Derek Walcott, por Eduard Hirsch
A lo largo de su carrera, el poeta Derek Walcott (Santa Lucía, 1930) ha delineado los enigmas, paradojas y dilemas del artista antillano que trata de asumir la carga de la herencia colonial —y a la vez de apartarla "Hay una fuerza exultante, una celebración de la buena fortuna, cuando un escritor se reconoce como testigo del amanecer de una cultura que se está dibujando a sí misma rama por rama, hoja por hoja, en esa alborada de autodefinición," dijo Derek Walcott en la conferencia que ofreció con motivo del Premio Nobel 1992. Esa fuerza exultante y esa celebración de la buena fortuna, junto con un sentido de la bendición y de la responsabilidad, un continuo esfuerzo de memoria y excavación, y un "atemorizante deber" para con "una lengua fresca y un pueblo fresco", han definido el proyecto de Walcott a lo largo de las últimas cuatro décadas y media. Walcott ha sido siempre un poeta de grandes recursos verbales y habilidades, enfrascado en una compleja batalla por hacer visible su nativa cultura caribeña: el Nuevo Mundo; no el Edén sino el sucesor del Edén, un lugar políglota, un archipiélago decidido a sobrevivir — un mundo que él llama "un fermento sin historia, como el paraíso... un paraíso para escritores." Derek Walcott es el mayor poeta y autor dramático anglófono que las Indias Occidentales hayan producido. Su Collected poems (1986) resulta en sí mismo un logro descomunal que reúne los textos de diez libros previos, escritos entre 1948 y 1984. Va desde su primera plaqueta, de edición privada, 25 Poems, hasta su secuencia lowelliana, Midsummer. Incluye trabajos tempranos del libro que constituyó un parteaguas en su obra, In a green night: Poems 1948-1960; poemas de su etapa intermedia tomados de The castaway, The gulf, y de su gran poema autobiográfico Another life (que es su Retrato del artista adolescente); y trabajos posteriores de Sea grapes, The star-apple kingdom, y The fortunate traveller. Después de la aparición de Collected poems, Walcott ha publicado The Arkansas testament (1987) y Omeros (1990). Este último libro es una recapitulación de La Odisea que hace paralelos entre la experiencia griega y la antillana y representa hasta ahora la piedra de toque de su poesía. Los temas de los poemas de Walcott reciben un eco y un contrapunto en la acción ritual y el lenguaje coloquial de sus mayores obras dramáticas, desde Dream on
monkey mountain, Remembrance y Pantomime, hasta Beef, No chicken, The last carnival y A branch of the Blue Nile. Al leer la obra completa de Walcott uno está siempre consciente del compromiso que mantiene con un pueblo y un territorio. Walcott ha buscado en numerosas ocasiones dar voz a las caletas y playas, colinas, promontorios y valles de su tierra natal. Santa Lucía, su lugar de nacimiento, es una de las cuatro islas Windward del Caribe oriental, un pequeño y escarpado territorio que da hacia el océano Atlántico de un lado y del otro hacia el Caribe. El mar —o lo que él ha llamado "el teatro del mar"— es una presencia inescapable en su obra y tiene una incidencia directa en su sentirse isleño, un poeta de un mundo nuevo flotante rodeado por el agua. "El mar fue mi privilegio / Y un pueblo fresco", escribe en Omeros, donde también define al mar como "un poema épico donde cada línea fue borrada / pero vuelve a escribirse en páginas de rompientes que explotan". Al mismo tiempo, Walcott ha sido un resuelto abogado de la literatura y la cultura pancaribeña, y considera que cada isla es una pieza integral de una unidad histórica mayor. Se define a sí mismo como parte de una constelación de escritores —entre ellos, St.John Perse, Aimé Césaire y C. L. R. James— que han creado una literatura en muchas lenguas distintas, y pertenece a una generación que ha descrito con frecuencia su excitación y la posesión creativa que experimentan al escribir acerca de un lugar por vez primera, y definen su papel en términos de lo que Alejo Carpentier llama "la tarea adánica de darle a cada cosa su nombre". Walcott irradia alegría en los nombres y los verbos, en el sazón del habla coloquial, en los sabores salados, marítimos de las palabras mismas. Posee uno de los más finos vehículos expresivos desde Hart Crane o Dylan Thomas. Es como si el agua de mar hubiera saturado las vocales y consonantes de su vocabulario. ("Cuando escribo / Este poema, cada frase va empapada en sal", declara Shabine, el marinero poeta, en "The Schooner flight".) Éste es el principio de una de sus canciones tempranas, "A seachantey": Anguila, Adina Antigua, Canelas, Andreuille, todas las eles Voyelles, de las líquidas Antillas...
Hay algo de plegaria terrenal en la manera en que Walcott se goza en los sonidos y saborea las letras, da vuelta a las palabras y se detiene en los nombres. Un sentido sagrado de la vocación impele a su alta elocuencia y su poderoso compromiso a articular su tierra patria, su reino, llamándolo "la letanía de las islas, / El rosario de archipiélagos" y "el amén de las aguas calmas". Como lo afirma en Another life, La Iglesia protegía la Palabra, pero esta nueva Palabra estaba ahí, al alcance de mi mano, en el territorio profundo encontró al hombre natural generoso, enraizado. Para sus obras tempranas, Walcott se inspiró en un profundo sentido del privilegio y la oportunidad, tenía la sensación fundamental de que hablaba no sólo de su propia experiencia, sino de todo lo que lo rodeaba, y de esta manera nombraba un mundo hasta entonces indefinido: "Hace cuarenta años, en mi infancia isleña, sentí que / el don de la poesía me había convertido en uno de los elegidos, / que toda experiencia era combustible para el fuego de la Musa" ("Midsummer"). Walcott siempre ha gustado de escribir "empapado en sal", probando la riqueza de sus impulsos lingüísticos contra las simples claridades del mundo natural, en busca de un estilo arenoso, transparente "crujiente como la arena, claro como la luz solar / Frío como la curva ola, común / como un vaso de agua de las islas" ("Islands"). Creció hablando inglés, dialecto inglés y francés, pero desde sus trabajos tempranos prácticamente bifurcó ambas lenguas, explorando los recursos del inglés en sus poemas y las posibilidades de los dialectos en sus obras teatrales. En trabajos dramáticos tan innovadores como The sea at dauphin, Ti Jean and his brothers y Malcochon, Walcott utilizó un lenguaje influido por el creole, que sigue siendo un territorio inexplorado en la literatura de las Indias Occidentales, y se volcó hacia el exterior para dar cuenta del paisaje y la vida de los pescadores y guardabosques nativos. El lenguaje de su niñez burbujea hacia la superficie en su libro autobiográfico Another life, que sitúa su infancia y juventud en Sta. Lucía y cuenta cómo se desarrolló la mente del poeta, cómo "se enamoró del arte, / y la vida comenzó".
Hay otro momento significativo en Sea grapes, donde mezcla sus múltiples herencias lingüísticas en los poemas. Resulta significativo que Sea grapes sea el primer libro de su producción que contiene un gran número de poemas que hablan de su alejamiento de las Indias Occidentales. El momento tiene lugar en "Sainte Lucie", una canción nostálgica en la que el narrador exclama de repente "Vuelve a mí, / lengua mía," y regresa al dilecto francés de su infancia: "C’est là moi sorti," dice, "is there that I born". Desde entonces, Walcott ha llevado el dialecto a su poesía con frecuencia. Se ha llamado a sí mismo "un mulato del estilo" (frase tomada de Senghor) y ha explorado los distintos registros del habla en una serie de monólogos dramáticos, así como en su poema épico Omeros. De ese modo ha otorgado un lugar en sus poemas a las distintas lenguas en pugna —culturas en pugna— que contienden en su interior. La figura odiseica de Shabine sin lugar a dudas habla por su creador cuando utiliza el demótico y convierte el lenguaje del desprecio colonial en fuente de orgullo: Soy sólo un negro al que le gusta el mar, Tuve una sólida educación colonial, Llevo en mí holandés, negro e inglés, Y soy o bien nadie, o bien un país entero... Una manera de ver la obra de Walcott es como una enérgica batalla por reconciliar una herencia dividida. El pacto que realiza con la isla, su primer compromiso, el de describir el mundo que lo rodea, se balancea mediante un sentido de autodivisión y extrañamiento. Walcott creció como un "niño dividido": era metodista en un lugar abrumadoramente católico, era un artista en desarrollo salido de la clase media, con una ascendencia africana, inglesa y holandesa mezclada, que llegó a la mayoría de edad en un mundo mayoritariamente negro, un remanso de pobreza. Mucha de la tensión dramática en sus poemas viene del vacío que siempre ha tenido que atravesar para describir a la gente con la que ha compartido la vida en una isla. Al mismo tiempo, su "sólida educación colonial" iba acompañada de la triste conciencia de que "el sueño de la razón / ya produjo su monstruo / un prodigio de edad y color incorrecto." En cierto sentido, el verdadero trabajo de Walcott comenzó con su compromiso dual hacia la tradición literaria inglesa, por un lado, y por el otro, hacia el país intocado que buscaba
recrear en su escritura. Desde el principio se enfrentó con el precoz fardo de sus decisiones, dividido entre la mímica y la originalidad, entre el Viejo y el Nuevo Mundo. Walcott se ha descrito a los diecinueve años como "un poeta gozoso y exuberante locamente enamorado del inglés", y afirma verse a sí mismo como "una legítima prolongación de la poderosa línea de Marlowe y Milton". Al no contar con una tradición literaria caribeña suficientemente vital para abrevar en ella, Walcott se dirige hacia los metafísicos ingleses y hacia poetas como T. S. Eliot y W. H. Auden, y los toma como modelos. Poseía tal don de asimilación que para la aparición de su primer poemario, In a green night, Robert Graves escribió: "Derek Walcott maneja el inglés con un entendimiento más cercano de su magia íntima, que la mayoría (si no es que todos) de sus contemporáneos nacidos anglófonos." Sin embargo, algo del precio de la influencia inglesa de Walcott se refleja en las angustiosas preguntas que concluyen su más célebre poema temprano, "A far cry from África": Yo, que estoy envenenado con la sangre de ambos, ¿Hacia dónde debo volverme, dividido hasta las venas? Yo que he maldecido Al oficial borracho de la ley inglesa, ¿cómo elegir Entre esta África y la lengua inglesa que amo? ¿Traicionarlas a ambas, o rechazar lo que ofrecen? ¿Cómo presenciar esa carnicería y quedarme tranquilo? ¿Cómo volverle la espalda a África y vivir? A lo largo de su carrera, de manera implícita, Walcott ha dado respuesta a esas preguntas afiliándose progresivamente a la línea de los poetas del Nuevo Mundo, junto con escritores americanos que se declaran en favor de un sincretismo de culturas y una estética del Nuevo Mundo. "Como mestizo que soy, algo en mí se sobresalta cuando veo la palabra ‘Ashanti’, y con ‘Warwickshire’ me sucede lo mismo", ha dicho Walcott, "ambas, cada una por su lado, están muy cerca de las raíces de mis abuelos, ambas bautizan a este bastardo, ni orgulloso ni avergonzado, a este nativo de las Indias Occidentales". La tarea para el artista antillano híbrido es fusionar los diversos fragmentos, pegar los añicos africanos, asiáticos, europeos y formar un nuevo todo que se goce en el fermento y la babel, glorificando la marquetería de la cultura de las Indias Occidentales.
En ocasiones, en la obra de Walcott irrumpe la cólera —una invectiva—, la rabia contra el racismo: contra los que han etiquetado al poeta como no suficientemente blanco o negro ("El primero encadenó mis manos y se disculpó con la ‘Historia’", dice Shabine, "El siguiente dijo que yo no era suficientemente negro para su orgullo"); contra los que siguen viendo a los caribeños como un pueblo ilegítimo y sin raíces ("Aquí no hay un pueblo", escribió el panfletista Froude, "en el auténtico sentido de la palabra"); contra el legado de esclavismo y colonialismo y "la herida incurable / de la pobreza"; contra una clase media venal "que quiere un arte nuevo / mientras sus artistas mueren a la vieja usanza"; contra los "ministros de cultura, ministros de desarrollo" que vendieron la idea de una federación y han estado más que dispuestos a prostituir la cultura antillana ("Adán tuvo una idea. / Él y la serpiente compartirían / la pérdida del Edén a cambio de una ganancia. / Así que ambos crearon el Nuevo Mundo. Y la cosa iba muy bien"). Shabine expresa esta rabia abrumadora cuando advierte: ...más vale que todos ustedes teman el día en que me cure de ser humano. Su suerte va’star en mis manos, ministros, hombres de negocios, Shabine los va a agarrar, amigo Dispersaré sus vidas como un puñado de arena, ¡Yo que no tengo más arma que la poesía y las lanzas de las palmas y el escudo deslumbrante del mar! Al enfrentarse con esa furia devoradora, con esa amarga alienación, con frecuencia el poeta ha vuelto su mirada hacia los esplendores de "un mundo virginal, sin pintura" que brilla más allá de los reclamos de la historia o la política; y tiene siempre presente su permanente compromiso. Cuando Shabine ancla en la bahía de Castries en Santa Lucía, puede decir con callado orgullo: He mantenido mi promesa, dejarles lo único que poseo, a ustedes que son mi amor primero: mi poesía. La tarea adánica es finalmente curativa pues el poeta sobrepasa la historia y se vuelve, reverente, hacia su reino primordial. A lo largo de su carrera Walcott ha delineado los enigmas, paradojas y dilemas del artista antillano que trata de asumir la carga de la herencia colonial —y a la vez de apartarla.
Robinson Crusoe fue su primera —y por lo demás, la más persistente— figura simbólica del artista de las Indias Occidentales. En su obra temprana y la inmediata posterior, Walcott vuelve una y otra vez a la historia de Crusoe ("nuestro primer libro, nuestro génesis profano") porque representaba para él la doble naturaleza de labrarse un destino en una pequeña isla. El Crusoe de Walcott se desespera por el naufragio y el aislamiento —justamente los títulos de The castaway y The gulf sugieren el peso del aislamiento artístico—, pero a la vez experimenta el júbilo de ser el monarca de su isla. Es el hombre adánico, "el primer habitante de un segundo paraíso", el resistente cronista de un territorio virgen. Crusoe también representa el proceso de colonización, pues salva a Viernes pero lo transforma en una figura servil. El poeta es también a la vez Crusoe y Viernes, un náufrago que forja las herramientas para construir una nueva cultura. En la obra de Walcott, la figura del náufrago ha derivado lentamente hacia la del exiliado, el viajero caprichoso pero afortunado. "Acepto mi función / como un advenedizo colonial en el fin de un imperio", afirma irónicamente en el poema "North and South", "un solitario, vagabundo satélite que da vueltas". En todos sus libros, a partir de Sea grapes, Walcott ha escrito poemas situados en el Caribe, pero también en otros lugares, moviéndose entre culturas, estableciendo un diálogo entre el emblemático "Norte" (los países metropolitanos) y el "Sur" (el Caribe). The fortunate traveller, por ejemplo, tiene tres secciones: "Norte", "Sur" y "Norte"; por su parte, The Arkansas testament se divide en dos partes, "Aquí" (Santa Lucía, el Caribe, el ancla "hogar") y "Allá" (que incluye todos los paisajes extranjeros, pero en especial América y Sudamérica). Su creciente alcance y cosmopolitismo, que expresan una visión global del imperio, han estado acompañados por una inquietud equivalente, un sentimiento de distancia de sus orígenes que aumenta de manera progresiva. A lo largo de su vida Walcott ha escrito poemas de una dolorosa autoconciencia y de regreso al hogar, entre los cuales se cuentan "Homecoming: Anse la Raye", "Return to d’Ennery, Rain", el capítulo final de Another life, "The lighthouse", y "The light for the world". Estos poemas tratan el tema de cuán lejos ha crecido el poeta de su pasado provinciano, de "regresos al hogar sin hogar". El temor de haber abandonado a la gente que lo rodea ("Yo,
que nunca podría solidificar mi sombra / para ser una de sus sombras") se transforma en el preludio a un compromiso renovado con el hacer del arte antillano. Uno de los temas persistentes en la obra de Walcott es "la antigua guerra / entre obsesión y responsabilidad", la continua dialéctica y conflicto entre el mundo interno contemplativo del artista individual —el naufragio, el exilio— y el mundo externo de la comunidad. "Soy una especie de escritor dividido", ha dicho. "Dentro de mí hay una tradición que sigue un camino, y otra que sigue una dirección diferente. Los elementos miméticos, la danza y la narrativa dominan por un lado, y del otro es más fuerte la tradición literaria, clásica." Estas dos tradiciones no sólo indican el hecho de que Walcott se considera tanto poeta como autor dramático, sino también el sentido dual de la vocación que da forma a su escritura. Tiene una alianza tanto con una poesía de sentimiento personal ("obsesión") como con una escritura de deber público ("responsabilidad"). Una estética postula que el compromiso fundamental del poeta es con los recintos de su propia imaginación, lo que amplía la realidad; la otra afirma que el poeta es primordialmente un cronista, un vehículo o voz para lo que lo rodea. El marinero-poeta Shabine ejemplifica esta división cuando en un momento dado confiesa "No tengo más patria que la imaginación" y en otro anuncia "Me siento satisfecho / si mi mano da voz al dolor de alguien". La tarea homérica del poeta —del poeta homérico— es promulgar y reconciliar estos impulsos estéticos divididos. La reciente versión escénica de La Odisea es especialmente apropiada, pues la figura del exilio en su obra se ha deslizado suavemente hacia el personaje de Odiseo, un vagabundo, un hombre común en un viaje circular hacia su hogar. La observación de Walcott al principio de "Sea grapes" es característica: Esa vela que se inclina en la luz, cansada de islas, una goleta azotando el Caribe hacia el hogar, podría ser Odiseo, confinado en la casa del Egeo... Todos los personajes de Walcott —sus diversos viajeros de fortuna, aguafiestas recurrentes y marineros mulatos— son tipos odiseicos. Los viajes de Shabine en "The Schooner flight" son una auténtica odisea, y cuando declara "Y soy, o bien nadie, o bien un país entero", está
haciendo eco del momento en el poema épico griego en que Odiseo engaña socarronamente a los Cíclopes llamándose a sí mismo "Nadie". Al mismo tiempo también está afirmando que este "nadie" es la figura representativa de la cultura, "un país". Del mismo modo que los exiliados de Walcott se han vuelto figuras odiseicas, Homero se ha convertido en su espíritu poético tutelar. El patrón de la imaginería homérica en su obra culmina en Omeros, el nombre griego de Homero, el bardo arquetípico. Omeros es un poema de alcance épico. No habla de las hazañas sobrenaturales de dioses o semidioses ("Olviden a los dioses y lean lo demás", dice Omeros al narrador) y tampoco intenta ennoblecer a los que en él aparecen; lo que quiere es contar la historia de una tribu, dar voz a "la experiencia entera del pueblo caribeño". Omeros es a la vez un personaje en el libro y un prototipo del artista como náufrago —una especie de Robinson Crusoe— que canta a los pobres, los extraviados, los desposeídos de la tierra. Es una figura proteica que aparece como el ciego en "Seven seas", un vagabundo en Londres, un chamán hindú, el artista americano del mar Winslow Homer, y un guía virgiliano que conduce al narrador a través del infierno de la historia. El pueblo antillano aparece en el poema con nombres homéricos (Aquiles, Héctor, Filoctetes, Helena), y el poema recorre una amplia variedad de eventos históricos, tocando el genocidio de los nativos americanos, las tragedias de la esclavización africana, los horrores de la segunda guerra mundial y el sufrimiento individual de los exiliados. "Canto nuestro vasto territorio, el mar Caribe", dice el narrador, y tras el poema yace la idea de que el mar contiene las memorias de todos los que han muerto en él. El bardo homérico desentierra las vidas perdidas, las historias fragmentadas, pero también canta a un pueblo nuevo y una nueva esperanza. A fin de cuentas, Walcott es un poeta de afirmaciones, un escritor que cree que la tarea del arte es trascender la historia y volver a nombrar el mundo. Como lo afirma en "Las Antillas: fragmentos de una memoria épica", "para cada poeta el mundo es siempre un amanecer, y la Historia una noche insomne y olvidada; la Historia y el miedo primigenio son siempre nuestro temprano comienzo, porque el destino de la poesía es enamorarse del mundo a pesar de la Historia". Al principio y al final, la empresa del poeta es redentora, es una llamada jubilosa. La obra entera de Walcott es un gran testamento a los poderes visionarios del lenguaje y a las
refrescantes maravillas de un mundo que estรก recomenzando incesantemente a pesar de la Historia, un mundo siempre nuevo y excitante.