AFUERA DE LA NADA

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RUSVELT NIVIA CASTELLANOS AFUERA DE LA NADA

Editorial

Pensamiento

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Rusvelt Nivia Castellanos

Afuera de la Nada

Editado en Colombia - Edited in Colombia

Diseñado en Colombia - Designed in Colombia

Impreso en Colombia - Printed in Colombia

Isbn 978-1-4717-9619-7

Registro 10-329-261

Editorial Pensamiento Derechos reservados

Año 2011

Ninguna parte de dicha publicación, además del diseño de la carátula, no puede ser reproducida, fotografiada, copiada o trasmitida, por ningún medio de comunicación, sin el previo permiso escrito del autor.

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RUSVELT NIVIA CASTELLANOS

Poeta y cuentista, novelista y ensayista, nacional de la Ciudad Musical de Colombia. Es al mérito, Comunicador Social y Periodista, graduado por la Universidad del Tolima. Y es un especialista en Inglés, reconocido por la Universidad de Ibagué. Tiene tres poemarios, una novela supercorta, un libro de ensayos y siete libros de relatos publicados. Es creador del grupo cultural; La Literatura del Arte. Sobre otras causas, ha participado en eventos literarios, ha escrito para revistas nacionales, revistas de América Latina y de habla hispana. Ha sido finalista en varios certámenes de cuento y poesía mundiales. Ha recibido varios reconocimientos literarios tanto nacionales como internacionales. Fue segundo ganador del concurso literario, Feria del Libro de Moreno, organizado en Buenos Aires, Argentina, año 2012. A mayor crecimiento, fue premiado en el primer certamen literario, Revista Demos, España, año 2014. De otra conformidad, mereció diploma a la poesía, por la comunidad literaria, Versos Compartidos, Montevideo, Uruguay, año 2016. Tiempo después, recibió un reconocimiento internacional de literatura, para el premio intergeneracional de relatos breves, Fundación Unir, dado en Zaragoza, España, año 2016. Mereció diploma de honor por sus recitales poéticos en la Feria del Libro, Ciudad de Ibagué, año 2016. Posteriormente, por su obra artística de poemas, mereció una mención de honor en el parlamento internacional de escritores y poetas, Cartagena de Indias, año 2016. Y el poeta, recibió diploma de honor en el certamen internacional de poesía y música, Natalicio de Ermelinda Díaz, año 2017. Bien por su virtud creativa, destacado es este artista en su país.

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AFUERA DE LA NADA

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RELATOS

EL BASURERO SIN SALVACIÓN

ALMAS DEL TRÓPICO

LOS LABRIEGOS INFANCIAS DE LUTO

ENTRE PERRAS Y ASESINOS LUJURIAS

CABALLERO Y LOBA

UN ENCUENTRO CRIMINAL

DE MUERTE O DE MUERTO BAJO LA DEMENCIA

EL ESCAPE REVESES SUICIDAS

VISIONES IMPERFECTAS

EL PEÓN DE LA LIBERTAD

LA RUTINA DEL EMPLEADO

LA CHICA DEL NORTE

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RELATOS

HACKERS

EL GRAN APÓSTOL UN HUMANO

EL OBRERO DEL SIGLO REVOLUCIÓN

UN CUENTO DE PELÍCULA

LA CASA DE LOS MUERTOS ANGIE CAZADOS POR CÓLERA

VIAJE SIN SUERTE MARIDO Y MUJER

LOS REFLEJOS DEL MAÑANA MUERTES INACABADAS

EN LA ÚLTIMA REMINISCENCIA

VIDA INMORTAL AFUERA DE LA NADA

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AFUERA DE LA NADA

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A todos los hombres; que impulsan la resistencia.

A todas las mujeres; que inspiran lo superior

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EL BASURERO

El bebé nace berreando. La nenita pide la leche de las tetas ricas que por las noches se chupa el padre. El chiquitín grita por los corredores cuando no le regalan compota. El niño le pide besos de mejilla a la niña. Ella se quita porque hace que no recoge los corazones. La niña se pone roja porque adora al niño. Las pajaritas de los nidos se pican como amigas. Ella padece el adiós de su querido amor. Nosotros parecemos unos guámbitos cuando nos deja la princesa. Son ustedes un poco de chinas remilgosas. El pelado del jardín ama a la Malena y no deja de llorar por su Magdalena. Eres tú un nené con cara de viejecito. Tu dolencia es tan violenta como la mía. El gamín de la comuna quince se embolsilla los buñuelos de la panadería. La Alicia de las maravillas juega con el sombrerón de las cantinas. El Tom no va a la escuela y mejor coge por los prados del bosque, para encontrarse con el indio. Los jóvenes de Colombia sufren la ausencia de Rafael Pombo en sus cuadernos. Ellos capan clase. El pequeño gomelo no hace sino jugar maquinitas. Las jovencitas de Argentina inmortalizan los goles de Maradona. Ellas olvidan los poemas de Alfonsina. Yo me quedo escribiendo en la torre de babel. Mi juventud fue una lluvia de rosas negras. Nosotros nos despertamos en el inframundo de las luces rotas. Ustedes dejan la paz por la guerra. Todos aquí tenemos encuentros con la muerte. Nadie aquí es Peter Pan porque aquí los hombres y las mujeres no creen en la fantasía. Usted me ignora con disimulo. Tú eres el lector porque te hechiza la literatura. Ellos, los otros chinos, lo pasan ahora en sus cárceles de la conciencia, porque tienen miedo de conocer el mundo. Solos se pierden en su abstracción. El indigente, sin embargo, se escapa de la pintura, para pedirle panes al Esteban. La pobre loca igualmente recuerda al Esteban. Juntos se van de este mundo. El estudiante de artes se asusta cuando una ninfa se mete en su obra expresionista. Las gomelitas de la universidad, andan de chupa de moda, pero a ellas no les importa nada del pop art. Los gomelitos de la ciudad musical, se van para Katamarán, porque esperan conquistar a la señorita Jenny, pero ellos ni saben hacerle una poesía. La luz del día se pierde con el agua del sol. El miguel es violado por tres malandros demenciales en una esquina sombría. El jovencito se desangra. La chica bonita de los helados, lo esquiva, porque tiene que vender paletas toda la semana, para así no ser echada de la pieza, donde

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vive a punta de pagar arriendo. La actriz Rapunzel, quien es vecina de la chica helada, abortó a su hija, cuando ella tenía cuatro meses de embarazo. La llorosa, fue al quirófano y allá le cortaron el feto. El universitario visajoso de las rumbas, pudo comerse a la rubia y después de acostársela hasta el cansancio, la dejó con los pelos enredados. La payasa, tiene unos veinte años de vida, hace equilibrio en la cuerda floja, va caminando confiada, pero de repente una leve brisa, la arroja al vacío, la empuja a la otra pesadilla. La señorita Nieves, mete amapola blanca a escondidas, luego se acuesta con los enanitos. Mi soledad es la sombra en tus ojos. Tu hambruna es mi dolor constante. El Julieto y la Romea; renacen humildes para estar juntos, sienten pasión para rogarle a la alegría, hacen el amor en la pobreza, se revuelcan entre los cartones. El músico toca las melancolías del Richard con el piano. Nadie alcanza el paraíso en estas mazmorras de inmundicia. Todos sufren en este infierno. Tu depresión es lo frío de tu bondad. Nuestra desgracia se debe a la peste de nuestra mente. Ella se acuesta con los becerros y con los cerdos. Él hornea las tetas de su amante así como frita los brazos de su moza. Ella se chupa con los perros. Nosotros somos una orgia de gonorrea. Ustedes son una escoria como yo. El violador olfatea los calzoncillos de los peladitos. El criminal no sabe a quién matar así que mata por matar. El caníbal se mastica las tripas de su presa. El Jason imita al Jack. La loca se devora los hongos de los bosques cuando sale del apartamento. La puta se acuesta con los borrachos para salvar la comida y la cobacha. Los bandidos matan en gallada. Ellos son unos cobardes. El vicioso, le chuza las nalgas a las viejas, para cogerle el dinero a estas damas indefensas y luego se va a comprar bareta. Los plazeros por su parte, le dan machete al ladrón de las naranjas. La desplazada, pide pan y no le dan, pide vino y tampoco le dan nada, porque no tiene plata, la señora de San Angustián. El marica de la calle rosada, no soporta las humillaciones de su padre, así que triste, va a cortarse las venas en la peluquería de su madre. Muchos hombres caminan con el disfraz del ángel. Pocas mujeres se colocan la máscara del diablo. El político se roba el billete del trabajador. Las damas se acuestan con un médico ruso. Tú tienes un pasado mugriento sino que no lo puedes ver por completo. La empresaria estafa porque se desvive por la riqueza. Tú estás tan enfermo como yo. El padre se pone que se escalabra al saber de la muerte de su hijo mayor. La madre cierra la peluquería y piensa en no volver a salir de casa. Yo estoy tan ofuscado como tú. Los tres amigos del libertino tienen sida y no le dicen nada a nadie. El anciano de

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Larsen es ahora el fantasma de Santa María. Las Meninas del artista, después del tiempo, pasaron a ser las esqueletas de Iron Maiden. El viejo pierde por ratos la razón. Todos aquí sufrimos. Nosotros perdemos a la infancia. Son ustedes unos malditos amnésicos. Eres tú la ciega de piel cetrina quien se marchita con el aguardiente. Los eclipses son nebulosas purpuras. Las centellas son baladas tétricas. El anciano no se muere ni con la fe. Eres tú un viejo con cara de nené.

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SIN SALVACIÓN

Lo conocí en la vereda del Darién. Felipe era joven como yo. Tenía unos quince años cuando aceptó contarme su anécdota. Ese día estábamos sentados en la cama de su cuarto. Yo lo escuchaba con afección. Bebíamos juntos el café. Me hablaba sobre la guerra y la paz de nuestro país. Mientras, las balas tronaban allá afuera en los campos. En lo íntimo, claro que tuve miedo por mi vida. El combate percibido parecía ser aterrador. Eso el traqueteo de metrallas, no paraba de sonar escandalosamente a lo rayano. Ambos sufríamos la angustia. Menos mal; logré respirar hondo, me controlé con la mente y proseguí en atención con el testimonio de Carlos Felipe.

Aquí aciago, comienza su relato. Era un jueves en el ambiente, colmado de neblina. Mi amigo venía del páramo boyacense. Descendía por una senda escarpada. Iba a pasos lentos, avistando la mañana salpicada con gotas plateadas. Andaba a solas, se movía por entre los frailejones. Recuerda, que llevaba una talega de papas a la espalda. Esta pesaba, pero no lo suficiente como para dejar de disfrutar ese panorama níveo. Por lo espléndido, las montañas admiraba con sus zorros salvajes, quienes asomaban las cabezas desde sus guaridas. Además, Carlos tenía puesta una ruana parda, que lo protegía del frío. Así él, fue haciendo su trabajo de niño campestre.

Como de costumbre; sacaba los tubérculos de la tierra junto a las plantas, los juntaba y armaba el costal. Dicha faena la hacía bien temprano. Luego, regresaba a la casa de madera donde aún habita. Mediante esta recolecta, podía ayudar a su madre con la comida. Juntos, cocinaban en fogón de leña. Ellos claro, se colaboraban en la vida diaria con los quehaceres domésticos. Pese a todo lo sucedido, hijo y madre, ahora se adoran más que nunca. Por cierto; años antes su padre tuvo un infarto, lo cual los puso en luto, más los compenetró como seres queridos.

Entre tanto, durante ese jueves, Carlos fue acabando con la jornada matinal. Ya iba de vuelta para la finca. A lo osado, cruzaba por las cascadas del Paraíso. Entre el mismo ritmo cadente del agua, las nubes pasajeras lo envolvían en su emanación grisácea. Esto lo colocó un tanto contento. En paz se distrajo un rato. Sobre lo sucesivo, cogió trecho por un sendero de encenillos tupidos. De paso, saludó a un compadre quien subía en mula por el otro cerro.

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Le alzó la mano en son de cordialidad. Ya imperceptiblemente, se fueron distanciando los dos labriegos hacia sus destinos. Sobre el otro instante, Felipe fue salteando varias rocas entre el pasto. Sin mayor retraso, esquivó las hojas de los matorrales. Por conocedor, llegó pronto a una pradera despejada y hasta ese momento todo lo supo normal, sin ningún percance.

Más sólo después de una hora de caminata; cuando Carlos pasó por el costado de un potrero con vacas, su juventud cambió por completo. De repente; bomba con dinamita; pisó una mina quiebra patas. En el acto, su cuerpo voló por los aires. La explosión levantó hasta los árboles y eso los conejos que había por ahí en la intemperie, corrieron a las cavernas. En cuanto a mi amigo el campesino, cayó bruscamente junto a la quebrada del Sol, quedó lleno y empantanado de sangre. Se supo moribundo. Por la posición, no hizo sino llorar. Menos mal, menguó un poco el terror. Varios aldeanos oyeron la explosión. De curiosos, salieron al monte para mirar que había pasado. Recorrieron las sendas, rebrujaron entre el boscaje. Cuando entonces; uno de ellos un leñador, descubrió al jovencito a orillas del río, tendido sobre unos helechos. El pobrecito, tenía la pierna derecha destrozada. Efectivamente, los vecinos que lo conocían, se aglomeraron y lo llevaron rápidamente en jeep hasta Bogotá.

Una vez allá; lo dejaron en el Hospital del Sur, lo revivieron de puro milagro. Por poco y casi se desangra en frío. Gracias a su corpulencia, volvió a abrir los ojos al mundo. Ahora mutilado; existe postrado en una silla de ruedas; siempre para ilusionar lo eterno, sólo para estar lacrimoso durante la vigilia.

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ALMAS DEL TRÓPICO

Hace unos días estuve en Coloya. Me bajé del bus como de costumbre. Supe el pueblo tranquilo. Al instante, sentí como el viento corría seco por mi piel. Su frescura me rodeó con regocijo. Por lo demás era de mañana. Así que contemplé las llanuras doradas como los risos del sol. Parecía crecer el grito del fuego. El paisaje lo vi veraniego. En ritmo, apareció un aldeano que iba despacio por la senda de una ranchería. Sus ojos procuraban buscar una tierra menos calentana. Desde muy temprano, andaba cultivando el campo para hacer su diario de comida. El sudor que brotaba por su frente arrugada, me lo demostró.

Al poco tiempo, el señor inquirió mi presencia con su intuición. Ante tal impresión, yo corrí a esconderme detrás de un árbol limonero. Esperé por la calma. Una vez recuperé la valentía, volví a ojearlo y pronto descubrí que ese campesino había desaparecido.

Ya luego, fijé mejor la atención en una muchacha que preparaba los mangos y bananos para la venta. Estaba acomodada por un lado de la avenida Americana. Colocaba las frutas en un mesón. Tenía el puesto ahí en las afueras. Apenas acabó de aderezarlos, descargó un costal con granos posiblemente recolectados del paisaje. Ella los puso en distintas bolsas según como bien servían. Todo esto lo realizó con normalidad. Sin más, así sucedieron los hábitos para esta campesina con otros campesinos, quienes seguían rudamente esclavizados por la violencia.

En cuanto a los otros limbos, yo también quise ojear los sitios apartados. Avancé por un sendero y de repente, sorprendí a una matrona que estaba bajando los racimos de una platanera. Cuando no encontró más frutos, se dejó resbalar desde la alta planta. De corrido, limpió los plátanos con sus manos carrasposas en un fregadero comunal. Una vez los supo listos; ella, doña Eutimia esperó en una esquina hasta que las busetas procedentes de Livinio, acabaran de pasar a tráfico por la carretera

Cuando todo volvió a quedar solo, la mujer cruzó la calle y ella pronto deseó la parada de los forasteros para así poder ofrecer sus alimentos floridos. Pero en desorden, resonó fue un chirrido porque el negro de siempre salió a inflar llantas de autos recién varados. Eso el hombre se hallaba sucio como anémico. La doña, vio de por cierto este cuadro. Y ella, por

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lo dócil, escogió ir a una cafetería. Allí adentro; compró una gaseosa, luego fue hasta donde el morochito y se la regaló.

En tanto sobre mí, caminé hacia el centro del pueblo. De a poco, paseé por entre varias ferreterías entre algunas casas blancas. Anduve unas dos cuadras. Pasado ello, vi el parque vestido con árboles frondosos y ellos enmarañados de sombra, junto a la modorra de sus habitantes. El calor era por momentos fustigante. Me hinchaba su pesadez septenaria. Sólo por ahí, pillé a un monito jugando a vender refrescos junto a la iglesia clasista. Y curioso, yo delaté a una moza coqueta, ella a su hora queriendo darle besos al amigo suyo, un amasador de panes y almojábanas, tan tiernas como esas mejillas de mujercita y ella tan enamorada y tan cautiva como los trasnochadores municipales.

En fin, luego los emparejados corrieron a esconderse en una habitación. Mientras, una ráfaga polvorienta envolvió el ambiente. Por salud, comencé a trotar por un andén rojo. Al cabo de aquella esperanza, me olvidé de mí por unos segundos. Pensé en ellos con agudeza porque estos enamorados, luchaban por ser felices en medio de tanta adversidad.

Y claro, sobre las otras cosas, atravesé un puente donde había unas aguas impuras. Por allá, olía a horrible y nadie se bañaba en aquel charco tan gris y tan sucio. De hecho, uno solo huye rápido de ese paraje destrozado, mientras uno mira las nubes que flotan sobre las cordilleras. Así que claro, tuve que desandar enrumbado por esta misma vereda. A buen paso, cogí por un sendero vidrioso y rendido volví a yacer donde pululan las ánimas en pena.

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LOS LABRIEGOS

Había guerra en el monte. Sólo se escuchaban las balaceras. Los combates infundían terror en la región. Para lo peor, un campesino estaba desesperado. Vivía a solas con su hijo y los dos no tenían que comer. Hace eso de unas noches, les asaltaron su finca. El robo pasó de un modo inesperado. Unos bandoleros; irrumpieron en los huertos, saltaron los alambres con chuzos, luego se cargaron consigo las cosechas. Por lo pasado, este padre atormentado no supo cómo hacer para jornalear y así poder alimentar a su niño.

Aparte, diferentes pueblerinos culparon al campechano de ser traidor, por ser amigo de los guerrilleros. Tanto, que hasta le gritaban soplón desde las veredas. A causa de ello, nadie auxilió a este hombre desamparado, cuando estuvo sin comida. Ni si quiera su compadre, fue capaz de visitarlo. De locura, los enemigos de su misma patria hasta casi lo acribillan. Cierta tarde gris; ellos arribaron a su aldea, disfrazados de negro. Sin mente; lo atraparon y lo laceraron contra un palo, feroces cortaron su sangre, reventaron sus venas. En dolor, el señor se sintió desterrado, humillado por ser pobre.

Así de mal, creció su atroz miseria. Fue una crueldad, que padeció por la exigencia de unos milicianos infames. A su vez se supo todo abandonado. Y nomás, que por la providencia, siguió existiendo con coraje, se salvó en esencia del cuerpo.

Con furor entonces; se erguió levantando la cabeza, recompuso sus sentidos. Sobre la ansiedad, comenzó a caminar hasta su cuarto. Apenas llegó al recinto, cogió los corotos que tuvo a la mano. Acto seguido, armó su mochila y una vez terminó, se vendó las heridas. De otras lágrimas, subió a su hijo a los hombros con cuidado. De paso, ambos se fueron yendo de sus tierras exuberantes. No hubo otra alternativa para ellos. Era irse o fenecer sin piedad. Así que veloces, cogieron por unos arrozales según como los canarios chillaban. El padre por su posición, fue sesgando la maleza a punta de machete, para abrir trecho. Progresaron ya con agilidad, sin mirar atrás ni por error. Al cabo de los secos crepúsculos; ellos lograron desenterrarse, huyeron a la capital calentana.

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INFANCIAS DE LUTO

El suspenso se esparce sobre el pensamiento de los niños. Precisamente, cae una noche de brujas en la ciudad negra del mundo Cuando entre penumbras, los jóvenes de Ismael y Roberto van por una calle despintada. Andan despacio y tocan en las puertas de las casas. Entre una sobre otra ocasión, algún señor o cualquier anciana se les asoma para darles bombones con gomitas. Ellos, claro que reciben las ofrendas. Ismael; quien va disfrazado de campesino, les susurra las gracias mientras el Roberto; quien va vestido de trovador, les dedica una sonata. Ahora bien, ellos voltean en la próxima esquina y cogen por la plaza de los desheredados. Por allí, ven a diferentes hombres sonámbulos, mujeres con máscaras y viejos de gnomos. De repaso, los niños divagan juntos por un sendero de árboles grises y un enjambre de murciélagos de repente los sorprende. Esta novedad les causa curiosidad. Más inocentes, ambos pequeños se acercan al castillo del monstruo, Bestimal. Por ingenuos; ellos avanzan hasta el portón y de golpe el ogro sale y los agarra por los brazos, los manda para adentro. Ya rápido él; los echa en una olla con agua, los hierve a fuego azul. Al poco tiempo; los sirve en varias bandejas, los deja listos para la cena. Y así en mal; cuando dan las doce de la noche, tranquilo el monstruo, se los come.

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ENTRE PERRAS Y ASESINOS

Lo confieso, yo comencé a putiar a los catorce años. Por puro desespero, me tocó irme para el prostíbulo de Las Gloriosas, porque estaba urgida de trabajo. Creía equivocadamente que la única salvación para mí, era la de vivir como callejera. Por allá entonces, estuve de regalada con los hombres. Aún recuerdo que era un sábado de fiestas en la ciudad. Al día de hoy, no puedo olvidar ese pasado ni con dolencia, pese al haber querido borrarlo. En mala, ahora sufro es sin gracia y sin la juventud, que nunca tuve con alegría. Bueno; pero si mal no estoy, llegué rápidamente a ese antro con ínfulas de ganar plata Transcurría la media tarde en Armenia. De seria, yo fui ingresando a un salón amplio mientras me recibía entre risas, la doña del negocio, Esmeralda. Ella, saludó con felicidad al verme toda pollita. Claro que yo ya venía recomendada. Así que sin mucha escaramuza, me sentó en un mueble rojo y a lo graciosa fue aceptándome entre las otras putas.

Pasaron unos minutos, entre los cuales ella explicó como era la vuelta con los clientes. Qué había que tratarlos con ternura. Qué allí no se toleraban las peleas. Del resto, comentó las reglas del negocio. Dizque para ella era la mitad del dinero, que yo recogiera por cada visitante, eso sí descontando el alquiler del salón. Ya lo sobrante; sí me lo podía quedar yo para los gastos personales, lo cual fue medio cierto. Así desigual bien, las cosas las supuse fáciles, aparte de que en especial, dejaban tirar a los manes que usaran condón. Menos a lo terco; si ellos no hacían ningún caso, pues una podía negarse rápido, gritando tres veces nomás, para que les tocaran a la puerta y salieran rápido. En cuanto a otras sugerencias; si había algunos hombres, quienes pedían mamada con chorreada, ellos simplemente debían pagar el doble de la tarifa, siempre y cuando se efectuara por anticipado.

En fin; una vez Esmeralda acabó de conversarme, las viejas pasaron a abrir ese chuzo

Por mi parte, yo esperé durante una hora en silencio, hasta cuando me llegó el primero de la trajinada. Era un abogado de unos treinta años; nada más que eso en su jeta, olía a vicio y a cerveza. Apenas, pasó a la sala donde estábamos las coquetas. Se quedó mirándome él por un largo rato, hasta cuando decidió llamar a la matrona para que yo lo atendiera. Su cara era sucia, se sabía devastada. Eso no dejaba de morbosearme las tetas. En cuanto a mí, no dije ni una palabra, ni protesté con necedad. Sólo lo recibí con desgana, sin estimación. Para lo

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obvio, me levanté del sofá y nos fuimos a la covacha, sin mayor tardanza. Una vez adentro, se peló todo rápido. Su arrechera parecía dominarlo. De repente, se vino encima de mí con violencia. Luego, me bajó las tangas con descaro y me cogió por las nalgas, según como iba gritando: Sí, dame chocha, dale a eso duro, dame más panocha de la linda, china rica, perrita, sí, caliéntate toda ya, vente, perra, cójala ya. Del otro desencanto, se sacó la verga por un instante y sin pensarla ni nada, me la fue metiendo otra vez, pero ahora por el culo, hasta cuando más no pudo hacerme sangrar. Por supuesto, yo grité hasta donde pude con la garganta. Pero ninguna de las viejas puso cuidado ni nadie me salvó de sus garras. Entre los mismos actos, se botó hasta que se mamó, babeando una vaina no blanca sino amarillenta. Eso fue algo asqueroso, duele el revivirlo. Ya la gonorrea; cuando acabó de ser bestia, fue y se alejó del colchón, recogió sus ropas del piso. De experto; se vistió con frescura, acomodó la camisa suya frente al espejo y despacio se fue yendo del cuarto, fumándose un cigarrillo entre la perdición. En cuanto a mí, subsistí por ahí demasiado adolorida, tirada en el camastro, llorando como si fuera una magdalena; donde sola, sollocé por más de tres horas.

De las otras sobras pesarosas; después del abuso, vine a quedar preñada del hijueputa. Casi ni supe como se dio esta sorpresa. Los cólicos, aparecieron lentamente y la barriga me creció con los meses. Por ser mujer, no lo aborté. El chino nació y yo no lo niego. Es mi hijo y lo amo de corazón. Ahora así, desde tal episodio de oscuridad, supe lo que es putiar y por eso al que me la viola, lo voy es pero quebrando, partida de pirobos; malparidos, los quiero matar, hijueputas.

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LUJURIAS

Hace una hora que llegaste al departamento tuyo. Vives de por cierto allí solo con tus ilusiones. A tu ansioso rato, estás recostado sobre la cama de frente al televisor, viendo algo de porno del bueno. Degustas entonces lo que te gusta degustar; viejas bebiendo semen, manes dando lengua a los culos, mujeres masturbándose todas emparejadas. Estas acciones son para ti lo sabroso. Así que fresco, disfrutas excitadamente una de esas películas calientes, sin ponerle mucho misterio a la vaina. Entre lo nocturno, están pasando sexo del duro. Así que tú, pues morboseas en el cuarto, las mozas que se van corriendo, debido a sus cogidas, entre sus mamadas con sus mozos Asimismo, prefieres estas orgías jugosas con los chochos peludos, que casi no te puedes chupar de veras, porque las nenas del edificio donde resides, siempre han sido unas rogonas. Pareciera que fueran un poco de chinas maricas. De más, por eso repasas estos videos triple rojos, mientras sale un muchacho en la pantalla, cogiéndose a una mona de lo más tetona. A esa ya se la follan con violencia. La vieja está rebuena; exhibe unas nalgas gigantes, tiene unas piernas ricas. El actor porno, quien antes se dañó con las putañeras, entonces saca y embute su tranca en la poncha mojada de esa mona. Y de falo o de falo, él llora en su jardín marchito, mientras ella gimotea entre sus labios pecadores. Eso se restriegan sobre una sola pringa moza. La escena es íntimamente desnuda sinceramente sudorosa. En tanto tú, desde la posición tuya como hombre, te pones ruborizado y de una se te viene a la mente, la colegiala del tercer piso. En verdad que tienes muchas ganas por comértela. Eso quieres mandarle hasta las guevas enteras. Siempre la piensas así; penetrándola con queja, las veces cuando te cruzas con ella en la portería del conjunto cerrado. Además, gracias a la fornicada que esta vecina te inspira, renace tu placer sexual, cuyo ardor lo vas animando con la prostitución televisiva, sólo para así poder imaginarte mejor a la nerda toda peladita, graciosamente recostada en tu cama. A ella tan hermosa, por erótica entonces por deliciosa, la fulguras abierta como las madrugadas y tú te sueñas hundido en ella, como el sol entre las oscuridades, según ya el ritmo como te agitas la verga, pretendiendo amar a esa colegiala mona, que tanto te enloquece. Y entonces claro, tú al cabo de lo deseado, te vienes con serenidad y de repente tocan a la puerta, parece que es una mujer.

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CABALLERO Y LOBA

Divisar el dolor ajeno, lo ponía inestable, reconocer lo inaudito, lo ponía más pacífico. Del recuerdo extraño, Mario estuvo recostado contra un poste, viendo caer las nubes grises y llorando oculto al desprecio compartido. Al mismo tiempo, asomaron unos mendigos con sus costales, pidiendo monedas de a cien pesos. En cuanto a Mario, trabajaba como un empresario humilde. Así que para la ocasión, Mario le dio a tres desconocidos que pedían monedas de a quinientos. Enseguida, se fue alejando de esas cercanías desechables. Relajado, fue acabando con el cigarrillo suyo para la medianoche desquiciada. Y retomó fresco; su camino ilusionado sin más renuncia, yendo hacia las calles decorosas de la pasión.

Por allá, casi no había carros lujosos. Eran pocos estos medios de transporte, los cuales iban cruzando por las avenidas. Pero sí había por allá, varios proxenetas de caras rajadas. Además, había uno que otro habitante ejecutivo, saliendo de los apartamentos modernos. Aparte, salían de este barrio de rosas; muchos cantantes góticos, ellos transitando orgullosos por los andenes inundados con luces psicodélicas. Entretanto, Mario de inmediato fue degustando el ambiente exterior durante ese viernes trasnochador.

Ya sin demora, él a solas, fue acercándose a la esquina del bar Oasis. Más activa que perezosa; una de las chicas jocosas de por allí paseantes, empezó a picarle el ojo mientras le mostraba sus tangas con florecitas. Era ella blanca y estaba ella toda divina. Llevaba un vestido rosado del gasto noctámbulo. Tenía sus tetas grandes, entre un dije de María, entre sus floraciones ricas. Era alta la bonita como lanzada para la coquetería. Y ella se abrazó al empresario con entrega rebosante. Y entre besos ya mojados, Mario le susurró: Ternura, te adoro. Más suave, la sobó entera con delicadeza, le agarró las nalgas gordas, gozoso junto al frío de la metrópolis Luego al instante, respiró su blusa lanosa que expulsaba dulces aromas, le chupó sus pezones negros con cadencia. El viejo Mario, la idolatraba como a la misma novia y por ardor, la acogió con sensata sensualidad. Eso la apretujó, se excitó en ella, fue feliz.

Más enamorado y menos picarón; Mario luego resolvió llevarse a la chica blanca para su cuarto de renta, donde siempre la acostaba, para amarla como nuestra Diosa manda. Más

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cierto; para ese mismo viernes por la tarde, él estaba cansado de vivir los días, porque andaba sin la deliciosa compañía de esta linda prostituta. Y debido al gusto suyo, volvió febril a ella en la noche, para cuidarla hasta la sin muerte, para desnudarla como a toda una peladita linda, hasta el deslinde de los eclipses y en amor pasional, Mario fue muy feliz junto a ella, la linda prostituta.

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UN ENCUENTRO CRIMINAL

Mueren las horas. Se caen las auroras del día. Naufragan los sueños. Luego entonces, surgen las sombras de esta noche en la ciudad del crimen. Y con una precipitada voracidad renace la incertidumbre, para descollarse en más homicidios.

En tanto, tras este lóbrego suceder de las tinieblas, va reapareciendo una mujer delgada. Ella deambula por la calle oxidada. Camina sola y cabizbaja, con la mirada perdida en su interior. A su instante, va preocupada y percibe un ahondado temor en su flagelada alma. Descubre, las ráfagas del mal que parecen recorrer su cuerpo, agolpando la ebriedad suya, que la consume.

Más acosan las doce horas nocturnas; el espacio roto en que salen los espectros del patíbulo para espantar a los ángeles. Y llueve con relámpagos. Mientras, la joven atraviesa las luces de los faros por una calzada. Trasciende a paso presuroso, bajo la leve penumbra. Lleva su falda de color blanco, un tanto húmeda. Según el ritmo, ve de lejos hasta el fondo donde de a poco se va difuminando el ambiente.

Por otra parte, hay un hombre aparcado en la esquina inmediata. El desconocido; tiene cara de pícaro, sus cabellos son largos, usa una chaqueta negra. Al parecer, se esconde con sagacidad, entre los resquicios, espera por su víctima.

No obstante, la dama vagabunda alcanza a distinguirlo. Ya sin mente, disminuye su andar con algo de disimulo. Trata de no enfrentarlo a los ojos en vez como comienzan a hacerse los segundos más terroríficos.

Luego, ella dobla hacia la derecha por una desembocadura para evitar al putañero. En consecuente causa, todo se carga de dolor y frenesí agobiante. Según lo variable, su odio femenil acaba por regarse como una ola sucia. En el pensamiento, sabe que debe enfrentarlo o si no podrá ser asesinada por ese rufián. Desigual; ella permanece con su rumbo; cruza por unas casas tenebrosas, sortea varias ratas de alcantarilla y veloz se aproxima hasta la avenida del vicio más que torrentoso.

En cuanto al cegador; elige perseguirla con sigilo. Pasa a saltar unos charcos de agua, sin hacer casi ruido. Inmediatamente después, saca su revólver de atrás del pantalón suyo.

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De seguida continuidad, da otras pisadas por entre la oscuridad, evitando los reflejos luminosos.

Por suerte, ella logra pillarlo de reojo. Así que ágil, alista su navaja de tal modo como se ubica detrás de un poste. Según lo decisivo, aguanta sola hasta que aparezca el maleante de negro. Y furiosa entonces; apenas lo ve asomar la cara; sale a su contienda, le lanza una cuchillada al cuello, lo desangra con repulsión.

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DE MUERTE O DE MUERTO

El cielo está todo oscuro, el aire está nublado y tú estás absolutamente solo; viejo de la perdida infancia. En este pesado momento tuyo, tienes un hambre acosadora y tienes una sed insoportable. Precisamente, hace cuatro días que no tomas nada de sopa. Es obvio, no tienes monedas, ni tienes ninguna cosa de valor para pagar un simple plato de comida. Así que sin ir ilustre, vas acercándote a un abismo oculto, donde ansías acostarte con la muerte. De más, nada que encuentras la tranquilidad. Y lentamente vas llorando, como pobre como triste, vas cargando con tu desdicha interna. A lo justo, te caen gotas limpias del alma con suavidad mientras te acaricias la barba gris con la mano diestra, ida en desgana. En verdad, estás más arruinado que todo este mundo confuso, bajo esta noche, pero es claro y es cierto, también has tenido suficientes experiencias humanas.

Al conjunto destiempo, andas sucio con la única ropa tuya de vestir; una camisa roja descolorida con el pantalón descosido. Hueles además al olor de las calles desconsoladoras; hueles a impureza de drogas errabundas. Así igual de mal, decaído y apagado, transitas ahora por un puente peatonal. Vas con la cara gacha como trasiegas contra el azar de esta lobreguez tenebrosa. Pues estás perdido en un destino siniestro. Sólo miras al precipicio profundo. El desespero con temor te acoge ya más que nunca. No tienes ninguna pieza donde dormir. El abandono te abruma. Entretanto por allí, por los lados del angosto puente, te detienes a escarbar las dos canecas de basura, que hay debajo de los faroles relucientes. Ahora encuentras allí muchas cáscaras de banano con unas latas de cerveza y hartos papeles rasgados. En este mismo sentido, agudizas la vista un poco más al fondo del recipiente y adviertes ya entre los cartones mojados, varias botellas de agua destapadas. Por apreciable gusto, sacas los timbos desechables con una exagerada avidez. Más sin siquiera dudarlo, comienzas a tomarte los cunchos. De a poco te sientes menos cansado, te vas resucitando Pronto, acabas de beberte esa agua picha que quedaba y de repente rehaces tu rumbo despaciosamente. A lo raro, descubres a la ciudad sonámbula apagada mientras ya suspiras hondamente. Las avenidas, las reconoces sin el tráfico de los carros y las comprendes sin el pasar de los camiones grandes. Escasamente vos, adviertes a uno que otro limosnero, ebrio de media noche. Ellos parecen ser los espíritus pesarosos del otro umbral. Así que tú de

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seguido, pasas a bajar las escaleras metálicas del puente, eliges parchar con ellos. De hecho, cuando estuviste deambulando por aquellas alturas, quisiste suicidarte tirándote con miedo, desde la barra de hierro. Quisiste, estrellarte contra el pavimento. Pero claro, el haber pillado las canecas y menos mal, el haberte recordado como otro de esos otros vagabundos, fue la cosa que salvó lo poco que te queda de dura miseria.

Así que bien; pese a tener algunas dudas supremas, tú aún das la lucha esencialista y aún sigues vivo; experimentado los sucesivos segundos de esta abrupta realidad, que no se detiene para nada. Nomás ahora; sales más pensativo del puente fúnebre, prosigues con otra convicción evidente. Seguidamente, te alejas del abismo y ya sin prisa te vas en busca de cualquier resguardo maloliente donde acabar de soportar a la depresiva noche.

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BAJO LA DEMENCIA

El drogadicto llega a la Universidad Libre. Camina por un sendero de arbustos. Ve a la gente que vende dulces en los alrededores urbanos. Desigual el joven avanza, sin alegría. Va despacio por entre los hombres y esas muchachas de cabellos rojos. Es más él un estudiante de sociales. Tiene el pelo largo. Divaga con la cabeza gacha. Su pinta es negra. Por la actitud, no saluda a nadie. Y hoy está molesto. Se mueve con coraje con las botas que lleva puestas. Los ojos los tiene irritados. Así exterioriza su furia. De repente, se acerca a un poeta quien lee en un pupitre. Pasa por un lado del artista. Le genera curiosidad, su rostro lo encandila. Intuye que es un intelectual. Es diferente a la multitud ese hombre de las letras. Ya lo deja atrás con sus versos. De yerbero, el joven sigue a solas para abajo con sus quimeras. Ahora, se pasea por los salones del revolcón. Su gran deseo es ser sabio. Por lo lógico; comienza a escuchar las oratorias de los filósofos, se asienta en un muro, toma varios apuntes desde afuera. Adentro, los eruditos hablan sobre Lenin y ellos suscitan al maestro Gandhi. Se estudian las revoluciones sociales con las liberaciones morales. Aquella perorata es interesante a la vez que cada discurso es complejo. Claro, algunas cosas le llaman la atención a este rebelde. Tras lo augusto aprende por un rato lo multiforme. Piensa en la comunidad, recuerda a los maestros rusos. A causa del pasado, César quiere ser libre. Entonces bien, se levanta del muro y mejor resuelve distanciarse de esos recintos enclaustrados. A lo duro, lo logra con valentía, alcanza a ser independiente.

En poco tiempo, reanuda sus pasos de voluntad. Se desvía por otros espacios. Busca un tanto de distensión. Coge por la cancha de voleibol. Resiente el cansancio en los otros seres vivientes, que van abrumados con sus frustraciones. Misteriosamente, nadie juega en ese exterior recién asaltado. Cesar comprende; que la codicia por el dinero los exaspera a ellos, no los deja reflexionar. En angustia, sus alegrías se fragmentan entre imposibles. Además él, reconoce como la soledad los enfría. Por lo tanto descomunal, César va hacia una pared y la raya con disidencia, libera sus furias. Al cabo de lo hecho, desanda su destino en dirección al jardín botánico. Se bambolea sin mayor descaro. Cruza por un sendero; advierte a las nubes verdes y la luz solar, huele las matas marihuanas. Esa naturaleza tan suya lo resucita. De a saltos, trasiega por un prado con hojarascas. Allá, arma su primer

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porro y se lo chupa con exuberante agrado. Cree que vuela por las montañas. No para de inhalarse el cacho de marihuana. Lo hace con fascinación. Entre el frenesí, pasa a imaginarse un paisaje psicodélico. A su vez esto raro lo trastorna. Todo lo concibe trabado y de a poco acaba la fumada. De otra necesidad suya, trota por el jardín de matas con palmas junto con los micos, porque ansía inmutarse hasta siempre. Y no hay poder humano que lo detenga. Con magia, se adentra en el rastrojo verde. Huele el olor de la tierra. Separa los bejucos con sus manos. A su paso, baja por un camino de lirios. Deja arrastrase por la gravedad. Se olvida de los problemas triviales. No piensa más en la muerte de su madre. Mejor, se agacha entre la maleza y empieza a buscar hongos. Los hay de diversos colores. Por ahí fresco, César coge uno volador de esos blancos. Gustoso, se lo come con euforia. Disfruta su sabor tan dulce. Mastica el tallo con el capullo.

Lentamente las sustancias lo relajan. En efecto, ve alucinando a un genio lunático. Lo aprecia con un cuerpo de humo. Presume que habla sobre los astros. Así que se aproxima y lo saluda con la boca torcida. El pobre está convencido de que es oído por el genio. No obstante, anda abstraído en su universo. De hecho, lleno de risas desvaría, mientras le recita una canción de Kraken, al genio espectral. Eso a juro, asegura tener los cinco sentidos puestos, tanto que grita desmanes con locura. Menos a lo irreal; César salta para abrazar al ser volátil, más pronto cae a un abismo y fallece para renacer de nuevo en las sombras, donde sufre su perdición en el inframundo.

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EL ESCAPE

El joven estaba aburrido en el apartamento. La inacción, lo perturbaba hondamente. A la hora dispar, se sabía encerrado en su habitación de cuatro paredes. El desespero mental por poco y lo asesinaba. Así que el joven, pensó en ir al centro de la ciudad para darse un paseo de escape, porque ya se ponía que no daba más con esa crisis psicológica. Además, corrían las tres y media de la tarde. Al momento entonces, José Sarús anduvo hasta la sala central del recinto. Llegó pronto allí; antes sin embargo, esquivó un arbusto seco por el pasillo por el que se dirigía perdidamente. Enseguida fue y abrió la puerta de la calle, vio el cielo gris, vio a los pájaros negros. Se acomodó un poco la camisa azul. Más decidido, salió a las afueras airosas. Al otro hecho, cerró la puerta con furia. Y pronto, comenzó a caminar por las aceras ensuciadas, anormal, iba sin prisa.

En demasía, se fue cruzando con los hombres deprimidos de esa ciudad catastrófica. El joven a la vez se sentía impotente por su vida así como percibía el sufrimiento en los otros habitantes. Las cosas iban mal para esa sociedad de inconsciencia, donde a veces él también deliraba. A su paso despistado, descubrió a la gente indigente y a los pobres ricos. Por aquí, no supo si era peor estar entre su abandono o entre los mártires, que igual lo ponían triste. De todos modos, anduvo hacia su rumbo indeciso. Pasó por una tienda de comidas rápidas, le dio por devolverse a pedir un perro con una gaseosa. Lo hizo con desgana; entró al lugar refinado, se sentó en el suelo de porcelana y de una sola, solicitó el combo que quería. Ya en menos de nada, la camarera de vestido rojo, se le acercó y le pasó la bebida con el alimento, mientras dejaba la cuenta sobre la bandeja. El joven al propio caso, cuando conoció el valor de esa chatarra; gritó en el acto: Maldita sea, todo es plata, hijueputas capitalistas. Pero saben, cojan esa cochinada de dinero y mejor me largo de este metedero de ladrones.

Por cierto, el joven se fue del local como alma que persigue el diablo. Trotó por la cuadra peatonal con ahogo. Evadió a varios desplazados desarrapados que pedían de comer. Más al divisar a un vendedor de bebidas, José fue hasta donde el señor y le compró un jugo de naranja. Le entregó las monedas de sobra que tenía en el bolsillo. Mientras tanto; se

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tomó el jugo a sorbos lentos, entre sus gestos de seriedad. Una vez acabó, sin saber más que hacer, resolvió irse solamente hasta la plaza de Bolívar a ver que resultaba.

A lo decaído, recorrió varios barrios comerciales a medida que avanzaba hacia el norte. Durante el pasear, se cruzó con una actriz de telenovela. Ella tenía la cara hermosa. Su piel era blanca. Ella desfilaba con una elegancia sensual. Olía a perfumes deliciosos. Se hacía notar entre las otras mujeres. José por cierto, entre la gracia de la dama, se quedó mirándola por largo tiempo, pero ella no lo determinó ni nada. Silenciosa siguió modelando por la ciudad de la vanidad hasta cuando ingresó a una agencia de turismo. El joven, por su parte, volvió el mirar hacia adelante y pese a la decepción, retomó su destino hacia la plaza del libertador olvidado. Divagó de una forma distraída. De a poco, admiró a los chulos de los cielos. Entre la brisa, sintió el roce de las hojas pardas. De a mucho, rebasó a hombres con caras cortadas. Sin miedo, traspasó el jardín de los borrachos. Al cabo de tantas vueltas sin preceptos, llegó al fin a la plaza. Allí se limpió el pantalón que llevaba puesto, el cual estaba manchado de tierra. Para lo otro requerido, apenas dejó de frotar la mancha con sus manos, pasó a sentarse en el muro de al lado de las ceibas boscosas. Al cabo de lo hecho, respiró con un poco de indignación. A lo conjunto, resupo a unos niños recogiendo cartones. Uno de ellos iba montado en una zorra. El otro amiguero, iba a pata y era el que iba echando el reciclaje en la carretilla. Este presente entre la rudeza, por cierto que resintió a José. De sobra, se sabía que no había felicidad ni para los jóvenes ni para los viejos. La indolencia, era un mal indiscutible entre la gente del común. Pocas mujeres, que pasaban a lo lejos hacia sus casas, no le sonreían a ninguna persona. Solas iban con sus cabelleras desteñidas. Pocos señores, que viajaban en sus carros, no le tiraban la limosna ni a sus madres. Irritados iban con sus hijas de silicona. De modo que José se cansó por aquí de estar sentado. Dejó por lo casual el muro y dejó de apreciar a las monas y morenas pintadas, que le avivan la nostalgia y que aparecían de la nada y que en breve, se esfumaban con sus íntimos desengaños. Además en ausencia; espantó a las palomas margaritas; las olvidó sin el maíz, que a veces para otras tardes les esparcía sobre el prado. Esta realidad también lo estresaba. De seguido, se fue a pie hasta la carrera Quinta. A propósito, comenzaba a desplomarse el atardecer cenizado y José lo sublimaba, mientras una niña corría por la otra calle hacia donde su padre.

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Más en pocos minutos, José arribó a la Quinta. Sin alegría y un tanto lúcido, esperó entonces a que pasara la buseta número ocho. Y la niña abrazó a su padre. Un joven moreno de su misma edad a su vez fue transitando por la esquina en donde estaba José. De repente; lo vio como de reojo, se le hizo parecido a un primo suyo, pero al darse cuenta de que era una persona desconocida, retomó su viaje con traba hacia el parque Centenario. Así mismo en menos de un suspirar, vino la buseta rodando por la carretera. José por supuesto que hizo parar la buseta con una señal de mano. A lo rutinario, se subió con cuidado, pagó el pasaje. Sucesivo al desorden, pasó al sillón de atrás y estático se acomodó al lado de una gomela de pinta rokera. José no le dijo nada; ni mucho le insinuó cuando se encontraron. Donde le hubiera hecho la charla, seguro que la mujer, le habría contestado con una palabra de esas roncas. Por lo tanto, José Sarús permaneció en quietud durante todo el trayecto. No hizo muecas raras ni ninguna cosa ilógica. De una vez mejor, cuando se dio cuenta de que estaba cerca al barrio Cádiz, decidió bajarse de la ruta. Oprimió el timbre con rapidez, se abrió la compuerta y José desembocó, frente a un edificio gigante. Por allí era donde José vivía en uno de esos rincones cuadrados. Así a lo debido, él se acercó al sitio residencial. Pasó por la portería, ingresó de nuevo a su apartamento, que quedaba en el primer piso. Abrió y volvió a cerrar la puerta de madera. Cruzó el pasillo de los arbustos disecados.

Ingresó otra vez a su habitación; se dejó caer en la cama y luego se quedó dormido para alivianar el cuerpo y para hacer del otro día, la caminata del desocupe.

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REVESES SUICIDAS

En esta vida; él era un individuo soltero como ningún otro hombre. Se llamaba Miguel. Permanecía en su casa. Sufría de pena moral. Casi no salía a las afueras citadinas. Odiaba a la gente del mundo. Le gustaba la soledad. Evitaba recibir las visitas de los familiares. En su encierro, lo que más hacía era ver televisión. Las tardes las pasaba fugado entre los dramas de las telenovelas. La ausencia de sus padres, fue el motivo que lo llevó a ese estado de postración. Ellos fallecieron tras un cáncer de sangre, que se los fue devorando despaciosamente. Y por eso Miguel, no quería hacer nada en especial. En verdad, el agudo dolor lo agobiaba. Padecía de melancolía. Sus ojos se violaban con descaro. Su piel se resecaba. Todo lo suyo, lo imaginaba perdido. Ya no sentía su pasión y ya no tenía ganas de ser actor. Pese a vivir con su hermano mayor, el delirio mental lo enloquecía. Entre las ocasiones diarias, pensaba en el suicidio. Lo desconsolado podía más que sus ilusiones. Así que Miguel, quiso jugar un día con la muerte. Por el cruel desequilibrio suyo, ideó la fatal determinación. Una mañana de abril, fue hasta al aposento de su padre. Ingresó sin miedo a la claridad de aquel espacio vacío. Se acercó al armario del viejo, que tanto lo adoraba.

Luego, abrió una de las dos compuertas y exasperado, cogió el revólver que ambos usaban para romper platillos. De más agobio, decidió recargar el arma con una sola bala. Esperó un instante y de repente cerró los ojos y giró el tambor con fuerza. Una vez estuvo todo listo; volvió a abrir las vistas, fue hasta la cama matrimonial. Por allá; se sentó sobre los tendidos negros, levantó el revólver y apretó el gatillo, se disparó en la cabeza. De súbito, retumbó la explosión. En consecuencia, se voló un pedazo del cerebro y menos mal para lo personal, no se mató.

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VISIONES IMPERFECTAS

Tengo que declarar todo lo que viví hace una semana. Con asombro aquí lo expreso. En un principio, durante aquella noche inolvidable, pasaba a recostarme en el camarote de mi habitación. Lentamente me tendía allí contra el colchón para buscar algo de serenidad. A lo deseado, iba borrando mis problemas despaciosamente; mientras trataba de dormir, mientras hacía reiterados esfuerzos para apartar el exterior de mí, pero nada que no podía irme hacia el astral. Más lo que permanecía en mi interior, era el constante insomnio y debido a esta razón, comencé a descubrir una distorsión de intuiciones como extravagantes.

En el acto, divisaba a una mujer de pelo rojo. Al tiempo, ella estaba asomada en la ventana del piso octavo del edificio donde aparentemente residía. La mujer se sentía allá como sola. Ella como que sufría la metrópolis noctámbula con exageración. Entre tanto y apenas pasó un segundo, lo que hizo la vieja, fue colgarse de la baranda. Esperó ahí a que el cansancio la soltara. Y por cierto, que fue cayendo rápido al vacío, hasta cuando se sintió estrellada contra el asfalto.

Luego yo pasaba a develar otra visión. Era la de un hombre que corría disfrazado como un ejecutivo por la calle. Ansioso iba rebasando a la gente indistinta. A su paso cruzaba ya una avenida, atestada de tráfico vehicular, pero él no alcanzó a llegar hasta el otro extremo de la acera, porque de golpe fue arrollado por un camión de carga. Eso el señor quedó destrozado como una masa de carne.

Ahora más en el recuerdo, me pasó otra escena. En esta fugacidad de destinos identifiqué a una niña rubia. La peladita era una diosa hermosa de escasos doce años. La pobrecita jugaba muñecas al frente de su casa. Las tardes le parecían una fiesta deliciosa de café con galletas. En ese momento, se alistaba precisamente para la reunión más divertida del día, pero por desgracia no pudo hacerlo, porque desde lo horrible pasó una bala perdida de la guerra, que le atravesó la cabecita.

Del resto, lo último que vi, fue el reflejo de un asesino encapuchado. El delincuente iba vestido de negro, iba veloz avanzando por entre los arbustos por abajo del atardecer. Se acercaba a una residencia de dos pisos. Llegaba a la entrada sin ser casi visto. Acto seguido, forzaba la cerradura de la puerta con cuidado. De pronto la abría sin hacer ruido. Y menos

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mal, un segundo antes de que cruzara a la sala principal, aparecí yo y pasé a cortarle el cuello, mediante un hachazo que le clavé en el acto, porque ya sospechaba que él venía por mi captura. El otro sentir, sólo la calma del drama y todo inmóvil entre los lamentos.

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EL PEÓN DE LA LIBERTAD

Desde que tengo memoria, hace muchos años, me levanté del suelo de ajedrez. Soy un peón guerrero de los más legendarios. Llevo bastante tiempo en la insurgencia. Incluso ahora, libro una batalla iracunda contra los enemigos. Audaz, actúo con valentía con tal de defender a la reina negra. Durante la lucha he cometido varios homicidios. Me ha tocado degollar alfiles y jinetes blancos con azarosa gravedad. Por lo demás, descubro que mi destino es un poco curioso. En el instante, yo sigo con vida extrañamente y precisamente yo hago la diferencia en esta guerra civil. Por lo valioso, soy la ventaja de mi legión negra. Siempre me muevo con sigilo entre cada casilla de cristal. El peligro es que la reina blanca es muy fuerte. Ella tiene la mejor posición en su campo imperial. Por tal motivo, todavía no puedo asediarla, porque sé que me vencería con facilidad. Está de frente a mí. Por lo cual; debo ser fuerte y debo resistir hasta el final, así quizá sea el salvador de esta barbarie.

Ya de repente, se rompe el espacio compacto. Los centros se separan como agujeros. Mientras, yo subo con coraje de camino al castillo maligno. Al día de hoy los libertarios vamos unidos por la victoria. En efecto, queremos acabar con el terror. Nos duele el ver tantas muertes. Por eso como héroes vamos con las torres a conquistar el reino blanco. El rey nos acompaña con cautela. Juntos, corremos de marcha por la justicia humana. Añoramos un mundo nuevo. Más si al declive del sol ganamos, nuestros compatriotas por fin dejaran de ser esclavos y ellos volverán entonces a nuestro país. Todo esto tan revolucionario lo inspiramos, para luego irnos a rescatar la otra nación igual de humilde a nuestro pueblo. Y rebelde por mi ideología; yo sigo peleando en pie de ataque. Ahora sin temor, combato contra un peón adversario. Sufro un poco sus arremetidas. Es duro estar vivo en este tablero de indecencia. Sobre el furor, hiere mi brazo con su daga. Menos mal, lo cojo de la cabeza. Se siente angustiado. Acto seguido, le destrozo la garganta. Por ser cruel, lo acabo de matar a punta de cuchilladas. Era un terrorista de los racistas. Tras la acción, veo como él empieza a desangrarse horriblemente, cayendo despacio a un costado mío. Me acostumbré además a subsistir, entre cualquier cantidad de cadáveres esparcidos, por los diferentes cuadros. En verdad, son muchos los gladiadores quienes han agonizado durante esta inmunda matanza.

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Ante mi ruda destreza, por aquí dejo al soldado rezagado. Desde lo lógico, sé que como misión tengo que convertirme, por lo menos en un digno caballero. Por eso yo no retrocedo. Esto causal, para gestar bien pronto la independencia social. Al tanto, voy para arriba siendo sigiloso. De paso como prosigo, resurge la hecatombe tan arrasadora, sólo hay mortandad. Sobre lo colosal, me debato entre los espectros y la supervivencia. Así de dual, evidencio este ambiente. De resto, yo consigo ya avizorar el futuro cual tendré que encauzarlo. Para lo certero, parece venirse encima el acabose de esta masacre sin restricciones. Por ahí, quedan algunos enfermos moribundos. Aún ellos, siguen de brutos soportando nuestra arremetida, guerreada contra la dama aria. Pero ninguno nos podrá aguantar por más de cinco minutos.

De sorpresa, sucede un sortilegio y es que logré llegar a la corona. Entonces, mejor escojo ser un alfilero antes que pedir ser un jinetillo. Más rápido, me alisto para comerme a la reina tirana. Y sí, victoria, sorprendente victoria; jornaleros, hoy somos los vencedores. Hasta cuando por fin pudimos derrotar a los ignorantes. Mientras; yo me quedo con la dama cautiva, ilustrándola a ella con ideas fraternas. Devoto; le ofrendo la dignidad y así con recanto, volvemos de a poco a la felicidad, ahora todos en paz.

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LA RUTINA DEL EMPLEADO

Los hombres y las mujeres del mundo, van al trabajo. Ellos caminan de madrugada cansonamente por las calles. A su hora, nadie no tiene ni un minuto de tiempo para nadie. Los desconocidos se sufren rabiosos con los otros desconocidos. Al parecer casi todos viven ocupados. Los ejecutivos corren estresados con sus portafolios. Los jefes del capital, pasan montados en sus camionetas por la carretera. El centro del comercio, se hace en lo sucesivo, un atolladero de lo banal, porque mantiene atiborrado con estos ciudadanos. Unos andan locos de remate y otros se matan de ansiedad, debido a los contratiempos. Y el existir se concibe cada vez más insoportable. Así cada empleado social, lo pasa encasillado en las empresas opresoras. Estos obreros y trabajadores, iguales llegan de las calles y entran a las oficinas, para hacer sus metódicas tareas, reclinados contra cualquier silla. Pero es claro, las pendejadas que allí se inventan es para mantener a esta estúpida rutina. De forma semejante; qué lo que no sirve que no estorbe, así resultan juntos su lema. Sin miedo, ellos cantan este descoro mientras una suicida traspasa los ventanales del rascacielos aledaño. Luego, hay asombro afuera y luego no pasa nada importante. Sólo se percibe a ese futuro sin futuro en la urbe. Entre lamentos, la sociedad es engañada; les llenan de embustes las cabezas. Al otro momento, hasta los segundos valen pesos, hasta para tener que salvarle la vida a esa hermosa niña. Dizque no ven que hay que trabajar para estar en competencia. Por cierto que es así; la mayoría pelean y nadie ayuda a nadie, hasta se olvida a la misma novia de a poco con el abandono, porque el cuento es que hay que ser empleados para uno poder tener a llenas; casa, carro y beca, así la humanidad se vuelva una miseria. Es esta nuestra suciedad tan siniestra y no la limpiamos a ella, la pobre se revienta

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LA CHICA DEL NORTE

La mujer entró con felicidad al supermercado del norte. Se reflejaba muy bien vestida. Iba a la moda. De repente, cogió un carro de compras y sin mayor tardanza, empezó a llenarlo de pendejadas. Las ganas suyas por poseer objetos, fue entonces la vaina que la llevó hasta esa bodega capitalista. Apenas fue pasando por la sección de aseo con productos de belleza, pudo satisfacer varios de sus caprichos. A su recorrido, fue agarrando jabones de olor, velas y perfumes con cualquier crema innecesaria. Eso, hasta casi logra raparle una gomina a una vieja con bastón, quien alcanzó a retener el último tarro del estante.

Menos mal por allá; entre sus borrosas lecturas, ella recordó los consejos de Sirreso. El señor positivo, tenía un listado de comportamientos y en estos decía qué debíamos hacer en los sitios públicos, la gentileza. Entonces, la mujer apaciguó la rabia, porque había que ser cultos o sino tocaba sufrir muchas consecuencias. Hacia lo similar, siguió esta mujer vanidosa con su andar notable. Despaciosa, eligió recoger su pelo con un caimán. De otro acto, se acomodó mejor la blusa de Light Gold, para no mostrar tanto los senos rubios y suyos. Además, según la usual lentitud, fue avanzando por entre las familias tropeleras. Ya entre el gran despelote, ella por ahí consiguió arremangarse unas cuantas tangas de esas costosas. De hecho, pues como repetía el maestro del Sirresismo; también había que ser libres para ciertas ocasiones, pero sin ser exagerados ni extravagantes. A propósito, esta era su filosofía bastante recordada, para esta señorita.

Por efecto, ella terminó haciendo más de una pilatuna en aquel centro de reciclaje, tanto que se robó varias moñas con peinetas. Y esto, gracias a su mente abierta.

Desde lo otro anormal, avanzó el día de quincena siendo muy desigual. A propósito entre sus consecuencias, la joven de piel dorada, consiguió llenar el carro metálico, desde su ilusa felicidad. Rápidamente, lo atiborró con esponjas, cepillos para pies y con otro poco de chucherías. Desesperadamente, metió varios traperos, lápices labiales y otras muchas cosas banales. Más por costumbre, una vez acabó con su viaje, ella fue hasta la registradora. Hizo cola durante un rato. Cuando tocó su turno, pagó la millonada de pesos mediante una tarjeta de crédito. Agarró seguidamente un cigarrillo de los muy consumidores. Ya por su enfermedad al dinero, decidió no darle nada de propina al

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morenito, quien quiso ayudarla con las talegas. Ella de hecho, rápida se alejó del supermercado, sin la cara agachada, pero con el alma en pobreza, donde lo peor del asunto, fue que esta mujer, siempre ansió tener más cosas y más cosas de esas inútiles, las cuales nunca necesitó tener realmente.

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El ingeniero de sistemas, quedó preso en su conciencia. Hace diez años, sufrió dicho percance. Este se dio, porque el ingeniero inventó un programa de realidad virtual. Las características del sistema binario, fueron entonces de lo más caóticas. Las reglas abstractas de aquí fueron las reglas físicas de allá. El constructo social de allá fue la soledad de este mundo de aquí. La imaginación de aquí fue la vida de allá. En este idéntico embrollo de ideas; el creador se supo como una máquina de ciclos cuando comenzó a manejar aquel programa, pero él no se daba cuenta de tal particularidad Poco a poco, vivió aquietado en el plano corporal. Sobre lo paradójico, se sentía estresado en el plano dimensional. Creía moverse rápidamente durante lo temporal. Con la mente, traspasaba un montón de ventanas. En este sin modo de experiencias, su mundo material fue volviéndolo pesadamente un círculo repetitivo. El ingeniero en lo consecutivo, no quiso salir más a la calle de la gente. Dejó de visitar hasta su familia. Ya casi ni comía nada saludable. Iba nomás a la tienda por obligación física. Su obsesión era estar siempre en ese artificio. Incluso, olvidó ir adonde los amigos. A tal extremo llegó, que abandonó a su novia. En menos de un mes, perdió el recuerdo que tenía de ella. Hacia lo desbocado; se fugó de las rutinas urbanas, se distanció del universo. Por lo pronto, buscó una galaxia entre una cosa cuadrada. Bajo lo incierto, pretendió encontrarla en una simple irrealidad y lo peor del caso es que en la irrealidad actual, sigue metido este hombre, sin dar aún con la escapatoria.

41 HACKERS

EL GRAN APÓSTOL

Aquella mañana; el socialista, llegó a la asamblea de los estudiantes puntualmente. Su apodo era el gran apóstol. Sin miedo, este hombre, se sentó contra una de las gradas del coliseo, sin hacerse ni tan arriba ni tan abajo del retumbante recinto, lleno de jóvenes. Así que pronto, él fue oyendo a los amantes revolucionarios. El gentío de rojos era además una belleza tremenda. El apóstol empezaba a escuchar los cantos de equidad con coros de efusividad. Había demasiadas ganas por gestar la revuelta, desde hacía varias décadas perdidas. Los activistas elocuentes, invocaban una y otra arenga, impulsando sus furias con sentires de libertad. En adecuado orden de ideas, los presentes exigían algo de respeto, ante la ineficiencia política. El desfalco monetario era una cosa muy indecible. El teatro de los jefes encorbatados, parecía una absoluta quijotada.

Menos mal, los grandes lectores, sospechaban como los traidores de la política y el dinero, intentaban cerrar a la universidad pública. Y por lo menos en vida, desde la valerosa minoría, los hombres lectores, actuaban humanamente como podían lucharlo. En ímpetu, los artistas junto con los filósofos, se sabían enardecidos peleando por los derechos populares. Ellos, los jóvenes más humildes, exigían antes que un falso acuerdo, justicia social así como educación universal. Y el sensible apóstol, sin muchas exageraciones, atendía a los suyos con aspiraciones renovadoras. El hombre ilustre, concebía ciertamente a su país, mal perdido en un caos politiquero y ello era cierto. Nada que había soluciones dicientes para nuestros ofendidos, buscaban en reversa engañarlos. Y el tiempo que pasaba como muerte.

Por tanto, la solución debía ser la acción conjunta, entre los estudiantes; así lo ideaba el apóstol mechudo. Sin perder tiempo, había que retomar fuerza con inspiración artística, contra cada asunto deplorable, que afectaba a esta comunidad imberbe. En verdad, tocaba enseñarle a los codiciosos del dinero, que la burrada de ser estafadores, los dañaba tanto a ellos como a su pueblo menospreciado. En seguida razón; el agraciado socialista, analizaba las fallas educativas, influenciadas por la ignorancia de los déspotas, quienes aún no superaban el arcaísmo viejo. Más, contra tanta descultura burocrática, estallaron varios

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sonidos con rebeldía y así entonces el apóstol gritó: Vamos pueblo, vamos todos a soltar a María Antonia.

Y por supuesto aquí, hubo sublevación y luego paz.

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UN HUMANO

Es un joven estudiante de literatura. A solas, camina por los pasillos de la Universidad Libre. Va vestido de blanco y mantiene con una cara de muerto. Muchos lo creen con figura de loco. Sólo unos pocos le observan en verdad sus ojos fantasmales. Claro este joven se halla así, porque sospecha como le quieren arañar y arrancar el futuro. Sabe que los extranjeros están aquí para usurparle la imaginación. Esos avaros ambicionan sus bibliotecas con sus academias. Ahora por urgencia, filosofa él con los sonámbulos para sacarlos del vacío en que desvarían, pero ellos no escuchan nada y frescos se ponen a negociar entre los bastidores. Menos para ese grupo de tiranos, lo importante es generar deseducación para que haya esclavización. El estudiante; por supuesto así lo comprende, lee ensayos con varios escritos y menos mal se da cuenta de que los políticos son unos farsantes. Debido a tanto corrupto, su presente está en peligro. Tienen ganas de privatizarle la sabiduría universal, hasta la educación social. Si se descuida, seguro lo ponen a vender ignorancia. Por eso este joven lucha con valentía. Tras lo cual; ingresa a un salón, se sienta en un pupitre y rojo se pone a escribir sus ideales. En efecto, los riega a furia como acto de dignidad. Mediante su discurso, sueña con salvar a los excluidos. Por lo justo, invoca sus propios derechos. Con fe, trasciende para no quedar en la extinción. De hecho, su ilusión es no morir, su ser es resucitar y libre lo hace a punta de existencialismo, para expandir al bien, hombre de letras.

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EL OBRERO DEL SIGLO

Es un hombre colombiano del bien. Sobrevive a duras penas. No tiene ningún sueldo fijo porque vende golosinas en la calle. Piensa en el perdón. Hace para la comida del día cuando los tombos no lo friegan. Lo pasa medio bien y un poco medio mal. Es un vendedor ambulante. Tiene tres hijos y ellos no saben que vociferar. Les quitaron el derecho a estudiar. Si hablan hasta los matan. Así que les toca trabajar como negros con el papá. Es este hombre un mercader. Nunca ha tenido un empleo formal porque en su ciudad es más fácil ganarse la lotería que hasta la misma navidad. Su negocio son los dulces con las gomitas. De virtuoso pasea por la vida con honestidad. No le quita nada a nadie. Le da ejemplo a los gobernantes tramposos. Mediante la acción les enseña los valores de verdad. Hace lo suyo con humildad. Aguanta hambre y procura la liberación social. Recuerda a los huérfanos porque sabe que también es pobre. Es un paisano de nuestra patria. No tiene riqueza material. Pero sí posee lucidez moral. Anda con su carrito por toda la capital. Ofrece como pregonero sus dulces y los ciudadanos se los compran con una cara de felicidad. Entonces él recibe las monedas mientras va soltando un silbido rechiflante. Es el callejero decente. Echa para adelante con la gente. Es este su áureo intimismo. Le brinda la amistad a los ignorados. Se trasnocha por el bienestar de sus hijos. Admira a las amorosas madrinas. Es este hombre genial y es mi compadre.

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REVOLUCIÓN

Ante la sombría realidad; dirigida por los hombres tiranos, hubo pedrea de la dura en la necrópolis. El disturbio, sucedió ayer en la noche. Los bombazos fueron abismales. Los desórdenes se hicieron como batallas increíbles. El pueblo del Libertador, salió a las calles y luchó por los derechos humanos. Varios jóvenes marcaron sus grafitis con disidencia, pintaron las paredes de rojo. Asimismo, muchas mujeres alzaron las banderas por Colombia, ellas exhibieron sus pasiones valientes. Los patriotas respiraron por allí el aire con fervor. En breve, hubo plantón en el castillo. De a poco, los obreros con unos rusos, comenzaron a soltar papas explosivas con bombas incendiarias, para despertar a la gente menos revoltosa. Y entre gritos, resonaron las arengas del proletariado, exigiendo una educación de calidad con trabajo de dignidad. Las Politas se unieron entre tanto con los Guevaritas. Unas bellas; saltaron por la sociedad desamparada; otros heroicos, recitaron la literatura para los ciudadanos oprimidos.

Aunque cierto, la manifestación al principio estuvo pacífica, alrededor del capitolio. Hubo sólo arte universal. Los jóvenes hacían bulla, ellos bailaban, juntos cantaban por su libertad. La algarabía era como una melodía, para despertar a los muertos. Incluso, hasta salió una que otra familia, asomándose a los balcones de los edificios. Ellos, queriendo darle empuje a toda esta huelga colectiva. Pero una vez pasó una hora de tranquilidad; llovió la de piedra, hubo caras ensangrentadas, los niños sufrieron sus heridas, aquí renació la de Boyacá. Mientras; un poco de gallinas corrieron a esconderse como unas pollas desplumadas, ellas huyeron a sus madrigueras, yendo despavoridas.

Menos mal, los capuchas siguieron parados junto a la humareda, según como se fueron quedando los científicos, ellos abriéndole camino a los más intelectuales. En esta igualitaria emancipación, los de negro lanzaron sus rebeldías con las rocas, que de pronto se volvieron cóndores blancos. A lo seguido, sonaron explosiones con estruendos. Así bien, rompieron puertas como destrozaron ventanas. Con ferocidad de hechos, luego separaron las cadenas con protesta. Y sin miedo, ellos le dieron clase a la policía así como le impartieron ley a los politiqueros.

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Aunque al cabo de la revuelta; hubo poetisas muertas y estudiantes ultrajados. Así pasó con tristeza esta lucha social, porque ellos están enamorados de nuestra colombiana. El otro oscurecer, por lo mucho vino tenue, cayendo débil con un esplendor de mariposas, gracias a las decisiones de los insurgentes.

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UN CUENTO DE PELÍCULA

Desde lo personal, ayer tuve una experiencia muy ilusoria, casualmente hacía calor en mi pieza. El sopor era una molestia insoportable. Me sentía como sofocado y como picante. En cualquier caso, me pude arreglar con elegancia, para salir a cumplir una cita amorosa. Debía ir al cinema. Por tal ilusión, me coloqué la camisa verde con el pantalón negro, que me queda perfecto. Luego, alisté la plata y tomé el celular. Me miré al espejo del baño y me eché un poco de perfume.

Una vez estuve arreglado, bajé por las escaleras de cemento. En fin, salí de casa. Me sentía un poco feliz Pasé pronto al garaje, saqué la moto negra y prendí el motor con la llave. Así, comencé a recorrer entonces el pequeño barrio, donde vivo con gracia. Divisé las otras casas y tiendas; mojadas de sol, para aquel jueves de descanso. La gente mala con los jóvenes vagos, casualmente no estaban en las afueras aledañas. Todo este sector residencial parecía estar solo.

De seguida parte, única por cierto, me alejé ansiosamente de allí con precaución. Giré hacia la próxima derecha y tomé por la avenida Quinta. Rodé por esa carretera pavimentada con orgullo. El ambiente parecía estar divertido entre los alrededores vivos. Había niños comiendo helados y había peladitas gomelas, ellas jugando a ser mujeres con sus enamorados. Y sus novios, más que todo se sabían, retragados de ellas.

Al otro momento, no miré más hacia los costados. Crucé el semáforo de las Piscinas Olímpicas. Marché a toda velocidad. Di varias curvas peligrosas. Esquivé a una viejita con cara de monja. Di un pitazo prolongado para azuzarla. La anciana quedó atrás como pálida. Hacia el continuo rumbo, descendí por las cercanías del hospital Marías. Más pronto, arribé al Multisiempre. Por allí, metí la moto en el parqueadero principal, dejando aseguradas las ruedas con una cadena.

Segundos después, me bajé del asiento y de una empecé a caminar hacia la entrada de cristal del edificio. Sin pérdida de esperanza; crucé ambas compuertas trasparentes mientras saludaba distraídamente a un poeta visajoso, antes que nada. Andaba elegantemente vestido con su traje dorado. Yo lo advertí, moviendo la cabeza para arriba. Sin duda, me le acerqué, le ofrecí la mano, pero este señor se negó con descaro. Yo inmediatamente seguí de largo,

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cogiendo por el caminar eléctrico, queriendo que los días no fueran más hábitos inmóviles. En breve, pues estuve junto a la taquilla del teatro, haciendo la cansona fila. Igual con tardanza, compré la costosa boleta de la película, Tardes Curiosas.

Entre otras cosas, había quedado de verme con Marcela, una amiguita rubia y ella toda hermosa. El miércoles pasado, me había llamado. La linda, me había dicho que quería verse conmigo. Dizque tenía muchas ganas de ir a cine con tal de pasarla bueno. Así que yo bien; desde mi posición, resolví esperarla con entusiasmo, sentado sobre una banca de madera.

Demás esto fue cierto, que ambos nos encontramos ayer en la sesión del chat. Eso nos escribimos por la mañana cosas agradables. En lo íntimo, hasta nos dijimos frases tiernas y eso hasta nos quedamos de amar, durante la tarde, allá en ese centro comercial.

Pese a todo, yo aún estaba solo, sentado contra la banca, sintiendo pasar el tiempo, sin la presencia de Marcela. Mi enamorada no aparecía por ninguna esquina. Incluso, pasó una hora loca, pero ella nada que venía al pretendido encuentro. Por tal motivo, decidí llamarla con inocencia, mientras que para colmo, Marcela no contestó al celular. Por supuesto, que aquí me puse mal. En desilusión, quedé fuera de sitio. No supe que hacerle a esa plantada tan espantosa. La supe de pésimo gusto. Menos mal, fui reflexivo y dejé de marcarle como si fuera un joven intenso. Sólo decepcionado, fui a beberme un jugo de mango, enseguida al local de frutas. Esto lo hice con tal de apagar el bochorno tan berraco, que ayer me tocaba. Pero en verdad, no pude calmarme. En menos de nada, me eché fue a llorar a escondidas. Y en lo hondo sufrí las lágrimas, hasta cuando se acabó la función a la cual no quise ingresar ni nada, porque en experiencia propia, la hube de vivir.

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LA CASA DE LOS MUERTOS

A las cinco de la tarde; cuando Isabel Evana abrió el balcón de su aposento, lo primero que observó ella, fue a su esposo muerto. El hombre tenía el rostro morado. Al parecer, se había asfixiado con una bolsa plástica. En cuanto a la señora, venía sola de dictar una clase de castellano. La había dado en la Universidad Andina. El mayordomo por su posición, fue quien recibió a la linda mujer, apenas llegó a casa. Ambos, trataron los asuntos domésticos de siempre con frialdad. De seguido, Isabel subió hasta la habitación despaciosamente. Por ingenua, pensó que su marido estaba pintando en el salón artístico En razón de esta suposición, ella se relajó y no sintió preocupación en su interior. Igual, hacía algo de calor en el ambiente. Por eso entonces, fue hasta el mirador para refrescarse. Descorrió el ventanal y de pánico, soltó unos chillidos atroces. De lleno se supo destrozada. Ya a duras penas, se arrimó al cadáver con angustia. Lo examinó con extremo cuidado. Procuró darle respiración por la boca. Pero sus experimentos por rescatarlo, fueron en vano. Obviamente, no pudo reanimarlo, porque Lumier había fallecido hace más de una hora. Era él un caricaturista famoso. Entre tanto, la poetisa pasó de nuevo por el cuarto matrimonial. A lo enlutada, cruzó llorosa en los ojos y salió al pasillo ovalado. De inesperada, bajó al primer piso. Ella, corrió por las escaleras, buscando ayuda. Se sabía sin lucidez. En breve, empezó a escuchar unos platos que se rompían. Así que fue hasta la cocina, que estaba desorganizada. Más una vez ingresó, volteó la mirada y pudo reconocer al mayordomo, vomitando una espuma blanca. Tras esta impresión, la dama cayó al suelo de porcelana. El sirviente, había acabado de beberse un tarro de límpido, era el amante de Lumier. Evana por cierto; lo descubrió todo al final del drama y por su fragilidad de mujer, agonizó de pena moral, se desmayó y falleció en la desesperación.

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El Tinieblo de Angie:

Escuche; nenita, no quiero saber más de su estúpida vida. Usted no me interesa, Angie. Déjeme quieto y no me joda más el rato. Entienda que usted me cae mal. En qué idioma quiere que le hable. Mire, ya le he explicado de mil maneras, que no la soporto. Hasta se lo repito, la verdad usted no me interesa ni un poquito. Deje de enamorase tan rápido de las personas y verá que sufre menos, piense con la cabeza. Además, sepa que su amistad es una vaina peligrosa para mí. Usted no hace sino envidearse con sus ilusiones. Por eso estese lejos del mundo. A metros de su presencia, china pegachenta. Y sabe, mejor supóngase contra un espejo; toda rogona, da es pero risa. Yo no sé cómo puede haber gente tan ridícula. Oiga y abusiva, no me toque, que usted no es mi novia. Deje de ser cansona. Quítese, comprenda que usted, no y no es ni mi parcera. Pero que chimba, yo que voy a hacer con esta peladita tan tonta. Por su bien, déjeme sano en este emperrado parque. Lo más prudente es que se desaparezca. En serio, lárguese de mi vista. Cójalas; ahorita me estaba fumando un magarro aquí todo tranquilo, hasta cuando la vi asomar sus narices, sin que yo la hubiera llamado. Es que dese cuenta en cómo es de vergonzosa esa pedantería suya. Usted, si sale con unas babosadas y de una sola, me hastía. Entonces en verdad, piérdase de este desparche, que me daña el berraco aire. Váyase para otro metedero con sus bromitas baratas. Ya ni sé lo que gritarle, china loca. Capte a lo desabrida y por favor, no joda más con eso de amigos, que me indigesta. Mejor, madure niña y consígase un novio. Así tendré al fin algo de paz. Sí, pero claro, obvio, lárguese por donde vino que no la quiero ver ni en pintura. Pero que hubo que no se desaparece. Ya, se fue, se abrió de aquí, se esfumó como la niebla. Maldita sea, pero que joda con esta china tan bruta, casi que no se espanta.

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Angie:

No es nada, mujer. Esto no es una tragedia del otro mundo. Igual, siga sufriendo sola sin felicidad en este infierno. Vámonos fresca como si todo estuviera normal. A lo calmada, más moderna desilusionarme pronto del gomelo, que me detesta, malparido. Disimule, no llore Angie, no nos pongamos dramáticas. Que no se vaya a dar cuenta, que lo amo, que me da rabia, me duele, hijueputa vida. Estoy mil veces desgraciada. Maldita sea, por qué me gusta tanto el escritor. Por esa vaina boba, porque me trata mal, yo si soy una estúpida. Si ese perro es de lo peor. Yo parezco es una masoquista. No hago sino soportarle golpes a traición. Venga más bien, ponemos el walkman a ver si me saco a ese traidor de la cabeza, sin mucha piedra Eso sí, la muerte con la furia. Y sí, soy negra y soy insuperable. Esta música es una rechimba, por oscura. Que melodía tan satánica la de Vampiras Asesinas; me voy es a volver ruda de verdad. Y ese vicioso no es nadie. El pobre, nunca será valioso ni volverá a existir en mis pensamientos. Sí, no existe nunca en mi universo. Me hizo llorar el hijueputa, mucho sucio. Malparido, eso no se le hace a una mujer. Es que es una gonorrea. Así tenía que ser de burletero el payaso. Primero; juega conmigo y se ríe de mis buenos sentimientos, luego se aleja con su amante, que tiene entre las sábanas, ruin el descarado. Pero que recuerdo. Eso no le bote energía. Y esta vaina me pasa por ser noble, tan ridícula. Ninguna persona me aprecia, son pocos los hombres que me buscan, pero eso no importa. Nadie me ama en verdad con ternura. Traté de ser linda y por ingenua, me quedo sola con las humillaciones. Como es de fastidioso amar a ese marica patán, que me trata mal. Aún lo tengo en la cabeza y el escritorzuelo no me estima ni nada. Si al menos, me hablara con cariño o me respetara, maldito sea hasta siempre. Por eso, por pendeja me pasan estos despechos. Soy una despistada con esos hombres. Andemos ya veloces. Avancemos sin mirar a nadie. Pero y el poeta blanco, tengo que pensar con calma. Espere, será que ese angelito si es fiel. Sólo que casi no aguanta. Es un poco ignorante. Pero él como que es linda persona. Ahí, gana muchísimos puntos de cordialidad, por su forma de ser tan bacana. Lástima, que sea tan feo para mí. Así mejor, no le doy ninguna ilusión de noviazgo, pobrecito, pero que le hacemos a la realidad. Y no sé, ninguna vieja del barrio lo busca con ganas de conquistarlo. Entonces relajada, dejemos quieto al niño tragadito. Listo, al menos hay algo bacano. Por fin, llego al hotel de la mona. Ahora, será ir a dormir allá con tal de

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apaciguar esta maluquera tan berraca. Nomás, quiero estar desenchufada de mí. Y lo preferible; seguir de solterona, sin más romances platónicos, pero hallándome libre, que descanso. Ojalá, sea lo salvo para esta juventud de mandingas.

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El Ángel de Angie:

Oye, amigo pintor, qué hacemos con Angie. Ella es muy linda, para mí es la muchacha de los sueños más codiciosos. La china me tiene ebrio y me tiene retragado. Alejandro, usted sabe de sobra como la adoro. Yo muero por la vieja desde hace años El problema es que la metalera enamorada, tiene su pretendiente, usted la conoce a ella. Y pues así es peor, porque pareciera que Angie y yo nunca fuéramos a ser novios. Así que duele, además su voz es encantadora. Sino que me da miedo, decirle las cosas desnudas al oído. No soy capaz ni de soltarle un beso a la mejilla, que lo deje a uno encandilado. En verdad, cuando la veo por el barrio me dan ganas de salir corriendo, para no tener que verla en lo insistente del padecer por ella. Es agudo descubrirla en sus ojos góticos Es que la Angie ilusiona y su suavidad perfumosa, me pone a volar sobre el deseo. Artista y si usted supiera cómo me ahoga el no tenerla en mis brazos, por lo menos entendería algunas de estas metáforas. Definitivamente, la vaina de amar no se hizo para los poetas. Hermano, sólo he de sufrir tempestades tras muchos naufragios. En fin y entonces qué bohemia; mijo, nos tomamos otra botella de aguardiente. Hágale, yo le gasto esta otra borrachera. Dígale a don Oscar, que nos traiga una de Tapa Roja. Listo, qué ahora la sirven y todo elegante con esta perdición. Oiga Alejandro, pero no cambie la charla, espere. Todo bien, hablemos más sobre la Angie. Echémosle otro poquito de fantasía a la bondadosa joven. Así claro sí; pensando aquí con cabeza fría, ella como que se está haciendo la difícil conmigo. De eso estoy absolutamente seguro. Igual, ello debe ser porque ambos nos gustamos demasiado. Desde lo misterioso nos recordamos. Para mí, hay química de la pura con la linda. Sólo que ella quiere que yo viva a toda hora, detrás de su aura mujeril. De este modo; pues mi artista, yo no poseo la fuerza para sostenerle ni un rumoreo pasional. Precisamente, así ella se me escapa; porque siempre me derrito las veces cuando la vislumbro, toda fascinadora por la calle. De veras, no sé cómo cortejar a esta metalera. Virgen santísima; la Angie es una mujer de esas cantoras, un día hay embeleso y al otro día hay espejismo. Pasan los soles y los clamoreos y al fin la paloma, no se resuelve ni con un beso rojo. Claro, sí, nosotros los poetas somos unas pintas y somos amados. Ese cuento suyo es cierto; pintor, estoy de acuerdo, nosotros los versistas siempre estamos afuera del mundo. Es obvio, pero mire que hay un secreto de surrealidad; escuche, hace una semana le pude escribir una carta

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romanticona a ella, pero la muy ingrata no me contestó ni un hola, ni una gracia. Así que esta novedad, me desilusionó con un dejo de tristezas. De a poco, quedé desconcertado. No, Alejandro, pero mire disimulado quien va paseando por la esquina; uno invocando a mariposas nocturnas y ellas que asoman en vuelo, sollozando por los músicos en boca, toda una gótica despechada, la Angie.

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CAZADOS POR CÓLERA

Esta noche, tú acabas de llegar a la casa. Ya ingresas al salón de cristal. Hace un momento, cerraste estruendosamente la puerta. Así de seguido, pasas al cuarto estudio. Caminas de largo por el pasillo modernista. Por allí adviertes a tu esposa. La esquivas sin siquiera saludarla. No tienes tiempo para hablarle. Tu mente se pone que se descontrola. Debes hacer el trabajo de la oficina, que hay acumulado. El desespero por qué no te boten del puesto es horripilante. A lo causal, te ubicas junto al escritorio de madera, enciendes el computador y reflexionas con rabia sobre la palabra injusticia. Mientras, tu Ximena se te acerca por la espalda para discutir contigo. Obvio, ella está molesta por la indiferencia que le demuestras a la familia. Nomás desde ayer no le pones nada de cuidado. Ni tampoco escuchas a tu hijo mayor. Por eso ahora, te coge la cara con las manos, por ser mujer. De a poco te inquiere con seriedad. Lo hace, para descubrir esa actitud tuya. Te mira a los ojos duramente. Pero tú, te corres hacia un lado y de golpe le gritas; que se largue para el infinito, que te deje en paz, porque toca conseguir dinero para el arriendo. Y tú te pones iracundo. La cara se te queda roja. De acto inmediato, le mandas una cachetada a la boca.

Ella la acaba de recibir contra la mejilla derecha suya. Comienza a chorrear un poco de sangre. A solas, aguanta tu cobarde ataque. Como puede, se apoya contra la pared. Entre el tanto odio, Ximena recoge el vidrio que hay detrás de la biblioteca y bruscamente te lo lanza, te lo quiebra en la cabeza y en un hombro. De más despacio, te va enterrando los pedazos filosos al reflejo de la bombilla del techo. Ya lo rematante es el idilio roto y tú gimiendo el auxilio, uno y otro auxilio de siempre.

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VIAJE SIN SUERTE

Aquel hombre; vivía en el barrio residencial, Los Álamos de Cartagena. Llevaba una madurez muy sobria, trabajadora y justa. Se llamaba Manuel Burgos y no le hacía mal a nadie. Trabajaba como gerente para el mejor hotel de la ciudad. Por estas cosas del azar; tuvo un hijo con la mujer cachaca, quien era recepcionista, pero al poco tiempo ella lo dejó solo y lo abandonó. Fue pasajero el noviazgo, el cual ambos experimentaron. Sin miedo, la mujer mona y suya, tan hermosa, se fugó de repente de entre sus manos. Ella con descaro, emigró de Cartagena, sin pronunciarle ningún adiós. Tras el hecho, Manuel nunca más volvió a saber de María Zemifa. Igual él, no quiso buscarla en ningún lugar ilusorio. Mejor, se dispuso al quehacer de cuidar al niño que debía criar por obligación.

Con esfuerzo, lo hizo un joven educado. Siempre que pudo lo llevó a la escuela. Lo ayudó en sus tareas. En los ratos libres, ya iban juntos a la playa para nadar. Se bañaban entre la mar verde y contemplaban el atardecer tropical. Esto les era algo muy agradable. Paseaban por la arena durante los otros tiempos, el sol los impactaba y a veces navegaban en velero. Subían a la embarcación, emprendían el viaje marinero, surcaban las islas aledañas. Cuando atracaban en el muelle otra vez, ellos regresaban caminando por entre las palmas y de repente bebían piña colada en algún kiosco nativo. Estar en el Caribe, los cautivaba por ser espléndido. Luego, la noche los arrullaba con el canto de los delfines. Estos seres grisáceos saltaban por sorpresa de las aguas. En el acto hacían sus volantines sobre las olas. Y entonces, el Manuel con su Julián, quedaban perplejos ante tanta belleza atlántica.

De repaso, el padre y su hijo, volvían a la casa cogiendo rumbo por el callejón de los dulces. Ellos de cerca, recorrían los locales iluminados. Más por allí en aquel sitio festivo, se antojaban del arequipe en totumas, bien se lo compraban a una negra de ojos verdes, quien los atendía con simpatía.

Una vez se despedían de la costeña, cogían por el castillo antiguo. Avanzaban varias cuadras y pronto arribaban a su residencia de balcones ovalados. Hacia lo otro armonioso; se ponían a ver películas de piratas según como se iban quedando dormidos.

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Sobre las otras mañanas, Manuel se dirigía temprano al hotel. Salía a la calle, tomaba cualquier taxi disponible. Sin retraso, cuando se bajaba del automóvil, quedaba al frente del edificio cristalino. Rápido, ingresaba por la puerta de vidrio. De una sola, le inspiraba a los allegados sus aires de gentileza. Casi siempre, llamaba a los botones para que atendieran a los clientes con finura. De más, saludaba a estos visitantes con adulaciones. Entre las otras costumbres; pasaba solo a su oficina y allá sentado de cara al escritorio, se disponía a examinar las reservaciones de la gente famosa, más en razón, cada una de sus cosas parecía transcurrir con armonía.

Pero un día, se desvanecieron las esperanzas. Acaecía raramente la hora del almuerzo. Hacía un calor insoportable en el ambiente. En tanto, Manuel fue del restaurante a la sala de espera. Quiso recibir el aire puro. Se recostó contra uno de los muebles. Mientras, entró un hombre vestido de negro al recinto. Usaba unas gafas para el sol. Sin llamar la atención, tal desconocido, se hizo a un lado del ascensor. Miraba su reloj de pulso con ansiedad. Cuando entonces, fue abierta la puerta metálica. De seguido, apareció un magistrado con una maleta en la mano, este salió del cubículo. Por intuición, Manuel se levantó del descansar y corrió hasta donde debería estar el guardia del hotel. Tuvo la intención de alertarlo sobre estos dos sospechosos. Por desgracia, no encontró a nadie en las afueras trastornadas. De modo que regresó rápido por donde vino. En cuanto al hombre de gafas; apenas vio a su personaje, sacó una pistola calibre treinta y ocho del blazer suyo, expedito apuntó al pecho del gordo y lo abaleó con locura.

Ante lo desangrado, Manuel se lanzó contra el hombre. Logró apresarle las manos con las suyas. Ambos, forcejearon con violencia. Cayeron de súbito al suelo. Se revolcaron entre varios golpes. Con tan mala suerte, el arma se volvió a disparar. El tiro impactó de fondo al cuello del asesino. Tras lo estrepitoso, asomó el guardia por detrás quien estaba en el baño. Sin perder tiempo, ayudó a Manuel a levantarse. Ya en pie, lo condujo asustado hasta el salón exclusivo. Corrió por entre varios pasillos, esquivando a las personas. Una vez en este recinto; dejó a su jefe con la ayudante de turno, una mestiza quien lo atendió y le dio unos calmantes.

Al cabo de las horas, arribó la policía. Tres uniformados vinieron en un carro patrulla. Sus caras expresaban indolencia. Sin demora, inspeccionaron el sitio de los hechos. Cuando pasaron a reconocer los cadáveres, vieron que el sicario era hermano del magistrado. En los

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rasgos físicos se parecían demasiado. Sus pieles eran blancas, tenían la nariz afilada y sus cuerpos exhibían pecas. Aparte, los datos personales los delataba como familiares. Eso, sin caer en cuenta de que ambos hombres, fallecieron ese mismo día. Y tan sólo, dicha peculiaridad impresionó al guardia del hotel, puesto que era supersticioso.

Por otro lado; se supo que el asesino tenía nexos con Los Ilegales, ellos quienes eran una banda de traficadores. En la región los conocían como expendedores de contrabando, fuera de ser criminales y drogadictos. En razón de esta verdad, ante lo ocurrido, los policías le sugirieron a Manuel que desapareciera de Cartagena por unos años. El gerente, obviamente aceptó la propuesta, al no encontrar más escapatorias.

Una mañana de febrero, se fugó rápidamente con su hijo. Juntos, anduvieron hasta el muelle. Estuvieron cogidos de la mano. Ansiosos, se subieron en el velero de Almús. Izaron las velas y audaces emprendieron navegación por la mar. De a poco, se fueron distanciando de los corales como de las casas amuralladas. Los mecía, la espuma entre los oleajes. Ellos a su vez en cubierta, avistaron la magnitud del océano atlántico. Y tanto los llenó de espejismos; que el azul marítimo junto al viento que silbaba, pronto los emborrachó entre las tempestades. Desde ahí luego; ningún hombre volvió a saber de ellos. Solamente y quizá con belleza; la suprema hechicera, la india de las profundidades, los hipnotizó y se los tragó con ferocidad.

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MARIDO Y MUJER

Ellos conversan en el bar de los Cisnes. Juntos, se murmuran los secretos mimosos y suyos. Y sus manos se tocan con suavidad al vaivén de la bruma que se agita suspirada en la calle Décima. El viento de hoy es frío en Bogotá y ellos se beben el café caliente con las voces, adentro del establecimiento que es apacible. La tarde reluce en la mujer, Aura, la sombra desaparece en la cara del joven, Felisín, mientras él reconoce a esa cineasta de ojos negros. Dejan otra vez las tazas sobre la mesa. En la rockola suena la música de Ely Guerra. Ambos se desean con timidez. Sus brazos los rozan con una parsimonia temblorosa. Lo importante es estar a solas. La piel de la mujer es serenática. Su alma aviva en mocedad su belleza. El enamorado entonces con galanura, le acaricia una mejilla con sus dedos. Despacio, la consiente con felicidad. Huele su fragancia, le coge el pelo con sus labios. Sin embargo, no es capaz de besarla. De hecho, Felisín ve que acaba de aparecer el esposo por la entrada secundaria. Mejor entonces, corre la silla hacia atrás en un acto disimulado y solo se pone a silbar a medida que Saleza se acerca y los saluda diciendo:

Hola, mis amores, pero como están de bien, que dicha de verlos.

Ya aquí cierra la boca, por cierto que él guarda un revólver en el bolsillo del pantalón, desde hace casi dos días.

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LOS REFLEJOS DEL MAÑANA

Acabo de llegar al metro de Medellín. Hay luces bailantes en la estación. Esta es la primera vez que me veo en este sitio Reconozco a la gente con curiosidad. Descubro así de ocasión, hermoso este recinto de espera, donde hay mucha concurrencia de niños y mujeres presurosas. Observo además, los pasillos recién brillados por los lados abiertos.

Asimismo anochece sobre esta ciudad fantasiosa. Los ciudadanos van por entre una vanidad dolorosa. Estos prepotentes andan a la ligera con estrés. De repente, unos pocos de ellos se tropiezan conmigo mientras yo sigo por un rumbo desperdiciado. Aparte estos individuos orgullosos no saben sobre quién soy en vida y tal vez nunca lo sepan. Ante el desconcierto, sólo los dejo atrás con sus tardanzas, los olvido entre sus indiferencias.

Al forzado tiempo, voy recordando a los pobres niños que caen a las carrileras del tren. Eso es horroroso como ellos quedan destripados. Tales desgracias, suceden con lástima por entre estos alrededores del tráfico estresante. Igual y pese al dolor, pronuncio esta tragedia para una vez nomás. Así que ya no pienso más sobre estas muertes desconcertantes. Por lo general, las personas ven las noticias del día y enseguida ellos se van poniendo verdes. Eso los siniestros que muestran por televisión son desgarradores. Para colmo, ya no hay censura ni para los infantes. En razón, mejor ni sigo con estas maledicencias

De momento, prefiero charlar con mi padre. Ambos estamos a la espera del siguiente tranvía. Nos miramos las caras. Nos ubicamos entonces por ahí sobre una banca cualquiera, donde yacen los verdaderos excluidos. En lo sucesivo, escucho a papá quien habla sobre el ser humanos. Diserta con filosofía, cuan único es existir en este mundo de maravillas. Yo desde mi posición, claro que acepto sus consejos. Obvio, no lo contradigo en nada. Pese a todo, acaba de resonar un estallido. Es el tranvía, llegó velozmente arrollando a una niña desprevenida. Parece que el conductor, se quedó sin frenos. Y maldita sea, la mató a ella, una niña rubia de apenas ocho años, nostálgicos y mal vividos.

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MUERTES INACABADAS

Hay un señor de traje gris en la plaza de Belén, quien está sentado en una banca. Por culto, lee el diario del domingo, sin mostrar nada de prisa entre la mañana. Ojea las noticias donde hablan sobre las víctimas de esta semana. En primera página, cuentan como la actriz Gabriela Castro, murió por haberse tropezado con un cable de luces intermitentes, que habían dejado junto a las escaleras. Ella, antes de fallecer estaba en el segundo piso de su cuarto, arreglándose para la fiesta del Año Nuevo, cuando de repente le dijo a su madre que iba a recibir a los invitados, porque ellos afuera no paraban de tocar a la puerta. Al debido momento, cuando fue a bajar, Gabriela no vio el cable desgraciadamente. Sola descendió despacio y enseguida uno de sus pies se enredó con el lazo de luces y por inercia, rodó por los escalones hasta atropellarse con las baldosas del primer piso, cayendo toda escalabrada.

El señor lector, por su parte, una vez acaba de repasar la escena, se sorprende ante la tragedia. Deja el periódico a un costado suyo y reflexiona según la frescura como empieza a mirar hacia el frente. Pero de golpe él se asombra. Una mujer de cabellera rubia, decide arrojar una matera gigante a la calle. La lanza desde la azotea de su casa de tres pisos. Ella actúa al parecer con cabeza fría. De hecho, un joven arquitecto va pasando por la calzada de abajo de la terraza. Y debido a las causas, la maceta le fractura el cráneo como le destripa los sesos a ese muchacho, quien conocía a la asesina. El señor de gris por su visión es el único testigo, allí presente. Advierte el drama con angustia. Se asusta al saber de la traidora. Así que trata de evadir la realidad. Pasa a cerrar los ojos. Desde su intimidad, sólo vuelve a recordar el día cuando falleció su esposa, luego de haberse atorado con la espina de un pescado. A cada repaso suyo, imagina el tiempo como si fuera un espejismo brutal. Los espacios se rompen sórdidamente para sus adentros. De más en desequilibrio, se pone a llorar mientras intensifica en su mente, la cara agonizante de su mujer.

Entre tanto, un policía del sector aparece corriendo desde la esquina aledaña. Va a toda marcha y se detiene hasta cuando llega a donde yace el muerto de la maceta. Por lo pronto inspecciona ese cuerpo desangrado, que quedó irreconocible. Sin mucho dolor, ya sabe que no hay forma para salvarlo y por eso no se apresura. A la suerte el hombre uniformado, venía de recibir un llamado de auxilio, que hace poco recibió desde la cabina de mando.

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Fue precisamente la mujer rubia, quien habló con las autoridades. Ella gritó como una loca a la que nunca le entendieron nada claramente. Por eso ahora el hombre uniformado, ante tal incertidumbre, retoca el timbre del portón para ver si alguien sale a darle información sobre este incidente. Espera algunos segundos. Mientras, pide por una ambulancia desde el celular personal. A la vez rara, nadie contesta desde esa casa desvencijada. Ante tal silencio, él decide entrar por la fuerza. En breve; quiebra el vidrio de la entrada, descorre la cerradura, entra al recinto desorganizado. Sin tardanza, cruza por una sala cristalizada. Y el hombre de gris, sigue de espía, sentado en el banco de la plaza. Luego el policía, pasa al patio de materas rojas, más de inmediato, la mujer de piel rubia, lo asusta al observarla a ella; colgando de una bufanda negra, quien aún se mueve en su cadáver, desde el ventanal de su habitación. Casualmente la joven era hermana de la actriz, quien días antes se tropezó con el cable de luces.

En cuanto al señor del traje gris, ahora se levanta para ir a conversar con el policía. Da unos cuantos pasos hacia adelante y sólo de repente, su respiración no puede con su asma y desmayándose, va cayendo al prado y se va quedando dormido. Pero pese a la adversidad, no se muere y lo mejor es que aún vive, vive, vive.

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EN LA ÚLTIMA REMINISCENCIA

Cierta noche de octubre; recordé mi próxima muerte, la visión fue de lo más espantosa. De repente, la vivencié con impresión. Aquello, me pasó hace ya varios años. Si bien lo relato, les digo que yo estaba en la casa de mis padres. En familia, nosotros hablamos sobre los viajes al exterior así como sobre los triunfos personales. Todo marchaba con rigurosa premeditación. Como de costumbre, cenamos juntos pescado de mar en el comedor. Lo hicimos entre calurosas sonrisas. En fin, gozamos de un rato agradable.

Y como de costumbre, una vez pasó la reunión, se acercó el momento de ir a dormir. El firmamento brumoso abundaba en tinieblas. Hacía un frío envolvente. Sólo entonces por lo nocturno, nos despedimos con ligera cordialidad. Luego, yo bajé al primer piso para recostarme en el sofá de la sala. Claro que antes, tomé un cojín y una cobija del cuarto de ropas. En lo íntimo, presentía un miedo inexplicable. Lentamente, daban las doce campanadas. Por el hecho, no quise pensar en nada, nomás ansié el sosiego.

Una vez abajo; corrí hasta el mueble, me eché de espalda y traté de descansar entre los arrullos del viento. A propósito, tuve que quedarme allí, porque mis primos habían llegado de Francia. Ellos a su vez cordial, convinieron en pasar año nuevo con nosotros. Desde lo engañoso, ninguno opuso la menor resistencia. Al parecer, les demostramos una felicidad fingida a ellos.

Mientras, la bruma azulada siguió densa bajo los cielos. Por la depresión que padezco, fue obvio que no pude conciliar el sueño. De contraposición, vi una realidad misteriosa a lo lejos. Se figuraba desde mi perturbada conciencia. Entre lo individual, luché por deshacer la premonición con fuerza. Me revolqué sobre las sábanas. Golpeé mi cabeza contra la pared. Incluso, grité para saber si alguien escuchaba desde afuera. Pero fue inútil escapar, porque ese mundo como que me absorbía. Tanto, que estrepitosamente supe cuando una sombra me lanzó a un abismo que daba al mar. De súbito, mi cuerpo moreno se despedazaba contra los arrecifes. Sobre el horror, descubría como yo desangraba por el estómago y las piernas. De a poco, agonizaba en medio de las olas, más no podía eludirlo.

Un minuto después, volví en mí. Lloraba en la oscuridad. No sabía qué hacer ante tal experiencia de muerte. El desequilibrio aún permanecía en el ambiente. Así que a solas, me

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puse a examinar el presente. Pronto supe que estaba tendido en el suelo. Por lo cual, pasé a erguirme con cuidado. Enseguida, empecé a caminar para encender las luces. Di unas varias pisadas tambaleantes. Por poco y me caigo. Al cabo, oprimí el botón del interruptor y fugaz se prendió la lámpara del techo. Ahí entonces, vi que vertía sangre por la nariz y los oídos. El espejo ovalado, que había colgado a un lado del ventanal, me lo reveló entre sustos.

Y sí, revivía el dolor sepulcral. Además, intuía mi asesinato con sordidez. Ante todas esas impresiones, caí desmayado contra las baldosas de murano. Por cosas del destino; mi madre se despertó con angustia; fue a tomar agua y cuando ingresó en la cocina, sorprendió a prima Daniela, jugando con un cuchillo.

Sin más paz; sucedió la tragedia y yo esa noche, me salvé por pura suerte. Ahora, aquí encerrado en este cuarto donde escribo, cavilo sobre mi futuro y comprendo que ella será la homicida. Por tal motivo, estoy tranquilo en verdad. Sé que primero caerán muchos años, antes de que ella remate su venganza. De hecho en el recuerdo fatal; yo estaba viejo, tenía los cabellos canosos y sufría de amnesia.

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VIDA INMORTAL

Era de noche y no podía dormir. Sucedía, porque el nocturno de la melancolía estaba presionando a mi espíritu. El insomnio, vino a su marcha con horrenda depresión. Así que tuve que ir al fondo del universo.

Pasadas las horas, reaparecí en un espacio de exagerada vacuidad. Allá en frío, me vi con una sola desgana. La pesadez era muy fuerte. Se paseó luego la dolencia por mi carne, mientras surgía una sombra toda fantasmal, que salía de un cementerio.

En seguida ilación, ella vino fugazmente a mi presencia demacrada. Sola, era como una mujer negra. Yo desnudaba la podredumbre de su ánimo facial. La visión, claro que fue maléfica para mí. Saberla así de crápula; frente al otro espejo del mundo, me puso más que decaído. Por estos defectos, la existencia se me revolvió entre un grito desgarrador.

Sobre lo creciente, no podía soportar la emanación embrujadora suya. Era muy densa, provocaba pesadez. Sin embargo, ya conocía su energía. Cuando ella venía a mi claustro, podía percibirla con horror. Siempre que tenía ocasión, expandía todos sus fluidos por los vacíos para intentar asesinarme. Menos mal, yo la entreveía y conseguía huir de sus garras cegadoras.

Así que por lo tormentosa, yo tomé ayer la decisión de ir al fondo del abismo. Estuve por allá donde viven los otros seres inmortales. Todo estaba desequilibrado. Se reflejaba la miseria. Sólo había crueldad. Cuando al poco tiempo, yo la advertí a ella, vi correr su ser espiritual junto a su pobre lobreguez. Desde su posición agónica; se supo furiosa, apenas reconoció mi cuerpo. Entonces, se me aproximó con furia y evocó unas maldiciones, luego trató de empujarme al vidrio de la perversión, quiso hacerlo con recelos y odio.

Aunque lo luchó, no pudo conmigo. Por precavido, puse atención a su figura oscura. Para lo otro virtuoso; la esquivé a ella y de golpe cobré mi justa venganza, la quemé con mis manos, la purifiqué en el bien.

En cuanto volvió la madrugada, yo fui libre, me despedí del mundo pecador.

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AFUERA DE LA NADA

Invento una abstracción. Representa mi interioridad. Es tan artística que me adentro en su complejidad. Voy hacia su magnitud. La percibo y se parece a la palabra, infinidad. Sus rincones son maravillosos. Cada obertura es misteriosa. Siempre hay una nueva convicción. Por eso en bien es majestuoso estar en este espacio deslumbrante. Me muevo hacia todos lados y hacía ningún lugar. Sucesivamente cambio de forma abstracta, sin haber lógica. En un segundo soy un ser inmaterial mientras que en el otro instante soy un ser fantástico. Es agradable saberse diferente. Entre lo otro valioso, me alimento del líquido inasible que por aquí cobra una efusión, su sabor es espiritual. De a poco inunda los vacíos. Es sutil su química y calma mi sed por soñar. Más puedo traspasar los sentidos. Reconozco como los recuerdos se rompen. Lo trivial se dilata. A lo conjugado el dolor deja de existir. Todo lo superficial se me borra de la conciencia. Sólo la fantasía real se reproduce en esta dimensión. Sobre lo insondable recupero mis ilusiones. Es este un presente antiguo que yo reconstruyo. Antes era indistinto y ahora lo hago alterable, ahora lo vuelvo trascendental. Tanto aquí lo único, que uno como creador puede quedarse inmerso en esta composición, sin los simulacros; más yo lo busco con voluntad. De hecho en este estar yo estoy feliz, no hay imágenes y sí hay sublimación.

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69 ÍNDICE 10…EL BASURERO…10 13…SIN SALVACIÓN…13 15…ALMAS DEL TRÓPICO…15 17…LOS LABRIEGOS…17 18…INFANCIAS DE LUTO 18 19 ENTRE PERRAS Y ASESINOS 19 21 LUJURIAS 21 22…CABALLERO Y LOBA…22 24…UN ENCUENTRO CRIMINAL…24 26…DE MUERTE O DE MUERTO…26 28…BAJO LA DEMENCIA…28 30…EL ESCAPE…30 33…REVESES SUICIDAS…33 34…VISIONES IMPERFECTAS…34 36…EL PEÓN DE LA LIBERTAD…36 38…LA RUTINA DEL EMPLEADO…38 39…LA CHICA DEL NORTE…39 ÍNDICE

ÍNDICE

ÍNDICE

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41…HACKERS…41 42…EL GRAN APÓSTOL…42 44…UN HUMANO…44 45…EL OBRERO DEL SIGLO…45 46…REVOLUCIÓN…46 48…UN CUENTO DE PELÍCULA…48 50…LA CASA DE LOS MUERTOS…50 51…ANGIE…51 56…CAZADOS POR CÓLERA…56 57…VIAJE SIN SUERTE…57 60…MARIDO Y MUJER…60 61…LOS REFLEJOS DEL MAÑANA…61 62…MUERTES INACABADAS…62 64…EN LA ÚLTIMA REMINISCENCIA…64 66…VIDA INMORTAL…66 67…AFUERA DE LA NADA…67
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