ANIMACIONES EFÍMERAS

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RUSVELT NIVIA CASTELLANOS ANIMACIONES EFÍMERAS

Editorial

Pensamiento

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Rusvelt Nivia Castellanos Animaciones Efímeras

Editado en Colomiba - Edited in Colombia Diseñado en Colombia - Designed in Colombia

Impreso en Colombia - Printed in Colombia Isbn 978-1-291-09561-6 Registro 10-311-460

Editorial Pensamiento Derechos reservados

Año 2011

Ninguna parte de dicha publicación, además del diseño de la carátula, no puede ser reproducida, fotografiada, copiada o trasmitida, por ningún medio de comunicación, sin el previo permiso escrito del autor.

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RUSVELT NIVIA CASTELLANOS

Poeta y cuentista, novelista y ensayista, nacional de la Ciudad Musical de Colombia. Es al mérito, Comunicador Social y Periodista, graduado por la Universidad del Tolima. Y es un especialista en Inglés, reconocido por la Universidad de Ibagué. Tiene tres poemarios, una novela supercorta, un libro de ensayos y siete libros de relatos publicados. Es creador del grupo cultural; La Literatura del Arte. Sobre otras causas, ha participado en eventos literarios, ha escrito para revistas nacionales, revistas de América Latina y de habla hispana. Ha sido finalista en varios certámenes de cuento y poesía mundiales. Ha recibido varios reconocimientos literarios tanto nacionales como internacionales. Fue segundo ganador del concurso literario, Feria del libro de Moreno, organizado en Buenos Aires, Argentina, año 2012. A mayor crecimiento, fue premiado en el primer certamen literario, Revista Demos, España, año 2014. De otra conformidad, mereció diploma a la poesía, por la comunidad literaria, Versos Compartidos, Montevideo, Uruguay, año 2016. Tiempo después, recibió un reconocimiento internacional de literatura, para el premio intergeneracional de relatos breves, Fundación Unir, dado en Zaragoza, España, año 2016. Mereció diploma de honor por sus recitales poéticos en la Feria del Libro, Ciudad de Ibagué, año 2016. Posteriormente, por su obra artística de poemas, mereció una mención de honor en el parlamento internacional de escritores y poetas, Cartagena de Indias, año 2016. Y el poeta, recibió diploma de honor en el certamen internacional de poesía y música, Natalicio de Ermelinda Díaz, año 2017. Bien por su virtud creativa, destacado es este artista en su país.

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ANIMACIONES EFÍMERAS

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CUENTOS BREVES

LA PRINCESA Y EL SOLISTA

ÓLEO SOBRE TELA

TODO UN PORDIOSERO ABRAZOS AFUERA DE LA NADA

LA RUTINA DEL EMPLEADO

ANIMACIONES EFÍMERAS

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OBRA LITERARIA GALARDONADA

ANIMACIONES EFÍMERAS

La Obra Literaria; Animaciones Efímeras, Merecedora de Reconocimiento Internacional, Segundo Premio de Literatura, Feria del Libro de Moreno, Buenos Aires, Argentina, Año 2012.

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ANIMACIONES EFÍMERAS

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La gente es invisible; sus emociones son frías, ellos van sin ilusiones. Velt

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LA PRINCESA Y EL SOLISTA

Cuando se dio cuenta de que la naturaleza de un hombre cualquiera, saciaría su deseo, sintió compasión. Extraña compasión, que se dirigía a quien fuera que fuese el escogido.

Ya que competía al hombre sucumbir ante las propuestas, sin derecho a rechazarla

Era todavía de día sobre el cielo espejado. La mujer, sola entonces, estaba a su hora inmediata, recostada contra la pared pedregosa del gran castillo medieval; precisamente se sabía ubicada, junto a la torre más alta del bastión, que daba de frente contra las montañas y demás praderas doradas del imperio ciertamente suyo. Ella por lo regular, se hacía por allí sola, tras cada tarde sospechosa y mágica; mientras su vida sin vigor, no sentía nada más que una aplacada soledad, acompañada en su silencio del ser profundo.

Había además algunas veces, cuando ella iba y veía inesperadamente uno que otro aleteo de muchos dragones grisáceos, ellos todos lindos, bailando sucesivamente por entre el edén purificado de la eternidad. Así era hecha, toda esta belleza natural en la medida que su propio pensamiento de princesa, volvía bajo los recuerdos de su gallardo prometido, visto para otro tiempo inacabado, bajo la otra realidad de los mundos. La mujer por lo tanto comprendía, durante cada segundo vívido; algún cercano deseo y algún extraño presente, previsto en abrazos acogidos, hacia su enamorado lejano. Estas ilusiones sucedían como causa de la belleza ancestral y la ternura irresistible suya, querida siempre en la profundidad de su alma celestial. Una sola alma en pureza, cuya hermosura venía abrazada en sueños, hacia ese hombre encariñado y suyo. Era él por cierto, apenas un joven, quien había de ser suyo, quizá para algún día de primavera; hecho de solas nubes traslúcidas en otro espacio amoroso.

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Había sin embargo, adentro de esta princesa, mucho temor de miedo, recorriendo por sobre su cuerpo de mujer sufriente. En el tiempo, todos estos sentimientos de horror, perturbaban de a poco su intimidad, durante sus noches luminosas. Ella descubría además sus sensaciones de perturbación; apenas figuraba ese noviazgo, concertado en su más áulica evocación de concierto. La princesa, sin aviso alguno desde su amor, desnudaba enseguida hacia su memoria, los presentimientos más vertiginosos del recuerdo inmortal. Desde allí ella veía perdido a su ilustre artista. Pasaban las sórdidas escenas en una habitación de absoluta extrañeza. Luego se sucedía un solo extraño ahogamiento, sufrido a su novio solitario; pero aquí, sin llegar a saberse nunca, la causa de esta tragedia, real y desgarrada. Ahora entonces, tras este dolor reiterado, la princesa, siempre con su vestido azul, iba dejando suceder, dicha ilusión asombrosa, hacia otra imaginación evanescente, igual en la intimidad, una vez quedaba culminada su reminiscencia negra, ella procuraba trasfigurar estos últimos segundos desgraciados, sobre otros mejores acontecimientos, ellos más tolerantes, más lindos, menos horrendos. La mujer, sola meditando y sola cavilando, trasformaba sus nociones al compás de cada instante pasajero; presenciado de entre un frescura de su largo aposento, hecho en frescuras aireadas. Era además una estancia claramente rodeada de alfombras turcas y persas con sus colores intensos. Había asimismo muchos murales, dibujados en formas de mosaicos sagrados, hacia donde se esclarecían las figuras de Jesucristo y San Francisco de Asís, prefiguradas en una misma hermosura.

Y así, fue cierto todo lo demás en su destino; esta princesa de figura clásica; trataba de mirar mientras tanto en su realidad, hacia el comienzo del atardecer, ahora bañado de estrellas solamente. No hacía sino mirar ella, cada cielo brillante, desde la torre florida en lilas y tulipanes. Contemplaba un universo de muchas nebulosas incomprensibles para su conciencia. Y ella, pese a todo, queriendo estar siempre, cerca de su solo romance, se esforzaba por inventarlo entre los pensamientos de sus creaciones solitarias, otra vez insospechadas, otra vez insondables. Pero luego había algo de lamentos en su ser agónico, algo de sin sabor en su alma. Así que arrancaba ya una rosa blanca de las tantas que había alrededor suyo. Al rato, dejaba que cayera al lago del castillo pedregoso. Era un lago opacado hacia donde iba muriendo la flor. Las aguas estaban figuradas un poco más allá de las torres principales. Su rostro femenino, enseguida esbozaba una mueca de rabia. De

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hecho, parecía entrever una caída amorosa, ante sus recuerdos alejados; sentía asimismo ella, que era un recuerdo procedente de otros lados inesperados.

La princesa en su única eternidad; era por cierto una rubia fascinante de ojos azules, era de una belleza romántica. Así que al recordarse muy linda, ella estuvo de nuevo relajada, volvió a su aposento, entre algunos sollozos agotados. Cruzaba, ya algún pasillo de esculturas antiguas con reyes imperiales. En sucesión, se acercaba a la puerta de cortinas moradas lentamente. Unos segundos después, volvió de un lado al otro lugar encerrado, esta vez sin saber qué hacer en vida, sin su pretendiente, si adorarlo más o sí dejarlo, hasta el fin del nunca jamás.

Esta misma mujer apasionada; ojeaba entonces con algo de miedo, las alturas del techo curvado de arriba suyo. Más de repaso, tras un solo movimiento impensado, recomenzó sus otras imaginaciones, iban siendo dedicadas a su honorable caballero; un hombre de rostro sumiso, quien parecía ser suyo tiernamente. De todos modos, hubo que aclarar el resto del abrazo sagrado de ellos. El novio sólo era suyo en unas escasas ocasiones de acortado espejismo, incluso antes de haberlo visto de cerca, sabía que no era suyo plenamente. Eso pensaba ella quedando algo decepcionada. Además, mucho antes de haberlo encontrado, lo supo extraño, para su propia creación. Aunque mal o bien, era un ser existente, para toda esta confusión de inspiraciones esperanzadas; otra vez, bañadas en su luz angelical.

Luego evidentemente en ella, se fue haciendo otra ilusión de curiosos anhelos repetitivos. La princesa, por lo enamorada, se veía girando sobre sí misma en unos giros de piruetas. Extendía los brazos para un solo acto de pasión reunida. Dejaba arrastrar ya su esencia, hacia lo profundo del espacio, lugar en donde permanecía su otra parte gemela, sin saber aún en donde estaba vivo precisamente.

Ya por entre los rincones de la misma inspiración suya, ella fue y develó con grata sorpresa, junto a su cierta dulzura, una silueta sombreada, una figura varonil. La descubrió bajo la caída de una llovizna. Era la lluvia color de plata. Recaía de a poco luminosa sobre unos árboles rojos. Tendía a ser restallante para ese atardecer fantástico. Las gotas de agua rodeaban además todo este plano existencial. Después sorprendía al hombre, sin lugar a dudas, curiosamente descubierto en medio del paraje, igual que a su elegido, antes bien, reconocido por la tersura de su piel oscura, más que por la mirada altiva, sincera a su gracia permanente.

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En cuanto al resto personal, su artista lejano, tenía el cabello negro, algo liso y bien arreglado, para su preferencia de princesa. Así lo descifraba ella en su ceremonia espiritual. Al mismo tiempo se encantaba junto a sus cavilaciones increíbles. Desde luego sabía de su devoción creadora con la sobria música. Él; era todo un solista de otra época indecible, sufrida en sus tiempos de nostalgias, quizá incomprendidas a su pobreza de hombre encarnado, igual y pese a todo, seguían muy contiguas sus almas embelesadas. Aunque había cierta felicidad, había en ellos otros días de lástima, sucedía así de mal, porque las otras almas semejantes, no eran capaces de demostrar, sus sentimientos sinceramente. Y claro, por la causa de estas inclemencias rutinarias, la princesa enseguida caía rendida, ante la voz ligeramente escuchada, ante la sonrisa seductora, que él iba y dedicaba a los otros seres semejantes.

El enamorado incansable, por su parte, proseguía los caminos de sus ayeres fracasados. Andaba solo por los callejones de una ciudad vanguardista. Miraba hacia los rascacielos del centro urbano por donde iba transitando. Era bien conocida esta metrópolis por muchos extranjeros. Estaba preciosamente ideada de entre un fulgor azulado de libélulas y lámparas públicas. Pero era claro todo el resto vivido, eran obvios sus pensamientos sublimes. Dicho artista iba sin un rumbo preciso. Llevaba, su guitarra acústica en la mano izquierda. Bajo una noche, acababa de salir del concierto, que había realizado, hace unas horas en el teatro, más concurrido del centro cotidiano. Ahora él cruzaba una cantidad hombres y mujeres de ropas elegantes con miradas cortesanas. Los miraba de reojo y enseguida aligeraba su paso anhelante en desconcierto. Luego se aproximaba a su pequeño apartamento en donde se sentía algo feliz. Era famoso con su arte y su voz dulce. Era conocido por mucha gente famosa. Pero como todo no podía ser completo en su mundo, por allá lejos, había brotado en su interioridad, otra depresiva sensación de melancolía. Estaba mal engendrada, bajo su desgracia impensada; durante los años de infancia, ella taciturna, ella poco irrecuperable a sus días del ayer, entre los juegos inocentes ya perdidos.

Además como si fuera mucha tragedia, la mujer suya, no se aparecía por ningún lado del destino incierto y realmente suyo. Vagaba un sin rumbo extrañamente serpenteando por entre las sobradas apariencias y escasas alegrías. Tal artista eso sí, intentaba descifrar a su princesa del encanto. La buscaba linda en cada mirada insistente; ubicándola en los rostros femeninos, que procuraba entre sus cantos trasegados. Pero nada de señales esperanzadas

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en rubores confiables. Nada de ese amor idílico del amor. No encontraba a la pureza de la esencia suya, atrás de ninguna pretendiente empalagosa; tampoco comprendía quien era la preciosa del apego constante; ella con su juventud hechizada y su misericordia inacabada.

Por cierto para la princesa, no había dudas en la intimidad suya del amor. Desde su claridad inmaculada, ella sí lo había descubierto, entre las muchas almas perdidas; que seguían existentes en los otros universos procreados. La joven mujer, además presentía un sol poético. Estaba encendido a sus abrazos en los que ellos estarían, por fin juntos, hasta siempre, ellos reunidos, luego de tantos siglos, sufridos otra vez en desconsuelo.

Ahora bien, la princesa, entre una armonía del amor dedicado hacia su artista, por fin cesó de girar calmadamente, durante un sólo instante estrellado en cielos, bien concertados a cada infinitud. Al rato de haber pensado, cuando volvería al más allá, ella sola, salió de su aposento, dirigiéndose hacia el salón principal del castillo. Se fue con algo de ansiedad en su corazón. Bajó las escaleras de mármol oriental. Aún no cerraba sus ojos clarividentes. Estaba sola en el castillo del reino. Luego llegó a donde quería estar sin mucha demora. Caminó un poco más entre el mudo crepúsculo. Hacia lo relajado, dejó reposar su delgado cuerpo, sobre los sillones sedosos del salón, todos de coloraciones blancas.

Una vez allá, esperó hasta donde la gran magia se haría en la noche; una noche de auroras, rodeada de muchos astros fugaces. Y ella lo seguía amando a él, lejanamente junto a su confianza devota. Ella por lo tanto, presentía al maravilloso abrazo, aunado a su gran amor sincero, confiado desde sus otras verdades inhóspitas. Quedaban además unos escasos segundos para hacerse el final del crepúsculo insospechado. La mujer seguía esperando confiada a su tranquilidad aplacada. Luego entonces fue precisa la otra realidad. Todo se oscureció en ella, tras su muerte natural. La princesa linda, murió de un solo ataque al corazón inesperadamente. Falleció de dolor y por amor a su hombre. Fue el resultado de su otro romance latente. Más aquí en efecto, hubo otra muerte, fue la muerte de su esposo distante, quien se supo ya en otro espacio distinto, algo confabulado en los misteriosos tiempos de la creación universal.

Y al final sin final, ellos dos se encontraron en el mundo de los fantasmas, ambos se abrazaron en sus linduras, sin nada de esa soledad, mal evocada atrás del tiempo. A lo distinto, hubo en estas dos almas fundidas, un ahora y un hasta siempre, hasta el sinfín de sus inmortalidades.

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ÓLEO SOBRE TELA

Me gustas cuando callas y estás como distante. Y estás como quejándote, mariposa en arrullo. Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza: Déjame que me calle con el silencio tuyo. Pablo Neruda

En el pasado; tú no creías en nada, Laura, antes dudabas de nuestro ilusionado romance. Hace unos años, tenías la posición incrédula y yo no conseguía descifrarla por el extraño silencio tuyo. Menos mal, sucedió toda nuestra pasión entre ambos, yo haciendo como hombre y tú renaciendo como mujer. Nuestro amor igual fulgía, mientras mi alma te descubría encantadora, cuando mi amor te prefería entre un sueño de pureza. Fue durante nuestros recuerdos de fantasía cuando se dio nuestra magia idílica. Ante ello, yo no discuto más los pasados paralelos. Esta vez, mujer, nuestra larga dulzura y nuestra confianza, se hizo latente con evocaciones imperecederas; se volcó en nuestras alucinaciones solamente lúcidas. Y claro, que fue elevado nuestro abrazo de intimidad ardiente. Además, fue tan vívido y preciado para ambos, que voy contártelo otra vez. Por cierto, hoy te digo un secreto más de lindura; mi recital inmediato, va a ser más preciso y descriptivo, antes que nuestro primer día, cuando nos sentimos juntos, cuando nos supimos enamorados, atrás de la confusa lejanía. Aquí recomienza entonces, nuestra historia encantada, hermosa mía, mi mujer de las muchas existencias.

Si mal no recuerdo, la noche de aquel jueves anhelado, estaba recostado contra el camastro de mi cuarto umbrío. Me envolvía en las sábanas de arco iris, mientras en los pies, las sentía suaves, un poco frías. Luego, decidí erguir un poco el cuerpo hacia el espaldar rojizo del descansar. Lo hice sin saber como me dejaba llevar por la soledad de la noche, una noche muy azul y ella muy espejada. Acomodé así entre las rutinas, una almohada de plumas, atrás de mi cabeza. Esperé algo bueno por hacer entre el espacio sereno. Del mismo instante, quise tomar el poemario de Neruda, que estaba encima de la repisa de caoba. Estaba al lado derecho mío. Pronto lo acerqué al rostro lánguido. Lo abrí con suma

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elegancia. Comencé a leer; Me gustas cuando callas, en la medida que salían unas nebulosas del cielo limpio. Yo repasaba ya las frases en verso suavemente hacia mis ojos fugados. Todo el canto iba al ritmo impuesto por el poeta inmortal. Su armonía parecía contener unos bajos deslices de nostalgia. Por el demás gusto, fue tanta la belleza artística, que hube de llegar al estremecimiento de sentirme absolutamente deslumbrado y quemado por el fuego astral del poema. Así entonces, mi propia conciencia se vio arrastrada por la altura amorosa del verso final, que fue inolvidable.

Una vez terminada la última estrofa, no contuve la pasividad. Amor, elevé un poco la voz de este gran artista. Evoqué otra vez el poema con rubores en las mejillas. Percibía mi voz rumorosa, deshilándose desde su única emoción poética. Del hecho; santo fue como volver al pasado del universo, llenamente nuestro. Laura, fue estar reposado entre tu mariposa flotante, fue como verte en verdad, abajo de mi ulular fantástico. En cualquier caso surrealista, no sé bien como nos bebimos nuestra lluvia de vida. Sola te profesaba cerca de mí y sola te sentía, adentro de mí, amada adónica. Todo se nos daba sobre unos tiempos indecibles. Era divino acariciarte junto a tu intimidad femenina. Cada danza de cuerpos ajenos, vibraban en una unión espiritual. Luego del último grito, te alejaste del placer y me dejaste ebrio de placer. Y yo, volví otra vez al presente y dejé el poemario al lado de las otras obras literarias. De repente me supe cansado volviendo a una llenura en ausencia. Me pensé solo y sufrí tu ausencia, mirando hacia el tejado de las lunas impresionistas. Así pues, que decidí presionar ya el interruptor de la luz del cuarto y sin ningún fin, me recosté en la lentitud relajante del lecho blándido.

A esa hora, sólo apreciaba por atrás de los ventanales del recinto, algunas estrellas en la distancia con su luminosidad. Y otra vez lejana tú y tus besos febriles. Aún pensaba en ti sinceramente. Aún me quería en tu nobleza y yo paseando con los dedos tu sonrisa de blancura. Seguía amándote desde lo retirado con presunto cuidado. Te figuraba ahora entre el pensamiento, bajo la negrura de mis ojos recién apagados. Luego comencé a sentir un agradable adormecimiento que procuraba distanciarme de a poco de aquel sitio penumbroso. Me fui alejando de la habitación forzosamente. El sueño me sacó del dolor oscuro, donde antes se ahogaba la muerte. Del otro espejo viviente se abrió entretanto un mundo desconocido. Ya me soltaba con cuidado hacía sus inhóspitas maravillas, se desvestía bajo una lentitud acompasada y entre una intensidad eternizada. Pero a la vez,

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todo pareció suceder fugazmente, hacia mi videncia. Laura, mientras yo entraba más y más hacia lo hondo de paisaje vaporoso, recorría a solas el sendero de un bosque con un vestido negro. Iba yo como sin un rumbo escogido. Y cerca de mí, escuchaba el crujir del césped a cada paso andado. Además, parecía que te estuviera persiguiendo con locura, porque mi alma siempre te ha amado. Tú lo sabrás más que nuestros corazones melancólicos. Aparte, antes del principio creador, te anhelé desde siempre con sobrada vehemencia, te quise con una esperanza abrazadora. Por esto bello, la brisa del paraje era ligeramente fría. Volaba acompañada por un olor perfumado a flores invernales, ellas flores, siempre impregnadas con pureza angelical. Y tan sólo yo y el amor por ti, que se me agolpaba en el espíritu, durante aquel recorrido misterioso. Y por esto bello, se me venían las lágrimas como una avalancha de nieve arrasadora.

Ahora bien, yo esquivaba unas ramas de los cipreses frondosos. Al mismo tiempo, exploraba la selva más bien primaveral. Trataba de mirar una y otra vez hacia el horizonte perlado y hacia toda su inundación de frescura. Pero mi confusión era sincera, no veía con sincera claridad. El cielo del cielo, se removía sutilmente nublado como si fuera una alucinación inmaculada. Había además una bruma espesa, revolviéndose en la atmósfera ondeante, rodeando las hojas azules y los troncos boscosos de esta naturalidad edénica.

Así por cierto, debido al deambular hechizante, escogí tomar por un paraje extremo del bosque, originado con madrigales. Ahora allá, rebasaba varias rocas revestidas con musgos babeantes. Sorteaba durante el mismo camino, un arroyo de agua trasparente y repleto de peces rojos. Todo este paraíso de unción, se hacía más fijo en su realidad. Lo percibí un poco tangible, mientras me sentía otra vez extrañado en esta perfección existencial. Desde lo individual, me impresioné por obviedad y renuncié a la búsqueda tuya en este escondite. Afortunadamente, para mi incierta ansiedad, resolví recorrer otras cuantas praderas intensas de follaje. Aparte, había descubierto a lo lejos, una cabaña de maderas antiguas, mientras más allá de la otra orilla, aparecía un lago finamente plateado, era un lago místico y algo apacible.

Así entonces, fui sólo hasta allá, haciendo uso de una exagerada precaución, entre la bruma maleable, entre la quietud nevada. De paso a paso, fui reconociendo la cabaña sin ningún habitante y de una vez, anduve por las afueras de aquel hogar descuidado, hasta cuando vi un escaño de metal, escondido entre varios arbustos de abejas, entre pequeñas

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rosas violetas y otras vegetaciones, sembradas a un rincón de la puerta desvencijada. Supe próximo este asiento de relajación. Luego, resolví recostar allí, mi ajado cuerpo. Descansé un poco la mente mientras volvía a evocar tus bellos encantos de mujer; Laura. Y cierto, Laura, estiré mis brazos de piel morena hacia los costados y entrecrucé las piernas. Al mismo presente, observé un brillante rebrotar de mañanas entre vuelos de cisnes, cantando ellos bajo las nubes pintorescas, cortando las auroras invisibles. Divisaba enseguida el reflejo de unas altas montañas que parecían mecerse en ese mismo lago de olas leves. Ya a mi vez, volví el rostro, justo al frente y de golpe, aprecié todo este cuadro milenario, queriendo expandirse vertiginosamente. El sueño atractivo, Laura, sin embargo allí, no acabó con su magnitud. Yo hice un máximo esfuerzo por volver a ese espacio increíble otra vez; sólo por ti procuraba revivirlo en los instantes salvadores. Sucesivamente percibía que la acción inmediata, resurgía como leves nociones de fijación. De un solo chispazo, entonces te descubrí, mi enamorada, pude contemplarte con tu alta figura de belleza, proviniendo del lejano mundo. Venías ahora, recorriendo un sendero de flores por entre los árboles tupidos de matorrales. Te acercabas junto a tus pasos lentos hacía mí. Venías ondeando tu cabellera castaña. Hubo pese a todo, otro apagón violento en esa instancia. Se hizo con un sentido palpitante. Al corto tiempo, regresó completo el espejismo y tú regresaste a mí. Te hiciste al lado mío con delicadeza; nos aferramos a nuestras manos, nos besábamos como si lleváramos muchos años de estar juntos. Tenías el vestido de coloraciones blancas, que tanto me gusta verte; te quedaba muy precioso y te queda muy hermoso. Se te hace todo digno a tu elegancia celestial. Luego, te aproximaste más y más hacia mi hombría. Te viniste encima de mí con timidez y me abrazaste con calores tiernos. Al otro sublime encanto, me susurraste al oído: Amor, vamos a pasear por el edén, quiero recibir la brisa, quiero contemplar los pájaros azules.

Ante la petición tuya, aprobé el antojo tuyo; sin vacilar nunca. Sin pensarlo una sola vez; te dije que sí, te amé en verdad. Así que ambos nos levantamos enlazados, nos alejamos felices del pasado, hacia los cipreses danzantes del bosque.

Ahora, no hay más recuerdos legendarios, Laura. No sé tampoco cuantos siglos llevamos reunidos en nuestro sueño feliz. Sólo más bien, hoy sé que me gustas, que me cautivas cuando me abrazas, que eres encantadora con tu presencia, cuando vienes otra vez al encuentro y me despiertas, sobre la nueva realidad, entre un beso y entre muchos más

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besos. Y hoy me sé embelesado de ti, hoy me siento enamorado, porque ya estoy contigo, hoy estamos por fin juntos, adentro de nuestra fantasía. Y hoy estoy alegre, alegre de que nuestro amor sea cierto; Laura, novia mía, mi Laura virgen.

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TODO UN PORDIOSERO

Es verdad; no se lo puedo ocultar a nadie; yo vivo en la puta calle, vivo en la perra miseria. Llevo más de siete años de estar sufriendo en este aquietado pueblo de Murimá. Escasamente tengo el vicio del bazuco que se me queda aplastado contra la cara. Por eso por esto duro, me ha tocado tragar hasta gallinas podridas. Así de mal, no soy sino un pordiosero, quizás un poco culpable de las faltas, que antes de chanda cometí. Ya por cierto, experimento los rudos tiempos de la vejez mientras sigo sin una tumba en donde no puedo acabar de morirme. De estos restos, mantengo vestido es con un traje gris. Así que me sé sucio y mártir. Pero no puedo quejarme de esta penuria mía. Me resulta clara toda la inopia íntima, que admito por esta perdición individualista. En sí, me soporto las ofensas de la gentuza callejera porque sé que he cometido muchas perversiones, desde cuando comencé con los desvaríos de mi juventud, ahora más que pérdida. Y es bueno confesarlo como es prudente aceptarlo; sin querer buscar las evasivas, estoy abatido.

De demente nomás, atrás de los tiempos asesiné a diferentes hombres de designios honorables. Sin dudarlo nunca, resolví exterminar a las víctimas cortándoles la garganta o acuchillándolas desgarradoramente en el corazón hasta que murieran desangradas. En serio que fui de lo más infame. Yo era antes una rata de porquería. Desde la indecencia, confieso que fui un sicario de mala calaña. Además fui jalador de bicicletas así como fui expendedor de drogas. Estos horrores de degenerado, fueron entonces los trabajos más codiciosos que de malo realicé entre la brutalidad, sólo hasta cuando empecé a trasegar por la madurez. En ese mismo sin control; ideé mis mayores pensamientos, queriendo hacer dinero del fácil. Entre mi alma me sabía como un hombre intocable. Las tardes me parecieran una perfecta fantasía. Yo mantenía ejecutando actos bandálicos. Le hurtaba a los forasteros los carrieles finos. Siempre de efusivo; desde esta cara aún viciada, hice resufrir a los civiles indefensos.

Por tales motivos, tampoco pensé en las personalidades que debía destrozar a punta de navaja. Con tal de que me dieran la millonada de pesos, pues el resto andaría bacano para mí. Así sin bien, entre las seguidas andanzas, hube de inventar cualquier cantidad de artimañas, procurando atraer a los chinos colegiales para tentarlos a que consumieran

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mandras, el alucinógeno más corrompido de los pueblos. De modo que de negro, todo lo maldito de mí, me llegó a resultar un juego de niños.

Por allá en el barrio de las lomas donde habitaba; después de algunos años me creí como el grandísimo ricachón de las villas, según la burda mediada como obtenía dinero alocadamente, sin ser un poco equitativo. Pero el resto fue la justicia contra mí; una vez me cogió el vicio de lleno no pude asumir mi seguida decadencia existencial. Entre lo umbrío, la conciencia se me vino al piso duramente. Cada trabada me consumió en lo abismal. Por lo pronto, pasaron los años ochenta como niebla y yo ni los sentí, ni los vi por soplar tanto perico del loco. Incluso, hasta acabé como una persona humillativa. Me ponía a gritarle a los vecinos desamparados, viéndolos e ellos desde mis ojos verdes. Pero ahora la historia es distinta, porque me cambió por completo. Ahora son los días del castigo y así yo quiera evitarlos, tengo que soportarlos a costa de tristeza.

En esta descorrida experiencia, pienso entonces diferente sobre esta vida. Descubro que el mundo no nos perdona ninguna atrocidad. A cada hombre, le corresponde lo que se merece, así la gente quiera negarlo. Sin la menor distinción, le recaen las sombras a todas las gonorreas que deciden acostarse con el diablo. En esta sensatez de razones, me identifico entretanto como un degenerado en un pueblo de degenerados. Y lo peor del delirio individualista, viene a ser que no puedo evadirme de mí. Quizá hasta cuando la muerte lo designe, sólo podré concebirme en algún paraíso de lindura poética así como de castillos futuristas. Pero hasta el momento, sigo aguantando a la suciedad interna, sin querer volver a esa oscuridad de los crímenes lamentables.

Los tiempos actuales, se conciben igualmente duros para todos los seres humanos de este inmundo, sin haber alguna distinción de razas, sin haber privilegiados. Desde mi destino así de azarosamente lo comprendo. Miro este infierno recreado el cual parece es más un presidio del horror. Casi todo trabajo resulta ser explotador para casi toda esta muchedumbre. No parecen haber muchas salidas de esperanza. En éxtasis, la mortandad es cada vez más estrambótica en las calles. Diferentes de pelados o de peladitas, deciden ellos matarse a costa de sobredosis. En este sentido, los jóvenes desde lo precipitado no dejan de chutarse con heroína para ir en busca de algún nirvana arruinado. La vaciedad, acaba así por ser en verdad una depravación horrenda y lo peor es que yo hago parte de ello. Me es doloroso, verme así de desechable como el resto de los jóvenes arruinados. Además aquí,

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los chicos malos son elogiados y además aquí, los hombres buenos son detestados hasta la chifladura, hasta cuando son llevados a la muerte. Tras cada nuevo amanecer, sólo hay es guerras impuras y hay es bombardeos y después hay es menos colombianos, dispuestos en acciones de paz. No hay tampoco nada de cultura como la que yo tanto necesito para poder salir del atraso intelectual, que nunca he alcanzado.

Hundido en este país del desorden; soy pues otro viejo inútil, que sigo de acabado en la vagancia, sin algún empleo realmente digno. Al mismo día, ni siquiera tengo una covacha adonde pueda acabar de resistir a la recaída soledad. Nomás, durante las noches nubladas resiento el frío como una congelación terrible. Pese a cubrirme con cartones rasgados, la ventisca me es arrasadora, así esté debajo de algún árbol. Desde esta azarosa intemperie, uno se pone es que se muere de abandono sin uno recibir el recogimiento de nadie bondadoso. Eso sí digo, no es que uno sea cobarde ni es que acabé llorando en ocasiones. Esto del furor mío, surge es por la indiferencia de los ciudadanos ignorantes que nos repudian a nosotros los cartucheros de siempre. Desde las necesidades, me falta el abrigo para protegerme de las heladas, porque hasta el techo lo perdí en menos de una trabada. Más la horda alocada me mira con desprecio y no me auxilia. Cada transeúnte con ruana y sombrero, pasa es rápido con una cara de asco. Al seguido desecho, pues me cuesta protegerme de las lluvias borrascosas. La aspereza se hace recia. Me dejo hasta arrastrar por la dejadez; así es mi realidad de roñosa, pero tendré que superarla.

Menos mal, ahora es de madrugada y ahora puedo escribir mis memorias sin sufrir tanto a la desgana. De momento; rehago aquí a solas la literatura, aquí sentado contra el escaño del parque central. Es un sitio bonito con hartos pinos. Seguido riego sin nada de miedo, lo poco que queda de mi existir sin tratar de esconder nada. Trazo mis metáforas con un lápiz rojo y las recreo sobre la hoja blanca. En esta medida, siento como me mira de mal esa plaga, quien va para el trabajo a ser corrupta. Ellos pasan con sus risas rotas; exhibiendo unos disfraces de riqueza absurda, haciéndome su mala jeta. Pero yo ni les respondo con groserías. De lástima, espero a que sigan por sus desrumbos mientras los recreo con el arte de la escritura. Para que vean, acaba de pasar un señor de ropas negras con su abrigo. El paseante huele mi mal olor y pronto se aleja de mí. Me evade por un lado con temor. Más esto que acaba de darse es regular a mi rutina. Son los dolores que de a poco me matan. Eso esta sociedad me humilla sin sabiduría. Es esta la crudeza que me toca

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padecer a cada rato. Pero la soporto mientras sigo poetizando entre las lagañas. De seguido, llueven las ramas de los pinos entre el aire. Ellas van cayendo verdes sobre el prado a medida que me limpio las pestañas. Asimismo el ruido de la naturaleza se hace sereno al mismo tiempo que acaricio a mi piel áspera. Por cierto, la presiento como maltratada ante los tantos trasegares de cuchillería. Desde luego, tengo tres cortadas de gamín; una en la frente y las otras restantes en las mejillas. Son aterradoras las cicatrices y me identifican como a un ratero de mala calaña. Eso sí, pese al actual parecer; nada de nervios; ahora ya ni asusto a los niños. La vejez puede más conmigo. A lo pésimo ando de encorvado, pidiendo a veces limosna, las veces cuando voy a la plaza de mercado. En tanto, me lo paso mal, sin muchos alientos. Aparte de ello, estoy un poco desmuelecado. Me falta uno que otro diente frontal. Para este seguir de mañana, debo tragarme de por cierto el pescado crudo que cogí de una caneca. Lo bueno será tragármelo con cuidado para así no lastimarme las encías. Pero no; espere, mejor me lo enguto de una sola junto con las espinas y sin pendejadas, pasándolo con un trago de chirrinchi. Listo entonces, ahí me mando lo del desayuno y la comida.

En cuanto al resto, más tardecito me emborracho con tal de vencer esta maluquera, que siempre me resulta tan berraca. A esta hora en serio que no puedo hacerlo, porque desde hace tres noches, que llevo oliendo bóxer. El frío de anoche fue muy hijueputa y por eso y sin mente, me tocó jalarle a la pegada. Eso como habrá sido la viajada, que luego de haberme despertado con las maricas estrellas, aún tengo dolor de cabeza. Igual, tengo la melena con restos de pegante, igual, mi pelo es largo y es canoso, así es que por eso ojeo algunas de las canas pegajosas. Más a lo más casual, me miro de vez en cuando en la fuente de agua, que hay atrás de mí y de golpe me da es pura vergüenza. Antes era de esos hombres buen mozos. Pero ahora estoy como flaco como pálido, que ni siquiera soy capaz de reconocerme. Entre estos desdías de hambruna he cambiado demasiado sinceramente.

Mi cuerpo físico está diferente al pasado, ahora está todo arrugado. A mi piel la percibo como de lo más añeja. Me sé desgastado tras el paso de las épocas. De a poco, sufrí unas con otras mutaciones naturales, pero yo casi ni me di cuenta. Y ello, se debe a mi constante deambular de callejero. De todos modos, hoy me sé con menos brutalidad. Aunque aclaro, no es que haya dejado de ser un vagabundo del todo. Desde lo decaído en mí; soy todavía un vago pendenciero, sólo que de ocasión voy siendo un personaje de tugurio, quien va

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aprendiendo a reflexionar bruscamente. A lo bientos que sí. Ya tras tantos años de indigencia, me convertí fue en un veterano, que he aguantado los golpes del alma a las bravas. De cada desesperación interna, aprendí a ser menos quejumbroso a la vez que descubrí lo esencial de lo que es ser un hombre, lo cual es ser fuerte hasta después de la muerte.

Maldita sea, así que mejor que todo se vaya para el carajo. Bueno, que este infierno se nos venga encima a todos nosotros los depravados. Que bacano que se derrumben las ciudades con los terremotos. Que los mares inunden los edificios, que magnífico. Sobre estos casos propios, me alegra el ver estos cambios mundiales, porque mi destino es una porquería. Me parece único que la catástrofe llegue rápido. En cadencia, la explosión de las mazmorras es una cosa extraordinaria. Y de paso, bueno que este pueblo de escorias se acabe junto conmigo a ver si por fin vislumbro la otra vida, más allá del apocalipsis.

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ABRAZOS

La ilusión de una morada en el tiempo es el deseo de hombres y mujeres.

Octavio Paz

Hoy sacralizo tu alma, poetisa. En el instante, permanezco esperanzado, oliendo tu aroma de novia. Yo enamorado, me quedo suspirando por la poesía tuya. Entre lo perpetuo, sigo vivo bajo la tarde tropical, queriendo estar siempre contigo, porque eres la primavera de mi juventud. Y hoy sólo te amo por la emanación tuya, bajo este deseo de placer, que presiento profundo en ti, sin recelo, sin miedo a la distancia. Ya de repente, te caes sobre mi cuerpo flaco. Hermosa y con un todo fresco, me besas en la boca. Nos concebimos abrazados como los queridos románticos, mientras persistimos sentados junto a la marea de la playa. Al otro suspiro, te riegas un poco en la mariposa, toda falca, te delatas a lo famélica. Más, yo te acojo para probarte y nos sabemos a solas, risueños de alborozo. Nos ofrecemos unas miradas confiadas; tan procuradas por ambos con dulzura; amorosa.

Mientras, se hace este día vibrante, más intenso. En demasía el gozo es tierno en armonía para ambos. Así bien, develo el reboso de tu dulzura en tus mejillas, según como disfruto, una con otra caricia tuya, tan palpitante en ti. Y el silencio, un silencio sereno y tuyo, moza. A solas, nos acoplamos de a poco con nuestro romance. Asimismo, te veo más bonita que cuando nos encontramos aquella mañana en la isla del edén. Por el presente, tú estás tan delicada y tan madura como dama de primavera. Pero apenas te lo digo; debido al miedo, sólo te susurro este secreto. Hoy quiero adorarte con figuras intimistas. Me separo entonces de tus pechos albos, allí donde estaba recostado junto a tus delicias celestiales. Así que lento, pinto tu belleza en el lienzo. Te hago rosácea como para esta ocasión tan esperada. En la instancia, te concibo más preciosa, que las sirenas soleadas. Tu efigie es esbelta como una diosa misteriosa; tu piel renace blanca como las nubes y yo te admiro con pasión desbordada. La cara tuya, precisa en lo esotérico, me hechiza y envanece. Con la adecuada devoción; tus ojos de mar, entre esta realidad confundida; ahora me sumergen en fantasías. Por esta vivencia tan nuestra, te ansío con más besos. En vez, yo rozo tus brazos de color

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arena. Y el olor a lila tuya y persistente que embelesa, me sublima. De llenura, tu gracia dada para la vida; me hace loarte con locura. Conmigo estás toda sincera. Ya con sorpresa; tus cabellos se mecen junto a la brisa, ellos van refulgiendo castañamente con perfección

El día y tú, resurgen en uno solo, se prenden hechos para este pintor tuyo, quien termina de sonreírle a tus rubores, muchacha idolatrada. Avivo enseguida, la inspiración por cuidarte largamente hasta el sin fin del olvido. Para esta vez, me quedo entonces contigo, sin ningún adiós desvanecido, recobro tu dócil ilusión. Y a suscitación con elevación, estoy contigo como reposo en tu felicidad; dedicándome a ti y protegiéndote con nuestro amor; candorosa de mi mundo; linda, que te poseo otra vez abrazada a mí, mientras acabo de recrearte; mujer surrealista.

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AFUERA DE LA NADA

Invento una abstracción. Representa mi interioridad. Es tan artística que me adentro en su complejidad. Voy hacia su magnitud. La percibo y se parece a la palabra, infinidad. Sus rincones son maravillosos. Cada obertura es misteriosa. Siempre hay una nueva convicción. Por eso en bien es majestuoso estar en este espacio deslumbrante. Me muevo hacia todos lados y hacía ningún lugar. Sucesivamente cambio de forma abstracta, sin haber lógica. En un segundo soy un ser inmaterial mientras que en el otro instante soy un ser fantástico. Es agradable saberse diferente. Entre lo otro valioso, me alimento del líquido inasible que por aquí cobra una efusión, su sabor es espiritual. De a poco inunda los vacíos. Es sutil su química y calma mi sed por soñar. Más puedo traspasar los sentidos. Reconozco como los recuerdos se rompen. Lo trivial se dilata. A lo conjugado el dolor deja de existir. Todo lo superficial se me borra de la conciencia. Sólo la fantasía real se reproduce en esta dimensión. Sobre lo insondable recupero mis ilusiones. Es este un presente antiguo que yo reconstruyo. Antes era indistinto y ahora lo hago alterable, ahora lo vuelvo trascendental. Tanto aquí lo único, que uno como creador puede quedarse inmerso en esta composición, sin los simulacros; más yo lo busco con voluntad. De hecho en este estar yo estoy feliz, no hay imágenes y sí hay sublimación.

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LA RUTINA DEL EMPLEADO

Los hombres y las mujeres del mundo, van al trabajo. Ellos caminan de madrugada cansonamente por las calles. A su hora, nadie no tiene ni un minuto de tiempo para nadie. Los desconocidos se sufren rabiosos con los otros desconocidos. Al parecer casi todos viven ocupados. Los ejecutivos corren estresados con sus portafolios. Los jefes del capital, pasan montados en sus camionetas por la carretera. El centro del comercio, se hace en lo sucesivo, un atolladero de lo banal, porque mantiene atiborrado con estos ciudadanos. Unos andan locos de remate y otros se matan de ansiedad, debido a los contratiempos. Y el existir se concibe cada vez más insoportable. Así cada empleado social, lo pasa encasillado en las empresas opresoras. Estos obreros y trabajadores, iguales llegan de las calles y entran a las oficinas, para hacer sus metódicas tareas, reclinados contra cualquier silla. Pero es claro, las pendejadas que allí se inventan es para mantener a esta estúpida rutina. De forma semejante; qué lo que no sirve que no estorbe, así resultan juntos su lema. Sin miedo, ellos cantan este descoro mientras una suicida traspasa los ventanales del rascacielos aledaño. Luego, hay asombro afuera y luego no pasa nada importante. Sólo se percibe a ese futuro sin futuro en la urbe. Entre lamentos, la sociedad es engañada; les llenan de embustes las cabezas. Al otro momento, hasta los segundos valen pesos, hasta para tener que salvarle la vida a esa hermosa niña. Dizque no ven que hay que trabajar para estar en competencia. Por cierto que es así; la mayoría pelean y nadie ayuda a nadie, hasta se olvida a la misma novia de a poco con el abandono, porque el cuento es que hay que ser empleados para uno poder tener a llenas; casa, carro y beca, así la humanidad se vuelva una miseria. Es esta nuestra suciedad tan siniestra y no la limpiamos a ella, la pobre se revienta

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ANIMACIONES EFÍMERAS

Los mimos juegan en el parque de diversiones. Se suben al barco del milagroso. Nadie los puede agarrar ni los policías. Sus ganas pueden más que la dejadez. En grupo, zarpan ahora hacia el cosmos. Un atardecer verdolaga los resplandece. De a poco se mecen en sus asientos. Empiezan a navegar por las aguas de la magia. A su sin tiempo, ellos imitan a los niños que los acompañan durante este viaje. Recochan con inocencia. Les hacen unas muecas chistosas. Estos navegantes de por cierto se ponen felices. Sus caras se ruborizan mientras que el vértigo les hace cosquillas.

Más a cada nada, una mima abraza a las niñas con recogimiento. Les acaricia los cachetes y les regala dulces. Es una fantasía lo que se vive en esta aventura. Todos aquí son amables. En esta misma paz, un mimo lindo salta al mar de los peces de chocolate. Se zambulle bajo las olas galácticas. Busca la comida festiva. De cerca ve un poco de camadas de sardinas, recoge sólo las cafeinosas y veloz vuelve al barco tambaleante. Ahora hay varias cantidades de golosinas para los tripulantes. Y entonces los pequeños sueltan las histerias a medida que abundan las sorpresas. Así bien, entre lo instantáneo, aparecen los dioses de los astros. Sus espíritus son estelares, ellos son aéreos, expresan su humildad. En fraternidad, habitan por el universo insondable. Para esta ocasión, ellos elucubran unos conejos voladores. Los reproducen y se los dejan a los infantes en sus manos para que ellos los enternezcan. Enseguida, los dioses se van tranquilos y los mimos los despiden con sus gestos bromistas. Y la maldad allí no existe y sí crece la bondad. De esta forma ellos unidos conviven entre amigos, los infantes junto a los artistas. Por medio de rimas se cuentan los asombros que han descubierto. Exultan lo que han evidenciado con pasión, escuchan sus voces, se hacen más congénitos.

Pero claro, sucede algo disconforme; el mimo sabio quien es el que maneja el barco; decide anclar otra vez en la tierra. Lentamente se detiene sin desearlo, el paseo se ha terminado. Hacia lo otro inadvertido, todos vuelven a su normalidad monótona. Cada niño, se baja por la cuerda de la salida, acompañado por un mimo. Y un poco bravos, se ponen a pensar sobre el estudio con el trabajo de mañana, que ellos deben mal lograr porque en el

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pueblo toca ser aburridos para poder subsistir. Así en desilusión; las maravillas de a poco se esfuman; las niñas dejan de imaginar y los mimos vuelven a ser hombres.

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ÍNDICE

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9…LA PRINCESA Y EL SOLISTA…9 14…ÓLEO SOBRE TELA 14 19…TODO UN PORDIOSERO…19 24…ABRAZOS…24 26…AFUERA DE LA NADA…26 27…LA RUTINA DEL EMPLEADO…27 28…ANIMACIONES EFÍMERAS…28
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