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Arboles Muertos y Mucha Tinta - Anuario 2015 Si no pudiste seguirnos en el blog, aquĂ­ tienes compilado todo en un bonito archivo digital Por Roberto Barreiro y Armando Boix


Editorial: Bienvenidos https://arbolesmuertosymuchatinta.wordpress.com/2015/01/22/editorial-bienvenidos/

Buenas… Esta es la nueva versión de Arboles Muertos y Mucha Tinta, blog que, tras diez años, necesitaba de un cambio en toda regla. Y eso incluía tener nueva dirección en Internerd. Una que tuviera un diseño más ágil. ¿Por qué nos fuimos de nuestra antigua dirección? Lo más fácil es enviarlos a que lean esa explicación en nuestro antiguo blog. Si se quieren ahorrar ese trabajo, les dejo la versión Larousse: quería salir de la pura reseña de libros desconocidos y meterme en otros temas mas amplios que permitieran investigar más y mejor la cultura popular. Por eso este nuevo Arboles… se subtitula “un blog de arqueología pop”. Queremos investigar que hay detrás de todos esa gente creativa que escribieron libros a destajo, que publicaron historietas olvidadas, que hicieron películas olvidadas, que armaron fotonovelas, que hicieron música que no suena en ningún lado hoy día. Quienes eran, donde estaban, que los influía para hacer lo que hicieron. Como era la sociedad que recibía esas producciones y la industria que lo generaba. A lo mejor entraremos desde una novela. A lo mejor entraremos con una biografía. O con un género. O con un tipo de obras. O siguiendo un personaje. Ahí iremos viendo. Eso sí, con la misma idea de siempre: rescatar esos productos (novelas, comics, películas, fotonovelas, series de televisión, etc) olvidadas , sin prejuicios “literarios” o “de culto”. Tanto puede valer aquí una novela rosa olvidada como las obras completas de H.P. Lovecraft, la filmografía de George Romero como la de Sam Newfield. Y esta vez, quien esto les escribe (Roberto Barreiro, blogmaster, mucho gusto) no está solo en la patriada. Por ahora, aparte de mis posteos, estarán las colaboraciones de Armando Boix Millán (escritor, articulista y dibujante español que ya había colaborado en la versión antigua de este blog) y Fabio Blanco (argentino, periodista, experto en literatura pulp y comics). Esperen más gente próximamente. Por cierto, en unos días más arrancamos a todo trapo. Y de nuevo, bienvenidos

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Las varias vidas de D’Artagnan https://arbolesmuertosymuchatinta.wordpress.com/2015/01/23/las-varias-vidas-dedartagnan/

«Fue el rey de los folletinistas y el más hábil de los falsificadores de la historia». Delarue «Yo sé que violo a menudo la historia, pero le engendro hijos muy interesantes». A. Dumas Los escritores románticos no eran excesivamente puntillosos en lo que respecta a la originalidad argumental, pero no creo que eso desmerezca en absoluto la grandeza de sus obras. ¿Es menos importante el Fausto de Goethe por la existencia de otro Fausto debido a Marlowe? ¿Es que una de las más interesantes muestras del romanticismo español, El estudiante de Salamanca, deja de serlo por oposición a otras versiones del mito de Don Juan o por el parecido argumental con Las ánimas del Purgatorio, de Mérimée? Si midiéramos el interés de una obra literaria por lo novedoso de su trama, Alejandro Dumas estaría entre los últimos del escalafón; por el contrario, se situaría a la cabeza si midiéramos lo apasionante del desarrollo y la fidelidad de los lectores, que jamás lo han abandonado en un siglo transcurrido después de su muerte. Alejandro Dumas, nacido Alexandre Davi de la Pailleterie Dumas, en Villers-Cotterêts, Aisne, el 24 de julio de 1802, fue un mulato hijo de un general y nieto de un noble residente en Santo Domingo. Quedó huérfano a los cuatro años y, con grandes apreturas económicas, su educación no pasó de los niveles más elementales. Se empleó como pasante de un abogado hasta su marcha a París, con veintiún años. Las cartas de recomendación de los compañeros de armas de su padre hicieron que el general Fox


obtuviera para él un empleo en la secretaría del duque de Orleans. Entonces aprovechó para suplir su falta de estudios con un aprendizaje autodidacta. Su interés por la literatura nació viendo una representación de Hamlet y sus primeros intentos de creación se dirigieron al teatro, con poca fortuna. También escribió poemas, que el mismo se editó, y una colección de narraciones que tituló Nouvelles contemporaines (1826). Consiguió estrenar por primera vez en 1825, con el voudeville La chasse et l’amour, que presentó con el seudónimo de Davy, y el éxito no se le negó por mucho tiempo. Obras como Enrique III y su corte (1829) o Cristina (1830) recibieron una calurosa acogida por parte del público. De todos modos su paso a la posteridad no vendría a través del teatro sino de la novela. Su nombre figura en más de mil obras y ganó con ellas una fortuna que dilapidaba con la misma velocidad con que la ganaba. Una prueba del éxito internacional de Dumas es el paradójico hecho de que, en ocasiones, llegaran a publicarse sus novelas como libro antes en España que en Francia, tras su inicial edición como folletín. Los críticos quisquillosos tal vez citarán en su contra la dudosa autoría de muchos de sus novelas, pues Dumas organizó todo un taller de literatura a su alrededor, con diversos autores «negros» a su servicio. Las dudas han dado pie a que aún se recuerden anécdotas como aquella sobre un encuentro con su hijo por las calles de París. Cuando Dumas padre le preguntó: «¿Qué ? ¿Ya has leído mi última novela?», el hijo respondió: «Sí, la he leído. ¿Y tú? ¿La has leído ya?». Está demostrado que Dumas no escribió la integridad de las páginas firmadas con su nombre, aunque, por más que delegase en otras plumas la tarea de redacción, nunca dejó de concebir las líneas argumentales y revisar meticulosamente la versión final, antes de entregarla a imprenta, como algunos manuscritos conservados prueban. Su concepción de la creación artística encontraría similitudes con los talleres de pintores antiguos en los que el maestro supervisaba y daba la pincelada genial, mientras el trabajo grueso lo hacían los aprendices… O mejor, como en una moderna producción cinematográfica, donde el director se responsabiliza de conjugar los talentos a su servicio pero en modo alguno realiza personalmente todas las tareas del rodaje. Dumas se jactaba de tener tantos colaboradores como generales Napoleón, y hoy conocemos los nombres de bastantes, como Feliciano Malefille, Paul Meurice, Lacroix, Adolfo de Ribbing, Jacques Rousseau, Emile Souvestre, Gustave Vulpian, CordelierDelanove… De todos ellos, el de mayor talla fue Auguste Maquet, el hombre tras Los tres mosqueteros y La reina Margot. Maquet nació en París en 1813. Tras un periodo como profesor del colegio de Carlomagno se puso bajo la batuta de Dumas durante casi veinte años. Su separación en 1851 nada tuvo de amistosa y acabó incluso en juicio. A partir de ese momento Maquet se dedicó a escribir teatro en solitario, sin demasiado éxito —como también decreció, reconozcámoslo, la calidad de las novelas de Dumas—. Murió en Sainte Mesme en 1888.


Por lo que sabemos, hay que atribuir a Auguste Maquet y Dumas en conjunto la paternidad de Los tres mosqueteros. Pero además hay otras plumas, más lejanas en el tiempo, que también podrían reclamar su parte en el mérito. El mismo Dumas lo reconoce en el prefacio a la novela: «Hará poco más de un año que, registrando en la Biblioteca Real algunos documentos para la historia de Luis XIV, cayeron casualmente en nuestras manos las Memorias de M. Artagnan, impresas, como casi todas las obras de aquella época en que los autores querían decir la verdad sin ir a la Bastilla y pasarse allí una temporada más o menos larga, en Amsterdam, en la imprenta de Pierre Rouge. El título nos agradó; nos la llevamos a casa, con permiso del bibliotecario, por supuesto, y las devoramos en un minuto». Aquí Dumas hace referencia a su primera fuente de inspiración, una obra en tres volúmenes de larguísimo título: Mémoires de M. d’Artagnan, capitaine-lieutenant de la premiere compagnie des Mousquetaires du Roi, contenant quantité de choses particulières et secrètes que se sont passées sous le règne de Louis-le-Grand. Pese a las pretensiones del título, en realidad nada tienen de auténticas estas memorias. Son un texto apócrifo publicado en 1700 por Gatien Courtils de Sandras (1644-1712), un oscuro escritor que por culpa de sus líbelos políticos tuvo que huir a Holanda e incluso sufrió prisión en la Bastilla por nueve años. Estas Memorias fueron un verdadero éxito y llegaron a tirarse cinco ediciones en menos de quince años, nada frecuente en aquel tiempo.

Puesto que Courtils, además de literato, fue también soldado, algún comentarista más sentimental que riguroso ha gustado imaginar que llegó a conocer a D’Artagnan en el campo de batalla y recibió de sus propios labios la historia de su vida. No hay ninguna evidencia que pueda justificar tal opinión; muy al contrario, los errores que las falsas memorias contienen desdicen una fuente de información tan directa. De hecho autores como Néstor Luján han defendido esa posibilidad en algún artículo, añadiendo a los posibles informadores de Courtils la figura de François de Montlezau, señor de Besmaux,


amigo íntimo de D’Artagnan y gobernador de la Bastilla durante el encierro de Courtils. Luján no repara en su incongruencia, si tenemos en cuenta que las Memorias se publicaron en 1700 y Courtils no pasó por la Bastilla hasta dos años después. El principal de esos errores históricos sería la confusión de Courtils con dos personajes de similar nombre: Charles de Batz-Castelmore, conde d’Artagnan (el verdadero mosquetero) y Paul, barón de Batz. Este último fue protagonista de una comisión ante Cromwell en 1654 para establecer una alianza entre Francia e Inglaterra, durante la cual fue acusado de conspiración y expulsado del país. Courtils adjudica este episodio a D’Artagnan en las Memorias y de él pasaría a Dumas, que en Los tres mosqueteros lo transformará con mucha más imaginación y sentido de la aventura en el episodio de los herretes de la Reina y el asesinato del duque de Buckingham.

Podemos hablar, pues, de tres D’Artagnan (si añadimos al barón de Batz serían cuatro), con sólo algunos puntos de conexión entre sí. El primero de ellos, el histórico, nació cerca de Lupiac en el castillo de Castelmore en fecha no determinada, que oscila entre 1611 y 1620, según las fuentes. Marchó muy joven a París y entró en la Compañía de Guardias del rey. Su bautismo de fuego sería en el sitio de Arrás, en 1640, y participó en la guerra del Rosellón. Para cuando ingresó en los Mosqueteros, Luis XIII había muerto y Mazarino había sustituido a Richelieu como cerebro del reino. Hombre de armas toda su vida, participará en las guerras de Flandes y alcanzará los máximos puestos dentro de los Mosqueteros. Su muerte tendrá lugar durante el sitio de Maestricht, en 1673, atravesado por una bala de mosquete, siendo ya mariscal. De los dos D’Artagnan literarios, el primero sigue con bastante fidelidad al original, pese a los errores señalados, si bien Courtils demuestra en su relato mucho más interés por los detalles picarescos y escabrosos que por las hazañas militares de su modelo. Mucho más falso es el D’Artagnan de Dumas y Maquet, aunque también más apasionante. Primero hacen retroceder a su héroe en el tiempo y sitúan su nacimiento en


1607, para poder centrar más cómodamente la acción durante los tiempos de Richelieu. De todo lector es conocido el enfrentamiento de ambos personajes, pero parece ser que el D’Artagnan real en nada se opuso al primer ministro de su época, Mazarino, sino que fue su agente en diversas misiones secretas. Dumas toma de Courtils, con algunos cambios menores, el primer episodio con el enfrentamiento en la aldea y el encuentro y duelo con los mosqueteros, algunos personajes como los citados espadachines, el señor de Treville o la misteriosa Milady. También conserva una de las escenas pícaras, censurada a menudo en las ediciones juveniles de la novela: cuando D’Artagnan se beneficia a Milady haciéndose pasar por otro hombre e introduciéndose en su lecho. Toda la aventura de los herretes de la reina y la posterior persecución y ejecución de Milady es pura invención de Dumas para añadir emoción y dramatismo al relato. La muerte de Milady, en Courtils, se produce fuera de escena, sin ninguna intervención de los mosqueteros: D’Artagnan, de misión en Londres, se entera de la aparición de su cadáver cosido a puñaladas y supone que es la venganza de uno de sus muchos amantes burlados. Pero, probablemente, uno de los mejores hallazgos de Dumas, que aparece en Courtils con menor desarrollo, es el formidable trío de mosqueteros que acompañarán a D’Artagnan en sus correrías: Athos, Porthos y Aramis. Como el gascón, también ellos son personajes históricos. Athos fue en realidad Armand de Sillègue, señor de Athos, mosquetero desde 1640 y muerto tres años después, probablemente en un duelo; Porthos fue Isaac de Portau, mosquetero desde 1639; y en el origen de Aramis estuvo Henri d’Aramitz, sobrino de Treville (o Troisville), el capitán de los mosqueteros del rey.

Desde su publicación por entregas en el periódico «Le Siècle», entre marzo y julio de 1844, Los tres mosqueteros (Les Trois Mousquetaires) es la novela más popular dentro de la extensa obra de Alejandro Dumas —en dura competencia con El conde de Montecristo—. El cariño de los lectores a los indómitos mosqueteros convertiría esa historia inicial en primera parte de una trilogía que completan Veinte años después (Vingt ans après; 1845) y El vizconde de Bragelonne (Dix ans plus tard ou Le Vicompte de


Bragelonne; 1848-1850); pero ninguna de esas entregas posteriores recuperaría la vitalidad de la primera, tal vez por lo envejecido de sus protagonistas. Culpable o no de plagio, lo cierto es que la obra de Alejandro Dumas es una soberbia lección de literatura amena que ha sobrevivido mejor el paso del tiempo que la de su antecesor Gatien Courtils de Sandras, o que la de los muchos imitadores que el propio Dumas generaría, entre los que encontramos narradores nada despreciables como Paul Feval. Si hoy el pequeño hidalgo de Gascuña es recordado se debe en exclusiva a sus méritos y no creo que a los millones de lectores apasionados con sus aventuras les importe lo más mínimo eruditas disquisiciones sobre el verdadero origen de la historia.

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Doc Savage, el Hombre de Bronce https://arbolesmuertosymuchatinta.wordpress.com/2015/01/24/doc-savage-el-hombre-debronce/

Lester Dent (1905-1959) es uno de los autores más característicos de la era de los «pulp magazines» norteamericanos. Prolífico y popular —presumía de haber llegado a escribir hasta cien mil palabras a la semana—, su estilo descuidado lo compensaba con una agilidad narrativa indispensable en un género dirigido, ante todo, a la acción como meta fundamental. Realmente, a sus miles de lectores no parecía importarles demasiado que cojeara su gramática, pues para ellos las narraciones de Lester Dent sobre Doc Savage no eran literatura, sino crónicas de aventuras vividas casi como reales. Nacido con las primicias del siglo e hijo de una pareja de rancheros de Wyoming, Dent sufrió de una infancia solitaria, ligada a duros trabajos, apenas aliviados por una excesiva imaginación y la fascinación que los más sensacionalistas folletines despertaban en él. Su primer objetivo juvenil, convertirse en banquero, le dirigió a la Escuela de Ciencias Administrativas, en Chillicothe, Missouri; pero el azar le acabó conduciendo a estudiar telegrafía, profesión que desempeñará, ya casado, en Tulsa, Oklahoma. Es en este lugar donde, tentado por el ejemplo de un compañero que en sus horas libres redactaba relatos para las revistas, se decidió a escribir por primera vez. Tras serle rechazada su primera docena de relatos, consiguió vender una historia de aventuras, Death Zone, a «Top-Notch», que la publicaría en su número de abril de 1930. A partir de ese momento Dent colocará sus trabajos regularmente, hasta que un contrato exclusivo con la editorial Dell hizo que abandonase su empleo y se trasladara a Nueva York, ya convertido en escritor profesional. Durante un breve período de tiempo la fortuna le sonrió: elaboró casi íntegramente el contenido de tres revistas y ganó dinero a espuertas. En 1932, sólo cuatro meses


después de su llegada a la ciudad, la depresión económica se contagió al sector editorial y las revistas para las que trabajaba se vieron obligadas a cerrar. Dent y su esposa, pronto sin un centavo, viajaron hacia el suroeste en un aventurado intento de buscar oro. No tuvieron éxito y, desesperanzados, en 1933 emplearon el escaso beneficio obtenido en comprar un billete de regreso a Nueva York. De nuevo en la capital del mundo editorial americano, Dent ofreció a la veterana y prestigiosa Street & Smith un proyecto en el que venía pensando, una serie de novelas de aventuras protagonizadas por un héroe híbrido —según el propio autor— entre Sherlock Holmes, Tarzán y Abraham Lincoln: Clark Savage, más conocido como Doc Savage. La editorial aceptó, sentado el precedente de «The Shadow Magazine», que con un personaje similar venía publicándose desde 1931 exitosamente.

La nueva revista aparecería en marzo de 1933 y se prolongó a lo largo de 181 números, hasta el verano de 1949, todos ellos firmados con el seudónimo de Kenneth Robeson. No hay, sin embargo, que atribuir a Dent todas las obras bajo este nombre, propiedad de la editorial. Dent escribió 138 novelas sobre Doc Savage, siendo las restantes obra de William G. Bogard, Alan Hathaway, Rymon Johnson, F. N. William, Laurence Donovan y Harold A. Davis, entre otros. De igual modo, deseando rentabilizar su popularidad, Street & Smith publicó a partir de 1939 una nueva revista, protagonizada por otro justiciero, El Vengador, cuyas historias, aunque figurara como autor Kenneth Robeson, fueron escritas en realidad por Paul Ernst. Por lo que se nos cuenta en su primera aventura, El hombre de bronce, Clark Savage Jr. es hijo de un aventurero muerto en extrañas circunstancias —asesinado, sabremos después— y que dilapidó su fortuna empeñado en deshacer entuertos por todo el mundo, como si de un moderno caballero andante se tratara. Desde niño Clark Savage fue educado en un plan rígido para convertirle en todo un superhombre. Durante dos horas diarias, sin excepción, realizaba ejercicios para desarrollar sus músculos, sus sentidos y su cerebro. Sus estudios se habían iniciado con medicina y cirugía, pero luego los había


ampliado a toda suerte de ciencias y técnicas —química, geología, ingeniería…— convirtiéndose en un experto de primera línea en cada una de ellas. Por supuesto, tal entrenamiento habría de dar lugar a un hombre intelectual y físicamente impresionante: «Aquel busto era un espectáculo sorprendente. Las líneas de las facciones; la frente, extraordinariamente alta; la boca, móvil y musculosa, aunque no demasiado llena; las mejillas, delgadas, todo denotaba una fuerza de carácter rara vez alcanzada por un ser humano. »El bronce del cabello era algo más oscuro que el de las facciones. Peinado liso, aplanado y apretado, lanzaba metálicos reflejos a la luz. Sólo un genio de la escultura pudo dar aquellas sensación de vida a un metal inanimado. »Lo más maravilloso eran los ojos. Brillaban como reflejos de oro puro cuando las lucecitas de la lámpara jugueteaban sobre ellos (…). Parecían ejercer una influencia hipnótica (…), una cualidad que hacía vacilar hasta al hombre más temerario». Aunque Doc Savage parece muy capaz de derrotar a un ejército completo con las manos desnudas, no le faltará auxilio en la larga serie de sus aventuras. A su lado tiene a cinco amigos de fidelidad irreprochable que también servirán a Lester Dent para ofrecer un oportuno contrapunto humorístico a la marmórea seriedad de Savage: el coronel John Renwich, Renny para los amigos, un gigante de casi dos metros y puños como mazas, formidable ingeniero; William Harper Littlejohn, experto geólogo y arqueólogo; el comandante Thomas J. Roberts, apodado «Long Tom», de aspecto enclenque pero todo un mago de la electricidad; el brigadier general Theodoro Mafley Brooks, «Ham», de porte distinguido y algo pedante, abogado por la Universidad de Harvard; y por último el simiesco Monk, teniente coronel, cien kilos de puro músculo distribuidos en apenas metro y medio de estatura.

Si fuera poco, Doc Savage posee también todo tipo de artilugios científicos, los más avanzados para los años treinta: lámparas de rayos ultravioleta para descubrir pistas


invisibles, granadas de gas anestesiante, radares, detectores de metal, un autogiro… Además de su cuartel general, en el piso 86 de un rascacielos de Nueva York, Doc Savage dispone de un retiro privado, «La Fortaleza de la Soledad», construida por su padre en una isla del círculo ártico. Ya desde esa primera aventura, las novelas de Doc Savage se inscriben claramente en el campo del fantástico. A modo de muestra, en El hombre de bronce encontrará una cultura perdida en la selva de Centroamérica y un fabuloso tesoro que le servirá para financiar sus andanzas a partir de entonces (como Tarzán con el oro de Opar). En la segunda novela, La tierra del terror, Savage y su grupo se superan a sí mismos enfrentándose al villano Kar, creador de una nueva arma —el Humo de la Eternidad—, en el escenario de la isla del Trueno, habitada por nada amigables monstruos prehistóricos. Toda la serie —Asesinos en acción, El tesoro del Polo, Los piratas del Pacífico, La calavera roja, $1.000.000 de recompensa, El ogro del mar de los Sargazos, La campana verde, La ciudad fantasma, etc.— continúa este tono inicial: acción trepidante, prodigios científicos, lugares exóticos y terribles villanos, en la mejor tradición de la literatura «pulp» y los seriales radiofónicos y cinematográficos, muy en boga en aquellos tiempos. Lester Dent, pese al esfuerzo que suponía llevar adelante esta obra, siempre encontró tiempo y energías para escribir otras narraciones, generalmente de temática criminal, con su propio nombre o bajo el seudónimo de Tim Ryan, para revistas como «Black Mask», donde compartía páginas con Chandler, Hammett o Stanley Gardner. Relatos como Angelfish (1936) son un excelente ejemplo de este trabajo mucho más elaborado, que contribuyó a moldear la novela negra norteamericana, aunque permanezca hoy ensombrecido por la popularidad de su personaje más importante. Después de Lester Dent, la titánica figura de Doc Savage ha atraído a otros autores, como Philip José Farmer, que no sólo creará una parodia del personaje, Doc Calibán, en The Mad Goblin (1970), con una visión entre admirada y sarcástica, sino que escribirá una presunta biografía del personaje —Doc Savage: His Apocalyptic Life (1973)— y una novela original, Doc Savage: Escape from Loki: Doc Savage’s First Adventure (1991), en la que nos cuenta cómo Savage, durante la I Guerra Mundial, conoce a sus inseparables compañeros en un campo de prisioneros alemán. No es ésta la única historia nueva de Doc Savage escrita en los últimos años. Tras la reedición de la serie original completa por Bantam Books (1964-1990), Will Murray continuó escribiendo aventuras originales del personaje, aún con el seudónimo de Kenneth Robeson, siendo la primera Doc Savage: Python Isle (1991). El mismo Murray, buen conocedor de la literatura «pulp», es autor también de un ensayo sobre el personaje: Secrets of Doc Savage (1981). La primera edición en lengua castellana de las novelas de Doc Savage fue debida a la Editorial Molino, dentro de su colección «Hombres Audaces», que se publicó en Barcelona y Buenos Aires a partir de 1936.


Cada novela aparecía en un cuadernillo de 14,5 x 21,5 cm., pronto sustituido por el formato definitivo de 14,3 x 19,5 cm., con 64, 80 o 96 páginas (64 fue la extensión más común). Texto a dos columnas. Las cubiertas a color reproducían las ilustraciones originales de Walter M. Baumhofer y Robert G. Harris, aunque ocasionalmente fueron sustituidas por otras del español Bocquet. Las ilustraciones interiores en blanco y negro eran, como en el original norteamericano, de Paul Orban. Esta edición española recogió sólo 97 de los 181 números que formaron la serie completa. Como otros colegas de la ficción popular, Doc Savage protagonizó un serial radiofónico en la década de los treinta y, algo más tarde, sería trasladado al cómic. Su primera aparición en viñetas fue en unas aventuras por episodios que ocupaban la contraportada del cómic «The Shadow»; luego obtendría una revista propia, «Doc Savage Comics», cuyo primer número está fechado en 1940. Seguramente resultará curioso para los coleccionistas saber que incluso se hizo una adaptación española. En 1961 la madrileña editorial Rollán publicó un Doc Savage de aparición semanal, dibujado por el excelente Antonio Hernández Palacios y con guiones de González Casquel. La revista se mantendría durante 26 números y en 1974 fue reeditada por la misma editorial.

Hasta una década más tarde ninguna de las grandes editoriales de cómics de superhéroes se interesó por el personaje. Marvel creó en 1972 un comic-book de no muy larga existencia, con adaptaciones de las novelas de Kenneth Robeson debidas a las plumas de guionistas de la casa como Roy Thomas o Doug Moench. Retomado tres lustros después por su principal competidora editorial, DC, el Hombre de Bronce protagonizará una miniserie de cuatro episodios, La herencia de Doc Savage (1987), con Dennis O’Neil en el guión y en el dibujo Adam y Andy Kubert, hijos y discípulos, en cuanto a estilo gráfico, del gran Joe Kubert. Aprovechando el éxito de héroes nostálgicos como


Indiana Jones, esta serie sitúa la acción en 1945, con científicos nazis como los villanos de turno. En los últimos años, los derechos del personaje han ido saltando por diversas editoriales independientes, como Dynamite, que siente un interés especial por las licencias de personajes célebres en medios ajenos a la narrativa dibujada. Aunque en los cómics Doc Savage nunca acabó de cuajar, menos afortunada resultó incluso su única adaptación a la pantalla. Doc Savage, the Man of Bronze (1975) fue la última producción de todo un clásico del cine de ciencia ficción, George Pal —Con destino a la Luna (1950), Cuando los mundos chocan (1951), La guerra de los mundos (1953), El tiempo en sus manos (1960)…—. Pese a contar como director con Michael Anderson, un elegante realizador británico responsable, entre otras, de La vuelta al mundo en ochenta días (1956) o Las sandalias del pescador (1968), el público no conectó en aquel momento con el héroe casto e impoluto que Doc Savage representa. George Pal pretendía iniciar toda una serie, al estilo James Bond, e incluso el mismo Farmer trabajó en un guión futurible, pero el escaso éxito de la primera entrega abortó el proyecto.

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Frankenstein: los dos rostros del héroe satánico https://arbolesmuertosymuchatinta.wordpress.com/2015/01/27/frankenstein-los-dosrostros-del-heroe-satanico/ 1. La creación del monstruo. Pocas obras rivalizan con Frankenstein, de Mary W. Shelley, en el número de epígonos y comentaristas que pretenden apropiársela. Las feministas por el sexo de su autora; los historiadores de la ciencia ficción por tratarse de un texto precursor de lo que será el género en años posteriores; los amantes de la literatura de terror por considerarla de una de las novelas góticas mejor acabadas y duraderas, frente a la abundante mediocridad nacida tras El castillo de Otranto, de Walpole… Lo que no tantos se detienen a considerar es su importancia para develar el engranaje ideológico del movimiento artístico en el que se produjo: el Romanticismo.

La mayoría de los lectores conocerán la génesis de su obra, reproducida mil veces pese a no dejar de ser anecdótica. Mary, en compañía de su amante el gran poeta Percy B. Shelley, su hermanastra Claire, lord Byron y el doctor Polidori pasaron el verano de 1816 en Suiza, junto al lago Leman, con los Shelley y Claire instalados en la villa Chapuis, y Byron y su secretario en la cercana villa Diorati. Todos solían reunirse en la residencia de este último y dedicaban las veladas a discutir sobre todo tipo de temas peregrinos o leer cuentos de fantasmas alemanes de un pequeño volumen titulado Fantasmagoriana. Tan interesados se mostraron por las historias que lord Byron propuso que cada uno escribiera su propio relato fantástico. Byron, Shelley y Polidori no acabaron de cumplir con lo acordado y abandonaron sus intentos a las pocas páginas —el doctor John Polidori, sin embargo, se inspiraría poco después en el fragmento de lord Byron para su célebre relato El vampiro (1819)—; no así la joven Mary, que aquella noche tuvo una pesadilla en la que un estudiante animaba un cuerpo sin vida con el auxilio de una crepitante máquina. Al día siguiente se puso a escribir la historia que el sueño le había inspirado.


Podríamos estar tentados, pues, en suponer un mucho de casualidad en la genial creación de Mary Shelley, que por aquel entonces sólo contaba diecinueve años. Pero la muchacha tenía a sus espaldas un bagaje cultural del que muy pocas mujeres —y la mayoría de los hombres— podrían haber presumido. Su padre era William Godwin, escritor y filósofo de gran influencia entre la intelectualidad más radical de la época, ateo, anarquista y defensor del amor libre, autor de la célebre novela Caleb Williams. Su madre, Mary Wollstonecraft, que murio al darle a luz, fue también una mujer avanzada a su época, que mantuvo estrecha relación con artistas de la talla de William Blake y Fuseli, y se convirtió en una precursora del feminismo con obras como Vindicación de los derechos de la mujer (1792). Si a esto se le añade el contacto cotidiano de Mary Shelley con escritores de la talla de P. B. Shelley y lord Byron, no ha de extrañarnos nada su prematura madurez artística. La novela la publicó por primera vez en 1818 la editorial londinense Lackington and Company, en tres pequeños volúmenes, sin constar el nombre del autor y con el revelador título —injustamente acortado en muchas de las ediciones modernas— de Frankenstein or The Modern Prometheus. La opinión especializada fue diversa; los críticos más ortodoxos y conservadores la denostaron; Walter Scott, en cambio, no reprimió sus elogios por su novedad y genio. Hoy la obra es tremendamente popular, no por ella misma, desgraciadamente, sino por las múltiples y a menudo desafortunadas versiones cinematográficas, que la reducen a un simple cuento de miedo y olvidan toda su filosofía subyacente.

2. El héroe satánico. En pocos momentos ha sido mayor el culto al genio, al artista como héroe, al Yo como sujeto preeminente que en ese denso y heterogéneo periodo entre la agonía del siglo XVIII y la mitad del XIX que convencionalmente conocemos como Romanticismo. Si en la literatura anterior existía un distanciamiento entre el autor y sus personajes, la nueva sensibilidad propugnará una vinculación más intensa del artista con su obra. Los escritos


de Heine, por ejemplo, no son otra cosa que una larga autobiografía; Childe Harold o Manfred trascienden su papel de simples criaturas de ficción, movidas según la lógica de una trama novelesca, para ser «alter egos» de su creador, Lord Byron. De entre todos los tipos creados por la fértil inventiva de la época, hay uno de especial idiosincrasia, paradigma del pensamiento desesperanzado de la segunda generación de artistas románticos: el héroe satánico o prometeico, como prefiere denominarlo Harold Bloom. El estereotipo del héroe satánico es fácil de trazar, tanto que se aviene sin dificultad a la caricatura y la parodia. Su aspecto y su historia permanecen envueltos en el misterio. Está maldito y lleva consigo la perdición para él y para cuantos lo rodean. En su origen hay un pecado, con frecuencia oscuro e impreciso, que mancha y transforma su existencia en un largo peregrinaje, en un constante combate contra la sociedad que le zahiere y contra ese Dios que le abandonó y marcó con una señal, como a Caín. Su camino no es otro que el de la autodestrucción y su meta la muerte, en la que, no obstante, muchas veces conseguirá el triunfo. Este personaje protagonizará, con mayor o menor pureza, gran parte de las páginas de la literatura romántica inglesa y de ahí se transmitirá a otras literaturas, como la alemana o francesa. No sería muy aventurado, por tanto, suponer la influencia de Milton y El paraiso perdido en la génesis del personaje. Mientras la tradición heredada del medioevo se complacía en mostrar a un Satán físicamente repulsivo, una criatura infame con la única obsesión de atraer a los hombres a su perdición, Milton recuperó un Satán rebelde, hermoso y orgulloso, el más perfecto de los ángeles, caído sólo por su osadía al desafiar a Dios, y por eso mismo también admirable, como se muestra en unos versos que habrían firmado gustosos Byron o Shelley y que sin duda les movieron a más de un momento de meditación: «A pesar de cuanto el Vencedor en su potente cólera pueda hacer contra mí, ni me arrepiento, ni he decaído, bien que menguada exteriormente mi brillantez, del firme ánimo, de desdén supremo, propios del que ve su mérito vilipendiado, y que me impulsaron a luchar contra el Omnipotente, llevando a la furiosa contienda innumerables fuerzas de espíritus armados, que osaron despreciar su dominación. Ellos me prefirieron oponiendo a su poder supremo otro contrario; y venidos a dudosa batalla en las llanuras del cielo, hicieron vacilar su trono. »¿Qué importa perder el campo donde lidiamos? No se ha perdido todo. Con esta voluntad inflexible, este deseo de venganza, mi odio inmortal y un valor que no ha de someterse ni ceder jamás, ¿cómo he de tenerme por subyugado?»


3. La caída. ¿Qué hizo que este personaje maldito resultara tan atractivo para los escritores románticos, entre los que se contaba Mary W. Shelley? Para entenderlo, debemos echar un vistazo atrás y trazar un esquemático cuadro de la evolución del pensamiento occidental. Entre la firme fe en la importancia del hombre y su imparable progreso, que evidencian los pensadores del siglo de las luces, y el sentimiento trágico del Romanticismo se produce un cambio sustancial en la concepción del mundo y del lugar que los hombres ocupan en él; cambio que vino gestándose desde el Renacimiento y determinará el carácter propio del hombre moderno.

Esta transformación es rápidamente visible en la pintura. Las obras renacentistas —tomemos La Primavera, de Botticelli, por citar una sobradamente conocida—– son antropocéntricas. La figura aparece integrada en una naturaleza amable e idealizada, que no deja de ser una escenografía para mostrarnos lo esencial: el ser humano. Compárese, en cambio, con Monje junto al mar, de Caspar David Friedrich. El hombre ha cedido su protagonismo y es relegado a una pequeña figurilla, apenas perceptible, al pie del cuadro. El monje no pasea confiadamente por la playa, dominador de la naturaleza; está anonadado, aplastado ante la infinitud de mar y cielo.


Algo ha sucedido, es evidente. Respecto a la imagen del mundo, desde la Antigüedad se creía en un sistema geocéntrico. Hasta el siglo XVI Copérnico no expone la teoría de que la Tierra no es sino un planeta más girando en torno al Sol. El hombre pierde su puesto relevante y toma conciencia, a medida que el conocimiento avanza y le va abriendo las puertas del cosmos, de que es un minúsculo átomo en el cuerpo inabarcable del Universo. Aquí nace el hombre moderno, un ser que se sabe ínfimo, pero aún confía en la razón y en el poder que le confiere. Esta fe le acompañará hasta el periodo romántico, pues, parafraseando a Pascal, cree que el Universo podrá aplastar al hombre, aunque éste sabrá siempre quién le aplasta, mientras el Universo no sabrá nada. La razón será su más alto motivo de autoestima. Sin embargo, la confianza en el progreso no debe confundirse con una visión optimista de la existencia, que ya se ha perdido: «Nuestra esperanza es que algún día todo estará bien: Mera ilusión es que hoy todo esté bien», escribe Voltaire. Si la situación es mala, los ilustrados creen todavía en el avance de la humanidad, idea que el fervor revolucionario de 1789 mantendrá hasta bien entrado el siglo XIX. El romántico es, ante todo, hijo de la Ilustración, que con su concepción pragmática y mecanicista del mundo creará una crisis espiritual en muchos intelectuales de las generaciones posteriores. Casi como Nietzsche podrían haber dicho: «Dios ha muerto». La razón pone en cuestión, ante la imposibilidad de una demostración empírica, la existencia de una divinidad y la inmortalidad del alma. Los románticos de talante liberal manifestarán con cierto furor de rebeldía su agnosticismo o un abierto ateismo. Hölderlin y Goethe así lo hicieron; Shelley, cantor de Prometeo, el desafiador de los dioses, fue expulsado de la Universidad de Oxford por la publicación de un panfleto titulado La necesidad del ateismo. La escisión hombre-naturaleza es un mal asumido y Dios negado. Casi podríamos decir que ambas cosas son lo mismo. Los románticos, en una particular idea mágico-científica, creen en lo que llamarán el «Anima Mundi», el alma del mundo. La naturaleza es un ser viviente e, igual que para los estoicos, su imagen de Dios es panteista: Dios es la naturaleza toda. Es fácil colegir, entonces, que si el hombre ha perdido su vínculo con la naturaleza también lo ha hecho con el Ser Supremo. A partir de ese momento representarán a la deidad judeocristiana como al tirano caprichoso y cruel contra el que


hay que enfrentarse en defensa de la libertad individual. Junto a todas estas causas ideológicas al desencanto, del que nacerá el héroe satánico como su más claro representante, otras de origen político y social colaborarán a romper el sueño del progreso. Los románticos liberales vieron en la Revolución Francesa una promesa de futuro y de cambio en una sociedad estancada. Napoleón, luego, encarnará su ideal heroico, será el destinado a romper las cadenas de Europa. La llegada de la guerra les abrumó y sintieron desmoronarse sus esperanzas y creencias. Y si el espantoso prólogo de la guerra no hubiera sido suficiente, en el periodo postrevolucionario acabará por defenestrarse cualquier utópica confianza en un avance, con el advenimiento de una reacción conservadora, el inmovilismo de una burguesía que había colmado ya sus ambiciones y accedido al poder, y el auge de una sociedad mercantilista. Hay que observar, no obstante, que el movimiento romántico no presenta una uniformidad en Europa. Fuera de Inglaterra y Alemania el Romanticismo es un producto tardío, y como tal contaminado de amaneramientos, teatral, falso, un Romanticismo que ha perdido su carga de rebeldía y —en especial a partir de la década de los 30— es completamente asumido como moda por esa clase media adocenada que despreciaban. Por todos los factores enunciados —desarraigo, crisis espiritual, decepción política— el artista romántico siente desapego del mundo en el que le ha tocado vivir. Alentado por el pensamiento de Rousseau renace el mito de la Edad Dorada, un tiempo en el que en el mundo todavía no se ha producido la escisión hombre-naturaleza. Unos buscarán ese paraíso perdido en la antigüedad clásica, en una Grecia que en muchas ocasiones no visitaron, más atemporal que real, y que idealizan en sus obras. Otros encontrarán su modelo en la Edad Media, ya sea por ver la era del gótico, en palabras de Hugh Honour, «como manifestación de la libertad artística y del sometimiento del artista a la Iglesia, como expresión del absolutismo político, la monarquía constitucional, el republicanismo y la anarquía», según la ideología de cada cual. 4. Peregrinación y combate. El romántico creerá encontrarse en una especie de exilio espiritual; solidario con sus congéneres, por los cuales roba el fuego de la poesía para elevarlos del fango, pero a la vez muy por encima de ellos. El mito del genio y del artistas incomprendido, que tanta fortuna tendrá en adelante, alcanza en el siglo XIX su máximo esplendor. Hasta ese momento el creador ha trabajado para satisfacer una demanda de su público; el romántico mantendrá una actitud mesiánica ante la sociedad y esto le arrastrará a la perdición. Como Prometeo, el romántico llega incluso a la impiedad para alcanzar su meta, a riesgo de ser castigado. En el tema de Prometeo no hay solamente un culto al rebelde; simboliza también el ansia


de unidad de lo terrenal con lo espiritual, del hombre con la naturaleza. El fuego, elemento sagrado y sacralizante, es arrancado a los dioses para entregarlo a la humanidad. A pesar de la honestidad de su fin, la posesión —conseguida contraviniendo el orden establecido— trae el dolor. La actitud del héroe satánico, que puede parecer derrotista con su constante huida y su lucha sin esperanza, es en realidad una apuesta por la acción, una posición heroica.

Casi todos los poetas del romanticismo usarán de este mito como metáfora de la misión del artista. Entre los más importantes podemos citar a Byron, Shelley, Hölderlin, Goethe o Leopardi. Pero fruto de un autor menor como Mary Shelley nacerá una de las más interesantes variaciones sobre el tema, por presentarnos las dos posibles configuraciones del héroe satánico. Frankenstein o el moderno prometeo supera en eficacia a las versiones del mito de otros escritores más insignes. Como el lector recordará, narra la historia de un joven investigador, Frankestein, que desea alcanzar el conocimiento último: el poder de dar la vida. Con fragmentos de cadáveres contruye un ser perfecto al que anima exitosamente. Una vez su criatura vive, el científico se siente horrorizado ante su creación y la abandona a su suerte. El monstruo, pobre inocente que nada sabe del mal, es perseguido por su anormalidad. Lo extraño, lo diferente —ya se sabe— provoca temor. Inevitablemente, acaba revolviéndose contra el mundo y decide vengarse de su creador, persiguiéndolo hasta que muere, abordo de un barco en la desolación ártica. El monstruo se pierde entre los hielos. Vemos aquí cómo se reproduce el esquema que caracteriza a todo héroe satánico: Frankenstein peca al alcanzar un secreto vedado a los mortales —la caída—, sufre a causa de su acto y emprende una larga huida —peregrinación— y al final acaba pereciendo —la muerte—. Por su parte, el monstuo encarna al héroe satánico en su otra variante, como he


señalado. Es el hombre —superhombre en este caso, pues debía ser perfecto— al que su creador abandona, como los románticos se sentían abandonados por Dios. Su inocencia es manchada rápidamente por el desprecio que todos le muestran, incluso el que le dio la vida. La novela nos muestra su errante viajar y su fuga hacia una naturaleza impresionante y pavorosa. La obra resulta también muy interesante para analizar la imagen que de la ciencia tenían los románticos. Frecuentemente se les acusa de irracionales, de preferir los desvaríos de la imaginación a los irrefutables datos de la ciencia. Es cierto que Keats y Lamb maldijeron a las matemáticas en un brindis; pero esto no significa que rechazaran el conocimiento, sino que concebían una ciencia más parecida a la del Renacimiento que a la actual. Su ideal era una sabiduría mágica, como la de Paracelso y Campanella, y les repelía la ciencia positivista de su época, obsesionada en catalogar, numerar y diseccionar. Optaban por el conocimiento de la naturaleza, no por su dominio. El hombre decimonónico, pragmático y realista, será para ellos el «mendigo que ha creído alcanzar ser dios mediante la reflexión y que, con su renuncia al sueño, él mismo se ha reducido al estado de mendigo», como muy bien precisa Rafael Argullol en su ensayo El Héroe y el Único. En Frankenstein se nos presenta un científico prometeico, lanzado a las más altas empresas, no a un trabajo técnico de clasificación: «Mi genio era a veces violento, y mis pasiones, vehementes; pero por alguna ley de mi carácter, no se volvían hacia objetivos pueriles, sino hacia un ansioso deseo de aprender, aunque no de forma indiscriminada (…) Eran los secretos del cielo y de la tierra lo que yo ansiaba saber, y ya fuese la sustancia externa de las cosas, o el espítitu interior de la naturaleza y el alma misteriosa del hombre lo que ocupara, mis investigaciones se orientaban hacia los secretos metafísicos y físicos del mundo en su más alto sentido». Después dice: «El rústico campesino contemplaba los elementos que veía en su alrededor y se familiarizaba con sus usos prácticos. El más instruido filósofo sabía poco más. Había desvelado parcialmente el rostro de la Naturaleza, pero sus facciones inmortales aún eran un prodigio y un misterio. Podía disecar, anatomizar y poner nombres; pero, dejando aparte la causa final, las causas segundas y terceras eran absolutamente desconocidas para él. Yo me había asomado a las murallas y obstáculos que parecían impedir al hombre la entrada en la ciudadela de la naturaleza, y con irreflexión e ignorancia, me había quejado». Frankenstein se atreve —increíble audacia—, a ver más allá de lo permitido a los ojos humanos. Es una decisión fatal : «El destino era demasiado poderoso, y sus leyes inmutables habían decretado mi absoluta y terrible destrucción». Tras ese pecado oscuro que inicia el acontecer dramático del héroe satánico, éste opta por dos posturas que, al fin y al cabo, son una misma respuesta y en muchos casos se funden efectivamente: una es la actitud prometeica de obstinado combate contra el destino o contra los hombres; la otra es el peregrinaje, un viaje sin destino físico, pero sí


espiritual. El vagar de estos personajes es un viaje de conquista para hallar la respuesta a las preguntas que les atormentan; un andar metafórico, en el que las cotas geográficas no hacen otra cosa que marcar un avance de orden metafísico. Es un viaje hacia el interior que sigue una larga tradición literaria, en la que el recorrido adquiere un sentido iniciático. El héroe ha de enfrentarse a lo largo de su camino a una serie de pruebas, que hay que vencer para proseguir adelante y superar su condición de simple mortal. El vagabundeo del héroe satánico le ofrece la ocasión de alejarse del insulso y narcotizante influjo de la sociedad burguesa, de escapar a sus convenciones, que considera absurdas, y entrar en contacto —de nuevo la obsesión por reparar la unidad rota— con la naturaleza. Pero, aunque el héroe intente reintegrarse a esa naturaleza, embriagado en lo sublime, el lazo está roto y la reunión es imposible. 5. El triunfo en la muerte. Escoja la vía de la abierta lucha o la peregrinación, el hombre no es el titán al que aspira y su tortura ha de tener algún fin. Y puesto que es imposible la victoria —la rebelión romántica es más una manifestación de resistencia espiritual que una auténtica confianza en alcanzar sus objetivos de superación colectiva, de conquista del cielo— sólo cabe una salida: la autodestrucción, la inmolación; la muerte, en definitiva. Pese a ello, el anhelo de muerte y cierta apología del suicidio que muestran tanto las obras como los artífices del Romanticismo en su propia biografía, no es un deseo de escapar al dolor de vivir, un «supremo acto de creación», como dice Argullol. Lo realmente heroico en esta entrega es el hecho de que muchos de ellos dudaban de que algo les aguardaba tras los umbrales de la muerte, aunque siempre consolaba la gloria que perpetúa al poeta en la memoria de las generaciones posteriores.

Manfred, en el poema de Byron, rechaza la salvación que le ofrecen y se enfrenta en


soledad a la muerte, profiriendo orgullosamente: «¡Viejo! No es tan difícil morir». Harold Bloom, en Los poetas visionarios del romanticismo inglés, explica muy bien la actitud del personaje, que se hace extensible a otros héroes satánicos: «La muerte de Manfred es claramente una liberación, no una condenación, porque su carga de lucidez ha sido durante mucho tiempo su castigo (…) Manfred no tiene seguridad del olvido cuando muere, pero tiene la satisfacción prometeica de haber afirmado la supremacía de la voluntad humana sobre todo aquello, natural o sobrenatural, que se le puede oponer». Esta explicación se podría extender también a las últimas palabras del monstruo de Frankenstein: «Pero pronto moriré —exclamó con triste y solemne entusiasmo— y dejaré de sentir lo que siento. No tardarán en apagarse estos sufrimientos abrasadores. Subiré triunfalmente a mi pira funeraria, y gozaré en la agonía de las llamas torturadoras. Cuando se apague la luz de esa hoguera, los vientos barrerán mis cenizas arrojándolas al mar. Mi espíritu dormirá en paz: si piensa, sin duda lo hará de otra manera. Adiós». Creo que ésta es la lectura definitiva que tendríamos que hacer del significado del héroe satánico y, por ende, del desafortunado periplo del doctor Frankenstein. Es un canto heroico a la voluntad, a la facultad del hombre para enfrentarse a cuanto pretende doblegarle, a sabiendas de su fragilidad. Y es ese reconocimiento de debilidad lo que engrandece su acción. ¿Dónde reside la gloria del héroe? ¿En sus hazañas o en la conciencia de que, en cualquier instante, detrás de una de ellas le aguarda el final?

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Clavos Rojos: Conan desciende a los infiernos https://arbolesmuertosymuchatinta.wordpress.com/2015/02/02/clavos-rojos-conandesciende-a-los-infiernos/ Clavos rojos (Red Nails) fue la última historia sobre Conan el cimmerio escrita por su creador, el tejano Robert E. Howard, muy poco antes de su suicidio. Como las restantes narraciones de la saga, se publicó en la revista de ficción «Weird Tales», póstumamente, en tres entregas correspondientes a los números de julio, agosto-septiembre y octubre de 1936. Con unas dimensiones que nos permiten considerarlo más una novela corta que un relato, Clavos rojos es uno de los textos más sugestivos e intensos del escritor, redactado en una época en la cual Howard había ido apartándose del género fantástico por consejo de su agente literario, para explorar otros mercados más lucrativos económicamente. Si consideramos que esta aventura de Conan sigue por orden de publicación a La hora del dragón, ambiciosa síntesis de sus constantes argumentales, queda en evidencia que debe considerarse uno de los trabajos más maduros de un escritor joven y hasta entonces demasiado apresurado.

Howard no inventó la fantasía heroica, pero consiguió barajar hallazgos preexistentes en autores como Burroughs, Clark Ashton Smith y Dunsany hasta dar con una formula de éxito que se ha perpetuado hasta nuestros días a través de un verdadero ejército de imitadores. No obstante, muy pocos han conseguido como él aunar horror, exotismo y aventura, combinación narrada con un instintivo don para la épica que consigue cerrar nuestros ojos ante sus imperfecciones como escritor popular de educación literaria más bien limitada. Robert E. Howard siempre estuvo muy lejos de llegar a ser un estilista, aunque muy pocos podrían haberle dado lecciones sobre cómo manejar las herramientas del arte del entretenimiento. Seguramente nunca se ha valorado justamente la extraordinaria capacidad de Howard para, sin grandes alardes descriptivos, convertir al escenario en elemento básico de la


historia. Del mismo modo que el bosque feraz y tenebroso de Más allá del Río Negro o la ciudad sitiada de La sombra del buitre se erigen en elementos de inquietud y conceden tensión al hilo narrativo, en Clavos rojos la imponente construcción de Xutchotl —más mausoleo que ciudad— reclama todo el protagonismo, cargando la trama con un clima claustrofóbico y malsano que convierte este relato de Conan en inolvidable. Al mismo tiempo, a la manera de los románticos, el paisaje arquitectónico deja de ser simple decorado para convertirse en símbolo. Siguiendo a uno de sus escritores favoritos, Jack London, Howard reivindica la barbarie como esencia de los valores más puros del individuo, en contraposición a una civilización enferma por el germen de la decadencia. En el descenso a los infiernos que significa para Conan y Valeria su periplo por las salas de jade de Xutchotl, éstos contemplarán los restos de una civilización ya desaparecida, con una cultura y técnica altamente desarrolladas pero débiles e inoperantes, incapaces de empuñar un arma para defender sus vidas ante el empuje de pueblos más jóvenes. A su vez, sobre los despojos de Xutchotl, sus mismos verdugos irán abismándose más y más en una existencia aterrorizada, entregados a guerras intestinas, cuando no a los placeres de la crueldad. Howard, aquí, suma el pesimismo a su ya característica vena ácrata, pues nos señala que la inocencia del buen salvaje —tantas veces elogiado por él— no es una condición inalterada, que toda organización social está sometida a un proceso entrópico que conduce inevitablemente al declive y la destrucción: igual que Roma se alzó para dominar al mundo y acabó desmembrada e inerme ante el empuje de los bárbaros, todo imperio, todo pueblo, vivirá un instante de gloria que servirá sólo para señalar el comienzo de su caída.

¿Hacen falta más alicientes? Si al lector no le basta, recordaré que Clavos rojos incluye a uno de los más importantes personajes femenino de la saga, después de Belit en La reina de la Costa Negra: Valeria. Como el gran amor de Conan, Valeria es una mujer de armas tomar en toda la amplitud de la frase, antiguo miembro de la Hermandad Roja y soldado de fortuna, deslenguada y sarcástica, capaz de hacerse ganar el respeto de sus colegas


varones con algo más que sus evidentes encantos físicos. Tanto es así que, en esta historia, ejerce un papel protagónico en nada equiparable al de tantas damiselas en apuros cuya única función parece ser el convertirse en objetivo a proteger para el héroe de turno. Conan no puede dejar de sentirse atraído por su belleza, pero al mismo tiempo reconoce su pericia, aceptándola como compañera e igual. Pero no sólo la tensión erótica entre Valeria y Conan recorre la narración desde sus primeras páginas. Con perfecta conciencia de lo que estaba haciendo —así lo testimonia su correspondencia con Lovecraft— Robert E. Howard desliza en el texto un contenido sexual poco admisible en la literatura popular de su época, con alusiones al lesbianismo y al sadismo, en la persona, sobre todo, de la princesa Tascela, atraída nada platónicamente por la recién llegada espadachina y amiga de aplicar severos correctivos a sus esclavas. Es común la búsqueda de interpretaciones sexuales en los relatos de fantasía heroica; aquí no hace falta recurrir al psicoanálisis de salón: con honradez, Howard se deshace de censuras y pone las cartas sobre la mesa, aun a riesgo de que su historia no superara la mojigata criba de sus editores, algo que no llegó a ocurrir, afortunadamente. Invito, a quien no haya leído esta novela corta y solo conozca al personaje de Conan por los cómics y el cine, que se conceda una oportunidad para descubrir su origen literario, de la mano de su verdadero creador, embarcándose en una de esas aventuras que aceleran nuestro pulso y nos contiene el aliento: la gran puerta de Xutchotl se abre con un chirrido, mientras el óxido se desprende y las telarañas brillan ante el primer rayo de luz que en años desgarra la oscuridad…

Ediciones en español: Conan de Cimmeria. Traducción: Fernando Corripio. Bruguera. 1973. Conan de Cimmeria. Traducción: Beatriz Oberländer. Forum. 1983.


Conan de Cimmeria. Traducción: Beatriz Oberländer. Martínez Roca. 1983. Clavos rojos. Traducción: León Arsenal. Proyectos Editoriales Crom. 2001. Revista Galaxia (Por entregas). Traducción: León Arsenal. Equipo Sirius. 2003. Conan de Cimmeria (1935-1936). Traducción: León Arsenal. Timun Mas. 2006. Clavos Rojos (Contiene el texto literario y la adaptación al cómic de Barry Windsor-Smith y Roy Thomas). Traducción: León Arsenal. Timun Mas y Planeta DeAgostini. 2007. La reina de la Costa Negra y otros relatos de Conan. Traducción: Javier Fernández. Cátedra. 2012.

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Abdul Alhazred: el poeta loco que surgió del desierto https://arbolesmuertosymuchatinta.wordpress.com/2015/02/03/abdul-alhazred-el-poetaloco-que-surgio-del-desierto/ El Lovecraft adulto, tímido y aislado, víctima de una educación clasista y de pobre vida social, cuyo escaso conocimiento sobre la vida real vino dado casi en exclusiva por los libros centenarios de la biblioteca de su abuelo, fue un hombre lleno de prejuicios: para él las mujeres eran seres extraños, los homosexuales anormalidades patéticas, los judíos una raza ruin…, como cualquier otra que no llevara en sus venas la «noble sangre aria» de los anglosajones. Sólo en sus últimos años, con una boda desastrosa pero catártica y por el efecto benéfico de sus colegas más jóvenes, el escritor de Providence fue dejando atrás muchos de esos prejuicios; pero para entonces el mal ya estaba hecho y en parte de su prosa había ido dejando desperdigados un buen número de comentarios hostiles sobre los rostros cetrinos y los acentos extranjeros de italianos, hispanos y sirios que invadían Nueva York y su sacrosanta Nueva Inglaterra. De niño, sin embargo, la influencia de sus mayores aún no había ceñido fajas a su imaginación y la lectura de una edición juvenil de Las mil y una noches, con sus genios, hechiceros y alfombras mágicas, causó en el pequeño Howard tal fascinación que por un tiempo le dio por jugar a ser árabe, adornando una habitación con tapices y pebeteros de incienso, y autoproclamándose musulmán. Un pariente de visita le sugirió entonces en broma que adoptase el nombre de Abdul Alhazred.

Lovecraft, quien siempre consideró su infancia como su particular paraíso perdido, jamás olvidó la anécdota y no dudó en utilizar tal nombre inventado cuando, en 1921, se sentó a redactar La ciudad sin nombre (The Nameless City). Allí aparece citado por primera vez el árabe loco autor del Necronomicón y su famoso dístico: «Que no está muerto lo que yace eternamente / y con el paso de los evos, aun la muerte puede morir».


Abdul Alhazred, deformación popular de un nombre que, en su origen, quizá fuera Abd AlAzrad, nació alrededor del año 700 de nuestra era en San’a, dentro del actual Yemen, extremo sur de la península de Arabia. La ciudad, importante centro comercial, sufrió la conquista de diferentes pueblos, encontrándose en ella una amalgama de creencias que iban del judaísmo al cristianismo, pasando por el animismo original de las tribus árabes, hasta que la ocupación por parte del califato musulmán en el 632 instauró el Islam como religión oficial y dominante. En el instante en el que Alhazred llegó al mundo, pues, las enseñanzas del profeta Mahoma eran de reciente implantación y no es de extrañar que el joven erudito, durante sus estudios, tropezara con restos de antiguos cultos que hicieran tambalear sus convicciones. Lovecraft, cuando cita a Abdul Alhazred en sus relatos, suele calificarle como «blasfemo»; puesto que el escritor tenía a gala su ateismo, no podemos tomar tal apreciación como opinión subjetiva sino como descripción de la tesitura del árabe dentro de su contexto: educado dentro del islamismo, había negado la fe de sus padres para abrazar el culto a los viejos dioses. En qué momento se produjo esta transformación, sólo nos lo podemos figurar. Sin duda la clave puede estar en el largo peregrinaje durante el cual entró en contacto con cultos secretos de la antigua Babilonia y Egipto. Después se retiraría como ermitaño durante un periodo de diez años al desierto del sur de Arabia, el Dahna o «desierto escarlata», donde se dice habitan espíritus malignos. Allí —según sus propias manifestaciones— pudo contemplar Irem de las Columnas, la Ciudad de Cobre, fundada por el mítico Ad en el principio de los tiempos y maldita por pecar de vanidad y blasfemia, al pretender su rey ser adorado como el mismo Dios. Desde entonces la ciudad sigue existiendo en el corazón del desierto, pero es invisible para la mayoría de los ojos y sólo en contadas circunstancias llega a manifestarse. Sin embargo, Alhazred, iniciado ya en los secretos de la magia, visitó el lugar prohibido y exploró unas cavernas subterráneas, conocidas como la Ciudad Sin Nombre, para rescatar los anales de una antigua raza que le servirían como fuente documental básica en la redacción de su célebre Al-Azif. A partir de entonces el erudito practicaría el peligroso culto a Yog-Sothoth y Cthulhu, con los resultados por todos conocidos: viviendo en Damasco, en el 738 fue atacado en plena calle por una entidad invisible, que lo devoró ante la presencia aterrorizada de numerosos testigos.


Lovecraft no nos da más datos, aunque nos remite a su biógrafo, Ibn-Khallikan, quien escribió muy tardíamente, ya en el siglo XII, con la poca credibilidad que eso comporta. «Por sus obras los conoceréis», dice la frase evangélica, y así ocurre con Alhazred. Más importante que el personaje es su único libro conservado y hoy el místico árabe permanece en nuestra memoria gracias al Al-Azif, también llamado Necronomicón, mil veces perseguido y condenado a las llamas purificadoras, pero aún así superviviente a todos sus inquisidores. Su redacción tuvo lugar en Damasco y se fecha en el 730, ocho años antes, pues, de la muerte de su autor. En la forma de unos pocos manuscritos fue pasando de mano en mano hasta que Theodorus Philetas lo tradujo al griego en el 950, concediéndole su título más conocido. Su versión latina se imprimió por primera vez en Alemania, durante el siglo XV, y posteriormente en España, en el XVII. A falta de más datos, podemos suponer que es ésta la edición conservada en la biblioteca de la Universidad de Buenos Aires. Francisco Torres Oliver, en Los Mitos de Cthulhu (Alianza Editorial), da noticias de una traducción castellana de principios del siglo XIV no catalogada por los especialistas y cuyo manuscrito guarda el Archivo Histórico de Simancas. A través de autores posteriores a Lovecraft nos han llegado variados escritos en los que se amplían, incluso contradicen, los breves datos proporcionados por el escritor de Providence. No entraré aquí a comentarlos, pues la edición de la antología El Necronomicón (La Factoría de Ideas) los hace perfectamente accesibles al lector y resultaría algo superfluo proceder ahora a su resumen. Sí merece más la pena comentar las teorías expuestas por Rafael Llopis en El Novísimo Algazife o Libro de las Postrimerías (Ediciones Hiperión), bastante menos conocido entre el aficionado común a los Mitos de Cthulhu.


A raíz del descubrimiento del manuscrito de Ajalvir y de un Testamento autógrafo, en este ensayo se discuten algunos de los datos aportados por Lovecraft en su Historia del Necronomicón (History and Chronology of the Necronomicón, 1936). El primero hace referencia al lugar de nacimiento de Alhazred: según Llopis, el sabio árabe al que los comentaristas anglosajones se refieren como Abdul Alhazred fue en realidad Abdul Yasar al Hazrid, castellanizado tradicionalmente como Abdelesar. Natural de Menfis e hijo de un converso yemení y una egipcia adoradora en secreto de los antiguos dioses de su tierra, fue enviado de niño con la tribu de su padre, de ahí la confusión habitual entre sus biógrafos. En el 712 Abdelesar participó en la expedición del emir Muza ibn Nusair con destino al Al Andalus, donde ampliaría sus conocimientos en los saberes arcanos, y fue bajo el patrocinio de este mecenas cuando emprendió la búsqueda de Irem. Por lo que se refiere a su muerte en el 738, Llopis asegura que no ocurrió como se nos ha contado hasta ahora: en realidad todo se redujo una farsa para escapar del acoso de las autoridades, irritadas por la difusión de sus enseñanzas. Abdelesar regresó al Al Andalus, donde contactó con chamanes vascos y magos cristianos, y sería en tierras españolas donde desaparecería definitivamente, más que centenario y envuelto en la leyenda, dejando no pocos seguidores, como testimonian el buen número de fragmentos y resúmenes del Al-Azif que circularon entre los moriscos granadinos y murcianos hasta el siglo XVI. Desde luego, estas revelaciones transforman considerablemente el dibujo que muchos nos habíamos trazado sobre el autor del Necronomicón. Si la identificación entre Abdelesar y Abdul Alhazred es una propuesta convincente o cae en el error, habrá que dejarlo al gusto de los lectores y, sobre todo, al uso que los escritores futuros puedan darle en sus incursiones dentro de los tenebrosos límites literarios de los Mitos de Cthulhu. (Artículo originalmente publicado en la revista “Lovecraft Magazine”. Como ya habrá advertido el lector, sigue el juego literario de tomar como real lo que sólo es pura ficción).


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Mañana es asesinato https://arbolesmuertosymuchatinta.wordpress.com/2015/02/04/manana-es-asesinato/

Título original: Tomorrrow is Murder (1960) Autor: Carter Brown (seudónimo de Alan Geoffrey Yates) Colección: Caimán n° 217 Edita: Diana, México, 1962 Está bien empezar a postear aquí con una reseña de un libro de Carter Brown. Quienes me vengan siguiendo desde mi blog anterior sabrán que para mí, Carter Brown es el paradigma de lo que debe ser un escritor de novelas populares: escritor de novelas ligeras, entretenidas, sin más que pretensión que el entretener (que no es una pretensión menor, se los aseguro). Dentro de estos parámetros, Carter Brown es una lectura fabulosa, un tipo que produce libros que matan el rato sin sufrir. Las páginas de sus novelas habitualmente se pasan velozmente, dejando el placer de unas horas bien empleadas en el pasatiempo. Eso sí, no le pidan profundidad filosófica o siquiera realismo: sus ciudades americanas, sus detectives privados, sus mafiosos, sus rubias seductoras salen todas de la novela negra mítica, sin una relación directa con la realidad, como corresponde a un autor que escribe ambientaciones en Estados Unidos viviendo en Australia. O sea haciendo una suerte de autoreferencialidad pop sin conciencia de ello. Esta novela me intrigaba particularmente por ser una en las que aparece la única protagonista femenina de CB: Mavis Seidlitz. Seidlitz es la definición clásica de la Rubia Boba de los chistes para revistas para hombres de esos años: con un cuerpo que deja a los hombres babeando y un cerebro ausente con aviso la mayor parte del tiempo. Señoritas feministas, perdónenla a Mavis: es un producto de su tiempo. La trama pone a mavis a proteger a un tipo al que públicamente una adivina ha dicho que


morirá al día siguiente… lo que ocurre en día y fecha. Y claro ahí empieza la intriga de quién lo hizo, con Mavis realmente entendiendo poco y nada y las cosas resolviéndose un poco pese a ella. Sí, es un libro de humor machista y políticamente incorrecto. Sí, Mavis tiene básicamente aire por cerebro. Sí, hay momentos de humor decididamente forzado. Y sin embargo se sigue leyendo sin sufrir. Las vueltas y revueltas para descifrar el caso siempre dejan en vilo al lector lo suficiente para seguir avanzando pese a todo. Y Carter Brown avanza a toda velocidad llevando al lector por las narices con su estilo ágil, lo suficiente para que le lector no se preocupe por ver si en el avance se cae en alguna incoherencia. El objetivo es que pase páginas y no sufra. Y en eso, el autor es un experto. Y además, por todo el machismo e incorreción política exhibida, Mavis nunca es una tonta total. El tono de humor “tongue in cheek” que permea cada página la hace mucho más digerible. Brown sabe que es un chiste y nos lo recuerda continuamente. Podes reírte o indignarte. Pero me parece que indignarte es la respuesta equivocada. No es la novela que más me ha gustado de Brown, justamente porque su protagonista reacciona antes que actuar (como pasa con los protagonistas masculinos de Brown). Pero tampoco es una mala lectura. Amenizó el viaje del trabajo a casa y viceversa. Nunca me costó pasar las páginas. Eso era lo que uno tiene que esperar acá. Y eso es lo que Carter Brown siempre cumple con creces.

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¿De dónde te tengo?: Hoy – Stella Stevens https://arbolesmuertosymuchatinta.wordpress.com/2015/02/06/de-donde-te-tengo-hoystella-stevens/

Por muchos años colaboré frecuentemente con la revista argentina de cine fantástico La Cosa (¡que este año cumple 2 décadas de publicación ininterrumpida!) en lo que fue una experiencia enriquecedora y que me dió muchas satisfacciones. De todos esos años hay mucho material a recuperar. Una de las secciones que más me gustó hacer era “¿De dónde te tengo?”, que recuperaba a actores y actrices secundarios que uno podía ver con frecuencia en películas y series de televisión. Me parecía que vale la pena rescatar (y actualizar un poco ) esas notas. Aquí empezamos con una nota publicada en el número 35 , de diciembre de 1998.

Stella Stevens Hay caras asociadas permanentemente con una película. En El Profesor Chiflado (The Nutty Professor, 1963), dirigida y protagonizada por Jeny Lewis, todos se acuerdan de la preciosa rubia alumna del profesor Kelp que iba al bar El Pozo Voluptuoso y terminaba enganchándose con Amigo Amor (sopa fría: el tipo era el Mr. Hyde particular de Kelp y se movía como Dean Martin). ¿De dónde salió esta chica? ¿En qué otro lado apareció? Bueno, tranquilos, que hoy les contamos algo de la historia de Stella Stevens.


Su nombre real es Estelle Eggleston y fue criada en Memphis (como Elvis, ¿vistes?) donde empezó a hacer teatro en la Universidad local. Gente de la 20th Century Fox la vio actuar, y la llevaron a Hollywood para protagonizar una biografía de la estrella Jean Harlow, que nunca se concretó. Allí empezó a tener papeles en un par de películas hasta que por su rol como Appasionata von Climax, una comehombres rural que perseguía descaradamente a Li’l Abner, en la comedia del mismo nombre (1959, basada en la tira diaria homónima que hacía Al Capp), ganó un contrato con la Paramount por cinco años. Entre las películas que hizo en ese período se encuentra El Profesor Chillado.

Stella y Jerry Lewis se conocieron en 1960, gracias al realizador Frank Tashlin. Tashlin era un antiguo director de dibujos animados de los estudios Warner Bros. y uno de los maestros de la comedia delirante de quien el propio Lewis aprendió mucho. Tres años después, Lewis le ofreció el papel de Stella Purdy, la coprotagonista de El Profesor... y Stevens aceptó. “Pensé que (el personaje) era realmente lindo; era un maravilloso personaje, algo así como una mujer perfecta en los ojos del profesor Kelp. Ha sido uno de los más lindos personajes con los que he podido actuar”. Aparentemente la experiencia de filmar esa película fue muy buena, porque Stella sólo tiene palabras de elogio para Lewis. “Probablemente fue el director más generoso con el que haya trabajado. Sabía de mi interés en volverme directora y me explicaba todo lo que hacía (…) Como experiencia de aprendizaje, probablemente aprendí más en EI Profesor Chiflado que con cualquier otro film” reconoció en una entrevista.


Lo curioso es que su maravillosa actuación no la lanzó al estrellato. Durante toda la década parecía que le faltaban cinco para el peso para llegar a ser una superestrella, porque carisma en la pantalla no le faltaba. Y tampoco estuvo en filmes terriblemente malos en esos años. Aunque nunca logró llegar a la cima, no se siente deprimida por eso. “Primero que nada, ¿cuántas chances hay de que una chica nacida en Yazzo City, Missisipi y que vivió en Memphis saliera de ahí , llegara a Hollywood y sobreviviera? Yo sobreviví. Y comprendí que lo había hecho mejor que un montón de gente Alrededor mío”. La verdad es que siempre tuvo trabajo continuo en el cine.

Con una de las personas que trabajó en los sesenta fue el ex compañero de Lewis, Dean “Dino” Martin. Lo hizo en dos Películas: El Agente Secreto Matt Helm (The Silencers, 1966) -donde fue la compañera del espía – la parodia martinesca de James Bond- y en How to save a Marriage (and Ruin your life) (68). Y, después de trabajar con él, asegura que Martin y Amigo Amor no tienen nada que ver uno con el otro. Otro con quien trabajó fue con Elvis en la película Girls! Girls! Girls! (1962), uno de esos bodrios a los que la Pelvis nos castigó durante los sesentas.


En los setenta. Stevens seguiría trabajando en filmes con regularidad. Estuvo en La Aventura del Poseidon (The Poseidon Adventure, 1972) como la chica linda de grupo encabezado por el cura Hackman. Trabajó con Sam Peckinpah en The Ballad of Cable Hogue (1970), junto a Jim Brown en Slaughter (1972), con quién tenía una tórrida escena de amor que terminó apareciendo –sin su conocimiento- en las páginas del Playboy (el único grupo de gente que ella detesta abiertamente según sus palabras… a lo mejor porque en enero de 1960 fue poster de las páginas centrales, algo que omite en su biografia oficial. Por cierto la revista la puso en el número 27 dentor de la lista que hizo de las 100 actrices mas sexys del siglo XX). Estuvo en The Mad Room (1969), una película a lo Psicosis que fue bastante aniquilada por el estudio porque les parecía muy fuerte para la audiencia.

También hizo blaxplotaitions como Cleopatra Jones y el Casino del Oro (Cleopatra Jones and the Casino of Gold, 1975) no como la protagonista, sino como la villana de turno. Estuvo en bofes como El Manitú (The Manitou, 78), Tengo un Monstruo en el Ropero (Monster on the Closet, 1986 – ¡made in Troma!) e Invisible Mom (1996 – ¡made in Fred Olen Ray!), además de laburar en televisión, donde su papel más importante fue en Flamingo Road (1980 – 1981) donde hacia de la “madam” buena onda del prostíbulo del pueblo donde pasaba la acción. Se dio el gusto de dirigir y producir un par de films, de los que es mejor no hablar. Su hijo Andrew siguió los pasos de su madre y actuó, dirigió y produjo largometrajes que mejor olvidar más profundamente que los de su mamá


Stella Stevens continuó haciendo filmes y trabajando regularmente hasta el 2006. Sospecho que hoy por hoy debe ser asidua visitante a las convenciones, vendiendo su foto y autógrafo. Así que, si llegan a ver a una señorita madura que les recuerde a la rubia señorita Purdy de El Profesor Chiflado en algún papelito en alguna serie o película, no vayan a dudar sobre si es o no es y preguntándose: “Y a esta, ¿de dónde la tengo?” Pasen y vean: Stella y Jim Brown dándose con ganas en Slaguhter:

Amigo Amor le canta a Stella That old Black Magic:


ยกVersus Linda Carter, la Mujer Maravilla!:

En la Balada de Cable Hogue:

Bebiendo con Mat Helm / Dean Martin en The Silencers:


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Beckford: gótico orientalizante https://arbolesmuertosymuchatinta.wordpress.com/2015/02/09/beckford-goticoorientalizante/

Nacido en Londres en 1759, en uno de los momentos de mayor esplendor artístico, económico y político del Imperio Británico, William Beckford of Fonthill fue agraciado, desde su nacimiento, con fortuna y posición excepcionales: descendiente, por línea materna, de la nobleza de estirpe real y, por la paterna, de una familia de enriquecidos terratenientes con posesiones en ultramar. Su infancia, así condicionada, transcurre entre los lujos campestres de Splenders, la mansión de Fonthill, y la tutela de sus preceptores, entre los que se contaba el acuarelista Alexandre Cozens, durante un tiempo su profesor de dibujo; confidente y amigo durante toda su vida. La influencia de Cozens, gran viajero, parece decisiva en la fascinación del joven Beckford por Oriente —que le llevaría a estudiar persa y árabe, y a situar en este marco parte de sus relatos—; influencia, por otro lado, considerada excesiva por sus padres, que para ampliar sus horizontes deciden enviarle al continente, trámite obligado entre sus compatriotas acomodados. Sin saberlo éste será el principio de una existencia errante. En 1777, coincidiendo con su regreso a Inglaterra, trabaja en la primera de sus obras conocidas, The Vision, fragmento, descubierto en 1929 por Guy Chapman, de una basta obra de ambiente oriental y temática iniciática, hoy perdida en su forma completa, que el propio autor en sus cartas titula Centrical Story. Esta pieza será la principal evidencia para los valedores de la implicación de Beckford en prácticas ocultistas, sugerido de forma ambigua y no concluyente en alguno de sus textos. De carácter muy diferente son sus Memorias biográficas de pintores extraordinarios, publicadas anónimamente tres años después, en las que, a través de cinco deliciosas crónicas apócrifas, nos narra la vida de personajes que jamás existieron y satiriza, con humor y ácida burla, las diferentes escuelas artísticas de su época.


Por aquel entonces su platónico amor hacia un niño de once años, William Courtenay, aconseja a la familia promover un nuevo viaje del melancólico Beckford fuera de la isla. A partir de 1780, sin escatimar gastos y con todo el lujo de un príncipe, recorre Europa, deteniéndose especialmente en Italia, donde se le conoce la que será la primera de una larga lista de relaciones homosexuales, ahora sí consumadas. Finalizado su viaje en abril de 1781 y otra vez en Fonthill, William Beckford empieza a construirse una leyenda mediante la fastuosa fiesta con la que celebró doblemente su regreso y cumpleaños, delirio escenográfico, fastuosa orgía de tres días de duración que selló su amor a la transgresión y vinculó su nombre definitivamente con el escándalo. Es en 1782, aún bajo el influjo de estas jornadas y también en tres días con sus noches —número demasiado afortunado para ser creíble, sospecho—, cuando redacta en lengua francesa Vathek, su obra más importante, una novela que fusiona la truculencia de la novela gótica con el colorido del cuento oriental, muy popular por aquel entonces en Europa, a partir de la publicación de Las mil y una noches, debida a Galland. Narra la historia del califa Vathek, nieto de Harún al Raschid, que tentado con grandes tesoros por Eblis, el demonio, se entrega a horrendas prácticas y sacrificios, y acaba encaminándose a los infiernos, imparable en su codicia, donde recibirá la condenación.


En 1783, aún inédita la novela anterior, publica dos volúmenes de correspondencia, bajo el título Dreams, Waking Thoughts and Incidents. Beckford, pese a los escándalos recientes, parece desear congraciarse con la sociedad, adoptando una máscara más respetable. Se casa y pese a ello —quizás sea mejor decir gracias a ello, ya que su nuevo estado le abre puertas que antes le cerraban— reanuda, en 1784, su relación con William Courtenay. En esta ocasión su amor es algo más que platónico y sorprendidos en comprometida situación —algunos insinúan que todo fue propiciado para hundir su incipiente carrera política— se ve obligado, para huir del escándalo y el encarnizamiento de la prensa, a exiliarse a Suiza. En su nueva residencia elabora la continuación del Vathek, que en esa época el reverendo Henley está traduciendo al inglés. Conocida como los Episodios, consta de cuatro relatos, las historias que los condenados cuentan a Vathek en su camino por los dominios de Eblis: Historia de Zulkaïs y Kalilah, Historia del príncipe Barkiarokh, Alasi y Firouzah y la Historia de Motassem, padre de Vathek. Beckford nunca dio a la imprenta estas narraciones, temeroso por su inmoralidad, y durante mucho tiempo se dieron por perdidas, hasta que en 1909 Lewis Melville las descubrió, autocensuradas. Henley, en 1786, publicó la edición inglesa de Vathek, sin figurar el nombre del autor y como si se tratara de la traducción de un texto árabe. Beckford, que no la había autorizado, se enfureció justamente y patrocinó ese mismo año, una edición en francés, impresa en Lausana, ya firmada y con una nota en la que anatemizaba la versión de Henley. En 1787 se confecciona en París una nueva tirada, reparando los muchos errores e imperfecciones de la apresurada primera edición.


Entre 1787 y 1800, libre de ataduras por la muerte de su esposa, se dedica a viajar, primero por Portugal y España, dejándonos como testimonio sus Travel-Diaries (1928), su Italy, Spain and Portugal with an Excursion to the Monasteries of Alcobaca and Batalha (1956) y el Journal of William Beckford in Portugal and Spain (1954) —los lectores no angloparlantes pueden hacerse una idea con la recopilación, muy fragmentaria, Un inglés en la España de Godoy (1966)—; luego se instala en París, donde vive los días de la Revolución y llega a cultivar la amistad de alguno de sus líderes. Pese a su nomadismo, en este período todavía nos da dos obras: Modern Novel Writing, or the Elegant Enthusiast (1796) y Azemia, a Novel, containing Imitations of the Manner, both in Prose and Verse, of many of the autors of the present day (1798). Con el cambio de siglo Beckford parece mudar también de actitud, quizá cansado de su constante vagabundear. Desde 1789 su mansión de Fonthill era objeto de una remodelación de estilo neogótico y en 1800 es inaugurada. Su dueño se retira a ella con sus libros, sus cuadros, su música, en vida de estricta soledad, dedicado sólo al disfrute estético. Sus días se tornan silenciosos, turbados únicamente por problemas económicos, que le fuerzan a vender Fonthill en 1824 y mudarse a una nueva casa más modesta. En su último retiro escribe el Liber Veritatis (1930), recordatorio de los orígenes nada laudatorios de los títulos nobiliarios ingleses, y Fruits of Concept and Flowers of Nonsense, volumen de variopinto contenido. Aunque su imagen legendaria, casi satánica, había palidecido en sus años de madurez y vejez, William Beckford supo ser consecuente consigo mismo, hasta en su lecho de muerte, expulsando de la habitación al pastor protestante que acudía a ofrecerle el último consuelo. Eso ocurría en 1844.

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Cuentos de un soñador (A dreamer’s Tale,1910) https://arbolesmuertosymuchatinta.wordpress.com/2015/02/13/cuentos-de-un-sonador-adreamers-tale1910/

Autor: Lord Dunsany Colección: Biblioteca de Novelistas Edita: Zigzag, Santiago de Chile, ¿? Edward John Moreton Drax Plunkett, XVIII Barón de Dunsany, o Lord Dunsany para los amantes de la literatura fantástica, es básicamente reconocido por ser uno de los autores que más influyó en su estilo al joven H.P. Lovecraft. Sus historias de corte fantástico publicadas en la Inglaterra pos victoriana de comienzos del siglo XX tuvieron mucho éxito, en unos años donde las historias de este tipo proliferaban como hongos. Justamente este libro es una de sus obras que más ha perdurado en el tiempo. Hay quien dice que Dunsany es un escritor onírico. Y sí, lo es en la forma de contar sus relatos con una atemporalidad muy poco realista, donde las cosas suceden y hay como una distancia perenne y un poco irónica entre relator y relato. Pero no confundir onirismo con surrealismo (movimiento posterior en el tiempo). Mas bien estilísticamente, Lord Dunsany está profundamente hermanado a los decadentistas, a autores como Verlaine y, más cerca nuestro, a los modernistas como Rubén Darío con sus historias estilizadas y de lenguaje complejo. Hay mucho de las Mil y Una Noches y los cuentos orientalistas en sus relatos, poblados de geografías fantásticas, ciudades misteriosas y viajeros de territorios incomprensibles. Varios de los relatos de esta compilación son clásicos del fantásticos. Por ejemplo Días del ocio en el país de Yann es parte integral de la mítica antología de Los Mitos de


Cthulhu antologada por Rafael Llopis. Igual relatos como Carcasona, Poltarnees , la que mira al mar, La espada y el ídolo, En donde suben y bajan las mareas y Bethmoora son ejemplos igualmente poderosos del estilo de Dunsany, conscientemente arcaizante. No sería insensato decir que estas historias son el puente que une las fantasías orientalistas del siglo XIX con la fantasía heroica del siglo XX. No quiero alargar mis palabras positivas sobre este libro. Si lo encuentran, vayan y léanlo. Si les gusta la literatura fantástica debería gustarles.

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Noel Clarasó: Un viaje al miedo https://arbolesmuertosymuchatinta.wordpress.com/2015/02/16/noel-claraso-un-viaje-almiedo/ La obra de arte ha de juzgarse por sus cualidades intrínsecas; aunque es innegable que, para el estudioso y el lector más interesado, muchos libros poseen un valor añadido, sea por su carácter seminal —El castillo de Otranto, de Horace Walpole, nos brindaría un buen ejemplo, pues pese a tratarse de una novela deficiente en muchos aspectos fue fundadora de la moda gótica— o bien por su singularidad respecto a otras obras coetáneas. Miedo, del catalán Noel Clarasó, entraría de lleno en este segundo grupo. Al contrario que en Francia o Gran Bretaña, el siglo XIX en España no produjo especialistas de peso en el relato sobrenatural, salvo Bécquer y sus Leyendas. Hubo cultivadores puntuales, es cierto, como Agustín Pérez Zaragoza, Pedro Antonio de Alarcón, Gaspar Núñez de Arce o incluso el mismísimo Pérez Galdós, adalid del realismo; de todos modos, habría que esperar a sus postrimerías y a las primeras décadas del XX, con la explosión neoromántica del modernismo y su gusto por lo extravagante, irreal y enfermizo, para que los ensueños más sombríos fueran adoptados como tema frecuente por buen número de plumas. El Valle-Inclán de Femeninas y Jardín umbrío, los primeros relatos de Pío Baroja y su novela episódica El Hotel del Cisne, las contribuciones de Emilio Carrere y Carmen de Burgos para «La novela corta» y «La novela semanal», las incursiones en la ficción del ocultista Mario Roso de Luna o las fantasías decadentes de Eduardo Zamacois y Antonio Hoyos y Vinent, entre otras muchas aportaciones de la época, parecían prometer la progresiva normalización de un género que en otras latitudes ha gozado siempre de gran aceptación Por desgracia, en los años que siguieron a nuestra guerra civil, todo acercamiento a lo fantástico pareció marchitarse y desaparecer, cual vampiro expuesto a la luz del sol. Desde las altas instancias se promovía una literatura sentimentaloide y moralista de sabor rancio, mientras los nuevos valores abogaban por la renovación a través de una narrativa realista y angustiada, que tuvo en Cela, Laforet y Sánchez Ferlosio algunos de sus nombres más señeros. No era terreno fértil para pesadillas ilusorias. Apenas tuvo lugar un acercamiento culto al género fantástico y las únicas excepciones reseñables se redujeron a Wenceslao Fernández Flórez, en primer lugar, y Álvaro Cunqueiro y Joan Perucho, a partir de finales de la década de los cincuenta. Incluso la literatura de quiosco prefirió explorar otros territorios narrativos, como el western, la aventura o el misterio. En ese desierto, durante 1947, inició Clarasó su solitaria travesía por la literatura de terror, con su colección de doce relatos sobrenaturales reunidos bajo el título común de Miedo.


Noel Clarasó i Serrat nació en 1899, en Alejandría, aunque creció y vivió buena parte de su existencia en la Ciudad Condal, donde moriría en 1985. Hijo del escultor modernista Enric Clarasó, perteneciente al círculo de Santiago Rusiñol y Ramón Casas, estudió derecho y filosofía y letras en las universidades de Barcelona y Madrid, además de interesarse por otras ramas del conocimiento —fue técnico del Jardín Botánico de Barcelona y autor del primer libro publicado en España sobre el arte japonés del bonsai—. Su pasión por la escritura le llevó a una producción diversificada, convirtiéndose en articulista para «La Vanguardia», autor teatral y guionista de televisión y cine, colaborando en títulos como la comedia fantástica El diablo toca la flauta (1953), Un día perdido (1954), Viaje de novios (1956), Ana dice sí (1959), Una Chica de Chicago (1960) o Solteros de verano (1961). De hecho, intentar esbozar una bibliografía suya es trazar el retrato de todo un galeote de la pluma encadenado a traducciones y textos originales tan diversos como libros infantiles, antologías de citas, guías para turistas, textos de autoayuda y manuales deportivos, de jardinería y de etiqueta, utilizando en ocasiones el seudónimo J. W. Ford.

El grueso de su producción, sin embargo, lo ocupa la obra narrativa, escrita en dos


lenguas. En 1938 ganó el premio Crexells por su novela en catalán Francis de Cer y en 1939 empezó a publicar en castellano, si bien puede apreciarse una clara diversidad a la hora de escoger su vehículo lingüístico. Mientras utilizó de modo preferente el catalán para novelas psicológicas de escasa difusión —Un camí (1956), El gep (1956), Un benestà semblant (1957), Un poca-solta (1957), L’altra ciutat (1968)—, el castellano lo empleó en obras de intención más popular, con novelas de tema criminal, como El asesino de la Luna (1947), para las que creó al investigador diletante y estudiante de medicina Noel Daudí —Daudí era el segundo apellido de su padre—, y sobre todo para libros de carácter humorístico: Crónica de varios males crónicos (1945), El arte de perder el tiempo (1946), El arte de no pensar en nada (1947), Yo soy un tipo así (1949), El campeón del bien (1949), Diccionario humorístico (1950), Seis autores en busca de personaje (1951) e Historia de una familia histérica (1956), entre otros.

No debe considerarse extraño que sea precisamente de las filas de los narradores humorísticos de donde surgiera este aislado cultivador del fantástico sobrenatural en nuestra posguerra. El parentesco entre humor y terror —en especial en su forma de relato breve— siempre ha sido estrecho. En ambos géneros el argumento guía al lector por un entramado de pistas, haciéndole considerar perspectivas que, con frecuencia, se ven contradichas en la conclusión del relato, propiciando un desenlace sorpresivo, hilarante en un caso y estremecedor en otro. Bierce, Saki y Jakobs son ejemplos perfectos de escritores que se manejaron con la elegancia de los maestros en los dos terrenos. Incluso en España tenemos una muestra en Jardiel Poncela, autor también, en 1922, de una novela fantástica entorno al espiritismo: El plano astral. Clarasó, en la línea de los citados Saki y Jakobs, se inspiró en la tradición del ghost story británico para sus cuentos de terror, cuyo máximo representante fue el gran M. R. James, del mismo modo que sus historias detectivescas responden a los cánones del relato problema anglosajón, aunque en ambos casos huyó de la imitación ciega y, con acierto, procuró adaptar sus tramas a un escenario familiar, en el espacio y el tiempo. Al contrario de lo que ocurre con otras formas de literatura fantástica, donde la presentación


de un entorno inusual lleno de posibilidades exóticas sirve para despertar la curiosidad del lector, en el cuento de miedo clásico suele partirse de un entorno familiar, donde el lector, siguiendo la mirada del protagonista, irá descubriendo de forma progresiva elementos para el desasosiego, que no se revelan abiertamente amenazantes hasta acercarse al desenlace. En estas historias la verosimilitud de escenario y personajes y la elaboración de una atmósfera son capitales para desarmar la suspicacia del lector y rendir su incredulidad. En el primero de esos componentes básicos —verosimilitud de escenario y personajes— los relatos de Clarasó son convincentes en su mayor parte, utilizando el autor como mimbres su propia experiencia. En ellos encontramos reproducidos escenarios urbanos de la Barcelona de los años veinte y treinta; localizaciones rurales utilizadas frecuentemente por las clases acomodadas para su esparcimiento o retiro; una Mallorca previa a la invasión del hormigón y los operadores turísticos, frecuentada por burgueses sobrados de ocio y extranjeros excéntricos; unas montañas pirenaicas vistas casi como paisaje extraño, perdido en el tiempo, por los excursionistas llegados desde las capitales con afán entre deportivo y científico… Sus protagonistas son siempre artistas y escritores, junto a algún joven estudiante con posibles, retratados con habilidad, penetración y no poca ironía por alguien que se educó, precisamente, en los ambientes de una intelectualidad cosmopolita. Para ello utiliza una redacción de factura clásica, de fina economía y transparencia en el estilo, con el contenido ajustado a sus elementos esenciales, llevando a la práctica lo que él mismo predicaba en uno de sus aforismos: «Suprime toda palabra inútil. Simplifica la frase. Simplifica la idea. Ésta es la fórmula para escribir bien».

Por desgracia, muchas de sus historias pecan de repetitivas en su idea central, básicamente la venganza del espectro contra el causante de su mal o, en los menos, el regreso de entre los muertos para brindar protección a amigos y amados, con un componente moralista que acaba menoscabando su interés. Raramente nos ofrece personajes inocentes atrapados en el engranaje de la amenaza sobrenatural, con la


angustia que el sin sentido provoca; por el contrario, comprueban a su costa la consoladora idea de que quien siembra vientos recoge tempestades. Esta reiteración de esquemas tan elementales diezma las posibilidades de sorpresa y puede llegar a cansar, cuando se aborda la lectura del libro de un tirón. De los doce relatos, la mitad son cuentos de fantasmas abiertamente tradicionales: Era una presencia muerta; Las tres citas; Ojo por ojo, vida por vida; Tú serás mío; El fantasma de Anita Flores y Más allá de la muerte. El más flojo, sin duda, es Las tres citas, lo cual debemos lamentar. En un principio resulta atractivo, al contar con una construcción de personajes francamente interesante, de las mejores en el libro; sin embargo, padece de una anécdota trivial y predecible: la repetida historia del enfermo que se aparece a sus amigos para despedirse, conociéndose después su defunción en la distancia. En este grupo hay dos cuentos que destacan de un modo especial sobre el resto. Ojo por ojo, vida por vida posee un arranque llamativo y de extrema crueldad, introduciéndonos en la historia de un hombre codicioso y desalmado que tortura física y psicológicamente a su mujer, impidiéndole dormir y negándole la más elemental comodidad, hasta conseguir su muerte. Por desgracia, la narración, de gran fuerza, decae en interés en sus últimas páginas con la esperada venganza espectral. El otro relato, Más allá de la muerte, donde el fantasma de un hombre muerto accidentalmente advierte a su joven esposa que volverá para reunirse con ella y cumple su promesa reencarnándose, contiene uno de los finales más afortunados de la colección, hasta cierto punto también predecible, quizá, pero redondo en su propia lógica interna. Los relatos más satisfactorios se encuentran entre la mitad restante. El secreto trata un caso de transferencia de personalidad, breve y eficaz en su sencillez. El jardín del Montarto es una historia que tal vez pudo inspirarse en leyendas feéricas en torno a determinados enclaves del Pirineo, como la montaña del Canigó. En principio no resulta excesivamente original en su planteamiento, pues trata de la posibilidad, explorada por otros narradores, de que en determinadas fechas o circunstancias puedan abrirse puertas para comunicarnos con mundos paralelos; pero aquí Clarasó consigue insuflarle unas notas de melancólica poesía muy apropiada. La Cueva del Paraíso bebe de las leyendas en torno a cuevas malditas donde la gente desaparece sin dejar rastro. Desdoblamiento, que pudo ser una pesadilla angustiosa, se queda en texto intrascendente por su final muy poco imaginativo: el protagonista, convertido en ente incorpóreo y separado de su forma física, que continua con su vida cotidiana, simplemente se acuesta junto a su otro yo durmiente y despierta al día siguiente reunido de nuevo con su cuerpo. Los ojos abiertos es uno de sus relatos más insólitos, inquietante en su renuncia a brindar explicaciones lógicas —aunque se trate de la lógica espuria de una narración fantástica—, sobre una muchacha, aparentemente ciega, que en realidad oculta sus ojos con unas lentes oscuras porque están poseídos por una fuerza poderosa y fatal. Y por último citaré el que, para mí, se revela como la obra maestra del conjunto, La bruja del Lló, una historia rural de


odios y avaricias con un trasfondo de magia y superstición, situada en la vertiente francesa de los Pirineos, con notas que me recuerdan al clásico La pata del mono, de W. W. Jacobs: una aldeana pide, a cambio del secuestro de un niño, que la bruja devuelva la vida a sus tres hijos muertos, con las desafortunadas consecuencias que son de esperar. Esa debilidad a la hora de encontrar temas adecuados, de todos modos, no tiene por que resultar determinante en la calidad final del texto literario. Como podemos ver en los relatos de Blackwood, una anécdota mínima —el descenso por un río en canoa o un hombre contemplando una arboleda— puede convertirse en profundamente perturbadora gracias a la elaboración de una atmósfera inquietante y opresiva. Pero tampoco podemos certificar que, a la hora de crear una atmósfera inquietante, Noel Clarasó afine por completo su pluma. Quizá podamos achacarlo a su inexperiencia en el género o bien a sus propias habilidades, más apropiadas para el retrato cotidiano y para advertir lo ridículo y lo jocoso, que para elaborar insinuaciones estremecedoras. Clarasó es un narrador distante, al que le cuesta trasmitir con energía los sentimientos de sus personajes, y sólo en unas pocas ocasiones consigue dar con la cadencia adecuada en la presentación de los elementos fantásticos, para crear el necesario clima de inquietud. Lovecraft, mucho más hábil en la sugerencia, no dudaba al respecto: «La atmósfera, y no la acción, es el gran desiderátum de la ficción fantástica (…). Si le damos cualquier otro tipo de prioridad, podría llegar a convertirse en una obra mediocre, pueril y poco convincente. El énfasis debe comunicarse con sutileza; indicaciones, sugerencias vagas que se asocien entre sí, creando una ilusión brumosa de la extraña realidad de lo irreal». Repasando lo escrito más arriba me doy cuenta de que tal vez me he concentrado excesivamente en subrayar las deficiencias de los relatos fantásticos de Noel Clarasó, y lo siento. Si uno se ajusta las lentes de crítico para comentar literatura, tal vez peca de una rigor más extremo que el ejercido como lector, cuando simplemente se deja arrastrar por la narración y perdona muchos pecados. Desde luego, no quisiera confirmar la sentencia que el propio autor desliza en uno de sus cuentos: «Es sabido que los defectos de la obra ajena se descubren mucho antes que sus cualidades». Lo cierto es que Noel Clarasó se movió en un incómodo término medio: no fue lo suficientemente acomodaticio para medrar como autor popular y oportunista, ni lo suficientemente audaz en formas y temas para encaramarse al angosto podio de la «gran literatura», conquistando el aplauso de la crítica, que lo clasificó como excesivamente blando. En el terreno que nos atañe, como seguidores del género fantástico, el libro de Clarasó es importante por su singularidad y ofrece motivos sobrados de interés, además de estar narrado con una fluidez encomiable… Pero no satisface por completo.


Como primer acercamiento de un autor a la fantasía sobrenatural, en un marco poco propicio, podríamos considerarlo un arranque excelente; por desgracia, este volumen de relatos se convirtió en árbol solitario que no rindió frutos posteriores más suculentos. ¿Hasta dónde podría haber llegado Noel Clarasó de reunirse en torno a él las circunstancias para perseverar en ese camino? Esa especulación ya entraría también en el terreno de la ficción.

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Demogorgo (Demogorgon; 1988) https://arbolesmuertosymuchatinta.wordpress.com/2015/02/24/demogorgo-demogorgon1988/

Autor: Brian Lumley Traducción: Jaume de Marcos Andreu. Edita: Grupo Editorial Ceac. Barcelona, 1995. Siempre creí a Brian Lumley emparentado con esa tradición de escritores británicos que, sin grandes relumbres estilísticos, tienen una especial gracia para componer novelas populares que subyugan al lector y le hacen seguir los lances de su argumento, olvidado por completo de sus deficiencias. Sax Rohmer y Denis Wheatley son los primeros ejemplos en acudir a mi cabeza. No obstante, sus primeras influencias literarias no provinieron de las Islas, sino del otro lado del Atlántico: Lumley empezó a escribir siguiendo la estela de Lovecraft e incorporando nuevas deidades a la ya vasta progenie de Cthulhu. Estos cuentos —de los que puede encontrarse una buena muestra en Horror en Oakdeene y El visitante nocturno, editados por Martínez Roca a mediados de los años ochenta—, suelen ser bastante más entretenidos que los producidos por otros muchos epígonos, a fuerza de desenfado y regusto “pulp”, y en ellos —y muy especialmente en la serie dedicada al detective de lo oculto Titus Crow—, ya puede detectarse el que será su sello más personal: el gusto por el cóctel de géneros. Sin llegar a los extremos de su ciclo de novelas sobre Harry Keogh, el necroscopio, en el que combina sin timideces el horror gótico con las historias de espías, la ciencia ficción y la fantasía heroica, en Demogorgo prosigue con su fórmula habitual, componiendo un ecléctico batiburrillo que se desarrollará a lo largo de casi cincuenta años y cuatro países. Su mismo comienzo, con unos saqueadores hurgando en una cripta bajo la ciudad


maldita de Corozaín, es digno de un Indiana Jones de serie “B”, cargado de pirotecnia. Y la acción no se detendrá ahí, sino vendrá seguida por manifestaciones sobrenaturales, gansters, violaciones, asesinatos, combates cuerpo a cuerpo al borde del abismo y las imprescindibles gotas de romance… Incluso el destino del mundo estará en la balanza, empujando de un lado un joven ladrón que pretende salvarlo, y del otro un Anticristo medio burro. No es una metáfora; lo digo literalmente. Toda la novela está concebida como puro producto de evasión, sin mayores pretensiones, con todas las virtudes y defectos que eso conlleva. Por un lado ofrece emociones sin descanso, bellas mujeres y villanos de aquellos no vistos desde los tiempos de FuManchú y el emperador Ming; por otros se resiente de unos personajes excesivamente planos y una trama forzada e inverosímil. ¿Tópicos? Todos. ¿Sencillez? Absoluta. Si se toma con complicidad y una sonrisa en los labios, puede leerse con agrado; pero sin duda sumirá en el más absoluto disgusto a aquellos que apuesten por una literatura ambiciosa, que pretenda reivindicar su condición de arte, además de narrar historias más o menos entretenidas. El objetivo de Lumley es divertir y proporcionarnos, de vez en cuando, un grato escalofrío. Y lo mejor es que lo consigue, si te entregas a su juego.

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Emilio Salgari, autor de ciencia ficción https://arbolesmuertosymuchatinta.wordpress.com/2015/02/25/emilio-salgari-autor-deciencia-ficcion/

En 1907 las librerías italianas ofrecían un nuevo libro, Le meraviglie del Duemila —Las maravillas del año 2000, en la edición española de 1910—, novela de ciencia ficción firmada por un autor prolífico: Emilio Salgari. Por aquel entonces el narrador de Verona ya tenía escritas sus más recordadas novelas, verdaderos clásicos como Il Re della prateria (1896), Il Corsaro Nero (1898), Li Tigri di Mompracem (1900), La montagna di luce (1902) o Capitan Tempesta (1905). Aunque en ellas había tratado multitud de temas, de la piratería a la aventura colonial, del Far-West a la intriga de capa y espada, nunca se ocupó con anterioridad en una historia de anticipación, pese a haber sido un lector devoto de Jules Verne durante su infancia. ¿Por qué ahora sí? ¿Por qué ese acercamiento a nuevos temas ajenos, en apariencia, a su producción principal? Pudo tratarse de una imposición editorial que le obligara a emplearse en un tema de moda —como veremos— por aquel entonces. Quizá fue pura necesidad de tomar argumentos de cualquier lugar en su lucha constante por producir más y más páginas cada día. En veinticinco años de carrera literaria su nombre se había popularizado en toda Europa, era leído incluso por la realeza y se le había honrado con el título de caballero. Con tal fama y las enormes tiradas alcanzadas por cada una de sus obras, podríamos imaginar a Salgari como un hombre rico. No era así. Mantenía a duras penas y con largas e intensas jornadas de trabajo a su mujer y sus cuatro hijos, sujeto a sus editores no por un porcentaje sobre ejemplares vendidos, según hoy se acostumbra, sino por un jornal escaso. Su contrato con Donath, su primer editor, le obligaba a entregar tres novelas anuales por un estipendio de 4000 liras, que apenas llegaba para sufragar sus gastos domésticos. Buscando un respiró en su apretada —e injusta— situación económica, en 1906 se había decidido a romper con Donath para acogerse a una más sustanciosa oferta del editor florentino Bemporad, que se comprometía a doblar sus honorarios. La


jugada resultó desafortunada, pues Donath denunció por incumplimiento de contrato a Salgari. Condenado a indemnizarle con 6000 liras, nuestro pobre escritor aún salió perdiendo. La única solución para su cada vez más apurada situación era forzar su maquinaria creativa, produciendo novelas a mayor velocidad, sin concederse ni tiempo para revisar lo escrito. En estas circunstancias publica Le meraviglie del Duemila, junto a otra treintena de novelas que escribirá de 1906 hasta su muerte; obras de bastante menor originalidad que las precedentes, y en su mayoría prolongaciones de los ciclos novelescos de sus héroes más famosos, como Sandokán. En 1909 se produce el primer intento de suicidio, que conseguirá consumar en 1911. La carta que dejó para sus editores es bastante explícita: «A vosotros, que os habéis enriquecido con mi piel, manteniéndome a mí y a mi familia en una continua semimiseria o más aún, sólo os pido que, en compensación por las ganancias que os he proporcionado, paguéis los gastos de mi entierro. Os saludo rompiendo la pluma». Pero volvamos a Le meraviglie del Duemila y a su recorrido por el futuro. De todos los temas clásicos de la ciencia ficción el viaje en el tiempo es el de más moderna incorporación. Historias sobre viajes a la Luna o seres de otros planetas podemos encontrarlas incluso en la literatura de la Antigüedad; una persona logrando trasladarse más allá de la época que le ha tocado vivir no aparece, sin embargo, hasta el siglo XIX. La posibilidad de imaginar tal viaje sólo es concebible en sociedades urbanas y tras la revolución industrial. Con anterioridad, en un mundo básicamente rural e inmovilista, la idea de cambio no era entendida. Uno vivía como lo habían hecho sus padres y, con muy pocas diferencias, como lo hicieron sus abuelos. Por mucho que las personas ilustradas conocieran la existencia en el pasado de otros pueblos y de todo tipo de acontecimientos, persistía la sensación general de que, en su desarrollo cotidiano, el mundo estaba construido de una determinada forma, siempre había sido igual y siempre lo sería. Así, por ejemplo, no es difícil contemplar cuadros representando la pasión de Cristo con infantes romanos empuñando alabardas como un soldado de los tercios de Flandes, o ese otro tan célebre, La vocación de San Mateo, de Caravaggio, en el que el futuro apóstol y sus compañeros de tiempos de los césares visten como gentilhombres del XVI. Y ese concepto de que «nada a cambiado» llegaba, incluso, a producir efectos retroactivos, como la adjudicación a Arquímedes de la invención del cañón, por Valturio, que no podía entender que el hombre de su época poseyera alguna cosa que los idolatrados romanos no conocieran ya. Pero en el siglo pasado los cambios sociales y tecnológicos adquirieron una velocidad perceptible por cualquiera en el lapso de una vida. Como canta Don Hilarión en La verbena de la Paloma: «Hoy los tiempos adelantan que es una barbaridad». La máquina revoluciona la industria, la mano de obra se desplaza de los campos a las ciudades y todo


un carrusel de invenciones van modificando la vida cotidiana: el ferrocarril, la fotografía, el telégrafo…, hasta la máquina de coser. Ante este panorama es fácil entretener la imaginación preguntándose qué nos deparará el futuro, y en la prensa de aquel entonces, como diversión para los lectores, abundan todo tipo de ilustraciones predictivas sobre la vida en el mítico 2000, extrapolaciones de los avances conocidos, como gramófonos conectados vía telefónica con la ópera o el periódico, o utilitarios voladores conducidos por jóvenes damas en miriñaque. Si los primeros intentos literarios de tratar tal tipo de viajes se ciñen a un futuro únicamente «personal» -el más antiguo que conozco lo describió a principios del siglo XIV el infante don Juan Manuel en De lo que aconteció a un deán de Santiago con don Illán, el gran maestre de Toledo, sobre la ascensión de un clérigo hasta el papado, para acabar descubriendo que todo ha sido un sueño inducido por un hechicero-, en el XIX esa inquietud por conocer lo que los tiempos nos deparan se traslada a un nivel más global, a ver dónde pueden conducirnos los grandes movimientos sociales iniciados en la época. Sin embargo, a la hora de mirar al futuro, surge un problema no de menor importancia: ¿Cómo hacer creíble un viaje en el tiempo? Si en el cuento de don Juan Manuel se echaba mano a la magia, el pensamiento racionalista ha de buscar otros sistemas más convincentes. Todos experimentados un pequeño viaje en el tiempo cada día, al acostarnos por la noche y descubrir inmediatamente, con los ojos legañosos, que han transcurrido siete u ocho horas sin ser conscientes. Suspender la vida y alcanzar los días venideros mediante un sueño prolongado es, pues, el recurso más inmediato, que ya Washington Irving explotó en Rip Van Winkle. El bibliógrafo E. F. Bleiner en su libro Science Fiction: The Early Years, contabiliza más de cuarenta obras anteriores a 1930 con el tema del durmiente que despierta en el futuro. Listar siquiera una selección sería demasiado prolijo y no es éste el lugar adecuado; señalaré sólo las más famosas e influyentes en el desarrollo posterior del género: Looking Backward, 2000-1887 (1888), de Edward Bellamy, News from Nowhere (1890), de William Morris, y When the Sleeper Wakes (1899), de H. G. Wells. Todas ellas están escritas por socialistas convencidos que usan de la novela como vehículo para expresar su ideología, y las dos primeras presentan un mundo utópico en el que las diferencias de clases han sido abolidas y el mundo ha entrado en una era de paz y prosperidad; Wells, en cambio, aún compartiendo el mismo pensamiento político de sus predecesores, tenía una visión mucho más pesimista de la condición humana y contradice a Bellamy, en quien se había inspirado directamente, creando una de las primeras distopías de la literatura de anticipación. Ante estos precedentes la novela de Salgari, de 1907, debe considerarse fruto retardado de esa moda productora de tantas páginas en las prostimerías del siglo anterior. Y aunque el mismo Wells había imaginado una alternativa más acorde con el pensamiento científico en The Time Machine (1895), con el uso de la tecnología para movernos por el


tiempo del mismo modo que nos desplazamos por una dimensión espacial, no es el último en utilizar el recurso del durmiente, que aún gozaría de una larga vida: Armageddon 2419 AD (1928), de Philip F. Nowlan, y The Man Who Awoke (1933), de Laurence Manning, son dos de los ejemplos mejor conocidos por el lector español.

En Le meraviglie del Duemila Salgari combina la fórmula casi mágica del largo sueño con un método pretendidamente científico: el doctor Toby descubre en una misteriosa flor egipcia una sustancia que, combinada con la congelación, permite suspender la vida de cualquier ser para poder despertarlo en días venideros. Sus primeros experimentos los realiza con conejos; pero una vez comprobada su eficacia se decide a efectuar una prueba de mayor riesgo y usa el suero en sí mismo y en su joven amigo James Brandok, un millonario americano aburrido que no duda en poner en peligro su vida a cambio de un poco de emoción en su indolente existencia. No haría falta decir que salen triunfantes de su hibernación cuando, en el 2003, un descendiente del científico se decide a seguir las instrucciones de reanimación que éste había dejado; aunque sólo sea por cobrar la fortuna legada para tal fin. A partir de este momento los dos «durmientes» vagarán por el mundo con el descendiente del doctor como cicerone… Pero no teman que les desarme el argumento, si tienen alguna intención de leer la novela, porque, aunque quisiera, poco podría contarles. La obra carece casi de trama y se limita a narrarnos, mayoritariamente en forma de diálogo entre los personajes, las presuntas maravillas que Salgari imagina para el próximo siglo. Se convierte así, más que en una narración, en una exposición de ilustraciones realizadas a la manera de Robida, buscando sólo el asombro ante el portento tecnológico y la supuesta sociedad del bienestar que el burgués victoriano imaginaba y más alejada está cada vez de nuestras manos. Ahí se encuentra precisamente la clave de que resulte una obra fallida. Tan limitados objetivos la vuelven perecedera y hoy sólo nos acercamos a ella con curiosidad y, a ratos, con una sonrisa condescendiente, al no lograr suspender en ningún momento la incredulidad del lector. Tal vez a nuestros abuelos les emocionara; pero a estas alturas del siglo a nadie llamará la atención un aparato que proyecta las imágenes de las noticias en tu propia casa o vehículos que se mueven a 150 kilómetros por hora.


Si Salgari la hubiera hecho suya, en lugar de imitar las utopías de sus predecesores, si hubiera aplicado en ella toda su sabiduría como creador de aventuras podríamos estar hablando de una novela puntal, completamente novedosa para la ciencia ficción su época, más preocupada en glorificar el avance humano y levantar escenarios en los que poder desarrollar teorías políticas que en narrar historias emocionantes, como tan bien sabía hacer Salgari. En cambio en Le meraviglie del Duemila las escenas de acción no aparecen hasta el último cuarto del libro, al arribar los protagonistas a una ciudad submarina convertida en presidio y con su posterior naufragio en unas peligrosas islas Canarias —a los residentes en la zona les advertimos sobre el vaticinio de Salgari de una erupción en el Teide que aniquilará a toda su población, con lo cual las naciones decidirán convertir el archipiélago en un parque natural donde recluir las últimas fieras vivas en el mundo—. Con todo, la lectura de esta novela se revela bastante más entretenida que la mayoría de historias de anticipación contemporáneas, quizá gracias a su propia falta de pretensiones. Looking Backward, 2000-1887, de Bellamy, por ejemplo, resulta bastante fastidiosa por su contenido demasiado abiertamente panfletario; mientras que Le meraviglie del Duemila es mucho más neutra, en cuanto a mensaje político. No obstante, abundantes pasajes de la historia delatan en Salgari un pensamiento conservador, casi reaccionario, que justificaría la posterior reivindicación que de este autor intentó la Italia fascista. Y lo más estremecedor es comprender su intención de retratar una sociedad perfecta, cuando, para muchos, el mundo que imagina tendría bastante de infernal. Una sociedad que, por muchos juguetes mecánicos puestos a su disposición, continua siendo igual de injusta, en la que el pensamiento es monocolor y cualquier disidente es condenado a un campo de concentración o abiertamente aniquilado. Ya a las pocas páginas de su inicio se menciona una rebelión anarquista en Cádiz, atajada con rapidez por los bomberos —único cuerpo de seguridad, como en la novela de Bradbury—, que les exterminarán sin compasión, pues, como afirma uno de los personajes con absoluto desparpajo, «somos demasiados en el mundo». Más tarde explicará: «Unos chorros de agua electrizada a altísima corriente y se acabó todo. ¡Demonios!… el mundo tiene derecho a vivir sin que se le perturbe. A quien rechista, se le envía al reino de las tinieblas; os aseguro que nadie se queja». Las ideas liberales no tienen lugar y mucho menos el socialismo —para horror de Bellamy y Morris, si hubieran conocido la novela del italiano—, brindándonos Salgari una predicción sobre su destino bastante reconocible en los acontecimientos de la última década: «Desapareció tras una serie de experimentos que no contentaron a nadie y disgustaron a todos. Era aquella una hermosa utopía que en la práctica no podía dar resultado alguno, resolviéndose, al cabo, en una especie de esclavitud. Así, hemos vuelto a lo viejo, y hoy


hay pobres y ricos, dependientes y patronos, como miles de años antes, como ocurrió desde que el mundo comenzó a poblarse». La falta de oposición no se revela únicamente a nivel ideológico, sino incluso a nivel racial, pues en el mundo futuro de Emilio Salgari la raza blanca detenta todo el poder. Los esquimales casi han desaparecido, agotado sus sustento por la caza abusiva de los animales de la región, y los pocos negros que aparecen desempeñan tareas serviles. Aunque las potencias europeas desmantelaran China como imperio, sólo los asiáticos tienen posibilidad de imponerse, por simple presión demográfica, hecho que los protagonistas mencionan con preocupación. Insisto que, aunque a nosotros no nos lo parezca, pretende vendernos una utopía, así alguna cosa ha de resultar positiva y una de ellas es la finalización de las guerras. Salgari ya apuntaba la idea de que la proliferación de armas de devastación masiva sería tan aterradora que las guerras se extinguirían al no atreverse nadie a provocarlas. Defendida por otros en nuestro siglo, ha demostrado ser completamente errónea; pero en la ficción del italiano funciona, con lo cual, eliminados los ejércitos, se aligera a la sociedad de una carga onerosa, y ningún recurso es baladí cuando la superpoblación es el mayor problema. Cada rincón del planeta será explotado intensivamente, reconvirtiendo extensiones que antes sólo servían para pastos en tierras cultivables. La conclusión de Salgari es evidente: en el 2000 todos serán vegetarianos. De toda la obra lo más insatisfactorio es el final. Se nota que su autor no sabía muy bien cómo acabarla, consecuencia evidente del débil hilo argumental que articula toda la historia. Catálogo de prodigios, la muestra puede visitarse en cualquier dirección y acaba cuando dejas la última sala. Resulta triste que Emilio Salgari, adalid del desenlace dramático —vean sino al Corsario Negro abandonando en alta mar a su amada Honorata—, no fuera capaz trazar conclusión más atractiva. De este modo no hace sino confirmar la mediocridad de una novela de por sí intrascendente, cuyo interés debe ceñirse a un plano arqueológico como pieza poco conocida de la más primitiva ciencia ficción europea.

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La belleza de la perversidad: decadentismo francés y literatura fantástica https://arbolesmuertosymuchatinta.wordpress.com/2015/03/01/la-belleza-de-laperversidad-decadentismo-frances-y-literatura-fantastica/ La decadencia es el arte de morir en belleza. Verlaine 1. EL IMPERIO AL FIN DE LA DECADENCIA. Hemos vivido, no hace mucho, el final de un siglo violento y apasionante. Tal vez ahora mismo presenciamos todo un cambio de periodo histórico, con avances tecnológicos y económicos que nos abocan a una transformación social, a poco que no queramos asistir a una quiebra catastrófica. Sabemos de la tragedia de vivir en tiempos interesantes; pero las transiciones, cuando no se sabe si dar un paso atrás o avanzar ciegamente con riesgo de caer al abismo, son ricas en ingenio y también —por qué no decirlo— en amaneramientos. En el terreno del arte, los más audaces van dando palos de ciego e inevitablemente se produce lo que podríamos llamar callejones sin salida. Hace casi ciento cincuenta años, en una situación que guarda paralelismos con la actual, se originó uno de ellos. El Decadentismo fue un movimiento sin continuidad, ahogado por coetáneos que supieron dar con fórmulas más innovadoras, y hoy frecuentemente olvidado incluso por los historiadores del arte y la literatura. El Decadentismo forma parte de un conglomerado de tendencias —simbolismo, modernismo…— de características equiparables. Comparto con Luis Antonio de Villena1 el considerarlas a todas como segmentos de un único fenómeno, cuya separación sería traumática. Autores como Mallarmé, Rimbaud o Verlaine se movieron en las fronteras variables de estos grupos y fue habitual ver colaborar en idénticas revistas tanto a decadentes como a simbolistas. Todos responden a una constatación de cambio; son la llamativa luz crepuscular de un sol que agoniza y acepta estoicamente la llegada de la noche. «Yo soy el imperio al fin de la decadencia», escribe Verlaine en 1883, en su soneto Languidez, epítome de una sensibilidad que venía gestándose desde años atrás y que en ese momento adquiere una compleja madurez, donde se mezclan idealismo y erotismo; paganismo y catolicismo; anarquismo y dandismo… La delimitación cronológica del movimiento decadente es compleja, como siempre. Algunos autores buscan su inicio en Baudelaire y Gautier; otros, amantes de las fechas exactas, eligen dos óbitos para enmarcar el movimiento: la muerte de Baudelaire y Rubén Darío, en 1867 y 1916, respectivamente. Hay, sin embargo, algunos acontecimientos que señalan la progresión de la nueva estética. El primero, y de vital importancia, es la publicación de Las flores del mal, en 1857, pues aunque esta obra no pertenezca en


propiedad al Decadentismo, influirá decisivamente en los poetas posteriores, convirtiendo el erotismo, lo diabólico y lo insano en temas comunes de los siguientes decenios. Por otro lado, en Inglaterra, el historiador del arte Walter Pater establece otro hito con el epílogo a sus Estudios sobre la historia del Renacimiento (1873). Verdadero manifiesto, retoma la idea heraclitiana de que todo pasa y nada permanece, de que nuestra vida es un rápido fluir de sensaciones, siempre bajo la advocación de la muerte. Desde su retiro en Oxford, este plácido erudito propuso absorber con ansia nuevas experiencias, regocijarse en lo sublime y vivir el instante como un medio de intensificar nuestra existencia. Una vindicación de la filosofía epicúrea que interpretarán luego los decadentes como una llamada a la persecución del placer.

Pero es en 1883 cuando podemos hablar, sin temor a equivocarnos, de Decadentismo. En ese año muchos autores nuevos del movimiento publican sus obras, unas completamente olvidadas hoy, otras de calidad reconocida. De entre estas últimas podemos destacar tres títulos: Los poetas malditos, serie de artículos de Verlaine publicada en la revista «Lutèce»; los magníficos Cuentos crueles, de Villiers de l’IsleAdam; y, especialmente, Al revés, la novela de Huysmans que se convertirá en texto sagrado de los decadentes. Al llegar a este punto querría remarcar el hecho de haber utilizado el término «movimiento» —esto es, la común respuesta de un colectivo artístico ante unos mismos condicionantes históricos, sociales y culturales— y nunca el de «escuela» —entendida como doctrina sistemática—. El Decadentismo nunca constituyó un grupo uniforme, con sus maestros y discípulos, a pesar de reunirse en cenáculos y editar juntos revistas que sirvieran como órganos de expresión. Heredero en muchos aspectos del Romanticismo, el decadente tiene como valor principal el culto a la personalidad y el individualismo. La estética decadente es la reacción contra lo que, para ellos, es la mediocridad de la sociedad en la primera mitad del siglo XIX. La revolución industrial se ha consolidado, las ciudades se oscurecen con el humo de las factorías y miles de obreros se hacinan en sus calles tras el éxodo del campo. Surge una amplia clase media, a la que se suma una legión de funcionarios y rentistas, y se vive la fiebre del lucro y el progreso. El abismo


social, siempre presente, se percibe ahora con más evidencia por el contraste de luces y sombras. Mientras unos se alumbran todavía con velas y se arrastran descalzos sobre los adoquines, otros admiran los prodigios eléctricos de las Exposiciones Universales o discuten los méritos de las estrellas del escenario. En las artes plásticas es el academicismo, de estirpe neoclásica, quien dicta los cánones a seguir, mientras los artistas más modernos son desterrados de los Salones y objetos de mofa pública. También de carácter clasicista, los Parnasianos dominan en la poesía; cultivadores de una lírica bella y perfecta, aunque desnuda de pasión, recrean idílicamente el mundo grecorromano como paradigma del refinamiento y la excelencia. En la prosa, el naturalismo intenta integrar la ciencia en la novela, persiguiendo un rigor psicológico total en la creación de personajes y un absoluto realismo en la trama. Pero, como se lamenta Huysmans: «esa escuela, que prestaría el inolvidable servicio de situar a personajes reales en ambientes precisos, estaba condenada a repetirse una y mil veces sin evolucionar en lo más mínimo (…) Se inventase lo que se inventara, la novela podía resumirse en esas pocas líneas: saber el porqué Fulano de Tal cometía o dejaba de cometer el adulterio con Fulana de Cual. Si se deseaba ser distinguido y revelarse como un autor del mejor tono, se situaba la intriga amorosa entre una marquesa y un conde; si, al contrario, se quería ser un escritor populachero, un prosista liso y llano, los protagonistas de dicha aventura eran un pretendiente arrabalero y una chica cualquiera; el marco era lo único que variaba»2. Los decadentes se enfrentarán a este arte frío, pero no debemos pensar que su rebelión fue de carácter transformador; no hubo pretensión alguna de cambio, pues creían imposible afectar a una sociedad firmemente anclada en sus basamentos. La suya es una solución individual, un «sálvese quien pueda» de la dominante ordinariez. Los artistas decadentes no tienen interés en transmitir y universalizar sus opiniones estéticas: «Si la música más hermosa del mundo se vuelve vulgar e insoportable en cuanto la tararea el público y en cuanto se apoderan de ella los organillos, la obra de arte que no deja indiferentes a los falsos artistas, que no es impugnada por los necios, que no se contenta con suscitar el entusiasmo de algunos, también por eso mismo se vuelve para los iniciados profanada, banal, casi repelente»3. Si el romanticismo se inclinó, en ocasiones, por el populismo, el decadentismo fue por naturaleza aristocrático y exclusivista. 2. EL DANDISMO CONSIDERADO COMO UNA DE LAS BELLAS ARTES. Una de las principales características de la estética «fin de siglo» es el anhelo de belleza. El esteta la busca infatigable en cuanto le rodea; pero —¡ay!— el mundo no es hermoso, sino triste, mísero e imperfecto, por lo que no tiene más remedio que recurrir al artificio, a la fantasía, a todo lo que es opuesto a lo cotidiano. Si contemplamos los cuadros de Alma Tadema, Whistler o Waterhouse vemos de inmediato, encarnada en sus figuras femeninas, qué especial aura persiguen. Sus mujeres destilan de unos ojos tristes y


soñadores una sutil melancolía, un erotismo insinuante y virginal al tiempo, una ambigüedad a veces siniestra. Por supuesto pocas mujeres de carne y hueso encontrarían que encarnaran sus mitificaciones. Así, Baudelaire llegaría a escribir en sus diarios frases tan duras como ésta: «La mujer es natural; es decir abominable. Por eso es siempre vulgar, lo contrario que el dandy».

En su obsesión por hacer de sí mismos arte vivo y alejarse de la embrutecedora y gris existencia de la masa, los decadentes crean a un personaje cuyo prototipo literario sería quizá el Des Esseintes, de Huysmans: el dandy. El dandy es el diletante catador de los más selectos néctares del mundo, el indiferente que hace de lo excéntrico una actitud estética, con todos sus actos cuidadosamente medidos para causar sensación. Es el que va «al revés» de sus coetáneos, porque ese es el destino de su aristocrática condición. Si el decadente prefiere lo artificial a lo natural; la siguiente pirueta es, evidentemente, modelar su personalidad según criterios artísticos y no a la inversa, para hacer de sí mismo una creación del artificio. «Ser natural es simplemente una pose, y la pose más irritante que conozca yo», escribirá Wilde. El dandy es, en resumen, el simbólico héroe que lucha contra la realidad. Se hace artificial para ser diferente y es diferente para continuar siendo único frente a una sociedad que ve en lo uniforme el sello del progreso. Jois-Karl Huysmans, sin embargo, no podía estar más lejos de su creación. Aunque frecuentó la compañía de otros escritores más dados a la bohemia, como Jean Lorrain o Villiers de L’Isle-Adam, su vida transcurrió dentro de los márgenes de la respetabilidad, con su empleo de funcionario del Ministerio del Interior, en un presumible combate entre su voluntad de automarginación y los imperativos cotidianos que concluyó, en sus últimos días, con una sorprendente entrega a la religión.


En el papel que rescataba de su oficina empezó a escribir novelas que seguían los preceptos de su amigo Émile Zola, como Marthe (1876), Les soeurs Vatard (1879) y A vau-l’eau (1882). Con todo y ser considerado el más prometedor heredero del maestro, por fortuna para el lector actual pronto se sintió asfixiado por la monotonía del naturalismo, dando a la imprenta en 1884 Al revés, verdadera Biblia del Decadentismo, como se comprende por su argumento: para alejarse del odiado mundo su protagonista, el duque Jean Floressas Des Esseintes, opta por encerrarse en una casa con sus criados y erigir un entorno impermeable a la vida moderna y apropiado a su sensibilidad. Cada uno de los capítulos de la novela es la exposición de un ideario estético, centrándose en la pintura, la literatura, las joyas, los perfumes… O el indecible placer de corromper la inocencia. Sin duda el más memorable y transgresor de sus episodios transcurre cuando Des Esseintes decide recoger a un muchacho pobre, de dieciséis años. Bajo su tutela, el adolescente aprenderá a gozar de todas las delicias de la carne, y una vez conseguido lo arrojará de nuevo a la calle. «En la medida de mis recursos, habré contribuido a crear un granuja, un enemigo más de esta repulsiva sociedad que nos tiraniza», dice Des Esseintes. En su segunda mejor novela, Allá lejos (1891), Huysmans sigue buceando en las profundidades de la perversión y acaba por recalar en el género fantástico, como era fácil predecir a raíz de sus comentarios a la obra más siniestra de Edgar Allan Poe, Odilon Redon y Goya. Allá lejos disecciona la atracción del mal para el artista y la afición a las prácticas satanistas en la Francia del siglo pasado. Narra la historia de un escritor, Durtal, embarcado en la redacción de una novela sobre Gilles de Rais, el histórico caballero del siglo XV que asesinó a un gran número de niños en ceremonias sádicas para obtener los favores de Lucifer. Durante su trabajo se ve involucrado en una compleja trama de magia negra, inspirada al parecer en unos hechos que el propio Huysmans conoció personalmente. En la novela podemos leer una frase significativa, toda una apología de lo fantástico en la literatura: «La curiosidad del arte empieza ahí donde los sentidos dejan de servir». El arte,


como creador de ideales, encuentra su campo perfecto allá donde es factible lo imposible y la imaginación vaga en libertad. 3. MUNDOS IMAGINARIOS Y PARAÍSOS ARTIFICIALES. Todos los decadentes persiguen una misma meta: la huida. El dandy no cambia su entorno; simplemente se cambia a sí mismo y se cree ajeno a cuanto le envuelve. Otros se refugian en la alucinación o el exotismo. Durante el siglo XIX entran en Francia una gran cantidad de obras de arte de África y Asia. Es el tiempo del reparto europeo de las colonias, de las campañas napoleónicas en el país de los faraones y el inicio de la egiptología. Grecia es expoliada, Troya desenterrada y se redescubren las olvidadas culturas maya y azteca. Desde Delacroix y la traducción de Las mil y una noches, el orientalismo fascina a Francia y encontramos obras como, por ejemplo, La novela de una momia, de Gautier o el bárbaro colorismo del Salambó, de Flaubert.

El camino está trazado para los que ven en mundos lejanos, en el espacio o el tiempo, los paraísos perdidos. En los cuadros de Waterhouse o Tadema encontramos la Grecia clásica, pero no la del Partenón y Aristóteles, sino la de lejanas islas soleadas, la de quimeras y sirenas, la de los cultos mistéricos; en Villiers de L’Isle-Adam está la China siempre desconocida, ciudades perdidas en las selvas de la India, la Edad Media desfigurada; en el simbolista Marcel Schwob un Oriente de cuento, una tierra agonizante o los desiertos norteafricanos… Incluso cuando se quedan en Europa, las grandes urbes aparecen siempre cubiertas de un barniz mágico, como una suerte de bazar árabe donde encuentros y desencuentros tejen complejas tramas y todo prodigio es posible. De la fascinación de los intelectuales de la época por las drogas ya nos dio testimonio Baudelaire en Los paraísos artificiales. Se convierten en el bálsamo del artista contra la realidad que le asfixia y una puerta a nuevos mundos, puros por cuanto son producto únicamente de la imaginación excitada, generando a su alrededor toda una mitología y no pocas historias fantásticas, como los Cuentos de un bebedor de éter, de Jean Lorrain, y otros autores posteriores —¿cuántos relatos de terror arrancan con la ingestión de una droga que transporta al protagonista a siniestras dimensiones?— Muchos se preguntaban si las drogas podían generar creatividad en quien no la manifiesta en estado lúcido. Baudelaire respondía que no, que no eran más que un espejo de aumento que magnificaban con extraños colores las cualidades propias del artista. Pero seguramente lo


menos importante era su uso como acicate a la fantasía; su verdadero valor recaía en su facultad de embriagarnos y arrancarnos de la mediocridad cotidiana, tanto daba que para ello se recurriera a exóticas resinas o al más accesible alcohol. El decadente toma láudano y hachís igual que crea en sus obras un universo que no encontrará al mirar por al ventana de su estudio, como tampoco encontrará a la amada ideal. El decadente actúa entre decorados, pero no porque ignore cuanto le rodea sino porque no le interesa en absoluto. Evidentemente, tal movimiento llevaba en sí mismo el germen de la destrucción. No había evolución posible, encerrados sus creadores en torres de marfil mientras la sociedad avanzaba a pasos gigantescos. El esteticismo es una rebelión, pero una rebelión que renuncia a combatir y derrotar al enemigo no obtiene más fruto que el placer de los onanistas. 4. LA FASCINACIÓN DEL MAL. Forjador de frases ocurrentes, artista enemigo de las concesiones, condenado a vivir en una miseria a la que no le preparó su sensibilidad exquisita y su rancio abolengo — procedente, nada más y nada menos, del primer gran Maestre de los Caballeros de Malta —, Villiers de L’Isle-Adam nació en Saint-Brienc, en la Bretaña, en 1838. Contra la actitud común, su afición a la poesía recibió el apoyo entusiasta de su familia y en 1857 se trasladó a París en busca de fortuna literaria, con la capital de Francia bullidora de actividad creadora, con Delacroix, Daumier, Courbet, Verlaine, Mallarmé o Baudelaire entre sus ciudadanos. Los inicios del nuevo autor fueron, desgraciadamente, nada prometedores: publicó un libro de poemas —Premières poésies (1859)—, la novela Isis (1862) —acusada por la crítica contemporánea de excesivamente romántica, en un momento en el que el Romanticismo ya pasaba de moda— y los dramas Ellen (1865), Morgane (1866), La révolte (1870) y Le nouveau monde (1875), acogidos con absoluta indiferencia.

La fama literaria y el fundamento de su actual reconocimiento provendrá de las historias


breves reunidas en Cuentos crueles (1883) y su continuación Nuevos cuentos crueles (1888) —publicadas en prensa antes de estas fechas—-. No menos interesantes son La Eva futura (1886), novela precursora de la ciencia ficción, L’amour suprème (1886), La extraña historia del doctor Bonhomet (1887) —colección de relatos sobre un personaje central tan esperpénticos y surreales como inquietantes—, e Histoires insolites (1888). Su última y ambiciosa obra teatral, Axel —estrenada póstumamente en 1895—, en la que trata el triunfo del amor ideal sobre la consumación física, condensa el ideario estético de su época y se revela como epítome del drama simbolista. Pese al respeto y admiración de sus colegas, a haber frecuentado la compañía de la realeza y ser él mismo propuesto —según cuentan algunos biógrafos, tal vez fantaseando — para portar la corona de Grecia, muere pobre en 1889, en el lecho de un hospital. Le acompañaban sólo unos pocos amigos, entre ellos Huysmans y Mallarmé. Sus magníficos Cuentos crueles son modélicos representantes de lo que hemos convenido en llamar «estética decadente». Estos relatos, aunque estén situados en la España de la Inquisición, la antigua China o la Francia medieval, no dejan de ser trasunto del París galante que tan bien conocía: sensual, frívolo, con un ansia desmedida de placer, poblado de bailes y veladas en la Ópera, de jugadores, adúlteras y cortesanas, de personajes perversos y amorales, dispuestos a ahogar su spleen con opio y champán; como el abate Tussert, que apuesta sobre el tapete el secreto de la Iglesia, o el barón Von H…, refinado aristócrata transformado en verdugo vocacional. La fascinación de Villiers por los aspectos más oscuros del alma hacen de los Cuentos crueles uno de los más brillantes hitos de la literatura de terror, aunque sus historias no se sostienen sobre una tramoya de sombras ensangrentadas y aullidos en la noche, sino sobre la perversidad inherente al hombre, que se goza en el dolor ajeno como quien aspira un exquisito perfume. Villiers de L’Isle-Adam cultivó el gusto por lo macabro y lo malsano, por la terrible tortura que atrapa al que cree huir de ella. No obstante, sus relatos no son fruto de una personalidad enfermiza, como sucede con las historias de terror de Maupassant; una vez más reflejan el enfrentamiento del esteta contra la naturaleza, contra las costumbres burguesas, contra el progreso y al civilización. Son el gusto por lo artificial que les aboca a la fantasía y, al tiempo, el reflejo de una moda aún viva. Ahora mismo, con el pensamiento racionalista imperando en occidente, con la ciencia y la técnica mostrándonos el cadáver de Dios, el esoterismo y la superstición son enormemente populares. La gente necesita beber del misterio, quiere tener derecho a estremecerse de vez en cuando y ver en las estrellas algo más que bolas de gas en combustión. A finales del siglo XIX la situación era similar. La razón se había convertido en el ídolo de la época y, por oposición, el esteta descubrió la belleza de lo horrible y la corta distancia entre lo sublime y lo siniestro. Eros y Thanatos se unen en uno y ya no se desea a la mujer saludable, sino a la tísica ojerosa de tez lívida, a las muchachas de formas flacas y angulosas, con toda la ambigüedad de sus cuerpos no maduros. El deseo alcanza sus cotas más altas de refinamiento en la necrofilia y el dolor se convierte en el mejor acicate de los sentidos. En El maleficio, de Jean Lorrain, una novela ejemplar por lo


que respecta al irresistible atractivo de las sensaciones perversas, el protagonista escribe: «Era una belleza de cadalso cuya misma fragilidad parecía apelar a la violación y la violencia, belleza criminal que despertaba en mí instintos asesinos».

En las narraciones de su contemporáneo Oscar Wilde, lo fantástico pertenece al mundo de las hadas —con la única excepción de El retrato de Dorian Gray—; Jean Lorrain, Huysmans, Schwob o Villiers, en cambio, escogen la vía del satanismo, quizá porque el mal es lo que siempre va a la contra y, mientras Dios es el señor de los buenos burgueses, el Demonio es el ángel más bello y el rebelde por excelencia. La perversidad requiere imaginación y audacia; la bondad es una cualidad pasiva, la maldad precisa de la acción. El decadente se quiere aislado y el Mal, como explica Machen, «en su esencia es algo íntimo, una pasión del alma solitaria e individual»4. Creer en la magia era oponerse al materialismo científico imperante y, consecuentemente, el satanismo y las misas negras estaban a la orden del día entre las diversiones de las ociosas clases altas, como tan bien retrata Allá lejos. No olvidemos que estamos en los tiempos del nacimiento de la teosofía, de sociedades secretas con un poderoso influjo sobre la intelectualidad y de célebres magos como Eliphas Levi o Papus, cuyos tratados de ciencias ocultas eran discutidos en la prensa y circulaban abiertamente de mano en mano. Y de igual modo que los escritores de ficción se dejaron fascinar por sus especulaciones, no pocos esoteristas produjeron, a su vez, relatos literarios donde tomaban cuerpo sus creencias, como es el caso de H. P. Blavatsky o nuestro Mario Roso de Luna —al respecto sería interesante una reedición de sus Páginas ocultistas y cuentos macabros o Del árbol de las Hespérides (Cuentos teosóficos españoles)—. Cercanos a la obra de Villiers por su fascinación hacia el lado oscuro de las cosas están los relatos de Jean Lorrain —nom de guerre de Paul Duval—, aunque desgraciadamente mucho menos conocidos. Lorrain es un escritor tan arquetípico del movimiento decadente que sus libros solos bastarían para explicarlo. Fustigador de toda convención, homosexual declarado que frecuentaba por igual los salones elegantes que los más


infectos tugurios del París canalla, será un asiduo cultivador de la fantasía macabra. Ya hemos citado su novela de 1901 El maleficio (Monsieur de Phocas), donde el protagonismo recae de nuevo —cómo no— en un dandy inmensamente rico, adepto a toda extravagancia y dominado por la pulsión del asesinato. Una mejor muestra de decadentismo fantástico son, sin embargo, sus Cuentos de un bebedor de éter, donde encontramos todos aquellos lugares comunes que obsesionan a los decadentes: las drogas, las máscaras, palacios y jardines en progresiva descomposición o la mujer vampiro portadora de la enfermedad. Otro autor necesitado de vindicación, y cuyo descubrimiento seguramente depararía muchas sorpresas a los modernos lectores de fantasía y ciencia ficción, es Marcel Schwob —seudónimo de Andre Marcel Mayer—. Sus relatos se sitúan en los más variados escenarios del pasado o saltan hacia el futuro, pero sobre todos ellos gravita una sensación de fatalidad, de un final de los tiempos capaz de adoptar mil caras: la plaga que arrasa la Europa medieval en La peste; la Era Glacial que marchita el mundo en La muerte de Odjigh —justamente dedicado a J. H. Rosny—; las vírgenes que se suicidan sin razón aparente en Las milesias, o el Apocalipsis que destruye a la humanidad, respetando sólo a unos nuevos Adán y Eva, en El incendio terrestre. El rey de la máscara de oro, digno de William Beckford, o Las embalsamadoras son relatos mórbidos que transmiten un curioso desasosiego al lector, escritos con una economía no siempre presente en otros autores decadentes y simbolistas. Otros cuentos, como La máquina parlante, presentaban una ciencia ficción intelectualmente audaz, casi metafísica, a años luz de su contemporáneo Verne.

5. ¿PERO TUVO FIN LA DECADENCIA?. El decadentismo fue una rebelión que nació abortada y, aunque precedió en algunos aspectos a vanguardias como el futurismo y el surrealismo, estuvo falto del preciso espíritu de avance. Esto no inhabilita sus aciertos ni la envidiable altura de muchas de sus creaciones. Hoy se releen sus novelas con cierta nostalgia de tiempos pasados, sonriendo al ver convertidos en ayer a aquellos que tanto despreciaron el ahora. ¿Ocuparnos de sus obras es sólo una extravagancia erudita? Pienso que no. El influjo del Decadentismo puede detectarse en muchos autores de la literatura fantástica de nuestro


siglo, como es el caso de Arthur Machen, Robert W. Chambers, lord Dunsany y, especialmente, del norteamericano Clark Ashton Smith, cuyos relatos sobre mundos perdidos y exóticos deben más a la literatura francesa del XIX que a la de sus colegas contemporáneos. Pero no sólo en los límites de la literatura de género han dejado su impronta. Tal vez a estas alturas el lector habrá advertido evidentes paralelismos entre las obras aquí descritas y esa otra literatura fin de siglo que es la que hoy se cultiva. Y no sólo porque algún poeta actual, como Luis Antonio de Villena, asuma conscientemente una estética no muy alejada de la que cultivaron Louys o Lorrain. Otros autores abanderados de la modernidad más absoluta, como Lóriga, Etxebarría o Camuñas, aunque practiquen un estilo muy diferente, juegan también al malditismo y a vivir el instante, creando personajes que hacen de la noche su reino —el día es lo prosaico y cotidiano—, se ahogan en drogas y alcohol, y rechazan violentamente la sociedad en la que les ha tocado vivir. No sé si es una reacción común a nuestro miedo al cambio, presente tanto a fines del XIX como ahora, o un natural espíritu de rebeldía que se reproduce periódicamente. Tal vez las formas sean otras, pero bajo los dandis de los salones parisinos y muchos artistas actuales de imagen estudiada hasta el hartazgo late un espíritu común. La artificialidad es un signo de nuestro tiempo, así como el culto a la apariencia, y el arte se devora a sí mismo a fuerza de citas, homenajes e imitaciones, esquivando el reflejo de la realidad para solazarnos en el juego de la metaliteratura. ¿Acaso no incurrimos en una nueva decadencia? OBRAS CITADAS Y DE RECOMENDABLE LECTURA: En el caso de que existan diversas ediciones mencionamos sólo la más accesible. Huysmans, J.-K., Allá lejos (Là-bas; 1891). Novela. Tr: Germán Gómez de la Mata. 432 págs. Ed. Bruguera, col. Libro Amigo. Barcelona, 1986. Huysmans, J.-K., Al revés (À rebours; 1884). Novela. Tr: Germán Gómez de la Mata. 304 págs. Ed. Bruguera, col. Libro Amigo. Barcelona, 1986. Lorrain, Jean, Cuentos de un bebedor de éter (Contes d’un buveur d’ether). Relatos. Tr: Elena del Amo. 143 págs. Ediciones Alfaguara, col. Alfaguara-Nostromo. Madrid, 1978. Lorrain, Jean, El maleficio (Monsieur de Phocas; 1901). Novela. Tr: Elena del Amo. 272 págs. Ediciones Alfaguara, col. Alfaguara-Nostromo. Madrid, 1977. Schwob, Marcel, El rey de la máscara de oro (Le roi de la masque d’or). Relatos. Tr: Sol Noguera. 192 págs. Miraguano Ediciones, col. Libros de los Malos Tiempos. Madrid, 1993. Villiers de L’Isle-Adam, Conde de, Cuentos crueles (Contes cruels; 1883). Relatos. Tr: Enrique Pérez Llamosas. 360 págs. Ediciones Cátedra, col. Letras Universales. Madrid,


1984. Villiers de L’Isle-Adam, Conde de, La extraña historia del doctor Bonhomet (Tribulat Bonhomet; 1887). Relatos. Tr: Eduardo Bustos. 153 págs. Ediciones Alfaguara, col. Alfaguara-Nostromo. Madrid, 1977. Villiers de L’Isle-Adam, Conde de, La Eva futura (L’Ève future; 1886). Novela. Tr: Mauricio Bacarisse. 272 págs. Valdemar, col. Tiempo Cero. Madrid, 1988. NOTAS: 1. Luis Antonio de Villena, Los tronos de la total rebeldía, en Estetas y decadentes. Madrid, 1985. 2. J.-K. Huysmans, Al revés. Barcelona, 1986. Págs. 15-18. 3. ibídem. Pág. 157. 4. Esta frase pertenece al relato de Arthur Machen El pueblo blanco (The White People; 1906)

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De cómo nace una nación – Parte 1 https://arbolesmuertosymuchatinta.wordpress.com/2015/02/26/de-como-nace-una-nacionparte-1/

Justo por estas fechas estamos festejando el centenario del estreno de El nacimiento de una nación, la película de D.W. Griffith que fue el primer largometraje absolutamente exitoso del cine americano; una película clave en el desarrollo del lenguaje cinematográfico, sintetizando en su narración todos los recursos hallados hasta ese momento en las películas. Por supuesto, también es una de las películas mas racistas que se pueden ver, con el Ku Klux Klan como héroes y los negros convertidos en unos vagos, traidores, cobardes y violadores a los que hay que poner en cintura. Generalmente se obvia esto diciendo que era así como se pensaba en esos años. Y algo de eso hay. Pero no todo. Tras la historia de la película hay una campaña ideológica diseñada para protestar porque el gobierno federal de Estados Unidos se estaba metiendo en los estados del Sur para corregir la esclavitud encubierta de esos años.

Trabajadores negros del Sur de USA Tras la Guerra Civil, la esclavitud era algo oficialmente del pasado en Estados Unidos. Pero no se había secado la tinta de los decretos para que, en los estados del sur, los


blancos empezaran a buscar la manera de dejar esto sin efecto. Así, poco a poco, con la pasiva complicidad de los americanos del Norte –que ya estaban cansados de esa pelea agotadora– fueron despojando de los derechos a los negros, estableciendo leyes que los segregaban y dejaban convertidos en ciudadanos de segunda orden (las famosas leyes Jim Crow). Una de ellas fue establecer que los trabajadores (negros obviamente) no podían dejar el trabajo por otro a menos que su patrón lo permitiera. Otra ley decía que aquellas personas (negras) que no podían demostrar un trabajo podían ser arrestadas por vagancia. Y también -y ahí está el detalle, que diría Cantinflas- que aquellos ciudadanos presos por algún delito menor (portar armas, piropear a una mujer blanca, jugar a los dados, etc) o infracción y no pudieran pagar la multa exigida, podían ser obligados a trabajar hasta que pagaran la multa… y el estaod podía entregarlos a privados que fiaran por adelantado dicha multa. Así el condenado debía trabajar para su fiador hasta devolver el importe.

Prisioneros trabajando… seguramente para algún particular que los había “fiado” Lo interesante era que los funcionarios encargados de imponer los pagos eran elegidos mas que nada por favores políticos y no cobraban sueldo fijo sino un porcentaje de las multas. Con lo que, a más arrestos, más ganaban. Por supuesto, eran todos blancos. Así que, si había algún empresario necesitado de mano de obra que le dijera “Necesito tantos trabajadores”, el funcionario se ponía a inventarle infracciones a cuanto pobre le cayera en el camino. Y la mayoría de los pobres eran negros que terminaban multados con sumas siderales para sus bolsillos (para hacerse la idea $25 dólares era algo así como tres meses de jornal promedio de un negro en esos años), con lo que temrinaban condenados a varios meses (o años) de trabajos forzados en campos o industrias, sometidos a condiciones inhumanas, apenas alimentados, y tratados muchas veces peor que antes de ser esclavo. Porque, cuando los negros eran esclavos, el dueño tenía que gastarse un pastón para comprarlos y no era cosa de andar destrozando el material. Pero aquí, al tener plazos cortos de usufructo, a los patrones les daba lo mismo como quedaran los comprados después. Total, no eran de su propiedad. Así que la brutalidad imperaba en todo momento. E intentar escaparse era garantía que te iban a echar los perros. Si te atrapaban, había un aumento de la pena y te iban a dar para que tuvieras.


Ahora, eso sí, legalmente no eran esclavos: solo prisioneros. ¿Quejarse a la justicia? La justicia de los estados estaba en manos de justamente los tipos que los trataban mal y los tribunales del gobierno federal habían decidido que no tenían competencia en ese tipo de disputas. O sea, se lavaban las manos olímpicamente.

Un “prisionero fugado” castigado. Para comienzos del siglo XX esta situación estaba aceptada sin discutirse en los antiguos estados confederados. Parecía que nadie haría nada.

Así vivían. Y entonces llegó Theodore Roosevelt.

Theodore Roosevelt, Da Man…


Roosevelt llegó un poco por casualidad a la Casa Blanca, como vicepresidente de William McKinley, un cargo que le dieron los grandes electores del partido republicano para que se dejara de joder con sus políticas progresistas. Pero como a McKinley se lo cargó un anarquista en un atentado, Roosevelt ascendió a la presidencia. Y decidió que era hora que el estado se pusiera a defender a los ciudadanos, tras décadas donde la injusticia social había estado a sus anchas en Estados Unidos. Para ello se enfrentaría a los grandes monopolios corporativos que controlaban la economía yanqui en esos años, trabajaría para conseguir mejores leyes laborales para los trabajadores, empezaría a proteger la naturaleza creando los primeros parques nacionales… y empezaría a revisar las condiciones de sujeción de los negros en el sur. No es que Roosevelt fuera un hombre absolutamente progresista de por sí: de hecho él – como la mayoría de la intelectualidad occidental en esos años – creía en la idea de la superioridad natural del blanco sobre otras razas -como la negra- en términos intelectuales. Pero también consideraba que los negros también tenían, como ciudadanos de Estados Unidos, el mismo derecho a un trato justo que los demás ciudadanos. Para eso, una de sus primeras medidas que hizo fue invitar a la Casa Blanca a Booker T. Washington , antiguo esclavo y uno de los líderes más influyentes (y moderados) de los afroamericanos de esos años. Decir que a los blancos del Sur les cayó mal es como decir que el Papa tiene leves diferencias con la homosexualidad. Básicamente con ese gesto, Roosevelt se ganó la enemistad del Sur. Pero la cosa no quedaría ahí.

El té de la discordia: Booker T. Washington y Roosevelt en la Casa Blanca A Roosevelt le llegó el rumor de lo que ocurría con los trabajadores negros en el Sur y su sistema de esclavitud disfrazada de castigo legal. Mandó a agentes del Servicio Secreto a investigar. Con lo averiguado, más la perseverancia de un fiscal sureño empeñado en hacer justicia, y un juez que también consideraba que había que hacer las cosas correctamente, el gobierno federal empezó a montar juicios contra algunos de los personajes más ricos de la zona, acusándolos de retener contra su voluntad a los negros


y someterlos a condiciones de esclavitud.

Los diarios contando lo que se descubría en el juicio. Y, si un gesto simbólico como que un líder negro tomara el té en la Casa Blanca hizo que arreciaran las críticas, que llevara adelante unos juicios que apuntaban a la línea de flotación económica de la recuperación del Sur (sin esos negros trabajando casi gratis, la economía sureña seguiría sin recuperarse de la catástrofe del a Guerra Civil) era garantía de escándalo mayor. La furia por los juicios se amplió a niveles insospechados. Las protestas ocurrieron en todo el Sur, la ola de linchamientos y disturbios fue aterradora (sobre todo para que los negros no atestiguaran) y tanto los diarios como los políticos e intelectuales sureños juraron y perjuraron que era una persecución contra la independencia del Sur. Incluso aseguraron que eso atentaba contra le orden natural de las cosas, y que solo apoyaban los juicios los “negros vagos”, no aquellos que eran respetuosos de la ley. Porque era obvio que si el negro conocía su lugar en el orden natural de las cosas nunca desafiaría a un blanco. Desde ya ese orden nunca implicaba mejorar las condiciones de vida de los afroamericanos. Este discurso encontró un propagandista natural en Thomas Dixon Jr, que se serviría de la literatura para justificar los puntos de vista de los blancos del Sur. Y, de paso, se convertiría en autor de dos de los best sellers más importantes de la literatura norteamericana de esos años. Continuará…


NOTA AL PIE: Para saber con más detalle del regimen de esclavitud disfrazada y los juicios que hizo Roosevelt, indispensable leer “Slavery by Another Name” de Douglas Blackmon, que dió pie para hacer esta nota. También hay un documental basado en el libro. Vayan y compren el libro si pueden. Absolutamente recomendado

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De cómo nace una nación – Parte 2 https://arbolesmuertosymuchatinta.wordpress.com/2015/03/07/de-como-nace-una-nacionparte-2/

Estamos en 1902, en medio de un clamor sin precedentes por los juicios que el gobierno federal de Estados Unidos (que preside Theodore Roosevelt) está haciendo en los antiguos estados confederados. El gobierno acusaba a varios prominentes propietarios e industriales locales de beneficiarse de un sistema legal de cuasi esclavitud para aplicar trabajos forzados a gente acusada de delitos de manera aleatoria, mayoritariamente negros (Para más detalles vayan y lean la primera parte de esta nota siguiendo el link).


EL SEÑOR DIXON

El escándalo era, como podrán imaginarse, de órdago. Las editoriales en los diarios sudistas se llenaban de invectivas contra lo que consideraban una injustificada intromisión en los asuntos locales, para defender a unas criaturas que – todos sabían – eran evidentemente inferiores a los hombres blancos y que debían ser controladas y dirigidas. En medio de todo el escándalo, aparecería un libro de ficción. Su nombre: The Leopard’s Spots. Su autor, Thomas Dixon, Jr.

NEGROS ENOJADOS CON LOS BLANCOS: EL TERROR DEL SEÑOR DIXON

Dixon había nacido en 1864 en Carolina del Norte y creció bajo el período inmediatamente posterior a la Guerra Civil, cuando el descalabro en el Sur era rampante. El ejército de la Unión se comportaba como un ejército de ocupación, la liberación de los esclavos había dejado en la ruina a la economía y la corrupción campaba a sus anchas. Su padre y tío fueron por un tiempo parte del Ku Klux Klan, que según su familia eran “su gente, la que nos protegen de que nos hagan daño”. Estos años marcarían profundamente su visión


del mundo, una que glorificaba un Sur mítico donde los blancos eran unos amos buenos y los negros vivían felizmente en la esclavitud y que destrozó una Guerra Civil insensata.

EN LA NOVELA THE CLANSMAN HAY POLITICOS QUE LUCHAN CONTRA LA INTEGRACION… POLITICOS COMO MISTER DIXON

Dixon fue un alumno brillante. Durante sus años como escolar se haría amigo de otro alumno llamado Woodrow Wilson. Ojo a este nombre, muchachos. Pero en 1884 dejaría la universidad para dirigirse a Nueva York para probar suerte como actor y periodista. Si bien no era mal actor, se dio cuenta que lo suyo era más escribir. Volvería al Sur y terminaría una carrera de abogado. Tras un paso por la política, decidió que lo que realmente quería ser era predicador. Se ordenaría como pastor bautista y comenzaría una exitosa carrera predicando, donde sus habilidades oratorias lograban gran éxito.

Un día fue a ver una representación teatral de La cabaña del tío Tom y se quedó asqueado por la forma en que retrataban a los sureños en ella –digámoslo a su favor: los personajes de la novela de Harriet Beecher Stowe son más encarnaciones de arquetipos


que personas, y generosamente les podemos decir “bidimensionales” -. Y decidió que había que escribir algo para contrarrestar esto. Así en 1902 publicaría “The Leopard’s Spots”, donde básicamente argumentará que son los negros liberados y los blancos igualitarios los que están destruyendo al sur. Incluso nombrará al blanco que apoya a los negros Simon Legree, igual que el esclavista principal de la Cabaña del tío Tom, manteniendo su maldad primigenia pero cambiando de lado. Finalmente, deberá surgir el Ku Klux Klan para detener los abusos de Legree y sus secuaces negros. Veinte años después, un segundo problema similar traerá a una nueva generación abogando (y triunfando) por una política supremacista que separe a blancos y negros.

EL SEÑOR DIXON DE VIEJO

El libro consiguió un éxito popular sin precedentes y no solamente en los estados del Sur. Su novela llegó a vender un millón de ejemplares. Fue otro paso más en la presión ejercida para que se enterrara los casos por esclavitud encubierta, que poco a poco fue minando a la administración Roosevelt. Finalmente habría condenas simbólicas de multas irrisorias y apenas habría cambios cosméticos al sistema.


Pero para entonces Dixon se había ya convertido en un novelista de éxito. Tras escribir “The One Woman: A story of modern Utopia” (1903) –donde se dedicaba a mostrar los peligros del socialismo- , escribió la continuación de su primer novela. El resultado sería The Clansman, donde volvemos a encontrarnos con los negros que están haciendo desastres tras la Guerra civil, apoyados por blancos del norte vengativos (pero NO por Lincoln, que aparentemente no quería liberar a los negros e hizo la guerra civil porque lo obligaron). Y por supuesto la única opción para evitar que los negros destruyan las residencias blancas, violen a las mujeres y aniquilen al Sur es que aparezcan los ensabanados del Ku Klux Klan – encabezados por ben Cameron, ex oficial confederado y héroe de la historia – para poner en orden a los revoltosos.

KKK, SALVADORES DEL SUR, SEGUN “THE CLANSMAN”

El libro – incluso vendiéndose a un dólar y medio, un valor muy alto en esos años- fue un nuevo éxito, convirtiéndose en un verdadero best seller. Incluso el propio hijo de Lincoln , Robert, lo alabó públicamente. Aprovechando esto, Dixon adaptó ambas novelas en una


obra de teatro que también cosechó salas llenas en todos lados donde se estrenaba. Aunque hubo voces disidentes que criticaban a la novela y la obra de teatro – su propio hermano, el reverendo A. C. Dxon, dijo que la obra de teatro era una cosa “podrida y horrible” – parecía que la gran mayoría de los norteamericanos –en el Sur y en el Norte – estaban de acuerdo con el segregacionismo y la mirada romántica sobre el sur de preguerra (donde todo era bueno cuando los blancos eran los malos y los negros los esclavos) que pululaba por las páginas del melodrama de Dixon. Uno de los que estuvo ahí en medio de ese éxito era un joven actor de teatro que empezaba a tener contacto con un nuevo medio. El nuevo medio era el cine. El actor, un tal David Wark Griffith. Continuará…

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De cómo nace una nación – parte 3 (Y final) https://arbolesmuertosymuchatinta.wordpress.com/2015/03/11/de-como-nace-una-nacionparte-3-y-final/

Si han venido siguiendo esta serie de artículos (y sino, pues vayan aquí y aquí) a esta altura sabrán que The Clansman, la novela de Thomas Dixon que le daba chapa al Ku Klux Klan como reconstructores del Sur pos guerra Civil, enfrentándose a los negros recién liberados que pedían (¡horror de horrores! ) igualdad ante la ley para ellos. Novela publicada cuando estaban recién terminados unos juicios que ponían en tela de juicio un sistema de trabajo forzado aplicado en el sur sospechosamente parecido a la esclavitud. Juicios que terminaron con condenas casi simbólicas y un maquillaje de las leyes para que fuera más “legal” el proceso pero que, en la mejor tradición gatopardista, cambiaron poco y nada la situación de los negros del Sur. Roosevelt perdería así el combate con la segregación sureña.

La caballería al rescate: El Klan carga contra los negros en The Birth of a Naiton.

De hecho, para 1913, llegaría a la presidencia norteamericana un político reconocido por sus ideas supremacistas. Me refiero al amigo de Thomas Dixon, el demócrata Woodrow


Wilson, que ganó la elección porque el partido republicano se presentó dividido entre los que apoyaban al presidente saliente, Howard Taft y lo que apoyaban a Theodore Roosevelt, que no había sido apoyado por su partido y se jugó a ser candidato por un partido independiente. Woodrow era un segregacionista convencido. Si antes de s presidencia, los negros tenían pocas opciones de conseguir justicia de parte del gobierno federal, ahora eso se había reducido a cero.

David Wark Griffith

Mientras tanto aparecía un nuevo medio de comunicación: el cine. Y en esos años, un antiguo actor devenido en director estaba teniendo mucho éxito. Su nombre David Wark Griffitth. Griffith, nacido en Kentucky en 1875, también venía de una familia blanca que había sufrido las consecuencias de la guerra civil. Y desde ya en su familia también había sufrido las tragedias del período inmediatamente posterior y había sentido que solo el Klan los había protegido.

Los negros amañaban elecciones. Claro, por eso no había que dejarlos votar…

Convertido en actor profesional, Griffith descubriría el nuevo medio y, primero como actor y luego como director, empezaría a trabajar en las películas. Poco a poco fue usando


todos los recursos cinematográficos del momento, tratando de contar historias cada vez más complejas. Para mediados de la década, Griffith quería intentar algo nunca hecho por el cine americano en esos años: una superproducción larga y épica. Necesitaba un libro lo suficientemente exitoso para adaptar. Y halló The Clansman.

Ni para villanos servían: actores blancos hacen de negros en Birth…

Griffith no escatimó esfuerzos ni presupuesto para desarrollar la película. Se calcula que gastó aproximadamente $110.000 dólares de esos años en el rodaje del filme. Griffith puso todo su conocimiento técnico detrás de su obra y todavía hoy el filme es considerado como LA película que definiría estilísticamente al cine norteamericano clásico, la obra que compiló su vocabulario básico. Los actores fueron elegidos básicamente del repertorio estable del director. Eso sí: conseguir extras negros fue muy difícil (no se me ocurre por qué =) con lo que hubo que recurrir a actores blancos con las caras pintadas de negro. Por cierto, que el protagonista masculino, el actor Henry Walthall, había en su juventud ayudado a su tío sheriff a capturar negros “prófugos” en el sistema que contamos en la primera parte de esta nota.

Henry Walthall, héroe de la película y antiguo venddedor de mano de obra condenada porque sí.

La película (titulada Birth of a Nation, en español El nacimiento de una nación) tuvo su premiere el ocho de febrero de 1915 en Los Angeles y su estreno oficial el 3 de marzo


siguiente. Y fue un éxito absoluto: llegó a recaudar 3 millones de dólares, una cifra fenomenal en esa época. Desde ya que hubo polémica: hubo protestas a favor y en contra de la visión histórica que presentaba Griffith. De hecho sería la primera película que se proyectó en la Casa Blanca, en una función a la que el presidente Wilson asistió.

Dos recortes que dejan claro que los negros estaban un pelín enojados…

Otra de las consecuencias que traería el éxito del largometraje sería el renacimiento del Ku Klux Klan. El primer Klan había sido reducido en la década de 1870. Peor en 1915, el éxito de la película haría que se refundara. Incluso mucha de la iconografía clásica que hoy conocemos del Klan (los trajes blancos encapuchados, la cruz en llamas) proviene de la novela y la película, porque el primer Klan no tenía eso establecido en ningún lado. Este Klan no solo sería anti negro: también sería anti inmigrante, anti semita, anti católico, prohibicionista y anticomunista. En la primera mitad de la década de 1920 se convertiría en un movimiento de masas hasta que varios escándalos entre sus líderes lo harían desaparecer como una fuerza política para convertiré en lo que es al día de hoy: un grupúsculo marginal en la política americana.

Una reunion del Ku Klux KLan real allá por los años veinte.


Thomas Dixon se opuso públicamente a este segundo Klan, con quien no compartía su anticatolicismo y antisemitismo. Siguió escribiendo novelas y perdería con el tiempo la fortuna ganada con sus éxitos, muriendo pobre en 1946. D. W. Griffith decidió responder a los críticos de su película con Intolerancia (Intolerance, 1916) un lujoso espectáculo que hablaba sobre los efectos de la intolerancia en la historia. Si bien también es considerada un clásico, el filme no recuperó sus costos. En la década siguiente su estilo narrativo quedaría pasado de moda. El cine sonoro lo relegaría definitivamente al pasado. Murió en 1948 olvidado, aunque ha sido econocido por la historia como uno de los grandes directores cinemátográficos, el tipo que resumió todas las búsquedas estilísticas hasta ese momento y las puso juntas por primera vez.

El sistema de ceder a prisioneros (casi siempre negros) para trabajar y así pagar su condena siguió existiendo en el Sur hasta la Segunda Guerra mundial. Las leyes segregacionistas siguieron existiendo hasta los primeros años de la década de 1960. Hoy, cien años después del estreno de El Nacimiento de una Nación, un presidente negro gobierna Estados Unidos. Me pregunto qué pensaría Thomas Dixon y D.W. Griffith al respecto. Les daría un soponcio, sospecho. Por cierto, tanto las novelas de Tomas Dixon como la película están ya en dominio público. Si quieren leer (en inglés) las novelas, pueden ir a: The Leopard’s Spots The Clansman Si quieren ver (y/o descargar) La película vayan a The Birth of a Nation


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Superhombres ibéricos https://arbolesmuertosymuchatinta.wordpress.com/2015/03/19/superhombres-ibericos/

Autor: Pedro Porcel Edita: Edicions dePonent, Alicante, 2014 Si alguno de ustedes se ha topado con el blog El Desván del Abuelito, sabrán que es uno de los mejores lugares en Internerd para saber sobre la cultura popular del siglo XX producida y consumida en España (y que muchas veces ha interactuado con Sudamérica por cierto). Informativo, bien escrito y con investigación minuciosa, el blog que regente Pedro Porcel es una delicia. Que el Propio señor Porcel saque este libro me daba muchas expectativas. Que no me ha defraudado tras leerlo. El libro se divide en cuatro secciones, dedicada cada uno a diferentes tipos de personajes que pueden calificar como superheroicos. La primera parte se dedica a hablar de los héroes y villanos del folletín y la novela pulp, personajes de antifaces y trajes elegantes que se enfrentan a trampas mortales de las que salen con su ingenio y sus puños, los más obvios antecesores del superhombre propiamente dicho. En segundo lugar tenemos a los arquetipos de la ciencia ficción primigenia: el científico loco listo para


arruinar al mundo con sus creaciones, el autómata a su servicio, los extraños laboratorios provistos de artefactos futuristas, etc. La siguiente parte se dedica a los personajes de mundos fantásticos que pulularon en las páginas de las historietas del siglo XX, que hoy podríamos definir de espada y brujería pero que no tenían tanta especificidad. Finalmente la última sección trata sobre los superhombres enmascarados que trajeron sus poderes a la historieta de la España franquista y Y DEMOCRCIA POSTERIOR. Dentro de esos cuatro bloques, Porcel hace un exhaustivo recorrido por cada uno de los personajes adscrito a alguno de esos géneros producidos alguna vez en España. Historietas y autores olvidados por el tiempo aparecen con fuerza en el libro. Autores como J. Canellas Casals y Alfons Figueras son recatados y develados en detalle para el público no especifico (y también para el conocedor, que igualmente se asombrará de la variedad de lo publicado en todo este tiempo en la cultura pop española), autores que merecen el reconocimiento por sus contribuciones creativas. Tal vez la principal crítica (y es una muy menor) es que el espacio dedicado a personajes o publicaciones salidas luego de la década de 1970 desciende bastante. Pero es una crítica menor para un libro que intenta recordar tanto en un espacio que es evidentemente limitado. Yo tengo claro que, a la hora de investigar sobre personajes hispanos con calzones largos, habrá que ir inevitablemente a este libro. Lo recomiendo absolutamente.

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Cinco libros sobre… Hoy: Andrés Accorsi https://arbolesmuertosymuchatinta.wordpress.com/2015/03/20/cinco-libros-sobre-hoyandres-accorsi/

Una cosa que siempre me ha interesado son los libros sobre temas como los que tratamos aquí. Libros que historicen y/o critiquen a los comics, el cine, la literatura popular, etc. Libros que merecen una leída. Pero, en vez de hacer mi propia lista, me parece mucho más interesante que algunas personas que respeto por sus conocimientos sobre uno de esos temas comenten ellos su elección personal de esos libros. Así que empiezo con Andrés Accorsi. Para quien no lo conozca, Andrés lleva años dentro del mundillo de la historieta argentina, traduciendo las historietas de la DC que sacaba a inicios de la década de 1990 la editorial Perfil, dirigiendo en esa misma década la señera revista de información sobre comics argentina Comiqueando, siendo de la organización de eventos tan importantes como Comicópolis y manteniendo un sitio de reseñas sobre historietas, 365 Comics por Año, tan bueno que hace que pueda evitar de escribir algo así yo aquí. Así que le pedí a Andrés que eligiera cinco libros sobre ocmics fundamentales y que explicara el por qué. Ahí abajo les dejo sus respuestas. ¡Gracias, Andrés!


No es fácil elegir cinco libros sobre comics, pero lo vamos a intentar.

1) MANGA, MANGA, MANGA! El gran libro de Frederick Schodt aparecido en 1979 abrió las puertas del comic japonés a especialistas y aficionados de todo el mundo occidental. Un trabajo completísimo, señero y revelador, luego complementado por una secuela maravillosa, el también indispensable Dreamland Japan.


2) THE COMIC BOOK HEROES A principios de los ´80, Will Jacobs y Gerard Jones serializaron en la revista Amazing Heroes una historia completísima sobre el comic americano que se iniciaba a mediados de los ´50. La primera recopilación en libro salió en 1984 pero la segunda versión, la de 1996, es más abarcativa, más polémica y más sustanciosa.

3) HISTORIETAS PARA SOBREVIVIENTES Bien investigado, bien escrito y con un espectro amplísimo, este libro de Carlos Scolari publicado en 1999 se centra en las revoluciones que se pridujeron a lo largo de los ´80 en el comic argentino, japonés, norteamericano, francés, italiano, español y hasta en Rusia, un panorama hasta entonces bastante desconocido.


4) HISTORIA DE LOS COMICS Por su magnitud, por el nivel de sus colaboradores y por la época en que salió, es muy difícil dejar afuera esta obra publicada en forma de 48 fascículos coleccionables por Toutain. Tiene algunas inconsistencias y algunos baches, pero cuando apareció en 1983 fue una puerta de entrada importantísima.

5) UNDERSTANDING COMICS En 1992, el historietista Scott McCloud nos sorprendió con un comic que habla del comic.


McCloud analiza la gramรกtica del Noveno Arte, su funcionamiento, sus posibilidades, los desarrollos en distintas partes del mundo y muchos aspectos mรกs con el rigor de un verdadero especialista y la onda y el talento de un gran artista.

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Placeres Prohibidos https://arbolesmuertosymuchatinta.wordpress.com/2015/03/24/placeres-prohibidos/

Título original: Guilty Pleasures,1993. Autor: Laurell K. Hamilton Serie: Anita Blake nro. 1 Edita: Gigamesh, Barcelona, 2006 Anita Blake tiene un trabajo cotidiano y uno excepcional. El excepcional es el de cazar vampiros previa autorización judicial. El normal es el de levantar muertos. Es que en su mundo los vampiros son – al menos recientemente- ciudadanos reconocidos, los muertos pueden levantarse sin inconveniente y las criaturas mitad hombre mitad animal (como los hombres lobo) tienen vidas prosaicas como cualquiera de nosotros. Lo excepcional de Anita es que en ambas tareas es excepcional: tiene una habilidad fenomenal para traer de nuevo a fallecidos y su capacidad para aniquilar vampiros le ha dado en esa comunidad el sobrenombre de La Exterminadora. Y eso que matarlos no es simple. El vampiro es más ágil, poderoso y veloz que un humano, haciendo que en un mano a mano, un humano se convierta en víctima normalmente.


Justamente en esta primera entrega, Anita se encuentra en un enredo que la deja envuelta en una intriga vampírica que tiene a la reina vampírica de su ciudad apurándola para descubrir unos crímenes entre sus súbditos… quedando metida en una intriga de poder en las que tiene todas las de perder. Anita resuelve todo con un poco de habilidad, un mucho de apoyo de Jean Claude (un sexy lord vampiro con el que tiene una relación de amor odio que se convertirá en motor de la serie) y un mucho de suerte. Reduciendo la novela a formula matemática podríamos decir que “(Mike Hammer + Blade el cazavampiros x cambio de sexo) + Mundo de Tinieblas = Anita Blake”. O sea, detective dura, y “nonsense” especialista en frases irónicas enfrenta a vampiros amorales y sexys que salen derecho de una novela de Anne Rice. Por supuesto fue una fórmula muy exitosa porque Laurell K. Hamilton ya va por 22 libros de la serie. Y que evidentemente tiene una de las grandes bazas en su protagonista, que es lo que podríamos definir como una máquina de cortar boludos: alguien que no se compra ninguna oferta que le hacen porque todas vienen con desagradables premios ocultos… y lo hace notar no importa quién sea el que está enfrente. Entretenido, ágil, disfrutable. Gran hamburguesa literaria. Iremos a por más.

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La aventura interplanetaria de Diego Valor https://arbolesmuertosymuchatinta.wordpress.com/2015/03/25/la-aventura-interplanetariade-diego-valor/

Hubo un tiempo en que los oyentes de la radio podían emocionarse con algo más que la retransmisión de un partido de fútbol. Antes de que los receptores de televisión se convirtieran en reyes de los hogares españoles, la radio cubría un más amplio espectro genérico: concursos, sermones morales, consultorios, música en directo, corridas de toros… Y las radionovelas, programas estrella en las horas de mayor audiencia. Aquellos de nuestros lectores más jóvenes no conocerán esta época; los que rocen al menos los cincuenta, recordarán a sus madres o abuelas zurcir los calcetines con la oreja puesta en Simplemente María o Lucecita, algunos de los últimos seriales melodramáticos y antecedentes del moderno culebrón. El melodrama —diseñado expresamente para un público femenino, que era el que pasaba más tiempo en casa— fue el género más exitoso y, de la Edad de Oro de la radiodifusión española —décadas de los 40 y 50—, podemos citar títulos como Lo que no muere o Ama Rosa, verdaderos hitos que acabarían incluso adaptados al cine, como hoy se trasladan los bestsellers de moda. No obstante, otros temas gozaron también de sus series populares: en el género policiaco citaremos a Taxi Key, en Radio Barcelona, o El criminal nunca paga, en Radio Madrid y la Cadena SER; y en el western, como no, a El Coyote y Dos hombres buenos, a cuyo servicio estaban los excepcionales guiones de José Mallorquí. Al revisar la producción de los años 50, más sorprendente nos resulta encontrar una serie de ciencia ficción… Pero existió.


El héroe del espacio Diego Valor protagonizó un serial de la Cadena SER que se prolongaría por cuatro temporadas, desde finales de 1953 hasta junio de 1958, con los títulos de Diego Valor, Diego Valor y el Príncipe Diabólico, Diego Valor y el Misterio de Júpiter y Diego Valor y el Planeta Errante. Fueron un total de 1200 episodios, que se emitían a las doce del mediodía, en su arranque, para continuar al poco a las siete y cuarto de la tarde, inmediatamente después de Dos hombres buenos. El origen de la serie es un tanto rocambolesco: en abril de 1950 se inició la publicación de la revista de cómics británica Eagle, obteniendo una excelente respuesta por parte de los jóvenes lectores. De todas la series aparecidas en sus páginas, la más popular —tenía honores de portada— era Dan Dare, Pilot of the Future, protagonizada por un coronel de la Flota del Espacio, en lucha contra el tiránico gobernante de Venus, Mekon. Había sido creada por Frank Hampson y, además de un dibujo notable —y un no menos brillante uso del color—, contaba con un cuidadísimo trabajo de documentación y creación de escenarios convincentes. El éxito de Dan Dare llevó a una temprana adaptación radiofónica para Radio Luxemburgo, que se inició en julio de 1951 y concluyó en mayo de 1956, con la voz de Noel Johnson en el papel estelar. Parece ser que fue de esta radionovela, y no del cómic original, de donde los responsables de Radio Madrid tomaron la idea para un nuevo serial. Adquirieron los derechos del personaje y, una vez con él en las manos, se tomaron todas las libertades del mundo para adaptarlo a los gustos nacionales. Como marcaba el clima ideológico de la época, Diego Valor era un español nacido en el año 2000 e, igual que Dan Dare, también era militar, aunque había sufrido una degradación respecto a su modelo, convirtiéndose en comandante. Valor, héroe admirado por toda la humanidad, emprende viaje a Venus. Entre los miembros de la tripulación hay una mujer, Beatriz Fontana, y aunque, como era de esperar, su relación con el protagonista acaba en idilio amoroso, su personaje resulta excepcional en comparación a otras féminas de la ficción de la época, pues no se limita al habitual papel de compañera pasiva del héroe, sino que interviene activamente en la trama y nos es presentada como mujer inteligente y capaz —científico y piloto espacial—, en igualdad de condiciones con los varones de la tripulación. En Venus los viajeros terrestres encontrarán tres razas: los brutales wiganes, liderados


por Mekong, dominan prácticamente el planeta; los artiles, más inteligentes pero poco dotados para la guerra, resisten con dificultad sus intentos de conquista, que pretenden extender al Universo entero; mientras los atlantes, tercera raza de origen terrestre, están aún en peor situación, sometidos a la esclavitud por los wiganes. Diego Valor se pondrá del lado de los artiles y con su colaboración —no hay nada como un hombre de la Tierra, y si es español mejor— conseguirán derrotar a los wiganes tras una gran batalla en la Luna. Pero sus hazañas no se detendrán ahí y el comandante Valor aún tendrá que correr posteriormente muchas más aventuras por el Sistema Solar… Los guiones del programa eran obra de Jarber, seudónimo de Enrique Jarnés, escritor habitual de la radio y los tebeos. Para la sintonía se utilizaba un himno compuesto ex profeso por Rafael Trabuchelli y música de Prokofiev, El amor de las tres naranjas — supongo que porque, en la España franquista, nadie se molestaba en pagar derechos de autor a un compositor soviético—. El primer actor que interpretó a Diego Valor fue Eduardo Lacueva, sustituido pronto por Joaquín Peláez, su voz definitiva. El papel de su amada Beatriz Fontana corrió a cargo de Juanita Ginzo, en un principio, seguida por Alicia Altabella y María Romero. Los restantes personajes fueron interpretados por Javier Dastis, Fernando y Daniel Dicenta, Encarnita Plana, María Jesús Cuadra, Rafael Fúster, Julio Montijano y Mario Moreno, entre otros actores del cuadro de Radio Madrid.

De la buena acogida de los oyentes es prueba el traspaso del personaje a otros medios. Sobre Diego Valor se hicieron cómics, un efímero programa de televisión y tres temporadas de teatro, con el propio Eduardo Lacueva como primer actor. Estas adaptaciones obligaron a todo un alarde técnico, pues su argumento de ciencia ficción obligaba a mostrar sobre el escenario variados efectos especiales, como podía ser el despegue de un cohete. De todo ello, por ser el papel impreso menos efímero, lo único que ha llegado hasta nosotros es su versión en cómic. Diego Valor fue publicado por Editorial Cid, empresa relacionada con la SER que distribuía habitualmente las versiones noveladas de sus seriales, como el citado Dos hombres buenos o Los Bustamantes, de Mallorquí. Agrupada en dos series, la primera se inició en 1954, dibujada por el tándem Adolfo Álvarez Buylla y Bayo —seudónimo de Braulio Rodríguez—, y constó de 124 números; la segunda, de 1957, sólo tuvo 44 números y es obra de Buylla y Jano, con el autor original, Jarber, como guionista en ambos casos. De la historieta sólo cabe decir que su aspecto gráfico era bastante mediocre —por no decir malo— y su principal sello distintivo era su formato, un tanto excéntrico: apaisado, como era tradicional en el cuadernillo de aventuras


español, en su primera época medía 10×20 centímetros, convirtiéndole en un tebeo aún más alargado que sus competidores, generalmente de 17×24. Si el presente artículo excita la curiosidad de algún lector, aún podrá encontrar los tebeos en librerías de viejo con cierta asiduidad, aunque los ejemplares originales son hoy objeto de coleccionista con una cotización desorbitada. Tal vez sea más económica, pero no más localizable, la reedición de 1986, a cargo de Ibercomic-mam, en veinte volúmenes recopilatorios de cien páginas cada uno.

No es tarea fácil, pues, acceder a este pionero de la ciencia ficción española, si no tomamos los atajos electrónicos que pueden imaginarse. Si su dibujo no es deslumbrante, ni su trama original —no ofrece demasiadas variaciones sobre el esquema «héroe de la Tierra derrocando a tirano extraterrestre», que ya articulaba la larga saga de Flash Gordon, allá por los años treinta—, sí posee un valor histórico indiscutible, teniendo en cuenta que el serial radiofónico fue contemporáneo de las primeras publicaciones españolas del género, las colecciones «Futuro» y «Luchadores del Espacio», donde aparecieron otras dos series de culto para algunos aficionados actuales: Capitán Rido y La Saga de los Aznar. Para escuchar un episodio del serial radiofónico: http://www.ivoox.com/diego-valor-los-monstruos-dormidos-1953-audiosmp3_rf_1352796_1.html

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¿De dónde te tengo? – Hoy: Andrew Robinson https://arbolesmuertosymuchatinta.wordpress.com/2015/04/01/de-donde-te-tengo-hoyandrew-robinson/

¿Qué tienen en común un asesino, el hermano de un tipo que se regenera por obra y gracia de seres del infierno, Liberace y un sastre extraterrestre? La respuesta: Andrew Robinson, el actor que los interpretó a todos y a muchos más. Robinson nació en 1942 en Nueva York. Su papá murió en la Segunda Guerra y su madre sufrió un colapso nervioso del que nunca se recuperó. El joven Robinson era un candidato a delincuente juvenil. Por suerte el gobierno se hizo cargo y lo envió a una escuela especializada en chicos con problemas. “Y gracias a Dios me enviaron ahí… Esa escuela me salvó el culo. De otra manera, hubiera estado en camino a un correccional de menores”, aseguró. Ahí terminó sus estudios y fue a la universidad, Pensaba ser docente. Pero empezó a estudiar teatro como hobby y le gustó.


Como Scorpio, el psicópata (basado en el misterioso y muy real Zodiac Killer) en Dirty Harry enfrentando a Clint Eastwood Cuando terminó su carrera, se puso a pensar seriamente en seguir su vocación y Ser actor. En 1969 consiguió un pequeño papel de patotero en un episodio de una serie. La mujer que lo eligió lo recordaría después, mientras preparaba el elenco para una película que iba a dirigir Don Siegel y en la que Clint Eastwood iba a dejar de lado su imagen de cowboy. La película era Harry el Sucio (Dirty Harry, 1971) y Robinson sería el rival de Eastwood. En el film era el maniático Scorpio, uno de esos villanos que todos recuerdan. ¿Cómo logró un desconocido como Robinson un rol tan jugoso como el del asesino que se dispone a matar a una persona por día a menos que le paguen cien mil verdes? Para el actor “la naturaleza andrógina del personaje viene del que yo fuera joven, tuviera pelo largo y facciones de nene. Y eso fue exactamente por lo que Siegel me contrató, por ese look, porque pensó que sería único tener a alguien que a pesar de parecer dulce e inocente hace esas cosas horrendas, en vez de contratar a alguien que luce como un matón. Siegel era el mejor. Aprendí más sobre actuar en films de él que de los otros directores con los que he trabajado”. Aún hoy, Robinson considera un gran honor haber trabajado en ese film y en el posterior Chailey Varrick (73) y lamenta no haber hecho más proyectos con Siegel. También le encantó trabajar con Eastwood, que nunca se puso en actitud de estrella.

Llorando todo el camino al banco en su interpretación de Liberace para la tele


El éxito en el papel de Scorpio resultaría ser un arma de doble filo, porque lo encasillaría en papeles de asesino. “Estaba furioso porque no podía sacudirme esta imagen de maníaco. Incluso me mandaron guiones con frases tomadas directamente de Harry el Sucio”. Durante toda esa época apareció en un montón de series de TV como Kojak, S.W.A.T., Kung Fu, Las calles de San Francisco, El increíble Hulk, Los Dukes de Hazzard y Brigada A, El quía agarraba cualquier cosa. Su papel más largo de este período fue en una telenovela llamada Ryan’s Hope, donde durante dos años haría de abogado. Harto del mundo del espectáculo, en 1981 se mudó a un pueblito en California, donde se dedicó a la carpintería y a enseñar teatro en la secundaria local. Cinco años le tomó curarse de “esa enfermedad llamada Hollywood”. En 1985, ya repuesto, decidió volver a actuar.

Jesus lloró: en la primera Hellraiser, uno de esos momentos gore de verdad. Empezó por el teatro, su medio favorito, logrando una gran actuación en la obra In the Belly of the Beast. Este papel pondría de nuevo en carrera a Robinson. Una carrera donde los papeles bofe serían menos que antes. Lo que no quiere decir que no los hubiera. “Seguro, voy a hacer películas estúpidas para televisión como The Rock Hudson Story (1990) si me pagan un montón de dinero. No soy tonto. Pero es en obras como Belly donde está mi nivel de trabajo. Y tuve unos cuantos de estos, como mi papel en Máscara (Mask, 85) de Peter Bogdanovich.”, Entre esos grandes papeles está el que hizo en Hellraiser (1987), en donde le toca ser el hermano cornudo del tipo que descubre la caja por la que salen los monstruos. “Amé Hellraiser porque en ella voy de ser el héroe a ser un monstruo”. También hizo de Liberace en un film para TV, que le pareció divertidísimo. Tuvo apariciones en películas como Trancers 3 (1992) y Chucky 2 (Child’s Play 2, 1991), por nombrar filmes ce esos que nos gustan a todos. También actuó en Cobra (1986), “una de las peores películas que hice”.


Garak, el encantador sastre-espía cardassiano que le dará de comer por años a Robinson. Al menos yendo a convenciones trekkies. Hasta que le cayó el personaje de Garak, el cardassiano de Star Trek: Abismo Espacial Nueve, tal vez su papel más conocido junto al de Scorpio. Y una interpretación que le encanta, “Es una buena serie, Los guionistas son muy buenos. Créanme, si alguien me hubiera dicho hace diez o quince años. cuando estaba en medio de esa enfermedad de ‘quiero ser una estrella’, que iba a estar en una serie espacial haciendo de un tipo con una máscara de goma, y disfrutándolo, le hubiese dicho que estaba loco. Pero lo amo”. Incluso todavía hoy es un asiduo participante de convenciones trekkies y ha escirto una novela de la serie protagonizada por Garak.


La novela sobre Garak que escribió nuestro personaje de hoy. ¿No les dije que iba a seguir morfando con Trek? Ya sin fantasmas que lo molesten, aceptando que su papel como Scorpio fue lo más significativo que ha hecho, pero a su vez, lo que tapó ciertas cosas en su carrera, Robinson se reconoce como un tipo que vive gracias a la televisión y se divierte con el teatro. Y sabe que tal vez algunas de las personas que lo han visto haciendo de sastre cardassiano lo reconozcan y se pregunten: “Y a éste, ¿de dónde lo tengo?”, -Roberto Barreiro

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El vengador https://arbolesmuertosymuchatinta.wordpress.com/2015/04/08/el-vengador/

Título original: Death Wish, 1972 Autor: Brian Garfield Edita: Javier Vergara Editor, Buenos Aires, 1979 Odio cuando compras un libro usado y descubres que faltan páginas para el final. Especialmente cuando el libro está tan interesante como éste. Paul Benjamin es publicista neoyorquino, esposo fiel, con una hija recién casada, y liberal… hasta que una noche un grupo de vándalos entra a su casa mata a su mujer y viola y deja catatónica a su hija. Ahí el tipo descubre que hay una horda de otros (negros, drogadistos, malechores) que tienen rodeados a todas las buenas personas que viven en burguesa paz. Pero en vez de salir a reclamar mano dura, decide que él es el único que puede darla. Y ahi empieza su carrera como vigilante urbano.


Desde ya este es un sueño húmedo de todo señor de derechas. Incluso antes que sepa lo que le pasó a su mujer tiene un par de frases que hacen que su “progresismo” sea tan creíble como el del “ingeniero” Blumberg. No por nada este libro fue la base para la película que hizo a Charles Bronson el ícono de todos los vigilantes parapoliciales de los setentas y ochentas. Pero la novela tampoco es tan simple. Por un lado el proceso mental que cuenta como un tipo es capaz de decidirse a hacer eso está muy bien llevado, convirtiendo a la novela principalmente en un monólogo psicológico. Es como si Dostoievski escribiera una novela criminal pero desde el punto de vista de los afectados por un crimen. “Crimen con castigo” podría ser el título alternativo. Y además hay una descripción de la Nueva York de los setentas ocmo jungla urbana muy interesante, coincidente con muchas obras de la cultura pop de esos años. Una ciudad decadente, abandonada, donde todo esta a punto de irse al joraca. Desde ya una visión parcial (falta toda la parte de explosión creativa y cultural de esos años) pero definitivamente una visión muy poderosa. El día que lo consiga entero, juro que voy a releerlo

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AMyMT – El E- Zine Especial Salgari está aquí https://arbolesmuertosymuchatinta.wordpress.com/2015/04/21/amymt-el-e-zine-especialsalgari-esta-aqui/

Como no me gusta perder diez años de trabajo, he decidido que es hora de compilar en formato e-zine los archivos de mi anterior blog. Y empezamos con el Especial que en su momento le dediqué a uno de mis autores favoritos, Emilio Salgari. En el zine que tienen a continuación para descargar gratuitamente, encontrarán todas las reseñas que hice de las novelas de Salgari, además de textos que publiqué en otros lados. En el pack hay cuatro formatos diferentes para que elijan el que deseen. Puede ser en mobi o epub (para sus dispositivos moviles preferidos), en pdf en formato vertical (para imprimir en papel y leer) o bien en formato apaisado (por si lo quieren leer desde la computadora). Finalmente, si les cansa descargar algo, pueden leerlo en Issuu. Descarguen el Especial Salgari aquí Por cierto, tambien está disponible el Especial Peligro Amarillo, dedicado a amenazas supercriminales que vienen del Extremo Oriente. Pueden bajarla yendo a el apartado en la cabecera que dice “Arboles Muertos y Mucha Tinta – el Ezine . Allí encontrarán el link correspondiente. Bueno pues disfrútenlo. Pronto habrá más de ellos


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Jack London: Tras las huellas del lobo https://arbolesmuertosymuchatinta.wordpress.com/2015/04/23/jack-london-tras-lashuellas-del-lobo/

En Estados Unidos, país formado por inmigrantes en busca de fortuna, uno de los mitos populares de más arraigo es el del selfmademan, el hombre hecho a sí mismo. Rico, competente y orgulloso, curiosamente padece de una extraña debilidad de memoria sobre sus orígenes humildes, cuando no adopta una actitud de arrogante desprecio a los menos afortunados, basada en la falaz teoría de que si él ha podido llegar a la cumbre, los que no lo consiguen es por vagancia o porque no lo desean lo suficiente. Jack London, que desde la más absoluta de las miserias acabó por convertirse en el escritor mejor pagado de su tiempo, jamás menospreció a sus congéneres ni olvidó. De hecho, si para caracterizar su obra tuviéramos que resaltar un rasgo único, éste sería el continuo recurrir a la peripecia personal como fuente inspiradora de sus narraciones. A Jack London, nacido en 1876 como John Griffith Chaney, le tocó en suerte un mal momento para venir al mundo. El proceso de colonización de los territorios vírgenes del Oeste había concluido, al tiempo que una terrible crisis económica permitía levantar grandes imperios económicos al mínimo coste posible, nutriéndose de millones de desempleados dispuestos a trabajar por un salario ínfimo que paliara un poco su pobreza. London, desde muy niño, probó los amargos fundamentos del sistema: «Con siete años robé un trocito de carne a una niña pequeña. Habría vendido mi derecho a la primogenitura por un plato de sopa. Con ocho años tuve mi primera camisa, una prenda sucia, pobre, sobre la cual no quería ponerme nada para que todos pudieran ver mi camisa. Con diez, vendía periódicos por la calle, desde las tres de la madrugada hasta que empezaba la escuela. Nunca tuve un juguete. No tuve infancia. Nunca fui un niño. ¡Hambre, hambre, hambre! Desde la época en que no conocía ningún otro grito que el de mi estómago hasta ahora, en que el grito es otro más elevado: hambre, sólo hambre».


London reflejó las rudas y aventureras circunstancias de sus años mozos en medio centenar de volúmenes, entre novelas, relatos y artículos. En su primera historia, Un tifón en las costas japonesas, narración de dos mil palabras con la que ganó en 1893 un concurso organizado por un periódico, ya utilizaba sus recuerdos como marinero cazador de focas. Después nunca abandonó el método que tan buenos resultados le daba. London escribía con más atención a la historia que al estilo, e utilizaba el tono del narrador oral, con frases cortas de estructura sencilla, escogiendo antes la repetición que circunloquios que oscurecerían el mensaje. Cuando tomamos uno de sus relatos, frecuentemente tenemos más la sensación de ser oyentes directos que meros lectores; nos implicamos en lo narrado, perdemos el distanciamiento del espectador para embebernos en las peripecias descritas, que intuimos reflejo artistificado de una dura realidad. ¿Alguien puede relatar mejor la historia de un muchacho agotado por el trabajo y que no ve nunca la luz del sol, si él a los trece años pasaba hasta dieciséis horas de pie tras una máquina? ¿Quién explicará con mayor viveza el tormento del fracaso y el hambre que el que lo ha padecido? ¿Quien describirá mejor los tormentos de la prisión que el encarcelado por el simple hecho de vagabundear sin trabajo?

Consciente desde temprano de la explotación de que era objeto, se rebeló contra el trabajo físico embrutecedor y dedicó todo su esfuerzo a autoeducarse e intentar convertirse en escritor profesional, la única salida a su destino como bestia de carga. Pese a conseguir asistir a la universidad y recibir la influencia educadora de compañeros intelectuales del movimiento sindical, la biblioteca pública fue su verdadera escuela. Fue lector voraz e indiscriminado, y aunque su autodidactismo dio frutos extraordinarios, como sus libros testifican, propició una ideología llena de contradicciones, compuesta por el extraño maridaje entre el Manifiesto comunista, de Marx, y el darwinismo social de Herbert Spencer. Por un lado, mirando a su alrededor, comprendía la vida como un proceso de selección natural, una lucha en la que sólo los más aptos estaban destinados a sobrevivir; por otro, revolviéndose contra la injusticia que había sufrido en propia piel, sentía la necesidad de luchar activamente contra esta situación, en auxilio de los desfavorecidos. Lejos del progresismo de salón de los socialistas fabianos, esto le llevó a


participar en actos como la marcha hacia Washington de miles de desempleados, en 1894, o a afiliarse al recientemente fundado Socialist Party, pronunciando conferencias en su nombre y llegando a presentarse como candidato a alcalde de Oakland. Más que al propio autor, probablemente sorprendería a muchos de sus contemporáneos la actual consideración como escritor para jóvenes del «Rojo London», cuya ideología consideraban nefasta para sus hijos, llegando incluso a exigir la retirada de sus libros de las bibliotecas y organizando piras donde quemarlos. Si bien en su corta vida escribió muchos relatos intrascendentes por motivos puramente económicos, London hizo caso omiso a los improperios de la escandalizada sociedad bien pensante y no renunció nunca a un posicionamiento crítico hacia lo que él consideraba la mala gestión del Capital. Su apoyo a la revolución y a la clase trabajadora se trasluce no sólo en ensayos y artículos, sino también en numerosos relatos, como El sueño de Debs, La fuerza de los fuertes, Al sur de la grieta o El mejicano, por citar sólo unos pocos, o en su novela de anticipación El talón de hierro, considerada por muchos su obra más personal, una estremecedora profecía sobre la ascensión del fascismo y la guerra mundial, detenida en la ficción por una huelga general de los obreros americanos y alemanes. No hemos de suponer, sin embargo, que nos encontramos ante un autor panfletario. Jack London es, ante todo, un soberbio narrador de aventuras y aunque en sus textos halló reflejo su pensamiento político, éste no se impone nunca a la acción continua y la emoción, permaneciendo, a veces, imperceptible si no se lee entre líneas.

Tal actitud concienciada no habría supuesto un inconveniente, protegido por su renombre artístico, si junto a ella no hubiera andado a menudo una cierta megalomanía, origen de buena parte de sus problemas. Con sus ingresos London podía haber llevado una existencia cómoda, sin embargo siempre vaciló al borde de la ruina. Gastaba su dinero sin ningún tipo de control en ostentosas donaciones para la revolución o financiando granjas modelo, equipadas con la tecnología más moderna, pero desastrosas económicamente. Por eso, aunque Jack London siempre pensó que la sinceridad era la principal condición para construir buenos relatos, y se consideraba a sí mismo como un escritor realista, se


deben manejar estas afirmaciones con bastante precaución. London tenía más de romántico que de realista. No se trata, es cierto, de un autor como Verne o Salgari, cuyos relatos se basaban en conocimientos puramente librescos. En cada una de las obras de London podemos encontrar un paralelismo con su biografía: el marinero y guardacostas, en El lobo de mar y Relatos de la patrulla pesquera; el buscador de oro en Alaska, en La llamada de lo salvaje y Colmillo blanco; el obrero casi analfabeto que acaba por convertirse en un escritor de prestigio, en Martin Eden… Usó de su experiencia particular para una soberbia descripción de situaciones, tipos y ambientes; pero en ningún momento su mirada es metódica y desapasionada. Su percepción está condicionada por el espejo deformante —hermosamente deformante— de su idealismo.

La mayoría de sus personajes son versiones magnificadas de sí mismo, incluso esos lobos y perros asilvestrados de sus novelas de animales. Siguiendo un poco la doctrina del superhombre nietzschiano, el héroe de London se mueve impulsado por la voluntad de poder, en persecución de una libertad sin barreras, por encima de vínculos y ataduras artificiales. Prefiere actuar a reflexionar. La civilización, por tanto —y he aquí la principal contradicción con su pensamiento socialista—, debilita al hombre que, convertido en una mera máquina de pensar, renuncia a buena parte de sus facultades y merma su capacidad de combatir. La única directriz, ante la cual todo está permitido, es la lucha por la supervivencia o, como dice en La llamada de lo salvaje, la ley del garrote y el colmillo: «Había que dominar o ser dominado; y la piedad era una señal de debilidad. En la vida primitiva no existía. Se confundía piedad con temor y ello acarreaba la muerte. Matar o morir, comer o ser comido: tal era la ley». En una concepción dionisíaca de la existencia considera que la vida, pese a su sin sentido y a todo el dolor que conlleva, merece ser vivida plenamente. Y esa aceptación de sus tramos amargos como parte indivisible le llevan, de igual modo, a aceptar la muerte como conclusión natural. Toda la rebeldía, todo el empeño puesto en sobrevivir, se transforma en serena aceptación cuando el momento final llega. Pocos escritores han sabido describir con mayor habilidad esos instantes fatales. Cuentos como Ley de vida son ejemplares al respecto. En él un viejo indio aguarda la muerte en la soledad del desierto ártico; sus fuerzas le han abandonado y de


ser un miembro útil de su tribu se ve convertido en una carga. ¿Por qué aferrarse a una vida marchita? Convencido de que es lo mejor para todos, deja de seguirles y se sienta a esperar que su llama se apague, sin dramas. Tal opción puede parecernos cruel, no justificable en una sociedad moderna; pero Jack London la aplaude y la asume en sí mismo, según parece…

Una noche se inyecta una sobredosis de morfina que acabará con él. Tenía sólo cuarenta años, pero su salud estaba prematuramente arruinada por el alcoholismo al que su vida marginal le había abocado. Además, sus múltiples problemas económicos y la infelicidad conyugal no contribuían a aliviarle. Nunca sabremos si fue accidente o suicidio; aunque, si hemos de atender a la coherencia con la que decidió cada uno de sus pasos, no es atrevido suponer que tomara la muerte por propia mano. A fin de cuentas, debió considerar, mientras la luz huía de sus ojos, que había cumplido con su tarea como el indio del relato.

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El crimen enigmático https://arbolesmuertosymuchatinta.wordpress.com/2015/04/24/el-crimen-enigmatico/

Título original: Sospecho que “EL VAMPIRO ROJO” (1931) Autor: “Jack Forbes” (seudónimo de Adelardo Fernandez Arias) Colección: Novelas Policiales n°1 Edita: Littere, Buenos Aires, 1945 Tal vez lo primero que haya que contar aquí es el pequeño trabajo investigativo que hubo tras esta reseña. Por un lado sabía por un post del Museo Iconográfico de la Literatura popular (que regenta el infatigable Carlos Abraham) que esta era una ignota editorial argentina de la década de 1940. Por otro lado, preguntando en el grupo de Facebook de la revista Barsoom (grupo y revista que recomiendo para todo curioso de la literatura pulp, popular o como quieran llamarla por las interesantes discusiones que salen ahí) pudimos descubrir al autor detrás del seudónimo y la que, creemos, sea la novela original a la que se le cambió el nombre. Don Abelardo Fernandez Arias fue periodista (dirigiendo el semanario satírico El Duende), guionista y director ocasional de cine mudo y uno de los primeros escritores policiales de España. Durante el período de entreguerras produciría una cantidad impresionante de


relatos policiales con títulos decididamente macabros. Entre ellos destacamos aquí las historias de Gu Gu, genio supercriminal a la usanza de Fantomas, serie del que está novela forma parte. En un hotel de Suiza encuentran el cadáver de un hombre desnudo, sin marcas de violencia y desangrado con una aguja clínica. Una mujer que estaba con él ha desaparecido. Nadie sabe quién es el muerto ni el motivo de su muerte. Pero todo coincide con otras muertes similares que se han dado alrededor del mundo, muertes de hombres de negocios. El asesino ha sido llamado por la prensa como “el vampiro rojo” y para el mejor detective británico en realidad es obra del genio criminal Gu Gu, del que nadie sabe nada, incluso si sexo. Lo que hace particularmente morboso el hecho que éste tenga de confidente íntimo/a a una mujer. Por cierto, eso es un detalle interesante: hay ciertas insistencias en la historia (como el no saber el sexo del villano o ciertas referencias a prácticas sadomasoquistas) que le dan un tonito mórbido a la historia. Un toque kinky. Por cierto, aunque se descubre qué ha pasado al final, esto no hace que Gu Gu (PÉSIMO NOMBRE PARA SUPERCRIMINAL YA QUE ESTAMOS) sea detenido y ni siquiera amenazado. Es casi demasiado fácil: Gu Gu siempre está un paso más adelante (incluso en el giro final que no voy a revelar). Lo que curiosamente, le saque bastante interés a la novela. Nunca uno tiene la sensación que alguien pueda siquiera encontrar una pista para detener a Gu Gu. O sea su propia genialidad juega en contra que el relato sea entretenido. Sospecho que esta edición no contaba con el permiso del autor. No solo por el cambio del título sino porque hay un traductor (J.C. Lazzoli) de una novela española… lo que me hace pensar que era un intento de despistar a cualquier persona. Eso o tenemos a alguien que creía a pies juntillas los chistes de gallegos. En fin interesante descubrir que en la España republicana la literatura popular tenía creado su propio genio supercriminal autóctono. Y la tapa es una gloria.

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¿De Donde te tengo? – Hoy: Cameron Mitchell https://arbolesmuertosymuchatinta.wordpress.com/2015/04/30/de-donde-te-tengo-hoycameron-mitchell/

Si alguien merecía estar en esta sección es él. Estuvo en toda clase de películas y series de televisión habidas y por haber. ¿Cuántos otros actores conocen ustedes que pueden decir que actuaron junto a Marilyn Monroe, Jack Nicholson o el actor porno John Leslie? Y, por supuesto, sin olvidarse que en la serie de TV El Gran Chaparral era Buck Cannon, el hermano borracho y quilombero, aunque laburante, de ese clan familiar que competía con los Cartwright. Señoras y señores, de pie, que hoy hablamos de CAMER0N MITCHELL. Su nombre real era Cameron McDowell Mizel y había nacido en 1918. Su viejo era un predicador protestante que no favoreció las inclinaciones artísticas de su hijo, sino más bien lo contrario. Incluso lo amenazó con dejarlo fuera del testamento si seguía intentando ser actor. Pero el cabezota de Cameron siguió en sus trece, se fue a Nueva York y en 1939 comenzó a tener sus primeros papeles en Broadway.


Tras algunos pequeños trabajos, la guerra interrumpió todo y estuvo dos años en la Fuerza Aérea de los Estados Unidos. Al volver de la guerra, la MGM le ofreció un contrato, Su primera película fue Fuimos los Sacrificados (They were expendable, 45) con John Wayne como protagonista. A partir de allí no pararía de actuar en películas o televisión durante cuarenta y cinco años. ¿En qué pelÍculas actuó? En las que se les ocurra. ¿Hizo comedias sofisticadas? Como Casar a un Millonario (How to marry a millonarre?, 53) lo tiene en el papel del t tipo que termina consiguiéndose a Laureen Bacall, mientras Marilyn y Betty Grable se consiguen pareja por otro lado. ¿Drama intelectual, de esos profundos, que le gustan a la crítica? Muerte de un Viajante (Death of a salesman, 52) lo tenía en el co-protagónico junto a Frederic March. Monkey on my Back (57) lo tiene haciendo de un boxeador adicto a la heroína (¡Basada en una historia real!), algo muy fuerte para la época. Fue la voz de Cristo en El Manto Sagrado (The Robe, 53). Filmó con Samuel Fuller Hell and High Water (54) y House of Bamboo (56), Estuvo en una de las primeras peliculitas de la nueva moda (para los cincuenta) de la ciencia ficción: Conquistando a Marte (Flight to Mars, 50). Y actuó en el hit en 3D La Bestia Negra (Gorilla at Large, 54), entre otras cosas.


Y si creían que en los cincuentas, Mitchell laburaba mucho, espérense a ver lo que hizo la década siguiente. Apremiado por las deudas que tenía en su vida privada, el tipo decía que sí a todo. Anduvo como actor freelance por América y Europa. Mario Bava lo dirigió en varios films, incluyendo Seis Mujeres Para el Asesino (Ser Donna pre l’assasino, 63). Hizo de motoquero bueno en The Rebel Rousers (67)junto a Nicholson, Bruce Dem y Harry Dean Stanton. Protagonizó Museo de Cera 2 (Nightmare in Wax, 66) haciendo de un cuidador del lugar que, además, es un maquillador chiflado. Actuó en cualquier cantidad de verdura.

Y de 1967 a 1971 fue uno de los actores de El Gran Ghaparral. Con el papel de Buck, un tipo jodido a veces y con sus defectos, pero que siempre iba al frente cuando surgía algún problema.


En los setenta y ochenta continuó laburando donde fuera. Hizo pelis de karate (Enforcer from Death Row, 75), de bichos vueltos locos que atacan a humanos (The swarm. 78) y narró una película “mondo”, Death, The ultimate Mystery( 75). Incluso hizo una de un psycho killer que mataba gente con herramientas en Toolbox Murders (78), la primer película de Abel Ferrara. Y hasta estuvo en algunos episodios de La isla de la Fantasía (¡el cheque, Tatú, el cheque!),

Y cuando un papel en Mi Año Favorito (My Favorite year,82) parecía devolverle cierta respetabilidad profesional, ¡el tipo va y actúa en Dixie Ray, Hollywood Star, un pornete con John Leslie y Lisa de Leeuw! Aclaremos que Cameron no moja el bizcocho delante de cámaras y sólo tiene un pequeño papelito, para que puedan usar el nombre. Pero igual es


demostrar una carencia absoluta de habilidad para elegir films. Sus últimos films quedaron dentro del cine de terror de bajo presupuesto. Recién en los noventa dejó de trabajar, tal vez porque el físico no le daba más, tal vez porque lo llamaban menos. Y en 1994 se murió de cáncer, dejándonos a todos los que vimos más de una vez su cara, sin posibilidad de verlo aparecer en otra película y hacer que nos preguntáramos “Che, a este lo conozco, ¿De dónde lo tengo?”.

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Justicia robótica (1958) https://arbolesmuertosymuchatinta.wordpress.com/2015/05/06/justicia-robotica-1958/

Autor: Clark Carrados (seudónimo de Luis García Lecha) Colección: Espacio n° 102 Edita: Toray, Barcelona, 1958 Hay una compañía minera lunar que está siendo víctima de sabotaje. Su prodigiosa técnica experimental que permitirá enviar el mineral a la Tierra sin necesidad de usar naves espaciales está siendo atacada antes que pueda implementarse. Hay varios sospechosos posibles y el detective contratado para resolver la intriga es el robot humanoide Kabé, protagonista de varias novelas de ciencia ficción de Clark Carrados. Carrados (seudónimo de Luis García Lecha) es uno de los autores clásicos de la literatura de bolsilibros española entre las décadas de 1950 y 1980. Entre seudónimos vairos, escribió centenares de libros de todo género posible. Todavía hoy sus relatos fantacientíficos siguen teniendo un público fiel. Si nos atenemos a esta novela, uno podría decir que esta es básicamente un relato


policial disfrazado de ciencia ficción. El mismo argumento podría servir cambiando detalles cosméticos. Lo único efectivamente de ciencia ficción es que el robot detective Kabé tiene un cerebro positrónico donde las 3 leyes de la robótica de Asimov funcionan y se encuentra al fina en la imposibilidad de atacar a un humano, con lo que casi se escapa. Casi porque… nah no cuento. Los finales no se develan Dentro de lo previsible no es una mala novela. Carrados efectivamente escribe bien, las páginas pasan rápidamente y el final está bien, aunque un lector poco sagaz descubrirá al culpable rápidamente, siguiendo el axioma de toda lectura de novela de Agatha Christie: si parece culpable, no lo es y viceversa. En síntesis, bolsilibro sólido escrito por uno de los mejores autores del formato.

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Nuestro amigo el átomo (parte 1) https://arbolesmuertosymuchatinta.wordpress.com/2015/05/14/nuestro-amigo-el-atomoparte-1/ “Cuando mucha gente piensa en los átomos, piensa en bombas. Les enseñaremos los ilimitados usos pacíficos de la energía atómica” (Walt Disney)

Dwight Eisenhower, el presidente yanqui preocupado por le programa Atoms for Peace Para mediados de la década de 1950, la paranoia atómica estaba en su máxima expresión. Popularmente, la energía atómica era básicamente reducida a Hiroshima y Nagasaki y todo lo que eso implicaba negativamente. Pensar en usos positivos de la energía atómica era algo impensado para la mayoría de la gente en esos años. Lo cual tenía complicado al gobierno de Dwight Eisenhower, que estaba tratando de generar proyectos para el uso pacífico de la energía atómica. Incluso había organizado una campaña pública llamada “Atoms for Peace” (Átomos por la paz) para cambiar esta visión negativa de la energía atómica. Pero, para lograrlo, necesitaba que hubiese un comunicador nato que pudiera explicar esto a la gente de manera sencilla, confiable y creíble. Por suerte había una persona que cumplía con esos requisitos: Walt Disney.


El Tio Walt Disney en su versión amigable La posición procapitalista, anticomunista y americanista de Disney era por todos conocida: desde la huelga de sus estudios en la década de 1940 (que merece una nota otro día), Walt era un febril cazador de rojos, colaborando activamente con el Comité de Actividades Antiamericanas en el período de caza de brujas y formando parte de la Motion Picture Alliance for the Preservation of American Ideals, uno de los principales grupos de presión conservadores dentro de la industria cinematográfica. Además era un gran comunicador, dispuesto a arriesgar en medios poco explorados… como en esos años pasaba con la televisión, por ejemplo. Sus documentales sobre la naturaleza y la Ciencia eran un ejemplo de claridad y comprensión, explicando claramente a un público lego temas complejos.

El tío Walt en su versión no tan amigable: denunciando rojos ante el Comité de Actividades Anti Americanas Además Disney era un convencido que la ciencia podía hacer un mundo mejor, si se aplicaba adecuadamente. Su visión de una sociedad ideal era la de un capitalismo amable, que ofrecía seguridades materiales a todas las personas y lugares para vivir cada vez más limpios, seguros y saludables. En ese sentido su visión era más “pro” que


“anti”: creía que el capitalismo triunfaría sobre el socialismo demostrando que generaba mejores condiciones de vida para los hombres. Y para conseguir eso, aprovechar los avances científicos era de suma importancia. Como, por ejemplo, la energía atómica, una fuente de energía que se vislumbraba más duradera y poderosa y menos contaminante que las energías tradicionales.

afiche del programa Atoms for peace Walt Disney decidió apoyar completamente el programa “Atoms for Peace” del presidente Eisenhower. Para realizarlo, necesitaba el apoyo de consultores científicos que pudieran ayudarlo a explicar de manera sencilla y comprensible para el público lego el proceso atómico. Por suerte ya tenía a ese consultor: el doctor Heinz Haber.

Heinz Haber, físico aleman , ex-nazi, moderno divulgador. Haber era un doctor en física alemán que, durante la guerra, hizo trabajos científicos para la Luftwaffe (la fuerza aérea alemana). Una de las cosas que desarrolló fue un espectógrafo. Otra cosa que también hizo (al menos eso se dice) fue usar prisioneros de los campos de concentración de Dachau para experimentar sobre los efectos del vuelo en las personas. Cosas como los cambios de presión, los efectos gravitatorios, etcétera.


Desde ya los prisioneros sobre los que se experimentaban terminaban habitualmente muertos y disecados en nombre de la Ciencia. Obviamente, esto nunca fue óbice para que Haber fuera uno de los científicos que la Operación Paperclip permitió emigrar a Norteamérica para participar en el desarrollo científico yanqui como inocentes profesores alemanes que nunca habían hecho nada más grave que hacer investigaciones teóricas. Para la década de 1950 trabajaba en la universidad de California y se había convertido, junto con Werner von Braun y Willi Ley, en uno de los más interesantes divulgadores científicos de la época. De hecho ya había colaborado con Disney en un documental sobre la conquista espacial que había sido muy exitoso.

Eisenhower visitando una instalación atómica, de esas que tenía preocupada a la gente y a la que le venía bien calmar con un especial del tío Walt Por este motivo, Haber fue el encargado de escribir un libro sobre cómo cómo la ciencia había desentrañado los misterios de la energía atómica. Editado por la Western Publishing –que desde hacía años tenía una muy fuerte relación con Disney, publicando por ejemplo todos sus comics –, el libro de haber estaba profusamente ilustrado por muchos artistas de Disney, con un estilo muy moderno que se complementaba admirablemente con el ágil relato de Haber. Pero el producto daba para más y Walt decidió hacer otro especial televisivo versionando el libro. Ambos funcionaban simbióticamente, aportando uno datos que el otro dejaba fuera y persiguiendo ambos el mismo fin. Dirigido por Hamilton Luske, un veterano animador de los estudios Disney y estrenado el 23 de enero de 1957 dentro del programa Disneyland, Our Friend the Atom (o Nuestro Amigo el Atomo como lo conocimos en español) se convertía en un éxito de público y crítica. Continuará…

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Nuestro amigo el átomo (parte 2) https://arbolesmuertosymuchatinta.wordpress.com/2015/05/20/nuestro-amigo-el-atomoparte-2/ …o como Disney hizo que dejáramos de preocuparnos y amáramos la Bomba

Como vimos en la entrega anterior, Nuestro Amigo el átomo fue el proyecto de documental y libro con el que Walt Disney pretendía ayudar a la política del presidente Eisenhower para que la gente empezara a ver a la energía atómica de manera positiva. El resultado fue un producto muy exitoso, que fue visto y/o leído por muchos niños en esos años.


Uno de los motivos de su éxito fue evidentemente su claridad conceptual. Tanto el libro como el documental son un gran ejemplo de cómo hacer comprensibles para el público lego procesos científicos complejos.


Nuestro amigo el átomo arranca explicando la relación en esos años entre el hombre y la energía atómica usando un antiguo relato de las Mil y Una Noches: el del pescador que encuentra un genio en una botella. Al destaparla y salir el genio, este asegura que matará al pescador. Este, usando su ingenio, logra meter de nuevo al genio en la botella y así logra someterlo a su poder. La comparación entre el genio con la energía atómica (algo con terrible poder que puede destruir pero, usando la inteligencia humana, también puede ser beneficioso) funciona como el punto de partida de un recorrido por la historia de cómo se llegó a la fisión del átomo. Recorrido muy bien ilustrado por los animadores de Disney que generan unas imágenes de un estilo muy moderno (para la década de 1950) que en el programa televisivo consiguen una animación que no estaría mal en algunos trabajos de la UPA. Como pueden ver en los escaneos que dejo a continuación:



El profesor Haber podrá haber sido todo lo nazi que quieran, pero aquí – tanto como narrador del especial como escritor del libro – se luce en su papel de divulgador. Es claro, conciso, se nota su entusiasmo por lo que divulga y tiene momentos con ejemplos divulgadores brillantes. Por ejemplo, la comparación de una reacción atómica en cadena usando pelotas de ping pong sobre trampas para ratones, una de las imágenes más recordadas de todo el documental.


Otro detalle a tener en cuenta es que no se olvida el potencial destructivo del poder nuclear. A diferencia de todos esos innumerables documentales educativos de esos años donde casi majaderamente se quería negar el peligro atómico, el documental y el libro dejan claro que la energía atómica puede dejar un desastre terrible si no se sabe manejar. Pero siempre se muestra al ser humano en una faceta positiva, capaz de dominar esas poderosas fuerzas usando la razón y la inteligencia, un enfoque evidentemente optimista y humanista ante el hombre.

Las principales diferencies entre libro y película está básicamente en el largo y detallado desarrollo que se hace en el libro sobre todo el desarrollo de la teoría científica atómica que – por obvias razones de tiempo del documental televisivo – está mucho más resumido en éste.


Desde ya, el tema más interesante a discutir hoy son las conclusiones a las que se llega con el libro y el documental. La visión resultante peca de optimista, algo que en esos años ya fue señalado por algunos críticos, pero que hoy resulta mucho más notorio. Los tres deseos que asegura que puede satisfacer le uso positivo de la energía atómica son los siguientes:

1 – Energía ilimitada: Es interesante que Haber plantea ya en esos años el problema del consumo de combustibles fósiles que deriva en trastornos ecológicos y, sobre todo, el problema que acarreará su agotamiento. Desde ya para oponer como solución a dicho problema la energía generada a partir de las centrales atómicas, que serían más efectivas, y menos contaminantes, algo que, después de Chernobyl y Fukushima, solo podemos ver como una ingenuidad. Si bien todavía tienen hoy día sus adherentes que


apuntan a lo mismo que dicen aquí: bien manejadas, las centrales nucleares contaminan mucho menos que las centrales a carbón y petróleo.

2 –Mejor salud y alimentación: Haber enseña los potenciales usos benéficos para la salud y la alimentación de la radioactividad, por ejemplo en los tratamientos anticancerígenos (punto para él, porque efectivamente eso ocurre) o en el rastreo de enfermedades que no podrían verse de otra manera en el organismo (también punto para él), como en la posibilidad de usar las técnicas radioactivas para desarrollar genéticamente alimentos más grandes. Algo que en tiempos de Monsanto no parece una promesa tan ilusa, vamos.


3 – Paz. Este tercer y último deseo es el más flojo de todos, el más vago y el que menos se sostiene. Fuera de unas frases de retórica vaga, casi expresiones de buenos deseos (Haber suena casi a clisé de la reina de belleza que pide como deseo en el concurso la “paz mundial”) no hay una justificación sobre cómo la energía atómica puede cumplir ese deseo. Que la Ciencia, madre de la Energía Atómica, es garantía suficiente para conseguir esa paz porque está en manos de personas racionales, hace rato que huele a profundamente naif.

Pese a todo esto, Nuestro amigo el átomo cumplió en parte su objetivo de hacer que la gente no pensara solamente en la energía atómica como algo positivo, como algo que el hombre, por medio de la Ciencia y la razón, liberó y puede liberar si sigue pensando científica y racionalmente. Algo muy Walt Disney, un tipo que era un humanista convencido de que la Ciencia mejoraría la vida humana. Que hoy esa visión sea mucho menos prevaleciente, no es culpa de él… Por cierto, si no lo han visto el documental aquí lo tienen para ver subtitulado.

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Target for the Flaming Arrows (1942) https://arbolesmuertosymuchatinta.wordpress.com/2015/05/25/target-for-the-flamingarrows-1942/

Autor: Emile C. Tepperman Colección: Suicide Squad Edita: Project Gutenberg of Australia, July 2006 The Flaming Arrow es una agente especial contratado por las fuerzas del Eje, al que ayuda un ejército de coreanos especialmente entrenado para crear terror y caos. Su marca distintiva es una flecha incendiaria con la que mata a sus enemigos y luego los reduce rápidamente a cenizas. Su actual objetivo es sabotear irremediablemente el esfuerzo bélico de Norteamérica. Solo hay tres hombres capaces de detenerlo: Dan Murdoch, Stephen Klaw y John Kerrigan, los agentes del FBI conocidos como el Suicide Squad, el grupo de oficiales de la ley para quienes ningún riesgo es mucho y la muerte es solo un gaje del oficio. ¡Y solo tienen cuatro días para descubrir el plan y detener al


villano! El Suicide Squad es una de las creaciones de Emile C. Tepperman, uno de los autores más misteriosos de los pulps de las décadas de 1930 y 1940, ya que casi no se sabe nada sobre él. Tepperman estuvo detrás de series como Secret Agent X, Ed Race, the Masked Marksman y la famosa secuencia de la Purple Invasion de Operator 5. Las novelas de esta serie (veintitrés en total) fueron todas de su autoría y aparecieron en la revista Ace G-Men entre 1939 y 1943. Reconozco que el título me atrajo por conocer la serie de historieta que la DC comics hizo con el título (y que tendrá versión fílmica pronto). Esta serie NO TIENE NADA QUE VER CON ELLA, excepto en el título y en que los personajes de ambas son teóricamente desechables. De hecho, al comenzar la novela se indica que dos agentes del grupo ya han fallecido en cumplimientos de su deber. Hecha la aclaración, debo decir que esta historia tiene todo lo que un buen relato pulp tiene que tener: acción sin descanso, un villano colorido, un plan diabólico, héroes resueltos, un misterio que se desarrolla más o menos coherentemente y un gran final espectacular. Definitivamente voy a por más Tepperman. Y como está en dominio público pueden leer esta historia (si saben inglés) aquí.

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La larga vida de un héroe bárbaro https://arbolesmuertosymuchatinta.wordpress.com/2015/05/26/la-larga-vida-de-un-heroebarbaro/

Todos los hombres son fuertes, todas las mujeres hermosas, la vida es siempre una aventura… Esta frase, tomada de un prólogo de Lyon Sprague de Camp para las historias de Conan, define a la perfección el espíritu genérico de la fantasía heroica; de todos modos, si nos detenemos a pensarlo, advertiremos que describe también a buena parte de la literatura popular de aventuras. ¿Acaso contradice en algo a lo que nos ofrecen las páginas de una novela de Salgari, Sabatini o P. C. Wren? Los combates, persecuciones y resistencias épicas devoran casi al completo el desarrollo argumental; sus piratas, vengadores y legionarios son igual de apolíneos y aguerridos que aquellos héroes descritos por el tejano Robert E. Howard allá por los años treinta; las muchachas tienen todas labios rojos como la grana, piel de alabastro, ojos centelleantes y formas deliciosas, junto a una tendencia natural a quedar fascinadas por el paladín de turno; aunque tal estereotipo no siempre responde a la realidad: Salgari inventó para sus novelas heroínas perfectamente autosuficientes como la duquesa de Éboli o la capitana del Yucatán, como también hiciera Howard, pese a las acusaciones de misoginia, con Agnes de Chastillon, Valeria, Belit o Sonya de Rogatine. Esencialmente, la fantasía heroica no es más que una de las muchas ramas de la literatura de aventuras y sufre de sus mismos defectos y virtudes. Con su «descubrimiento» a mediados de los años 60, los relatos de Conan el bárbaro han ido a instalarse en mismo nicho de la ecología literaria que ocuparon las novelas de Tarzán, Doc Savage, James Bond y —¿por qué no reconocerlo?—, buena parte de la ciencia ficción. No estamos ante una narrativa con voluntad de trascendencia, sólo ante un producto de entretenimiento, extrovertido y sencillo, confeccionado para un público que


busca fórmulas de evasión compensatoria. Eso no es malo, en principio, si bien cabe reprocharle a estos textos, en sus manifestaciones más rutinarias, su premeditado maniqueísmo, la simplicidad en el dibujo de los personajes y de sus motivaciones, y una rigidez en sus fórmulas que limita a menudo la combinatoria argumental. Cuando señalo estos defectos por supuesto estoy haciendo consideraciones generales, siempre traidoras, y no olvido que por encima de las convenciones de todo género siempre sobresaldrán creadores de talla, como —en el caso de la fantasía— Lord Dunsany, T. H. White, Fritz Leiber, Jack Vance, Roger Zelazny y un etcétera no necesariamente corto. No está muerto lo que yace… El lector atento habrá observado que algo más arriba ponía entre comillas la palabra «descubrimiento» al referirme al éxito de Conan, y lo he hecho así porque la definición no acababa de parecerme exacta. Es cierto que el personaje adquirió verdadero renombre a raíz de las ediciones de Lancer y su posterior trasvase al cómic, y eso, unido a la temprana muerte de su creador en 1936, ha contribuido a que con los años se forjara una imagen errónea de Robert E. Howard como autor ignorado en vida, perdido entre el marasmo de las revistas pulp que abarrotaban los quioscos en los años de la Depresión. Mientras estuvo en activo, Howard nunca obtuvo la popularidad mediática de un Edgar Rice Burroughs, Sax Rohmer, Max Brand u otros colegas en el arte del entretenimiento, pero sí fue un autor profesional que se ganaba suficientemente la vida publicando con prodigalidad en todo tipo de revistas, y en absoluto era un nombre del montón para los frecuentadores de la narrativa fantástica. Basta dedicar una mirada a “The Eyrie”, la sección de correo de Weird Tales, para comprobar que, de todos los escritores presentes en sus páginas —y no eran pocos los buenos—, Robert E. Howard se contaba entre los más reconocidos y Conan entre los personajes más solicitados, siendo objeto de imitación para colegas como Henry Kuttner, Clifford Ball o C. L. Moore. Además, la muerte de Howard no supuso en modo alguno que su obra cayera en el olvido. En 1946 Arkham House, la editorial creada por August Derleth y Donald Wandrei para publicar la obra de Lovecraft, preparó la primera antología de sus relatos bajo forma de libro, Skull-Face and Others, donde ya se reeditaba alguna historia de Conan el bárbaro, como Sombras en Zamboula (Shadows in Zamboula, 1955), entre otro material de fantasía y terror.


Tras el volumen de Arkham House, cuatro años de silencio bastarían para dar inicio al primer intento de recoger y ordenar bajo una tapa dura la integral de los relatos sobre Conan. Su responsable material fue Gnome Press, una pequeña editora semiprofesional dirigida por el poco fiable Martin W. Greenberg, la pesadilla de todo escritor que ambicionara cobrar sus derechos, y la recopilación corrió a cargo del químico John D. Clark, un admirador de Robert E. Howard que en 1936 ya había intentado instalar algo de coherencia en la biografía del cimmerio a través de un ensayo destinado a la prensa aficionada. La colección se inició con la publicación de la única novela larga del ciclo, La hora del dragón (The Hour of Dragon, 1935-36) —rebautizada Conan el conquistador, y así se ha quedado en la mayor parte de sus ediciones posteriores—. A medida que iban apareciendo a la venta nuevos volúmenes quedó claro que el material sobre el personaje no iba a durar mucho, pues por aquel entonces sólo se conocían la citada novela más otros dieciséis relatos de variada extensión. Lo más obvio habría sido abandonar el asunto en cuanto se terminaran las historias originales, pero no sucedió así, porque entró en escena un personaje de infausta memoria para todos los puristas: Lyon Sprague de Camp.


Aunque hoy su trabajo de compilación, retoque e imitación de las historias de Conan, sumado a la biografía que escribiera sobre Robert E. Howard y otros ensayos en torno a la fantasía heroica, tienden a eclipsar su labor en otros terrenos, De Camp se había iniciado como escritor de ciencia ficción en 1937 en la revista Astounding, con el relato The Isolinguals, adquiriendo a partir de entonces un cierto prestigio entre los aficionados. Por edad podría haber leído las historias de Howard cuando se publicaron por primera vez, sin embargo las desconocía por completo al no sentir ningún interés por la literatura de terror, mientras sus únicas incursiones en la fantasía se habían ceñido a los moldes humorísticos del Unknown de Campbell, en el polo opuesto al melodramatismo habitual en Weird Tales. De Camp no trabaría conocimiento con Conan hasta que su amigo y colaborador Fletcher Pratt le envió un ejemplar de Conan el conquistador. A Pratt no le había gustado en absoluto la novela y se deshizo de ella con aquel regalo que iba a cambiar la carrera de su colega. Pese a los reproches de Fletcher Pratt, a De Camp le encantó la mezcla de fantasía, exotismo y violencia que impregnaba la obra y advirtió de inmediato todas sus posibilidades comerciales. Enterado a través de Donald Wandrei de que Oscar J. Friend —administrador por aquel entonces del legado literario de Howard— tenía en su poder una caja con material inédito del escritor tejano, apenas tardó en hacerle una visita. Sus esperanzas no pudieron obtener mejor recompensa. Entre otros muchos relatos de géneros diversos, De Camp encontró tres historias de Conan que habían quedado inéditas tras el rechazo del director de Weird Tales, Farnsworth Wright: El dios del cuenco (The God in the Bowl), La hija del gigante helado (The Frost-Giant’s Daughter) y la novela corta The Black Stranger. L. Sprague de Camp asumió a partir de ese instante la labor que muchos detestamos de «editor» de la obra de Robert E. Howard, preparando aquel material para su publicación primero en varias revistas y después para incorporarlo a la colección de Gnome Press. Y tras expresar mi repulsa hacía su persona, justo será que explique mis razones: De Camp no se limitó a recuperar los textos haciendo una corrección de los tropiezos ortográficos y


gramaticales que todo manuscrito de un escritor apresurado pueden contener. Sin ningún respeto por las intenciones artísticas de Robert E. Howard, reescribió muchos pasajes de aquellas historias y no para enmendar errores, sino por el criterio puramente subjetivo de «mejorar» los originales, en la mayor parte de los ocasiones alargando de forma superflua con más detalles descriptivos párrafos que se ceñían con economía a las necesidades de la escena narrada. En el caso del más damnificado de los textos, The Black Stranger, ya empezó por cambiarle el título por El tesoro de Tranicos (The Treasure of Tranicos), siguió añadiendo elementos a la trama y acabó por mutilar el texto original, hasta reducirlo en un cincuenta por ciento.

Aquellos escritos «rescatados» por L. Sprague de Camp no fueron la única novedad ofrecida por Gnome Press a los lectores. Como último volumen de la edición apareció el que sería el primer pastiche sobre el héroe bárbaro, El regreso de Conan (The Return of Conan, 1957) —en posteriores ediciones Conan el vengador—, firmado por Bjorn Nyberg y De Camp. No deja de ser una suposición mía, pero puesto que Nyberg era un aficionado sueco que se lanzaba a la aventura de escribir una novela en una lengua ajena, me atrevería a afirmar que en esta obra la co-autoría de L. Sprague de Camp debió reducirse a una revisión estilística con los añadidos a los que ha demostrado tener tanta afición. Fuera como fuese, El regreso de Conan, que sitúa su acción en la época en que el cimmerio reina sobre Aquilonia, nada aporta de nuevo y se limita a mezclar en una suerte de puzzle tirando a monótono situaciones ya leídas con anterioridad, usando como hilo conductor el viaje de Conan por medio mundo en busca de su esposa raptada por un demonio alado. El bastardo parentesco con otros textos ya se percibe desde la primera página, y para comprobarlo observen el arranque de Conan el conquistador, de Robert E. Howard: «Los cirios titilaron y las negras sombras danzaron en las paredes, al tiempo que se movían los tapices que las cubrían. Sin embargo, no había entrado la más leve ráfaga de viento en la habitación. Los cuatro hombres se encontraban de pie alrededor de la mesa de ébano, sobre la cual había un sarcófago verde que brillaba como si fuera de jade.»


Y ahora vean como empiezan Nyberg y De Camp su novela: «La habitación estaba en penumbra. Unos cirios largos, colocados en los candelabros que adornaban las paredes de piedra, sólo contribuían a despejar un poco la oscuridad. Resultaba difícil entrever la figura cubierta con un manto y una capucha que estaba sentada ante la sencilla mesa en el centro de la sala.» Pero lo peor no es el nulo interés de esta obrilla; lo verdaderamente malo es que sentaba las bases de lo que a partir de entonces serían la mayor parte de los pastiches de Conan. Como La hora del dragón fue redactada por encargo de una editorial británica, Howard realizó una síntesis de muchas de sus historias anteriores hasta casi agotar sus posibilidades, pensando en un público que no estaría familiarizado con la trayectoria del personaje; los escritores abocados a continuar las aventuras de Conan en formato novela se han condenado ellos mismos a perpetuar la falta de novedades como característica fundamental, al tomar como modelo una narración que se pretendía exhaustiva. A grandes rasgos, todos los pastiches siguen la fórmula de la búsqueda, del peregrinaje: el héroe ha de conseguir una meta (alcanzar un objeto mágico, encontrar a una persona, apoderarse de un tesoro) y para ello emprende un viaje a lo largo del cual deberá superar una serie de pruebas/obstáculos. En sus mejores representaciones literarias la búsqueda adquiere un sentido iniciático y el héroe termina su aventura transformado, pero no ocurre así en las historias de Conan. Como es norma en todas las franquicias con objetivos más comerciales que artísticos, el autor se encuentra atado a un carácter definido y no dispone de libertad para modificarlo. Conan es el mismo al principio y al final cada la novela y volveremos a encontrarlo con similares características en su próxima aventura. El consumidor de tales productos, por tanto, sabe de antemano que no le aguarda ninguna sorpresa durante su lectura: el héroe no puede morir, ni siquiera puede sufrir daños perdurables, no puede aprender, ni variar su concepción del mundo. Aunque haya obtenido una valiosa joya, empezará su siguiente aventura sin un real; la muchacha que tan amoroso afecto le dedicara desaparece de escena para dejar paso a otra doncella en apuros. Conan es un personaje momificado, un remedo de vida que seguirá tambaleándose espada en mano mientras las cifras de ventas lo justifiquen. El mito se consolida Como ya hemos dicho, Conan pasaría de ser un héroe adorado por una exigua corte de lectores especializados a un fenómeno de masas en los años 60, en pleno ambiente contracultural que miraba con escepticismo los progresos tecnológicos, coincidiendo con una vena nostálgica que recuperó buena parte de la literatura pulp y, sobre todo, dejándose arrastrar por la estela del mayor acontecimiento que la fantasía ha producido en nuestro siglo: El señor de los anillos. Aunque la obra de Tolkien se publicó por primera vez en 1954, se convertiría realmente en un best-seller gracias a sus ediciones norteamericanas como libro de bolsillo a partir de 1965. El público lector se entusiasmó con aquella historia que combinaba sabiamente las aventuras de capa y espada con magia y mundos inventados; pero, por larga que fuera la novela, El señor de los anillos


terminaba y sus simpatizantes querían más, mucho más. Los editores de paperbacks se arrojaron a la búsqueda de material semejante, sin importarles demasiado su calidad. Con la experiencia adquirida en Gnome Press, L. Sprague de Camp estaba en una posición inmejorable para ofrecérselo.

Entre 1966 y 1977 Lancer Books publicó desordenadamente lo que se convertiría en canon del bárbaro, once volúmenes donde De Camp, con la ayuda de Lin Carter —otro autor que había adoptado el saqueo de ideas ajenas como su modo de vida—, trazaba un recorrido por la biografía del personaje, desde la marcha de su Cimmeria natal hasta su desaparición siendo rey de Aquilonia, el mayor estado de la Era Hiboria. Posteriormente Ace reeditaría estos libros siguiendo ya la cronología interna y añadiendo un nuevo volumen, Conan de Aquilonia (Conan of Aquilonia, 1977), con cuatro relatos narrando el enfrentamiento del monarca contra un viejo enemigo, el brujo Thot-Amon. La novedad de este libro es que Conan cede parte del protagonismo a su hijo adolescente Conn; sin embargo el personaje está mal definido y carece de personalidad propia, limitándose a ser un Conan «en pequeñito», más ingenuo e inexperto. Prueba de su escaso interés es que no ha tenido continuidad en las siguientes novelas ni los lectores parecen exigirlo. Para hacer más extensa la serie de Lancer frente a la previa de Gnome Press se recurrió a completar textos fragmentarios y apuntes argumentales de uno o dos folios de Robert E. Howard como pretendidas colaboraciones póstumas —es el caso de los relatos El aposento de los muertos (The Hall of the Dead), Un hocico en la oscuridad (The Snout in the Dark) o Los tambores de Tombalku (Drums of Tombalku)—, pero también al mecanismo mucho más vil de apoderarse de otros relatos de aventuras exóticas que ninguna relación tenían con Conan para reconvertirlos, cambiando nombres de personajes y lugares y añadiendo elementos sobrenaturales —El camino de las águilas (The Road of the Eagles), Halcones sobre Shem (Hawks over Shem) o La daga llameante (The Flame Knife)—. La tercera vía fue escribir aventuras completamente nuevas. Aunque siempre he considerado que continuar la obra de un autor ya desaparecido sólo sirve para desvirtuar los méritos de sus historias originales, al explotarlas hasta el


agotamiento, desde luego creo menos infame que se parta de cero en lugar de manipular textos acabados, como tantas veces ha ocurrido con el personaje que nos ocupa. Pero dejando de lado consideraciones éticas, tanto unas historias como otras tienen muy poco valor literario. Los cuentos adaptados suelen flaquear por lo innecesario de sus postizos fantásticos, mientras las nuevas contribuciones revelan escasa originalidad y traicionan el carácter de su personaje central. Los mejores relatos de Robert E. Howard son oscuros, violentos y misántropos, poblados por verdaderos nihilistas que desprecian la debilidad del hombre civilizado, como Conan, un salvaje sin civilizar en un mundo que, incluso en sus lugares más refinados, es cualquier cosa menos amable; en cambio, en las historias de L. Sprague de Camp, Lin Carter y compañía, su personalidad violenta, inclemente y supersticiosa se dulcifica, limando sus aristas, asumiendo las convenciones del héroe más estereotipado. Si en relatos de los años treinta como La hija del gigante helado vemos a Conan perseguir a una muchacha por la nieve con la deshonesta intención que podemos imaginar o en El valle de las mujeres perdidas se ofrece a ayudar a una muchacha que le pide auxilio a cambio de sus favores carnales, los continuadores de Howard nos retratan a un buen salvaje, casi un caballero andante vestido con taparrabos, protector de desamparados y oponente de tiranos. ¿Qué se ha hecho del bárbaro que pasó a cuchillo a los colonos de Venarium, del ladrón que escalaba las torres de Zamora, del mercenario dispuesto a vender su espada a cualquiera con monedas suficientes para pagarle? Como aseguraba Karl Edward Wagner, el Conan de Howard ya no existe, estamos ante un héroe que asume su mismo nombre pero carece de su verdadera idiosincrasia. Howard es un escritor con muchos defectos, desde luego. Tenía sólo veintinueve años cuando se suicidó y la falta de madurez que nunca pudo adquirir se evidencia por su incapacidad para crear personajes más allá de un par de moldes y a ciertas muletillas que casi se han convertido en marca de estilo; pero sus historias poseen la convicción de quien escribe no manejando las fórmulas mecánicas del oficio, sino para dar rienda suelta a sus obsesiones —aunque algunas de ellas sean criticables—. Se benefician de la fuerza elemental de la materia sin pulir, de la sinceridad de un hombre apenas educado pero rebosante de entusiasmo por el arte de narrar, e incluso de cierta inocencia que entra en comunión con muchos lectores cansados de artificios. Howard da forma a arquetipos como el del vagabundo, el maldito, el aventurero no del todo intachable y los engrana en una forma de fantasía macabra, la de Weird Tales, que en su momento estaba rindiendo los mejores frutos. Si no contamos las «colaboraciones» póstumas y reescrituras, la edición final de Ace ofrecía diez pastiches con extensión de relato y otras tres novelas, Conan el bucanero (Conan the Buccanner, 1971) —una trepidante aventura marina—, la citada Conan el Vengador (Conan the Avenger, 1957) y Conan de las islas (Conan of the Isles, 1968). Esta última obra adquiere especial interés por representar el final de la saga, aunque se echa de menos un desenlace más épico. Basándose en una carta de Robert E. Howard en la que comentaba a P. Shuyler Miller los viajes de Conan y cómo llegó a visitar un continente desconocido en el hemisferio occidental —evidentemente se estaba refiriendo


a una primitiva América anterior al cataclismo que formó el mundo tal y como lo conocemos hoy—, si bien esta singladura no tuvo lugar necesariamente al final de sus días, L. Sprague De Camp y Lin Carter tomaron la anécdota e imaginaron una conclusión a la manera de las leyendas artúricas, en la que no sabremos con certeza de la muerte de Conan. Éste simplemente desaparece en el mar, sin saber si algún día regresará: «¿Qué aventuras y qué paisajes les esperarían en la lejana y misteriosa Mayapan? (…) Los dos hombres descendieron a la cabina. Algunas horas después, la enorme nave que la gente de Mayapan llamaría Quetzalcoatl —es decir, la serpiente alada o emplumada—, levaba anclas. El barco navegó hacia el sur y luego, tras rodear las islas de Antillia, avanzó hacia el oeste. »Pero la antigua crónica, que terminaba aquí, no revelaba el lugar preciso hacia el cual se dirigieron los navegantes.» El rey que fue y será En Conan de las islas el hijo de un herrero convertido en rey de Aquilonia se desvanecía en el limbo. ¿Así terminaba todo? No, eso no significaba una barrera infranqueable; quedaban suficientes huecos en su biografía para inventar nuevas peripecias mientras el público siguiera demandándolas. Y así fue. Bantam Books recogió el testigo después de que Lancer y Ace lo abandonaran. Desde 1978 ha seguido ofreciendo nuevos libros sobre Conan llegándose a publicar hasta media docena de títulos al año. Como es comprensible, para reemprender la crónica la editorial pensó inicialmente en el equipo que ya había colaborado en la edición de Lancer Books. El primero de estos nuevos volúmenes fue Conan el espadachín (Conan the Swordman), con relatos de L. Sprague de Camp, Lin Carter y Bjorn Nyberg. Le seguirían las novelas Conan el libertador (Conan the Liberator, 1979), de De Camp y Carter, y Conan y el dios araña (Conan and the Spider-God, 1980), de L. S. de Camp. La primera es la crónica detallada de uno de los momentos claves en la vida de Conan, su conquista de la corona de Aquilonia, extrañamente obviada en las historias de Howard. Su mayor débito es que se trata de una fantasía heroica con muy poca fantasía, curiosamente, limitándose casi a narrar con minuciosidad digna de mejores empresas una larga serie de batallas y escaramuzas, con resultados francamente aburridos. Conan y el dios araña, en cambio, retoma con ingredientes mejor medidos las constantes del género, pero nos encontramos con un cimmerio irreconocible, pues si siempre había rechazado con supersticiosa aprensión todo aquello que oliera a brujería, al principio de la novela sabremos que acaba de consultar su futuro a un adivino e incluso se someterá a las enseñanzas de un amigo hechicero para poder combatir a sus enemigos con garantías de éxito.


El regreso de L. S. de Camp y Lin Carter al universo de la Era Hiboria fue fugaz, pues junto a ellos se incorporan nuevos novelistas que acabaron por desplazarlos. Uno de los primeros sería Andrew J. Offutt, escritor especializado en espada y brujería que ya había elaborado algunas novelas sobre otro de los personajes de Robert E. Howard, el guerrero irlandés Cormac Mac Art, además de finalizar diversos textos inconclusos del tejano. Su contribución a la saga se limita a tres libros, Conan and the Sorceror (1978), The Sword of Skelos (1979) y Conan the Mercenary (1980). De todos ellos sólo el segundo ha sido publicada al castellano como Conan y la espada de Skelos, aunque su lectura puede deparar momentos de desconcierto, al incluir referencias a personajes y hechos presentes en el volumen anterior, inédito todavía —¿será porque Conan and the Sorceror contiene dos novelas cortas, en lugar de una sola historia?—. El argumento gira entorno a los elementos habituales: un dictador manipulado por un mago ambicioso, un amuleto de preciada posesión y una espada encantada que mata sin que ninguna mano la empuñe, quizá la única contribución relativamente novedosa.

El mismo año en que apareció esta floja aventura se publicó también otra mucho más interesante, Conan y el camino de los reyes (The Road of Kings, 1979), de Karl Edward


Wagner. Prematuramente fallecido a la edad de 48 años, Wagner era un escritor cortado a la medida para continuar la obra de Howard, pese a sus reticencias —en más de una ocasión mostró su desagrado por los pastiches de Conan y él mismo preparó una edición para Berkeley Medallion Books de los textos originales sin añadidos ni censuras—. Experto en la literatura fantástica del primer tercio de siglo, editor exquisito y autor de impecables relatos de terror, había practicado el género de espada y brujería en su serie dedicada a Kane, un aventurero sombrío y errabundo que inició sus andanzas en 1969 con Darkness Weaves. Su primer pastiche howardiano fue Legion from the Shadows (1976), una continuación a las correrías del caudillo picto Bran Mak Morn, y su excelente trabajo le proporcionó un contrato para escribir tres novelas sobre Conan. Wagner sólo llegó a escribir una, y de las mejores que el aficionado puede llevarse a las manos, aun cuando no está libre de defectos que su propia categoría de escritor hacen más dolorosos. El camino de los reyes arranca con la condena a muerte de Conan tras matar durante un duelo a un oficial zingario. Nuestro héroe será rescatado del mismo patíbulo por un grupo de rebeldes descontentos con el gobierno del rey Rimanendo, y se unirá a ellos en su lucha por destronar al tirano… Como en las novelas de otros autores menos competentes, el planteamiento inicial aporta poco de nuevo, pues nos sitúa en un embrollo no muy diferente al que viéramos en El tesoro de Tranicos y Conan el libertador; no obstante, Karl Edward Wagner brilla en sus descripciones de ambientes, donde resalta el exotismo o la sordidez, según el caso, con una prosa elegante y algo barroca. Lo más perdurable de la novela son las escenas de terror sobrenatural, como la reanimación de la Guardia Póstuma en la tumba sumergida o la aparición del muerto viviente en la arboleda de Jhebbal Sag, mientras los personajes principales apenas se apartan del estereotipo, cuando el más interesante —la sacerdotisa de Jhebbal Sag— casi no aparece en escena. Otro punto en contra sería la utilización de anacronismos muy americanos y poco acordes con el mundo pseudo-medieval imaginado por Robert E. Howard, haciendo que entre los objetivos políticos de los rebeldes se nos anuncie su intención de proclamar una república con su parlamento y constitución. Otro autor con personalidad propia enredado en la operación comercial de mantener con vida a Conan fue Poul Anderson, famoso principalmente por sus historias de ciencia ficción, si bien ha contribuido a la fantasía heroica con obras bastante interesantes, como son Tres corazones y tres leones, La saga de Hrolf Kraki y La espada rota. Sus narraciones en este género suelen tener como fuente de inspiración las antiguas sagas escandinavas y la literatura artúrica, y queda constancia de su antipatía por la fantasía «a la manera de Howard» en El bárbaro, un relato publicado en 1956, donde subraya con ironía poco sutil los tópicos sobre los que se construyen las peores historias de Conan y héroes derivados. Hemos de suponer, entonces, que necesidades alimenticias le impulsaron a acometer la tarea. Anderson tiene el buen tino de escoger uno de los personajes más carismáticos creados por Robert E. Howard para la serie: Belit, el gran amor del cimmerio, la mujer pirata de La


reina de la costa negra (Queen of the Black Coast; 1934). Belit moría al final del cuento original, pero Anderson sitúa su novela en un lapso entre el encuentro de Conan y Belit y la posterior desaparición de ésta, donde Howard se limitaba a decirnos que ambos aventureros se dedicaron a amarse y a practicar la piratería. Conan el rebelde nos narrará las causas por las cuales Belit acabó comandando un barco de feroces guerreros negros y sus posteriores aventuras al lado de nuestro héroe en busca de su hermano raptado y esclavizado en Estigia. Aquí es donde Anderson comete el mayor traspiés. En la obra original, Estigia es un reino de oscuros nigromantes y sacrificios humanos del que sólo se nos suelen dar vagas referencias en la mayor parte de los textos, envolviéndolo en un atractivo y macabro misterio. Anderson, en cambio, nos sitúa en las mismas calles de su capital, Khemi, y todo el hechizo se desvanece al desgarrarse los velos, recuperado apenas por breves momentos cuando Conan se esconde en una tumba y descubre los restos de un cadáver a medio devorar, sin aclararnos las causas. «¿Qué cosas deben arrastrarse en la oscuridad procurándose tan horrible festín?», nos preguntamos con un escalofrío. Por lo demás, la novela transcurre por los caminos rutinarios: continuos combates, apetecibles doncellas semidesnudas, perversos hechiceros y demonios dispuestos a poner fin a la carrera de Conan. Se lee con interés al principio, aunque muy pronto aburre ante la falta de innovaciones. Anderson no fuerza el ingenio y se limita poner en práctica su oficio de narrador para dar a los incondicionales una nueva ración del plato acostumbrado, con artesana pericia pero sin genio. Producción industrial Mientras autores solventes como Wagner y Anderson sólo contribuyeron ocasionalmente a las novelas de Conan, con el estreno en 1982 de la película de John Milius sobre el personaje y un incremento en el interés del público se creo una verdadera infraestructura industrial para producir rápidamente nuevos títulos que alimentaran la voraz demanda, a cuyo servicio se pusieron un puñado de autores de segunda fila, dispuestos a pergeñar una novela tras otra sin demasiadas exigencias. Uno de los que más aventuras del cimmerio escribió en aquellos años de auge y el que mayor presencia tiene en nuestras librerías por el número de títulos traducidos es Robert Jordan, después convertido en autor apreciadísimo allende nuestras fronteras gracias a su interminable serie La rueda del tiempo.


Como sucediera con Wagner, Jordan demuestra cierta brillantez especialmente en su creación de escenarios urbanos, pero en cambio pierde fuerza literaria cuando se aleja de ellos para conducir al héroe por montañas, mares y páramos. Su principal característica es su complacencia en añadir detalles a las abundantes escaramuzas sexuales de Conan, que en otras novelas pueden suponerse pero acaban por consumarse siempre tras el telón. Conan el invencible (Conan the Invincible) y Conan el defensor (Conan the Defender), ambas publicadas en 1982, son aventuras de juventud, situadas en la cronología interna del personaje poco después de La Torre del Elefante (The Tower of the Elephant; 1933), cuando el cimmerio aún no contaba veinte años y se dedicaba al latrocinio en Shadizar. Conan se convierte en peón involuntario del enfrentamiento entre dos magos y conoce a una seductora e irascible bandido, Karela, el Halcón Rojo. La novela resulta bastante más entretenida que la apática Conan el defensor. En este segundo libro Jordan recupera personajes del anterior y no se estruja demasiado las neuronas, pues cocina una historia sobre conspiraciones para usurpar el trono de Nemedia, empleando para tal fin la ayuda de la magia. Un argumento que ya el mismo Howard utilizó repetidamente y poco más puede dar de sí. Karela no aparece en Conan el victorioso (Conan the Victorious, 1984) pero sí su lugarteniente Hordo, convertido en marino contrabandista. El punto de partida es, al menos, emocionante. Conan resulta herido por una daga envenenada y debe viajar hacia Vendhya, la particular India de la Era Hiboria, en busca de un antídoto antes de que la ponzoña acabe con su vida. Por desgracia la novela cae pronto en la rutina y todo parece resolverse de cualquier manera, con el acostumbrado deus ex machina sobrenatural. A otros prolíficos autores de novelas de Conan como Leonard Carpenter, John Maddox Roberts y Roland Green son menos recordados. Me detendré excepcionalmente en Conan el intrépido (Conan the Fearless, 1984), de Steve Perry, responsable de otras muchas historias sobre el cimmerio. Contrariamente a lo que he expresado al valorar


otras entregas, Conan el intrépido fracasa no por la debilidad de su componente fantástico si no por su presencia excesiva. Aquí el lector encontrará hombres que se convierten en pantera, hechiceras, demonios, seres elementales y un largo etcétera que acaba por ahogar todo sentido de la maravilla, como el borracho que de tanto beber deja de apreciar el sabor de un buen vino. Por si a alguien le hace gracia saberlo, Perry empezó a escribir ciencia ficción con obras personales, pero muy pronto quedó atrapado en el engranaje de las novelas de Conan y los productos de «diseño» de la empresa de Byron Preiss. Un triste destino para un escritor, no cabe duda. Sobre las ediciones españolas. Aunque Conan apareciera en nuestra lengua por primera vez en 1948 en la versión de Matéu de Skull-Face and Others y luego se asomó esporádicamente a otras antologías, como las selecciones de cuentos de terror de Géminis, fue Bruguera quien en 1973 acometió la tarea de ofrecer una edición sistemática de sus aventuras, siguiendo la preparada por Lancer Books. De grato recuerdo para los coleccionistas por reproducir las impresionantes portadas de Frank Frazetta —detalle que ningún editor posterior ha imitado, por desgracia, a causa de la elevada cotización de sus ilustraciones—, no obstante contaba con una traducción de Fernando Corripio cuanto menos discutible en la toponimia del mundo Hiboreo. Así nos encontramos con que castellaniza a la austral Punt como Ponto, mientras que, por el contrario, sustituye Zamora por Zamara —seguramente para no llamar a confusión con la ciudad española y que ningún espíritu susceptible se sintiera ofendido al ver que se la califica como «La Ciudad de los Ladrones»— o reinventa nombres a capricho —Xuchotl como Xucho, Zamboula como Zambeya, entre otros desaguisados.

Lanzada a los quioscos a la sombra del estreno de la película de Milius y las buenas ventas de la revista La espada salvaje de Conan, la siguiente edición de Forum al menos respetaba la nomenclatura original en la traducción de Beatriz Oberländer, pero contaba con ilustraciones de portada estilo cómic que pudieron captar a un determinado público


pero sin duda alejaron a otro. La nota más negativa de esta edición es la nefasta confección de los índices, donde con frecuencia se adjudica a Carter o De Camp cuentos que en realidad escribió Robert E. Howard. La edición de Martínez Roca, inaugurada en 1995, no está exenta de errores, y el más sonado sería la publicación de la novela Conan el libertador figurando en la portada Karl Edward Wagner como responsable, cuando —como hemos comentado— los verdaderos autores son Lin Carter y L. Sprague de Camp. La traducción de los nuevos títulos, debida a Joan Josep Mussarra, también es discutible, especialmente por el uso de arcaísmos pedantes en obras eminentemente populares — llega a irritar su insistencia por utilizar la preposición «cabe» en lugar de «junto a» o «cerca de»—, defecto subsanado en los últimos volúmenes. Por otra parte, Martínez Roca iría más allá de la colección en doce volúmenes de Lancer/Ace y publicó también novelas de Bantam Books, con portadas de Ken Kelly lejanas de la maestría pictórica de Frazetta pero mucho más impactantes que los dibujos coloreados con tintas planas de Forum.

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Asesinos de papel https://arbolesmuertosymuchatinta.wordpress.com/2015/06/20/asesinos-de-papel/

Autores (antologadores): Jorge Lafforgue y Jorge Rivera Edita: Calicanto, Buenos Aires, 1977 Seamos claros: esta es una antología fundamental para la comprensión del género policial en Argentina. El artículo introductorio de ambos autores contando la historia local del género continúa siendo inevitable a la hora de trabajar sobre el tema. Y las mini entrevistas a tipos como Borges o Marco Denevi sobre el tema siempre son interesantes de revisar. O sea, es un libro que, solo por su peso específico en el estudio de la literatura popular argentina de esos años merece tenerle respeto, siquiera como antecesor histórico. Yendo ya a los relatos, digamos que la selección en balance es más que satisfactoria, eligiendo autores de todos los períodos de la narrativa argentina. Y lo primero que salta a la vista es el tono humorístico que se desprende de la selección. Hay relatos con un remate sarcástico que tira toda la deducción por la borda (“El triple robo de Bellamore” de Horacio Quiroga), sátira política apenas escondida (la fábula antiperonista de “El general hace un lindo cadáver”, un relato de humor negrísimo de Enrique Anderson Imbert),


costumbrismo de humor amable (el maravilloso “La pesquisa de don Frutos” de Velmiro Ayala Gauna) y parodia pura y dura (“El botón del calzoncillo” de Eustaquio Pellicer y “Nuevas aventuras del Padre Brown”, un pastiche clavado a Chesterton de Conrado Nalé Roxlo). Todos de un modo u otro tienen el humor como elemento clave. No sé si es como deformación de los autores o porque efectivamente para el argentino el humor es un elemento constitutivo. Por supuesto los cuentos “serios” también son en general interesantes. Tanto el “Cuento para tahúres” de Rodolfo Walsh, como “Las señales” de Adolfo Perez Zelaschi (un autor policial que merece rescatar del olvido) y el muy “noir” “Orden jerárquico” de Eduardo Goligorsky son tres joyas breves y brillantes. De hecho solo hay un cuento que me resulta relativamente poco interesante aquí: “La mosca de oro” de Leonardo Castellani, que tenía que incluirse por la importancia de su personaje, el padre Metri, versión criolla (y más reaccionaria) del padre Brown. No puedo evitar sentirle el tonito de predicación que le arruina la historia. Y después está “El perjurio de la nieve”, posiblemente el relato más interesante de ese parásito borgeano llamado Adolfo Bioy Casares. Porque el relato es excelente, pero con esa explicación fantástica posible que lo deja tan borderline… no se si me cierra para tener en una antología representativa. Pero bueh tampoco es tan complicado En fin, este libro se ha ganado merecidamente su fama de clásico. Para empezar a leer al género policial argentino vale mucho pero mucho la pena.

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Como La Cosa cambió mi vida (parte 1) https://arbolesmuertosymuchatinta.wordpress.com/2015/06/26/como-la-cosa-cambio-mivida-parte-1/ Increíblemente, hará cosa de dos décadas mis ojos pusieron la vista sobre el primer número de la revista La Cosa creo que en un kiosco de avenida Corrientes. Sabía que se venía. Lo que no suponía es que todavía hoy seguiría saliendo. Ni que yo andaría metido por mucho tiempo en su redacción, conociendo gente interesante en el camino, aprendiendo el oficio de escribidor y divirtiéndome como loco. Esta es en parte homenaje y en parte experiencia personal a la revista de cine fantástico y bizarro que le cambió a más de uno (incluyéndome) la forma de ver el cine. UN PIBE PARECIDO A ALFRED NEUMAN

Axel K. en su momento de gloria, ganando el Oscar por El Secreto de Sus Ojos, muuchos años despues de empezar con la revista La Cosa y de que le dijeran que se parecía a Alfred Neuman A Axel Kuschevatzky lo conocí cuando éramos dos adolescentes a mediados de la década de 1980 en el mítico parque Rivadavia. Ahora dicen que se parece a Danny Elfman pero en esos años, al que más nos recordaba a todos era a Alfred Neuman, la mascota de Mad. Ya desde esa época su interés por el cine era notorio. Iba a cuanta película programaba Octavio Fabiano. O castigaba el VHS viendo esas cosas que los videoclubes compraban como relleno allá por la década del 80, donde cualquier cosa podía llegar a aparecer dentro de un videocassette. Quería ser humorista (y de hecho publicó un par de chistes en la revista Sex Humor) pero el cine tiraba más. Y poco a poco fue formando la idea de sacar una revista que se dedicara al cine que estaba fuera del radar: películas de terror, fantásticas, “explotaition”, serie “B” y demás parafernalia que


ningún crítico se tomaba en serio. En un principio empezó como uno de los socios de Mondo Macabro, el videoclub de pelis bizarras que se convirtió a principios de la década de 1990 en meca para los que le interesaba el tema… incluyendo a un servidor, que sabía poco y nada y se fue metiendo ahí.

Mondo macabro, el video de cine raro que nos abrió la cabeza a mas de uno en los noventas. En esos años era EL LUGAR para ver cinematografías como las de John Waters, Larry Cohen o hallar pelis de género en cantidad. Axel K., socio fundador. Servidor, socio. Pero Axel seguía pensando en la revista. Un proyecto abortado con los editores de la revista literaria “Con V de Vian” (“Plan 9” se llamaba) le dejó un regusto amargo. Una participación en el programa de concursos de Argentina “Tiempo de Siembra” le dio el dinero suficiente para lanzarse a armar la revista.


El número 1 de La Cosa. Ahi empezó la joda… El primer número coincidió con el estreno de “Ed Wood” de Tim Burton en el cine. Tenía un diseño muy enloquecido. Incluso demasiado, que lo hacía difícil de leer. Pero los contenidos eran muy buenos. Automáticamente fui a decirle a Axel si podía colaborar con el pasquín. Dijo que sí. LA PRIMER NOTA EN CASI EL ULTIMO NUMERO


Pinhead en la tapa del número 2. Miles de números que no se vendieron. Adentro, escribía una reseña un tal Barreiro El número 2 enseñó una cosa: no importa lo importante como referente cultural pueda ser algo, lo importante que sea para el mundillo del horror, si lo que está en la tapa no está en cartelera, NO TE COMPRA NI EL LORO. Así pasó: la tapa de ese número con la cara del Pinhead de Hellraiser de Clive Barker sirvió para que NADIE comprara ese número. Por años las pilas de ese número fueron un chiste interno de la redacción. No es que no hubiera números que vendieran muy mal (el de la tapa de la peli de The Phantom con Billy Zane, por ejemplo, debe haber andado por ahí), pero ese segundo número fue casi el que casi deja fuera del camino a la revista.


La primer reseña para la cosa fue de un videocassette de mi personaje favorito: el Droopy de Tex Avery. En ese segundo número escribí mis primeras colaboraciones, textos muy chiquitos que aparecían en el Carnaval de las Almas (la sección introductoria, con pequeñas pastillitas, de la revista) y una reseña sobre un videocassette que recopilaba cortos de Droopy de Tex Avery. Recuerdo llevarlas a un departamento por el barrio porteño de Palermo, donde Axel hacía la revista desde su Mac. Desde ya, una de las cosas más difíciles era encontrarlo. Nuestro director era un tipo particularmente difícil de hallar, algo que no cambiaría en el transcurso de los años (no sé si hoy será igual o no, pero yo apostaría mis fichas a que sigue siendo igual de elusivo). Pero al salir ese número me di el gusto de ver mi nombre impreso en una revista de verdad (y de recibir gratis el ejemplar). Ahora había que seguir… EN EL PROXIMO CAPITULO: ¡PALADINES DE LO BIZARRO (AUNQUE NO NOS GUSTA MUCHO EL CONCEPTO)! ¡SANTIAGO CALORI Y SUS DISCOS FREAKIES! ¡HAY UNA REDACCION EN LAVALLE! ¡MIS PRIMERAS NOTAS LARGAS! Todo eso y mucho más en el próximo posteo sobre el tema… ¡A LA MISMA BATI HORA Y POR EL MISMO BATI CANAL! (Esto continúa…)

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Asimov, el escritor que se convirtió en estrella https://arbolesmuertosymuchatinta.wordpress.com/2015/06/29/asimov-el-escritor-que-seconvirtio-en-estrella/

Si en una encuesta callejera preguntáramos a los viandantes por un autor de ciencia ficción, de que el ganador sería Asimov no hay ninguna duda. Por algún extraño milagro editorial –mientras otros escritores artísticamente superiores, como Silverberg o Philip K. Dick, son ignorados por el lector no especializado– Isaac Asimov, fabulador irregular, estilísticamente pobre, se convirtió en primera estrella del género, al tiempo que transformaba su nombre en marca de fábrica que garantiza la venta de cuanto surgió de su prolífica pluma. Su venida al mundo se produjo en Petrovichi, antigua URSS, el 2 de enero de 1920 – fecha oficial; la real es incierta–, en el seno de una familia de campesinos judíos. Sólo dos años después emigran a los Estados Unidos, donde la madre tenía a un hermanastro, e instalados en Brooklyn, Nueva York, lugar en el que residirá durante toda su infancia, adolescencia y primera juventud, su padre se empeña en variados trabajos, hasta que en 1926 compra la primera de una serie de confiterías, en adelante definitivo negocio familiar. Asimov asiste a la escuela de su barrio y demuestra ser un niño de inteligencia despierta y prodigiosa memoria, que harán de él un alumno aventajado. Su gran pasión por la lectura le impele, en 1931, a intentar escribir por primera vez. Estas obras iniciales de tema aventurero y fantástico crecen anárquicamente, sin plan alguno, y no arriban a puerto. Será a partir de 1936 –aficionado ya a la ciencia ficción a través de los ejemplares de revistas populares que llegan a la tienda para su venta– cuando intenta escribir dentro de este género. Tras algunas pruebas fallidas y con la ilusión de publicar concluye Cosmic Corkscrew (1938), hoy desaparecido. Con todo el entusiasmo e inocencia del muchacho que es aún se dirige a la redacción de la prestigiosa “Astounding Science Fiction”, bajo la


dirección de John W. Campbell. Éste le recibirá en persona y, aunque tras leer el relato lo rechaza, anima y da consejos al joven autor. La influencia de Campbell marcará definitivamente a Asimov, que durante mucho tiempo seguirá entusiasmado sus pautas hasta alcanzar su madurez como escritor. Sus siguientes relatos sufren diversa suerte: los más son rechazados; otros, en cambio, consigue venderlos a revistas de menor calidad –Abandonados cerca de Vesta (1939), su primera publicación, en “Amazing”; La Amenaza de Calixto (1939), en “Astonishing”, y Un anillo alrededor del sol (1940), en “Future Fiction”–. Hasta el décimo cuento, Opinión pública (1939), no consigue su sueño de ocupar las páginas de “Astounding S. F.”, aunque deba realizar antes algunas correcciones que Campbell le dicta.

Durante los años siguientes Asimov continuará produciendo historias sin cesar, incluyendo su primera novela larga, Un guijarro en el cielo (1939), sus relatos de robots iniciados con Robbie (1940) y su célebre Anochecer (1941); sin embargo en modo alguno puede considerarse un escritor profesional. Ni se le pasa por la cabeza. Escribe por puro divertimiento, mientras estudia en la Universidad de Columbia, a la que había accedido en 1935, y ayuda a su padre en el mostrador de la confitería. Sus magros ingresos no le permitirían vivir exclusivamente de sus obras.


Aunque no se traduzca en los aspectos económicos, poco a poco va labrándose un prestigio entre los lectores y editores, y cada vez son menos los relatos rechazados. La década de los cuarenta parece presagiar una escalada en su producción, que gana, además, en calidad. Formula junto a Campbell las famosas tres leyes de la robótica y empieza a publicar, en 1941, la serie inicial de ocho narraciones conocidas como ciclo de Trantor o de la Fundación, en “Astounding”, junto a otros numerosos relatos breves. En 1942, por el contrario, se inicia un largo lapso de silencio, marcado primero por su dedicación a las investigaciones químicas, con miras a la obtención del doctorado, y luego por la entrada de los Estados Unidos en la guerra mundial. Asimov se incorpora como voluntario a la Naval Air Experimental Station, en Filadelfia, al lado de sus colegas Robert A. Heinlein y L. Sprague de Camp. Poco después contrae matrimonio. En 1945 es reclutado por el ejército. Poco escribe en este período –Sentencia de muerte (1943), Callejón sin salida (1944), Testimonio (1946)– y su reincorporación a la vida civil no mejora la situación, al regresar a Columbia, donde finalmente obtiene el doctorado, y emplearse, en 1949, en el departamento de bioquímica de la facultad de medicina de la Universidad de Boston. En los cincuenta asistimos a su relanzamiento como escritor, si bien ya no tanto en el campo de las revistas como por la edición de libros. En 1950 Doubleday publicará la novela de 1939 Un guijarro en el cielo y Gnome Press sus relatos de robots positrónicos, bajo el título de Yo, robot, a los que seguirán En la arena estelar (1951), Fundación (1951), Fundación e Imperio (1952), Las corrientes del espacio (1952) y Segunda fundación (1953), todas ellas obras antiguas.


Sin duda, esta rápida sucesión de publicaciones debió animar a Asimov, pues se embarcó en la redacción de nuevas novelas, de las que son ejemplo El fin de la eternidad (1955) y Las cavernas de acero (1954) –que junto a su secuela El sol desnudo (1956) convierte a nuestro autor en pionero del uso de la trama policial en la ciencia ficción, por otra parte nada extraño si tenemos en cuenta que su narrativa, aunque se mueve en el marco de la Space Opera, gira a menudo, más que sobre un argumento de aventuras, sobre la sorpresiva resolución de un problema lógico, como vemos en sus cuentos de robots–. Mención aparte merece la serie de seis novelas juveniles (1952–1958), firmadas bajo el seudónimo de Paul French, sobre el ranger del espacio Lucky Starr, todo un recorrido por el sistema solar que pretendía ser fiel a los conocimientos de su época, pero que el tiempo ha vuelto desfasado. En 1954 Asimov se introduce en un campo que afianzará su popularidad: el ensayo de divulgación científica. A partir de 1948 había colaborado con otros autores en varios libros de estas características; aunque no es hasta esa fecha que publica, por primera vez en solitario, The Chemical of Life, produciendo posteriormente conocidos títulos como Introducción a la ciencia (1960) o El Universo (1966). Su fecunda labor como ensayista – siempre de escritura fácil, vanagloriábase incluso de haber escrito cincuenta y siete libros en cincuenta y siete meses consecutivos– actuó en decremento de su obra de ficción, que si bien nunca dejó de lado resultó evidentemente mermada. Por otra parte, ese doble papel de escritor científico y fantástico, influyó en gran medida en su éxito popular: los seguidores de su obra de ciencia ficción se interesaron por un campo más serio al que quizá jamás se habrían acercado; mientras que el público general, por el prestigio que sus volúmenes divulgativos le conferían, se atrevió a leer sus novelas, pertenecientes a un género –no nos engañemos– minoritario e infravalorado.


Ni el abandono –en realidad le despidieron– de su puesto de profesor auxiliar para dedicarse por completo a escribir, en 1958, ayudó a que su producción de ficción aumentara. Siempre encontraba tiempo para pergeñar algún relato, pero generalmente fueron obras menores, como su novelización de la película Viaje alucinante (1966). Ya en los setenta, en cambio, nos ofreció abundantes títulos, a veces un tanto apartados de su línea habitual. Es el caso de sus relatos policiacos sobre los Viudos Negros, publicados en “Ellery Queen’s Mystery Magazine”, a partir de 1972, y sus historias cómico–fantásticas – al estilo de los Cuentos de la Taberna del Ciervo Blanco, de Clarke– del travieso demonio Azazel, publicadas a partir de 1980, principalmente en el “Isaac Asimov’s Science Fiction Magazine” –revista que, con su nombre como reclamo, empezó a editar Davis Publications en 1977, obteniendo una excelente acogida–. Fue también en 1972 cuando se hizo con los premios Hugo y Nébula por Los propios dioses, su cenit en este período e inicio de una larga decadencia, marcada por la búsqueda del éxito fácil que le llevó incluso a resucitar alguna de sus series famosas, aparentemente concluidas, como la de la Fundación, en Los límites de la Fundación (1982), o a cofirmar, junto al en otro tiempo dotado Silverberg –que realizó la verdadera redacción–, versiones extendidas de alguno de sus relatos, hasta convertirlos en novela –Anochecer (1990)–.


Muerto literariamente, y vendiendo como nunca, lo hizo de un modo físico el 6 de abril de 1992, por culpa del SIDA, que había adquirido en una transfusión durante una operación quirúrgica. Dejaba tras de sí más de doscientos libros, entre los que conviene recordar, para los aficionados a ampliar, sus tres volúmenes de memorias, In memory Yet green (1979), In Joy still felt (1980) y Yo, Asimov (1994), que junto a sus egocéntricas introducciones, repletas de datos personales, constituyen la delicia de cualquier biógrafo perezoso.

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Historias inverosímiles https://arbolesmuertosymuchatinta.wordpress.com/2015/07/08/historias-inverosimiles/

Autora: Raimunda Torres y Quiroga Edita: Tren en Movimiento, Temperley, 2014 Ya he hablado elogiosamente de Carlos Abraham en mi antiguo blog, al recomendar sus trabajos sobre la editorial Tor y sobre las revistas de ciencia ficción argentinas. Su blog Museo Iconográfico de la Literatura Popular es una fuente inagotable de información sobre literatura popular hispanoamericana. En dicho blog, Carlos daba cuenta del hallazgo que había hecho de una desconocida escritora de cuentos fantásticos del siglo XIX, Raimunda Torres y Quiroga. Ignorada por todas las historias de la literatura rioplatenses, Abraham se tomó el trabajo de traerla a la luz. El resultado es este libro, que recopila toda la obra fantástica de esta escritora olvidada. No quiero extenderme en el trabajo arqueológico/detectivesco que hizo Abraham para armar esta antología, pues para ello tenemos el fascinante ensayo introductorio que escribió para este volumen. Basta decir que le envidio la paciencia para poder sumergirse en antiguas revistas de la Biblioteca nacional de Argentina, todo para hallar un rastro de la


autora en algún número olvidado de un pasquín desaparecido hace más de un siglo. Eso , y que a partir de ahí, elabore un trabajo biográfico y bibliográfico del nivel que comúnmente demuestra. Solamente por este trabajo de rescate e investigación, este libro merece la pena comprarse. Pero vayamos a los cuentos de la señorita Torres y Quiroga. La gran mayoría son muy breves y están evidentemente influenciados por los relatos de Poe y E.T.A. Hoffmann como gran parte del os relatos de fantasmas tan de moda a finales del siglo XIX. Algunos son casi viñetas con una resolución simple. Otros son más elaborados y desarrollados (particularmente rescato “la cruz de brillantes”, con dos versiones diferentes en el libro). Sin ser malos, tampoco se escapan de lo esperable dentro del género de “ghost story” victoriana de esos años. Raymunda Torres no es mala escritora pero no hay un cuento que yo al menos podría nombrar como un clásico perdido. Es una buena escritora fantástica y punto. En síntesis, el libro es un gran trabajo de investigación que excede con mucho las cualidades literarias de su descubrimiento, una autora aceptable pero que, al menos en mi opinión, no cambia el panorama del género fantástico de la lengua española.

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Fotonovela para bajar: “La Cautiva de las Pampas” (con Libertad Leblanc) https://arbolesmuertosymuchatinta.wordpress.com/2015/07/18/fotonovela-para-bajar-lacautiva-de-las-pampas-con-libertad-leblanc/

Quienes seguían mi antiguo blog, sabían que uno de sus puntos fuertes por mucho tiempo fue su sección de fotonovelas, donde dejaba versiones integrales de antiguas fotonovelas en digital para descargar. Si hay un fenómeno de cultura pop que merecía rescatarse del olvido era el del mercado de las fotonovelas, que por varias decadas fue poderoso en Latinoamérica, España, Italia y otros países de Europa, pero que se sabía (se sabe) poco y nada.


En todos estos años investigando esporádicamente el tema, me he encontrado con datos interesantes, he conocido a gente interesantísima que tuvo que ver con ellas y metido en discusiones poderosas. Por ejemplo, descubrir la obra de los trillizos Beccaglia, tres hermanos que tuvieron mucho que ver con la dirección y producción de ellas. Los Beccaglia escribieron, dirigieron y produjeron muchas de las fotonovelas que aparecieron entre las décadas de 1960 y 1970, incluyendo muchas de las que hizo la editorial Record con Killing, Namur, Yorga, etc.

Justamente aquí tenemos una de sus fotonovelas, dirigida por Derlis Beccaglia. Y no una


fotonovela cualquiera. Es evidente por el nivel de la producción (escenas con extras, vestuario de época, duración de páginas, etc) que “La cautiva de las pampas” no era una fotonovela más sino una superproducción del género.

Y no es para menos, teniendo de protagonista a una jovencísima Libertad Leblanc, la única estrella del cine erótico argentino capaz de hacerle sombra a Isabel Sarli. Aquí es la protagonista absoluta en este dramón de la conquista del Desierto, hecho para el primer número de la revista Salomé. Revista que quería producir fotonovelas de alto vuelo , que fueran más allá de lo esperable, con presupuestos, guión y calidad de primera (tal cual enuncian dentro de un editorial en las páginas).


¿Cuál es el resultado final? Pues… antes que decirles algo, vayan, sigan este link y bájense este número para leerlo. Yo creo que lo van a disfrutar.


Prometo que en un futuro próximo espero tener más información sobre fotonovelas. Y espero que también más fotonovelas para bajar. Mientras tanto, disfruten este melodrama histórico Made in Argentina. Que lo disfruten UPDATE: Gabriela Becaglia (sobrina del director de la fotonovela y guionista televisiva con mucha experiencia en Argentina) me comenta lo siguiente en Facebook: “Qué te puedo decir Roberto querido.Has develado uno de los recuerdos más remotos que tengo: las pelucas de indio que hicimos en casa durante semanas!!! Yo era muy chica pero igual ayudaba. Recordaba que mi hermano, mi vieja y yo y obviamente mi viejo, nos pasamos dias enteros haciendo pelucas, pero no tenía la menor idea de para qué producción habían sido. Si fotonovela o cine o qué! Ahora me completaste el recuerdo además de la generosidad increíble de regalarme el ejemplar original. Así se hacían las cosas por esos días: con pulmón, corazón y sin un mango! Ahora, a la distancia, me asombra la temática que tocaban. Hay en ella un deseo bizarro en el sentido estricto de la palabra: valiente quiero decir. aspiraban a más. Le exigían al formato hasta sus límites. En este caso, un tema histórico que en mi familia fue verídico. Mi visabuelo, el Pampa, había sido un gringo cautivo de los indios Pampas hasta los 20 años maso. Luego logró escaparse y más tarde se hizo pistolero o “caudillo” como le gustaba decir a mi viejo.Así que como verás, mi historia es una fotonovela!! Juaa!!! Bizarra, pintoresca y un tanto mística. Gracias por acercarme ese tramo de historia que sin dudas me completa. Gracias de corazón Roberto Barreiro.” De nada. Gabriela. Gracias a vos pro compartir estos recuerdos.

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VENGANZA COSMICA https://arbolesmuertosymuchatinta.wordpress.com/2015/07/27/venganza-cosmica/

Autor: “Law Space” (seudónimo de Enrique Sanchez Pascual) Colección: Espacio n° 114 Edita: Toray, Barcelona, 1958 Siglo XXV. Unos inescrupulosos exploradores del espacio encuentran fabulosos yacimientos de uranio en un planeta de otro sistema solar. El planeta está habitado por una pacífica tribu, a la que usarán para extraer el mineral, haciéndose pasar por dioses. Por supuesto, sin importarles un bledo que la radiación afecte a los nativos. Tras conseguir suficiente uranio, se irán del planeta dejando una tribu lista para mutar y morir horriblemente por exposición a la radiación. Pero esa tribu tiene como benefactores ocultos a una avanzada y moribunda raza, la cual, si bien no puede detener la destrucción del os terrestres, es capaz de generar un plan para la venganza.


Diez años después, los antiguos exploradores son los hombres más ricos de la Tierra gracias al uranio conseguido. Tienen todo… excepto la posibilidad de rejuvenecer. Pero un doctor les ofrece esa posibilidad. Al aceptar, caen en la trampa de una venganza planificada más allá del sistema solar… La colección Espacio fue una de las colecciones señeras en los bolsilibros españoles de ciencia ficción. Como todas las historias de este formato, el objetivo era una conseguir una historia sólida y entretenida. Esta novelita solo lo logra a medias. Y esto se debe sobre todo por la subtrama que concierne al amigo del arqueólogo devenido en médico y su romance con una médica que está bastante mal desarrollada. Sin esos personajes la historia funcionaría mucho mejor. De hecho, suena como que esto fue agregado con posterioridad al boceto original de la historia, sea por presión editorial (para que hubiera “interés romántico”), sea para abultar la historia hasta un tamaño adecuado al formato, sea por ambas razones. Porque, recortando estos elementos , tenemos una historia breve que podría funcionar como un típico guión de la “Dimensión Desconocida” u otra serie de tv fantástica similar producida en esos años, una fábula moral sobre la explotación indígena transcrita a formato fantacientífico.

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Jack London: Tras las huellas del lobo https://arbolesmuertosymuchatinta.wordpress.com/2015/07/27/jack-london-tras-lashuellas-del-lobo-2/

En Estados Unidos, país formado por inmigrantes en busca de fortuna, uno de los mitos populares de más arraigo es el del selfmademan, el hombre hecho a sí mismo. Rico, competente y orgulloso, curiosamente padece de una extraña debilidad de memoria sobre sus orígenes humildes, cuando no adopta una actitud de arrogante desprecio a los menos afortunados, basada en la falaz teoría de que si él ha podido llegar a la cumbre, los que no lo consiguen es por vagancia o porque no lo desean lo suficiente. Jack London, que desde la más absoluta de las miserias acabó por convertirse en el escritor mejor pagado de su tiempo, jamás menospreció a sus congéneres ni olvidó. De hecho, si para caracterizar su obra tuviéramos que resaltar un rasgo único, éste sería el continuo recurrir a la peripecia personal como fuente inspiradora de sus narraciones. A Jack London, nacido en 1876 como John Griffith Chaney, le tocó en suerte un mal momento para venir al mundo. El proceso de colonización de los territorios vírgenes del Oeste había concluido, al tiempo que una terrible crisis económica permitía levantar grandes imperios económicos al mínimo coste posible, nutriéndose de millones de desempleados dispuestos a trabajar por un salario ínfimo que paliara un poco su pobreza. London, desde muy niño, probó los amargos fundamentos del sistema: «Con siete años robé un trocito de carne a una niña pequeña. Habría vendido mi derecho a la primogenitura por un plato de sopa. Con ocho años tuve mi primera camisa, una prenda sucia, pobre, sobre la cual no quería ponerme nada para que todos pudieran ver mi camisa. Con diez, vendía periódicos por la calle, desde las tres de la madrugada hasta que empezaba la escuela. Nunca tuve un juguete. No tuve infancia. Nunca fui un niño. ¡Hambre, hambre, hambre! Desde la época en que no conocía ningún otro grito que el de mi estómago hasta ahora, en que el grito es otro más elevado: hambre, sólo hambre».


London reflejó las rudas y aventureras circunstancias de sus años mozos en medio centenar de volúmenes, entre novelas, relatos y artículos. En su primera historia, Un tifón en las costas japonesas, narración de dos mil palabras con la que ganó en 1893 un concurso organizado por un periódico, ya utilizaba sus recuerdos como marinero cazador de focas. Después nunca abandonó el método que tan buenos resultados le daba. London escribía con más atención a la historia que al estilo, e utilizaba el tono del narrador oral, con frases cortas de estructura sencilla, escogiendo antes la repetición que circunloquios que oscurecerían el mensaje. Cuando tomamos uno de sus relatos, frecuentemente tenemos más la sensación de ser oyentes directos que meros lectores; nos implicamos en lo narrado, perdemos el distanciamiento del espectador para embebernos en las peripecias descritas, que intuimos reflejo artistificado de una dura realidad. ¿Alguien puede relatar mejor la historia de un muchacho agotado por el trabajo y que no ve nunca la luz del sol, si él a los trece años pasaba hasta dieciséis horas de pie tras una máquina? ¿Quién explicará con mayor viveza el tormento del fracaso y el hambre que el que lo ha padecido? ¿Quien describirá mejor los tormentos de la prisión que el encarcelado por el simple hecho de vagabundear sin trabajo?

Consciente desde temprano de la explotación de que era objeto, se rebeló contra el trabajo físico embrutecedor y dedicó todo su esfuerzo a autoeducarse e intentar convertirse en escritor profesional, la única salida a su destino como bestia de carga. Pese a conseguir asistir a la universidad y recibir la influencia educadora de compañeros intelectuales del movimiento sindical, la biblioteca pública fue su verdadera escuela. Fue lector voraz e indiscriminado, y aunque su autodidactismo dio frutos extraordinarios, como sus libros testifican, propició una ideología llena de contradicciones, compuesta por el extraño maridaje entre el Manifiesto comunista, de Marx, y el darwinismo social de Herbert Spencer. Por un lado, mirando a su alrededor, comprendía la vida como un proceso de selección natural, una lucha en la que sólo los más aptos estaban destinados a sobrevivir; por otro, revolviéndose contra la injusticia que había sufrido en propia piel, sentía la necesidad de luchar activamente contra esta situación, en auxilio de los desfavorecidos. Lejos del progresismo de salón de los socialistas fabianos, esto le llevó a


participar en actos como la marcha hacia Washington de miles de desempleados, en 1894, o a afiliarse al recientemente fundado Socialist Party, pronunciando conferencias en su nombre y llegando a presentarse como candidato a alcalde de Oakland. Más que al propio autor, probablemente sorprendería a muchos de sus contemporáneos la actual consideración como escritor para jóvenes del «Rojo London», cuya ideología consideraban nefasta para sus hijos, llegando incluso a exigir la retirada de sus libros de las bibliotecas y organizando piras donde quemarlos. Si bien en su corta vida escribió muchos relatos intrascendentes por motivos puramente económicos, London hizo caso omiso a los improperios de la escandalizada sociedad bien pensante y no renunció nunca a un posicionamiento crítico hacia lo que él consideraba la mala gestión del Capital. Su apoyo a la revolución y a la clase trabajadora se trasluce no sólo en ensayos y artículos, sino también en numerosos relatos, como El sueño de Debs, La fuerza de los fuertes, Al sur de la grieta o El mejicano, por citar sólo unos pocos, o en su novela de anticipación El talón de hierro, considerada por muchos su obra más personal, una estremecedora profecía sobre la ascensión del fascismo y la guerra mundial, detenida en la ficción por una huelga general de los obreros americanos y alemanes. No hemos de suponer, sin embargo, que nos encontramos ante un autor panfletario. Jack London es, ante todo, un soberbio narrador de aventuras y aunque en sus textos halló reflejo su pensamiento político, éste no se impone nunca a la acción continua y la emoción, permaneciendo, a veces, imperceptible si no se lee entre líneas.

Tal actitud concienciada no habría supuesto un inconveniente, protegido por su renombre artístico, si junto a ella no hubiera andado a menudo una cierta megalomanía, origen de buena parte de sus problemas. Con sus ingresos London podía haber llevado una existencia cómoda, sin embargo siempre vaciló al borde de la ruina. Gastaba su dinero sin ningún tipo de control en ostentosas donaciones para la revolución o financiando granjas modelo, equipadas con la tecnología más moderna, pero desastrosas económicamente. Por eso, aunque Jack London siempre pensó que la sinceridad era la principal condición para construir buenos relatos, y se consideraba a sí mismo como un escritor realista, se


deben manejar estas afirmaciones con bastante precaución. London tenía más de romántico que de realista. No se trata, es cierto, de un autor como Verne o Salgari, cuyos relatos se basaban en conocimientos puramente librescos. En cada una de las obras de London podemos encontrar un paralelismo con su biografía: el marinero y guardacostas, en El lobo de mar y Relatos de la patrulla pesquera; el buscador de oro en Alaska, en La llamada de lo salvaje y Colmillo blanco; el obrero casi analfabeto que acaba por convertirse en un escritor de prestigio, en Martin Eden… Usó de su experiencia particular para una soberbia descripción de situaciones, tipos y ambientes; pero en ningún momento su mirada es metódica y desapasionada. Su percepción está condicionada por el espejo deformante —hermosamente deformante— de su idealismo.

La mayoría de sus personajes son versiones magnificadas de sí mismo, incluso esos lobos y perros asilvestrados de sus novelas de animales. Siguiendo un poco la doctrina del superhombre nietzschiano, el héroe de London se mueve impulsado por la voluntad de poder, en persecución de una libertad sin barreras, por encima de vínculos y ataduras artificiales. Prefiere actuar a reflexionar. La civilización, por tanto —y he aquí la principal contradicción con su pensamiento socialista—, debilita al hombre que, convertido en una mera máquina de pensar, renuncia a buena parte de sus facultades y merma su capacidad de combatir. La única directriz, ante la cual todo está permitido, es la lucha por la supervivencia o, como dice en La llamada de lo salvaje, la ley del garrote y el colmillo: «Había que dominar o ser dominado; y la piedad era una señal de debilidad. En la vida primitiva no existía. Se confundía piedad con temor y ello acarreaba la muerte. Matar o morir, comer o ser comido: tal era la ley». En una concepción dionisíaca de la existencia considera que la vida, pese a su sin sentido y a todo el dolor que conlleva, merece ser vivida plenamente. Y esa aceptación de sus tramos amargos como parte indivisible le llevan, de igual modo, a aceptar la muerte como conclusión natural. Toda la rebeldía, todo el empeño puesto en sobrevivir, se transforma en serena aceptación cuando el momento final llega. Pocos escritores han sabido describir con mayor habilidad esos instantes fatales. Cuentos como Ley de vida son ejemplares al respecto. En él un viejo indio aguarda la muerte en la soledad del desierto ártico; sus fuerzas le han abandonado y de


ser un miembro útil de su tribu se ve convertido en una carga. ¿Por qué aferrarse a una vida marchita? Convencido de que es lo mejor para todos, deja de seguirles y se sienta a esperar que su llama se apague, sin dramas. Tal opción puede parecernos cruel, no justificable en una sociedad moderna; pero Jack London la aplaude y la asume en sí mismo, según parece…

Una noche se inyecta una sobredosis de morfina que acabará con él. Tenía sólo cuarenta años, pero su salud estaba prematuramente arruinada por el alcoholismo al que su vida marginal le había abocado. Además, sus múltiples problemas económicos y la infelicidad conyugal no contribuían a aliviarle. Nunca sabremos si fue accidente o suicidio; aunque, si hemos de atender a la coherencia con la que decidió cada uno de sus pasos, no es atrevido suponer que tomara la muerte por propia mano. A fin de cuentas, debió considerar, mientras la luz huía de sus ojos, que había cumplido con su tarea como el indio del relato.

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Kryptonita https://arbolesmuertosymuchatinta.wordpress.com/2015/07/29/kryptonita/

Autor: Leonardo Oyola Edita: Mondadori, Buenos Aires, 2014 La idea de la historia alternativa existe desde hace mucho tiempo en la literatura de ficción. Lo mismo que las versiones alternativas de los personajes que pueblan los universos de la Marvel y de la DC Comics, donde se han contado innumerables relatos contando qué hubiera pasado si los orígenes “canónicos” de los superhéroes variaran. ¿Qué pasaría si Batman apareciera a finales del siglo XIX en vez de la actualidad? ¿O si Superman fuera criado en la Unión Soviética? ¿O si el universo Marvel se desarrollara en la Inglaterra de Isabel I? ¿O si…? Personalmente, creo que pocas de estas historias alternativas de los superhéroes están tan logradas como la variación que plantea esta novela, variación por cierto no reconocida oficialmente por la DC Comics, aunque los personajes se basan claramente en ese universo.


La premisa aquí es “¿Qué pasaría si Superman cayera en la década de 1970 y se criara en el Gran Buenos Aires, la zona de extrema pobreza y desprotección social que rodea la ciudad de Buenos Aires, en una villa de emergencia (chabola, población o como quieran llamarla)? ¿Qué pasaría si sus compañeros de la liga de la Justicia se criaran allí también? Respuesta: tenemos a Pinino (a) “Nafta Super”, el líder de una de las bandas más conocidas y respetadas de la zona Oeste. Una pandilla que se ha ganado a pulso su fama, respetando los códigos de la calle. Una pandilla enfrentada a la corrupta policía de la Provincia de Buenos Aires, que los va a cercar en un hospital al que han llevado a Pinino, malherido por un trozo de vidrio verde que le clavó arteramente su archirrival, el Pelado (jefe de otra banda y que tiene arreglos con la bonaerense). Un doctor de guardia y una enfermera veterana serán los testigos y destinatarios del relato de la vida de estos “super amigos” barriobajeros. La novela de Oyola logra algo poco común en estas historias alternativas: escaparse de la visión moral del mundo norteamericano, un mundo donde, no importa el lugar o tiempo en que ocurra la historia, Superman es el paradigma de la Verdad, la justicia y La Forma Americana de Vida (traducción: democracia capitalista). Un Superman siempre puro e idealista. Y algo que NO ES Nafta Super. Es un tipo con códigos, pero diferentes a los habituales en su versión “oficial”. Para él (y sus amigos / colegas), matar no es reprobable, robar o secuestrar tampoco. Sí lo es matar, robar y secuestrar a ciertas personas y ciertos lugares. Hay códigos callejeros que se respetan y por eso se diferencian de sus rivales: justamente por respetar esos códigos. Y también hay la sensación de crepúsculo del grupo: Super Nafta quiere abrirse y, si logra zafar de esta, abandonar esta vida. Ya son grandes (frisan casi todos los cuarenta) y quieren otra vida, una donde no se jueguen la vida en cada momento, todo por un poco de respeto.

Nafta Super y su banda de Super Amigos, en una escena de la película que se viene, basada en este libro


La historia también tiene momentos tragicómicos, como el secuestro de Carozo (un muñeco televisivo con el que crecimos los argentinos que, como yo, tienen 40 y tantos años) para cumplirle el “sueño del pibe” a Super Nafta. Las carcajadas que genera toda la secuencia oculta en el fondo una situación de profunda amargura y desigualdad social. Eso sí, un problema para leer la novela fuera de Argentina es su localismo: entre giros de argot actual, referencias a suceso y lugares específicos del Gran Buenos Aires, de la historia argentina reciente y de la cultura popular (como, por ejemplo, Carozo o el mundillo de las “barras bravas” futboleras), un lector no argentino puede perderse la mitad de la gracia. Vamos, un argentino menor de 35 pirulos puede no entender varios chistes. Aún así, no puedo dejar de recomendar esta novela lo suficiente. Como reconstrucción del género de superhéroes y su lectura desde una mirada NO norteamericana de íconos considerados profundamente yanquis, es impecable. Hay una versión cinematográfica en fase de posproducción mientras escribo estas líneas. Si es la cuarta parte de buena que la novela, va a ser un peliculón.

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La puerta con siete llaves (The door with seven locks, 1926) https://arbolesmuertosymuchatinta.wordpress.com/2015/08/07/la-puerta-con-siete-llavesthe-door-with-seven-locks-1926/

Autor: Edgar Wallace Colección: La Linterna n°25 Edita: Zigzag, Santiago de Chile, 1945 Cuando uno compra libros antiguos de novela popular, hay autores que se le aparecen una y otra vez, autores que aparecen en cuanta editorial publicase en un período de tiempo determinado. Autores que, evidentemente, eran garantía en esos años de ventas. Y que hoy por hoy han desaparecido, que no se han convertido en clásicos. Uno de esos autores es Edgar Wallace. Si la editorial se dedicaba a hacer ediciones populares (no importa si era de España, de Argentina, de México, de Chile o de donde fuere) durante la primera mitad del siglo XX, lo más probable que estaría en el catálogo alguna de las novelas de este escritor inglés. Sin embargo, hoy por hoy casi no está publicado y ha caído en el olvido.


Tras leer esta novela, el olvido parece justificado. Aclaro: no es la primera novela de Wallace que intento leer. De hecho creo que es la tercera o cuarta que empiezo. Pero es la primera que termino, y porque hice el esfuerzo. Es que la prosa de Wallace es confusa, farragosa y – en última instancia – aburrida. Los personajes hablan y hablan, y se mueven sin crear interés en lo que hacen al lector. Y, lo que es peor, es una narración descoyuntada, con escenas que no se deshilvanan lógicamente una a otra sino que se atropellan entre sí, empujando a la anterior para que puedan aparecer en el relato. Eso sí, a cambio de esos defectos, Wallace nos entrega momentos de la mejor imaginería gótica trash que puede haber. Hombretones salvajes semidesnudos obedientes a científicos locos torvos y extraños (para más inri, extranjeros, ¡horror de los horrores!), que discursean sobre extrañas teorías genéticas. Criptas subterráneas debajo de mansiones victorianas. Persecuciones de heroínas en la noche por criaturas asesinas en medio de los bosques normalmente tan pacíficos de la campiña inglesa. Delincuentes de miradas desconfiadas en medio de los barrios bajos londinenses cubiertos por la niebla. Esos momentos casi compensan el destartalado argumento y los personajes de cartón piedra. De hecho tal vez la mejor comparación pueda hacerse a los filmes “giallo” italianos: ambos productos están llenos de imaginería fascinante pero en general carecen de plots interesantes y/o lógicos. Bueno, no por nada los giallo son descendientes de los filmes “krimis” alemanes, basados en las novelas de Wallace. Respecto al argumento de esta novela específica, tenemos a Dick Martin, ex inspector de Scotland Yard que es contratado para seguir a un misterioso lord que viaja por todo el mundo. A su vez se enamora de la prima de este, una bibliotecaria. Y se encuentra investigando el asesinato de un revienta cajas que había sido contratado para intentar abrir una misteriosa puerta con siete llaves que se halla en la cripta de la mansión de dicho Lord. Todo eso se relaciona de alguna manera con un misterioso genio criminal italiano y sus teorías para conseguir al bruto perfecto. Y con un plan criminal con más implicados del os que parece. Quisiera poder desarrollar con más exactitud la historia pero, como dije antes, ella no es algo a la que Edgar Wallace parezca preocuparse demasiado. Todavía hay muchos otros libros de Wallace esperando a que los lea. ¿Sentiré le impulso saodmasoquista de hacerlo? En el corto plazo, claramente no. Muy exitoso podrá haber sido en su momento (y tiene momentos pulps muy poderosos en sus páginas), pero ha envejecido mal. Y he ahí el motivo de su olvido en el canon literario, diría yo. PD: Por cierto, la tapa de esta edición está agraciada con una ilustración de Coré, uno de los ilustradores más importantes de Chile.


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La espada del destino (Miecz przeznaczenia,1992) https://arbolesmuertosymuchatinta.wordpress.com/2015/08/17/la-espada-del-destinomiecz-przeznaczenia1992/

Autor: Andrzej Saprowski Serie: Gerald de Rivia nº 2 Edita: Alamut, 1997. Ta vez lo más interesante de este segundo volumen de las aventuras de Gerald de Rivia, el brujo albino cazamonstruos, sea su vocación de darle más consistencia a su mundo (que ya habíamos revisado en una entrada del blog anterior). En los cuentos que componen este volumen desciende el tono de parodia de cuentos de hadas clásicos que aparece muy frecuentemente en el primer tomo de la serie (aunque lo hay, por ejemplo una devastadora demolición de la historia de la Sirenita) y más la voluntad de situar a Gerald en un mundo que compite con el Westeros de George R.R. Martin como mundo fantástico cruzado por un realismo sucio, brutal y salvaje listo para que todo se vaya en cinco segundos al carajo. Un mundo donde los humanos y las razas fantásticas conviven en una apenas tolerada convivencia, donde los hechiceros son una cofradía celosa de sus privilegios y desconfiada de los demás, donde los reinos elfos son matriarcados que


defienden sus bosques con uñas y dientes de quienes quieren entrar ahí, con reyes humanos listos para traicionarse entre sí por la adquisición de poder y territorio. Un mundo donde todo estalla en el último cuento, con una invasión de un imperio que está arrasando y conquistando toda la región. Y donde Gerald recibe como regalo del destino el cuidado de una adolescente que tendrá mucho que ver en lo que seguirá en la serie… También está la aparición de Yennefer, la hechicera con una relación compleja con Gerald, en la que se cruza amor, deber, lujuria y sus respectivos roles sociales. Obviamente este es un volumen de transición, con Saprowsi preparado todo para lo que vendrá a continuación. Una lectura más que agradable, pero un aperitivo ante la historia que va a decidir si Gerald se convertirá en un clásico del género fantástico o solo uno de las muchas sagas fantásticas que no aportan demasiado.

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El cadáver alegre (The Laughing Corpse, 1994) https://arbolesmuertosymuchatinta.wordpress.com/2015/08/26/el-cadaver-alegre-thelaughing-corpse-1994/

Autor: Laurell k. Hamilton Serie: Anita Blake nº 2 Edita: Gigamesh, Barcelona, 2007 Al final de la primera novela de la serie, Anita Blake, cazadora profesional de vampiros, había ayudado a cambiar el mapa de poder vampírico de Saint Louis, Missouri, eliminando a la jefa de éstos y dejando en control a Jean – Claude, el vampiro con el que hay una relación ambigua. Pero ahora, Anita vuelve a su trabajo cotidiana: exitosa reanimadora de cadáveres. Y se topa con el pedido de un millonario para reanimar a un cadáver muy antiguo, una tarea muy difícil y que necesita de un sacrificio humano, cosa que Anita no hará. Paralelamente, comienzan una sucesión de horribles ataques a personas en sus casas, que son descuartizadas sin piedad. La investigación en la que termina metida nuestra protagonista la lleva a conocer a una poderosa hechicera vudú y a encontrarse de nuevo en una situación complicadísima que resolverá con su sangre fría y cojones.


La segunda novela de Anita Blake sigue siendo igual de entretenida que la primera. Agil, divertida, con una heroĂ­na que cruza a Blade el cazavampiros con un cĂŹnico detective privado. Legible. Iremos a por mĂĄs.

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Theodore Sturgeon (1918-1985) https://arbolesmuertosymuchatinta.wordpress.com/2015/09/03/theodore-sturgeon-19181985/

Edward Hamilton Waldo nació el 26 de febrero de 1918, en Nueva York. Hijo de una poetisa y profesora de literatura, en 1927 sus padres se divorciaron y la madre contrajo nuevas nupcias con un colega docente apellidado Sturgeon, adoptando el niño el nuevo nombre, hoy más conocido, de Theodore Hamilton Sturgeon. Por influencia de su madre el joven Ted sentía inclinación por las letras, pero no demasiada por el estudio. En sus años escolares las actividades deportivas fueron las únicas que le atrajeron y su primera ambición se centró en convertirse en gimnasta. Por desgracia para sus esperanzas, una grave enfermedad debilitó su corazón y le obligó a renunciar al deporte. Perdida esa meta original, Theodore Sturgeon ingresó en una escuela náutica y después de graduarse como oficial de tercera pasó tres años embarcado. Con todo lo romántica que pueda parecer la idea, la realidad debió ser mucho más gris, pues en esos años de singladuras su único destino fue la sala de máquinas… Pero al menos su reclusión tuvo sus frutos: sería en ese periodo cuando Sturgeon empezó a escribir. Sus primeros intentos literarios no tuvieron ninguna relación con la ciencia ficción y se publicaron a partir de 1937 a través del sindicato de prensa de McClure. Su entrada en las revistas de género se produciría en 1939 con el relato Eather Breather, historia humorística sobre unas entidades alienígenas que habitan en el éter, aparecida en el número de septiembre de «Astounding». Esta narración tendría una secuela al año siguiente en la misma revista. Desde el principio Sturgeon demostró muy poco interés por los aspectos tecnológicos y


científicos del género y se inclinó por explorar las relaciones humanas, en una línea que también seguirían Clifford D. Simak y Ray Bradbury, salvando claras diferencias de estilo. El amor se convertiría en el tema central de su obra —¿pero no lo es, junto a la muerte, de toda literatura?—. De hecho, por su inclinación por una interpretación emotiva de los hechos, antes que racional, es sintomático que el propio Sturgeon siempre prefiriera definirse a sí mismo más como un autor de fantasía que de ciencia ficción. Si Eather Breather, siendo un cuento divertido, tampoco supuso ninguna entrada triunfal en el género, sí llamarían más la atención otros relatos posteriores, que produciría en abundancia durante periodos de gran creatividad a los que seguían otros de alejamiento de la literatura. Es el caso de los populares It (1940) y Microcosmic God (1941). Sturgeon se convertiría con estas historias en uno de los puntales de la llamada Edad de Oro de la ciencia ficción norteamericana, junto a autores como Asimov o Heinlein, y bajo la dirección del influyente John W. Campbell.

Su participación en la Segunda Guerra Mundial supondría el primero de los varios silencios en los que Sturgeon se sumiría durante su carrera. El regreso, sin embargo, no podía ser más triunfal, pues el primer relato que publicó continúa siendo de los más celebrados del autor: Killdozer (1944). Con una máquina excavadora misteriosamente animada y asesina, es un relato de terror eficaz y moderno, tanto que podría recordarnos sospechosamente incursiones en similar argumento de autores actuales como Stephen King. En 1947 su relato Bianca’s Hands, con algunos años a cuestas e inédito en Estados Unidos por su tema sexual, ganaría un concurso británico de relatos cortos, y, para rematar, un año después aparecerá su primer libro, una colección de relatos prologada por Ray Bradbury, con el título Whithout Sorcery.


Tras este avance, la década de los cincuenta no será menos fructífera. Su relato The Stars Are the Styx inauguró en octubre de 1950 la revista «Galaxy» en cuyas páginas se publicarían en breve textos fundamentales para la historia de la ciencia ficción, como la versión breve de Fahrenheit 451, The Demolished Man… O una narración del propio Sturgeon, sin ninguna duda su obra maestra: More than Human. Esta novela sobre unos seres imperfectos como individuos pero que unidos forman una entidad superior, una gestalt de mentes, escrita con la acostumbrada sensibilidad de Sturgeon, tiene origen en el relato largo Baby is Three, aparecido en octubre de 1952. Entusiasmado el autor por las posibilidades que había descubierto, enriqueció la obra con una parte anterior, de similares dimensiones, The Fabulous Idiot, y otra posterior, Morality, para convertirla en una novela que aparecería por primera vez en librerías en 1953.

De 1958, y también en «Galaxy», es el relato To Marry Medusa, germen de su posterior novela The Cosmic Rape, no demasiado apreciada entre sus lectores. A pesar de sus triunfos dentro de la ciencia ficción, en los años cincuenta Sturgeon iniciará una diversificación en los géneros a tratar, probablemente por simples motivos


económicos —recordemos los casos similares de Fredric Brown, Henry Kuttner y C. L. Moore—. Así, en la bibliografía de Sturgeon encontraremos a partir de ese momento obras de tema histórico, como I, Libertine (1956), firmada con el seudónimo de Frederick R. Ewing; policiaco como The King and Four Queens (1956) y The Player on the Other Side (1963) —firmando Ellery Queen—;o westerns como The Rare Breed (1966) y Sturgeon’s West (1973).

No poco debió influir en su acercamiento a otros géneros el encorsetamiento de las publicaciones de ciencia ficción. Si ya mencionamos sus problemas para publicar Bianca’s Hands, lo mismo volvería a sucederle con Venus Plus X. Esta novela vería la luz en 1960 directamente como libro, pues todas las revistas del género la habían rechazado por su temática —una utópica sociedad futura en la que la guerra de sexos ha terminado… porque es homosexual—. Su contenido hoy no escandalizaría ni al más timorato, dado la sobriedad de Sturgeon, pero resultó bastante provocador para aquel momento.

Tras un silencio de tres años, en 1967 participó en la mítica antología Dangerous Visions, de Harlan Ellison, con un relato de largo título muy del gusto de la época: Si todos los


hombres fueran hermanos, ¿dejarías que alguno se casara con tu hermana? La inclusión de un autor de la época «clásica» de la ciencia ficción en un libro de intenciones rupturistas no fue un accidente. Sturgeon siempre demostró estar a la vanguardia del género y su influencia en autores jóvenes como Ellison debía un reconocimiento. En 1970 publicó Slow Sculpture, ganador de los premios Hugo y Nebula, unos de los pocos galardones que recibió, aunque irónicamente en 1987 se instituiría un premio con su nombre, el Theodore Sturgeon Memorial, dedicado a relatos. El Hugo no debió ser una motivación excesiva pues en años siguientes su producción fue muy escasa. La diversidad de sus intereses fue apartando a Sturgeon de la literatura. De él decía un editor que era capaz de escribir una novela en tres días… ¿Pero cuándo serían esos tres días? El propio Sturgeon explicaba perfectamente sus sentimientos hacia la creación: «Uno quiere escribir una historia y se sienta delante de la máquina, espera hasta que le llega determinada sensación, espera unos segundos más sólo para estar completamente seguro de saber exactamente lo que quiere hacer, respira a fondo… y se levanta para ir a preparar un cazo de café. »Esto puede durar varios días, hasta que uno se queda sin café y no puede comprar más sin no paga al contado, y el único modo de poder hacerlo es terminar un relato y venderlo; o hasta que se cansa uno de andar de un lado para otro y se sienta y escribe un cuento increíble sólo para ver cómo sale y aplicar lo que se haya aprendido al hacerlo».

Desde luego, a pesar de todo su dominio técnico, a Sturgeon no se le puede aplicar el término de escritor profesional, como lo entiende la industria editorial norteamericana. Sturgeon nunca aprovechó los réditos de un nombre conocido para producir obras en serie. Si no le apetecía escribir no lo hacía y eso se aprecia en el nivel de excelencia de sus narraciones, inusualmente alto, frente a la irregularidad de otros colegas. Cuentan que en una ocasión Theodore Sturgeon se defendió de las acusaciones de un


periodista, que ponía en duda el interés de la ciencia ficción por su baja calidad, devolviendo la pelota y pronunciando la célebre Ley de Sturgeon, según la cual el noventa por ciento de toda creación humana es basura. En su propio caso la ley no acaba de cumplirse. Salvo ocasionales y humanos resbalones, la obra de Theodore Sturgeon es de un valor apreciable… Una obra más para humanistas que para técnicos, tal vez distante de los rumbos actuales de la ciencia ficción, pero digna de un gran escritor sin etiquetas.

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Avenida de la Luz https://arbolesmuertosymuchatinta.wordpress.com/2015/09/08/la-avenida-de-la-luz/

Autor: María Zaragoza Edita: Minotauro. Barcelona, 2015 Siendo yo muy niño, mis padres me llevaban algunas veces a pasear por un lugar de Barcelona que se me antojaba mágico y sorprendente, un mundo de noche perpetua y, al tiempo, siempre iluminado, la “Avenida de la Luz”, primera galería comercial subterránea de Europa inaugurada en las entrañas de la ciudad en los años cincuenta. Se accedía por una entrada al final de las Ramblas, por el mismo lugar donde también se podía entrar a la red del metro y a las estaciones de los ferrocarriles de cercanías, y contenía en su interior toda suerte de comercios, quioscos, bares, hasta un cine. Los años no lo trataron bien. Muchos establecimientos cerraron, sus instalaciones se poblaron de prostitutas, rateros y vagabundos en busca de calor, hasta el punto que bajar a sus galerías podía llevarte a perder la cartera y hasta tu integridad física. A principios de los noventa se clausuró definitivamente, se tapiaron los accesos y su memoria llegó a perderse entre la mayor parte de los barceloneses, que ya ni recordaban una época cuando la ciudad prolongaba su trazado bajo las aceras.


Este es el escenario escogido por María Zaragoza (1982) para su atractiva novela Avenida de la Luz, una historia fantástica, de terror sobrenatural, tema poco frecuentado en las letras españolas. Pere es el nieto de un antiguo trabajador que colaboraba en la ampliación de sus galerías, desaparecido en 1955 y que regresó de improviso diez años después, con las mismas ropas que vestía, inventándose una historia improbable para ocultar los verdaderos motivos de su ausencia, aún más increíble. En el día de hoy el anciano ha vuelto a desaparecer, sin dejar aviso de su destino. El joven Pere aprovecha su pertenencia a un grupo de exploración urbana, que se dedica a recorrer y documentar lugares abandonados, para reunir a un pequeño grupo de conocidos y adentrarse en las olvidadas galerías, pensando en la posibilidad de que su abuelo haya decidido regresar al punto de su primera desaparición. Pero tal vez no existe la casualidad y los componentes de esta expedición a la ciudad subterránea no han sido escogidos por sus gustos afines, quizá cosas en su turbia biografía les fuerza a acudir allí en aquel preciso momento, abocados a rendir cuentas con un destino sombrío y terrible ante el cual muy poco pueden oponer…

La joven y talentosa María Zaragoza, autora de novelas anteriores como Dicen que estás muerta (2010) y Los alemanes se vuelan la cabeza por amor (2011), compone aquí una historia inquietante y llena de angustia, narrada con un estilo limpio, eficaz, que nos permite deslizarnos con placer y sin esfuerzo, casi hipnotizados, por una trama tan oscura y escalofriante como el lugar donde transcurre, un mundo donde el tiempo parece comportarse de un modo extravagante y los fantasmas de otros instantes se congregan para ajustar cuentas con los protagonistas. No pocas veces los aficionados a la literatura fantástica presumimos de estar al día de lo más importante producido en otras latitudes, e ignoramos cuanto se escribe a nuestro lado, alimentándose de nuestra historia, de nuestros referentes culturales. Sirvan estas líneas para recordar que el miedo también enraíza bajo nuestros pies, en esas calles que frecuentamos. No hay terror más hiriente que aquel que irrumpe en nuestro universo cotidiano.

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Charles Manson, hijo ilegítimo de Hitler y otras portadas políticamente incorrectas https://arbolesmuertosymuchatinta.wordpress.com/2015/09/11/charles-manson-hijoilegitimo-de-hitler-y-otras-portadas-politicamente-incorrectas/

Alan Betrock (1951 – 2000) era conocido principalmente por su trabajo como crítico de música allá por los años setentas, fundando la muy influyente revista (en esos años) New York Rocker) y escribiendo el libro definitivo sobre Girl Bands de la década de 1960. Pero, en mi caso particular, lo que siempre me agradó de él era su trabajo editando libros sobre los aspectos más deformes de la cultura popular. Como por ejemplo este Sleazy Business , dedicado a las revistas tabloides amarillas de Yanquilandia. Ls portadas que hay dentro de este volumen es una más psicotrónica que otra, todas preñadas de la más profunda incorrección política. Sexo, violencia y/o pura incorrección política se mezclan en esas tapas. Pero mejor, pasen, vean algunas de las joyas que tiene este libro:


“Nueva evidencia revela que… CHARLES MANSON ES EL HIJO ILEGITIMO DE ADOLF HITLER”


“EL DETERGENTE HACE A LAS MUJERES FRIGIDAS”


ยกCOMO USAN EL SEXO LOS COMUNISTAS PARA DESTRUIR AMERICA! Marido fuerza a esposa a tener intercurso con una aspiradora.


4 VIOLACIONES EN 23 MINUTOS


¡¡¡Reina del sexo del Vietcong castra a soldados americanos!!


Los científcos confirman los hechos en terrorificos rumores: CONTROL CEREBRAL ELECTRONICO HIZO QUE OSWALD MATARA A JFK


Docores y científicos previenen: LAS GASEOSAS DIETETICAS CON UNA AMENAZA A TU SALUD


EXPUESTO: EL CULTO SUICIDA DE HOLLYWOOD


Hombre inventa spray del amor: Seduce a 104 mujeres en una semana


HOMBRE VIOLA A SU PROPIA HIJA… PARA SALVARLE LA VIDA. “Quiero ser la esclava de alguien” dice Adele Martin


LAS ORGIAS SEXUALES DE LOS DERECHOS CIVILES “Selma fue invadido por hordas de degenerados promiscuos”


Enano se casa con corista de 1,80 metros

ยกQUIERO SER LA ESCLAVA DE ALGUN HOMBRE!


LESBIANISMO: MAS POPULAR QUE NUNCA

ยก500.000 ESCLAVOS NEGROS A LA VENTA!


ยกEL SEXO DOS VECES A LA SEMANA PUEDE MATARTE!


“¡NUESTRO EJERCITO ESTA EN MANOS DE COMUNISTAS!”

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AMyMT – Especial Criminal listo para descargar https://arbolesmuertosymuchatinta.wordpress.com/2015/09/14/amymt-especial-criminallisto-para-descargar/

Ya lo habíamos hecho antes con el Especial Peligro Amarillo y el Especial Salgari (¿No los tienen? Pues es cuestión de ir aquí y bajarlos. ): seguimos recopilando antiguas entradas del antiguo blog como un e-zine temático gratuito para que puedan leerlo en la tranquilidad de vuestors hogares y/o celulares/e-readers/computadores. Esta vez tenemos el Especial Criminal. Mas de 100 páginas con reseñas de muchas novelas policiales, mas un extenso artículo sobre Carter Brown (que a lo mejor leyeron previamente en la revista española Barsoom ), dos breves biografías de dos de mis escritores de policiales favoritos (Cornell Woolrich y Fredric Brown) y un largo texto sobre las “cover blurbs”, esas frases que aparecen en las portadas de las novelitas baratas tratando de convencernos de lo buenas que son (y que ha sido un parto hacer pero que me ha quedado bien, modestamente hablando). Todo armado con cariño, esfuerzo y dedicación. Aunque sin un diagramador. Y se nota. Esperemos que le material de por si compense esa deficiencia. No los aburro mas. Pueden leerlo online , si siguen este link a Issuu . O pueden descargar un pack con las versiones pdf (en formato apaisado adaptado a la pantalla de vuestra PC, o en formato vertical si asi lo prefieren), epub y mobi (la tapa no me ha quedado muy bien ahi pero recien empiezo a jugar con la edición de eso y lo importante es que es legible) si ya leeis desde el celular o el kindle. Consiganlo siguiendo


este link. Y espero que lo disfruten

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Sherlock Holmes de Baker Street (Sherlock Holmes Of Baker Street, 1962) https://arbolesmuertosymuchatinta.wordpress.com/2015/09/21/sherlock-holmes-de-bakerstreet-sherlock-holmes-of-baker-street-1962/

Autor: William S. Baring-Gould Colección: El Club Diógenes Edita: Valdemar, Madrid, 1999 Pocos personajes ficticios literarios generan el nivel de fanatismo como lo hace Sherlock Holmes. Por más de cien años los lectores del personaje de Arthur Conan Doyle han leído con obsesión sus historias, tratando de darle un orden a ellas. Lo cual no es tan fácil porque Conan Doyle se despreocupaba bastante por la cronología interna de la serie. Este ejercicio de aficionados fue convirtiéndose en el paso del tiempo en lo que se conoce como The Game (El Juego), donde los sherlockianos han marcado las discrepancias entre ellas y buscan explicarlas, adjudicando las inconsistencias a la decisión del doctor Watson de engañar en detalles a los lectores para favorecer su privacidad y la de suamigo y la suya mientras, a su vez, poder contar sus aventuras. Tal vez el producto más elaborado de este Juego sea esta biografía producida por uno de


los sherlockianos más reconocidos. William S. Baring-Gould escribió esta biografía ficticia del detective más famoso de todos los tiempos con toda la seriedad que podría encarar la biografía de un personaje real. El resultado puede resultar o un ejercicio fascinante o una estupidez colosal, dependiendo de cómo valoren ustedes la idea. Personalmente yo entro en los que creen que esto es un ejercicio brillante, que , si lo leyera alguien que no supiera que es un personaje de ficción, creería que se habla de alguien que efectivamente existió. De hecho, este libro fue el modelo en que Philip J. Farmer se basó para crear sus biografías ficticias de Tarzan y Doc Savage y por ende, la creación de lo que se conoce como el Wold Newton Universe (ejercicio nerd de categoría uno, por cierto). Desde ya, si ustedes son fans del personaje, les recomiendo que lo lean, así como si están interesados en ver como se aplican los recursos estilísticos de la biografía de no ficción en un personaje ficticio. Pero sino, es que les va a resultar muuuy nerd.

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No solo del blog vive el hombre https://arbolesmuertosymuchatinta.wordpress.com/2015/09/25/no-solo-del-blog-vive-elhombre/

No puedo evitarlo: escribir sobre arqueología pop es algo que me gusta. Y colaborar en proyectos de otras personas también. Así que sigo escribiendo para otros lugares fuera de mi blog. Como si me alcanzara el tiempo, je. Pero bueno este posteo medio de autobomobo sirve para llamarles la atención sobre algunos de esos maravillosos productos impresos de cultura pop de derribo donde pueden ver mi firma. Y que recomiendo para que busquen y compren, porque es que (mas allá –e incluso pese aque este yo aportando ahí) las revistas lo valen. Para empezar, ya está a la venta en las librerías selectas de España el número 27 de la revista Barsoom, dedicada al rescate y delectación de la antigua literatura popular (el “pulp” que le dicen). Este número está dedicado a la “Sword & Sorcery” y sus variantes históricas (historias de cavernícolas) y de ciencia ficción (“Sword & Planet”). Precisamente en esta última parte tienen mi artículo sobre los seriales cinematográficos de Flash Gordon protagonizados por Buster Crabbe , escrito hace más de quince años para la revista argentina La Cosa, pero que (leves correcciones mediante) todavía resiste el paso del tiempo. De más está decir que si tienen los euros para comprarlo pues vayan al sitio de Facebook de la revista y pregunten como conseguirlo.


Otra revista española me deja escribir sobre cine. Es el caso de Fantastic films – Neutron, cuyo último número (que, tras muchas peripecias y demoras, como corresponde a un fanzine de bien, debería estar al caer), que tiene el especial de bichos malos en el cine y donde publico una guía de cocodrilos manduca gente en celuloide. Fanzine clásico, de esos de mucha información como los que lei por años, muy gordito (168 páginas), si les interesa escriban a klandestine666@hotmail.es. Se los recomiendo.

Finalmente, para que los que viven de este lado del Atlántico puedan leerse algo, en estos días sale el número 12 del fanzine chileno Miedo. Muy bien escrito e informado, tiene esa onda de cine bizarro que recuerda al período clásico de La Cosa en muchos aspectos y con un saludable interés en el cine Zeta (y no tanto) latinoamericano. Precisamente en este número hay una nota mía sobre Nazareno Cruz y el Lobo, esa barroca película de Leonardo Favio, además de una reseña sobre Night of the Comet, una joyita olvidada del cine zetoso de los ochentas. Si lo quieren conseguir vayan a su página de Facebook o acérquense el próximo 12 de octubre al lanzamiento. Proyectan Bilbao de Bigas Luna


además.

Y , ya que estamos, sumemos la veta fanfic que tengo, representada en Los Archivos ALSTR, una version pulp del All-Star Squadron que escribo para la página Action Tales (ahi ven la tapa del último episodio, una historia con personajes mágicos del Universo Dc metidos en una intriga lovercraftiana o algo asi). Hay muchas historiasi nteresantes ahí . Sugiero que le peguen una mirada. Y hay mas proyectos en carpeta, que por ahora mantengo en silencio. Si, escribo ocmo un pelotudo =) Bueno, basta de autobombo. Si pueden compren estas fabulosas publicaicones. Se las recomiendo

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Fotonovela para descargar. Risko el Buceador https://arbolesmuertosymuchatinta.wordpress.com/2015/09/29/fotonovela-paradescargar-risko-el-buceador/

Tenemos nuevo representante de fotonovela Bizarra para descargar. Les presento a Risko , el buceador Mejor no digo nada, sino que les muestro le contenido. OJO: aquellos a los que les afecten las imágenes bizarras, evítenlo. Avisados están. Bueno, ahí va una muestra:





Si les parece una idiotez, pues déjenlo correr. Si, por el contrario (y eso espero) les parece una delicia psicotrónica, les dejo la fotonovela digitalizada al completo para disfrutar el número 46 íntegro. Solo tienen que seguir este link. Risko el Buceador 46 Eso si, no sé porque no me han girado las imágenes como correspondían. Van a tener que corregirlo ustedes. Sorry. Vayan, miren y lean. Si se atreven claro.


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America (1995) https://arbolesmuertosymuchatinta.wordpress.com/2015/09/30/america-1995/

Autor: James Ellroy Edita: Ediciones B, 2010 Estados Unidos, finales de la década de 1950. Peter Bondurant es un ex veterano de guerra, guardaespaldas de Howard Hughes, especialista en chantajes sexuales, con muchos contactos con la mafia y conocido por ser muy capaz de matar a alguien sin dudarlo un segundo. Kemper Boyd es un agente infiltrado del FB al que J. Edgar Hoover lo envía a infiltrar el entorno del joven senador John Kennedy… y que ve en él el futuro. Ward Littell es un ex seminarista que también es agente del FBI, dedicado a investigar comunistas (un trabajo que lo aburre soberanamente) y que quiere investigar a la mafia. Los tres van a entremezclar sus destinos con los años donde Cuba se convertirá en comunista, donde Kennedy será elegido presidente y en donde el lado sórdido de la historia aparecerá tejiéndose entre ellos a cada paso. James Ellroy es uno de los escritores indispensables del género negro contemporáneo hecho en Estados Unidos. Sus novelas son sórdidas, atrapantes y rodeadas de personajes con ambigüedades morales por doquier. América justamente quiere contar el lado B de uno del os mitos más recientes de la historia yanqui: la administración de


John Kennedy, ese teórico sueño americano trunco con el asesinato en Dallas. Ellroy nos deja claro en cada página que ese mito es un invento creado por mafiosos codiciosos, un seductor hijo de un millonario turbio y sazonado por los inmigrantes cubanos que huyen de la Cuba de Fidel. Y donde NADIE se puede poner el sombrero blanco del cowboy ni el negro del villano. Todos son personajes con grises en sus comportamientos. Recuerdo haber leído hace años esta novela y simplemente rendirme apabullado ante su narrativa. La volví a releer para esta reseña y me sigue resultando igual de buena. Si nunca han leído a Ellroy, este es un gran lugar para empezar.

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¿De dónde te tengo? – Hoy: Mary Woronov https://arbolesmuertosymuchatinta.wordpress.com/2015/10/07/de-donde-te-tengo-hoymary-woronov/

¿Qué decir de una actriz que era amiga de la Velvet Underground cuando todo el mundo la detestaba? Una que actuaba en esas extrañas y larguísimas pelis dirigidas por el artista plástico Andy Warhol. Que hizo de una profesora muchísima en Rock ‘n’ Roll High School (1979) junto a los Ramones. Que en Death Race 2000 (1975) fue una de las corredoras que andaban despanzurrando gente por la calle. Y que junto al director Paul Bartel hizo esa maravilla del humor negro, Eating Raoul (1982). Lo único que se puede decir es que esta mujer se llama Mary Woronov.

Con la sartén asesina en Eating Raoul


Mary nació en 1943. Hija de un médico que se divorció cuando ella tenía doce años, estudió arte en Nueva York y llevó una vida relativamente común hasta que en 1964 conoció a Andy Warhol y su corte de artistas de vanguardia. Esta gente le voló el peluco y Mary se volvió una más del grupo. Allí actuaría en 1966 en el Exploding Plastic lnevitable, un show mezcla de teatro, happening y recital de rock que tenía como banda a los entonces desconocidos Velvet Underground. “La única razón que ellos tocaran es por Warhol, Porque él los usó como una especie de aviso, los puso en este happening llamado The Exploding Plastic lnevitable, De otra forma nunca hubieran conseguido una lecha. Después de un tiempo consiguieron seguidores y dejaron a Warhol, pero ¿fueron exitosos en su propia época? ¡Nunca!”.

En Chelsea Girls de Andy Warhol Warhol pondría a Mary por primera vez en una película, en varios de los extraños filmes que hizo a finales de los sesenta. El primero sería The Velvet Undergound and Nico (1966). Mas tarde vendrían Hedy, the Shoplifter (1966), Chelsea girls (1966) y la larguísima The 24 Hour movie (1967), que solo se pasó completa una única vez. Esta furia creativa descontrolada de Warhol (un trabajoadicto según todos los que lo conocieron), se detendría en 1968 cuando le disparó Valerie Solanas. De ahí en más, según Woronov, el creador “se puso a hacer retratos de gente famosa y dejó de ver a la gente loca que conocía”. Para Mary el período Warhol había terminado.


Junto a Paul Bartel en uno de esos momentos delirantes de Eating Raoul Comenzó a actuar en el teatro independiente. Al poco tiempo, su primer marido, Theodore Gershuny. La dirigiría en un filme llamado Kemek (1970). Como el filme fracasó, decidió hacer una de terror para hacer dinero y Iuego dedicarse a su “proyecto serio”. Así Mary actuó en Silent Night, Bloody Night (72), una de terror donde actuaría junto a John “por dos monedas hago lo que venga” Carradine. Luego vendría una erótica, Sugar Cookies (72), también hecha por su marido y cuyo productor asociado fue… ¡Oliver Stonel Él mismo la dirigiría en su primer largometraje, Seizure (1974), junto a gente como Herve Villechaize (antes de Tatoo).

Mary meets Corman en Death Race 2000


Tras un decepcionante laburo en una telenovela, a Mary le llegaría el momento de oro cuando Paul Bartel -amigo de su marido- le ofreció un papel en Deathrace 2000 (1975). Con esta película, Mary ingresaría en el fascinante mundo de New World, la productora de Roger Corman. “Nunca pensé en mi como una actriz de películas clase B hasta que fui a California y empecé a trabajar para Roger Corman. Este hombre estaba orgulloso de hacer pelis clase B. (…) La actitud que todos tenían trabajando en esas películas era algo así como que estabas en la escuela, te graduabas y harías una película A.(…) La gente que trabajaba ahí era bárbara. Tenían grandes ideas, Todos amaban los films”. En esa época trabajó en todos esos films buenos, bonitos y baratos como Hollywood Blvd. (1979). o Cannonball (1976). A rescatar entre estas pelis está la gloriosa Rock’n’ roll High School (1979), donde hacía de la malvada profesora Miss Togar, uno de sus papeles preferidos.

Miss Togar , la represora de la Rock and Roll High School Mientras tanto, seguía pintando por gusto y se envolvió con la escena punk de Los Angeles de fines de la década de 1970. Incluso apareció en un video de los Suicidal Tendencies. En 1982, ella y su frecuente partenaire Paul Bartel harían la película por la que Mary Woronov es más conocida: la comedia negra Eating Raoul. Mary y Paul hacían de Paul y Mary Bland, cocineros y gourmets que, para conseguir dinero para abrir su restaurante, comenten crímenes y terminan descubriendo el refinado placer del canibalismo. Hacerla les llevó un año y medio.


Otro gran momento de Eating Raoul (no, no cuento nada. Vayan y veanla) Tras este trabajo seguiría actuando en muchos films de bajo presupuesto, además de estar en series de televisión tan variadas como Taxi, Knight Rider o Sledge Hammer, por no hablar de su continuo trabajo en películas de bajo presupuesto como Night of the Comet (1984), Scenes form the Class Struggle on Beverly Hills (1989), Mortuary Academy (1988) y Warlock (1989), entre muchas otras obras

Mary Woronov hoy En los noventa, una operación de hígado detuvo su velocidad y Mary se concentró más en su trabajo como pintora. Y agregó una faceta como escritora, cuando en 1995 publicó


Mary Woronov Swimming Undergound (My years in The Warhol Factory), donde contaba sus experiencias de esa época. Posteriormente publicaría una novela, Snakes y un libro llamado Wake for the Angels: Paintings and stories, donde junta sus dos facetas, con relatos cortos ilustrando pinturas suyas. Lo que no quiere decir que no continúe haciendo papeles en series de televisión o en pelis de bajo presupuesto. De esas que cuando las ves, las reconoces enseguida y te preguntas: ¿Y a esta, de dónde la tengo?

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La sombra del muerto (Dead Man’s Shadow, 1931) https://arbolesmuertosymuchatinta.wordpress.com/2015/10/09/la-sombra-del-muertodead-mans-shadow-1931/

Autor: “Basil Carey” (seudónimo de Jessie Joy Baines) Colección: Biblioteca Oro Serie Azul n° 101 Edita: Molino, Buenos Aires, 1940 Primero, si –como yo- lo consiguieron por la tapa, creyéndose que era una de piratas, lamento desengañarlos: nos han vendido gato por liebre. Esta novela no está ambientada en el Caribe en el siglo XVII sino en la Oceanía del siglo XX, contemporánea a su publicación. Y tiene personajes tan rudos y poco legales moralmente como los piratas. Pero si es esperaban abordajes y duelos a sable, pues no, no los hay. Lo que sí hay es una historia medianamente entretenida entre dos tripulaciones de esos mares que se detestan profundamente, especialmente sus dos capitanes, Torquil y


Scarlett. Cuando en la isla donde ambos tienen su base aparece un anciano muerto y un misterioso cofre que éste protegía celosamente vacío, uno de los tripulantes de Torquil es acusado y ahorcado (sin demasiadas evidencias). Y Torquil desconfía de Scarlett, que (efectivamente) ha sido el responsable del cirmen. Y cuando Scarlett sale a vender lo robado, Torquil lo seguirá de cerca. Sumemos a esto la inocente hrmana de uno de los tripulantes (y secuaces en el crimen) de Scarlett, que se encuentra en el dilema moral de acusar a su hermano de un crimen o no y encima resistir los embates de Scarlett, que se la quiere pasar por la plancha (digamos), tormentas, nativos complejos y naufragios y tenemos una historia de aventuras aceptable sin ser impresionante, amena sin ser espectacular y con un muy buen manejo de las personalidades. Más que aceptable como lectura de entretenimiento. Bajo “Basil Carey” se escondía la escritora Jessie Joy Blaines, de la que sabemos poco y nada. Nació en Inglaterra en 1898 y moriría allí 44 años más tarde allí también. Firmó varias obras con ese nombre (sospecho para evitar le prejuicio de que “una mujer no puede escribir relatos masculinos” que había en esos años. Pero pocos datos hay sobre ella. Una ignota traficante de palabras como cientos, que hoy rescatamos brevemente del olvido. Aunque no sea una de piratas.

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La colina de los sueños (The Hill of Dreams, 1907) https://arbolesmuertosymuchatinta.wordpress.com/2015/10/11/la-colina-de-los-suenosthe-hill-of-dreams-1907/

Autor: Arthur Machen Traductor: Francisco Torres Oliver Edita: Siruela, Madrid, 1988 Aunque admiro a Machen, por esos azares de la vida, que muchas veces te hacen anteponer inadvertidamente lo inmediato a lo importante, he dejado dormir durante muchos años en las estanterías una novela que publicó Siruela y tradujo el maestro Torres Oliver: La colina de los sueños. Quizá causará extrañeza a quienes conocen solo su faceta como autor de prodigiosos relatos de horror, pues en esta ocasión se ocupa en una novela de claros componentes autobiográficos. Pero la diferencia con el resto de su narrativa se descubre aparente. Sin ser una historia de terror, contiene pasajes estremecedores que provocan una honda inquietud; sin ser fantástica, destila una mirada mágica de la existencia muy propia de su imaginación céltica. Su prosa es intensa, abrumadora y minuciosa, sin renunciar nunca a la belleza, y en ocasiones, durante la lectura, me he visto obligado a cerrar el libro y mis ojos para escapar a pasajes que me herían profundamente. Siendo una obra cuyo tema más importante es la persecución del ideal y el amor obsesivo, casi enloquecedor, por la literatura, agradará en especial a otros escritores, quienes sin duda se sentirán reflejados en los tormentos de su protagonista. Machen, a través de la ficción, expone aquí una confesión que rebosa franqueza, utilizando para ello su más sagrado sacramento: una novela que, incapaz de ganarse el aplauso del gran


pĂşblico, aspira al menos a la verdad.

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Mataré a vuestros muertos https://arbolesmuertosymuchatinta.wordpress.com/2015/10/21/matare-a-vuestrosmuertos/

Autor: Daniel Ausente Colección: Bestias Pardas Edita: Prosa Inmortal, España, 2014 Algo muy malo repta por debajo del Barrio Chino de Barcelona. Algo que ha despertado y tiene hambre de vidas. Inmigrantes, estudiantes universitarios extranjeros, gitanos, hombres, mujeres, niños: todos son carne para consumir mientras está listo para despertar en cualquier instante. Solo una curiosa alianza de un guerrero sioux, una familia gitana y un navajero marginal parecen tener una chance para detenerlo… Esto es serie B de la buena. Sangre, gore, sexo, violencia, narcos, monstruos lovercraftianos, todo en un ritmo imparable, incansable, un roller coaster enloquecido que hace que uno pase página tras página sin pensarlo, adictivamente. NO puedo dejar de pensar que, si Robert Rodriguez o Guillermo del Toro leyeran este libro, harían una película absolutamente adictiva. Con Danny Trejo como el indio Sioux que tiene claro el enredo como protagonista de seguro.


Algo así era de esperar de Daniel Ausente, el factótum detrás del fabuloso blog El Blog Ausente, un clásico dentro de la blogosfera de la cultura pop en español (y de la que este reseñador se confiesa no solo absoluto fan sino inspiración directa para que este blog viera originalmente la luz). Su amor por los géneros, por la cultura pop de derribo (término que creo que él acuño), por el cine zetoso, el comic, la literatura popular, todo eso está en cada página de esta novela. No es la novela que cambia el curso del a historia ni lo pretende en ningún momento. Es lo que es: una gran pasada con suficientes tiros , líos y cosa golda para satisfacer los paladares de los aficionados a este material. Como servidor. Así que, si son fans de este material, no lo duden: vayan aquí y compren la novela (sea en papel o en digital, como la leí yo). Vale muchísimo la pena.

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El circo de los malditos (Circus of the damned , 1995) https://arbolesmuertosymuchatinta.wordpress.com/2015/10/26/el-circo-de-los-malditoscircus-of-the-damned-1995/

Autor: Laurrel K. Hamilton Colección: Anita Blake n° 3 Edita: Gigamesh, Barcelona Si Anita creía que, con la llegada de Jean-Claude como jefe vampiro de la ciudad de St. Louis, las cosas se habían calmado, es que no se imaginaba lo que se venía. Hay un grupo de vampiros desafiando el poder de Jean Claude y debe ayudarlo a sortear el desafío. Sobre todo porque detrás de todas las maquinaciones hay un vampiro de edad y poder inconmensurable, tan poderoso que parece imparable. Y si a todo esto le sumamos que a la ya complicada relación con jean Claude se suma su atracción para el amable y buena onda Richard Zeman, relación que va a complicarse cuando sepa que él es un-…. No no voy a contar. Bueno digamos que tenemos un triángulo absolutamente disfuncional en puerta. La serie de Laurrell Hamilton sigue desarrollándose, en esa cruza de hard boiled y novela fantástica con toques románticos que la convirtieron en un éxito. Por ahora no cansa. A seguir.

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La luz fantástica (The light Fantastic, 1986) https://arbolesmuertosymuchatinta.wordpress.com/2015/10/29/la-luz-fantastica-the-lightfantastic-1986/

Autor: Terry Pratchett Serie: Mundodisco n°2 Edita: Debolsillo, 2004 Al final de la primera novela teníamos a Rincewind (ese mago fracasado cuya memoria está ocupada por uno de los Ocho Hechizos Primordiales de Mundodisco y que no había como hacer que saliera de allí) y Dosflores (el inocente único turista de Mundodisco) cayendo por el borde del mundo hacia el espacio. Pero, como la realidad los necesitaba para algo un poco más importante(ahí explicamos qué es, paciencia), se salvan y vuelven al mundo mágicamente. Mientras tanto, la gran Tortuga A’Tuin (sobre cuyas espaldas se sostiene el Mundodisco) se acerca hacia un gigantesco cometa rojo que parece listo para chocar con ella y acabar con toda la vida conocida. La única solución parece ser lanzar al mismo tiempo los Ocho Hechizos Primordiales… uno de los cuales está en la mente de Rincewind. Con lo que se vuelve imperioso hallarlo… y matarlo, para que así el hechizo pase al mago más cercano, que podrá así pronunciarlo a tiempo. Algo que Rincewind no está muy interesado que


pase. Por supuesto, hasta que todo se resuelva en un momento de la mejor épica heroica posible, tendremos un sinnúmero de encuentros de nuestros protagonistas con infinidad de criaturas, personajes y entidades del mundo disco, desde unos trolls muy agradables hasta la propia Muerte y su hija adoptiva (que está levemente pirada), pasando por un grupo de fanáticos religiosos listos para dar la bienvenida la cometa rojo y masacrar a los no creyentes y por Cohen el Bárbaro, el héroe bárbaro más famoso de todo el mundo, cuyas historias se cantan desde los tiempos del abuelo de Rincewind… y que lo único que quiere es una dentadura nueva, el muy anciano decrépito. Me reí a carcajadas con esta novela, aún más que con la primera (y con ella me reí mucho). Terry Pratchett se burla y parodia con habilidad, talento y mala leche a las convenciones del género de fantasía heroica. A veces alcanza con una sola frase para desarmar un tópico del subgénero. A veces hace que las expectativas genéricas se desarmen con los personajes. A veces simplemente crea una situación digna de una sitcom, solo que con gente que hace magia. Si no leyeron nunca Mundodisco, no saben lo que se están perdiendo.

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¿De dónde te tengo? – Hoy: Turhan Bey https://arbolesmuertosymuchatinta.wordpress.com/2015/11/03/de-donde-te-tengo-hoyturhan-bey/

Exotico, suave, elegante. Seguro que si viste películas de terror o de aventuras ambientadas en el Oriente de los años cuarenta, te topaste con este tipo.

Peinado para atrás, con un bigotito anchoa, ojos oscuros y unas cejas sospechosamente bien delgadas como para no estar depiladas. Seguro que hacía suspirar a las chicas de la época en los cines de barrio. Turhan Bey tenía pinta de ganador, aunque le tocaran generalmente papeles de villano.


Turhan Selahettin Schultavey nació en 1922 en Viena. Era el hijo de un diplomático turco que trabajaba en la embajada de Austria y de una rica checa dueña de una cadena de cines. En resumen: el pibe nunca pasó hambre. De joven se interesó en las artes y aprendió fotografía. A los diecisiete años se dedicaba a testear autos de carrera para matar el aburrimiento. Como parecía que las cosas se venían complicaditas -estaba ese alemán del bigotito queriendo anexar Austria al Reich y todo eso- Turhan, su madre y su abuela (su padre se había divorciado años atrás) se fueron a América a finales de los treinta. Un amigo de la familia le dió al joven una carta de recomendación para el director Arthur Lubin. Tras aprender a hablar correctamente el inglés. Turhan fue a Hollywood y la presentó a Lubin, quien le mostró el lugar. Y ahí se despertó su vocación de actor. Consiguió un papel en una obra de teatro y al poco tiempo, fue visto por un par de agentes de la Warner Bros., quienes le ofrecieron el papel de villano en una película, La única condición era que había que cambiarle el nombre. Y así fue que nació Turhan Bey, el actor.


Tras un par de películas para los estudios Warner y RKO, fue la Universal con la que firmó un contrato. Inmediatamente entró a trabajar en forma regular en films, generalmente como villano de modales elegantes. Sus rasgos le garantizaron roles como un malvado capitán japonés (sí, no es muy claro cuánto de parecido tienen los árabes con los nipones, pero vayan a explicárselo a los de Hollywood) en films bélicos de propaganda, como Danger in the Pacific, 1942). Una excepción sería Dragon Seed (1944), en donde hacía de un guerrillero chino que peleaba contra los japoneses y ayudaba a Katherine Hepburn. Pasó por películas ambientadas en el Medio oriente onda las Mil y Una Noches, donde hizo de jeque, príncipe y cosas así, y cuya protagonista era la actriz María Montez.

El otro género en donde quedó atrapado fue el de terror. Contrariamente a muchos de los actores de esa época, a Turhan no Ie molestaba hacer películas de terror. “Siempre me gustaron los films de terror y siempre me gustó actuar de villano, cuando el papel era interesante. Hay algunos que sólo son malos, pero tuve suerte, siempre hice villanos que tenían alguna causa escondida para ser malos, ¿Pero qué no me gusten los films de tenor? ¡0h, no! ¡Me encantaban!”, reconoció en una entrevista.


Su primer papel de este tipo fue en La Tumba de la Momia (The Mummy’s Tomb, 1942). Allí era un joven sacerdote del templo de Karnak que llevaba a la momia Kharis (interpretada por Lon Chaney Jr.) a Londres para vengarse de los profanadores, que en un filme anterior habían encontrado su tumba y sobrevivido. Ese papel sería su favorito “porque era una parte cercana a mi propia nacionalidad“. Otra interpretación fue la de El Buitre Humano (The Mad Ghoul, 1943) donde era el novio de Evelyn Ankers. Ella era perseguida por su ex, a quien desgraciadamente el malvado George Zucco había convertido en un monstruo zombificado. También actuó en El Ruiseñor y el Cuervo (The Climax, 1944), una gran producción que intentó obtener el mismo éxito que había tenido El Fantasma de Ia Ópera (Phantom of the Opera, 1943) y que falló miserablemente, pese al talento de Boris Karloff.

En 1945, Bey tuvo que cumplir dos años en el ejército. Al volver, supo que había perdido el barco. La Universal vendió su contrato a Eagle Lion, una productora pequeña, en


donde Bey seguiría su carrera en pequeñas películas. La más destacable fue El Espiritualista (The Amazing Mr. X, 1950), donde haría de un falso medium que se dedicaba a estafar a gente rica. En 1953 Bey dejaría la actuación para volver a Austria donde tendría una larga carrera como fotógrafo de modelos y de desnudos. Recién en los noventa volvería a tener un pequeño papel en Possesed by Night (1994, dirigida por Fred Olen Ray, un tipo al que le encanta trabajar con actores retirados). Además actuó en series de televisión como Sea Quest (la producida por Spielberg) y Babylon 5, en pequeños roles de artista invitado (donde sacaría una nominación al Emmy por su papel en Babylon 5). Tras una larga lucha contra el mal de Parkinson, fallecería el 30 de setiembre del 2012, a los noventa años de edad.

Asi que, si son de ver películas de bajo presupuesto de Hollywood de las décadas de 1940 y 1950, van a encontrar a ese galán exótico de los films bajo presupuesto y se pregunten: “¿Y a este, de dónde lo tengo?”

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Territorio comanche https://arbolesmuertosymuchatinta.wordpress.com/2015/11/12/territorio-comanche/

Autor: Arturo Perez-Reverte Edita: Alfaguara, 2001 “Arrodillado en la cuneta, Marquez tomó foco en la nariz del cadáver antes de abrir a plano general. Tenía el ojo derecho pegado al visor de la Betacam, y el izquierdo entornado, entre las espirales de humo del cigarrillo que conservaba a un lado de la boca. Siempre que podía, Márquez tomaba foco en cosas quietas antes de hacer un plano, y aquel muerto estaba perfectamente quieto. En realidad no hay nada tan quieto como los muertos” Así arranca (y ¡cómo me gustan los comienzos de sus novelas!) otra de las novelas de Arturo Perez-Reverte. Una que no está ambientada en el pasado sino en el presente, en la Bosnia en guerra de la década de 1990. En ella se cuentan las peripecias y vivencias de dos reporteros de guerra mientras esperan a ver si logran conseguir el dichoso plano de la voladura de un puente en directo mientras llueven balas y cañonazos alrededor. Una obrita basada en las experiencias del autor como corresponsal de guerra (que lo fue por muchos años). Cínica, graciosa, plena de observaciones de mala leche. Sospecho que a Hemingway le


hubiera encantado. Reverte hace un panorama casi de artículo de costumbre de los tipos que pululan ese peculiar mundillo que es el del corresponsal de guerra. Esos tipos que quieren describir en primera fila nuestras carnicerías cotidianas. Sus personalidades estrambóticas, sus grandezas y sus miserias, su relación con políticos, militares , periodistas “normales”, traductores, soldados, traficantes, prostitutas, contrabandistas y demás criaturas que pululan cerca de los tiros. Escrito con la agilidad propia del estilo de Perez-Reverte. Tras leerlo, uno (antiguo aporreador de palabras por dinero) casi se vuelve a reencontrar con el sentido que lo hizo estudiar como un idiota en la universidad una carrera de este tipo. Por suerte, después enciende el noticiero, lee los diarios o mira a los antiguos conocidos convertidos en agentes de marketing y sabe que hizo bien en salirse =) Solo léanlo: es breve, es entretenido, tiene unas observaciones filosas. Nada mal.

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Las Minas del Rey Salomon (King Solomon’s Mines, 1885) https://arbolesmuertosymuchatinta.wordpress.com/2015/11/20/las-minas-del-reysalomon-king-solomons-mines-1885/

Autor: Henry Rider Haggard Colección: Biblioteca de “La Nación” Edita: La Nación, Buenos Aires, 1909 A veces es bueno volver a los clásicos. Siquiera para ver si, eso que te entusiasmó años atrás sigue siendo así cuando uno es ya más grande, más viejo, más desgastado por las lecturas y más cínico. A veces, como pasó con la revisión de Bomba el niño de la selva, uno se defrauda. Otras, como pasó con las novelas de Salgari, en general, uno sale reconfortado. Entonces – aprovechando que rescaté de la casa de mi madre en mi viaje a Buenos Aires de hace unos meses una antigua edición argentina de esta novela- me sumergí en ella. ¿Sería tan buena como recordaba y como todo el mundo ha alabado en tanto tiempo? ¿Merece el título de clásico de novela de aventuras?


La respuesta es un rotundo SÍ. Resumo muy brevemente de qué va la novela para aquellas personas que todavía no la han leído (¿qué esperan?): Allan Quatermain, veterano cazador y guía del África del Sur del siglo XIX, recibe una oferta de parte de sir Henry Curtis para encontrar a su hermano, perdido en la búsqueda de las famosas minas del rey Salomón, que estarían tras un desierto. Ambos, junto al capitán Good (un personaje del o más pintoresco, que da algunos del os momentos más divertidos de la historia) y el misterioso porteador negro Umbopa, llegan a un valle alejado donde un poderoso reino tribal está al borde de la rebelión por su temido y odiado rey. Solo falta un pretendiente perdido al torno que resulta que es… nah, vayan y léanlo. No jodan. Hay miles de versiones y está además en dominio público, así que se puede descargar sin problemas ni culpa. Uno sabe que está leyendo algo bueno cuando las páginas pasan y pasan y uno no hace el amague de cerrar el libro. Que fue lo que me pasó acá. Todo lo que pasa, cada trampa, cada intriga, cada vuelta de la historia, está engarzado a la perfección y con credibilidad. Y todos y cada uno de los personajes están dotados de una personalidad propia, con destrezas y flaquezas. Allan Quaermain, por ejemplo , no es un héroe: tiene sus momentos de pacatería, no es especialmente valiente aunque se la juega cuando corresponde, prefiere usar la cabeza antes que los puños y tiene claro que su principal objetivo es hacer dinero para que su hijo estudie. Es un buen tipo pero no es perfecto ni lo pretende. Incluso por el lado de los malos de la película, uno entiende sus motivaciones, todo lo reprensibles que puedan ser. Una cosa que han acusado a Rider Haggard es su racismo. Un cargo que me parece injusto porque con solo leer el retrato que hace de Umbopa/Ignosi en la novela uno se da cuenta que hay muchas matizaciones allí. Sí, hay algo de ese racismo paternalista tan victoriano, para que negarlo. Pero está claro que Rider Haggard tiene respeto por esa civilización y no hay un desprecio abierto ante ellos. Antes de irme , un comentario sobre la edición hecha por el diario La Nación de Buenos Aires que estoy leyendo: no se puede creer lo cuidada lo sólida y bien hecha que está. Mas allá del amarilleo de las páginas y de una tipografía que se evidencia arcaica, ojala los libros (el objeto físico aclaro) se produjeran con tanto cuidado en una edición que evidentemente venía pensada para un público popular. Un aplauso. Obviamente no lo duden. Si nunca leyeron este libro, háganlo. No se van a arrepentir Y los dejo con otra tapa de la misma novela, la que hizo Pablo Pereyra para la colección Robin Hood allá por la década de 1950


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Zombi: Guía de supervivencia (Zombie Survival Guide, 2003) https://arbolesmuertosymuchatinta.wordpress.com/2015/11/30/zombi-guia-desupervivencia-zombie-survival-guide-2003/

Autor: Max Brooks Edita: Berenice, Córdoba (España), 2008 Max Brooks tiene en su haber la novela más interesante sobre muertos vivientes escrita en las últimas décadas Guerra mundial Z (que reseñé en mi blog anterior), una excelente (y engañosamente obvia) reversión de un apocalipsis zombie (no, no miren la peli, nada que ver). Pero sus escarceos con el subgénero habían empezado con este libro , que es básicamente lo que dice ser: una guía para saber qué hacer y cómo sobrevivir en un holocausto zombie. Escrito con una seriedad casi plúmbea, como si fuera manual de seguridad empresarial, el desarrollo lleva a las lógicas consecuencias todo lo visto en las películas de zombies de George Romero a esta parte. Sospecho que debe haber sido muy divertido el proceso de investigación del libro. Me imagino a Brooks llamando a armeros para preguntarle por la mejor arma para decapitar personas. Porque se nota que se tomó el trabajo en serio, como si todo esto pudiera pasar en realidad.


NO es lectura imprescindible, pero como chiste nerd bien desarrollado estรก bien. Complementa bien su otra novela.

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Eric Frank Russell (1905-1978) https://arbolesmuertosymuchatinta.wordpress.com/2015/12/01/eric-frank-russell-19051978/

Aunque nacido en Sandhurst, Surrey, Eric Frank Russell apenas puede ser considerado en esencia un escritor británico. Su nombre empezó a popularizarse a través de las revistas americanas, de ellas recibió sus influencias y en ellas maduró como autor, bajo las directrices de John W. Campbell. Hijo de militar, pasó buena parte de su infancia en Oriente y de regreso a Inglaterra siguió ese errático vagar de empleo en empleo que parece lugar común entre muchos autores del género. Es en 1934 —trabajaba entonces como viajante de comercio y acababa de casarse— cuando entra en contacto con la British Interplanetary Society, agrupación dedicada a la astronáutica entre cuyos miembros figuraban numerosos aficionados a la ciencia ficción, como Arthur C. Clarke y Leslie J. Johnson, con el que colaborará en alguno de sus primeros relatos. Este último, tras leer unos artículos que Russell había publicado hasta entonces, bajo el título Interplanetary Communication, le animó a escribir narrativa. Ambos redactaron Eternal Rediffusion, sobre idea de Johnson, un argumentista imaginativo pero de poca habilidad como redactor. El relato fue enviado a la revista «Astounding Stories», dirigida por F. Orlin Tremaine, siendo rechazado (La renacida «Weird Tales» lo acogería en sus páginas, en 1973. Antes había tenido una única publicación semiprofesional en el «Fantasy Booklet», de Philip Harbottle). Su primera historia publicada profesionalmente habría de esperar a 1937: The Saga of Pelican West, aparecida en el número de febrero de «Astounding», en la que ya se revela la influencia de Stanley G. Weinbaum, una de las principales en los primeros tiempos de su carrera. Ese mismo año le siguen The Great Radio Peril y Seeker of Tomorrow, de nuevo en colaboración con Johnson, sobre el manido tema del viaje en el tiempo y con sospechosas similitudes con Armagedon, 2419 D.C. (1928), de Philip Francis Nowlan.


En junio de 1937 aparece una de las revistas de ciencia ficción pioneras en Gran Bretaña, «Tales of Wonder», en cuyo primer número Russell publicará el relato The Prr-r-eet, muy bien recibido por los aficionados, que le brindará la oportunidad de divulgar su obra en su país. Su mayor éxito no lo consigue, sin embargo, hasta 1939, también en el número de debut de una revista, «Unknow», dirigida por John W. Campbell —que desde octubre de 1937 también manejaba las riendas de la veterana «Astounding»—. Se trata de la novela Sinister Barrier, en la que Russell recoge la teoría de Charles Ford, expuesta en The Book of the Damned (1919), de que la humanidad se encuentra bajo el control de una raza extraterrestre, para la que no somos sino ganado, con el objetivo de alimentarla con nuestros sentimientos y dolores. Esta obra sobre vampirismo psíquico es de las más reeditadas y nos muestra perfectamente los principales rasgos de su producción: escritura fluida, desarrollo lineal y gusto por la intriga y la acción en los argumentos.

Russell continuará escribiendo con entusiasmo, formando parte de un grupo —Asimov, Heinlein, Sturgeon, Simak— que se convertirá en clásico bajo la égida de Campbell, empeñado en la difusión de una ciencia ficción adulta, atractiva pero racional, que


incidiera más en los aspectos humanos y sociales que en los puramente tecnológicos o aventureros. Esta actividad creadora no se detendrá ni durante su participación en la Guerra Mundial, como miembro de la Royal Air Force, si bien cuantitativamente se verá disminuida. Fruto de este período es, precisamente, su serie de aventuras espaciales de gran popularidad, formada por los relatos Jay Score (1941), Mechanistria (1942), Symbiotica (1943) y Mesmerica (1955), recogidos en el volumen Men, Martians and Machines (1955). Después de la contienda prosigue su obra, que dará éxitos como la serie Dreadful Sanctuary (1948), y nos demuestra que no sólo es un hábil urdidor de intrigas, sino su gran capacidad para una literatura más sensible y preocupada por los problemas del hombre, con relatos como Dear Devil (1950) y The Witness (1951); al tiempo que desarrolla sus sátiras antibelicistas Late Night Final (1948), I am Nothing (1952) y …And Then There Were None (1951).

Sin síntomas de agotamiento tras casi veinte años de labor, en 1955 su humorístico Allamagoosa es premiado con el Hugo al mejor relato corto y escribe para «Astounding» la serie Call Him Dead, que aparecerá como libro en 1956, bajo el título de Three to Conquerer. Tras novelas como Wasp (1957), una space opera sobre las andanzas de un agente secreto, en los sesenta decae su publicación en revistas populares, aunque nos ofrece obras de importancia directamente como libro —With a Strange Device (1964)—. Publicó también ensayos como los recogidos en Great World Mysteries (1957), en los que sigue la línea de Charles Ford, del que fue toda su vida un ardiente defensor.


BIBLIOGRAFÍA ORIGINAL. Sinister Barrier. Novela. 1943. Dreadful Sanctuary. Novela. 1951. Sentinels from Space. Novela. 1953. Deep Space. Relatos. 1954. Men, Martians and Machines. Relatos. 1956. Three to Conquer. Novela. 1956. Wasp. Novela. 1957. The Great World Mysteries. Ensayos. 1957. Next of Kin. Novela. 1958. Publicado también bajo el título The Space Willies. Six Worlds Yonder. Relatos. 1958. Far Stars. Relatos. 1961. Dark Tides. Relatos. 1962. The Great Explosion. Relatos entrelazados. 1962.


The Rabble Rousers. Ensayo. 1963. With a Strange Device. Novela. 1964. Publicada también bajo el título The Mindwarpers. Somewhere a Voice. Relatos. 1965. Eternal Rediffusion. Relato. 1973. Like Nothing on Earth. Relatos. 1975. The Best of Eric Frank Russell. Relatos. 1978. Design for Great-Day (con Alan Dean Foster). Novela. 1994. Versión expandida de una novela corta de 1953 de igual título.

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Kung fu por una rubia https://arbolesmuertosymuchatinta.wordpress.com/2015/12/04/kung-fu-por-una-rubia/

Autor: “Peter McCoy” (¿seudónimo de María Purificación Carré Sanchez?) Colección: ¡Kiai! N°39 Edita: Bruguera, Barcelona, 1977 Tenemos dos primos hijos de occidental y oriental. Uno es un detective privado, al que toda mujer se derrite. El otro es un inescrutable maestro de las artes marciales. Ambos son expertos luchadores. Ambos tienen en conjunto una tienda e antigüedades cuya secretaria es una rubia muy boba que tiene un cuerpo infartante. Cuando llega sin querer un cargamento donde, escondido en unas artesanías sin valor, aparecen unas valiosas gemas tibetanas, el lugar es atacado por la banda dirigida por el Escarabajo Cojo, un experto ladrón de guante blanco. Mejor dicho, ladrona. Que no tiene mejor idea que secuestrar a la secretaria rubia para chantajear a los primos para que le den a cambio las gemas. El resultado es… la verdad una novela letárgica, donde no pasa nada. Algunas peleas


inconsecuentes, seguida de encierros y liberaciones intrascendentes. La secretaria rubia es una IDIOTA con palabras mayúsculas, una rubia boba que sufre del Síndrome Dale Arden (la novia de Flash Gordon, esa que solo sabe ser capturada y gritar) y la villana es la típica villana que no puede dejar de calentarse por el héroe, por muy idiota que este sea. Y el nivel de sexismo hoy sería inviable. Fíjense en esta frase: “”Pero Betty (la secretaria) era algo sagrado para Mark (el detective privado). Jamás se atrevería a ofenderla” “A veces le tiraba un sabroso pellizco en sus redondeces posteriores o se le escapaba la mano en una caricia un tanto atrevida…” “Pero sin intención de ofenderla. De eso nada” La excusa perfecta para el juicio laboral por acoso sexual: le metí mano pero no quería ofenderla. Lo gracioso es que, por lo que creo, el seudónimo esconde a una prolífica autora de novelas románticas españolas (tengo mis dudas porque todos los sitios indican que usaba le seudónimo McKoy con K, asi que puede que sea otra persona). Una novela que podía aparecer solo en unos años donde la manía por las artes marciales estaba a pleno. Hoy por hoy es otro ejemplo de árbol muerto innecesariamente en nombre de la industria cultural.

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¿De dónde te tengo? – Hoy: Elizabeth Russell https://arbolesmuertosymuchatinta.wordpress.com/2015/12/11/de-donde-te-tengo-hoyelizabeth-russell/

Si viste la maravillosa La Marca de la Pantera (Cat People, 1942), te vas a acordar de la siguiente escena: en la fiesta de casamiento de lrena (la chica que se convierte en pantera) aparece una mina con pinta de gato, que la mira fijo y dice solo dos palabras antes de retirarse: “moia sestra”, que en serbio-hollywoodense significa “mi hermana”. La mujer que se roba esta parte se llama Elizabeth Russell y la viste más veces de lo que piensas, si eres fan del cine de terror de la década de 1940. Elizabeth nació el 2 de agosto de 1916, en Filadelfia (Estados Unidos, por si les queda alguna duda). En el colegio secundario se hizo amiga de la futura actriz Rosalind Russell (con cuyo hermano se casó años más tarde). Luego de recibirse consiguió trabajo como modelo y en poco tiempo se convirtió en una de las chicas top. Y, obviamente, comenzó a recibir ofertas de Hollywood.


En 1936 firmó contrato con la Paramount, aunque no estaba demasiado interesada en la idea de volverse actriz. “Llegué a Hollywood sin ninguna ambición porque en realidad despreciaba las películas. Fui sólo porque Rosalind insistió en que lo intentara. Además hacía más dinero modelando, así que la Paramount no me estaba haciendo ningún favor. Cuando me ordenaron ir a una fiesta del productor Adolph Zukor, me quejé amargamente. Tuve una llamada a la mañana siguiente y lo consideré una imposición, A ellos no les importaba mi carácter, a mí no me gustaba el de ellos”. Tras debutar en Hideaway Girl (1936), tuvo un co-protagónico ese mismo año en Girl of the Ozarks. Pero de ahí en adelante su carrera no fue un gran suceso. Paramount no renovó su contrato y por un tiempo Russell volvió a modelar.

Fue otra amiga, la comediante ZaSu Pitts, quien la convenció para que volviera al cine. Después de varios papelitos en comedias con Pitts, en 1942 fue la esposa de Bela Lugosi en 0rquídeas Mortales (The Corpse Vanishes), uno de todos esos films que hizo el ex Drácula en los cuarenta para la compañía Monogram. Ese mismo año, Elizabeth entraría en el olimpo del terror gracias a su pequeño rol en la película La Marca de La Pantera.


Todo empezó en una fiesta. Ahí la actriz conoció al productor Val Lewton, que estaba preparando su primera película de bajo presupuesto, como productor de la compañía RKO. Los rasgos felinos de Elizabeth atraparon a Lewton, que la contrató sin pensarlo demasiado. El éxito del film, y la atención que generó su papel, hizo que Russell comenzara a conseguir roles más seguido dentro del género. Lewton volvió a llamarla para actuar. Con él trabajó en films como La Séptima Víctima (The Seventh Victim, 1943), Youth Runs Wild (1944), Manicomio (Bedlam, 1946) y especialmente en La Maldición de la Pantera (Curse of the Cat People, 1944). En este último, su papel como la mujer que amenaza a la niña protagonista está lleno de sutilezas. La cosa no terminó ahí. Elizabeth también trabajó para la Universal en Amenaza incógnita (Weird Woman, 1944), una de las mejores películas de la serie lnner Sanctum. En El Mandato de Otro Mundo (The Uninvited, 1944) sólo aparece su retrato, que es el del fantasma protagonista. Todo esto le galardonó un seudónimo en la prensa especializada: la Hourí del Horror. Ella, más cínica, ha dicho que era “una Bela Lugosi femenina en un constante estado de zombificación”.

Otras películas en las que actuó, fuera del género de terror, fueron Hitler’s Madman (44) y Our vines have tender grapes (45). Después de finalizada la Segunda Guerra Mundial, Elizabeth no consiguió más roles (que tampoco habían pasado de ser secundarios en su mejor momento). En vista de que no pasaba nada con su carrera dejó Hollywood. Cambió la pantalla grande por trabajos en radio y algunos pocos en teatro junto a su amiga ZaSu Pitts. Finalmente se retiró para volver recién en 1960 interpretando un pequeño papel en From the Terrace, película dirigida por Mark Robson, uno de los realizadores que había conocido trabajando con Lewton. Respecto a su carrera la actriz dijo: “Profesionalmente, la encontré muy frustrante y fue la ruina de mi matrimonio. Me consideraba a mí misma


un fracaso en las películas, pero mi marido se sintió lo bastante amenazado al verme en la pantalla para comenzar a beber seriamente”. Elizabeth murió en Los Angeles el 2002, a los 85 años de edad. Todavía hoy hay gente que recuerda ese papelito en una película de los cuarenta, que hace que todo el que la vea, se quede mirando preguntándose: “pero yo, a esta mina, ¿de dónde la tengo?”

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SUEร OS: CORALINE https://arbolesmuertosymuchatinta.wordpress.com/2015/12/29/suenos-coraline/

Autores: Terry Dodson (dibujos) y D.P. Filippi (guiรณn) Edita: Dolmen, Palma de Mallorca, 2007


Estamos aproximadamente el fin del siglo XIX, principios del siglo XX. Coraline Doucet es una preciosa joven a la que contratan como institutriz de un extraño joven. Vernere aparenta tener no más de 12 años pero es un genio científico, creador de tecnologías “steampunk” fabulosas en su opulenta residencia. También es un tipo con la inteligencia emocional y la empatía de una cucaracha. Aparentemente el objetivo confeso del trabajo de Coraline es que el pendejo logre tener habilidades sociales. O algo así porque el guión no es muy claro. Pero hay un segundo motivo oculto, que tiene que ver con los vívidos sueños de nuestra institutriz, que termina en lugares fantásticos, llenos de personajes que básicamente le quieren bajar la caña y donde , cada dos por tres, termina empelotada.


… Y eso es todo. Este álbum no pasa de amago, de introducción, de prólogo a una serie que no resuelve ni explica nada. El guión de Filippi no da ninguna pista de lo que pasa y sus personajes no se escapan del clisé: la bella inocente, el joven misterioso y sin empatía, el mayordomo libidinoso y voyeur, la criada que es la voz de la sensatez. Mas clisés que personajes. Si vas a buscar un buen guión, ahórrate el trabajo.


Lo que sí es impresionante es el dibujo de Terry Dobson, dibujante yanqui que logra entrar perfecto en el estilo comercial de la historieta francesa. Su trabajo de fondos es cuidadísimo y sus figuras, especialmente la femenina, es simplemente descollante. El erotismo suave de la historia se realza en cada viñeta que Dodson hace, complementado por una paleta de colores muy correcta hecha por Rebecca Rendon. Si no fuera por este dibujo apabullante, este sería un álbum de blandiporno más.

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