ALUCINACIONES POR UN CIELO Y OTROS RELATOS

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RUSVELT NIVIA CASTELLANOS ALUCINACIONES POR UN CIELO Y OTROS RELATOS

Editorial

Pensamiento

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Rusvelt Nivia Castellanos

Alucinaciones por un Cielo y Otros Relatos

Editado en Colombia - Edited in Colombia Diseñado en Colombia - Designed in Colombia

Impreso en Colombia Printed in Colombia Isbn 978-1-257-79913-8

Registro 10-272-138

Editorial Pensamiento Derechos reservados

Año 2011

Ninguna parte de dicha publicación, además del diseño de la carátula, no puede ser reproducida, fotografiada, copiada o trasmitida, por ningún medio de comunicación, sin el previo permiso escrito del autor.

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RUSVELT NIVIA CASTELLANOS

Poeta y cuentista, novelista y ensayista, nacional de la Ciudad Musical de Colombia. Es al mérito, Comunicador Social y Periodista, graduado por la Universidad del Tolima. Y es un especialista en Inglés, reconocido por la Universidad de Ibagué. Tiene tres poemarios, una novela supercorta, un libro de ensayos y siete libros de relatos publicados. Es creador del grupo cultural; La Literatura del Arte. Sobre otras causas, ha participado en eventos literarios, ha escrito para revistas nacionales, revistas de América Latina y de habla hispana. Ha sido finalista en varios certámenes de cuento y poesía mundiales. Ha recibido varios reconocimientos literarios tanto nacionales como internacionales. Fue segundo ganador del concurso literario, Feria del Libro de Moreno, organizado en Buenos Aires, Argentina, año 2012. A mayor crecimiento, fue premiado en el primer certamen literario, Revista Demos, España, año 2014. De otra conformidad, mereció diploma a la poesía, por la comunidad literaria, Versos Compartidos, Montevideo, Uruguay, año 2016. Tiempo después, recibió un reconocimiento internacional de literatura, para el premio intergeneracional de relatos breves, Fundación Unir, dado en Zaragoza, España, año 2016. Mereció diploma de honor por sus recitales poéticos en la Feria del Libro, Ciudad de Ibagué, año 2016. Posteriormente, por su obra artística de poemas, mereció una mención de honor en el parlamento internacional de escritores y poetas, Cartagena de Indias, año 2016. Y el poeta, recibió diploma de honor en el certamen internacional de poesía y música, Natalicio de Ermelinda Díaz, año 2017. Bien por su virtud creativa, destacado es este artista en su país.

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ALUCINACIONES POR UN CIELO Y OTROS RELATOS

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RELATOS

ALUCINACIONES POR UN CIELO UNOS AMANTES BAJO LA LLUVIA

LA DESGRACIA DEL ESCRITOR

ÓLEO SOBRE TELA

EL ARTISTA DE LA PINTURA SOÑANDO LOS BESOS DELIRIOS JUVENILES

LA FLOR DEL DÍA

EL CREPÚSCULO DE CATALINA

LÁGRIMAS DE SANGRE MENTES SINIESTRAS

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ALUCINACIONES POR UN CIELO Y OTROS RELATOS

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Me ofreciste una ilusión; me diste lo imposible, me enamoraste, me abriste un destino; preciosa.

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ALUCINACIONES POR UN CIELO

Hoy no quiero pensar más esta realidad del horror, bajo las pobres deshoras. Hoy ya no quiero hacer una existencia alucinada para este presente, que es muy persistente. Hoy sólo quiero estar en el infinito profundo y propio de mí, donde vivo algo decaída. Sólo para mi presente estoy apenas abrazada a la soledad del instante que ya se me agolpa de a poco en el alma. De igual modo, me percibo como cayendo hacia atrás del día. Lentamente me voy tumbando frente a la nocturnidad de la verdad, que ya es dolorosa y ella tempestuosa, ante la mirada distraída, porque ya es violento lo que me corresponde desde la tristeza. Además no parece ser ya este hoy el cual tampoco quiero hallar desde la ausencia. Y es que es esta depresión que me empuja de momento hacia unas emociones bajas. Todas ellas están hechas de sombras y gritos que me acosan desesperadamente al abismo de la humanidad viciada. De hecho, hoy tampoco quiero recuperarme, no quiero seguir mi destino, porque no quiero ser; ni estar, ni tampoco anhelo estar en esta lóbrega habitación, ni en ningún otro lugar de muerte, donde a veces me encuentro muerta con la mente. En todo caso, no espero estar siempre sola, entre este insoluble vacío de encierro, que parece oler a mi propio olvido del pesar. Además, me digo que estuve absolutamente angustiada durante el transcurso de la mañana; cuando aún estuve allí, penosa. Eso escasamente, me la pasé divagando imprecisiones bajo el mismo techo gris del aposento que es como mi firmamento constante. Así que yo me perdía espaciadamente ante una entera dolencia de silencio. Distraídamente yo me iba bajo una completa inconstancia de pensamientos otra vez bañados en desconsuelos rotos. Igualmente no me es extraño que aún siga en este mismo lugar, resentida nomás, junto a la tarde de este viernes nubado. Es un decantado día de leve sombra, cuya danza de melancolías, renace entre lluvias azuladas. Qué más decir entonces, quizá susurrar que estoy tumbada en esta cama de viejos cedros, envuelta nomás en una sábana blanquecina. Turbada y recostada, persisto además en la quietud; sin nada que decir al viento, sin nada que hacer al recuerdo; porque hoy no quiero soñar mi pesadilla, ni saber más, sobre mi verdad arrepentida

Pasa algún tiempo, ahora y sola de repente, trato de tomar algo de aliento. Es difícil hacerlo. Pero logro este cometido. Miro enseguida hacia las afueras desde la ventana encerrada. Entonces veo la arboleda de enfrente y diviso asimismo la calle del ahogo ruidoso. Está casi todo solitario aquel lugar florido. Hay pocos transeúntes de lentos retardos. Yo escasamente, consigo distinguir a un señor de cabellos negros con su portafolio en la mano izquierda. Viene del trabajo independiente. Eso parece deducirse para mis sospechas. De momento vuelvo a mi encierro de mujer. Pienso entonces en este día

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opaco de agosto. Sigue siendo algo perecedero para esta ciudad clamorosa, la cual comparte otra vez mi desgracia. Es un sufrimiento extraño y triste para mis instantes. Además aún es viernes para mí. De eso no hay ninguna duda. Pues este es mi espacio incomprendido que indica el pequeño calendario de ositos negros; ahora pues lo tengo entre mis manos frías.

Ya dejo otra vez este calendario sobre la mesa de noche. No sé por tanto que más pensar al mundo de mis alteradas vigilias. De pronto sentir que me devuelvo a través del tiempo para llegar al amanecer de este difuso tiempo. Sucedió cuando hube de abrir mis ojos a esta realidad. Entonces lo primero que hice fue tomarme las fuertes medicinas que me formuló el psiquiatra de hace tantos pasados y tantos desequilibrios míos. Las pastillitas estas se encargan de mitigar mi ansiedad. Es grave mi delirio. Me sacude hondamente de vez en cuando por entre los pasillos del recinto donde vivo. Así que aquí mismo me senté sobre el borde de la cama. Enseguida extendí la mano derecha con dulzura. La dirigí hacia la mesita oscura donde están los medicamentos. Pero entonces mi amorosa madre se apareció en la entrada de mi cuarto umbrío. Se acercó a mí lentamente. Ella me depositó un beso en la frente y se hizo a mi lado. Así que mamá; luego se adelantó a depositar una de esas pastillas de colores en mis labios secos. Me las hacía tomar metiéndome sus dedos de pureza a mi boca. Para esa madrugada iba bien arreglada para el trabajo. Llevaba su vestido de blanco enterizo y su rostro bien maquillado. Andaba algo adornada con algunas flores verdes. Esa es pues la prenda que tanto me gusta verle junto al espejo de mis percepciones. Le luce muy bien este atuendo solamente suyo. Por esta razón, su piel de canelas y su figura delgada, vienen y se funden extraordinariamente con este colorido de vivos celestes.

La deja bien seducida fuera de cualquier otra coloración atractiva, dada para su belleza femenina. Eso pienso yo ahora intranquilamente. Más amorosa es su vida de entrega, porque mamá es cuidadosamente bondadosa; pues ya luego de hacerme tomar esta pastilla de horror, me pasó el vaso de cristal con algo de agua cristalina Lo hizo con mucho cuidado. Esperó un rato a que terminara de ingerir el líquido prodigioso. Me miró mientras tanto con mucha ternura a los ojos. Al rato me dijo adiós como cada despertar insospechado; ya sea soleado y ya sea rodeado de varios dorados en las nubes o ya sea lluvioso y gris, como mi alma turbada.

Sobre mamá; sé bien que ella sale de nuestro departamento, hacia su laboratorio de bacteriología casi siempre. En ese lugar, sé donde labora día tras día. Presiento que trabaja sin mayores contratiempos precipitados. También pues he de susurrar que su calor amoroso es para mí un gran apoyo espiritual. Eso lo sé perfectamente entre mis ideales. Además sé que ella es ese insuperable centro de luz entre todo este poco espacio de oscuridades. Este pensamiento no lo dudo por ningún motivo desbocado. Igualmente reconozco su notable

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presencia cuando más le necesito desde mis horribles dolores de cabeza. Casi siempre anda preocupándose por mí, sin embargo y para esta vez; mamá salió presurosamente, se fue más temprano de lo habitual hacia las afueras dramáticas. No lo sé bien; quizá procuró evadir con su disimulo sutil esta necesaria atención que requiero para cada instante revertido. Desde luego, antes que nada y más que mamá, procuro algún amor juvenil que me cuide, para estar compartiendo con ese compañero, al menos de un café o de algún poema, bañado de muchas noches sin luz.

El reloj de mi celular marca ya otra hora. Veo que son la tres y treinta de la tarde. También acaba de aparecer una llamada perdida. El número es desconocido. Es algo extraño. Quizá sea el joven escritor de la Universidad Libre. Es un enamorado quien a veces me regala algunos cuentos de terror. Y hay otras veces cuando me ofrece sus cartas poéticas desde las otras lejanías Pero bueno. Yo no estoy segura. Quien sabe si sea este muchacho de literatura. Por lo demás, su rostro se parece mucho al del viejo Horacio. De todos modos para mi caso es que no espero devolver esta llamada atrasada. Es posible que vuelvan a hacerlo ansiosamente; igual, si no marco el número es porque hoy prefiero seguir aquí sola, seguir junto a estas sábanas; contemplando perdidamente la delgada lluvia que pasa aún por la ventana, cuyas gotas salpican los tejados aledaños y los balcones vanguardistas de todo este edificio, pasa así entonces este infinito, bañado de algunos letargos y otros fantasmas imperecederos, para mis desconcertadas nociones.

Ha pasado ya casi una hora durante la tarde de este viernes. Aún sigo solitaria en el cuarto. Hoy está bellamente rodeado de afiches revolucionarios. Y siempre tengo esa pila de fotocopias sobre ensayos clásicos en la esquina más cercana. Por lo demás entiendo que mi madre no ha llegado aún al departamento. Quizá no tarde su dulce presencia otra vez. A la hora del almuerzo, volvió un rato para permanecer algunos minutos conmigo. Conversamos pues un poco sobre mi estado de salud. Le dije que estaba más estable. Le susurré que no había tenido ningún sobresalto de angustia; ni nada extraño. No le dije nada más sobre ese asunto que me da lástima. Ya minutos después del fugaz encuentro de voces y sentires; me dijo que iba a pedir un domicilio cualquiera. Lo hizo desde el teléfono inalámbrico de la sala. Luego de hacer este pedido; volvió otra vez a mi lado. Enseguida me acarició los largos cabellos castaños y mi rostro con suavidad. Asimismo me tomaba por la espalda para abrazarme con cierto amor y algo de comprensión. No me decía nada mientras tanto por miedo. Sólo me abrazaba calmadamente. Yo también hice lo mismo entonces a la vez que cerraba los ojos para intentar detener mis lágrimas entrecortadas.

Luego de estos espasmos taciturnos, solas entre una y otra pregunta vaga por parte de ambas, ya casi sin darnos cuenta; hubimos de perder el hilo de recuerdos que estábamos tratando. Sucedió de repente, porque escuchamos repicar el citófono de al lado. Mamá

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contestó. Desde la otra línea se escuchó la voz de Rogelito. Era el celador quien anunciaba la llegada del pedido normalizado. Y por supuesto. No había más duda. Era el motociclista del restaurante quien estaba esperando en la portería con su impermeable amarillo. Mamá entonces, agitando sus cabellos castaños, decidió cruzar la elegante sala de cristal. Abrió la puerta principal. Después bajó con rapidez las escaleras del bloque metálico y ya se fue acercando a la portería habitualmente frívola, luego deduje que había recibido las bandejas de comida.

Ya sola al rato, subió mamá sin la sonrisa dulzona. Y en verdad familiar, solamente vivimos las tres en este conjunto de vagas alegrías. Residimos sin nadie más en el departamento. Somos pues mi hermana Lorena, mamá y yo. Hoy mi hermana salió con las primeras luces grises de la madrugada. Se fue hacia el Liceo Nacional. Lo raro es que esta es la hora y no ha vuelto, ella se fue sin decir nada Se me hace algo miedoso. Además no ha llamado a reportarse. Tampoco contesta al celular. Deberá estar en casa de su mejor compañera de estudio. Quizá esté haciendo algún trabajo de sociales. Esto pensamos con mamá cuando estábamos a solas Lorena pues está en noveno grado. Es algo atractiva. Me cae bien su forma de ser como mujer. La quiero bastante. No es nada traviesa. Es más bien calmada y chistosa. En cuanto a lo demás vivenciado, para bien o para mal; seguidos estos recuerdos, mamá volvió a mi cuarto otra vez. Enseguida dejó el almuerzo a un lado de la repisa de caoba. Es el lugar donde tengo algunos libros de Gabriel García Márquez, Mario Benedetti y Fiódor Dostoyevski. De estas obras de mi linda preferencia; hay unas que son verdaderamente valiosas por la prosa de dichos escritores. Son muy ilustrados y vivaces estos maestros de las letras. Los libros están cuidadosamente acomodados en esta repisa de ilustraciones. Y para mi gusto, Crimen y Castigo, tiende a ser mi novela preferida Ya está toda polvorienta y con algunas telarañas vespertinas. Hace días que no releo esta gran historia. Esperar algo de tiempo, puede ser lo mejor. Limpio ahora su caratula un poco y listo, ya está más presentable. Esta novela de varios dramas, me llenó de lírica cuando la leí por vez primera. Y me embelesa y seduce hasta siempre. Pasa así porque toda su inalterable narrativa que hay en esas hojas torrenciales es una sola continuidad latente, casi sin evasivas, casi perfecta en sus personajes bien concretados La muerte paseándose por las crisis sociales de Rusia. La paranoia de los hombres idos al mal. Y es el manejo otra vez perdurable en contrapunto de tensión tan propio de Fiódor Dostoyevski; fuera de estar la impecable descripción de su época irresoluta. Acaba entonces saliendo un inmortal en grandes letras el maestro de Rusia. Así tuvo que ser de indisoluble la grandeza de Fiódor Dostoyevski. Es para mí un clásico de los pocos que ha habido en la historia del mundo. Eso lo sé cuidadosamente cuando trato de analizarlo. Además esta verdad sólo la saben los lectores que procuran degustar de la deliciosa literatura. Así me pasa cuando me dejo ir

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hacia los recuerdos aún vivos de los verdaderos narradores del tiempo inconcluso. Ahora desde aquí, vuelvo a mi narración otra vez.

Mientras terminaba el jugo de naranja del almuerzo; advertí que mamá ya estaba algo retardada. Le dije que si debía irse ya; que si era así, que se fuera tranquila, sin más esperas de molestia. Que se estuviera más fresca. Que ahora no había ningún problema, pero sí, no lo niego. Esto anterior lo pronuncié como reprochándole su afán un poco desdeñoso. De todos modos no me hizo ningún caso. Ya me conoce bien. No presentó alguna respuesta ni alguna objeción. Sólo tomó su bolso de gamuza verde. Me depositó un beso en la mejilla y se fue hacia su laboratorio otra vez. Se fue sin más demoras de tardanza. Queda cerca al barrio Cádiz su sitio de trabajo. Ya así desde su partida no hube de encontrar alguna actividad propia, para hacer realmente, ni pretendí buscarla por mi parte de desgana. No quise siquiera intentar encender el computador. Al menos debí haberlo prendido para perderme en la red cibernética y el chat de mi agrado temporal. Aunque quise en un principio, al final, no tuve deseos de hacerlo sinceramente Por lo demás digo que allí sentada junto al computador permanezco varios espacios de tiempo. Mantengo conversando con uno que otro conocido digital. Pero hoy no quise estar en mí. Pero hoy no quiero estar en este lugar. Tan sólo pensé en terminar un taller introductorio de medicina nomás. No decidí ninguna otra cosa distinta. Pero aclaro que tampoco decidí comenzarlo. Pues me sentía un poco inestable y alterada desde mi conciencia otra vez dispersa. Y es que ya me soy sincera conmigo misma desde la propia verdad. Desde esta mañana estuve exageradamente mal. Me presentía como impregnada de soledad. Un alejamiento que me parecía llegar al alma. Así que todas estas emociones me disolvían paso tras paso en la intimidad. Me embotaban silenciosamente junto con la perdición de los segundos. Eran mis segundos y a veces nada ya sin mis segundos perdidos.

De hecho, hoy no quiero saber nada más sobre mi olvido constante. Tampoco quiero saber sobre las otras desgracias humanas. No me importan tanto como la vida mía. Soy algo orgullosa desde los profusos adentros. Sólo quiero dejar ir esta agonía insoportable que me golpea sórdidamente todo mi ser desgarrado. Sacar estos sentimientos de mí, pese a la desesperanza que se hace para todos los culpables, lo deseo con ganas. Igualmente sé que debo retomar el aliento para distanciarme de esta postración, donde me encuentro algo hastiada de la quietud. En el momento concibo mi cuerpo algo hundido del presente. Estoy casi sin fuerzas y me es difícil recuperarlas. Así lo percibo tristemente. Esta causa principal se debe a la fuerte dosis de cocaína que ingerí hace algunos días escaseados. Mamá no sabe nada de esta recaída. Fue en la noche mi otra perdición. Pasó antes de llegar al departamento de siempre. Lo hice a solas en un rodadero de cualquier verdad odiosa. Me absorbí varias dosis delirantes. Fueron algo ligeras mis aspiraciones del dulce blanco. Me

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alejé del desasosiego por unas horas y pronto volví a la locura. Y eso me tiene más mal que antes en mi cadencia de nociones extrañas. El vicio hace que me debilite esta sangre de venas heridas El desespero pues me hostiga impunemente. Vienen las sustancias y me desploman en los desánimos brutales. Se idean mis gritos con el pasar de los destiempos. Pero lo peor es que aún no consigo dejar este vicio. Lo intento y lo procuro varias veces. Trato de sacarlo del fondo de mí. Quiero hacer renacer alguna voluntad por rehabilitarme. Anhelo dejar esta maldita droga que me hunde. Es algo que desprende al otro lado del sin sentido esencial. Pero vuelvo otra vez sin algún respeto a la viciedad. Caigo enseguida al abismo de ahogos y desvelos que irritan mi memoria. Luego este descontrol me flagela profusamente. Es sólo comenzar a tomarme una o dos cervezas en las afueras de cualquier bar. También es apenas oler el humo de la marihuana en los lugares más remotos o sociales de los encuentros. Así entonces vuelve de golpe este desespero. Me coge sin ningún aviso esa ansiedad por fumarme un bareto de sosiego. Al rato ya me resurge esa furia por ingerir drogas más fuertes. Es pues la marihuana algo breve que no me hace casi nada para calmar esta adicción absorbente

La última vez que recibí control médico, fue en el Hospital Central de esta ciudad desconcertante. Es para mí como un infierno pequeño ese sitio enfermizo. Todo sucedió para mí hace dos semanas. Era un martes más bien diáfano entre su frescura. Si mal no recuerdo estuve donde ese psiquiatra de siempre. El matasanos llevaba ya mi caso hacía un rato. Estaba pálida por ese entonces circular de mi desorden palpitante. Cuando apenas me miró el médico, pronto él volvió a recomendarme un largo tiempo de recuperación en el Centro de Cuidados Mentales. Quiero decir, que me sugería un peor encierro que el de mi cuarto estrecho. Estar siempre allá entre las lagunas brumosas. Estar y no estar sin nada de libertad. Verme internada en un centro de locos sería peor que una muerte. Ante aquella proposición, yo le dije que no; inmediatamente. Eso no lo quería pero para nada en mi vida alocada. Eso no lo quiero intentar para ninguna otra oportunidad razonada. No me aguanto un sólo segundo de ahogamiento menguado. Eso si que no me lo soporto. Además ya lo tengo bien claro desde mis otras puertas posibles. Obviamente mi posición imperturbable se debe a que me molesta estar allá metida simplemente entre el aburrimiento del día. Apenas lanzando silbidos y miradas vagas a la tarde, así no aguanta vivir. Además no me gusta permanecer entre unas fragosas paredes sin compartir; por lo menos con alguien de mi entera confianza premeditada Así que prefiero ir a recorrer el parque Bolívar de mis ausencias rotas. Ir ya en compañía de mamá y mi hermana; igual, no espero retrasar más los estudios del nunca acabar junto con los desvelos intolerables. Pero cierto, ya quiero terminar la carrera pronto. Es medicina mi escogencia ilustrada. Fuera de eso preferí seguir con la adversidad que me corresponde para este ahora dislocado. Así sea doloroso y así sea

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algo contrario para mí este perpetuo presente. Por lo tanto dejo andar estas evocaciones que se disecan de a poco. Se pierden así como se van las hojas negras junto con el paso del viento. Aunque eso sí, antes que nada, espero superar estas alteraciones de mi ser rehusado. De todos modos no quiero hacerlo como sugiere ese médico de mirada indiferente. Sé por mi parte lo difícil que es salir bien librada. Por pura lógica, si no hago caso a las recomendaciones del consejero; puedo terminar más mal que la propia cuentista, Dorothy Parker. Este mal destino lo puedo entender complejamente, sin embargo y pese al invierno; sigo aún con estos altibajos aciagos y todo el resto, pero así espero salir de mi pesadilla lentamente

En cuanto al recuerdo de los tratamientos pasados, pues me han desintoxicado algunas veces. Lo han hecho en tres ocasiones precisamente. Afortunadamente he salido bien del mal incomprendido. Ya sobre los controles circulares tan sólo he de rememorar la segunda vez cuando estuve en el consultorio del cuidador de locos. No mentiras, no lo tratemos tan mal. Es molestando nomás al buen señor Es algo elegante el viejo. Este psiquiatra se ha portado bien conmigo y todo lo que se le parezca desde su nobleza. Es todo bien el calvito de mis ratos contrariados. La cita entretanto fue hace unos seis meses aproximadamente. Fue exactamente para ese mismo tiempo. Repaso en mi conciencia que me recibió cordialmente. Fue igual que la primera vez cuando me atendió. Luego me conversó con algo de preocupación sobre el cambio de hábito que debía tomar drásticamente. También escuchó fielmente las observaciones del resto de mi personalidad, que conté sobre mi intimidad. Trató mi historial impensado de infancia. Quiso el bien para mí. Me trató con cierto cuidado. No fue grosero, ni señaló mi debilidad sobre los alucinógenos. Y así pues finalmente, si la vaga memoria no me falla, cuando salí hacia la sala de espera, me formuló el medicamento para controlar esta ansiedad de siempre. Es necesario además para la adecuada coordinación de mis fluidos químicos; las pastillas médicas, regulan mi organismo interno. De este modo entonces; si ingiero las pepas de mis tantas madrugadas justamente, suavemente me voy colocando estable. No totalmente desde un absoluto equilibrio mental, pero bien o no, me van mejorando con el paso de las palomas intensas durante las tardes rompientes. Eso sí es toda rara esta medicina. Se siente una sobradamente dopada cuando se toma las tabletas. Luego me voy adormeciendo tras el paso desapercibido con el mismo suceder del pasado. Es así lo esencial de mi caso intensivo. Claro están los otros lados. Son las equinas negativas del asunto. Se dan cuando no ingiero las pastillas como me lo indica precisamente dicha fórmula. Pues de golpe me voy entrando al giro de mi crisis depresiva. Es algo angustiosa para mis nervios y ya para los instantes siguientes me va dejando un arduo desespero por volverme a drogar. Me hace pues ingerir este maldito polvo de blancura otra vez. Esa porquería de coca que me tiene así de tumbada

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entre la quietud; me deja casi tan mal, como unos años antes, cuando me sabía casi destruida y casi sin vida.

Volver al principio de mi desgracia será siempre algo enceguecido. Me corresponde aún hoy entre los presentimientos sabidos, vivirlo y soportarlo. Ahora me divago trémulamente entre la tarde desvelada y toda disecada, que nunca olvido. Pasó siempre cuando iba al parque frondoso de enfrente en donde a veces me hago para leer un poco de literatura. Para aquella ocasión, me hice por ahí con los parceros del barrio de atrás. Había unos y otros conocidos quienes estaban recostados en las bancas del concreto grisáceo. Daban lora por ahí con sus risas juveniles. Para ese recuerdo yo no estudiaba aún en la universidad. De vez en cuando salía con ellos para pasarla bueno. La pasaba entre paseos con toda esa gente dichosamente agraciada. Todos conversábamos asimismo sobre historias de noches misteriosas y terroríficas. Luego tratábamos la música actual del mundo. Era el rock el arte que nos gustaba por esa fuerte armonía. Aparte de eso parecíamos estar más jóvenes que el resto de esta generación pesada. Eso sí molestábamos mucho a los vecinos del sector urbano. Nos burlábamos jugando a timbrar en las casas de siempre. Igualmente nos reíamos tanto para aquellos días que serán otra vez inmortales. Pero ya como otro resoplido de pureza que limpie las lunas ocultas; sabía que tres compañeros del parche armaban y fumaban desde hace un buen tiempo, algo de marihuana. No veía tanto problema al caso por mi parte. Antes se hacían lejos del parque. Al rato ya volvían todos sollados y con sus nebulosas. Pero ni que decir de ellos. Esos tres parceros eran altos y crecidos. Llegaban enseguida con los ojos rojos y de repente se colocaban a decir un poco de carajadas. Hablaban de perros voladores. Decían ver unas nubes nodrizas y no sé que más cosas raras. Al final hasta risa me terminaba dando de verlos tan embebidos. También aclaro otra sospecha más en lo sentimental. Era que sólo fumaban marihuana cuando pasaban esos momentos acabados, idos en dificultades, sin embargo, pasados algunos días lluviosos, ellos empezaron a pegarlo ahí en el parque, justo en frente de todos nosotros. Ya fumaban sin tanto misterio delante del parche. Yo me ponía a pensar varias veces sobre esa actitud de ellos, cuando yo llegaba a mi cuarto. Lastimosamente tampoco coloqué mucho catolicísimo a esa vaina. No le puse cuidado casi al vicio de los parceros. Así que me equivoqué de un solo golpe mental. Por otra parte así más o menos fue como transcurrieron mis días por entre esos rincones de juegos y columpios descoloridos. La vida misma transcurría entre lentos amores y demás besos furtivos. Amores ideados sin mayores sobresaltos, nada comprendidos en su pánico exagerado. Después se fueron fraguando varias noches de lunas plateadas. Andaban junto con otras conversaciones también animadas. Pero claro está que hubo un tiempo donde yo dejé de verme con el parche en las noches. Era cuando más lo pegaban. Ya se veían muy adictos. Ellos se pasaban pero resto

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con ese juego de fumar a cada rato parejo. Además había interiormente muchos miedos en mi vida, ya que antes de despertar al día de las rutinas, pensaba en no entrometerme más con esos parceros Eran las recomendaciones de mi madre, las cuales generaban alguna razón de peso sobre mi alejamiento. De todos modos, estaban mis inesperadas compañías y queridas amistades. Por lo tanto, volví al grupo sin más espera con los días. Sólo entonces, para esa tarde calurosa del pesar mío, fue cuando vi a mi amiga, Andrea quien estaba fumándolo tranquilamente junto con los otros amigotes. Al mismo tiempo, me vine a dar cuenta de que el resto de amigos, también ya estaba empezando a ponerse de muchos ojos rojos.

De entre todo ese parche, no se me hacía extraño de ninguna persona reconocida que fumara. Pero ver a la Andrea soñadora, verla a ella, embrollada en este rollo, fue para mí un golpe tremendo. Eso ya era como para tener cuidado con esa gente irreverente. Yo me sorprendía sinceramente viendo a la Andreita fumando yerba. Era mi amiga de la vida, quien vivía cerca del conjunto en su casa familiar, hace mucho tiempo. Era tan inocente como una niña recién perdida del paraíso. Antes ella no mataba ni una cucaracha. Y para esta realidad equivocada, yo si no me lo creía, hasta cuando la miré toda transformada con su cara, toda bañada de ojeras pesarosas. Pero en fin de estas más ideas; nosotras estuvimos unidas a nuestras bebidas lujuriosas, para esa vieja tarde del quehacer inexistente. Ya si mal no estoy al poco tiempo, me ofrecieron una sola fumada, yo, me negué desde el principio cuidadoso Era estar entre el abismo y la luz. Yo al principio quise dejarlo resueltamente. Pero ellos insistieron otra vez desde sus mismos encantos del desamor. Luego fueron rotando este vicio. Así que entre la buena armonía de los amigotes, cogí el cacho de marihuana y fumé en demasía, fueron varios plones de olores voladores. Algunos meses después, ahí sí que me fui al pozo, casi sin darme por enterada.

Ya para este momento, me hallo más bien algo calmada, que hace unas horas obsesivas. El reloj de mi celular Samsung marca las tres y cincuenta de la tarde Eso miro lentamente en la pantalla. Es una hora precisa para arreglarme desde mi elegancia luminosa. Tengo que dirigirme hacia la universidad del drama. Hay que recibir las cátedras de siempre. Apenas estamos iniciando otro semestre. No tengo mucha demora entonces con el deber educativo. Hoy tengo clase de cuatro a ocho solamente. Hoy espero llegar un poco tarde. No hay ningún problema. Sólo ir para ver la cara del profesor que falta por conocer desde sus repeticiones. Después lógico será prestar atención al encuadre pedagógico. Y ya no más para hacer. Será estar toda fresca con la misma desgana. Por eso siempre me digo que la primera semana resulta siendo un relajo en la universidad. Eso en el salón no hacemos más que discutir sobre las posibles variantes de estudio. Mirar modos de evaluación. Sabernos entonces entre las paredes blancas que a veces aturden mi equilibrio y

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mis otros sentidos del dolor. Nomás resurgirá enseguida el descanso del bien y solamente verme a la salida con el flaco de mis clases de siempre. No espero tomar eso sí nada de alcohol con este larguirucho del recuerdo alterado. Este amigo me acompaña desde que empecé la carrera médica. Nos conocemos desde cuando estudiábamos en bachillerato. Ambos salimos del colegio Champagnat. Eso se sabe casi todas mis andanzas. El pelado pues es un parche. Antes andaba con mis amigos, los viciosos. Pero mi flaco se abrió a tiempo. Además no lo niego para nada. Pero el Marciano ha sido todo bien conmigo. Ha estado en las buenas y en las malas entre sus mismos ratos de entregas. Ya sobre estos últimos días tormentosos, el Marciano, siempre ha estado ahí presente, junto a mis pesadillas del ayer y del hoy. El flaco está consolando todos mis delirios más que ningún otro amigo. No trata de ser algún amor que espero claramente, sin embargo y pese a todo, el parcero del alma, intenta estar conmigo cuando puede consentirme, para esta misma guerra del nunca acabar junto al bien. De eso ya no tengo dudas, por lo tanto comprensible, yo lo quiero demasiado.

Ahora será algo oportuno ducharme de una buena vez. De lo contrario, ahí si no salgo es pero nunca de este pequeño recinto azulado. Sólo ir al baño de siempre. Luego verme entre el agua traslúcida de la desnudez. Quitarme esta ropa de dormir sin más ansiedad. Sentirme entonces algo más viva que esta mañana entre un quehacer más del día. Vuelvo enseguida a mi alcoba de empapelados, algo blancos y algo azules. Abro entonces el guardarropa esmaltado. Miro lentamente los vestidos de colores. Trato ya de escoger un bello conjunto para este resto de tarde refulgente. A ver que me pongo. Este vestido no. Casi no me sale con el color de mi piel. Mejor me coloco esta blusa blanca de dacrón y el jean azul claro. Luego me acomodo este abrigo rosado y las zapatillas negras como mejor pueda. Al instante me subo el jean lentamente por entre las piernas desnudas. Siento como la tela recorre mi flácida belleza de mujer. Me queda un poco apretado. Así me gusta verme. Listo queda mi estilo de linda colombiana. Las gafas oscuras no las quiero llevar. Lo que si no dejo es mi bolso de tejidos artesanales, tampoco el cuaderno del semestre pasado.

Me veo bien arreglada para esta noche del acercamiento cuidadoso. Me encanta pues colocarme esta ropa de chica ilustrada. Es una de mis tendencias preferidas. También llevo los cabellos alisados. Las mejillas están ciertamente ruborizadas. Así las siento hermosamente en lo presencial. Ya antes de salir del encierro; mejor procuro regalarme otra mirada, junto al espejo enterizo de las muchas contemplaciones. El adorno brillante está colgado en la sala principal. Me acomodo mi cabellera un poco más. Sigo alisando con cuidado mis cabellos. Observo además mi exquisito rostro junto con la sensualidad. Ahora esquivo los muebles del verdoso pastel. Ya por fin salgo de este aburrido departamento.

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Abro la puerta del frente y me voy del encierro doliente. Me alejo del mundo disperso en donde habito. Me voy dispuesta a tomar la ruta número uno. Más en la calle, esperar el autobús solamente en algún paradero de la avenida Guabinal. No queda tan lejos de donde vivo la universidad, afortunadamente.

Aquí y ahora, no hay mucho movimiento en las afueras urbanas. Me bajé hace un rato del bus que tomé hace unos minutos. En estos momentos ando solitaria por la calle roja. Este destino me lleva a la entrada de la universidad. La calzada por la que voy parece estar húmeda. Esquivo asimismo uno que otro charco de suciedad. Sigo ya con mis sin horas. Extrañamente sólo hay dos jovencitas que van por la misma calle del frío. Parecen ser de primer semestre. Acabo de cruzarme con sus vanidades. Me miran con algo de desdén. Ciñen un poco su frente. No les pongo mucha atención. Más bien pienso en la señora de piel cetrina que acabo de ver. Ella vende chicles y dulces en un carrito café. Es pobre la viejita. Aguanta comprarle una caja de Adams. Pero no sé, espero analizo bien la vaina; mejor no lo hago. Mejor sigo mi camino por entre esta atmósfera de bajos vientos, que percibo tan helados. Más algo más habrá que saberse. La lluvia ha cesado hace algunos minutos. Pero ese cielo distante, sigue gris y sigue nubado, sin algún resquicio de luz que anuncie algo de calma, durante el resto de la tarde y la cercana noche anunciada. Quizá vuelva a llover entre algunos ruidos de cigarras. Eso es lo más probable que pase a los habitantes temerosos. Por los días que corren, pues la evidencia del tiempo, se hace más bien incierta; parece verse inestable, muy alterada, bajo esta continuidad de alteraciones, sabida junto a su destiempo atroz.

Aquí ya prosigo velozmente entre mis muchas pisadas. Voy más retardada que nunca antes. Casi no llego al salón que me corresponde. Me perdí un poco buscando el número indicado que decía en este horario. De momento me asomo por un lado de la puerta de hierro. Miro a ver si ya llegó el flaco. No está por ahí en ninguna parte. No importa. De modo que decido entrar al recinto con algo de sigilo. El nuevo profesor es de cabellos negros y entrecanos. Veo su piel morena. Así me lo imaginaba. Apenas está comenzando a dictar su ambiguo discurso sobre lo que va a ser en este curso. Tiene puesta una camisa blanca, totalmente limpia. Lleva un pantalón azul oscuro a rayas negras Mientras sigue con su charla, se lleva una de sus manos a la barba ligeramente canosa. Yo sólo pido permiso al Manuel. Es un compañero de cabellos largos y alborotados. Es algo visajoso. No se quita ese uniforme gris ni para ir a un paseo de verano. De repente me mira de reojo. No le presto atención. Sola avanzo a paso lento, por el estrecho pasillo de la fila. Ahora me ubico en uno de los dos pupitres totalmente rayados, que estaban antes desocupados.

No hay mucho ruido en el salón. Solamente escucho la voz menguada del profesor. Estoy sentada en el puesto. Me cruzo de piernas elegantemente. Miro entretanto el

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interesante dibujo de un zombie. Viene recreado con lapicero negro en mi cuaderno de color rosa. Procura ofrecer algún aspecto de salir de su paraje fangoso. También parece estar bien diseñado desde su cuidado artístico. Veo desde la distancia que mi dibujante, no prestaba demasiada atención cuando estábamos juntos. Este personaje lo hizo el poeta. Me lo imaginaba desde hace unas noches. Siempre está perdido en su fantasía de muchos personajes. Ya elevo lentamente mi rostro para mirar alrededor exterior Veo pocos grafitis en las paredes clareadas. Hay apenas un mensaje sugestivo de tonos verdes. Dice con letra poco legible; Eleva tu voz interior para que procuremos, entre todos; una verdadera libertad. A propósito, tampoco no hay muchos compañeros en este recinto aislado de muchas dispersiones. Hoy vinieron pocos a recibir esta clase. Escasamente descubro unos diez estudiantes entre sus miradas desconcertantes. No debí haber venido. Me siento además algo aburrida de toda esta gente. Por razones obvias casi no hablo con ninguno de ellos. Estos compañeros son muy chismosos. Se pasan de entrometidos. No hacen sino vivir pendientes de la vida de los demás. Y eso me molesta hasta cuando estoy en casa pensando sobre mis intimidades. Entonces por estos motivos ya tuve variadas situaciones alteradas, resuelta así por el estilo del grito defensivo. De hecho pues sólo me trato con el flaco y por ahí con la Sandra. De resto prefiero apenas un saludo de cortesía y nomás.

No pasan los minutos a la vez para este atardecer profuso de frivolidad. El profesor extrae entre tanto unas fotocopias de su portafolio de cuero. Las extiende de pronto al estudiante bajito y visajoso que está justo enfrente suyo Yo no lo había visto desde hace dos semestres Pensé que se había retirado. En fin. Que se le hará. Luego vuelve al tablero el profesor. Se ubica allí para tratar sus porcentajes posesivos. No le presto atención a sus evasivas para dejarnos más trabajo que antes. Solamente cruzo los brazos en mi puesto y dejo reposar mi delicado rostro sobre las manos. Estoy algo cansada. Aprecio mis manillas negras mientras tanto con el silencio. Una de ellas se encuentra algo desgastada. Trato de alisarla un poco más que antes. Ya para otros instantes decido cerrar los ojos. De repente entonces acabo de recordar otro delicado hecho que desgarró mi vida. Lentamente me va llegando entre varias nociones de una sola tragedia. Hay entonces unos y otros constantes pensamientos que expresan la inconclusa vez; cuando intenté suicidarme, cuando decidí no seguir más con mi destino tropezado.

Intenté mi equivocación una sola vez desde las raras locuras. Fue hace tres vastos años cuando quise dejarme sin sangre. Ahora son indisolubles estos espejos rotos en mi mente algo dejada. Sé que me faltaba mucha madurez. No tenía un uso de conciencia suficientemente estructurada. Además no sabía del daño que hacía a mi cuerpo cuando me drogaba fugazmente. Pero es que no parecía tener mis días aplacados. Aunque aún no los tengo totalmente. De momento pues los días no son tan profundamente oscuros como antes.

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Ya como me expresé antes, para mi principio, sólo consumía droga para probar nada más y saber que se sentía desde estas ilusiones. Claro que después busqué el vicio como mi único refugio de fantasía. Entonces fui cayendo lentamente a esa cocaína viciosa. Y hubo lástima en mi resto existencial, porque la vida se me hizo tan contraria, tan embebida se me hizo, que se transformó como un indescifrable retraimiento de desaciertos desplegados. Era estar sintiendo mis interminables delirios y era saberme entre prominentes visiones desiguales, las cuales padecía mucho en lo mental.

Ahora entonces, recuerdo claramente aquel odioso día, cuando procuré no seguir más y no estar más en mi existencia. Fue durante la noche de un martes brumoso de abril. Yo me dirigía hacia la casa de Andrea. Era aún mi mejor amiga desde mis quimeras vaciadas. Sabía que ella estaría sola para esa noche del horror. Se vería sin nadie más que sus años conmigo. Desde luego sus padres habían tenido que viajar a Bogotá el día anterior. Además de esto ambas entendíamos que su empleada Narcisa, permanecía sólo hasta la hora del mediodía. Eso era algo esencial para nuestro loco ideal. Ya unos días antes, yo había decidido hablar con Andrea en la frescura de su estudio sobre mis cosas íntimas. Traté con ella esta misma razón de querer no querer ser más con mi vida. No comprenderme más bajo este insólito desconcierto de pesares, yo lo quería y ansiaba. Ante mis declaraciones, ella no pronuncio ninguna palabra en varios minutos. Sólo calló su voz dulce. Luego aceptó asintiendo junto con su rostro de pianista. No dijimos un canto más al viento. Sólo dejamos andar la música del rock. Entonces ciertamente para esa noche acordada, me dejó inhalar una fuerte dosis de cocaína. Era de la droga más pura que habíamos pudimos conseguir en la ciudad. Ya en su cuarto umbrío, fue cuando me olí toda la adrenalina blanca. Ambas teníamos todo listo desde el otro lunes anterior. Luego pasé por consumir otros fármacos mortíferos. Queríamos fraguar de golpe así este desvanecimiento de muchos instantes hasta siempre. Afortunadamente mi tentativa de suicidio terminó mal. Fue por algunas cuestiones insondables de azar. No sé como tuvo que pasar de agraciadamente y salvadoramente. Yo me estaba ahogando de una forma lenta. Sentí mi presencia ida hacia los muchos vértigos pesados. Pero entonces la madre de Andrea se apareció inesperadamente en dicha habitación inadecuada. Extrañamente había adelantado su regreso para esta ciudad musical de Colombia. Parecía ser un solo presentimiento traído de mi invierno. Ella decía verme a mí desde sus pinturas renacidas en su memoria. Ella decía ver mi sufrimiento entre su presente entrecortado. Por eso volvió al encuentro de nosotras y salvó nuestras vidas. Aquí entonces concluyo este asunto de presumidas sombras. Ya no diré una sola palabra más sobre mi cuidadosa intimidad, porque esto me es personal y me pone mal.

En este momento, abro los ojos para mi realidad otra vez. Me alejo ya de esos molestos recuerdos. Siento que me aturden de cuando en cuando mis nervios. Trato de

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distanciarlos más y más de mi memoria asombrada. Puedo conseguirlo lentamente. De momento trato de prestar un poco de atención al diálogo del profesor. Veo como su mirada grave precisa mi belleza. Es algo perro este profesor. Solamente lo dejo atrás junto con su deseo retraído. Ahora me doy cuenta de que quedan escasos minutos de clase. Miro la hora en mi celular oscurecido. Marca las cinco y cuarenta de la tarde. Es un instante preciso para salirme del salón. Es mejor hacerlo de una buena vez. Salir por ahí y mirar a ver si me tomo un jugo en las afueras. No es que sea tan vaga. Nada de eso por el estilo. Es que sólo quiero tomar aire un poco para mí. Ver quizá algo más que este simple recinto del aburrimiento. Además ahora me corresponden otras dos horas de claustrofobia. Lo peor que es en compañía de los mismos compañeros del sin entendimiento social. La otra clase si es interesante. Es más distinta que las otras. No es tan magistral como la que estoy viendo tristemente Pero que me pasó en esta distracción amorosa. No me di ni por enterada. Quieta; mujer, sorpresa ante mis ojos negros otra vez. Hay otra llamada perdida. Es muy curioso. Eso debe ser el escritor. A ratos es como algo intenso conmigo. Pero me cae bien en todo caso. Dudo que sea el flaco. Este parcero casi siempre marca desde su celular. Además hace días el escritor quiere que nos veamos en cualquier bar nocturno. Igualmente se me hace extraña su nobleza. Pero no lo dudo. Es el joven escritor. Estoy casi segura desde mis muchas percepciones sobrenaturales. Así que esperemos a ver que pasa; el tiempo lo dirá.

Han pasado casi dos horas desde que apareció la llamada perdida. Estoy ya en mi cuarto desvelado. No quise ver la otra clase. Al final me arrepentí. Me siento además sin muchos alientos en todo el cuerpo enflaquecido. Acaricio mientras tanto mi desnudez sucinta con la noche. Pareciera que no hubiera salido de mi encierro realmente. Me veo eso sí recostada en la cama. Veo algo de televisión sin mucho estremecimiento. Antes que nada pues me dije que no iba a tomar alcohol en las afueras de la universidad. Y así lo hice sinceramente. Renuncié de tomar trago para esta noche de cielos perdidos. Dejé de tomar en el bar de Bitácora. Este era mi bar preferido de mi acabamiento humano. Regularmente iba con el flaco y la Sandra punkera. Hay veces cuando frecuento este sitio de bohemia. No es lo mismo como antes lo hacía para cada viernes enloquecedor. De todos modos para esta ocasión pasé de largo. Sólo llegué a mi departamento bien adornado. Mamá me recibió enseguida con un caluroso abrazo. Horas antes, cuando me estaba tomando el jugo en Tertulia, mamá a su vez me había llamado para saber donde estaba yo Menos mal estaba bien. Luego de llegar al hogar, comimos las tres algo de pizza italiana. Cenamos con mi hermana quien se apareció por fin ante mis ojos achacados. Se veía bellamente arreglada. Eso parecía haberse visto quien sabe con que hombre No me decidí preguntarle. No hablo mucho con ella sobre su intimidad. Lo normal que pasa entre hermanas. Por lo demás sólo

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conseguí escuchar otra noticia del escritor. Sucedió entre la misma comida. Mamá no fue precisa con su mensaje diciente. Sólo dijo que me necesitaba para un caso de mucho misterio. Fuera de eso mientras nos terminamos de comer la pizza hawaiana, bajo la lámpara dorada que ilumina el comedor, nos reímos todas tres sobre nuestras andanzas del día. Yo la verdad no hice mucho este viernes. Apenas fui a clase y ya. No dije más que mi verdad temerosa. Otra quien tampoco habló de su día fue mi hermana. Quién sabe que esconde tras su cara risueña. Habrá que estar pendiente de ella para sacarle así sus secretos de mucha juventud.

En cuanto al presente, no sé bien sobre el resto de mi suceder perdido. Igualmente no quiero susurrar más al sinfín de mis ideas. Saber nomás que ya es hora de apagar los ojos para distanciarme de este lugar. Ahora irme hacia un hermoso sueño de nunca acabar. Una fantasía que ande rodeada de varias poesías realistas. Verme reflejada en mis pobres ilusiones. Espero que se esbocen así hasta el día de mi nuevo sin mañana. Así que para esta noche no quiero quedarme a dormir en el cuarto de mamá. Hoy sola anhelo estar entre la soledad. Andar entre mis profundas tristezas. Pues tampoco hay deseo por chatear hasta las vigilias de la luna. Era lo que acostumbraba antes. Ya tengo la luz apagada. Sigo sola entonces en lo presencial. Me siento solitaria bajo la sombría penumbra. Ando escasamente reflejada por la luz del televisor. Están pasando una película dramática en Lokombia City. Igualmente se me hace algo aburrida. En realidad, no hay mucho pudor entre estos amantes, hay cierta perfidia en ellos. No pasa igual nada extraño por allá lejos. Además se me hace antigua esta cinta del ayer que ahora veo. De modo que es mejor tomar el control negro. Luego apagar este aparato de los tantos trasluces. Lista pues mi noche tenebrosa. Hacer ahora una oración de lluvias nocturnas. Hacerla de verdad desde mi gran inspiración. Luego envolverme en mi sábana de nieves grises y de tiempos invernales; para seguir así entonces hacia lo hondo de mi ser mágico, entrevisto hoy, entre mis sueños inolvidables.

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UNOS AMANTES BAJO LA LLUVIA

Era otra vez un miércoles milagroso de agosto en la vida y durante ese día, bajo el pequeño mundo terrenal, corrían las muchas realidades inconstantes. Allá adentro, todo giraba entre una intermitencia de muchos ritmos poéticos y rockeros. Entre tanto, un escritor esperaba a su poetisa del amor en el parque romántico. Así por cierto, se sabía su instante con extrema quietud, junto al suceder lento de la ciudad musical, donde vivía. Este joven de letras, igual a su hora, andaba serenamente melancólico Auguraba sólo a la mujer en el parque del romance verdadero y solamente florecido. El mismo artista, anhelaba mientras tanto a su propia enamorada. La quería, cuanto antes para su acortada vida de pesares, junto a su juventud Era además la vida suya y turbada, llena de sin sabores en tiempos ensombrecidos. Esa tarde invernal, el joven se veía sentado en una de las sillas rojizas del lugar frondoso y bañado con aromas de eucaliptos. Así que ideaba por allí lejanamente un difícil arribo, por parte de la muchacha escasamente suya. No sucedía tristemente su esperanza con ella, porque la mujer se hacía ausente, toda su cuidadosa belleza, toda femenina, estaba lejana. En tanto a su hora, el escritor no fumaba ningún cigarrillo. Tampoco odiaba a nadie entre la bondad persistente. Sólo había un café a su lado izquierdo simplista. Tomaba la bebida ahora entre varios sorbos lentos. Luego él desnudaba desde su imaginación algún anhelo por reconocerla otra vez a ella hermosamente. Ver a su mujer en compañía de sus versos y verla al compás de sus calurosos sentimientos de ternura, lo ilusionaban en amor. Sin renuncia, el joven escritor procuraba igualmente un solo romance, muy sabido en reboso idílico, desde su infancia lejana hasta su pronta juventud delirante. Era algo así como una angustia por querer seguir existiendo por ella, pese a la incomprensión del vasto trasegar azaroso, que llevaba su vida.

El escritor, llevaba para el momento su vaso de café, casi a la mitad del sin sabor esperado, ante su profuso desespero, ya que no llegaba la mujer. Daba por ahí otro sorbo a la bebida oscura, entre los olores plácidos, junto al viento ondulado del día contrapuesto. Después miró hacia la profundad de sus recuerdos, entregados al placer solitario. Sólo entonces así recomenzó por clarificar, la caída de una lluvia gris, desde el cielo agrietado, para su propio presente indispuesto. Aparecían lentamente así unas gotas de cristal de entre toda esa atmósfera desconcertante. La lluvia humedecía asimismo el prado reverdecido del paisaje, mientras los enramados sauces del parque, se iban mojando tenuemente. Al rato seguido, pues cesó la música artística del exterior palpitante. Pero además fue reapareciendo una alargada bruma de ensueño, cuyo velo blanquecino, fue recubriendo todo aquel ambiente, revuelto entre muchas siluetas de jóvenes colombianos, quienes iban

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caminando distraídamente por entre aquel viejo boscaje de penumbras. Y hubo así pues una sola magia de cautela, para ese día tan venerado y suyo.

El buen escritor, ya ante tal belleza del invierno, pasó a erguirse de la silla en donde se relajaba para cada tarde indescifrable del misterio existencial. Luego fue andando lentamente por entre la bruma, hasta cuando quiso ubicarse, bajo el portal del Teatrino que había construido, atrás del parque fantástico. Se hizo por allí entonces y sin mucha espera desconcertante. Ese día no llevaba además su reloj para el conocimiento de los ratos inesperados. Así que decidió preguntar la hora a una mujer solitaria de cabellos ondulados. Ella andaba en la misma generación impensada de su juventud perdida. La mujer era una rubia de ojos azules y como de mares profundos. Parecía su mirada algo frágil desde su alma oscurecida. Era el cuerpo suyo lindamente enflaquecido. Era su hermosura como una pintura surrealista de muchas vidas entregadas a la humanidad Y la mujer así, prestó atención al moreno desconocido, quien persistía con su mirada, siempre encantada a esa mujer celestial. Al final ella respondió, que eran casi las cuatro de la tarde, para su querer agónico. Dijo estas palabras suavemente contra el propio instante. Rumoró delicadamente su voz con cierto retraimiento mientras miraba su otra cara del gusto sensual. No expresó una sola melodía más desde su boca reluciente. La mujer era algo trémula como una luna amansada. No soltó enseguida un respiro más al otro ser viviente; ciertamente reconocido. Al rato, volvió el rostro limpio de mujer consentida, hacia atrás, sin dejar decir mucho al escritor Hizo así este movimiento veloz para su mismo recelo de temor. Pero también hizo esta mirada rehuida, para querer atraer a este hombre, desde la única coquetería esencial. El escritor por su parte, susurró solamente unas gracias dedicadas. No pudo ofrecer sin embargo nada más de sus sentimientos y ellos otra vez encantados para la mujer. Sólo entonces, contra el otro acto consternado, este buen hombre, volvió junto con el cuerpo, hacia su propio frente salpicado con la lluvia tropezada. Tras el efecto, fue andando trémulamente hasta cuando quiso acodarse sobre el pretil de hierro, que había en el mismo sitio circundante. Era este recinto algo concurrido por las buenas almas del saber esencial. Mientras tanto, para la ocasión, había allí mucho bullicio de gente, entre la pureza aireada del tiempo. Era escuchado además, un solo vaivén de varias conversaciones, ideadas y recreadas, por parte de estos presentes engalanados, ellos amantes al conocimiento profundizado.

Ya tras los otros segundos decantados, el joven escritor, decidió ubicar su mirada persistente hacia la calzada principal de la universidad, lugar en donde de vez en cuando aparecía él por entre la muchedumbre, mientras se entendía cuidadosamente, junto a las tardes de sus verdaderos letargos, siempre encendidos. Pero esta vez y pese a todo, contemplaba la concurrencia de forma distinta, para así tratar de descubrir a la muchacha

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que tanto ansiaba seducir, desde hace varios pasados suyos. Esperaba él allí a la figura de mujer cálida, para sus muchos ratos de relajadas anochecidas. Así que ahora procuraba a ella con su lindura, entre los otros caminantes ciudadanos, ellos quienes seguían recorriendo la calle principal apresuradamente, sin ninguna espera devota. Ellos andaban propiamente fatigados, porque ellos trataban de evitar la llovizna marcial, que no cesaba su ritmo constante, durante el mismo día. Y quedamente concurrían los movimientos quedos de estos muchachos pretenciosos, por adentro de este lugar ilustrado. Era de hecho una universidad de varios recuerdos, figurados con disturbios, bien justificados. Además, eran algo similares estos sucesos presentes del tiempo, para los observadores del propio significado filosófico. En gracia, siempre había allí una sociedad libertadora, entre la cadencia desconcertante.

Por lo demás, nada que llegaba aquella muchacha, ella como de unos sentimientos tiernamente puros. Ella aún no se aparecía bajo la suave llovizna, aún resaltante sobre las hojas de los árboles floridos, ni tan siquiera el canto suyo, salía reluciendo, junto a los charcos del suelo del parque romántico en donde él, quería verse aparentemente con ella.

Al mismo tiempo, los ropajes de los estudiantes lejanos, seguían empapados con aguas claras y oscuras. Así que allí, muchos de estos andarines en libros y bohemia, se dirigían enseguida, hacia el edificio de Norma Patricia. Era más un bloque teñido con vidrios ahumados. De pronto, fue bautizado así propiamente, contra el asesinato mal hecho contra una mujer inocente y buena. Fue un crimen lamentable, perpetrado contra esa mujer revolucionaria.

Ya el instante del escritor, por lo pronto y pese al dolor suyo, prosiguió junto a la brisa traída de las serranías exuberantes, que estaban en el norte esperanzado. La brizna trémula, revoló y vino con su aroma y así ya entre el cuidadoso vaivén, fue acariciando suavemente los cabellos negros del escritor, algo ansioso al deseo mujeril, quien era callado y por bello, un pulcro prosista de versos más bien nerudianos. Un amante entre los encantos, ellos dedicados al amor romántico. Así por su parte, él permanecía silencioso, frente a su ceremonia de cavilaciones alternadas, apostado allí en el Teatrino.

A su tiempo estaba pensativo, entre la quietud de su ser artístico, yacía entre la inconstancia entregada, dada para su poetisa lejana. Ya de golpe se ponía su alma nerviosamente. Se asustaba, bajo algún sin sabor de pensamientos, recargados de memorias antiguas, si quizá no aparecía ella. De hecho; no presentía sino una inspiración perecedera; ante los entreverados espejos temporales, otra vez algo inestables, algo confusos, contra su nocturno bajo en mortalidad.

El escritor, luego pudo salirse de los espejos nublados. Se salió presurosamente de esa abstracción suya. De súbito, logró retornar a la realidad exterior, sin darse cuenta como

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había vuelto a lo racional. Menos mal, pudo conseguirlo velozmente, tras un golpe todo inesperado de vidrios chispeantes. Dio ya para su tiempo, un último sorbo al café, todo recalentado. Segundos después, arrojó el vaso de plástico a la caneca, que había al lado derecho suyo. Esta particularidad de acciones fue recreada tras un solo encadenamiento artístico. Enseguida, dejó sus muchas obsesiones atrás del abismo interno. Pronto pensó en ir a la biblioteca de su ciudad; ella, una urbe toda resurgente con voces artísticas. Así por bien, el escritor quería estar en ese apropiado lugar, dado para sus lecturas, tenuemente sugestivas y ficcionales. Además, hacía unos días recientes, veía a su ser perdido, entre unas y otras invenciones surrealistas, abiertas al desconcierto temporal.

Aparte de tal novedad, presentía su andar sutilmente empapado de aburrimientos inadecuados. Le era molesto verse solo, caminando de un lado para otro lado, desde su apropiada distracción y ella lastimera. Desde luego, mirar al suelo embaldosado en rojos ocasionalmente, era por obvias razones, una absoluta perdición. Así que era mejor poder fulgurar unos cuentos fantasmagóricos. Quería degustar por lo tanto de algún buen relato colombiano; una historia que distrajera y aparatara su vida cotidiana de una buena vez, parecía ser lo deseado. Y aunque quiso irse resueltamente del propio devenir, resonado en muchos pasos alterados; al final, decidió esperar por la mujer encantada, tras otro suceder de más ilusiones agotadas. Dejó correr simplemente la ausencia suya con la soledad suya. Dejó ir nomás este presente de melancolía bajo su absorbente demasía. Arribó mientras tanto, por sobre su mente, algún verso rematado, atractivo entre la poesía universal. Era un magno cántico, traído del cementerio central. El pintor de versos, bueno de los sentimientos, fue un ser humano, un ser de majestuoso, vivo con sensibilidad poética. Fue sin lugar dudas, un gran poeta de historias, bien rebosantes, el cual recordó el joven. Pudo ser un maestro junto para su belleza recitada. Entretanto, este escritor de ratos perdidos, fue repasando la otra voz silenciosa del arte; Comprendo en esta calle que aún la espera es nuestra; que recorro otra música; y más acá del cerco invisibles murallas busco cielos esquivos que mi carne conoce; tardes que te repitan; azahares que me acerquen otra vez al milagro.

Ya una vez acabado el suspiro evocado, el joven escritor terminó las evocaciones como un hilo de arena. Analizó enseguida esta calidez metafórica. Todo se encadenaba asimismo en su cadente historia con milagros dormidos. Recordaba entonces a la mujer otra vez y ella un poco lejana Ella, manchada de rubores abrazados al mismo cielo nublado.

Pensaba él así a esta muchacha consentida, igualmente ideada entre su mente, antes de soñarla junto al jardín edénico de ambos. Y la suspiraba de entre su vida de diosa confiable. Entre lo sucesivo él aún no tomaba ninguna irrestricta decisión. Sólo persistía sin una determinada escogencia de múltiples probabilidades. Era quizá insistir una vez más por la

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compañía suya, bien habitada o era dejar esta cita escasamente atrás del tiempo. Sin verdad confiada y deseosa, luego irse de ella sin sus acogedores abrazos de tibieza, podría ser lo cierto para aquella tarde Sólo alejarse de sus besos a sabor de rosas primaverales, pudo ser lo suspirado. Pese a todo, ambos seres del universo, habían quedado en un acuerdo de gran fidelidad. De resto, se hacía molesto llamar a cada momento desesperante a la mujer. Era como rogar por sus fragancias esquivas de pureza. Y por su ausencia, él no quería más supuestos rechazos, además tampoco pretendía ser intenso con la presunta desaparición suya.

Pero aquí ya en lo misterioso, tuvo que renacer un profundo sentimiento de vidas pasadas. Las muchas revocaciones se movían del escritor, hacia la mujer encantada, con extrema ansiedad. Eran asombrosas las nociones clarificadas del inhóspito pasado. De hecho, ellos hubieron de vivir antes, un amor imposible. Fue una tragedia mal vivida para ambos seres, hace muchos años. El escritor, había sido el suegro millonario de ella y la poetisa era su nuera de lindura engalanada. La mujer para aquel drama, hubo de morir entre los efectos dolorosos, trágicamente de una crisis mental. Al mismo tiempo, durante aquel siglo de luces donde vivieron sus ilusiones, ambas miradas cautivas del romance, permanecían figuradas bajo sus profundas presencias de resurrección. Y ellos dos, eran unos seres taciturnos, ellos de pensamientos versados y poéticos.

Ahora entonces inmaculadamente, esta pareja inmortal, quiso reunirse durante esta nueva existencia contemporánea. Querían pasearse por la niebla simplemente sombría. Desde luego, este hombre deseaba escuchar, la voz celestial de su mujer. El joven escritor, tenía además curiosidad por conocer tan si quiera, alguna excusa suya como mujer. Además, pretendía proponerle una nueva tarde de placeres cautivos. Ilusionaba otra madrugada, junto a los brazos calurosos de ella y ella siempre tan candorosa. Verse unido a su musa del amor, por fin, verla junto al otro presente, saberla con sus besos tibios, mientras todo estuviera bien dispuesto, procuraba ser su intención más bondadosa.

Pero de pronto, pasó casi media hora, cuando el escritor dio su primer sorbo de café y extrañamente, él se cansó aquí de tanta ausencia literaria. Era su espera algo fastidiosa para esta historia lentamente suya. Así que pensó en preguntar la hora otra vez a la mujer del lado suyo. Intentó hacerlo sin mucha escaramuza retraída. Además, quería conocer un poco más a la rubia, quien aún permanecía, sin nada de compromisos, bajo el pequeño recinto de voces reunidas. A su paso se acercó lentamente, hacia esa figura esbelta de mujer rubia. Sin embargo, no decidió abordarla al final. Simplemente esquivó a su belleza galana y se alejó enseguida del sitio, atiborrado de personas donde ella dispares estaban, sin muchas cosas reales por hacer sinceramente. Igual el joven escritor, antes de irse de allí, rozó con sus brazos, la piel de una mujer misteriosa. Era ella una chica de cabellos largos y castaños,

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contra su delgadez preciosamente atractiva. Esta última muchacha, lo miraba desde su propio temor, siempre como intentando reconocerlo, luego de tantos años perdidos.

El escritor, por su parte no se percató sobre esta precavida presencia. Solamente, la dejó a ella con ligereza. Y la olvidó atrás, sin indagar sus ojos siempre limpios. De acto seguido, fue bajando las escaleras del Teatrino, lugar en donde él, se había recostado por unas deshoras envueltas Cruzó a su vez el extenso bosque de los romances venideros. Sintió el abrazo del viento, entre todo su cuerpo, mientras se fue de allí velozmente. Enseguida por varias razones de curiosidad, resolvió llamar otra vez a la poetisa. Lo hizo eso sí con algo de duda resistida Ya quería escucharla con su melodía, más que a ninguna otra dama juvenil, suelta por este mundo. De momento, aspiraba saber donde ella estaba escondida. Pero era claro este resto de desdichas retribuidas y entonces el joven escritor; cayó en la razón, pensó en cancelar esta cita de invierno. De hecho, bajo aquel día lluvioso, no parecía hacerse propicio nada, para amar así con fidelidad, un día de encuentros recurrentes. Nada parecía estar mostrando el día, para suaves caricias, ajenas y cercanas, entre hombres y mujeres, aunados al viaje del espacio juvenil, igual antes que alguna penumbra tardía, la vida no cedía a su realidad mágica, dudaba en dar compañía al escritor, dejarlo abrazado a su mujer poética.

El escritor, pese a todo, caminaba ahora bajo la lluvia gris de agosto, hacia algún puesto de celulares, él bordeando la salida por esta universidad roja. Ya una vez estuvo allá, cerca al puesto de teléfonos móviles, descubrió un rocío brumoso esparcido sobre su camiseta de coloración blanca. Era casualmente una prenda de vestir que se colocaba, sólo para las ocasiones especiales. El escritor, por su parte, desapareció esta lluvia sutil de la camiseta, fue separándola con su mano lisa. Al mismo tiempo, fue y se acercó al hombre barbado de chaqueta azul, quien no paraba de ofrecer sus minutos, bajo una sombrilla piñata, lugar en donde él, terminaba de escampar sus airadas dolencias de pobreza. En tanto el escritor, desde lo personal, extrajo su móvil, que tenía bajo el bolsillo del pantalón. Hizo para sí mismo, estas ejecuciones, queriendo rebuscar el número de la primorosa jovencita. Pronto encontró los símbolos de siempre. Así que aquí, fue pidiendo tiempo para ella, entre su dulzura de melancolía. Empezó a marcar los números correspondientes. Pero entonces, apenas escuchó su voz de cerca, él se detuvo en el acto, porque ahí venía caminando ella. La mujer hermosa, iba por la entrada roja de siempre, ella floreciendo junto a su elegancia de poetisa Andaba tranquila y sin demora hacia adelante. Más se acercaba, paso a paso, hacia los ojos negros del escritor. Esta mujer era así, muy linda, como ninguna otra mujer. Y este escritor, veía su pureza más rumorosa, desde su íntima lejanía. La veía a toda ella, recorriendo plácidamente la melodiosa tarde, acompañada de su sombrilla negra, que la salvaba de la lluvia grisácea.

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Así que en conjunto con los otros instantes románticos, Ángela vistió para la ocasión musical, una chaquetilla de profundidades blanquecinas. Estaba además su prenda de relucir, rodeada con enredaderas violetas, dadas al estilo modernista. También usó una blusa negra escarchada, aparte del jean azul oscuro, que llevaba ligeramente apretado, recubriendo su cuerpo tibio, majestuosamente atractivo. Y ella era una bogotana, rebosante de piel morena y canelada, quien olía como a romeros y gardenias.

La mujer, luego siguió andando con simulada distracción. Se hizo que no reconocía al escritor siempre irreconocible, sólo llegó a fijar su rostro, frente al suyo, apenas ella consiguió ser detenida, esperadamente y queridamente. Fue tomada por el hombro derecho, por parte del propio artista. Ya ante este sutil llamado, Ángela asentó enseguida su mirada otra vez hacia los ojos desorbitados del hombre, mientras sus largos cabellos de mujer se agitaban suavemente, contra el revuelo de unas hojas violetas

Hola, Ángela. Cómo estás. Te esperaba con buen humor. Pero, creía que no ibas a llegar nunca. Por eso te viene a llamar, para cancelar este supuesto juego tuyo, que yo antes ideaba, desde mi equivocación. Además, contra esta tarde tan gris, quien sale a mojarse, sin tanta esperanza, no cierto. La verdad, para mí, sólo salimos nosotros dos nomás, aparte de unos cuantos soñadores, pero bueno, ambos estamos aquí, ya juntos, por fin.

Sabes, bobito, yo iba a hacer lo mismo que vos, pero con más ternura. Ya si tú no consigues detenerme; hasta ni te reconozco durante esta armonía de hoy. Además, te iba timbrar para saber dónde estaba tú gallardía, tal vez esperada conmigo. Ya lo iba a hacer, mira te muestro Finalizó, abriendo su celular Samsung, que retenía entre las manos, bañadas de frio. Luego, extrajo una pastilla negra del bolso, que llevaba para la ocasión y sobre un solo segundo fugaz, se mandó este aparente medicamento a la pequeñita boca

Entre tanto, la lluvia tropezada al momento instantáneo, fue creciendo mientras tanto con sinfonía, sobre toda esta ciudad musical de Colombia. La vida del mundo también andaba junto a la brisa rebotada y calmosa, del propio espacio resaltante. Por lo tanto, se hacía este ambiente con gran belleza, circulando ráfagas trafagadas, adentro de los otros bosques encantados. Era ya una tarde algo tempestuosa, agitándose junto a las ramas rodeadas, entre los sauces y las araucarias, bien florecidas. Así por cierto, ambos amantes literarios, se fueron alejando ahora felizmente del lugar abierto. De hecho, allí no estaban resguardados del inclemente frio. Se alejaron entonces pronto de la universidad roja. Fueron mirando hacia todo el exterior cuidadosamente Después, ellos dos caminaron a su viaje de pasos tranquilos, hacia los locales de comida, circundantes entre la cercanía urbana. Ellos igual al tiempo, trataban sus muchas experiencias curiosamente vividas, desde otras realidades lejanas. Ambos conversaron por cierto sobre algunas imprecisiones suyas, sobre los ideales del universo, al tiempo que departían la misma sombrilla, llevada aún por

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esta poetisa; digna de cierta magia providencial. Andaban mientras tanto por entre una hermosa ocasión de luces inciertas con el día. Ahora, había unas flores violetas de ocobos humedecidos, cayendo al suelo por donde ellos seguían transitando, bien armonizados en primorosos deseos. A su ritmo espacial, ellos se vieron empapados, bajo una danza constante de lluvias floridas, dadas para este ambiente de tempestad. Las flores se posaban enseguida sobre aquella sombrilla clásica de la mujer. Asimismo al lado de cada calle, seguían cayendo las flores muertas, por la calzada por donde concurrían los otros enamorados y algunas parejas del encuentro casual, preciosamente sacralizado. Algunas flores además se dejaban ir volando, quebradas hasta las azoteas de las casas coloniales, encargadas de adornar este barrio viejo, santo y helénico.

Al otro rato del viento, se vieron caer unas hojas sobre la lejanía, mientras los poetas se fueron acercando al bar, Libro y Son. Era más un recinto, más bien literario y artístico; todo rodeado de cuadros, tenuemente profundizados con la historia. Así que desde allí en la galería del bar, se veía una historia colombiana, profusamente contada y retratada junto con las pinturas clásicas, pinturas en donde toda una generación, se iluminaba de arte, tras cada tarde y tras cada noche, enfurecida por algunos muertos inocentes.

Luego, ambos artistas del día, pasaron a lo profundo del bar, colmado de alegorías, donde justamente toda la esquina, estaba con suave melancolía. Ellos se inspiraron mientras tanto con la poesía, conversando entre sus risas calmadas. Era así en conjunto, un día bien alucinado de ricos recuerdos. Seguidamente, ellos advirtieron este interior, tenuemente apagado. Estaba concertado solamente bajo una penumbra espesa, acompañada por un silencio entrecortado. No había nada del simple desliz en música rock. Tampoco había un mínimo rumor de voces intelectuales, ni siquiera esbozadas lejanamente. Ellos así entonces, decidieron ubicarse junto a una mesa circular. Velozmente se hicieron por allí, entre unas mesas vacías, mientras descubrían en la pared frontal, el cuadro de Julio Cortázar. Era una pintura atractiva, bosquejada y retratada, con lápices de color y tenues sombras. Había irradiada una esencia, sutilmente inspirada desde ese rostro, hecho de literatura poética. Era una majestuosa fantasía viviente, reinventada al recuerdo, dado para el cuentista argentino. De hecho estos dos artistas, miraron por un momento, los ojos profundos del escritor Luego lo dejaron atrás con sus libros sobrenaturales. Ambos enamorados trataron enseguida algunos poetas del periodo romántico. Pasaban así esta lindura, porque aún no llegaba nadie, para recibirlos con interesada atención.

El barman de turno, parecía no estar presente, ejerciendo su puesto laboral. De todos modos, no importaba este pormenor mucho al olvido retraído. Pasó el desconcierto distraídamente entre ellos con el tiempo. Se daba así, porque el escritor se sentía envuelto, entre unos aromas de otros poetas antiquísimos. Y así este hombre refrescado frente al

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rostro de su mujer, lindamente cautivadora, estaba encantado. Luego entonces, ambos seres de la creación universal, fueron evocando algunos versos solamente suyos, ellos iban dedicados en pétalos rojos a la inmortalidad y ellos, germinaban perfumados junto al revolvimiento de sus voces, dedicadas al otro semejante querido. Hubo asimismo, unas con otras caricias, recubriendo trémulamente sus propios cuerpos cadenciosos. Fue sentir una sola dulzura elevada, sabida como en procura de otro instante supremo. Por lo tanto, hubo recreada una sola reminiscencia de presentes infrecuentes. Era un solo abrazo de perfecta complacencia, rebuscado entre ellos, igual pese al deseo, faltaba una sustancia esencial, era necesaria alguna bebida de siempre, puesta sobre la mesa, además este escritor existencialista, sentía un poco de sed, desde hacía mucho rato.

-No sé, Ángela. Esperemos un segundo más largo que corto. Dejémonos llevar un poco por el tiempo, antes de seguir hablando sobre nuestra aparente realidad. Dime más bien que pedimos ahora de tomar. Nosotros aquí a solas, entre esta tarde impresionante, pero sin nada de beber. Así pues, escucha, por mi parte quiero tomar una cerveza, bien fría, quiero calmar la sed agónica. Y vos, también gustas de una cerveza, no sé, qué sé yo, mujer, sólo dime, qué deseas tomar.

No, Rubén. Yo no quiero tomar nada de trago. Además, mira, que tal esta cosa, que nos está pasando, nadie viene. Mejor, esperemos a ver si alguien nos atiende. No te preocupes por mí, dejemos la ansiedad. Yo preferiría un jugo de mango; para mí, estaría más que perfecto

Bueno, sea entonces así, todo el gusto tuyo, junto al propio sueño nuestro. Así que sigamos con este otro resurgir de letras luminosas. Es verdad que te gusta al Mario Benedetti, cierto. Te hablo de este poeta nomás, porque me hablaste del uruguayo, hace unos días pasados. Ya pues, será ponernos a hablar un poco sobre Benedetti. A ver, sólo te digo, para mí, no hay ninguna duda irracional, ahora él, resulta siendo un poeta sobradamente contemporáneo. También es un reconocido escritor, así mucha gente, lo critique suciamente. En el caso personal, pues me embelesa su prosa menguada. Es bello leer; te quiero y una mujer desnuda y en los oscuro, te quiero. De todos modos, antes que su elevación literal, elogio primeramente, casi todos sus poemas, porque hay una cuidadosa parte en sus antologías, lindamente socialistas y ellas van con una sucinta danza libertaria. Ahora bien, mujer, hablar sobre su gusto por el cuento, para lo propio, me gustaría considerarlo ciertamente como un creador fantástico. De hecho, veo la creación ficcional suya, algo diferente sobre las otras existentes. Mario, busca innovar desde su intimidad misteriosa, las palabras solitarias. Por eso la esencia suya me gusta más que cualquier novelística de Fernando Vallejo. Además, Mario Benedetti, tiene una gran facilidad para expresar sus anhelos, junto a las hojas de papel. Entre otras cosas; bonita, descubro sus

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escritos, llenos de su historia suya, cuando retrata los espacios donde rodea sus personajes, adentro del buzón de tiempo. Fuera de esta razón, Mario, procura ser perspicaz y lo logra con sus cuentos sorpresivos. Así descubro sus invenciones, cuando miro el universo suyo, finamente derramado, entre sus muchas hojas y tintas de colores negros. Todo cobra fuerza desde su arte reverencial. Pero bueno, tratando compilaciones de cuentos en general, me gustó personalmente; La Muerte y otras Sorpresas, así que de todas las historias, entrevistas en este libro genial, hay en especial, una obra maestra de maestros. El cuento siempre me mata, bajo un solo golpe umbrío; por lo tanto, quiero recomendártelo, Ángela, tuvo que ser, La Noche los Feos, igual, sé que te va a gustar, mujer, indudablemente Mira, mi escritor, que te digo yo. En verdad, te soy muy sincera. A Benedetti lo leo más que ninguna mujer, los poemas suyos, fuera de uno que otro cuento, que me agrada para serenar y colmar, mis noches retardadas, pero sobre este cuento preciso, no lo había escuchado nunca, realmente. Voy a tenerlo en cuenta como punto de diversión. Supongo que será genial disfrutarlo. Ya de acuerdo con lo poemas, me gusta mucho; No te salves, no te quedes inmóvil. Bueno, pero vos, te desvives por leer. Es así tú demasía. Parece que la vida tuya es solamente las letras. Hasta a veces te olvidas de mí. Claro que sí, eres un intelectual, evidentemente sobrado, cierto Decía ella con esa voz frágil, que iba saliendo de su alma purificada, nocturna.

Luego, el escritor respondió: Ángela, no te lo niego, así son mis recuerdos latentes, sinceramente solitarios. A solas mantengo con mis libros. No lo dudes en ningún instante de la vida. De hecho, me gusta hacer literatura. A veces, narro concepciones asombrosas y fantásticas. Intento, realizar más mal que bien algunos cuentos en donde se quiebren las realidades, antes ideadas, bajo nuestro mundo mental. Y no sé, pero lentamente yo voy progresando, entre los arduos caminos de las creaciones infinitas. Con esfuerzo, construyo mi propio arte narrativo. Será bueno decir entonces algo al otro tiempo, tú sabes, yo trato de estudiar periodismo, pero en verdad para mí; la literatura es una gran reina y la amo. Esta expresión, fue suscitada por el escritor de las noches revolucionarias. El reconocido maestro es colombiano. Yo comparto así bien, este buen pensamiento de trasfondos milenarios. Además, sobre esta esencia de escribir, sólo hay que tener voluntad, para sentarse frente al lienzo blanco. Luego tratar de idear este ejercicio de ponerse a inventar personajes, tiende a ser lo complejo. Sacarlos de nuestra sociedad; hacerlos a ellos durante largas noches y largos días abismales, me fascina. Al tiempo, pues nos vamos haciendo otra vez, unos seres imaginarios y cada vez más pragmáticos. Esta idealización, claro se consigue sólo con extrema constancia y mucho esfuerzo. Es concentrar a la vez un estudio arduo desde las apropiadas equivocaciones. De todos modos, cuando caes en los errores, no

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hay necesidad de volver a ellos horrorosamente. Por otro lado; pese a encontrarse uno con ciertas caídas literarias, estas nos muestran el descubrimiento de nuevos rumbos creacionales. Antes, no podía verlo desde mi velo racional. Pero con el bagaje, una las paradojas de creación errada, puede llegar a resultarlas con utilidad, para cerrar un relato magistral; así lo resuelvo yo, desde esta realidad. Y te lo comento, porque estos conflictos de inventiva, me han pasado en varias ocasiones.

Uhm, que decirte, sí, puede ser cierto, sí, tu punto de vista es válido. De algún modo, tienes razón profunda, desde tu invención. No había visto esta otra posibilidad. Oye, otra cosa inspiradora, lindo; te agradezco por el cuento, que me ofreciste ayer. Ojalá te acuerdes. Fue el cuento de Gabriel García Márquez. Ese que tú me recomendaste. Si lo dimensionas bien; trata sobre una mujer excéntrica; era una colombiana, quien iba muriendo desangrada despaciosamente. Al final, uno sospecha que ella fue asesinada, pero claro y sí, te lo musito; El Rastro de Tu Sangre en la Nieve.

Es obvio; Ángela, para eso estaba hecho, para descifrarlo. Y es fácil, volver a esta historia colmada en su tragedia, muy padecida y sufrida. Es más que poético el cuento de esta muerta solitaria. Además está cuidadosamente realizado desde la misma construcción mágica. De allí, me encanta el amor idílico visto con Billy Sánchez y Nena Daconte. Era tan ideal y tan propio este romance. Fue tan hondo desde la inocencia refulgente. En absoluto, para mí, fue impecable nuestro nobel colombiano con sus historias. Es siempre un deleite leer las novelas y los relatos suyos Siempre te deja algo más por descubrir cuando pasas y repasas, la otra lectura con mayor atención. Así que aquí no sé; Angelita, pero te recomiendo otros dos cuentos. Te los resumo, para que los imagines junto al café anochecido del silencio, dado entre tu espacio, indistinto de soledad. Ya estos cuentos que siguen, los creo como grandes obras. El primero es Continuidad de los Parques. No te doy el artista para esta oportunidad. Tampoco te ofrezco avances, sobre su caducidad perfeccionista. Sólo te digo que allí se juega entre uno y otro plano temporal. Hay por ahí susurrados también unos indicios secretos. Así que fue en realidad, un mago este escritor. Para mí él fue muy fuerte cuando se dispuso a hacer la verdadera literatura. Era solitario y fue uno de los grandes intelectuales latinoamericanos. Ya sobre la breve historia, hay un amigo de periodismo quien quiere generar otro cuento, sobre esta misma historia pasional. Eso es ávido por las lecturas del realismo mágico. Así que nosotros, entre la tanta gritería, lo apodamos, El Loco. Yo eso sí, intuyo de lejos su pasión, por querer rehacer este hermoso arte. De sobra, él sabe plasmar su imaginación con la soterrada narrativa. Ahora, mejor te hablo del otro cuento esencial. Este escrito fue bautizado con un Safari simplemente. En tanto, el escritor es de estas tierras y del otro infierno, más decidió hacer la cuidadosa elaboración artística, sobre una paz sin más guerra. Más adelante, te diré otras historias de

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muchos asombros con escándalos, nunca antes escuchados por los hombres. Mujer y no lo dudes, mañana estarán estos cuentos, entre tus manos tibias, pero bueno, hermosa, sobre Safari, te puedo confesar; hay allí una chistosa alegoría. Se crea, desde su leve inmensidad simbólica. Trata de resolverse este conflicto, entre los juegos de video, junto a la guerra sabida en este mundo criminal. Hay en sí, una dualidad sobre los jóvenes ansiosos por la simulación violenta y la guerra. Luego, ellos acaban como soldados tras la muerte desgarrada. Cada personaje, pues va asesinando y al rato son asesinados. Asimismo, se pude interpretar una reseña histórica, sobre los juegos cargados de terrorismo. De más hay que saber, que la obra cita a Duke Nukem. Desde luego, yo veo que este juego es tan sangriento como la guerra colombiana. Así lo interpreto desde mi abstracción alejada. Igualmente, no sé como lo puedas idear tú, ante tu mirada subjetiva. Espero comentes tus impresiones, cuando termines de leerlo. Ahora bien, mujer, por otro lado, entre la mitad narrativa del cuento, aparece una pequeña evocación, dedicada a Andrés Caicedo, lo cual demuestra una influencia literaria, querida por aquel personaje, recién creado. Así que este ideal, puede ofrecer un posible mensaje de trasfondo, para el lector sagaz y maduro

Muy buenas tardes, señores, ahora sí qué desean tomar, para la tarde de lluvia que nos toca hoy Preguntó, por fin, el barman de turno, quien provenía del baño, con un delantal de coloraciones negras.

El escritor, todo serio, aquí pensó; casi que no se aparece este personaje de hadas, Dios santo, pero que demora tan descarada No sé, mujer, pero yo me tomo una cerveza costeña nomás y vos que te bebes.

Yo ya te dije, desde hace rato. Si ves, tú casi no pones cuidado. Préstame algo de atención. Mira y escucha bien. Yo sola, quiero tomarme un jugo y no importa el sabor. Trago, no aguanta para este momento de presunto intelecto Dijo ella.

Que pena, yo lo siento, mujer, perdón eso sí, por la interrupción, pero jugos no tenemos ahora en casa. Sólo hay cerveza. Y está bien fría. Fuera del resto, hay por ahí unas cuantas gaseosas de producción colombiana Pronunció al final del canto suyo, este barman chistoso. Más con su voz y su mirada insinuante, él pretendía entrometerse con la conversación, procurando así sutilmente a la muchacha, recién atendida

Pero bueno, será tomar cerveza. Sí, está bien, otra vez, tráete sólo dos costeñas, pero que estén bien frías, por favor. Y si ves, eres tú Rubén, quien me induce por los caminos del trago venerado. No soy yo sola, entonces la mal librada. Luego, chismosean que es una sola, quien termina de alcohólica. Pero sí, para que mentiras, la cerveza es deliciosa, más con harta espuma, que bebida, cierto que sí, bonito-Sentenció ella, entre su voz armoniosa de melodías perdurables.

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Espera un segundo, Ángela, como así, suéltela despacio. Yo no soy tu adicto para el día. Habla entonces más claro. Si gusta, mejor tómese una gaseosa rosada. Si te hace mal el trago, la prudente es que no bebas, en serio, si te hace mal, mejor, ni lo intentes

No, no importa, tranquilo, sólo me tomo una, sólo esta cervecita y ya nomás.

El rocío del cielo, ahora escaseaba abrazado sobre los tejados de madera. Mientras, se dejaba ver resbalada, la lenta lluvia, rodando hacia las paredes de este viejo bar, un bar ciertamente colmado entre aromas clasicistas. Y el agua, cayendo a su paso y cayendo pausadamente, fue a dar contra el suelo grisáceo del recinto añejo, lugar donde todo se veía rodeado de matas verdolagas y algunas hojas pobladas de hormigas.

El barman entretanto con ojos chisposos, acabó de anotar el pedido en su pequeño cuaderno de apuntes, corroído por algunos gorgojos destructivos. Y aquel día el barman, llevaba curiosamente el cuaderno, entre sus manos, otra vez gigantescas. Un segundo después, fue alejándose de camino a la barra del lugar, mientras esquivaba las gotas lloradas, que parecían de un cristal purificado. El escritor fue y ofreció por su parte, una suave caricia a la hermosura de mujer, ella muy juvenil y delicada en ternura. Dedicó además y ofrendó sus manos al rostro embellecido de esta muchacha, solamente celestial. Volcó así suaves, sus dedos varoniles, junto a ella y junto al invierno inacabado de su rostro. Inventó por lo tanto con reboso, una sola poesía de vida, dejando posar cuidadosamente, los labios suyos, sobre la boca de esta enamorada cautiva, ella antes solitaria. Al mismo tiempo, ambos amantes, fueron y se fueron acercando más y más, entre sus apropiadas intimidades, ansiosamente procuradas bajo sus tiempos desconcertantes Ella mientras en lo mágico, sólo acalló contra su propio destino, otra vez esperado y requerido para ella. Ángela, luego permaneció bajo el silencio suyo, siempre reunido a su corazón, llorado entre una tristeza, solamente comprendida por los poetas.

En cuanto al barman, una vez regresó a donde los artistas, pasó a dejar sin bulla, las cervezas sobre la mesa circundante, sin pronunciar una sola palabra, ante la fiesta poética que presenciaba. Y Rubén, entre sus sabores de rumores vivos, fue transformando sus segundos de sofocación perfumada, solamente en otro instante nervioso, preguntando confusamente:

Oye, Ángela, tengo una duda. Es algo casual; mujer mira, qué clase tienes hoy, quiero saberlo, para ver si nos volvemos a encontrar, apenas salgas de la universidad.

Ella, vaciló en contestar sus pensamientos extrañados

Un momento, por favor. Espera yo vuelvo hacia atrás del ayer acabado. Déjame pensar los días con cuidado. Es que no recuerdo bien, este nuevo semestre. Aguanta, sí, por supuesto, hoy sólo hay clase de patología y ya quedo libre. Eso creo aparentemente desde lo filosófico. Tengo al parecer una cátedra de seis a ocho; pero claro todo, siempre y

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cuando, no hayan enredado este horario, tal como suele suceder a cada rato con las revueltas.

No, pero que bueno este día tuyo. En verdad, que te envidio y te quiero remucho. Tan vacano su relajo de clases hoy. Igualmente, ya casi termina materias. Ojalá así fuera el mío. Yo que para este resto de tarde, tengo una clase de inglés de lo más jarta. Empieza a las seis sin puntos, sin ninguna otra espera, retardada al embotamiento casual, igual para este ocaso de elevamiento, pienso llegar tarde al salón de siempre. Irnos hacia atrás de toda esa presión, alejarnos de esa vacuidad inconstante, sería como más superior. No cierto, mejor despreocuparnos y decidirnos por no entrar realmente a ese encierro del aburrimiento A lo bien, aquí estamos más alegres que allá. Espera, perdón, qué me decías, linda, qué sí yo más adelante tengo clase. Obvio, tengo otras horas decaídas. De eso no hay dudas. Luego, toca ver una materia rigurosa. Es de ocho a las diez de la noche. A esa sí cierto, no puedo faltar, pero por nada del mundo. Tampoco puedo llegar así con mucha pereza, ni nada parecido, no se puede. De hecho, tengo que ver géneros periodísticos tres. Es reportaje la asignatura, para estos otros meses del puro encierro, preciosamente literario. No sé entonces, que más decirte a ti desde nuestro desconsuelo. Quizá, haber sacado algo digno del reportaje que espero terminar. Pues mira, que hubo un tema bien salvador, que decidieron asignarme, entre risas. Me toca investigar, resueltamente sobre los poetas del cielo musical. Ángela y no te miento, pero el profesor descubrió mi pasión para la literatura. Ese cucho el hombre, tiene sus ojos algo perdidos, traslució mi alma ensombrecida, pero pese a la emoción, pienso en tratar antes, tu delicada historia del dolor. Igual, sólo si tú quieres aceptarlo, así desde tu otra nobleza oculta. Yo pues, ante la viciada verdad, considero necesario relatar, tu otra parte de vida, retratar y poetizar junto a las palabras, tus noches y tus auroras, que ya me son tan propias, Ángela. Mira, por favor, no hablemos sobre mis oscuridades. Ahora, te lo pido con cariño. Sí, todo anduvo perfecto hasta aquí. Sí, no sigas con esto de contar mi vida. Así que no te tires la bendita salida. De mis sombras, no volvamos a hablar. Es que no quiero que tratemos lo íntimo; aquí no, que es molesto. Me duele volver al pasado y a mi pasado mal vivido. Sobre esa realidad, tú sabes bastante. Mejor sigamos hablando de los poetas, estamos así más armónicos, bueno. Sí, que ya, ya no sigas. Espero no vuelvas a insistir. Es lo puro mejor para ambos. Ahora bien; tomo aire, si mal no estoy, leí hace varios días, un poeta de esencia puramente espiritual. Para mí, debió ser un poeta soberanamente particular, más cuando recreó unos suntuosos versos de amor, me encantó. Igualmente, te aclaro que casi no leo poesía colombiana; sin embargo sus poemas propiamente, me conmovieron bastante al momento de leerlos, junto a la noche aquietada. Su lirismo, se hace más que muy acogedor, su obra clásica es notable. Además, fue engendrado el libro en la ciudad poética

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del artista. Fue, por tanto, durante un solitario atardecer, cuando me abracé, junto al poemario suyo. Yo estaba toda embrujada en la biblioteca de Mamá, buscaba unos papeles inesperados. Para el gusto, deseaba tropezarme con algunas novelas argentinas, pero fue entonces cuando descubrí, el libro viejo del poeta. Se me hizo todo distinto el poemario. Sabes, fue algo sugestivo, desde mis adentros abstractos. Así que me decidí por extraerlo del recóndito sitio, donde estaba recostado junto a otras obras maestras. Enseguida comencé a pasar las páginas fugaces de luz. El poema que empecé a leer por aquel entonces, fue soledad. Me cautivó de un golpe inesperado. No puedo negarlo desde mi olvido ajeno. Rubencho y no, escucha, además a este poeta, se me hizo ideal, junto a la inicio de la noche, idearlo junto a la noche solitaria, sin luna y sin estrellas. Me encantó la obra suya, antes que cualquier otra cosa desviada, por lo tanto, oportuno será recordar un parte del poema, este dice; Más nunca hay alma gemela ni lejanía fraterna; para mí en esta noche; en esta noche negra. Estoy solo y desnudo como el agua; y voy hacia la muerte por un cauce de llanto que es también agua muerta.

Bárbaro, mujer, no sé qué susurrarte, me quedo a media voz, ante este reguero de nostalgia y sensibilidad. Me dejas otra vez sorprendido, no puedo negarlo. No hay nada mejor, como los versos con sus llantos enlutados. De ilación, este poeta puede servirme para los trabajos literarios. Claro, espera un segundo, escribo sus versos y su historia Dijo el escritor, mientras escribía el nombre del poeta.

Ahora bien, esto si no me lo sabía, no pensaba que eras tan buena, para regar tu recital de tardes cenicientas. Eres así toda presuntuosa y primorosa. Eres además una mujer tan impredecible como los otros instantes insospechados. Luego así habré de leer entonces el poema soledad con delicia. Y habré de suspirar también mucho sobre estas poesías de melancolía. Esa parece ser la realidad compartida y obvio sólo te digo a ti; gracias bonita, ahora muchas gracias, por tus versos tan lindos de entrega al amor. Además, si sabes, mujer, no ahora pensando sobre las letras, solamente te digo una cosa de sabiduría. Para mí, hay que leer muchas obras, si uno quiere ser literato. En adición, toca ser refinados cuando escogemos nuestros escritores y filósofos de gran influencia cultural. Esto ya lo deduzco desde nuestra reunión, precisamente letrada. Pero bueno, ahora sigue mi poema amoroso, lo hago ciertamente ante tu regalo de sorpresa, bien recitada, dada para los amores lacrimosos. Espera yo te lo recito atentamente. Este puede ser un verso muy emotivo y precioso. Va dedicado para cada ocasión romántica de los encuentros armoniosos, igual mientras escuchaba tu voz, parecía revolverse entre versos, la pureza del antiguo, Federico García Lorca, andando por sobre mi conciencia de poemas. Pero al fin, elijo ahora otro orador, ya prefiero abrazarte más bien con este otro poema; Mientras mueren las horas; fue un reconocido cantante del alejamiento, quien se decidió por engendrarlo, sinceramente para

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esta ciudad donde estamos hoy, una capital muda, algo sosegada con muchas tempestades lentas y ella algo grisácea, junto a varias tristezas alejadas. Empieza entonces así, este otro poema, él, dedicado contigo y en tus días y es para nadie más que vos; Me buscas y te busco. Maravilloso encuentro. Se agolpa la caricia que hace muda la boca; es pequeña la vida y es infinito el misterio de sentirte a mi lado; mientras mueren las horas.

Aquí, entre los versos y entre más líricas de amores solitarios y entre más cervezas heladas, junto a las confesiones encantadas, se fue y se fue apagando enseguida la tarde suntuosa del invierno. Pronto, reapareció la noche lentamente sin algún ligero vestigio de estrellas y mientras solamente por el otro recodo, la poetisa contemplaba, su mirada interna del universo profundo. Andaba así, sin mucha luz y sin nada de tiempo. Luego ella volvió su rostro, precioso y limpio, hacia la magia suya, que refulgía sobre los años antiguos del mundo Ya de repente, tomó el celular en sus manos y enseguida observó la hora. Advirtió así entonces, que se hacía tarde para recibir su clase de medicina. De todos modos, ella no se preocupó demasiado, frente a su dolencia nocturna.

En tanto con la noche, ellos conversaron un poco más sobre el amor, siendo cautivadores y leales, entre una lenta felicidad del deseo. Además ella se sentía bien estando al lado del joven escritor. Desde este recuerdo, comenzaron a tratar algunos largometrajes. De los más lindos convocados, estuvo El Lado Oscuro del Corazón. Esta película simbolista gustaba mucho a la poetisa. El escritor igual sólo la escuchaba a ella atentamente. Mientras tanto, decidió tomar los apuntes más interesantes, que declaraba su poetisa. Pintó a la vez sus fantasías con un lápiz de coloraciones amarillas. Todas las impresiones, fueron depositadas sobre una agenda, regada con flores negras. Además, prestaba una cuidadosa atención al bajo instante del vestigio, siempre reinventado entre ambos. Se hacía enseguida inspirador, se recreó sensible, cada espacio previsto, frente a los ojos del joven escritor.

Ya luego del discurso, la poetisa, extrajo su cuaderno de figuras rosadas. Deseaba escribir un relato que había sido cuidadosamente recomendado. Además ella pretendía ser una artista genial. Entonces, entre su misma delicadeza de siempre, ella sacó una bolígrafo de tinta azul. Al rato del silencio, escribió el título, que se hizo interesante junto a su letra cursiva, siempre bella, ante los ojos del escritor. Fue ideado entretanto un relato solamente surrealista.

Esta solitaria pareja de artistas; luego quiso repasar tranquilamente otros minutos con susurros inolvidables; tratando sus nuevos argumentos, sobre el cine preferencial, siguiendo ellos, bajo aquel bar de melodías ilustradas. Evocaron así por cierto, toda una verdad abismada al destino humano, cuya hermosura se hizo envuelta, sobre un diálogo agradable, revivido y ansiado, entre estas dos almas inmortales. Cuando de pronto conjuntamente, se

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procuró un silencio fugaz en ellos. Cualquier voz de vida, se calló de un solo golpe desconcertante. A la hora sencilla, se dio un sentir con supuestos adioses alejados. Ambos poetas, tenían que ir a las afueras, saturadas de pobreza, acabada entre hombres vagabundos y mujeres harapientas. Sin embargo antes de irse, ellos atrás de la barra, escucharon una canción de amor, que fue con serenidad, el clásico de Soda Stereo, Trátame Suavemente. Así que en demasía, ascendió esta balada del rock argentino por todo el bar. Más por las bellezas del mundo, ante esta inalterable melodía, dicho escritor, tuvo que decir entonces:

Terminamos de escucharla y no vamos, listo.

No, enamorado, ahora no, no te pongas con estas rositas, además, no ves que ya se hace tarde, para irme a clase. Eso tú lo sabes perfectamente.

El escritor, luego de intentar con ruegos traerla más a su juventud, mediante varias palabras, entregadas a ella, terminó por fin de convencer los deseos, todos reunidos de esta poetisa, otra vez suya y siempre esperada para sus manos de recogimiento. Más ella vista en labios suaves, aún se sabía muy particular, tal como una mujer, mujer muy querida para el escritor. Así que allí, este hombre, hubo de acogerla otra vez tras un solo abrazo, no solitario. Luego, procuró seducirla con muchas caricias de delicadeza, mientras ideaba una elegante insistencia de besos temblorosos. Y al rato del canto musical, ambos se reunieron bajo las profundas miradas ansiosas, mientras seguía resonando, la cadenciosa voz del cantante del arte, siempre memorable, para este reconocido rock en español.

Ya de pronto tras lo perfecto, hubo de cesar esta canción musical, tan memorable para los amores del mundo. Después se acabaron las gracias totales. Todo se desvaneció así lentamente entre unos coros decaídos. En cuanto al escritor, fue y se erguió de la silla estática, mientras la luna seguía oculta entre las nubes. Más tranquilamente y con bondad, pasó al mostrador negro del bar, pues debía entregar los billetes de siempre incomprendidos. Y salir ahora por fin del lugar artístico y despoblado; fue lo elegido, más hacerlo con cierta premura y cierto seguimiento fantástico, fue lo continuado para el escritor y la poetisa.

Ángela, por su parte, siguió los pasos alternados del escritor galante. Y de pronto se acabó la fiesta, los vasos quedaron sin la cerveza y mientras en vida, ella se fue acercando a su escritor. Ahora, ella recubriendo su rostro enamorado con sus manos frías y ella encantada de hacer este romance nocturno, para su joven ilusionado, muy conformista.

Luego bien, ellos dejaron atrás el bar literario y sin más espera, dejaron atrás a los poetas muertos. Por allá entre risas, fueron recorriendo la solitaria calle, que los llevaba a la universidad donde ellos paseaban la juventud, entre sus aislamientos adversos, desconocidos y un poco mustios. Lentamente hacia lo distinto, ambos caminaron entre la humedad citadina, que había dejado la lluvia crepuscular. Segundos después, ellos se

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fueron distantes de aquel presente embebido. Ya por su apego, juntos estuvieron cercanos, entre las flores violetas, que había regadas alrededor de la calzada, llena del idilio por donde antes se cruzaban tempranamente, antes de que se hubieran reconocido sinceramente, desde los versos vivaces. Más luego vieron la noche empapada de rocío, colmada con unas hojas muertas, muchas hojas descoloridas, esparcidas otra vez por el suelo, todo mojado con lágrimas celestiales Y al poco tiempo, el escritor y al poetisa, cruzaron la portería metálica de la universidad roja. Una vez allí, se vieron en medio de otros abrazos, envolventes y sinceros. Igual, segundos antes, hubo un celador, quien dejó pasarlos a ellos. No quiso molestarlos ni nada. Por lo tanto, ellos siguieron de camino hacia la biblioteca central. Y lejos, iba escuchándose un susurro de grillos a medida que sus caricias, iban desnudándose, junto a los suspiros, que sabían ardientes y comprometedores. Igualmente allí, hubo una gran impresión de sentimientos para ellos. Renació de hecho toda una lástima, traída de la vida pasada, sufrida contra estas dos almas comprometidas. Descendió como una agonía voraz, desde lo extraño, durante el instante de aquel abrazo. Allí entonces, tuvo que deshacerse toda la realidad para la mujer, se desencantó ante los ojos de esta poetisa, ella quien enseguida cayó desmayada sobre los brazos del escritor. Y así de repente, sus dos destinos se fueron tejiendo de sorpresas, muy nocturnas y desconcertantes.

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LA DESGRACIA DEL ESCRITOR

Yo soy un escritor loco y ahora desde lo presencial, no sé como tranquilizar los sentidos realmente, sólo sé que vivo sin paz, bajo este nuevo día. Me sufro sin alivio, me sé solo y sin felicidad, bajo todo este tiempo de espejismos anormales. De momento, estoy enfermo del alma, más que hace unos pasados días. Así que hoy, lo oportuno será gritar mi desgracia culposa, contra el vaivén de esta soledad, siempre insistente, siempre azarosa, ida contra este vano presente del desconsuelo. Hablarle solamente al viento, susurrar mi desgana humana y profesar la carencia de vida, será lo prudente por escribir con arte. Mejor, no querer seguir andando, sobre las agujas del dolor, ello sería dar un paso sin dignidad. Para este desconcierto mental, lo puro es reflexionar. Entender con más suavidad, mis depresiones del descontrol agónico, saberlas tolerar entre mis sentimientos dispersos, podrá ser un justo acierto, para mi recuerdo desbocado. Hacer aquí del presente, una propia ceremonia existencial; será tal vez lo más maduro, porque ahora veo, durante esta tarde desconfiada y confusa, la tristeza residente en mí, que va turbada, que va retraída, que crece variada sobre su intimidad, sofocándome con lamentos umbríos. Así, debido a los días lóbregos, durante esta sucinta melancolía, me recreo mejor con esta figura efímera, otra vez vivo, bajo este espacio inacabado del mundo. Me siento igualmente agobiado, tras esta baja quietud individual y de pocas convulsiones humanas. Es una impaciencia que hoy se vive fuertemente alrededor del desván penumbroso en donde persisto de verdad. Me veo sinceramente embotado, entre una desgana diaria, ella ahogante para esta alma inquieta. Aquí mal, estoy tirado solamente contra el sofá de flores invernales, que mira hacia la ventana de cristal de este aposento encerrado. Por cierto, me asomo a la otra vida, para saber que pasa lejanamente en las afueras cotidianas. Veo así de repente, los rincones y los pasillos más concurridos del conjunto residencial, lugar en donde yo permanezco y en donde yo convivo, atrás de cada día blanquecino, sin las cuidadosas infancias.

Desigual ahora, sigo con unas náuseas horrendas. Así que mejor me distancio del exterior persistente con su delirio acusador. Sólo paso por allí y por allá, una mirada distraída al suelo de mármol, azulado y blanco, visto adentro del desván. Aquí, donde yo sigo junto a mi abstracción envolvente y fatalista, alejo entonces el rostro de la ventana lacrimosa. Así me puedo concretar con mayor fijeza, adentro de este vacío, tan estrecho que se concibe tan lógicamente. Ahora trato de pensar un poco sobre el íntimo malestar y de una vez entiendo extremadamente difícil interiorizar, los otros instantes aparentes de mi realidad abstracta. De hecho con regularidad, siento la profundidad del ser mío, abrazada a unas fuerzas extrañas. Pero no consigo descifrarlas con perfección. Desde la propia razón,

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no sé bien, pero siento a unos espectros malignos en la atmósfera. Ellos en conjunto, tratan de hostigar y lastimar mis sentimientos de lento sosiego. Así entonces, ante esta amenaza precipitada, respiro hondamente, tomo aire con fuerza, para salirme pronto del abismo, figurado de tinieblas y delirios. Era allí abajo en donde yo estaba sufriendo mis pesadillas mientras dormía con angustia, hace un rato. De vez en cuando, presentía una sofocación, tras otra muerte, incomprensible del alma.

En este momento trato de salirme del fuerte letargo por completo. Me muevo aquí con extrema precaución, hacia la pared artística, dibujada al frente del muro. Me esfuerzo a la vez por mantener el equilibrio, ideado siempre desde lo consiente. De reacción, venzo las influencias disolutas, las cuales me rodean y perturban, antes de que pueda levantarme, por completo del sofá en donde yo aún estoy recostado.

Eso sí, desperté hace unos minutos del otro mundo fantasmal. Allá, me sabía sufriendo tristemente unas muertes fatales. Menos mal, que puede huir de ese paraje tétrico y oscuro en que estaba agonizando. Enseguida, volví a este día desvaído. Lo hice forzadamente, acercándome a este mismo recinto de relajamiento. Durante unos escasos tiempos, casi no consigo salir del umbral, lugar por donde era perseguido. Parecía ser una prostituta, quien quería matarme locamente. Yo pensaba que iba a ser degollado en un prostíbulo de mala muerte. Por lo tanto, ahora será mejor no tener que gritar mi angustia quebrante. Sólo siento oportuno moverme por este ámbito, para así descubrir, la tranquilidad interior. De hecho es duro, no poder acoplarme con perfección, adentro de esta otra realidad, una espaciedad circundante y simbólica. Me rodea su instante con asombro, desde sus consecuencias similares. Además se me hace extraño este presente desconcertante. Parece estar conspirado en muchas alegorías. Es variado de imaginación. Igual, sólo anhelo levantarme, sobre alguna serenidad de los años olvidados, más bien hermosos. Ellos no son presentes, para esta época, otra vez atrasada y en desprecio humano. Mis años pasados, se supieron por cierto más llevaderos. Eran más brillantes con sus verdades del ayer humano. Eran más morales que una vida, nunca antes vista, porque de acuerdo a los tiempos de hoy, veo que esta vida pueril, se hace intempestiva y monótona. Desde cada locura mental, se origina un desorden descomunal. La miseria del hombre se recrea indiferente y sobrecogedora para su mismo deseo.

Bueno, será entonces querer ser aquel hombre del último pasado. Hacerme otra vez junto a la gracia del poder retórico; volver a la esencia traslúcida del alma antigua, ello es lo que ansío. Ser otra vez el poeta, que tanto adoré con amor, atrás de otros días románticos, que fraterno y verme entre una sociedad de esperanza humanista, me agradaría en verdad. Lástima, que hoy se hayan esfumado estos sueños con su historia perdida. De hecho estos tiempos modernos se hacen sin bondad. Al caso, ando rehuido de metáforas y yazgo, sin

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crear una razón esencial para el destino. Así que una lluvia de vidrios, pronto se estrella contra mi humanidad, mientras procuro apartar las hondas sensaciones del desespero, me alejo horrendamente de esa sangre en desdicha.

De tal modo, ahora voy dejando atrás la agonía, asesino la maldad, meciendo al pensamiento artístico. Así me voy relajando, una vez más del delirio mortal. Ahora simplemente giro el rostro hacia mi derecha. Ubico mis ojos negros al inmenso cielo escaso de luz. Descubro entretanto un cielo, danzando en prodigio, engendrando una concordia de cierto misterio, que vuela para cada eternidad soñadora. Así lo veo para este día de los desahogos. Sigue opaca la luz, entre su densa niebla, yendo al ritmo gentil del cierzo. Así que pese a todas las dolencias, hay algo de encanto para este mundo efímero, sigue tan bello y tan presuntuoso, que inspira hasta el amor. Mientras tanto, el mareo de esta conciencia mía, va cesando y va desapareciendo, sin las horas vivas, que no se detienen a esperar nada, para los habitantes cansados de soñar, un mañana diferente.

Desigual yo, por fin puedo desprenderme del letargo, vivido hace un rato fugaz, antes amenazador con mis visiones ensordecedoras. Advertía, todas esas nociones brutales al tiempo que interpretaba, la realidad más precisa, adentro de este recinto desconcertante. En cuanto al presente, sigo mirando hacia el vacío del cielo, quebrado y estallado, donde a lo lejos descubro unas nubes oscurecidas; parecen estar quietas con su aire, igual su danza bailarina, me tranquiliza cada vez más en lo íntimo, desde cada lindura purificada. Acto seguido, decido inclinar el pálido rostro, hacia la piscina, que hay en el conjunto residencial, donde yo sigo presente, sin mucha expectativa predispuesta. Me levanto ya de este lugar imperfecto. Me acodo con sigilo en el ventanal trasparente. Recojo mis cabellos negros y largos sucintamente. Siento además el malestar de la ciudad, usualmente cansado y exhausto, sinceramente trastocado. Ya por la tanta rutina, no quiero que ser observado, ahora por la gente, sólo evito a las otras caras parecidas. Hoy no soporto a las otras emociones rotas. Sólo entonces, oculto mi cuerpo flaco, atrás de la cortina de seda blanca; acabo de ocultarme como un niño pequeño, mientras atisbo el agua azul de la pileta, arrullándose algo más limpia, revolviéndose, algo más luminosa y apacible.

Hay por lo demás una mujer bañándose allí abajo, junto a la frescura del agua. Es una muchacha de cabellos rubios, quien se refresca distraídamente. Sé que su figura es delgada y suntuosa de lindura. Su piel es suave así como seductora para cualquier hombre juvenil. También, alcanzo a presentirla muy tibia de lejos en la oscuridad. Así la comprendo con sus caricias, abrazadoras en deseo. Y ella es hermosa a mis ojos lacrimosos. Es para lo interna, una mujer arcana y siempre fastuosa. Su cara es de preciosa colombiana. Hoy ella hace irradiar un día mejor, que el firmamento opacado. Para esta tarde, me hace sentir una aspiración más al conocimiento bondadoso. Su efigie es angelical y ella luce casi tan limpia

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como las marlas insospechadas. Entiendo además que su belleza está sola entre sus lágrimas, bajo su frágil silencio, igual a estas horas, igual que mis noches desahuciadas. Por otro lado, no hay nadie más que su lindura juvenil, bañándose por estos lados tan desconsolados. Solitaria con su figura de mujer, ella va caminando ahora, por entre el agua tranquilamente. Se mueve con algo de vanidad trémula, por entre la misma pureza. De pronto decide sumergir todo su cuerpo de rubia, con plena tranquilidad, bajo el vaivén de las olas tardías. Su vivacidad fémina, ya nada como una sirena, bajo su pequeño mar de alegorías y exuberantes fantasías.

Más ahora, la mujer va braceando gustosa desde su propia lentitud celestial. No hay dudas de su gracia artística, ella mantiene aunada a las aguas de su eterna imaginación. Por lo tanto, me atrae mucho su oculta intimidad. De todos modos, hay algo de lástima en lo personal. Al rato de haberla espiado, sospecho que es presumida entre sus recelos de constancia. Descubro su orgullo al acto del apresurado desamor. Me lo dice, su andar y su pequeña alma de mirada enaltecida. Así que mejor, inspiro los deseos de volver al sofá donde estaba todo abstraído. Más bien, prefiero cavilar otra vez lo esencial, sin mayor señal por despertar a la mujer, para la sabiduría. No sé entonces, qué hacer ante la ausencia de la musa rubia. Es posible, que ella hubiera descubierto una fracción mía, sin yo haberlo captado. Aunque claro, eso no importa para estas divagaciones tan raras. No pasa nada, si me desviste con sus premoniciones, mejor sigo mirándola otro rato más curioso, para ver que sigue pasando, entre ella y yo. Le presto atención eso sí a todo su cuerpo de mujer, porque su piel de inocencia, ofrece ahora unas suspiraciones muy atractivas y deliciosas, además quiero saber, quien podrá ser íntimamente esta preciosura lejana; así la descifró junto al canto inconstante de su inocente vida.

Entretanto, yo retomo la visión hacia la mujer rubia, sigo un recorrido lento de su cuerpo virginal con los ojos bien abiertos. La percibo a ella como a una jovencita sustancialmente pura. Parece ser una musa ancestral de algún mundo inmortal. La desnudo seguidamente en la bruma tersa, que se hace hoy removible en esta ciudad de ocobos morados. Esta linda rubia, ya sigue nadando como una mariposa apuesta; ella jugando celosamente a lo feliz, bajo la profundidad del océano inventado y suyo.

Al cabo de unos segundos, emerge ella otra vez del agua. Salta hacia lo opaco del día enrarecido. Recoge pronto sus cabellos lacios de su cara refinada, los revuelve un poco con sus delgadas manos. Luego, se acerca hacia la escalera que hay junto a la pileta. Llega allí velozmente y sube los peldaños con extremada posesión, hasta llegar a la superficie. Ahora entiendo que lleva un vestido de baño florido y como de colores blancos. Le queda muy bien a su silueta escultural. Me encanta verla con este atuendo tan pequeño, porque es una delicia toda su fragancia, toda su sensibilidad, dada a mi inspiración poética.

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La muchacha prosigue mientras tanto con elegancia, hacia el sendero pedregoso, que hay por ahí alrededor de las flores lilas, recién florecidas. Camina con su cierta delicadeza y va con una mirada perdida, hacia su mundo vanidoso, que imagina desde su propia esencia, ahogante y palpitante. A mi caso, sólo acerco la vista un poco hacia su espalda desnuda. Esta pelada es despampanante. Así que nomás, sin aviso alguno quedo fascinado, ante su figura aireada, frágil, una hermosura de musa, que se hace radiante al paso del día, más cautivadora y más encantadora, apenas se rompen las auras, preciadas de luz, para las almas ilusionadas.

Ahora esta mujer, se detiene a recoger la toalla negra, que dejó en el suelo hace un rato indistinto. Se agacha tras un sólo instante y recoge su manto sagrado con calma. Vi aquí todo su amor placentero de belleza. Sus piernas se maduran, jubilosas y blandas. Que rosa más sublime es esta jovencita ruborizada. Quedo escaso de palabras para hechizarla con un beso de pasiones. No puedo más con la sensualidad suya. Sólo tomo algo de aire para calmar mi pasión y sigo espiándola de forma mansa, no seca todavía su desnudez. Escasamente, retoma su rumbo impreciso entre las flores. Enseguida pasa a la ducha del lado suyo. Ingresa a la regadera con un movimiento de cintura atrayente, que es querido por mí y por muchos más hombres de otros rincones escondidos. Después, decide abrir la llave dorada del frente y deja caer ya la lluvia azul por sobre sus senos exuberantes, deja caer unas gotas, entre su vientre sinuoso y todo limpio. Se moja otra vez sus piernas atractivas, se siente más fresca, que nunca antes para sus sensibilidades. Ahora ella acaricia sus nalgas mojadas trémulamente al tiempo que toca su sexo sobrexcitado con los dedos rebuscados. Que delicia tan sublime la del río virginal suyo. Preciosa distanciada del otro lado acallado. Esto me coge por sorpresa y hace que embeba un solo placer precipitado. Me lanza a un sentir caliente del deseo sexual, ella me hace sentir vivo. Ya la quiero aquí conmigo nomás entre lo extasiado. Me dan ganas de bajar de una buena vez y decirle que me gusta, como ninguna otra mujer, antes conocida por mí. Besarla en los labios con cada parsimonia solamente mía; volcar toda su fragancia de primavera, yo lo aspiro. Dejarla enseguida en mí, hasta cuando decaiga su cuerpo febril, contra el mío, mecerla suavemente sobre mi desnudez varonil, arrullarla sobre mis piernas flácidas, aquí lo fantaseo. Pero de súbito, reflexiono las otras salidas que tengo a libre disposición, ante ella. Más pensándolo bien, ahora lo mejor es no hacer nada alocado. Pues desde luego, hay que aguantar hasta que hoy se me pase esta tormenta interna. Además, ella no sabe quien soy; casi ni me conoce. Por otra parte, ella conversa con poca gente. Eso creo realmente, desde el propio desconocimiento que nos tenemos ambos. En realidad, no sé qué pensar y pese a todo no importa si me descubre al final, porque puede ser hasta positivo.

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Ya pasados unos minutos, veo que la mujer termina de bañarse en la ducha toda plateada. Cesa poco a poco de caer el agua desde arriba. La muchacha giró la llave otra vez con sus dedos delgados. Lo hizo con fuerza hacia su otro lado de frescura. Al parecer acabó de sentir el frío de hoy, que aún hace en la ciudad de la música y de los poetas fantasmales, además hace un rato pasajero, ella sintió como una ráfaga del viento, golpeó de perfil su cara seductora como de niña mimada. Así que ahora sale presurosamente por un lado del prado frondoso. Dobla enseguida hacia su derecha, esquivando un rodadero y ya mientras tanto ella va observando la caída de unas flores amarillas, flores bajando bailarinas, desde las arboledas acacias, que hay en estos alrededores encerrados.

De más a lo cierto, por un instante dejo de mirar su belleza. Es para mí una desatención fugaz. Enseguida vuelvo a su vida voluminosa. No, pero la joven rubia que se hizo. De repente me doy cuenta de su ausencia decepcionante a esta vida. Se me hace rara su invisibilidad aún persistente. Pero de todos modos es así la realidad. La mujer de este vago conjunto residencial, desapareció ante mis ojos, sin saberse bien cuando sucedió esta desaparición suya. No sé donde está la muchacha ahora, no tengo idea de que se hizo con su gracia fascinante. Sólo me descuidé un solo instante, para espantar a una luciérnaga azul, que estaba revoleteando, por un lado de mi hombro y luego de dejarla posando en una lámpara, volví a ver donde estaba la mujer, junto a su figura poética. Pero además fue cierto, sin llegar a descubrirlo, ella desapareció como desvaneciéndose al ir y venir de la bruma atardecida del ambiente. Así que por el momento, trato de ver a donde diablos se fue esta mujer, junto a su belleza y junto al compás de su juventud florecida. En serio, no sé donde está refugiada esta musa preciosa. Miro por ahí las escaleras que hay al frente del edificio. Por ilusión, quiero descubrirla otra vez con placer. La procuro a mi instante en cada rincón clareado del silencio universal. Pero nada de su melancolía, ella no aparece vista en ningún rincón. Su inocencia no está aproximada y tampoco su palidez, igualmente me dispongo por dar una que otra ojeada, al cuarto de su bella residencia, la cual queda frente a la mía, pero es igual y es vano el intento por descubrirla. Desde luego, no doy con este asunto desesperado, respecto a su desvanecimiento. Desgraciadamente, no percibo el menor vestigio aromado de su alma aromada. Quizá está paseando en otro sitio de ruinas extrañas o quizá está cantando, por los rincones de atrás de los domicilios. Allá el prado es muy agradable, para una sentarse con la novia, mientras los pájaros rojos, vienen y se ubican en las ramas de los árboles, dispuestos a cantar la lindura de su romance edénico

De todos modos, espero no seguirme preocupando por su belleza. Quien sabe que se habrá hecho esta mujer del cielo resplandeciente. Más bien, me vuelvo hacia el interior de este pequeño desván, un poco realista y más bien fantasioso, que se hace algo contrariado, para el sentir tropezado de la vida. Así que a lo triste y sin la musa, me distancio entonces

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de la ventana secreta. Vuelvo a este rincón estrecho. Está algo polvoriento y se descubre, surcado con telarañas en las paredes, usual al cuarto intimista de cierto insecto. Entre las otras cosas raras, el lugar anda atiborrado con cuadernos viejos y pinturas anticuadas. También escasamente hay por ahí uno que otro libro sobre filosofía latinoamericana y hay curiosamente, recostadas algunas botellas de vino francés, junto a una sombrilla, que yo hube de recibir, hace varios años calientes. De repente, alzo la vista, vislumbro unas aves blancas, cruzando por la ventana. Es hermoso ver así todo este cuadro atardecido, hecho de creación maravillosa. Me aparta otra vez de la inclemencia existencial, que hay en mí, que se ve muy dolorosa cuando estoy en soledad, bajo el sin sabor decadente.

Más de vez en vez con sus presagios, las aves se alejan fugazmente y parecen hacerse invisibles, igual que la misma mujer de la piscina azul, mujer que me gusta con atenta contemplación. La conozco a ella como una simple Lucía de pasajeros recuerdos. Casi no cruzo palabras con su canto vocal y melodioso. Es claro el nerviosismo cuando me tropiezo con sus ojos de luz. Sólo de vez en cuando, me encuentro frente a toda su presencia rubia y muy rubísima, cerca a la portería del conjunto inmóvil. Por lo general, nos cruzamos bajo las noches limpias, llenas de luna, mientras nos dejamos seducir por la magia de la inspiración, que hay en cada ser ansioso y muy ilusionado, por tener abrazos desnudos. Ya para otras ocasiones, ambos nos cruzamos y nos saludamos, antes de ingresar al barrio Sangermuk, lugar en donde sólo estoy enfermo de soledad, durante mis tiempos enmarañados. Pero cierto, yo voy caminando sin felicidad, hasta cuando la descubro a ella lindamente, con una falda toda corta, sorbiendo gaseosa en la tienda comunal, atrás del conjunto cerrado. Lucía, regularmente va sola y sin ningún enamorado cautivo. Menos mal, no tiene novio, no tiene hombre, quien la tome en sus manos tibias. Igual, para otras veces de los caminos inciertos, ella parece ir con una señora toda alta. Es como seria la dama, quien al parecer es su mamá. Y ambas mujeres son muy atractivas. Tienen la piel de durazno y son dignas de ser conquistadas con locura. Pero por mi parte, no lo puedo acallar; me atrae más la muchacha, quien tal vez sigue siendo virgen, según lo creo entre las profundas cavilaciones. Además en los días, cuando nuestros andares se rasgan por entre las calles urbanas, nosotros nos hacemos más que acercarnos con temor, entre las miradas persistentes. Algunas atenciones suyas, son algo esquivas, algo precavidas, sin embargo hay otras retenciones fuertes, que son como ansiosas, por parte de ella, más que nada para hacer entre ambos, un sueño romántico, con cada beso y con cada abrazo, ideado junto a nosotros con ansiedad. De este modo, trato de pensarla con frecuencia. Antes de acostarme, figuro su frescura de muchacha cautivadora, durante los abismos desconcertantes.

Pero como todo no es perfecto, adentro de esta realidad, mejor digo una lástima con mi umbrío sentimiento de dolor, un sufrir de siempre, llevado en mi corazón. Es una aciaga

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lástima; son los recuerdos de otra mujer, que vuelven a mí, durante cada noche elevada al preciosismo alejado. Yo evidentemente y casi siempre, antes de cerrar los parpados, hasta los otros días impensados, expulso una que otra lágrima, decayendo desde mi alma, hacia las mejillas gentiles. De hecho, hay unas veces cuando trato de dormir con desespero, pero ya ni puedo conseguirlo de forma esencial. Me siento obviamente mal, desde la inevitable verdad, porque sé del desamor tormentoso, que llevo en el corazón. Por eso hoy, no es oportuno hacer una cercanía fuerte con Lucía, aunque yo quiera amarla sinceramente. Así se hace mi irresuelta amargura de soledad. No puedo ocultarlo a nadie. Para que miento, si eso es engañarse a uno mismo, el querer confundir la pasión con el amor. Además lo emocional es claro, hay angustia en mi decaído espíritu, vuelvo a la tristeza, porque no quiero olvidar a la otra mujer. Yo no puedo abandonar a mi última novia por un capricho de febril escogencia. Además, si escojo a la rubia de enfrente del domicilio, pronto adivinaría que el romance, sería únicamente pasional como las tantas flores de un solo día. Luego al final, pudiera ser una caída al precipicio esta locura, que termine con nuestras dos vidas de pretendientes, muy ilusos. Yo así ahora, presiento este pálpito tardío, antes de que pueda soportar, mi restante invierno del luto. Por lo consiguiente, hará de ser entonces equivocado, tomar esta nueva decisión amorosa, tanto para Lucía como para mí.

De hecho yo amo a Ángela con demasía. Amo a esta mujer con muchas promesas de entera confianza. Y no importa, si ella está invisible en otro mundo de muertos, no interesa si está muerta, porque para mí, Ángela sigue viva en el recuerdo desaforado y en los días repetidos, que tuvimos juntos. Por esta razón, frente a su ausencia, permanezco sin una alegría devota, sin una novia. A solas, soporto todo este resto de subsistencia, porque soy paciente conmigo. Me dejo llevar por el largo tiempo que aún no parece agotarse. Y desde hace varios años, estoy como indiferente por esta existencia. Eso claro, se debe por las desgracias humanas y por la falta de mi compañera. En ilación, padezco por Angelita unas obsesiones muy sospechadas y descontroladas. Así que todo, lo recreado en el espacio, se hace con un movimiento fuerte, saturado de tragedias. Sólo me miro por dentro frente a este preciso momento de aspereza con ganas de estar únicamente solitario. Me percibo bajo un inacabado abismo de negros sufrimientos. Retorno a su muerte, mientras el recuerdo de la poetisa, sigue acabándome el corazón, sigue matándome, apenas hube de tenerla, hace unos años pasados, entre mis brazos flojos.

Ángela, fue la enamorada más surrealista de mi vida celestial. Pero hoy ella está toda lejana de este mundo. Hoy, su ardor pasional se recrea junto al recuerdo lúcido, más que mío. Fue un pasado, que sólo fue nuestro para otro tiempo más llevadero, el cual fue muy romántico. De los días pasados en felicidad, nosotros encandecimos en amor, siempre que pudimos estar juntos de andarines por esta ciudad musical, siempre enloquecida, siempre

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artística. Ya por cierto, su fallecimiento mujeril es la tragedia por lo cual ahora estoy muy triste, donde sólo tengo compungido al corazón, tan agonizante y destrozado. Desde que me levanto hasta que vuelvo a dormir, su recuerdo me deja todo deprimido fuertemente. Es por esta razón, que yo no procuro con gran voluntad, querer a la muchacha de este conjunto aquietado, donde sigo muriendo sin estar con las otras personas. Además aquí en el encierro, yo más recuerdo vívidamente la entrega de Ángela, por nuestro amor.

Vuelvo yo entonces al drama que vivimos juntos, hace unos tres años. Todo comenzó cuando abracé a Ángela, por última vez, junto a la entrada del apartamento modernista en donde ella vivía, oculta en sus alegrías, luego perdidas.

Había hecho para aquel tiempo, una noche muy brumosa, repleta de gran oscuridad, colmada de leves lloviznas, opacando al horizonte citadino, mojando a nuestra humanidad enceguecida. Nosotros entretanto, veníamos del hospital central de la ciudad. Andábamos con mi anticuada suegra, íbamos en un taxi un poco destartalado. La viejita, se sabía de mal genio para aquel nocturno de antigüedad. La señora madre, nerviosa con su cabellera grisácea, no conversaba casi con ningún ser querido, ni con nadie medio conocido, menos de ponerse a chismosear pendejadas conmigo. Así, tiempo después, todos tres llegamos al conjunto de Ángela, casi sin darme yo por enterado. Ya tras el agitado recorrido, que atravesamos por la ciudad con sus faroles blancos, el taxi paró justo al frente de la portería. De inmediato, nos bajamos del auto. Haciendo uso de estas manos limpias, saqué unos billetes del bolsillo del pantalón, se los pasé al conductor desde afuera del coche ruidoso. Después, yo salí hacia la entrada principal del edificio. Abrí la puerta de cristal, mientras rodeaba a la poetisa con mis brazos, hacia su cintura tan perfecta. Quería que ella subiera las escaleras de mármol, permaneciendo colgada a mis hombros enflaquecidos, hasta el fin del otro atardecer. Ansié, que Ángela caminara con más facilidad. Pues la bonita estaba muy enferma del alma y estaba frágil de la cabeza. Su adicción a las drogas era lo que la tenía así de sombría. Por poquito había perdido ya unos recuerdos, presenciados durante su cercana infancia. Así que no recuperaba todos los remotos ayeres. Además, ella antes casi se muere junto a mí, tres años atrás, mientras nos besábamos en la universidad florida, un hermoso lugar donde nos reconocimos por segunda vez, luego de haber presenciado nuestras existencias separadas. Allí ella, pues estudiaba medicina, estaba por culminar este grado académico. Sin mucha ayuda, había comenzado a estudiar con mucho esfuerzo, pero al final tuvo que dejar sus estudios, por su adicción al vicio de las drogas.

Ahora bien, luego de estos largos padecimientos, Ángela, hubo de tener una segunda recaída en mi hogar. Sucedió cuando ambos estuvimos a solas en la alcoba psicodélica, donde duermo. Los dos dormíamos desnudos entre las sábanas de nuestra cama. Hacía una mañana bajo un sol rojizo, mientras su otro delirio, recomenzó con altas fiebres. Ante sus

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primeros gritos, yo desperté sobresaltado y con una angustia de pesadillas, ella de golpe me decía entre dientes unas palabras horrorosas. Luego, gritó qué se sentía perturbada; que tenía muchas ansías de vomitar, que se sufría ahogada, ante una legión de demonios negros; pero yo no descubría ninguna razón lógica por su malestar. Así que ella y yo, nos fuimos de camino para el Hospital Central, sin hacer ninguna espera al tiempo. Por mi parte, me vestí rápidamente y como pude hacerlo ansiosamente, estuve listo para ayudarla. Tomé enseguida el carro Sprint que tenía papá, siempre sin perder a Ángela de mi cercanía. Al mismo ritmo desesperado, salimos hacia las calles peligrosas. Pronto cruzamos a toda velocidad por las avenidas principales, al tiempo que rodeamos unos edificios de cristal, muy vertiginosamente. Pasamos unos semáforos en rojo. Al poco rato, conseguimos llegar al hospital Central. Luego, tuvieron que dejarla internada a ella, sin saberse hasta cuando decidirían darla de alta, fuera de ponerla con un estado de salud estable. Ángela, mi preciosa del sueño vivido, por lo tanto, hubo de quedarse enclaustrada, durante casi seis largas noches, sin andar y sin vivir su vida libre. Sola estuvo encerrada en una estrecha pieza de pinturas descascaradas. La bonita, anduvo recostada mientras tanto en una camilla estrecha y con una inyección de suero en su brazo derecho. Sólo mirar hacia el techo descolorido y sólo leer un poemario, era lo más oportuno para ella. Al verla así de mal, entonces descubría yo su piel pálida y su distanciada voz, por ahí saliendo de su boca y alentando a la mía, para seguir adelante, pese a esta inesperada desgracia.

Entretanto, durante esta experiencia solamente nuestra, estuvo el amor más florecido, se supo más agudo en melancolía, ante ningún otro amor vivido, durante nuestra juventud sufrida. Fue, una dedicación muy comprendida entre nosotros dos como artistas enamorados. Nomás bajo cada amanecer recorrido yo iba a su habitación blanca y pronto dedicaba a ella algunos con otros versos de luz. Fueron unos poemas colmados de esperanza y ellos sin nostalgias resentidas. Tras cada visita, yo ingresaba con una rosa roja al claustro suyo. Luego regaba, una serena dedicación a su presente mortal. Ángela, sin embargo, yacía quieta y como un poco moribunda, pero aún sin decirle adiós al mundo. Sólo entonces allá, yo entregaba con paciencia una y otra carta a sus manos. Y las recitaba con ánimos imperecederos. Ángela, mientras tanto sonreía con sucinta gracia, al tiempo que recibía los regalos, entre sus dedos fríos. Al rato del atardecer pasajero, estaban mis besos azules, dedicados a su boca tiernamente pálida. También renacían unos cantos, que fueran suyos y míos, que no dijeran adiós, desde ninguna parte fatal. Sólo hacíamos cantos, que pronunciaran; amor mío, no te vayas al otro lado del cosmos, no te alejes a donde yo no te pueda ver, ni sentir, ni adorar, porque no lo soportaría como no deseo que te vayas de mí, bonita. Así nosotros a solas, tras una paciencia incansable de alientos devotos, por fin la poetisa, adquirió lentamente estabilidad de ánimo. Sucedió su mejoría, después de haberle

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sido formulada una pastilla, toda extraña, que ella debía ingerir cada cuatro horas, dizque para estabilizar en lo corporal, su salud sinceramente y con mucha euforia. Al parecer, la medicina fue recomendada por el médico argentino, quien hubo de atenderla por vez primera, igual, no recuerdo cuando comenzó el tratamiento, nunca me lo dijo con precisión, lo cual fue una novedad muy rara para mí.

Además en verdad, no sé con certeza como Angelita pudo recuperarse por algún tiempo. Aquí, veo impreciso este último recuerdo de nociones inolvidables. De todos modos, cuando mi poetisa, recobró su semblante exterior, sin saberse bien este aparente milagro, tras el paso de las horas y varias noches, pronto llegó nuestra enfermera de turno, durante un tarde lluviosa y con un cielo desarmonizado. Era la señorita Cora, vestida de traje blanco, revisó entonces a mi novia. Luego, decidió darle de alta, para un nocturno culminante de octubre, algo sosegado y sin muchas brisas oleadas.

Así que todos tres, nos pusimos felices y de caras risueñas. Al cabo de las extensas noches, pudimos salir de allí contra los tantos desvelos intolerantes. Nos fuimos con uno que otro sermón de mi suegra, quien fue muy reacia conmigo, ante la tanta tragedia, mal pensada entre Ángela y yo. Además de todo, tramitamos los papeles médicos con normalidad y bien sobre la medianoche, tomamos el primer taxi en las afueras del hospital. Y el nocturno se hacía ya sereno, cuando arribamos al lindo apartamento de Ángela. Allí desde adentro, nos abrió la puerta, su alegre hermana, quien desde luego nos recibió, entre una cara radiante y ensoñada, prevista para todos nosotros como sus queridos familiares. La muchachita llevaba un lindo vestido de flores violetas. Se veía muy bien arreglada desde su apacible adolescencia. Mientras tanto lo encandilado, todos ingresamos al salón de visitas. Ángela y yo, caminamos con algo de precaución por el largo pasillo. Ya después todos los presentes, pasamos a ubicarnos en los muebles cómodos de la sala principal. Para esa noche de sutiles heladas, estuvimos más tranquilos por la salud de Ángela. Pero fue claro que nosotros no charlamos mucho sobre nuestras amistades más íntimas. Había cierto nerviosismo de rutina, por no querer cometer alguna imprudencia con mi prometida. Por lo tanto, sólo departimos café con unas galletas de chocolate, durante el sugestivo correr de los varios diálogos fulminantes. Conversamos sobre unos escritores y poetas colombianos de reconocimiento mundial. Entre esta reunión, se fueron soltando los nocturnos de José Asunción Silva, la prosa oscurecida de Darío Jaramillo y la narrativa realista de Andrés Caicedo, llevada a un ritmo persistente como un tejido de fuertes coronas. Hablamos luego sobre la novela, Que Viva la Música, tan llena de vivencias góticas. Así bien, recordamos a la cantante del arte; volvimos a sus historias juveniles, hablamos sobre los amores musicales de ella y luego de pronto evocamos una poesía muerta para el enamorado, José Asunción Silva, todo requerido desde nuestra intimidad colombiana, el poeta, quien

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terminó borrando sus horas negras, apenas cuando quiso soltarse un disparo, contra su corazón, entregado al dolor.

Algunas horas después, estando yo al lado de Ángela, aún confiado, aún apegado a su embeleso; surgió de repente, nuestra última despedida, salida de su voz melódica y recibida para mi gran desconcierto. Esto sucedió mientras escuchábamos una balada del rock colombiano. Sonaba la canción, desde el equipo de sonido, curiosamente ubicado en la sala principal, también adornada con alondras y floreros de cerámica oriental. En todo caso, se hizo totalmente confusa esta vieja realidad, por mi parte, ya que parecía haber vivido hace muchos años, algunos pedazos de aquel pasado envolvente. Lo veo así, porque por allí, sentí que debía ir a la modesta casucha donde habitaba. Claro está, que iba a ser casi de madrugada, la cual avanzaba con una lluvia resonante. Además, necesitaba dormir un poco en soledad, para pensar mejor con cabeza fría. Quería recuperar las fuerzas perdidas ante lo situacional. Ángela me rogó sin embargo, que me quedara durante aquel resto nocturno en el apartamento. Yo lo iba a hacer, sin duda, iba a cambiar de parecer sin forzar mucho al destino. Era obvio que anhelaba quedarme entre sus brazos y junto a sus besos ansiados, siempre requeridos entre ella y yo, hacia nuestra noche conjunta, colmada de profusos afectos. Pero hubo algo sobrenatural para mi esencia. No lo sé descifrar con certeza. Sólo presentía que debía irme de allí realmente. Intuí la despedida antes de que pasara la oscuridad. Por lógica, recuerdo de que apenas se acabó esta canción; Bonita, yo decidí deprenderme resueltamente de Ángela. Elegí, despedirme de su presencia y de su armonía latente. Lo hice, depositando un beso prolongado al fondo de sus labios endulzados. Y ella tan linda, siempre con su aliento de inmortalidad, perdurable aún en mi recuerdo vivido, fue rebosante con su desborde amoroso. Además ahora es extraño, pero me presiento inhalando su olor natural, igual a nuestro ayer volado, dejado en mi piel trémula, antes de irse todo lo bello, todo lo similar para ambos, reunidos como almas gemelas, pero solamente durante lo efímero.

Es claro que ya estoy más lúcido, bajo esta tarde brumosa, atiborrada de reminiscencias. Pero de verdad, ella parece estar hoy junto a mí. Ángela existe entre la agrietada soledad. Yo la siento viva con el alma. Huelo su aroma tan puro y tan cariñoso a la poesía. Es ella susurrándome su frescura con encanto. Entretanto, yo no rehúyo a su romance sublime. No deseo musitarle el adiós nunca. Igual, lastimosamente para mí, hay luto, hay un sólo adiós silencioso por su ausencia. Desde luego, el presente es doliente y corre con espantosas penurias. Así sólo en vida, sigo recordando estas memorias nostálgicas, bajo esta tarde nublada. De hecho como lo acabé de gritar; durante estos pasajes imaginarios, surgió después una agonía desbordada en mí, cuando hube de cruzar la puerta del apartamento de Angelita. Precisamente allí, sin saberse alguna idea lógica,

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Ángela, volvió a mi proximidad, recogiéndome con su voz de aurora celestial. Ella, me abrazó como ninguna otra mujer reconocida. Luego, se soltó con extrema suavidad y de golpe, ella cayó desmayada contra el liso suelo, dejando sola su cabellera espaciada, sobre las baldosas de cerámica donde enseguida yacía, sin alguna señal viviente.

Apenas transcurría nuestro drama fatalista, mi corazón se sintió escalofriante, durante cada segundo contrapuesto, tras la agonía. Al cabo, lloré ahogado en un mar de tragedias. Se hizo vertiginoso cada instante cortante. Percibí una baja sensación de espantos, hostigando a mi alma. Asimismo, no pude comprender normalmente aquel espacio viviente. No conseguí situar con equilibrio la profundidad de aquella escena terrorífica. Y ahora, no sabía qué hacer con la horrenda angustia. Tan sólo, me acerqué hacia su cuerpo flojo y un poco moreteado. Luego, fui a colocarlo sobre el mueble de coloraciones verdosas. Pude hacerlo con extremo cuidado a su delicadeza. Ya su cráneo vertía mucha sangre. Veía derramándose un río rojo, desde mis ojos alucinantes. Sólo entonces, una vez toqué su sangre, grité sin pensarlo nunca, gruñí solicitando auxilio a mi suegra, ella quien estaba en su alcoba, viendo chismes de televisión, recostada atentamente contra su cama de viuda y toda recubierta con un montón de tendidos azules. Y la desgracia, pasaba por mi mente, mientras yo continuaba chillando, ya de forma ensordecedora.

Mi suegra incomprendida, entretanto, ante las precipitadas súplicas, asomó su cabeza despelucada, mirando luego hacia la sala penumbrosa. Miró desde la puerta abierta con sus ojos salidos y sus parpados ojerosos. Un segundo después, apenas vio a su hermosa hija, sin nada de conocimiento, contemplando sus largos cabellos ensangrentados, se dirigió presurosamente con pasos salteados, hacia el teléfono de disco, que se sabía colocado sobre la mesa del rincón. Con ansiedad, doña María tomó el auricular con sus manos de uñas largas. Allí, marcó otra vez el número de urgencias con una astucia impredecible. Esperó ella a que contestara cualquier auxiliar del hospital. Apenas lo hicieron, su voz pidió por una ambulancia, durante uno que otro chillido entrecortado, expulsado de su boca. Del otro lado, dijeron que llegaría en poco tiempo, el apoyo médico, pero siempre retardado.

En tanto con los segundos muy adversos, esperamos todos cuatro con mi cuñada, bajo una pesadilla solamente negra, nunca creíble para ningún presente. De algún modo, nos supimos descompuestos en conocimiento sobrio. Alcanzamos a darle respiración boca a boca, para ver si ella reaccionaba, pero nada pasaba de reacción. Sólo había delirio en nosotros. Y ella, seguía más pálida que su ayer enfermizo. Más pasada una escasa tempestad, se aparecieron tres camilleros, vestidos con trajes azules. Ellos pronto ingresaron al recinto insospechado y tenebroso del apartamento. La puerta había quedado abierta ligeramente. Ofrecía, mientras tanto curiosidad a la vecina de enfrente, una señorita, quien no decía nada, quien tampoco hacía mucho por otras personas.

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Los enfermeros esquivaron a mi suegra achacada mientras repesaba profundamente el ambiente interior. Luego el jefe de enfermería se acercó al cuerpo de Ángela. Examinaron a mi poetisa con un cuidado exagerado. Miraron sus signos vitales más graves. No mostraba señales de ofrecer algún movimiento brusco. Pero aparentemente seguía ella con una lenta vida. Parecía estar sufriendo un coma profundo por el golpe anterior, que había recibido. Eso decían ellos desde su desconocimiento sobre medicina. Por lo tanto, nadie sabía la razón de tal desmayo inesperado. Entretanto, uno de los enfermeros negros, decidió llevarla de una buena vez hasta el Hospital Capital. Así en orden, actuaron ellos, sin perder mucho tiempo innecesario.

Ángela, pronto fue subida a una camilla blanquecina, traída por los tres enfermeros de pacotilla. Luego, ellos mismos recostaron en la colchoneta, toda su humanidad femenina como pudieron hacerlo, sin mucho desespero. Mientras tanto, Ángela seguía expulsando más sangre, saliendo a chorros desde su cabeza quebradiza. Los enfermeros, ya pasada casi media hora, emprendieron pronto su viaje regular, hacia el hospital. Bajaron las escaleras enladrilladas del conjunto cerrado. Salieron del alto edifico, atestado de gente indiferente y pronto se vieron en las calles cotidianas, durante unos pocos segundos premeditados. En cuanto a lo sucesivo, entraron a la ambulancia de sirenas azules. Cerraron pronto las compuertas traseras. Por último, ellos arrancaron velozmente en compañía de mi preocupada suegra. Ella, iba sentada junto al camillero negro, para tal ocasión tan determinante. Mientras tanto, el hombre ofrecía suero de salvación a mi encantadora prometida, Ángela, pero ella otra vez, adormecida, durmiente y como alucinada.

Ya sobre mi extraño destino, preferí quedarme con Lorena, mi cuñada, sobradamente intelectual. Nos quedamos en su cuarto menos reluciente de juventud. Desde luego, ante su caso de sensibilidad, no soportaba ver a Ángela, postrada en ningún estado moribundo. Eso también hubiera podido matarme. Entre otras remembranzas, Lorena estaba tan mal, ante la tragedia de Ángela, así como mi nostalgia renacida. Igual, si fuera poca cosa, ella casi no puede salir de su alcoba, cuando su enfriada hermana, hubo de desmayarse con impresión. Lorena, sola lloraba desde su pieza, terroríficamente con desgarro, pareciera que se fuera a ir ella bajo otro espacio de muertos vivientes, junto a su hermana y sin mi presencia. Sin embargo, luego de vernos así tan desconsolados, ella vino y se sentó cerca de Angelita con dulzura, mientras mi suegra, daba los primeros auxilios a su hija.

En cuanto a lo próximo sin bien, Lorena y yo, nos susurramos unas frases bellas, bañadas de aliento y misericordia, mientras esperábamos a que sucedieran las cosas, siempre estando pendientes a cualquier sorpresa. Una vez se llevaron a mi novia, ambos quisimos calmarnos. Era obvio que ansiábamos saber de Ángela, durante cada instante pasajero. Nos sentíamos mal concertados en dolor; por lo demás era más de la una nocturna

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de pesar. Se hacía una maldita penumbra, donde nada transcurría con tranquilidad. Sólo bailaba la simple inconstancia con nuestros espejismos incomprendidos. Todo se reflejaba en cada rostro parecido entre la angustia. Pero nada gracioso corría, durante nuestro tiempo, disuelto bajo esa revertida época, salpicada de sutiles cantos de melancolía. Solos y abrazados, estuvimos ella y yo casi mudos, reunidos contra la negrura de unas afueras peligrosas, perdidos con una lluvia grisácea, volando nuestras sombras fugaces. Había escasamente una estrella de cristal, bajo nuestro cielo de verdades rotas, iluminando débilmente nuestras lágrimas, abatidas por el tiempo del silencio. Era un acallamiento compartido por ambos sufridores. Era Lorena como hermana y era mi pozo del noviazgo, ido en ruindad. Asimismo, ella y yo, estuvimos largas horas, abstraídos y preocupados, ante tanta pesadez de los miedos desbordantes, respecto a lo peor, que pudiera pasar con Ángela.

Luego tuvimos que hacer nuestro ruego ceremonial de confianza. Nos entregamos en peticiones íntimas confiadas al universo creador. Así que ambos quisimos arrodillamos sin mucha desconfianza de separación. Nos sentamos sobre la cama con sobrepujado temor. Dedicamos enseguida una oración de fuego sincero. Pedimos ayuda a la diosa del cosmos infinito. Rogamos con fervor por cada alma inmortal. En esa medida de pureza, requerimos un poco de compasión infinita.

Así mientras tanto, una parte de nuestro sentimiento, elevado con soberana fidelidad, se hizo con nuestras manos reunidas en señal de arrepentimiento. Desde luego teníamos demasiado miedo. No queríamos que nada horrible sucediera con mi novia. Al final del rezo, esperamos a que se hiciera la voluntad divina. Aunque lógicamente solicitábamos necesidad de misericordia. El amor se nos iba de poco por la noche sin Angelita. Además no quedaba más alternativa, sino pedir con fervor, por mi bonita. Sufríamos sin aparente sentido lógico de las cosas. La tardanza se hacía eterna. Pareciera que los sueños se nos fueran al abismo olvidado. Nos mirábamos en una oscuridad, sin salida de transparencia. Luego con mi cuñada apagamos nuestro clamor con naturalidad. Esperamos los dos juntos en su apartamento, para ver si nos tropezábamos con algo notable. Dentro de los segundos desparramados, dejamos que surgieran las novedades. No hicimos nada de ruido a nadie. Nos quedamos entumidos durante un solo silencio desconcertante. Nada más había que pudiera acabar con nuestros espasmos de sucinta intrusión. De forma evidente, la ciada de Ángela, socavó con mí última luz de esperanza, pero yo no quiero creerlo, desde este lento delirio, así que esta desgracia suya, hace que yo no procure otros amores sinceros, por la situación que vivo de luto.

De momento, no escojo a la rubia lejana del conjunto de mi residencia, cuya evocación debe ser procurada, durante una sola poesía sagrada, ella subida y hecha sin vacilación alguna a su romance dedicado. Es por esta razón entonces cuando tengo que decirle a

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Lucía, que debo amarla en otra época de la vida, más bien madura. Tengo que sobrellevar su virginidad sin siquiera haber acariciado su ternura. Por eso me alejo de vez en cuando de su cercanía rumorosa. De a poco, percibo su mirada repentina y penetrante a mi presencia. Su confianza de hechicera, puede igual conmigo cuando menos lo espero. Pero hoy debe ser primordial, mi luto de muchos pájaros negros. Desde luego, la Ángela con quien esperaba casarme, murió al otro día y otra vez, fue una madrugada lluviosa. Falleció mi bonita de un derrame cerebral. Ante su muerte del más allá amoroso, se hace comprensible, que no yo pueda levantarme del hondo vacío en que estoy postrado. Siempre termino religándome a Angelita, sin su compañía persistente de serafina. Me quedo igual otra vez solo, bañado en este opacado otoño, hasta cuando no sepa saber más sobre esta supuesta existencia. Me quedo ahora sin la juventud, hasta cuando reaparezca la figura perfecta de Ángela, desde cualquier otro espejismo impensado.

Por lo tanto, yo permanezco aquí metido en el encierro, solamente rodeado de suciedad en este desván, sin mucho por hacer a la gente, contra el pesaroso andar de nuestra humanidad. Recojo ya los brazos, que tenía recostados sobre este mueble hundido. Miro las manos alisadas por algunos instantes. De repente, me tomo un vaso con agua que hay al lado mío. Al mismo tiempo, me dispongo a pensar sobre la esencia de esta apresurada tarde y esta confusa vida. Una vida de tráfagos dada para el desconcierto circular y desencantado. Tal vez para mí, sea simplemente saberme solitario, bajo un pozo de extrañeza; estar aquí aquietado y sentirme colmado de muchas impresiones insondables. Dormir nomás el sin sabor fugaz del pasado, no comprendido contra cada ser humano abismal, viene a ser lo que procuro hasta el hastío. Así mismo, cavilo el suicidio como una degradante solución, querer cruzar hacia la puerta falsa, no seguir con este camino de emulaciones alteradas, lo rondo por la cabeza. En serio, por momentos, renuncio a mi nada de destino, pero al final me detengo y sigo para adelante con la vida.

En cuanto a las nuevas presencias, elucido las procedentes cavilaciones. Descubro el andante mareo indisociable del cual necesito salir como me sea posible. De lo contrario, podría terminar embotado en un remolino de agudas navajas. Es un denso mareo de furias invertidas. Es una náusea oscura, que también envolvía a cierto escritor disparejo, los escritores somos algo góticos. Hay que dejar entonces este intruso equívoco, afuera del mal, huyo de esta cobardía. Vuelo la sensación, que me aturde suciamente. Trato de salirme de una vez del espasmo estático. Mejor, hago cualquier otra actividad refrescante. Durante este resto de tarde nublada, ir a una cantina, será tal vez lo más sensato. Para este momento, prefiero estar menos trastocado entre la vergüenza. De hecho, percibo la furia nerviosa, cada vez más intolerable. Tras las sucesivas horas, me pongo muy depresivo. Voy andando como sobre una cuerda floja junto a los otros hombres y las demás mujeres citadinas. Así

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voy con ellos, tambaleándome por este mundo riesgoso. Por pocos reveses, nos imaginamos con la mente, plagada de crímenes morales. Muchos de estos pasajes; los vemos metidos, fugados entre los disparos, escuchados atrás de cada esquina, alocada y estallada con sangre. Asimismo, ante las heridas recién cortadas, suelen pasarme sórdidamente muchos recuerdos, mal percibidos a mi presente repetitivo. Menos mal, trato de dejar el ayer dormido; sin ninguna señal de renacimiento. Así es hoy como me siento de mal. Pero contra todo caso, trato de ponerme más calmado entre el ir y venir de las ráfagas suaves, unas brisas danzantes, que no cesan de colarse por la ventana mágica. Además, han pasado casi tres horas, luego de haber despertado ante esta realidad, siempre llenadora de asfixia. De todos modos, sigo recostado de espalda al mueble de terciopelos azules. Estoy ahora con la cabeza reclinada, bajo mis brazos delgados. Voy sintiendo a la vez, la áspera densidad del ambiente. Presiento que se hacen exageradamente heladas, las briznas punzantes, pese a caer menos lluvia traslúcida, cayendo desde las nubes flotantes. Además, parece que va a caer más agua rociada hasta la media noche, parece ser lo cierto.

En tanto, por la náusea, me salgo mejor del rato casual, hacía las afueras del descontrol social. Quiero pasear un poco a esta ciudad grisácea. Espero ver con cual gente tropiezo por las calles. Aparte, bueno contemplar los ocobos floridos y escuchar los bullicios juveniles. Quizá, salga otra muerte en alguna calleja infernal. De pronto, sea la mía y así podré volver entonces a los brazos de Ángela, hasta siempre y hasta el sin final del nunca jamás. De lo contrario, que más importa la otra muchedumbre, indiferente al sentido de humildad. Sólo trasegar, hasta el acabose de este imperioso pasillo oscuro, vendrá a ser lo justo. Por eso me ahogo en la ebriedad. Desde luego, andar en decadencia es así lo normal, algo similar en concepción a la invención del túnel. Estos abismos míos, son parecidos a la novela del escritor argentino. A solas el artista, descubrió su tragedia despechada con las almas. Aparte, durante nuestros casos dramáticos, hay demasiados túneles, solitarios y oscuros, suciamente y sólo los nuestros.

Aquí con el tiempo, por cierto, comienzo a bajarme del desván en donde estuve casi todo el día con la soledad, pensando este presente penumbroso de recuerdos. Ahora, voy llegando al salón de juegos. Descubro que están iluminados todos los alrededores visibles. Todo reluce bajo un destello blanco de cegueras tenues. Sigo caminando además, sin mirar atrás a los laberintos de esta residencia. Ando sólo en medio de unos cuadros surrealistas, colgados sobre las paredes, dibujados con unos payasos multicolores. Esquivo ya la mesita circular, sobre la cual descansan las cartas del naipe español y unos vasos de ron a medio terminar. Recuerdo que ayer hubo locura en este hogar, entre diversos gritos y peleas a puño limpio. Esta verdad, puedo verla desnudada desde lejos. Igual, no estuve presente, durante aquel espectáculo de trasnocho. Mi padre de risas, quiso traer a sus amigotes del

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barrio, fuera de convencer y estar con sus amiguitas del Colegio Nacional, allá donde papá trabaja como oficinista sin mucho descanso. Yo pues, casi no hablo con papá nada personal. Sólo exijo mi dinero y arreglado el asunto, todo fresco. Así todo, queda hecho por su parte de difunta indiferencia. Así que ahora, mejor voy a recorrer las calzadas vagabundas, no quiero estar aquí con cara de altanería. Así con cultura, me salgo de la residencia, antes de que me arrepienta. De lo contrario, ahí sí que me pongo peor de mal. Llego ya a la entrada principal mientras tanto del conjunto cerrado. Abro la puerta de metal; giro el picaporte redondo y salgo raudo de este calabozo.

Ahora ando por la calzada de enfrente del barrio Sangermuk, donde aún estoy muy enlutado, sin Angelita. Miro además tristemente hacia el suceder del instante. Llevo un saco negro a las espaldas. Así me siento más protegido del inclemente frío. Hay una muchacha de piel morena quien mira las afueras, por casualidad. Ella me acaba de descubrir, desde su balcón donde está reclinada coquetamente. Veo que sus piernas son blandas y su rostro es de modelo. La mujer, no dice nada a mi voz desconocida. Sólo habla del coqueteo con su sonrisa insinuante. Aquí, miro su boca de reojo, mientras sigo de largo, sin decir una sola palabra. Es atractiva esta mujercita alegrona. Eso no puedo negarlo. Pienso así su verdad al tiempo que cruzo a un vagabundo de por ahí cerca. Le dicen monedita al pobre pelado. Por algo será que lo sabotean así tan chistosamente. No lo saludo ni nada por su grosería. Sólo lo dejo atrás como a otro divagador olvidado. Y ahora, no sé qué hacer con la mujer del balcón. Quizá esta morena, no hace sino procurar amistades ajenas. Quien sabe con cuánta gente desconocida, gusta estar ella, divirtiéndose con su presunción. Por mi parte, ella no importa casi nada, que siga esta pelada con su destino iluso de juegos infantiles. Parece dárselas de inteligente, la visajosa. Pobrecita, la chiquita gomelita, no madura realmente su niñería de ingravidez. Que pesar por ella, más por todas sus fantasías, equivocadas y falsas. Mejor, no sigo pensando sobre dicha desconocida del presunto ocaso. Más bien avanzo por un rumbo ocasional. Me subo así velozmente con procurada ansiedad, hasta alguno de los bares poéticos, próximos al Centro Comercial Patlinda, lugar concurrido por donde yo mantengo tomando, algunas veces distraídas. Miro a ver entonces ahora, si me tomo una que otra cerveza de ebriedad en cualquier mesa del bar, La Bohemia, así sólo sea para calmar este lobreguez, que pueda derrotar la locura, menos pensada.

De pronto doy con el tomadero que me agrada visitar. Ingreso al recinto sin aparentar lo que no soy sinceramente. Voy callado hacia el mostrador de cristal. Hay pocos bebedores en las mesas esféricas del interior. Sólo entreveo a una pareja de enamorados conversando sobre su felicidad inalterada. Por momentos se besan con extremada pasión. Mientras tanto, se acerca el barman del sitio trasnochador. Viene detrás del estante de las botellas de vino. No pronuncio ninguna palabra a su voz sobria. Sólo hago señas con la mano sobre esa

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bebida, que siempre solicito para estas ocasiones casuales. El pelado moreno acepta y se distancia de nuevo y vuelve por donde vino, mientras yo aguardo por la disolución del otro tiempo incomprendido. Dejo correr esta presencia no descifrada del modo como podrá rematarse. Sé de todos modos, que no tardará mucho en durar la juventud. Entre sus espacios vanos se me hace presuroso el recorrer del movimiento infinito. Además, mis escenas de acción cotidiana, cubren y sobrellevan lo trivial, tras cada recomenzar ideal y tras cada acabar teatral. Luego cada pedazo de noción actual, parece apagarse suavemente, cuando me alejo de la conformidad, tan agobiante y tan alterada de los caminos, que llevo por esta juventud.

Ante lo pedido en pocos segundos, deciden pasarme la cerveza de siempre, botella la cual es colocada de cerca a la boca. Está algo fría la sustancia que me gusta beberla, bajo los nocturnos de este bar, mientras yo medito sobre las mujeres y el amor. Ya bien, siento suave su sabor y mientras va susurrante la música del bar. Resuena con delicia una canción del rock chileno. Sale la música desde la rockola del lugar circundante. Escucho aquí mismo la melodía clásica junto a la voz pura del artista, Beto Cuevas. No hay aparte casi ningún paseante, recorriendo los sucios andenes del barrio, no veo a nadie en las afueras, salido al sin sabor acabado. Para mí es evidentemente curiosa esta paradoja del ritmo social. Sólo hay algo de frío en mi cuerpo agotado y en cada vago abandonado. Así en lo intimista, voy sintiendo como soy un simple muchacho de rostro gótico. Me lo paso así, porque sueño con tener un futuro más llevadero. Anhelo ser un escritor de verdad; pero es una lástima que para esta oportunidad, no pueda hacer posible esto tan surreal, que lucho con la literatura, lo cual es inspirar el amor artístico.

En cualquier caso, ahora veo que me cuesta hacer lo escritural, para los azares de este mundo. De hecho, hoy resulto un destino todo desfigurado en naufragios, ante la muerte de Ángela. Los abismos emocionales, ahora no me dejan ninguna alternativa de libertad. Lógicamente no se pueden idear conciencias individuales para nuestros tiempos persuasivos. Por lo tanto, no tengo claras las utopías del soñador mañana. Hoy mal, tendré que sobrellevar la muerte artística, durante esta realidad, que ha sido una pesadilla. Más entonces lo honesto, será ahogarme enmarañado al alcoholismo, sin mucha lógica. En la mente, acabo de descubrir entretanto una de mis tantas crisis extrañadas. Ambos ideales van trastocados soberanamente junto a la misma dolencia social. Así que hoy alguien habrá de fallecer así como murió mi Ángela tan amada. Traigo por cierto entre nociones, la tragedia humana hacia mi vida, otra vez espectral. Se viene tras un golpe siniestro la otra muerte. Sucede aquí en este espacio, bajo el recinto de este bar, donde yo sigo esperando al destino fatal. Por cierto, acaba de aparecerse adentro del lugar, una linda amante nocturna. Esta aparición es un poco asombrosa, para mis ojos adivinos. La mujer es rubia y ella es

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algo atractiva. Desde su propia presunción de vanidad, lleva además una minifalda negra y una blusa rojiza. Pero que está pasando ahora con sus acciones, saca ella pronto un revólver del bolso negro, que lleva colgado a su hombro derecho. De momento, grita su dolencia de furia, contra su hombre traicionero. Yo me quedo en completo silencio, mientras ella apunta su arma plateada, contra el asistente del bar. La maldita puta, lucha por acribillar al barman, él quien aquí atiende con la debida cordialidad. Aquí entonces, los presentes nos quedamos inmóviles. De corrido el conflicto avanza con una tensión dramática. Los espectadores, no pronunciamos ninguna palabra probablemente equivocada. Los pocos hombres y mujeres, presos adentro de este pequeño bar, sólo miramos a esta prostituta con temor y sólo esperamos con nerviosismo al cese de su locura.

Ya bajo un acentuado ritmo precipitado, la mujer entre lágrimas, termina soltando sin ninguna reflexión, tres disparos de fuga contra su hombre. Son cargadas sus balas con veneno rencor, son soltadas contra su víctima noctámbula. La mujer, parecía ser amante del barman recién asesinado. Las tres balas lanzadas fueron a dar directo a la boca del condenado. Así entonces, todo se confunde tras un silencio pesado. Durante los otros segundos, ella decide destrabar otro disparo, sin ninguna reserva de sosiego, dirigido hacia su cabeza femenina. Ahora entonces, sin dudar de mis acciones, me levanto del suelo desde donde pude ver de reojo ambas muertes de espanto. Ya me acerco al cadáver de esta mujer, hasta donde mis ojos puedan reconocerla. Examino lo que queda de su cara con precisión. Maldita sea, pero si es la mujer rubia del conjunto residencial. Desde mi desconcierto descubro que es Lucía. Ella, acabó de matar sin nada de perdón al barman. Luego hubo de matarse Lucía sin querer dudarlo. Por eso tuvo que irse de su juego alegórico hace unas pocas horas. Fue ella quien concluyó nuestra rutina, fue su prostitución rematada con su vida de misterio, fueron además sus disparos, haciéndose de una forma chispeante, la causa de su desaparición. Aparte de todo, su actitud, apaga ahora nuestro intolerable absurdísimo. Igual, no importó nada para Lucía, hacer otro odio de su propio dolor, frente a su última petición de cierta indignidad. En cualquier sentido, sus disparos aún resuenan con una intensidad de horror, que parecen estallarse adentro de este bar difumando, entres reflejos palpables.

Del otro momento, miro hacia su belleza solitaria de entre los charcos de sangre suya. Al parecer, la sigo creyendo inocente y angelical. Aunque Lucía haya dejado caer su alma en un delirio criminal, ella aún me conmueve. Sin embargo, así no quiera creerlo, fue ella sola, fue su rabia, quien decidió cazar a su otra muerte culposa. En esa medida, comprendo una falsa decisión suya. Y su masacre brutal se hace más horrenda que mi vida muerta. Ahora simplemente huyo del cadáver perdido. Dejo que cada espejismo lacrimoso se distancie de esta realidad. Aquí sólo atravieso la puerta de este recinto tardío. No quiero ver

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más los quejidos del infierno enfermizo. Me voy veloz del barsucho flotante en muchas penumbras. Ya cruzo con sigilo las calles ciudadanas, yendo en busca del laberinto descifrado. Mientras tanto, yo elucido esta presencia, toda tejida con muertes ajenas, pero mi ser con vida, hundido en unas oscuridades paralelas. Así, mi existencia inmediata, lluviosa con sangre, va sufriendo en este presidio de suicidas mentales. Y luego del tiempo desecho, Angelita otra vez alejada de mis ruegos y ella otra vez sin su escritor; sólo yo entre las ruinas del extravío.

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ÓLEO SOBRE TELA

Me gustas cuando callas y estás como distante. Y estás como quejándote, mariposa en arrullo. Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza: Déjame que me calle con el silencio tuyo. Pablo Neruda

En el pasado; tú no creías en nada, Laura, antes dudabas de nuestro ilusionado romance. Hace unos años, tenías la posición incrédula y yo no conseguía descifrarla por el extraño silencio tuyo. Menos mal, sucedió toda nuestra pasión entre ambos, yo haciendo como hombre y tú renaciendo como mujer. Nuestro amor igual fulgía, mientras mi alma te descubría encantadora, cuando mi amor te prefería entre un sueño de pureza. Fue durante nuestros recuerdos de fantasía cuando se dio nuestra magia idílica. Ante ello, yo no discuto más los pasados paralelos. Esta vez, mujer, nuestra larga dulzura y nuestra confianza, se hizo latente con evocaciones imperecederas; se volcó en nuestras alucinaciones solamente lúcidas. Y claro, que fue elevado nuestro abrazo de intimidad ardiente. Además, fue tan vívido y preciado para ambos, que voy contártelo otra vez. Por cierto, hoy te digo un secreto más de lindura; mi recital inmediato, va a ser más preciso y descriptivo, antes que nuestro primer día, cuando nos sentimos juntos, cuando nos supimos enamorados, atrás de la confusa lejanía. Aquí recomienza entonces, nuestra historia encantada, hermosa mía, mi mujer de las muchas existencias.

Si mal no recuerdo, la noche de aquel jueves anhelado, estaba recostado contra el camastro de mi cuarto umbrío. Me envolvía en las sábanas de arco iris, mientras en los pies, las sentía suaves, un poco frías. Luego, decidí erguir un poco el cuerpo hacia el espaldar rojizo del descansar. Lo hice sin saber como me dejaba llevar por la soledad de la noche, una noche muy azul y ella muy espejada. Acomodé así entre las rutinas, una almohada de plumas, atrás de mi cabeza. Esperé algo bueno por hacer entre el espacio sereno. Del mismo instante, quise tomar el poemario de Neruda, que estaba encima de la repisa de caoba. Estaba al lado derecho mío. Pronto lo acerqué al rostro lánguido. Lo abrí con suma elegancia. Comencé a leer; Me gustas cuando callas, en la medida que salían unas nebulosas del cielo limpio. Yo repasaba ya las frases en verso suavemente hacia mis ojos fugados. Todo el canto iba al ritmo impuesto por el poeta inmortal. Su armonía parecía contener unos bajos deslices de nostalgia. Por el demás gusto, fue tanta la belleza artística, que hube de llegar al estremecimiento de sentirme absolutamente deslumbrado y quemado

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por el fuego astral del poema. Así entonces, mi propia conciencia se vio arrastrada por la altura amorosa del verso final, que fue inolvidable.

Una vez terminada la última estrofa, no contuve la pasividad. Amor, elevé un poco la voz de este gran artista. Evoqué otra vez el poema con rubores en las mejillas. Percibía mi voz rumorosa, deshilándose desde su única emoción poética. Del hecho; santo fue como volver al pasado del universo, llenamente nuestro. Laura, fue estar reposado entre tu mariposa flotante, fue como verte en verdad, abajo de mi ulular fantástico. En cualquier caso surrealista, no sé bien como nos bebimos nuestra lluvia de vida. Sola te profesaba cerca de mí y sola te sentía, adentro de mí, amada adónica. Todo se nos daba sobre unos tiempos indecibles. Era divino acariciarte junto a tu intimidad femenina. Cada danza de cuerpos ajenos, vibraban en una unión espiritual. Luego del último grito, te alejaste del placer y me dejaste ebrio de placer. Y yo, volví otra vez al presente y dejé el poemario al lado de las otras obras literarias. De repente me supe cansado volviendo a una llenura en ausencia. Me pensé solo y sufrí tu ausencia, mirando hacia el tejado de las lunas impresionistas. Así pues, que decidí presionar ya el interruptor de la luz del cuarto y sin ningún fin, me recosté en la lentitud relajante del lecho blándido.

A esa hora, sólo apreciaba por atrás de los ventanales del recinto, algunas estrellas en la distancia con su luminosidad. Y otra vez lejana tú y tus besos febriles. Aún pensaba en ti sinceramente. Aún me quería en tu nobleza y yo paseando con los dedos tu sonrisa de blancura. Seguía amándote desde lo retirado con presunto cuidado. Te figuraba ahora entre el pensamiento, bajo la negrura de mis ojos recién apagados. Luego comencé a sentir un agradable adormecimiento que procuraba distanciarme de a poco de aquel sitio penumbroso. Me fui alejando de la habitación forzosamente. El sueño me sacó del dolor oscuro, donde antes se ahogaba la muerte. Del otro espejo viviente se abrió entretanto un mundo desconocido. Ya me soltaba con cuidado hacía sus inhóspitas maravillas, se desvestía bajo una lentitud acompasada y entre una intensidad eternizada. Pero a la vez, todo pareció suceder fugazmente, hacia mi videncia. Laura, mientras yo entraba más y más hacia lo hondo de paisaje vaporoso, recorría a solas el sendero de un bosque con un vestido negro. Iba yo como sin un rumbo escogido. Y cerca de mí, escuchaba el crujir del césped a cada paso andado. Además, parecía que te estuviera persiguiendo con locura, porque mi alma siempre te ha amado. Tú lo sabrás más que nuestros corazones melancólicos. Aparte, antes del principio creador, te anhelé desde siempre con sobrada vehemencia, te quise con una esperanza abrazadora. Por esto bello, la brisa del paraje era ligeramente fría. Volaba acompañada por un olor perfumado a flores invernales, ellas flores, siempre impregnadas con pureza angelical. Y tan sólo yo y el amor por ti, que se me agolpaba en el espíritu,

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durante aquel recorrido misterioso. Y por esto bello, se me venían las lágrimas como una avalancha de nieve arrasadora.

Ahora bien, yo esquivaba unas ramas de los cipreses frondosos. Al mismo tiempo, exploraba la selva más bien primaveral. Trataba de mirar una y otra vez hacia el horizonte perlado y hacia toda su inundación de frescura. Pero mi confusión era sincera, no veía con sincera claridad. El cielo del cielo, se removía sutilmente nublado como si fuera una alucinación inmaculada. Había además una bruma espesa, revolviéndose en la atmósfera ondeante, rodeando las hojas azules y los troncos boscosos de esta naturalidad edénica.

Así por cierto, debido al deambular hechizante, escogí tomar por un paraje extremo del bosque, originado con madrigales. Ahora allá, rebasaba varias rocas revestidas con musgos babeantes. Sorteaba durante el mismo camino, un arroyo de agua trasparente y repleto de peces rojos. Todo este paraíso de unción, se hacía más fijo en su realidad. Lo percibí un poco tangible, mientras me sentía otra vez extrañado en esta perfección existencial. Desde lo individual, me impresioné por obviedad y renuncié a la búsqueda tuya en este escondite. Afortunadamente, para mi incierta ansiedad, resolví recorrer otras cuantas praderas intensas de follaje. Aparte, había descubierto a lo lejos, una cabaña de maderas antiguas, mientras más allá de la otra orilla, aparecía un lago finamente plateado, era un lago místico y algo apacible.

Así entonces, fui sólo hasta allá, haciendo uso de una exagerada precaución, entre la bruma maleable, entre la quietud nevada. De paso a paso, fui reconociendo la cabaña sin ningún habitante y de una vez, anduve por las afueras de aquel hogar descuidado, hasta cuando vi un escaño de metal, escondido entre varios arbustos de abejas, entre pequeñas rosas violetas y otras vegetaciones, sembradas a un rincón de la puerta desvencijada. Supe próximo este asiento de relajación. Luego, resolví recostar allí, mi ajado cuerpo. Descansé un poco la mente mientras volvía a evocar tus bellos encantos de mujer; Laura. Y cierto, Laura, estiré mis brazos de piel morena hacia los costados y entrecrucé las piernas. Al mismo presente, observé un brillante rebrotar de mañanas entre vuelos de cisnes, cantando ellos bajo las nubes pintorescas, cortando las auroras invisibles. Divisaba enseguida el reflejo de unas altas montañas que parecían mecerse en ese mismo lago de olas leves. Ya a mi vez, volví el rostro, justo al frente y de golpe, aprecié todo este cuadro milenario, queriendo expandirse vertiginosamente. El sueño atractivo, Laura, sin embargo allí, no acabó con su magnitud. Yo hice un máximo esfuerzo por volver a ese espacio increíble otra vez; sólo por ti procuraba revivirlo en los instantes salvadores. Sucesivamente percibía que la acción inmediata, resurgía como leves nociones de fijación. De un solo chispazo, entonces te descubrí, mi enamorada, pude contemplarte con tu alta figura de belleza, proviniendo del lejano mundo. Venías ahora, recorriendo un sendero de flores por entre los

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árboles tupidos de matorrales. Te acercabas junto a tus pasos lentos hacía mí. Venías ondeando tu cabellera castaña. Hubo pese a todo, otro apagón violento en esa instancia. Se hizo con un sentido palpitante. Al corto tiempo, regresó completo el espejismo y tú regresaste a mí. Te hiciste al lado mío con delicadeza; nos aferramos a nuestras manos, nos besábamos como si lleváramos muchos años de estar juntos. Tenías el vestido de coloraciones blancas, que tanto me gusta verte; te quedaba muy precioso y te queda muy hermoso. Se te hace todo digno a tu elegancia celestial. Luego, te aproximaste más y más hacia mi hombría. Te viniste encima de mí con timidez y me abrazaste con calores tiernos. Al otro sublime encanto, me susurraste al oído: Amor, vamos a pasear por el edén, quiero recibir la brisa, quiero contemplar los pájaros azules.

Ante la petición tuya, aprobé el antojo tuyo; sin vacilar nunca. Sin pensarlo una sola vez; te dije que sí, te amé en verdad. Así que ambos nos levantamos enlazados, nos alejamos felices del pasado, hacia los cipreses danzantes del bosque.

Ahora, no hay más recuerdos legendarios, Laura. No sé tampoco cuantos siglos llevamos reunidos en nuestro sueño feliz. Sólo más bien, hoy sé que me gustas, que me cautivas cuando me abrazas, que eres encantadora con tu presencia, cuando vienes otra vez al encuentro y me despiertas, sobre la nueva realidad, entre un beso y entre muchos más besos. Y hoy me sé embelesado de ti, hoy me siento enamorado, porque ya estoy contigo, hoy estamos por fin juntos, adentro de nuestra fantasía. Y hoy estoy alegre, alegre de que nuestro amor sea cierto; Laura, novia mía, mi Laura virgen.

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EL ARTISTA DE LA PINTURA

De pronto como un espejismo de auroras fugaces, resurgió del cielo otro amanecer de brumas danzantes. La niebla espesa se revolvía con el viento arrasador. Todo así entonces, se veía algo triste bajo la ciudad musical de Colombia. El firmamento silencioso se hacía lentamente como una sombra madrigal. Era una macha gris algo adversa tras cada instante del día contrapuesto. Luego, la magia del día fue recubriéndose entre unas nubes de esencias penumbrosas. Tal ambiente simulaba moverse entre una y otras neblinas de un espesor profundamente grisáceo. Así pues, que mientras la mañana se pintaba con leves nieblas de melancolía; Leonardo Andrés Duarte, un joven estudiante de artes plásticas, quiso abrir por fin el balcón del pequeño aposento suyo. Era el lugar un rincón, todo rodeado de pinturas abstractas. Escogió así él, por lo tanto, otro destino diferente del normal, para disponer así ahora su mirada atenta, hacia el majestuoso paraíso de las afueras arboladas, pero suavemente comprendido con sus metáforas poéticas, solitariamente dibujado con naturalezas, dedicadas a la ciudad de la música.

Luego entonces y con algo de paciencia, el artista, se acercó al ventanal de cristal, empañado de rocío. Con cara de trasnocho, abrió la contrapuerta del balcón lentamente y llegó así sólo de golpe hasta la balaustrada de hierro, con algo de pesar, bajo el fondo de su alma famélica. Dio un giro inesperado y acodó sus brazos, sobre el barandal oxidado. Agitó después sus largos cabellos negros, hacia atrás suyo. Ya pasado un rato del silencio, quiso contemplar las predispuestas constelaciones, que correspondían a una vida sin nada de muerte. No hacía además, mucho frío en la floresta de afuera. La madrugada era más bien aplacada. Y los paseantes todavía no salían de sus encierros rutinarios.

Más adelante del tiempo perdido, el artista, sólo anheló presenciar los arboles cipreses del bosque ensoñador. La arboleda se ideaba además, bien disgregada frente a la residencia, ella suya y ella cuidadosamente cercada, bajo todo este barrio contemporáneo, llamado Cutucumay. Luego así, Andrés hizo unas acciones todas contrapuestas de normalidad habitual. Divisó simplemente la espesura natural del paraje solitario. Vio asimismo, unas flores de colores primaverales y a la vez se fue sorprendiendo con el sutil cierzo, que hacía para aquel octubre. La brisa arrullaba suavemente las hojas de los árboles cipreses y ellos exuberantes Toda aquella belleza natural, trataba de calmar además el propio momento del artista, quien andaba algo vacío, sin mucha felicidad. Andrés por su parte, se asombraba cada vez más con la sola madrugada, mientras volvían a su memoria un arroyo de pensamientos, ellos angustiosamente insospechados.

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Aquí por lo tanto, él procuró retener lo fantástico del lugar, como una pintura estática, adentro de su perturbada conciencia; lo hizo así, porque de golpe quiso esbozar aquel paraje profuso, sobre algún lienzo del arte, que tal vez estuviera, igualmente regado con algunos amores persistentes.

Ahora por supuesto, las delgadas ramas de los cipreses, dejaron de ser acariciadas por el viento arrasador del norte. De momento, el aire hubo de quedarse aquietado entre una nada irresuelta. Ante tal novedad, Leonardo Andrés, acercó otra vez su vista, pero hacia los eucaliptos de la floresta. Atrapó la magia de esta naturaleza. Enseguida él, se volvió hacia atrás con todo el cuerpo y se fue caminando hasta la artística habitación suya. Era esta como una estancia de lunas menguantes. Descorrió, pronto la cortina azul de encajes en rosas con el brazo derecho. Seguidamente escuchó, adentro del ámbito, una melodía gótica de System of a Down. Sonaba la canción Spiders, cuidadosamente con la lentitud del ritmo ahogado. Era hondo el ruido de la canción. Así que Andrés bajó el volumen musical, desde el equipo de sonido. Al mismo tiempo, Andrés pasó a recostarse, sobre el tapete azul del suelo marmoleado; lugar donde cavilaba sobre la vida, tras varias tardes difuminadas

Sin embargo ese día, Andrés necesitaba el ambiente algo lleno de quietud. Quería estar suavizado en la melodía, que armoniosamente oscilaba, entre tonalidades bajas de depresión, ellas como regadas entre hondos secretos. Por tal razón, Andrés se levantó del suelo enmarañado, sin ningún aviso esperado de poesía. Bajó un poco más el volumen de esa música espiritual. Ahora, pues el artista pareció sentir mejor la canción, ella, atravesando todos sus sentidos humanos. Lentamente, ingresaban las ráfagas del arte por sobre su alma. Las armonías del canto iban bajo un compás armonioso al deseo. Este ritmo, fue relajándolo más y más, al paso de muchos segundos existidos. Luego como hombre, creyó estar adentro de un plano existencial desconocido. Sucedió unos momentos antes de que se comenzara a realizar, su obra de inmortalidad. Por su hecho, él pudo elucidar profundamente, los estilos pintorescos, que debía llevar la pintura del paisaje impresionista; donde extrañamente se obligaban, delgadas las pinceladas del exagerado cuadro.

Ya una vez quedó intencionado su precioso ideal, él caminó por entre el recinto un rato. Luego, pasó a rebuscar el lienzo y algún pincel especial. Lo buscó al interior del extenso armario. Allí, guardaba las creaciones abstractas suyas. Ya entre sus movimientos clásicos de creador, abrió las dos compuertas de madera. Después, se inclinó un poco para buscar así, los objetos artísticos de siempre. Arrodillado por obvias razones y de espaldas a su litera de hierro, lugar donde soñaba en las noches, pronto decidió levantar las copias sobre teoría del arte moderno. Estaban por ahí regadas, estas hojas adentro del armario. Revolcó, enseguida algunos rollos de sus anteriores pinturas, para ver si por ahí estaban

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cerca de su abstracción ficcional, los pinceles suyos de la inspiración. Sin embargo, Andrés no encontraba todavía los objetos del arte, para idealizar así, la obra de exuberante belleza. Menos mal, tras un cabo del tiempo embrujado, Leonardo, palpó por fin entre leves sombras de fantasmas, algunos objetos pictóricos y luego otros bocetos con rostros huraños. Eran estos seres extraños con sus formaciones medievales. Había demás otros dibujos que se comprendían absolutamente revestidos con figuraciones de duendes rojizos y unas doncellas blanquecinas. Todas esas creaciones estaban olvidadas a su infancia. De resto, no había muchas señales de lienzos blancos, ellos sin empezar con un amor de damas nocturnas. Ya más adelante, Andrés quiso escarbar las pinturas abstractas suyas. Miró los dibujos de unas mujeres dualistas y ellas mágicas. Y por fin aquí, él encontró algunos pinceles negros junto a las obras del mayor agrado suyo. Fuera de tal novedad, un lienzo blanco, para esta otra realidad simulada, hubo de tropezarse con sus manos. Fue preciso este descubrimiento material celestial. Por otra parte, estaba algo sucio este último tapiz de sensaciones descoloridas, que tenía guardado. Así que Andrés, decidió extraerlo del sitio donde estaba todo abandonado. Ahora, sacudió el lienzo cuidadosamente para dejarlo tan limpio como el ayer transformista. Por lo tanto, tras unos movimientos suyos de frescura, pasó a extender el papelón viejo, sobre el armazón de madera suyo, que estaba frente a la litera donde dormía entre su pobreza.

Sobre otras verdades; Leonardo, sabía que podía modificar su obra con el paso del tiempo. Podía hacer cualquier metamorfosis, cuantas veces quisiera. Y Andrés, hacía tales cambios, más que nada durante las mañanas invisibles. Por el hecho el artista, inició la bella pintura, bajo su completo estado de sosiego, bajo su plena libertad refinada.

Aquí entonces, para este otro instante redondo, dicho pintor del arte, fue deslizando sus muchas pinceladas con una soberana suavidad premeditada. Las hacía atentamente entre la madrugada calmada. Ideaba finas, las invenciones con armonía, además los trazos parecían derramar, una magia ilustrativa, hacia la obra del amor anhelado. Ahora, se concentraba lentamente un paisaje hermoso, tras cada delineamiento recién culminado. Andrés en tanto procuraba que para cada dibujo, quedara casi todo perfecto. Mientras la inspiración suya, se supo fugazmente eternizada, cuando concretó un lago de profundidad plateada, quedando junto a las sombras de unas rocas pulidas.

Ahora bien, Leonardo Andrés, luego de haber estado sumergido, bajo una espaciada exuberancia irreal, vio de repente, la madrugada del día suyo, tomando formas mágicas, sobre aquel boceto de ilustración, comenzado profusamente con inmortalidad. Luego, aparecía un cuentista todo enamorado, andando con una linda mujer. Ellos, caminaban bajo la madrugada brillante. Ambos personajes del arte solamente suyo, parecían ser además

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unos fantasmas del bosque. Y ellos, apenas recién engendrados con los dibujos encantados de este creador, parecían tener vida.

En tanto, aquí por miedo, Leonardo, quiso dejar atrás sus extenuantes labores. Lo hizo además para descansar un poco los recuerdos agotadores. Llevaba en cuanto a otras cosas, casi toda la mitad del cuadro íntimamente exteriorizado. Se veía bien representada su obra pictórica. El artista Andrés, entretanto detuvo el andar por andar por esos largos paisajes alegóricos. Dejó solamente los pinceles, sobre la repisa de caoba; que tenía algunas obras de literatura colombiana, fuera de sus libros; especialistas en tratamiento sobre pintores impresionistas. El artista, estudiaba obviamente el mundo histórico. Y también admiraba las pinturas con bosques anaranjados, además contemplaba las pinturas, inspiradas entre las calles lluviosas de París.

Acto seguido, Leonardo en vida quiso mirar inesperadamente alrededor suyo, para ver la difusa realidad. De súbito entonces se percibió ubicado otra vez en medio de su distraída habitación. Pasaban con arremetimiento, unas sucintas verdades dolorosas sobre su memoria. Luego, todo volvió a una intranquilidad tardía. Pasó así, porque cuando estuvo diseñando la atmósfera celeste, junto con los protagonistas, se supo lentamente inmerso en esa renovada pintura, ella algo impregnada de perfumes naturales.

El artista, además con otros recuerdos de noches, retrocedió agónicamente contra el acto de completar aquel ambiente, para aquel tiempo. Pensaba mejor en como fulgurar la magia restante. Desde su imaginación, tenía absolutamente figurado al cuentista y luego recreaba una mirada perdida en la mujer lejana. Igualmente, Andrés vislumbraba la atmósfera blanquecina y por abajo iba la doncella, andando con un vestido ceniciento, ella, una mujer de profusas esperanzas.

De todos modos, faltaba por determinar una realidad. Era extremadamente importante concebir el espacio del ayer. Era, si escoger el día o la lenta noche para ellos. Era, si podía colocar muchos cipreses o solamente dejar un lago traslúcido. Menos mal, tenía bien sabida en su memoria, toda la pintura mágica, pero todavía faltaban los pequeños detalles de ciertas sombras y luces abrumadoras. Así que sólo pudo terminar sus propias abstracciones, cuando cayó aquel amanecer de octubre, azulado sobre toda la ciudad brumosa y sobre su aposento ahogante. Era además su dormitorio un extraño lugar donde Andrés no hacía sino pensar sobre la elevación artística. Estaban igualmente desbordadas sus ilusiones hacia el amor evanescente. Luego en vida, Andrés no concilió el sueño en muchas noches. Sucedió, por le obsesión con el arte de pintar. Leonardo, comenzó entonces a entrar en unos trastornos depresivos. Lentamente, sufría como el pintor del retrato ovalado. En consecuencia, su dolor tristemente suyo, creció gracias a la mujer de esa metáfora suya. Era ella, un espejismo para este artista. Y la historia, no parecía tener una caducidad simétrica.

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Hubo, mientras tanto otra madrugada de supuesto presente, aunada a la misma vida del amor. El día así nomás gris, prosiguió su baile de neblina bailante, junto con su desfile de lluvias floridas. Fue todo lo bello volando a escondidas del sol y con las nubes ondeantes del cielo errante. Se fue haciendo enseguida, la fantasía en compañía de algunos pájaros azulejos de magnitud natural. Ellos, se ubicaban por ahí sobre las ramas de unos cipreses embrujados. Luego, así Leonardo Andrés entre su presencia alejada, pasó a ubicar su mirada de ojos azules, hacia la balaustrada del balcón. Detalló curiosamente el más allá del horizonte. Fue forjando de improviso su mirada atenta. Cuando de golpe, le llamó la atención un pájaro azulejo que andaba ubicado, cerca al balcón del aposento suyo. Además las líneas negras en las alas del ave, le gustaron y también la tersura del color azulado, fue espléndida. Igual, fue curioso este hecho inesperado de aves viajeras. Al gusto suyo, quiso entonces dibujar por agrado, el azulejo en la pintura. Pero fue claro todo el resto creativo de la obra creacional. Por el momento, no derramó al pájaro en el cielo. Sucedió así, porque el fuerte insomnio suyo, traído desde otras noches pasadas, no lo dejaba seguir con sus nociones impresionistas.

Así que él, más bien se arrastró hasta su litera de tendidos celestes. Necesitaba dormir un poco en su sueño. Entonces, Andrés se dejó soltar y se dejó llevar como por unos ángeles hacia aquel lecho. Luego descansó su pálido rostro en la almohada. Se acomodó un poco de espaldas a su humanidad. Ya tras el tiempo, apagó sus parpados y de golpe sintió que se alejaba hacia los ensueños, trastocados con delirio. De repente, veía un paraje donde percibía una agónica vida, que lo espantaba por medio de las visiones aterradoras. Ya tiempo después, para esta ocasión, Andrés abrió los parpados, desde lo hondo. Se erguió del camastro donde dormía. De un momento a otro, cruzó el pasillo principal y luego se fue ubicando en la mecedora del cuarto artístico. Al paso sucesivo, pensó en las almas muertas. Después él descansó los brazos, entre sus piernas flojas. Mientras tanto, caviló sobre las guerras del mundo y luego así rememoró, la tragedia del acabado Ludovico. Observó en otro tiempo, una obra literaria de Gabo. El libro escritural, estaba esa vez curiosamente recostado a un lado del único estante. La carátula de esta obra fantástica, decía simplemente, Doce Cuentos Peregrinos. Tras variados entendimientos, tomó desde luego, dicho libro entre sus manos y de un golpe abrió velozmente, las páginas de por la mitad; sabía además que eran bonitas las historias fantásticas y ellas encantadas misteriosamente con la literatura.

Ahora comenzaba a leer despacio el libro del saber maravilloso. Lo hacía sin mucha prisa anhelante. Paso a paso, se dejaba interesar por la dramaturgia de una tragedia antigua. Todo allí, se entendida desde la literatura mágica. Además era atrayente tal preciso cuento, que de repente iba leyendo vertiginosamente. Era desbocado y era aterradora la tragedia, tal

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como la prosa arrasadora del escritor colombiano. Y casi todo ese cuadro de abstracción, parecía precisamente perfecto con el teatro de sus personajes. El artista, entre otras cosas, comprendió los símbolos más eficaces del final decadente. Pero hubo un ruido molesto; provenía de su realidad. Esto, lo distrajo de la profunda ficción. Era el sonido de un teléfono, que estaba sobre la mesa de noche. El timbrar, se escuchaba adentro del cuarto artístico, donde él dibujaba constantemente sus grandes imaginarios.

El artista, sólo entonces ante el bullicio del enfado, volvió a la habitación geométrica. Anduvo con el libro literario, libro que había comenzado a estudiar hace unos días. Una vez ingresó al recinto tranquilo, se acercó al teléfono y puso a sonar el último mensaje del contestador automático. Supo enseguida, que había un comentario ciertamente comprometedor. Era la voz de una mujer rumorosa. Sus palabras enunciadas se hacían dicientes en poesía. Ella hablaba simbólicamente sobre una continuidad predestinada con sus amigos. Parecía además manifestarse como un extraño enigma del pasado embebido. Leonardo, por su parte trató de descifrar el juego de voces deliciosas, atrás de la intranquilidad del dormitorio. Y a lo poco usual, caviló unos cuantos acertijos desconcertantes. Cuando de pronto con la meditación fue dando varias vueltas por allí en aquel lugar olvidado. Luego, se reclinó contra la silla metálica del escritorio, que había adentro del cuarto. De momento, no observó mucha luz solar. Igualmente, tomó un papel blanco y un lápiz del escritorio desvencijado. Comenzó desde lo obvio a escribir para su otro acto de viveza. Pesadamente discurría algunas frases con lógica concordancia. Al seguido tiempo, comprendió tranquilamente el misterio, originado por la mujer enigmática. Esto, pues lo atrajo con sorpresa. Cabía una curiosidad de vidas pasadas. Descifró además su verdad de suerte. Igual, pudo dar con su secreto del amor solitario. Asimismo, Andrés logró desenmarañar los siguientes movimientos, que debía hacer frente a esta vida incomprendida. Debía hacer ahora sus acciones con cierta angustia premeditada, para alejar su soledad. Miraba eso sí difusamente la realidad trastocada alrededor suyo. Pero este conflicto de ver borroso, no importó en nada para su juventud. De pronto, se levantó de la silla del escritorio, lleno de hojas sueltas. Enseguida, pues se fue caminando por los corredores de su pequeña casa, hasta llegar a un cuarto de ropas. Su presente allí, lo veía lleno de ilusiones. Del momento sin dolor, siguió caminando hasta el rincón del armario, exiguo de ropajes. Abrió la puerta del compartimento, que se recodaba sobrado de infancias rotas. Ingresó pronto al sitio exageradamente encerrado. Se acercó ahora hasta el colgador de camisas descoloridas y pantalones. Descorrió además los juguetes del lugar empolvado y de súbito extrajo un pantalón oscuro del gancho. Miró luego si estaba presentable el atuendo, para el gusto mujeril. Al final, acabó de sacudir fuertemente el pantalón, con sus

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dedos de perdón, para mejorar así la presentación teatral, ante los desconocidos de las calles, que pululaban en aquella ciudad.

Ya para otro acto de vida, pasó a colocarse el disfraz del tiempo moderno con extremo cuidado. Se puso el pantalón con dificultad sobre sus piernas pálidas. Afortunadamente no se rompió la prenda de vestir ante el desuso inusual. Sólo aquí se apreció una cucaracha, saliendo del agujero del ropaje anticuado. Enseguida, ese bicho se escabulló por abajo de la cama, despoblada de cosas. Ya contra la invasora, él sólo quiso dejar al animalejo con vida, hasta otra noche, si es que había otra noche luciérnaga, llena de rumores, recorriendo su arrastrada existencia con posibles sueños. Más Andrés, tuvo un arrojo desconocido con la siguiente acción. Decidió desde esa presencia, algo inusual, no querer salirse todavía del armario alejado. Y el artista, pues tampoco quiso cambiarse de camiseta. Se dejó el buso que tenía puesto, desde hacía varios días desahuciados. Andrés, escogió así normalmente su reflejo, similar en apariencia, porque para esa mañana prodigiosa, él necesitaba del colorido oscuro, para usarlo en aquel sitio público, donde ya se anhelaba con alusiva incomprensión.

Luego del tiempo inconcluso, el artista, pudo salirse del armario asfixiante, para estar lejos de allí y poder caminar tranquilamente, las calles paranoicas de la ciudad musical. Andrés, entonces por simple gusto, quiso perfumarse con una rosa de aromas naturales. Ya una vez estuvo listo, se alejó del cuarto de ropas velozmente. El artista, salió de allí resueltamente, para no soportarse más en su espejo de oscuridad. Ahora, entre una posesión fantasmal, bajó unas escaleras de madera roja, pero ellas sin alfombras. Por lo demás, este laberinto de escalones altos, lo llevaba al primer piso, recién tomado por muchas sombras espectrales. Aunque ante, bajó Andrés ansiosamente a una sala agonizante de luz solar. Y Andrés no se detuvo allí por nada a pensar con análisis simbolista. Cruzó seguidamente un largo pasillo de retratos con pájaros grisáceos. Desigual esta vez, no reparó en aquellos cuadros palpitantes. El artista, sólo siguió su camino con exagerada premura hasta llegar a la puerta de la residencia. Así después, el artista decidió abrir la puerta que había sido recreada desde afuera del umbral inmortal. Por tal razón, Andrés pudo atravesar el otro lado del espejo.

Y sólo pudo salirse de su jaula hasta cuando descubrió con asombro, la claridad de un día extrañado; luego se fue del abismo de allí, presintiendo un mareo posesivo. Igualmente, no hubo dudas. Por allí, el artista vivió un espiral individual, unido a los recuerdos suyos, bajo una fantasía latente.

Ya pasada una fugaz inmortalidad, Andrés, resolvió recorrer atentamente las calles alborotadas del barrio Cutucumay. El artista, ahora se miraba caminando por entre el bosque de esa mañana florida. El lugar, siempre inspiraba recuerdos juveniles. Por allí, había presenciado antes su infancia algo aburrida en desgana. Eran unos días, sin mucha

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gracia de felicidad. Igual, pese al dolor persistente, había por ahí inspirados unos instantes de besos. Había reflejado un montón de parejas vivas con amores pasajeros, unos hombres con sus mujeres, besándose frente al rumor del día. Así era lindo al ayer como se veían los romances citadinos. Pero hoy casi todo era peor que ayer. La multitud andaba entre ruinas lacrimosas. El pintor miraba entretanto con una mirada atenta, los columpios desvencijados del bosque algo refrescante. Y de repente, por ahí cayeron los primeros rayos del sol rojo, sobre las ramas de los árboles otoñase, ellos llenos de ramas quebradas. La soledad entre los vecinos, se veía además como un vicio común y perecedero. El pintor, por su parte retomó el rumbo por dentro del parque embrujado. Corrió ahora con delirio como queriendo alejarse del paraje donde brotaban los olivos. Y él velozmente, pasó del parque a una calle de mayor alboroto ciudadano, parecía ser una calle inspirada con música folclórica y jugadas de casinos nocturnos.

Andrés, siguió entonces con su propio viaje de fidelidad frecuente. A la hora, dispuso una espera monótona en la misma avenida estresante. Esperó a solas por el arribo de una buseta. Aguardó lo sucintamente contrapuesto. En este sitio rutinario, empezaban a verse ya algunos sonámbulos tardíos. Ellos, corrían como unos locos hacia las oficinas de trabajo. Y mientras tanto, la buseta no pasaba por las cercanías urbanas donde yacía el pintor. Así que ahora se hacía molesto el desespero para Andrés. Era claro además ese nerviosismo suyo de presuntos romances anhelosos. Se despertaba asimismo una ansiedad suya, porque su propia acción continuada, se hacía tardía. Y en esa dimensión, todo era casi existente. Entendía además que debía estar en poco tiempo, justamente en la biblioteca central

Por suerte, el bus arribó con lentitud circulando por esa avenida, atestada de carros particulares. Un segundo después el artista hizo detener el auto colectivo. Leonardo, subió así nomás velozmente a la ruta del servicio público. Lo hizo con un racionalismo rutinario. Tras el instante, canceló con malhumor el pasaje capitalista. Pagó con cualquier billete de campesinos rojizos. Esperó entre tanto a que se bajara una jovencita de cabellos rubios. Ella iba montada en el mismo colectivo blanco. El artista por su parte cedió el paso a esa joven mujer, ya ida con una gracia clasicista. En cuanto a Leonardo Andrés, dejó simplemente que la mujer rubia, bajara con su lenta decadencia. La dejó andar a ella con su lindura. Era atractiva la jovencita en todo caso, para toda una vida abrumadora de ilusiones. El hombre desde su corazón, quiso besarla a ella, sin decirle a ella ninguna palabra en la boca. Pero Andrés, frenó su arrojo pasional. Tenía algo de miedo por la mujer. Los ojos claros, la figura esbelta, más los senos limpios, mostrados por entre su blusa negra, la hacían ver a ella demasiado atrayente. Era la mujer por supuesto rubísima y ella soberanamente hermosa. Así que apenas salió esta María Lucía, junto a su mundo de música, él respiró

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hondo y de pronto él se ubicó, atrás de algún puesto de la hilera desolada, sin recibir las vueltas del pasaje.

El artista, ahora nomás sentía un extremado calor de molestia, pese a los pocos pasajeros presentes, que había adentro del bus descolorido. Rodaba además el bus con cierto ruido como si anduviera destartalado. Aparte, su carrocería avanzaba despaciosamente. El calor entre lo mismo era ahogante como insoportable. Así que Andrés se llevó las manos a la frente algo sudorosa. Pronto se secó el sudor de su cara mientras observaba como atracaban a un poeta de la ciudad. El artista, miraba el sórdido atraco a través de la ventanilla trasparente. De todos modos, el bus ya había arrancado desde hace poco tiempo. Y el artista solamente siguió reclinado, contra su sillón de terciopelo rojo. Por su parte, Andrés quería detener esa injusticia inculta, pero al final del drama, no pudo hacer nada para auxiliar al ciudadano de los versos enlutados. Era ahora difícil ayudar a ese personaje cultural. Así que Andrés, dejó pasar tal tragedia por sobre su vida de muchos pesares. De momento, respiró alternadamente el aire del ambiente contaminado. Escuchó después un disparo espantoso en las afueras. Igual, no se supo nada. Y otra vez aquí, Andrés no pudo hacer nada con certeza.

Ya pues mientras caía la muerte del dolor, contra las muertes de los poetas y escritores, Andrés, no imaginó más los dramas desconsolados. Apenas, pudo levantar sus ojos hacia el frente irrealista. Mientras, fueron apareciendo una montonera de niños, allá en la calle. Ellos todos, corrían por entre unas casuchas marginadas. Los niños estaban elevando sus cometas blancas, bajo el paraíso colombiano, manchado con estrellas de sangre. Los pequeños, luego así entre muecas, fueron acercándose a un circo de payasos, muy despoblado de visitantes. Y así lentamente fue recreándose, la vida de los instantes falsos, sin mucha paz realista. Mientras tanto, la angustia individual del pintor, crecía como nunca por querer ver a la mujer misteriosa, ella, no lo dejaba tranquilo.

Ahora bien, Leonardo Andrés, tras un largo trayecto, por fin quiso bajarse del bus, más caliente en hervor, que había experimentado. Segundos después, el artista, hizo frenar al conductor. Ya tras el viaje claro y oscuro, solamente se bajó por la compuerta trasera mientras ya tomaba la calzada eclipsada. De corrido, vio a los ciudadanos huraños y a los extranjeros vacilantes. Caminó a su paso en baile con descuidado apuro, por entre cada rincón poético. Por allí, los lugares andaban aromados con ocobos rosas y olían a flores violetas. El artista entretanto se embadurnaba en aromas según el decurso ambiental y al mismo tiempo, se sabía ebrio ante la tardanza del romance suyo. Cuando de repente su estado de tranquilidad se molestó con ansiedad. El no haber cruzado pronto el centro urbano, lo ponía angustiado. Los rincones de los edificios andaban además desbordados con su gente. Y había una muchedumbre, ella ensuciada en pobreza desplazada. Unos hombres

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de por ahí salían como recubiertos con sus máscaras de escaramuza. Pero el artista, no ponía cuidado a esas caras ajenas de paranoia. Sólo él, proseguía con su destino confiable, así lo entendía, junto al mundo íntimamente suyo.

A su otro momento, Andrés fue rebasando a los paseantes de la vida culposa y ellos sin destinos sorprendentes. Luego apareció como del encanto inmaculado, una mujer toda blanca, frente a la presencia suya. Ella, era además una jovencita hermosa como la blancura en tiempos de verano. Y esa mujer sobrepasaba ahora al artista como si su belleza de santa fuera una fantasma. Para su delicia, ella apenas regaba una mirada coqueta al aire espeso. Y Andrés a solas, se quedó viendo a esa mujer celestial, alejarse. Era muy bailable el andar primoroso de tal mujer angelical. Pareciera ella, la mujer quien Andrés quería besar imaginariamente. La santa, llevaba entretanto un vestido azul de sabores agua marinas. Su cabello andaba recogido por el viento. Ella olía a rosas rumorosas como del campo perfumista. El bálsamo de ella, era como el perfume de las vírgenes. La joven a su hora, no quitaba los ojos de encima al pintor. Ellos aquí entonces, se entendieron bajo una magia de amores persistidos. Luego Andrés retomó su inestable destino. Giró hacia su derecha con largo desconcierto. Más con el pesar predispuesto, tomó a su vez por un callejón poético. Aquí, esquivó a varios ejecutivos de miradas rabiosas. Rebasó además unos vagabundos. Ellos andaban todos desarrapados y sin el plato de sopa, pedían ellos monedas con las manos arrugadas. Esta vez, Andrés los dejó atrás a ellos sin esperanza, junto a sus rostros ensuciados y esta vez, no dio nada de limosna. Sólo se perdió con la multitud de los habitantes sonámbulos, hasta cuando hubo de acercarse a la Biblioteca Darío Echandía.

Una vez estuvo justo al frente del edificio modernista, él por fin se detuvo a pensar sobre todas sus infidencias. De hecho, hubo un tiempo fragoso cuando tuvo temor por entrar al sitio ilustrado. Era obvio su nerviosismo ahondado. Dudaba al encuentro insospechado con esa mujer, que era muy enigmática. Ella era recién conocida para el artista y ella era ya toda encantadora. De momento, Andrés dudaba sobre su realidad amorosa. El artista tenía temor adentro de su alma varonil. Pero al final, pudo su confianza más que cualquier decepción inventada. Andrés, subió enseguida las escaleras de piedra. Llegó a la entrada más pronto que tarde. Luego, estuvo junto a las portezuelas cristalinas. A su momento, esperó por el guardia de turno. El hombre del traje azul, llegó velozmente. Revisó distraídamente al joven Leonardo para dicha ocasión rutinaria, para su suerte, no lo retuvieron mucho tiempo.

Al otro instante, cuando terminaron con la requisa indagadora, Leonardo Andrés, pasó precavido a los casilleros del lugar elegante, ciertamente fantástico y puramente literario. Y una vez ingresó; Andrés sintió el aire más frío que afuera con la toxicidad. Dejó ahora, solamente un libro verde que tenía entre el bolsillo. Puso el libro adentro del

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compartimento y cerró con llave la portezuela. Andrés, pronto se alejó de allí con ideas vagas mientras se dirigía al salón de literatura. Por aquí entre los libros, estuvo bien como ningún otro pintor, querido con placer ilustrado. Tomó luego hacia su derecha del espacio compasivo. Saludó ahora al hombre encargado del sitio fantástico. Era un señor anciano con melena alborotada. Ante tal literato, Andrés sintió a esa personalidad con mente novelística. El bibliotecario, usaba unas gafas de plata. Y sus cabellos eran ya grises y blancos. Por su parte, Andrés apreció el traje clásico del caballero andante y lleno de letras; luego dejó de apreciarlo, bajando sus ojos de vivacidad oculta.

El artista, después caminó unos cuantos pasos entre el salón silencioso y pronto llegó a la hilera de obras universales. Una vez allí, quiso buscar un libro del gusto secreto. Y apenas pudo encontrarlo, entre los muchos cuentos y poemarios, tomó enseguida, la obra de cuentos necesitada para ese día. Desde luego, la tomó con sus dedos alegremente. Más bajo su abstracción premeditada, caminó por un pasillo iluminado, hasta conseguir reclinarse, tras una silla de felpas verdes. Una vez estuvo relajado, no examinó al cuentista, un maestro rompiente de la realidad ficcional. En su instante, Andrés sólo comenzó a leer las primeras páginas con ansiedad desbordada. Así se alejaba del mundo al fondo de su memoria infinita. Anhelaba entretanto que se fragura la cita abierta. Ya quería a la mujer de su presente al lado suyo y ella toda aunada al ritmo de la poesía fantástica.

Por lo demás, adentro de la historia del libro, Andrés, descubría un drama similar a la ilusión suya y esta una gran ficción, inventada con reflejos de su aparente realidad. El cuento inmediato, recomenzaba además con un arte más bien impresionista. Las atmosferas se hacían de a poco algo atrayentes como melancólicas. Luego ambas alegorías del sueño se entrecruzaban como un abismo solitario. Este descubrimiento turbo obviamente al artista. Y así de pronto, disipó su mente recordando a la mujer algo suya. Era ella como una diosa, era ella una enamorada fiel, sólo dada a la pureza juvenil, para el artista lejano. Igual, tiempo atrás, Andrés había caído en viciados desamores, pero ahora quería concretar una mañana con abrazos encantadores.

Así, debido al fenómeno insospechado, se hizo ideal la fantasía sagrada. Por fin aquí y allá, la mujer del misterio, hubo de aparecerse en una fantasmagoría de belleza femenina. Ella, arribó al lugar ilustrado, donde Andrés leía juiciosamente aquella obra reminiscente. La joven mujer, por su parte estuvo a la sin hora indicada. Entonces todo se hizo universal en este espacio viviente. Ella a su día luminoso, llevaba una blusa blanca y ella vistió un pantalón de mar oscuro. Se hizo asimismo maravilloso, el cumplimiento espejado, para el pintor amoroso. Mientras, la vio a ella toda rumorosa, toda preciosa en su voz musical. Luego, descubrió profunda esta obra literaria, entre sus manos drásticamente. La muchacha de sonrisa constante, quiso hacerse enseguida al lado cercano de Andrés. Lo demás, creció

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para este suceder cuidadosamente surrealista. La preciosa fantasmal, saludaba ahora a su querido hombre agradable. Ella por su parte, dejó besarse en los labios entre uno y otro romance, muy sentido hondamente. Hacia lo sensual, hubo un ritmo de ardor, reiterado con caricias de pasión. Las manos resbaladas, se reunieron con frecuente emoción. Ellos vibraron con una vivida inspiración. Y la musa blanquecina, retozó en sus anhelos otra vez ulteriores. Al mismo existir poético, fueron creciendo sus besos de sabores indecibles, para cada alma enamorada. Cuando de pronto hubo algo de lástima y tristeza, una vez pasó el abrazo efímero. El artista con un acto de incomprensión, dejó de besar a la preciosa; hecha sólo con primaveras, engendrada sola con aguas blancas. Más sucedió tal quiebre, porque las formas fulgidas y porque las siluetas exteriores, parecieron impalpables y difusas para la mujer. Frotó ella asimismo sus parpados con desespero. Luego pestañeó otra vez vertiginosamente. Por último, Andrés reposó sus ojos azules en los ojos claros de su joven. Esta preciosidad de mujer, entre tanto, hubo de quedarse trágicamente abrumada, tras su otro suceder de vida. El resto de las impresiones, se vieron enseguida algo abstractas. Para sus hondas nociones, ella se recordaba inscrita adentro de una ensoñación suya. Ahora en su nuevo instante, aparecía ella, despertando recostada sobre la cama del cuarto suyo. Sintió seguidamente una fuerte sensación de deliro, hostigando a su alma elevada. Sucesivamente, sobre el forzoso sentir angustioso, ella movió el cuerpo virginal y suyo, hacia un lado derecho y luego hacia un lado izquierdo del camastro. De continuidad, su memoria avistó una paloma gris, traída del viento. Esta grácil ave, acabó de posarse junto a la ventana cuadrada, que iluminaba el recinto. Aquí ya tal percance, asustó otra vez a la joven mujer y con más delirio. Luego, ella no dudo sobre su alrededor viviente. La mujer, creyó perder su esencia material por un tiempo. Esto, pasó durante su desdoblamiento espiritual. Entretanto, tal como desapareció su romance pasajero, ella luego sintió un pálpito desgraciado, vivido en sus otros días desangrados. Y el artista otra vez solo, metido en la biblioteca de literatura, leyendo cuentos de arte y el artista otra vez triste, sin la musa del amor y ella otra vez sola, soñando un único sueño misterioso.

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SOÑANDO LOS BESOS

Empezaba a decaer la suave tarde sobre la ciudad de Mowana y decaía sobre las rosas blancas de las nubes. El cielo se hacía mientras tanto de un azul tenuemente luminoso y así junto al viento, Natalia Bernal, una mujer preciosa, fue pasando a la salida número tres del terminal de transportes, bajo un amor inmaculado. Ella anduvo a pasos serenos y con su imaginario imperturbable, fue hacia las calles modernas.

Durante aquel martes sosegado de octubre, Natalia había viajado desde la metrópolis bogotana, hasta la ciudad musical de Colombia, llamada Mowana. Estudiaba ella diseño gráfico en la capital de Bogotá, pero debido al sacrificio, Natalia permanecía con regularidad en Mowana, la ciudad de su vida, donde había recitales en flor. Además, la preciosa joven, había cumplido los dieciocho años, hace unos pocos días del ayer invertido. Se había hecho más señorita con su propio tiempo de dolores decaídos. Más aún su piel, era lindamente cremosa y tan pura como las arenas caribeñas, que aún se dejan bañar por las olas de la mar, levemente traslúcidas, ante la luz del sol. Más sus cabellos de lisura, ella los miraba como si fueran castaños y vistosos, además tenía un mechón blanquecino, cayendo siempre sobre la delicadeza de su cara, ideada desde su real finura naturalista. Y ahora juntos en belleza, estaban sus ojos claros y de vida, ellos casi tan expresivos como su sonrisa.

Entre tanto, para su presente juvenil, Natalia, consiguió salir del terminal urbano y luego, entre cada segundo y segundo andado, ella fue contemplando el monumento del tren histórico, que había sido ubicado junto al sitio de buses, hace varios años atrás. Ella por su parte, miró los vagones durante unos instantes deshojados. Enseguida, acarició sus lacios cabellos y al final del lamento, se introdujo en el primer taxi, que encontró en una próxima fila, toda llena de vehículos públicos

Aquí entonces, el taxista se ofreció llevarla, sin vacilar nada, respecto a dar su trabajo para ella. Ya una vez el auto arrancó, Natalia, simplemente pidió ser dejada en el barrio, El Gran Centenario. Allá vivían sus viejos y nobles padres. El sector residencial era además agradable y bien acogedor, desde el aireado sosiego. Estaban las cercanías rodeadas por inmensos parques de altos ocobos rosados y radiantes orquídeas y negras. Mientras tanto, ante la propuesta casual, el taxista, aceptó la petición de esta linda mujer. Aceptó arrimarla hasta el barrio, mientras ambos desconocidos del mundo, fueron recorriendo por lo pronto, las principales avenidas de Mowana, una ciudad pequeña y algo tempestuosa, entre sus muchos vientos arrasadores. El conductor, así bien junto al ritmo del corto trayecto, se adelantó por hacerle preguntas a Natalia. Trataba de interrogarla con una exagerada

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imprudencia suya, pretendía saber sobre la vida personal de esta pasajera. Pero ella seguía callada, sin soltar su voz amorosa. El hombre, por su parte, seguía con unos comentarios suyos, pretendidos atentamente hacia esta mujer glamurosa. Pero ella, otra vez seguía distanciada del instante real. Además, eran molestas estas preguntas para la mujer. Así que Natalia procuró evitar la conversación fuertemente. Desde su silencio, manifestó una evasiva inteligente. Mejor estuvo ahí distraídamente, vacilando y errando las palabras, hasta cuando por fin, pudo evitar al conductor, tras un prolongado mutismo de reserva suya. Fuera de todo, no estaba de humor para aquel día tan milagroso, porque el viaje desde la capital, había dejado totalmente extenuada su humanidad física y su aliento del ánimo. Por tal cansancio y por tal pereza, sola permaneció abstraída ella, bajo una ausencia total y externa, manifestada durante casi todo el recorrido procurado, hacia su barrio natal. Minutos después, el carro amarillo donde ella iba viajando distraída, pudo detenerse justo enfrente de la residencia envejecida de sus padres. Natalia, entre tantas miradas suyas, se dispuso enseguida a contemplar una pareja de novios. Ellos parecían estar discutiendo fuertemente bajo las orquídeas del parque nublado. Precisó entonces a ambos enamorados fijamente, expiándolos desde la ventanilla del puesto de atrás, sin mostrar casi su rostro. Para Natalia, se hacía algo conocido este muchacho de piel nacarada. Además, parecían simularse ciertamente específicas estas nociones, paralelas con otras horas previamente vividas. Se hacía muy particular todo este cuadro para su propio sentir fugaz. Ante esta intuición, Natalia pues no quiso dejarse ver del hombre. Así que con algo de ansiedad suya, entregó un billete de cinco mil al conductor. Ya irritada, abrió la puerta del auto sin mucha espera premeditada. Salió velozmente del automóvil y se dirigió hacia la puerta de la residencia familiar, donde antes vivía con mayor permanencia. Caminó ligeramente angustiada hasta la entrada mientras un cierzo atardecido seguía besando la belleza de su feminidad modelada y lindamente purificada. Luego, rodeó el lindo jardín de afuera y acarició a la vez con una de sus manos blanquecinas, los nardos y las veraniegas rojizas, circundantes en aquella residencia, muy bien adornada clásicamente. Tomó ahora una sola flor, antes de acercarse al sendero de rosas, que siempre recorría para llegar al portal.

De pronto aquí, extrajo las llaves del jean azulado que llevaba puesto. Sacó asimismo un manojo de llaveros con extremada premura. Se acercó a la entrada. Forjó un segundo después la cerradura del portón principal, haciendo mucha fuerza. Empujó la puerta de hierro resueltamente y por fin consiguió entrar al hogar, junto a sus pasos trémulos, hasta el interior del pasillo inmediato. Ya desde este otro presente, ella sintió el ámbito en profundidad, algo solitario. Se entendía igual de solo a sus días difusos y a su propia infancia tal vez calmosa Pero pese a la soledad, quiso descansar un poco del viaje. Tomó

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algo del aire atardecido, apenas hubo de llegar al salón de visitas. Y allí mismo descargó la maleta, que llevaba a sus espaldas, la puso sobre el sillón de seda negra.

Luego, miró la hora en el reloj dorado de su muñeca izquierda. Era temprano aún para que empezara a salir la noche completa, desde su penumbra violeta. Eso pensó ella junto al silencio vespertino. Así que decidió ir hasta su dormitorio en el segundo piso. Este otro hecho, fue por cierto innegable. Durante ese martes imprevisto de octubre, no hubo nadie más que ella, adentro del domicilio desconcertante. Ya una vez Natalia arribó a su antes olvidada pieza, ella pasó por fin a la cama elegante de bronce. Se dejó caer enseguida hacia atrás del vacío, extendiendo suavemente sus brazos, hacia los dos costados suyos. Pronto revolcó las sábanas purificadas que había adornadas en su lecho. En poco tiempo, sola pasó entonces a colocarse las mantas rojas, sobre su cuerpo de diosa, mientras iba cerrando los ojos suyos, para dormir así un poco su vida del dolor humano. Y así nomás, tras cada paso del ayer, ella sintió lentamente un profundo adormecimiento. Fue como sentir un leve canto del amor, seduciendo cada vez más sus recuerdos, hasta cuando se supo arrastrada por lo espiritual, bajo sus extensos sueños, adentrados en su propia inmortalidad.

Mientras tanto, los segundos parecieron disolverse con sutileza, ante la infinitud cósmica. Debido a este temor; Natalia, pareció abrir otra vez los párpados, atrás de su mismo asombro adormecido. Lo hacía cuidadosamente y de a poco en vida, iba vislumbrando el tapiz azulado de las paredes junto a un afiche anaranjado, que exhibía una banda de rock musical. Era su agrupación preferida; llamada Cómplices, recién escuchada lejanamente, cuyas melodías apaciguaban sus lágrimas desoladas, así como sus arrullos entre caricias lindas. Ella por su parte, quedaba tranquila y ahora se perdía en admiración artística, hacia su agrupación musical, que aún estaba expuesta, arriba del computador suyo. Así bien, parecía comprenderlo ella, desde lo hondo de su mentalidad serpenteante, muy infinita y sagrada.

Ahora bien, luego de haber examinado esta banda de mujeres con hombres, decidió recoger ya sus brazos, hacia atrás, para así colocarse de pie en equilibrio. Pero ella no consiguió hacerlo realmente. En todo caso, intentó levantarse otra vez, debido a su angustia, igual nada que podía levantarse del letargo abrasador. La somnolencia suya, aturdía sus acciones durante cada momento vibrante. No podía desprenderse de la quietud por ningún motivo. Además se percibía extrañamente alejada del presente consciente. A la vez, ella se entendía extraviada, abajo de otra realidad, encadenada frecuentemente con otro universo abstracto de sentido existencial. Ahora, una sola sensación de terror fue impregnando cada vez más su sensación inmediata del exterior. Y su temor, fue hostigando hondamente sus precipitadas infancias. De hecho, había a cada instante predispuestas unas y otras estrepitosas y ligeras imágenes ilustrativas, queriendo y procurando, aturdir toda su

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conciencia mudable. Natalia observaba asimismo estas alucinaciones difusamente como si se estuvieran diluyendo agonías, ante sus ojos amenazantes. Pero ella alcanzaba a retener algunos cuadros imaginarios del otro umbral Desde allí, ella se veía sentada en un escaño de metal, tomando una flor roja, retenida entre sus manos. Igual, parecía estar conversando con un artista de sucinta galantería. El joven, era más bien alto y sobradamente amoroso, para su bondad. Luego, Natalia se supo abrazándolo, hasta cuando de repente, todo se deshizo en su espejismo, atrás de sus muchas incomprensiones solamente suyas. Las ideas, enseguida se diluían hacia su memora porque ella ahora se presentía, ubicando su mirada distraída, hacia las palomas grises y hacia las pájaras mustias, que había reposadas en las azoteas de los locales comerciales.

Un momento después, las imágenes finalizaron tras una ráfaga súbita de vertiginosas nociones, sobrepuestas a sus queridos romances. Natalia, desigual por su parte, parecía estar inmersa, bajo un estado de ensueño y figuración. Por lo tanto, intentó ponerse de pie otra vez y con angustia. Pero un segundo antes, dio varios giros constantes, apresurados de izquierda a derecha y de derecha a izquierda de su cama hundida Así entonces, fue cuando Natalia, por fin pudo desprenderse de sus ahogadas perturbaciones, tras sus fuertes intentos por salirse del sopor mortal. Al final, pudo levantarse de su cama húmeda. Ahora ella, se sabía soberanamente impregnada en un sudor frío, fuera de tener un dolor de cabeza, perturbando su equilibrio. Además, daban las seis y un cuarto de la tarde en Mowana. Eso decía el reloj de pulso suyo Acto seguido, fue caminando hasta la ventana de cristal. Descorrió rápidamente las cortinas blancas de la obertura, que daba al parque ancestral del barrio, El Gran Centenario. Enseguida avistó el frente atardecido. Al momento, tomó aire repetidas veces para así poder calmar su mal persistente. Respiró otra vez, bajo la frescura del opacado ambiente. Igual, se supo hondamente saturada con melancolía. Así que siguió algo turbada, tras la lentitud del mismo día. Luego, fue cruzando sus brazos sobre el marco de la ventana, para descansar así en aislamiento, su rostro sobre sus propias manos. Desde luego, Natalia quería sentir los oleajes del cierzo ondulante. Eran ya leves y frescos para su delgado cuerpo de mujer encantadora. Por tal motivo, hubo recibir otras ráfagas de brisa, traídas de los nevados. Ellas agitaron su fina cabellera hacia un costado suyo Ante esta magia, ella acomodó sus cabellos con sus dedos, mientras ella iba contemplando el caer de muchas hojas marrones y orquídeas negras, bailantes sobre el parque de afuera. Asimismo, el instante fue desvaneciéndose suavemente. Y a solas, Natalia observó como las hojas muertas naufragaban bajo las charcas sombrías de la fuente espejada, la cual estaba erguida frente a su casa antigua.

Natalia, una vez estuvo relajada, pero sin plena claridad mental, fue volviendo luego su cuerpo enflaquecido, adentro de la habitación. Lo hizo lentamente y en su desandar, decidió

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encender el computador. La preciosa, usaba esta máquina tecnológica, para entretenerse regularmente con sus creaciones intimistas, gracias al programa, Imagination. Esta vez por lo tanto, sólo decidió utilizarlo, para retocar algunas fotografías suyas Lo hizo sin demora y lo hizo, sin mucha presión. Minutos después, puso música intelectual desde un reproductor de música gringo. Al otro tiempo, se dejó hundir hacia ralos fondos de la silla giratoria. Ella, se dejaba ir fácilmente al mundo doliente, así como las hojas otoñales del exterior, seguían ahogándose en la fuente de angelitos entrelazados.

Ahora, la separación de su pieza fue mezclándose junto al ritmo de System of a Down. Era Spiders, la tenue melodía que se desprendía del viento musical. Era hermosa entretanto esa poesía con canto gótico. Así que Natalia escuchó atentamente las alejadas estrofas, cargadas de misterio. Y ella las disfrutaba, porque esta melodía había sido ofrecida a ella, hace unos pocos días. Igual, ella gustaba mucho de la ahogada melodía. Por lo tanto, Natalia prosiguió ahora con los versos del vocalista. Ella a su vez, evocó la voz del artista con elegancia mientras moría el día. Trataba de asemejar, su alma la persistente lírica, bajo un inglés suyo, suavemente disminuido: Dreams are made winding through my head, through my head. Your lives are open wide. The evening of the moon. Before you know, awake.

Ya pronto, Natalia, tuvo que escoger otro destino para su vida inasible. De hecho, la mujer por la mitad del coro, detuvo fugazmente su voz angelical. Pasó ya otra idea fugaz a su mente intuitiva, traída del universo. Sin saberse esta razón clarificada, hubo de mostrarse otro fragmento imaginado, sobre su espacio de percepción abierta. Fueron andando sus temores desequilibrados. Era por otra parte, indescifrable esta multitud de raras nociones, dadas en abstracción con con su existencia. Para esta ocasión, ella se veía tumbada, sin conocimiento, girando tenebrosamente sobre un banco de metal. Parecía estar en la calle poética de la ciudad, donde ella estaba viéndose toda moribunda. Pasado tal terror, cesaron sus reflejos difusos súbitamente. Pero un segundo después, entrevió otros cuadros, recién evidenciados con muchas ilusiones. Ella se descubría muy lejana, caminando junto a su mejor amiga, Andrea Gutiérrez. Así solas, ambas mujeres de lindura, parecían estar recorriendo entre sonrisas y charlas, los senderos del parque Bolívar, curioseando y luego jugueteando trémulamente, junto a las palomas blancas y grises del rededor florecido.

En cuanto al otro tiempo impensado, cesaron apagadamente las insondables alucinaciones. Natalia, obviamente procuró reacomodar todo este laberinto inescrutable en su memoria. Por mujer, creyó estas cosas anormales. Así reflexionó lo experimentado, hasta cuando la canción Spiders, llegó al prefijado final. Ella entonces quiso colocar otra melodía a su propio tiempo. Pero no pudo escogerlo a su profuso antojo. La preciosa, tuvo que detenerse inesperadamente con extrañeza. Miró ya fijamente hacia la ventana simétrica

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del cuarto, donde ella estaba concretada, desde adentro sufriendo su propio encierro. De golpe, aquí ya descifró una hermosa paloma gris y con delgadas rayas blancas, dibujadas en las alas suyas. La paloma, reposaba sobre el borde del umbral del aposento. El ave, repicaba el concentrado que había esparcido alrededor del lugar ondulante. Ahora ella, miraba distraídamente hacía un lado suyo, mientras seguía ingiriendo su comida presurosamente Natalia, quedo atraída ante esta belleza vivida, por su parte desconcertante. De hecho, se acercó a la paloma para tomarla entre sus manos tibias. La cogió de repente con delicadeza y la soltó de una vez azarosa. Inesperadamente, sonó el celular suyo, que había colocado sobre la mesa de noche Ante esta sorpresa, Natalia se cuestionó: Quién será a esta hora tan indescifrable. Luego, sin pensar las cosas suyas de siempre, fue acercándose al teléfono móvil y ya, sin dudar un solo instante, decidió contestar la llamada.

Aquí escuchó la lejana voz de Leonardo Andrés Duarte Eran atractivas sus palabras preciosistas del otro lado escondido. La mujer, se cautivó de a poco junto a su presencia de voz lejana. Ambos enamorados, conversaron durante cinco minutos, deseables siempre en bien armonioso. Trataron así muy tranquilamente sus asuntos vivenciales y luego acordaron algún sitio para verse, donde quisieron volverse a conocer con profundidad, bajo otra ocasión de citas novelescas. Andrés, asimismo pretendía a esta mujer, hace unos años. Gustaba demasiado estar con esta musa, sobradamente amorosa. Natalia entretanto no tenía ninguna idea de que el artista suyo, era amigo de Andrea. Y tampoco supo que ellos casualmente, fueron novios circunstanciales, dados a las deshoras rutinarias. Natalia, respecto a otro hecho vivencial, conoció a Leonardo Andrés en la Biblioteca Darío Echandía, que estaba erguida en su ciudad impalpable. Fue además bajo una mañana de lluvias floridas, cuando ambos pretendientes, pudieron verse por vez primera.

Natalia en su momento, trataba de dar con algunos cuentos colombianos, durante ese día inmediato. Los buscaba en los últimos estantes, ubicados a su derecha desconcertante, próximos a sus espejismos. El joven amoroso, abstraído en su mundo increíble, trataba de examinar unos cuentos fantásticos, reclinado contra la silla verde, justamente al frente de esta mujer. Pasaba aquí las páginas del libro, entre su propia quietud. Hacía una lectura caudalosa. Más bien, pese a sus actividades literarias, hombre y mujer, decidieron mirarse y acercase desde los sentimientos trémulos y suyos. Luego hubo un paso de suaves palabras rebosantes en cortesía y salidas al aire. Los días, se fueron cayendo entonces sobre el deseo para estos dos seres humanos y amorosos. En recientes abrazos y reuniones clandestinas, estuvieron juntos. Así que ellos, antes del dolor y después del paraíso, siguieron procurándose adentro de esta biblioteca literaria. Ambos se sabían con exuberante ilustración. Ya pasada una sola semana vertiginosa, la mujer hizo una realidad alterna, para

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el despertar romántico, cuya idealización fue pactada, tras la creación de unos juegos escriturales, que debía descifrar el pintor.

Así entonces, una vez finalizó la llamada, Natalia, vio inesperadamente varias bandas de palomas blancas, graznando y revolando por las brisas y las orquídeas, brotadas desde los cercanos bosques majestuosos. Ella, apreciaba a solas las aves cuidadosamente desde la ventana traslúcida. La mujer, fue acicalando mientras tanto su rostro solamente precioso. Se maquilló a la vez para la cita recién engendrada. Luego, cepilló su cabellera castaña con el peine ondulado, dejándola ahora lisa y resplandeciente, para su belleza. Pero ella no pudo arreglarse por completo, porque miró distraídamente al reloj de pared. De golpe marcaba la hora, que habían pactado ambos seres cautivos. Así que bajó velozmente las escaleras de mármol con forma de espiral. Examinó la gran residencia y se acomodó mejor su vestido purpura. Era levemente largo para la medida suya y sin embargo, no había tiempo de cambiarse. Luego, cruzó el pasillo del primer piso y la sala de estantes con chivas colombianas. Ya tras los actos, salió de casa y caminó por los senderos del parque frondoso. Fue trotando ella con angustia hacia el exterior natural. Andaba ya velozmente por entre el sendero principal y ancho, igual iba anhelando llegar al sitio indicado, sin mucha tardanza.

En este momento, Natalia se acercó a la carrera tercera del centro modernista. Recorría las afueras de esta ciudad regularmente visitada. Pronto, fue esquivando con algo de disgusto, unos vagabundos con otros caminantes, fuera de evadir algunos vendedores de películas piratas, aparcados en las aceras, los cuales gritaban los últimos estrenos del cine. Mientras tanto, todo el azul perlado del cielo, terminó por oscurecerse sutilmente, cayéndose en puras manchas negras. Apenas, sólo podía apreciarse un destello de luna plateada en la lejanía. Era una magia redonda fulgurando en los altos universos desbocados. Leonardo Andrés, por su parte, permanecía esperando a la preciosa, bajo una de las pérgolas, ubicada a la entrada del edificio, Centro Comercial Combeima Natalia entretanto, observó la figura del pintor a lo lejos, hombre de pinturas, quien seguía aparcado a las afueras urbanas, humilde en grata mocedad, vestido con un traje azulado.

Ya una vez aquí, desde luego, ella tan linda, ella tan dulce, se aproximó al enamorado suyo, manifestándole un sonrisa mimosa. A su misma felicidad, saludó al pintor esquivamente, besándolo en su boca encantada. Natalia, se ruborizó un poco en las mejillas rosadas Luego ellos reunidos comenzaron a caminar por los rededores de la calle bonita y majestuosa. Iban tomados de la mano trémulamente. Fueron, mirando asimismo los otros seres semejantes y pesarosos de por allí cerca, hasta cuando por fin decidieron reclinarse, contra alguna banca de metal, para conversar allí, sobre su embellecida primavera del amor Claro que antes, ella recibió una hermosa flor de pétalos rojizos. Luego creció un diálogo

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con sus frases dicientes. Se rehizo además bastante, cuando ambos seres comenzaron a perseguirse hondamente, procurándose desde sus tenues intimidades. Todo este placer, originaba ya ligeras emociones excitables, entre hombre y mujer, entregados a su otra alma gemela. Andrés, por su parte, fue quejándose al dolor de ella, apenas escuchó los reproches del ayer, lanzados suavemente y tiernamente. El hombre, por lo tanto, no aguanto la voz de su novia, ni quiso discutir sobre los conflictos del pasado perdido. Pues la actitud de presunción, que manifestaba su novia, durante algunas veces sutiles, no le gustaba. El artista, sólo entonces, no oyó un minuto más esos caprichos. Detuvo el diálogo de un solo golpe veloz. Besó otra vez a la musa de su vida fantasiosa. Siguió besando suavemente sus labios tibios al tiempo que acariciaba la piel tersa en sus mejillas y su cara flaca. La seducía con sus finos dedos de pintor, entre el viento. Natalia se supo a la vez rodeada por la cintura, acogida con cierta delicadeza. Pero enseguida ella fue sintiendo una somnolencia. Al tiempo, su mirada perdida en gozo, pareció oscurecerse como un soplo inesperado. Ante la extraña sensación, ella se apartó entonces del artista hacia sus otros actos mareados. Lo prefirió así, porque veía ahora absolutamente borroso el impreciso presente. Además, cada delineamiento de su cuerpo febril, pareció desaparecer de forma fantasmal. Sucesivamente, se fue tornando difusa la dimensión ante sus ojos. Los trazos y las formas del espacio, se le desvanecían con angustia. Así que ella decidió cerrar sus parpados a golpe fugado. Luego, frotó su cara con sus delicados dedos de diseñadora. Y entonces, cuando la preciosa, abrió sus parpados otra vez a la realidad, Leonardo Andrés Duarte, despertó intranquilamente sobre la suave cama del dormitorio solitario y suyo. El artista, ejerció enseguida un movimiento violento hacia adelante para levantarse. Esto sucedió al anochecer de un martes imprevisto de octubre. Leonardo, bajo esa profunda sensación de ensueño, observó mientras tanto una rosa roja, ubicada encima del nochero. Fue así entonces, cuando este soñador, recordó que había comprado la rosa en una floristería; contigua al bar Scarte.

En cuanto a lo otro personal; Leonardo Andrés, una vez dejó esta recordación, procuró organizar momentáneamente sus recuadros, acabados de presenciar, atrás del otro lado viviente. Así que pudo descifrar este laberinto idealista mediante su poder mental. Luego, sintió una honda preocupación. De hecho, se dio cuenta de que era demasiado tarde para verse con su preciosa. La hora de la cita había pasado hace mucho tiempo. Además, supuso otro sobresalto en su mentalidad. El asombro tuvo que perturbarlo profundamente. Se dio de seguido, cuando pasó a mirar el suelo de marfil, circundante en el aposento suyo. Allí sin saberlo, observó las lozas colmadas de hojas muertas. Y para lo más impresionante, avistó unas orquídeas negras, viejamente esparcidas sobre su cama de madera.

De inmediato entonces; el artista por esta vivencia, ubicó la mirada hacia el ventanal enterizo del balcón y allí de golpe, descubrió que la entrada mágica, estaba abierta. A su

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vez, crecían las brumas revueltas en el infinito. Más por obviedad, Andrés cerró la puerta metálica, sin dudarlo. De otra ocasión, comenzó a repicar su celular verde. Resonó varias veces sobre la mesa de pintar. El móvil fue esparciendo a la vez una linda melodía, llamada Other Side, yendo hacia cada rincón del viento. Así bien, Leonardo Andrés por intuición, se dirigió hacia la mesa. Tomó el teléfono entre sus manos y sólo antes de contestar, leyó en la pantalla azulada: Andreita Gutiérrez. Y luego, las noches quedaron apartadas y la vida fue haciéndose más increíble.

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DELIRIOS JUVENILES

En aquel sutil espacio; las cigarras se vestían de luz en el aire danzante, ellas flotaban en cada rincón del hogar fantasmal, donde Andrea mantenía con su juventud, una mujercita del mundo solitario. Era ella sola entonces una damisela de mirada sagaz. Generalmente, andaba rociada de pureza, cruzando durante cada tarde la primavera, hacia los recodos más bellos del bosque, próximo a su morada. Era un lugar agradable y frondoso, recordado desde sus ilusiones juveniles, más inolvidables. Andrea, entretanto permanecía muy feliz, casi todo el día, jugando entre los árboles floridos del rededor y a veces dando giros solemnes, sobre una rueda colorida de metal. Mientras tanto, ella miraba de a poco hacia lo bajo de sus muchas infancias alterables. Así que hoy su vida parecía estar recreando un mismo gozo. Daba su paseo dedicado en querer sentir la naturaleza, cercana a su creación un poco delgada, pero un poco suya. Miraba ella asimismo las pequeñas cigarras del ambiente revolando trémulamente, mientras con sus manos de bondad, trataba de cogerlas agraciadamente, rozándolas con sus dedos poéticos. Luego entonces del placer sublime, su alma abierta a la imaginación, tuvo que alejarse del sueño suyo; curiosamente ideado junto al rumor de las cigarras, entretejidas con solos vientos vespertinos. Ahora, ella despertaba sin mayor espera alterada; mirándose reclinada contra un mueble colgante, ubicado de cerca a su estancia modernista. Allí había pasado gran parte de su juventud en esta casona artística. Andrea, hacia su otra tarde en vida, se sintió igualmente algo sudorosa y algo cansada, bajo su íntima esencia. Por lo tanto, abrió sus parpados suavemente y de pronto se vio, bajo la saliente del tejado cerámico, sola justo al frente del jardín misterioso. Enseguida, se percibió rodeada de algunos claveles blancos y flores azules, que había colocadas junto al comedor ovalado y cristalino, donde Andrea, horas antes almorzó en compañía de sus padres, precisamente comiendo al medio día, tras una sola conversación ahogada de molestia. Para su propio corazón, resentía más que ninguna otra mujer, su hogar donde ella vivía, sin real normalidad.

Andrea, debido a este motivo pasado, recordó cuando se alejó velozmente del sillón donde estaba almorzando con malhumor, dibujando una rabia desde su cara pálida. Luego se alejó de allí otra vez sola, apenas pudo terminar la comida suya, solamente insípida y vegetariana. Desapareció enseguida del recinto encerrado, sin pronunciar ninguna palabra cortés, no pronunciada hacia ningún familiar presente. Sólo ella se levantó del comedor y tras un acto giratorio, corrió y corrió hacia las afueras de su casona, entrevista a veces con letargos, tras cada ambiente matutino. Para su momento, Andrea quería sentir la tranquilidad natural del mundo, otra vez y hasta siempre; majestuoso, musical y vívido en

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divinidad. Ella además quería sentirse bañada con frescura. Quería todo el rededor de su cuerpo virgen, perfumado de plena serenidad. La jovencita, sola entonces fue y se acercó algo eufórica hasta el jardín de su morada; un edén espacioso donde Andrea, se sabía ahora sucintamente reclinada, contra el mueble colgante del paraje. Pero un tiempo antes del tiempo, ella llegó resuelta a este lugar magnífico, silbando amores solamente suyos. Y Andrea a solas, paseó su espíritu azulado por entre los prados primaverales, hasta cuando de pronto su visión, fue vislumbrando unos arbustos rojizos, que se abrían paso a cada costado del sendero, por el cual esta linda mujercita, fue vagando presuntuosamente.

A cada paisaje recién recorrido, ella fue sintiéndose mejor junto al día clareado, engendrado desde cada rayo luminoso. Seguía mientras tanto su andar junto con el suceder encantado de su canto melódico. Ya repentinamente, Andrea fue mirando su vestido negro, hasta cuando descubrió otra vez el mueble colgante, contiguo a su humanidad femenina. Luego, pasó recostarse durante un rato para estar en las lejanías, hasta cuando sus ser volvió del más allá, cayendo contra su otra realidad desconcertante. A su instante, pasó a sentarse sobre los mismos cojines de seda, para escuchar así el rumor del viento, cuyo vaivén acogido, fue acariciando las hojas limpias de las acacias, circundantes con ramas altas alrededor de esta hermosura recreada, para el exterior suyo.

Durante los otros segundos del placer invertido y suyo, Andrea se sintió sobradamente exhausta durante este pedazo existencial, más bien alterado. Aquí mismo su ser individual, comprendió haber vivido un tragedia espantosa. Vio a una mujer siendo recién asesinada, pero su memoria nunca antes había presenciado estas dolencias incomprendidas. Desde su acortada vida, lo entrevisto, fue solamente similar a un malestar entreverado. Fueron unas dolencias caídas con bajos sufrimientos de impureza. Así que su malestar, tornaba aciago su presente. Desde luego, las impresiones de fugacidad, parecían hostigar acrecentadamente la profundidad de su cuerpo físico, otra vez pálido y demacrado, contra el exterior ajeno.

De todos modos, ella pese al dolor perecedero; fue descubriendo lentamente las consecuencias mortales, sufridas desde su propia existencia. En tal caso, sus instantes recién llevados fueron lastimándola horrendamente. De repente, se desvistió sobre su memoria, la razón del dolor íntimo y suyo. Al tiempo que transcurrió esta tarde de abril; una desgracia decadente, con un sabor muy amargo, renació en su vida solitaria, bajo la lentitud del sol enrojecido, que hizo durante aquel día, sin armonía.

Andrea Gutiérrez, por otra parte, siempre quiso ser una reconocida abogada, para la ciudad de Mowana. En esta ciudad poética ella igualmente había nacido. Y su gente, la recordaba con dulzura cuando ella se asentaba y de pronto hacía una sensibilidad de poemas y cantos, para el bien. Así la apreciaban, unos pocos habitantes veraniegos. En cuanto Andrea, pues había pasión por hacer arte literario en ella. Desde luego, su alma

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creadora, gustaba por hacer versos amorosos y se encantaba engendrando historias fantásticas. Claro que desde su juventud, solamente engendraba algunas narraciones para sus ratos libres. Más los hacía con grata sinceridad. En su posición de mujer, creaba precisamente la poesía en el jardín ardiente de flores, cercano a su estancia. Regaba su rapsodia, bajo cada noche apaciguada, junto a una taza de aromática a su lado escritural. Andrea, degustaba además esta bebida caliente, para apaciguar así sus nervios, todos precipitados en intimidad, muy palpitantes del corazón.

Ahora bien, sobre sus últimos días, Andrea, no estaba dedicada siempre a los poemas. A su cierta vez, dejaba sus invenciones fantásticas entre las ocasiones. Hay que aclarar en verdad, su desilusión menguada por este precioso arte. Pasaba este olvido del amor, porque desde su destino contrariado había comenzado un saber distinto, para sus adentros, ella antes quiso estudiar el derecho. La mujercita, además había escogido una universidad con estudiantes pudientes. Era entonces la academia, una escuela de gente materialista. Había mucho joven quien sólo iba a llenarse con apariencias falsas. Eso ellos se encantaban con hacer sólo vida social. Y esta locura, se veía espectacular en una sociedad oportunista. Al rato pasajero, sólo entonces, se descollaba una juventud perdida en bohemia. Así cada supuesto ingeniero, resultaba con el tiempo fracasado en su vicio profundo. Y luego, cada recién graduado de corbata, acababa hundido en su sin mundo, más allá del mañana imperecedero.

Esta misma muchacha soñadora, entre tanto, predisponía lejano y amargo, el malestar por beber trago. Con sus años, lloró enviciada de arrepentimiento. Más por audaz, ella escogió alejarse del vicio errante. Desde cuando vivió su bachillerato, sufrió lo suyo. Para su cuerpo femenino, ya era incensario beber hasta la otra madrugada. A su hora, sabía demasiado sobre este vicio de los mareos constantes. Así que pese a darse mucha bebida en los bares universitarios, ella prefería estar encarcelada en su abstracción, adentro de la biblioteca, mirándose en sabiduría, tras cada noche penumbrosa y de alientos purificados. Luego por la soledad suya, durante cada rato de su presente, Andrea, presentía las calles citadinas, saturadas con bullicio y locuras estrambóticas. Así obviamente contra cada pesar, propio y ajeno a su delirio, ella sola y ella con parquedad, culminaba al debido tiempo sus lecturas y salía de la biblioteca, luego cruzaba velozmente los andenes láudanos, sin ninguna compañía varonil, sin un amor sincero, entre sus manos. Solamente veía por allá a lo lejos un espejismo hermosamente adornado, entre los otros bares iluminados con ruidosa rumba. En cuanto a lo otro viviente, reflotaba desde su memoria, una que otra música de bailes antiguos, volviéndose a escuchar junto a las fiestas repetitivas. Nomás cada rincón macumbero, iba yendo al son del acordeón y el timbal. Mientras tanto, sonaban las voces llenas de júbilo con risas golpeadas. Pero Andrea, seguía de largo con su rumbo incierto y

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querido al derecho. Hacía caso omiso a esas vanidades faranduleras. De hecho, hace mucho tiempo, había pasado por tales rutinas del sin sentido. Y sola ella, proseguía junto a su sueño especial de cavilaciones transformadoras.

Más adelante, durante aquel pasado suyo, Andrea, recordaba como iba tropezándose con muchos salseros enrumbados y de camisas rojas. Al mismo tiempo, se aparecían frente a sus ojos sombríos, unos fiesteros con par de maracas estruendosas, cantando en medio de la multitud perdida. Todos ellos así, la pasaban como cantores, resurgiendo entre sombras de parejas, recién abrazadas. Y del resto, las mujeres presentes, saltaban como unas modelos finas con sus cuerpos superficiales. Mientras tanto, sus hombres no paraban de bailar como marionetas, sobre las gracias envalentonadas. Luego, relucía por ahí una mujer de cara bonita, besándose con pasión agarradora con su novio, bajo las luces intermitentes, amando a su caballero de gestos dubitativos. Los bailarines, por otra parte, coqueteaban con sus mujeres perfumadas. Así, la mayoría de estos rumberos lucían bien vestidos, durante aquella época, llena de euforia. Pero Andrea sola, estuvo dedicando escasamente, unas y otras miradas penetrantes, hacia estos jovenzuelos del alcoholismo. Así solía llamarlos con su compasión. Por cierto, hoy nadaba pendiente de otros asuntos filosóficos, mientras su pasado, procuraba descifrar a esos enamorados pasajeros. Eran unos hombres y mujeres, dándose las caricias de vez en cuando con el otro gentío ebrio. Procuraban, sus agarradas furtivas con gozo, confiándolas a la intimidad. Daban unos apretujones, tomados entre Adanes y Evas, cogiéndose senos y nalgas, tomándose las pieles tiernamente. Más otra vez y siempre en algunas fiestas, sus noches iban idas en tragos, saboreando los frutos prohibidos. Refugiados ellos mientras tanto junto a las mesas y las botellas de aguardiente, la pasaban bien, todos tratando de hacer un aparente amor, que luego se desaparecía con las auroras del siguiente día.

Menos mal, la abogada no era tonta, porque ella sospechaba esas vidas ajenas a la vida suya. Apenas se subía al bus, regularmente sabía que ellos permanecían decaídos. Y la mayoría de esos borrachos, seguían por el tanto juego, envueltos bajo una sexualidad hastiada. De momento, un amor vacío y sin verdadero placer, sucedía y no retoñaba, apenas se encendía la otra madrugada del sin sabor a real tranquilidad. Mientras tanto, se reaparecían las sábanas revueltas y sudorosas, adentro de cada motel del estío sensual. Y Andrea, sola queriendo estar hundida en soledad y Andrea sufriendo su incierta juventud, sin algún amor romántico, vivía por el derecho. Ella abstracta en su alcoba inquieta, se dedicaba al estudio juicioso. Del rededor íntimo, su feminidad iba avanzando con sacrificio, ante las sombras fantasmales. Sin embargo, debajo de cada recodo ciudadano, permanecían sudorosos los amantes del sexo, ellos tumbados en los camastros de cualquier burdel, cercano al jolgorio. Y allá sus cuerpos, quedaban todos manchados, rodeados por espejos y

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cuadros simplistas. Así entonces al otro día, ellos despertaban junto a su otra pareja fría. Los unos, renacían adentro de los apartamentos lujosos. Y los otros, acababan de hacer el amor, bajo las mesas de los bares, donde cada ser inhibido, apenas podía liberarse, durante un sólo tiempo del furor. Después, muchos de estos amantes vaciados con botellas de ron, trasbocaban con sus amigos y algunos acababan fumándose unos porros de marihuana fresca. Mientras tanto al sin tiempo, otro espejo, sonaba quebrado contra el estrago distraído. Recrudecía, una locura realizada con desquicio durante cada noche delirante. Pero Andrea, percibiendo algo de esa convulsión ajena, se distanciaba. Desde su propia temporalidad, ella develaba algunas caras heridas, entre los atravesados y amantes descubiertos, apenas había puños fuertes a la salida de los moteles.

La abogada, para otro instante, sabía mucho de su mundo trasegado dolorosamente. Andrea, ya no tenía casi ningún deseo por demostrar una falsa apariencia. Nunca quiso ser insensata desde su pensamiento individual. El disfraz suyo de payasa, tuvo que quitárselo hace varios años perdidos. De hecho, su esencia volvió a ser trasparente. Procuraba ya, la luz del bien humano. Era además una mujer responsable con progreso intelectual. Entre los otros ideales suyos, ella procuraba estar entregada a su urbana vocación, dedicada al saber con la gente popular. Ella en lo personal, estudiaba esta ciencia humana, para defender a los pobres justos. Había veces nomás, hasta cuando se pasaba del límite normal. Entre su sacrificio; siempre pensaba en sacar de la miseria a los culpados inocentes.

Del otro sentido bello, su presencia como joven abogada, se hacía despampanante en unción por toda su piel morena. Daba una sensación de ser una sola escultura preciosista cuando salía a recorrer las calles veraniegas. Ella, fulguraba como mestiza y con sus labios carmesí, lucía muy bien. Era algo callada y reservada en su prudencia; las pesadillas de sus infancias trataban de volverla retraída. En su pureza suave de angelitud, andaba asimismo como una damisela elegante y pura a su cuerpo muy blándido. Ella, un poco vanidosa a sus senos atractivos y recién florecidos, inspiraba la felicidad. Andrea era mientras para cada tristeza, una muchacha digna de ser observada por cada hombre del destino urbano. Cada pretendiente desconocido, se quedaba mirándola a cada rato tardío. Dejaban sus miradas levitando en los bosques con almendros, por los cuales Andrea paseaba junto a su perdón humano. Y Andrea con su aroma de mujer, iba yendo junto al vaivén de las hojas secas, las cuales caían moradas, desde su propio danzar, solamente aquietado, frente a su cara de mujercita enamorada. De más, su juventud femenina era también muy procurada. Ella se daba gusto, desde sus propios antojos. Lo hacía, cuando exhibía sus piernas desnudas al mundo. Al momento de ponerse faldas blancas, dejaba recorrer el viento entre su desnudez. Desde su delgadez ella trataba de acomodarse la prenda cuidadosamente; pero no trataba de esquivar ninguna mirada indiscreta. Eran los mozos universitarios quienes no paraban de

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lanzarle insinuaciones de constante coqueteo. Ellos enseguida iban acercándose a su honda belleza con ternura, ellos a cada paso, queriendo conversar a solas con su intimidad de mujer.

Los hombres, sin embargo, terminaban alejados enseguida de esa presencia femenina. De pronto, sentían alguna indiferencia esquiva por parte de Andrea. Así que sólo se iban de su cercanía hasta siempre. Se hacían olvidados a su esperanza placentera. El resto engreído de la abogada, fue creándose agudo, debido a su obsesión penalista. No había mejor realidad para Andrea, que no fuera la sabiduría con justicia. Desde su trabajo social, buscaba auxiliar a los pobres vagabundos. Los vagos callejeros, merodeaban entretanto su despacho estudiantil, bajo las mañanas saturadas de locuras. Era por lo tanto su amor, una dulzura otra vez querida para las otras vidas humanas. Desde su voz poética, manifestaba un presente alentador. Además era digna con su porte clásico. Cuando evidentemente por su querida abogacía, luego de un tiempo, su belleza hubo de enamorar a un artista de esta ciudad musical. Ambas almas se conmovieron, bajo un bosque de almendros primaverales, durante una tarde de abril. Ella, pudo atraerlo por un simple coqueteo. Fueron además casuales sus desbordes de ambrosía, todos sorpresivos y deseosos. El artista holista, quedó a su vez enteramente embelesado por Andrea. Pareciera que ambos sentimientos querían reunirse con supremacía, traída desde la eternidad. El artista, siempre con su mirada infantil, luego de unas charlas cautivas, hubo de quedar hechizado, frente al intelecto de esta mujer. Pero de un momento a otro, él dejó de visitarla a su despacho y enseguida se fue desilusionando de esa grata presencia.

Ahora bien, por un sentido dado a los triunfos, Andrea, hubo de ser condecorada por sus mamotretos de escritos teóricos, dedicados a la abogacía. Ella bien logró hacer una gran cantidad de tratados sobre la historia del derecho colombiano. Llegó a culminarlos con éxito, apenas recién había profundizado sus estudios universitarios. Andrea, los hacía entre el gentío de las cafeterías y la variedad cultural, que iba paseándose por su cercanía indiferentemente. Además, las otras verdades suyas fueron absolutamente adecuadas, frente a su personalidad de justiciera. Andrea era una pensadora muy grande. Era bien reflexiva, contra los ojos de esa muchedumbre loca. Esta particularidad, se debía a la literatura y a la filosofía política suya. Ella disertaba con gran retórica sobre la izquierda socialista. Por tal notoriedad, Andrea con el tiempo, llegó a ser muy saludada por parte de los más reconocidos profesores y doctores de esta ciudad algo fantasiosa. Ellos, desiguales eran unos hombres encorbatados, que se acercaban todos refinados a su presencia. Enseguida saludaban con respeto a la joven con grata cordialidad. No importaba cual fuera el lugar en donde se cruzaran con ella. Los pensadores con interés, la veían inesperadamente en la

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universidad y pronto en medio del agrado, se ponían a dialogar sobre temas sobradamente densos en cuanto a judicatura y leyes colombianas.

Fue así en tanto bien, cuando su exagerado pensamiento de libertad, se presentía alistado con grandes promesas. Parecía verse en su academia, un excelente tratamiento sobre litigios en cualquier tribunal del país. Pero apenas se acabaran sus años de estudio abrumador, Andrea, sola haría de colgar varios diplomas con letra bonita, sobre la pared telarañosa de la oficina de su casona, sin más esperanza que una rutina organizada, ideada desde cuando era apenas una niña, antes permaneciendo adentro de su estancia, siempre ordenada, pensando sobre su vida adulta. Por desgracia ese sueño era una falsedad, tramada por aquella sociedad ambiciosa. Así que Andrea; no fue la excepción, ella también cayó en esos abismos de codicia y egolatría.

Entre tanto a su hora envolvente, Andrea, por fin dejó de reflexionar otra vez sobre su juventud inconclusa. Aquí olvidó sus horas de cavilación, bajo aquella tarde reluciente de abril. Pese a todo, la intranquilidad suya, prosiguió agitando sus nervios interiores; mientras sus venas se hinchaban con mayor arremetimiento. Y Andrea por el dolor, siguió sentada sobre el mueble colgante, atrás de la estancia de maderas refinadas.

Luego sola, se levantó del mueble grisáceo decididamente, porque ya no se aguantaba esta crisis nerviosa. Era una paranoia que deseaba arrojarla contra unos vacíos intolerables. Ella, empezaba a convulsionar de súbito durante cada segundo trascurrido. Todo su interior se sufría en ahondados espasmos. Así que tuvo que arrodillar su cuerpo asimismo contra el piso de baldosas rojizas. Lo hizo, para tratar de calmar así su quebranto presentido desde adentro del alma encarnada. Luego se erguió del lugar donde estaba recostada con temor. Y su vida, yacía siempre frágil como una muñeca de porcelana. Enseguida por lógica, ella se vio corriendo hacia el pasillo de ventanas ovaladas. Esquivó a la vez unas orquídeas rosadas que estaban prendidas entre las materas metálicas. Por último, fue descorriendo la puerta de vidrios azules clarificados. Allí, cruzó el umbral y caminó hasta el recinto, que llevaba al comedor lujoso, donde ella merendaba tristemente. Para tal ahora, estaba iluminado todo el espacio encerrado, atrás del trasluz, bajo el ocaso del firmamento, inspirado por el anochecer azulado, junto con las sombras bamboleantes.

Un segundo después, ella volvió atrás su cuerpo de Evana perdida. Y de mediato, cerró la puerta con exagerada furia en su sangre. Casi la rompe otra vez de un solo golpe. Pasó a su momento por entre las sillas de madera y las vajillas con verduras a medio acabar. Siguió de largo hacia la sala novedosa, adornada con algunos cuadros expresionistas de pintores colombianos. Estaban además, las mesas clásicas acomodadas un poco más allá del recinto colmado de melancolía. Por su parte, ella no vio a atrás desde sus ojos ansiosos. Sin pensarlo, fue a reconocerse al espejo de la sala. Cruzó solamente el mueble de descanso que

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estaba concretamente estático. Ya por unos segundos examinó su rostro invernal. Se supo a la vez como una muerta, recién levantada. Luego reanudó su andar ansiosamente en procura de un presente menos imperfecto. Aquí desde luego, sentía que la vida se hacía absolutamente seca, sin felicidad. Se percibía alterada a medida que sus pensamientos adversos, se iban trastocando durante cada acción desgraciada. Así desigual en cuanto pudo, ellos descubrió los instantes macabros, que fue resaltando con soberano terror. De un espiral, develaba unos agujeros desvestidos adentro de su memoria. Este malestar era dado pese a las grandes aspiraciones, mal ideadas durante su vacuidad infantil. Ella se veía asimismo tan turbada como una noche penumbrosa con flores malditas. Estaba su alma tan resentida como su poesía enlutada. Así que toda la sala latente, ahora giraba hacia cada extremo vertiginosamente. Andrea se hundía entretanto bajo un aparente remolino de raras imágenes, donde aparecían unas extrañas muertes. Tras cada sucesión fantasmal, una mujer moría desmayada suavemente. Aparecía de pronto, la jovencita lejana para su premonición, quien era una señorita conocida para este mundo de Andrea. Así igual, la mujer recordada, se revelaba entre una fugacidad toda moribunda. Andrea, enseguida veía a esa jovencita tumbada contra el escaño de metal, que había en una calle. La víctima femenina, empezaba a la vez a derramar su sangre rosada. Andrea, veía como su otra mujer expulsaba los fluidos espesos por la boca. Mientras tanto, una rosa roja hubo de quedar, reposando sobre los pechos del cadáver femenino, recién acariciado por el viento. Al otro momento, la noción para Andrea fue borrándose siniestramente. Toda su visión distanciada, quedó blanca bajo su conciencia mareada. Y del golpe continuado al atardecer, el azul perlado, pareció venirse hacia abajo, sin ningún aviso de reluces fulgurantes.

Andrea, llena aún de náusea, empezó a tambalear de un costado para otro lado de la sala. Menos mal, alcanzó a cogerse del estante con botellas de whisky, que había a un extremo de las cortinas recién rasgadas. Desde luego, ella no quería caer al suelo marmóreo como tampoco quería perder su corta vida de infortunios. No sabía eso sí en que situación mental se encontraba realmente. Durante su trágico destino, apenas podía sentirse desgarrada de los nervios. Los movimientos de su cuerpo físico, se hacían violentos. Pese a todo, pudo apoyar sus brazos, contra la pared enladrillada, sólo hasta cuando pareció ver transfigurada, la lóbrega sala ante su presencia, prevista ahora como un aposento renacentista. A su razón, ella no pudo contener el aliento por la consternación delirante, que tenía en lo íntimo. Entrevió igualmente los sillones verdosos del aposento y los estantes de madera, hundiéndose en un lienzo, dibujado con agua y con fuego lindamente. Ante este asombro, ella no pudo resistir su crisis mental. Del trasegar fantástico, gritó como despavorida. Enseguida, cerró indefinidamente los parpados. Pero pronto volvió a abrirlos fugazmente a su otro presente añorado. Era obvio que luchaba por recuperar el equilibrio

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racional, sin más espera fatal. Pero todo este renovado espacio recién transformado, se hacía aún más vívido. Cada profundidad, se concebía mucho peor, desde su doble visión. Aquí dicho cuarto renacentista, se entendía más extenso y umbrío que a su otra costumbre. Además, había ya variados libros de poemas regados por el suelo pedregoso y por ahí una guitarra, recostada en la esquina del aposento. Asimismo parecía romperse otra dislocación exagerada de la realidad. Pero Andrea no quiso saberlo nunca. Sola ella ansiaba una ayuda súbita. De hecho, aún no conseguía ubicarse, sobre cuál era su vida realmente; además no podía reconocerse claramente, atrás de su ahondada abstracción.

Al otro lado espejante, no había ningún familiar presente en la casona vanguardista, donde Andrea estaba enloqueciendo desesperadamente. No había ni un alma, acompañando su éxtasis fantasmagórico. Sola estaba su alucinación, nadando bajo un arrastre de fugaces trastornos aterradores. Comenzaban entonces sus ideas a volcarse, atrás de sus realidades extrañas. Sus padres entre tanto habían salido de casa en un auto rojo, que habían adquirido hace unos meses. Ellos se habían salido del mundo interno a recorrer la ciudad musical, sin siquiera decirle adiós a su hija, sin siquiera haberle dado un beso. Al parecer ambos adultos, se dirigían para sus respectivos trabajos monótonos. Era posible haciéndose así cada pedazo de cada verdad añeja. De todos modos, no eran absolutos, los aparentes destinos inciertos, vividos por ambos padres ambiciosos. Andrea, sola entonces bajo su alteración sucesiva, fue gritando su lástima con repulsión desgraciadamente. Ella, evocaba su furia a un ritmo alocado, mientras esta turba suya, parecía abstraerla contra su yo penetrante. Además ahora, parecía verse quedamente embotada, bajo una desgana espiritual, persistente del instante tan atemporal y suyo.

Menos mal, una vez pasó el tiempo inmortal, ella sintió acabado su desquicio con una lentitud acogedora. De uno y otro momento inesperado sus pesadillas fueron apagándose en silencio. Cada espacio suyo se hizo menos pesado en estremecimiento. Por fin, su aparente ser, volvió a la clarificada sala vanguardista, donde ella estaba ubicada lógicamente. Así que su tiempo causal, se hizo otra vez sosegado. Ya no era extraña su comprensión exterior. Enseguida, pudo respirar mejor y con mayor tranquilidad. Pero pese al recuerdo suyo, hubo una rara incertidumbre, molesta en su mente. Fue una duda consecuente, debido a su crisis psicológica. Tras su agonía, no podía comprenderla adentro de su alma palpitante.

De todos modos, mejoró su estado de ánimo, pasando hacia una sensación de calma. Pronto, se hizo más llevadera su comprensión alterable. Lentamente, recuperó la lucidez de su fuerte percepción durante un relativo tiempo. Enseguida, se descubrió tirada sobre el suelo todo chorreado con varios cristales aguados. Miró ella mientras tanto, hacia la lámpara plateada del tejado, rebosante con plena quietud. Andrea, por su parte, no supo como terminó en esa lamentable y renovada posición. Solamente se supo con los brazos y

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las piernas, recién recogidas con fuerza. De repente, pensó que había caído de algún vacío suyo. Así imaginó la finalidad del instante otra vez suyo, mientras los ataques de sensibilidad espectral, hostigaban otra vez por amenazarla mortalmente, sin que ella pudiera diferenciar su espacio material, vivido entre nociones malignas.

Menos mal, así como andan las vidas humanas, Andrea por fin, pudo desprenderse del letargo donde parecía saberse retraída. Al hecho, aún se sentía predispuesta al decaimiento. Pronto se apoyó sobre la mesa principal de caoba. Ya al otro acto seguido, fue caminando trémulamente en dirección al teléfono rojizo, ubicado junto al estante de vinos con rones y demás porcelanas francesas. Tomó el auricular entre sus manos de mujer necesitada. Marcó ahora al amigo pintor suyo, Leonardo Andrés. Decidió llamarlo al celular propio del artista. Quería escucharlo, desde su comprensión amorosa. Esperó peligrosamente durante una ausencia susurrante, que este amigo respondiera. El artista, menos mal contestó la llamada, pese a los aspamos manifestados por Andrea, mientras las afueras vagabundas, seguían recreándose sobre una noche con cielos menguados.

La abogada tardía, por su parte, miró hacia la noche saturada de nebulosas. Al otro tiempo, sola trató con Leonardo algunos olvidos fugados. Dijo además al arte del hombre algunas frases bellas. Le habló junto a su voz de mujercita culpable. Al rato de las dudas, ella pidió por su cercanía persistente. Quería tenerlo ahora en su casona campestre, alejada del tráfico citadino, donde los días se presentían allá, algo esquivos y algo vacilantes, sin compasión humana. El artista del arte, así apenas escuchó la petición anhelante, solamente decidió aceptar, la poesía femenina, sin poner una menor evasiva al llanto. Dijo que estaría lo más pronto posible junto a ella y junto a sus brazos tibios. Esperaba, que en su hogar se hiciera una distracción de juegos tranquilos. Leonardo imaginaba alguna sorpresa calurosa por parte de Andrea. Luego, ambos colgaron sus propias voces, confinadas al sucinto deseo. Leonardo además pensaba en llevarla al café, La Azucena Roja. Ambicionaba recuperar allí su romance, antes quebrado. Quería amarla, si podía con un deseo febril. No obstante, contra su conmoción juvenil, trataría de conversar primero con ella, sobre esos amores antes disueltos. El pintor enseguida, estuvo repasando el diálogo que había acabado de tener inesperadamente con su antigua novia. De momento, quiso recuperarla hasta siempre, mientras se alistaba para la cita supuestamente amorosa.

Ahora, Leonardo se disfrutaba rebosante en esperanza, se sentía extasiado en júbilo y anhelaba a los sueños casi palpables. Luego, salió de su residencia con tranquilidad hasta cuando recordó el encuentro con otra mujer hermosa, propuesto durante los ayeres. El artista, ante la presión, decidió no verse con la preciosa. Ella era una diseñadora gráfica, su feminidad reflejaba a una mujer sobradamente elegante. Aunque claro, Leonardo sabía que no era usual verse hoy con ella, bajo este realismo soñador. Por su razón tan fiel, tan

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ansiada por él, dejó abandonada a la otra musa beatífica, hasta cuando alumbrara alguna otra noche inmaculada, llena de pureza artística.

Ya en su otro espacio, Andrea, permaneció sola y triste por algún tiempo, ahogada junto al silencio suyo, melancólico y sombrío. Sola estuvo acompañada por una copa de vino tinto, rebuscada entre sus manos sudorosas. Daba escasamente vueltas por ahí adentro de la casa taciturna. Andaba a la vez de una esquina hasta la ventana del salón central. Donde estaba ella, se congregaba entretanto una luz ondeante. Y sorbía de vez en cuando esta mujercita algo del vino hacia su boca. Bebía con elegancia de la copa cristalina. Pero de un solo golpe volvieron los recuerdos naufragados del delirio. Toda su memoria, parecía estar embrujada, fuera de saberse burlada, cansada bajo sus horarios infernales, ya no esperados para ella, ni para su supresión humana.

Por suerte tocaron a la puerta de afuera con exagerada ansiedad. Desde luego Andrea miró quien era la persona que hacía ruido de esa forma tan escandalosa. Ojeó por la ventana traslúcida, que daba a la arboleda del barrio fantasmal, donde ella aún residía. Era por su puesto la presencia esperada. Tuvo que ser obvia esta llegada con aparente presentimiento. Era el artista de sus años persistidos del ayer. Hoy era su latente deseo. Así que ella se puso muy ilusionada desde su grata nobleza. Vio al pintor vestido con una camisa de arañas negras. Llevaba un jean azul, que sentía apretado a su escultura varonil. Llevaba además el cabello alargado y bellamente ondulado. Era sin embargo, su mirada extravagantemente bondadosa, pese a la seriedad, esbozada en su rostro umbrío.

Un segundo después, Andrea volvió su cuerpo delgado hacia atrás con lentitud. No pronunció una sola palabra de reconocimiento. Sola pasó al recinto principal de la vivienda. Pronto, dejó atrás la sala reluciente donde ella esperaba a su hombre fiel y algo sereno. Esquivó, seguidamente unos floreros rojos. Giró asimismo hacia la derecha suya sin mayor apuro emocional. Acomodó su pálido vestido con sus manos mientras fue caminando por el pasadizo del primer piso. Al otro tiempo, fue acercándose al salón del recibimiento; lugar espacioso donde su mamá veía televisión regularmente; durante las tardes libres, sin trabajo empresarial. Entretanto, apenas Andrea estuvo adentro del salón, ella cruzó cuidadosamente por el estrecho pasillo que llevaba a las afueras peligrosas. Anduvo Andrea así lentamente hasta llegar a la entrada principal. Ya de repente, abrió la portezuela de hierro, girando hacia su derecha el picaporte. Aquí entonces, ella recibió a su amigo artístico, quien andaba rodeado de cigarras luminosas; ellas nadando bajo esa noche de la ciudad musical.

Leonardo por cierto, entró a la morada de su amada. Luego, espantó una que otra cigarra azul de su cercanía humana. Ya de golpe, observó a la jovencita de sus ojos, esta vez más pálida que de costumbre. Ella permanecía con su íntima piel otoñal y ella sin una vida rebosante. Todo su malestar, fue debido además a esta situación soterrada del nerviosismo.

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La joven Andrea; aunada a su enfermedad, padecía sensaciones agonizantes. Pero por simple vanidad, no dijo nada a este pintor. Sola se acercó al enamorado, tomándolo de la mano fría. Enseguida se dejó acoger entre sus brazos flácidos. Al momento, no hubo muchas voces precisadas hacia la insinuación. A solas ellos, presintieron el lento encantamiento del calor romántico. Ambos, retozaron reunidos a sus almas encarnadas. Juntos, amaron sus cuerpos compaginados y temblorosos. Sus bocas encontradas se besaron con airado ardor. Ellos, pasado el canto, se supieron un poco resistidos, delataron un ansia furtiva de culpa. Temieron engendrar una tragedia de muerte futura. De hecho cada pasión encendida, podía rendirlos fuertemente. Por cierto esta noche se resbaló aún más veloz y fue estallando en una demasía de emanaciones febriles. De tal modo, después del grito amoroso, no hubo más besos pronunciados, entre las bocas acalladas con lágrimas. Sólo ambos enamorados, ocultaron sus caricias comprometedoras. La sensualidad, estaba acabando con cada fidelidad distinta y genial. Eran de fuego los acogimientos del hombre y se iban subiendo por lo pechos, erguidos de la mujer rumorosa. Más frágil, la linda mujer, recién bajada del fervor, pudo apartar las manos ajenas, dando ella unas muestras dubitativas. En ilación, allá fueron las manos y los dedos varoniles, rasgando el deseo y las ropas mojadas, regadas con agua de resurrección. Al rato del éxtasis, Andrés hubo de entenderlo todo. No había la menor duda para cada equivocación ajena. No había que seducir, más a su mujer rendida. Debían escoger ahora otros actos decisivos. Por suerte, cada arrojamiento apasionado, alcanzó a vivirse libre y permisivo, pero con un secreto del amor para sus remordimientos inolvidables.

Luego, ellos quedaron en mutuo silencio y sin ruidos de madrigales. A su noche de vinos regados, ambos seres cautivos, pronto se vieron distantes al otro cuerpo. Asimismo, ambos yacieron rendidos junto a sus sangres virginales. El hombre, permaneció reclinado contra la pared del salón de visitas, lejos de la enamorada, pero queriendo más olor a flores, mientras tanto, ella sola otra vez, dejándose tumbar sola, reposó contra el mueble rojizo del salón. Y ella entregada a la vez a tanta dolencia fugaz, amó sola entreviendo aún los ojos del artista, intentando descubrirlos, atrás de su oculto clamor sexual, otra vez añorado.

Desde luego, hubo de acabarse la movilidad del goce vertiginoso entre ellos. Leonardo Andrés, por lo tanto se sintió diferente, se sintió intranquilo, sobre los juegos que había para hacer, durante la siguiente hora. Quería reinventar por supuesto otra caricia con clamor hacia Andrea. En su intención, codiciaba acabar así de una vez con el callado aturdimiento. Pero entonces, no se resolvió rozarla más con sus manos. Más bien, ofreció a ella una salida de presuntuosa intimidad. Hizo su invitación con mucha galantería, para su bondad, acercándose otra vez a la mujer recientemente temblorosa. No precisaba eso sí muy bien su estado de ánimo. Pero quizá, sí sería bueno ir al centro urbano y luchar por cuidarla

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amistosamente con mucha bondad. Andar en sucesiva actividad, acogiendo a su prometida sinceramente, recorrer asimismo los bares y los cafés más visitados en compañía suya, salirse del mundo intimista por unas horas, sería una escogencia de buena confianza. Luego bailar entre las curiosas calles chorreadas de luz, cruzar los parques boscosos más cautivadores de aquellas afueras ciudadanas, fue una muy grata creencia para Leonardo. Además, ya prefería tomarse un café junto a Andrea. Por lo aquejado, suplicó estar más con ella y sólo mientras se hacían las estrellas, quiso tenerla más a ella, para reconocerla siempre junto a una mesa elegante, para vivirla cerca a su cara enamorada.

Así, ante la intensa propuesta; Andrea se vio ciertamente asediada y evidentemente obligada a salir del largo aislamiento. Así que ellos, disfrazaron sus desnudeces con cierto recelo. Andrea, por precavida, quiso salir a la cita, pero sólo accedió ir acompañada hasta los sitios urbanos, más aledaños de esta casona. Sola aceptó caminar por la calurosa campiña del alrededor nocturno. Linda, tuvo ganas de recorrer junto al hombre suyo los senderos con arboledas, donde ellos hace unos meses pasados, mantenían queriéndose y amándose, bajo las tardes despejadas, contiguas a sus juventudes. Así que Andrea fue muy gentil, ella se dejó llevar por los caminos naturales, requeridos por el artista. Además, ella tenía mucho cariño por el artista y por sus pinturas surrealistas.

Al final entonces, ellos entrejuntos fueron olvidándose de sus temores pasionales, que ambos habían sufrido hace unas horas. Se abrazaron otra vez con agrado y sus bellezas, se hicieron más maduras. Ahora, salieron hacia el pequeño bosque encantado. Aquí, comenzaron a pasearse suavemente por los prados verdosos. Anduvieron acogidos en amor, bajo la serenidad marina del cielo. Al rato sutil, hubieron de quedarse asombrados a medida que fueron volviendo a sus remembranzas. Trataron sus días incandescentes cuando iban como amigos por el barrio fantasmal. A su vez, volvieron al milagroso día donde tuvieron que conocerse con jovialidad. Esto fue en la Plaza de Bolívar, cuando simpatizaron con cada soledad recontada en la juventud. Ya bajo otro recuerdo vivido, apareció una primera vez cuando ellos se enamoraron de sus poesías y de sus canciones, disfrutadas en el café, La Azucena Roja. Luego de los ayeres, Andrea resintió un apretujón en las caderas suyas. Fue procurado por el artista, apenas ellos fueron cruzando, hacia el sendero florido, próximo a un parque de juegos infantiles. La mujer entretanto se alejó de Andrés, quien no insistió más en probar el fruto eterno. Ahora, ellos siguieron callados, andando y circulando bajo los cipreses frondosos de aquel parque anochecido. Permanecían, apenas acogidos a los gestos, hasta el otro espacio fugaz, porque la mujer quiso viajar sobre la rueda de los colores infinitos. Andrea, quiso girar sobre la rueda al ritmo de las cigarras, recién aparecidas y todas estelares. Entonces, Leonardo siguió a esta mujer rumorosa hasta el juego divertido; luego ambos montaron en la rueda y dieron vueltas y más vueltas de

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muchos giros entrelazados. Y justo aquí, Andrea, dando una pirueta fugaz, sufrió otras pulsantes convulsiones, donde todo su mundo exterior, quedó volcado al revés de su memoria, recién trastocada. Más a lo turbada, ella decidió cerrar sus ojos con fuerza y al poco tiempo, su cuerpo de mujer morena, fue cayendo renunciante en un bajo mareo, luego estrellándose contra el arenal del parque. Y sola; cuando Andrea vio a las almas muertas; ella se descubrió recostada contra el mueble colgante, sollozando bajo el tejado de la casona y viendo llover tristemente unos claveles blancos.

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LA FLOR DEL DÍA

Mi poeta del amor; mi novio del pasado, hoy quiero susurrarte las ficciones, cercanas al presente ondulante. De hecho, hace algunos ayeres, hube de presentir una infinidad de experiencias maravillosas, mientras yo me vivía ilusionada, entre los sueños del cielo. Cada creación humana iba tejida con varios tiempos armónicos. Luego, un sólo teatro desconocido, se fue montando alrededor de nuestro amor pasajero. Allá, la gente era de costumbres bondadosas. Hacia esos días lunares, yo pude descubrir mientras tanto una hermosa fantasía tuya. Andaba entrelazada con unas esperanzas reunidas Para mí, fue descubrir una invención engendrada, desde tu honda memoria. Yo adentro de esa otra vida, presentía también unos sueños invertidos, pero todos ellos, vagaban sin turbaciones. Más bien, el paraíso era de una sola felicidad alucinada y sin nada de opresión social. Antes yo dudaba sobre esta sociedad. Para mi demasía mortal, no lo creía. Pero luego fui sintiendo, más a fondo su realidad de paisajes idílicos. En esa medida, pude elucidar mejor las verdades del otro mundo viviente. Cada pedazo de naturalidad, crecía fulgurante junto a las muchas montañas perfumadas. Cada recodo fértil, andaba rebrotando en primaveras amarillas. Y así gracias a tu poesía, pude vivir las otras existencias inimaginables. Por tal belleza tuya, hecha con los versos contados, me fui llegando al arte siempre increíble. Junto a la tranquilidad de los bosques tuyos, pude concebirte enseguida acogiéndote en mis brazos de mujer. Por mi parte, yo estuve amando tu presencia de hombre, durante las horas inspiradas, cuidando a la ternura tuya, mientras hacías la rebosante poesía tuya y asombrosa. Así entonces allá, nosotros joviales, estuvimos muy unidos, cuidando de nuestras soledades imperfectas.

Al otro día espejado, pues sola otra vez desperté en mi aposento atardecido. Pero hacía esta ocasión, desperté sin tu compañía. No estabas como el poeta febril. Menos mal, alcancé a clarificar algunos paisajes de tus historias movibles. Cada instantánea, se prendía justamente con sublime inspiración. Algunas brumas celestes, me hacían oler los espejismos siderales. Cada juego de metáforas vivas en mi sueño se mezclaba con tus devociones poéticas. Además eran tus invenciones fantasmales, una indudable inmortalidad, para mi juventud. Desde esta vida encarnada, entreveo ahora unos reflejos de las ciudades espirituales. Ya entiendo así la razón sobre mi rumbo como una mujer exiliada. Acepto, mi intimidad rodeada con destinos de espinas. Es similar al pasado equivocado, que tuve en lo personal. Va maltratado bajo un cementerio de sufrimientos. Por lo tanto, mi presente de mujer, prosigue quedamente exhausto. De entre los días derramados, me sé toda llena de recuerdos, bajo un sólo desconsuelo humano. Por mi cierta juventud me prendo a

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una sola melancolía. Bajo las noches, se me vacían los sentimientos, sin contención. Se pasea así mi dolor triste, porque hay algunas veces perdidas, cuando me sé depresiva, galopando con los vicios del desacierto existencial, que tuve en lo decadente. Y durante las horas vaciadas, me acoge la sensación maligna, tratando de constreñir mis presentes recuerdos, frente a un espejo de crepúsculos rotos.

Ahora desigual en vida, siento intranquila a mi alma dualista. Me sé cansada de seguir sin anhelos mientras la íntima tarde, sigue rodando algo bañada de palidez sombría. De todos modos, se aparece de repente tu belleza de hombre poeta, apenas yo trato de solicitarla, ahogadamente bajo mi pobre angustia taciturna. Siempre te necesito, poeta, siempre te quiero cercano a mi lento silencio, pese a no querer decírtelo, sinceramente con mi boca dudosa; acepto lo mucho que te amo en verdad. Tras cada despecho, te espero con una llenura amorosa tuya, para alejar luego la sustancias de mis pesadillas alteradas. Y de repente, vienes solo junto a mis brazos de tibieza. Luego te develo fantasmal cuando te haces a mi cercanía con ternura. Te haces al lado mío, pegado a mis pechos recién desnudos. De repente, me besas en la boca con sutileza. Así de golpe, dejas tu regado esparcir aromático en mí. Ese romance conjunto y tuyo tan perpetuo, entonces me salva. De lejos vienes a mi cuerpo demudado. Y tú, quieres junto a una sola lindura este amor y me haces sentir placer, hasta la danza luz del otro mañana. Se deshojan asimismo las auroras lejanas desde el otro mundo viviente. Son otros mundos purificados y son nuestros universos remotos, para nuestras imaginaciones. Solamente puedo ver sus magias con anhelo ansioso. Desgraciadamente, las creaciones aún no son permisivas a las vistas de muchos seres humanos. Antes bien, sólo habitan allí los espíritus de entera bondad, tales como tú, poeta embelesador.

De otra razón, poeta, hoy sola entreveo en persistencia, mi desprecio antiguo hacia la humanidad. Me sabía equivocada junto al ayer furioso de esta indiferencia. Era un odio mal depositado hacia el ser tuyo, rebosante con blancura hacia otros seres justos. Hice antes mal, erré un ayer de nada, no entregado a la noble benevolencia. No labré además tu entera fidelidad juvenil. De hecho; para mi confesión del día, sabrás conocerla mejor que este corazón roto. Eso te dedico mediante esta sonata inmensa. Eso para mí es darte, una confianza indecible. Claro y por el perdón, soy ahora una mujer más arrepentida. Por fin, reconozco estar andando durante un ideal atrasado como indecente. Descaradamente, elegí vivir una vida, bajo un mundo abstracto, atiborrado de equivocas arrogancias. Por dichos motivos de oscuridad, hoy solamente intento ser sincera, desde esta propia alma desilusionada. Dejar de una buena vez; el alterable orgullo de bobería; manifestarme sola al ritmo de una misericordia arrepentida, sea tal vez lo redentor y sagrado.

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Además a declaración, poeta, si vuelvo una mirada al pasado inalterable, hoy admito que no quise soportar tus propuestas amorosas y bien ofrecidas, antes con ternura. Siempre estuvo tu abnegación, resbalándose bajo las madrugadas impensadas, pero yo dudaba extrañamente sobre tu sinceridad confiable. De verdad, no creía en tus propios arrojos tan galantes. Aunque ya con los días, me arrepiento mucho por haberme engañado, sin gracia a esta única antipatía, tan mía como inconfundible. Sinceramente, me presentí ahogada en una grandeza estúpida. Así fue, porque creía una falsedad de belleza. Por tal razón, no se hizo cierta tu propuesta leal, por hacer renacer un matrimonio contigo, tan enorme en nobleza. Y hoy es tarde ya, para dejar correr aquella primavera, hoy ya tan marchitada.

Desde luego, yo pensaba en tus poemas febriles, dados al grito de una intensidad enamorada. Cuando podía repasarlos en mi aposento, veía tus palabras bien reunidas y hermosas, pero las suponía muy caprichosas. Yo admito que me gustaban tus declaraciones, pero las consideraba chistosas. Los versos se hacían quebrados para mí, tras una sola melodía acabada. Por ello, tuve temor sobre tu presencia, vacilaba el compactar contigo. Más parte de los días se ahogaban extrañamente en dolores solitarios. Al final de una noche pensativa, escogí entonces dejarte lejos, sin la primavera de una juventud nuestra. De repente, crecía un temor incontrolable si dejaba venir tu amor sobre el mío. Las rayadas cavilaciones, me nublaban el trasluz preciosita. Desde mi corazón derramado, no adivinaba tu verdadera sensibilidad como hombre fiel, quien siempre fuiste y quien has sido con el arte. Tampoco, presentía los versos tuyos, dados a la realidad áulica, necesitada de cuidadosa sinceridad.

Al cabo de tus súplicas, pues no comprendí bien tus arrojos amorosos. Yo; amor, intentaba escuchar tu precipitado clamoreo; bajo la noche te quería abrazado a mí, pero luego vi mal tus ruegos, los creí otra aparente mentira tuya.

En cuanto los días repasados, yo sola quise dar cabida a mi acomodada situación, de sucintas caídas disueltas. Ideaba siempre la reflexión nuestra con desencanto. En absoluto, me supe mal nerviosamente, por una posible sinceridad quebrantada y tuya. Al caso silencioso, sólo logré resignarme, dejando atrás tus hermosas impresiones. Aplaqué tu amor abajo del pozo con una pobre repulsión mía. Pero todo fue en vano, porque la oscuridad se sabía solamente, manchando a esta alma empozada. La negrura enjuagaba ya mi corazón resentido. A solas, sufría ahogada al compás de una canción penumbrosa. Me veía como otra mujer, sin gusto por lo supremo. Mi esencia se deshacía y luego se hacía noctívaga. Afortunadamente el afecto tuyo, se presiente hoy tan traslúcido como un mar del cielo en madrugada.

Desde tu otro cosmos, aún tratas de propagar nuestro recogimiento, rociado con besos calientes, colmado de sonrisas gratas. Presagio tu bella pasión, rebosante de enamoramiento

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sensible. Ello me deja ahora un desbordado apego a ti. Ilusiono un llanto de abrazos, donde siempre quiero estar viviendo los otros días ulteriores al lado tuyo. De todos modos, sólo puedo concretar para este instante, aquella sublime nobleza tuya, desde la lejanía, desde mi ciudad poética, más ese idilio ensoñado, me pone un poco ilusionada.

Ya desde cualquier aurora; poeta, todo el amor del alma, hoy son los recuerdos tuyos. Ellos despertaron en blancura suavemente. Ellos se hicieron hasta las primeras luces desde esta otra mañana blanquecina, una mañana mágica y de muchos noviembres veraniegos.

Hace unas horas sutiles, conseguí clarificar nuestro pasado deshojado. Fue un asombro verte, cuando te acercabas de a poco hacia mi presencia palpable. Estabas tan lindo como siempre con la boca risueña, tú siempre flaco y tan noble como cuando me adorabas con tu docilidad. Soñaba además que ambos estábamos en un bosque nublado. Juntos, recorríamos los árboles frondosos, íbamos cogidos de las manos, nos besábamos con furor diciente. Y de pronto, desperté del sueño mientras atravesaba los insondables espejismos. Luego, retorné a este destino de inquietud, pero sin la compañía tuya. A mi presente, estoy en la habitación material donde las casualidades, no pretenden existir nunca. Igual, poeta, bien o mal, ahora te cuento los otros acontecimientos, que son algo tuyos y algo míos.

En tanto con amor, comienzo a darte la nueva realidad ficcional. Sucedió precisamente hace unas horas, cuando salí del apartamento. Yo estaba sumida en un aburrimiento de madrugada. Así que elegí salir del aposento. Tuve que irme de allí con mi hermoso hijo. Así de pronto, me fui del recinto, cerrando la puerta de hierro y enseguida recomencé el deambular pasajero.

De mi paseo inesperado, ya me aproximaba a las calles más concurridas de esta ciudad poética. En poco tiempo, miraba de cerca a los viajeros desconocidos, quienes no cesaban de pulular por las calzadas mal olientes. Mientras tanto, yo recordaba cómo huía inesperadamente de la rutina cotidiana. Pues debido a tus historias poéticas y gracias a tu evocación cultural, me dejé llevar hacia la libertad del destino. En lo posible, quise darme asimismo una vuelta sin algún rumbo estresante. Sólo aspiré degustar la frescura ambiental, la cual fue recubriéndose con muchas luces mañaneras. Hoy la muchedumbre estaba calmada y ella se sabía como una gran población de muchas costumbres intimistas. Del otro momento, surgía cada esquina urbana, un poco llena entre los ennoviados inocentes. Ellos, iban besándose bajo el cielo con nubes rosadas y ellos iban atrapando los apacibles recodos del amor rebosante. Al día, los vi a ellos con mucha dulzura y presumí sus paraísos recuperados. Desde otra perspectiva, me hostigaba la quietud donde sufría encerrada, junto al sopor ambiental. Reconocía el silencio constante y sabía del malestar absorbente, allá en la habitación, donde estaba guardada. Me sentía sola, estando recostada contra el colchón de la cama blándida. Por el hecho, quise pensar sobre las confidencias tuyas, ellas muy

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ofrendadas conmigo; más quise atraerte en adoración, sólo al ritmo suspirado del viento matutino.

Así entonces, pude recrear una caminata ciudadana junto a mi hijo risueño. Hace unas horas, ambos paseamos las esquinas de las callejas lindas. Bajábamos sin mucha prisa, cruzando hacia los andenes saciados de individuos, entre aromas poéticos. Me veía, ya bajo unos faroles públicos. Yo llevaba asimismo un vestido blanco y mi cabello andaba liso, bajo el cielo otra vez abierto. Me creía hoy más glamurosa, que ninguna otra mujer, tras el repasar de este mismo viernes fulgurante. Mientras, tomaba al niño de sus manos pequeñitas, acogía a mi hijo con cercanía, mi lindo hijo, quien casi no gritaba sus miedos, quien casi no murmuraba sus alegrías al viento. De repente; pasaba a esquivar unos oficinistas, salientes con sus rostros formales. Aparte del acto, me cruzaba con otros hombres, los asistentes de los bancos lujosos. Ellos lucían una apariencia elegante, pero a la vez sabían que eran mentirosos. Corrían tras el salto de sus corbatas suyas, ellos siempre acomodando sus trajes de formalidad exclusiva.

Ya tras el otro instante, aparecían unos y otros mimos, recién disfrazados de felicidad. Ellos salían vestidos a la vida social con trajes negros. Yo; veía todas sus caras pintadas de rubor blancuzco, sus mejillas llenas de sonrisas y sus narices con el bombillo rojo. Ellos, jugaban de repente a hacer maromas con pelotas infantiles. Parecían estar hechizados junto al mismo sortilegio de sus manotas limpias. Luego, todos los mimos del presente, corrían tratando de perseguir a los habitantes desocupados, procurando sacarles muchas risas a esa gente pesarosa, quien para este hoy no sabe divertirse, debido a su fastidio laboral de hastío.

De acuerdo a mi posición femenina; traté sólo de esquivar a los mimos, sin manifestar mucha grosería para sus bocas risueñas. Los evitaba, sin decirles nada a sus presencias porque para aquel tiempo, no me sentía dispuesta a recibir sus burlas. Pese al rechazo, ellos no hacían caso a mis evasivas y felices, seguían acosándome con terquedad. Más a lo peor, luego de estar disgustada, ellos me remedaron sin ningún temor por entre los andenes bulliciosos. De corrido, ellos hacían una y otra parodia, que eran unos bailes bien procurados, junto a sus cuerpos chistosos. Los mimos eso sí obvio, no eran famosos ante el mundo. Por eso ellos procuraban mi hermosura legendaria. Era además mi lindura, una perfección de diosa, traída de una época medieval. Y mi belleza, se encargaba de seducirlos ansiosamente. Mientras en la intimidad, yo pensaba que las princesas y los duendes coquetos, sólo existían en los cuentos de hadas y en ningún otro país de maravillas. Por la ignorancia cultural, por eso no ponía cuidado a sus paradas. Aunque claro; tu poesía eternista, me hizo ver, tras el otro espejo, lo orígenes de nuestra esencia mística.

Aparte del lento recuerdo, reconozco mi piel blanquecina, similar a la nieve cegadora del cielo álgido, la refluyo aunada a mi rostro de mujer divina, una efigie creada con entera

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perfección. En tal sentido adorado, sé mi angelitud, nunca resistida a los hombres justos y humildes. Apenas, cuando cada mozo me ve a la cara, atrás de cualquier lugar abierto, este se deslumbra con fascinación. Ante mi desfile apacible, queda rendido, sin musitarle un hola. En afección por ser intocable, ellos regularmente vienen a cortejarme con sus piropos lamentables. Desde sus voces roncas, rechiflan mientras me dejan cruzar precisamente por un costado de las soledades suyas. Así lo delato, ellos van con sus nostalgias causadas por las ocupaciones cotidianas, sin muchas ilusiones. Yo entonces, paso por sus frentes reales y de repente sus miradas, descubren mis ojos azules. Más, los poetas agraciados descifran mi confianza amistosa. Así por cierto, algunos pretendientes de barbas negras, no cesan de esforzarse por conquistarme con sus poemas simplones.

Los mimos picarones, entretanto, fueron sospechando mi intimidad amorosa, solamente entregada al vaivén benigno, junto a un hombre sincero. Ahora bien, mi poeta inmortal, todos estos mimos negros, dejaron atrás sus malabares junto a sus bolitas negras. Después un morenito, vino andando con su boca risueña. Eral el más chistoso de todos esos mismos divertidos. Me vio de lejos. Enseguida, delató de repente mi soledad. Pronto se acercó hasta mi hermosura femenina. Fue un acercamiento muy procurado, por los abrazos del pequeño mimo. Ya durante su asalto temeroso, el jovencito quiso besar mis mejillas desnudas y besadas por la luz. Menos mal, sólo me alcanzó a dar un apretón forzoso. Fue entonces su anhelo de pasión anhelando darme su compañía. De todos modos yo fui cuidadosa con el mimo. Sus intenciones fueron un poco descaradas. De súbito, me alejé entre pasos ligeros hacia otra lejanía. Luego esquivé sus muchos besos, manifestando una mala mueca, hacia su cara redonda. No dijo nada el peladito coqueto. Simplemente, volvió al montón de sus amigotes. Pero el mimo parecía estar triste, por haberme dejado suelta en otros vientos de músicas fantásticas. Me dejó él sin su mirada irreconocible. Tuve eso sí un poco de nostalgia, por haberme ido sola y por haberme alejado de sus sueños inocentes. Al final de su insinuación, pues no hice nada para atraer sus extrañas pretensiones. Pensaba que este hombrecito estaba como loco. Se sabía todo ansioso con sus actos intensos. Además, se esforzaba demasiado por recuperar una infancia ausente. Por tales hechos suyos, mejor resolví irme sin su compañía, sin más esperas ilusorias. Ante el hondo desespero sin rumbo, me fui lenta hacia otro sendero popular. Según veo, tuve miedo a esa galantería del artista. Reflexiono con más cuidado sus intenciones y hoy me arrepiento demasiado. Estoy mal por haber olvidado su cara de lágrimas escarchadas. Más sin novio, me fui del presente suyo con mi hijo. Estuve muy lejana, cuando llegué a la otra esquina roja. Allí, giré hacia la derecha, esquivando uno de los tantos vagabundos que hay tirados sobre los andenes mugrientos de esta ciudad modernista, donde no hay sino desgracias ocultas en cada presidiario culposo. Miré por un momento al niño harapiento y luego olvidé

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su mirada tan manchada de lamentos. Pese a todo, no quise darle ninguna limosna. Sin pena y sin gloria, seguí caminando junto a mi hermoso hijo. Juntos, paseamos por bellos locales de ropa y vimos varias vitrinas de zapatos, hasta cuando tuvimos que avecindarnos al café, La Azucena Roja, para merendar algún aperitivo. Mirábamos con gusto, los aparadores de pasteles rosados y blancos. Se nos hizo agua la boca, mientras veíamos estas delicias cremosas. Más serenos, nosotros seguimos despacio por un callejón del centro urbano, todo difuso y extraño.

Así entonces yo, acompañada de mi hijo, una vez estuve justo enfrente del pequeño café, La Azucena Roja, me fui caminando un poco más hacia arriba por las calle de los escritores. Luego pasé a subir las escaleras en espiral del recinto aromáticamente silencioso. Andaba atrás de los pasos de mi niño gracioso. Nos acercábamos lentamente a una puerta abierta, sin mucha ansiedad en nuestros corazones. En tal presente de mujer, fui dando las pisadas sin muchas ganas entre las acortadas deshoras. De pronto, sentía un ambiente aquietado, adentro de este rincón cultural. Yo trataba de interpretar los innovadores diseños del sitio mágico. Había unos murales de arte abstracto, dibujados en las paredes. Un segundo después, mi hijo y yo, quisimos introducirnos hacia esa gran decoración del vanguardismo. Escasamente había una Monalisa, rellenada con sus colores psicodélicos, al fondo del sitio renovado. Más allá se pintaba una noche confusa y sola revuelta de estrellas blancas. Era una nocturnidad brumosa ante nuestra vastedad incomprendida. El café, tenía una belleza antigua como de alegrías, cayendo bajo la espesura de alguna otra dimensión exagerada. Así veía todo el rededor ante mis ojos encantados. Tal vez el espacio, me mostraba una espesura confusa. Crecía la excentricidad hacia el otro lado del olvido. Desde la esquina donde estaba presente, supe curiosas las invenciones artísticas de este mundo contemporáneo. Estaban cuidadosamente terminadas las pinturas, las visiones eran todas irisadas. Aparte del aura sublime en el recinto, estas obras coloridas eran descubiertas, sólo para una gente de saber literario y artístico. Asimismo, era extraña la simpleza del lugar, donde estaba recreada la esfericidad imaginada, junto al ímpetu de las pinceladas, lanzadas hacia los lienzos poéticos. Así elucidé yo desde la lejana abstracción, estos reflejos de elucubración pictórica, sabidos como una revolución, contra nuestro mundo artificial.

Mi poeta salvador, te digo además una cosa seria; realmente puedo declarar acertados los paisajes, que había retratados en el café, La Azucena Roja. De hecho, apenas acabé la inmersión, elucidé un grito de libertad, resalido rabioso contra los capitalistas. En escisión, los artistas realmente y ciertamente en sacrificio, estaban siendo creativos. Ellos, luchaban por irradiar otro concepto social, pasante para nuestra ciudad destrozada. Y unidos a ellos, hoy sé que escucharlos con meticulosa sinceridad, para el bien de mi alma.

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Ante esta metamorfosis del arte, sin embargo, no dije nada a ningún hombre presente del café lujoso, donde yo seguía contemplando los murales vanguardistas. Entre los otros presentes, no había casi gente por allí adentro, conversando junto a su gente ilustrada, escasamente había unos hombres y mujeres, comiendo y tomando vino, junto a un salvador. Así que sola junto a mi hijo risueño, llamé al incierto mesero del sitio, más bien callado. El hombrecito, vestido con su traje negro, usando su corbatín sedoso, por cierto estaba solitario, limpiando algunas copas polvorientas, atrás del mostrador suyo. Sin más ansia, él disponía su mirada perdida, hacia su mente nublada, revuelta entre repetidas humillaciones. Por continuidad, llamé por sus servicios con precaución. Mientras tanto, yo fui acercándome alrededor de las mesas plateadas, acomodadas con exagerado cuidado, cerca a los rincones del pequeño café. Fui de pasarela, hacia las sillas sin mayor recelo. Pronto, hube de relajarme allí, sin mucha prisa clamorosa, rodeada entre una aurora imperceptible. Más allá del tiempo, pasé a entrecruzar las dos piernas, recogiendo un poco mi vestido blanco. Hice este movimiento de mujer con delicadeza, para no tumbar así los floreros de rosas blancas, que había al frente, flores rociadas con aguas cristalinas. Al lado inmediato, ya estaba mi niño tan hermoso. Ambos, no pensábamos sobre muchas hadas. Desde cada inquietud, solos nos reclinábamos contra las dos sillas de metal. Enseguida, cogí al niño de los cachetes, entre mis manos rosáceas. Y el niño, estaba inquieto, quien se veía relindo con su cara de consentido, llevando una camisa de marinero, usando un pantalón de payasitos graciosos. Por aquí claro; poeta musical, hoy te digo otro lindo secreto; mi hijo aún sigue bajito y sigue algo acallado, no dice todavía nada de voces a nadie.

Del cercano día hundido; poeta, hoy te confieso otro murmullo importante. Era que yo seguía sin felicidad. No soportaba aquel impreciso sendero de la vida. Además, vagaba sin mucha esperanza, iba entre lamentos desbocados. Mi corazón único, se mojaba cansado de saber tanto dolor ajeno y de ver tanto desprecio ajeno. Menos mal, mi niño consentido es quien me da las fuerzas para romper los hielos, mal ideados desde las propias irrealidades. Santiago es mi fortaleza, ante las desgracias mal inesperadas. Gracias a su ternura varonil, sigo con algo de calma para esta rara alucinación. Mi chiquito eso sí, no puede hablar bien nada con reproches. Tampoco, pide ninguna petición. Todavía no puede gritar sus rebeldías claramente a ningún otro niño. Igual, tengo confianza de que en poco tiempo, podrá cantar sus versos, desde su presurosa bondad. Pero si es verdad, Santiago no manifiesta aún su poesía, como solíamos hacerlo nosotros juntos, cuando nos creíamos más grandes y viejos, ante los jóvenes perecederos. Por lo demás, mi hijo tiene siete añitos recién cumplidos de suave existencia. Es normal, su edad junto a los enamoramientos furtivos, dados al placer indomable y liberado, que tuve en el pasado.

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Entre las otras imaginaciones, amo el afecto suyo y protejo la simpatía suya, resurgiendo sobre nuestras luces del siempre jamás. Por cierto, hay veces cuando Santiago consigue para mí, soltar una que otra palabra entrecortada, recién salida de su boca endulzada. Es también muy inquieto mi hijo consentido. A cada rato, trata de andar lento y se arrastra con inocencia, cogiendo juguetes, debido al ir y devenir de sus pisadas santas. De hecho, mira como ahora se pone a jugar con unos ositos rockeros. Ya de repente, toma unos carros de cuerda que tiene al frente suyo. Eso al nené, pareciera que se le fueran a perder todos sus juguetes divertidos. De golpe, agarra una maraca brillante del piso, donde mantiene saltando y donde se la pasa rebrincando con un desbordado júbilo. Es curioso, verlo así de contento. Eso dan ganas de llorar, porque soy su madre. Además, hay unas ocasiones cuando se pone a mover reiteradamente el oso de luz con sus manos. Siempre coge este muñeco tierno, para llevárselo a todo lugar, hacia donde decido llevármelo con la vida. Igual, si vieras, amor, nunca falta la tarde mágica, cuando suelta inesperadamente una con otra chillada intolerable, debido a su inocencia. Por mi parte, hago que no oigo sus berridos, cuanto estoy en su habitación, bien adornada con peluches y planetas fluorescentes, bajo el tejado de madera, donde trato de consolarlo. Pero al rato, me doy por enterada de que sus lloriqueos, no son ningún problema. Así son los niños pequeños y entonces no hay mucho que inventar para calmarlos. Simplemente para controlarlos a ellos con sus rabias; sólo habrá que tolerarlos y sólo habrá que amarlos hasta siempre con dulzura. En absoluto, ellos son la razón de vivir para cualquier madre almada; más yo adoro a Santiago como a ningún otro hijo de esta tierra colombiana.

Poeta, por cierto pasaron unos con otros minutos, durante el animoso presente. Allí se hicieron cortos los fugados instantes y sin embargo ellos pasaron serenamente. Por lo tanto, volví a mi extraña instancia, donde volaba la fantasía del milagro. Para tal verdad, yo aún me veía relajada y bien sentada en la silla, arrinconada en ese café concierto, La Azucena Roja. Estaba al día sin más distracción, que una mirada absorta, dedicada al rostro de mi hijo, recién sonriente. Miré sus cachetes, lo tenía gorditos. Entretanto, fui pensando con el canto de mi único amor, recordado para esta juventud tan influenciada, desde los malos romances. De repente, brotó la voracidad del fervor, atrayendo a la disfrazada alma gemela, hasta cuando sonó el vacío asolador, creado con el olvido, volviéndose una desgracia muy abrumadora. Luego, recrudecí una poesía renunciada al hombre, mal amado. Fue una minuciosa rutina liberada, salida de nuestras caminadas, reventadas en orgullos. Sucedió igual nuestra vacuidad, porque somos ausentes de moral, porque aún elegimos al desorden. Nos hicimos perezosos y sólo nos importó, nuestro destino sin abnegación. Más de pronto, se apareció el niño del candor dolido. Mi chiquito, renació bajo un cielo grisáceo y de golpe empezó a verse una desgracia de alta justicia, para mi única unión matrimonial. En el caso,

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recuerdo asimismo unas tardes perdidas junto al frío esposo. Elucidaba allí, todo un cuadro de exageración, chocando contra mis ruinas de gritos mortales. Aquel hombre y yo mujer, una vez la confianza estuvo dañada, acabamos peleando bajo las noches borrachas. De remate, veía como nos reflejábamos, como unos enemigos en casa. Así que nos herimos con estrictos puños y cachetadas; lanzándonos unos golpes arrasadores. Desde luego, la violencia sangrante, turbó mi esencia del ser fuertemente. Ello igual mortificó a mi alma profunda, antes sometida y derrotada. Por tal motivo con el tiempo; yo dañé la relación contraída con esa bestia peluda, apenas pasaron tres años. Al extremo, los últimos días fueron muy trabados con ese gorila, traído del desquicio, fueron similares a un infierno. Peleó él como un hombre malo, cuando estuvo casado conmigo. En la convivencia y mediante varias indagaciones secretas, yo empecé a conocerle sus actos impúdicos. Entre tanto dolor y por tanta desilusión, tuve que decirle adiós, sin gritarle siquiera libertino al frente suyo. Lástima por mi entrega perdida tan confinada a su infidelidad. Pienso nunca volver a recostarme bajo su pecho rasgado como de lobo, debido al cariño cegado y depositado, que nunca más le confiaré realmente.

Pasaron entonces varias congojas por el mundo. Más en mí, sentí resbalar las lágrimas, sobre mis mejillas y sobre los ojos; apenas yací otra vez triste, adentro del café, La Azucena Roja, lugar donde me sabía persistente, entre el vago recorrer del espacio. Dispersé unos pensamientos fríos y navegué un naufragio mortal. No me supe aplacada, adentro de esta ciudad perdida, llena de lágrimas dolorosas. No aguanté más al exilio de los abismos íntimos. Enseguida, hice menudos los pálpitos del corazón. Al nuevo instante, volví con Santiago y disfrutamos del espacio artístico, más calmado. Pasados diez minutos de haber llamado al mesero del café, vino aproximándose con su elegancia juvenil. Anduvo con su traje solitariamente negro. Llegó de pronto, esbozando una cara seria y pecosa. Nos saludó con algo de gracia, soltando su voz musical. Me dio a su gusto; unos buenos días y susurró: Señorita qué necesita, para esta aurora cautivadora y soleada. No pronunció más palabras a la agraciada belleza del día. Pasó él enseguida, una mano suya cerca a mí presencia, para extenderme coquetamente, la carta de postres y bebidas frías que había dibujadas, sobre un papel grisáceo. El mesero hizo su cortesía normal, sin poder dejarse caer encima de mí, porque se lo impedía. Yo sin embargo, reí entre dientes, ante la exagerada intención de acercamiento, procurada por este hombre meloso. Solté ya sin más espera, un gesto de incomprensión, mientras fui tomando la hoja del menú. El joven de camisón blanco, ciertamente retrocedió su grande humanidad como de guerrero, sin pronunciar siquiera otro presunto coqueteo, porque estaba asustado. A escasas, aguardo por el gustoso pedido. Se lo pasó ya quieto y erguido, adentro del pequeño espacio suyo; también se puso sucintamente sonrojado.

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Al final del silencio, entre los pocos presentes, me decidí por solicitar casualmente un postre frío de chocolate con nueces. También pedí un helado grande como de tres sabores y varios colores payasos, para mi Santiago. El señorito que nos atendió, aceptó entonces los caprichos nuestros, sin mayores contratiempos. Ya atrás del otro acto precipitado, retornó al mostrador rojizo de atrás, para preparar así las mencionadas bebidas frías.

En cuanto al día viviente, la mañana estuvo circulando insospechada durante cada hora doliente para sus hombres y mujeres mundanos. Yo esperé mientras tanto por cualquier acontecimiento lírico, bajando y reapareciendo junto a una esperanza linda, por lo menos pasajera. Anhelé alguna sorpresa en la intimidad, para la ruiseñora y su hombre floriciento. No sabía bien como volvía al cuento de este mago, pero volvía allí con poesía. Era como develar un fragoso chispazo que de repente, me hacía recobrar la esencia, por saber inventar un día mejor, ante la tanta desgana enfermiza. Además, intuía el júbilo de otras vidas ajenas recorriendo ellos las otras afueras y los otros escondites de esta ciudad. Eran los otros seres humanos semejantes a mis culpas. Me iba veloz entonces hacía las instancias de una y otra supuesta realidad, lejana y presenciada, adentro de las otras personas, ellos idos en sombras o sabidos con luces enceguecidas. Procuraba enseguida, bajo mi memoria una videncia espejada, desvistiéndose bajo la complejidad de aquellos destinos humanos. Presumía por lo tanto, mis propias sospechas sobre cierta madurez, para estas almas inmortales. Muchos de ellos, queriendo ser navegantes del mundo inmoderno y desquiciado. Hubo asimismo una inacabada multitud de universos individuales, resurgiendo desde mis pensamientos entretejidos, junto a ellos y junto a mi profundidad individual. Así que los jóvenes más sufridos, pude entreverlos atrayentemente, tras la fuerza retentiva, tan alucinada y mía. Fue impresionante en lo mental, descubrir cada cuadro de horror y fue brutal, sospechar cada miseria ajena, vista en los tantos humanos, llenos con sus miradas agobiadas. Después, me distraje de las cavilaciones, porque ingresó al café, una pitonisa de energías grandiosas. Su apariencia era atractiva y ella tenía un caminar engalanado. Llevaba cualquier variedad de manillas, rodeadas a sus brazos engordados, haciendo resonar sucesivamente, sus pulseras sugestivas, tras cada paso suyo. Usaba también algunos anillos de plata, entre sus dedos rugosos. Vestía unas ropas entre rojas de seda, que se sabían adornar, entre unas lunas blancas y entre unas formas rayadas, más bien largas y muy delgadas. Y ella era una señora de figura ancestral como si fuera una Mamá Grande. Era ella, una mujer de cara hermosa, vista durante sus movimientos cordiales. La pitonisa, igual según al apuro del tiempo, siempre aparecía desfilando una simpleza de juventud nunca perdida, para su rostro de señora colombiana.

La mujer entrada en años, entretanto, se me acercó algo presumida, ante mi vana presencia y preciosa. Vino tranquilamente a hacerse al lado mío, para calmar así, mi dolor

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depresivo. La señora, fumaba a su lejano instante un tabaco de tientes negros, ido al otro vaivén de su cabello canoso, ondulado y serenado por el viento. Daba sus bocanadas viciosas al ritmo de una trayectoria suya, realizada con indiscutible lentitud. El humo brumoso se perdía a la vez por entre la atmósfera imperceptible. La mujer me saludó pronto; enunciando mi nombre con nobleza, justo cuando estuvo al frente de mi cara repintada. Esta novedad me sorprendió desde un acto agresivo. Solté aquí una sola mueca espantosa. De hecho, la mujer era una simple desconocida, para este mundo sin intelecto. La señora era igualmente para mí, una recién aparecida de esta ciudad loca. En todo caso, los misterios de ella, tú lo sabrás mejor que yo, poeta. Pero en mi vida, yo había visto a dicha pitonisa misteriosa. Por obvias razones, descubría extraño el comportamiento de ella comenzar a charlar conmigo. Era raro verla saludarme adentro del café, La Azucena Roja, donde estábamos recién reunidas. La anciana mística, obviamente me asustó, durante otro momento, apenas hubo de decirme al odio: Laura, mira, no digas nada, sólo sé que hoy te sabrás mejor, que los ayeres embebidos, tú vivirás al amor.

Un segundo después, ella fue ubicando sus ojos negros en mis ojos de mar profundo. Fue siempre su mirada tan penetrante como la videncia suya, tan mística. La pitonisa, así más pronto, se dio a conocer como Amparo, simplemente y seriamente. Era ella una señora de piel íntimamente blanca. Además, su alma emanaba un aura muy espiritual. Me tomó ansiosa, mientras tanto de la mano izquierda; lo hizo con suavidad confiada. Yo ante tal devoción astral, quise desaparecer del café, decidida con mi hijo. Prefería irme a otro espacio de mayor sosiego, ante tal gran desconcierto real. De golpe esperé sentirme lejana y quise verme con otras amistades, estando con el niño al lado mío. Por otra parte esta supuesta farsa de adivinación, me puso nerviosa. Así que intenté levantarme de la silla, sin más espera. Pero la señora alcanzó a contenerme quedamente y pidió que no me fuera. Procuró otra vez, la clarificada magia suya y ocultista. Forzó su intuición, debido a mi interna delicadeza. Además, dedicó su inspiración vertiginosa, para acabar así con esta ilusoria soledad. Luego, cerró sus parpados pintados de negro en medio de una completa gracia ceremonial. No dijo nada más que divinidad en voz baja; por último, se ubicó junto a mi cercanía de mujer asustada.

Una vez pasó su arte espiritual, dejé que trajeran los postres y ella me fue hablando ya sobre la otra existencia tuya como poeta. Trató unas cortas historias sobre tus sueños milagrosos. Yo mientras la escuchaba, sin hacer nada de ruido, entendía que ella te conocía desde hace muchos años impensados. Mi hijo, igual no ponía el menor cuidado a la señora de sonrisas presumidas. Solamente seguía mirado de un lado a otro del lugar sosegado. Luego, la curiosa de Amparo, fue mostrándome una maravillosa armonía, debido a su siguiente recital tan hechicero. Más al fondo misterioso, descubría de qué ella era una

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señora benigna. Ante la imprecisa conjetura, hoy no tengo dudas sobre esta actual sospecha. Poeta, la pitonisa era como una Diosa proveniente del paraíso celestial. De este modo, así la descifré, porque hubo un estático momento cuando escuché de su voz, recitar un verso romántico. Evocaba el amor tuyo, limpiando mi ceguera tan oscura. Más entre la etérea poesía, yo comencé a vislumbrar la silueta inmaterial tuya lejanamente. Fue verte caminar a solas por en medio del silvestre edén, siempre esperado desde mis agónicas alucinaciones. Al debido imaginar, suspiré sucesivamente la fragancia tuya, brotando desde la majestad florecida. Evidencié entonces todo el cuerpo moreno tuyo, junto al tiempo azulado y puramente inmaculado. Estaba percibiendo otra vez, la esencia tuya, que provenía dispuesta en la inmortalidad, desde aquel único poema tuyo, cantado por la pitonisa Amparo. Por lo tanto, lloré la presencia tuya al final del poema y allí en el café, lloré conmigo. Así que regué una lágrima desde mi espíritu lánguido. Resulté rociando mi agua mujeril un segundo antes de que Amparo tuviera que irse de esta vida material. Se dio agudo el llanto, ido con remota esperanza, luego de que la maga vieja, desapareciera sin la compañía del poema tuyo, poeta. Pero entonces, escuché cuando su voz, pronunció una última consolación, traída del otro lado angelical, sólo susurrando: Laura, adivina el secreto, vive otro sueño con el arte, porque ya no queda mucho tiempo marchito a las flores, ya no queda mucha oscuridad al sol culminante, por fin sólo queda soportar el último eclipse, para luego volar hasta la otra madrugada del albor exuberante. Y aquí de repente, poeta, cuando ella acabó al poema, yo observé el desaparecer de nuestras bellezas mortales, tras un espejismo de humaredas grisáceas, poeta.

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EL CREPÚSCULO DE CATALINA

En susurros distantes se bate la noche. En melodías agudas la música escucho. Y a lo lejos rezumba el punteo de una guitarra con la música rock. Más ahora, tu voz viene al lado mío y trémulamente se desviste ante mis oídos como las cuerdas de la lira Se va desplegando desde tu boca elocuente y de golpe me va cubriendo en lamentos sombríos. Es tu ritmo lírico dado en verdad. Es tu relato en verso, figurándose ante mis propios pensamientos. Percibo ya la historia, así toda triste, toda oscura como nuestros días nublados. Es un canto tan negro como nuestras noches; taciturnas y vaciadas. Así que tus frases ya modelan emociones dolorosas. Suavemente tu poesía se hace eterna y se agita desde tu propia alma, mientras yo dejo caer mi llanto, junto a tu soledad, junto a tu dolor resistido. Aquí entonces, la noche se pierde de a poco en el tiempo y ya se deshoja en diversos sentires ahogados.

De regresión, te hallas en un día desapacible. Van reluciendo los inmensos cielos. De golpe, se rompen las auroras y chocan fuertemente contra tu rostro refinado de mujer. Enseguida la luz solar te hace despertar en el amanecer. Es un insospechado miércoles de agosto donde no estás nada segura de ti misma y nada tranquila, desde tu íntimo presente. Luego estiras los brazos para desperezarte; descorres las sábanas azules y te levantas tristemente de tu lecho. Pero claro, desde tu inseguridad, hay una gran duda, rodeando los alrededores de tu esencia. Así que decides al debido instante, levantarte y acercarte al equipo de sonido, que hay al frente tuyo. La máquina está un poco sucia y llena de mugre. El respaldo está lleno de una polvareda grisácea. Das allí una ligera sacudida a la suciedad con tus manos atractivas. Y ya, queda listo el aseo para esta nueva madrugada. Ahora, optas por encender el aparato musical como espantando con los dedos a un pez del vidrio del acuario. Te mueves mientras tanto con una fineza clásica por entre el cuarto desorganizado.

Y aquí empieza a escucharse lentamente una canción dispersa. Es una canción de lenta melancolía. Suena al ritmo de un inglés ciertamente golpeado, por lo tanto, apenas escuchas los versos calmosos del artista, decides cambiar la melodía. Lo haces, tras un acto de rechazo, porque tú, mujer, dejaste de escuchar esos cantos depresivos, hace unos cuantos días del ayer sombrío. Además para esta mañana tu espíritu sólo anhela evocar otra melodía. Quieres que sea enérgica y vibrante. Hoy anhelas un canto que te saque de la honda emoción que te hostiga de vez en cuando, bajo la quietud de no vivir, un mejor día. Así que ya decides colocar de inmediato, radio Mowana. Es tu emisora preferida, para estos instantes de tanta agonía envuelta Aún hay demasiada lástima para tu vida molesta en rutina. Por otra parte, están dando comerciales con anuncios de ventas, ante tanto poder

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capital sobre la radio comercial. Al momento sólo piensas: Que aburrida esa propaganda, no hay música elegante, para alejarme de esta ansiedad.

Así sola, por este motivo, decides enseguida dirigirte al baño con algo de preocupación en tu interior ancestral. Al llegar, allí terminas de esquivar un luminoso lavamanos, entre cierta delicadeza y tras otro acto del andar impensado, dejas descolgar tu prenda violeta de dormir, que antes llevabas puesta, bajo tu belleza atractiva. La pijama de seda, recorre ahora tu delgado, cuerpo de mujer. Eres además de una piel tersa y rubia. Luego te miras desnuda frente al espejo reflejante, dibujando tu cara limpia. Además te examinas los senos grandes y tu rosa placentera. Un segundo después, entras a la ducha lluviosa y giras la llave de cerámica. El agua aún está helada porque no hay calentador ni tanto dinero. Así que tampoco hay tiempo para pensar sobre el amor. Ahora bajas un poco la presión del agua. Ya las gotas caen como escarcha en temporada de auroras blancas. Revuelcas mientras tanto tu pelo siempre refulgente. Está cada vez más lisa y es cada vez más tuya tu larga cabellera Sigues mojando la desnudez solamente tuya. Te restriegas el cuerpo con tus manos blandas. Luego, cierras el agua de cristal y sales de la regadera. Tomas aquí la toalla y te envuelves en ella con un ligero pudor de nerviosismo espantoso. No te gusta que te vea ningún hombre cuando no estás disfrazada con tus ropas de última moda. Obviamente percibes que te están observando desde lejos y con deseo. Parece ser el mismo jovencito de la vez pasada. Miras por la rejilla para ver si te está espiando. Ya no está su ojeada ardiente, depositada a tus senos temblorosos. Se habrá tirado de bruces al piso del apartamento suyo. Al mismo tiempo, recuerdas a Remedios, esa angelita tan bella. Entonces, dices suavemente que el escritor de los años solitarios, si indaga la poesía y si sabe de santidad humana. No pronuncias ninguna otra palabra embrujadora. Pronto llegas otra vez al cuarto tuyo donde solamente duermes a destiempo. Está desordenado este lugar aletargado, sigue lleno con empaquetados de papas y tocinetas y demás chatarras. También, los discos compactos de Lacrimosa, por ahí están regados en el piso marmóreo y clareado Están lo mismo, por ahí desordenadas las copias de francés. Así nomás, se ve tu desinterés por aprender este otro idioma romántico.

En la atmósfera entre los vientos, se va derramando mientras tanto una curiosa melodía de Aterciopelados. Es la banda de siempre y que tanto te ha gustado, desde cuando eras apenas una niña inocente. Repites entonces la letra de Bolero Falaz al tiempo que abres el guardarropa: Estoy hasta la coronilla, tú no eres mi media costilla. Es curioso todo este mundo humano. No te lo puedo negar. De hecho, ahora yo estoy recantando la misma letra con dulzura, mientras sigo escuchando tu relato: Malo si sí, malo si no, ni preguntes. No puedo decir ya más mentiras. Es buena la poesía de esta cantante. Me gusta bastante su arte

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musical. Además es ciertamente dinámica la canción del despecho femenino. Me hace sentir mejor al lado tuyo y al lado del otro presente.

Así que ahora, sigues con tu ayer disperso. Vuelves a tu pasado con las simbologías recitadas. Escoges luego con premura, la ropa que te vas a colocar superficialmente. Será un jean azul descaderado y la blusa negra de los anteriores conciertos metálicos. Te vistes ya con algo de vanidad a tu propia ceremonia solitaria Sabes que te queda bien este atuendo y sin embargo, te irradias otra vez en otro espejo. Siempre te ha quedado precioso el negro con ese rubio de tu piel cremosa. Al mismo tiempo aprecias tu belleza y tu silueta refinada. Luego miras de reojo hacia el reloj circular que está colgado en la pared telarañosa. Marca ya las siete en punto del día matutino. No hay mucho tiempo; no hay nada para nadie hacia los semejantes, piensas quedamente. Por lo tanto sabes que debes llegar velozmente al almacén de ropa juvenil, para extraer de allí, una parte del dinero, pedido para la liberación del secuestrado. Entonces tomas fugazmente las llaves del apartamento, que están sobre el escritorio, donde tratas de dibujar tu propio universo con princesas cenicientas. Apagas ya el equipo de una buena vez sospechosa. Presientes que toda esta pesadilla va a terminar en verdad. Sales rauda de tu gran vacuidad, cerrando fuertemente la puerta de hierro. Bajas al otro rato las escaleras del bloque residencial, donde muy pocas personas viven con alegría. Ningún vecino con una grata sonrisa en sus labios, aparece. Así que pronto llegas a las afueras soleadas de esta pequeña ciudad tan delirante. Aquí mismo, adviertes a dos jovencitas estudiantes, tomando el autobús del colegio Parece que ellas son del Liceo Nacional. En aquel mismo lugar de bachilleratas, fue donde tú dejaste de trabajar como profesora de inglés, hace algún tiempo, sin muchos méritos Entretanto tú no alcanzas a tomar el bus que acaba de pasar con rapidez. Ese te servía como medio de transporte alterno. Al otro instante, consigues llegar a la avenida principal, ondeando tu cabellera rubia, mientras fugados se siguen secando tus cabellos, irrigados en agua perfumada, hace algún suspiro pasajero. Asimismo, das caricias a tu piel lívida, mientras contemplas los ocobos violetas, que bordean cada rincón del sector urbano. Los ocobos se dejan mecer por la ondeante brisa del agosto alocado. Y de cerca, escuchas el ruido del arroyo que recorre los alrededores del conjunto cerrado, donde ya no quieres seguir viviendo otra noche silenciosa.

Mierda; me tocó pedir un taxi, piensas quejosamente. Yo pues no tenía la plena certeza de esta otra verdad, pero pude sospecharla. Me bastó ver tu lánguido rostro para entrar en grandes conjeturas. Fue haberte visto Catalina y fue ver tu soledad aunada a la mía. Al fin del vacío, pues ya sola te subes en un automóvil del servicio público. Detuviste el carro, agitando tus dedos de señorita traductora. Te reclinas entretanto en los puestos de atrás y percibes al taxista ligeramente achispado: Qué le habrá pasado, te preguntas

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misteriosamente. Por lo demás, figuraba ya tu presencia de mujer, pasando por un costado de mi sucinta presencia; Catalina. Y tú pones toda mi confianza con un dejo de duda; pero así se dio la premonición lejanamente realizada, amiga mía de la melancolía.

Ahora bien, entre un tono serio, con tu voz, dices al conductor rabioso, que te acerque al centro comercial, La Quinta. No intercambias ninguna otra frase con él, porque hoy estás algo preocupada sobre la vida de tu hermano El taxista, sigue su decurso normal acordado por la ciudad. Va viajando por las calles madrugadoras y todas modernas. Pero de repente, se detiene atrás del semáforo de las Piscinas Olímpicas. Mientras, tú examinas una obra literaria, que te compraste, hace unos tres días escasamente; la caratula del libro dice: Alucinaciones por un Cielo y Otros Relatos. Ante esta novedad, sólo piensas: Será que si es un buen literato, para mí no es más que un señor anónimo, pero bueno, espero no salgan malos estos relatos, mejor miremos al escritor. Luego, te sacas una leve sonrisa del rostro angelical, una vez detallas la fotografía del artista.

Por lo pronto, descubres que estás justo al frente del centro comercial inmediato, lugar donde querías llegar presurosamente. Aquí, cancelas la carrera del taxi amarillo. Cierras el libro, que pudiste ojear un poco durante el trayecto. Luego das los billetes al conductor de turno y de golpe te bajas del automóvil, empezando ya a caminar por la calle errabunda. Subes las escaleras de granito que llevan adentro del gran edificio. Ahora no saludas al guardia de uniforme azul, con su bolillo giratorio. Sola, le ofreces un gesto de desprecio horroroso y de aparente arrogancia. Pero ves como el hombre queda de perplejo, ante tu belleza y ante tu inesperada indiferencia. Se siente además un poco nervioso este pobre señorito. Mientras tanto, vas cruzando la entrada adornada con vidrios traslucidos. Giras a la izquierda ya sin mucha espera tuya Avanzas unos cuantos pasos más hacia el fondo del pasillo y enseguida abres el local de ropa juvenil, que con tanto esfuerzo, llevas arreglando y ofreciendo a la gente. Por esta ciudad desamada, te ubicas entonces atrás del mostrador de madera. Al mismo tiempo, rebuscas algún dinero entre las camisetas y los jeans negros. Encuentras los fajos de billetes tan necesarios para la gente rebuscona. Lo cuentas muy cuidadosamente y de repente te das cuenta de que está casi completa, parte de la suma requerida, por aquellos secuestradores incautos. Entonces guardas aquí, adentro del bolso tuyo, todo el arrume de billetes, dibujados con unas caras moradas y azules. Ante cualquier acción, ansías entregar este maldito dinero a tu madre, para que ella pueda dejárselo a los terroristas y así dejen con vida a tu pobre hermano. De momento, tratas de calmarte un poco ante tanta angustia irresistible. Pero tu celular empieza a vibrar peligrosamente. De un solo manotazo, tomas el móvil del bolso y permites que entre la llamada reconocida. Es tu mamá, quien te solicita con ruegos en la casa Escuchas que su voz es muy agónica. Percibes sus sollozos quebrados. Ante estos ruidos dolientes, vociferas y le preguntas:

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Mamá, qué está pasando, mamá, dime que sucede, ya, dime qué pasó con mi hermano. Ella no responde nada. Ella, trata de quedarse callada. Tú pues ya estás al borde del delirio, pero tratas de insistirle, quieres que suelte su drama. Tu amorosa madre, entonces grita: Le pegaron un tiro, hija, ya le metieron un disparo, parece que lo van a matar.

Así sola, tu alma da un solo giro rotundo y se va al piso del mal, se viene al suelo, tras el golpe desgarrador. Tu vida, asimismo se desteje como si no estuviera andando realmente los instantes pasajeros. También empiezas a llorar tu sincera desgracia. Desde la otra línea, cuelgan sin menor espera del desconcierto. Tú no sabes como me encuentro Catalina, desde los otros crepúsculos tuyos. Yo por mi parte, deseo cuidarte siempre con sinceridad. Espero poder calmar tu reiterado sufrimiento en sombras. En tu caso, sigues derramando unas lágrimas penetrantes y ahogadoras. Eres capaz de marcar sin embargo al número de tu mamá, para que ella responda, tus demás inquietudes De todos modos ella no contesta nada, igual, tú eres muy terca y decides marcar otra vez al celular de tu mamá. De un solo acto, pues responde Roselia, hablando entre sollozos recortados: Aló; sí, oye; Catalina, por favor, vengase para donde mamá, vengase ya, no lo piense dos veces, se lo pido.

Después ella cuelga otra vez el teléfono sin soltar ninguna otra frase determinante. Así que tú ya decides cerrar el local de ropas al vaivén de tus sentimientos abrumadores. Pones el cerrojo inmediatamente a la puerta de vidrio. Y pronto, te vas caminando presurosamente cruzando el pasillo principal del edificio laberíntico. Hay paseando por allí muy poca gente adentro del lugar glamuroso. Sales enseguida del centro comercial hacia el cajero que está al frente de unos edificios de salud No queda lejos el sitio al cual debes ingresar con determinación. Bajas ya por una escalera de tonalidad café oscura. Por lo demás, sigue haciendo calor en esta ciudad musical, distinta a los romances tuyos. Ahora, atraviesas la calle que te lleva al cajero capitalista. Esquivas a un motociclista por otra parte adversa. Una vez estás adentro de la cabina, decides extraer más billetes comerciales, para completar por fin todo el precio, requerido por los tales rufianes. Además es posible que aún esté vivo tu hermano periodista. Luego, dejas oscilando la puerta de material sintético, durante el otro momento andado. Mientras, resuelves tomar otro taxi angustiosamente. Al parecer es un morochito, quien te habrá de llevar, hacia el resto del destino impredecible Apenas te subes al auto descolorido, sólo dices al muchacho negrito, que por favor, te lleve hasta la terminal de transportes. El carro empieza a avanzar peligrosamente. Va más rápido que la velocidad habitual. En tu caso solitario, avistas atrás de la ventana, algunos viajantes y bohemios, quienes siguen sus rutinas, andadas por entre las callejuelas del centro urbano.

Luego, vuelves la mirada adentro de tu vida y sientes de repente el malestar de tragedia cayendo encima de tus días trasegados Ahora no quieres pensar en nada. Al poco tiempo arribas al terminal. Te bajas del automóvil, cerrando la puerta fuertemente. Pagas la última

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carrera del corto viaje. Pronto ingresas al lugar de espera donde hay una muchedumbre de pasajeros, esperando su bus viajero. Descubres entretanto a varios jóvenes estudiantes. Ellos están listos con sus maletas y sacos de lana Van de paseo para la ciudad capital de Bogotá. Yo pues, estoy atrás del joven más alto del grupo social. Para ese hoy, sin embargo tú no reconoces mi presencia de escritor. Nosotros, pues estudiamos periodismo en la universidad roja. Vamos dizque para un foro de medios alternativos. Pero tú sigues de largo y no descifras mi videncia penetrante. Por tu parte, sólo pasas a la sala de espera, sentándote en una de las sillas verdosas. Nuestros ojos se cruzaron allí fugazmente; mujer, fue entonces aquí, una primera vez cuando yo te observé, sin siquiera haberte conocido, durante algunos años pasados. Y aún te ves hermosa para mi lenta juventud. Pero tú desde allí no reconoces mi poesía traslúcida. Solamente te ves sola esperando ir también para tu Bogotá delirante Entonces decides comprar el tiquete de la trasportadora, La Ruta Musical Te llaman entretanto primero que a nosotros raramente. Ingresas ya al parqueadero mugriento y te subes en esa flota preferencial Te ubicas en alguno de los últimos puestos. Sientes el calor abrasador allí dentro. A tu lado, hay reclinada una joven delgada Su piel es blanca y algo suavecita. Luego, tu bus arranca primero que nuestra buseta destartalada. Por lo tanto, nosotros seguimos aguardando a la misma desgana existencial. En tu caso, sola piensas en llegar rápido a la ciudad tóxica. Vas saliendo ya de la ciudad folclórica y borracha. Afortunadamente, no hay mucho tráfico en las afueras vagabundas. Las curvas casi no te marean. De vez en cuando el bufido de las mulas y las volquetas aturde tus oídos recién perturbados. El bus avanza más rápido y casi no hace paradas demoradas. La mujer que está al lado tuyo se levanta de su silla. Reparas en su vestido verde de rosas primaverales. Tiene una ligera mancha sangrienta en la parte dorsal de una rosa. Ingresa ella al baño. Su rostro ojeroso se te hace algo conocido. El autobús se detiene ahora haciendo un chiflido prolongado. No prestas atención al negrito, que te ofrece achiras y cuajadas. Permaneces callada en tu silla blándida. La joven va volviendo con la cara mojada. Procura pasos cuidadosos a lo largo del estrecho pasadizo. Ella choca su pierna con la rodilla de cierto hombre fumador. Parece ser un empresario de electrodomésticos. Y tú, la escuchas decir: Perdón, perdón, no vuelve a pasar Esa voz tan curiosa, esa voz cantora, te preguntas. La mujer sigue su rumbo y vuelve al asiento tuyo. Tú te corres un poco más hacia el rincón. Percibes a la mujer algo afable por su felicidad. El conductor entretanto terminó de echarle gasolina al bus y ya arranca otra vez prosiguiendo su trayecto, dejando crujir el motor escandalosamente.

Trémulamente pasan algunas horas largas y cortas, para los hombres del mundo famoso. Ahora el bus donde viajas se acerca de pronto a la avenida Boyacá. Dos cuadras antes de que el conductor, tome la avenida, pides así sola, permiso a la muchacha del pelo

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corto y al ejecutivo de maletín negro. Ellos te dan permiso al compás con una lenta sonrisa. Por tu parte, sola llevas el bolso tuyo de gamuza. Recorres ya el pasillo tapizado del autobús. Al poco rato, pides al chofer que te deje en la siguiente esquina brumosa El hombre, quien sigue manejando la cabrilla grande, decide hacerte caso sin mucha duda. De inmediato, te bajas del expreso veloz, mientras el cielo empieza a nublarse bajo una tersura ceniza. Pues hay una bruma pesada que se viene moviendo, desde los cerros más aledaños de Monserrate. Y la brisa matutina sigue acariciando tus brazos de rubieza. Caminas por lo pronto hacia lo largo de la calzada difusa. Esquivas a dos constructores empobrecidos. De pronto, hay una niña andando con su padre noble. Ambos van rebosantes de felicidad, paseando por la misma calle. Ambos están aferrados a sus manos y ellos te adelantan apresuradamente. Tú aún sola, detallas fijamente sus sombras, mientras empiezas a gemir otra vez con lágrimas, bajo una loca melancolía. Y así, desde el dolor tuyo, nadie te consuela realmente.

Aquí vislumbras de lejos, una estación de Transmilenio que está ubicada en la siguiente cuadra, atiborrada con viajantes y mucha gente esclavizada, ante el tanto trabajo privatizado. Avanzas triste entonces, hacia la estación muy concurrida de personas indiferentes. Después cruzas el puente peatonal, que te lleva a este lugar, mal oliente. Estás en medio de mucha gente frívola. Nadie anda a tu lado del día, ahora nublado. Arribas pronto a la parada de vagones. Antes, compraste el tiquete y tomaste el túnel que te pudiera acercar a la localidad, Antonio Nariño Ahora, ingresas al vagón rojo que está saturado con pasajeros malhumorados. Hay además unos olores fétidos concentrados allí adentro. La muchacha de piel blanca, quien estuvo al lado tuyo, durante el viaje de la ciudad musical, se bajó luego y velozmente, atrás del terminal de transportes Salió con una guitarra acústica del bus y de repente se puso a cantar algo del rock en español. Por lo demás, hay una mujer alta y melenuda con ganas de robar al señor moreno, que está adelante tuyo. De corrido, todos están próximos a la siguiente parada del Transmilenio Así que apenas hay traspaso de pasajeros, ella introduce su mano en los bolsillos ajenos, luego se agarra la billetera, tras un zarpazo voraz. Al parecer, sola tú te das cuenta del hurto cotidiano que acabó de pasar. Además esa ratera, alcanzó a extraerle un fajo de pesos valiosos Por obvias razones te da temor, te quedas de pie adentro del aburrido tranvía. Pero no hay problema, porque ya casi llegas al otro destino, sin final. Escasamente, sigues callada sintiendo una náusea y sigues aún sin nada de culpa por los robos inesperados No dices ya ningún susurro a estos pasajeros presentes. Sola, procuras revelarle su descuido al señor moreno, haciendo un leve gesto con tu boca, hacia su cara de maestro fantoche. Pero el señor, no comprende tus señales salvadoras. Piensa que le están coqueteando. Así que tú no haces más señales, para apoyar al ciudadano. De hecho, atisbas ya algo de cerca la otra parada

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luminosa, donde necesitas quedarte justamente. Entonces la velocidad del vagón se hace más lenta. De repente, el chofer detiene sus rodar por la vía del tráfico anormal. Todas las puertas, se abren hacia los lados y dan espacio de salida a los viajeros. A tu momento, sales por un costado de la puerta dividida. La brisa álgida te recibe fuertemente y enseguida golpea tu rostro manchado con lágrimas. Los vagones ya se pierden otra vez hacia lo largo de la avenida desnivelada Y no se bajó la ladrona, ni el pobre joven recién asaltado Más tú, sigues de largo recorriendo esta nueva estación, siempre más y más llena de paseantes y niños inocentes. Luego franqueas el registrador de medio lado y adelantas a dos uniformados de trajes verdes, quienes no dejan de ver y espiar, tu propio encanto mujeril. Y el frío se te hace cada vez más fragoso, ante tu alma desaguada, recién quebrada a puro desprecio, porque no soportas saber más sobre esta horrenda pesadilla, por lo tanto, desde tu recital torrentoso, lo entiendo, Catalina, por fin, ausculto tus sombras despectivas

Ahora nomás, sigues avanzando hacia las otra afueras del paradero mal oliente. Giras, enseguida hacia la derecha tuya bajamente. Pasas la anchura de las cebras de una calle con desechos errabundos Esquivas de pronto, un reloj monumental de ciudad y empieza lloviznar suavemente desde el cielo grisáceo. No te detienes a pensar ni te pones a escampar, tu nostalgia. Las gotas del agua celestial salpican entretanto tus hombros blandos. Tú, pues empiezas a trotar sin sosiego y la lluvia gris, aumenta su resaltar incansable. En tu pobre caso, sigues llorando los abismos que debes sufrir estrepitosamente. Recorres unas tres cuadras más hacia el norte y avanzas por las esquinas con un cansancio depresivo Luego, llegas al fin al barrio, donde viste recorrer tu primorosa infancia. Pasas por la fuente central de la plazoleta, donde viviste el primer beso del amor. Fue tu enamorado de la cuadra por casi tres años, quien hubo de amarte con locura. Ves asimismo como se diluye el tizne grisáceo, que hay en las hojas de los arbustos aledaños. Decoran los domicilios de toda esta cuadra, repleta con su alboroto y sus voladores, cuando hay navidad y días festivos Enseguida, te acercas a la casita de fachada azul, donde ahora vive tu mamá solitaria. Timbras varias veces en la residencia. Esperas a que abran la puerta metálica. Al parecer no hay nadie en tu hogar de los dramas rotos y sangrientos. Permaneces entonces bajo la saliente del balcón, durante algún tiempo prolongado, igual deseas que llegue algún familiar velozmente y consuele tus sombras apenadas. Mientras, te cansas de esperar y decides llamar a tu amorosa madre de ojos azules. Pero ella no quiere contestar a ningún ser viviente, debido a su propio desgarro humano Tu mamá aún debe tener el celular apagado. Entonces, tomas la decisión de ir a casa de Roselia. Ella es tu prima de la vida, andada en el colegio, entre risas y sorpresas. No queda muy lejos su casa de tu barrio olvidado. Así que caminas hacia allá con un ánimo apesadumbrado. Esquivas así sola, los pequeños charcos de estas calles descoloridas. Tu delgada silueta se refleja en estos lagos negros. Además,

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prosigues caminando con tu propio desconcierto, inesperado de tragedia. Luego arribas y tocas a la puerta de la otra casita, donde vive tú prima. Ya en pocos segundos, Roselia te recibe justo en la entrada, lentamente lluviosa. Te acoge la familiar con hondo abrazo de padecimiento. Al otro momento, pasas a la sala de floreros rojos, acompañada tú de ella. Una vez allí, Roselita pasa a decirte, entre otras lágrimas: Si sabes, mujer, no, si te contaron la otra mala noticia; trata sobre tu padre; esta mañana sufrió un ataque al corazón, no pudo resistir la amenaza de tu hermano; Catalina, así es esta maldita vida, sí, Catalina, tú papá falleció hace unas horas en el hospital.

Ahora nubosa y azulada, vuelve nuestra noche del hoy envolvente, resurge sin mayor perdón. Todas las sombras del cielo, ya nos cubren inesperadamente, ante nuestro presente lacrimoso. Aquí yo me quedo callado y no grito ninguna libertad. Sólo idealizo tu relato vocal, bajo esta otra realidad, sólo lo recuerdo otra vez negro. De hecho, yo narré la misma historia tuya, hace unos cuantos años invertidos. Todos los espejos del drama tuyo, los hice precisamente traslúcidos, mucho antes de haberte conocido vivamente. Por lo tanto, veo traspasado el final mío con el tuyo. Es igual a tu recital, recién acabado entre los susurros distantes del mismo instante. Escucho así muy pronto, tu último cierre de poesía, mientras miro hacia la noche nublada y llena de lluvia. Es otra vez, una noche entre amores inundados, hacia donde la música renace al compás del rock. Afectado entonces y ahora, me acojo a la belleza tuya. Desde tu calor femenino, voy hasta tu cuerpo, mientras todos los recuerdos del ayer tuyo y mío, decaen bajo nuestras lágrimas oscuras, Catalina.

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LÁGRIMAS DE SANGRE

Empezó a desvestirse una reluciente madrugada de agosto sobre la Bogotá novelesca. Amanecieron varios rayos solares; sobre los edificios y sobre las concurridas calles de aquella ciudad literaria. Mientras tanto, Julio Cesar Hoyos despertó adentro del lóbrego cuarto suyo. Un segundo después, se dispuso a pensar sobre la muerte del hombre. Era uno y otro pensamiento, que siempre sentía y siempre sufría cuando existía de mañana, para su mundo lacrimoso. Para aquel entonces, Julio Cesar, siguió recostado en la litera de hierro del vacuo aposento, intuyendo las masacres de los criminales despiadados. Por cierto, estaba él solo y perduró solo; dejando rodar su malestar existencial hacia la aquietada realidad. Se sabía recubierto con una sábana blanca, que lo protegía de las pesadas ventiscas, que arrasaban a la pesarosa capital de Colombia, durante las noches láudanas. De pronto, por simple gusto, cerró y abrió sus ojos súbitamente, para acabar de vencer a la somnolencia. Más extraño fue mirando con particularidad, la estrechez del dormitorio, diseñado con una ventana. En lo sucesivo, pasó a saberse impresionado, ante las pesadillas del alma suya. Así que veloz, se irguió del camastro raido, donde venía cavilando sobre las muertes, que podían darse en los callejones miserables. Al mismo tiempo, sintió una precipitada angustia, acosando todos sus sentidos. Eran unas sensaciones horrendas, idas contra su memoria, tanto desequilibrada como adolorida. Por supuesto, Julio Cesar quiso salirse de esos imaginarios execrables, que fue mal viviendo, adentro del apartamento suyo. De hecho, presintió unas tras otras ráfagas de muchos crímenes aberrantes, estos reflejándose en los espejos del armario y contra los vidrios del ventanal. Para su juicio dislocado, fueron profusamente amenazadores, los disparos con las cuchilladas, entrevistas con temor. Entonces el periodista, volvió al camastro y cerró los ojos por unos segundos. Claramente este espejismo de depravación, recreaba un vértigo de pasadizos negros; mostraba una posible muerte suya. Todo surgía sin embargo desde su profunda conciencia. Por tal razón, permaneció expresamente asombrado, manifestando una recordación insistente, hacia su presentimiento fantástico. Luego, Julio sintió inmóvil el espacio cercado, sin intuir ninguna vitalidad, debido a su apariencia solitaria. Ante esta náusea, inmediatamente él procuró escaparse de aquella virtualidad tan sugerente, porque venían desbocadas a un desconcierto suyo. Eran esas idealizaciones creadoras de una fuerza soberanamente incomprendida. Las energías negativas, trataban de arrastrarlo hacia abajo del abismo suyo; parecían quebrar su precisa realidad. Sin embargo, pasada media hora, por fin consiguió alejarse del sufrimiento presenciado. Lo hizo, arrastrando su espíritu, hasta el

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espacio plenamente material. Era su vida instantánea, la cual estaba en juego. Menos mal, quedó ajeno a cualquier otra sensación de rupturas espaciales.

Julio, entre los otros actos, pudo separarse del profuso letargo, allá donde había estado hundido, hacía unos minutos. De inmediato, empezó por verse más tranquilo, adentro del cuarto soleado, donde había cierto sosiego. Y suavemente, todo volvió a la normalidad en la imprevista comprensión rutinaria. Julio Cesar, igual pudo equilibrar sus pensamientos de insania. Enseguida, posó sus ojos negros a la pared del frente. De golpe observó allá la hora corriendo en un reloj dorado. Era un objeto clásico, el cual estaba colgado, sobre la fachada descolorida. Los números marcaban más de las nueve de la mañana. Así que se le hizo tarde para ese día picante, lleno de labores cotidianas. Sin un menor aviso de tragedia, recordó asimismo la triste noticia, que debía ir a cubrir, sin demora. Eran puras las lágrimas sangrientas. Era un infierno, lo que tenía que investigar, para esa mañana. Del resultado de los tantos recuerdos suyos, corrió entonces con prisa hasta el baño de cristal. Pronto ingresó a la ducha. Una vez allí, dejó rociar todo su cuerpo varonil, con las gotas de agua, que mojaban frescamente sus cabellos y su rostro de moreno bogotano.

Apenas estuvo limpio, salió de la regadera rápidamente. Y Julio Cesar, pasó al armario de caoba antigua, donde siempre tenía sus mejores prendas, para vestir gallardo y honesto, durante los horarios de trabajo. El armario estaba allá, ubicado a un lado del cuarto central donde dormía, sin mucha serenidad. Pronto se acercó hasta allá. Anduvo desnudo por entre el vacío del ámbito antiguo. No buscó la toalla roja. Abrió fugazmente ambas compuertas en madera del guardarropa. De repente tomó un traje absolutamente oscurecido. Era el traje que usaba para las entrevistas formales. Aquí se puso la ropa con exagerado cuidado sobre su flaca humanidad. Al mismo ritmo nervioso, se calzó unos zapatos de charol, que dejaba regularmente, abajo del camastro metálico. Para el otro acto, pasó a las afueras del elegante apartamento clasicista, sin olvidar su reloj Bulova. Pero antes, pisó un espantoso alacrán al momento de salir. Mató al descubierto bicho, sin ninguna misericordia, originada tras su alocada sin razón desesperada.

El conjunto cerrado, donde residía Julio César Hoyos, por cierto era llamado; Villas del Mediterráneo. Andaba él soltero y vivía al lado de una muchacha punkera. Ella era una mujer arma pleitos y una bebedora. Hoyos entretanto, abrió y cerró, la puerta principal de hierro, sin demora. Salió del recinto. Forzó la cerradura con gran fuerza. En cualquier caso, aseguró el apartamento, colocando doble pasador a la entrada. Luego, bajó las escaleras del alto edifico. No se cruzó aquí con ningún vecino del lugar hostil. Sin pérdida de tiempo, arribó al primer piso hasta cuando pudo entrever, otra visión de lo más extrañada. Resurgía desde su difusa imaginación. Empezaba a retratarse desdibujada, atrás de ciertos velos de aparente negrura. Más vislumbraba fugazmente una bodega abandonada; sin vidrios en las

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ventanas, sin bombillos en el tejado. Veía oscurecida esta construcción de supuesto terror. Enseguida contempló su cadáver reventado a punta de pistoletazos. Intentó ver así, otros cuadros de sangre. Pero no pudo descubrir más imágenes macabras. Esto lo espantó con agonía. Aquí las apariciones, fueron deshechas ante su memoria, junto a una resuelta brusquedad. Pensó en la posibilidad del ambiente rural. Podía estar por allá, aquel paraje de tantas tinieblas inacabadas. Pese a todo, dejó atrás el recuerdo, porque no estaba bien clarificada esa premonición alterna. Además, iba retardado para el lugar donde había sido fraguado al parecer, un hurto domiciliario. Ante las repeticiones de sus obligaciones, Hoyos llegó veloz a la portería del edificio. Andaba con ansiedad debido a su malestar interno. Vio al guardia de verde y lo saludó; levantando su mano derecha. El gesto fue descuidado por parte del periodista. El celador, ante esta señal, hizo un gesto parecido, cuando Hoyos fue cruzando la portezuela, que daba hacia las afueras vagabundas y llenas de prostitución.

Por lo demás, hubo una noche pasada, no lejana como sí ofensiva, para este periodista revolucionario. Durante aquel nocturno, Julio experimentó una chanza pesada, que para su parecer, iba estrellada contra su nobleza. Sucedió, cuando Hoyos recibió una temeraria amenaza de homicidio, contra su honesta vida. Encontró la carta en el apartamento suyo y estaba tirada sobre el suelo de la entrada. El mensaje iba en un sobre negro. Esa densa noche, Hoyos apenas llegó de sus labores, tomó este sobre en el acto y leyó las palabras demenciales. Repasó con cuidado el ordenamiento de que dejara, su labor como periodista infiltrado. Hoyos, fue a hacerlo, tras una huida delirante. Pensó en dejar botado su puesto investigativo. Sin embargo, pronto creyó comprender esta sugerencia de manera distinta. Dijo adivinar el supuesto juego; bajo la penumbra del salón circular donde estaba leyendo, la amenaza con agobio. Luego de llorar, pasó a arrojar el papel a la basura, seguido de su furia sobrada. En poco tiempo, volvió al sillón vino tinto, para analizar con extrema cautela, la problemática del sabotaje inesperado. Pero antes, se sirvió una copa de ginebra. Además, trajo la botella de la estantería de cedro, que estaba en la cocina. Necesitaba de un fuerte trago para terminar de descifrar que estaba pasando, por entre esos días de fatal horror. Dio claro, un sorbo a la bebida traslúcida y concluyó parecidamente, que debía ser otra locura inconclusa, mal realizada por parte del grupo de compañeros del periódico nacional, donde trabajaba pesadamente. A cada rato, los colegas suyos pasaban a hacerle malas pasadas, cuando llegaba al pequeño despacho, donde regularmente yacía, haciendo novelitas baratas.

Pero las bromas de ellos, no eran tampoco tan peligrosas como las de aquella noche, ida a mala sangre. Igualmente fue verdad, que sus compañeros de redacción nunca pensaron sobrepasarse con el bueno de Hoyos, como para llegar hasta los extremos del homicidio. Era normal que le escondieran su agenda de apuntes. No era raro que le echaran sal al café de media mañana. Había otras ocasiones, cuando le colocaban unas cintas negras, sobre los

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cajones del escritorio suyo. Pero sólo hacían estas bufonadas, para procurarse entre todos los compañeros, unas calurosas risas. Fuera de otra falta de seriedad, Hoyos había sido apodado como el novato del periodismo. Según sus amigotes, era el más inexperto para narrar historias realistas, coherentes con los trabajos investigativos. Si no fuera mucha cosa decir, hasta la viejita canosa, quien hacía los tintos, saludaba asimismo al reportero, como novato, entre las sombras entrelazadas. Por lo tanto, para toda esta mayoría de gente, él no era sino el pichón del periódico, donde adentro de esa oficina suya, aparte de dárselas de escritor, también mantenía chateando con las chicas malas, día tras día, pero sin conseguir mayores conquistas. Eso, hasta acababa haciéndole declaraciones a chinas universitarias; lo cual era muy chistoso y que incluso daba para una crónica. Por otra parte, Hoyos llevaba ya veintisiete años, existiendo en la capital bogotana. Igual, Hoyos era un hombre bondadoso, quien se esforzaba, por describir buenas historias de vida. En últimas instancias, hasta intentaba narraciones, que fueran merecedoras de ser publicadas, bajo firmas de editoriales reconocidas. Desde luego, durante unas ocasiones arriesgadas, Julio recorría las peligrosas calles de esa ciudad novelesca, para ver que nota sacaba con tanta degeneración. Llegaba entonces al sur ciudadano y de repente se ponía a mirar los destinos ajenos. Escudriñaba las decaídas tardes de los zapateros, cercanos ellos a los durmientes andantes, angustiados ellos como los indigentes de parques grises. Pero, desde lo demás era cierto; Hoyos, no llevaba sino diez meses haciendo periodismo especializado, dedicándolos al diario; El Acontecer.

Ahora sin bien, sobre las otras pesadillas de Hoyos, sería justo gritarle a su delirio, una metáfora de noches penumbrosas, idas con su verdadera existencia, sin tiempos estables. El periodista desde lo acosado, por su extraviada madurez, se entendía exhausto de la misma vida que parecía como inverosímil. Pero él vencía a la adversidad, regando forzosamente sus escritos disidentes. Veía complicada su vocación de periodista Su prosa era por ratos simplista. Casi no le gustaba practicar su profesión incomprendida. Eso sí, luchaba por ser un hombre honorable. De hecho su sueño, antes que obtener cualquier cargo despótico, era convertirse en un escritor artístico. Verse justamente reconocido, ante el mundo entero, era más bien su obsesión mental. Se imaginaba de mañana, recogiendo algún premio literario de reconocimiento auténtico. Ser Premio Cervantes de las Letras, era su desvarío existencial. Verse luego aplaudido, ante la multitud odiosa, era su máxima fantasía. Ello, debido al agrado de su narrativa serenática. Asimismo, cuando acababa sus invenciones, se creía como un maestro realizado. Por tal motivo, había ciertas tarde prolongadas, cuando Hoyos tomaba la resuelta decisión de hacerse solitario con la literatura. En varios casos, tomaba un impulso violento y se ponía a escribir la carta de renuncia, para el diario. La relataba encerrado en su oficina. Pasaba enseguida a dársela personalmente al jefe de redacción. Pues había sido este mismo personaje, su amigo encargado de proponerle

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trabajo, para ese periódico liberalista. De tal modo; su jefe siempre barbado y gordo, procuraba denegarle la renuncia, sin insinuarle mucha presión. De momento, pasaba su mano por el hombro del novato. Luego trataba de disuadirlo, dándole algún consejo sobre los tiempos de crisis en cuestión de empleo, por los cuales pasaba Colombia. Hoyos, por su parte, terminaba aceptando las sugerencias, porque era apenas un ser ingenuo del arte. Al poco tiempo, volvía entonces al mísero puesto suyo. De cierto modo, la carta de renuncia se debía también por la fuerte enemistad, resentida entre los otros periodistas altaneros. Sin aviso, saltaban entre todos ellos, unas discusiones alzadas como groseras. Más de a paso en días, estas peleas de bocas venenosas, resultaban insoportables y a la vez aburridas, para el excéntrico de Hoyos. El periodista fue descubriendo asimismo otro ahondado problema para su madurez de tantos encierros. Era su situación económica. Se debía ello, sobre la relación de negocios, que conllevaba con su hermana, Catalina. Era ella quien administraba un local de ropa juvenil, allá en la ciudad musical de Colombia. Al principio del acuerdo, no podían hacer sostenible este negocio, por si solo. No salía rentable vender prendas de vestir ni resultaba ganancioso ofrecer baratijas de joyas. Eso era subirse a una deuda loca, así se tuviera conocimiento de mercadeo. Y menos mal, cuando hubo compra publicitaria de televisión, hubo cierta remuneración monetaria, para poder cancelar los préstamos bancarios, antes adquiridos erradamente. A la otra cara de la moneda, igual todos estos activos positivos, fueron creando sospechas nebulosas, para Hoyos. De lejos, parecía verse un exagerado ingreso, que no aparentaba ser equitativo, para ningún visitante. Además al poco tiempo, la tienda, adquirió prestigio en aquella ciudad corrupta. Luego entonces, bella siguió reluciendo la madrugada de agosto, sobre los cerros de aquella ciudad bogotana. Julio César Hoyos, entretanto, salió velozmente del edificio donde residía sin las alegrías amorosas, sin los futuros promisorios. De impaciente, fue atravesando la calle del frente, sin mirar a los lados. Pudo pasar por suerte. Esquivó luego un montón de basura que había tirada en la calzada, donde siguió ahora su decurso actual. Al rato suyo fue andando de largo, hasta cuando se ubicó bajo unos frondosos eucaliptos, que daban mucha sombra. Allí, se cubrió abajo del sol zapote y de la ventisca matutina. Más vio poco a poco el caer de las hojas verdes de los árboles al tiempo que decidió esperar cualquier autobús. Esperó allí parado, la ruta que pudiera llevarlo hasta el lugar de los hechos desgraciados. A su hora el sol picante de la mañana, daba de perfil, contra su rostro moreno. Por lo tanto a Hoyos hubo de molestarle los rayos cortantes y por cierto, se corrió bien hacia la derecha, para procurar otra sombra en los árboles. Más aquí mismo observó un Renault nueve de color blanco al otro extremo de la carretera pavimentada. Estaba estacionado atrás de una furgoneta negra, que llevaba los vidrios totalmente polarizados. De pronto, se le hizo ciertamente exclusiva la camioneta de lujo. De resto, Hoyos no prestó

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más atención a esas profundas señales. Sólo fue pensando en la noticia que debía indagar con inteligencia. Además, comenzó a impacientarse por el retardo de la ruta, que no pasaba por ningún rincón esperado. Introducía él con alternancia, una de sus manos, adentro del bolsillo del pantalón. Luego, palpaba el celular por su pura ansiedad estresante. En esa medida, giraba su rostro, para mirar hacia el fondo de la calle y se ponía nervioso. Menos mal, por fin fue observando el autobús. Venía la ruta despacio, atrás de un Sprint descolorido, mal usado ante los tantos años del desgaste urbano.

Un segundo después el bus disminuyó la velocidad. Así lentamente este mismo carro grande, pudo detenerse a pocos metros del semáforo intermitente, próximo al lugar natural, donde Julio Cesar Hoyos, aún permanecía aguardando. A los alrededores se bamboleaban los eucaliptos. Hoyos, distinto por su parte, fue avanzando y rápido se fue subiendo a lo interno de autobús. Pronto, cruzó la registradora plateada tras una propia dificultad suya Canceló el pasaje de elevado valor monetario. Esperó las vueltas, entre las monedas, por parte del conductor melenudo. Así que recogió los pocos pesos, entre sus manos limpias. Recorrió enseguida el estrecho pasadero hasta cuando se situó en la tercera pareja de puestos rojizos. Por lo demás, seguía angustiado, entre su tardanza impensada. Del justo hecho, volvía a recordar rabioso, qué debía indagar las múltiples razones por las cuales pudo darse el susodicho robo. Estas eran las exigencias, pedidas por el jefe de redacción. El jefe, adicional a ello, solicitaba más información precisa. Necesitaba las primicias con extremada urgencia. Sobre las malas noticias, se sabía que había acabado una persona herida y al parecer, había una mujer asesinada, hacía pocas horas. Era la víctima, esposa del doctor Héctor López; licenciado en medicina. Por negligencia, estas fueron todas las averiguaciones que se conocieron, hasta el último momento discordante. Así que se pasaban por alto otros vacíos reales. Sucedía esta incertidumbre así, porque el coronel regional de policía, no ofrecía luces claras, sobre este caso terrorista y violento. El coronel, sólo comentó la redada con vaguedad. Explicaba que la irrupción domiciliaria, había sido fraguada, durante la macabra noche del pasado martes, veinte de agosto. Dos noches antes al día presente, para ser precisos. Entre otras cosas había otro dato relevante en verdad. Estaba la televisión nacional, para este caso, temerosa de difundir la noticia por completo. Pese a la obligada justicia, ellos no hacían nada notable, como debía ser legalmente. Los dueños del despoder audiovisual, nunca eran libertarios, ni mostraban las miserias del país colombiano, porque gustaban de ser capitalistas. Además, para este caso puntual, indicaban que faltaba más indagación periodística, era eso lo único que aducían estúpidamente.

Más allá del espacio, allá el bus colectivo, donde iba montado Julio César, avanzó por entre la principal avenida Metropolitana. Andaba demasiado congestionada la autopista. Había un tráfico insoportable en esos alrededores contaminados. Afortunadamente cuando

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pasaron unos minutos depresivos, el largo colectivo, tomó hacia la avenida Caracas. Bien, desde ese traspaso de vías, el trayecto pasó a ser más llevadero como algo veloz. En otro momento cercano, Hoyos observó con agrado; los casinos y las librerías y las cafeterías del sector por donde iba marchando aburridamente, reclinado contra la silla del bus. Al fugaz reflejo, las localidades comerciales, fueron quedando atrás como borradas, sin sus formas relucientes. Estos espejismos, así se dieron para el periodista según la desmesura como fue mareándose poco a poco solo, casi sin darse por enterado. A contra posición, siguió viendo hacia las afueras encendidas, mientras palpaba con las manos secas, su portafolio raído, cuyo objeto personal, regularmente cargaba sobre sus piernas delgadas. Después atendió al rostro suyo, sombreado en el ventanal trasparente. Aquí se acomodó ligeramente el cabello desgreñado. Tenía su peinado revoltoso. Trató entonces de dejarlo alisado y de un medio lado elegante. Al conjunto repaso, volvió su mirada, hacia el Bulova falso, que llevaba en su mano izquierda. Era obvio, necesitaba contar los números peligrosamente. Daban casi las nueve con quince minutos, parecidas de los inciertos días De golpe entonces, supo que se hacía tarde, para ir a cubrir la noticia. Además ya presentía los regaños por parte del jefe. Por la tardanza, fue sospechosa la llamada esperada. El celular de Hoyos comenzó a vibrar desde el bolsillo fuertemente, para esta intolerable ocasión. Ante la sorpresa, pasó a extraer el aparato cautelosamente del pantalón negro, lo agarró con su mano derecha y contestó.

Aló Dijo con voz afónica , sí, aló, con quién hablo.

Ole novato; qué le pasa mano, no escucha bien o qué vaina; usted si no reconoce a nadie, habla con Jesús Hernando Respondió el otro reportero, con acento grave y fuerte.

Pero pues claro, Hernando, perdón por no reconocerlo, disculpe la demora. En menos de nada, estoy con usted, mirando a ver en que puedo ayudar. En cinco minutos estoy allá de seguro. En caso tal, eso sí, perdón si caigo un poco más tarde, pero usted me entenderá, usted sabe que esa avenida Caracas, mantiene intransitable. Las rutas de transporte, además por estos días, van de largo sin recoger pasajeros, usted sabe la situación, mijo, usted sabe.

No sé, pelado, no sé. Siempre pasa la misma vaina. Usted no anda lleno sino de excusas. Yo no puedo seguir con esto solo, compañero, coja oficio. A todas horas, cubriéndole la espalda. Novato es de pura lógica; hacer periodismo investigativo, no es un juego. Esto es una cosa seria. Esto no da más espera, eh, mire, no sé qué pasará con usted. De todos modos, mi deber es comentarle, las últimas pesquisas del día. Escuche, la noticia ahora está más crítica de como horas antes se suponía. Sobre los ladrones, se sabe que fueron unos encapuchados, los encargados de hacer este robo de rutina. Según entiendo, saquearon la caja fuerte del apartamento, que fue de costos irrecuperables. Esta cercana verdad, fue argumentada por el doctor, Héctor López. El señor es esposo de la dama, quien hubo de ser raptada, durante la noche del martes pasado. Ella es la señora, Rosa María y

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ella no está muerta claramente, como antes aducían las autoridades. Rosa, solamente sigue desaparecida, porque el cadáver no aparece por ninguna parte. Eso no se tiene el menor rastro de ella. Hasta este momento, apenas hay certeza de un solo cadáver, implicado en la redada, que viene siendo el celador del conjunto cerrado y nomás. Así, todas estas averiguaciones inmediatas, me son de mayor importancia, para esclarecer todas estas irregularidades de ordenanza. Ahora bien, hablando aquí sobre otro asunto laboral, Hoyitos, Hoyitos, si mal no recuerdo, el jefe está buscándolo como loco. Dizque lo necesita con extrema urgencia, pero que usted no contesta ese berraco celular. Me preguntó por usted hace casi media hora. Me llamó para ver como progresaban las notas urgentes del informe. No demorará en comunicarse con usted personalmente, pero no sé para que cosa. Y pues bueno, ahora sí me despido y lo espero, ya, pero ya, no ve que esta situación no da espera, Hoyos.

Aquí obviamente, le cortaron la llamada a Julio César Hoyos, sin nada de respeto. Sonó apenas un golpe brutal. Fue esta singularidad, una señal de pura altanería Pese al irrespeto, Hoyos no quiso pronunciar ninguna otra palabra al viento matutino, para no ponerse tan mal. Apenas, mandó el celular rojo suyo al bolsillo de la camisa blanca, que llevaba arrugadamente puesta. Más de repente, Julio César empezó a entrar en crisis nerviosa. Desde luego, estaba lejos del sitio desconocido donde debería estar entrevistando a las víctimas y los testigos, desde hacía mucho rato. Se sabía entretanto casi a veinte minutos del apartamento, donde pasó la tragedia en desgracia. Por otra parte, Hoyos, casi no resiste el hondo ataque de ansiedad momentáneo. Estuvo a punto de bajarse y volverse para su domicilio, sin más demora y con frescura de indiferencia. Pero al poco tiempo, prosiguió con su camino al ritmo del normal trayecto, ido en pesada desgana. Lo hizo ciertamente por sus obvias razones de exigencia moral. Así que sonaron distintos chirridos y el mismo autobús se detuvo lentamente. Recogió a un pasajero de mirada hostil y prosiguió otra vez con su recorrido impredecible. El pasajero nuevo tenía puesta una chaqueta negra. No fumaba para la ocasión. Cruzó diversas hileras de puestos rotos. En ese orden, se hizo en el asiento inmediatamente anterior al del periodista. Hoyos, no lo analizó con detalle. Tampoco puso cuidado a la pareja de jóvenes universitarios, que se encontraban adelante suyo. Andaba él a su hora, solamente abstraído y perdido con sus hondos cuestionamientos sobre la llamada anterior, tan agitada como ofensiva.

Ya al rato del rato, Julio César Hoyos consiguió bajarse tres cuadras antes del barrio Teusaquillo. Descendió por la puerta trasera del autobús verde. Pronto, se supo en una esquina poco alborotada y con gente farolera. Fue caminando él ensimismado hacia la localidad urbana donde había pasado el robo, dejando a muchos vecinos asustados. Atravesó así lento, uno de los parques frondosos del sector aledaño. Mientras, pasó por un

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sendero de setos con pinos. Descubrió entonces a unos niños con otros niños, quienes andaban jugando a la guerra nacional. Por su parte, uno de los pelados estaba mal escondido, debajo de un rodadero escandalosamente oxidado. El chino, durante esa mañana recibía toda una balacera de balines, desde varios flancos visibles. Los otros tres muchachitos, eran los supuestos enemigos del chinito acorralado, según la medida como ellos iban gritando: Emboscada al enemigo, emboscada chulavita. El pobre niño indefenso, igualmente seguía siendo atacado, sin ninguna arma a la defensiva. Sólo sollozaba su sangre derramada. A su momento, Hoyos fue observando los moretones que se iban formando en sus brazos como en su rostro de infante. El periodista, miraba de reojo a los disparadores, sintiendo gran escozor en su interior. Sufrió el daño ajeno como acogedor a sus angustias compartidas. Más a su hora, estaba retardado para ayudar al pequeño niño. Hoy, no había tiempo para salvarlo. En su caso, prosiguió de largo hasta llegar a la inmediata esquina, sin querer detenerse a pensar otro instante sobre la vida. Atravesó la calle sin mirar atrás para no sentir ninguna culpa. Luego, avanzó tres cuadras más al fondo claramente soleado. Por allá, sobrepasó a una anciana, ella andando con un bastón de madera. No miró quien era ella. Giró hacia la izquierda suya. Se introdujo ahora entre una multitud de gente esquiva, llena de prejuicios sociales. Vio transitar a esta muchedumbre presurosa; cansada de ver tanta preocupación, sin un aparente final benévolo. Los cuerpos, flacos y gordos, fueron trasegando aún su decurso, entre los lentos rumores, cercanos a los barrios posmodernistas que rodeaban esa cuadra citadina, mal oliente. En tanto, Hoyos por ese rumbo, adelantó a una mujer de cabellos largamente negros. La rebasó antes de llegar al final de la calzada rebosante de luz. Ella era hermosa y se dejaba ir al vaivén de los otros personajes desconocidos. Ya antes de llegar al borde del andén, él se dispuso a esperar el cambio del semáforo, sin mantener la respiración sosegada. A la vez, nada que cambiaba de luces este ojo de tres colores. Julio esperaba ansiosamente el paso de autos y motos, con la cabeza suya, ida hacia el suelo gris. Fijó escasamente su atención a un muñeco de trapo. Se encontraba al lado suyo y estaba repleto de mugre. Se reflejaba destrozado el muñequito y era como flaco. A Julio desde su visión, se le hizo extraña esta aparición, durante un segundo relativo. Más, sin tardanza reacomodó su cara de artista literario, para mirar otra vez hacia la avenida polvorienta. Advirtió que el tráfico continuaba igual de exasperante que hace unos instantes. También supo que se hallaba cerca del edificio indicado, donde pasó la fatídica noticia. Menos mal, hubo al final, cambio de luces verdes. De este modo, él franqueó apresuradamente la anchura de las cebras multitudinarias. Traspasó la corta calle trotando y veloz, llegó con presteza al otro extremo residencial, pero más bien escaso de paseantes ejecutivos. Fue moviendo ya su portafolio descolorido de acuerdo con sus agitados pasos. Otra mujer, más de piel blanca, con sus cabellos castaños, hubo de

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sobrepasarlo. La muchacha llevaba un vestido de flores rojas. Hoyos, sintió asimismo como el olor suyo iba aunándose al aroma de ella suavemente, ido en esencias acogedoras. De una sola él saboreó este aliento femenino con delicia. De tal modo propio, fue contemplando la belleza de esa mujer atractiva, hasta cuando irrumpió con rudeza, otra ráfaga de nociones extraordinarias, adentro de su memoria. Aquí vislumbró la bodega otra vez silenciosa. Ya de pronto evidenció su cuerpo atado de pies y manos, cerca al cubículo. A su distancia, aparecía un hombre con unos guantes de cuero. Seguido a lo consecuente, Julio advertía como apuntaban su frente, usando un revólver plateado. Hoyos entre sustos, casi percibía el disparo del arma, chocando contra su cabeza, ya toda reventada. Sin más, las visiones se apagaron de súbito. De igual modo, pasó un terrible escalofrío, ascendiendo por sobre toda su piel varonil. Se percibió otra vez exageradamente nervioso. Se concibió bajo un estado delirante de ánimo. Advirtió los incontables destinos alternativos de ser hombre. Meditó claramente más sobre la vida suya tan desconcertante. Al debido destiempo, cuestionó la razón de las visiones; pensó que eran originadas según la angustia del subsistir en una tétrica realidad. Del conjugado sin final, recordó la pasada amenaza de muerte. Más pronto que tarde, ocultó la preocupación suya, avanzando hacia los sepulcros ajenos, cruzando a las desolaciones del caos.

A su idéntico descontrol, Hoyos fue andando presuroso así como fue viendo el edificio donde esperó culminar pronto el informe; antes que todo dramático. El sitio era similar a un pequeño conjunto residencial, unido entre varios apartamentos lujosos con balcones bien terminados. El periodista, así a sus hechos, se aproximó velozmente hacia las cercanías del conjunto enjardinado, mientras aclaraba más la mañana. Daba él pasos ligeros, hacia ese prominente edificio de vidrios traslúcidos. Seguidamente, arribó a la entrada, adornada con arbustos morados y tórtolas pardas. Por cierto, aquel día la puerta principal del lugar estaba acordonada con cintas amarillas. Así que Hoyos pasó por debajo de las cintas. Advirtió una patrulla policial, que había estacionada junto al andén ensuciado con sangre. También había una ambulancia, situada atrás del auto de policía, haciendo sonar la sirena. El periodista, al tanto de ello, rodeó ambos autos públicos con cautela. Esquivó a su andar el retrovisor de un Volkswagen amarillo, para así lograr pasar, hasta la portería inmediata. Apenas ingresó, no hubo de tropezarse con ningún guardia del turno inacabado. Tan sólo vio, los vidrios quebrados de la cabina donde atendían a los visitantes. El interior, se sabía manchado con sangre espesa Hoyos, reparó por un segundo la mirada en las salpicaduras errabundas; los charcos estaban secos. Este cuadro aterrador, hubo de espantarlo un poco, apenas intuyó la atrocidad, se le revolvió el estomago fuertemente. Casi se le viene el jugo de naranja con las dos salchichas, que había consumido la noche anterior, sin tener nada de reposo. Cerró entonces sus ojos súbitamente, mientras apoyaba los brazos, contra el muro gris del bloque

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central. Se sentía más mareado que cuando había despertado en la habitación suya. La edificación, parecía darle vueltas por sobre su cabeza como un remolino. Aquí, descansó de tanta carrera dada, sin una grata razón de verdadera eficacia. Sólo giró el rostro suyo hacia adelante. Enseguida, restableció cada iris hacia el presente convulsivo. Mientras tanto, fue subiendo las escaleras del primer sector, donde había acaecido la balacera nocturna. Hoyos, fue cogiéndose del pasamanos de metal, para subir con exagerada precaución, hasta el apartamento violentado.

El periodista, arribó hasta el estrecho pasillo del tercer piso, sin mayor demora. Estaba denso este espacio escaso de real cotidianidad amistosa La atmósfera manifestaba variadas energías dolorosas. Sólo eran escuchadas las pisadas de Hoyos, andando él por las baldosas del piso azulado. La puerta trescientos cuatro parecía ser el departamento donde ocurrió el robo, la noche del martes. De inmediato, Hoyos fue pensando de nuevo sobre la muerte de los seres humanos. Mientras a solas, iba acercándose a la puerta de hierro, que estaba un tanto entornada. Antes de ingresar allí, divisó el primer salón encerrado en pura melancolía. Era un recinto amoblado con sillas verdosas y el sitio era sobradamente lujoso. Aún desde afuera, Hoyos, vio al viejo Hernando, no parando de hablar con el inspector de policía regional. Ante tal motivo, Hoyos se arrimó lo suficiente hacia al interior del salón. Más así de repentino, Hernando volteó el rostro suyo hacia atrás con elegancia, pronto descubriendo al periodista incomprendido. De una sola ya seriamente, Hernando prestó atención a la tardía visita del colega Ehhhh, novato, casi no se aparece. Peligroso, si madruga una hora más temprano Dijo Hernando aquí con tono de autoridad . Y novato, otra cosa primordial, como le comenté hace una hora, escuche; nuestro maestro, Edgar, lo necesita con desespero de muerte, hace rato anda llamándolo, pero usted no contesta, debe estar cansado de buscarlo, acaso usted no se ha comunicado con él.

No, nada de nada, no tuve tiempo de llamarlo. Eso sí, no he recibido ninguna orden, ni solicitud extraordinaria del jefe Julio aquí se preocupó, pensaba que lo iban a relevar del puesto-. Mejor, ahora le marco al gordo.

Pese a todo, segundos antes de llamar al jefe del periódico, Julio Cesar extendió su mano sudorosa al inspector de policía, para esta vez uniformado. El inspector, aceptó el saludo de cortesía y sereno volvió a hablar con Hernando, sobre las minucias del secuestro y el aparente robo. Hoyos igual de cordial, saludó inmediatamente al doctor Héctor, esposo de la mujer, quien había desaparecido recientemente. Era alto el señor triste. Tenía una cara de palidez insoportable. El esposo, desde lo justo, se levantó del mueble aterciopelado, donde estaba reclinado con las manos cruzadas, entre sus pectorales Aceptó así Héctor, sin

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vacilar la mano del novato, normalmente. Pero Hoyos, percibió un agudo desaliento, que invadía el alma del médico, porque fue adivinando sus ojos húmedos y rojos.

Héctor, cierto Preguntó . Sí, pero si es claro, Hernando me habló de usted, la tarde de ayer, sin hacer mucha escaramuza. Además, me habló sobre lo que sucedió con su mujer. Yo intento comprenderle, compañero del mundo. Veo que es una cosa difícil de soportar. Su situación debe ser caótica. Es razonable apreciar su dolor. Para mí, deben ser unos días fatales; trato de compadecerlo, Héctor, trato de aceptar su dolor.

Tú, inmoral, tú que sabes Percibió su voz en baja melancolía. Aquí tuvo deseos de llorar otra vez . Usted no sabe nada de Colombia. Mi existencia ahora es un infierno. Nada importa ya conmigo. Mi futuro no vale, sin Rosa María. Sólo al lado de ella soy realmente feliz. Nada soy sin mi consentida hermosa. Y mira, chino insolente, ahora estoy sin luz, por Dios, que se pierda toda esta humanidad, que se vaya toda la riqueza material, pero que mi mujer, no se vaya, ella no, que no se muera, ojalá aparezca pronto, ojalá.

Aquí el hombre empezó a llorar, sin vergüenza. Parecía estarse viendo allí, solamente a un niño llorón, despojado de la alegría. Sus lágrimas, resbalaban por sus gordas mejillas. Julio César Hoyos, entre tanto y sin imprudencia, se quedó callado, sin decir más pendejadas. Pasó por un lado del inspector simplemente; quien no paraba de especular crímenes incoherentes. En cuanto al otro caminar, Hoyos salió al pasillo inmóvil, colmado de frío aireado; luego marcó al jefe de redacción.

Aló, sí, aló, doctor Edgar Le decía.

Sí, Hoyos con él habla Respondió el jefe con ansiedad , si quiera pudo comunicarse conmigo. Desde hace rato que lo necesito. Tengo una noticia de último minuto. Hoyos es urgente que nos veamos en secreto. Eso sí; sólo necesito de usted, sin ninguna otra persona ni ningún tercero.

Pero claro, mi doctor, por supuesto, dígame nomás, qué sucedió.

Ya se lo comento, pero antes si le advierto, no vaya a decirle nada a Hernando. Quédese callado sobre este asunto de muerte. El trabajo, ahora es extremadamente confidencial-Aquí percibió al jefe más serio que nunca antes-. Estamos, Hoyos, estamos.

Obvio, usted ordenará, doctor, usted es quien manda

Bueno, mi estimado Hoyos, hoy tengo la primicia de esta vieja ciudad; pero antes que nada, escuche bien, no voy a repetirle el asunto. De hecho, ahora estoy viviendo una crisis tremenda. Todo pasó durante la madrugada de hoy. Esto, sucedió casi a las siete quince de este mismo día. Quiero ser entonces preciso. El drama se dio mientras ustedes indagaban el robo ese al apartamento. Así que no hubo mayor espera. De repente, un encapuchado en moto, fue dando de muerte al sacerdote, Miguel Galindo. Era nuestro mejor informante político. A esa hora, el cura iba saliendo de la iglesia, cuando de un solo tiro se lo bajaron a

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las malas. Así que piense bien; poeta, abalearon al negro, hermano, lo asesinaron. Dios mío, tanto terrorismo, da miedo. Ya no demoran también en desaparecernos a nosotros. Qué es esta cárcel urbana. Está duro este mundo, lleno de barbaridades. Para mí es duro saber del padre Miguel; pero que hago, Hoyos, entre todo este enredo, hoy su muerte no da espera. Por tal motivo, necesito de su presencia con urgencia, para hablarle mejor de este mismo caso. Espero verlo entonces por la Candelaria. Escuche bien, voy a estar justo al frente de la plazoleta del Periodista. Estaré vestido con un pantalón azul y una gabardina negra. De este modo, no hay pierde. Por tarde, estoy allá en media hora. Así que no me quede mal. Bueno, cuando nos veamos de cara, termino de contarle toda la historia. Además, allá tengo que explicarle, los cuidadosos movimientos que debemos ejecutar con inteligencia, para acabar con tanta politiquería. En este sentido, no puedo soltarle más datos por teléfono. Usted sabrá, Hoyos, la situación ahora está más crítica, que el gobierno pasado.

Sí, claro, sí, jefe, yo intuyo la situación. El país, hoy se pone más negro que un cuervo, pero la verdad no sé qué decirle sobre el asunto. Igual; puede contar con mi apoyo sincero, nos vemos entonces allá, no tardaré mucho en llegar.

De golpe, Hoyos colgó su comunicación al jefe gordinflón. El periodista salió mientras tanto del conjunto, tras cierto sigilo premeditado. Tomó otra vez las escaleras en forma de espiral rojizo. Al debido momento, llegó espasmódico al segundo nivel del bloque, ausente de tranquilidad. Esperó además un segundo, antes de seguir con el rumbo suyo. Era uno y otro rumbo de desdichas propias y ajenas. Aquí, por extrañeza, se tropezó inesperadamente con cierto enfermero, uniformado de blanco. Llevaba a una mujer de treinta años sobre una camilla plateada. Hoyos, percibió aquí desmayada a la señora. Vio también las mantas verdes en las cuales ella estaba recubierta. Por otra parte, dicha mujer se hacía un poco conocida para Hoyos. Al final, dejó este pensamiento olvidado. Sólo aguardó a que acabaran de bajar a la enferma. Luego, Hoyos tomó hacia la primera salida del conjunto cerrado velozmente. Hernando, entre tanto y en secreto, pudo ver cuando Hoyos se fue alejando del sector residencial. Entonces él salió del apartamento ligeramente. Enseguida, siguió su camino hasta la calle trasera del otro edificio en construcción. Llamó repetidas veces al descuidado novato. Pero Julio no respondía y hacía como si no escuchara. Ante esta falta de señales, Hernando solamente volvió al lugar de trabajo, para finalizar así, la indagación con la mujer desaparecida. Por otra parte, Hoyos siguió su camino por la próxima calle de árboles. Era un sector enjardinado con pinos y flores violetas. Avanzó asimismo unas cuatro cuadras por entre las casas modernistas. En poco tiempo, tomó el callejón, que daba al lado derecho suyo. Se movió desesperadamente, esquivando un poste de luz eléctrica. Por allí, comenzó a trotar con todas sus fuerzas. Presentía que era seguido por varios rateros. Ya hacía una cuadra que miraba hacia los andenes dejados atrás y las

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casas con personas encerradas. Pero aún no veía a ningún hombre desconocido, siguiendo la agitada sombra suya. A su momento, este sector inmediato, lo entendía decadente y se sabía ausente del alboroto matutino. Todo se concebía más bien misterioso. Así que Hoyos se supo sin salida lógica. Igualmente, siguió trotando hacia las afueras del callejón mugriento por donde avanzaba. Por poco y casi cruza la saliente del callejón, que daba a una de las avenidas, concurrentes del agite social. Pero de sin fin, no pudo conseguir escaparse del aislamiento peligroso. De hecho, la furgoneta que antes estaba aparcada al lado del edificio donde Hoyos residía; fue apareciendo sorpresivamente por un costado del callejón. La misma camioneta se atravesó al camino del periodista. El conductor, encerró al hombre sin posibilidad de que pudiera volarse para salir corriendo ni pedir a gritos, auxilio. El drama casualmente sucedió al ritmo de los segundos inesperados. Hubo además un hombre enmascarado quien fue abriendo la puerta delantera del vehículo. Al mismo tiempo, se apareció otro matón insospechado. Era lógicamente el pasajero hostil del autobús donde Hoyos iba viajando, hace algunos minutos. Desde este momento, Julio se vio entonces angustiado. El matón, debido a su odio, salió tras la captura riesgosa del periodista; no tenía ninguna máscara sobre su cara cortada, solamente venía persiguiendo a su víctima. A continuación, lo cogió entre sus manos, cubriéndole tanto la boca como la nariz, usando un pañuelo blanco, impregnado de formol, para que Hoyos no opusiera resistencia. Más su compañero criminal, todo rabioso, agarró por abajo de los brazos al periodista indefenso. Y de una sola empujada, Julio fue tumbado con brutalidad contra los asientos del carro lujoso. Mientras tanto, el hombre enmascarado, fue murmurando al resto de delincuentes, que andaban de confabulados: Maldita sea, le cantamos a este perro, que dejara de ser soplón; cierto que se le dijimos, hasta lo amenazamos repetidas veces, pero si no quiere entender por las buenas, entonces nos va a tocar quebrarlo, vida hijueputa.

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MENTES SINIESTRAS

Eres otra vez un hombre de oscuridad incomprendida, dada para tu propia realidad. Hoy te sabes lleno de una brutalidad homicida, bajo esta insípida mañana de perdición humana. Te miras siendo asimismo una sola figura blanquecina y de absoluta impureza. Eres ahora una absoluta decadencia existencial. Vas indiferente al día mientras tanto soberbio. No te importa mucho el progreso del mundo social. No entiendes casi nada sobre el perdón. Sólo andas por tu vida ilusoria, manchado con ríos de sangre ajena. Te piensas entre los pensamientos, siendo un asesino de mala procedencia urbana. Es tu cara rasguñada quien grita burdamente ese rencor tuyo de absoluta intimidad. Así que te da vergüenza, cuando los otros semejantes te cruzan por entre los túneles de este vacío, tan callejero del dolor. Además te comprendes odiosamente acabado por la causa de tus bajas cavilaciones de pobreza arrepentida. No hay nada de bondad en tu memoria penumbrosa. Ahora eres un simple matón, reclinado junto a la silla de la camioneta negra, donde esperas la posible matanza de este nuevo día, tan sufriente. Es un día mal entretejido entre olores pútridos y de vicio y alcohol, ante tu presencia. Es una mañana mal sabida entre sabores alucinados. Hay también un olor a yerba verde, bailando adentro del carro donde sigues esperando al paciente del nuevo crimen. Pensar igualmente sobre la tristeza de destruir cráneos desequilibrados; será otra vez para ti, un movimiento de gusto para tus propios adentros decaídos, menos no aparece el horror ante tu memoria.

Así solamente tú; Jackson, te sientes al mismo rato, siendo un hombre perdido del intelecto, andando bajo la nada del mal tuyo. Sin arrepentimiento, sigues así de perdido entre tu pobre degradación humana; suciamente tuya y únicamente tuya. Es una maldad de exagerada turbación embotada. Es una miseria tuya, siempre mal vista junto a los otros semejantes, quienes te miran un segundo antes de caer asesinados, ante sus propias muertes del instante desangrado. Pero a usted no le importa, porque se quita el sentimiento del dolor ajeno. Se te pasa el sabor de culpa, cuando la vida sigue su arremetido tiempo desengañado, mientras los otros paseantes del mundo prosiguen con su rumbo del destino brutal. Van y vuelven otra vez exasperados, tras los aciagos sufrimientos. Así que hoy sabes seguir con este juego horrendo de seguir matando a los inocentes de este infierno existente. A lo sucio, porfías en seguir con la criminalidad hasta los otros espejismos invertidos. Claro que cierto, destrozar cualquier atravesado, contra tu camino desperdiciado, entre las sucias maldades; será siempre una equivocación alterada. Por eso un poco dudas, la miseria de este negro día, que danza de forma inolvidable, bajo la melancolía tuya.

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Ahora en mal, sólo te sientes un poco nervioso, ante el hedor tuyo, al tiempo que bajas la mirada, para recargar el revólver de tu mediocre propiedad. Pones adentro las balas de la destrucción. Ves que se aproxima la hora de matar. De momento, no quieres hacer nada de ruido. Sólo quieres estar callado junto a tu propio trabajo macabro. No ves igualmente sino el pasado del odio constantemente recaído contra tu alma ensuciada. Recuerdas cuando acabaste a otra gente desconocida de tu ciudad injusta. Los matabas a ellos sin la menor misericordia presentida por sobre tu sangre oscura. Era el veneno tuyo engendrado por la enfermedad tuya del desvarío mental. Así que hoy fluctúa recorriendo tu lenta miseria. Pero pese a todas tus aberraciones, hay algunas excusas sobre tu peste irracional. El delirio tuyo viene traído desde la infancia, que viviste, sin nada de amor. Sucede tu odio cuando violaban en las noches a tu madre, justo al frente tuyo. Pero lo peor de este cuadro roto era que se aparecían varios hombres de malos vicios, machacando, hiriendo y haciendo llorar a tu mamá, la violaban a ella, tras el invertido sin tiempo de los espantos.

Ya junto al ritmo de tu ansiada rutina, tratas de olvidar ese horrendo pasado. Sólo miras enseguida adentro del instante, donde toca disparar a donde sea posible matar. Luego se dejará tumbado al periodista de esta triste mañana y sin cielo. Hacer los disparos al ritmo de las balas fugadas que van recorriendo su propio viento ensordecedor y listo lo rudo. Simplemente hay que matar a las víctimas mal atravesadas. No importa si son culpables y no interesa si son inocentes furiosos. Esa es tu mejor solución de rutina destructiva. Así viaja tu pensamiento cuando dejas uno tras otro asunto supuestamente arreglado. Resolver todo luego de un solo golpe de gritos, junto al destiempo delirante, tú así lo resuelves. Después queda desaparecido el muerto del inesperado rumbo, bajo cualquier bosque del horror, tirado por ahí sin nada de encantos suyos. Queda entonces mal disperso el cadáver, ante tus ojos siempre desorbitados, tras tu misma locura de rabia.

Desigual, se enciende tu maldad tras uno y otro porro de marihuana, que fumas cuando sales del apartamento hostil donde vives. Luego sales a matar unos y otros victimarios del mundo andariego. Asimismo usted culminó el crimen del día, ya traspasado sin noches. Antes, mataste al padre del joven periodista, sin mucha escaramuza, que fue un desprecio contra el propio hombre. Luego apareció ese cadáver del viejo, macabramente reventado sobre una calle morbosa, llena de paranoia social. Por otra parte, estará abandonada la cabeza bajo cualquier arroyo mugriento. Tal vez estará rodando su cara sobre algún cañaduzal del río negro, donde decidiste dejar solitaria su muerte, hace una lenta noche repulsiva. Hubo entonces mucha gente saliendo al barrio y rodeando el cuerpo del viejito, lejanamente desangrando. La pobre víctima apareció al otro día del atardecer levemente soleado. Pero lo peor del caso, fue que nadie dijo nada a ninguna autoridad incompetente

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del distrito aledaño. Así que hubo de verse otra repetición inacabada de injusticia, bajo el nocturno de toda esa gente acobardada.

Por el momento, ya tratas de volver al presente desangrado. Sólo procuras inspirar mientras tanto otra maraña de pensamientos tuyos. Ellos andan girando por sobre tus otras evocaciones del odio ensombrecido. Estos recuerdos, retratan los otros pesares tuyos, muestran la caída execrable del abismo demencial. Todos los crímenes de tu inmortalidad ya te agarran la cabeza, sin ningún rencor de vergüenza. La señora muerte, ahora se pasea con una rebajada desgracia, que ataca y culpa al presente tuyo. Ella se aparece, tras un dolor que se te queda resentido en el ser viviente, debido a tus adentros desbocados. La muerte en vida, ahora desigual se forma en ti, desde una sola enfermedad mugrienta al alma. No va dada a ningún otro hombre ajeno al mal y es solamente tuya. Sólo recae su suciedad ante tu vida de lenta desgracia. Así que ahora, hay resentimiento en tu presencia de muchas culpas, salpicadas de sangre. Siempre aparece el malestar en tu cuerpo cuando despiertas de las pesadillas, muy parecidas a la realidad. Tu locura del destino se pasea entonces bajo una necrópolis de almas muertas. Estos muertos, sólo se lo pasan pidiendo alguna parte de justicia. Ellos quieren que seas castigado horrendamente por tu maldad aberrante. Hay entonces una furia mal procurada, contra tu ser propiamente rebajado. Además tienes respeto a la furia, cuando haces dolor al vaivén de las manos golpeadoras. Quieres por lo tanto llegar al final de este agónico drama, hoy rebotado. Esperas sin mucho sosiego, una caída al abismo de esta vida, solamente tuya. Andas velozmente junto a los otros presentes brumosos. De hecho, te imaginas desaparecido del mundo irracional y bajo unas ruinas de manchada vulgaridad. Dudas sin embargo del tiempo que llevas viviendo por entre este sendero infernal. Así que ahora piensas un poco sobre la muchedumbre indiferente. Al final, piensas en retratar más degradaciones con dolor enfermizo. Quieres ser otra vez amenazante y ensordecedor. Desde luego, se te hace difícil culminar la desdicha tuya, como pérfido homicida. Pero hoy, no importan estos ideales del crimen sin restricciones. Ya desde la juventud, supiste que nunca hay absoluta perfección cuando se tumba al inmediato atravesado, quien de golpe resulta, siendo un pobre joven, mal librado contra sus brazos rotos y su frente recién estallada, además, cuando se mata, nunca hay una esquizofrenia premeditada, todo es inesperado y delirante.

Aquí sueltas ya un airado grito de locura aterradora. Gritas adentro del auto que alquiló el patrón tuyo hace unos pocos días. El jefe tuyo es un gordo de turno, mal caído al mundo de las sombras. De semejante modo, la ira tuya se recrudece enseguida contra las víctimas de tus demencias. Ellas nunca se cansan de ahogarse horrorosamente en el pánico. Y este dolor no parece ser entendido desde tu memoria criminal. Pero intuyes lejanamente el posible sufrimiento. Es por el resultado del ayer, mal ideado con rencor desangrado. Fueron

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arriesgados los hechos tuyos contra el delirio otra vez del pasado. Todo el dolor ajeno es tu pesadilla viviente. Menos mal, sobreviviste entre los pacientes, que lentamente pudiste masacrar descaradamente. Ellos fueron quebrados por tu afán al dinero. Ellos murieron entre los disparos estremecedores, al lado tuyo. Los pobres iban cayendo uno tras otro con sus muertes. Dejaban las acortadas vidas suyas con exagerado escándalo y sin visión a un porvenir realista. Pese a todo, hubo algunos secuestrados quienes despiertan entrevistos bajo tu solitario recuerdo. Ellos fueron matados junto a su sangre escarlata. Quedaron solitarios y con sus bocas moreteadas. Menos mal, se hizo bien trasparente la otra parte misteriosa de la salvación. Sucedió cuando las víctimas del día, pudieron volarse de entre tus manos roñosas, llenas de brutalidad. Algunos de ellos se escaparon corriendo por entre las montañas floridas de alguna esperanza, buscada con desespero. Era una fuga nunca predispuesta en ellos. Así que nunca supiste como se dieron aquellas salvaciones ajenas. Sólo pensabas en ellos bajo tus noches deprimentes, frente a sus liberaciones inesperadas.

Ahora entonces, procuras entender el otro lado del abismo infernal. Afortunadamente, casi todas las víctimas, quedaron mal desangradas, luego de aquellos disparos fatales. Ellos iban cayendo lentamente, frente a la mirada tuya. Era una mirada que venía llena de puro oportunismo, ante tu propio poder perecedero. Hoy sabes además que son inciertos los destinos ajenos. Esta idea mortal te la sabes de sobra. Así te piensas a cada rato vespertino. Así te miras, bajo la profundidad de la noche, cuando te vas a adormir al camastro donde sufres algunas veces la soledad inoportuna. Así tratas de ver esta vida como un asesino. Se da así tu criminalidad resbalada, lloviendo sin ninguna espera al perdón, porque ya no hay nada completamente previsto, frente al otro suceder traspuesto de las noches. En todo caso, no comprendes toda la realidad premeditada, para los tantos trasegares del mundo, donde los seres sufrientes se lo pasan viviendo, sin un aparente designio evolucionista. Tú entonces, ahora resuelves escoger un rumbo diferente y peligroso. Son los ideales yutos, volando revueltos entre la infinidad de las cosas irresueltas, ante el dolor humano. Resuelves así pues, las tragedias adversas inesperadamente con violencia. Son las muertes del otro espejo incomprendido. Tragedias que suceden cuando se hace muerte, entre las navajas y las armas, armas haciendo fuego contra los hombres semejantes, pero ellos hoy sabidos como enemigos, ante todo un resto de mundo, quemado y destrozado.

Ahora ves pasar una gaviota negra revolando por entre los aires degradantes. De golpe, pues te pones mal desde tus propios adentros retorcidos. Empiezas a sentir el recomienzo de una maldad otra vez siniestra. Presientes enseguida que se engendrará tu locura cuando sean soltados los disparos cegadores del fuego. Luego todo acabará cuando llegue el canto del silencio. Pasa entretanto toda la violencia tuya bajo la vaciedad de esta mañana clara de agosto. Ya enseguida lanzas otra mirada hacia la calle encendida de sol, al frente tuyo. Lo

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haces tras un sólo segundo de precisión olvidada. Ves pasar entonces uno y otro automóvil de cierto porte lujoso. Descubres así el alrededor actual, lleno de bullicio desde tu camioneta blindada. Hay además autos de colores verdes y blancos y algunos rojos. Pasan recortando la ventisca de este día lentamente. Van recorriendo las calles a su velocidad sosegada. Se pasean por entre este barrio del descaro social. Era antes un lugar dizque silencioso para tu grato desconocimiento incomprensivo. Pero ahora hay un alboroto furioso de motos descoloridas, rodando junto al frío picante. Estos conductores urbanos van esquivando mientras tanto a unas palomas de gran melancolía.

En cuanto a lo demás citadino, tratas aquí de suponer estos movimientos del tráfico, muy extraños ante tu existir, que es todo un desconcierto. Pensabas asimismo los rincones de la ciudad, aparentemente abandonados y deshabitados de vida cotidiana. Pero no es así este día de agosto. Ahora hay un pequeño mundo que te rodea perturbadamente. Asimismo no puedes negarte con tu embotada terquedad. Hay mucho bullicio de gente trabajadora, que anda los andenes, llenos de basura. Aparece también un alternado ruido de bocinas ejercidas por los camioneros, que van surcando las otras mulas estacionadas quedamente. Dejan ellos enseguida una humareda gris tras esta misma carretera del sur olvidado. Por este motivo de locura, te sientes bajo un solo abismo de contrariedades, pese a haber ideado el conflicto del mal; algo peligroso, algo riesgoso, hace unos cuantos días, pasados atrás del tiempo.

Entonces tu hora, resulta desbocada, mucho más riesgosa, que al día de antes. Al mismo tiempo, te sabes más nervioso que el ayer fantasmal. Renace el temor tuyo cuando estuviste en tu pequeña casa del encierro. Te habías recostado junto al mueble de coloraciones azuladas. Alistabas las balas del revólver que había en el cajón del cuarto ahogante. Tu angustia se vio momentánea para aquella mañana del viento huracanado, allá todo proseguía tras el andar alucinado, se hacía junto al delirio ensordecedor. Luego empezaron unos miedos a la muerte tuya. Ahora tu infierno tiende a ser más resentido junto al crimen contra el otro hombre dolorido. La víctima de hoy, puede ser un periodista de ignorancia nacional; pero ya sabes sobre las premoniciones macabras. Fue también un sólo rumor, cuando el patrón tuyo habló del silencio que había en los conjuntos residenciales, donde se esperaba hacer captura al periodista. Eran supuestamente apagados estos alrededores del aburrimiento.

Ante toda la muchedumbre del instante, pues sólo hay que tratar de relajarse. De pronto la gente empezará a desparecer trémulamente. Por el momento, te vas fumando un cigarrillo que te acaba de pasar el morocho. El hombre es un sicario quien está al lado tuyo bebiendo su misma tristeza. El pelado es un moreno furioso. Su cara se ve algo demacrada. Anda casi siempre con su mirada desperdiciada. Desde niño, ha sido un matón de mal

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desprecio. Antes se lo pasaba recorriendo las calles, llenas de putas asesinas y rateros degenerados. Lleva por otra parte una quemadura sucia, recorriendo toda su frente hundida. Anda asimismo con sus mejillas rasgadas. Al muchacho antes le gritaban, don Máscara, adentro del suburbio, donde aún reside junto al propio dolor demencial. Pero ahora no perdona ninguna grosería del Satanás, quien intenta burlarse de este desfigurado, que es algo suyo. Además de todo, tu hombre de confianza, tiene una locura mental, parecida a la tuya. Así que hoy nadie quiere entender la enfermedad de los criminales; sólo matar por dinero y luego hacer una vida fácil, frente a los homicidios recién cumplidos, ello puede ser algo injusto.

Mientras tanto al día, se acaba casi una hora de espera existencial. Hace también un solo picante en las afueras de esta ciudad enloquecida, que va perdida con su gente orgullosa y superficial. Miras enseguida al suburbio callejero de al lado. Observas al mundo tuyo por entre la ventana oscura del auto negro, donde sigues impasible. Presientes de golpe un desquicio mal sabido al ser, mientras la miseria se pasea por los rincones peligrosos de esta Bogotá. Entiendes otra vez a los ejecutivos, indiferentes con el silencio, quienes no se cansan de pensar sobre su pobreza individual. Elevas así pues otra mirada al lejano cerro de Monserrate. Lo haces por un momento, para olvidar a esta sociedad agresiva. Luego descubres varios callejones mugrientos al lado tuyo, donde sigues estacionado sin más espera que una angustia sombría. En los rincones de este otro dolor, hay también varios perros vagabundos. Ellos están tirados sobre los andenes, abajo de algunas lavanderas, quienes ahora se levantan de sus camarotes, para extender la ropa mojada, sobre los cables de las ventanas rotas. Y así es el riego de los instantes, por saber vivir otro día impensado, que va trascurriendo tristemente, que va derramándose quedamente, bajo tu vida y bajo la vida de los otros habitantes, perdidos en esta indecencia humana.

Ya de pronto, se acerca la hora negra de actuar; Jackson. Así que te encapuchas toda la cara rasguñada con una media velada. Hay que hacer el mal de una buena vez y sin más espera temerosa. Salir y recibir el viento de tu loca Bogotá, dentro de poco tiempo, dejar el cigarrillo en el suelo, sin mucho dolor. Luego, toca sentir horriblemente al día como un día peor al anterior, junto a la propia desgana inadecuada. Ya de momento escuchas algunos tiros que van y vienen fugaces, sin la menor retención entre los hombres ambulantes del bullicio lejano. Aunque te pones algo nervioso, no importa detener la matanza. Además por allí no fuiste engendrado a tú debida razón entre la riqueza de los gordos exagerados. Hubo simplemente pobreza en tu niñez, apagada de alegría. Sólo hubo hambre en tu casucha mal oliente y bajo tu techo, lleno de pequeñas goteras. Te sabes sin embargo como un hombre de sangre furiosa, para tu madurez desbocada, al mismo tiempo inadecuada. Sólo hay que tener dinero entre los bolsillos del disfraz, recién puesto ante los otros disfrazados, hacer

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billetes y monedas ambiciosas como sea posible, para cada tarde desahuciada. De lo contrario como se sobrevive, adentro de esta jauría de ratas ansiosas y hambrientas. Esa es la pequeña filosofía que recae sobre tu memoria mientras pasas por abrir la puerta del auto fuertemente. Abres entonces la compuerta de adelante y de golpe recibes al siguiente ajusticiado, quien tal vez, vea su muerte al otro lado incomprendido de los espejos infinitos. Se escucha de repente otro disparo a lo lejos del sufrimiento infernal. Estos tiros son algo ajenos al propio tiempo tuyo. Apenas se pueden escuchar las balas en alguna parte escondida del inmenso lugar, donde las poesías siguen siendo quebradas. Igualmente no te importa el inmediato asunto al desprecio humano. Por tu parte, sólo terminas de adormecer al odioso sapo de periodista. De inmediato, lo dejas tumbado en la parte de atrás del auto lujoso. Casi acabas al joven, dándole un brutal cachazo sobre la cabeza. Lo hiciste sin ningún perdón premeditado. Ahora estando en grupo, no te da miedo gritarle a nadie en la cara, su propia degradación social. Dices las pobres cosas que se te da la regalada gana decir y de golpe se hace resuelta tu arrogancia del instante alucinado. Evocas así esta miseria tuya, porque ya desapareciste a muchos periodistas, escaseados de fama mundial. Del presente, solamente te sabes vivo, adentro de este sanatorio de enfermos mentales. Así te cavilas profundamente hasta cuando descubres a una anciana, vestida de azul. Ella va pasando por atrás del auto, acompañada de su perro blanco. La miras de reojo y con precaución. Dejas que siga con su paseo matutino de señora, bajo su lenta tranquilidad mientras decides tomar el volante para conducir enseguida la camioneta veloz. Por lo demás, quedan para ella pocos años de vejez. En poco tiempo, tendrá que morirse bajo la tumba del cementerio, donde será enterrada. Ahora la anciana se aleja del lugar. Sigue andando a su propio paso encorvado. La mujer camina hasta llegar al fin de la otra calle malhumorada y putrefacta. Ella no se dio por enterada del odioso golpe, que hubiste de lanzar al periodista, junto a tu actitud de soledad macabra.

Enciendes seguidamente la camioneta alquilada. Allí adentro estás otra vez rabioso. Vas entre la compañía de los otros cómplices del sin sabor desoñado. Arrancas entonces a toda marcha, recorriendo la carretera algo despejada de automóviles. Hace unos minutos se terminó el tráfico que había adelante de esta calle, refulgente de sol por donde ahora vas rodando adentro del carro negro. Esquivas asimismo unas pocas motos blancas y verdes velozmente. Tomas enseguida un puente que atraviesa el río más negro del mundo. Vas casi a toda la velocidad que puede dar la camioneta blindada. Giras luego hacia la izquierda de tu costado vertiginoso. Dejas asimismo un inmediato semáforo en rojo, que permanece levemente estático de movimiento. Te metes al instante por entre una carretera destapada. Ese desvariado lugar en abandono, parece sentirse algo escalofriante. El paraje de este campo natural, se ve muy rodeado de pinos y se sabe oculto entre muchos eucaliptos de

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olores frondosos. Mientras tanto, tú sigues adentro de la camioneta, cruzando las profundidades de esa larga trocha, que dejas sensaciones escabrosas. Hoy además sigue esta maldita mañana al vaivén de su luz picante y sin dar muchas señales de lluvia. Hoy sólo se aparece un cielo finamente despejado, donde puede ser posible matar al culpable de esta misma agonía premeditada. El periodista, sigue entonces herido al ritmo de un lento desangramiento, resbalando desde sus cabellos largos. Su sangre decae de su cráneo, recién quebrado junto al sillón trasero, donde permanece tumbado. Hace rato entró al sopor de una sola crisis de adormecimiento fantasmal. De todos modos, parece tener una vida resistente, aún con esfuerzo, vibra su corazón. Por lo demás, se sabe que este joven no tiene hijos ni nada más de pendejadas, que te pueblan la mente de arrepentimientos. Fuera de la bobada tuya, tampoco tiene ninguna esposa falseada, que se le parezca, junto al amor de las inocencias chistosas. Es para tu extraña razón un simple pelado come libros de biblioteca. Está ya algo lleno de títulos, hechos por sus conquistas profesionales, que para ti son una simple vanagloria. Descubres los indicios suyos por la cara de pavor que lleva puesta, justo al frente tuyo. Tú aquí miras al hombre durante un instante para saber si ya no está lastimosamente muerto. Parece que sigue respirando su pobreza. Ahora claro, no quieres pensar la otra parte íntima de su juventud. Menos mal, no hay nada raro en su historial, que sea peligroso. Solamente recuerdas a una muchacha pretenciosa de linda sonrisa. Ella es la hermana del periodista y ella es una mujer de belleza primorosa. La mujercita vive en la ciudad de los músicos últimamente. Por lo tanto esta señal de lenta suspicacia, asombró un cercano pasado tuyo. Se prendió aquí tu intuición, cuando abriste la billetera que llevaba este periodista. Así que hoy, sí puede matarse al susodicho joven; dejando correr los segundos predominantes, junto al homicidio inconfesable. Pero a pesar de todo, no es absolutamente seguro, si toca reventarle ya la garganta. De pronto, pueda salvarse a última hora, siempre y cuando devuelvan el dinero desaparecido. No ponerse con ninguna duda para estas decisiones tan peligrosas, será aquí lo determinante. Ya se dará la muerte o la salvación, sin mucha escaramuza, contra esta víctima desentendida del mundo endemoniado. El saboteadorcito, puede resultar quebrado adentro de la bodega donde tú estallas a los otros inocentes, allá por las afueras de la ciudad ensordecedora, donde te cuesta seguir existiendo con furia. Esta alternativa, pude ser algo prudente, dada al otro inocente desconocido. Al estar allá, tú mirarás que hacer con la nueva víctima, si toca desaparecerlo hoy, si no toca matarlo hoy. En todo caso, la verdad se dará al rato de una propia indiferencia tuya. Si el joven se salva por las últimas noticias; pues las cosas podrán ser más llevaderas, pronto podrá dejarse libre al secuestrado en algún potrero abandonado.

En este otro momento del día, decides frenar la camioneta vertiginosamente. Luego sucede toda tu malicia, tras un lento trasegar de burlada decadencia. Apagas ya el auto sin

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más espera vanidosa tuya. De pronto, te sientes algo lleno de un rencor incomprendido. Esperas entretanto algunos otros minutos de nerviosismo para ver que resulta del insensato lloroncito, que hoy tal vez toque acribillar. No falta además mucho tiempo sobre las últimas noticias infiltradas. Ya han pasado casi tres horas desde cuando hiciste el casual rapto. Fue largo el trayecto de la ciudad urbana hasta llegar al paraje rural. Ahora te empiezas a fumar otro cigarrillo de humo grisáceo mientras resuelves hablar al informante, quien recuperará los billetes del secuestro, mal justificado. En el caso tuyo es el hombre de mayor confianza que contratas para estos casos de imprudencia, resulta siendo tu primo de sangre. Marcas entonces al celular del morocho. Pronto él responde junto a su voz ronca y de golpe dice que ningún extranjero ha llegado, ni que nadie ha dejado los maletines con el dinero. Por tu parte, sólo decides colgar de súbito, pronunciando un solo madrazo de soltada porquería. Respiras ahora el aire matutino sin hacer mucho ruido a las voces muertas. Botas el cigarrillo con fuerza al prado. Pero gracias al infierno, ya conoce el sitio indicado del matadero tenebroso. Esperas donde querías esperar tu misma rebeldía de cizaña. Parece que hoy tocó matar al joven libertario. Menos mal, te alejaste bastante de los sectores urbanos. Fue una buena idea para la pandilla tuya. Ahora pues te echas una bendición de pura risa, antes de actuar desgarradoramente. Tus otros compañeros esperan por las otras escogencias tuyas. Mientras tanto, dices como va a matarse al periodista. Ellos no quieren sugerirte nada sobre el posible destino de este joven. El pobre llorón, apenas se arrepiente aquí mismo entre sus malos gritos de libertad. Los otros matones, sólo esperan recibir las órdenes tuyas del día desencantado. Quieren ver salir las siguientes exigencias de tu boca roñosa. Ellos están ansiosos por hacer un crimen que no lleve mucha demora, entre las horas imparables del último grito tenebroso. Sólo rebotar al intelectual del mundo ilusorio y ya estará listo el encargo de hoy y esperar a ver que toca mañana, si es que hay mañana. Por lo tanto al rato, defines hacer la matanza tú solo. El trabajo decadente, no llevará mucha fiereza. Sales entonces de la camioneta, sin mucha demora reflexiva. Ahora caminas hacia la bodega mugrienta, para este otro presente simulado. Así que vas con este joven periodista, recién moreteado, acarreándolo con fuerza, arrastrándolo descaradamente, hasta matarlo.

Y hace un rato, pues hubiste de bajar su cuerpo agonizante del auto, sin ninguna prudencia premeditada. Fue corto el momento de su triste dolor. Más la masacre bestial, se dio como una repetición algo siempre continuada y algo tuya. Todo sucedió tristemente bajo los tantos espacios inconscientes del ser humano. Fueron tres míseros disparos, dados sin gracia y lanzados contra el indefenso periodista. Decidiste acribillarlo ahí afuera y entre la presencia de unos seres fantasmales. Lo mataste, justo al frente de tus amigos homicidas y ellos algo ignorantes al perdón. Ahora, hay otra existencia trastornada adentro de ese desequilibrio de puras alucinaciones, dispersas en desgracia. Ya todo se origina desde el

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propio castigo existencial, que mal hubiste de inventar. Por lo pronto pasaron los días sin haber pasado realmente a través del tiempo tuyo. Tu vida se fue sobre una juventud de exageradas equivocaciones de extravagancia. Sucedieron los ayeres fugazmente entre las tantas furias, desbordadas del vicio mundano. Se dio tu corta infancia tras una sola ficción desperdiciada. Esa vida tuya se te perdió entre las manos del alma. Ahora pues se aparece tu otra vida similar al otro ser doliente del desconcierto mortuorio. De hecho fuiste tú quien provocó la propia muerte tuya, desde una rebeldía inútil, dada por el mundo del pecado. Fue ese destino de tu pasado el verdugo de la otra vida tuya. En todo caso, fue fatal esta última muerte desgarradora. Así que ahora sólo dejas andar las reminiscencias del ayer invertido. De momento sólo tienes que vivir este idéntico asesinato del otro recuerdo olvidado. Se idea ya bajo los tres disparos tuyos del ayer execrable. Fueron soltados esos pistoletazos al cabo de otros años insondables del recuerdo. Aquellos tres tiros no te mataron lógicamente. Fue usted quien se encargó de matar a su otra víctima, adentro de un bosque desolado. Así que tus malos movimientos del ayer hicieron menos digna tu vida inmortal. Mientras tanto, el asesino tuyo del hoy, seguirá perdido entre los hombres culpables del mundo; pero algún día, no tan lejano, tendrá que sufrir la propia falta del crimen suyo. Por lo tanto, ahora te vas cayendo, bajo el abismo del otro umbral, un abismo de más muerte, solamente tuyo y ya ciertamente cumplido.

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ÍNDICE

…ALUCINACIONES POR UN CIELO…9

…UNOS AMANTES BAJO LA LLUVIA…24

…LA DESGRACIA DEL ESCRITOR…42

ÓLEO SOBRE TELA…64

…EL ARTISTA DE LA PINTURA…68

…SOÑANDO LOS BESOS…80

…DELIRIOS JUVENILES…89

…LA FLOR DEL DÍA…103

…EL CREPÚSCULO DE CATALINA…117

…LÁGRIMAS DE SANGRE…126

…MENTES SINIESTRAS…140

ÍNDICE

150
… 9
24
42
… 64…
68
80
89
103
117
126
140
151

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