Grun anselm la celebracion de la eucaristia union y transformacion

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introducción

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La eucaristía es el sacramento que celebramos más a menudo. Los sacerdotes celebran a diario la eucaristía. Muchos cristianos van a misa todos los domingos. Pero, en los últimos años, la participación en la eucaristía ha disminuido notablemente. La celebración de la misa dominical ha entrado en crisis. Los jóvenes se quejan de que las misas son aburridas, de que son siempre lo mismo. La eucaristía «no les llama", no les dice nada. Los adultos tienen la sensación de que, en la misa, se celebra un rito que ya no tiene nada que ver con ellos, que se usa un lenguaje que les resbala, que no afecta a sus vidas. Son muchos los intentos de preparar eucaristías más variadas y vivas. Pero, en ocasiones, los freles de parroquias muy creativas tienen la impresión de vivir constantemente bajo presión: se sienten obligados a poner en escena representaciones de la eucaristía cada rrez más atractivas e interesantes. Es más importante la puesta en escena que el misterio de 1o que se celebra. Si buscamos las causas de por qué la eucaristía ha perdido atractivo, tropezamos con la cuestión principal: lcómo podemos expresar en común nuestra fe en tiempos de posmodernidad? En la celebración de la eucaristía se concentran los principales problemas de nuestra Iglesia acrual y también los de roda la sociedad. La eucaristía es ceremonia. Nuestro tiempo tiende a la indeflnición, a 1o informal. .Se picotea en muchas formas de celebración o incluso se evita todo lo que es dto» (Rootmensen) .


La eucaristía es memoria. En ella se cuentan historias inspiradas del pasado. El nuestro es un tiempo sin historia. La gente no quiere recordar el pasado y aprender de é1, prefiere olvidar 1o más rápido posible. Todo se reduce a la experiencia instantánea del aquí y ahora. "Vivimos prácticamente sin historia y nos encontramos en el tiempo con una tremenda miopía y con serias dificultades respiratorias" (Rootmensen). La eucaristía es celebración en común. En la época del individualismo tenemos graves dificultades a la hora de vivir la comunidad. En la comunidad de la celebración eucarística cobran sentido todas las diflcultades de dinámica de grupos que encontramos en nuestras relaciones. No tenemos ganas de ir a la celebración de la misa porque muchas personas de las que allí están no nos caen bien. Otro problema es nuestro mutismo. En una "cultura de la charlatanería>>, como llama C. A. van Peursen a nuestra cultura,

nos resulta difícil traducir nuestra fe a un lenguaje que llegue a los hombres. No sólo el lenguaje de los programas televisivos, también el de las reuniones de empresa y el lenguaje eclesial son, al fin y al cabo, .ls¡guajes sin encuentro». Hoy todo tiene que aportarnos algo. Todo ha de tener una utilidad práctica.

Si vamos a celebrar Ia eucaristía con esta actitud egoísta, entonces la experimentaremos como algo inútil y aburrido. No .nos dirá nada". La pregunta es si deberíamos acomodar la eucaristía a nuestros

tiempos

y

cómo podríamos lograrlo. Es cierto que todo ritual

siempre necesita de la reflexión y de un cambio en su estructura. Pero sólo mediante unos toques de maquillaje no podemos

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volver más atractiva la eucaristía. Se trata sencillamente de entender la eucaristía de manera que logre interpelarnos y fascinarnos. Para otros, las diflcultades que plantea nuestra época de posmodernidad y que se condensan en la eucaristía,


constituyen precisamente un reto que desafía a crea! contra nuestro mundo que aridece, oasis en cuyos lnanandales podamos beber y prepararnos para la travesía del desierto. Precisamente en medio dei mutismo de nuestro tiempo se trataría de aprender un

nuevo lenguaje que llegue al corazón de los hombres y que abra para ellos nuevos espacios vitales. Con respecto a la incapacidad para experimentar la comunidad, habría que posibilitar, en medio

del individualismo, un nuevo tipo de reiaciones. Contra la pérdida de conciencia y de memoria histórica, tendríamos que narrar las historias del pasado de tal manera que pudiéramos reconocernos nuevamente en ellas y, como consecuencia, también vivir hoy de un modo distinto y más consciente. Contra

el olvido, queremos celebrar el recuerdo del acontecimiento cenüal de nuestra historia: la muerte y la resurrección de Jesús, que traerá a nuestra memoria todas las historias de sufrimiento de nuestro mundo. Y para l-racer frente a la desestructuración

rechazo de los ritos- y a una época de desertización, es importante celebrar la liturgia junto con otros. "Cuando ceiebramos, estamos haciendo saltar en pedazos el espíritu de nuestro tiempo, organizado exclusivamente en función de nuestros relojes digitales. Esto puede ofrecernos un espacio para la vida y llamar nuestra atención sobre los oasis insospechados que hay en nuestra época" (C. A. van Peursen). Para combatir la tiranía de 1o útil nos vendría bien disponer de ámbitos libres de objetivos marcados, en los que se tratara simplemente de poder manifestar el propio ser, nuestro ser de cristianos redimidos. Y en un tiempo en el que se pone el .yo, como centro, necesitamos lugares en los que se acabe con la tiranía del "egs" y la mirada quede libre para Dios; lugares en los que se abra el cielo e inunde nuestra tierra con una nueva luz. Este libro pretende ofrecer sugerencias a cuantos participan

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en la eucaristía dominical o van a misa a diario para que puedan contemplar con ojos nuevos y vivir de manera más consciente lo que celebran siempre, una y otra vez, de manera que sean capaces de transformar su vida cotidiana y descubran nuevas ganas de vivir, Siempre hemos de tener presente qué es lo que celebramos realmente en la eucaristía y por qué vamos a misa. De 1o contrario 1o que hacemos se convertirá en algo rutinario

y no

podremos transmitírselo a nuestros hijos. Entonces nos ocultaremos en lugares comunes tras los cuales pretenderemos disimular nuestras propias dudas. Pero, lqué podrá responder

alguien a quien su hi¡o le pregunta por qué va a misa los domingos? iQué es 1o que le aporta? iQué es lo que celebra? lCuáles son sus aspiraciones y anhelos? Conozco muchas personas que experimentan profundamente la necesidad de la eucaristía. A menudo no son capaces de describir con precisión qué es lo que les atrae de la celebración de la misa. Simplemente sienten una imperiosa urgencia de celebrar la eucaristía para poder vivir como cristianos conscientes. Una mujer me di¡o, en una ocasión, que, para ella, lo principal era poder olvidarse de sí misma durante Ia misa. Precisamente en la comunión podía abandonarse en Cristo, confi.arse y descargar sus problemas, adentrarse en el amor de Cristo y perderse en é1. Para esta mujer, cada ocasión de estas se convertía en un instante de absoluta libertad y amor. Acariciaba entonces el misterio de la vida. Se trataba del instante más intenso que conocía. Por eso sentía urgencia de la eucaristía. En las últimas décadas, los protestantes

nuevamente

han descubierto

la eucaristía. El canon litúrgico de la asamblea

ecuménica de Lima (1980) coincide con la comprensión carólica de la eucaristía no sólo en cuanto a su estructura, sino también en cuanto a la teología. Mientras que, antaño, la Iglesia protestante

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hablaba de la Cena y la católica de la santa Misa, hoy en día se emplea en ambas Iglesias el término "eucaristía". Eucaristía

significaaccióndegracias.DamosgraciasaDiosportodolo que ha hecho por nosotros en Cristo. Este libro se dirige por igual a católicos y protestantes. En la actualidad, los cristianos protestantes no tienen reparos en asistir a la celebración católica de la eucaristía, y los católicos participan también de la celebración evangélica de la Cena. Antes de que los responsables de las Iglesias se pongan de acuerdo sobre la intercomunión, los creyentes de las diferentes confesiones se invitan mutuamente

a experimenta! por medio de la comunión, la unidad con Cristo en la acción de gracias. Ojalá pueda también este libro contribuir a que la eucaristía, como sacramento de la unidad, se convierta cada vez más en levadura que penetre la masa de los cristianos y los una entre sí. Muchos creyentes viven hoy en un contexto secularizado que ya no entiende la fe cristiana en general -y menos aún la eucaristía en particular-. Conozco jóvenes que provienen de ambier,.tes sin religión de zonas más descristianizadas. Intuyen que, en la eucaristía, reside el misterio del cristianismo. Pero no pueden explicarse -ni explicar a otros amigos no creyentesqué les aguarda en ella. Támbién escribo este libro para ellos. Igual que Felipe, en los Hechos de los Apóstoles, le preguntó al etíope, ministro de la reina Candaces: "iEntiendes 1o que estás leyendo?" (He 8,30) , querría marchar junto a los que están en camino y buscan el destino de su vida, y preguntarles a propósito de la eucaristía: .lEntiendes 1o que celebras?". t también como Felipe, querría explicar 1o que celebramos, para que las lectoras o lectores de estas páginas, como el etíope, continuaran su camino (cf He 8,39). "llenos de alegría" r

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Este libro no pretende desarrollar una teología completa de la eucaristía. Simplemente se trata de contemplar algunas imágenes

que puedan desvelarnos el misterio de este sacramento. La celebración eucarística incluye una liturgia de la palabra, en

la que

"r.ühu-o. e interpretamos la palabra de Dios, de

manera que podamos entendernos mejor a nosotros mismos y descubramos el sentido de nuestra vida. Y culmina con el alimento sagrado, en el que llegamos a ser uno con los demás y con Jesucristo que se brinda a sí mismo como alimento y como beblda en las ofrendas del pan y del vino. Jesús nos mandó celebrar una y otra vez esta cena sagrada. Así nos transmite Lucas la Últi-u Cena de Jesús con sus discípulos: «Topf pnrr, dio gracias, 1o partió y se 1o dio, diciendo: "Esto es mi cuerpo, que es entregado por vosotros; haced esto en recuerdo mío". De la misma manera, después de la cena, tomó el cáliz diciendo: "Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre, que es derramada por vosotros"" (Lc 22,I9s).

CENA CONMEMORATIVA

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Siempre que los israelitas celebran una fiesta, conmemoran las hazañas de Dios. Para Israel, Dios es un Dios histórico que interviene en la historia, el Dios que modela y conduce la historia.


Sus acciones maravillosas son acontecimientos históricos. La fiesta principal, la Pascua, consistía en conmemorar la salida de Israel de Egipto. Israel descubrió el milagro de su existencia en este éxodo. Dios había arrancado del poder de Egipto al pueblo humilde. Lo liberó de los capataces que le exigían cada vez más trabajo. Lo liberó de la dependencia y del sometimiento. Le hizo pasar el mar Rojo y 1o condujo a través del desierto hasta la tierra prometida, la tierra de la libertad y de la abundancia de vida. Israel celebraba este recuerdo en una cena, en la cena de la Pascua. Dios había mandado al pueblo que celebrara todos los años la cena pascual conforme a un rito regulado con toda

precisión. "Ese día dirás a tus hijos: Esto es en memoria de lo que por mí hizo el Señor cuando salí de Egipto, Éx 13,8). La eucaristía es esencialmente recuerdo de un acontecimiento antiguo, para que vuelva a sucedernos a nosotros. La eucaristía trae del pasado lo que fue salvífrco, santo, singular. Repetir, en opinión de Alfons Kirchgássner, significa "establecer el ser en medio de la corriente del devenir, confirmar la eternidad, orientar 1o que carece de rumbo, volver a la plenitud del ser". Como cristianos, no celebramos la eucaristía en recuerdo de la Última Cena de Jesús, sino como memorial de todo 1o que Dios hizo por Jesucristor cómo habló a los hombres a través de é1, cómo curó enfermos, cclnsoló a los abatidos, cómo llamó a la conversión a los pecadores y a todos anunció la Buena Nueva. Pero conmemoramos ante todo la muerte y la resurrección de Jesús, que concentran, en cierto modo, toda su actividad y pensamiento. Precisamente en medio de nuestro tiempo sin memoria y sin historia es importante celebrar el recuerdo de la salvación que tuvo lugar en la historia de Jesús, para que siga sucediéndonos en el momento presente. Para Bernard Rootmensen, la ausencia de memoria de nuestros días se

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manifiesa en la fugacidad, la vaciedad de lo cotidiano, el olvido, el frenesí y la banalización del pasado. El famoso rabino Baal-Shem Tov dijo en una ocasión: uEl olvido conduce al destierro, pero el recuerdo es el misterio de la salvaciónr. En Ia eucaristía no sólo celebramos la historia liberadora y resplandeciente de Jesús, sino todo lo que, en su historia, Dios ha obrado en la historia de los hombres. Por eso, en la eucaristía escuchamos una y otra vez los relatos inspirados del Antiguo y del Nuevo Testamento. Estos son como «un oasis en medio del desierto, en el que uno puede darse un respiro» (Rootmensen) . Si dejáramos de contarnos unos a otros las maravillosas historias de la Biblia, el mundo perdería su alma.

LA EUCARISTíA EN LA INTERPRETACIÓN DEL EVANGELISTA

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Para poder entender lo que celebramos en la eucaristía, querría ahora echar un rápido vistazo al evangelio de Lucas. Lucas traduce la actividad de Jesús al mundo y al horizonte cultural de los griegos. Los griegos desarrollaron las doctrinas más importantes de su filosofía bien caminando (los llamados nperipatéticos") o bien sentados a la mesa (los banquetes de Platón). Lucas toma estos dos motivos y presenta a Jesús como el caminante divino que viene del cielo para caminar con los

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hombres. Y, en el camino, les da a conocer su vida. La historia de viaje más hermosa es el relato de los discípulos de Emaús. Aquí se pone de manifiesto cómo entiende Lucas la eucaristía. Jesús explica el misterio de su vida a los discípulos que huyen decepcionados al ver frustradas sus esperanzas. Gnemos aquí una maravillosa imagen de la celebración de la eucaristía:

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vamos a misa como personas que, con frecuencia, huyen de sí mismas, que salen corriendo ante las decepciones de la propia vida. Entonces, en la lectura de la palabra de Dios, sale a nuestro encuentro el mismo Jesús y nos explica la historia de nuestra propia vida. A la luz de la Sagrada Escritura, hemos de entender por qué todo ha sucedido así, cómo ha sucedido, qué sentido se esconde detrás de todo ello y hacia dónde se dirige nuestro camino. Para que las palabras de la Escritura iluminen nuestra vida, hace falta una interpretación que traduzca las imágenes de la Biblia a nuestra realidad actual. Si entendemos nuestra vida, entonces podremos conducirla de manera adecuada. El que no

entiende, huye. Hoy en día son muchos los que huyen de sí mismos y de la verdad de su vicla. Jesús quiere invitarnos, en la eucaristía, a entender y contemplar nuevamente nuestra vida a la luz de su palabra y de su historia iluminadora y liberadora. Eucaristía signif,ca reinterpretar la propia vida desde la fe en Jesucristo.

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Podemos encontrar una segunda vía para la comprensión de eucaristía en los numerosos relatos de banquetes que Lucas

nos narra. Para Lucas, la cena eucarística es una prolongación de las comidas que tuvo Jesús a 1o largo de su vida con iustos e injustos, con pecadores y libres de culpa. En estas comidas,

la gente experimente de manera tangible los bienes de Dios y su amor por los hombres, a los que obsequia con dones divinos, con amor y compasión, con una acogida incondicional, con el perdón de los pecados y con la curación de sus enfermedades. Los convites de Jesús con justos y pecadores están marcados por la alegría y la acción de gracias, por la proximidad liberadora y sanadora de Dios. Del mismo moclo que los hlósofos griegos desarrollaron sus doctrinas principalmente en medio de banquetes, Lucas describe también a Jesús como

Jesús permite que

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el maestro que anuncia los contenidos más importantes de su mensaje en medio de comidas. Con sus palabras nos recuerda una y otra vez que tenemos un núcleo divino. Nuestra intimidad es algo más que una parte de nosotros mismos que ha de cumplir con sus obligaciones y controlar nuestra vida cotidiana. Ténemos una dignidad divina. En nosotros hay un núcleo divino. El reino de Dios está en nuestro interior. Nosotros mismos somos morada de Dios. En esto consiste nuestra esencia, esto es lo que constituye nuestra dignidad. La primera comida de la que nos da noticia Lucas es la comida con pecadores y publicanos (Lc 5,27 -39). Estamos invitados a la comida del amor tal como somos, con todos nuestros defectos y debilidades. Las siguientes comidas tienen lugar en casa de un fariseo. Jesús explica a los fariseos en qué cclnsiste su mensaje: se trata del amor de Dios, que el mismo Jesús muestra a los hombres

en la comida, y del perdón que les concede (Lc 7 ,36-50). Támbién les revela en qué se han apartado del amor de Dios (Lc 11,37 -54). Jesús ofrece una preciosa imagen de la eucaristía en la parábola del hi¡o pródigo, que propone como justificación de sus comidas con pecadores. Nosotros somos como el hijo pródigo. Hemos salido de nosotros mismos y hemos perdido nuestra patria interior. Hemos malgastado nuestro patrimonio. Hemos pasado de largo ante nuestra propia vida. Saciarnos entonces nuestra hambre con alimentos deficientes. Y nos va cada vez peor. Mediante la eucaristía nos ponemos en camino para volver a la casa de nuestro Padre. Intuimos que ahí vamos a recibir 1o que sacia realmente nuestra hambre. La eucaristía es el banquete de bienvenida que el Padre organiza en nuestro honor. El padre

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también dice de nosotros: "Este hijo mío había muerto y ha vuelto a la vida, se había perdido y ha sido encontrado» (Lc 15 ,24) .Por esc'r hemos de estar alegres. Estábamos muertos, se nos


había privado de nuestros sentimientos, excluido de la vida. Nos habíamos perdido a nosotros mismos, nos habíamos precipitado desde nuestro centro interior. Pero en la eucaristía volvemos a encontrarnos a nosotros mismos y volvemos a estar vivos cuando celebramos la comida de la vida. En ella descubrimos quiénes somos realmente y cuál es el fundamento de nuestra vida: que Dios nos ama incondicionalmente, que Dios confía en nosotros y que nunca es demasiado tarde para ponerse en camino y volver a la casa que constituye realmente nues[ro hogar.

La comida postrera de Jesús antes de la Ultima Cena tiene lugar en casa de Zaqueo, el publicano' Venimos, como Zaqueo, con nuestros complejos de inferioridad, que tralamos de contrarrestar acumulando la mayor cantidad posible de dinero y posesiones. Sufrimos a causa de esle sentimiento de inferioridad y deseamos vivamente que se nos ame de manera incondicional. Esto es precisamente 1o que podemos experimenta! como Zaqueo, en la eucaristía. Durante esta comida, Jesús pronuncia el término .hoy, en dos ocasiones: .Hoy tengo que hospedarme en tu casa» (Lc 19,5);y .Hoy ha entrado la salvación en esta casa» (Lc 19,9). En todo el evangelio de Lucas aparece siete veces este misterioso ohoy,; siete veces que se corresponden con los siete sacramentos. En ellos tiene lugar el hoy, 1o que sucedió entonces. En toda eucaristía se hace presente 1o que sucedió entonces. En la misa se hace presente Jesús y come con nosotros. Nos anuncia su palabra. Cura nuestras enfermedades. Nosotros acudimos, como Zaqueo, con nuestra autoestima por los suelos. Vamos a ella como leprosos, incapaces de aceptarnos, de aguantarnos a nosotros mismos. Somos ciegos que no ven sus faltas, tullidos paralizados por el miedo. Estamos encorvados, resignados, desilusionados ante la vida, aplastados por su peso. En la eucaristía, Jesús vuelve a enderezarnos' Nos toca y nos

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dice estas palabras: oHoy se te regaia la curación porque tú también eres hijo o hila de Abrahán, porque rambién tú tienes un núcleo divino" (cf Lc 19,9). Lucas, en sus numerosos relatos de comida, expone lo que sucede en cada eucaristía. Pero, también para é1, la eucaristía es principalmente conmemoración de la última Cena que celebró Jesús con sus discípulos, cena en la que da un nuevo sentido a la fracción del pan y al cáIíz comparrido. Jesús se sirvió de los ritos de la cena de la Pascua para proponer a sus discípulos un nuevo rito que habían de celebrar después de su muerte, como conmemoración de su amor. Presenta los ritos que los judíos realizaban en la cena pascual, pero de un modo nuevo. La fracción del pan remite a su inminente muerte en la cruz. En ella, Jesús se parte por nosotros.

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Pero esto no supone catástrofe alguna, no significa un fracaso de su misión, sino que es expresión de su entrega por nosotros. En el pan

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que se parte, se entrega Jesús mismo a sus discípulos. Es un signo de su amor, del amor con que nos ama más allá de la muerte. Nosotros tenemos que tomar conciencia de este amor en cada eucaristía. Su

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amor constituye el cimiento sobre el que podemos construir. Es la fuente de la que vivimos. Jesús designa el vino como su sangre, la sangre por la que establece una nueva alianza. La sangre es signo de un amor que se desborda por nosotros. La nueva alianza que nos recuerda Jesús en la últma Cena, es la alianza del amor incondicional de Dios. La antigua alianza se basaba en unas obligaciones recíprocas. Dios se comprometió con los hombres bajo las condiciones que contenían los mandamientos. Ahora, en la sangre de Jesús, en el amor encarnado de su Hijo, Dios sella una alianza incondicional. Se compromete con nosotros por amor. Confía en que el amor que se hace visible en su entrega

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transformará nuestros corazones. La cuestión es cómo hemos de entender este gesto signilicativcr


Última Cena. Las especulaciones filosóficas acerca de cómo es posible que Jesús se nos dé en el pan y el vino, no conducen a nada. La esencia de la comida eucarística sólo puede entenderse desde de Jesús en la

el amor humano. Maria Caterina Jacobelli, una antropóloga italiana que ha escrito acerca del Rlsr¿s paschalis, la risa de la Pascua,

entiende el misterio de la Cena, como mujer y madre, a partir del amor humano: "lQuién de nosotras, madres, quién de nosotras, amantes, en contacto con el cuerpo del hijo neonato o del hombre amado, no ha sentido la necesidad imperiosa de hacerlo carnel lQuién de nosotras, madres, no ha deseado poder absorber de nuevo aquellas carnes salidas de nucstro vienrre] iQuién de nosotras, alnantes, no ha marcado con los dientes, durante el acto amoroso, ei cuerpo del hombre o de la mujer amada? "Te comería a besos...". .Quién n,, ha pronunciado y oído estas palabras/ Unir al ser amado a uno mismo en una unión de absorbencia total; convertirse en carne, transformarse en vida; convertirse en alimento recíproco para vivir jllntos en la unión más compieta, más completa aún que la sexual... Jesús instituyó la sagrada Cena porque quería mostrar su amor a todos los hombres de todos los tiempos, de manera material. Es una herencia de su amor, el lugar en el que podemos experimenrar nuevamente su amor, una y offa vez, con todos nuestros sentidos. Cuando ingiero y mastico su cuerpo en ei pan, siento que esto es el beso de su amor. Y cuando bebo su sangre en el vino, la sangre que por mí derramó por amo! me viene a la mente aquella expresión delCantar delos Cantares: .iQué deiicioso es tu amor, más que el vinol" (Cant 4,10).

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En muchas culturas existen comidas sagradas. En ellas hace realidad

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que tan sólo se intuye en cada comida. En toda comida participamos de los dones de Dios, de los dones de su creación, de los dones de su amor. De esta manera, en todas podemos percibir algo de los bienes que Dios nos ofrece y de la ternura que nos muestra. La eucaristía constituye la cima de todo aquello que los seres humanos anhelan en cada comida. euien disfruta de una buena comida y, mientras saborea las viandas, también puede experimentar al mismo tiempo la unión con Dios. La eucaristía pretende mostrarnos qué es 1o que tiene lugar 1o

en toda comida: la unión con el creador de todos los clones. Pero la eucaristía es también una comida sagrada. La Igresia primitiva comparaba la eucaristía con las comidas sagradas que se celebraban en los cultos mistéricos de la Antigüedad. Los participantes (en griego, los mystal, los iniciados en los misterios) estaban convencidos de que comían a Dios en los alimentos sagrados, de manera que llegaban a ser uno.or-, É1. En la comida

no sólo recibían la dlvinldad, sino que también se entregaban a ella. Se entregaban y abandonaban por completo al alimento para poder experimentar la unión con Dios de manera material. La comida cultual representa .la unión matrimonial del alma humana con la divi.idad" (schubart). Los místicos crisrianos

cantan, en 1a comunión, *la dulzura de paladear a Dios,. Nosotros a veces cantamos en la comunión el versíc uro Gwstate et q,tidete quoniam sua+tis est Dominus (literahnente, .Gustad y ved qué dulce es el Señor"). La comunión es la experiencia material del amor de Dios. En cada eucaristía tomamos conciencia de este amor de Dios que ha resplandecido en Cristo, para vivir de é1 y sumergirnos en é1, convirtiéndonos, así, en fuente de amor para los demás. 1B


LA EUCARISTíA EN LA INTERPRETACIÓN DEL EVANGELISTA JUAN Juan, el más místico de los evangelistas, tiene un modo peculiar

de entender la eucaristía. Intenta acercar la eucaristía a sus contemporáneos, que estaban fascinados por la Gnosls. El gnosticismo fue un movimiento muy extendido a finales del siglo I, parecido al movimiento actual de la Net¿ Age, la .Nueva Era". Los gnósticos buscaban la iluminación acerca de la auténtica vida. Estaban convencidos de que tenía que haber algo más. Juan les responde indicándoles el pan del cielo que Dios les ofrecía. Jesús mismo es este pan del cielo. "Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá jamás sed" (|n 6,35). No podemos considerar la eucaristía al margen de la existencia de Jesús en su conjunto. En Jesús, en sus palabras y en sus obtas, se hace visible la vida verdadera y eterna que Dios regala a los hombres. Jesús es, con toda su persona, el pan que viene del cielo. Este pan sacia nuestra hambre de auténtica vida.

Juan interpreta la vida de Jesús y el hecho de la eucaristía desde el horizonte del éxodo de Egipto. En la travesía del desierto, Dios dio a los israelitas pan del cielo para que recobraran las fuerzas para el camino. La travesía del desierto de Israel describe nuestra situación actual. Nosotros estamos siempre en camino desde el país de la esclavitud, de la alienación y de la decepción, hacia la tierra prometida, la tierra de la libertad, la tierra en la que vamos a poder ser enteramente nosotros mismos. Pero, en nuestro camino, al igual que los israelitas, sentimos

nostalgia de las ollas de Egipto, repletas de carne, Nuestra hambre de comida terrenal es, con frecuencia, más fuerte que el hambre de libertad, de vida y de amor. En el camino de

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nuestras ansias de vida auténtica, Jesús se nos ofrece como

el pan de vida: "Yo soy el pan de vida... El que coma de este pan vivirá eternamente» fln 6,48.51). El que se aventura con Jesús experimentará la verdadera vida. Su hambre de vida quedará saciada. Y ahora, en el punto culminante de su discurso sobre el pan, Jesús asegura que el pan que él dañ es su carne, que é1 entrega «por la vida del mundo" (Jn 6,51). La manifestación de su amor alcanza su cota más elevada en la muerte en cruz. En la cruz, Jesús nos amó hasta el extremo. Y, en cada eucaristía, quiere que tengamos parte en la culminación de su amor. En el pan de la eucaristía nos ofrece su carne, su amor encarnado. Para los judíos, esto es algo inadmisible. Incluso hoy hay muchos que 1o consideran algo increíble. Muchas personas tienen difrcultades a la hora de relacionar la eucaristía con los conceptos de .carne, y «sangre». La sangre les recuerda vivamente las escenas brutales en las que se derrama. En una ocasión, una mujer me confesó que no podía beber del cáliz cuando el sacerdote se 1o ofrecía con las palabras: "la sangre de Cristo". Le recordaba la matanza del cerdo en casa de sus padres. Esto mismo puede sucederle a más de uno hoy en día. Pero también a estos dice Jesús,

igual que entonces a los judíos que tenían dificultades para admitirlo: "Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mí y yo en é1, (Jn 6,55s). El de Jesús no es un lenguaje «sangriento», sino un lenguaje de amor. En el lenguaje del amor todavía hoy solemos decir que

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nCarne, y «sangre» "alguien da por oüo la sangre de sus venas». son, para Jesús, imágenes de su entrega en la cruz. Ciertamente, esta entrega tuvo lugar en la brutal realidad de los métodos de tormento de los romanos. Pero, para Jesús, Ia entrega en la cruz


es expresión de su amor hasta el extremo' Juan habla aquí de telos. Telos signiflca <<meto», «punto de inflexión», «quicio». En la cruz, nuestro destino da la vuelta. El amor vence aquí al odio de manera definitiva. 7álos significa entonces "iniciación en el misterio,. En la cruz, Jesús nos introduce en el misterio del amor divino. Para Juan, la eucaristía es iniciación en el amor de Dios, que convierte nuestra vida en una vida real y verdaderamente

digna de ser vivida. Al comer el pan -Juan habla aquí de «masticar»- y al beber del cá1i2, entramos en una comunión con Cristo tal, que no cabe imaginar comunión más profunda: permanecemos en Jesucristo y é1 permanece en nosotros. Entonces somos uno con

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de manera inseparable. Nos llenamos

de su amor. Y cuando é1 penetra en nosotros' entonces experimentamos qué es la verdadera vida: ser amados total y absolutamente, inundados total y absolutamente por el amor de Dios, por la vida eterna. En la eucaristía podemos experimentar en qué consiste la verdadera vida, una vida que sacia nuestro deseo más profundo. Vida eterna no se re{iere en primer lugar a vida después de la muerte, sino que designa una nueva calidad de vida, algo que podemos experimentar aquí y ahora. La vida adquiere un nuevo sabor, el sabor del amor que vuelve nuestra vida digna de ser vivida. La auténtica vida, que se nos regala en el pan eucarístico, no puede ser destruida por la muerte: en la muerte, más bien, se revela como vida divina, una vida imperecedera. La relación personal con Jesús que experimentamos en la eucaristía va más allá de la muerte. El amor es más fuerte que la muerte. Juan, en su evangelio, se refiere en más de una ocasión al Cantar de los Cantares, el cántico supremo del amor. En este libro se nos dice: oPorque es fuerte el amor como la muerte; inflexibles como el infierno son los celos. Flechas de fuego son sus flechas, llamas

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divinas son su llamas" (Cant 8,6s) . En la eucaristía podemos experimentar la realidad de estas palabras con todos nuestros sentidos, especialmente con el sentido del gusto. Podemos masticar el amor de Jesús y sentir su beso. Y también nos bebemos su amor para que penetre todo nuestro cuerpo y 1o llene de su sabor. Según la creencia popular, la sangre es la sede donde reside el carácter. Lo que tengo en la sangre pertenece a mi ser interior.

Y cuando algo entra en mi carne y en mi sangre, entonces 1o he interiorizado totalmente. Cuando comemos la carne de Jesús y bebemos su sangre, participamos de su esencia más íntima, de su amor, que es más fuerte que la muerte. Desde siempre, los poetas han contemplado juntos el amor y la muerte. Ante la muerte, el amor muestra de manera especial su naturaleza y su fuerza, fuerza que supera la muerte. Si sustituyéramos el escandaloso lenguaje del discurso sobre el pan eucarístico del evangelio de Juan por un lenguaje más descafeinado y suave, entonces también el amor

que quiere penetrarnos en la eucaristía perdería su verdadera fuerza. El amor que nos muestra Jesús no es un amor light, sino un amor que vence a la muerte, que alcanza su plenitud en la entrega en la cruz.

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La segunda imagen con la que Juan traduce el misterio de la eucaristía se encuentra en la escena del lavatorio de los pies. Juan nos la cuenta en el lugar en que ios demás evangelios narran la institución de la er-rcaristía. Para Juan, el lavatorio de los pies es una prueba de cómo Jesús ama a sus discípulos hasta el extremo (Jn 13,1ss) . En la eucaristía experimenranos este amor perfecto. Y tiene lugar exactamente tal como se expresa en la imagen de1 lavatorio. Venimos, al igual que los discípulos, con los pies sucios y llenos de polvo. En el camino a través del mundo nos hemos manchado con el pecado y la culpa, nos hemos


desollado los pies, nos hemos herido. Muchos nos han golpeado en el talón de Aquiles, se han entretenido en pincharnos una y otra vez en nuestro lado más sensible. En la eucaristía, Jesús se inclina ante nosotros para tocar precisamente nuestras zonas más vulnerables, para acariciar nuestro talón de Aquiles y curar nuestras heridas. Y se arrodilla ante nosotros para lavar la suciedad de nuestros pies. Nos acoge en su amor de manera

incondicional precisamente en aquello en que nosotros nos sentimos más despreciables, más sucios e impuros. El lavatorio es una irnagen de

1o

que sucede en toda eucaristía.

Gmbién en el evangelio de Juan, Jesús manda a los discípulos que hagan 1o mismo: deberán lavarse los pies unos a otros. El mandato de Jesús no sólo signiflca que debamos servirnos unos a otros. Este mandato contiene, más bien, una imagen de la eucaristía. Cuando celebramos la sagrada cena, cuando escuchamos las palabras de Jesús y recordamos su actividad, entonces hacemos con los demás 1o mismo que Jesús ha hecho con nosotros. Para Juan, el memorial es ante todo recuerdo del amor de Jesús, el amof con que, en su muerte en cruz, nos amó hasta el extremo. Pero la eucaristía no consiste simplemente en

recordar, es también actuar. En la eucaristía nos lavamos los pies unos a otros cuando nos dejamos contagiar por el amor de Jesús y no ponen'ros en primer plano las culpas de los demás, sino que nos aceptamos unos a otros sin reservas, con el amor que experimentamos en Jesús. Según el evangelio de Juan, la eucaristía es el lugar en el que hemos de mostrarnos nuestras heridas unos a otros. No acudimos a la celebración limpios de culpa, sino llenos de heridas y de suciedad. No tenemos por qué esconder nuestras heridas. Podemos mostrárnoslas unos a otros y presentárselas a Jesús. É1 las lavará, su amor las curará.

En la Última Cena con sus discípulos, Jesús pronuncia un largo

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discurso de despedida. Aquí se hace visible un rercer aspecto del modo en que Juan concibe la eucaristía. Juan entiende la eucaristía como el lugar en el que el Señor resucitado y gloriflcado se hace presente en medio de sus discípulos y les habla. La escena de

la tarde de la Pascua, cuando Jesús se presenta en medio de los discípulos, llenos de miedo a pesar de que las puertas estaban cerradas, describe lo que sucede en cada eucaristía. ]esús, que ya ha sido glorif,cado junto a Dios, se llega hasta la comunidad reunida y

pronuncia ante ella palabras de amor. Son palabras muy parecidas a las del discurso de despedida, palabras en las que resplandece su amo! que ha vencido a la muerte. Son palabras que tienden un puente más allá de la muerte, palabras que vienen de la etemidad y que abren los cielos por encima de nosotros, palabras que unen el cielo con la derra, que suprimen la frontera entre la muerte y la vida. Para Juan, la mayor miseria de los hombres reside en su incapacidad para amar. Lo que estos llaman amor no es más que un aferrarse a los demás. Jesús vino para devolvemos la capacidad de amar. La eucaristía es el lugar en el que hemos de sentir el amor de Dios en Jesucristo, gracias al cual recuperamos nuevamente la facultad de amarnos unos a otros. Pero Jesús no se limita a hablar a sus discípulos: también les muestra las manos y el costado (Jn20,20). Sus manos atravesadas

por los clavos y su costado abierto por la lanza son signos del amor con el que nos ha amado hasta el extremo. En el

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pan que se rompe estamos tocando las heridas de sus manos, unas manos que puso en el fuego por nosotros y que no retiró cuando lo clavaron. Y en el vino bebemos el amor que brotó impetuosamente de su corazón abierto. Cuando tocamos sus heridas en la comunión, podemos esperar el milagro de la curación de nuestras heridas. En estas manos agujereadas encontramos al Jesús que obró por nosotros, que curó enfermos y


enderezó a los que estaban abatidos. Entonces se hace presente, para nosotros, toda la historia de Jesús.

EUCAruSTÍA COMO TRANSFORMACIÓN

La teología de la Edad media reflexionó principalmente sobre el misterio de la transformación del pan y del vino en el cuerpo y ia sangre de Jesucristo. Se acuñó el concepto de «transustanciación". El cardenal Ratzinger expresa el significado de este concepto abstracto con estas palabras: "El Señor toma posesión del pan y del vino, en cierto sentido los saca de los goznes de su ser ordinario y los eleva a un nuevo orden". Se trata, en definitiva, del orden de su amor. Pan y vino se convierten en expresión profunda del amor de Jesús. Se transforman en algo diferente, en el cuerpo y la sangre de Jesús, signos de su entrega en la cruz por amor. La teología moderna ha tratado de expresar el misterio de esta transformación con otras imágenes. Cuando elijo un libro para regalárselo a alguien a quien quiero, pongo en é1 algo de mi amor. Ese libro que regaio estará lleno de mis propios pensamientos y sentimientos. Cuando aprecio y quiero mucho a una persona, entonces r-ro elijo cualquier regalo para ella, sino que busco algo que le recuerde todo mi amor y le haga pensar en mí. De la misma manera, Jesús escogió el pan que se parte, porque expresa perfectamente cómo se deja romper por amor en nuestro favor, para que a nosotros no nos quiebre el desamor de nuestro entorno. Y escogió el vino como realidad que condensa todo 1o que había dicho a los discípulos en su discurso de despedida: "Nadie tiene amor más grande que el que da Ia vida por sus amigos" (Jn 15,13). Pero no podemos limitar al pan y el vino la transformación

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que tiene lugar en la celebración eucarística. En las ofrendas del pan y del vino presentamos ante Dios toda la creación. Y en la eucaristía expresamos que todo el mundo, en 1o más íntimo, está totalmente penetrado por Cristo, que nosotros encontramos a Cristo en todas las cosas. En el pan ponemos al mismo tiempo sobre el altar nuestra vida cotidiana, todo aquello que nos tritura y nos muele a diario, todos esos granos de trigo que están en nosotros inconexos, unos junto a otros, todas esas cosas que nos desgarran por dentro, nuestros esfuerzos y nuestro trabajo. El pan representa también la historia de nuestra vida. Se hace con el grano que crece en la espiga, bajo la lluvia y el sol, a la intemperie. De este modo, nos ofrecemos a nosorros mismos sobre el altar con todo aquello que ha crecido en nosotros, y

también con todo 1o que no ha salido como hubiéramos No les damos vueltas y más vueltas a las heridas de nuestra vida, pero tampoco huimos de ellas. En el pan se las presentamos a Dios. Y Dios enviará también su Espíritu Santo sobre nuestra vida y dirá: "Esto es mi cuerpo". Todo 1o que le presentamos a Dios, 1o transformará en el cuerpo de su Hijo en la eucaristía. En el cáliz no sólo presentamos el vino ante Dios, sino también todos los sufrimientos y alegrías del rnundo. El cáhz deseado.

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representa las aflicciones de los hombres, pero también nuestro anhelo de éxtasis, nuestros deseos de un amor que nos cautive, que eleve nuestro cuerpo y nuestra alma. En el cáliz tomamos en nuestras manos nuestra vida con todos los dolores y aspiraciones, sufrimientos y alegrías que se han ido acumulando en ella y los elevamos para que todos puedan verlos. En nuestro cáliz todo es digno de estar en la esfera divina. Y todo puede ser transformado en la sangre de Jesús, en el amor hecho hombre que quiere penetrarlo todo. Una vez, en sueflos, entendí con toda claridad


que, en las ofrendas del pan y el vino, se transforma toda nuestra

vida. Soñé que eslaba celebrando la misa junto con nuestro abad. Realizábamos nuestros propios ritos. En el momento del ofertorio pusimos nuestros relojes sobre las ofrendas del pan y el vino para que nuestro tiempo febril y agitado fuera transformado. Nuestro trabajo, nuestro tiempo, nuestros desasosiegos, nuestros problemas, nuestras divisiones, nuestras preocupaciones, todo 1o depositamos sobre el altar, y el Espíritu de Dios, que habíamos invocado sobre las ofrendas, 1o transfornó. Hay quienes piensan que es imposible celebrar todos los

eucaristía como fiesta del amor de Dios. Pero la transformación de nuestro mundo, de la historia de nuestra vida, de nuestras relaciones, de nuestro trabajo, de nuestros esfuerzos, de nuestra vida cotidiana... podemos ceiebrarla a diario con toda tranquilidad. Pues ahí ponemos de manifresto que, en nuestra vida cotidiana, tampoco estamos solos, que la eucaristía pone su sello en nuestra vida, incluso en sus acontecimientos más triviales, y quiere transformarla. Cuando creo que Dios también está transformando mi mundo junto con el pan y el vino, entonces puedo ir tranquilamente al trabajo, puedo esperar con toda con{ianza que las cosas no van a ser cotno antes, sino que las relaciones pueden cambiar, que los conflictos sin solución se van a resolver y que 1o pesado se volverá más ligero' Y cada día puedo presentar, para su transformación, las nuevas cosas en las que estoy trabajando, lo que me agobia, lo que me bloquea y supone un obstáculo para rní. La eucaristía es expresión de mi confianza en que, mediante la celebración de la muerte y resurrección de Jesús, incluso 1o que en mí está yerto se va a tr¡rnsformar en vida nueva.

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EUCARISTíA COMO SACRIFICIO: EJERCITARSE EN EL AMOR La Iglesia católica siempre ha entendido la eucaristía como sacrifLcio.

La Reforma Protestante rechazó la idea de sacrificio y entendió Ia eucaristía tan sólo como comida, como cena. Hoy somos conscientes de que los protestantes tenían razón cuando criticaban un concepto viciado de sacrificio. Hoy en día, muchos católicos también tienen dificultades a propósito del término .sacrificio,: o bien les recuerda una educación en la que se enseñaba que había que hacer el mayor

número de sacrificios para agradar a Dios, o bien relacionan el sacrificio de Jesús en la cruz con la idea de que Dios le exigió este sacrificio a su Hijo. Frente a estas desviaciones conviene que

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nos preguntemos por el auténtico significado del "sacrificio,. En principio, que significa algo terrenal es elevado al ámbito "sacrificio" de 1o divino, que ese algo se le da a Dios, porque es a Dios a quien pertenece. Msto de este modo, el concepto de "sacrificio» se revela, en nuestros días, como algo de gran actualidad. Hoy todo tiene una finalidad. Todo ha de tener un rendimiento, ha de dar resukados. En la eucaristía devolvemos nuestra vida a Dios, de quien la hemos recibido. La arrancamos del contexto de lo que tiene que tener una flnalidad. Pertenece a Dios. Así creamos un espacio libre en el que no tenemos que producir nada, ni buscar rendimiento, ni exhibir resultados. Situamos nuestra vida en la esfera de Dios, a la que pertenece verdaderamente. t a partir de Dios, intuimos quiénes somos realmente. El segundo signiflcado del .5¿g¡ificio» 95 sl ¿. ofrenda, entrega. Cuando la Biblia aflrma que la muerte de Jesús es un sacrif,cio, está queriendo decir que Jesús, en la muerte, lleva a cumplimiento su amor. En ningún caso afirma la Blblia que Dios le haya exigido a su Hijo el sacrificio de la cruz. Jesús no vino a la tierra para morir por nosotros, sino para anunciarnos la buena nueva de la


cercanía del Dios del amor. No obstante, cuando llegó a la conciusión de que el conflicto con fariseos y saduceos podía tener como consecuencia su muerte violenta, no huyó, sino que perseveró en el amor por los suyos hasta la muerte. Jesús

no entendió su muerte violenta como fracaso, sino como entrega por los suyos. Así 1o indica en sus palabras sobre el Buen Pastor: "Yo doy mi vida por las ovejas... Nadie me la quita, sino que la doy yo por mí mismo, (Jn 10,15.18). Así pues, la muerte de Jesús es expresión de su amor, del amor con el que nos ha amado de manera incondicional y hasta el extremo; y es también manifestación de la libertad y soberanía con que se entregó por nosotros. Cuando celebramos su muerle y resurrección en la eucaristía, nos

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situamos al abrigo de este amor desde el que nos llama a cada

uno personalmente, por nuestro nombre. En la celebración del sacrifrcio de la cruz llegamos al convencimiento de que el amor de Cristo toca y transforma todo lo que en nosotros hay de opuesto y contradictorio.

Ahora bien, los textos litúrgicos también hablan, en ocasiones, del sacrifrcio de la Iglesia. Cuando se habla del sacrificio de la Iglesia, no significa que tengamos que hacer méritos para que Dios esté contento con nosotros, sino que tenemos que ejercitarnos en el amor de Jesús. Sacrificar significa, pues, ejercitarse en la práctica del amor con que Cristo nos ha amado primero. En la celebración de la eucaristía reconocemos nuestra disposición para adoptar la actitud de entrega que Cristo tuvo antes que nosotros. De este modo estaremos expresando nuestra firme intención de amar a Dios y al prójimo, uniendo nuestra suerte a la de Jesucristo, y nuestro deseo de dejarnos transformar por Cristo a imagen de su amor.

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Cuando la Iglesia entiende la eucaristía también como sacrificio, está situándose dentro de la larga tradición formada por muchas religiones, que entienden el sacrifrcio como punto culminante del servicio divino y como íuente de renovación de la vida. En opinión de C. G. Jung, los católicos que entienden la misa como sacrificio

contarían con la ventaja de poder creer mejor en el valor de la propia vida. Gracias a ello denen la sensación de que su vida es significativa a los ojos de este mundo. Cuando se ejercitan en el amor de Cristo y cuando, junto con Cristo, se presentan a Dios como «sacdfisis», atraviesan entonces el mundo con el amor de Cristo y colaboran en la ffansformación del cosmos por la namorización,, -de amor-, término con el que Gilhard de Chardin designa la penetración del cosmos por el amor. En nuestros días, ciertamente no deberíamos colocar el concepto de *sacrificio, en el centro de nuestra comprensión de la eucaristía. Pero tampoco sirve de mucho suprimir sin más un concepto tan antiguo comct digno de respeto, presente en todas las religiones y que también la Biblia y la tradición cristiana emplean constantemente. De

hacerlo, correríamos el peligro de considerar la eucaristía de manera excesivamente trivial y cómoda. Con frecuencia, nuestra vida se encuentra bastante vacía, seca. Por el sacrificio de Cristo -así es como piensan los antiguos- se renueva mediante la fuerza de su amor. Entonces empieza nuevamente a manar en nosotros la fuente del amor.

EUCAruSTíA COMO M]STERIO: EL SUEÑO DE DIOS SOBRE LOS HOMBRES

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Las Iglesias orientales entienden la eucaristía sobre todo como misterio. Misterio significa iniciación en los secretos de Dios. La


iniciación o introducción tiene lugar en la representación del destino de Dios por medio de diferentes ritos. La comprensión de la eucaristía de la primitiva Iglesia oriental tenía como trasfondo los cultos mistéricos helenísticos, en los que los mysral -los que participaban en las ceremonias- eran introducidos en el conocimiento de los designios de la divinidad. En el culto de Mitra, los celebrantes entraban en comunión con la vida y la muerte de Mitra, de manera que participaban de su fuerza sanadora y transformadora. Los Padres griegos entendían la eucaristía de manera parecida.

Celebramos la vida de Jesucristo, su encarnación, los prodigios que realizó, su muerte y resurrección. Y en la celebración tenemos parte en su vida divina, vida que venció a la muerte. En cierto modo, nuestra vida recibe también el ser de la vida divina. Esto llevó a los primeros cristianos al convencimiento de que su vida podía alcanzar el éxito, del mismo modo que 1o alcanzó la de Jesús, si bien a través de la cruz. Nada -así 1o experimentaban los cristianos en cada eucaristía- puede separarnos del amor

de Cristo. Ni siquiera la muerte tiene poder alguno sobre nosotros. Hemos sido aceptados en el camino de Jesucristo. Y este camino nos conduce también a la verdadera vida, a la vida en plenitud, que se distingue por una alegría perfecta y un perfecto amor.

El término

«misterio», hoy en día incomprensible para muchos, también podría explicarse como el sueño de Dios sobre los hombres. No sólo nosotros tenemos sueños en nuestra vida; también Dios tenía un sueño acerca de los hombres. Y este sueño se hizo realidad en su Hijo Jesucristo. En é1 se manifestó la bondad de Dios y su amor a los hombres (cf Tit 3,4). Los latinos tradujeron el término griego fiLantropía (amor a los seres humanos) por humanitas (humanidad, imagen del hombre). En

3t


Cristo aparece de manera evidente esta imagen del hombre tal como Dios ia había soñado. Es la imagen de un ser humano total y absolutamente uno con Dios, penetrado por la bondad y el amor de Dios. La eucaristía representa en sus ritos el misterio de la encarnación de Jesucristo, el sueño de Dios acerca de nosotros, los hombres, que nos hacemos uno con Dios. En los diferentes ritos de mezcla (por ejemplo, la mezcla del agua con el vino, el rito de la "inmixtión, en el que se introduce en el cáliz un fragmento de la Hostia) se expresa precisamente que nosotros, al igual que Jesús, nos hacemos uno con Dlos. Pero en la eucaristía no sólo celebramos que Jesús se hizo hombre, sino también su muerte y Íesurrección. Aquí llega a plenitud su encarnación. Hasta las profundidades de la muerte han sido transformadas por medio de Cristo. Ni siquiera en la muerte podemos ser arrancados de la unión con Dios. Cuando ia Iglesia representa ei misterio de la encarnación y el misterio de la muerte y resurrección de Jesús, nosotros participanos en e1los, somos introducidos en el misterio de ios caminos de Jesús, que nos conduce también hacia la unidad con Dios y nos regala el convencimiento de que ya nada puede separarnos del amor de Cristo, en el que hemos sido hechos uno con Dios sin distinción.

EUCARISTíA COMO FRACCIÓN DEL PAN En la Iglesia primitiva se designaba la eucaristía con la expresión

.fracción del pan". Lucas dice de los primeros cristianos de Jerusalén: "Todos los días acudían juntos al templo, partían el pan en las casas y comían juntos con alegría y sencillez de coraz(>n, (He 2,46). La fracción del pan recuerda a los cristianos


que Jesús, en la Última Cena y sentado a la mesa con los discípulos de Emaús, había partido el pan. Cuando el sacerdote parte el pan, los fieles tienen anre sus ojos la muerte de Jesús, la muerte en la que Jesús, por amor, se parte por ellos. La fracción del pan representa la culminación del amor de Jesús en su entrega en la cruz. Pero también remite a todos los encuentros de Jesús con los hombres, en los que se presenta ante ellos como salvador y liberador, encuentros en los que compartió con ellos

su tiempo, su fuerza y su amor. En la fracción del pan se pone de manifi.esto que Jesús no vivió para sí mismo, sino que durante toda su existencia se partió por nosotros para hacernos partícipes de sí mismo y de su amor. Jesús es esencialmente ün .ss¡-p¿¡r...>>, una .existencia-en-favor-de...". En la fracción del pan expresamos nuestro anhelo más profundo de que ahí haya alguien totalmente en favor nuestro, hasta el punto de que intercede por nosotros incluso en la muerte, y nos ama. Cuando partían el pan, los cristianos también pensaban en el relato de la multiplicación de los panes que narran todos los evangelios. Entonces, Jesús tomó el pan y pronunció la bendición; encontramos aquí la misma estructura que tiene

la eucaristía. En Marcos leemos: "Tomó los siete panes, dio

gracias, los partió y se los entregó a sus discípulos para que los repartieran" (Mc 8,6). La fracción del pan riene que ver con el compartir. Los discípulos tienen que compartir su pan con la multitud de oyentes que estaba allí. Compartir es una imagen importante de la celebración de la eucaristía. La eucaristía no es simplemente invitación a compartir con otras personas 1o que tenemos, a dar de nuestro pan a los hambrientos. La eucaristía es ya en sí misma la celebración del compartir. Compartimos unos con otros nuestro tiempo, el mismo espacio. Cuando asistimos a la celebración en común, cuando participamos en

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los cánticos y en las oraciones, cuando nos comprometemos con las personas que participan con nosotros de la misma comida, estamos compartiendo con ellos nuestra vida, nuestros deseos y aspiraciones, nuestros sentimientos y necesidades, nuestros temores y esperanzas. Cuando, en la eucaristía, compartimos nuestra vida unos con otros, estamos creando espacios para la comunidad, para la hospitalidad. Nace entonces la solidaridad, el calor, la preocupación de unos por otros. "Compartir es curar>>, en opinión de Bernard Rootmensen. Al compartil se cura un pedacito de nuestros desgarros. El pan que com-partimos, que partimos unos con otros, nos regala la esperanza de que 1o que hay en nosotros de roto y quebrado también va a ser curado. Los fragmentos en que se ha dlvidido nuestra vida vuelven a juntarse de nuevo. La fracción del pan es, al mismo tiempo, una invitación a abrirnos unos a otros, a romper nuestra coraza

emocional

y a permitirnos mutuamente

de nuestros corazones.

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muchos la celebración de la eucaristía les resulta aburrida, porque se desarrolla siempre de la misma manera. Desearían que hubiese más variedad. Si bien en determinadas fiestas o con motivo de ocasiones especiales, como en el caso de la celebración de la misa en un grupo reducido, se suele introducir la modifrcación de algún rito en particular, no hay que olvidar que pertenece a la esencia de la eucaristía que se celebre siempre

de la misma manera. Por eso no podemos ceder a la presión de la innovación, tratando constantemente de montar nuevas escenificaciones de los ritos, rnientras que, por otro lado, se pierde el contenido esencial de la eucaristía. Hay otros que celebran a diario la eucaristía sin saber qué es 1o que significan exactamente cada uno de sus ritos. Todos los ritos que forman parte de la celebración de la eucaristía pretenden presentarnos algún aspecto del amor de Jesucristo. Su flnalidad es mostrar ante nuestros ojos, de manera patente, 1o que Jesús hizo por nosotros y por nosotros

1o

sigue haciendo en cada eucaristía. Los

distintos ritos hunden sus raíces en representaciones antiguas muy extendidas en todos los pueblos. En ellas se expresan las aspiraciones de la humanidad a la transforrnación, la santificación y la salvación de su vida. Por todo ello querría ahora recorrer de manera ordenada los distintos ritos que componen la celebración y explicar su signifrcado. A su tiempo propondré

3(


alguna sugerencia acerca de cómo se podrían celebrar esos ritos en ocasiones especiales.

RITOS INICIALES

Toda ceremonia religiosa comienza con unos ritos iniciales. .Los ritos introductorios permiten el acceso al ámbito cerrado, misterioso y santo» (Kirchgássner) . Los ritos iniciales vienen a ser algo así como la llave que nos abre, a los seres humanos que venimos del ajetreo de nuestro tiempo, las puertas del recinto de 1o sagrado. Para entrar de lleno en el ámbito de 1o sagrado, tendremos que librarnos de todo aquello que nos absorbe. Así, la liturgia de san Juan Crisóstomo comienza con este himno: .Dejemos a r-rn lado todas las preocupaciones terrenales, para recibir al Todopoderoso». En la actualidad, muchos se quejan de que la eucaristía no tiene nada que ver con sus vidas. Pero pertenece a la naturaleza del culto el hecho de trasladarnos a un mundo distinto. Nos resulta de gran ayuda el que nos olvidemos, en la eucaristía, de un mundo que nos domina, poder entrar en otro mundo, un mundo en el que seamos capaces de experimentar quiénes somos realmente, en el que podamos sentirnos tal como corresponde a nuestro espíritu. Con frecuencia, nuestro mundo es "des-almado,, sin alma. La eucaristía le hace bien a nuestra alma. Quiere ponernos en contacto con nuestro espíritu, para que después podamos vivir también "espiritualizados" en el mundo de nuestra vida cotidiana, conscientes de nuestra dignidad divina, sabiendo que nosotros somos más que el mundo que pretende dominarnos.

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Como toda ceremonia litúrgica, la eucaristía cuenta con una serie de ritos iniciales o de introducción. La celebracirin

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comienza con el introitus, el canto de entrada. La comunidad ingresa cantando en el misterio del amor que Dios quiere poner ante sus ojos en la eucaristía. El sacerdote, en la sacristía, ya se ha preparado para la celebración cuando se pone las vestiduras litúrgicas. Antes ha rezado una oración especial con cada una de las prendas. En silencio, con los acólitos o monaguillos, ha tratado de entrar en sintonía con el acontecimiento sagrado que va a tener lugar. En la Iglesia oriental, el sacerdote hace esta oración: "Señor, yo quiero entrar en tu casa y adorarte con sagrada veneración en tu templ6". Después el sacerdote y los acólitos se inclinan ante el altar y suben los peldaños que les separan de

é1.

El sacerdote besa el altar. El beso es una muestra de

cariño y amor. Constituye el contacto más intenso que podemos regalar a otra persona. El altar es símboio de Cristo. En el beso del altar, el sacerdote entra en contacto con Cristo para recibir su fuerza y su amor. De este modo da a entender que nc) es é1 mismo quien celebra la eucaristía, sino que 1o hace en virtud del poder y del amor de Cristo. "El beso -afirma Kirchgássner- significa respirar la atmósfera divina, es beber de la fuente de la vida". A 1o largo de la misa, el sacerdote entrará en contacto una y otra vez con el altar para «poder actuar desde la fuerza del altar". La llave que abre a los creyentes las puertas del recinto del amor en el que se adentran en la eucarislía es la señal de la cruz. Para ellos es un signo distintivo. Mediante esta señal, marcan su cuerpo con el amor de Cristo. La señal de la cruz es para nosotros bendición. A1 hacer la señal de la cruz tocamos primero nuestra frente, después la parte superior del vientre, luego el hombro izquierdo y, f,nalmente, ei derecho. Con ello queremos expresar que Jesús ama todo en nosotros: nuestros pensamientos, la vitalidad y la sexualidad, 1o inconsciente y lo consciente. Por

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tanto, comenzamos la eucaristía con el signo del amo! para manifestar ya desde ahora qué es 1o que vanos a hacer. La celebración de la misa consiste en experimentar físicamente el amor de Cristo. Asociamos el signo de la cruz a la Íórmula trinitaria: "En el nombre del Padre, y dei Hi¡o, y del Espíritu

Santo". Para muchos esta se ha convertido en una mera furmula. Pero con ella estamos reconociendo que Dios no es un Dios alejado y cerrado en sí mismo, sino que es el Dios abierto para nosotros, que nos permite tomar parte en el flujo de su amor. También se podría explicar esta Íórmula si, de modo semejante a como se hace en la Iglesia siria, hiciéramos la señal de la cruz muy despacio, de manera amplia y consciente, al tiempo que se dice: "En el nombre del Padre, que nos proyectó y nos creó; y del Hijo, que descendió a la profundidad de nuestra humanidad; y del Espíritu Santo, que vuelve 1o que está a la izquierda hacia 1o que está a la derecha, que transforma en nosotros 1o inconsciente y desconocido, para orientarlo hacia Dios". Tias santiguarse, el sacerdote saluda a la asamblea, deseando que el Señor mismo esté con ella y le dé su paz, su gracia, su amor. De este modo ha de quedar claro que no es el sacerdote quien preside la Misa, sino que el mismo Cristo, presente entre nosotros, es realmente ei que actúa. Después, tras una breve introducción a la celebración, al misterio que se celebra o a ia vida del santo del día, sigue el acto penitencial. Hoy en día, este momento plantea diflcultad para muchos, En su opinión, deberían sentirse pobres pecadores, deberían "humillarse" ante la iglesia, antes de recibir generosamente el perdón. El sentido del acto penitencial es que nos lanzamos al encuentro con Cristo con todo 1o que hay en nosotros, con nuestras luces y nuestras sombras, con nuestros éxitos y nuestros fracasos, con nuestros 3B

aciertos

y nuestros fallos, y también con nuestras culpas. No


tenemos por qué humillarnos. Cristo, más bien, nos invita a presentar también esas facetas nuestras que habríamos preferido

dejar fuera porque resultan incómodas. Así pues, el acto penitencial pretende animatnos a celebrar la eucaristía con todo nuestro ser y no llevar simplemente nuestro lado opiadoso" al encuentro con Dios. É1 nos promete, ya al comienzo de la celebración, que la eucaristía va a ser la experiencia del perdón amoroso de Dios, que nos acoge de manera incondicional. La asamblea, sobre todo cuando se trata de un grupo reducido, puede organizar de manera totalmente individualizada el saludo

inicial y el acto penitencial. Puede comenzarse la celebración con una danza meditativa o expresando las intenciones por las que se quiere celebrar esa misa. La asamblea puede llamar la atención sobre las redes en las que cada uno de los participantes

caer, o puede incluso organizar este rito en forma de representación. En una convivencia de Pentecostés, el grupo colocó un barreño en el que cada uno podía entrar para expresar qué es 1o que quería dejar en é1, de qué quería ser lavado. A veces organizo el acto penitencial en lorno a un triple gesto: el primero, el del cuenco abierto, una especie de patena que formamos con las manos juntas y puestas hacia arriba. Pronuncio una oración, más o menos con estas palabras: *Presentamos a

o el entorno han podido

Dios, en nuestras manos, todo lo que hemos recogido, modelado y realizado con ellas, aquello en 1o que hemos tenido éxito y aquello en lo que hemos fracasado. Presentamos nuestras manos,

y que hemos recibido de otros. Presentamos todo 1o que se ha enterrado en nuestras manos, para que Dios se digne bendecirlo con su mano bondadosa". Entonces

que hemos tendido a otros

volvemos las palmas de las manos hacia abajo. .Queremos dejar todo aquello a 1o que estamos aferrados. Enterramos 1o

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que pertenece al pasado, 1o que supone una carga, 1o que nos reprochamos unos a otros. Con este gesto expresamos nuestra intención de no volver a emplear 1o pasado como reproche contra los demás o como excusa para nuestra incapacidad. Támbién nos despojamos de nuestros sentimientos de culpabilidad. Todo ello 1o enterramos, para que de nuevo resucite con Cristo del sepulcro de nuestra autocompasión y del daño que nos hemos inferido". Entonces tendemos nuestras manos y le presentamos

a Dios nuestras relaciones, junto con todo aquello que nos une y aquello que nos separa. nle presentamos a Dios nuestras buenas relaciones para que las bendiga. Y también traemos ante Dios nuestras relaciones bloqueadas por 1os malentendidos y

por nuestro ofuscamiento emocional, para que su amor salvífico pueda fluir nuevamente entre nosotros». Aquí hay que confiar la creatividad a la imaginación del grupo, sin que se sienta presionado por tener que hacer siempre cosas nuevas. Pero es importante que estas formas creativas se limiten a determinadas fiestas o celebraciones de grupo, sin olvidar que también

se tiene que celebrar con la estructura ordinaria, que válida en

es

sí misma.

Después

del acto penitencial vienen las invocaciones del

Se trata realmente de invocaciones de aclamación al Señor altísimo. Cuando la asamblea canta el §rle, para mí resulta evidente que el Señor glorificado está presente en medio de

§rle.

nosotros en el canto mismo. Cantamos al que está entre nosotros.

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Y cuando le cantamos, surge con toda claridad su imagen entre nosotros. Es 1o mismo que sucede cuando el enamorado canta a su enamorada. En Ia canción, esta aparece ante sus ojos y, mientras canta, se siente profundamente unido a ella. En celebraciones de grupo suelo invitar a los participantes a que invoquen a Cristo con el nombre o con los nombres que se


les ocurran de manera espontánea: "iCristo, nuestro hermanol iCristo, buen Pastor, amigo de los pobres, amante, luz del mundo!,. Resulta sorprendente la cantidad de nombres de Jesús que los participantes consideran valiosos. Cuando cada uno se

dirige a Cristo con un nombre particular, entonces'se pone de manifiesto quién es el que está entre nosotros. Y brota una relación interior con ese Jesús que está en medio de nosotros para dar cumplimiento a nuestros deseos más profundos, Los dorningos y días festivos, después del §rie viene el Himno de la navidad, el Gloria *"Gloria a Dios en ei cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor"-. En el Glorla cantamos llenos de alegría el misterio de nuestra salvación. Después viene la oración colecta, en la que el sacerdote se refiere brevemente al misterio que se celebra ese día.

LA LITURGIA DE LA PALABRA En las lecturas y en el evangelio se anuncia la palabra de Dios. El leccionario que se introdujo tras ei concilio Vaticano II nos ofrece una rica selección de textos bíblicos. La Palabra misma es en sí eácaz. Por eso hace falra una sensibilidad y una atención especiales para no recibirla simplemente con el oído, sino que cale en el corazón. Y también se necesita silencio para que la Palabra pueda penetrar profundamente en el corazón. Cuando la Palabra llega al corazón, entonces también actúa. Para que la Palabra pueda calar en el corazón, el lector ha de poner su propio corazón en 1as palabras que lee. Hay que sentir que hace la lectura de manera comprometida, que é1 mismo se siente afecmdo por las palabras que lee ante los demás. Las palabras de las lecturas y dei evangelio no pretenden en principio decirnos qué es 1o que tenemos que hacer,

4r


sino que quieren manifestarnos quiénes solnos. En las lecturas del

Antiguo y del Nuevo Gstamento se explica el misterio de nuestras vidas. En el evangelio, Jesús mismo se hace presente en medio de nosotros. É1 *ir*o nos habla, y obra en nosotros 1o mismo qr-re el texto anuncia. El sacerdote, antes de proclamar el evangelio, hace la señal de la cruz sobre el libro y se persigna la frente, la boca y el pecho; los fieles también hacen 1o mismo. Con ello manifestamos que cada una de las palabras que se van a proclamar es expresión

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del amor con que Cristo nos amó hasta el extremo y que queremos dejar impreso este alnor en nuestro pensa! en nuestro hablaE en nuestro sentir. Para que la Palabra nos llegue no sólo al escucharla, el sacerdote o las personas encargadas de ello -hombres o mujeres-,

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la explican en la homilía. La homilía ha de explicar 1o que celebramos en la eucaristía, de modo que la asamblea tome una

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conciencia mayor de eilo. Cuando no hay homilía, puede ser de

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udidad hacer, en pocas frases, una interpretación de las lecturas o del evangelio de cara a nuestra vida. Lo que se ha proclamado en el evangelio se hace realidad en la eucaristía, se hace presente en su representación sagrada. En la comunión vamos a entrar en contacto Íísico con este Jesús. Y este contacto puede sanar nuestras heridas, ahuyentar nuestros temores, transformar nuestra tristeza en alegría, vivificar 1o que en nosotros está paralizado, convertir nuestra friaidad en amor.

LA ORACIÓN DE LOS FIELES

4Z

Los domingos, después de la homilía, se recita el credo, por medio dei cual confesamos nuestra fe. A muchos les resulta un poco absüacto. Pero cada una de las frases del credo expresa el misterio de nuestra vida salvada por Crisro. Seguidamente se


hace la oración de los fieles, las peticiones de intercesión en las que traemos todo el mundo al ámbito de la celebración. En el momento de las peticiones, y en ocasiones muy determinadas, la comunidad puede dar rienda suelta a su imaginación. Donde esto sea posible, los participantes en la celebración pueden manifestar de modo espontáneo sus peticiones. En eucaristías de grupo o en aquellas fi.eslas que giran en torno a la luz (como es el caso de Ia flesta de "las candelas", la Inmaculada, Navidad, santa Lucía, etc.), eI sacerdote puede invitar a los fieles a encender una vela o una lamparilla con una intención concreta y a depositarla sobre el altar o ante una imagen o un icono. En misas de grupo con personas de una determinada profesión o de una asociación

cóncreta, algunos, en nombre de todos, podrían relacionar sus preces de intercesión con un símbolo que expresara algo característico de la profesión o de la actividad del grupo, símbolo que se presentaría ante el altar al tiempo que se pronuncian las peticiones. A veces, en eucaristías con grupos concretos, junto la preparación de las ofrendas con las peticiones de intercesión, haciendo que la patena pase de unos a otros. Uno a uno, la van tomando en sus manos y depositando en ella, en silencio o con palabras, algo de sí mismos, o bien presentando a una persona por la que están preocupados, más o menos con estas palabras: patena 1o que está paralizado en mi interior, mis "Pongo en esta desasosiegos, mis miedos, mi falta de autoestima"; nPongo en esta patena a mi hermana, que está preocupada por sus hijos", etc. Después pasa la patena al siguiente, hasta que se cierra el círculo y vuelve a mí. Entonces la levanto y pronuncio una oración por todas las cosas que hemos puesto en ella. Y le pido a Dios que lo transforme todo cuando convieta el pan en el cuerpo de Cristo.

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LA PRESENTACIÓN DE LAS OFRENDAS Esta parte comienza con la procesión de las ofrendas, aunque en muchas iglesias apenas se pone en práctica. Tiene el profundo sentido de presentar ante Dios, realmente y de manera consciente, nuestro mundo. Cuando los acólitos o alguien en representación de la comunidad llevan hasta el altar la patena con las formas y el cáliz, muy despacio y con gran cuidado, se pone de manifiesto que en la patena están llevando ante Dios los desgarros de nuestro mundo y, en el cá1i2, los sufrimientos y los anhelos de toda la humanidad. La eucaristía es algo más que una piadosa celebración privada entre cristianos. Pretende repercutir en todo el mundo. Mediante la transformación del pan y del vino quiere desencadenar un movimiento transformador en tc¡do el mundo. Del mismo modo que Cristo murió por todo el mundo y 1o levantó en su resurrección, la eucaristía quiere abarcar el cosmos en su totalidad, en la medida en que Cristo está "hoy" entre nosotros y obra en nosotros, Una buena imagen de todo esto es la elevación de las ofrendas. Mediante este gesto, Ios dones terrenales son introducidos en la esfera divina. Reconocemos que todo viene de Dios y que todo le pertenece. Alabamos a Dios por los dones con que nos obsequia a diario y en los que podemos experimentar materialmente su

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solícita bondad. Pero, con este gesto de elevación, también pedimos a Dios que cuide de nosotrosr eue su poder salvífrco y liberador se deje sentir también hoy en toda su creación y que su perdón reconcilie 1o que está divididr¡. Con las ofrendas ponemos nuestra vida en el ámbito divino. Sólo de Dios puede venir la salvación y la plenitud de nuestra vida. La presentación de ofrendas prevé un breve rito del que muchos ni se dan cuenta. El sacerdote echa vino y un poquitín


de agua en el cá1i2, diciendo en secreto: "El agua unida al vino sea signo de nuestra participación en la vida divina de quien ha querido compartir nuestra condición humana'. La mezcla del vino con el agua nos remite a la encarnación de Dios en Jesucristo. Del mismo modo que Dios adoptó nuestra naturaleza humana, por medio de la eucaristía nosotros participamos de la naturaleza divina. Nos volvemos ullo con Dios, del mismo modo que el agua y el vino se vuelven uno de manera que no pueden separarse. Una vez mezclados, nadie puede distinguir el agua del vino. Igualmente, tampoco podemos separar lo divino y 1o humano que hay en nosotros' En todos los cultos hay ritos de mezcla. Cc¡n ellos se quiere expresar que 1o que está separado vuélve a unirse, que la unidad original del paraíso se reshblece de nuevo. Ya no hay división. El lobo y el cordero se acuestan juntos, el león yace junto al buey (cf Is 11,6ss). Del mismo modo que ya no puede deshacerse la mezcla del agua con el vino, la unión de hombre y Dios en Jesucristo y, por medio de é1, también en nosotros, ya no tiene vuelta atrás. San Ignacio de Antioquía (t 110) escribía: "Nosotros somos su carne y su espíritu mezclados,. Y san Cirilo de Alejandría (t 444) decía, oAunque corruptibles conforme a nuestra naturaleza carnal, por esta mezcla perderemos nuestra fragilidad y seremos transformados conforme a 1o propio de aquel (referido a Cristo y su naturaleza) ,. De manera que este pequeño rito de la mezcla del agua con el vino muestra la importancia que tiene en la eucaristía la encarnación de Dios, que se hace hombre. Se nos regaia un nuevo sentido de la existencia. Pues saber que la

y el amor de Dios fluyen por mi interior y

que ya no pueden separarse de mí, me permite tomar conciencia de mi

vida

dignidad como cristiano. 45


LA PLEGARIA EUCARíSTICA

Concluida la presentación de las ofrendas, comienza, con la plegaria, el núcleo propiamente dicho de la celebración de la eucaristía. Arranca con el prefacio, un canto de alabanza por las obras salvífrcas que Dios ha realizado con nosotros. La asamblea responde al prefacio con el cántico del "Santo", el rrisagzo ("tres veces santo"). De este modo los fieles se suman al cántico de los ángeles. Aquí se muestra que la comr-rnidad que celebra no se acaba en sí misma, sino que abre una ventana hacia el cielo, que pafticipa de la liturgia celestial. Para mí es algo sublime y emr.»cionante estar en pie junto al altar, como concelebrante en la abadía, y cantar el Sancrus. Gngo la sensaciiln de que estoy cantando junto con todos los hermanos de comunidad que alguna vez vivieron aquí y alabaron a Dios; siento qué, por encima de nosotros, se abren los cielos, como si se tocaran el cielo y la tierra.

el

sacerdote recita la plegaria eucarística, c1e la que existen diferentes versiones. La plegaria comienza con una prolongación c{e la alabanza del prefacio (primera parte o Después

en la "epíclssi5», se invoca el Espíritu Santo sobre las ofrendas del pan y del vino, para que las transforme en el cuerpo y la sangre de Crisro. El sacerdote opos-sanctus). Después,

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extiende las manos sobre las ofrendas dando a enrender que el Espíritu vivificador de Dros se derrama sobre el pan y el vino, para convertirlos en el cuerpo y la sangre de Jesucristo. Siguen las palabras de Ia consagración, qr-re siempre se formulan tal como nos las transmiten los evangelistas y san Pablo. Tias las palabras de la consagración, el sacerdote eleva respectivamente la Hostia y el cáliz con el vino consagrado para mostrarlos a todos. Todos han de contemplar el misterio de la presencia de Cristo enrre


Y todos han de dirigir a él su mirada. "Pues la vida se ha manifestado" (1Jn 1,2). Estas palabras de la primera

nosotros.

Carta de Juan se hacen aquí realidad. Desde siempre los ritos de elevación signifrcan participar en 1o que se contempla. Los israelitas quedaban curados de las mordeduras cuando miraban la

serpiente de bronce. Los fieles esperan' al contemplar la Hostia, la curación de sus propias heridas. Al mostrar el pan consagrado, se hace realidad lo que dice el Salmo: «Muéstranos tu rostro y danos tu salvación, (Sal 80,4). A la elevación del pan y del vino, respectivamente, el sacerdote responde con una genuflexión,

en la que se inclina en señal de adoración ante el misterio del amor de Dios que, en este preciso instante, resplandece en Jesucristo para nosotros. Y la asamblea de los fieles responde a la exclamación del sacerdote: .Este es el sacramento de nuestra fs», corl estas palabras: «Anunciamos tu muerte, proclamamos

tu resurección. iVen, Señor Jesús1". Después de la consagración viene la llamada oanámnesis", una oración en la que se recuerdan todas las acciones salvífrcas y liberadoras que Dios ha realizado en Jesucristo, especialmente la muerte, la resurrección y la ascensión de Jesús. Todo lo que Dios ha realizado en Jesucristo se hace ahora presente entre nosotros. Su poder salvador, liberador y redentor ha de desplegarse en

nosotros y en todo el mundo. A esta oración siguen nuevas intercesiones por Ia Iglesia, por la comunidad reunida en la celebración y por los difuntos con los que la asamblea se siente en comunión. La plegaria concluye con una alabanza, la ndoxología,. A1 pronunciarla, el sacerdote levanta los dones del pan y del vino. De este modo se pone de maniflesto que Cristo es realmente quien celebra y quien ora. Por Cristo se tributa

a Dios todo honor y toda gloria. Antiguamente, el sacerdote levantaba la Hostia y la mantenía encima del cá1i2. Esto tenía

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un profundo significado. Por eso yo sigo practicando este gesto digno de veneración. La forma redonda es imagen del sol que, en la resurrección, ha vencido a las tinieblas para siempre. El cáliz con la sangre de Jesucristo es símbolo, para unos, de los oscuros abismos del alma sobre los que brilla el sol, y simboliza también las innumerables realidades de muerte que transforma la resurrección. Para otros, el cáliz es una imagen de la derra como seno materno, desde la que Cristo se levanta comc¡ el sol. De modo que este pequeño rito manifresta el misterio de la resurrección. Las mujeres fueron a la tumba la mañana de la resurrección «muy de madrugada, al salir el sol" (Mc 16,2). En la resurrección, el verdadero sol que sale es Cristo. "El pueblo que yacía en las tinieblas vio una gran luz; a los que yacían en la

región tenebrosa de la muerte una luz les brilló" (Mt 4,16). El sol de Cristo resplandece ahora sobre las numerosas tumbas en que vivimos, brilla sobre la tumba de nuestros temores, de nuestra resignación, de nuestras depresiones. En el Señor resucitado, Dios recibe honor y gloria, poder y esplendor. Y por Cristo, con é1 y en é1, nosotros mismos participamos de la gloria de Dios.

LOS RITOS DE COMUNIÓN

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La oración del Padrenuestro sirve de puente que conduce a los ritos de comunión. Los santos Padres, al explicar por qué el Padrenuestro se reza inmediatamente antes de la cornunión, se ref,eren sobre tc¡do a estas dos peticiones: «Danos hoy nuestro pan de cada día" y "Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden". El pan eucarísticcl -así piensan los Padres desde Orígenes- es el pan que se ajusta


a nuestra naturaleza espiritual. San Agustín explica la petición de perdón como un lavarse la cara antes de acercarse al altar. En nuestra abadía no son sólo los sacerdotes, sino también los demás monjes, los que rezan la oración dei Señor con un gesto oracional: bien elevando las manos, bien tendiéndolas abiertas hacia la patena. Y muchos fieles se suman también a este gesto. Naturalmente, hay que tener mucho tacto a la hora de invitar a los fieles a realizar un gesto semejante. Hay a quienes este tipo de gestos les infunden cierto miedo. Gndrían que expresar un sentimiento. El individuo ha de sentirse libre y no hay que pillarle por sorpresa. Pero cuando existe la posibilidad, en la celebración, de que todos los realicen, estos gestos imprimen una fuerza especial a la liturgia y hacen que esta adquiera una densidad y una profundidad insospechadas. Entonces podemos imaginar que, a través de nuestras manos abiertas, el Espíritu de Jesús inunda nuestro mundo y lo penetra con su amor. Después del Padrenwestro, el celebrante ora por la paz en el mundo e invita a los freles a intercambiar un saludo de paz. Támbién aquí hay que proceder con cautela y tener en cuenta los reparos que pueden tener algunos a 1a hora de dirigirse a otros. En eucaristías celebradas en grupos concretos, en ocasiones puede existir el riesgo de que la gente se vea en la obligaciónr por una cierta presión grupal, de repartir besos y abrazos a todos al desearles Ia paz. Pero el saludo de la paz puede expresarse de modo adecuado, pues estamos celebrando juntos la cena sagrada y hemos de acogernos unos a otros cuando buscamos la unidad en la comunión con Cristo y con los demás. Después del gesto de la paz viene la fracción del pan. Con frecuencia, los fieles no suelen prestar atención a este sencillo gesto del sacerdote. Sin embargo, este es un rito importante. Los primeros cristianos solían designar la eucaristía con la expresión "fracción del pan,. El pan que se

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parte es imagen de Cristo, que por nosotros deja que su cuerpo se rompa en la cruz para que nosotros no nos rompamos en nuestra vida. Él se rompió en pedazos para curar 1o que hay roto en nosotros, para recomponer nuevamente los fragmentos de nuestra vida. La fracción del pan nos recuerda que nosotros mismos somos seres humanos rotos y heridos, pero que, por encima de nuestros quebrantos, se levanta el Resucitado que todo 1o sana y que devuelve todo a su integridad. Después de la fracción de pan, el sacerdote deja caer un pequeño fragmento de la Hostia en el cáliz. Para los antiguos, este gesto era imagen de la resurrección de Cristo. Si, como hemos visto, el cuerpo y la sangre representan la entrega de Jesús en la cruz, la inmersión del pan en el vino simbolizará, entonces, la reunión del cuerpo y la sangre de Jesús en la resurrección. Para mí constituye una hermosa imagen de que las rupturas de mi vida se curan cuando se sulltergen en el amor de Cristo, amor del que rebosa el cáliz. Mi vida recupera su integridad cuando se introduce en la sangre de Cristo, que murió y resucitó por mí. Los santos Padres designan el pan que se echa en el cáliz con el término fennentum (fermento, levadura) . En este sencillo rito

ven simbolizado el hecho de que en Cristo se unen

la naturaleza terrestre y la celeste. Los Jacobitas sirios rezan durante este gestoi "Señor, tú has mezclado tu divinidad con nuestra

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a

humanidad y nuestra humanidad con tu divinidad, tu vida con nuestra condición mortal... Aceptaste lo que era nuestro, y nos has regalado 1o que era tuyo para la vida y salvación de nuestra alma". La unión del pan y el vino también remite a la unión entre hombre y mujer. Para C. G. Jung, el pan representa 1o femenino y el vino lo masculino. De manera que, en este sencillo gesto, se expresan nuestros anhelos de unión y compenetración, nuestro


deseo de celebrar la boda sagrada en la que masculino y femenino

ya no luchan entre sí, sino que se fecundan mutuamente y se hacen uno en la r-rnidad para la que Dios nos ha creado. El pan y el vino representan 1o sólido y 1o líquido, todas las realidades enfrentadas que hay en este mundo. En la "inmixtiór-r" se vuelven una sola realidad. De este modo, puede llegar a ser

uno en nosotros todo aquello que está en lucha y oposición. De ahí que la liturgia de san Basilio designe la mezcla del pan y el vino «sagrada unión". Después el sacerdote ievanta la Hostia diciendo: «Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo". Son las mismas palabras con las que Juan el Bautista, estando con sus discípulos, señala a Jesús. Ei sacerdote, en el pan consagrado, señala a Cristo, el salvador y liberador, el que nos amó hasta el extremo. Son palabras que me invitan, tal como soy, a alzar la vista hacia Cristo y a experimentar en é1 mi salvación. Ni siquiera mis pecados o mi sentimiento de culpa pueden ser obstáculo

para experimentar ahora, de manera fisica, el amor de Dios en la comunión. En esta exclamación que me señala al Cordero de Dios, siempre escucho también las palabras con las que Juan concluye su testimonio acerca de Jesús: "Yo 1o he visto, y doy testimonio de que este es el hi¡o de Dios, (Jn 1,34). Tias escuchar: "Dichosos los invitados a la cena del Señor", todos responden con las palabras del centurión cuando acudió a Jesús para que curara a su criado; "Señor, no soy digno de que entres en mi casa". Muchos tienen diflcultades con esta frase. La relacionan con todas aquellas experiencias pasadas en las que se han sentido humillados bien por los padres, bien por la Iglesia. Entiendo perfectamente a estas personas. Pero también me resulta difícil suprimir estas palabras de la Biblia por esas asociaciones negativas. Un cristiano protestante, en un debate a

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propósito de estas palabras, llegó a decir que eran las que, con mucho, prefería de la celebración católica de la eucaristía. Al pronunciarlas no tenemos por qué humillarnos, sino que hemos de ver en ellas un anticipo del misterio de la comunión en la que, siendo hombres, dejamos entrar en nosotros al hi¡o de Dios. Lo que algunos toman, ciertamente de manera un tanto descuidada, no es simplemente un trocito de pan. Se trata de Cristo mismo que viene a mí para salvarme. El centurión que dirlgiO esas palabras a Jesús, no se humilló al pronunciarlas. Todo 1o contrario, era tolalmente consciente de su propio valor. Le contó a Jesús cómo tenía soldados a sus órdenes. "Porque yo, que soy un hombre sujeto al mando, tengo soldados a mis órdenes; y si digo a uno que se vaya, se va; o a otro que venga, y viene; si le digo a mi criado que haga algo, lo hace" (Mt 8,9). Pero, al mismo tiempo, también tiene la impresión de que sería todo un honor que Jesús fuera a su casa. Mas no se sentía digno de que el Maestro enffara bajo su techo; estaba convencido de que una sola palabra de Jesús sería suficiente: «Basta una palabra tuya para que mi criado se cure» (Mt 8,8) . La liturgia sustituye el «criado» de esta respuesta por el frel que la pronuncia -"bastará para sanarn(»-i somosl al mismo tiempo, el centurión y su siervo¡ la enfermedad del siervo repercute en el centurión; somos el enfermo y, al mismo tiempo, el que suplica y no se siente digno. Las palabras con las que respondemos a la invitación dei celebrante expresan, por un lado, respeto y veneración ante Jesucristo, que se llega a nosotros y entra en nuestro interior. Por otro lado, con ellas manifestamos nuestra confi.anza en que Jesús va a curarnos en la comunión, que por medio de este encuentro con Jesús, vamos a librarnos de nuestros desgarros y a recuperar la salud y la integridad, que nuestras heridas serán transformadas por la unión con Cristo.


A continuación, el sacerdote -y los ministros y ministras designados a tal efecto- distribuye la comunión. Es importante que la comunión se convierta realmente en encuentro con Cristo. Para ello sostiene la forma un poco elevada ante ios ojos de cada fiel, diciendo: «f,l cuerpo de Cristo". Los comulgantes han de reconoce! en ese trocito de pan, a Cristo mismo que entra en su casa para curar su interior más íntimo. San Cirilo de Jerusalén, en el siglo I! describe el modo y la actitud con que hemos de recibir la comunión: "Cuando avances, no te acerques con las manos abiertas ni los dedos separados. Sino que con la mano izquierda haz un trono para la derecha, que va a recibir Recibe el cuerpo de Cristo en tu mano y responde: Santifica después con todo cuidado tus ojos por medio del contacto corl el cuerpo sagrado y acógelo". Constituye un gesto de reverencia recibir a Cristo en la propia mano. En el siglo IV se tocaban con el cuerpo de Cristo también kts ojos. I cuando los labios todavía estaban húmedos tras recibir la sangre de Cristo, se rozaban con los dedos y se santificaban la frente, los ojos y los demás sentidos. Los cristianos de entonces experimentaban, en el rito de la comunión, cómo Jesús tocaba sus ojos ciegos para que recuperaran la vista; cómo Jesús les abría la boca y los oídos para que pudieran hablar y oír correctamente. La comunión era un encuentro sensible, a través

al rey.

o'Amén".

de los senridos, con Jesucristo. Debido al riesgo de contagio, en la Edad media se renunció a que todos bebieran del cá1i2. No obstante existían otros medios para protegerse contra el peligro de contagicr. En algunos lugares se mojaba el pan en el cá1i2. En Roma existían una especie de

tubitos metálicos con los que se bebía del cáliz como si de una pajita se tratara. Donde sea posible y conveniente, se debería permitir que todos comulgaran con el cáliz; por ejemplo, en misas

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de grupo, en bodas, en las misas de diario, el Jueves Santo o el día del Corpus. En la sangre de Cristo bebemos el amor de Dios hecho hombre para que penetre todo nuestro cuerpo y nos llene del sabor de su amor. Pr-redo entonces imaginar cómo el poder salvífico de Cristo actúa en todas las heridas y enfermedades de mi cuerpo. O puedo repetir menralmente esas palabras del Cantar de los Cantaresr «iQué delicioso es tu amor, más que el vinol" (Cant 4, 10) . Entonces puedo experimentar Íísicamente, en mi cuerpo, este amor de Cristo. El presidente, tras la respuesta de los fieles, todavía puede añadir algunas palabras, por ejemplo: "El que come de este pan tendrá la vida eterna». Para mí es importante repetir alguna expresión del evangelio en el momento de la comunión. De este modo quedará patente que lo que nos ha contado el evangelio ahora se hace reaiidad en nosotros. Cuando se ha leído un relato, de curación, puedo decir, por ejemplo: "iQuiero, queda limpiol" (Mt 8,3), "Jesús le dl¡o al paralítico: iLevántate, roma tu camilla y andal" (cf Mc 2,9; c{ rambién Jn 5,8). Puedo relacionar el momento en que ofrezco el cáliz con la curación de la hemorroísa (Mc 5,25-34): "La sangre de Cristo, para que se te sequen las hemorragias». Q «eue la sangre de Cristo cure tus heridasr. Thmbién puedo tomar una expresión de alguna parábola que arroje una luz determinada sobre la comunión. Entonces, el hecho de comulgar dejará de ser el consabido rito de comida, siempre igual; Jesús vendrá a mi encuentro y actuará en mí

con una imagen distinta en cada ocasión. Podré entonces experimentar que actúa conmigo como con los enfermos y pecadores de su tiempo; sentiré cómo, en la comunión, recibo en mi interior su palabra hecha carne para que, en lo profundo de mi

corazón, transforme por igual 54

ni

cuerpo y mi alma. Después de la comunión es conveniente guardar un momento


de silencio, para que la unión con Cristo pueda tener lugar también en el corazón y se realice plenamente con todos los sentidos. El silencio crea un espacio donde puede desarrollarse un diálogo personal con Cristo, que ahora está en nosotros. Támblén puede ser la caja de resonancia de lo que acabamos de celebraq el

momento en que el cuerpo y la sangre de Cristo penetran en todo mi cuerpo y en las proíundidades de mi alma. Puedo sentir en mi interior que Dios, en este instante, se ha hecho uno conmigo sin que pueda distinguirse de mí. Lo que Dios ha obrado en mí he de hacerlo realidad en mi vida. Si Dios se ha hecho uno conmigo, entonces podré aceptarme a mí mismo, aceptar mi vida y vivirla en armonía interior. Y si Cristo está en todos nosotros, también voy a poder intentar, en mi interior, ver a todos con buenos ojos y sentirme uno con ellos.

RITOS DE CONCLUSIÓN Después de un tiempo prudencial de silencio, el sacerdote dice la oración de poscomunión, bendice a la asamblea y la despide

en paz. Los f,eles han de regresar a su vida cotidiana como "benditos" y convertirse en ella en fuente de bendición y de paz.La paz de Cristo ha de llegar al mundo por medio de ellos. No han celebrado la eucaristía sólo para sí, sino que ahora son «enviados» para rogar a todos, en nombre y en lugar de Cristo: "iReconciliaos con Diosl" (LCor 5,20). En misas de grupo, a veces invito a los participantes a bendecirse unos a otros haciendo el signo de la cruz en la palma de las manos de sus vecinos y pronunciando al mismo tiempo un deseo de bendición. Las manos, con sus líneas, distintas en cada caso, representan

nuestra vida. Los que leen las manos de

la gente

aseguran

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poder descubrir en ellas la verdad de una persona. Sobre esas líneas marcadas en nuestras manos trazamos el signo de la cruz, reconociendo que el amor de Dios abarca todas esas líneas, que Dios es capaz de transformar todos los caminos en caminos de salvación, extiende sobre nosotros sus bondadosas manos que nos protegen y nos curan, nos lleva en su palma y nos esconde en sus manos.

Concluimos la celebración eucarística con el mismo esmero con que la comenzamos. Los ritos de conclusión vienen a ser como la llave que se gira para que las puertas queden realmente cerradas ahora que los fieles ya están .li5¡es,, es decir, "aviadss", dispuestos para emprender el camino con las

provisiones suflcientes. La eucarisfía concluye con la bendición, para que cuantos la han celebrado puedan regresar a su vida ordinaria como "benditos,. Y se les despide con estas palabras: paz de Dios que han experimentado en "Podéis ir en paz". La la eucaristía ha de acompañarles a 1o largo del camino. No

vuelven desprotegidos a su vida diaria. "Nadie que haya estado dentro y que haya tomado parte en los misterios puede volver a estar totalmente fuera, (Kirchgássner) . El sacerdote vuelve a besar el altar para llevarse su fuerza para el camino y despedirse cariñosamente de Cristo. El amor de Jesús, que se ha celebrado sobre el aitar, habrá de marcar sus palabras y sus acciones y deberá influir en todos los encuentros que tenga. La comunidad se despide cantando o escuchando, esto último en el caso de que suene el órgano mientras se disuelve la asamblea. Muchos se quedan todavía un rato en silencio para que el misterio de la celebración sagrada penetre en sus cuerpos y en sus almas, puedan salir renovados y, como personas transformadas, puedan a su vez transformar su vida cotidiana.

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Para mí, como sacerdote, es muy importante celebrar la eucaristía

a diario, siempre que sea posible. Nunca me resulta aburrida. Siempre es un misterio la ffansformación del pan y del vino en el cuerpo y la sangre de Cristo y el hecho de poder llegar a ser uno con Cristo en la comunión. Para mí es una necesidad celebrar la eucaristía como preparación para la vida ordinaria, para vivir 1o cotidiano desde ese punro cenrral de mi fe. Me resulta difícil describir cómo actúa la eucaristía en mi vida diaria, cómo la transforma. Pero 1o que sí puedo afirmar es que la eucaristía es como un oasis cotidiano en el que puedo beber de la fuente de la vida. Es el alimento diario que me da fuerzas para afrontar las exigencias de la vida cotidiana.

VIVIR DE LAS PALABRAS DE LA EUCARISTíA Cada uno vivirá de la eucaristía de manera distinta. Para algunos, es importante meditar las lecturas que se proclaman en la misa y quedarse con una frase para que les acompañe a 1o largo de todo el día. Por tanto, se trata principalmente de aquellas palabras que

rescatamos para las actividades cotidianas y que ponen su seilo en la vida. Las palabras vienen a ser como los cristales de unas gafas a través de los cuales voy a mirar todo 1o que pase. Pero las lecturas que escuchamos en la eucaristía no son simplemente

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unos textos de la Biblia escogidos de manera fortuita y que yo medito. Se trata de las mismas lecturas que ese día se van a proclamar en todo el mundo. Y se trata de palabras que, por medio de la encarnación de la Palabra en Ia eucaristía, han ganado en importancia. En la carne y en la sangre de Jesús se vuelven algo concreto. No las he escuchado simplemente con los oídos, sino que me las he comido y las he bebido, han entrado a formar parte de mi cuerpo. He llegado a ser uno con ellas. Estas palabras quieren ahora tomar cuerpo, quieren encarnarse en mi vida cotidiana para transformarla.

VIVIR DE LA COMUNIÓN Otros prefleren vivir de la experiencia de la comunión. Para ellos es importante poder pensar durante el día que no recorren su camino en solitario, sino que Cristo está con ellos como fuente de la vida y del amor. Están acordándose constantemente de que se han unido a Cristo, de que su vida se alimenta de la relación personal con é1. Y no sólo ven a Cristo en sí mismos, sino también en sus hermanos y hermanas. Por eso el ffato que les dispensan es diferente. Estár-r convencidos de que pueden entrar en contacto con Cristo en todas partes. En la comunión también se han hecho uno con todos los hombres por los que murió Cristo y a los que rodea con su amor. El recuerdo de la eucaristía puede llevar, en medio de los conflictos de cada día, a la intuición de que en todos y cada uno hay un núcleo bondadoso, de que todos ansían asemejarse a Cristo y que, en definitiva, todos padecen a causa de los conflictos. Creer que Cristo está en los demás les ayuda a creer en la bondad que hay 58

en ellos y a hacer que la saquen al exterior.


EL ALTAR DE LA VIDA COTIDIANA

Para otros es importante pensar que el altar sobre el que tiene lugar la ofrenda de uno mismo es la vida cotidiana. Lo que han celebrado sobre el altar en la iglesia -la pasión de Jesús que se entrega por ellos y la propia entrega a Dios-, 1o hacen realidad en la confianza desde la que cumplen con sus obligaciones, desde la que se esfuerzan en su trabajo y con la que sirven a los hombres, la confranza que les ha llevado a asumir la responsabilidad de la familia, de la empresa, del municipio o de la parroquia. Entonces su trabajo es también una especie de liturgia que prolonga la eucaristía. En definitiva, todo trabajo consiste en enÍega y sacrif.cio. Nos entregamos a una fábrica o a un puesto en la o6.cina. Sacrificamos nuestras fuerzas y nuestra atención en favor de los hombres y las cosas. En el trabajo cotidiano se prolonga

el sacrificio del altaq que se extiende en nuestro mundo. Con frecuencia resulta más di{ícil llevar a cabo la ofrenda del sacriflcio

en el altar de nuestra vida ordinaria, el sacriflcio de nuestros conflictos diarios y de nuestras decepciones, que celebrar el sacrificio de la entrega en una inmensa catedral en medio de cánticos de celebración. El trabajo tiene como meta la transformación de este mundo, que Cristo 1o penetre más y más, y que los hombres sean capaces de reconocer a Cristo en é1. Es como si las palabras que el sacerdote pronuncia en la epíclesis sobre el pan y el vino en la eucaristía: "Santifica estos dones con la efusión de tu Espíritu, de manera que sean para nosotros Cuerpo y Sangre de Jesucristo,

nuestro Señor,, los hombres las pronunciaran ahora sobre su ffabajo, sobre sus reuniones, sobre la mesa de su despacho, sobre sus tareas domésticas. El Espíritu Santo, que ha convertido el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo, también transforma

59


su vida cotidiana. De todo aquello que tomarán en sus manos decil "Esto es mi cuerpo. Esta es mi sangre,. En todas las cosas entran en contacto con Cristo como fundamento de su ser. La transformación de nuestra vida cotidiana por medio de la eucaristía exige también un trato diferente con las cosas, con los seres humanos, con la creación. El mismo respeto con que hemos recibido a Cristo en la comunión, hemos de mostrarlo también con las personas con las que podamos encontrarnos. Támbién en ellas quiere Cristo entrar en nosotros. San Benito vivió desde esta devoción eucarística cuando dice del mayordomo: *Considerará

podrán

todos los objetos y todos los bienes del monasterio como si fueran vasos sagrados del altar" (Regla, cap. XXXI). Ha de tratar las cosas con el mismo cuidado con que trata el cuerpo y la sangre de Cristo en la eucaristía. En todo 1o que tocamos, estamos, en el fondo, acariciando el amor de Cristo que discurre por toda la creación.

LA CELEBRACIÓN DE LA EUCARSTíA

Y LAS COMIDAS COTIDIANAS

60

Quien se toma en serio la eucaristía celebrará sus comidas de modo distinto. En toda comida resplandece algo del misterio de la eucaristía. Lo que comemos son dones que Dios nos da, empapados de su Espíritu, impregnados por su amor. Por eso hay que comer con respeto. Cada comida es, en última instancia, una celebración del amor de Dios. Dios cuida de nosotros y nos ama. Si masticamos muy despacio y conscientemente el pan, percibiremos realmente su maravilloso sabor. Y al paladearlo, podemos intuir el amor de Dios, que da un nuevo sabor a nues[ras vidas. Los seres humanos siempre han considerado la


comida, el comer, como misterio. Por eso el acto de comer alcanza su punto más elevado en las comidas sagradas. Y desde 1as comidas sagradas baja una luz que ilumina las comidas cotidianas. Comer no es simplemente calmar el hambre' No se trata meramente de ingerir algo que nos sacie, sino que comemos alimentos que nos permiten vivir -de ahí, .víveres»-, alimentos en los que podemos experimentar algo de la vida que Dios nos da. San Benito también estableció algunos ritos para las comidas, que se convierten en algo así como el ágape, prolongación de la mesa del amor, que Cristo celebró con sus discípulos' Esto se expresa en la oración al comienzo y al f,nal de las comidas, pero también en la lectura: además de degustar los dones de Dios, escuchamos su palabra, que nos recuerda que todo procede de Dios y que todo está lleno del Espíritu de Dios.

LA ADORACIÓN EUCARíSTICI Algunos prefi.eren la adoración eucarística como medio para vivir de la eucaristía. En algún momento del día van a la iglesia y se arrodillan ante el Santísimo. Están convencidos, desde su fe, de que en el pan eucarístico que se custodia en el sagrario está el mismo Cristo. Meditan acerca de su amor: el amor por el que se entregó por nosotros. El pan eucarístico les recuerda el amor con el que Jesús los amó hasta el extremo en la

cruz. ! desde ese amor, viven su vida cotidiana, con sus conflictos, con sus agresiones, con sus insatisfacciones, con sus heridas y sus decepciones. d en ocasiones, experimentan cómo su vida ordinaria se transforma y sus turbios sentimientos se aclaran.

En muchas iglesias se celebran exposiciones eucarísticas: el

61


Santísimo se expone en la custodia. Adorar significa contemplar la forma redonda del pan consagrado y creer que es el mismo Cristo. A1 contemplar la Hostia, uno llega a comprender intuitivamente que no es sólo ese pan 1o que se ha convertido en el cuerpo de Cristo, sino que la transformación abarca a

todo el mundo. Cristo

se

ha convertido en el centro más íntimo

de toda realidad. Cuando miro el pan transformado, empiezo a ver el mundo con ojos nuevos. En todas partes reconozco a Cristo como el verdadero fundamento. Y sé que todo está penetrado por su amor.

Esta experiencia fue decisiva para Teilhard de Chardin, el famoso científico y jesuita francés. Por medio de la adoración experimentó cómo Cristo penetra el mundo con su amor desde el pan consagrado. Cuando, en la adoración, me hago uno con la Hostia que estoy contemplando, al mismo tiempo siento que. Cristo está en mí. Entonces trato de imaginar que penetra todas las estancias de mi morada interior, también aquellas en las que se ha instalado el enfado o en las que se amontonan los desperdicios que ocasiona el caos de 1o ordinario. La adoración eucarística es una liturgia del corazón. Prolonga Io que hemos celebrado en la eucaristía. En sustancia, tiene que ver con la mirada. Al contemplar el pan eucarístico pracricamos un nuevo modo de mirar la realidad de nuesrra vida.

RECORDATORIOS DE LA EUCAruSTíA En la tradición espiritual existen muchas cosas que nos recuerdan

62 ,+J

el misterio de la eucaristía y que nos permiten vivir de ella. Este era el caso de las campanas, con las que se convocaba a la celebración. A muchas personas que no tienen tiempo de ir


a misa a diario, las campanas les recuerdan la celebración. Y este recuerdo basta para transformar su vida cotidiana. Entre nosotros también se tocan las campanas durante la consagración. Esto signifrca, para muchos, una invitación a hacer una breve pausa y creer que la transformación que se está produciendo en la celebración eucarística transforma ahora sus actividades cotidianas concretas. Otros recuerdan la eucaristía al pasar, andando o en coche, por delante de una iglesia. De pequeño me causaba gran impresión el hecho de que mi padre, siempre que pasaba delante de una iglesia, se quitara el sombrero. Era un signo de respeto por la eucaristía, que se celebraba a diario en ese templo. En la uadición devocional existía la práctica de la comunión espiritual. Cuando alguien no tenía la posibilidad de participar en la eucaristía, se trasladaba de manera espiritual a la celebración de la misa para santifrcar su vida desde la eucaristía

y consagrarse a Dios con Cristo. El objetivo de esta

práctica era entender la vida cotidiana como eucaristía, como acción de gracias y como ofrenda a Dios. Lo importante de todos estos recordatorios es que entendamos que la eucaristía no se circunscribe a la celebración, sino que actúa en toda nuestra vida, que nos transforma y transforma todo lo que hay a nuestro alrededor, y que nosotros podemos encontrar en todas partes el amor con el que Cristo nos amó hasta el extremo.

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En la eucaristía celebramos el núcleo de nuestra fe. Esto también significa que, en ella, todos nuestros problemas de fe y nuestras dificultades de convivencia adquieren una densidad especial. No

se trata simplemente de maquillar un poco ias celebraciones para que la eucaristía resulte más atractiva. Se trata, más bien, de ver cómo podemos hoy expresar nuestra fe de manera que, en ella, nos encontremos con nosotros mismos y con nuestras aspiraciones y podamos experimentar a Jesucristo como nuestro redentor y salvador, como nuestro liberador y como aquel que revela el sentido de nuestras vidas. La eucaristía es una representación sagrada. Pero, lcómo podemos llevarla a escena

de manera que llegue a los hombres de hoy en día? No tenemos que acomodar la eucaristía a los gustos del momento. Precisamente 1o desconocido y grandioso puede interpelar al ser humano de nuestros días sólo si se (re)presenta de manera adecuada y con todo cuidado. El evangelista Lucas, como buen griego fascinado por el teatro y las representaciones, presenta la muerte de Jesús en la cruz que se celebra en cada eucaristía como un drama sagrado. El

resultado era que

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la representación tocaba el corazírn de los

hombres, de manera que experimentaban una fuerte conversión interior: "Y toda la gente que había asistido al espectáculo, al ver 1o sucedido, regresaba [o: "se convertía"] dándose golpes de pecho" (Lc 23,48). De cómo montemos hoy el espectáculo de


la eucaristía dependerá que la gente que se agolpa en nuestras iglesias -la mayoría sólo en calidad de espectadores- reaccione dándose golpes de pecho y vuelvan cambiados a casa, como personas que han experimentado quién es este Jesús, que han comprendido que es capaz de curar sus heridas y que les regala la auténtica vida, que vuelve a levantarlos y les muestra un camino

para poder

vivir del mejor modo posible en este mundo. No

podemos esperar que cada celebración de la eucaristía nos afecte profundamente. Pero deberíamos poder sentir que, en cada misa,

se celebra el misterio de Dios y de los hombres. Entonces la celebración de la eucaristía -así es como 1o ve Lucas, el griego- contribuirá a llevar la salvación de Jesucristo a este

mundo de desgracias. Al salir de la misa iremos directamente a nuestra vida cotidiana y seremos capaces de consolar a los hombres a nuestro alrededor y de tratar correctamente las cosas y realidades de este mundo.

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índice

Introducción

5

Pistas para comprender la eucaristía.... Cena conmemorativa..... La eucaristía en la interpretación del evangelista Lucas.... La eucaristía en la interpretación del evangelista Juan...... Eucaristía como transformación....... Eucaristía como sacrificio: ejercitarse en el amor...............

Eucaristía como misterio:

10

10 TZ

t9 Z5 ZB

el sueño de Dios sobre los

hombres

30

Eucaristía como fracción del pan....

3Z

Estructura de la celebración eucarística ............

35

Ritos iniciales.................. La liturgia de la

36

Palabra

................:...

4r

La oración de los fieles La presentación de las ofrendas La plegaria eucarística

1L ^)

Los ritos de comunión Ritos de conclusión

48

Vivir de la eucaristía Vivir de las palabras de la eucaristía ...............

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44 46 55

57

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69


Vivir de la comunión El altar de la vida cotidiana..... .....:.................. La celebración de la eucaristía y las comidas coridianas .... La adoración eucarística... Recordatorios de la eucaristía La eucaristía, representación sagrada BibliograÍía

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