EL ÁNGEL DEL MILAGRO Y OTROS RELATOS

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RUSVELT NIVIA CASTELLANOS

EL ÁNGEL DEL MILAGRO Y OTROS RELATOS

Editorial

Pensamiento

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Rusvelt Nivia Castellanos

El Ángel del Milagro y Otros Relatos Portada del libro Thomas Francis Dicksee El Cristo de la Mies

Editado en Colombia - Edited in Colombia

Diseñado en Colombia - Designed in Colombia

Impreso en Colombia - Printed in Colombia Isbn 978-1-105-38727-2 Registro 10-309-379

Editorial Pensamiento Derechos reservados

Año 2011

Ninguna parte de dicha publicación, además del diseño de la carátula, no puede ser reproducida, fotografiada, copiada o trasmitida, por ningún medio de comunicación, sin el previo permiso escrito del autor.

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RUSVELT NIVIA CASTELLANOS

Poeta y cuentista, novelista y cuentista, nacional de la Ciudad Musical de Colombia. Es al mérito, Comunicador Social y Periodista, graduado por la Universidad del Tolima. Y es un especialista en Inglés, reconocido por la Universidad de Ibagué. Tiene tres poemarios, una novela supercorta, un libro de ensayos y siete libros de relatos publicados. Es creador del grupo cultural; La Literatura del Arte. Sobre otras causas, ha participado en eventos literarios, ha escrito para revistas nacionales, revistas de América Latina y de habla hispana. Ha sido finalista en varios certámenes de cuento y poesía mundiales. Ha recibido varios reconocimientos literarios tanto nacionales como internacionales. Fue segundo ganador del concurso literario, Feria del Libro de Moreno, organizado en Buenos Aires, Argentina, año 2012. A mayor crecimiento, fue premiado en el primer certamen literario, Revista Demos, España, año 2014. De otra conformidad, mereció diploma a la poesía, por la comunidad literaria, Versos Compartidos, Montevideo, Uruguay, año 2016. Tiempo después, recibió un reconocimiento internacional de literatura, para el premio intergeneracional de relatos breves, Fundación Unir, dado en Zaragoza, España, año 2016. Mereció diploma de honor por sus recitales poéticos en la Feria del Libro, Ciudad de Ibagué, año 2016. Posteriormente, por su obra artística de poemas, mereció una mención de honor en el parlamento internacional de escritores y poetas, Cartagena de Indias, año 2016. Y el poeta, recibió diploma de honor en el certamen internacional de poesía y música, Natalicio de Ermelinda Díaz, año 2017. Bien por su virtud creativa, destacado es este artista en su país.

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EL ÁNGEL DEL MILAGRO Y OTROS RELATOS

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RELATOS

EL ÁNGEL DEL MILAGRO

TODO UN PORDIOSERO DE PRINCESA A SEÑORITO INSOMNIA EN ANDRESITO TACHUELA

UNA ESTAFA DE KINDER GARDEN

LA NOCHE VIOLETA

LAS OCUPACIONES DE JORGE

COMO LIBERTADOR PARA LA PATRIA

LA SOLEDAD DEL FILÓSOFO AQUELLA DIVINA MONJA ABISMOS

EL RETRATO INVERTIDO DE COMIDA PARA RATAS

MI INOLVIDABLE PESADILLA

ADENTRO DE LAS TINIEBLAS

SU DERROTA

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EL ÁNGEL DEL MILAGRO Y OTROS RELATOS

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Hay espíritus santos; que obran la renovación; hay hombres heroicos; que procuran la justicia; hay jefes perversos; que hacen la destrucción.

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EL ÁNGEL DEL MILAGRO

Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres. Jesús de Nazareth

De pasados a tinieblas, sucedían crímenes atroces, ideados de hombres a hombres. Era todo horrendo en la vida, todos los pecadores estaban en el mundanismo, durante la antiquísima época del mal. Había guerreros de insania; matando a campesinos brutalmente. Aparecían locos, descuartizando a mujeres indefensas. Salían dráculas de las cavernas, comiéndose a las mujeres tan santas de virginidad. Y resurgían unos reyes hipnotizados, queriendo tener lingotes de oro y papeles efímeros de dinero, mediante unos acuerdos de negocios falsos. De esta mala realidad, sólo afloraban pocos jóvenes justos, respetuosos por la vida ajena. Eran ellos escasos, los seguidores del bien y del arte universal. Menos mal, que venían para ser personajes estudiosos de las causas supremas. Lástima que ellos fueran condenados regularmente como brujos, por parte de los herejes fanáticos. Ante el motivo sanguinario; no había casi gente cuerda, ni salía suficiente gente ilustrada en aquella sociedad ciega, inmersa en los infelices vicios. Había era ignorancia impura en aquellos pueblos analfabetas. Sólo había acciones bestiales entre aquellos enfermos mentales. Más en bien, luego del viejo apocalipsis, resolviste venir con humildad, Ángel del Cielo, para aquí abajo de las nubes de este mundo, para desvanecer las infamias seculares. Descendiste entonces vos a esta tierra oscura. Caíste lúcidamente limpio todo convertido en un bondadoso niño. Asimismo, rebosante del amor tuyo, alma de luz, vos fuiste renaciendo en medio de una hacienda escondida; rodeada de flores amarillas y de fantasmas morados como candorosos. Eras ciertamente poseedor de la más alta belleza humana, nunca antes vista, por los desterrados del universo. La divinidad del rostro tuyo, revelaba tu alma perfecta, reluciendo adentro del ser tuyo, desde cuando eras un hermoso angelito, colmado de felicidad consentidora. Nomás la esencia emanada, desde tu escultural cuerpo de mestizo, fue irrigando en íntimos perfumes al pueblo de Soledad, la tierra donde naciste hace tantas fantasías agónicas. Más en belleza grácil, viniste sinceramente inspirado con la misericordia, estabas bendecido por la real trasparencia del corazón.

Unido vos a la memoria persistente, fue entonces vuestra misión para el mundo la más sublime en beneficencia, nunca antes escuchada por cuenteros, porque debiste libertar al hombre del suplicio efímero. Por esta verdad, allegaste a las tinieblas para sembrar paz a los rebeldes. Entonces bueno, durante los pasos del pesado destiempo, aún cuando estabas

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de infante, te supiste contemplando las llanuras anaranjadas mientras recorrías en camello, los senderos aledaños de Soledad, sobre los senos de tu madre, la Santa María. Bajo la tarde cálida, huías acompañado de tus magos y tus padres desplazados, hacia alguna cueva del bosque otoñal, para poder esconderte de las guerrillas orientales. De hecho en desquicio, sin gracias a los molestos chismes de los injustos emisarios, pronto ellos supieron de tu arribo a estos terrenos decadentes. Y esa legión de dementes; quisieron perseguirte a lo descarado para matarte cobardemente, lanzando cuchilladas a cualquier ser viviente, que se removiera con lindura. Todos esos malandros, te buscaron como despiadados, entre los rincones más inesperados, arrasando a muchos niños inocentes, mientras a la fuerza asaltaban las casas de bareque aledañas a las costas, donde sólo había exagerada pobreza.

Ya pasados estos días misteriosos, vos seguiste escondido con tus seres queridos, entre las rocas y los árboles del bosque, mientras pasaban los guerreros malhechores para saber en donde estabas escondido con prudencia. Por azar del destino, tus queridos desplazados se salvaron contigo, gracias al eterno Dios. Entonces, ustedes aguardaron otras tres largas noches para emprender el inesperado viaje, hasta la villa de Dolores. Juntos debajo de las hojas grises, comieron panes y tomaron agua de panela, lejanos a las estrellas fugaces. Una vez quedaron fuera de peligro; rearmaron la santa caravana y rápido se fueron camellando hasta aquella población desconsolada.

En menos de lo que cantaba el gallo, juntos ya unidos, fueron ingresando alegremente a las cercanías imaginadas de Dolores. Pasaron las calles polvorosas y las pequeñas aldeas a la vez que buscaban una casa sencilla de barro, donde poder irse a vivir, durante algunos años majestuosos. Vos único, seguías siendo un chico, pero eras ya sabedor de la compleja filosofía. Entre seguidos recuerdos, los magos rubios y mulatos, lentos cogieron por otro camino distinto. Fueron ellos yéndose relajados hacia las montañas mágicas, pero antes de explorar aquellos paisajes inhóspitos, dejaron a tu familia humildosa en Dolores; amparada con rosas y piedras preciosas con comidas deliciosas. Ante tales gracias, entonces tu padre y tu madre contigo, felices pudieron resguardarse en una casita de guaduas, más bien como pequeña, pero armoniosamente reconfortable. Allí con el deseo del progreso humano, fuiste creciendo con inspiración, mediante las lecturas griegas. Hiciste con justa bondad, diversos amigos como Pedro y como Tomás; vecinos del barrio de Jehová en donde allí viviste lucio entre ruidosas risas y sanas diversiones, como jugando al escondite por las noches y luego asociando al universo de rayuela.

Entre otras sorpresas, empezaste a trabajar adentro del taller del maestro, que era de tu padre, José Lilhá. Allá en aquel recinto, ideal y sorprendido, aprendiste a lo aural las bellas artes. De más preciso que tarde, vos creaste las pinturas más increíbles del futurismo, unido siempre vos a los consejos de Lilhá. Recreabas cuadros del cosmos infinito tal cual como

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rehacías dibujos de ciudades modernas, nunca antes vistas por los hombres. Así de profuso; debido a tus facultades místicas, vos como valeroso como un joven sabio, evolucionaste las artes plásticas, durante los días adversos. Fuiste distinto del gentío secular y por tus gustos sublimes, tuviste que ser el mago más deslumbrador de cada tiempo despejado. Igual, tú tan estudioso con los libros ocultos, tú tan grande en sacrificio al prójimo, vos estuviste solo en una habitación por algún tiempo, descubriendo bajo los astros siderales, los más grandes enigmas de este mundo desorganizado. Eran rudas las horas de encierro cuando tratabas de comprender a Sócrates y en prodigio, mediante la concentración tuya, pudiste saber que máximas secretas, había dejado el filósofo griego, hace tantos años inolvidables. Entre el imaginario de la perfección tuya, hubo luego lentas tardes, cuando te tocó ir a las sinagogas para impartir vuestra claridad; entre los pacíficos templarios, la muchedumbre dicharachera y los gobernadores incultos. En tu gusto, te fuiste vestido con túnicas blancas y sandalias. Ido en reboso, te fuiste hacia donde los sabios. La gente de allí a su tiempo de una vez, te vio ingresar al santuario, sencillo sinceramente culto; varios te pasaron miradas desapercibidas como si vos fueras otro puberto, perdido entre las distracciones ilusorias del escondite. Sin embargo, los escenios templarios elucidaron tu aura luz y muy oportunos, se acercaron a tu presencia redentora. En este sentido, comenzaste a impartirles la ciencia esencialista. Les decías que el hombre no se alimenta sólo de frutas sino claramente de festines amorosos. Aparte de esta verdad, sabías que la mortalidad era demasiado fantasiosa, porque vos santo milagroso habías descubierto la inmortalidad del espíritu tuyo, durante las largas visiones de tus existencias pasadas, abiertas cuando hacías meditación en vigilia. Igualmente, les susurrabas a los escenios tus concepciones sobre el rompimiento del tiempo. Les enseñabas relajado, que las sensaciones de día y noche, eran bastante relativas según la experiencia de cada alma materializada. Ante tales nuevos cantares, los pocos templarios reunidos que aún te escuchaban, quedaron de repente absortos con tu infinita sabiduría. Querían desde luego ellos, que vos te quedaras durante otros siglos paradójicos, pero no pudiste hacerlo, porque era la hora de realizar otras misiones inesperadas, para con tus allegados. De a poco como asustados, aparecieron entonces tus padres, buscándote ambos como desesperados, porque dizque estabas perdido de ellos. Pese al curioso despiste; vos nunca anduviste paseando a lo errante, porque vos conocías de sobra las calles peligrosas, más que cualquier otro joven con alto razonamiento científico.

Una vez y pasada la algarabía, retomaste camino hacia tu hogar tan acogedor mientras tuviste la idea de dar manzanas, fresas con agua a los pobres de Dolores. Feliz, compraste docenas de dichos frutos en una tienda para que ellos sufrieran menos. Recorriste luego los rincones menos habitados y ahí estaban los indigentes, con ganas de recibir la caridad. Este distinto día fue notable para el recuerdo de tu excelsitud. Diste, sin esperar nada a cambio,

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sólo ofreciste la ayuda y ello fue lo fortificante. Calmaste la sed del leproso y disipaste el hambre del ciego. Al peregrinaje sucesivo, llegaste acompañado con tu madre a la casita de guaduas. Allí, cerca al oratorio, hicieron ustedes ya reunidos, la oración respectiva para la divinidad. En cuanto a vos, te llenaste en fervor al tiempo que venía cayendo un ángel azul de los cielos. De inmediato el ángel amigo, voló hasta la cercanía tuya y te dijo varias cosas misteriosas como encantadoras. Claramente te dejó él unos mensajes simbólicos. Te habló sobre un poeta solitario. Te recitó una oda de viejas comedias. Te cantó una balada de una Magdalena. Te conversó sobre unos peces de luz. Más cuando acabó su evocación, empezó a flotar él muy manso entre las brumas anochecidas, mientras desaparecía lentamente del oratorio, dejando su adivinación cumplida.

Entretanto, ante tales acertijos, solo tú, hombre de los dioses, veloz emprendiste un viaje legendario hacia el río cristalino del paraíso. Y apresurado, te fuiste confiado del pueblo de Dolores para volver más espiritual a las tierras errasidas. Empezaste el camino en verdad como un eremita. Pero con el paso de tus pasos, cruzaste un bosque de elfos verdes y viste a una sierva santa, enredada en su cabellera cobriza. No fue tan azaroso el viaje para vos porque las llanuras y las arboledas de pinos por donde te aventuraste, aún eran inhóspitas para los hombres sin convicción. Sólo allí al río cristalino, ingresaban las personas tanto faustas como benignas. Y vos eras el inspirador de los surrealismos increíbles. Así que ya de tarde, sin prestar tanta atención a los siglos, vos luminoso te acercaste al río traslucido, donde estaba Juamelin el flautista, predicando las buenas nuevas, poesías del Ángel Milagroso. Y de repente, cuando te percibió el flautista, vos lo abrazaste como si lo conocieras atrás a una vida paralela. Al otro recuerdo, luego de ser reconocidos ambos, pues le pediste con justo ardor, que te bendijera y te bautizara mansamente. Juamelin, entre su asombro, aceptó de inmediato; fue cantando con su flauta blanca y te fue regando rocíos de lluvias mientras el cielo inmaculado, se inundaba de sirenas voladoras. A la preciosa redención, salvador de la verdad, descendieron junto a vos, unas bandas de palomas nevadas, posándose sobre tus bendiciones inimaginadas. La felicidad era gigante, entre todos los creyentes allí presentes, quienes solamente fueron unos pocos amigos, pero ellos llenos de fidelidad. En semejante forma, juntos ante el bautizo evangelista tuyo, ellos resolvieron pasarla bueno en medio de sus conversaciones eruditas. Se impartió palabras de astrología, entre los sabios para ese momento maravilloso. En cuanto a vos, estuviste cercano a sus caras limpias, hablando de Benhur, quien habría de ser un gran servidor para esta obra humanista. Aparte, invocaste al señor Gandalf como un legendario druida. Cuando claro, al renacer los astros floridos en las nubes, te tuviste que alejar del río del paraíso. Te despediste con gozo de los griegos y de los estoicos, quienes estaban reunidos contigo. Eso sí, antes tú de haberte distanciado, diste una gloriosa bendición a Juamelin el

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flautista, quien sinceramente fue preparando dócil, sus músicas tan clásicas, cuales fueron para la gracia del renacimiento.

En cuanto a la intuición tuya, supiste que debías respetar el bautizo, haciendo ayuno en pleno estado de soledad. De modo tal, cual bello te fuiste hacia el desierto noctámbulo de Gaulí. Empezaste a andar entre las horas blandas. Allí viste muchas quimeras sutiles entre el calor indeseable. Al leve ritmo como advertiste el exterior, fueron apareciendo unos caballitos de puras margaritas. Estuvieron cabalgando veloces por las dunas amarillas. Eran demasiado hermosos y tenían sus ojos de fuego. Entre la mesura, así como seguías con vuestro camino exótico, develaste de inmediato diversas mariposas de arena, posándose en altos cactus. Y en breves instantes, te sorprendió con escaso miedo una cruzada voladora de centenares de murciélagos violáceos. Este fugaz pasaje de muerte se hizo extraño para vos como místico. Pero vos venciste la indecisión de si parar a descansar, sólo seguiste hacia lo profundo del desierto como el liberador de almas, que aún eres tan pacíficamente. Atravesaste con magna motivación cualquier cantidad de oasis selváticos; pero sin nunca perder a los murciélagos. Eran como locos como volaban estos terribles animalejos, que evitaban que consiguieras tu designio celestial. En un momento especial, todos los esperpentos hasta estuvieron apiñados, frente a vos para que no contemplaras las estatuas orientales. Este impedimento, igual no fue nada importante para tus deseos. Simplemente tomaste por tu derecha, cogiendo por las ruinas de los antiguos sumerios, para leer el poema de Gilgamesh. Ingresaste en pocos suspiros a la aldea toda destruida. Hallaste esqueletos de indios y a la vez las tablas descuidadas del poema junto con unas tablas moralistas, escritas por el bueno de Moisés. De tu santidad, resolviste repasar meditativo ambas lecturas de regeneración humana, ambas compuestas en arameo altruista. Fue muy fácil comprenderlas para vos, gracias a vuestra elevación insondable. Las tablas de Gilgamesh, solas te contaban únicas, unas historias de Dioses magníficos como tal recitaban sacras, unas con otras profecías inacabables, para los héroes de los mundos.

Entre tanto y tantas letras revisadas, las dos tablas de Moisés, fueron diez aforismos tanto cortos como específicos, necesarios para la misión que ya estabas emprendiendo con blancura. Así entonces, juicioso fuiste develando los escritos con ecuanimidad mientras la luna llena, se ponía tan raramente de negro. Tras este hecho indeseable, desde las tinieblas, fue saliendo el malvado de Demian. Era este diablo el hermano del conde, Maldoror. Ambos andaban sin un rumbo fijo; iban perdidos por entre la erraticidad, cometiendo disparates deplorables. Demian de loco entonces, sin perder sus humaredas de azufre, se acercó a ti, querido Ángel. Surgió él con su capa negra, manifestando a la vez su degenerada cara. En el acto, te dijo al odio que botaras los libros, que más bien cuerdo, te dedicaras a ser un rey midas. Pero tú con sincera devoción, respondiste que no, sin dudarlo.

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Por supuesto evadiste su tentación con frescura. Y tras una sola acción, te levantaste del suelo arenoso en donde estabas leyendo y pronto pasaste a dar pasos presurosos, hacia el pueblo de Soledad. Más porfiado Demian, después te intimidó con otro reproche suyo. Te gritó furioso; si eras un señor con alas enormes, que entonces convirtiera el desierto en islas sombrías, entre mares silenciosos, habitados con faunos cantores. Y antes de romper el alba, un susurro de grillos sonó en adoración mientras vos le recitaste a Demian, que los milagros no eran sino gracia del puro amor solamente para aliviar a los ángeles en perdición. Al mismo tiempo, apartaste a Demian de tu cercanía, dándole unos besos en las mejillas, quien ante ello de súbito se fue espantado hacia las cuevas góticas. Una vez estuvo el día soleado, retomaste tu viaje de fantasía hacia el grande pueblo de Soledad. En el camino ayudaste a un samaritano que pedía agua con extremada urgencia. De una sola con fe, hiciste lloviznar gotas aromáticas del viento para mitigar su sed. Por la misma cultura tuya, lo cargaste a pie con devoción hasta cuando entraron al laberinto del Aleph. Este lugar estaba erguido con piedras de mármol y tenía forma de espiral. Vivían allí muchas personas como perdidas en sus obsesiones falaces. Gracias a tu videncia, supiste de repente que debías dejar al samaritano con los masones, residentes del laberinto, porque él necesitaba superar su experiencia existencial, vital para su metamorfosis intimista. Así que apenas lo apaciguaste, lo pusiste al cuidado del poeta Jesús, un hombre genial y de gratos modales, como los procederes tuyos, tan estelares tan magnificentes. Entre otras novedades, el poeta Jesús, tan siempre sensato tan caritativo, te ofreció limonada de beber y camarones de comer. Tú con respeto; recibiste la comida porque aquella mañana, se había cumplido tu dedicado ayuno. En breve, compartiste con el otro Jesús, la mesa y ustedes dichosos, hablaron de arte y literatura. Además con rebosante afecto; te ofrecieron posada a vuestra santidad. Pero no podías esperar más demoras de calmadas perezas. Debías estar con la hermandad adonde viniste a renacer entre los muertos en vida. Por certeza, te fuiste del laberinto del Aleph. Te despediste de Jesús, tras un estrechado abrazo. Más a lo veloz, emprendiste el regreso hasta Soledad, violento pueblo que muchos siglos después, habría de llamarse Macondo.

Ya en menos de un nocturno, estuviste en aquel pueblo errasida, enseñando de teología a los leprosos y a los jóvenes descarriados. Casualmente estaban por allí, Pedro y Tomás, tus queridos amigos de la añorada infancia. Sucesivamente eligieron amistad contigo, otros diez compadres que se juntaban con Pedro, más que con don Tomás. Entre seriedades, la gente necesitada de los barrios decadentes, te escuchó sinceramente ilusionada mientras vos hablabas las parábolas espirituales, reveladoras de alta moralidad. Era ferviente el discurso tuyo, que le departías a la multitud degenerada. Y casi sin darte cuenta, te fue creciendo la

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barba y el pelo, ondulado en intensidades tan aseadamente castañas. Dios prodigioso; tú eras el sabio de los sabios y los obispos, clérigos quienes no que querían reconocerte. Al contrario, ellos tan confabulados, te negaron como el espíritu de la verdad, debido a sus intereses imprudentes. A la vez, un tal sacerdote, llamado Safiak, cortó vuestro discurso con reproches pendejos, cierto rato. Más vos dador del enamorado consuelo, lo perdonaste con seriedad, evitando sus injurias junto al sin tiempo como continuabas instruyendo a los creyentes, tan claramente tuyos. Así, entre este valle de enfermos, impartiste la palabra del respeto a esta hermandad de seres ignorantes. Más una vez por ciencia, diste por acabados los cuentos y las filosofías, llegó con ansiedad, acercándose hacia vuestra inmanencia el ciego de Homero, pidiendo que le devolvieras la vista. Entonces hiciste el verbo esperanza; le preguntaste que si tenía fe, para ser saludable. Y Homero a lo honesto; respondió que sí, que tenía toda una confianza de Odiseo, encumbrada a tus dones milagrosos. Desde luego, mediante tu mediunidad, intuiste el agobio en los ojos del viejo y veloz pasaste a sanarlo. Sin titubear nunca; colocaste tus manos junto a sus párpados, orando por su regeneración física, profundamente recitando que no eras vos quien purificaba, sino que era la deidad, la eterna en las estrellas, pero desnuda en sus jardines naturales. En tanto, le diste la luz de ver a Homero, que beatífico.

Mucha felicidad después, fuiste a redimir los leprosos sin piel, gracias a tus alabanzas dedicadas a ellos, los infectados del abandono degradante. En idénticas devociones, vos con Pedro despacio limpiaste sus ronchas y derramaste sobre sus cuerpos llagosos, bálsamos de frescura medicinal. Por deseos serafines, fuiste de repente seguido por los faunos benignos, ellos rodeados por las auroras. Ellos con sus caras llorosas, te admiraron callados mientras pasabas a recorrer las cavernas primitivas para ayudar a más moribundos como muertos del Hades. Así de recatado; vos junto a Pedro fuiste regando rosas de agua a cada niño viejo hasta cuando cruzaste un túnel de cuervos para ir saliendo a las costas del mar de Galilea y para adorar las gaviotas, cuando surcan las olas espumosas.

Al haberte visto allá en la playa; cercano a la arena morena habitada por cangrejos, te arrodillaste grácil, rezando devotamente al altísimo. De golpe a tú hecho, Simón Pedro tras advertir vuestras elevaciones al creador de las galaxias y de las almas, él de una sola, imitó los agradecimientos tuyos. Fue entonces aquí; cuando empezaron a caer salmones rosados y sardinas gordas desde los huracanes de los altos vientos; hasta el final del encantamiento cuando los peces quedaron todos quietos a orillas de las aguas aguamarinas. Por supuesto, las serenatas de Eolo volvieron a la serenidad, menos tarde que el nunca jamás. Así en un acto entre sentimientos clamorosos, vos Ángel de los Exiliados, abriste los ojos de miel y de súbito, apreciaste la pesca esplendorosa y sin tardanza, comenzaste a bailar como el espíritu de Hamlet. A lo conjugado; Pedro persiguió tus pasos perseguidos, cantando con el

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ruido del Ugabazz. En verdad, cada uno estuvo elevado en gozo con la amistad del otro amigo según la medida como fue apareciendo Tomás de nuevo, acompañado por los otros diez hermanos. Igual, así de buenos, entre sanas risas, estuvieron en grupo reunidos en notable respeto. Al ido sin tiempo, sin perder muchas caídas de cocos, enseguida fueron recogiendo los pescados frescos y los cocos. Cuidadosamente los echaron en varias talegas y luego, juntos fueron cogiendo una barca en el puerto de Santiago. Sí y como marineros, fueron zarpando por las mareas picadas hasta cuando atracaron en las playas algosas de Dolores.

En esos similares instantes, ante la niebla cenicienta, vos a petición de tus misioneros fuiste tomando el timón del navío para irlo navegando de repente suavemente, hacia la no muy lejana costa. Así que con real expectativa, fuiste surcando las aguas sombrías, mientras Pedro con Tomás iban acariciando sin resistencia, los delfines salteadores del océano. Los animales acuáticos sucedían veloces blancos a la larga estela, dejada siempre por aquella embarcación, más en una chapoteada se metían hacia las profundidades. Y fue espléndido para estos misioneros inocentes, saberse protegidos por los peces juguetones, danzarines de las corrientes marinas. De este mismo modo, para la estimada ocasión, lo sensato fue darle ovaciones al salvador, así como a cada nadador acuoso. Pero como siempre, desde el rincón de la cubierta estaba por ahí de mala caroso, cierto camarada de Tomás, era Judas Rabietas. De vez en cuando resultaba él por ahí pálido; esputando vulgaridades pervertidas más que todo ofensivas. El pobre, no era prudente con la boca para las eventualidades. Ser caballero andante, para él era un error. Aunque sí permanecía mudo, cuando despertaban a Lázaro de sus incontables muertes, pero sí mantenía distante, cuando curaban a los inválidos del purgatorio. Por falta de más indecencia, durante las densas horas andaba pensando él todo bravo, sobre la última partida de dado, que había perdido con los ladrones del Gólgota. Y por la derrota, había demasiado veneno adentro de la sangre suya. Eso desde antes de salir del puerto, no quería hablar con nadie. En cuanto a vos, santo de santos, apenas lo contemplaste perturbado, sin demora le soplaste incienso desde tu aliento y con la aromatización tuya, pudiste calmar su ansiedad que lo ponía tan mal.

Sin el ahora, allá como sin espacio, pasaron siete días de navegación entre remolinos estruendosos. Y vos al cabo, como el maestre del barco, elegiste hacer una parada temporal de frente a la isla desconocida. Por allá, anclaste un poco lejos de la playa lluviosa. Sobre lo mejor, caminaste surrealista por entre los oleajes del mar. Entre miedos, Pedro todo necio quiso levitar también contigo. Se lanzó como un niño a la marla, pero se fue hundiendo de a poco en las aguas profundas. Y si no es por vuestra ayuda absoluta, quien sabe que hubiera sido del Pedro. Pues con una mano, lo sacaste del naufragio y lo llevaste hasta las orillas. Más allá del allá, vos te detuviste a respirar cada espiración del ambiente atlántico. Al fin

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entonces sin ningún fin, te sentiste libre de las presiones enemigas, porque elucidaste a cada unos de los traidores como personas sin piedad hacia los huérfanos. Y caviloso de a poco, pisaste la isla musgosa para ir sin demora, ir explorando las selvas vivas en cantos de fieras y guacamayas. Al seguido recorrido; surgió lo esperado entre los rugidos de las bestias, salió el hombre lobo de unos arbustos, dispuesto a espantarte furiosamente. Más no lejanos, fueron corriendo tres cerditos por sobre la arena más grisácea que terrosa. Al parecer, ellos huían como despavoridos del hombre lobo. Menos tarde que nunca; contra la sorpresa, vos hiciste un acto mágico; cubriste a la luna llena con ramos de palmeras nazarenas. De modo que el atardecer fue puro en un domingo constelado. Fue como única esta realidad, porque allá el firmamento quedó despejado. Aunque menos la luna perlada, que se supo vestida de ramos y de ramas refinadas. Mientras tanto, tras un santiamén tuyo hubo de hacerse una perfecta transfiguración para el viejo lobo, quien enseguida volvió a ser hombre. Asimismo tú con altruismo auxiliaste al señor, quien decía llamarse, Robinson. Caritativo, lo llevaste hasta la barcaza de color de vino según la medida como los tres cerditos pasaron a nadar en el mar y ellos estando chillones de felicidad, porque el lobo se había ido de la isla.

Entre otras suavidades, descansaron todos ustedes bajo la noche, adentro de la barca estrecha; un poco cómoda y un poco tambaleante. Fueron deshojadas las flores negras tras el otro día, dejando florecer el girasol de hojas soleadas. Asimismo; nadie murió ni sufrió nada grave de lamentar. Al despertar vos; por la providencia los incitaste a emprender la marcha de aventura hacia las orillas de Dolores, antes de que la garza cantara tres quedas veces. En cuanto a tu posición; tomaste el timonel y sin tardanza retomaste el rumbo de las Marías marítimas, gracias a una brújula albiceleste. Igual vos, durante el viaje tuyo del retorno remoto, viste con Tomás junto con Mateo, muchas bandadas de pavas reales, ellas volando aledañas a las costas de una isla sin tesoros. Las aves, rehacían figuras en espiral sobre las montañas de arena, elevándose hasta las más altas palmeras. A la vez las pavas de plumas intensas, iban regando rocíos de estrellas, tras cada aleteo de sus alas primaverales. En esta mediada, fuiste pasando con el navío un poco más despacio, quedando vos prendido en asombro, ante las bendiciones de la Diosa anglicana. Minutos después, vos arrumbando hacia el horizonte acrisolado junto a la poética compañía de tus apóstoles, comenzaste esperadamente a oír ruidos de orcas inocentes. Ellas gordas como gratas, iban nadando hacia las superficies del cosmos acuoso para hacer sonar sus voces hasta las atmósferas más que infladas de escarchas celestiales. Entonces sin temor, las escuchaste chapaleantes, hacer sus sonidos armónicos según la velocidad como iban rompiendo al mar trasparente. Aparte por tus sentires, sensible te pusiste a llorar adorando puro a la prodigia de Poseidón. Desde lo glorioso, se hizo íntimo tu agrado y fugazmente te salieron lágrimas de champaña, cuales con magia, se volvieron pequeñas colibrís. Sin hacerse esperar estas pajaritas rojas, por

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supuesto fueron ellas rebasando lentamente a Pedro y a un tal Lucas, rasando sobre los cabellos de ellos para con vuelo y con salto, entrar en los jardines del edén y poder beber el néctar de las magnolias. Al conjunto infinito, apagado a tu llanto, las orcas rítmicas ya se fueron disipando hacia las suntuarias Américas. De semejante recorrido, el resto del destino hilvanante tuyo por entre los siete mares, fue abriéndose en medio de enseñanzas jesuitas tuyas hacia tus allegados, sin sufrirse mayores disgustos, sólo por ahí escuchándose una que otra imprudencia del Judas.

Una vez hubieron de apagarse tres días de vigilia para el mundo; vos por enésima vez advertiste de una vez, la villa de Dolores, reflejada grisácea y colindante al barco donde aún iba montada vuestra tripulación, sin cansancio ni mucha somnolencia. En unas pocas remadas sin esfuerzo al vaivén del viento, poco a poco fueron aproximándose al muelle de San Preciado. Seguidamente vos dejaste el timón de madera, cogiste el ancla y la lanzaste hasta a la orilla. Y siempre confiable, atracaste en las tierras llanas de Dolores. Para colmo como coincidencia; ahí apareció la María Magdalena, ella única con su cara rubia, su pelo largo liso. Pero ella estaba llorando acurrucada, porque la iban a coger a pedradas debido a sus infidelidades, recién descubiertas. Menos mal, gracias a tu elevada presencia hasta los sacerdotes junto a los bufones, no la golpearon más ni nada. Ante la intención de ellos, tras un solo acto de valentía tuyo detuviste con filosofía a este poco de malhechores, gritándoles con autoridad: Por amor a las mujeres y a la paz, suelten esas armas, adiós a las rocas, que el primero que decida pegarle, sea quien esté libre de pecado. Más con bien y sin mal, cada uno de los fariseos aburrido, fue olvidándose de la adultera, hasta ese milagro cuando ella fue quedándose a solas contigo. Así entre la instancia, vos con amor pasaste a besarla en la boca, la acogiste entre tus brazos, tocaste su mejilla con una de tus manos, la amaste a entrega de alma con alma. Afines sin miedo, pasado el corto beso de besares, le susurraste con decoro: Mujer, por favor es verdad, no sigas acostándote ni con Poncio ni con el César; solamente busca a la serenidad y encuentra a la moral. Así bien, acto seguido te despediste de ella, dándole uno con otro beso en cada mejilla. De repaso, oraste con intensidad por su demacrada salud de fémina. Y solamente poco a poco rudamente, pronto empezaste a coger camino hacia el calvario, Ángel del Milagro.

De locura, vino a darse una sentencia injusta contra la libertad tuya, sólo por vivir con amor y para el amor de los otros semejantes. En verdad, sucedió vuestro martirio cuando te alejaste de María Magdalena. Mientras ibas recorriendo lentamente sobrio los rincones de aquella villa arruinada, dando consuelo a los enfermos mentales, fue entonces allí cuando salió furioso de una esquina; Safiak, acompañado de sus ministros aristocráticos. Cada uno de ellos iba con su cara de víbora según la ahogada disparidad como Judas fue colgándose a un olivo otoñal, porque había entregado al maestro como cambio de unas monedas, para él

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poder saldar las deudas suyas del juego, antes mal habido. Así entre los otros segundos míticos, ellos te cogieron a la brava por el extraño caos infrahumano, te apresaron con cadenas a vos solo; Ángel Milagroso. Sin misericordia; también te dieron de a latigazos los soldados romanos. Y te ofendieron los fariseos mientras vos limpio, ibas libre de vicios hacia la cruz. Estos enemigos a su locura; te arrancaron pedazos de piel a punta de grillasos, luego y sin duda te reventaron la cara contra el suelo como a un desprotegido. Ellos no tuvieron la menor caridad contigo. Entretanto, vos te levantaste de la tumbada. Pero pese al esfuerzo; un miserable soldado te fue colocando una corona de espinas, sobre la cabeza. Desde lo cierto; ante aquel acto brutal, los criminales circundantes empezaron a burlarse de vuestra mereced, sin ningún arrepentimiento. Ni siquiera estos degenerados pensaron en ir a donde Poncio para que te juzgara seriamente. Sólo él supo, que habías sido agarrado por las tarántulas del ministerio de Safiak. A tal motivo, Poncio relajado se lavó las manos como un culpable indirecto. En cuanto a vos, te lincharon sin piedad. Y sin ningún resquemor, te pusieron a cargar la pesada cruz. Te tiraron el madero contra los hombros, te pusieron a cargarlo hasta el monte del suplicio. No te dejaron beber ni agua, no te permitieron hablar con nadie del pueblo. Escasamente alcanzó a ayudarte con esfuerzo; José de Arimatea; fue el sanador de Arimatea, quien te ayudó un poco a cargar esos palos, tan transgresores como tan dañadores.

Para las otras realidades, cuando alcanzaste a la cumbre del monte, sin perder la tarde, cierta bestia incrédula, pasó a clavarte tus manos y a enclavarte tus pies contra los frívolos maderos. Y a chorros, salió tu sangre bendita, derramándose sufridamente así como un río de lágrimas rojas. Un momento después; Dimas y Gestas, aparecieron con sus rimas. Pero para la ocasión; estaban entre sus llantos, igual de magullados. Y Santa María; madre de vuestro amor estuvo agonizando vuestro padecer para cuando te fueron levantando enclavado, todo como el crucificado más resplandeciente del mundo. Y desde luego, mediante una elevación de hazaña tuya, antes del fin sin fin, vos sacaste vuestras dos alas ocultas. De una sola, las alzaste desde tus espaldas. Y altísimo, ulterior empezaste a flotar hacia el cosmos; Ángel del Milagro, según como auralista fuiste cantando un perdónalos, Diosa de la vida, perdónalos porque ellos no saben lo que desencantan, Diosa.

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TODO UN PORDIOSERO

Es verdad; no se lo puedo ocultar a nadie; yo vivo en la puta calle, vivo en la perra miseria. Llevo más de siete años de estar sufriendo en este aquietado pueblo de Murimá. Escasamente tengo el vicio del bazuco que se me queda aplastado contra la cara. Por eso por esto duro, me ha tocado tragar hasta gallinas podridas. Así de mal, no soy sino un pordiosero, quizás un poco culpable de las faltas, que antes de chanda cometí. Ya por cierto, experimento los rudos tiempos de la vejez mientras sigo sin una tumba en donde no puedo acabar de morirme. De estos restos, mantengo vestido es con un traje gris. Así que me sé sucio y mártir. Pero no puedo quejarme de esta penuria mía. Me resulta clara toda la inopia íntima, que admito por esta perdición individualista. En sí, me soporto las ofensas de la gentuza callejera porque sé que he cometido muchas perversiones, desde cuando comencé con los desvaríos de mi juventud, ahora más que pérdida. Y es bueno confesarlo como es prudente aceptarlo; sin querer buscar las evasivas, estoy abatido.

De demente nomás, atrás de los tiempos asesiné a diferentes hombres de designios honorables. Sin dudarlo nunca, resolví exterminar a las víctimas cortándoles la garganta o acuchillándolas desgarradoramente en el corazón hasta que murieran desangradas. En serio que fui de lo más infame. Yo era antes una rata de porquería. Desde la indecencia, confieso que fui un sicario de mala calaña. Además fui jalador de bicicletas así como fui expendedor de drogas. Estos horrores de degenerado, fueron entonces los trabajos más codiciosos que de malo realicé entre la brutalidad, sólo hasta cuando empecé a trasegar por la madurez. En ese mismo sin control; ideé mis mayores pensamientos, queriendo hacer dinero del fácil. Entre mi alma me sabía como un hombre intocable. Las tardes me parecieran una perfecta fantasía. Yo mantenía ejecutando actos bandálicos. Le hurtaba a los forasteros los carrieles finos. Siempre de efusivo; desde esta cara aún viciada, hice resufrir a los civiles indefensos.

Por tales motivos, tampoco pensé en las personalidades que debía destrozar a punta de navaja. Con tal de que me dieran la millonada de pesos, pues el resto andaría bacano para mí. Así sin bien, entre las seguidas andanzas, hube de inventar cualquier cantidad de artimañas, procurando atraer a los chinos colegiales para tentarlos a que consumieran mandras, el alucinógeno más corrompido de los pueblos. De modo que de negro, todo lo maldito de mí, me llegó a resultar un juego de niños.

Por allá en el barrio de las lomas donde habitaba; después de algunos años me creí como el grandísimo ricachón de las villas, según la burda mediada como obtenía dinero alocadamente, sin ser un poco equitativo. Pero el resto fue la justicia contra mí; una vez me cogió el vicio de lleno no pude asumir mi seguida decadencia existencial. Entre lo umbrío,

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la conciencia se me vino al piso duramente. Cada trabada me consumió en lo abismal. Por lo pronto, pasaron los años ochenta como niebla y yo ni los sentí, ni los vi por soplar tanto perico del loco. Incluso, hasta acabé como una persona humillativa. Me ponía a gritarle a los vecinos desamparados, viéndolos e ellos desde mis ojos verdes. Pero ahora la historia es distinta, porque me cambió por completo. Ahora son los días del castigo y así yo quiera evitarlos, tengo que soportarlos a costa de tristeza.

En esta descorrida experiencia, pienso entonces diferente sobre esta vida. Descubro que el mundo no nos perdona ninguna atrocidad. A cada hombre, le corresponde lo que se merece, así la gente quiera negarlo. Sin la menor distinción, le recaen las sombras a todas las gonorreas que deciden acostarse con el diablo. En esta sensatez de razones, me identifico entretanto como un degenerado en un pueblo de degenerados. Y lo peor del delirio individualista, viene a ser que no puedo evadirme de mí. Quizá hasta cuando la muerte lo designe, sólo podré concebirme en algún paraíso de lindura poética así como de castillos futuristas. Pero hasta el momento, sigo aguantando a la suciedad interna, sin querer volver a esa oscuridad de los crímenes lamentables.

Los tiempos actuales, se conciben igualmente duros para todos los seres humanos de este inmundo, sin haber alguna distinción de razas, sin haber privilegiados. Desde mi destino así de azarosamente lo comprendo. Miro este infierno recreado el cual parece es más un presidio del horror. Casi todo trabajo resulta ser explotador para casi toda esta muchedumbre. No parecen haber muchas salidas de esperanza. En éxtasis, la mortandad es cada vez más estrambótica en las calles. Diferentes de pelados o de peladitas, deciden ellos matarse a costa de sobredosis. En este sentido, los jóvenes desde lo precipitado no dejan de chutarse con heroína para ir en busca de algún nirvana arruinado. La vaciedad, acaba así por ser en verdad una depravación horrenda y lo peor es que yo hago parte de ello. Me es doloroso, verme así de desechable como el resto de los jóvenes arruinados. Además aquí, los chicos malos son elogiados y además aquí, los hombres buenos son detestados hasta la chifladura, hasta cuando son llevados a la muerte. Tras cada nuevo amanecer, sólo hay es guerras impuras y hay es bombardeos y después hay es menos colombianos, dispuestos en acciones de paz. No hay tampoco nada de cultura como la que yo tanto necesito para poder salir del atraso intelectual, que nunca he alcanzado.

Hundido en este país del desorden; soy pues otro viejo inútil, que sigo de acabado en la vagancia, sin algún empleo realmente digno. Al mismo día, ni siquiera tengo una covacha adonde pueda acabar de resistir a la recaída soledad. Nomás, durante las noches nubladas resiento el frío como una congelación terrible. Pese a cubrirme con cartones rasgados, la ventisca me es arrasadora, así esté debajo de algún árbol. Desde esta azarosa intemperie, uno se pone es que se muere de abandono sin uno recibir el recogimiento de nadie

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bondadoso. Eso sí digo, no es que uno sea cobarde ni es que acabé llorando en ocasiones. Esto del furor mío, surge es por la indiferencia de los ciudadanos ignorantes que nos repudian a nosotros los cartucheros de siempre. Desde las necesidades, me falta el abrigo para protegerme de las heladas, porque hasta el techo lo perdí en menos de una trabada. Más la horda alocada me mira con desprecio y no me auxilia. Cada transeúnte con ruana y sombrero, pasa es rápido con una cara de asco. Al seguido desecho, pues me cuesta protegerme de las lluvias borrascosas. La aspereza se hace recia. Me dejo hasta arrastrar por la dejadez; así es mi realidad de roñosa, pero tendré que superarla.

Menos mal, ahora es de madrugada y ahora puedo escribir mis memorias sin sufrir tanto a la desgana. De momento; rehago aquí a solas la literatura, aquí sentado contra el escaño del parque central. Es un sitio bonito con hartos pinos. Seguido riego sin nada de miedo, lo poco que queda de mi existir sin tratar de esconder nada. Trazo mis metáforas con un lápiz rojo y las recreo sobre la hoja blanca. En esta medida, siento como me mira de mal esa plaga, quien va para el trabajo a ser corrupta. Ellos pasan con sus risas rotas; exhibiendo unos disfraces de riqueza absurda, haciéndome su mala jeta. Pero yo ni les respondo con groserías. De lástima, espero a que sigan por sus desrumbos mientras los recreo con el arte de la escritura. Para que vean, acaba de pasar un señor de ropas negras con su abrigo. El paseante huele mi mal olor y pronto se aleja de mí. Me evade por un lado con temor. Más esto que acaba de darse es regular a mi rutina. Son los dolores que de a poco me matan. Eso esta sociedad me humilla sin sabiduría. Es esta la crudeza que me toca padecer a cada rato. Pero la soporto mientras sigo poetizando entre las lagañas. De seguido, llueven las ramas de los pinos entre el aire. Ellas van cayendo verdes sobre el prado a medida que me limpio las pestañas. Asimismo el ruido de la naturaleza se hace sereno al mismo tiempo que acaricio a mi piel áspera. Por cierto, la presiento como maltratada ante los tantos trasegares de cuchillería. Desde luego, tengo tres cortadas de gamín; una en la frente y las otras restantes en las mejillas. Son aterradoras las cicatrices y me identifican como a un ratero de mala calaña. Eso sí, pese al actual parecer; nada de nervios; ahora ya ni asusto a los niños. La vejez puede más conmigo. A lo pésimo ando de encorvado, pidiendo a veces limosna, las veces cuando voy a la plaza de mercado. En tanto, me lo paso mal, sin muchos alientos. Aparte de ello, estoy un poco desmuelecado. Me falta uno que otro diente frontal. Para este seguir de mañana, debo tragarme de por cierto el pescado crudo que cogí de una caneca. Lo bueno será tragármelo con cuidado para así no lastimarme las encías. Pero no; espere, mejor me lo enguto de una sola junto con las espinas y sin pendejadas, pasándolo con un trago de chirrinchi. Listo entonces, ahí me mando lo del desayuno y la comida.

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En cuanto al resto, más tardecito me emborracho con tal de vencer esta maluquera, que siempre me resulta tan berraca. A esta hora en serio que no puedo hacerlo, porque desde hace tres noches, que llevo oliendo bóxer. El frío de anoche fue muy hijueputa y por eso y sin mente, me tocó jalarle a la pegada. Eso como habrá sido la viajada, que luego de haberme despertado con las maricas estrellas, aún tengo dolor de cabeza. Igual, tengo la melena con restos de pegante, igual, mi pelo es largo y es canoso, así es que por eso ojeo algunas de las canas pegajosas. Más a lo más casual, me miro de vez en cuando en la fuente de agua, que hay atrás de mí y de golpe me da es pura vergüenza. Antes era de esos hombres buen mozos. Pero ahora estoy como flaco como pálido, que ni siquiera soy capaz de reconocerme. Entre estos desdías de hambruna he cambiado demasiado sinceramente. Mi cuerpo físico está diferente al pasado, ahora está todo arrugado. A mi piel la percibo como de lo más añeja. Me sé desgastado tras el paso de las épocas. De a poco, sufrí unas con otras mutaciones naturales, pero yo casi ni me di cuenta. Y ello, se debe a mi constante deambular de callejero. De todos modos, hoy me sé con menos brutalidad. Aunque aclaro, no es que haya dejado de ser un vagabundo del todo. Desde lo decaído en mí; soy todavía un vago pendenciero, sólo que de ocasión voy siendo un personaje de tugurio, quien va aprendiendo a reflexionar bruscamente. A lo bientos que sí. Ya tras tantos años de indigencia, me convertí fue en un veterano, que he aguantado los golpes del alma a las bravas. De cada desesperación interna, aprendí a ser menos quejumbroso a la vez que descubrí lo esencial de lo que es ser un hombre, lo cual es ser fuerte hasta después de la muerte.

Maldita sea, así que mejor que todo se vaya para el carajo. Bueno, que este infierno se nos venga encima a todos nosotros los depravados. Que bacano que se derrumben las ciudades con los terremotos. Que los mares inunden los edificios, que magnífico. Sobre estos casos propios, me alegra el ver estos cambios mundiales, porque mi destino es una porquería. Me parece único que la catástrofe llegue rápido. En cadencia, la explosión de las mazmorras es una cosa extraordinaria. Y de paso, bueno que este pueblo de escorias se acabe junto conmigo a ver si por fin vislumbro la otra vida, más allá del apocalipsis.

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DE PRINCESA A SEÑORITO

A la peladita, le dicen princesa y ella es toda una coqueta. Camina por las calles de Cali como una loca baretera. Está soltera la chica y es curiosa la bonita. Los parceros del barrio el calabozo por su parte, cuando la ven pasar por las aceras en su degenero, la llaman y le gritan: Hola mujer con bolas, sí, mujer con pelotas a usted, que saludes mi putona de las vergas. Un segundo después, los gamines estallan en carcajadas. Sus risas se recrean hasta ofensivas. Menos mal a ella estos insultos de mierda; casi no la molestan, hace que son para otra mujerona y así muy fácilmente se olvida de esta mala pasada. Más silenciosa, sigue de largo por entre el camino de la pesadumbre, cogiendo rastrojo hacia los escondrijos de los basurales. Entre esos rellenos de inmundicia, la princesa entonces se mete sin miedo. Llega con la firmeza de siempre a ver que es capaz de tragarse. Y así ella de pronto comienza a escarbar las sobras de comida según se ataruga con lo que se puede mandar, sin importarle si son chulos muertos o vegetales repodridos. Es esta la realidad de esta modelo vagabunda; quien habita como recorre los suburbios de la urbe como una ñerosa de lo más graciosa. Es esta su penuria de señorita con la cara pintosa. De fresca, se almuerza los desperdicios de los ricos; ahora bajo la tarde sin palomas en los cielos, luego ella se va quedando dormida descansadamente.

De a poco y menos opaco, alumbra el otro día de la claridad. Para su suerte, hoy es un martes inusitado, gracias a la providencia. Es el presente suyo una anhelante festividad. Hoy le van a dar sopa a cambio de unas cuantas bendiciones. En hermandad, le van a regalar la comida por ser buena gente. La linda, entre sus horas por lo cierto acaba de levantarse de entre los desechos infecciosos. Sin prisa, se quita los costales del pecho y de las manos, que al atardecer pasado hubo de recoger con tal de cubrirse de las azarosas ventiscas. A su otro repasar, ve el sol rosado de abril mientras vuelve a comenzar con su divagar, entre las ratas y entre uno que otro niño harapiento, paseante de por allí de esa suciedad. Esquiva ella por lo real a un huerfanito y a su paso sigue de largo con su indeciso rumbo. Es esta la Cali mañanera que sus dos ojos evidencian usualmente. Así sobrevive, la princesa con la sonrisa a medio maquillar en la medida como va reconociendo a los otros pordioseros.

Enviciada, camina igual de desigual como bailando borracha hacía la otra alucinación del desvarío que lleva desde ayer, tras la fumarola que se repegó. Por eso ella; desfila con vanidad, se coge el pelo trasquilado, viste una blusa azul, exhibe un faldón floripepiado. La jovencita menos salada, sale ya de entre las montañas de bolsas, yendo despaciosa hasta las afueras callejeras. Sin dudarlo, retoma su viaje en dirección a las comunas menos agrestes.

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Tiene ganas de ir ahora, hasta el centro de la capital para ponerse a recoger las cajas de las tiendas lujosas que de vez en cuando le regalan los patrones bien bacanes, ellos los hombres de la piratería. Obvio, con este trabajito es que se hace para los moños de yerba de por cierto. Aparte, le alcanza para completar para la botella de bóxer. La morenita, además de los cartones recicla las latas de cerveza, las botellas de vino y gracias a ello los tenderos le tiran unas cuantas monedas al piso, sin la menor vergüenza. Por tales motivos, decide coger por la plaza de Felisía en este preciso instante. Se acerca por allí, con tal llegar más rápido al centro de la ciudad. Al debido presente, advierte de lejos a varios niños comiendo helado y luego mira a un grupo de niñas jugando a ser madres con unas muñecas. Todos y todas ellas y ellos están en la plaza que refulge en luces rosadas. Así que bien, normalmente ella de linda indigente, sortea a las peladitas al cabo mientras pasa un vendedor de globos. El hombre la inquiere con un gesto de mala jeta. Fernanda, pues evita al señor con la espalda según a la velocidad como trasiega con emoción. Entre tanto destanto, ella sobrepasa a unos caleños y pronto se cruza con varias prostitutas, bien vestidas de verde muchas de ellas y las otras bien emperifolladas de amarillo. Ella entonces de bacana, va y las saluda con gusto porque sabe que las nenas son una elegancia con las desechables. Más de fina, les pica el ojo a la moda mientras avanza por debajo de los árboles zapotes.

Al otro destiempo, Fernanda como así se llama ella, va hasta la fuente de la plazoleta. Entra por lo pronto al agua decolorada. En medio del recato, se quita las tangas y se moja la cabeza. Necesita sacarse la mugre de los brazos como de las piernas. Más antes que tarde se medio limpia las tetas, la bonita. Descansa un poco de tanto dolor intimado, se mete una cagada, más sin demora, sale de la pileta y vuelve a la rutina cotidiana.

Se percibe mientras tanto una brisa refrescante en los edificios de las cercanías. Desde lo suave se siente el clima descendiente, pero a pesar de la serenidad acaba de aparecer un pelado anémico, quien está cortándose las venas junto a la ventana de su habitación. Por su parte, la señorita Fernanda desde abajo aprecia como el joven se acuchilla con un bisturí. Es violento el retrato viviente por el acto. De a poco, queda manchado de sangre el cuerpo enflaquecido de este caleño suicidante. La princesa; desde la acera de la calle, aparta la mirada hacia un costado aquietado. No quiere evidenciar más esta escena fatal. Hacia lo sucesivo, se conglomera un tumulto de viejas chismosas. Ellas se mueren por saber sobre el pelado y sin embargo la travesti coge por un callejón sin músicas, se aleja de la plaza. Lentamente se rasca las guevas y se acerca más y más al centro de las rosas. A propósito, ella acaba de esquivar a un gato negro mientras recorre este estrecho sector. A su recorrido, deja atrás al animalejo con sus nueve muertes. Ya luego sale de este pasaje de su vida. Más con normalidad reconoce una taberna mal oliente en la otra calleja para su momento fugaz. Allí adentro, ella antes se desnudaba al ritmo de las canciones rancheras. Eso le duele un

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poco en el corazón. Por tal desazón; comienza a reandar más rápidamente hacia adelante pasando bajo las nubes opalinas, hasta cuando por fin va vislumbrando los centros urbanos. Hacia lo consecutivo; se sabe de oronda, llegando a la esquina principal del edificio de Chipichape. Por ahí los gomelos del sin futuro, la ojean con un desamor de asco apenas la distinguen como a una desadaptada, apenas la desprecian desde las bancos en donde ellos permanecen ahí sentados en el desparche, viendo caer también a los pájaros de los árboles. Igual la princesa aún modela de generosa por la acera como si anduviera de pasarela. En medio de sus pasos glamurosos, grata y gloriosa mueve sus tetillas de miel según como se pone a recorrer los puestos de comidas, las tiendas de ropa, los prostíbulos de finura, para así quedar bien de cara a los jefes. Así y de vez cuando, se agacha a recoger las cajas y los cartones medio dañados, que por ahí le hacen estorbo a esa multitud errabunda. Es esta en verdad la experiencia de esta mujerona. Sin sentir nada de pena, ella sigue luchando a solas con la vida. Aún nomás está recogiendo la chatarra de los rincones mientras los modelos de pelos azules con las actrices empelucadas, la desprecian con visaje. Del raro caso, ninguno de ellos ni se detiene a tenderle una mano a la Fernandita. En gallada, los pareceros cogen es derecho por los parques rojos, pensando en meterse las pepas de éxtasis en la boca para salirse dizque del aburrimiento.

Más entre los otros minutos, Fernanda acaba de hacer la ronda de rutina. Pese al poco apoyo de los ciudadanos, logró recoger con esfuerzo unos cuantos cartones medio buenos. De modo que ella por aquí se detiene en un andén para reacomodar las cosas que recicló. Escoge las cajas que le sirven; las dobla en adecuado ordenamiento y enseguida se las echa al hombro. Su frente a la vez suda. Sus piernas por el cansancio están adoloridas. De todos modos y pese al malestar, hace una fuerza de hombre y sin llorar reinicia su caminata hacia la cuadra de los desechables. Allí es donde le cambian la chatarra por algo más que cuatro mil pesos. Entonces, arranca para ese metedero en donde también abunda el mercado negro. Aparte en la tienda del pirata, tiene pensado comprarse el pegante con las bichas de la otra semana. Y así, la princesa todavía se sepa con hambre, ella la soporta con esfuerzo porque primero está el billete con el vicio para poder apaciguar las sucesivas noches en ese mundo de espantosidad. Después de que haga la vuelta, ahí sí le tocará la sopa con la gasimba de la tarde, que cada martes le regala una tal Leidy María.

Por tal razón y por su aspiración; la princesa atraviesa varios puentes peatonales, se tropieza con unos perros purpuras. De repente los deja atrás; rearma su destino, baja unas escaleras de metal, traspasa las avenidas peligrosas y se adentra en la cuadra sombría, sin tardanza. En lo fugaz, pasa por debajo de un cambuche. Va a un paso prudente. No tiene miedo. Más por aquí, la mona la que trapichea con la chatarra la reconoce en el acto; le dice hola y que pase a la olleta, que nada de nervios. Por consiguiente, Fernanda se adelanta con

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un caminado picaresco hasta donde está la mona; le pone como siempre la recolecta en el suelo y de una vez le pregunta, qué cuanta plata ofrece por la recogida. La mona al caso saca tres mil pesares de su bolso de flores, que tiene al alcance sobre un estante. Enseguida, se levanta de la silla en donde estaba sentada y le coloca los billetes sobre el escritorio de madera mientras le dice que coja esa ayuda o sino que se largue. Ante la limosna, la chica pues acepta sin poder pelear ni poner pereque. Pronto recoge la paga; no se despide, mejor se va rápido de donde esta tramposa. Más a lo gomosa, arranca para donde la guarida del pirata, que queda justo en frente del metedero al de la mona.

Ya una vez llega adonde el parcero, ella de una sola lo saluda con voz ronca:

Tuerto, que hubos, todos bientos, parce. Sí, clarines, usted sabe para qué estoy aquí, vengo por las vainas de siempre; tonces, si mi tiene el encargo.

Pues claro, ñerosa, ahí le tengo lo suyo, no se preocupe por el vicio Dice el pobre trabado . Eso sí le aviso, la talega ya le vale siete barras, ni un peso más ni un peso menos.

No, no sea garoso; bonito, póngase más bacano Responde ella con suavidad . De elegante, te doy mis cinco pesos con una besuqueada y quedamos a mano; si amorcito.

Entre risas él le alega en seco:

Mire; china, ahora no se ponga con esas guevonadas. Más bien, le paso el tarro bóxer, tres bichas y quedamos en paz, breve.

Bueno, pero no te hagas el rogado Coquetea Fernanda . Dame lo mío, listo y coge lo tuyo, lo que te gusta.

Nena, no joda más, usted ya se puede ir por donde vino Habla el hombre . Chau y le quedo debiendo el sapo.

Malparido; pero que me vio, cara de cenicienta. No sea pasado; va jugando gonorrea, sólo que a la próxima me voy es para donde la piraña a que me proteja, cerdo Grita la princesa.

En su instante, ella está con rabia, ella tiene las mejillas ruborizadas. Menos mal, trata de calmarse. Por lo fresca, vuelve a su silencio insistente mientras se va yendo de la cuadra hacia las afueras callejeras. No espera nada sino el desencanto. Da pasos salteados por entre los postes de luz, pasa por la acera. Se mira velozmente sucia en el vidrio de una zapatería. Se siente rara. Sigue de caminante entre la gente que abunda por ahí distraídamente. Busca entre las mujeres a Leidy María. Por este sector de Aguas Luces, la pelada se lo pasa dando comida. El problema es que no aparece por ningún lado. De modo que la Fernanda tiene ganas de meterse el primer bareto. Lentamente, va y se sienta en una banca de concreto a medida que descansa. Así mismo, no se demora nada armando el cigarro; ágil amontona la yerba, saca un papel blanco, hace el rollo y prende el cohete con un fósforo. Igual de llana,

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empieza a fumarse la mata lunática. Absorbe su esencia natural y se inhibe apenas expulsa la humareda fucsia por las orejas y la nariz.

Por fortuna, aparece la Leidy María por la esquina contigua. Va yendo hacia donde la princesa. Por cierto, María hoy anda en compañía de Marta Díaz, una pelada de lo más hermosa. Ambas, igual son unas vírgenes divinas. Ellas van hablando juntas y alegres; se le van acercando a esta señorita. Con amor la saludan de beso en la mejilla. Y le sugieren que deje de fumar porqué llegó la sopa con la gaseosa. La peladita duda un poco, pero al final acepta sonriendo con los dientes torcidos. Al caso feliz; acaba por apagar el porro mientras se lo guarda en el bolsillo. Al mismo tiempo se para de la banca; luego se pone a bailar para ellas una vez recibe el alimento. Más a Marta, le gusta Fernanda porque ella se parece a su padre, Umberto. Así bien que de repente, ella a lo virgen lo mira como a un hombre. Sus gestos delicados le encantan. Se siente libre, siempre cuando se rejunta con el mariposo. Tanto en deseo, que hoy Marta no se aguanta las ganas por amarle; sola tras un impulso, se le lanza encima suyo, lo abraza con dulzura, lo besa en la boca.

Un segundo después; se rompe el sol rosado del cielo y por fin entre chispas, Fernanda se convierte en señorito. Y ya él se queda con Marta, mientras tanto juntos con María se van a recorrer la calle mocha.

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INSOMNIA EN ANDRESITO

Chirlanga, cójalo, por favor, coja rápido a ese perro guevón, que no ve que me robó la bicicleta. Marica, que hijueputa tan garulla. Ese malparido me las paga porque me las paga. Mucho pirobo, como me deja sin la Harley. Hijueputa, corra mijo corra, pero con ganas a ver si lo agarra. Maldita sea, que yo ya no puedo correr más, parce, luego no ve como me dejó esa gonorrea, mire como me torció el brazo, panita. Perra vida y ahora yo que hago sin la ciclita, para hacer los mandados a la tienda, que me invento, que hago hijueputa. Esto si es mucha suerte tan burra la mía. Ayer con tenis rotos y hoy sin la motico. No y la muenda en la casa, que putería, esa si no me la rebajan, que maricada. Mierda, yo también me voy a poner a robar sin compasiones y sin nada de perdones. Y el Chirlanga que pesar que ni sabe para que mete pique. Eso corre más un ciego descalzo que ese chino. Claro que es puro miedo lo que debe cargar; hace que mete vuelo para que no le meta su calvazo, no pero que pecado con la mariposita. Por ahora, mejor dejémoslo sano para cuando venga ensuciado. Pues al fin y al cabo del rabo, la puta culpa es mía, sí, la culpa es mía, maldita sea. Esto me pasa por ser tan confiado con esos choriñampiros Y es que como me cruzo por entre esas ratas tan despacio como si esta ciudad fuera tranquila. Es que se les veía en la cara el hambre de meterme el raponazo. Uy, pero no viene nadie, llegó el héroe del pueblo. Miren quien llegó, no, que pasó Chirlanguita, pero que pasó. Bobo, no que iba a rescatar la bicicleta. Se me ranció antes de tiempo no peladito, ya qué, no diga nada mejor, ya, ya, chito, ya estamos bien empeñados y bien jodidos desde hace rato. Usted sólo sirve como que para joderme, chino. Sabe, quédese mejor calladito y más bien vámonos para la casa a ver si nos vuelven a cascar con hartas ganas de puños. Juemadre, que no siga jodiendo con lo del robo. Cállese tonto marica, si no quiere que me desquite, pendejo. Yo no sé ahora nada, qué le vamos a decir al cucho, decirle la verdad y ya nomás pendejadas. Sabe que, camine rápido para que la viejita me sobe el brazo. Es que me está doliendo resto, parce. Dios mio y que mamera de patoniada la que nos toca pegar hasta el Comuneros. Desde por aquí si que estamos muy lejos del barriesito, querido. Pero espere, si nos metemos otra vez por el atajo, no nos demoramos tanto en llegar. A lo bien que nos rinde coger más por allá. Además que aguantaría es meternos una trabada bien berraca, ñero, todo para calmar este desespero tan cabrón, perro Cierto, que gusto sería sacar el moño y meternos de una vez el viaje lunático y devorarnos las bichas con ganas y así fugarnos de nuestras sombras de infortunia. Claro que no hay casi plata y esa es la que falta, primo. Virgen santísima, pero mire a esa peladita tan rica, que chimba de lindura, mire la pelada que va pasando por la otra calle. Pero dizque cuál es Chirlanga, pues cual va a ser tonto, pues la del vestidito rojo.

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Está rebuena no cierto la chiquita, como para comérsela hasta en un parque y para pelarla con ternura. Eso está bien listica para metérsela despacito y para luego dejarla toda preñadita, ricura. Bueno, pero desde hace rato como que estamos fregados con la nenas, que no nos ponen cuidado. Oiga y para donde va primo, va a cogerle las nalgas. Sigamos mejor por el callejón para llegar más rápido. Deje a la monita sana. Hagámole más bien otra vez por el metedero, pues ya da la misma vaina, no cierto. Cojamos ya por el caño de basura, sin mente. Demos pata por ahí bien rápido a ver que más nos resulta en este cochino día. Listo y entonces listo, Chirlanga, pase por ahí cerca por las piedras, pase por aquí, sin tocar los pañales ni las latas oxidadas. Y esquive a ese perro muerto. Cruce por este pedazo. Chino, no sea guevón, pase saltando largo, pero sin nada de nervios. Eso si vio que no fue mayor cosa. Salvados ahora sí y ahora a subir la loma como chinas recién violadas. Vamos de dos en dos y van las dos guevitas de dos en dos. Quieto pana, quieto. Pare, que me empezó otra vez el dolor, que hijueputa piedra, que dolor tan feo. Que pare, gueva. Espere un momentico y estíreme el brazo de un solo tirón, que no me aguanto más esta puta torcedura. Ahora jale, no lo dude, sí, listo, ya. Pirobo, no, pirobo, no tan duro, que me está doliendo resto. Deje así, deje así, mejor deme tiempo y tomo aire, maldita sea. Espere un segundo y hágale ya sigamos por el potrero que ya no estamos tan lejos del barriesito. No y yo con este brazo jodido, no sirvo sino de estorbo, puerca sal, no Chirlanga. Esperemos mejor a ver que sigue pasando con estas otras sin suertes tan paupérrimas. Bueno, chino pero bueno, deje el saboteo, cual es la pendejada suya, que me saca la piedra y ahí sí, lo enciendo a pata, oyó. Más bien camínese pianito que por eso es que nos demoramos tanto en llegar al Comuneros y ahora ahí si no se ponga con quejambres. Hágale rápido, pase por debajo del cerco sin poner tanto pereque. Eso si ve que no pasó nada y breve, me toca a mí y aguante el alambre más tiempo, que yo pasa despacio. Sí, estuvo fácil, ya pasamos el susto y como que estamos muy de cerca a la avenida central. Y sí, compadre, casi que no llegamos con rabia, hasta por estos sectores de los calabozos tétricos. Chino y no lo pensemos dos veces, cierto, que dice, paguemos dos boletos por un pasaje, más en esa ganga, que viene llegando. Eso hágale y párela a ver si nos llevan barato en el buseto. Que listo, que sí nos lleva don choferiando. Bacano, subámonos por la puerta de atrás, sin cabriolas. Ponernos con guevonadas, maldita sea, suben a un elefante verde como no nos van a subir también a nosotros de callejeros, cierto, nosotros de pobres y ofendidos. Páguese entonces ahí de un bajonazo, sin ponerse a peliar por las moneditas brillantes y pues sabe que mi chino, párchese después al lado mío, pero sin hacer mucha escama. Malparido vejete y usted que me mira con esas ganas virulentas. Esta gurrupleta de que se cree que sabe que no sabe ni mierda. Eso y eso está bien perrito que no me mal carié más con su malparida cara verrugosa. Bueno y que pensamos ahora con esta cabeza fría. Como

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me arreglo el problema de la ciclita. Eso va a tocar asaltar al Diván, el gomelito tiene harta platica. Yo no le veo otra solución, caerle a la mansión y pollo arreglado. Embarrada con el mansito, pero es que no hay más salidas para este delirio frenético. Y fuera de que en la casa, don papá Faber no se pusiera bravo, pero por una mísera de nada, se me pone berriondo y claro, cuando se pone a beber con Terry, la vaina se pone peor. Definitivamente yo estoy fregado con este destino tan raro. Que chanda tan azarosa, hermano, que de malas con esta vida tan resufrida. Mejor me echo un dormidita, antes de ponerme a frentear con los cuchos. Mucho el sueño que tengo atrasado. Mijo y ahora que pasó, Chirlanga. Déjeme descansar otro ratico bien bacanudo, que qué, qué por fin estamos cerca del Comuneros. Sí, pero que buena notica. Al fin una cosa salida de lo normal para esta pesada pesadilla. Sabe, mi ñero, no nos freguemos más la vida y bajémonos al frente del chuzo de la paisa. Eso a la de Dios, tírese de una vez contra el asfalto, Chirlanga, porque con esta pinta de miserables, no hay buenas alternativas salvadoras. Pero hágale, tírese y bese la calle, sin más dudas. Y miércoles, que dicha que casi que no llegamos al barriesito humilde. Pille y esa cosa, nos mal pasa por estar parchados con la gentuza errante. Pero que amor de santa, que dice la enamoradita, pero un hola para Andrea Patricia, salúdame al menos, como está usted tan bonita, Patricia, siempre tú tan linda. Y sí, hermosa, que sí, que si te queda bien esa blusa verde, así yo no sea del nachonal. Pero de todos modos, me tramas bastante y remucho, mujer. Eso sí te aclaro, nena, yo soy siempre del Cali, Patricia, siempre le hago barra al glorioso. Más que viva El Cali, carajo, porque nos vamos para la libertadores, así les duela. Pero y que bonita, no se me ponga brava, mejor para dónde va la Andrea, que anda usted como tan arregladita y que no puedo negártelo, porque me dan hartos celos, verla así tan divina. No y es que ni para que pregunto bobadas Verdad que fijo se nos va charlar con ese gomelo del apartacho. Que embarrada y que depresiva. Sabe que, mejor déjame solo con el corazón lacrimoso y mejor déjame con esta juventud rota. Más bien parcerito, vámonos a seguir padeciendo por los otros rincones de esta ciudad sin música, ida entre tantas ruinas. Adiós Patricia y linda y que tengas mucha suerte, entre las chistosas fortunas. Chirlanguita y si entiende como son las mujeres; te ilusionan con unos besos en las mejillas y luego ellas se van como frescas, abrazándose de coquetas a los brazos de los amantes visajosos. Esto sí es el colmo del colmo, sin el canto amoroso. En fin y sin nada de finales, no hablemos más de la dolorosa. Primo, hablemos mejor de cómo hacemos para conseguirnos la otra bicicletica de lujo Pero que qué Chirlanga, si está viendo lo que estoy viendo, maldita sea. Eso miren al Chómpiras, míralo al perro, tan tranquilo y tan diablo, remontando en la Harley. Eso ahí como va dando vueltas, tan rampante con esa risa de malicioso. Pero clarines, pero como no me iba a dar cuenta del truco. Así que me mandó a hacer la judía con los gamines del Limonar, no pinchete, listo chinchirrete, no pasa nada de ratonadas.

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Chinglete, tranquilo que así va jugando a lo pútrido. Fresco, que después arreglamos la jugarreta con otras puñaladas más trásfugas contra ese bironocho. Y sabe qué manito, fuímonos veloces de esta calle brava. Vámonos para la casa de madera para hablar con la viejita, que necesito que me sobe el brazo, más allá pensamos como planeamos otras cositas, igual de tramposas y pasadas. Del resto, le digo un secreto, Chirñangas, pensando así yo mejor las cosas; presiento de que nos tocará contarle mañana nuestra pena al Franz Wolker, quien dice ser escritor, parcero. Sí o no; contémole el chisme al poeta para que de toda esta odisea, nos haga un poco de justicia y nos la remate entre unos trasnochos con las noches insomnes; claro que según lo que recuerdo; Chirlanga, pasa una vaina y es que para mí, el Franz, incluso ya nos deberá estar relatando el cuento o no que es así, mi ñanga, cierto, parcerito, no cierto que sí

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Hoy recomienza el juego para Tachuela. A su hora, se arregla sin nada de afán. Está él de lo más contento del corazón. Sabe que su presente es infinito. Ya despacioso se acomoda la pimpinela roja en la nariz, se pinta la cara de azul. Le queda bien esa máscara con el vestido de salsero que lleva puesto. Su sonrisa ahora la hace de escarcha. De una sola queda bonito. Enseguida; da unos cuantos pasos hacia adelante, empuja el espejo del cuartucho en donde dormita y tranquilo sale a la ciudad bogotana. En lentos segundos; cruza la avenida Caracas, llega al rincón de la otra esquina desteñida, más le regala una monería al niño que acaba de pasar distraídamente con su madre en embarazo. Y son las nueve de la mañana en Colombia. Hace un frío ceniciento en esta capital del espectáculo. El día parece ser promisorio para quien cree en lo increíble. El payaso así para lo feliz; se detiene en la acera, abre su portafolio de algodón, extrae una peluca de colores, se la pone sobre la cabeza. Hoy hacia lo indistinto, debe hacer reír a la gente igual que ayer. Ciertamente está casi listo para invocar la diversión. Su mayor deseo es romperle la rutina a los deambulantes. De repleto, lo aspira mediante la imaginación. Aquí entonces, supera al miedo con sorpresa y mímico se dispone a bailar una cumbia caribeña. A lo artista; se deja llevar por esa canción de La Pollera Colorá, cuya lindura suena levemente en la cafetería del costeño. Tachuela a lo bonachón, se siente liberal en estas afueras festivas. Eufórico, agita sus zapatos gigantes. De repente da una vuelta completa y de animoso; le roba el beso a una bufona tonta quien acaba de salir por el edificio de los chocolates. Luego corre solo a toda marcha para evitarse la cachetada. Evade a unos cuantos constructores que se le atraviesan. Coge por un callejón sin direcciones rápidamente. Por allá, se esconde entre las canecas y unos pedazos de madera, porque él quiere otra vez ser niño con ella. La mujer queda por su parte desconcertada; se saborea los labios embabados, le da es risa y no lo persigue ni hace nada anormal. Mejor, coge por su camino habitual para ir hasta el circo de los tramposos. Anda sin ligereza a lo fresca. Tras lo pensativa, recupera su mundo de fastidio sin siquiera haber distinguido al ladrón. Del resto, que deambula como una solterona por la desiudad. Entre sus momentos, boba se deprime cada vez cuando los hombres la observan como a una muchacha recurtida. Esto duro le sucede con bastante frecuencia. A causa de su vagancia, la decepción constante le destroza las ilusiones más hermosas.

En cuanto a Tachuela, sólo espera entre las lagartijas a que ella se vaya lejos. Casi no hace bulla. Escasamente, espanta a los bichos que se le suben por los pantalones. Los bota con repudio al suelo con sus dedos. Pasan a la vez unas nebulosas por sobre sus ojos cafés.

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Tal casualidad pues le resulta enigmática. Por aquí él se siente un poco mareado. En verdad ese clima brumoso, lo trastorna. Aparte, que incesantemente esa vida social lo confunde por ser tan monótona. Así en lo ansioso, saca un cigarrillo del bolsillo. Por medio de una magia chispeante, lo enciende con curiosidad. Excitado se lo lleva a la boca, lo fuma sin zozobra. Se chupa sus emociones. El humo sobre lo albo despeja su mente. De paso, recita un rezo para que ningún ratero le quite la maleta en donde tiene guardadas las bromas junto con el dinero. Es que dejó los cachivaches detrás del teléfono público. Por tal motivo, sale ahora del escondrijo. Da la última bocanada al vicio, bota la colilla. Más que cuidadoso, se asoma a la avenida para ver si la bufona ya se fue a su trabajo. Efectivamente ella no está en estos alrededores del desorden. Nomás se ven carros que sobrepasan los semáforos; nomás trotan los ejecutivos con sus trajes de paño y por ahí hay algunos jóvenes, que juegan a la rayuela. Demás por este destino, chistoso él loco va otra vez enrumbado hacia su escenario de actuación. De mozo lo encauza con pasión, porque su forma de pensar es diferente al de las personas comunes y corrientes.

Por lo cual en breve, consigue aparecer una corbata de sus mangas. Se la pone sobre el camisón y entre burlas empieza por imitar a los oficinistas malhumorados, que no cesan de transitar por la calzada mugrienta. Como hombre sin pena, les critica el caminar y les repite los gestos, sin decoro. En acto irrespetuoso les saca la lengua. Acaba de cruzarlo asimismo un comerciante rubio, que va vestido de negro. Y Tachuela de saboteador, le echa maizena en el pelo. Pese a todo, nadie reacciona ni lo detiene, ni siquiera el propio agredido quien sólo ingresa al casino en donde hace negocios con los clientes.

Debido a esta pasividad; ahora el payaso de repasado, ironiza a un viejo canoso que está recostado contra la pared, viendo salir los renacuajos de las alcantarillas. A lo extravagante, Tachuela pues lo ofende sin la menor precaución por hablarle a modo de fantasma. Hasta lo hiere con unas muecas de obsceno, que le recrea. Entre lo otro anormal, se aleja de allí por unos segundos y dándoselas de malicioso, pasa a coger un globo del ramillete que hay más próximo y pronto, lo chupa con morbosidad con la boca. Enseguida; vuelve hasta donde el anciano, se le enfrenta hasta la barbilla. Más al instante, le revienta esa bomba verdosa en toda la cara. En conjunto, Tachuela procura efectuar una pataleta de histeria. Sus carcajadas se figuran como insoportables. Para uno no creerlo, también se pone a brincar en un pie por esa insania que lo acosa. El señor, desde su posición de ofendido, claro no puede soportarse más la chanza, su semblante ya está rojo de rabia. Ante el apuro, sólo por un impulso cierra una de sus manos y severo se le manda encima, le acaba de zampar sus buenas trompadas. De golpe, le reventó la mejilla derecha, lo dejó sin la menor oportunidad para defenderse, lo estrelló contra el sardinel.

Ya entre lo otro iracundo le grita:

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Perro hijueputa y usted qué me vio, pinta de gallina Desadaptado por aquí le mete otro puño-. Sabe y eso le pasa por dárselas de guasón, tonto marica.

Sí, pero no me pegue, yo sólo quería hacerle la amistad Dice Tachuela pendejamente. No, le creí, guevón, le creí Al mismo tiempo le lanza una patada en las costillas.

Menos mal, asoma un policía por la esquina del teatro. Avanza a pasos lentos a medida que le da los giros al bolillo. Hace distraído la ronda de rutina. El cansancio lo embarga casi hasta lo inaudito del desocupe. Pero una vez ve el altercado entre ambos civiles, recompone su estado de ánimo y decide ir hasta donde ellos; se les arrima con dureza de mando, pasa a separarlos como puede con las manos. Igual a lo normal, para la otra reflejante realidad, los habitantes de este suburbio aparecen junto a las puertas de sus casas para chismosear lo que puedan gozarse descaradamente. Todo esto azaroso les causa excitación. Y la gentuza de la calle que pulula en la polución, fisgonea de reojo al payaso ensangrentado. A los presentes les genera ironía esta precisa desventura, menos a Piedad quien advierte el drama desde los ventanales de una librería antiquísima. Ella desde allí, lo que augura es un poco de compasión por el pobrecito y por ello piensa en inspirarle un poema de salvación.

El señor agente mientras, llama a los revoltosos al orden y pita varias veces para hacer escama. Ante ello, Tachuela se levanta del asfalto. Lo logra entre tumbos. Se tiene contra la pared. Ahora remueve la cabeza hacia un lado y hacia otro costado. Lentamente recupera la noción del equilibrio. Permanece callado por un largo rato. Deja que el viejo peleador hable sus canalladas, inventa un montón de embustes. Más el payaso examina a su enemigo con una cara de desprecio. Recorre ese cuerpo fornido con su mirada. Le da rencor. Y de repente, se da cuenta de que él tiene la billetera ligeramente salida del pantalón. De modo que estira las manos como si estuviera desperezándose y de un sólo raponazo, le hurta el objeto de valor. Acto seguido, huye hacia el atajo del cartucho a toda velocidad. Al poco tiempo desacelera. Sólo se agacha para recoger el maletín que aún está junto al teléfono. Lo toma con rapidez. Vuelve a correr con ganas. Va derecho hasta donde el local del costeño. De una vez por allí voltea por la esquina de los vendedores ambulantes. A lo ágil, se escabulle entre la multitud de los desengañados mientras el tombo revolotea a modo de perseguidor.

Ya por aquí, Tachuela acaba de quitarse la peluca y la máscara. Así pasa desapercibido como un desconocido. Limpia a su vez la sangre que quedó en sus labios. Aún de más, trata de ir apresuradamente por los callejones. Lucha por perderse de los opresores disparatados. En medio del bullicio, rebasa al cuentista Evelio, quien sabe que este mundo es de mujeres y de hombres pobres. Sin embargo el payaso, lo esquiva sin distinguirlo en su exhalación tan excelsa. Nomás coge de largo por una carretera destapada. Sortea a los hombres taciturnos, va veloz hacia ningún lugar en donde las personas diferentes obran como

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malabaristas. A lo fabuloso, siente que flota en el aire. Fugaz se ha podido escapar. A lo luminoso es porque bufona viene otra vez a su presencia. Ella regresaba del circo del trabajo y volvía para su apartamento; cuando entonces por entre los eucaliptos y los grillos, lo reconoció a él, al payaso fascinador.

Por esta magia elevada, juntos se toman de la mano en menos que mucha tardanza. Al cabo divino, cruzan por un parque de drogadictos así como atraviesan unos varios potreros de vagabundos. Sobre lo otro milagroso; llegan unidos al palacio de los espejos. En hecho, van hasta la entrada de los reflejos coloridos. Y son las horas de los desarreglos universales. Ellos por fin tienen el valor de traspasar por la incepción. Con expectativa lo hacen con una energía poderosa. De conformidad, hombre y mujer viajan por un agujero de gusanos. Un año luz semejante transcurre en el tiempo. La oscuridad explota. Más en mayor experiencia, ambos retornan a la infancia en donde Tachuela suspiraba por ella. Así hacia lo inesperado, regresan a esa avenida Caracas de las alucinaciones. Allí todo lo observan igual a como las cosas eran durante el pasado. Las vigilias están intactas; nada lo conciben distinto, la gente sigue en su mismo inframundo. Tan sólo lo único; que ellos dos intuyen que cambió, fue el juego y el amor de la bufona. Por eso entre lo majestuoso, ahora recomienzan una vida nueva de bufón y otra de payasa.

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UNA ESTAFA DE KINDER GARDEN

Era Diana Díaz, una administradora financiera y ella era hermosa. Tenía una forma de ser de lo más agraciada. Demostraba unas actitudes respetuosas. Los ciudadanos la admiraban por su belleza y ella era del hogar dulimense. Más por las leves desgracias; durante un confuso día del desorden mundial, Diana sufrió un percance monetario.

Entre tanto, sucedía cierto mes septembrino. Se percibía molestamente impasible. En medio de este clima, todo el caos de Diana se dio sin ningún aviso. Debido a los azares de estos tiempos sin destino, la dama no pudo hacer nada para remediarlo. Todo el mal, se recordó para un año de desastres naturales como de injusticias sociales, experimentadas en Colombia. Así hacia lo bajo suavemente, ella taciturna a un martes de vientos atardecidos, cariñosa ella, fue paseando por el Teatro Tolima. La luz de la luna le acariciaba la cara. Aseriada, iba de camino al banco Fortuna por la calle metálica con carrera quince. Avanzaba hacia aquel rincón de la ciudad musical. Ese día, nadie la detuvo para cuidarla.

Por lo demás inexplicable, Diana bellamente lucía como una musa maquillada en puro deseo a los hombres solteros. Al paso, prosiguió desfilando con su vestido negro, haciendo una grata imponencia con su apariencia de mujer rubísima. De momento, cargaba fémina un bolso blanco a la moda, cual lo llevaba colgado sobre el hombro derecho y levemente desnudo. Por el hecho con rutina, la mujer despampanante en medio de la pasarela, lenta esquivó a uno que otro vendedor callejero de dulces, aparte de los demás vagabundos harapientos. Seguidamente, Diana los dejó atrás entre una fragancia primaveral, momentos antes de ingresar al banco privado.

Allá ya de una sutil vez única, la primorosa empujó la entrada de vidrio grisáceo y de pronto fue y se dirigió hacia el cajero automático para sacar unos dineros efectivos, que necesitaba a ese uso consumible de los gastos cotidianos. Pasada así la acción común, ella estuvo rápidamente en la cabina asfixiante, mirando alrededor suyo si no era perseguida por ningún malandrín perverso. Menos mal, las callejuelas estaban un poco abandonadas. Por esa novedad a su ocasión más tranquila, extrajo del bolso la tarjeta débito al tiempo que introdujo tal cosa plástica en la ranura computacional. Enseguida fue reconocida la cuenta activa, sin nada de contratiempos. Hasta ese momento, no hubo ningún problema de infortunio. Diana, cual damisela frugal, sacó mientras tanto de la cuenta corriente la cuantiosa suma de un millón de pesos. Rehizo los procedimientos adecuados de la transacción pasajera. Y ciertamente, no hubo ningún ladrón de cuerpo presente. Nadie estuvo cercano a ella entorpeciendo esta instancia cuidadosa. Nomás por ahí los habitantes cruzaban remotamente por aquella ciudad necesitada de alegría. Tan sólo los ciegos

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desquiciados se chocaban contra la vacuidad existencial. Y por supuesto, Diana esperó a que la maquina soltara la suma monetaria que había sido requerida. Así pues en poco tiempo, salieron los billetes entre azules y morados y ellos sin poesías. De más en breve, la linda mona lisa fue recogiendo el dineral con sus dedos de finura mientras tomaba con la otra mano suya, el recibo del retiro contable.

Ya cuando Diana conjugó las cuentas suyas para saber si todo coincidía matemáticamente, no hubo ninguna sorpresa para ella. Desde lo cierto, los números no se trastocaron alocadamente. Todo parecía normal. Debido a esta posición, Diana reanimada por el hecho común y cotidiano, guardó el recibo en el bolso, haciendo uso de su elegancia clasicista. A su otra costumbre, ella comenzó a contar los billetes en sus manos blándidas. Y el dinero encajó perfectamente, respecto con el valor que había demandado. Pero entonces, reapareció una flexible irregularidad. De a poco, renació un quejido como de suspiro decepcionante, que fue soltado por la rubia; muchacha tan glamurosa, ella con su cara serena. Casi sin creerlo, evocó su malhumor mientras advertía un montonón de papeles falsos de Marías, entre los demás billetes de verdades canjeables.

Esto quiso simbolizar que esta encantareña; Diana Isabela Díaz, perdió más de quinientos cincuenta mil pesos nacionales. Desde lo sucio se dio esta estafa de párvulos, luego de eso de las seis y cuarto crepusculares. Lunáticamente el cielo revuelto de pesadez se pobló como de nubes marianas. Del resto, la musa, amiga de un poeta, no pudo quejarse con los gerentes del banco en ese mismo día. Al cabo de aquel martes, la entidad ya estaba cerrada a esas alturas atardecidas. Al paso de la ligera noche, ella pues fue para su departamento. Una vez en su habitación, tuvo el ansío de ir por la mañana hasta la oficina corporativa, sólo queriendo recuperar su plata honrada y tan trabajosa de alcanzar.

Así en lo decaído, durante el nuevo madrigal soleado, ella a lo enojada decidió ir a dialogar con los agentes gordinflones. Diana, como una mujer inconforme, quiso manifestar su desengaño de frente a esa confabulación de trampas perplejas. Y juiciosa, lo hizo con una firme convicción intimista. Pero pese a sus peticiones para que arreglaran el caso, ellos no quisieron solventar la falla empresarial, tan fácil de corregir y tan informal. No se les dio la boba gana; porque dizque había que hacer un resto de trámites sobre pruebas financieras. Aparte, tocaba ejecutar los papeleos sobre la posible remuneración en Bogotá. Entre tanto, la afectada debía dictar un acta de consulta bancaria y otro pocotón de pendejadas dispendiosas. Más contra esos errores de falsos pasivos, lo obligatorio era disponer un reconteo extraordinario de capital, para así asegurar el desorden tanto bancario como legal.

Por su parte de vida; Diana ante todas las vueltas administrativas, fue también al palacio de justicia a poner su queja de ciudadana robada y para colmo de demencias, el jurista que la atendió resultó ser un accionista encubierto de Fortuna. Así que sin salida, la

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musa dejó las cosas de ese tamaño sin fondo. Sencillamente; canceló la cuenta de débito, requirió su depósito secreto y se traspasó rápidamente a una fiduciaria más confiable, la caja

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LA NOCHE VIOLETA

Bajo la mañana tempestuosa de este día insistente; siento la ansiedad por escribir los últimos residuos de mi pasado, tal vez desaprovechados en los pésimos vicios. Para lo claro me sufro a solas, sin ninguna ilusión. Debido al desvarío de la vacuidad, perdí la existencia momentánea. Lo maldito me sucede al ayer de ese viernes ausente de amor. Yo andaba en medio de un nocturno, ido sin alegrías desde mi burda arrogancia. Ahora de enferma, bajo los latentes recuerdos, vuelvo a la presencia de aquella noche de lamentos. De pronto yo fui ingresando al prostíbulo, que todavía queda cerca a mi casa descuidada. Sin mucha prisa, salí de mi pieza mal oliente, sola allá en donde me sentía perdida, residiendo vanamente desde hace algún tiempo estático. Luego me fui acercando al tugurio de las divorciadas; por cierto había varias personas conversando allá adentro en ese sitio desesperanzado, al que fui ingresando lentamente. Todo estaba horriblemente sucio en cada uno de los escondrijos. A lo mejor, miré para otro instante mío la llovizna del cielo cual era como un rocío de lo más umbrío, que iba corriendo por las afueras pesarosas. Atenta lo contemplaba; resaltando en la ventana, que había junto a la entrada.

Soy una mujer soltera por otra parte desconsolada. Además me quedan pocos años por vivir en medio de esta persistente realidad de decadencia. Poseo una piel blanca y soy una desconocida diseñadora de modas a los ojos del mundo.

Ya durante otro momento, fui a la cantina del local. Me supe por allí con la ropa mojada, que chorreaba mi cuerpo delgado. Me vi empapada de agua fría sinceramente. Las gotas se me escurrían traslúcidas por entre los cabellos negros y largos. De todos modos, me dio igual esta pena por sentirme frígida y ausente del calor de mis amigos perdidos. No me importó nada así como no me interesa lo restante de mi enfermedad descarada. En serio; nadie parece amarme desde lo acabado, que me queda por saber sufrir quedamente.

Ayer igual, llevé mi vestido negro de luto para la desgracia de mis noches alteradas de las altas anochecidas, que aparecieron serenamente. Yo quise pues por los dolores, beberme una copa de ginebra. Más adelante, ansié acostarme con una de las gordas rubias, que se sabían eróticas en las mesas junto a sus compañeros fumadores. Antes me encantaba hacer del amor ansiado, debido a mi placer ansioso. Eso fue quizá lo más justo para poder calmar mi lujuria. Ya durante otras miradas, siempre presiento ese único recinto, acogedor para mi larga soledad de este presente envolvente. Me era agradable estar lejos del bullicio urbano. Toda la pasión carnal podía liberarla con euforia. Estar por ahí en los puteaderos peligrosos de la muerte, estar oyendo la música norteña mientras veía la luna encendida de octubre, ciertamente me reconocía junto con la gente distinta.

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Sin miedo y disconforme, luego fui andando por lo tanto en mí, sin prisa. Apenas avancé con un leve malestar como enrarecido. De seguido, ubiqué la flaqueza de mi silueta en una de las sillas cuidadosamente. Dejé caer mi cuerpo blando en el espaldar. Un poco impaciente, comencé a examinar el bar que había junto a la entrada telarañosa del sitio penumbroso. Se me acercó mientras la rubia más linda, para mí. Me colocó un cigarro en la boca reventada de mi rostro; ojeroso y pálido. Por lo demás, habré de entender que siempre fue hermosa la muy descarada prostituta, quien me atendía a cada rato, cuando yo iba a visitarla. Ella se decía llamar Rosa. Aún era joven esta moza de las infidelidades contrariadas, pero pese al amor suyo, ella consiguió matar a varios sicarios, dizque para hacerle un bien a esta ciudad apocalíptica. Esos hombres fueron aparentemente tan horripilantes como su odio infantil. A lo mala, ella siempre los asesinaba a ellos gracias a una cuchilla brillante, cuando acababa de llevárselos al cuartucho ocioso, tal vez nunca suyo. Allí, tenía durante horas anteriores algo de sexo desabrido con esas ratas sociales. Luego del grito, Rosa cortaba sus gargantas sin mucho desahogo, sin nada de duda. Por eso cada vez que podía, trataba de acostarme con su belleza lejana, entre risas rotas y lágrimas medio derramadas. Llorábamos solamente entre ambas. Ella era diferente de las otras personas. Igual, debido al destino mío tuve que darle un término voraz a esa amistad. Pero hoy no lo niego, Rosa fue toda coqueta conmigo desde cuando la conocí, sin que yo le prestara mucha atención. Al paso de los atardeceres y las infidencias nocturnas, ella pudo ganarse mi confianza, bajo las sábanas sucias y raídas. Así, bajo el extraño deseo sexual, fue un curioso gusto, dedicarle a la muchacha un algo de dicha ajena a la mía. Entre los propios segundos del ayer, no le dije casi nada a ese difuso rostro de mujer suya. Esa noche sólo empecé a escucharla. Luego terminé la copa del trago que ella misma me había pasado en un momento inconsciente, cambiante a ese antiguo presente. Yo dejé ya serena la copa vacía en el mostrador, sin hacer escama. Ya después me levanté de la silla donde yo pensaba distraída sobre la muerte. Lo hice, porque intuíamos que era hora de irnos al cuartucho mal oliente, para tener porno juntas. Necesitábamos irnos de la sociedad y así de a poco podíamos apaciguar nuestra aspereza doliente, ante la adversidad. Me alejé entonces de la barra, sin besarla mucho a ella en sus labios. Caminamos por entre el pasillo, reunidas ya entre raros abrazos. Nos tomamos de la mano, sin presentir ninguna vergüenza ante la gentuza dañada del allá, ganosa del escarnio señalador. En justo sentido, llegamos pronto a la habitación de paredes azuladas mientras tanto, para lentas quitarnos las ropas. Entramos tranquilamente al encierro intimista. Ambas cerramos enseguida la puerta de metal con sumo cuidado de no hacer ruido. Apenas fuimos ligeramente percibidas por los presentes vivos de ese lugar ciertamente azaroso. Nos encaminamos por tanto al catre de las mujeres, más que apasionadas. Nos desnudamos suavemente entre la lindura mujeril.

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Luego dejamos que todas nuestras poses fluyeran lastimosamente, por sobre las caricias crueles y los besos culpables. Presentimos profundamente el uno contra el otro cuerpo, frágil al aroma de cada sabor semejante. Acogimos cada nostalgia oculta en ambas sin horror, nos extasiamos entre estos rincones del libertinaje.

Una vez pasado el extraño rato, mi amante de alquiler esperó un poco a dejar correr su ansiedad. Sola soportó su silencio para vivir otro tiempo mejor, sin tanta aflicción. Además ella se percibió única a sus otras noches rutinarias. Tras su misma abstracción, ella pensó sobre la paz, recostada al lado mío, debajo de los tendidos negros en donde aún nos dejábamos ir hacia el simple vacío de la quietud. Ella apenas me dijo que estaba confusa por su pasado y muy conmovida por estar a solas conmigo. Así que yo la seguí soportando durante el vaivén del sopor y del ambiente, que nos recubría ahogadamente en tinieblas. Le ofrecí, mi tiempo premeditado para que cavilara ingenuamente sobre sus amores derrumbados. Yo para el caso, seguí sufriendo una sola agonía de trasnochados sinsabores muy iracundos. No sabía qué hacer con ella. Dudaba de los posibles actos. Me levanté sin embargo del relajamiento penumbroso y todo mío. Lo decidí una vez pasaron algunos minutos furiosamente. Desde mi propia rabia, ya no podía ocultar más este drama. El hondo desespero me delataba. No quería reconocer esa obscena enfermedad suya. Entonces miré roja en sangre hacia el suelo de lozas blancas y pronto saqué de mi bolso, un pañuelo negro y un picador de hielos; me acerqué con maldición al rostro de Rosa y enseguida le fui gritando antes de matarla: Malparida perra; usted es una malparida, hijueputa.

Ya de golpe creció el rencor; me le lancé horrendamente contra su humanidad pecosa mientras la estrangulaba por el cuello y la asfixiaba por la boca. Pesadamente, le di su homicidio violento, sin nada de misericordias suplicantes. Estaba en su pobreza abandonada. Durante la otra impudicia, atravesé su corazón con el picador y por fin ayer hube de exterminarla, bajo la noche umbrosa. Sin miedo, la dejé desangrada, sola desgarrada a mi propia venganza mía, la estrangulé entre un dolor bulloso y me importó una reverenda mierda; que la gente de afuera se hubiera dado cuenta del crimen, antes bien cometido porque desde hace años me sé muerta en vida y sin la vida de mi sangre violeta.

Y entonces hoy, no me queda si no esperar a la infección adentro de este sanatorio de porquería en donde ahora estoy excluida, sin yo querer estar más en este mundo, tan plagado de infamia y de miseria.

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LAS OCUPACIONES DE JORGE

Dieron las siete de la noche en Ibagué, cuando el joven escritor, llegó al barrio de Belén. A un paso normal, cruzó por el callejón que lo conducía al bosque del sector residencial. Y por allá, sentía el clima tranquilo. Los árboles se mecían bellamente en la brisa. Ese jueves además pensó como loco en la historia que debía realizar para el taller de literatura. Estaba un poco angustiado, porque no había escogido el drama ni mucho menos a los personajes. De modo que estuvo totalmente excéntrico durante el día. En la tarde anduvo deambulando por ahí afuera en las plazas. Meditaba sobre el arte de escribir. De hecho, debía presentarle la narración al poeta Ludizo, la otra semana, para que la valorara y le diera la nota de clase. Menos mal por una extraña intuición, pudo resolver el conflicto que lo inquietaba. Sucedió cuando dejó atrás la saliente de la callejuela. Por allí, volteó el rostro hacia su derecha y de repente reconoció al vecino taciturno; Jorge Hernán Ramírez. Lo vio sentado sobre el muro de la residencia modernista en donde habitaba. Era misterioso y astuto el serio de Jorge, sin embargo por esa época poseía la complicada profesión de no tener ningún trabajo. El joven cuentista al distinguir entonces al desempleado; descubrió la elevada posibilidad de hechos trascendentales que podría haber actualmente en su vida. Aparte, antes había examinado las incoherencias rutinarias del hombre, siempre que lo veía por los lados del centro.

Así ante esta novedad; él por el interés, fue rápido hasta el sitio en donde estaba Jorge Hernán, quien charlaba gratamente con su hermano Felipe. Ambos, trataban temas casuales bajo el resplandor de las estrellas. El artista de las palabras, entre lo continuo los saludó con una exagerada cordialidad. Juntos se tendieron la mano. Más desde aquí, comenzó a transcurrir un diálogo político sobre la corrupción nacional. Cada uno de los presentes fue expresando sus puntos de vista, respecto con los escándalos gubernamentales. Debatieron durante casi media hora, las realidades más caóticas del por qué aún hay miseria en el país. Al cabo del asunto, dedujeron que todo este desorden se debía por el mismo egoísmo del hombre.

Ya sobre lo otro ocurrente; dándoselas el joven de escritor sagaz, preguntó como seguía la situación laboral en Jorge, lo inquirió como de forma distraída. Tras el acto, el cuestionado manifestó un gesto de impresión y por discreción comentó: Hermano, si usted supiera como estoy de jodido, no, antes debería ayudarme. La situación sigue igual de berraca; apenas he recibido dos llamadas de vacantes, pero no de aquí sino de Medellín.

Una vez aplacó la voz el perjudicado, surgió una queda incertidumbre en los allegados. Sobre lo frívolo, se respiró el sopor del ambiente nocturno. Las energías se concibieron

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pesadas. Y de repente el escritor descifró alguna parte de la información que pretendía encausar para la creación de su relato.

Entre estos efectos, Jorge Hernán hubo de graduarse hace unos años en la Universidad Regional. Una mañana de marzo recibió el cartón como administrador de empresas. Para ese pasado, vivía por lo cierto en la casa paterna. En ese sentido, los padres no sabían qué hacer con ese desocupado. Ellos estaban tanto desesperados como indignados. A solas, pensaron en colaborarle para un local con tal de que vendiera maletines con lociones y también hasta se les ocurrió ubicarlo como ayudante en la pequeña finca, que tenía su tío por los lados de Lérida. Pero pese a las iniciativas, nada de esto alcanzó a fraguarse por la guerra acaecida en la región.

El joven bien, según su presente le pidió al desempleado una entrevista al otro día por la mañana, si para él era posible concederla. Al parecer no hubo ningún problema. Sensatos ellos, quedaron de encontrarse en ese mismo lugar como mutuo acuerdo. Mientras tanto, se despidieron con cortesía. Daban casi las nueve de la noche. Así a lo usual, cada quien se fue para su cama a dormir. Era tarde en lo umbroso y en soledad, ellos necesitaron descansar de tanta inactividad y en verdad que lo consiguieron por medio de los sueños.

En cuanto a lo mucho persistente, las horas pasaron sin ninguna desarmonía. Despacio alumbró el sol de madrugada en las serranías. El viento volvió a ser fresco. De cara a ello el joven, despertó sobre su lucidez mental. Se levantó con una incierta euforia. Igual recordó la cita que debía cumplir para ese viernes. Entonces, se arregló con presteza, sin bañarse. Se puso la ropa de estudiante de lengua castellana, que tanto lo diferenciaba de la otra gente. Más pronto, fue hasta la sala clásica del domicilio. En breve ingresó allí, recogió la agenda de apuntes que permanecía sobre el mueble y veloz salió en dirección al bosque de Belén.

Durante el recorrido, recordó a lo consiente las veces cuando veía regularmente a Jorge en el establecimiento de internet, que queda a la vuelta del edificio en donde antes jugaban play station. Según lo supuesto, navegaba ahora con el propósito de enviarle hojas de vida a las distintas compañías de Colombia. Eso durante los crepúsculos lo sorprendía metido en la cabina. Desde lejos, le apreciaba una cara de entusiasmo, ida en una afición y esto parecía infrecuente para el joven. Del resto, que por ahí lo advertía rondando por entre los senderos de los parques floridos. A lo usual, mantenía oyendo baladas en el walkman. En ocasiones, pasaba a recostarse sobre el prado y de vez en cuando leía y subrayaba con el bolígrafo, los clasificados del periódico. De tal forma, entre los otros destiempos, lo entreveía adentro de los centros comerciales, yendo a solas como si fuera una persona atareada. Aparentemente, rellenaba los formularios para los probables empleos. Pero lo real, fue que nunca obtuvo un puesto de oficinista ni siquiera inestable, pese haberse presentado a las audiencias ridículas que fueron organizadas por las corporaciones.

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El literato, debido a estas evidencias, comenzó a correr por entre las araucarias con tal de llegar más pronto a donde este medio conocido de la ciudad. En menos de nada, salió de la arboleda primaveral. Iba tan apresurado, que hasta casi se estrella con un carro de funeraria. Menos mal, logró rebasarlo por un costado y ello gracias a los azares del mundo. De súbito a su vez respiró hondamente. Descansó por unos instantes y de nuevo reanudó su camino de inexperiencia por el andén. Recorrió alrededor de tres cuadras; evadió a un mendigo y por fin arribó a la casa azulada de Jorge.

Sin tardanza, tocó por allí el timbre de la puerta. Esperó a que alguien le abriera. Silbó fuertemente con tal ser atendido. En menos de nada, pues reapareció el protagonista, cual había decidido escoger el escritor. Descuidado él vestía una pantaloneta despintada y nomás que las chanquletas; su rostro se figuraba somnoliento y su piel hedía a chucha. Entre tanto, los dos hombres se sentaron sobre el muro de siempre, adornado con plantas naturales. Sin ansiedad fueron intercambiando algunas palabras. Luego, Hernán le habló de sus anécdotas.

Explicaba, que nunca había tenido una ocupación formal. Pero no era porque fuera un inútil sino porque no le daban oportunidades para laburar. Ante la dificultad económica, le dio entonces por montar un negocio ambulante, sostuvo Jorge Hernán. Al parecer, revendía camisetas y jeans durante las temporadas de vacaciones. Lo hacía el mes de julio y también para la semana santa. Llevaba casi un año en tal oficio, le esclarecía al joven escritor con algo de risa. Respecto al surgimiento de la idea, lo diligente suyo cobró efecto hace mucho tiempo repasado y sucedió bajo una mañana soleada de mayo. Ese día había salido de una conferencia emprendedora, cuya cual había tenido ocasión en el Hotel Ibanasca. Recordó que luego andaba paseando por la Calle Bonita. Dejaba fugar las horas en sus cavilaciones. Avanzaba despacio con el portafolio en la mano. A cada paso, observaba a los vendedores humildes quienes se encontraban aparcados en las esquinas y que brindaban sus mercancías de ropas, relojes y de sombrillas. Fue entonces por aquí, cuando le vino la creatividad a su memoria, la de ofrecerle camisetas y pantalones a los muertos vivos del barrio. Y así medio lo hizo, sin tener que solicitar la ayuda de sus padres.

El escritor por su parte, escuchó a Jorge Hernán hasta cuando dio con el final. Le puso suficiente cuidado a las cosas que pronunciaba, casi no le perdía detalles. En este sentido él supo vislumbrar los fracasos que había sufrido este hombre. Como si fuera poco, nunca fue capaz de hacer las cosas que hace un administrador empresarial. Pese a las habilidades que tenía para convencer a la gente, no fue un triunfador. De hecho, una vez acabó la entrevista el joven, el de la voz narradora, tan sólo le compró un buso y de los más baratos. Y bueno, antes de ir a despedirse; Jorge lo detuvo y le conversó vagamente sobre el viaje que debía realizar hasta Medellín. Qué dizque era para buscar un futuro. Pero la versión no cuadraba

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en lo total. Eso último fueron puras mentiras. El escritor, por suerte desvelo la farsa. Se enteró de lo tramado durante la semana siguiente, cuando se enteró por medio de los diarios de que Jorge Hernán había resultado implicado en un crimen por obsesión. Esta noticia tras lo dura lo conmovió. Sobre lo demás; comprendió que el cuento del viaje había sido otro de los tantos despistes, pues fatalmente como dato preciso; Jorge Hernán hubo de asesinar al poeta Ludizo.

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COMO LIBERTADOR PARA LA PATRIA

Juro por el Dios de mis padres, juro por mi patria y juro por mi honor, que no daré descanso a mi brazo ni tranquilidad a mi alma, hasta no ver rotas las cadenas que oprimen a mi pueblo por voluntad de los poderosos.

Simón Bolívar, acabas de cruzar el puente de los sacrificados. Pasas por allá con rapidez. Vas cabalgando con furia. Corres hacia los pastizales en donde los soldados realistas aguardan. Valeroso, vas montando el caballo blanco de los guerreros. En marcha, vas unido junto a las tropas patriotas. Ustedes gritan a la vez sus proclamas de libertad. Más como ejército se acercan hasta los bandoleros españoles. Así bien, la tarde se incendia en calores, el cielo se hace soleado. Maestro Simón y por la causa humana, hoy sabes que es otro de estos días de combates. En vida, hay que defender a los débiles y los humildes. En verdad, toca levantar la espada contra los monarcas para hacer justicia. Para lo claro, ahora te tropiezas con los bárbaros del esclavismo. De un acto, desenvainas entonces la hoja reluciente con agilidad. Lo haces con ímpetu y de golpe, te enfrentas a uno de los soldados enemigos. El encuentro que se efectúa es a muerte. Al seguir, desafías sus embestidas con sagacidad. Soportas con dureza al agresor. Esperas un poco a que rebaje la guardia. Y el español descuida el pecho entre el desespero batiente. Así que tú, general no desaprovechas la oportunidad; sin ni siquiera llegar a dudarlo, te impulsas desde tú caballo y le clavas hondo el filo acuchillante al criminal. En el mismo instante, la sangre es derramada por Colombia y aquí, restalla la batalla de Boyacá.

A la ardida hora; estás con la cara roja por la lucha con el pueblo, Simón. De seguido; recomienza el choque de lanzas y de bayonetas, entre los indígenas contra los invasores de caras pálidas. Resuenan de a poco algunos escopetazos de fistol, que sueltan los pestilentes. Por lo triste, caen varios campesinos al agua cristalina. Al hecho, pasas a replegarte con tus compañeros de vanguardia para encerrar mejor a los colonos de Barreiro. Corres celeste en tu caballo que parece un centauro. Esquivas los lanzazos de los ofensores. Te agachas bajo unos árboles de laureles. Allí, aguantas de a poco a la arremetida inclemente. Tus militantes pasan a expandirse por entre las montañas impetuosamente. Ellos corren a pie desnudo. Los unos se esconden abajo de los matorrales con extrema precaución, mientras que los otros se quedan en la defensiva, cubriendo los flancos de irrupción.

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Ya unos segundos después, tú alzas una de las manos a lo alto y les das la predicción a tus compatriotas de atacar con toda la artillería. Mientras tanto, los negros con los zambos quienes eran explotados en las minas, surgen airosos de entre las matas y con esfuerzo, van lanzando las horcas a los opresores de las indias. Los mestizos igual arrojan las guadañas en medio de la confrontación. Y en breve, mueren más que muchos de esos inhumanos que de repente quedan desterrados. Desvalidos ruedan por los suelos los guardias de infantería. En el mismo momento, los chuzos aún descienden de los aires y de pleno, caen traspasando las cabezas que están descubiertas. Entre explosiones, la mortandad allí presenciada es más que cruel. En cuanto a vos libertador; sólo ves desde tu posición los charcos de sangre. Desde la intimidad, sufres la barbarie en su mayor apogeo y pese a todo no te rindes, elucidas lo tan necesaria que es para acabar con el reinado de la dominación. Pues de esta guerra; hay que volver a ser libres a como dé salvación, nos toca defender nuestras tierras con el corazón. Y los labriegos y tú lo están haciendo realidad, tú, padre de las Américas, Bolívar.

Por lo amenazante, sales raudo del laurel dando galope en tú corcel, mientras las peleas renacen a cuerpo limpio en el río de Teatinos. Así que no pierdes nada de tiempo. Entre el correr, te arrimas con cautela a la Casa de Tejas. Vas con cientos de tus camaradas. Por allí está la escuadrilla de Andrés Ibarra. En medio del empuje, ellos están embistiendo al resto de españoles. Es eso lo que ves desde tu perímetro. A corta distancia, te das cuenta de como es de intenso el fuego en la llanura, que prende tu brigada. Los rufianes de allá se desmayan contra las piedras, se mueven en desorden, huyen iracundos hacia los montes. Del propio caso, tú percibes que las caídas de los instigadores son demasiadas. Así en lo bueno, envías sólo a unos pocos militares de tu bando para que refuercen a los héroes de Ibarra. En cuanto a los otros colombinos que te protegen; ellos juntos se quedan vigilando de cerca a vuestra hombría, por si allí surge irrupción de algún otro pelotón que provenga de los realistas. Entonces tú; permaneces ubicado por algunos minutos, entre la Casa de Tejas y entre el puente de la revuelta. Audaz contra actúas. Desde el cerro en donde estás trepado; repiensas por ahora las recomendaciones rurales, que Estefanía Parra te dijo la tarde de ayer. Ella, la aldeana de Tunja, te esclareció con ilustración los campos en donde hay bosques y donde hay planicies. Por eso ustedes llevan una mejor posición de asalto. Entre tanto tú, Bolívar romántico, descubres que es tiempo de dar la siguiente sorpresa de encerramiento. Adivinas que con un arremetimiento apabullante se puede asaltar a los caballeros. Por tal motivo, vos comienzas a gritar con autoridad: Arriba los pájaros andinos. Más al rumor del cantico, los pueblerinos con unos mulatos, quienes estaban encaramados en los palos candeleros, pasan a lanzarse desde las ramas hasta caer sobre los bandidos, que cabalgan despistados. Tras la maniobra; ellos los agarran por el pecho, les cortan las gargantas con sus cuchillos, los van derrotando rudamente. A lo violento, hay cada vez más

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caras desangradas. Para el presente los granadinos llevan la ventaja. Los negros con los morenos, se sabían cansados de recibir látigo, ellos no querían tener más cadenas. Por eso en su ideal justo es que se rebelan, igual los colonizadores lo impiden, así que por indignos, los están reventando con ferocidad.

Y sí, sobre la inspiración la campaña libertadora está dando valiosos resultados. Para el caso, ello es lo que tú evidencias con profundidad en la medida que los criollos también dan machete por el país. Decididos, pelean por el origen nacional. Entregados, trotan al auxilio de las mujeres y los niños subyugados. Por esto lo bello, se está soñando con la victoria. La milicia de Barreiro, pierde cada vez más terreno. La emboscada los tiene acosados, debido a los hombres que han ido agonizando durante los enfrentamientos. Ellos están confundidos y se sienten amenazados. En cambio para ustedes hay tranquilidad. De cualquier forma, tú como estratega analizas que no hay que desunir la retaguardia; Bolívar, no lo puedes hacer ni por equivocación. Por consiguiente, te vuelves para el puente de Boyacá. Veloz vas para donde Francisco de Paula Santander, quien está comandando el escuadrón frontal del territorio. Necesitas por lo pronto, hablar con él para empezar a forjar el aro de luz, que antes se planeó.

Por lo hábil, pasas por los alrededores en donde aún se libra el choque entre los indios lanceros y los conquistadores. Avanzas en compañía de tus provincianos. De repente por aquí te resientes en peligro. Intuyes que te espían. Es cierto, un hispano que está disfrazado de indio, se te viene encima para asesinarte. El instigador, viene por de atrás de unas rocas. Menos mal, que tú alcanzas a entrever su sombra y antes de que pegue, le detienes su mano a la misma vez que le mandas un espadazo en la barriga. De lleno, lo dejas ahí moribundo en tierra, padeciendo su mísero dolor. Por cierto de más, comprendes que los que lidian con los ofendidos, deben acabar con los tiranos. Por eso olvidas al traidor así como él olvidó la fraternidad, aparte que ese pobre ni idea tenía del porque se estaba en reyerta.

Igual a lo superior, coges por un sendero de girasoles con tus rebeldes de caravana. Por allá, dejas el rastro aromático de tu olor mientras los gallos silvestres se asoman de entre los pastos, apenas te ven surcar a toda velocidad. Y en medio de la hermosura, la cara de Anita Leonit te vuelve en magia a la memoria. La francesa, te hizo amar más a los tuyos, te hizo que la amaras a ella y entre lágrimas, durante cierta tarde de intimidad, ella te enseñó que la igualdad es la santa de la humanidad. En este sentido, debido a sus sentires te arriesgas por ella y por tu gente con coraje. Sin temor, saltas las cunetas de los campos. Con experiencia, cruzas los riachuelos azulados. Febril, sobrepasas los cadáveres que cayeron fusilados y en el vaivén de la brisa arrasadora, logras divisar a Santander a lo lejos en la pradera.

Ahora fiel, una vez te rencuentras con el justiciero de la revolución, te le aproximas a decirle: Héroe, toca aprovechar la separación de los contrarios. Es esta nuestra oportunidad

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para encerrarlos. Así que vamos con toda, Santander. Y mis patriotas, vamos para adelante por la liberación, hoy los tenemos que vencer.

Luego ahogas la voz y pronto, te reformas en bandada con tus paisanos. A lo conjunto, ustedes arrancan en marcha hacia las cercanías del puente en donde las convulsiones son de lo más terribles. Aún en ira ustedes se mueven a la carga. Vencen a algunos de los tiranos que se les atraviesan. En resistencia, ninguno de tus batalladores retrocede ni si quiera se detienen a tomar aire. Mejor con orden de inteligencia, van enroscando a los desquiciados según la desmedida como prosiguen las detonaciones. Intensivo a ello; tus hombres de rojo se disponen por darle recatonazos a los serviles que manejan los cañones. Los rodean con tenacidad. De efecto consecutivo; les quiebran las manos a los artilleros, sin tener mucha compasión. Los bombazos se hacen entonces más débiles. Por ahí algunos de los malos se rinden y los otros pocos se escapan hacía el allá, cogiendo camino por las cordilleras.

Al cabo de tu parte, llegas otra vez a las aguas del puente. De a poco ves como se arma el anillo de la luminosidad. En breve se completa con tus compadres. Por lo cual ahora, todas tus tropas tienen de tiro a los españoles que no querían bajar la bandera de franjas amarillas y coronas. Más ante la situación; arrojan las escopetas, rebajan la cabeza y se dejan apresar. En cuanto a vos general; humilde te echas la bendición y por fin, tú y los tuyos, gritan: Que sea bendito el júbilo, la gran Colombia es libre, que gloria, que viva, que viva la independencia, viva Colombia.

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LA SOLEDAD DEL FILÓSOFO

Lermás era un hombre intelectual; furioso en ínfulas de prepotencia, subido de orgullo. Loco él enfermo, vivía asilado de la gentuza indiferente, que regular que ruidosa, circulaba dispersa por entre las calles del pueblo de Livinio; una pequeña comunidad en donde este idéntico ser huraño, residía sereno en una casona barroca, rodeada de pinos grisáceos. Por cierto, la muchedumbre de blanca memoria de allá, sufría una ignorancia artística, aparte de no haber unas políticas socialmente correctas. De modo tal, Lermás mantenía metido en su residencia mística, haciendo de cada día como de cada tarde, diversas obras literarias como filosóficas. Así se distanciaba dicho artista del mundo exterior, porque él ansiaba ser una persona de fama grandilocuente, además gustaba burlase ridículamente de esa sociedad mal correspondiente, llena de ignorancia y perdida en vicios, cercana a su rutina entre la escasa conversación humana. Igual, pensaba que la humanidad entera, se pasaba necesitada de seres sabios. Entre otras cosas, él andaba sin nada de mujeres lindas al lado suyo, durante sus años de madurez. El hombre, sólo había querido morirse, abrazado a una sola mujer, colmada en puros sentires intensos. Ella fue la única diosa de su juventud platónica. Pero entonces no todo fue bueno; allí hubo errores desde sus intuiciones, porque él se equivocó con su musa adónica. Ella era una muchacha de constante melancolía y por cierto, así sucedió la presunta tragedia suya, por haber escogido mal y haber tomado con ansiedad, como idolatría a tal cantora, más bien nocturna de voz. Debido a tales razones, durante los años antiguos de unión, entre el filósofo y la artista, acompañados juntos ellos solamente, vieron decaer velozmente sus desgracias únicas, bajo un pozo de dolor y de terquedades infaustas. La mujer un día se desapareció del pueblo para no volver. Más el joven triste, como el enamorado para aquella época, debido al exagerado deseo suyo por ella, dedicado en puras dulzuras, pronto se supo como un total inocente, por no haber sido pensador, durante la experiencia del primer amor. Años después, fue adquiriendo la lucidez con el dolor y con el estudio de los libros, que dejaron los sabios del mundo.

Entre los otros días, ya era un atardecer de vientos rotos y el filósofo para aquella ocasión, estaba cansado de pensar tantas ideas sobre la existencia humana. Regularmente discernía en cuanto a esta normal particularidad con efusividad. Lermás se sabía eso sí, como un hombre maduro y trabajador, cuando se ponía a escribir. Sin embargo, durante el azaroso presente, sentía que necesitaba descansar un poco su cerebro. Y lo hizo con facilidad. Pronto, se alejó de sus abstracciones progresistas. Dispersó las ilusiones del espacio intimado. Estaba por lo demás en su casona. Seguida la presencia suya; fue caminando lento desde la sala principal, hasta la entrada del sótano desvencijado, donde

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seguía viviendo iracundo, sin más molestia que un leve mareo. Abrió esta vez la puerta del recinto sombrío; sin hacer mucho ruido, sin dejar correr el temor a la oscuridad. Enseguida vio de lejos como se volcaba un atardecer solamente nublado, bajo el cielo atronado de muchos rayos y borrascas tenebrosas. Lermás así evidenció ese invierno, atrás de la ventana traslúcida del recinto. Más un segundo antes, giró la bisagra plateada de la puerta. Lo hizo al compás de su mano estrechamente morena. Manifestó este movimiento con una exagerada precaución, entre sus dedos arrugados. Al otro acto, se dejó empujar por el viento azaroso del umbral y de un solo golpe se cerró la puerta de madera otra vez, mientras él ingresaba a ese gabinete de paredes constreñidas. El interior del sitio expulsaba un hondo olor como a trebejos viejos. El filósofo, sintió pésimo este ambiente de antigüedad mientras tanto, mientras avanzaba hacia el vacío escalofriante. Igual, por allí todos los reflejos materiales, se veían cubiertos por una sombra azulada y ello era manifestado por el clima nublado del exterior.

Y el hombre complejo de Livinio, sólo se enamoraba de la nostalgia. Le encantaba leer las obras dantescas y amaba los versos poesianos. Era feliz repasando las historias de terror. Reconocer el inframundo también era de su interés. El pensador entre tanto, venía hace un instante del primer piso y venía del salón más cuadrático de esa casona descuidada. Había entonces por allí, varios salones en deformidad inconstante. Así que Lermás fue cruzando por el pasillo de una biblioteca universal, hasta llegar al otro destino contrariado. De hecho, cuando él estaba encerrado, se sentía apartado de cualquier bullicio campestre.

Más y más atrás de las horas; durante la tarde nublada, Lermás se sabía entre un poder lógicamente suyo de creaciones instruidas, pese al devenir del viento. Estaba haciendo un discurso sobre el existencialismo. Lo concertaba con pura fuerza. Para su pasada ocasión, los pensamientos individualistas del escritor Jean Paul Sartre, le parecían errados. Luego a lo cierto, resolvía criticar con justicia la paradoja del tiempo, que se concebía en los estados de soledad obsesiva. Desde su vida, no estaba nada de acuerdo con los conflictos del vacío mental. Por lo tanto, yendo bajo el vaivén de la tarde grisácea, fue yéndose hacia los ideales de una escritura irrefutable. Bajo el viento gélido, estando allí adentro del salón de estudios, sólo estando queridamente, pudo entonces inquirir al francés con inteligencia. El salón en donde creaba sus inspiraciones sublimes, eso sí, estaba todo sucio. Había polvo y había más que muchas telarañas. Igual, tal sutileza de descuido, no fue importante para sus propósitos finitos. Lermás, simplemente se ubicó de frente al escritorio metálico, recostándose contra una silla de madera, para procurar hacer el escrito. Comenzó a las tres en punto de ese día relativo. De lleno se puso a estudiar al ser racional. Sin prisa, fue rehilando parte de su obra filosófica, mediante varios supuestos de transformación cultural. Se sintió inspirado como un Aristóteles. Velozmente fue regando su saber universal sobre unos papeles amarillos,

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allí mismo en donde con orgullo, completaba sus invocaciones de vanguardia. Este solitario ser idealista, entre tanto, se supo diferente durante un largo tiempo, cuando estuvo en ese salón movible. A lo extraño, se vio como un mago; fulgurando visiones transformistas, haciendo en conjunto con la inspiración del lenguaje; unas elucidaciones históricas y esencialistas.

Así bien, un poco más allá del espacio veloz, Lermás se detuvo por unos momentos a descansar la mente, poblada de sentires infinitos. De pronto miró el jardín de rosas muertas, que había en las afueras del paisaje de media tarde. Se apreciaba ciertamente tétrico ese paraje natural. Recaía a la vez una lluvia torrencial sobre el prado marchito. Enseguida él sufrió uno de sus recuerdos intimistas. De modo tal que su visión se distrajo, contemplando cuidadosamente al invierno de tinieblas, mientras a su vez, acababa por concretar su otro remolino de ideas abstractas.

Luego al tanto repaso de los tantos hechos vivientes, se mecieron las horas velozmente, así y de fugaces, para el sabio de Lermás. Más de repente, se dio cuenta de que habían pasado muchas imaginaciones por su conciencia meditabunda. Por fin entonces, él quiso acabar con su manuscrito de dualidad rebatible. De un pensamiento tras otra explicación, se vieron sus hojas todas llenas de frases históricas. Presenció asimismo el discurso bajamente saturado en pulsiones armónicas. Los conflictos del ser humano se destapaban como nuevas utopías, dadas a la humanidad sufriente. Y el filósofo por su parte, quiso que el final de tal escrito fuera cerrado y certero, lanzado sin nada de ideas sueltas, para los otros eruditos. Además quería defenderse de la crítica envidiosa con extremo cuidado. Así que rebuscó de entre sus cuadernos de notas, múltiples salidas absolutas, para luego poder encadenarlas con astucia, mediante su poder retórico. Igual, aparte del texto bien logrado, él quiso ser lo más claro posible con sus explicaciones; gracias a su honestidad, que era algo convincente.

De todos modos, contra sus repeticiones mentales, vio que a su hora inversa, no podía culminar, la aparente obra maestra. No se daba muchas mañas en como amarrar los últimos aforismos indiscutibles. Sentía esa particularidad desde su alma, porque fugazmente volvía del pasado, un simple malestar de desamores suyos. Ellos venían del fondo de su memoria embriagada en supremacía. De hecho con hechos, Lermás andaba ilusionado con su cierta fama como irrealista. Desde su apreciada madurez, algunas veces se dejaba seducir; ante la vanidad superflua, vista en ese mundo primitivo. El reconocimiento era engendrado por una muchedumbre perseguidora y ella era su mayor enemiga, sin que se diera cuenta. Resultaba igualmente ambiciosa su escolástica por su constante arrogancia. Entretanto la depresión llegaba enseguida a la pobreza de su presencia tan inestable. Parte de su psicología andaba

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en crisis de angustia, bajo una oscuridad dilatada. Y esa dolencia se debía a la codiciosa rutina de la sociedad consumista.

Por tales desordenes de injusticia, presenciados durante su época inmoderna, Lermás entonces decidía escuchar a los tejedores del embuste en la radio. Lo hacía antes de irse a dormir. Luego se dejaba saturar por mensajes tendenciosos y se dejaba convencer con las alucinaciones hambrientas al poder. Además, su filosofía no se originaba de momento con soberana libertad de altruismo. Al contrario suyo, había cierto temor por soltarle todas sus verdades a la gente enceguecida. No era capaz de ser un activista social por ese horror de tener que sufrir un asesinato siniestro. La posibilidad de un crimen, aprobado por parte del sistema político, no era una idea descartada. Entre otras historias de muertes contrariadas, él evidenciaba sus reflejos fatales con locura execrable. Y saltaban asimismo unas sensaciones de soledad, adentro de su simulación diaria, ello debido a su vida de aguda frustración.

El filósofo, ahora bien se supo más tranquilo existiendo solo, adentro del sótano silencioso. Se alejó de la sala en donde escribía con exageración. Descansó un poco de su trabajo. Entró al otro recinto. Luego se detuvo temerosamente bajo la oscuridad del espacio decadente. De golpe extendió una de sus manos flojas, hacia la pared áspera, sin adornos de pinturas. Respiró con sobrada libertad. Al mismo tiempo, quiso encender el interruptor, que disparaba la luz amarillenta. Lo hizo al fin con extrema precaución. A su otro momento, esperó mayor sobriedad, debido a la buena iluminación. El interior del sótano igual se vislumbraba tétrico y en un estado lacrimoso. En tanto, Lermás aguardó unos segundos a que la oscuridad se disipara completamente. Y menos mal, una vez pasó el tiempo relativo, relució el fulgor del bombillo de cristal. Al inadecuado hecho real, entre una incomprensible inestabilidad, él enseguida se supo menos depresivo que de costumbre usual, pese a la tempestad arrasadora, por allá suspirante en los bosques y en la naturaleza aledaña.

Luego entre lo sereno, Lermás sólo recomenzó su lenta marcha, avanzando hacia el único pasillo de aquel aposento. Se miró confuso y se sintió sin adoración, dando unos cuantos pasos estables al frente suyo. Fue cogiéndose de cada pilar circular, mientras se dejaba empujar con serenidad, más hacia el fondo del vacío espacial. Al mismo tiempo, fue descubriendo sin renuncia, junto al rincón izquierdo del sótano, unos libros discursivos de Friedrich Nietzsche; también había otros tratados de Walter Kaufmann sinceramente. A la lógica de Lermás, ambos hombres de letras, fueron unos filósofos de alto reconocimiento mundial. Pero estos dos intelectuales tenían visiones distintas sobre la sabiduría y por esta razón, era notable estudiar sus diálogos escriturales. Los escritos borrosos de ellos, estaban entonces regados por todo el suelo, hundido del sótano. Había entre otras cosas, vasos de

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vidrio y un montón de botellas de cerveza, recostadas contra la pared húmeda, pero sin nada de bebida disipadora.

Ya desde su propio destino, Lermás asustadizo dejó de inspeccionar el sótano mugriento, porque de repente y sin nada de esperanza, fue escuchando unos sonidos rasgadores a la vez que fue percibiendo unos chillidos remotos, provenientes del cielo atronador. Estos ruidos siniestros fueron una sorpresa indiscutible, para el sabio, porque también parecían sonar más allá del abismo. Entretanto, bajo un solo escalofrío voraz, Lermás giró de inmediato su rostro empalidecido, hacia la derecha suya, para ver si había algún intruso maligno, cercano a su humanidad enflaquecida. Aparentemente no era nadie real y no parecía haber ningún espectro rondando por el mundo visible. El colchón azul de allí, seguía igual de estático junto a los libros polvorientos, más aún estaban revolcados los cojines, debido al desorden descomunal, que manifestaba Lermás. Había eso sí sueltas varias hojas de escribir, regadas por todo el suelo de tablas viejas, aparte del descuido material, presenciado en los estantes de vino y de ron, carcomidos por los bichos del monte. Allí idéntico entonces, él observaba cualquier cantidad de discos de música clásica, esparcidos sobre el colchón enmugrecido.

Y sucesivamente se sentía una melancolía pesada en la atmósfera, pronto atardecida en sombras. Más los ruidos misteriosos y los gritos agónicos, no pudieron perturbar el sentido intuitivo de Lermás. Sobre todo los fenómenos peligrosos parecían ser nociones casuales, para este hombre de mentalidad racional y desde luego, la expresividad de la fantasía, no cabía en su pensamiento científico.

Por consiguiente instancia, el filósofo se acercó con normalidad precavida hasta el sitio de relajación nocturna. Tomó de vez en pinta, su barba larga y de bellos solamente negros con sus manos. Hizo unos crespos viciosos con sus dedos blandos. Luego fue y se recostó al lado derecho del colchón, un poco inestable. Pareciera que sólo conseguía descansar en aquella parte blandida en donde dormía más fresco. Sufría de esa molestia porque su mujer seguía totalmente ausente junto al resto de sus años, idos en naufragio de desconsuelos. Así que tal derrota suya, no cesaba de perturbarlo suciamente. Desde la realidad hacía años que este hombre de letras, estaba viejo. Pero en vida sentía su alma muy joven cuando decidía mirarse en los espejos del cuartucho nupcial en donde nunca dormía. Y lo peor del delirio era que Lermás mantenía ansioso por querer conseguirse una jovencita de veinte años, para terminar de trasegar lo restante de sus días confundidos. Eso era lo más cavilado en la intranquilidad de sus constantes deshoras, para el hombre.

Pasados unos minutos, Lermás descolgó sus zapatos negros contra el suelo, tras sus lentos actos de cansancio. Más aún crecían los ruidos extraños en aquel lugar encerrado de supuesta tranquilidad. El filósofo, sin embargo no puso suficiente cuidado a esa novedad,

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por la necesidad de querer una plena ensoñación. Esperó por su parte el desvanecido arribo del tiempo decaer sobre sus ojos azulados. Sólo dejó vivir la desgracia íntima en su propia memoria. Fue como reconocer el sufrimiento suyo por vez primera; debido al destino que aún soportaba durante el presente desbocado. Algunas de sus noches sin emotividad, se le hacían igualmente cada vez más duras y rudas, ante su única aspereza de aciago descontrol.

Asimismo, como causa de su crisis psicológica, pobre él decaído; padeció una obsesión durante la madurez actual; cual era el desespero por no ver acabados sus libros asombrosos en menos que pocos meses. De hecho, la ilusión de ser grandioso, generaba en Lermás una lucha insistente en su interior. No sabía vencer las ambiciones suyas. En cualquier caso, era hermosa su oratoria discursiva, sobre la creación del hombre. En verdad él escribía a lo más bello, pero pese a todo, se presentían un poco perdidas sus ideas, entre los tantos conceptos que ponía en el papel, desde su época decadente. Por eso Lermás había dejado de estudiar esa tarde.

Así bien, durante su presente distracción, Lermás tomó un cigarrillo de la cajetilla, que estaba sobre la mesa de noche. Pasó enseguida a encenderlo con uno de los fósforos, que llevaba en el bolsillo del pantalón grisáceo. Dio por ahí, una y otra bocanada honda, para el nocturno saturado en truenos violáceos. El humo se entretejía en la atmósfera con una sabia soberanía de blancura. Lermás espantaba un poco las nubes de esa cara demacrada; ante la furiosa adversidad del mundo. Entre el trasnocho inquieto, poderoso el hombre rabioso, fue recordando pronto, uno que otro discurso bien inspirado del verdadero filósofo colombiano, Fernando Ochoa. Fue desde luego, dicho sabio del futuro para la óptica de Lermás, una influencia de salvación, porque presentía en él un espíritu sabiamente intuicionista. Evocar entonces a Ochoa, era regularmente la agradable recordación, para Lermás a cualquier hora. Al mismo honor que le rendía; siempre que podía hacerlo, repasaba sus escritos y descubría las nuevas verdades contundentes del maestro.

Mientras tanto y entre la aquietada demora, Lermás por fin dejó de idear tanto elogio al sabio legendario. Un instante después, empezó descubrir de cerca, la realidad abstracta suya conjunta a la realidad exterior del ambiente. Notó otra vez el espacio físico de una manera similarmente despreocupada. Vio que persistía recostado contra el raido colchón del sótano en donde aún sentía pasar a la melancolía. Además tales aullidos inexplicables, fueron cada vez más fuertes y más desagradables, para el filósofo Lermás, quien acabó el cigarrillo que venía absorbiendo suavemente. Casi se quema sus dedos con la colilla restante durante el furioso invierno. Así que arrojó el fumador, contra el suelo, mediante un tirón de mano. Ya desde un mareo interno, observó varias de las basuritas gramas, tiradas en cualquier rincón del recinto desaseado, aparte de saber que las cuatro paredes andaban todas sucias, entre

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unos matices negros y en entre otros grisáceos. Más este desorden era un reflejo normal, para el pensador. Debido a su errante razón, no hizo entonces nada, para cambiarlo.

Al distraído rato, sólo se fue quitando las medias rotas que llevaba puestas. Olían a feo y no emanaban ningún perfume a mujer, ni hermosa ni deslucida. Dejó sólo los calcetines al lado del cojín blanco, que estaba lleno de retazos y de pequeñas cucarachas; paseándose ellas por ahí por entre los huecos inciertos, metiéndose ellas raudas por entre los libros. Y por cierto Lermás, cuando sintió varios de esos insectos asquientos, recorriendo sus piernas de piel cobriza, bajando hasta sus pies desnudos; los fue espantando sucesivamente con una resuelta furia, dejándolos muertos a golpes, luego de estriparlos con las manos, sin nada de miedo. El filósofo, más sólo entonces aquí solo, empezó a caminar con ansiedad por entre la suciedad suya de la ebriedad. Se sentía de nuevo mal, porque su soledad tan perniciosa no llevaba a ningún lugar puramente feliz. Además, cada repaso que volvía del primer amor con su novia; atormentaba su memoria de una manera sepulcral. En su instante de embeleso, igual repensaba otra vez en la triste amada. Seguía dando vueltas repetidas desde un rincón hasta un espacio largo del cuarto, queriendo saber cómo estaba ahora su mujer adorada.

Aquí entonces, los hondos aullidos y los agudos chillidos, antes provenientes del cielo oscuro, se hicieron cada vez más cercanos y más fuertes; porque veloz la vampira Griselda, venía volando con un vestido negro, quien enseguida llegó rompiendo la bombilla eléctrica y la puerta del olvidado recinto, gracias a sus poderes psíquicos. Por supuesto ella había sido la antigua novia del filósofo; durante sus años de la juventud efímera. Así que la vampira preciosa, luego entonces muy encantadora, cogió a Lermás por entre sus manos pálidas, quien antes corría como loco, queriendo meterse atrás del estante de vinos. Y así de mal así mala, ella le dio un abrazo forzado, feliz ella junto a la noche. Y así ella delicada, fue besando el cuello de su hombre solitario, mientras comenzaba a escucharse un último grito, adentro del sótano regularmente umbrío.

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AQUELLA DIVINA MONJA

Antes que nada, yo soy el cuidador del convento de Fátima. Duermo en la casa de barro que está ubicada a un lado del palacio sagrado. Llevo más de diez años trabajando como vigilante. Y ciertamente, nunca antes había vivido una experiencia tal como la que ahora les voy a contar. Así bien, por allá en el retiro sólo habitan las monjas núbiles. Ellas, cuidan de los niños huérfanos, los atienden. Ellas, brindan su trabajo y les dan la comida diaria, los quieren. Aunque cada una de las mujeres cría de los infantes nomás hasta cuando vienen a visitarnos los esposos de buen corazón, quienes cariñosamente deciden adoptar algunos de ellos.

Tras lo amoroso, tales actos de fe, son hermosos. En verdad que se me hacen altruistas. Por eso procuro ser juicioso con mis labores, pese a los sucesos recién acaecidos en lo inseparable. Como es lo usual, doy una ronda de rutina por la hacienda. La hago casi siempre durante el atardecer. Esto con tal de mantener la seguridad en esta comunidad. Desde un comienzo, me paseo por el bosque azul, voy despacio por lo general, reconozco la tranquilidad del ambiente. Después, doy una vuelta por el oratorio y asimismo recorro las habitaciones de los soñantes. Entre lo otro cauteloso, voy hasta los jardines floridos de los alrededores para examinarlos con un mayor avistamiento. Me aseguro de que no haya nadie y me relajo a medida que camino por los senderos boscosos. Aparte en la noche, estoy atento con la linterna en la búsqueda de posibles intrusos. Al cabo de lo normal; cuando se apagan las tinieblas vuelvo a lo cómodo de mi hogar, voy al camastro y me acuesto para descansar abajo de los madrigales, me apaciento en lo onírico.

De más por aquí la naturaleza es majestuosa en estas tierras andinas. Las pájaras al vaivén del viento, le cantan a los cielos. En lo mismo armonioso; las monjas oran el rosario mientras la quebrada que baja por la montaña, suena ruidosa entre las piedras. En tanto aquí lo virgen, los gansos revolotean sobre los jazmines retoñados. El sol de medio día los brilla fúlgidamente y ellos graznan con alegría. Pero sí, tristemente todo no es perfecto en este paraíso campestre. Tras lo real, hay aquí unas mujeres que sollozan de soledad. A ellas les falta como que algún remozo que las conquiste a lo romántico. Yo en serio; las sé decaídas respecto al dolor sentimental que las consume.

De hecho; lo acontecido en este convento se dio en parte a la omisión del hombre. Las doncellas deben dejar los placeres mundanos para poder ser beatas. Lo riguroso es que para ellas está prohibido tener novio. Por este sentido ortodoxo, lo invivido afloró a modo de ocurrencias insospechadas. Fue que a una de las doncellas le nació la curiosidad por querer excitarse en lo ardiente. Lo deseó igual la monja; Liliana, ella quien suspiró lo erótico, tarde

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que temprano pudo extasiar las pasiones suyas con lujuria. Al furor, claras explotaron por el mismo enamoramiento.

Era ciertamente una tarde de octubre. El clima se sentía plácido. Nada se concebía con desequilibrio. Lo rural transcurría con linda frescura. En cuanto a mí, yo estaba cortando el césped blanquecino por detrás del oratorio. Le daba un adorno peculiar al huerto. Cada cual bicho de allí saltaba con temor. Los cucarrones corrían a esconderse en sus guaridas. Hacia lo alto, volaban los abejorros hacia los árboles. Menos mal, que me faltaba poco por acabar el quehacer y por cierto, los dejé pronto a ellos en paz.

Y bueno, cayó un crepúsculo rosado sobre la pradera. Deducía que me tocaba cumplir con la ronda de casi siempre. Tras lo cual, salí a la leve claridad oscurecida. Fui a pie a lo despacio. Por ahí en el sendero de lirios; me crucé con Liliana, quien dijo que iba al baño, luego de haberme saludado. Ella andaba con sus senos grandes. Se alejaba con una caminada cenicienta. Así se lucía como una diosa intocable. Iba a solas, vestida con el hábito negro. Olía a su deliciosa piel rubia. Virgen santa, que doncella tan preciosa. Enseguida se fugó entre los arbustos con su timidez. Aunque claro, ella se quedó adentro de mi mente como la divina Magdalena. Ya sincero; por lo justo, seguí en mis pasos hacia el bosque azul. Sin quererlo de ocasión, ingresé a lo profundo de los manzanillos. Estuve de momento en compañía de los búhos y junto a los mapaches silvestres. Desde allí, contemplé la luna del fuego rojo con los animales. Entre la demasía nos supimos libres. Ellos invocaron sus barrullos y yo de a poco les comprendí sus melodías rumorosas. De muchas formas, me revelaron el futuro de aquella noche que fue profusa para recordarla. Al principio eso sí confieso, pensé que eran puras locuras mías, pero con el paso del tiempo pude evidenciarlo por completo, lo misterioso.

Así que otra vez, volví al palacio sagrado. Anduve silencioso como con precaución. Hacia lo consecutivo; rodeé la fuente del ángel por un costado y apenas estuve lo bastante cerca al monasterio; revisé por fuera los aposentos de corte barroco. Al parecer allí, sólo persistía el nocturno primaveral. Lo interior lo deduje sosiego. Había una que otra luciérnaga. Desde lo expandido el universo trascendía despejado. Entre tanto, yo seguí con mi rumbo repetitivo y lo que advertí fue la serenidad. Desde mi percepción, creí un total adormecimiento en los moradores. Cuando entonces, fui escuchando unos quejidos cadenciosos que provenían del salón de visitas. Por tal motivo, troté hasta ese recinto de decoración anglicana, fui un poco rápido, no perdí tiempo.

Una vez llegué a una de las ventanas ovaladas, me aproximé y la medio abrí con suma delicadeza. En el acto, procuré no ser notado por nadie. Me moví con destreza. Tenía miedo de que hubiera algún ladrón ahí adentro, me supe un poco azarado. Pero no, apenas asomé la cabeza, vi fue a Liliana haciendo el amor con el huerfanito de Santiago. Ambos estaban

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en su éxtasis emocional. Se veían sensualmente desnudos. Eso el jovencito se descubría rojo y no tendría más que doce años. Juntos a solas se sorprendían abrazados, vibraban en medio de lo candente. Ella lo besaba con obscenidad; gustosa, lo incitaba con la vulva. La monja recrecía en su retoñar; se estremecía encima del morenito, lo agitaba con anhelante cariño, le acariciaba la cara. Mientras, el niño temblaba en su cuerpo, la penetraba con un quedo de dolor. Tal pose jubilosa lo ponía a espirar. Desde lo preciosista de su piel, salían mariposas blancas, regaban el vino. Así en lo unívoco a lo emparejados; ella en Santiago y él en Liliana, se embriagaron en lo húmedo de sus néctares, se desbocaron en ambrosía.

En cuanto a lo otro inconstante, Liliana me reconoció el rostro al momento cuando fijó su mirada en la ventana para saber si seguramente, nadie los espiaba. En el caso, sus ojos se cruzaron de frente conmigo. Tras lo sorpresivo; ella se levantó del mueble en donde hacía tanto lo suyo con el huerfanito, se acomodó las ropas con rapidez. Más de súbito desapareció en la penumbra. A propósito, se fugó con su amante a lo mágico, sin dejar ningún rastro.

De resto sobre mí, resolví coger camino hacia la casa envejecida en donde dormito. Sin prisa; me metí por el jardín de geranios, avancé por entre las matas con cuidado, traté de no pisar las flores. De a poco, salí a la pradera y esquivé un espantapájaros. Como lo demás casual; pasé por un lado del oratorio, lo dejé atrás en secreto y mientras volví a mi albergue.

En breve, abrí la puerta de la entrada. Fui ingresando ya a la única habitación. Advertí con la linterna las cosas en orden. A lo debido, apagué la luz. Sobre lo otro consiente, me arrimé hasta el camastro y me recosté allí para así distencionar la mente. De modo que una vez estuve entre las sábanas, solté unas cuantas risas de acuerdo con lo que había visto. Los actos de ellos en verdad me parecieron muy chistosos. Por eso por lo divertidos, supe tener un rato agradable. Y despaciosamente cerré los párpados. Me relajé un poco en lo abstracto. Estuve entre las colindantes reminiscencias. Comencé a sentirme somnoliento; cuando de repente intuí la presencia de una personalidad. Ante esto sutil, tuve que esclarecer otra vez los ojos. Lo hice con la intención de figurar al invasor. Pero de inmediato, me quedé fue asombrado cuando escuché la voz de Liliana, que me decía:

Antonio, no haga ruido, por favor. Mejor, dígame si se va a quedar callado, usted sabe a qué me refiero. En verdad, se lo pido, mañana no se vaya a salir de chismes con la madre superiora. Y sí, si es necesario, diga qué quiere de mí.

Yo entonces; ni lo medité, sólo le respondí:

Mujer, no lo sé, dime tú.

Ella, mientras me dejó sin más palabras. De una sola, se me montó sobre las piernas. A lo hermosa se desnudó en mí y yo no aguanté su voluptuosidad; le chupé las tetas, le sobé su sexo con mis dedos, la sentí caliente en la venus. En medio de lo danzante, me despojé

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las ropas a medida que le lamía sus rosas. En lo suyo femenil, sabía a delicias y el nocturno se fue envaneciendo sobre lo sangriento. A lo alucinado, la efusión nos recubrió al mismo paso como nos asentamos en el lecho. Unidos allí, nos posamos como el Adonis adentro en la Afrodita. En lo exorbitante, la palpité en su edén dorado, la rocé en sus bellos de albor. Al fin la supe como mía. Lloroso, la acogí en mis manos para madurarla en lo profundo de su florescencia. Liliana, igual a lo embelesada, gemía como la marla debajo de la lluvia. Desde lo ulterior, se arrullaba en mi verga y me susurraba un débil, mi amor. Esto afectivo para lo idílico, me cautivó, me elevó.

En efecto, tanto fue lo bendito, que antes de que espejara la madrugada, vi a mi monja inundada en su agua cristalina, regándose en mi efebo. Con exuberancia, se mojó como una catarata y a lo regocijada, cantó y yo la idolatré.

Así parejo bien, fue emergiendo el nuevo amanecer en las cordilleras. Liliana de repente lo alcanzó a ilusionar como un milagro. Ella lo supo sideral, lo elucidó como lo perpetuo. Un instante después; la linda lo acabó, se desprendió de mí, se acomodó el hábito y pronto salió de la habitación. Ya en las afueras aireadas, corrió hasta la fuente del ángel y desde ahí en vida, todo lo adoró y todo lo celestial volvió a ser la gran creación, tanto en Liliana como en mí, para siempre.

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ABISMOS

Desde hace algún ayer pesaroso, empezó a decaer el cielo enlutado sobre las praderas. Su oscuridad cambiante se hizo cada vez más densa abajo del pueblo de Villarestrepo. Sólo por allá lejos, entre aquel recodo rural, se fue apagando cualquier tenue luz. Cada nube del espacio umbrío, luego se colmó de una sola bruma en melancolía, puramente grisácea y decantada. Más el instante del ocaso, se hizo cada vez más temeroso en el ambiente. Del otro tiempo creador, apenas prosiguieron las deshoras heladas, andando hacia los paisajes misteriosos del resguardo campesino. Era además Villarestrepo un escondrijo siempre esperado por las almas muertas. Debido al fúnebre hecho, no había mucha gente congregada en las afueras cotidianas del parque central. Ya desde la quietud, ni los niños se disponían a jugar en el rodadero durante aquella sucesiva tarde, sin lindos sueños. Entre otras instancias, no había casi bebedores desahogados, ellos sin estar paseando los rededores de las tabernas vespertinas. Se respiraba sola, una molesta depresión durante cada viento crepuscular, ido hacia los temores de cada ser humano. Y de pronto en el ambiente celeste, se rehízo una llovizna azul, cayendo sobre los tejados de las casas encharcadas en ausencia. El agua se resbalaba sucesiva con llanto, bañando los eucaliptos de esas montañas aledañas, recayendo sobre las sierras más vírgenes. Ese susurrante rocío rodaba suavizado más resaltante, entre las hojas de los pinos y demás árboles tupidos; así confiándose en belleza al decurso de una armonía desconsolada.

Mientras tanto; se apareció un auto empolvado, cruzando por la carretera destapada del pueblo más bien gélido. El carro fue bajando por la calle derecha de tal villa colonial de recuerdos otra vez develados. Era como evidenciar un caserío olvidado por el solitario sol y ya muy manchado para aquel diciembre entristecido. Y de entre aquel invierno fugaz, hubo una pareja de recientes esposos, viajando adentro del auto Sprint, propiamente de ellos. Era un carro todo desvencijado. Los esposos; igual durante su paseo del amor, habían terminado hace poco la reciente luna de miel y de ellos apasionadamente. Ambos seres enamorados disfrutaron de sus romances en una cabaña de esas tierras pastoriles El lugar de su velada pasional; se vivió en la pequeña finca del Edén. El hombre y la mujer, además lo pasaron muy alegres y ellos viviendo en besos, distantes del bullicio urbano de su ciudad estresante donde vivían. Esa noción, fue lo más bueno de todo para aquellos paseantes de la real naturaleza. Fue por tanto, un solo disfrute de ardor desbordado en vida para ambos enamorados, el disfrutar el goce de sus intimidades. Ellos se supieron como unos amados en grande junto al secreto de sus destinos predispuestos. Fue un poema encantador el estar reunidos, para ambos novios. Había una ansiedad rebosante, sentida entre sus desnudeces

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del grito evocado. Eran sus abrazos pretendidos desde el alto furor, haciendo vida de vidas bajo sus noches, saltadas en infinitas estrellas. Al revuelo de sus sensualidades; hombre y mujer, permanecían enlazados hasta quedar durmientes, entre sus besos primaverales, procurados desde su tiempo perdido, desde donde fueron en verdad felices.

Para lo misterioso, la muchacha era una rubia de viejo linaje francés. Pero su crianza había sido tolimense. Era ella en lo absoluto; una única dama de hermosura, ante los ojos de cualquier hombre, ido a sus goces persistentes. La mujer olía como a rosas llenas en auroras de esperanza y por llenura general, se sentía ella como una señorita muy atractiva, debido a su cara de descendencia europea, que era majestuosa. Más la linda princesa; siendo una sola consentida de voz en canto, jugaba con su pianista del verso colombiano y suyo. La mujer, llevaba por su parte un vestido de color fucsia; para aquella ocasión de amores en miel. Era un vestido de un recuerdo volador. Y la mujer, sin embargo llegó a usar aquel traje de gala durante una sola vez en suspiros; después no se lo volvió a colocar, el atuendo para ninguna otra ocasión

Un día anterior a la boda inesperada; ya ellos hubieron de encadenar sus nupcias afectuosas con implícito temor. El hombre era entre tantas rarezas, un moreno de mirada profunda evocadora. Su voz era algo torpe y su silencio; se hacía por momentos como una piedra molesta. Era él un fiel amante de la música italiana. Su alma gustaba naturalmente de las melodías antiguas. Llevaba para aquella distinta tarde, un traje definidamente blanco y pintoresco Ambos enamorados, bien parecían haberse compactado en una velada grande como armoniosa. Y desde luego el artista andaba sin muchas prisas por la vida del desprecio humano. Pero pese a lo doloroso y contra el azar, dicho hombre pudo cautivar a la damisela más anhelada de sus sentimientos agudamente suyos. Desde siempre, la amó a ella desde la infancia taciturna. El joven del ayer, siempre quiso a su damisela junto al temblor de las sonrisas suyas. Igual, sólo después de un ocaso de lunas rojas, ellos pudieron hacerse novios en un parque, lamiendo sus besos inocentes. Y fue en aquel lugar de árboles vivos en donde él, se supo por fin como un angelito feliz, al lado de su gemela confinada.

Ahora bien, pasados los días del cariño, ellos anduvieron juntos, por allí y por allá, montando veloces en el carro estruendoso. Para aquella ocasión, ambos esquivaban ya los huecos de tal carretera rural. Ellos frescos y ellos viajando, adentro del raro juguete, fueron sobrepasando unas y otras piedras rudas, que había regadas en el camino. Por piedad este paraje, estaba rodeado por un bosque frondoso, que a ellos los acercaba más y más hacia una ciudad florida de inmortales cantores. La mujer además iba en el volante curiosamente. Lo extraño, era su buen recorrido andado en ese coche verdoso y para no creer, ella si sabía tomar bien las curvas y hacía caso a todas las frenadas restantes, muy atentamente. La pareja de novios al poco tiempo, estuvo hablando entre alternados ratos sobre sus poéticas

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vidas de cercanía enternecida, dadas entre ambos, mediante una fortuita serenidad. Los enamorados, fueron acercándose al mismo tiempo hacia un extraño decurso del destino tan inesperado. Volvían ahora ellos a todos sus años vertidos en infancias al ayer alucinado Lógicamente había algunas veces cuando la mujer discutía por puras banalidades; pero al final, ellos parecían quererse en una demasía romanticista. En cualquier sentido, los dos novios trataban de seducirse con mucho respeto, así ellos estuvieran lejos del calor de sus besos, durante algunas ocasiones. Era eso sí un amor insospechado y entrevisto graciosamente, desde sus aspiraciones suavemente rebuscadas. Así que todo, parecía andar bien para estos dos enamorados presumidos; la canción sonaba algo bonita en sus vidas, para los sentires de estos dos casaditos.

Luego ambos esposos, siguieron su rumbo del mundo, dejando atrás el pueblo nevado. Pero ya de pronto, hubo de pasar un conejo cenizo, cercano a las luces blanquecinas del auto desarreglado. Ante la inesperada aparición, la mujer seria, fumándose el cigarro del día, soltó de golpe un sólo chillido de terror, que hizo temblar de miedo a su hombre; fue largo y fue además ensordecedor, el grito expulsado por esta intelectual de inmortalidad; un segundo después ella pronunció:

Amor, si lo viste, no, si lo viste. Ese bicho parecía una rata de monte. Por poco y me mata del susto, Dios mío, qué miedo con esos animales.

Tampoco, linda, no es para tanto, mi chiquita, si que eres exagerada. Siempre te pones que te sales de la realidad. Si eso fue sólo un conejo viejo y ya; no te asustes, por poco y me desapareces, pero tú con ese grito de bruja, bien asustadora.

Oye, Roberto, me quieres sabotear, que te pasa; no será más bien qué ya me quieres dejar por la pastora de la finca. Yo si te pillé por ahí echándole la charla a ella. Cuidado mi muñeco malvado; pilas con esas bobadas, que tu sales perdiendo siempre. Eso lo sabes de sobra y de sobra, me sacas la chispa. Y luego es que ya te soy muy fea. Llevamos apenas una semana de casados y ahora dizque soy tu bruja; que es esta burla la tuya, que sabes tú. Y mira, por favor tus comentarios de bobería, déjalos para tus amigotes o para tu otra gente de bromas baratas. Espero que estemos de acuerdo, no cierto, mejor que sigamos así; más calmaditos y menos altaneros, oyó.

Pero cuidado te hablo, bueno. Listo, todo relajado, perdón y si te digo algo es para darle risas a la noche, tan tenebrosa que se nos avecina. Tú si estás tocada por estos últimos días, no, si que eres exagerada. Eso ya no se le puede decir nada; pareces ahora que fueras mi mamá. A toda hora poniéndote con tus regaños rebeldes. Por ratos, te me sales con unas histerias como aburridas, que ni para qué seguimos peleando Yo te decía que eras una maguita, bien encantadora, que eras mi brujita, bien atractiva, consentida. Es que si ves, tú

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no me dejas, ni terminar las ideas. Y por eso es que por eso, resultamos de peleas, así sola siempre tú, cortando mis palabras roncas.

Sí, por supuesto, todo se queda así de bien; sabe, mejor cállese de una buena vez, calle su bobería. No siga más con eso de sus brujitas, que me pone mal. En serio, qué me saca de casillas. Usted sabe que soy capaz de dejarlo por aquí botado en la carretera. Mira, mejor coloca algo de música alternativa; sácame el disco de Shakira, que está en la guantera de atrás de la silla y hazme sonar; La Gitanilla.

Que hice yo ahora, mujer; no seas así de mala, sí, bueno, vale, sé que debo entender tus gustos musicales, pero hagamos mejor una cosa justa, hagamos una promesa; te coloco yo esa tal gitanera; sin dar tanta espera cansona, pero después quedamos a mano con este mal rollo, que nos pasa en verdad y sin alegría. Y una vez nomás, te pongo a sonar la música de planchar, pues tú sabes, mi vida, yo casi no me soporto, nada de esas tonadillas folclóricas.

Mira, Roberto, mira, deja de joderme mis gustos de música a la moda; sólo ponga a sonar la canción y por fin, quedamos en paz, estamos.

Listo, Alejandra, ya te pongo esa bailata pueblerina y mejor me quedo callado, no digo más cosas lindas. De lo contrario, resulto es pero afuera de esta chatarra vieja y con mi boca toda morada, como la otra vez, no es así, cierto, no te acuerdas.

En ese exacto momento, Alejandra giró su rostro de una sola apariencia renacentista; lo hizo hacia un lado suyo, desde donde la remiraba su novio de inocencia Al mismo tiempo, observó con furia al prometido suyo. Más alzó de repente la mano izquierda de una forma horrendamente iracunda. Decidió zamparle enseguida un tremendo cachetadón a su marido risueño Alcanzó a meterle el palmadón en la nariz y la boca. Ya de inmediato para lo seguido, lastimosamente cuando ella dejó de ver al frente suyo, una vaca de pelajes negros, fue paseándose toda distraída por un costado de la carretera, más allá transitada. Ante la aparición, Alejandra, obvio no pudo esquivar al pobre animal. Aún rabiosa entre sus emociones azarosas, se cegó. Por lo tanto, este Adán y esta Eva, tuvieron que chocarse de trompazo contra las patas oscuras y contra la cabeza embestidora, llena de cuernos salientes, vistos en aquella bestia Más de súbito, la sangre de los novios salpicó casi por todos los rincones del parabrisas. Los vidrios de las ventanas extremas, hubieron de quebrarse con fugaz estruendo, durante un solo instante terrorífico. El cuerpo de Roberto, rodó hacia atrás del asiento luego del sórdido golpe, mal atrapado en su pecho como de palomo griseo. El hombre, sólo entonces fue muriendo suavemente y noble fue dejando un sutil olor a cerveza La mujer, pese al siniestro, hubo de quedar viva, sin muchas heridas en la piel, una piel aún marchita para su presente

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Ya sobre el principio de la medianoche; cuando llegaron los policías al sitio de los hechos, ellos sentenciaron la tragedia como una muerte de lo más accidental. El general dijo que no había habido mayores precisiones premeditadas. Desde luego, recogieron el cuerpo de Alejandra en una ambulancia lujosa. Pronto la mujer fue llevada muy velozmente al hospital central de la ciudad poética de los cantantes. Ella por su parte se recuperó lentamente de las pocas lesiones, usando unas muletas adentro de su casa veraniega. Pasaron así unos pocas noches y por fin ella quedó igual de perfecta a su humanidad femenina. Pero aún había una duda de malicia y con ganas de venganza, girando en la memoria del juez, José Rojas; padre del desgraciado Roberto. Era una cizaña cargada de resentimiento. Obviamente, dicho sabio en leyes presentía varias irregularidades, manifestadas en los comportamientos de Alejandra, recién viuda del hijo muerto de José Pero su desconfianza sucedía, más que nada cuando él se tropezaba con esa moza fémina, por entre la calle linda del centro capitalino, todo lleno de susurros musicales. La mujer, sola por allí ligerosa entonces se ponía frágil y sudorosa inesperadamente. Además ella con simpleza, hacía que no veía al lagrimoso suegro del reciente luto. Seguía la mujer entretanto de largo perdiéndose en la multitud sonámbula, sin saludar a su familiar. Así que el juez se dispuso a investigar en busca de verdades, la muerte del hijo tan adorado suyo Había en su mentalidad muchos enredos de perfidia y había muchas sospechas sueltas, para su individualidad. El juez así bien, habló lógicamente cierto día de enero con el detective, Arturo Holmes, quien estaba encargado del complejo caso. Trataron adentro del despecho, dicha muerte muy sigilosamente. Tomaron algo de café, antes de comenzar la mencionada indagación, como fatalista y como secreta. El juez, rígido entonces sagaz, fue descubriendo ciertos moretones en las radiografías del cadáver, realizadas entre los pasados crepúsculos, antes de que hubieran enterrado al susodicho artista. Luego así único, el padre del hijo teniendo su débil prueba como alegato, pudo en poco tiempo pulsante, abrir el caso otra vez y con mayor autoridad. Por tanto hubo de una vez otro juicio mortal. Más pronto el tribunal estatal, sentenció un crimen culposo contra la mujer del pianista. Y por irresueltas razones; Alejandra Cuervo quedó al final de otro atardecer lluvioso, prisionera en su horror y ofendida sin su libertad, sufriendo viva y llorando sola, tras las rejas de la cárcel central. Y desde cualquier sentencia ajena, todo este misterio del amor trágico, nunca pudo resolverse sinceramente nunca; tal vez, sólo por allí entrevistos, los abismos de unos seres inhumanos, ellos tristemente aterradores

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EL RETRATO INVERTIDO

De repente; Aura Helena comienza a pelear desgraciadamente con su esposo. Desde el momento indecible, ella va expulsando su prepotencia contra el hombre. Sin tener ninguna piedad, lo ofende, lo irrita en lo impúdico. Así, los cónyuges discuten a solas en medio del salón clasicista, lugar cual aún permanece encerrado relativamente hace algunos tiempos dislocados. Ellos igual; recién desenamorados en la nostalgia, se reflejan rabiosos junto al espejo cóncavo; que hay ubicado a un costado del recinto, bastante bañado de luz solar. Sus cuerpos flacos ahora forcejean bajo sus lágrimas decadentes. El dolor interno en cada uno de ellos; pronto va haciéndose manifiesto con berridos grotescos, salidos desde sus bocas retorcidas. De corrido, ambos conciben una desfijada realidad. El ambiente se pone tenso a la vez que intolerable. La mujer acaba de desvestir unas muecas horrorosas mientras tanto para instigar a su marido de cara misteriosa. Ella lo repudia con maléfica energía entre su presente. Así que las injurias, juntos las lanzan hacia ellos y contra ellos. En furia, designan mostrarse con repugnancia. Demás, no parece haber ninguna reversa de acciones pacifistas. Los teatros suyos como seres disfrazados; cuando al ayer se soportaban con hipocresía, para estos instantes desaparecen con voracidad, debido a las punzantes recordaciones suyas, más malas que indulgentes.

Aura es por cierto, la pintora más reconocida del movimiento sinfinista. Sumida en un destino fugaz, ella buscó consagrar una obra limpiamente intelectual. La hizo de exclusiva, estudiando las bellas artes. Aparte este ideal, Aura lo creó una vez quiso engrandecer el uso de los sentidos con la razón, tratando de trasmutar los enigmas metafísicos. Entre las otras verdades, ella vivenció cualquier variedad de experiencias en la juventud, encausadas de pasión hacia la idealización del dibujo extraordinario. Como mujer poderosa, bien alcanzó la trascendencia sobre lo artístico. Y por supuesto el hombre con quien ella se casó, bajo un mar de dudas, resultó ser un actor hermoso y buen mozo. Una persona rara, quien aún trabaja a costa de contratos ofensivos, dramatizando telenovelas baratas para los canales privados de Estados Unidos.

De esta causa, prosigue el pesado instante, sin porvenir para estos dos enemigos. Cada novio como endiablado, sólo golpea al otro individuo atractivo a quien amó con sufrimiento durante el pasado. Los ambos seres irracionales sueltan entonces su vacuidad de miseria, sin nada de cobardía. Desde la apenada posición; cada actual enemigo encierra su mano y sin dudarlo ya suelta su puño hiriente, lanzándolo contra el otro rival. Engendrados en sus perfidias de venganza, precipitan la inexplicable locura. Abrazados y distintos, ellos aruñan sucesivamente sus brazos con ruda brutalidad. Se cortan cada piel

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tersa, bajo esta tarde calurosa de cielos ardientes. Más con más rabia, Aura vuelve a sacar sin decoro las nefastas desgracias del horrendo desamor suyo, tras un repudiado desespero de muerte. De una sola patada, ella de rasante, lastima a su hombre en los genitales. Y aquí la lucha parece menguar con fatalidad. Tras el atrevimiento agónico, los maltratos físicos parecen acabarse quedamente, más se apagan con desarmonía. La mujer vocifera sin embargo, pide algo de justicia y grita iracunda cualquier otro cúmulo de groserías de frente al marido suyo, recién acorralado él sin salida, desgraciado por la supuesta infidelidad, que cometió hace unas cuantas semanas. Según lo supuesto, fresco él irónico estuvo frecuentando la Mansión del Hada para ir a revolcarse con la modelo más atractiva de New York, Virginia. Desde luego, Helena tal como una esposa celosa, lo recrimina ferozmente, lo inquiere con claridad. Su rencor de soberbia, que hacía varios días tenía reprimido adentro de su corazón, pronto se lo esputa. Así en efecto; que por esa crueldad, que por ese irrespeto de infidelidad, Aura no soporta más ese juego ridículo, ideado suciamente contra ella y su lealtad, por lo cual, naturalmente le desviste sus agravios.

Aura Helena es además una rubia de elegancia femenina, ella entregada a la núbil plenitud de las nupcias. Siempre ha sostenido lo puritano en su mente. La mujer lacrimosa, suspira entre unas bellezas con otras ilusiones, inspira unas emociones extrañas. Es ella como una musa seductora a cualquier hombre ilustre, porque al fondo del alma suya, hay una damisela tanto legendaria como creativa, llena de famosos sueños.

Igual, adentro del lóbrego salón hay colgado un cuadro, ubicado a un lado de Helena, la Helena de ojos azules melancólicos. El retrato irreal es una doncella mística; quien lleva varios años de antigüedad, pintada al arte eterno del mundo. La cara del dibujo parece estar cuidadosamente reflejada desde una perfecta elaboración sutil, tanto expresionista como simbólica. Las coloraciones del lienzo lucen a la vez cierto albor desconcertante. Y el sombrío esposo de Aura, ahora está recostado contra la pared fría del salón aún soleado. Su nombre es Edward y de repente él voltea a mirar la obra artística de la doncella, opuesto así sin esperanza, la contempla durante algunos segundos irresueltos.

Del seguido momento, queda quieta esta penumbrosa disputa. Edward, por su parte medita sobre la urdida obsesión mientras deja de insultar a su bella esposa, que tanto aduló antes hasta el desborde de llegar a la neurosis. En su estado; sólo espera olvidar la tragedia de molestia, observando constantemente con despecho a la doncella abstracta, fulgurante en aquel espacio sugestivo de la otra imaginación. Decaído hoy, Edward no quiere padecer más su verdad, no ansía sobrellevar más su propia desdicha, porque hoy está arrepentido de haber reventado a Helena. Eso con la desgracia de sus puños bestiales la hirió en los pechos y el rostro. Desde lo infeliz, él único y él absorto, ahora va dejándose apartar de lo existencial, sólo admirando aquel otro rostro de belleza virgen, que hay entrevista sobre la

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mágica pintura, allá donde la doncella estuvo posando toda serena, durante la época inquisidora.

El sagaz actor, entre tanto tras lo desquiciado aún no recupera el ingenio psicológico por completo. Sin nada de miedo, la despelucada artista renueva su cortante sordidez. Y esta discordancia indispone a Edward. Por el hecho, ella a lo excéntrica no deja de expresar sus gestos de fealdad caprichosa Así se hace Aura, se sabe que es siempre una muchacha llorosa y en duelo, cada vez cuando emergen estos conflictos sexuales. Aparte, los declives afloran afuera del matrimonio estúpidamente ya destruido. De seguida intuición, marido y mujer vuelven es a mirarse desfigurados a las caras rasguñadas. Ellos van enfrentando sus ojos intensamente acusadores, sin nada de decoro. Cada amante, intenta recordar sucesivamente las falsedades que oscurecieron ese azaroso noviazgo. Fueron sus bromas lastimeras, las encargadas de acabarlo en verdad. Quizá ellos nunca debieron enamorarse, pero Aura no lo entiende y aún sostiene sus brutales escarnios con absurda valentía.

En acosado desencanto; la tarde perdura con fulgor mientras los dos esposos elucidan las historias suyas, que parecen estar confusamente entrelazadas. Desde sus fugaces existencias y desde sus costumbres ajenas, las logran asemejar, las eventualidades. Cuando al poco tiempo, por el misterioso destino; ellos se vuelven a confundir entre los figurantes cuadros del salón ovalado. Todo el presente se desteje obviamente desde un solo drama inesperado. Al mismo tiempo, Helena alza sus gritos con mayor fuerza, encumbrando su bravura del alma. Todo ello a causa de sus dobles tragedias, abiertas al desconsuelo. En absoluto, la dama resentida anhela ser escuchada de una buena vez fatalista, para poder acabar con esta farsa de romance. Helena, trama destruir los añejos idilios con Edward, cuales recomenzaron hace unos cuantos años ilusorios. Así que ella, escupe ahora a la boca del marido recién mitigado. Lo ofende sin mucha modestia humana, no retiene su insidia según la manera como lo sojuzga. Edward, ha sido un hombre de arrogancia despótica y sin embargo, hoy se contiene. En general el desespero es sospechado desde la profunda interioridad. Tras el tanto desquicio, Aura ansía incitarlo a que escoja el abismo del suicidio desvergonzado. Para esta presencia degradante; lo quiere hacer sufrir hasta que llore, hasta que se quede humillado, porque para esta mujer nada es más importante, que esconder su orgullo de a poco rebajado. Certeramente, ella adivina las burlas de la muchedumbre escandalosa. Debido a esta pena irrespetuosa; Aura insiste en botarle saliva a chorros a Edward, le babea las mejillas, similar ella lo hace sin mostrar ninguna evasiva, sin tener mucho arrepentimiento.

Entre tanto lo infernal, el esposo anda descaradamente desnudo, quien ahora sólo trata de esquivar las ofensas. Va yendo y va viniendo desde la esquina hasta al centro del recinto, sitio adornado con esculturas de gorilas góticos y con máscaras de porcelana. En

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cuanto a Helena, pese a la tensión traumática, lleva puesto un largo vestido blanco, que tiene ligeramente desajustado para la funesta ocasión. Ambos seres vanidosos están igual de exhaustos. Pero Aura Helena no renuncia. Así entonces de una vez, resurge un estruendo fugaz en la ventana traslúcida del salón estático. Y por supuesto; doña Carlota, la señora quien vive en la casona opuesta, asustada se levanta de la mecedora de mimbre, donde estaba haciendo como de costumbre la siesta del día. La anciana dormía levemente durante sus instantes. Cuando toda sorprendida, ante la ruidosa novedad, ella despierta y pasa a ver qué sucede allá afuera. Doña Carlota, aún está como somnolienta. Por tal motivo, la vieja de gafas negras, agudiza sus sentidos asombrosamente a estímulo del repentino ruido, recién escuchado por ella. Eso sonó un quejido estruendoso, fue todo soterradamente perturbador para la misma señora, debido a la regular pasividad, que antes había represada en ese barrio de imperfecciones modernas. Así sin normalidad; la vieja tanto gruñona como chismosa, ahora va dando sus pasos cuidadosos hasta ir acercándose despaciosa, al balcón del hogar suyo. Más de seguida ocasión, dispone sus acciones de rutina; asoma la cabeza sigilosa hacia el exterior para calmar las ganas de intriga, que hoy tanto la acosan. La anciana aquí rápido, acoda solitaria sus brazos junto al barandal de hierro, muy tranquilamente. Desde allí, trata de ojear cualquier disputa venenosa, que esté dándose entre los vecinos adyacentes. Cuando con un degradante descaro, se asusta. Más tristemente y muy temerosamente, la señora Carlota acaba de avistar al galán esposo de su mejor amiga; colgando del ventanal, espejado del domicilio aledaño. Y ahora el hombre bañado en sangre y ahora Edward, resbalándose desde el tercer piso, va cayendo al vacío sin Helena, hasta verse reventado contra el andén de la calle.

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DE COMIDA PARA RATAS

Hacía un invierno terrible en Colombia. Las borrascas eran rudas como tenebrosas. El vendaval arrasaba hasta las hojas de los árboles. Más era la tarde de un martes sombrío en Manizales. El tiempo por allá se descubría luctuoso. Entre lo tanto perturbable; la jefe ejecutiva del banco internacional Golden, había quedado de reunirse con el periodista, Carlos de Fairán. Fue en verdad un asunto obligatorio. A lo cierto, ambos acordaron el lugar del encuentro por celular. En la mañana el hombre le dijo que debían verse bajo el mirador de Chipre. Y la hora del trato la dispuso a eso de la medianoche. De resto, todo sucedió con desconfianza. En tanto, ningún detalle fue dejado al azar del futuro, tan sólo quedaron a excepción las conmociones.

De hecho, pese a las precauciones tomadas, la extravagante mujer estuvo en un total estado de demencia. No pudo controlar sus nervios. Se sufrió estresada en la mansión donde vivía. Caminó por los pasillos penumbrosos sin mantener el equilibrio. De repente, ingresó al salón del comedor. Allí permaneció por un rato y bebió varios vasos de whisky. Como consecuencia de lo realizado, casi se desmaya. Hasta por poco, resuelve no ir a la citación exigida. Ella ni siquiera supo estabilizar sus sentidos, ante los tantos problemas que la atormentaban. Incluso, su rostro se evidenciaba anémico y su piel la sentía carrasposa. De hecho, tenía que entregarle treinta millones de pesos al astuto de Carlos. La ejecutiva debía de llevar los paquetes al peligroso barrio de Chipre. No podía ir acompañada por ninguna otra persona. Estas fueron en efecto las condiciones que le ordenaron, para que no pasara nada. Si por su bien quería seguir con los robos de siempre, lo mejor era aceptar. Al contrario de no hacerlo, los negocios tramitados por ella con su banda de payasos, serían difundidos a modo de impacto en la prensa nacional.

A lo caótico por codiciosa; la jefe venía de hacer unos desfalcos financieros, cuales no tenían la menor moderación. Embolataba los dineros públicos y lavaba la plata de los traficantes norteños. Así por su odio, la ejecutiva quiso ser mala con su loca ignorancia, por su ambición. Al cabo de las reflexiones, pensó en no darle ningún maletín al extorsionador quien demandaba la cuantiosa suma de pesos. Días antes, el Fairán obvio que la aterrorizó por medio de amenazas a muerte y llamándola furiosamente para forzarla a que pagara, pero ella ante la imposición, prefirió no dejarse estafar, aparte de que no estaba sola.

Entonces, la ejecutiva se alistó para enfrentar al enemigo. Sin su paz, cogió directo para la avenida Doce de Octubre. Salió del garaje manejando un auto rojo. Claramente viajó custodiada por tres sicarios, desde su casa. Ellos corrieron en sus motos. Cruzaron por las carreteras en medio de la noche lluviosa. Entre la ventisca, rebasaron varios carros y

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varias camionetas. Rápidamente estuvieron alertas con sus armas para darle bala a ese otro delincuente. Y faltaba poco para la hora terrible. Así en extremo de adrenalina, ellos se fueron acercando al edificio del mirador, que parecía estar descuidado. Una vez allá, creyeron haber reconocido al periodista. Lo figuraron vestido de verde, les pareció entreverlo recostado contra un pino frondoso. Por tal visión, los sicarios comenzaron a soltarle una balacera de demonios a esa sombra fantasmal, única por allá como reflejada a lo lejos entre el aguacero y los matorrales.

Segundos después, los homicidas dejaron de disparar las metralletas. Más hacía lo inmediato, rodearon el boscaje del distrito. Pasaron por un puente estrecho y en menos de nada, llegaron a los pinares que hay sembrados junto a los rascacielos. En cuanto a lo otro precipitado, ellos procuraron buscar el cadáver entre los charcos de agua. Pero para susto hubo una pesada sorpresa. No descubrieron al hombre; sino a un muñeco viejo solamente relleno de paja y madera. Estaba destrozado sobre el prado, junto a un montón de vidrios rotos. Ante ello, los rateros y la ejecutiva retomaron el camino de vuelta por una de las calles centrales. De una sola, sospecharon que la trampa había sido para emboscarlos. A lo cual de seguido, ella procuró escapar en el vehículo y ellos en las motocicletas, yendo en bandados a toda velocidad. El drama igual fue planeado desde hace varios días. Las circunstancias develaron una composición increíble. De espantados, ellos claro que adelantaron algunos kilómetros de vía. La mujer hasta arrolló a un vagabundo que iba a pie por un costado del andén. En el acto, se escuchó un horrendo chillido y de repente el ambiente comenzó a retemblar para aquella noche.

Y fue quebradamente en esta instancia, cuando murieron los payasos con la jefe. A lo que llevaba el diablo; marchaban otra vez por la avenida Doce de Octubre. Le dieron la vuelta a la glorieta de Chipre. Ellos tenían que pasar por este sector urbano, para poder ir de nuevo a la mansión. La banda por lo rápido, avanzó evitando los semáforos en rojo y las otras señales de tránsito. Más después, cada pedazo de humanidad de ellos explotó sobre sus montones de carne y de cemento. El periodista por su ingenio, había colocado seis bombas de dinamita por donde los rateros, tenían que pasar asustadamente. Con cara de rudo; fumándose un cigarrillo, hizo entonces activar las cargas de los explosivos, una vez los pudo avizorar de cerca a la celada. Así entre lo conjunto, los inmoló con un aborrecimiento suyo y desbocado. Tras lo desecho, él sabía que ellos no iban a pagar los millones de pesos y menos mal, sabía como eran los malhechores. Por lo cual a solas, hizo estallar a esas personas como si fueran animales. Los dejó destrozados sobre el asfalto. Más sin más, la oscuridad resurgió en silencio, mientras que la muerte volvió al mundo de los condenados.

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MI INOLVIDABLE PESADILLA

Lo sé, los recuerdos de la infancia son más amargos que dichosos. En su mayoría están mojados con lágrimas de sufrimiento. Cada resentir es agudo como penetrante. Desde cada presencia, uno padece el odio de la crueldad ajena. De hecho, hoy entreveo la vaciedad en mi ser una vez vuelvo al agreste espacio de mi pasado. Quizá, lo que nos sucede sirve para el mejoramiento de uno en cuanto a la sabiduría. Bueno, lentamente retrocedo a los ayeres junto con el pensamiento asombroso. Es profuso el tiempo que se va dando bajo una espesa forma alucinada. Decaen las ocurrencias a mi imaginación fuliginosa. Entre una y entre otra inconstancia; los rostros con los cuerpos de los jóvenes, cobran otra vez un movimiento de rebeldía, se agitan con terquedad en esta realidad.

Ya por aquí, descubro el colegio con espanto mío. De a poco, contemplo la madrugada con frialdad en los cielos. Los estudiantes a la vez vamos para clase. Hacia lo continuo, hay entre el pesar extraño, una mujer tan melancólica como mi desgracia. Va bañada con su pelo negro. Reluce en su piel mestiza. Camina por entre el pasillo con la jardinera azul. Es mi compañera de pupitre. Ella es virtuosa. Mientras allí, yo soy un niño de ojos perdidos en ella. La bonita me fascina. Pero ahora, no me le acerco ni un poco, porque me da miedo. Mejor, ingresamos cada uno por un costado al salón enrejado. En lo constante; claro nos deseamos en ilusión, nos auguramos con melancolía.

De corrido, avisto los nubarrones grisáceos sobre las libélulas en vuelo. Percibo a solas el paisaje enlutado, me parece que dibuja este viejo mundo de lamentos, una sombra escaseada en el ambiente. En tanto, sigo más callado que ningún otro ser humano en desmedida como los compañeros juegan por entre el cierzo. Ellos están de algarabía en una guerra de papeles. En cuanto a mí, casi no hablo con la gente. Si a mucho le dedico la voz a la mujer, que me gusta. En suspiro, sus miradas de invierno a primavera, me derriten, la María me conmueve hasta lo excelso.

Y es un jueves colmado de pájaros púrpuras. Ellos danzan en medio de los árboles con galanura, se ven lindos. Pese a todo lo espléndido, la depresión me embarga como viene y se me colma, siempre en melancolía. Lo cierto es que no tengo ningún amigo alrededor mío. El desconsuelo humano lo evidencio como devastador. En verdad, acojo mucha desconfianza con estos infantes tan violentos. Apenas nomás, idolatro a la María entre todas estas largas horas apagadas. Su apego me tranquiliza. Ella de vez en cuando, florece en santidad y me protege en medio de su ternura. No lo sé muy bien, pero la musa me aleja de allí con su esperanza dedicada. Antes, porque no había nada en mí; ni si quiera anhelaba estudiar, ni tampoco me gustaba comerme la carreta de los viejos profesores. Menos mal, la

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niña vino a sacarme de esta muerte del alma. Con su dulzura, ella consiente a cualquier desamparado. Por tanto, así haya llegado el profesor de sociales, ahora yo cojo el lápiz y me pongo a crear unos versos en el cuaderno. Los inspiro, para cada uno de estos augurios menguados, los suscito, para la musa devota de mis romanzas.

Durante este parejo día de agosto, hallo mientras tanto el odio en los locos juveniles. Percibo la enemistad en los chinos saboteadores. Al cabo, la brizna corre sucia por entre la exorbitada inclemencia. Por suerte; lo deseado; suena y resuena la campana, vamos al descanso. En breve, salimos todos los presentes del salón en desarte. Por mi parte, camino por el corredor con mis ideales disidentes. Avanzo en medio de unas esencias extrañas. Voy pequeño como procurando ocultarme de las ojeadas intrusas. Mi silueta es delgada. Entre tanto aparece un joven de noveno grado. Me acaba de sujetar por el cuello. Es robusto y alto. Enseguida, sacude mi holgado cuerpo y en el acto me grita en la cara, que si vamos a pelear. Dizque porque se le da la berraca gana. Que supuestamente tiene ganas de agarrarse conmigo y ya. Que excusa tan pueril. Que mentira tan sucia y pobre, no haber botado la verdad. Su razón alocada se debe al preciado gusto, que le tiene a la muchacha más hermosa de sexto. Es por ella. El pelado está tragado de la María. Igual, no es mi culpa, yo ser tan atractivo.

Así en mal; ante el sucio reto, cierro mis manos de un golpe y bruscamente le lanzo un puñetazo en la cara, se lo zampo de cerca a la jeta. De una vez, comienza a escupir sangre por los labios. Y lo aguanto, para seguirle con su maricada de crecido. A ver que es la joda. El gorila, se cree atravesado, se las da de grande. Admito los nervios, claro, soy más pequeño y ese loco maniático, tiene fama de pegador. Ya aquí se me viene encima. Más sorpresa, veo que el cobarde extrae una cadena por debajo de la camisa que lleva puesta. En seguido movimiento, me la manda con fuerza contra la cabeza. El malparido de una sola, pues me descalabra y yo quedo ahí tirado sobre el suelo de ladrillos. Todo se me pone negro, se disuelve el tiempo. Desiguales, las pájaras me dan vueltas por entre la mente.

Ahora lastimado, estoy despierto sobre la camilla de la enfermería. Aquí rememoro lo adverso del suceso y entonces adivino lo gallina que fue esa bestia, un llorón. En cuanto al desfin, yo sin María y ella aún sin mí.

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ADENTRO DE LAS TINIEBLAS

Creo que es hora de confesarlo; por lo cual, voy a ser sincero con ustedes, lectores. En un principio, les declaro que estoy en la cárcel de Inferano. Esto se debe al político que asesiné hace más de tres años. En tanto, soy un francotirador de recorrido internacional. Yo estuve ciertamente en el ejército negro cuando vivía lo bastante joven. En aquella milicia de algún modo aprendí a perfeccionarme con los rifles. Me hice ambidiestro por medio de la práctica y el entrenamiento. En el escuadrón, siempre fui el mejor con la escopeta de largo impacto. Así pronto; tuve que bajarme a los soldados de los otros bandos cuando acometimos en los combates. Eso sólo hubo barbarie, varios de mis compañeros fueron explotados con cada estallido de bombas. En terror se sabía la violencia. Pero luego con el traspaso de la guerra mundial, surgió la paz efímera en la humanidad, se supo del sosiego, la leve tranquilidad. Y pese a todo, yo cogí por un rumbo no distinto al de la muerte. Me adentré en los dominios de la oscuridad. Sin miedo, seguí entre las armas con las balas para suscitar la equidad. Del propio caso, me hice un subversivo independiente.

Entonces, resolví matar a sueldo a los enemigos de la libertad. En este trabajo; igual no lo niego, la verdad fue que acaudalé mucho dinero. Incluso, fui millonario en menos de una década. Pero más que por esos papeles, yo luché fue con el ideal de volver a ordenar este país de Doror en donde crecí. En defecto, había cualquier cantidad de hombres corruptos en los tribunales. La delincuencia diplomática era en realidad una infesta comunidad. Los días de recesión trajeron al cabo un desorden de capitalismo. Se recrudecía una locura nacional. A lo desecho, no había salida para la gente pobre. Para ellos era ser esclavos de las fábricas o era ser los ladrones de los suburbios. Entre lo similar cotidiano; la mayoría de los jóvenes no podían ingresar a las universidades, porque no había ningún gobierno en general, ni había suficientes empleos para los ciudadanos. De tal modo como sucedía esta catástrofe; me tocó actuar a la defensiva por mi pueblo, me vi obligado a disparar.

Así a lo duro, siempre procuré ejecutar los planes con astucia. Desde lo mental, preferí no meterme con los mercenarios, porque es riesgoso. En cuanto a lo otro individual, busqué ser justo con los personajes que podrían ser desaparecidos o que no deberían fallecer. Esto es desde luego muy peligroso. Uno no puede fallar ni se puede equivocar con la víctima. De lo contrario, si la caída sucede, lo fatal traerá de lleno unas consecuencias aterradoras. Entre las cuales, hasta puede darse la convulsión de una guerra civil.

Ya sobre lo otro peligroso, viene a ser que hay que tener precaución con los infiltrados. Ellos siempre van tras el acecho de los rebeldes. Por tanto, lo trascendental es ir delante de estos agentes que se mueven en función de los burgueses. Pese a cualquier eventualidad, lo

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prudente es llamar desde un teléfono público. Lo adicional es tener diferentes documentos falsos, lo cual resulta más seguro al momento de ir a dormir en los hoteles o cuando se va a realizar alguna compra. En fin, lo fundamental es no darle ventajas a los sospechosos.

Ahora como ven, la misión de nosotros los conspiradores es difícil. Aunque lo duden, uno como tirador juga una posición indispensable en la sociedad. Nosotros podemos subir o bajar a los mandatarios. De a poco es para lo malo y de repente es para lo bueno. El secreto real es que uno escoge a quien pone como gobernante. En ocasiones, le damos el acuerdo al dictador y en otras le concedemos la oportunidad al demócrata. Esto eso sí, depende de la ideología del chacal en misión. A lo analítico es uno quien toma el poder sobre determinado contexto. Más acrecentadamente se fuerza el cambio estatal. Por lo regular, se consigue la alteración en los muchos sectores administrativos, cada vez cuando la operación sale exitosa. Sólo que como en la vida, hay dificultades. Y la más inexcusable es perder el juicio de la razón. Si esto llega a pasar en lo desbocado, uno de fijo actuará sin control por haber sobrepasado las barreras extáticas. Mientras se sufrirá, se será ultrajado y hasta se sucumbirá.

Sí y se me olvidaba, mi nombre es Federico Graine. En la actualidad me sé en los días de la madurez. Y bueno; dispuesto a contar el crimen por el cual estoy encarcelado, vuelvo al pasado no lejano. Recuerdo que era una mañana de marzo. Caía la nieve en la ciudad de Maficia. Me había levantado de la cama hacía un rato. Estaba a solas en la habitación del apartamento que tenía alquilado. A lo normal, pasé a la cocina con tal de prepararme algún emparedado. Cuando de repente, vi una carta junto a la puerta de la entrada. Rápidamente fui hasta allí y recogí el sobre amarillo del suelo.

En breve, extraje los papeles con una cuantiosa suma de dinero. Fui de seguido hasta la sala en donde revisé el legajo. De cerca a la mesa de cristal, ojeé el mensaje. En lo textual, el anónimo convocaba a mis servicios como vengador. Necesitaba de mi ayuda. En cuanto al acuerdo, él dejó escrito un número telefónico por si aceptaba conocer el contrato a fondo. Yo de hecho lo dudé por la escasez de información que había sido presentada. Igual al fin y al cabo de cavilarlo, me arreglé con finura para saber quien me solicitaba.

En la tarde salí a la calle. Fui con traje de paño. Anduve por entre los locales de ropa junto al cielo blancuzco. Escuché el ruido del granizo. Me distancié poco a poco del barrio en donde habitaba. Traté de no ser visto por los policías de turno a medida que avanzaba por las calzadas. Los evité a ellos al máximo hasta casi percibirme en lo demencial. Menos mal, giré por una esquina y veloz ingresé a una tienda de chaquetas y gorras. Allí, me compré la única capota negra que había disponible. Le pagué con dólares a la señorita, quien me asistió como si yo fuera un hombre inocente. Ella coqueta, me recibió la plata, me

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sonrió con su bondad y me tocó las manos frías. Segundos después, volví a las afueras con cautela, yendo con la vestimenta de invierno, cual llevaba recién puesta.

Una vez estuve por los lados del parque; Los Eclipses, fui hasta la cabina pública para hacer la llamada, que fue más que imprescindible. A lo monótono, no supe a mucha gente en esa espaciedad de aristocracia. Había nomás una vendedora de dulces en compañía de un niño. Sin más, pasaban las damas y los viejos del sector a destiempo. Se sabían indiferentes entre sus seres familiares o se reflejaban desinteresados por la crisis de América. Tras estas actitudes; me metí en el compartimento de vidrio, sin si quiera dudarlo. Sujeté el auricular con discreción, mientras marqué al señor de la probable carta y entre la ansiedad, descubrí como la nieve no paraba de caer sobre los árboles.

Entre tanto, una voz afónica contestó:

Aló, quién habla.

Soy el Índigo, espero lo suyo sea algo serio Le respondí.

Sí, Graine, no se preocupe, usted se está comunicando con Jhon Rhasmy. La cosa es que he tenido que protegerme por estos días. Esto se pone cada vez peor. Por eso es que lo necesito juiciosamente para un trabajo, usted entiende.

Prosiga; que le escucho, Jhon Lo afané.

Listo, mire, este nuevo encargo va a ser radical. Su trabajo, será tal cual como antes lo hemos pactado. Primero, le paso un considerable adelanto. Segundo, usted le cae al delator que yo le indique. Tercero, corroboro al muñeco y cuarto, le entrego el resto de la paga. De modo que serán los mismos; quince mil dólares, estamos Sugirió él.

Qué le digo a ver, puede ser, el trato me parece válido. En concreto, espero tener los datos con el dinero cuanto antes, allá en el apartamento. Eso sí, usted conoce de sobra las condiciones, lo mejor es que no vayamos a tener problemas, ni olvidos, se lo recuerdo. Ya con esto claro, no hay nada más que conversar, me despido-Colgué.

Por lo visto, la gentuza política estaba recrudeciéndose en perversidad. Entre tanto con esta noticia sabida, me fui del parque otoñal discretamente. Volví en gracia al centro de la ciudad. Llegué despacio a lo ruinoso y pasé al otro segmento de urbanidad. Bajo lo inverso, caminé en medio de prostitutas y de borrachos de medio entierro. Como lo casual, pasé a un bar de apariencia paupérrima. Olía a fétido como a miseria. Más fresco; me asenté en unas de las sillas, pedí media botella de licor y me la bebí hasta cuando decayó la noche grisácea.

Algo ebrio en el otro tiempo, le pagué la cuenta al cantinero de bigote canoso. Sobre lo disparejo, salí de nuevo a divagar por entre las casas entre el viento gélido. Por ahí de paso, le regalé unas cuantas monedas al limosnero, que cantaba una nostalgia de frente al edificio

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en donde yo aún residía. Hacía lo menos cadencioso; volví a mi hogar de hundida soledad, me adentré entre las paredes, me recosté en la cama y dormí.

Al otro día, apenas desperté, lo inmediato que hice fue revisar el buzón. Me levanté del desmayo. Avancé de a poco por el recinto; abrí la puerta y fui hasta el pasillo principal. Por allí se encontraban los correos personales. Con previsión busqué el mío; empecé a examinar la gaveta, cuando efectivamente vi que ya había sido dejado el paquete con los documentos del político, aparte de los dólares. Sobre el resto, que era un martes de reciente madrugada para aquel pasado. Mientras, yo recogí el envoltorio de acto con una mano y ansiosamente regresé a lo sereno de la habitación.

Cuando en menos de nada; estuve adentro del ámbito, leí quien iba a ser la víctima. El individuo se llamaba, Alfonso Frachit. Era el tercer hombre del presidente. Estaba en estado de divorcio. Había sido un estafador empresarial. Provenía de Aliza. Por lo cual, durante el conflicto bélico, vino a exiliarse aquí en Doror para continuar como traficante de dinero. Sobre lo otro preciso, me explicaron que él visitaba con frecuencia el Capitolio Judicial. Por tal pormenor, tocaba fusilarlo desde lo alto de una azotea. Respecto en orden, formulé la persecución para el viernes a las doce del medio día de esa misma semana. Igual, me fue notificado que por la rutina, Alfonso se marchaba de ese lugar hacia su casa a eso de la hora del almuerzo.

En este sentido, me disfracé de travesti con tal de espiarlo y reconocerlo en su cara. Al cabo de pocos minutos, estuve a la entrada del rascacielos en donde dormito. Eran casi las once de la mañana. Llevaba yo un vestido de tigresa. Tenía puesta una peluca rubia y cargaba un bolso en el cual llevaba la cámara fotográfica. En sí, me advertí irreconocible ante los hombres. Según lo conjunto del clima, las ventanas de las residencias estaban nevadas tanto así como las aceras. Eso casi no se podía ni caminar. Por lo adverso, me subí en el primer taxi que fue pasando por la carretera. El trasportador era de descendencia mulata. Daba la sensación de ser cordial. Para lo solícito de hecho, el señor aceptó acercarme al sitio estatal.

Duró media hora el viaje. Disimuladamente arribé a los rededores de las edificaciones. Como con vanidad, me bajé del vehículo. Hacia lo ya teatral, caminé hasta la plaza de San Reyes. Una vez allá, crucé por los senderos junto a diputados y abogados. Más en un quedo misterioso, fui y me senté en una de las bancas de hierro en la plaza. Por intuición, miré hacia el frente y asombrado, había acabado de develar al detractor de la verdad, bajando por las escaleras del capitolio. Entonces, saqué un espejo del bolso. Traté de ocultarme. Aguanté hasta que él se decidiera por el callejón que iba a trasegar. Desigual, avanzó como distraído por un lado del Palacio de Justicia. Hacía lo preciso, ahí pude sacar la cámara. De lleno, le tomé varias fotos generales para yo no ser tan notado.

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Hacia lo otro valioso, cuando lo perdí de enfoque, me puse a fotografiar todo el lugar exterior así como también capturé el registro de la cotidianidad. En detalle, identifiqué a los sujetos desconocidos de la jurisdicción. Realicé esto con inteligencia. Acabé en no muchos minutos. De tal modo, volví al apartamento a pie. Ello con la intención de figurar el escape. Durante el trayecto creí esto nada complicado, lo deduje factible. Por tal motivo, me relaje en lo íntimo, sin alteración, encausé las posibles salidas.

Pasadas las horas, estuve por fin en la habitación en donde descanso. Llegué tanto sano como a salvo. Ya con cuidado, adecué el espacio a oscuras en un leve rojo. Quedó entre las penumbras fusionadas. De entre lo necesario; revelé los negativos por mi cuenta, utilicé los químicos para obtener los colores. Cuando estuvieron listos los retratos; detallé la nitidez de los matices, igual ahondé en las facciones de Alfonso.

Entre otras rutinas, descorrí las cortinas para que se regara la luz de nuevo. De paso, fui mejor hasta el armario y me quité las ropas de mujer. Luego me recosté en el colchón, encendí el televisor y me puse a ver el metraje, El Crimen Perfecto. Más cuando finalizó esta cinta, vi la película, El Fugitivo. Esto por lo conforme fue lo que analicé, hasta el anochecer.

Sobre el miércoles, si mal no estoy; permanecí encerrado por seguridad. Solo, comencé a repasar la novela de Onetti, El Astillero. En la sala; recostado contra el sillón, estudié con esfuerzo la obra literaria. Quise auscultar las trampas oficiales, que sucedían en Santa María de una forma compleja. Repasé las hojas con avidez. Allá, había ladrones de corbata así como los había aquí en Doror. Al tanto seguido, releí a punta de ferocidad otros libros, con el propósito de interpretar los detrimentos de cada despaís. Igual, bebí varias tazas de café, me fumé un habano y seguí en la literatura. El cielo en vuelo emitía sus aureolas de niebla. Se esparcía lentamente según el ritmo como yo fui elucidando los alegatos del escritor. En coraje, siempre fue sugerente la voz del narrador conforme a su voluntad.

Hacía otro momento sin fe; pasé a la lectura del libro, Los Hombres en Guerra. Como un acierto, lo consulté porque los escritos sugerían las causas de las revoluciones. De parte, el novelista especificaba la importancia de los estrategas en las transiciones populares. Tras lo constante, nos ubicaba como intelectuales a unión que nos sugería como triunfar. Esto a lo teórico, me atrajo en demasía por la forma como exponía las otras alternativas del sabotaje. Para tal relación, profundicé las experiencias de los personajes hasta cuando tuve hambre.

Ante tal gusto; caminé a la cocina, saqué un pedazo de carne del congelador, lo frité en la sartén y apenas estuvo listo, me lo fui comiendo hasta cuando tocaron a la puerta. Por el ruido, me sobresalté en la mente. De una sola; fui al estante de armas. Por la impertinencia,

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agarré la pistola de mi padre muerto y en silencio me arrimé al visor para reconocer al visitante.

Al instante cuando medio abrí, vi que era Jhon. De inmediato, me calmé. Lo invité por cortesía a que pasara al mismo tiempo que le dije: Guerrero, casi me mata del susto. A la próxima, avisa si se va a aparecer, le encargo. Perdone, pero esto es urgente. El objetivo se nos complicó, venga le cuento gesticuló él, según como nos acomodamos presurosos en el mueble del salón. Una vez ya protegidos allá, Jhon retornó a la cuestión con menos angustia.

Ahora sí, Índigo, se la suelto; el inconveniente es que el muñeco viaja el viernes para Aliza. Sí, yo comprendo lo de la investigación. No se altere. Es obvio, sólo que esto fue una noticia de esas inesperadas. Sepa que es algo que se me va de las manos, Graine Comentó. Mire, no, esto hay que detenerlo, lo más prudente es cancelar el negocio Le sentencié, sin embargo el incitó esta idea.

Aguante; mejor que tal si arreglamos la ejecución para mañana, puede ser provechoso. Piense, lo único que falta es el golpe final. Por sorpresa; le adelantamos un movimiento de desorientación y de gracia usted, lo quiebra con menor complicidad.

Centrados en la discusión, yo de inicio ni siquiera concebí lo propuesto por el guerrero como algo para efectuar. Me parecía fuera de la razón. Su hipótesis, carecía de fundamentos si quiera discordantes. En serio era un poco ilógico. Pero en fin, pese a lo adverso, yo acepté cuando él me ofreció una doble remuneración a la que antes habíamos acordado. Según lo restante, lo despedí en lo total, una vez quedaron formulados los nuevos esquemas.

Y bien, apenas asombró la tempestad del jueves, comencé a proceder de frente con la situación. En voluntad, alisté el rifle Barret. Lo limpié hasta dejarlo impecable, aparte de que supe que estaba en perfecto estado. De corrido, lo guardé en la valija con los proyectiles. Sobre lo temprano, me vestí a modo de oficinista. Llevé puesto un traje de tono café, no tan vistoso para la ocasión. Quedé arreglado con disimulo. De seguido tras la misión, cogí carrera hasta el parqueadero que hay en el conjunto cerrado.

En esta medida, bajé por las escaleras de mármol y pronto llegué a los cubículos. Entre las bases, me arrimé hasta el auto Mercedes Benz de mi propiedad. Luego abrí la portezuela de lujo. Para lo otro inmediato, encendí el automóvil y enrumbé rápido por la avenida metropolitana de Maficia. A una velocidad prudente, fui rebasando las motos como los buses en vez como la lluvia decaía reciamente. Con atención, pronto miré por los retrovisores por si alguien quizá, me seguía o me espiaba. De suerte, no vi nada irregular, lo citadino continuaba en su rutina molesta.

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En cuanto a lo transitado, me detuve diagonal al capitolio, una vez pasaron unos veinte minutos. Dejé estacionado el auto atrás de una licorería. Ya a pie, traspasé unas con otras callejas. Por allá cerca, subí hasta lo alto de una bodega abandonada. Me acomodé en un cuarto empolvado. Con extrema maestría; extraje el arma, la instalé y adecué la puntería hacia la entrada del Capitolio Judicial. Yo con la mira, inspeccionaba a los paseantes desde una ventana. Corrían de una esquina hasta las tiendas. Entre la multitud, buscaba a la víctima. A mi intuir se estaba escabullendo. Daban las diez treinta de la mañana en mi reloj, cuando de nervios apareció el hombre Frachit por un costado de la plaza. En defecto, me perdí de cabales. No aguanté el odio de venganza que corría por mis venas. De una vez, lo cerqué en mi flanco de tiro y le solté el disparo a la frente.

Maldita sea, pero el rifle se me corrió. A lo equivocado, lo herí en el hombro derecho. Mientras, la muchedumbre se alarmó como loca. Eso hubo gritos con gemidos. Y en cuanto a lo personal, ante la indefinición, obvio yo reaccioné con agilidad, logré recargar la otra bala, fijé el tiro con la mira y ahí sí le reventé la cabeza. En el proceso parejo, volví a colocar cada uno de los artefactos en la maleta. Sin demora, probé no haber dejado nada en el suelo. Recabado, bajé hasta la salida trasera de la bodega. Según lo oculto, me puse una barba postiza. Retorné de inmediato a un callejón deteriorado. Avisté la polución del viento. Anduve por allí varios pasos, hondé en el caminar de razón como creí el plan de la misión, tal cual como positivo. Orgulloso, me ideé como un héroe en la medida que huía por entre los resquicios de la urbe.

Más cuando abordé el carro para subirme, sentí como me punteaban con una pistola en la espalda. Eran las autoridades. Esos agentes iban uniformados de azul. Me atraparon, me lincharon, me pegaron un cachazo en la frente. Sin darme cuenta, quedé desmayado, casi me matan. Por lo desencadenado, luego vine a quedar preso en esta cárcel de Inferano. Y la captura se debe a la persona, quien me delató, Jhon. En secreto, fue él quien concordó toda la confabulación irrestricta. Tramó lo suyo con mucha sapiencia. Por eso ahora, yo estoy en una celda así como Jhon cayó en la suya, poco tiempo después de haberse abierto la investigación contra su personalidad. Igual y pese a todo; ambos nos sabemos libres de culpa, porque arriesgamos hasta la vida por este país, Doror.

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Mañana muchos maldecirán mi nombre. Adolfo Hitler

Usted, armó una guerra mundial. La hizo por ambición al poder. Su pretensión fue ser el dueño de la humanidad. Por eso conformó un bando de guerreros y se puso a batallar. En desorden fue matando jóvenes y mujeres embarazadas. La gente inocente lloró sangre. Tras lo abrupto aquello fue horrible. Desde lo otro desquiciado, lo suyo fue estallar a niños con granadas. Ellos volaron por los aires. Al cabo, sólo quedaron los pedazos de carne entre los escombros. Esto en lo desecho; se sufrió como lo más inmoral, Adolfo.

Por qué usted estaba enfermo de la cabeza. No hay que ser sabio para descifrarlo. Para colmo, su orden fue exterminar a los judíos, sin importar si eran malos o buenos. En tanto, los carbonizaron a fuego vivo en los hornos crematorios. La mayoría murieron entre sus quejidos. Algunos pocos eso sí, se salvaron, quedaron por ahí tirados en la arena, sin piel, medio quemados. A lo adverso, la existencia se supo infernal con su presencia. Fue impuro su actuar de hombre diabólico. Con su locura, torció la esvástica. Entre blasfemias; pidió que hubiera sufrimiento ajeno. En lástima el estrago se expandió.

Usted, nunca cedió a los acuerdos de paz, por cierto. Lo que procuró fue la barbarie. Y con el paso del tiempo, lo tétrico se recrudeció. Los aviadores devastaron los pueblos. Por lo corrido, los soldados dispararon las metralletas. Sin fe, las balas tomaron su curso según como rápidas traspasaron las cabezas de las personas cautivas. De súbito, ellas cayeron al fango. Por suerte, una niña con pijama a rayas, quedó herida entre las víctimas y luego fue rescatada de la muerte.

Menor usted, pasó a quebrar no solo a los judíos sino también a los extranjeros. Si por la raza no eran arios, la sentencia era que debían ser decapitados. A lo cual sus fascistas, se impulsaron en reventar cualquier ser humano, contrario al tercer Reich. De desatino, volvió la inhumanidad a sus mentes. Desde lo indecible, fusilaron a varios músicos y pintores. Los escalabraron como si fueran animales. En lo total, la razón se les salió del cerebro con gran degeneración.

Usted de disparejo, no conoció la historia de Alemania. En su despoder, nomás residió la hipocresía del nazismo. Dictador, la sabiduría nunca se manifestó en su comportamiento. Lo suyo fue aberrante. Lo siniestro cada vez fue peor. Entre los años, creció la horda de las víctimas. Si no eran decapitados eran violados y esclavizados. Mientras, los tanqueros se le

82 SU DERROTA

midieron al genocidio. Eso derrumbaron las familias de los edificios. Hacia lo instantáneo las dejaban destrozadas entre el humo. Y las bombas atronaron como apocalípticas. Afortunadamente usted, se cegó en su delirio. Sólo quiso visionar el pasado. Por ello, los aliados se adelantaron con firmeza en el ataque. Entre los ilustrados, más planearon la emboscada contra su individualidad. Cada genio, se infiltró en su ejército para traicionarlo. Todo estuvo bien cuadrado. En truco, le dieron la amistad. De a poco se acercaron hasta su fuerte. Fueron tres los anónimos. A los pocos días, ingresaron al salón central y cruzaron un pasillo. Por lo ideado, fueron hasta su despacho en donde desaparecieron a los defensores. Ya con el espacio despejado; abrieron la puerta y lo vieron recostado en un sillón, todo abatido. Para lo seguido, ellos apuntaron con sus pistolas y lo acribillaron a usted, Hitler.

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84 ÍNDICE … 9…EL ÁNGEL DEL MILAGRO 9 … 20…TODO UN PORDIOSERO…20 24…DE PRINCESA A SEÑORITO…24 29…INSOMNIA EN ANDRESITO…29 33…TACHUELA…33 37…UNA ESTAFA DE KINDER GARDEN…37 40…LA NOCHE VIOLETA…40 43…LAS OCUPACIONES DE JORGE…43 … 47…COMO LIBERTADOR PARA LA PATRIA…47 … 51…LA SOLEDAD DEL FILÓSOFO…51 58…AQUELLA DIVINA MONJA…58 62…ABISMOS…62 67…EL RETRATO INVERTIDO…67 71…DE COMIDA PARA RATAS...71 73…MI INOLVIDABLE PESADILLA…73 75…ADENTRO DE LAS TINIEBLAS…75 82…SU DERROTA…82 ÍNDICE
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