conflictividad en las relaciones de pareja por las inercias culturales que se derivan de una dificultad para comprender por parte del hombre, que la mujer hoy, tiene igualdad de derechos y es por lo tanto un sujeto, no un objeto En esta época en la cual la mujer siente que es un sujeto-actor y un sujeto en la más auténtica expresión del término y por lo tanto una persona en capacidad de disponer a su antojo de su voluntad, las relaciones de pareja se vuelven muy conflictivas porque el poder y el status que representa el arquetipo del machopropietario-dominante se ven fuertemente cuestionados por esta actitud modernizante de la división social del trabajo sexual: «….mujer para la casa-hombre para la calle..» Parece que ante la imposibilidad de mantener un orden masculino-femenino demasiado patriarcal-machista, muchos hombres están reaccionando con una regresión al Inconsciente colectivo más primitivo, dominado por los arquetipos más arcaicos cifrados en claves del «proto-padre-macho» dueño absoluto de todas las hembras. La violencia de género (por parte del varón) interviene aquí como un ritual confirmatorio de este imaginario social que genera la traducción de viejos arquetipos como el del «macho-proto-padre-propietario», a la Civilización contemporánea. Igual que se puede disponer a voluntad de los objetos adquiridos en el mercado, la mujer como un objeto también (mujerobjeto) puede ser dispuesta a voluntad de su propietario e incluso ser destruída desde el mismo momento en que su legítimo dueño así lo considere. Esto podría explicar la alarmante cifra de crímenes pasionales que en los últimos tiempos han ocurrido en nuestro país -….»si ella no es para mi, entonces no es para nadie». Por otra parte, estos comportamientos no se producen como rasgos culturales presentes en el hombre nada más, sino que tienen que ver con actitudes que de alguna manera también están presentes en la mujer.
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Es la mujer-madre la que cría al muchacho para que ya adulto reproduzca ese modelo aberrante de comportamiento con respecto a la otra-mujer >mujer hembra y por lo tanto es el producto de una transmisión social en el contexto sociofamiliar. Se trata de una cultura que se ubica a nivel de la inter-subjetividad de la pareja y de la familia pues las actitudes de legitimación que la mujer pueda tener sobre la agresión del marido, terminan naturalizando y justificando estos comportamientos que pueden ser rechazados, pero solo a nivel discursivo.. Pero la presencia de la «cultura de la violencia» como memoria patriarcalista, a pesar de los cambios sociales, se hace visible cuando observamos el alto porcentaje hoy de mujeres maltratadas y asesinadas por sus maridos.
Violencia en la pareja: Manifestaciones concretas y formas de legitimación por parte de la víctima
La cuestión de la violencia es un tema que suscita gran interés por el carácter dramático de su presentación, así como por sus consecuencias, no sólo a nivel de la sociedad como conjunto de estructuras sino también en el contexto de la vida cotidiana. Basta con sintonizar algún medio de comunicación, para ponerse en contacto con esta dura y trágica realidad de la sociedad contemporánea. Tanto la prensa, la radio, como la TV a diario nos informan de muertos y lesionados por asaltos, ajuste de cuentas, riñas, violaciones y tragedias de tipo pasionales. No obstante la violencia que se produce en el seno de la familia, en muchos casos queda solapada por el manto de privacidad que la envuelve. En este sentido, se realizó una investigación de campo sobre el tema de la violencia intrafamiliar, como problema no sólo de tipo psicosociológico, sino también de salud pública por sus resonancias en la calidad de vida. Aunque el tema de la violencia intrafamiliar es muy amplio por sus múltiples aspectos y manifestaciones, decidimos concentrarnos para esta investigación, en los tipos de violencia, formas de
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expresión y algunos factores asociados con este fenómeno a nivel de la pareja como subsistema central en la familia. Nos interesaba saber, no sólo si se produce violencia en la pareja y el tipo de violencia que se produce, sino también las diversas formas como se expresa y formas de legitimación por parte de la víctima. La investigación en general se diseñó para ser aplicada en comunidades de diferentes niveles socioeconómicos de Ciudad Bolívar, sin embargo para esta investigación se tomó una muestra de una comunidad de bajo nivel socioeconómico como etapa inicial de la investigación más amplia.
Antecedentes y justificación
El estudio de la violencia de pareja, como objeto de investigación, es relativamente reciente porque como hecho social ha permanecido oculto por el efecto ideológico del velo de privacidad que lo cubre. El carácter patriarcal de la sociedad cristiano-occidental, ha establecido la diferenciación radical entre el ámbito privado y el espacio público de la comunicación. El espacio público, que es el campo de acción fundamental del hombre, se opone al ámbito privado, campo de acción fundamental de la mujer, pero negado tradicionalmente al debate de lo público porque es en última instancia de propiedad individual del «Pater familiae». Desde que comienza el proceso de la socialización primaria, comienza también la aprehensión de patrones que facilitan la distribución diferencial del poder de acuerdo al género; de esta manera el ejercicio del poder es atribuído al hombre, mientras que la aceptación y la adaptación, son atribuídas a la mujer (Falcón, 2006). Así tenemos que la violencia de género es un fenómeno que está fuertemente vinculado con la estructuras existente de las relaciones de poder y jerarquízación familiares y de la sociedad en general. En ese orden de ideas, una sociedad patriarcal y fálica como la venezolana (y occidental en general), justifica y naturaliza ideoló-
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gicamente el ejercicio de poder para la dominación en el ámbito privado de lo doméstico. Sin embargo, aunque la violencia que se da en la pareja no responde exclusivamente a la agresión del hombre sobre la mujer sino que puede darse, y de hecho se da en sentido contrario, la violencia proveniente del lado masculino es predominante. La Organización Mundial de la Salud, ha declarado como un problema de salud pública, a la violencia de género, debido a la magnitud y trascendencia del fenómeno a escala global. En España, por ejemplo, una de cada 7 mujeres son afectadas por la violencia de género y por esta misma causa, mueren más de medio centenar, según la macroencuesta realizada por el Instituto de la mujer (Blanco, Ruiz-Jarabo y colbs., 2004). Es un fenómeno complejo que tenemos que visualizarlo en sus diferentes formas de expresión y tratar de identificar el efecto de la categoría género (Huggins, 1997). De acuerdo a Platone (1998), el mecanismo de la violencia de género cada vez más se presenta como la única forma de «resolver conflictos dentro de la pareja». Esto refleja estados de anomia sociocultural que no sólo caracteriza a la sociedad en general sino, y esto es muy importante, a la familia como institución social matriz. En una investigación realizada en una comunidad de bajo nivel socioeconómico sobre el problema de la violencia en la pareja en una muestra de mujeres jefes de familia, encontramos que al menos 17% de los sujetos entrevistados consideraban legítimo el castigo físico por parte del hombre a la mujer, en caso de «faltas graves». Este tipo de faltas era relacionado con situaciones de infidelidad conyugal (Rodríguez, F., Marcano, M. y Colbs., 2009). El fenómeno de la legitimación de la violencia por parte de la víctima, actúa como un mecanismo reforzador del comportamiento violento. Así tenemos que para muchas mujeres el hecho de estar sometidas a humillación, desprecio, abuso sexual y control de sus vidas por parte de sus parejas, forma parte de sus relaciones , sin tener conciencia de la dignidad y la igualdad a la que tienen derecho y sin evidenciar que están inmersas en relaciones destructivas» (Blanco, Ruiz- Jarabo, 2004: 3).
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En atención a la información disponible, según la Organización Mundial de la Salud, en algunos países, casi una de cada cuatro mujeres, refiere haber sido víctima de violencia sexual por parte de su pareja. Este tipo de violencia se produce más frecuentemente, en situaciones en donde lo que predomina es un firme convencimiento de que los derechos sexuales del varón o los roles sexuales son más rígidos (OMS, 2002). Investigaciones realizadas con metodologías y enfoques desarrollados en las más diversas latitudes, parecen arrojar como dato sistemático que una de cada 3 mujeres vivía o había vivido situaciones de violencia en la pareja ( Falcón, M. 2006).
Fundamentos teóricos
En la sociedad contemporánea, el tema de la violencia se ha venido convirtiendo, más que en un problema que afecta de manera importante la estructura y el funcionamiento del cuerpo social, en una especie de estilo de vida. La civilización capitalista-cristiano-occidental-contemporánea, es ante todo una civilización de la violencia por el carácter de su racionalidad interna; no obstante, no es a nivel del espacio público en donde este fenómeno se manifiesta en forma exclusiva, sino también y probablemente con mayor intensidad, a nivel del denominado espacio privado. En este caso, es en la familia, como institución matriz de la sociedad, la instancia en donde este fenómeno se esta produciendo con mayor grado de dramatismo. La violencia de pareja es un fenómeno que no acepta un enfoque de simplicidad por el carácter de multiplicidad de relaciones, representaciones, y situaciones estructurales implicadas en su producción. En el sentido del abordaje de complejidad entonces, privilegiamos 3 tipos de encuadres teóricos: la teoría de las representaciones, la teoría de la ideología-alienación y el enfoque del poder desde el punto de vista post-estructuralista y socio-crítico, como categorías heurísticas.
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La teoría de las representaciones sociales constituye un modelo teórico psico-sociológico propuesto por Moscovici (1979) y continuada en su desarrollo por diversos autores como Jodelet, Farr y Doise (1988) entre otros. Moscovici define las representaciones sociales como: «una modalidad particular de conocimiento, cuya función es la elaboración de los comportamientos y la comunicación entre los individuos»….. « produce y determina comportamientos, porque al mismo tiempo define la naturaleza de los estímulos que nos rodean y nos provocan, y el significado de las respuestas que debemos darles» (Moscovici, 1979: 17). Las representaciones sociales son modelos de comprensióninterpretación de la realidad y por este motivo son constructos sociales mediadores entre el hombre y la realidad que generan comportamientos en cualquier situación social. Con respecto al tema de la violencia intrafamiliar, el modo como se producen las representaciones sociales de lo masculino y lo femenino, generados a través del proceso de socialización primaria y secundaria diferencial en el contexto de una sociedad patriarcal-machista, favorecen la aparición de comportamientos violentos en el seno de la familia. Por otra parte tenemos el problema del poder como característica básica de relaciones propias de espacios sociales microfísicas caracterizados por desequilibrios estructurales entre los dos polos de la relación (Foucault, 1990). En cada espacio societal (escolar, familiar, carcelario, religioso o médico) encontramos mecanismos que aseguran la constitución de un tipo de subjetividad determinado y el comportamiento frente al otro. Un régimen de saber-poder, supone un discurso de autoridad específico que fundamenta unas relaciones diferenciales de poder (Rodríguez, 1996).
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Muy vinculado con la cuestión del poder, encontramos el núcleo problemático que plantea el tema de alienación-ideología. Una cosa supone la otra, puesto que a una particular relación de poder, le corresponden estados de alienación y el consiguiente proceso de ideologización inherente a estas relaciones y estados. Así tenemos que la ideología es …»una representación de relación imaginaria de los hombre con sus condiciones de existencia» (Althusser, 1970: 10). En otro contexto teórico-explicativo, la ideología es «falsa conciencia» (Marx, C. tomado de Fromm, 1979) que legitima y reproduce las relaciones de dominación en cualquier situación. En el caso particular de la dominación en el campo de las relaciones hombre-mujer, observamos este fenómeno no sólo en el proceso de la racionalización propio del discurso hegemónico en esta área, sino también, por parte del sujeto sometido a la dominación. Los estados de alienación son situaciones de sumisión en términos de relaciones sujeto-objeto generadas por situaciones de poder continuadas y legitimadas por la ideología (Beauvois, 1981). El sujeto alienado se convierte en sujeto activo de la reproducción de sus condiciones de sumisión a relaciones de poder-dominación, a partir de la ideología que genera su situación de alienación. Hablamos aquí de auto-reproducción de esas situaciones, realizadas por el propio sujeto dominado y de este modo podríamos plantear como ejemplo ilustrativo de este proceso, el denominado «síndrome de Estocolmo», en cuyo estado la mujer se convierte en el factor principal de reproducción de la violencia que se genera en esta situación.
Definición de conceptos básicos Violencia: Entendemos por violencia todo acto o emisión de significados orientados a lesionar la integridad física o moral de las personas.
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Violencia física: Es el tipo de agresión que lesiona la integridad física y puede incluir la destrucción total o parcial de la otra persona. Violencia psicosocial: Violencia orientada a destruir la integridad moral de un sujeto determinado: insultos, descalificaciones, exclusiones, discriminaciones, privaciones, etc. Violencia simbólica: Violencia caracterizada por etiquetamiento negativo, estigmatizaciones, calificación negativa, descalificaciones, etc. Así, definimos como insultos las palabras orientadas a ofender al otro en términos generales; la desvalorización del otro, la entendemos como el discurso que descalifica, y etiqueta negativamente; no sólo a la persona considerada individualmente sino que puede incluir a la familia también, al grupo. Violencia de pareja: Es el tipo de violencia que ocurre en el ámbito de la pareja y que asume diversas formas: física, maltrato emocional, privación de la libertad, agresión sexual, etc. Violencia intrafamiliar: Es la violencia que ocurre a nivel de la constelación familiar e incluye a todos los subsistemas de la familia ( pareja e hijos)
Algunas vías metodológicas
Se hizo un muestreo probabilístico de las familias que componen el universo de la comunidad objeto de estudio para luego seleccionar las unidades que conformaron la muestra a estudiar. En un universo de 500 familias aproximadamente, el tamaño de la muestra fue finalmente de 45 familias. La unidad de información para esta investigación fué el ama de casa por la importancia estratégica que para el estudio del fenómeno tiene la mujer por su condición de víctima crónica y por ser la primera fase de la investigación. En fases posteriores podríamos tomar al padre como unidad de información. 132
La unidad de análisis son las respuestas dadas por los sujetos investigados a las preguntas del instrumento utilizado. La técnica de recolección de datos fue en primer lugar los grupos focales y luego la entrevista semi-estructurada, utilizando una guía de entrevista diseñada especialmente para esta investigación. La técnica de análisis de datos estuvo integrada por: el análisis categorial-temático a través de análisis de frecuencia, a partir del corpus conformado por las respuestas emitidas a propósito de las preguntas contenidas en el instrumento aplicado. La estrategia de conformación del corpus del discurso que se deriva de las respuestas de los sujetos, consiste en abordar primero el aspecto comunicacional y luego el tema de la violencia en sí, tratando de detectar las diferentes vías desde donde podría provenir ésta (mujer/hombre) y las diferentes formas en qué se podría expresar, aunque los sujetos investigados no lo consideren de esta manera.
Análisis e interpretación de resultados:
Nivel socioeconómico, barrio La Campiña. 2010. Ciudad Bolívar – Estado Bolívar
Análisis e interpretación de resultados del cuadro N° 1 Este cuadro nos permite constatar que el estrato IV, de acuerdo a la escala de Graffar Modificado, constituye el estrato socioeconómico predominante en el grupo estudiado. Así tenemos que el estrato IV registro un porcentaje de 57,77% (26), mientras que el estrato V alcanzó un 35,55% (16), el estrato III, 4,44% (2) y el estrato II, 2,22 % (1). En este sentido y de acuerdo a los datos registrados, tenemos que el grupo estudiado puede ser ubicado mayoritariamente en el estrato IV, el cual se corresponde con el sector de los trabajadores. Se trata fundamentalmente de albañiles, herreros y vendedores ambulantes.
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CUADRO Nº 1 Violencia en la pareja según nivel socioeconómico. barrio La Campiña. 2010. Ciudad Bolívar – Estado Bolívar Nivel socioeconómico Estrato I Estrato II Estrato III Estrato IV Estrato V
Nº 0 1 2 26 16 45
TOTAL
% 2,22 4,44 57,77 35,55 99, 99
FUENTE: Encuesta sobre violencia intrafamiliar 2010-Grupo de violencia social-Universidad de oriente
COMUNICACIÓN EN LA PAREJA 1. Existencia de conversaciones en la pareja. barrio La Campiña. 2010. Ciudad Bolívar – Estado Bolívar
Análisis e interpretación de resultados del cuadro Nº 2 La casi totalidad de las respuestas acerca de si existen o no conversaciones en la pareja, se registro en la opción positiva; de tal manera, que 91,48% (41 mujeres) se ubicaron en esta categoría. La respuesta negativa fue minoritaria, pues solo 8,51% (4 personas) de un total de 45 entrevistadas, fue registrado en esta opción. Estos resultados indican una tendencia positiva en la comunicación en la pareja, aunque por si misma no significan mucho, porque habría que definir la calidad de las conversaciones.
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CUADRO Nº 2 Comunicación en la pareja Existencia de conversaciones en la pareja. barrio La Campiña. 2010. Ciudad Bolívar – Estado Bolívar Existencia de conversaciones en la pareja SI NO NS/NC TOTAL
Nº 41 4 0 45
% 91,11 8,88 0 99, 99
2. Frecuencia de las conversaciones en la pareja barrio La Campiña. 2010. Ciudad Bolívar – Estado Bolívar
Análisis e interpretación de resultados del cuadro Nº 3 Con respeto a la frecuencia de las conversaciones que se dan en la pareja, la tendencia mayoritaria recayó en la categoría «Todo el tiempo» con un 68, 88% (31 familias) del total de las observaciones realizadas. Las otras categorías concentraron el resto del porcentaje de la distribución de frecuencia: «A veces» con 15,55% (7) y «Rara vez» con 6,66% (3). La opción «No sabe, no contesto» registro 8,88% (4). Igual que en la variable anterior, los resultados que se presentan en este cuadro nos hablan de un buen nivel de comunicación aparente porque casi un 70% de las parejas estudiadas estarían conversando todo el tiempo, es decir, con una alta frecuencia en las conversaciones. No obstante sería interesante comparar los resultados de este cuadro con los otros restantes.
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CUADRO Nº 3 Frecuencia de las conversaciones en la pareja barrio La Campiña. 2010. Ciudad Bolívar – Estado Bolívar Frecuencia de las conversaciones en la pareja Todo el tiempo A veces Rara vez Nunca NS/NC TOTAL
Nº 31 7 3 0 4 45
% 68,88 15,55 6,66 0 8,88 99, 98
VIOLENCIA EN LA PAREJA 3. Existencia de discusiones en la pareja. barrio La Campiña. 2010. Ciudad Bolívar – Estado Bolívar
Análisis e interpretación de resultados del cuadro Nº 4 En el análisis de los datos, sobre la existencia de discusiones en la pareja, 30 de 45 personas entrevistadas dijeron que «Si» para un porcentaje de 66,66%, mientras 13 para un porcentaje de 28,88% contestaron que «No». La existencia de discusiones en la pareja, por sí mismo no indica gran cosa porque en cualquier hogar puede haber discusiones, lo importante sería ver otros factores como la frecuencia y el carácter de estas. En contextos de violencia intrafamiliar la existencia de discusiones pueden conducirnos a situaciones reales de violencia física sin dejar de decir que también la violencia verbal puede ser muy destructiva.
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CUADRO Nº 4 Comunicación en la pareja Existencia de discusiones en la pareja. barrio La Campiña. 2010. Ciudad Bolívar – Estado Bolívar Existencia de discusiones en la pareja SI NO NS/NC TOTAL
Nº 30 13 2 45
% 66,66 28,88 4,44 99, 99
Tipo de frecuencia de las discusiones en la pareja barrio La Campiña. 2010. Ciudad Bolívar – Estado Bolívar
Análisis e interpretación de resultados del cuadro Nº 5 En este cuadro observamos que la opción que obtuvo la mayor cantidad de observaciones fue «1 vez a la semana» con 21 para un 46,66%.. Este porcentaje ya es elevado, pero si a esto le agregamos 3 personas para un porcentaje de 6,66& que tenían discusiones «1 vez al día», 1 para 2,22% «Varias veces al día» y 6 para 13,33% «Varias veces a la semana», tendremos en total 31 personas para un porcentaje de 68,87% que contestaron que al menos 1 vez a la semana tenían discusiones de pareja. Esto nos permite pensar en un alto nivel de la frecuencia con la que se producen las discusiones en la pareja.
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CUADRO Nº 5 Tipo de frecuencia de discusiones en la pareja barrio La Campiña. 2010. Ciudad Bolívar – Estado Bolívar Tipo de frecuencia de discusiones en la pareja 1 vez al día Varias veces al día 1 vez a la semana Varias veces a la semana 1 vez al mes NS/NC TOTAL
Nº 3 1 21 6 4 10 45
% 6,66 2,22 46,66 13,33 8,88 22,22 99, 99
Tipo de pelea en que se convierten las discusiones barrio La Campiña. 2010. Ciudad Bolívar – Estado Bolívar
Análisis e interpretación de resultados del cuadro Nº 6 Cuando se indagó por el tipo de peleas en que se pueden convertir las discusiones en la pareja, encontramos que el 75% (33) de los entrevistados respondieron que eran las peleas verbales. Por otra parte nadie respondió que eran las peleas físicas solamente, 4,45% ambas (2) y 20,45% (9) no respondieron. A partir de estos resultados podemos inferir que la mayoría de las personas entrevistadas no registran violencia física en las discusiones que se presentan en la pareja, aunque si violencia verbal.
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CUADRO Nº 6 Tipo de pelea en que se convierten las discusiones barrio La Campiña. 2010. Ciudad Bolívar – Estado Bolívar Tipo de pelea en que se convierten las discusiones Verbales Físicas Ambas NS/NC TOTAL
Nº 33 0 2 9 45
% 75 0 4,54 20,45 99, 99
Análisis e interpretación de resultados: Cuando se indagó por el tipo de peleas en que se pueden convertir las discusiones en la pareja, encontramos que el 75% de los entrevistados respondieron que eran las peleas verbales. Por otra parte nadie respondió que eran las peleas físicas solamente, 4,54% ambas y 20,45% no respondieron. A partir de estos resultados podemos inferir que la mayoría de las personas entrevistadas no registran violencia física en las discusiones que se presentan en la pareja, aunque si violencia verbal. Causas de las peleas en la pareja barrio La Campiña. 2010. Ciudad Bolívar – Estado Bolívar
Análisis e interpretación de resultados del cuadro Nº 7 En cuanto a las causas de las peleas en la pareja, los entrevistados señalaron 4 factores fundamentales en orden de importancia: a) conducta indebida (por parte del hombre) 36,66%(22); b) falta de dinero 16,66%(10); c) celos 11,66%(7) y finalmente cuestiones domésticas en general 10%(6). Las otras opciones denominadas como «reclamos y comentarios» y «múltiples cosas» obtuvieron cada uno 5%. La no respuesta alcanzó un 15%.
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En este cuadro observamos como la conducta del hombre definida como irresponsable por parte de la mujer, ocupa el primer lugar como motivo para el desencadenamiento de peleas verbales. En segundo lugar tenemos el aspecto económico que esta a la base de muchas discusiones y no pocas peleas (al menos verbales) y finalmente los celos como factor muy importante en la conflictividad de pareja que en algunos casos puede llevar hasta situaciones realmente graves.
CUADRO Nº 7 Causas de las peleas en la pareja barrio La Campiña. 2010. Ciudad Bolívar – Estado Bolívar Causas de las peleas Conducta indebida por parte del hombre Falta de dinero Cuestiones domésticas Celos Reclamos y comentarios Múltiples cosas propias de la pareja NS/NC TOTAL
Nº
%
22 10 6 7 3
36,66 16,66 10 11,66 5
3 9 60
5 15 99, 98
Tipo de agresión presente en las peleas verbales de la pareja barrio La Campiña. 2010. Ciudad Bolívar – Estado Bolívar
Análisis e interpretación de resultados del cuadro Nº 8 Cuando investigamos por el tipo de agresión que se produce en las peleas verbales, encontramos que son los insultos personales con 44,06%(26) el que ocupa el primer lugar en el orden de la frecuencia; en segundo lugar aparece la desvalorización del Otro con 25,42%(18).
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Podríamos pensar que el insulto personal y la desvalorización del otro, constituyen un antecedente para una agresión de otro tipo como la física, aunque en esta investigación no se haya registrado. El ciclo de la violencia en la pareja podría ser como sigue: primero se da la discusión con insultos y desvalorización del Otro que suele ser de ambos lados y luego se pasa a un período de conflictividad y distanciamiento comunicacional y finalmente a la violencia física en donde obviamente encontramos la predominancia del factor masculino. El alto porcentaje registrado por la no respuesta (NS/ NC=25,42%) podría estar relacionado con la intimidación que deriva del hecho de hablar de un asunto de la vida más íntima y privada de la pareja, relacionado con un tema que suscita vergüenza en la mujer, fundamentalmente.
CUADRO Nº 8 Tipo de agresión presente en las peleas verbales de la pareja barrio La Campiña. 2010. Ciudad Bolívar – Estado Bolívar Tipo de agresión presente en las peleas verbales Desvalorización del otro NS/NC TOTAL
Nº 18 15 59
% 30,49 25,42 99, 97
Conclusiones de la investigación: Debido a que las respuestas codificadas en el instrumento no eran mutuamente excluyentes, tenemos cuadros como el 7 y el 8 que tienen totales que superan el número de casos de la muestra seleccionada. De acuerdo a las respuestas dadas por las personas investigadas con respecto a las conversaciones en la pareja, tenemos que concluir que en forma mayoritaria en la pareja se producen
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conversaciones (y cierto grado de comunicación). La frecuencia con que se producen éstas y se tratan los problemas, es elevada y el tema fundamental son los problemas domésticos y la familia. Sin embargo, es conveniente profundizar en la calidad de éstas conversaciones, la superficialidad o no, en el tratamiento de los temas, y la precisión de la categoría «Todo el tiempo», antes de concluir que existe un elevado nivel de comunicación. Esto aunque podría ser afirmado, necesitaría una mayor fundamentación empírica. Así mismo, tenemos que la frecuencia con la cual la pareja trata sus problemas en situación de enfrentamientos internos, es de bajo nivel, lo cual concuerda con las respuestas obtenidas en los items anteriores. Estos resultados no son apoyados por la literatura citada al respecto (Falcón, 2006; Blanco y Colbs, 2004; Platone,1998). Por otra parte, encontramos que la percepción de las personas entrevistadas con respecto a si existe o no comunicación en la pareja, fue fuertemente positiva y la justificación a este tipo de respuestas se centró en la existencia de comunicación entre los miembros de ésta. A pesar del alto porcentaje de percepción positiva acerca de la existencia de comunicación en la pareja, las personas entrevistadas no pudieron definir con precisión en que se basaban para decir que ésta efectivamente existía La percepción acerca de la existencia de comunicación en la pareja y su justificación, nos permiten pensar en altos niveles hipotéticos de ajuste comunicacional que de por sí negarían la presencia de violencia al interior de ella. Esto tiene relación con los hallazgos realizados por algunos autores en donde aunque la violencia es justificada, sin embargo no es registrada como tal (Rodríguez, Marcano y Colbs., 2009). Con respecto a violencia, los resultados contradicen relativamente las respuestas de los cuadros anteriores. En cuanto a existencia de discusiones, frecuencia con que se presentan y se convierten en peleas, aunque éstas sean predominantemente verbales, el tipo de violencia presente en estas peleas puede ser interpretado
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como de alta intensidad por el daño a la integridad moral que suponen. Las respuestas dadas por los sujetos en cuanto a desvalorización e insultos, no permiten reafirmar el hallazgo hecho en la primera parte porque son muy homogéneas. En algunos casos se observa niveles significativos de violencia moral-verbal, mientras que en otros no. En el segundo caso se encuentran: a) desvalorización e b)insultos. En general podríamos decir que en la primera parte en donde se explora el aspecto comunicacional, los resultados fueron altamente positivos; es decir, hay comunicación percibida por los sujetos. En la segunda parte donde se aborda el comportamiento violento en sí, podemos decir que si hay niveles significativos de violencia en la mayoría de los items, pero no es violencia física, sino verbal-moral. Aquí podríamos decir que para el grupo investigado, como tal la violencia por sus fuertes connotaciones de índole ético-moral para los sujetos entrevistados (mujeres), no se registra, al menos en esta investigación. Sin embargo, estos resultados no apoyan los hallazgos realizados por las investigaciones citadas en la literatura que hablan de altos niveles de violencia física en la pareja (Blanco, Ruiz-Jarabo, 2004; OMS, 2002; Falcón, 2006). El alto porcentaje registrado por la no respuesta en algunos cuadros como el 5,6,7 y 8, podría estar relacionado con la intimidación que deriva del hecho de hablar de un asunto de la vida más íntima y privada de la pareja, relacionado con un tema que suscita hoy vergüenza en la mujer como lo es el de la violencia de pareja. Habría que diseñar estrategias metodológicas de contexto más profundo con los sujetos investigados para detectar bien este fenómeno que sabemos que existe pero que por efectos del proceso de emergencia de la mujer como sujeto, aun no se refleja de manera nítida en esta investigación. En este sentido creemos que un enfoque de tipo cualitativo podría ser una etapa necesariamente complementaria para profundizar en el conocimiento de los aspectos abordados en esta investigación. 143
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CAPÍTULO 1 Homicidios en aumento: la expresion patológica del triunfo definitivo del tanatos (pulsión de muerte) sobre el eros (pulsión de vida).
Un homicidio, aunque sea por motivos de defensa personal o accidental, siempre es lamentable y patético. La humanidad no ha estado nunca totalmente exenta de la posibilidad de muertes violentas provocadas. Sabemos de la existencia de fósiles con huellas de lesiones que indican muerte violenta, de homicidios en tiempos bíblicos (Caín y Abel) y de guerras en sociedades primitivas y civilizaciones antiguas. Todos estos elementos nos indicarían la presencia de la agresividad maligna, o destructiva en el ser humano desde tiempos antiguos, incluso, prehistóricos; pero significa esto que este tipo de comportamiento es inherente y consustancial a la condición humana por su origen animal, y por lo tanto inmodificable?. Los datos que se tienen sobre el comportamiento animal y de monos antropomorfos, así como de prehomínidos, no apoyan esta hipótesis. Sin embargo, tenemos que aceptar que existe hoy una tendencia hacia el aumento de la tasa de homicidios en el mundo, sobre todo en América Latina, el Medio Oriente y Africa, en las últimas décadas. De acuerdo a la Organización Mundial de la Salud, en el mundo se producen mas de 150.000 homicidios al año. Y en el caso de nuestra región, en cuatro países, esta tendencia se ha incrementado notablemente: Brasil, Colombia, El Salvador, y Venezuela. (7) En el año 1999 se produjeron en Venezuela más de 7.000 homicidios, en tanto que para 2000 se habían producido más de 8.000 y para 2002 más de 9.000. Como se puede ver la tendencia 145
apunta hacia un incremento sostenido que no es atribuible a un tipo de gobierno específico, sino a tendencias estructurales que estaban presentes ya desde las décadas 70 y 80 y que es ahora cuando adquieren una expresión dramática.(8) En Venezuela estamos en paz pero tenemos una guerra: guerra entre bandas, riñas, sicariato, atracos, acción de los cuerpos de seguridad, crímenes pasionales. Estas son las situaciones que de manera más resaltante, producen ese volumen escandaloso de muertos, sobre todo los fines de semana. Y aquí tenemos que el alcohol y las drogas psicotrópicas son factores muy importantes como detonantes en la producción de este fenómeno. Pero sabemos que no son éstos las causas, sino los factores detonantes. ¿Cuáles son las causas profundas, entonces, de este fenómeno?. Son muchas y muy complejas. Aquí lo que podemos es asomar algunos elementos que nos permitan orientarnos en la comprensión del problema: 1. En primer lugar tenemos que hablar de un fenómeno que es mundial, pero que en Venezuela, se presenta de manera dramática: nos referimos al proceso de la monstruosa desvalorización de la vida y la persona humana al mismo tiempo que una valorización idolátrica de los objetos, el dinero y las cosas materiales, producto del actual proceso de racionalización capitalista que supone el proceso civilizatorio de la modernización. El capitalismo de mercado global plantea una relación inversamente proporcional persona- humana-objetos porque mientras más se valorizan los objetos, más se desvaloriza la persona humana. En una cultura que hace énfasis en la posesión de objetos, consumo y goce sin compromiso, la vida humana puede ser un estorbo en el logro de estas metas. 2. La implantación de una «cultura de la violencia» que se expresa en el surgimiento de bandas que luchan por el control de territorios y en donde «matar» y «ser matado», son las dos caras de la misma moneda de la «cultura de la muerte» que
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caracteriza al juego sistémico de estos grupos, los miembros de bandas y azotes de barrio. No se trata aquí de una cultura que simplemente afecta a muchos jóvenes, sino que determina su manera de ser, de pensar y de sentir: todo un ethos violento. 3. En una sociedad donde el proceso de civilización modernizante ha acabado con todas las mediaciones sociales que existían, la gente está sintiendo que la violencia es el único recurso para resolver sus conflictos. Nada de justicia institucional, palabras, negociaciones, discursos o acuerdos para reparar la falta; nada de tolerancia. El sentimiento que se ha estado incubando en la conciencia colectiva de la gente es la de que el daño o la ofensa causada tiene que ser pagada con sangre, porque ninguno de estos mecanismos de tipo conciliatorio sirven para nada. Atrás queda la justicia divina expresada en la afirmación: hay que dejar todo para con Dios». Pero también la justicia terrenal por su ineficacia aparece como disfuncional. 4. «El fantasma de los celos» que no es extraño en sociedades como la nuestra, en estos momentos de crisis del machismo y de los valores inherentes a la cultura de la masculinidad y el patriarcalismo, está adquiriendo una fuerza destructiva y autodestructiva que era prácticamente desconocida y que se presenta como una sobre-reacción defensiva. Todos estos factores y procesos pueden ser ubicados en el contexto de una sociedad con un cuadro de anomia estructural: desintegración familiar, desintegración de la comunidad y la sociedad en general, urbanización acelerada y pérdida de la fuerza de contención moral que la religión siempre tuvo. En atención a todo lo antes dicho podemos manejar como hipótesis el ascenso de una «pulsión de muerte» que se está apoderando del venezolano (pero no solo del venezolano) que no es
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nueva porque hunde sus raíces en la historia del país y se potencia con los cambios sociales que se están produciendo hoy. El surgimiento de una cultura democrática moderna que generó esperanzas y expectativas de resolución de conflictos, realización y auto-realización como persona y como pueblo, mantuvo relativamente controlada estas tendencias. El fracaso de este modelo con la consiguiente caída de todas las expectativas sociales, es un terreno abonado para el resurgimiento de sentimientos destructivos y autodestructivos en un pueblo que siente la exclusión, la desigualdad social y la pobreza como violencia: violencia estructural.
Violencia social y aumento de homicidios: banalización del mal o «la vida no vale nada»
El tema de la violencia hoy es una cuestión que genera inquietud por el carácter trágico de su presentación, así como por sus consecuencias; no sólo a nivel de la sociedad en su conjunto, sino también en el contexto de la vida cotidiana. La nuestra se ha convertido en una «Civilización de la violencia» y en nuestra región y específicamente en Venezuela, en un problema endémicoestructural». De acuerdo a OMS, para el año 2000, se produjeron en el mundo 520.000 muertes por homicidios, para una tasa de 8,8 por cien mil habitantes y la mayor tasa mundial de homicidios fue de 19,4 por 100 mil habitantes, correspondiente a los hombres ubicados entre los 15 y los 29 años. Para este año la tasa de defunciones debido a la violencia en países pobres fue más de dos veces superior a la de los países ricos(9). La entronización en Venezuela, en las últimas décadas, de un modo de vida fundamentado en una racionalidad sistémica que constituye una situación de «ecología de la violencia» y que en sí misma es violencia estructural, genera procesos de «anomia salvaje» que se traducen en indicadores de violencia social Para el año 2006 en Venezuela, se registró la cifra record de 12.257 homicidios, pasando de una posición de sexto o quinto
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lugar a ocupar los primeros lugares en toda América Latina, por encima de países tradicionalmente violentos como Colombia y Brasil. (10). En la región Guayana tenemos un incremento de 38,1% de muertes violentas en el lapso comprendido entre 2005 y 2006. La tasa de homicidios es de 53 por cien mil habitantes, superando la mayoría de las entidades federales(11).
Origen reciente del problema
A pesar del carácter profundamente violento de la historia venezolana con un gran expediente de guerras, asonadas, caudillismos, revoluciones y golpes de estado; el país socialmente no desarrolló nunca patrones de comportamiento violentos acordes con los procesos históricos-militares. Aunque nuestra sociedad históricamente estuvo fuertemente sometida a procesos intensos de dominación, opresión, explotación y represión; así como de violencia estructural derivada de las estructuras sociales (exclusión, desigualdades sociales, discriminación social); no obstante las grandes masas de oprimidos se mantuvieron mayormente en situación de pasividad y conformismo; derivado quizás del carácter alienado propio de grupos históricamente oprimidos y dominados ideológicamente; pero sobre todo sometidos a estrategias ideológicas de desvalorización y auto-desvalorización étnica. No obstante aunque ya a finales de la década de los años 70 comenzaban a observarse síntomas inquietantes de violencia social, no es sino después de los años ochenta y fundamentalmente después del denominado «Viernes negro» y el estallido social del año 89, conocido comúnmente como el «Caracazo», cuando observamos tendencias al aumento significativo del fenómeno de la violencia interpersonal. De acuerdo a Briceño-León, la violencia social «no representaba un importante problema para la salud pública en Venezuela hasta el fin del siglo veinte»…..Durante varias décadas las tasas de homicidios oscilaron entre seis y diez muertes por 100 mil habitantes»… «la situación en el comienzo de la nueva centuria es
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muy diferente: con una tasa de homicidios de más de 70 muertes por 100 mil habitantes, Venezuela está entre los más violentos países de la región»(12). Sin embargo tenemos que ubicar estas tendencias de aumento progresivo de las tasas de violencia interpersonal en Venezuela y América Latina en general, en el contexto que hemos señalado de ocurrencia de un conjunto de fenómenos igualmente catastróficos: la implantación en forma compulsiva de un modelo de capitalismo de mercado neoliberal, disolución del modelo sociopolítico bipartidista con la consiguiente ruptura del «consenso social», desintegración de los modelos tradicionales y premodernos de sociedad y finalmente y vinculado a esto último, la instalación de un proceso igualmente devastador como ha sido el proceso de globalización. Por otra parte creemos que este fenómeno (la violencia delictiva) aunque no apareció repentinamente, ha venido rebasando las capacidades de respuesta de los cuerpos de seguridad del estado y generando en la población en general estados de temor e indefensión, agravado ahora con la aparición de un tipo de delincuencia de alto nivel de organización y agresividad que se concreta en el fenómeno de los secuestros con muerte de la víctima secuestrada. Significa esto la emergencia de un fenómeno de «gangsterización» o «enmafiamiento» de la delincuencia que copia el modelo de violencia tipo Colombia adoptando la modalidad del «sicariato». Este método delictivo, por decirlo de alguna manera, no existía en Venezuela. Esto no formaba parte del mundo del delito en nuestro país. No es lo mismo el ataque de un azote de barrio o de una banda delictiva de un barrio que una organización delictiva que adopta la forma de «empresas del delito» con ramificaciones en las estructuras de poder, que más se parecen a una corporación que a una banda. Podemos decir, de acuerdo a todo lo que hemos desarrollado que la violencia social hoy en Venezuela y en buena parte del mundo occidental, constituye el aspecto que tiene la mayor resonancia como problema de salud pública no solo por las consecuencias en términos físicos y morales, sino también porque sus víctimas se
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registran en todos los estratos sociales de la población pero predominantemente en los sectores populares.
¿A cuál clase de violencia nos estamos refiriendo?
Todas estas situaciones no significan que Venezuela no conociera antes de esta etapa de su vida histórica, la horrible presencia de la violencia. Ella existe desde el mismo momento de la conquista y colonización, puesto que nacimos como parte de la civilización occidental a partir de un gran acto de asalto, pillaje y violación y luego a través de toda la vida republicana hasta el siglo XX, pero ésta era más que todo violencia política y militar. La violencia a la que nos estamos refiriendo es a la del tipo social-pura, la cual es típica de este momento histórico, más que a la violencia política o militar. Este tipo de violencia, aunque pueda contener y de hecho las contiene, violencia racial, política y étnica, es ante todo y primordialmente violencia social. Esta, mezcla dentro de si muchos elementos de la vida social y de las experiencias colectivo-individuales de un pueblo y la devuelve en forma de una violencia que en principio no tiene una intencionalidad política o de clase, aunque de hecho por lo menos en Venezuela la violencia social envuelve mucha carga simbólica de resentimiento social. Cualquiera persona de cualquier estrato social grupo étnico o tendencia política puede ser víctima de este tipo de violencia puesto que no está dirigida específicamente a un tipo de personas, es por lo tanto impersonal, anónima e indiscriminada. Estamos observando últimamente el estallido de una violencia totalmente anónima e impersonal que significa disparar en contra de un grupo que se encuentra en la calle haciendo las cosas más complejas. Por primera vez en nuestro país nos enfrentamos a un enemigo anónimo, ubicuo, con fuerte capacidad para hacer daño, cada vez más frío y perversamente criminal y con mucho resentimiento social. A eso se añade la impunidad y la ineficacia del estado para combatir este mal.
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Carácter estructural del fenómeno de la violencia social: la epidemia del siglo
La implantación de una racionalidad de mercado que fundamenta un estilo de vida basado en el consumo de objetos-valoressigno como modo de vida predominante, significó un impacto catastrófico en la «relativa tranquilidad» social y política que vivía la sociedad venezolana hasta los años ochenta. Significa esto que nada importa más que estos valores-objetos-metas, operándose de este modo un desplazamiento del viejo Standard de valores, que se vuelve obsoleto por su incapacidad para responder a las expectativas de la gente común. La atmósfera espiritual que genera la instalación del denominado «Capitalismo de consumo», configura una manera de ver el mundo que no coloca a la persona en el centro sino en lugares inferiores. La honestidad, el parentesco y la familia, la pertenencia a una comunidad y una familia, pasan a ser valores de carácter desechable. En este mismo sentido afirmamos que...» la entronización en Venezuela en las últimas décadas de un modo de vida fundamentado en una racionalidad sistémica cuya lógica de funcionamiento es el mercado neoliberal, genera representaciones, relaciones, subjetividades y estilos de vida que podríamos enmarcar en el contexto de lo que denominamos como «Orden Caníbal».. (13) Jamás la sociedad venezolana se había enfrentado con un problema de las magnitudes que ésta asume actualmente. En este sentido podemos hablar, no sólo para Venezuela sino también para el mundo en general, de una epidemia. Y este es el verdadero concepto de epidemia porque envuelve un carácter de difusión generalizada de magnitud y trascendencia que lo proyectan en este sentido.
La cultura de la muerte como estilo de vida:
Hoy, en la vida cotidiana, la muerte se ha banalizado, vale decir, se ha convertido en un hecho más o menos sin trascendencia, un hecho trivial; cosa que había sucedido antes con una ideo-
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logía como la del Estado del nacionalsocialismo pero no con el hombre común en la vida cotidiana. Asistimos a una época de «banalización de la muerte». Esto significa que el valor de la vida se ha devaluado considerablemente, al mismo ritmo en que se han devaluado las monedas en la economía contemporánea. En este sentido, por «banalización de la muerte» entendemos una actitud que convierte la muerte violenta intencional en un evento que forma parte de la vida cotidiana de manera normal y estratégica independientemente del carácter trágico que ésta pueda tener. Estamos hablando de una actitud generalizada en el colectivo de «normalización de la muerte violenta intencional o provocada». Y es por ello que algo tan monstruoso como es la muerte violenta se banaliza porque antes se ha vuelto cosa de la normalidad, es decir que ya la gente no se escandaliza por esto como sucedía no hace más de 5 décadas apenas en Venezuela. Cuando las muertes violentas espantosas y con saña dejan de ser una cuestión de guerras, cataclismos o accidentes, está claro que un espíritu diabólico de destrucción se ha apoderado de la gente: un imaginario de muerte. La muerte causada por violencia instrumental; vale decir para realizar un propósito meramente utilitario, más allá de la muerte misma, refleja el carácter instrumental a que se ha reducido la vida. Por el otro lado tenemos la muerte atroz propia de la venganza que conduce a la cada vez mayor tendencia al descuartizamiento y exposición pública de los restos mortales que reflejan una pulsión necrofílica o regusto por la muerte. El mensaje implícito de este tipo de comportamiento es: « esto te puede ocurrir a ti o a ustedes» . Es como un terrorismo social cuyo fin es inducir el máximo de terror en el otro. Detrás de todo podemos encontrar una pulsión necrofílica o regusto por la muerte que ha estado caracterizando a la violencia criminal recientemente. Todo esto transcurre como una epidemia ante la cual pareciera que los mecanismos de resistencia inmunológica del cuerpo so-
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cial no funcionaran. En esa situación, las expectativas sociales son catastróficas porque la gente espera que cualquier cosa terrible suceda y conlleva finalmente a un estado de sensación subjetiva de estar indefenso ante el peligro atroz. Esto constituye la anomia en sentido subjetivo porque la persona no sabe que esperar realmente; cualquier cosa puede suceder y las mutilaciones graves o la muerte pueden aparecer en cualquier momento producto de la violencia proveniente de cualquier lado; sobre todo en el momento menos esperado. Un fenómeno(o fenómenos) tan complejo como éste se presenta ya atravesado por múltiples causas; tiene una etiología multifactorial. Así, desde el punto de vista socio- ético, por ejemplo, podemos hablar de un «estado de banalización de la muerte violenta» como un tipo de factor que favorece enormemente la ocurrencia del fenómeno. Este se desarrolla de forma progresiva. En este sentido podemos ir desde el insulto por cualquier cosa, la falta de respeto entre las personas, la violencia doméstica, la violencia estructural hasta la violencia criminal en el sentido más atroz. El fenómeno de la intolerancia no solo ideológico-política sino lo que es más grave, la intolerancia social. Por otra parte tenemos la presencia de una actitud de profanadora de todo lo que antes era sagrado, tanto en sentido social como religioso, lo cual es propio de un estado de anomia éticosocial que es estructural porque ya forma parte de las estructuras sociales y culturales de nuestra sociedad venezolana y contemporánea en general. En este momento histórico-epocal que estamos viviendo nada es sagrado; las cosas que revestían cierto velo de sacralidad en la vida cotidiana de las personas, ahora son profanables y profanadas y no me refiero a lo sagrado religioso exclusivamente, sino también a lo sagrado social: respeto por la vida y los bienes de las personas, por su integridad moral (el cristianismo habla de la dignidad de la persona); respeto por el Otro como diferencia y por sus espacios, por la investidura del rol, por la autoridad, etc. Una vez que este proceso de profanación social se instala en una sociedad se inicia así otro proceso segundo pero derivado del
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primero que es la «banalización de la muerte» porque antes ha ocurrido una «banalización de la vida»: vale decir, una actitud predominante de profanización de lo sagrado social. Todo esto en un momento determinado pasa a formar parte del entorno natural de la sociedad y la familia y por tanto de la atmósfera sociocultural del niño y del adolescente quien se incorpora a este proceso constituyendo su subjetividad y manera de ser y comportarse, en este sentido. El correlato estructural de estos procesos socio-éticos es la implantación de un sistema social excesivamente objetocéntrico (centrado en el objeto-mercancía) como es el capitalismo de consumo (antes fue el capitalismo productivo) que genera una relación inversamente proporcional entre el mundo de los objetos y el mundo humano: a medida que se revaloriza el mundo de los objetos, se desvaloriza en la misma proporción el mundo de la persona. A pesar de que la persona humana y la vida estaban desvalorizadas para los grupos dominantes, en la vida cotidiana de los sectores populares que siempre son la mayoría, prevalecía un carácter sagrado. Para la gente común de las masas populares la vida de las personas era ampliamente valorada. La implantación del sistema capitalista en su fase de mercado global, generador de procesos de racionalización y secularización (conversión de lo sacro en profano) de las estructuras socioculturales y la subjetividad modernas y pre-modernas, ha significado la quiebra de valores centrados en la persona y la familia y la entronización de un standard de valores puramente instrumentales centrados en el yo más egocéntrico y primitivo del individuo y no en el carácter relacional de la persona. En este contexto de simbolizaciones, ya para la gente en la vida cotidiana nada es sagrado y todo puede ser violado, sobre todo la vida y la dignidad humana. Valores egocéntricos: posesión de bienes materiales, dinero, status social, individualismo posesivo, consumo, confort, goce inmediatista, etc., por oposición a valores interpersonales y de integración social como: solidaridad, amor al prójimo, respeto por el otro
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(y por sí mismo), tolerancia, compasión, etc., que son valores que conducen a promover situaciones de integración social y convivencia y no de enfrentamiento y de orden caníbal como es lo que estamos observando hoy en día. Es una situación en donde lo que predomina es el culto al objeto y no a la persona humana, el goce sin compromiso por encima de la responsabilidad y el individualismo egoísta del «sálvese el que pueda» por encima del colectivismo responsable y solidario, constituyen las referencias centrales . Estamos hablando de una sociedad objeto-céntrica y fetichista. Por otro lado tenemos el terrible expediente de la instalación en nuestras sociedades ya con carta de ciudadanía de una «cultura de la violencia». Por todas partes respiramos el aire maloliente de un clima de violencia permanente: la familia, la comunidad, la TV, las crónicas rojas de los diarios y ahora el mundo político, son vivos ejemplos de esa ecología en la cual estamos todos metidos; la «ecología de la violencia». El caso más típico es el de una sociedad que condena a más de la mitad de la población a una situación de exclusión social. Esto también es violencia, violencia estructural. Finalmente para completar este cuadro muy apretado de condiciones que favorecen la aparición de la violencia, tenemos que debido al endurecimiento de la vida social en nuestros tiempos contemporáneos, hemos terminado convenciéndonos de que si no es por la violencia no podemos lograr nuestros objetivos, lo cual puede ser denominado como «alienación normativa» Esto es una verdadera tragedia para una sociedad que desprecia mecanismos como: las leyes y normas sociales, las instituciones, la conciliación, la mediación y la comunicación, para resolver los conflictos. Hoy en Venezuela la violencia tiene un estatuto social, más que político, a pesar de que este fue desde siempre su carácter fundamental. Pobreza, exclusión social, disolución de los tejidos sociales que constituían la comunidad sin la compensación del surgimiento de estructuras del tipo de sociedades medianamente integradas, desestructuración de las diversas formas familiares (in-
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cluída la familia popular venezolana), sustitución del paradigma de la comunicación interpersonal tipo cara-a-cara por el formato de la comunicación anónima e impersonal de los medios masivos, que constituyen las cadenas socio-epidemiológicas básicas que nos pueden conducir a comprender los contextos dentro de las cuales se produce y reproduce el fenómeno. Sin embargo, es la utilización del concepto de Estilo de vida o Modo de vida, como categorías de análisis, la estrategia conceptual que nos podría aproximar de manera más cercana al fenómeno en estudio. El estilo de vida fundamentado en el mercado entendido en su contexto neo-liberal, ha significado, no sólo para Venezuela, pero sobre todo para Venezuela, una tormenta socio-subjetiva de consecuencias devastadoras para el «mar de aguas relativamente tranquilas» de la sociedad tradicional. Sobre todo el efecto de desplazamiento que esta racionalidad en su lógica de racionalidad instrumental, ha ejercido sobre los modos de producir representaciones sociales, y por tanto de producción de sentido, en el venezolano tradicional. Sin embargo, la violencia social, está asumiendo ya la connotación de un problema endémico-estructural porque su presentación anuncia de hecho un enraizamiento en la racionalidad del funcionamiento de la sociedad venezolana, una enfermedad crónica más que aguda. Su carácter generalizado y siempre presente, puede inducir a su percepción como un fenómeno natural y por lo tanto imposible de erradicar sin medidas extremas que signifiquen dosis mayores de violencia; vale decir, combatir la enfermedad con la misma lógica de ella. Esto envuelve amenazas reales y probable a valores que aunque no del todo reales en nuestras sociedades latinoamericanas, al menos constituían un patrón cultural de referencia para la vida civilizada contemporánea, como son los derechos humanos, la democracia y las estructuras legales en general.
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La violencia interpersonal como respuesta adaptativa a los cambios en el sistema social
Sabemos que la violencia es una respuesta a situaciones de orden sociocultural y de ninguna manera parte del equipaje biológico-genético de la especie humana; es por tanto una conducta aprendida en condiciones históricas-sociológicas determinadas. Los cambios acumulados durante miles de año por la humanidad de acuerdo a sus condiciones de vida, ha proporcionado una suerte de código de la experiencia vivida durante tanto tiempo que configura una suerte de memoria de la especie humana. Jung habló del Inconsciente colectivo para referirse a este tipo de experiencia acumulada por la subjetividad colectiva de la humanidad, la Memoria de la especie Aquí se alojan primordialmente los arquetipos, los cuales constituyen modelos conductuales que no son el producto de la mera experiencia individual, sino de la experiencia colectiva. Por otro lado tenemos que los cambios ocurridos en el sistema sociocultural producto de la implantación de un sistema social y de los cambios ocurridos al interior de éste, conducen a la construcción de una subjetividad que es estructuralmente análoga a estas estructuras. En el caso concreto del surgimiento del sistema capitalista y los cambios ocurridos en las últimas décadas, no sólo en Venezuela sino en el mundo entero, han generado unas condiciones de vida estructurales que exigen y producen una subjetividad e intersubjetividad violentas. La naturaleza de la escala de valores predominantes en el sistema social actual, el carácter y la dinámica de la vida social cotidiana y el sistema de imaginarios vinculados a estas estructuras van generando progresivamente unas estructuras de conciencia, un mundo de vida y una subjetividad que exigen estilos y modos de vida violentos en las relaciones interpersonales. Los estados de anomia estructural y generalizados en el cuerpo de la sociedad generados por la racionalidad del sistema social capitalista de mercado global y el impacto en las antiguas estruc-
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turas tradicionales de solidaridad, modos de producción del vínculo y el control social, significan la presencia de esos mismos estados en la subjetividad del individuo. La violencia se coloca pues en el lugar en donde antes estaban las estructuras de control social ideológico-normativo y los mecanismos reguladores de la conciencia y el comportamiento de la gente. El mercado como matriz estructural de la sociedad-cultura termina aboliendo todo tipo de mediaciones sociales cognitivosimbólicas y normativas para quedarse solamente con un tipo de relación en la cual lo único que funciona es el individuo frente al objeto-valor-signo. En esta situación los arquetipos que se reactivan son los correspondientes a modelos de comportamiento violentos porque son los que el Inconsciente colectivo, valdría más bien decir societario, elije para producir la adaptación eficaz a las nuevas situaciones. La experiencia de lo vivido históricamente colectivo por nuestro pueblo registra altos niveles de situaciones y acciones violentas y es esto lo que en este momento, el Inconsciente societario recupera para configurar una subjetividad funcional a mundos de vida que se constituyen en relación a presupuestos lógicos de violencia social. En este sentido tenemos algunos elementos de cambio sociocultural ubicados dentro del proceso de modernización que forman parte de un fenómeno mucho más amplio, el cual pudiéramos denominar como «proceso civilizatorio del capitalismo global»: 1. En primer lugar tenemos que hablar de un fenómeno que es mundial, pero que en Venezuela, por su condición de país petrolero-minero y de anomia ancestral, se presenta de manera dramática: nos referimos al proceso de la monstruosa desvalorización de la vida y la persona humana al mismo tiempo que una valorización idolátrica de los objetos, el dinero y las cosas materiales, producto del actual proceso de modernización.
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Es una relación inversamente proporcional porque mientras más se valorizan los objetos, más se desvaloriza la persona humana. En una cultura que hace énfasis en la posesión de objetos, consumo y goce sin compromiso, la vida humana puede ser un estorbo en el logro de estas metas. 2. El proceso de urbanización violenta y caótica y la transición de una sociedad tipo comunidad a una sociedad de tipo urbana-masificada, en donde todos los días hay que batirse con el Otro y con lo Otro, en un «orden caníbal», en donde el modo de adaptación es básicamente el esquema muy primitivo de la lucha/huida. 2. La implantación de una «cultura de la violencia» que se expresa en el surgimiento de bandas que lucha por el control de territorios y en donde «matar» y «ser matado», son las dos caras de la misma moneda de la «cultura de la muerte» que caracteriza a los miembros de bandas y azotes de barrio. No se trata aquí de una cultura que simplemente afecta a muchos jóvenes, sino que determina su manera de ser, de pensar y de sentir. 3. En una sociedad donde el proceso de civilización neo-modernizante ha acabado con todas las mediaciones sociales que existían, la gente está sintiendo que la violencia es el único recurso para resolver sus conflictos. Nada de justicia institucional, palabras, negociaciones o acuerdos para reparar la falta; no son eficaces a la luz de lógica de la eficacia social. El sentimiento que se ha estado incubando en muchas personas es el de que el daño o la ofensa causada tiene que ser pagada con sangre, porque ninguno de estos mecanismos de mediación social y conciliación, sirven para nada.
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Sociogénesis de la violencia social a partir de cambios en la subjetividad colectiva del venezolano.
Por otra parte tenemos, que en el caso del venezolano concretamente se han producido algunas modificaciones en la dimensión de su subjetividad colectiva, que favorecen el surgimiento de una «pulsión de muerte» como tendencia dominante en el universo simbólico. Aunque estos cambios se registren en el talante y el comportamiento colectivo e individual, es en el Inconsciente colectivo (el alma popular) en donde finalmente se radican. 1. En primer lugar, tenemos que en los últimos tiempos, el status de la «madre», como devoción central del venezolano (matricentrismo), ha venido experimentando cambios en el sentido de un desplazamiento por poderes masculinos y por lo tanto fálico en un proceso de «masculinización de lo social». La hegemonía de la cultura del mercado que habíamos descrito antes presiona hacia la colocación del centro de la vida en los objetos y el consumo y no a los valores referidos a personas, aunque esta persona sea la madre. 2. A pesar de la fuerza que tiene la cultura de la masculinidad y de la madre como modelo simbólico y centro afectivo, la revalorización de la mujer-esposa y de la vida conyugal, conspira contra los valores tradicionales que asignaban carácter sagrado a la figura materna y a los valores que se relacionan con ésta como: la familia, el parentesco, etc. 4. El resentimiento social es un rasgo estructural del modo de ser del venezolano, hasta el punto que podemos hablar en Venezuela de la existencia de una «Matriz de resentimiento social» que tiene un carácter ancestral. Esta puede ser exacerbada dependiendo del momento histórico vivido por la sociedad y tendremos que aceptar que en los últimos tiempos ese fenómeno ha venido ocurriendo.
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Esto presiona para la instalación definitiva de una cultura y una subjetividad fuertemente fálicas (basada en la dominación por la agresividad destructiva) , sin las restricciones de la presencia de la madre como modelo simbólico orientada a la no violencia. 5. Todo esto se vincula con una tendencia ancestral a resolver los conflictos de manera violenta en el venezolano que se asocia con el carácter «cimarrón» de la ciudadanía propia de sociedades en donde la gente de origen popular ha sido sometido durante mucho tiempo a situaciones de dominación y humillación tales que producen como reacción compensatoria, imaginarios de «rebeldía» y «orgullo» predisponentes a comportamientos destructivos y autodestructivos. Sin embargo tenemos que aceptar que algunos de estos factores de cambio sociocultural y subjetivo están ya contenidos en los procesos de modernización que se viven contemporáneamente como parte del proceso civilizatorio capitalista-urbano-global; sobre todo en regiones como América Latina. De acuerdo a estas consideraciones vamos a sistematizar las causas o factores que intervienen para presionar hacia el aumento en la incidencia y prevalencia de homicidios en el país, de la siguiente manera: En este sentido podríamos hablar de 3 tipos de factores: determinantes, condicionantes y detonantes o disparadores del comportamiento de violencia destructiva. Cuando hablamos de factores determinantes es para referirnos a aquellas condiciones socio-estructurales y socio-subjetivas que están a la base de la construcción social de una subjetividad orientada a la violencia destructiva. Las condiciones socio-estructurales, se ubican a dos niveles de acuerdo a su proximidad. 1. el entorno social inmediato del sujeto y su particular manera de insertarse en éste. Así tenemos: familia, comunidad, escuela e instituciones en general. 162
De aquí derivan problemas que ya de por sí son patológicos, como: desintegración familiar, integración patológica de la familia, familia numerosa y desintegración de la comunidad. 2. El entorno social propio del sistema social, permite pensar en factores como: estratificación social. En esta área tenemos problemas como la pobreza. Igualmente las condiciones socio-subjetivas, se pueden localizar a nivel del entorno social inmediato en factores que tienen que ver con situaciones de desintegración familiar o integración patológica de la familia: ausencia de las figuras parentales y abandono afectivo (sobre todo en el caso de la figura materna), exclusión social, maltrato infantil (físico y emocional) y violencia intrafamiliar, deserción escolar, etc. En un plano más individual, podemos hablar de la historia de vida del sujeto y sus relaciones con los otros significativos, fundamentalmente en la familia. En cuanto al entorno social más amplio encontramos condiciones socio-subjetivas que tienen que ver con: predominio de valores de mercado que privilegian la posesión material y el status socioeconómico como ideal de realización individual, el cual puede lograrse pasando por encima de los medios institucionalmente establecidos o medios normativos en el contexto de una «cultura de la violencia». Por otra parte vemos que históricamente existe una Matriz de resolución violenta de conflictos (MRVC) latente en el inconsciente colectivo del venezolano. Son factores determinantes porque están asociados también con una matriz de resentimiento social crónica en el venezolano y el síndrome de la alienación socio-subjetiva, a saber: bloqueo en la conformación de un Sí mismo y una identidad integralmente desarrollada, conformismo, externalidad, desesperanza aprendida, auto-desvalorización (étnica y personal), sentimientos profundos de frustración y no realización como persona, y finalmente, adquisición de un «estilo de vida violento».
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En cuanto a los factores detonantes podemos hablar de: alcohol, drogas y situaciones violentas que involucran a los sujetos homicidas y que aunque no son factores determinantes, actúan como efectos disparadores de un patrón de comportamiento destructivo generado por las cadenas epidemiológicas de las condiciones socio-estructurales y socio-subjetivas de los mundos de la vida cotidiana. En este contexto, el consumo excesivo de alcohol y drogas y las circunstancias concretas fortuitas en la cual se ve envuelto el sujeto, juegan un papel de detonantes del comportamiento violentodestructivo, pero no pueden ser vistas como causas. El bajo nivel de edad es considerado un factor condicionante porque es un filtro por donde se cuelan otros factores, que son de carácter estructural. Aquí encontramos la asociación fuertemente estadística que se produce entre adolescencia-juventud y la cultura de la violencia y de las drogas hasta el punto de que estas patologías aparecen como «cuestión de jóvenes». Todo esto lleva a la configuración de la subjetividad de estas personas en torno a: resentimiento social, incapacidad de valorarse a sí mismo y al Otro, bajo umbral de control de la emociones (sobre todo en situaciones de consumo de alcohol y drogas), bajo nivel de postergar las gratificaciones, bajo nivel de tolerancia de las frustraciones, visión negativa del sí mismo, los otros y del mundo que los rodea; vale decir, predisposición a reaccionar con violencia ante las dificultades o frustraciones (Matriz de resolución violenta de conflictos: MRVC). Podemos hablar aquí de una «subjetividad y una cultura de la violencia» que ya esta pasando a formar parte del repertorio de «estilos de vida» propios de nuestra sociedad venezolana contemporánea, pero que también se registra a nivel mundial. Así vemos en esta tabla como la tasa de homicidios en hombres se ha venido incrementando en nuestro país a partir de la década pasada:
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Tabla N° 1 Homicidios por 100 mil habitantes a nivel nacional desde 1997 hasta 2004** Año 1997 Tasa 4,6
1998 1999 4,3 6,1
2000 2001 2002 9,3 9,3 10,4
2003 2004 11,2 9,7
Fuente: Grupo social CESAP. **El número de personas muertas por homicidios pasa violentamente de 2.623 a 6.895 entre los años 1997 y 2004(14).
Violencia social y homicidios en la región Guayana
La región Guayana no ha permanecido ajena a la explosión de violencia social que ha significado el aumento de homicidios en todo el país. De hecho en la región se produjo un incremento de 38,1% de muertes violentas en el lapso comprendido entre 2005 y 2006. La tasa de homicidios aproximada es actualmente de más de 60 por cien mil habitantes, muy cercana a la del país en general y superando la mayoría de las entidades federales. (15) Aparte de todos los factores anteriormente señalados para cualquier situación, podríamos mencionar elementos particulares que le dan carácter de especificidad al fenómeno de las muertes violentas en la región. Así tenemos que el hecho de haber pasado de un patrón de subsistencia basado en un eje fluvial como modelo primario exportador de desarrollo a un modelo de tipo minero-siderúrgico, planteó cambios muy rápidos y difíciles de digerir por la población que constituyeron las corrientes migratorias aluvionales que se desplazaron atraídas por el «espejismo del nuevo dorado». Por otro lado tenemos el surgimiento de «mafias sindicales» propias de una región con la concentración obrera más grande del país. Esto ha significado un importante nivel de violencia en la región por el enfrentamiento entre esas mafias. El otro aspecto lo constituye la «subcultura minera» la cual es violenta de por sí y contribuye significativamente con la tasa de
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homicidios del país y la región por el tipo de producto que se genera y la anomia que prolifera en esas zonas. Al respecto presentamos algunas tablas ilustrativas de este fenómeno referidas a la mortalidad por hechos violentos en el estado Bolívar, discriminadas por distritos sanitarios, sexo y edad, en el lapso comprendido entre 2000-2004. (Información más reciente es de difícil adquisición)
Tabla Nº 2 Mortalidad por hechos violentos en los Distritos Sanitarios I y II del Estado Bolívar. 2000-2004 Dtto. Sanitario Distrito II (Ciudad Guayana)
200 406 67,97
2001 402 70,52
2002 411 70,74
2003 2004 623 521 65,78 75,18
Fuente: Epidemiología regional, Estadísticas vitales. Coordinación regional de accidentes de todo tipo y hechos violentos del estado Bolívar.
En esta tabla observamos una tendencia al aumento de las muertes violentas en los dos distritos sanitarios más importantes de la región, cónsona con la tendencia general para el resto del país; sin embargo vemos como el distrito sanitario II tiene porcentajes que representan más de la mitad de todos los homicidios que se producen en el estado Bolívar. El municipio Caronì, es el asiento de las empresas básicas y por lo tanto, el centro del eje urbano Ciudad Guayana-Ciudad Bolívar. Es aquí en donde mayoritariamente se han instalado las corrientes migratorias aluvionales provenientes de diversas partes del país y del exterior. En este municipio coexisten dos núcleos urbanos que se corresponden con la definición de una típica ciudad de clases: Puerto Ordaz y San Félix. La primera es una ciudad planificada y diseñada para gerentes y profesionales de las empresas básicas; en tanto que San Félix es la ciudad de los trabajadores y de los asentamientos precarios
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constituídos por una población que no se integra a los procesos de producción fundamentales vinculados a las empresas básicas y por lo tanto desarraigados. Son los «condenados de la tierra» que podemos encontrar en cualquier gran urbe Latinoamericana y que conforman los «cinturones de miseria» del Subdesarrollo. Este proceso de exclusión y por tanto de violencia estructural tiene su origen en un contexto macrosocial, pero sus manifestaciones se dan en el contexto microsocial: individuo, familia, comunidad, etc. Tabla Nº 3 Mortalidad por hechos violentos según sexo en el Estado Bolívar 2000-2004 Año/Sexo
2000 Nº % Femenino 23 3,86
2001 Nº % 24 4,21
2002 2003 2004 Nº % Nº % Nº % 31 5,33 132 13,93 22 3,17
Masculino 572 96,13 Total 595
546 95,78 570
550 94,66 815 86,06 671 96,82 581 947 693
Fuente: Epidemiología regional.E.Vital. Coord. Regional de acc. de todo tipo y hechos Violentos.
En esta tabla observamos una diferencia muy marcada entre el número de víctimas de muertes violentas que ocurrieron en varones en comparación con las hembras, durante el período comprendido entre 2000-2004 en el estado Bolívar. Esta tendencia que no es exclusiva de la región puesto que se puede observar en todo el país, nos señala el hecho de la participación del sexo masculino como protagonista central de los procesos de violencia interpersonal que terminan en homicidios. De acuerdo a estos datos, tal parece que la violencia interpersonal fuera un fenómeno propio del sexo masculino y eso nos remite a la prevalencia de la «cultura de la masculinidad» como rasgo central de una sociedad que se ha vuelto excesivamente fálica (dominio por la violencia) en la lógica de su funcionamiento. 167
Esto puede inferirse de la combinación de al menos de dos tipos de racionalidad muy fálicas como es por un lado, la que ha dominado tradicionalmente las relaciones masculino-femenino en la sociedad venezolana con su fuerte carga de machismo y la lógica del mercado que postula una «sociedad canibalística» propia de la neo-modernidad capitalista global. Tabla Nº 4 Mortalidad por hechos violentos según grupos etáreos Estado Bolívar 2000-2004 Grupos etáreos 5-14 15-24 25-44 45-64
2000 2001 2002 2003 Nº % Nº % Nº % Nº % 6 1,00 6 1,05 6 1,03 6,73 242 40,67 233 40,87 255 43,88 438 46,25 259 43,53 298 52,28 262 45,09 403 42,56 74 12,14 28 4,91 46 7,91 86 9,08
2004 Nº % 5 6,72 307 44,30 311 44,88 8 1,16
Fuente: Epidemiología. E. Vital. Coord. Regional de acc. de todo tipo y hechos violentos.
Cuando examinamos la mortalidad por hechos violentos de acuerdo a grupos etáreos en esta población, encontramos que los grupos de edad ubicados entre 15 y 24 años y 25 y 44 años, concentran la mayor parte de los homicidios que ocurrieron en el período comprendido entre 200 y 2004. Si la violencia interpersonal que produce muertes violentas se ubica mayoritariamente en el sexo masculino, esto da la impresión de ser un fenómeno propio de una cultura y una sociedad esencialmente falo-céntrica Con respecto a incidencia y prevalencia en relación a grupos de edad, pareciera que fuera una cuestión de jóvenes. En la cultura juvenil parece que se incubara también la «cultura de la muerte» de la cual hemos hablado porque aunque la edad no sea un factor determinante, si es condicionante pues a través de esta variable se filtran los demás factores determinantes y detonantes.
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Toda la problemática familiar y de exclusión social, así como los problemas derivados de la frustración con respectos al «ideal colectivo de realización social y autorrealización» en el contexto de una «cultura fálico-canibalística», podrían estar afectando de manera especial a los grupos de edad ubicados entre la adolescencia y la juventud en general. La vinculación de todos estos factores de riesgo con la cultura mediática que promueve este tipo de Standard de valores y patrones de comportamientos violentos como una cuestión de jóvenes que se orientan primordialmente por la acción, en un contexto sociocultural que privilegia el «accionar» por encima de cualquier otra consideración, podría explicar parcialmente el hallazgo realizado. Por otra parte es preocupante que en un grupo de muy corta edad como es el de 12-19 años, se esté comenzando ya a ver cierto grado de mortalidad violenta que nos habla de una tendencia general en todo el país a disminuir el umbral de la edad de ocurrencia de los homicidios.
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CAPÍTULO 11 Mundos de vida y subjetividad del homicida: historia de lo vivido generador de patología
Abordar el fenómeno de los homicidios, en tanto máximo nivel de violencia interpersonal, como una cuestión de construcción social de la subjetividad del homicida, podría sugerir para enfoques neopositivistas, un innegable riesgo de subjetivizar hechos radicalmenrte objetivos y por tanto susceptibilidad de incurrir en tratamientos reñidos con la metodología científica. Sin embargo tendríamos que decir que a pesar de la positividad que adquiere hoy un fenómeno tan impactante como la violencia interpersonal en cualquiera de sus manifestaciones, el carácter de objeto socialmente construído tanto por el sentido común como por el investigador que lo aborda con los recursos de la metodología científica, es inevitable. No puede ser de otra manera porque se trata de personas, involucradas en acciones y relaciones con otras personas, las cuales comparten la condición de ser sujetos; vale decir, seres constituídos por la relación con el Otro, la cual se estructura en torno a lenguaje, poder, deseo, pasiones, representaciones, etc. En la capacidad de producir y reconocer sentido en contextos diversos y plurales, anida la condición de constituirse como sujetos frente a otros sujetos, también múltiples y complejos. Tenemos que hablar más que de personalidad homicida, de un comportamiento homicida, de una subjetividad homicida porque significa construcción social y por lo tanto hecha en el contexto de la inter-subjetividad y las redes de inter-subjetividad, siempre mediadas por el lenguaje-cultura, lo simbólico y lo históricovivido así como por los procesos socio-estructurales en general. 171
Entendemos por subjetividad, la construcción a través del proceso de socialización y de las experiencias de lo vivido, de las estructuras inconscientes, de las estructuras del sí mismo y las que se vinculan con el yo consciente y la conciencia en general. No se refiere a estructuras intra-psíquicas ni a lo que el sujeto es desde el punto de vista mental como una referencia arbitratria o simplemente irreductible a cualquier otra referencia más allá de lo estrictamente individual y por oposición a lo que es objetivo. En todo caso, la subjetividad es un constructo que se elabora a partir de procesos de internalización del lenguaje, la cultura y los roles sociales, actitudes, patrones de comportamiento como referencias que el Otro generalizado aportan, más las propias experiencias que el sujeto individualmente considerado construye desde el lugar de lo vivido. De este modo, la subjetividad es tanto individual y grupal, así como colectiva ya que está colocada en el centro de la constitución y experiencia de lo social en tanto redes de relaciones entre el sujeto y los otros. Con respecto al concepto de Mundo de vida, haremos referencia a algunos autores sobre una categoría que proviene en su origen de la más pura fenomenología husserliana y para esta investigación adquiere el estatuto de categoría heurística por su vinculación directa con el universo de la vida cotidiana. En este caso el universo de la vida cotidiana de sujetos que pertenecen al mundo de la violencia interpersonal destructiva. De hecho, es a partir de las estructuras del mundo de la vida cotidiana, desde donde el sujeto común construye su subjetividad, el concepto de sí mismo, sus proyectos de identidad y por supuesto, sus ideales de realización social y autorrealización. Así, tenemos el enfoque de la fenomenología sociológica de Alfred Schutz (1977; pp. 18) quien afirma que «las estructuras del mundo de la vida son aprehendidas como la trama de sentido presupuesto en la actitud natural, el contexto básico de lo indiscutido, lo tomado como evidente que subyace en toda vida y acción sociales» ...«La vida cotidiana implica intrínsecamente la suspensión de las dudas acerca de la realidad del mundo...».
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En este sentido, el sujeto en la vida cotidiana entra en contacto con su mundo particular como si se tratara de algo real por sí y en sí mismo y en términos de fundamentos incuestionados que rigen su vida como si fuera algo natural. En Habermas (1990, pp.176-177) encontramos una discusión con diversos autores para finalmente decir que ...«podemos representarnos éste (el mundo de la vida)como un acervo de patrones de interpretación transmitidos culturalmente y organizados lingüísticamente». De tal modo que el mundo de la vida desde el punto de vista de la teoría de la acción comunicativa puede ser definido como ...«horizonte en que los agentes comunicativos se mueven», por lo tanto el lenguaje y el sistema de la cultura constituyen elementos consustanciales del mundo de la vida en cuanto escenario dentro del cual se dinamiza la intersubjetividad y se produce la comunicación entre hablantes-oyentes (Ibidem. , pp. 169) Alejando Moreno (2007, pp.26) desde una posición claramente hermenéutico-crítica y fenomenológica, dice refiriéndose al carácter de experiencia de lo vivido del mundo de la vida ...«un horizonte (del mundo de la vida) no está constituído solamente por claves intelectuales de interpretación o por símbolos representados mentalmente, sino que se construye en un proceso de vida y experiencia». El autor nos ofrece las claves para comprender el mundo de vida popular venezolano, las cuales giran alrededor de la familia como el punto de condensación más denso y con mayor carga de sentido. La familia popular venezolana se estructura a partir del estatuto de familia matri-centrada y de ahí puede entenderse e l carácter convivencial que constituye al hombre popular venezolano (Moreno,Ibid. ) Desde el punto de vista de nuestro particular enfoque podríamos decir que las estructuras del mundo de la vida de los sujetos entrevistados y podríamos hacer una extrapolación para el universo de la violencia interpersonal homicida en Venezuela, giran alrededor de dos ejes estructurales de significación.
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En primer lugar, lo vivido en contextos socio-familiares claramente patológicos de desintegración, abandono (fundamentalmente de la madre) y maltrato; y por el otro lado, la experiencia de rechazo a los valores, la cultura, la institucionalidad, los modelos de identificación e ideales de realización tradicionales. Esto supone la definición de modelos de identificación e ideales de realización social-personal (autorrealización), así como la afiliación a grupos de pertenencia y referencia, alternativos a todas esas estructuras sociales convencionales.
Los sujetos cuentan su propia historia
En atención a la exigencia metódica de tomar como punto de partida lo histórico vivido por el sujeto como vía regia para comprender el fenómeno de la violencia, aplicamos la metodología de las historias de vida (que para nuestro uso denominamos como historia de la subjetividad) en función de la reconstrucción de la subjetividad y los mundos de vida que constituyen la base de este tipo de comportamiento (la violencia ). Aplicamos historias de vida a un grupo de sujetos homicidas adscritos a una institución de tratamiento comunitario, provenientes de la cárcel de Vista Hermosa en Ciudad Bolívar y que aún pagan condena por el delito cometido. La muestra no tuvo representatividad estadística sino que fue seleccionada en forma intencional, tratando de elegir casos que representaran las características en forma lo más aproximado posible al tipo de subjetividad que estamos investigando. En este sentido se trata de una representatividad sociológica que no indaga por distribuciones de frecuencias o asociaciones entre variables (aunque también se aplicó en esta investigación una encuesta con datos de tipo estadístico), sino en recurrencias, convergencias, iteraciones que describen situaciones y tendencias estructurales; vale decir procesos, y para ello nada más adecuado que trabajar con una estrategia metódica que se basa en el estudio de sujetos.
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El instrumento estaba constituído por dos ejes estratégicos: los aspectos socio-estructurales y los aspectos socio-subjetivos. La indagación sobre el primer aspecto permitió la obtención de datos referentes a: nivel socioeconómico de los padres del sujeto y del sujeto mismo, la estructura e integración de la familia de origen expresadas en un familiograma como representación gráfica, lugar del sujeto en la constelación familiar y número de miembros en la familia de origen. En el segundo aspecto se hacía énfasis en la indagación por el sujeto mismo y las estructuras de sus «mundos de vida» como matriz de abordaje y comprensión de lo social. Así tratamos de profundizar en aspectos como la historia de lo vivido por el sujeto antes de cometer el delito, en sus relaciones con los otros significativos, fundamentalmente la familia. En este sentido combinamos el enfoque de transversalidad que supone los aspectos estructurales señalados, con un encuadre histórico que partiendo desde la infancia termina en la adolescencia como etapas críticas en el proceso de estructuración de la subjetividad. Historia del sujeto en sus relaciones con los padres, primordialmente la madre, padrastros, los hermanos y las figuras de autoridad. Investigando sobre áreas que describen procesos integradores claves como: afectividad, aceptación-rechazo, atención-abandono, disciplina-castigo e identificación con figuras de autoridad.
Relatos orales de los sujetos
Sujeto Nº 1: Edad actual: 34 años. Proveniente de una familia de bajo nivel socioeconómico, estrato V de Graffar, el sujeto es analfabeta. El padre es albañil y también es analfabeta, de origen campesino. La familia de origen estaba completamente desintegrada y nunca llegó a conocer a su madre: ...«mi padre me separó de élla cuando era muy pequeño y me maltrataba» ...«mi padre era demasiado malo, me castigaba
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despiadadamente, hasta con los pies me daba, me pegaba con los puños, con palos, con correa, con lo que fuera; siempre me maltrataba desde pequeño». ...«Me ponía un pié en la cabeza y con el otro me daba» Su padre le negaba el derecho de conocer a su madre biológica: ...«yó le decía que quería conocer a mi madre y él decía que no sabía... él nunca me llevó» El padre era un hombre muy mujeriego: ...«no perdonaba a ninguna mujer que se le atravesara , tuvo un total de 32 hijos con distintas mujeres…». Este padre le infundía mucho miedo al sujeto: ...«yó le tenía mucho pánico cada vez que lo veía, estaba siempre muy asustado por su violencia». A pesar de ser una familia dispersa, el sujeto conoció a 3 de sus hermanos (una hembra y dos varones) y comenzó a vivir con ellos en la casa de su madrastra, pero esta etapa de su vida no hizo más que prolongar su ya larga experiencia de maltrato: ...«uno de ellos (de sus hermanos) me maltrataba, una vez de vaina no me mató...». Su vida transcurrió en varias ciudades: nació en Guiria (Edo. Sucre), pero vivió también en Caracas y San Félix ...«mi padre me traslado a Casanay (Edo. Sucre) en donde vivía con un tío que también me maltrataba... hasta que un día me dije: no me la calo más». Comentarios sobre el caso: En este relato, aunque breve, podemos apreciar muchos detalles de la vida del sujeto que merecen ser puestos de relieve. Hablaremos solamente de dos aspectos que definimos como los más relevantes. En primer lugar destaca la historia de maltrato por parte de la familia que nos permiten hablar de procesos de victimización crónica probable del sujeto desde muy temprana edad. Este maltrato sistemático y continuado se ejerce sobre una persona que por ser muy joven todavía, vive por esta razón, aterrorizado y seguramen-
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te en estado de indefensión porque quienes lo maltrataban eran sus «personas primarias de referencia»: padre, hermanos mayores, tío, etc. Estas experiencias, vividas como experiencias básicas por el sujeto, lo preparan para ir construyendo a lo largo de toda su vida (si no hay experiencias significativas que lo modifiquen), una «carrera moral» orientada sobre una matriz de resentimiento social y de odio que explica parcialmente la emergencia de un patrón de comportamiento violento. Una conjetura como ésta encuentra asideros en la afirmación del propio sujeto cuando dice que: ...«En sí no es odio, sino rencor» para referirse a lo que siente por el padre maltratador. Esa «carrera moral» de sujeto violento puede ser expresada en lo que denominamos una «cadena de victimización» porque el «maltratado» se convierte a posteriori en un «maltratador» y en este caso concreto, en un homicida. Por el otro lado tenemos el hecho de la ausencia total de la «madre biológica» en el proceso de crianza, como aspecto que podríamos denominar como experiencia clave para entender el proceso de la «carrera moral» del sujeto en tanto persona orientada a la violencia destructiva. En este caso, el sujeto lo expresa de manera dramática cundo dice: ...«yo digo que si hubiera conocido a mi mamá, yo no hubiera caído en esto (en el delito de homicidio)...». ...«yo deseo conocerla (a su mamá) porque la mamá de uno es la que lo conciente a uno...». ...«porque no se si vive o muere...». Los efectos de este tipo de experiencia en la configuración de una predisposición o sensibilización especial por el comportamiento violento de estos sujetos, es una hipótesis que pudiera ser demostrada no solo a partir de las investigaciones realizadas al respecto sino también en este caso a propósito de los hallazgos realizados en esta investigación.
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Sujeto Nº 2: Edad actual: 25 años. Familia de bajo nivel socioeconómico, estrato V de Graffar, comunidad de residencia marginal, de padre analfabeta, obrero no calificado, madre cocinera. El sujeto tiene un nivel de instrucción de sexto grado y no tiene un oficio conocido. La familia de origen del sujeto es suficientemente amplia porque consta de 9 hijos, desintegrada, los padres se separaron cuando él tenía 8 años. Después de la separación se fueron a vivir con su mamá y el padrastro. Este junto con su mama maltrataban al sujeto (y a sus hermanos) quien finalmente se va a vivir con su padre biológico por esta razón: «...quería más a mi papá porque mi padrastro me pegaba con un cable...». ...«Yo odiaba a mi madre, también élla me maltrataba, ella quería más al marido que a mi, por eso me fui a la calle...» ...le tenía miedo a mi mamá». ...«una vez me comí la comida de mi padrastro y ella (la mamá) me quemó la boca y luego me puso el pié en el cuello y me estaba matando... Luego, en razón del maltrato que recibía se fue de la casa de su mamá para la casa de su papá. No obstante, en la reproducción de esa cadena de victimización, también la madrastra maltrataba al sujeto: ... «la madrastra discutía mucho conmigo y me daba cachetadas y una vez yo agarré un palo». Me pegaban porque me mandaban a «fregar»; ellos (la familia del padre) ensuciaban mucho y por eso me pegaban…. En vista del maltrato recibido, el sujeto decide dejar también la casa del padre y se va a vivir a la casa de una señora que era la tía del padrastro: ...«después me fui para donde una señora de nombre Juana ...». Fui a vivir allá, élla (la señora) si me trató bien, élla si me dio apoyo, no mi mamá». ...«yo seguí con élla estudiando y llegué a sexto grado, pero después dejé la escuela porque ya andaba en una rumba…».
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Comentarios sobre el caso: En forma similar al caso anterior es posible observar en la narración del sujeto dos aspectos relevantes que constituyen experiencias claves: 1.- el maltrato constante en las relaciones con las figuras parentales, 2.- la ausencia de afectividad en las relaciones con la madre. Sin embargo a diferencia del primer caso, este sujeto si conoció a su madre, e incluso llegó a convivir con élla a pesar del maltrato recibido; en razón de esto dice que su madre no lo quiere. En este caso, en relación al maltrato, se puede aplicar todo lo dicho en el primer caso. No obstante observamos que el sujeto no expresa sentimientos tan negativos hacia el padre, como en el caso del primer sujeto. Igualmente podríamos extrapolar a este caso lo dicho a propósito del déficit afectivo de la madre en el primer caso y sus consecuencias en la subjetividad. Por otra parte y a diferencia también del primer caso, refiere experiencias positivas como es el caso de la señora que lo recibió en su casa, lo quería y lo indujo a estudiar hasta el punto de llevarlo hasta sexto grado. Sin embargo, él mismo confiesa que no quiso seguir estudiando porque ya andaba en la «rumba». Esta «rumba» era la banda a la cual ya pertenecía de acuerdo a lo narrado por el mismo sujeto de manera que así se iniciaba su proceso de socialización hacia el mundo de la violencia delictiva.
Sujeto Nº 3: Edad actual: 26 años Perteneciente a una familia desintegrada, con cinco hijos, estrato V de Graffar, comunidad de residencia marginal, padre de oficio albañil, sujeto con primer año de escolaridad aprobada. Relata que desde su infancia la familia siempre estuvo dividida, de hecho sus padres se separaron y él terminó viviendo con su padre, el cual murió relativamente joven. Luego intento vivir con su mamá pero fue rechazado por ella : ...«Yó quise vivir con mi mamá pero élla me despreció por irse (sic) con su nuevo marido...». Ante el conflicto que surge con su
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padrastro, la mamá decide apoyar al marido:….» Yo tenía problemas con el «actual» marido de mi mamá, pero élla en vez de apoyarme a mi, apoyó a su hombre y no a mí que soy su propio hijo…». De acuerdo a las propias consideraciones del sujeto, este hecho tuvo gran repercusión en la historia de su vida, de tal manera que lo marcó definitivamente: …» porque si mi mamá me hubiese apoyado a mi, tal vez yo no habría pasado por lo que pasé….» Dice estar muy dolido por esto y expresa un fuerte resentimiento hacia su madre que persiste todavía hoy en día. De acuerdo a lo narrado por el sujeto, sus problemas empeoraron a raíz de la muerte de su padre, quien era su único apoyo familiar: ...«cuando mi papá falleció, yo tendría como 14 años, pero mi mamá siguió rechazándome...» yo tuve que irme a vivir a casa de mi abuela pero mis familiares me trataron como a un perro...», ...«no me daban comida, pasaba hambre, lo más que me ofrecían era la sobra de los demás» ...«por esto es que yo decidí agarrar la calle y me convertí en un indigente...».
Comentarios del caso: En este caso, lo más resaltante del relato es el rechazo que recibe por parte de su madre que marca la historia de su vida, hasta el punto de generar una matriz de resentimiento en el sujeto desde la primera infancia que aún no termina de resolver en la actual etapa de su vida. Pero el rechazo no proviene únicamente de la madre, sino que también su abuela y familiares lo rechazaron. Esta actitud de resentimiento social que alimenta una subjetividad de exclusión en sujetos que viven estas situaciones, predispone también al comportamiento violento. A diferencia de lo que comúnmente ocurre en las relaciones del sujeto infantil con las figuras parentales en sociedades como la nuestra, la madre aparece como rechazante y lejana, en cambio el padre asume el rol de apoyo familiar; al menos en la percepción
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del sujeto y éste ‘parece tener un recuerdo muy lejano pero también positivo de su padre.
Sujeto Nº 4: Edad actual: 24 años Familia nuclear integrada, conformada por los padres y 12 hijos, de origen rural, padre de profesión maestro de obras y madre de oficios domésticos, con niveles de instrucción de tercer y primer año y lugar de residencia marginal. El sujeto tiene un nivel de instrucción de segundo año. El nivel socioeconómico de esta familia podría ser ubicado en el estrato IV de acuerdo a Graffar. En atención a lo narrado por el sujeto, ellos (los hermanos) tuvieron una crianza bastante estricta y dentro de las normas y disciplina de la familia patriarcal tradicional «…si nosotros no hacíamos lo que nuestros padres nos decían, entonces recibíamos un correazo…» «…no teníamos esa libertad para salir de la casa de noche, teníamos que hacer las cosas bien todo el tiempo...» «por hacer las cosas malas, ahí venía un correazo…». A la pregunta hecha por el investigador que si sus padres lo maltrataban a él, el sujeto contestó: «...cuando había una corrección por algo malo nos corregían, nos pegaban con una correa, pero por algo malo…». Luego añade con respecto a su situación actual que: «ni uno mismo, yo no me explico como uno cayó en ese camino…» Luego preguntamos sobre el motivo por el cual se había retirado de la escuela y el sujeto contestó de la siguiente manera: «...mi papá era maestro de obras y cuando venían las vacaciones de la escuela, yo me dedicaba a trabajar con él ...yo lo ayudaba y él me daba como 40 mil bolívares y cuando comenzó la escuela otra vez no regresé porque me gustó trabajar porque (sic.) tenía real en mi mano...» A partir de aquí el sujeto habla de esa nueva vida que había descubierto al lado de su padre: «...de verdad me gustaba porque uno se podía vestir como uno (sic) quería... por medio del trabajo
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yo dejé los estudios porque me gustó tener los reales, porque el trabajo me daba, los estudios no...» Luego el sujeto comienza a robar y va a la cárcel y cuando sale en libertad se integra a una «banda» de delincuentes que operaba en la zona en donde residía y es entonces cuando comienza a ponerse en contacto con otros sujetos que ya estaban en el mundo del delito y no sólo cometían delitos contra la propiedad sino también contra las personas, vale decir homicidios. Comentarios del caso: A diferencia de los casos anteriores, este sujeto no tiene familia desintegrada, ni se queja del maltrato, desamor y abandono de las figuras parentales. Al contrario refiere que perteneció a una familia cohesionada alrededor de la figura del padre con una crianza estricta, basada en modelos normativos y disciplinarios que en todo momento desarrollaron mecanismos de control sobre sus hijos. A pesar de esa situación sociofamiliar, este sujeto desarrolla una «carrera moral» de delincuente que lo lleva del robo en primer lugar y por el cual cae preso por primera vez, a la integración a bandas que cometen todo tipo de delito de alta violencia, pero sobre todo homicidios y es en esta etapa cuando cae preso por segunda vez. No obstante, habría algunos elementos que cabría mencionar en el caso de este sujeto y que son factores coadyuvantes o cofactores del fenómeno objeto de estudio, como son: el bajo nivel socioeconómico que genera situaciones de pobreza y al mismo tiempo lleva a los padres a vivir en una zona fuertemente marginal y violenta como es Vista al Sol- San Félix (Edo. Bolívar). La deserción escolar temprana y la enorme cantidad de hermanos con los cuales tiene que competir por el afecto de sus padres podrían haber generado un déficit afectivo y una atmósfera de rechazo. Pero lo que nos parece de mayor relevancia en el intento por comprender la situación de este sujeto, sería la fuerte identificación con el «estilo de vida» basado en el consumo de objetos de
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«marca» promocionados por el mercado que de por sí es una variable diferente (pero no independiente) de los aspectos asociados con la historia de las relaciones socio-afectivas entre el sujeto y su familia. Este aspecto queda claramente expresado cuando dice que le gustaba más el trabajo que la escuela porque ganaba dinero que le permitía comprar las cosas que le atraían y vestirse como él quería. Y aquí se ligan indisociablemente dos factores: la deserción escolar temprana y el gusto por el trabajo, no tanto por el valor que éste representa, sino porque constituye un escalón en la «carrera moral» delictiva que lo lleva a la calle como lugar de resocialización en su «nuevo rol» y por la disponibilidad de dinero que le facilita el acceso al consumo. Comentarios finales Si pudiéramos hablar de una radiografía de los sujetos entrevistados desde el punto de vista de los aspectos socio-estructurales, encontraríamos que todos son de estrato socioeconómico bajo, viven en situación de pobreza, provienen de familias numerosas, son de sexo masculino y para el momento de cometer el delito son muy jóvenes de edad.. En cuanto a aspectos socio-subjetivos, con excepción de uno, en 3 casos los sujetos provienen de familias desintegradas por separaciones, han sufrido abandono afectivo, sobre todo de la madre, maltrato continuado y exclusión social. Con respecto al maltrato, que es un factor que sobresale en los sujetos investigados, pudiéramos decir que desde el punto de vista de la «Hermenéutica simbólica», la cadena de victimización maltratador-maltratado se traduce en la proyección inconsciente en el Otro, a quien el sujeto maltratado identifica como amenazante u obstáculo en el logro de sus objetivos, de la figura del padre maltratador y por lo tanto susceptible de convertirse en objeto de venganza por parte de la víctima metamorfoseado en víctima-victimario.
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Todo parece indicar que la ausencia de figuras parentales en los primeros cinco años del niño es un evento catastrófico en el proceso de estructuración de su subjetividad, pero la ausencia de la madre (abandono total o parcial) es abrumadoramente trágico. Todos los estudios sobre ausencia de figuras parentales, fundamentalmente de la madre, (Spitz, 1945 citado por Recagno, 1982; Erickson, 1976; Moreno, 2007) en la temprana crianza del niño, nos hablan de efectos devastadores precoces en la estructura de su subjetividad y la construcción de la identidad personal; sobre todo en el núcleo primario del yo que se configura a partir del nutrimento que constituye la afectividad. Sin embargo y rompiendo con la lógica de estos hallazgos, vimos como un caso de los analizados, se aparta de este patrón y presenta un tipo de relaciones socio-familiares en donde no están presente estas características: familia desintegrada, separaciones, maltrato, rechazo, abandono. En su defecto encontramos factores que tienen que ver con la seducción por el sujeto del estilo de vida predominante en el sistema de la sociedad de consumo global. Tendríamos que concluir entonces que con respecto a los factores de riesgo que intervienen en forma determinante en la configuración de una subjetividad propensa a la violencia interpersonal homicida, éstos podrían provenir de dos fuentes, fundamentalmente: 1.-el síndrome familia desintegrada-separación-maltrato-abandono-rechazo (sobre todo de la madre) ; 2.-estilo de vida consumístico con relación a>valores de mercado capitalista y modelos de identificación basados en el poder y los valores de carácter instrumental-materialista de la sociedad de mercado. Cualquiera de los dos tipos de factores pueden intervenir para generar una subjetividad propensa a la violencia e identificación con estilos de vida y modelos violentos. Con la pérdida de prestigio que sufren los modelos de identificación convencionales (padres, maestros, adultos significativos de la comunidad, etc) y las agencias de socialización tradicionales (familia, escuela, comunidad, etc.) El sujeto que se inicia por los «caminos de la vida callejera» puede identificarse con nuevos modelos ( delincuentes, pranes,
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héroes de las películas violentos, jefes de bandas, etc. ) y caer en manos de agencias de socialización no institucionales como son: las bandas, la calle, etc. Los medios de comunicación masivos de gran penetración como la TV y los videos, constituyen también agencias de socialización efectivas que desde la primera infancia capturan la subjetividad del niño y le implantan modelos de identificación violentos o que sugieren violencia. Aún con los problemas provenientes del área sociofamiliar resueltos, el sujeto que se sienta fuertemente atraído por esos estilos de vida y modelos de identificación y haya sido atrapado por las redes de las agencias de socialización que hemos señalado, previa deserción escolar, ya de hecho presentará una alta probabilidad de iniciar la «carrera moral» delictiva que lo lleve al mundo de la violencia interpersonal homicida. Esta «carrera moral» tiene una fase intermedia que se ubica en la deserción escolar porque ésta es un verdadero «trampolín» que lo llevará definitivamente a la «calle». En estos casos, la calle comolugar sociológico de socialización tiene mayor poder de atracción para el sujeto «vulnerable» que la misma familia y finalmente se constituye en una agencia de resocialización en los nuevos saberes, los nuevos roles y los nuevos modelos de identificación que determinarán la vida de éste. Absolutamente todos los sujetos investigados registraban situaciones de deserción escolar y este dato puede ser un fuerte indicador del fenómeno que estamos investigando por el carácter de transición hacia el salto cualitativo del sujeto que lo llevará definitivamente a la calle como lugar de delito. Otros aspectos importantes y que pudieran ser definidos como factores situacionales en el abordaje del fenómeno objeto de estudio, son la edad y el sexo. La edad promedio para la cual los sujetos cometen el primer delito está alrededor de los 15 por debajo y son todos sujetos masculinos. Aunque se puede encontrar personas mayores en el mundo del delito de alta violencia, esto parece ser cosa de jóvenes mayoritariamente porque son los que aún no tienen un proyecto de iden-
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tidad de integración social definido y por lo tanto tienen menos resistencias y están más expuestos al riesgo. Podríamos hipotetizar también que existe la representación de la juventud como asociada con la violencia. Con respecto al sexo, todas las investigaciones orientan a definir el mundo de la violencia destructiva como una cuestión de hombres (lo cual no implica ausencia de mujeres) que remite a la « cultura de la masculinidad» en el contexto de una sociedad esencialmente fálica como la venezolana (latinoamericana y occidental). Conclusiones generales: Con respecto al fenómeno de la emergencia de la violencia social como un efecto de explosión y teniendo en cuenta la investigación que hemos realizado, pudiéramos decir que: Jamás en toda la historia de la humanidad, el hombre había sentido que su salvación, su realización, dependían de medios materiales como en esta civilización; jamás el hombre se había convertido en una «mera abstracción», un simple medio instrumental, una cosa totalmente desechable como ahora. Jamás las relaciones interpersonales y la comunicación en general, estuvieron tan mediatizadas materialmente como en esta civilización. El concepto de sagrado, vinculado no sólo a Dios, sino también a la naturaleza, al hombre y la vida, jamás había sido declarado por la «ideología de éxito» dominante y la gente común, como totalmente innecesario para la realización y el logro de los objetivos fundamentales de las sociedades y los individuos considerados particularmente. Pero también jamás en la historia de la humanidad, se había llegado a un pragmatismo tan delirante como para considerar que lo único importante en la vida sea mi interés particular, las necesidades estrictamente individuales y particulares. De ahí surge un estilo de vida y manera de ver al mundo que se expresa concretamente en el tipo social del «individualista- egocéntrico- primario». Igualmente podríamos hablar de otro tipo social, complementario con el anterior que surge en este contexto y que podríamos
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definir como el «individualista hedonístico». Lo único importante en la vida es «pasarla bien» y ésta no merecería llamarse tal sino girara alrededor del «goce material « que permite el consumo de productos de origen tecnológico; el goce tecnológico. «El goce sin compromiso» radical es la manera como se define, desde esta perspectiva, el modo de alcanzar la realización y por tanto la salvación del alma, pero no ya desde el plano de lo espiritual, sino de lo material, por lo tanto salvación del cuerpo. Todos estos elementos conforman una «atmósfera espiritual» y ética que contiene ya dentro de sí como una lógica fundamental y terrorífica que sugiere la metáfora de la «muerte del hombre» y también de la naturaleza porque implica el empobrecimiento del universo de la vida y su reducción a cuestiones de tipo instrumentales. Es un estado de miseria espiritual que reconcilia al hombre con el carácter de «ser-para la destrucción» que puede llegar a tener y que comporta dentro de Sí como especie, como potencialidad. Con respecto al fenómeno de la violencia interpersonal que conduce a muertes violentas, en el país y la región latinoamericana de acuerdo a los datos disponibles, creo que podemos hablar de una tendencia estructural al agravamiento del problema sobre todo en dos últimas décadas. A nuestro modo de ver las cosas lo que ha ocurrido es un proceso de agudización de tendencias estructurales ya presentes en la sociedad venezolana agravadas por la implantación de un modelo de civilización que en vez de disminuir el peso de éstas lo que hace es exacerbar el cuadro de una patología que tiene todos los síntomas de una epidemia, en el mejor sentido del término. Urbanización caótica y violenta, desarrollo en su máxima expresión de un modelo petrolero de cultura-sociedad (la civilización petrolera) que junto a la instauración de un proceso civilizatorio global ha favorecido la implantación de un estilo de vida fundamentado en un nuevo sistema de jerarquización de valores que responde a una visión del mundo centrada en lo objetual, más que en lo humano, en lo egocéntrico, más que en lo sociocéntrico,
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dando al traste con estructuras tradicionales de solidaridad y comunicación interpersonal. El advenimiento, en razón de esto, de un estado de hiperanomia que denominamos como «proceso de pulverización social», significa la disolución de las mediaciones sociales, simbólicas y los rituales de la interacción que hacían posible la convivencia social. Son éstos los escenarios más amplios dentro de los cuales puede ser abordado el fenómeno de la explosión de la violencia interpersonal en general y de los homicidios en particular, en las últimas décadas. Por otra parte tenemos, que en el caso del venezolano concretamente se han producido algunas modificaciones en la dimensión de su Inconsciente colectivo, su alma colectiva, que favorecen el surgimiento de una «pulsión de muerte» como tendencia dominante. 1. A pesar del predominio aún del status simbólico de la madre como arquetipo predominante (la madre nutricia), el matricentrismo se ha erosionado fuertemente por efectos de la implantación en la subjetividad y el Inconsciente societario del venezolano de una lógica de mercado profundamente objetocéntrica y fetichista. Estos cambios conspiran en contra del lugar central de la familia, el parentesco y la afectividad, como rasgos presentes en el complejo ideológico-cultural que constituye al machismo. 2. El proceso de urbanización acelerada y la transición de una sociedad tipo comunidad a una sociedad de tipo urbana-masificada, en donde todos los días hay que batirse con un «orden caníbal», que nos reduce a todos a simples átomos de un universo cada vez más impersonal, ha convertido a la persona humana en una especie de abstracción que no tiene un valor concreto para el sujeto.
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3. El resentimiento social que nos ha acompañado ancestralmente (somos una sociedad socialmente resentida), ha venido agravándose por efectos de las inmensas desigualdades y la exclusión social hasta el punto de alimentar la vieja y ancestral «pulsión de muerte» que arrastramos como grupo con una historia de dominación, opresión y «heridas abiertas y sangrantes» aún no completamente sanadas porque fueron « imaginariamente suturadas» 4. La tendencia, quizás por la prevalencia de esa matriz de resentimiento social aún no resuelta, a resolver los conflictos de manera violenta en el venezolano por su origen de sociedad mutilada y múltiplemente fracturada, producen como reacción compensatoria, imaginarios de «rebeldía» y «orgullo» que fácilmente predispone a comportamientos destructivos y autodestructivos.
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Notas: 1.
2.
3.
4.
5.
6.
Sin embargo, todo la estructura lógica y epistemológica de la ciencia que permitió el desarrollo exponencial del conocimiento científico desde el punto de vista de la construcción de un formidable aparato de una racionalidad cognitivo-instrumental, esta montada sobre la disyunción del conocimiento de la realidad con respecto a la subjetividad. Esta operación produjo un proceso de «descuartizamiento»de la realidad, que en el campo de la Medicina ha significado «una disección anatómica del cuerpo» de tipo epistemológica. La enunciación más discursivamente clara de esta propuesta es la que hace Comte (1980) en su Curso de filosofía positiva a propósito de la formulación de la ley de los tres estadios y Durkheim (1976) en Las reglas del método sociológico, con su definición de los hechos sociales como cosas y exteriores al individuo. Esto está fundamentado en el principio de reducción de la realidad, caracterizada por la multidimensionalidad de los procesos, a la visión de simplicidad que supone el universo y la naturaleza como determinados por unas cuantas leyes perfectamente cognoscibles, exorcizando así las dificultades que presenta el enfoque de complejidad; lo cual denuncia la ansiedad cartesiana de la disyunción sujeto-conocimiento de la realidad. Se refiere al descubrimiento en el campo de la investigación de los universos microfísicos de la ambivalencia del comportamiento de la luz la cual puede adoptar simultáneamente el carácter de onda y de partícula. Esto podría ser tomado como el antecedente en el campo científico de lo que posteriormente es enunciado como paradigma de la complejidad. Podemos hacer referencia aquí a la enunciación de lo que el físico David Bohm ha denominado como «principio antrópico participativo» en donde los subjetivo es una categoría central en el proceso del conocimiento de la naturaleza microfísica porque una vez que se produce la observación se introducen modificaciones en el objeto de estudio. Es a esto a lo que Kuhn se refiere con su concepto de paradigma, el cual hace alusión al carácter histórico de la matriz subjetiva que está a la base del proceso mismo de enunciación y percepción de
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7. 8. 9. 10.
11. 12. 13. 14. 15.
los eventos que configuran el proceso de producción de conocimientos científicos. Organización Mundial de la Salud, Informe mundial sobre la violencia y la salud. Washington, D.C. 2002. Fuente: Anuarios de Epidemiología y Estadísticas vitales.Varios años. Ministerio de salud y desarrollo social. OMS.Ob.cit. Briceño-León, Roberto: Global view on violence and health en ABRASCO: Asociación brasilera de Postgrado en Salud Colectiva, volumen 11, número 2-Abril-Junio 2006, pp. 316. Iniciativa del Centro de Investigaciones Sociales del grupo social CESAP-Nº17-Agosto-Septiembre, 2006, Caracas. Briceño-León.Ob. Cit. Rodríguez, Francisco, Violencia social: ¿Estilo de vida o estrategias de sobrevivencia?, Caracas, 2005, pp. 87-96. CESAP. Ob.Cit. Ibidem.
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