Fumeiro, rulber m consigna 3 1er parcial de historia de la filosofía medieval, 2014

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Curso: Historia de la Filosofía Medieval- 2014 – FHCE-UDELAR Alumno: Fumeiro Ávila, Rulber Maubert – C.I. 1:257.235-0 -------------------------------------------------…------------------------------------------------------Consigna 3) Exponer la relación entre el problema del mal y la libertad de la voluntad tal como se la plantea en De libero arbitrio. Comentar críticamente la posición de Agustín. 1) La relación entre el problema del mal y la libertad de la voluntad a partir de De libero arbitrio. Agustín de Hipona o ‘san’ Agustín (Tagaste, 354 – Hipona, 430) –en la obra que estamos considerando1, y con una orientación por lo demás no del todo ajena en este punto a concepciones de algunas otras creencias- parte en tanto pensador cristiano del presupuesto básico, claro e indiscutible de la Bondad, la Justicia y la Providencia Divinas. A partir de allí postula la existencia de dos tipos o “géneros de mal”: el mal obrado y el mal padecido, asignándole a los hombres la responsabilidad por el mal obrado, y a Dios la de ser el generador del mal padecido, entendiendo de modo finalista a este último en cualquier caso como obra de la Justicia divina

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en exacto castigo a los injustos 3, aun cuando la

misma deba efectivizarse por mediación de las incorrectas acciones de otros hombres infligiendo mal a quienes lo merecen, ya que es de presumir que la Justicia no puede corporizarse en las calamidades ‘naturales’, pues obviamente éstas no son “personas”, y por tanto carecen de toda voluntad y responsabilidad propias. Es por todo ello que lo que ha de centrar la atención de los dialogantes –tras convencerse de que el mal no se puede aprender de las enseñanzas (esto es, de la “disciplina” proveniente de Dios), y que entonces “obrar mal no es otra cosa que alejarse de la disciplina”4-

será abocarse luego (y nos estamos

adelantando al discurrir lógico del relato) a profundizar en los alcances de la posibilidad que –concluirán después- posee la voluntad humana de ejercer su “libre arbitrio” y con ello también generar en ocasiones el Mal. Destaquemos

aquí

que

los

seres

humanos

libres

–aunque

resulte

aparentemente paradojal- cuando obran malamente (por acción, omisión o incluso por la sola intención) estarían operando predeterminadamente – 1 De libero arbitrio, obra en diálogo –en alguna medida al estilo platónico- que mantienen durante tres sesiones el propio Agustín y Evodio. El objetivo central de la obra es discutir el problema teológicofilosófico del mal a fin de establecer su origen, esto en consonancia con el resto de la concepción cristiana. 2 Cfr. De libero arbitrio, I, I, 1. 3 Es decisivo tener en cuenta que Agustín considera ortodoxamente que todos los seres humanos sin excepción son merecedores de castigo en razón de cierta mácula hereditaria compartida por toda la Humanidad, por lo que en algunos otros de sus trabajos –caso de las “Confesiones” dirá claramente que: "el pecado deliberado del primer hombre es la causa del pecado original" (De nupt. et concup., II, xxvi, 43).

4 De libero arbitrio, II, I, 2.


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providencialmente- en definitiva como unos instrumentos inconscientes y fatalmente dóciles de la Justicia, dado que primeramente tal rol superior benéfico sería ajeno a la voluntad de esos mismos sujetos en tanto sean ellos obradores del mal por propia decisión. Por ende el ser funcionales a los designios de Dios tampoco les eximiría de la más plena responsabilidad personal por sus actos, igualmente merecedores de castigo. Dicho de otro modo, en la medida en que la superior necesidad de

obrar Justicia surge primeramente con motivo de

aquéllos que por su cuenta hayan subvertido la Ley Eterna, quienes a su vez actuasen luego ese mal que al mismo tiempo es inevitablemente reparador o balanceador, con ello también estarían contribuyendo, aunque involuntariamente y siempre inscriptos en el cumplimiento del Plan Divino dispuesto anteriormente por una Voluntad superior que trasciende totalmente las suyas propias, funcionando así como agentes del restablecimiento de un ápice del Orden divino sobre la tierra, diríase que a cuenta de que el mismo se salde totalmente en el Fin de los Tiempos. Aquí resulta relevante subrayar que todo cuanto corresponde a la vigencia de la Ley Eterna no es aplicable a la ley secular, humana, la cual “tiene sólo por fin el gobierno de los pueblos”5, y que es temporal, mudable, imperfecta e inconmensurablemente inferior a la antedicha Ley Eterna, divina, la cual “es aquélla en virtud de la cual es justo que todas las cosas estén perfectamente ordenadas”6. Y al respecto observará Agustín, refiriéndose aquí primeramente a los mártires cristianos: “¿no se ha condenado también con frecuencia a muchos hombres [siempre mediante obra de otros hombres] por sus buenas acciones?”7 Lo cual, con todo, no hace a la ley humana del todo inútil ya que: “además, de que la ley humana no alcance a todo, no se sigue que deban reprobarse sus determinaciones.”8 ¿Pero cuál es la razón de que los hombres violenten la Ley Eterna, actuando el mal? Agustín concluirá, en contra de las enseñanzas maniqueas, que el Mal no es un ser en sí mismo, sino siempre y únicamente la carencia de Bien, por lo que la causa primordial del Mal, para Agustín, estriba en la libídine o concuspicencia entendida como un factor intrínseco de cada ser humano, al tiempo que en definitiva es esencialmente un estado de dispersión del alma desordenada. Sinónimo, pues, de pecado, de Mal. La razón, mente o espíritu humano (son una 5 6 7 8

De libero arbitrio, I, 5, 13. Ibídem, I, 6, 15. Ibídem, I, 3, 7. Ibídem, I, 5, 13.


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y la misma cosa, dirá Agustín), que -a diferencia de los animales- sería lo que debería primar, dominar sobre la conducta y los impulsos desordenados, pues “la humana sabiduría consiste en el señorío de la mente sobre las pasiones ”9, no lo hace cada vez que el hombre obra el mal sino que, por el contrario, es la propia alma humana quien “se somete a sí misma poniéndose bajo el yugo de lo inferior”, ya que “ninguna otra cosa hace a la mente cómplice de las pasiones sino la propia voluntad y libre albedrío.”10 En síntesis, Agustín resuelve la contradicción que surgiría entre un Dios que además de ser Omnipotente, Omnisciente –por lo mismo, Providente- y absolutamente Bueno, fuese también el Creador de toda realidad, sin por ello ser, sin embargo, el creador del Mal. Y lo hace mediante el recurso de desplazar la autoría del Mal hacia el hombre, a condición imprescindible de considerar al Mal no como una sustancia, sino como ausencia, como mera carencia de Disciplina, de Orden, de Bien. Pero para ello es imprescindible que Dios previamente –al crearlo- haya dotado al alma humana de Libertad o Libre Albedrío11, pero de una libertad muy particular, limitada, muy diferente a la capacidad creadora y de iniciativa autosuperadora tal como se entenderá posteriormente, pues con Agustín se reduce a “(…) someternos a esta verdad suprema; y esta libertad es nuestro mismo Dios. que nos libra de la muerte, es decir, del estado de pecado.”12 Y esa misma Verdad Suprema no es otra que la Presencia y la Palabra de Dios hecho El Salvador, tal cual lo expresa a renglón seguido Agustín, parafraseando aquí a San Juan: 1, 1: “La misma Verdad hecha Hombre y hablando con los hombres, dijo a los que creían en ella: ‘Si fuereis fieles en guardar mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres’.” 2) Comentario crítico a propósito de la posición de Agustín. Si bien es cierto que cuando nos aproximamos al trabajo de un autor -si es que queremos comprenderlo mejor- debemos hacerlo considerando desde qué lugar, tiempo y circunstancias elaboró su obra, tampoco es menos cierto que, atendiendo al grado de vigencia de su pensamiento en el presente, debemos cotejar sus propuestas con el conocimiento y las opiniones de nuestro tiempo que consideremos fundadas. Y es entonces desde el aquí y ahora, pues, que por 9 Ibídem, I, 10, 20. 10 Ibídem, I, 11, 21. 11 Ibídem, L II, 1, 3: “Hay, pues, una razón suficiente, [para] habérnoslo dado, y es que sin él no podía el hombre vivir rectamente.” 12 Ibídem, II, 13, 37.


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ésa –y aun por otras obvias razones inevitables y más profundas, ya que éste será necesariamente mi análisis- desde donde realizaré mi evaluación crítica. La investigación agustiniana ensayada en De libero arbitrio –con ser ambiciosa, profunda, circunstanciada y hasta morosa- se enmarca, como por otro lado no podría haber sido de diferente modo, ceñida a los parámetros preestablecidos de la religión por lo que -más allá de su presumible sinceridad y honestidad subjetivas –parte de, y se autolimita a- ejercer un gran esfuerzo de fundamentación, de defensa cerrada de sus creencias religiosas, antes que recurrir al método del cuestionamiento profundo y sincero de las mismas, tras el cual verificar ciertamente su consistencia… o eventualmente su endeblez. Por ende, en definitiva las conclusiones a las que arriba Agustín ya estaban contenidas tautológicamente en las premisas, por lo cual el producto no puede ser otro más que una tarea de apuntalamiento razonado de su Fe previa. Sin embargo lo antedicho no le resta cierta coherencia a su proceder, presidido por la condición de que toda búsqueda racional de la Verdad divina demanda ser presidida por la máxima absoluta, sine qua non, resumida en: “si no creyéreis, no entenderéis”13 Convengamos en que una construcción así está viciada por la petición de principio que anida, y todo el esfuerzo es como Uróboros: de una perfecta e inane circularidad que culmina donde y como comenzó. Por otro lado: la concepción del mal como ausencia de bien por obra del libre arbitrio no contempla todos los males indudables de causas naturales que afligen a los humanos, inadjudicables a la voluntad humana, y que por ende al menos ponen en entredicho la irrestricta Bondad divina. Y no por último menos importante: la propia definición de Dios como un Ser Superior a la vez que indivisiblemente Omnisciente, Omnipotente y Supremamente Bueno, coexistiendo con sus creaturas dotadas de Libre Albedrío y únicas responsables del mal obrado –de similar modo a aquella fuerza irresistible actuando sobre la masa inamovible- son por definición dos componentes de conjuntos disjuntos, que en consecuencia –una vez así definidos- resulta absolutamente imposible su interacción. Sólo si Dios fuese Omnisciente pero al menos o bien no Omnipotente, o bien no Absoluta Bondad, o cualesquiera de las dos anteriores pero sin Omnisciencia, podría resultar suficiente explicación atribuir a los hombres individuales la responsabilidad primera y última sobre sus actos.

13 Ibídem, II, 2, 6.


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