RUSVELT NIVIA CASTELLANOS NOCHES DE LLUVIA
Editorial
Pensamiento
Rusvelt Nivia Castellanos Noches de Lluvia
Editado en Colombia - Edited in Colombia Diseñado en Colombia - Designed in Colombia
Impreso en Colombia - Printed in Colombia Isbn 978 1 291 81065 3 Registro 10-436-410
Editorial Pensamiento Derechos reservados
Año 2011
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RUSVELT NIVIA CASTELLANOS
Poeta y cuentista, novelista y ensayista, nacional de la Ciudad Musical de Colombia. Es al mérito, Comunicador Social y Periodista, graduado por la Universidad del Tolima. Y es un especialista en Inglés, reconocido por la Universidad de Ibagué. Tiene tres poemarios, una novela supercorta, un libro de ensayos y siete libros de relatos publicados. Es creador del grupo cultural; La Literatura del Arte. Sobre otras causas, ha participado en eventos literarios, ha escrito para revistas nacionales, revistas de América Latina y de habla hispana. Ha sido finalista en varios certámenes de cuento y poesía mundiales. Ha recibido varios reconocimientos literarios tanto nacionales como internacionales. Fue segundo ganador del concurso literario, Feria del Libro de Moreno, organizado en Buenos Aires, Argentina, año 2012. A mayor crecimiento, fue premiado en el primer certamen literario, Revista Demos, España, año 2014. De otra conformidad, mereció diploma a la poesía, por la comunidad literaria, Versos Compartidos, Montevideo, Uruguay, año 2016. Tiempo después, recibió un reconocimiento internacional de literatura, para el premio intergeneracional de relatos breves, Fundación Unir, dado en Zaragoza, España, año 2016. Mereció diploma de honor por sus recitales poéticos en la Feria del Libro, Ciudad de Ibagué, año 2016. Posteriormente, por su obra artística de poemas, mereció una mención de honor en el parlamento internacional de escritores y poetas, Cartagena de Indias, año 2016. Y el poeta, recibió diploma de honor en el certamen internacional de poesía y música, Natalicio de Ermelinda Díaz, año 2017. Bien por su virtud creativa, destacado es este artista en su país.
NOCHES DE LLUVIA
RELATOS
ABRAZOS
EL GUARDIÁN DEL BIEN
VOLANDO POR EL UNIVERSO ANIMACIONES EFÍMERAS
LA LUNA DEL FUEGO BLANCO
UN POETISO A LA ESPERA ALMAS GEMELAS
ENJUAGADOS DE ALCOHOLEMIA PRECIOSA
CARTA AL ARTISTA GRANDES AMIGOS ETERIALIDAD
EL CUENTISTA
REVOLUCIONARIA POLA AMOROSA
EL INDÍGENA
AL BORDE DEL INFINITO LOS DISCÍPULOS
LA DIVINA ALEGORÍA
RELATOS
HACIA LO ESPIRITUAL EN EL PARNASO MADRE DE LOS MUISCAS
EL DILUVIO FLORIDO MOZO CON ELLA
CUANDO DESPERTÓ SANTIAGO
DEL MÁ ALLÁ
PERDIDO EN LA CIUDAD MUSA Y AZULADA
UNA HISTORIA FANTÁSTICA
LAS MESAS DANZANTES ASCENCIÓN DESBOCADA
DE GUERRERO A CAMPEÓN
LA COMPOSICIÓN DEL GUITARRISTA
JULIO POR SIEMPRE LA OTRA NÁUSEA NOCHES DE LLUVIA
NOCHES DE LLUVIA
Somos seres del universo; juntos vamos por la vida, nos movemos entre los mundos; creamos por la evolución espiritual, nosotros volamos hacia el amor.
VeltABRAZOS
La ilusión de una morada en el tiempo es el deseo de hombres y mujeres.
Octavio Paz
Hoy sacralizo tu alma, poetisa. En estos instantes amorosos, permanezco esperanzado, oliendo tu aroma de novia. Yo enamorado, me quedo suspirando por la poesía tuya. Entre lo perpetuo, sigo vivo bajo la tarde tropical, queriendo estar siempre contigo, porque eres la primavera de mi juventud. Y hoy sólo te amo por la emanación tuya, bajo este deseo de placer, que presiento profundo en ti, sin recelo, sin miedo a la distancia. Ya de repente, te caes sobre mi cuerpo flaco. Hermosa y con un todo de frescura, me besas en la boca. Nos concebimos abrazados como los queridos románticos, mientras persistimos sentados junto a la marea de la playa. Al otro suspiro, te riegas un poco en la mariposa, toda bella, te delatas a lo famélica. Más, yo te acojo para probarte y nos sabemos a solas, risueños en alborozo. Nos ofrecemos unas miradas confiadas; tan procuradas por ambos con dulzura; amorosa.
Mientras, se hace este día vibrante, más intenso. En demasía el gozo es tierno en armonía para ambos. Así bien, develo el reboso de tu dulzura en tus mejillas, según como disfruto, una con otra caricia tuya, tan palpitante en ti. Y el silencio, un silencio sereno y tuyo, musa. A solas, nos acoplamos de a poco con nuestro romance. Asimismo, te veo más bonita que cuando nos encontramos aquella mañana en la isla del Edén. Por el presente, tú estás tan delicada y tan madura como una dama de primavera. Pero apenas te lo digo; debido al miedo, sólo te susurro este secreto. Hoy quiero adorarte con las figuras intimistas. Me separo entonces de tus pechos albos, allí donde estaba recostado junto a tus delicias celestiales. Así que lento, pinto tu belleza en el lienzo. Te hago rosácea como para esta ocasión tan esperada. En la misma instancia, te concibo más preciosa, que las sirenas soleadas. Tu efigie es esbelta como una diosa misteriosa; tu piel renace blanca como las nubes y yo te admiro con pasión desbordada. La cara tuya, precisa en lo esotérico, me hechiza y envanece. Con la adecuada devoción; tus ojos de mar, entre esta realidad confundida; ahora me sumergen en fantasías. Por esta vivencia tan nuestra, te ansío con
más besos. En vez seguida, yo rozo tus brazos de color arena. Y el olor a lila tuya y persistente que embelesa, me sublima. De llenura, tu gracia dada para la vida; me hace loarte con locura. Conmigo estás toda sincera. Ya con sorpresa; tus cabellos se mecen junto a la brisa, ellos van refulgiendo castañamente con perfección. El día y tú, resurgen en uno solo, se prenden hechos para este pintor tuyo, quien termina de sonreírle a tus rubores, musa idolatrada. Avivo enseguida, la inspiración por cuidarte largamente hasta el sin fin del olvido. Para esta vez, me quedo entonces contigo, sin ningún adiós desvanecido, recobro tu dócil ilusión. Y a suscitación con elevación, estoy contigo como reposo en tu felicidad; dedicándome a ti y protegiéndote con nuestro amor; candorosa de mi mundo; linda, que te poseo otra vez abrazada a mí, mientras acabo de recrearte; mujer surrealista.
EL GUARDIÁN DEL BIEN
Al comienzo de aquel día; un duende salió temprano de su cabaña. En diversión, cogió por el sendero que estaba rayado de sol. Entre saltos, se fue adentrando en el bosque. Anduvo por entre piedras y plantas. Regocijado, disfrutó el olor de las margaritas, de la naturaleza. Cada vez más, fue yendo hacia los árboles frondosos.
Luego de un rato de caminata, él profundizó la mirada y a lo lejos advirtió la choza del campesino, Jeremías. Aquel hogar, se hallaba recubierto por bejucos tupidos, por cigarras, grillos. Y el dueño resultaba estar allí, pobre con su sombrero, llorando como sin consuelo, durante esa mañana, colmada de calor. Así lo supo el duende Darwin, quien había acabado de subirse a una acacia amarilla para espiar a Jeremías.
Entre tanto, Darwin al advertir su tristeza, se bajó del tronco y corrió hasta donde este hombre campestre, vivo de piel morena. Se le acercó con sagacidad al hombre. Al tenerlo al frente, lo saludó con humor, cogiéndose la barba, después le preguntó:
¿Por qué lloras; amigo, qué te ha pasado?
Mira, mi única hija, Carla, se perdió ayer en la laguna encantada Dijo el señor entre lágrimas . En tan sólo un instante, ella se desapareció de mi presencia. Al no verla conmigo, yo pues la llamé a gritos, perseguí su perfume y la he buscado durante noche y día, sin descanso, pero nada que la encuentro.
-Oye, amigo y será que es por casualidad esa niña, la que viene por aquella pradera. El campesino entonces volteó la cabeza para ver hacia su derecha y supo que era ella, su hija, la inocente Carla.
En cuanto al duende; rápido se escabulló por entre los arbustos, más siguió haciendo su trabajo por el bosque, el cual era darle sorpresas a los desamparados.
VOLANDO POR EL UNIVERSO
En la mañana; vio la niebla, agitaba sus cabellos negros, le acariciaba la cara. Era un niño feliz y estaba suspirando el incienso del bosque. Se sabía sentado sobre una hojarasca y descansaba los ojos bajo las sisellas de los Andes. Mientras, la bruma siguió recubriéndolo junto con el frío. De súbito; se formaban pequeños torbellinos, que veloces hicieron repicar la llovizna. Estos espirales, fueron atravesando los árboles, arrasaron con las hojas grises y el rocío fue mojando a este niño mago.
A causa del agua; Jovet se levantó del prado, caminó por la tierra húmeda y se refugió en una ceiba de enramadas cenicientas. Allí protegido; se recostó contra el tronco, cerró sus iris cafés. De a poco, comenzó a imaginar el cosmos. Fue descubriendo su exuberancia. Lo supo todo de diversos coloridos. Desde su mente evidenció las galaxias orladas. Fulguró un planeta con androides. Cruzó por sobre las construcciones de ellos. A lo fugaz; se supo en medio de sus legiones. Los unos erguían pirámides, los otros labraban cristales. Así bien, por lo que hubo explorado, quedó encandilado ante tanta belleza absoluta.
Más por lo deseado, el niño intentó volar en espíritu para ir hasta esos parajes sibilinos.
Al principio, fue alejándose del cuerpo próvidamente suyo. Debido a su armonía, superó la gravedad con facilidad. A fuerza, pasó a elevarse sobre las serranías nevadas. De una forma maravillosa, fue retirándose de las campiñas. Hacía lo etéreo, subió precipitosamente hasta los espacios penumbrosos y claros. Con agrado, los admiró con adoración. Recorrió esos paisajes sagrados a lo superior. Tanto, que de repente llegó hasta un agujero de gusano y allí se metió para seguir viajando.
En tanto Jovet, mediante lo obrado, trasegó por entre un montón de rayos acrisolados. Esta visión de pleno lo hizo más sensible. Su ser se asombró. Cada chispazo, le mostraba una nueva naturaleza. De sorpresa, surgieron unos pegasos violáceos y cientos de estrellas. En el otro instante, vio germinar un océano plateado con varios delfines, que allí nadaban. Toda esta exuberancia, lo fascinó. Así que siguió por el túnel de la creación. Se adentró en lo profundo. Exploró tierras que nunca antes había conocido. Muchos paisajes recorrió con regocijo. Y se detuvo, cuando encontró el mundo de los sibilinos. Estaba él allí entre sus monumentos. Ellos eran una tribu de marcianos. Manifestaban unos gestos misteriosos. A
Jovet, por cierto, le dio miedo. No sabía si estos seres propiciaban maldad o bondad. Sus cabezas eran redondas; tenían las orejas largas, sus pieles eran fucsias. Además, uno de ellos se aproximó hasta el frente suyo y le susurró unas palabras incomprensibles. De paso, olió su esencia espiritual y tocó su alma. Ante ello, claro el niño volvió al bosque por medio de un embrujo.
Cuando ya en su paraíso; abrió los ojos suyos, se supo junto a la ceiba y luego vislumbró allí al marciano.
ANIMACIONES EFÍMERAS
Los mimos juegan en el parque de diversiones. Se suben al barco del artista milagroso. A ellos nadie los puede agarrar ni los policías. Sus ganas pueden más que la dejadez. En grupo, zarpan ahora hacia el cosmos. Un atardecer verdolaga los resplandece. De a poco se mecen en sus asientos. Empiezan a navegar por las aguas de la magia. A su sin tiempo, ellos imitan a los niños que los acompañan durante este viaje. Recochan con inocencia. Les hacen unas muecas chistosas. Estos navegantes de por cierto se ponen felices. Sus caras se ruborizan mientras que el vértigo les hace cosquillas.
Más a cada nada, una mima abraza a las niñas con recogimiento. Les acaricia los cachetes y les regala dulces. Es una fantasía lo que se vive en esta aventura. Todos aquí son amables. En esta misma paz, un mimo lindo salta al mar de los peces de chocolate. Se zambulle bajo las olas galácticas. Busca la comida festiva. De cerca ve un poco de camadas de sardinas, recoge sólo las cafeinosas y veloz vuelve al barco tambaleante. Ahora hay varias cantidades de golosinas para los tripulantes. Y entonces los pequeños sueltan las histerias a medida que abundan las sorpresas. Así bien, entre lo instantáneo, aparecen los dioses de los astros. Sus espíritus son estelares, ellos son aéreos, expresan su humildad. En fraternidad, habitan por el universo insondable. Para esta ocasión, ellos elucubran unos conejos voladores. Los reproducen y se los dejan a los infantes en sus manos para que ellos los enternezcan. Enseguida, los dioses se van tranquilos y los mimos los despiden con sus gestos bromistas. Y la maldad allí no existe y sí crece la bondad. De esta forma ellos unidos conviven en amistad, los infantes junto a los artistas. Por medio de rimas se cuentan los asombros que han descubierto. Exultan lo que han evidenciado con pasión, escuchan sus voces, se hacen más congénitos.
Aunque ahora claro, sucede algo disconforme; el mimo sabio quien es el que maneja el barco; decide anclar otra vez en la tierra. Lentamente se detiene sin desearlo, el paseo se ha terminado. Hacia lo otro inadvertido, todos vuelven a su normalidad monótona. Cada niño, se baja por la cuerda de la salida, acompañado por un mimo. Y un poco bravos, ellos se ponen a pensar sobre el estudio con el trabajo de mañana, que deben mal lograr, porque en
el pueblo toca ser aburridos para poder subsistir. Así en desilusión; las maravillas de a poco se esfuman; las niñas dejan de imaginar y los mimos vuelven a ser hombres.
LA LUNA DEL FUEGO BLANCO
Durante la tarde gris de este mundo, la luna vuela prendida en un fuego oscuro, así la observo yo desde la ventana de la habitación circular, donde yo me sé con depresión. Ahora, bajo la mirada al frente mío y por allí de cerca evidencio a los niños del encantamiento atardecido. Ellos están felices escondiéndose en los rincones de este barrio misterioso. Algunos de los jovencitos, nomás acaban de juntar sucesivamente sus caras ruborizadas, mientras ellos van y vienen y siguen besándose lindamente, adentro del parque del otoño, que hay recreado al frente del hogar de apariencia campestre, donde yo vivo. Un poeta fantasmal me divisa entretanto con sus ojos de íntima ternura. El lirista, me examina desde lo lejos y entonces por estar detallándome, hoy él deja su inspiración para otro tiempo que sea más vivo, para los versos en bondad. Entre otras cosas extrañas, descubro que el cielo sigue bañado de cenizas, por lo tanto, sigue suave en melancolía. Hay también mucha gente asocial, sufriendo la soledad del espanto, debido al desapego, sabido en este barrio. Ellos van lanzado burlas contra sus amigos artistas y ellos van vacilantes por entre los caminos de esta ciudad borrosa. Son muchos los paseantes solitarios de este día nublado, quienes van solos recorriendo los andenes. Van ellos cabizbajos con sus caras mal humoradas y van ellos mal con sus muecas rabiosas. Y que feo el mal, que acaba de pasar; un niño es tumbado del triciclo rojo y suyo en el cual iba montado felizmente, hace un rato Sin nada de duda, le botaron su inocencia contra el asfalto. El niño iba rodando antes por un sendero de rosas. Jugaba a las carreras veloces en este parque de árboles deshojados. Más luego del tiempo él fue arrojado del triciclo, luego de un puñetazo bestial, que recibió a traición por un bravucón. El niñito entonces, sufrió el áspero golpe, como si su humanidad fuera un muñeco de trapo inservible. Ahora él llora un poco el dolor, entre los paisajes de esta realidad imperfecta y yo lo espío con mucho cuidado.
El mismo niño flaco, quien siempre me ha gustado, se levanta ya de pronto de la agreste caída. Eso quedó todo lleno de raspones. Al otro tiempo, mira al ladrón de juguetes correr por un portal incierto. El desquiciado se va como hacia un túnel claroscuro. Y con extrañeza, mi enamorado advierte de que su triciclo, no está al lado suyo. El ratero se llevó de un solo zarpazo, su más valioso divertimento. Así que el hombre malvado, debido a su
sagacidad, se fue yendo de bufón con la máquina. Se alejó de allí, forrado con una máscara de payaso, burlándose de lo más victorioso, entre sus risas maléficas. Este maldito, así pues así, anda feliz en la otra dimensión, por haber hecho llorar a mi niño de pelos negros, por haber dejado a mi chiquito, lleno de moretones.
Mientras tanto yo sigo sola, viendo todo este drama indecible, junto a la ventana de mi casa rosada. Y los otros andantes dispares, siguen sin hacer nada, sólo se saben chistosos por ahí sin pensar, sobre el robo alocado, mal causado contra el lindo niño. Es apenas un chico recién abandonado a quien la acaban de robar la fantasía. Además este gentío, ni hace bulla, ni ayuda al niño bondadoso, entre su tristeza suya, pero ella efímera. Así que por esta sorpresa, yo me tiro al cielo brumoso, desde mi cuarto y desde la ventana, otra vez abierta. Más aquí y ahora, caigo de golpe sobre el prado mojado con las lluvias pasajeras. Al rápido instante, corro como despavorida para ir a auxiliar al morenito hermoso. El pobrecito aún está sin la compañía de alguien bondadoso y aún está sin el arrullo de alguna esperanza. De momento descubro es la tempestad del universo, veo es a los crepúsculos sin días, sin muchos rayos de soles rayados. Entre las hojas muertas de los árboles; veo es la palidez decolorada en este jovencito, bajo la sombra de las enramadas.
Y más y ya más después, menos mal me acerco a ti y por fin te acojo con regocijo, mi niño bonito. En encanto rodeo tus brazos flojos con mis brazos de suave hermosura. Te abrazo así amándote con mi única blancura de mujer preciosa. Te seco devota, tus lágrimas, mi lindo niño. Limpio tu agua del alma con mis dedos débiles, todos sensibles Y yo sigo aún enamorada de tu pureza infantil. Así entonces, amoroso tú conmigo, mi niño adorado, mejor esperemos a solas por algún milagro verdadero, aguardemos mejor rejuntos, una búsqueda de tiempos más calmados, sin más inútiles guerras, sin más muertes horrendas. Asimismo, trata de calmar la soledad tuya y aquieta la soledad mía, una soledad sola de nuestra intimidad.
A mi seguido sentir de dulzura, mejor soñemos unidos juntos; queramos que no haya tantos desamores incautos; hoy a lo íntimos en compañía; imaginemos que hay más amores vivos. Intentémoslo, pese a ver las hojas grises, recién esparcidas por los árboles, cayendo sobre nuestras cabezas de pelos enredados.
Entre tanto tú, mi niño de brazos calientes, para lo sublime, te vienes hacia mí y te recuestas sobre mis pechos de queja. Me acoges con dulzura. Así nomás, abajo de un leve
suspiro, ambos entonces miramos en amor, hacia otro día mejor, hacia un día más inmortal, ansiado de poesía en mí y lleno de romances contigo, mi niño humano. Y claro el poeta fantasmal; se aparece fulgurante otra vez, ya nos sonríe y nos protege, atrás del otro cielo espejado; mientras la luna mágica, nos baña ahora con luz celestial, mientras la luna llena, se nos prende ahora de fuego blanco.
UN POETISO A LA ESPERA
Ella me tocó y retocó ayer. La joven hermosa de repente me abrazó. Ella me besó ayer en la boca. A mí me enamoró de verdad. La doncella, fue la novia hermosa, quien me forzó delicadamente. Fue extraño, fue la doncella de mi amor, quien me recogió del balcón para después llevarme al teatro. Eso por allá la pasamos a solas muy bien. Yo me sentí todo dichoso al lado de su belleza. En pareja, nos fuimos a ver el drama de Caperucita Roja. En la sala lo pasamos como nunca en vida. Eso nos amamos y nos reamamos con timidez. Pero ahora mi realidad es muy distinta. Sin sabores, mis labios están salados. Mi esperar se hace largo, hoy la joven hermosa, duda en conocerme mejor.
En cuanto a mí, desearía que estuviera aquí conmigo. Para este día, ella no me habla ni un poco ni nada. Es lamentable lo que nos sucede. La doncella se me esconde en un muro con otro muro. Más esta vez es la decepción y esta vez es la llovizna grisácea, que padezco en el alma. En este instante, mis manos las toca el ambiente y veloces mis besuqueos son con una señorita imaginaria. Eso sí, ayer sábado yo creía a la joven hermosa, entre los colibrís rosados, junto a mí nomás y con gran felicidad. En su viña, yo figuraba nubes de miel. Yo me sentía como en un tiempo de Semana Santa. En mí, había un poetiso con mucha ilusión. Según la concordia de la doncella; desde mí, crecía una pasión maravillosa hacia ella. Incluso, ayer cuando estuve en su castillo, le llegué a decir: Te quiero amorosa, tú quien eres tú, la que me enamoras.
Así que de esta forma amorosa, parejamente nosotros en medio de la noche pasada, nos alcanzamos a consentir con adoración y sin querer alejarnos, el uno de la otro, juntos nos despedimos muy bien. Hasta por su confianza de mujer, le alcancé a dejar un libro de cuentos y por cierto, todo este mundo me parecía una delicia romántica.
Pero entonces después, el paraíso de la felicidad, se me fue al vacío cuando alumbró la otra madrugada. Por supuesto, yo fui al balcón de su aposento a llamarla desde temprano y en verdad son estas las horas; las once de la noche y la doncella hermosa, nada que se asoma a la ventana. Debido a su no salida, me es una lástima el no verla, me es una fatalidad el no tenerla entre mis brazos.
Qué será lo que le pasa a mi novia, será qué se está arreglando, sí, yo creo que sí.
ALMAS GEMELAS
En el pasado, el joven vagaba solitario por un bosque de eucaliptos. Percibía el ambiente perfumado. Fresco, se movía por entre las matas. A cada paso dado, iba perdiendo más y más la noción del tiempo, por estar contemplando el atardecer, que llagaba acompañado de nubes tristes junto a la llovizna, que lloraba sobre su ser vivo.
Después de apreciar las penumbras, él se adentró hacía lo profundo de las arboladas y descubrió a lo lejos un río traslúcido, bajando por entre rocas y unos troncos caídos. Así que este joven, decidió ir a la orilla para jugar en el agua. Cuidadosamente, cogió por un declive, se deslizó por la tierra. Atravesó asimismo un sendero de rosales. Y pronto estuvo al borde de las olas. Acto seguido, allí feliz, se arrodillo para mirar el reflejo de su cara, sin embargo, su figura no se espejó. Para asombro suyo, reconoció fue a la dríada del amor, quien fluctuaba sensitiva, luciendo bella y delicada en la fluidez acuosa.
Más clara, ella había sido la mujer de su niñez. Por tal sorpresa, confió en la beldad que evidenciaba y por el fervor, saltó en la dríada adorada, nadó junto a ella. De otro encanto, la abrazó a lo guardián y juntos sintieron como la tristeza, sola se desvanecía, para crear una serenidad, nocturna que ellos buscaban desde el día de su creación.
ENJUAGADOS DE ALCOHOLEMIA
Hace algún tiempo en Mowana, por gusto propio, quise salir de rumba con mis amigos. No tenía mucho para hacer esa noche. Era viernes y entonces decidí estar con ellos para pasarla bueno. Más o menos a las diez, Carlos, Faber y yo nos encontramos en la licorera del Bohemio. Allí pues compramos media botella de aguardiente. La destapamos de una sola, más nos mandamos la primera copa de trago con ganas. Y entre la algazara, recochamos un rato. Hablamos sobre las cosas de nuestra juventud. Rememoramos las ocurrencias que hacíamos en el barrio Cutucumay. Reunidos, nos divertimos a carcajadas. Tiempo después, paramos un taxi de esos amarillos. El hombre de bigotes, claro que se detuvo y abrió la puerta trasera. Mientras, nosotros nos subimos al carro modernista y yo le comuniqué al conductor que íbamos para el bar Kapazis. Tras lo escuchado, arrancamos velozmente por la carretera. Fuimos por entre varios árboles frondosos y postes de luz, rebasamos transeúntes y hasta vagabundos, dejamos atrás varios edificios. Pronto, dimos una vuelta hasta coger la avenida Quinta. Desde allí, corrimos de largo cortando las ráfagas del ambiente frío. A toda aceleración evadimos buses y camionetas con tal de estar donde queríamos solazar hasta el trasnocho pasado. Según lo rápido, fuimos ingresando a la zona rosa de la ciudad, por allí advertimos damas en las puertas de cabarets, las discotecas abiertas entre fluorescencias. Debido a lo próximo, llegamos a nuestro sitio de fiesta.
Ya en la entrada, entre la música techno, pagamos los covers con derecho a bebida. En tanto la normalidad, pasamos al interior del bar disco. Recorrimos por ahí el recinto. Para lo mejor, nos ubicamos en la mesa con vista a las afueras. El firmamento rebosaba despejado bajo la luna. Los barrios aledaños estaban prendidos a blancos con amarillos. Venía el diciembre con euforia. Había además mucha gente adentro de Kapazis. Se veía desde jóvenes hasta señoras picaronas. La bulla que todos hacían era agradable. Unos charlaban con fanfarrias gomelas, otras chiflaban al ritmo de las melodías. Entre tanto, Faber pidió una garrafa de whisky a la rubia que atendía. Apenas vino a nosotros, por impulso, le mandó la mano a las nalgas, antes de irse. Ella se sabía muy buena, con su vestido azul. Casualmente andaba de buen humor, porque apenas la tocaron, le dio fue risa y no dijo nada, siguió por su camino.
En cuanto a mí, quedé callado durante un rato. Traté de olvidar el atrevimiento de mi chino. Con seriedad estuve un poco ensimismado, pensando en cosas banales. Que dizque recordando la primera vez cuando fui a Makumba para bailar y después volviendo a esos ayeres recordó cuando capaba colegio para jugar maquinitas. En fin, permanecí así de raro hasta el instante en que reapareció la moza con el whisky. La muchacha se aproximó contoneando las piernas a pura sensualidad. Desfiló en medio de su galantería coqueta, puso la botella de Grants sobre la mesa. De ávido, Carlos destapó la botella en vez que empezó a tomar como un borracho. Eso bogaba chorro sin mente. Lo mismo yo, bebí a despecho para olvidar los dolores. Cada encopada; me ponía más animado, más efusivo.
Así bien, para mayor satisfacción, nos paramos a bailar con las chicas que había presentes. Muchas de ellas estaban saltando en la pista del bar, se movían entre los neones, sacudían las manos. Casi todas eran bonitas. Entonces, nosotros nos unimos a las chicas más glamurosas. Decidimos estar entre sus cuerpos de modelos, oliendo sus fragancias de seducción. Ellas asintieron con nobleza nuestra compañía. Pronto las emparejamos, se dejaron llevar por la festiva ocasión. Comenzamos a girar alrededor del lugar como hombres y mujeres. Todos prendidos, la pasamos como nunca antes la habíamos disfrutado en vida. Faber enredó por cierto tiempo a una joven morena. Solazó con su docilidad, se supo jocoso junto a esa caleña voluptuosa. No obstante, la dejó en un cambio de canción para estar con la rubia de siempre. Y fue capaz de cortejarla. Alcanzó a cogerla por las caderas. La tuvo adosada a su pinta presencia. De caballero, conquistó sus besos mientras ella quedaba consentida en su cuerpo. Luego, su belleza se alejaba para poner ron en otras mesas y de repente volvía a donde Faber para seguírselo gozando con emotividad. Así entonces ambos, mantuvieron fogosos, volteando por un lado como yendo para la esquina donde encontraban su pasión.
Respecto a Carlos, conoció a una estudiante de la universidad Roja. Era en verdad culta como pulcra la chica. Ellos con fe se comprendieron en medio de lo afectuoso. Debido a sus afinidades, él fue estando con ella hasta la madrugada. Así como saboreaba el Whisky, iba charlando con la joven, quien se llamaba Elisa, la muy loada. De reciprocidad, hicieron juntos su parranda. Se entretuvieron según el ruido del techno. Ambos fueron suaves para con sus sentimientos. A gracia, entablaron amistad durante todo el bailoteo.
Y yo bien, vi a Tatiana Gómez. Ella lucía soltera a belleza blanca. Usaba un vestido café oscuro. No brincaba; apenas agitaba las manos, sin prisas. Se salía la linda del origen común de la gente. Por eso siempre quedé atrapado. En el pasado nos habíamos entrecruzado durante varios conciertos de música. Allá nos dedicábamos los coros del inglés en secreto. Ella la verdad que manejaba un encantó mítico. Para la ocasión, vivía con su comportamiento sereno, moviendo de vez en cuando la mirada al arte, quien además en su belleza, persistía un poco sola. Así que yo la abordé en la pista de baile. La saludé a decoro, nos recordamos, su voz tan cálida me volvió a ilusionar, la detallé, irradiaba a flor de boca. De consonancia, rozamos nuestras manos, tocamos nuestras pieles, limpiamos las melancolías, juntamos nuestras auras, acariciamos nuestras caras. Por lo febril, la mecí a simpatía en los brazos, palpité en sus pechos, me sentí ebrio, ya porque suspiraba por su amor, unido a su presencia linda.
Luego entonces en fiesta, una vez ascendió la noche, todos quedamos emborrachados. Fluimos de lleno por entre nuestras emanaciones. Nos bañamos en las delicias. Cada quien tuvo su brindis de cielo amoroso. Los unos elegimos a las mujeres enceladas, los otros prefirieron a las mujeres fascinadoras. Más el alcohol; permitió que este espectáculo de augurios, se compusiera con satisfacción; nos puso eufóricos, nos hizo alucinar hasta el éxtasis, tiempo después, nosotros caímos dormidos en unas lagunas inmensas.
PRECIOSA
Preciosa, me gustas con tu ternura y tu silencio. Eres en amor, una sublevación de sentimientos floridos. Y yo te los abrigué en mi congoja, la cual se esfumó fugazmente cuando sobrevino la presencia tuya. Luego así, lloraste de regocijo y te acercaste a mí, un tanto sensible, siendo dulce en el parque. Con placidez, estuviste feliz entre los deleites conmigo. Nunca te ausentaste bajo el invierno penumbroso. Allí, fue cuando más nos aunamos en lo idílico, porque apreciaste lo nuestro tan afectuoso.
Tras los otros instantes, te procuré y susurré lo temeroso; el hola amorosa, te lo declaré con rocío a tu boca de esencias tibias. Más el canto apaciguado, te sedujo con la inocencia del dolor pasado. En cuanto a lo otro íntimo, tú quisiste persistir callada. Eso expresó mucho de los sentimientos que resguardabas. Mientras tanto; yo te brindé un romance repleto de suspiros inesperados, que se confinaron con la hermosura de nuestras presencias.
Así lo descubrí ayer en la tarde, durante la inspiración de aquella intimidad, donde surgió la entrega tuya y vívida, preciosa un tanto mía. Sobre la experiencia, nos abrazamos libremente al ritmo de una sola armonía. Junto al embeleso, elegiste darme tus besos sublimes, que para mí fueron apasionados. Sin recelo, nuestros labios se rozaron, los saboreamos con excelsitud, nos humectamos entre lo cautivador. En tanto lo núbil, me hiciste sentir la frescura juvenil, cuya dulzura me puso a volar por tus aromas.
Y novia de esta simpatía adorada; cuando estuvimos tendidos sobre la nieve, recordé sin nostalgia, la una y la otra devoción tuya, rescatada ayer entre las caricias retoñantes. De repente; tocado el acercamiento de tus manos, te supe descubierta ante nuestra vida.
Más sin ningún aviso, te subiste hasta la cumbre mía. Mientras; se dio lo añorado, nos abrazamos entre una emanación de flores tuyas, esparcidas contra mi cuerpo varonil. Hacia lo excesivo nos sonreímos, te palpé en lo frágil, aunados nos resucitamos en lo eterno.
Al cabo, conquisté la beatitud tuya, te supe festeja a ti, gracias a la complacencia de nuestro romance. Por fin albergamos lo apasionado. Nos entregamos al goce, desvestimos el pudor, fuimos hombre y mujer, libres. Así que una vez menguo el arrullo tuyo, yo me fui yendo en tu claridad deslumbradora. De a poco; ahondamos en nuestros otros asombros, superando lo imposible, engendramos lo santo, amada, amorosa algo mía, preciosa.
CARTA AL ARTISTA
Tú estás conmigo, Pablo. Desde que viva yo, no andarás solo por el mundo. Siempre te he protegido y te amaré hasta la eternidad. Esto sincero, lo digo con el corazón. A esfuerzo, obro muchas inspiraciones por ti, porque eres parte de mí. Hago sorpresas para que las disfrutemos en compañía. Las ideo con toda complacencia por nuestro bien. Además, doy hasta de lo que me falta para saberte tranquilo como a salvo. Eso tenlo claro. De verdad, nunca lo dudes ni por equivocación. Yo deseo es que trasciendas a futuro. Busco para ti la sabiduría con la paz. Aunque a sensatez, sí, me pones a llorar las gotas del alma, cuando dejas ver tu melancolía. En lo personal, te siento a veces frío, sin ánimos, te aprecio callado, entre los días. Siendo mujer, adivino estos secretos tuyos, porque soy susceptible. Debido al pasado, sé que ahora tienes algunos resentimientos. Sin aparente motivo, te pones de mal genio. Has llegado hasta el extremo de no querer hablar con nadie. Sólo haces un poco de caras extrañas y enseguida corres a encerrarte en tu cuarto. Uno igual saca conjeturas y tras lo meditado, uno te comprende. Es por la familia, cierto que nosotros hemos tenido varias dificultades. Para los ayeres, peleamos por cosas banales. Nos vencieron los calores de la rabia. Menos no recapacitamos en la tolerancia. Esos quebrantos, por suerte ya pasaron y lo maduro para ambos es olvidarlos. De otras realidades, la recesión que hoy soportamos en el país es muy azarosa. La situación general es terrible para los ciudadanos pobres. En ocasiones, no hay monedas ni para comprar la comida ni siquiera para pagar las deudas. Por estos defectos, hay que reflexionar en serio.
Ciertamente este mundo no es como lo pintan en las películas. Aquí toca lucharla con sacrificio; nosotros tenemos que aprender a sobrevivir en esta metrópolis, pese a las derrotas que padezcamos. A fuerza de ilusiones, Pablo, lo vital es que sigamos trabajando por el espiritismo, sin tanto exasperarnos.
Y sí, cuando te toca sufrir es como si a ambos nos afectara. De golpe, siento la pena en el alma. A pálpitos, crece hasta calar en la sangre; trastorna mis nervios. En lo taciturna, me abruma saberte deprimido. Pero no soy capaz de preguntarte por todas las dolencias tuyas; que posees; por miedo a lastimarte, sólo sacó algún pretexto con la intención de relajarte.
Así que lo mejor es escribirte. Lo hago para que cada vez estemos más fraternales. Con dedicación, te vierto consuelos de cristal, sugiero desahogos para tu juventud. Todo con tal de brindarte mi apoyo incondicional. Y por supuesto, desde aquí, desde la literatura, puedo acoger con mayor docilidad tu franqueza. Alcanzo a lo humana a consentirte entre arrullos de odas. Te entrego mis linduras. Por medio de consejos, te suscito profusiones de aliento, lo cual me parece saludable.
Entre otras simpatías, vamos asintiendo en nuestras confianzas noblemente, la bondad. A soplos, calmo los sollozos tuyos, cuando vienen como la lluvia. Trato de amainarlos con suavidad. Te seco las lágrimas. Más sin tardanza, provoco la voluntad y te ofrendo versos sobre madrinas santas. Hago que ellas sean maravillosas. A loas, las pongo a volar entre nubes, metaforizo sus sortilegios de amor, las engrandezco como piadosas. Procuro lo brillante para ti con estas creaciones. De consonancia, la mente tuya y mía, se apaciguan. Gracias a esta realidad fantástica, tú y yo nos alejamos un poco de la tempestad terrenal.
Por tales ascensiones, me gusta que hagas la ciencia ficción. Ello sobresalta tu expresión mental así como imaginaria. Eso te hace crecer a lo grandioso. Y sí, apenas vas empezando con este arte, lo reconozco, pero eso casi no importa, porque lo realmente poderoso es que seas perseverante en lo tuyo. De hecho, si cumples a cabalidad con este juramento, si nunca renuncias a tu destino, yo estoy segura de que llegarás muy lejos.
Entonces, no te rindas ni aún siendo desencantado. Da lo egregio de ti. Haz flamear tu obra a blancura. En propensión, ve más allá de lo inexpugnable. Pacientemente, forja lo impoluto en la alegoría. Influye la fascinación con aquiescencia. A pulcritud, pon la adoración tuya en el lienzo. Tu ser unívoco, me sugiere que puedes espejar lo inconmensurable.
De agregación, mis mejores deseos son para ti, porque eres justo, buscas con ahínco la limpieza tuya. Vives claramente por lo creacional. Ilusionado, vas hacia lo neuménico, lo cual me llena de esperanza, Pablo Antonio.
Y bien, ya me despido a lo frugal. Es la hora en que debo salir de casa. Como de costumbre, me preparo para ir rumbo al museo del arte pictórico. Así que los mejores laureles, sean para todas las fantasías tuyas y lo tuyo tan transparente, sea munífico siempre.
Besos con versos, hijo mío.
GRANDES AMIGOS
Después de una graciosa charla con sus amigos y el compartir tímido con la mujer que lo hacía soñar, Axcel resolvió volver a su casa. Recorrió unas cuantas cuadras por el barrio, Fralyon. Anduvo por la calzada de la rayuela. Enseguida, cogió rumbo por la esquina de siempre. Y como de costumbre; se aproximó a su hogar, ingresó por la puerta del frente, subió las escaleras de caracol, fue pronto hasta la habitación donde descansaba. Una vez encerrado, supo que el recinto estaba desordenado, igual que su conciencia. Esta trivialidad, sin embargo no le importó ni lo perturbó. Sólo se recostó en la cama. Quiso echarse la siesta de la tarde. Dio una vuelta hacia la izquierda para mejor dormir. Cuando de repente, todo él se tropezó con su futuro amigo, un libro. Era un tanto obeso y de apariencia fascinante. Con curiosidad, lo tomó en sus manos y lo acercó a sus ojos, leyó el título, se decía llamar; El Cielo y El Infierno. Sin precisión; fue ojeándolo y comenzó a pasar las páginas, que parecían mecer la sabiduría.
Entre tanto, Axcel, no había leído suficientes obras literarias por aquella época. Tenía malos hábitos de lectura. Estudiar escritos; le generaba impaciencia, porque de azar cuando ellos aparecían en su vida, no profundizaba las supremacías que había reveladas. Entonces no elucidaba nada y torpe se despreocupaba del mundo. Más pasaba rápidamente a realizar sus distracciones más queridas. De hecho este joven, prefería sumirse en sus espejismos, tales como la vagancia y el alcohol. Pero ya para esta ocasión diferente, por las extrañezas del destino, pudo darse la purificación, sucedió su cambio de mentalidad. Ahí el libro, le gritó a modo de súplica ser escuchado. Y nomás, un segundo antes de cerrar Axcel la creación literaria, oyó como ella recitaba esta poderosa metáfora, la cual cantaba: El amor no tiene límites, llena el espacio, dando y recibiendo sus divinos consuelos. El mar se extiende en una perspectiva infinita, cuyo último límite parece confundirse con el cielo, y el espíritu se deslumbra ante el magnífico espectáculo de estas dos grandezas. Así el amor, más profundo que las olas, más infinito que el espacio, debe reuniros a todos, hombres y espíritus, en la misma comunión de caridad para obrar la admirable fusión de lo finito con lo eterno.
Luego por lo experimentado, Axcel como lector, quedó atrapado en ese espacio espiritual. Por fin, pudo figurar lo abstracto en su mente. Según como repasó las sucesivas alusiones, fue descubriendo paraísos de meditación y trasmutación.
Y altamente Axcel, entre los fulgores literarios, emprendió su camino hacia el saber y el buen leer, para en el futuro, ser su conciencia como su realidad, limpia y evolucionada.
ETERIALIDAD
En el instante, provoco la imaginación. Me introduzco rápido en un mundo fabuloso. Voy ya por un espiral de cristales. Todo es de colores azules y blancos. Lo que atravieso es genial, su complejidad me impresiona las vistas. Eso viajo a una velocidad vertiginosa. Las esferas, que por aquí bailan, se revuelven como unas masas acuosas. Entre ellas, se fusionan y crecen a lo grande. En simetría, hacen la evolución. Mientras tanto, yo sigo por un conducto de eclosiones, cada vez yendo más hacia lo creador como hasta lo innovador.
Ya de repente, caigo en un laberinto de telarañas. Veo el nuevo sitio muy extenso. A lo curioso, recorro sus pasadizos. Un poco me enredo en los telares. Con esfuerzo agito las manos y consigo zafarme. Sigo igual explorando los espacios. Por allí aparecen varias manchas de intensidad. Unas son estáticas y otras son fosforescentes. Estas dimanan entera purificación. Sus formas oblicuas, me invitan a ir a los otros lados para mejor contemplar estas abstracciones.
Entonces, me muevo hacia adelante, voy para allá. Ando sabiamente por entre los hilos y avanzo traspasando un cúmulo de fluidos. Esto lo hago a fiel convicción. Más a denuedo, persevero por este camino con curvas, sin cansancio ni renuncia.
A propósito, acabo de encontrar unas rocas, entre varios escarabajos de plata. Yo en verdad, que estoy fascinado con este paraje, personalmente no me lo esperaba. En entera plenitud, lo curioseo durante un tiempo. Creo bello el campo con sus insectos. Se siente hasta la encantación. Las mismas criaturas, saltan sobre las piedras, renacen en la conjunta concordia. Clara, toda esta invención es majestuosa.
Ahora bien, yo tomo una bocanada de aire y animado recomienzo la marcha hacia el próximo paisaje.
Por lo pronto, sabio aparezco en el nuevo espacio y por aquí en fantasía, vislumbro sus concepciones, que son unas esculturas de faunos. Estas obras artísticas son magníficas. En general acrisolan la dimensión. Además de todo, descubro la puerta del laberinto, cual es como un rombo. Por tal motivo, voy hasta allá con predilección. Apresuradamente atravieso un sendero y ahora quedo frente a la salida. Entonces; yo decidido, giro el
picaporte, empujo la geometría y ahora asombrado, comprendo que llegué a la mansión de los iluminados, donde hay mucha realidad fantástica y gran paz.
EL CUENTISTA
Desde lo artístico, el joven entró a su habitación. Fue hasta el escritorio que tenía en aquel lugar; se ubicó en la silla, extrajo de la gaveta varias hojas con un lápiz y se puso a escribir. De repente, fue creando un cuento de esos maravillosos. Según como pensó; erigió a dos personajes con precisión. Les dio forma extraordinaria. Los hizo por medio de justas alusiones. Ellos parecían ser hombres de verdad. Entre sus voces, por sus tendencias, conversaban muy bien, tanto así que hasta alcanzaban a exteriorizar sus sentimientos. Eso claro al narrador lo impactaba. Se daba cuenta de cómo originaba esta obra universal. Además, intuía la ruptura de la realidad con el plano espacial.
Tras lo fulgurante, el joven fue inventando en lo ficcional, una tierra de selvas naranjas, donde siempre había una luz estelar. En medio de la magia, los dos protagonistas subían por una montaña frondosa. Paseaban con la sonrisa en sus caras. Andaban por entre muchos arbustos. A su creación, ambos seres tenían la piel mestiza, sus ojos eran azabaches. Y el uno era calvo mientras que el otro tenía el pelo encrespado. Esto fue lo que quiso el escritor, quien fue poético con sus descripciones.
Hacia lo seguido, los dos viajeros se adentraron en una gruta de esmeraldas. Cruzaron la entrada penumbrosa. Avanzaron por entre las rocas. Más juntos, pasaron por un estrecho donde había múltiples cigarras. Las contemplaron durante unos instantes. A ellos este milagro natural los esperanzó, los puso a fantasear, allí estuvieron efusivos, el mismo paisaje los refrescó. Para lo otro preferido, las dejaron a ellas atrás con sus vuelos, con sus cantos. Y de nuevo, los dos emprendieron rumbo a su destino.
Bien, ellos llegaron en poco tiempo a un pozo de aguas azules. Pronto, se metieron al fondo de ese hueco como si fueran unos viajeros experimentados. Felices, se consumieron en lo lucífero y nadaron hasta ir a lo desconocido. Cadenciosamente, recorrieron varios bosques de algas rojas, vieron distintas ruinas de barcos y una vez allá en lo inhóspito, ambos seres se purificaron, fueron perfectos.
En cuanto al literato; antes del fin, se liberó.
REVOLUCIONARIA POLA AMOROSA
Paloma, tú eres una mujer hermosa. Tus miradas me embelesan a mí. Por lo claro de ti, tú me conmueves con sinceridad. Siempre me gusta estar en el calor de la fragancia tuya. El disfrutarte es la felicidad de mi alma. Cuando cantas las voces dulces, yo me pongo como un soñador contigo. Así, la satisfacción mía es ofrecerte flores con vida. Cogerte de la mano y darte muchos ramos de orquídeas, ello lo deseo, para llenarte de regozo. Es todo un festejo el amorío tuyo, lo todo tuyo. Me quedo esperándote bajo la lluvia y no importa si te demoras, yo me sigo mojando con tal de verte conmigo. Y dulcemente, cuando nos encontramos en la calle pintoresca, siento como la cara se nos queda roja. Luego, te doy los regalos, te abrazo y cuando te doy los tímidos besos, tu alegría pasa a ser de mis emociones. Por esto tan noble, pretendo quedarme siempre en tu infinita fantasía. Más tus mañanas de congoja, para mí son tardes grises, cuando tú no estás cercana conmigo, mujer roja. Tras las caídas nuestras, vuelve la depresión de nuestras anochecidas, porque en ocasiones estamos separados. Pero ojalá las siguientes tardes, sean para ambos a solas, muy inusitadas, las cuales radiantes nos reúnan en algún bosque para quedarnos enamorados. De grandeza, así lo espero para irnos cuidando tiernamente. Ello debe ser lo preciado para ti y para mí, bonita. Dedicarnos cada despertar por estar juntos, pretenderlo hasta lo verdadero. Hablarnos con suavidad, inspirarlo a lo constante entre tú y yo, bella. Me parece lo más maduro, perdurarnos entre el romanticismo febril, porque claro, cuando lo cumplimos con elevación, lo tuyo se hace confiable y por fidelidad, sé que tú igual en fervor, lo encantas al menos más que bien interiormente. Y escucha como libre como recitas esta poesía tuya. Así eres en ella al amor más puro a divinidad y yo contigo, lo reinvento a cada instante, cuando nos armonizamos con amenidad. Para lo otro semejante, nuestra transparencia es albor cual fulgor, cual viene excitable y nos aúna cuando estamos entrelazados, tal como lo dice el poeta. Mientras elevada, la sensualidad nos enciende las flamas, cuando vibramos en noches más que largas, tú y yo juntos, relatentes en compañía. Nos oleamos nuestros cuerpos calientes, lo que nos aspira a sernos perpetuos. Te quiero por ello y nunca te vayas. Tus auras esquivas, aún me recuerdan a ti, amorosa. Eres tú quien descubre al niño, quien soy sinceramente. Así por lo bello, ven otra vez a mí y no te ausentes al dolor libertario.
Sagradamente, te lo pido por linda. En verdad, tú me seduces y estoy solo, quizás sola tú Pola, tal como la única mujer amorosa. Mis ilusiones están en tus ojos de almendras. Y todo esto limpio, ahora te lo escribo, porque de nada sirve ser apariencia. Veo como una fatalidad ocultar estos sentimientos, que emano por ti. En prudencia, me es vital serte franco. A rumor desahogado, te dedico lo excelso, porque te admiro con bastante miedo, tú me haces experimentar una inocencia en desconocimiento. Tú me entregas además la confianza. La madurez tuya es áulica cuando la recreas a la luz. Por lo tanto, me asombra tu bondad cuando la manifiestas maravillosa. Pareces ser tú de una tierra celestial. Y me pones cuidado. A impresión, descubro que me adoras algo más que estas palabras, linda. Y sí, te amo mucho con confianza. Tú me hechizas cuando nos infundimos esperanza. Yo igual te imagino como heroica conmigo. Tú eres más que la mujer frágil, porque te sabes valiente.
Por tal ímpetu tuyo, te busco entre rincones de jardines, aquí en este país libre. Te doy mis secretos todos. Más espero los otros besos de ti. Dócilmente, ellos me darán más ganas de llorarte por tu devoción. Amorosa y yo si te cuido jubiloso, yo aspiro a seguirte consintiendo, entre la brisa cuando nos acaricia suavemente. Para la prueba, te he pensado todo este resto de día, el cual es tuyo, porque aún te llevo en mi corazón titilador. Incluso ahora, te irradio lo etéreo, por quedarme en tu alma. De lo otro consolador, alcanzo a vislumbrarte como una dama lumínica. Así te susurro; lo propio para ti, porque desde el pasado del génesis, te reconozco grácil y roja, preciosa, porque como sabes, tú eres eterna la colombiana candorosa, La Pola, la de mi sangre en tus rosas.
EL INDÍGENA
Es un indio Panche de la vida natural Acaba de salir de su bohío. Se alista para ir a pescar. De pronto, va hasta una arboleda amarilla. Pasa por debajo de las enramadas. Con agilidad, coge por allá la atarraya que cuelga de un palo; la desenreda y se la tercia a la espalda. Vuelve de paso al refugio donde habita. Permanece en completo silencio. Así mismo, decide concentrarse en lo personal. Como de costumbre, hace ahora una reverencia al Dios Nanuco para solicitarle protección y sabiduría. Ruega porque todo salga bien. A lo más seguido, se levanta del pasto y con entusiasmo emprende su viaje por un sendero de bejucos con lirios. Promueve ya su andar con vivacidad, estando pendiente a la acechanza de fieras, ellas voraces entre la espesura. Por estas tierras, hay algunas panteras, muchos tigrillos. Así que este aborigen; Odén, se impulsa con fuerza, salteando varias rocas sobre chamizos, supera los peligros agrestes. Hasta el momento, no se detiene ante nada, corre atravesando la jungla tropical.
Mientras, la tarde lo mancha de colores mágicos. Este indio es irradiado a la vez por el cielo eterno. La claridad lo purifica placenteramente hasta lo místico. Su piel morena se mimetiza con la naturaleza. De progreso, él va acercándose al río Magdalena. Atisba sus aguas doradas, fluyendo con precipitación por el cauce oleado. Según como a solas peregrina, descubre cada vez más grande aquel torrente ribereño. Para lo otro bello, Odén ve como las montañas bordean el horizonte a lo lejos en el paraíso.
En cuanto llega a la orilla, encuentra su canoa encallada en la arena. Despaciosamente la empuja hacia el pesado oleaje. Tras un salto, se monta en el asiento. Procura acomodarse lo mejor que puede entre los maderos. Apenas queda equilibrado, agarra el remo que está a su lado y empieza a navegar hacia lo profundo con tenacidad. Sin miedo, va surcando la corriente turbulenta. El poder de intuición lo guía. Aparte, conoce bastante esta región. Por eso da canalete a fuerza de mano con destreza. Tanto, que repara de vez en cuando una mirada a las gaviotas, las cuales se hallan planeando por las nubes resplandecientes.
Ante esta novedad; Odén suelta obviamente una sonrisa y comprende que los peces están atrás del manglar, renaciendo en la cascada del Rubí. Entonces él arrumba para allá. Coge por la derecha a punta de ilusión. Vira con la canoa. De a poco, se acerca a la caída
del manantial que santifica la paraíso. Un rocío bailante en el ambiente, le va salpicando la cara. Humedece su piel mansamente. Esto lo excita. El Panche, claro que se siente agradecido por esta frescura y porque también huele el perfume de la selva. En lo espiritual, se encuentra feliz. Perdura sereno, vibrando al ritmo del mundo.
En tanto, sigue de aventura por el río. Hecha por ahí una ojeada hacia los costados. Y al instante, descubre varios bagres bajo la profundidad cristalina, unos son gigantes otros son pequeños. Por allí, bien se estaciona a ver si atrapa algún pez. Trata de no hacer ruido. Se alista para la cacería; toma la malla con sus manos, pronto la lanza extendiéndola al aire y esta cae lentamente al fondo del agua.
Desde su posición, Odén aguarda algunos segundos, sin distraerse ni por equivocación. Está a la expectativa de lo que acontezca. Con ánimo; ansía varias presas para su comida apetitosa, se mece despacio sobre el casquete de madera.
Ya por cosas extrañas, cree qué debe jalar la red con cuidado. Así que lo hace; tira para el centro suyo, usando la cuerda de amarre. Sus brazos se endurecen. Según como recoge lo posiblemente pescado, presencia una sombra de cerca a la superficie. Lentamente aparecen unas algas musgosas. Y para su sorpresa, Odén se da cuenta de que acabó de atrapar un delfín sapote. Ciertamente él se asusta. Nunca antes había visto este animal. Le parece extraño. En medio del revuelo; toca su dorso, lo examina en su cuerpo. Pero entonces este se estremece, provoca varias embestidas y al final se libera. De seguido, se escapa nadando por la ribera, salta por los aires hasta que de repente, se transforma en un tucán.
El Panche, por su parte, comprende la grandeza de este vaticinio. Así que sigue de pescador. Hace otros lanzamientos de redada por el agua. Con el tiempo, captura docenas de bagres y varios nicuros. Los caza con facilidad. La mayoría, caen sobre la popa de la embarcación. Una vez deduce que ya tiene suficientes alimentos, cesa el lance de atarraya.
Deviene mientras tanto el ocaso. Asoma en medio de neblinas azuladas. Odén, vuelve normalmente a su aldea por el mismo camino. Cuando llega a su bohío, se relaja. Bajo las estrellas, prende una fogata a las afueras, entre los arbustos. Ahí, calienta un pescado, lo asa y dichosamente se lo come. En cuanto termina, prepara su esterilla y se echa a dormir.
Al otro día, Odén al despertar, lo primero que hace es ir hasta un muro de piedra. En este sitio elabora una pintura rupestre, inspira a la madre tierra y traza su leyenda.
AL BORDE DEL INFINITO
En un principio; les confieso, que este joven siempre estuvo inmerso en otro mundo. Allá su ser permanecía en paz. Pablo, tenía especialmente la capacidad de ver lo fantástico. Por tal motivo, buscaba más lo interior que lo exterior. Desde el albor de la tarde hasta la noche, dibujaba sus utopías a solas en medio del sortilegio. Como rutina, bebía algo de café antes de comenzar el trabajo creativo. Procuraba relajar los sentidos suyos. Una vez preparado, pasaba del comedor al segundo piso. Subía las escaleras, sin prisa, recorría los ámbitos penumbrosos. Entraba al cuarto donde más habitaba; volvía a cerrar la puerta para distanciarse del bullicio, luego tomaba un lápiz con diferentes cartulinas y de repente se ponía a realizar las invenciones. Lentamente, las precisaba hasta refinarlas sorprendentes. Esa era por cierto su pasión. Lo suyo lo hacía con maestría. Del arte vivía y por eso creaba, por lo trascendental. Sentado de cara al lienzo, trazaba líneas de muchas dimensiones que acababan definidas en formas abstractas y ciudades. Todas y cada una de estas concepciones, poseían un estilo vanguardista. En esencia trasmitían satisfacción. Por lo general, las grafías simbolizaban los deseos de Pablo. Con lo claro y oscuro, libertaba soles de cristal y propagaba las sustancias que flotaban adentro de su ser etéreo. A causa de estas experiencias, un día decidió pintar el mundo más hermoso que nunca antes había visto. Sin desesperarse, lo fue figurando a modo de mural en su habitación. Primeramente, plasmó un firmamento como de nevados. De secuencia, coloreó varios ciclones con nebulosas. Sobre lo estable fusionó estos elementos etéreos. Y por último, creó una tierra rocosa, llena de pirámides entre fulgores. Era única, la obra reflejada en la pared. Los matices a él lo impresionaron. De hecho, cuando terminó la composición, se puso a contemplarla por largo tiempo. Cada detalle ilustrativo, lo embulló en unas sensaciones inexplicables. Concibió ese espacio como sobrenatural. El ordenamiento de las cosas, lo puso a reflexionar hasta lo profundo. Por tal motivo, creyó que allá estaba su perfección idolatrada. Quedo entonces encandilado, se dejó abarcar por ese horizonte majestuoso. De una manera distinta, fue percibiendo lo exterior. Pensaba que el mural, se venía encima de toda su realidad. Según su parecer, se creía entrando a esa nueva dimensión. De un momento a otro, llegó a tocar
las cosas que había fijado. Y en verdad; así pasó; Pablo al poco tiempo, se supo existiendo allá, haciendo parte de la misma creación.
LOS DISCÍPULOS
A lo fugaz, pasan las fantasías. Estas corren por la abstracción de nosotros. Nos llenan la conciencia de intermitencias artísticas. Se despliegan como lámparas que abren un nuevo cosmos. En esencia, todos sabemos que son entelequias interminables. Hay desde acuarios hasta santuarios de cuarzos. Aparecen por aquí delfines entre muchos corales y algunas sirenas van tocando la lira en sus hogares. Mientras, nosotros los creyentes, nos adentramos a fondo en este espacio, más lo comprobamos con nuestros ojos. Vamos admirando lo majestuoso. En lo bello, descubrimos como estos seres acuáticos, se mueven por el azul oceánico. Ellos nadan bajo las olas a fascinación. Con simpatía, los vemos hasta cuando flamean en el horizonte. Después, los colores de las cosas se revuelcan para forjar otra inmensidad. Así bien, cambia el paisaje a vibración y entre los instantes, se da lo presagiado. Del agua nos trasladamos a la tierra. Semejantes nosotros, acabamos cruzando unos torbellinos de arena, ya rápidamente los superamos y nos acercamos a una pradera, cual toda vuelve a espejarse. Al fijar entonces, nosotros la vista hacia el panorama, comprendemos que hemos llegado a la Polis prometida, dentro de la cual está la divinidad, llena de luz.
LA DIVINA ALEGORÍA
Si la profunda memoria no me falla, durante este veloz instante, vuelvo a mi recordada fuga del castillo infernal; hace un siglo imaginario de ustedes, hombres de cuerpos móviles, ustedes seres mortales, seres miedosos al amor. Ya respecto al tiempo, me lo pasé sufriendo abajo de sus dominios terrenales, durante casi todo un milenio errático. Fui ciertamente para aquella existencia, una luminosa retratista en aquel mundo de sonámbulos; un mundo plagado de seres malsanos y bestias a la vez homicidas. Menos mal, mediante mi facultad creadora, sigo aún con vida; pero ya me sé residente en otro universo posible, descubierto años antes, por mi arte del dibujo. Desde la infancia, yo también traté de volarme de ese imperio tan temido. Procuré la huida rompiendo los espejos del enfoque equidistante. Pero nada, no podía ser libre en realidad. Más entre las casuales rutinas, me gustaba repasar los cuentos de Gabo, debido a su poder íntimamente fantástico. Y yo, una mujer prisionera en un cuerpo transformista, luché por reflejarme en los amores trágicos de aquel escritor. Sola entonces sola, bajo una noche de masacres, mientras leía alguno de sus cuentos, por fin pude llegar al final del abismo; sucedió cuando la pintura viva del horror, se abrió en mil pedazos y enseguida yo fui cayéndome hacía arriba del único castillo perdido, viéndolo todo rodeado de vidrios traslúcidos. Así bien, ahora yo piadosa, estoy en otros museos, me paseo por los anchos pasillos pintorescos. Ahora yo risueña, salgo a recorrer los largos patios floridos. Ahora yo encantada, miro cada decorado del jardín tan espiritual. Para mí es como sentir un paraíso de paz. Hay bosques azules, sembrados atrás de los mares hundidos; hay navíos, surcando ríos de nebulosas estelares. Para mí es como descubrir la tierra blanca. De hecho, aquí en esta fortaleza inmortal, siempre habitan los ángeles y ángelas, quienes mantienen jugando felices, entre los cielos abiertos, igual de libres a sus bailes inocentes, entre los vientos invisibles. Y así ya, sin ningún fin, así de voladora y de mágica; mi unción hoy es bella y bella como las madrugadas con lluvias escarchadas, hoy presenciadas en esta única divinidad.
HACIA LO ESPIRITUAL
Desde el origen, yo busco la luminiscencia. Recuerdo que me zambullí en lo universal para encontrarla algún día. Por la verdad, he pasado cientos de épocas entre sus fusiones y no acabo de descifrarla, toda su esplendidez. Creo que ella está en los lugares menos pensados. Su radiación a veces surge como chispazos. En su concierto, cambia de tonos verdes a blancos. Sus efectos son muy sorprendentes. Uno en el acto, queda ilusionado. Claro que más que verla, quiero vivir en ella, ser parte de su misma energía. Debido a este deseo, recorro las extensiones para descubrir su composición. En bien; la procuro con surrealidad, porque presiento que fluctúa allá la perfección. A lo propio a velocidad, avanzo los espacios hasta lo insondable, todo con tal de moverme en tal subsistencia. De consecuencia, videncio como voy por el destino real del infinito. Las cosas he podido traspasar, forjo la materia más liviana. Tanto que por este rumbo, me he hecho lentamente sutil. Antes era de carne con huesos y ahora soy de fluidos con vapores. Así que en vuelo, me voy purificando hasta cuando quede espiritual, yo en toda su albura, destellante, brillante.
EN EL PARNASO
Ahora me decido; abro las puertas de cristal. Entro con vida al paraíso. La perfección descubierta, me maravilla. Atisbo un firmamento estrellado. Está tan inmaculado como los diamantes. Giran por arriba las constelaciones en la lejanía. Hay una simetría entre estas creaciones. Veo sus luces y cambian de colores. Más aquí percibo la pureza del paisaje; me embadurna entre la inspiración. Se forma lo impoluto. Respiro la frescura que aquí rebosa. Todo es originario a lo artístico. En este infinito, vivo lo agradable. Me sé poderoso, superior. Por cierto, voy por un sendero, rodeado de tulipanes y varios canarios vuelan sobre las flores. Ando por entre ellos y junto a los pétalos encendidos. Esto es mucha grandiosidad. Los aromas son refrescantes. Siento ternura en mi corazón. Más entusiasmado, prosigo a pie limpio. Y actúo sin prisas, hasta llegar a una planicie y a lo lejos avisto la pirámide de los dioses. La estructura está hecha por medio de meteoritos. Creo que es compleja como indestructible. De a poco, me dirijo a su parte frontal mientras silbo una sonata de albores. La rumoreo con pasión a la vez que descubro los unicornios de este Olimpo, que pastan por ahí junto a sus crías. Ellos poseen un pelaje gris. Sus cuerpos son elegantes, se mueven a paso fino, relinchan con gracia. Esto en efecto me sensibiliza. Así que marcho hasta donde ellos, les acaricio la cabeza con mis manos y a lo seguido, decido montar al más guapo. Eso a lo raudo, comienzo a cabalgar por la llanura, pasando por unos trigales, dejando atrás unos molinos. Sólo pienso en ir hasta donde lo deseo. Lo procuro con osadía. Ya volteo por el viñedo de las Hespérides. Hay allí un lago de uvas y en estas aguas juegan las mujeres bañistas, ellas son hermosas. Yo bien, las ojeo con donosura a medida que avanzo por un costado del oasis. Recorro el sembradío morado. Me voy separando lentamente de estas delicias. Continúo por una enramada de perlas toda larga. Al cabo de algunos minutos, llego a la pirámide. Con sorpresa, advierto que hay un pasadizo entre las murallas. Dispara chispazos estelares. Esto me deja estupefacto. Al tanto seguido, decido bajarme del unicornio. Lo hago con prestancia. Sobre lo inmediato, doy unos cuantos pasos hacia lo interno de esta edificación. A lo fugaz, oigo la música del arpa, que es tocada por Atenea, la videncio a ella volátil, entre tanto, unas esferas flotan en la transparencia. Evolucionan sobre la energía armónica. Más aquí, quedo con los ojos
exagerados. De pleno, Zeus hace su aparición, lo reconozco por su mansedumbre y yo lo lloro, por ser un genio, porque ha eternizado esta excelsitud.
MADRE DE LOS MUISCAS
En la selva, te levantas con lucimiento. Allí, propagas lo paradisiaco. Exhibes como siempre, una piel de follajes. De complacencia; cuando ves el sol, haces germinar pastizales con orquídeas. Adornas a la vez la tierra nativa. Le das olor a las plantas. Por esta divinidad tuya, parlotean las guacamayas y chillan los micos con regocijo. Estos animales; se recrean contigo, te curiosean porque eres tropical, muy fructífera. Entre tanto, tú le riegas hojas de colores, le emanas sabores de frescura a estos amigos silvestres. Según lo prodigiosa, oleas sus plumajes y pelajes, limpias sus cabezas encopetadas. De más, recomienzas a volar con ellos hasta las montañas. Vas paseando por entre los eucaliptos y las enramadas de rosales. Después; extiendes tus alas, explorando la pradera, asciendes hacia la cordillera del Dorado.
Una vez en la cumbre, desbocas tu río de peces plateados. En armonía, haces fluctuar el agua con sus sardinas. A lo abundante, lo vivificante prolifera. Revuelcas asiduamente la gravilla. Todo en augurio prospera. Inundas la senda que renace como cristalina. Y por ese caudal, van brincando los sábalos mientras varias ranas se arriman a la orilla. Unas de ellas son verdes, otras son rojas. De repente, se disponen a croar con gusto. Arman un coro de músicas, generan energías de dulzura. En cuanto a ti, las oyes y te emocionas. Entonces corres más protectora y las abrazas. De a poco, las acaricias con tus manos musgosas, te unificas a su hábitat exótico. Para lo sagrado, palpitas lo virgen junto a estas anfibias.
Ya de camino, entre unos helechos, adviertes una aldea a lo lejos. Ves diversas chozas de bareque. Por allí, moran los Muiscas en paz. Tú, los examinas con mansedumbre. Ellos están haciendo su ritual para invocarte a ti. Yacen en ronda reunidos. A elevación, piden por la gracia tuya. Todos se bañan con oro en belleza como susurran sus rezos. Te cautivan en lo sincero a ti. Por esto místico, la tribu te descubre y sin miedo cada indio corre a tu presencia. Cuando quedan al frente tuyo, primorosamente te alaban por ser fecundadora.
Más eterna tú, suspiras y sigues sembrándoles el paisaje de los Andes. Tanto, que le rocías esporas a ellos y a sus campos.
Así bien, primaveral tú, produces y reverdeces en sus jardines.
Y claro, por tal causa, los Muiscas emprenden un carnaval. Juntos, se toman de las manos, van batiendo sus túnicas. A ritmo, se mueven con gentileza. En fe, celebran como comunidad este día, tan munífico.
Y ellos entusiasmados, no paran de decirte; viva tu amor, Bachué.
EL DILUVIO FLORIDO
Yo en este cuento; iba tranquilo por una calzada de la ciudad infantil. Apreciaba los locales comerciales, yendo distraído. Estos se encontraban solitarios. No había patrones ni visitantes en sus adentros de extravagancia. Obvio, yo me extrañé ante esta novedad. Eran casi las tres de la tarde, sólo había un que otro paseante, caminando extraviado por las afueras.
Luego el cielo fue tornándose grisáceo. El ambiente se suspiraba frío y denso. Pronto, una llovizna navegó por los aires, cayendo suavemente sobre los árboles y regándose en el asfalto. Las gotas resaltaban plateadas. En cuanto a mí, volví a estar abstraído, pensaba en las fantasías de un pintor mágico. De libertad como vagaba por la calle, figuraba a solas las obras del artista a medida que las nubes comenzaron a tronar. Por cierto, yo iba rumbo al museo de arte, sin prestar cuidado a las esperanzas.
Sin embargo; cuando el rocío se convirtió en tempestad, tuve que refugiarme debajo de una cafetería con marquesina. Allí estuve entre el frío. Según lo sucesivo, vi que las gotas comenzaron a desvanecer las baldosas y el concreto y el metal. Eso los estallidos eran rítmicos. Daban sensación de regeneración. Ante tal sorpresa, quedé asombrado por lo que presenciaba. Parecía haberse desestabilizado la normalidad de los tiempos. El agua nos inundaba hasta las rodillas. Lo urbano, se quebró de súbito. Los pocos transeúntes, dejaron de correr, ellos se paralizaron en su espacio. Y unos conductores de automóviles; armaron un trancón el grande, todos se bloquearon por completo.
Ya sobre mi posición, sólo vi y escuché el salpicar lluvioso. Era como lacrimoso hacia lo armónico. El ruido sonaba como una sonata de piano. Aquel presente lo experimentaba en paz. Su líquido humedecía ya el barro fértil, creaba la bruma, que parecía emerger desde el fondo del mundo.
Minutos después; la ciela empezó a espejarse, sus nieblas se separaron para expandir los azules. De fraternidad con otras efusiones, fueron cayendo muchas semillas de flores, que provenían del infinito. Hacia lo fugaz, ellas reverberaron cuando tocaron tierra. En lo exuberante; engendraron un jardín por entre los edificios y las calles, labraron un paraíso colorido y perfumado.
Al cabo de esta creación; volví en mí, reanudé el destino por entre las otras personas sorprendidas. Más pronto que tarde, llegué al museo de arte y cuando ingresé a la galería, vislumbré una pintura igual a la de esta realidad.
MOZO CON ELLA
Anochece y Mario en su aposento la besa a ella. Disfruta el sabor de sus labios. Roza a la vez la piel de la muchacha con sus dedos. Acaricia su espalda. La tiene como la quería desde hacía mucho tiempo. Están en intimidad. Sigue él lamiendo esa boca de rubores. Así prenden los placeres. El joven es seductor gozándola a ella. Ahora, la acuesta sobre el lecho. Va adosándola mansamente, siendo blando, decoroso con la novia. Sube él ya las manos para tocarle los pechos, que son suaves. Los palpa en medio de la penumbra. Allí asiente a su belleza perpleja. Inmediatamente, le larga el vestido, manda lejos el brasier de seda. Acoge al instante, las rosas extasiadas de esta joven enamorada, quien es rubia. Y ella ruborizada, se deja encandilar por la velada, porque ansía ser amarecida; creciendo en ardor, relumbra su dolor lascivo.
Parejo el novio, perdura en excitación. Aún soba los senos de la joven, se los aviva con unas ganas tremendas. Mario, vibra lleno de fogosidad. Más avanza hacia lo excepcional. Decide ya con aquiescencia, bajarle las tangas a su hermosa, Daniela. Entre tiemblos, le quita esas ligas blancas. Al tiempo, la contempla desnuda, abierta en flor, tupida de pétalos dorados. Esto delita en sí mayor sus hambres sexuales. Según lo juntos, pasa el joven viril a subirse en la hembra. Su cuerpo se aprieta al de ella. De a poco, va entrando al fondo de su vagina, mojando asimismo su edén de néctar.
Y Daniela, gime entre la agitación plácida. A escasas, dice que pasito. El muchacho al comienzo le hace caso, pero después la penetra con rapidez, con fuerza, hasta que la sacude a lo vehemente. De estremecimiento, sus cabellos se despelucan festivos. Con furor, ambos se revuelcan sobre la cama. Ellos mueven sus caderas, agitan sus piernas hasta lo delicioso. Mientras, la noche se riega de marlas con polvo de estrellas, lo inmenso de la creación.
Así, lo embelesado aumenta su concordia. El joven la remece hasta lo impoluto. Hace que el sexo de la mujer, se humedezca. El río corre cada vez con más precipitación entre ellos. A solas, la sube para ponerla a vivenciar la misma eroticidad hasta cuando la libación suya, rebosa y mengua.
Al cabo de todo el vino, él se desliga de Daniela, suspira bálsamos y respira descansos. Se siente todo satisfecho y por fin, ve que su sexo sangra escarlatas, porque sabe que ha dado primavera a la virginidad de ella, para así madurarla a su bella.
CUANDO DESPERTÓ SANTIAGO
El joven se encontraba enfermo. Sufría de anemia perniciosa. El cuerpo lo sabía flaco, seco. Reposaba todo desalentado en un camastro. Su cara ya reflejaba palidez. A veces, le venían unos dolores terribles de sangre. Se ponía que no se los aguantaba, gemía. Pareciera que fuera a morirse. A solas en la habitación hospitalaria donde permanecía, gritaba hasta agotar sus pocas fuerzas, tan exiguas que decaían.
Y él se llamaba Santiago. Tenía eso de unos veinte años, mal vividos. Al principio, no le puso nada de cuidado a los malestares que padecía. Pensaba que eso era algo pasajero. Pero claro, con el tiempo, las cosas fueron empeorando. Cada vez supo más complicada su voluntad para poder moverse, para realizar sus actividades. Tanto que una mañana, fue a ponerse en pie con intención de ir a desayunar cuando de golpe se calló al suelo.
Ante esta anomalía, apareció por suerte su padre, quien corrió a ayudarlo. Como pudo con sus manos, volvió a levantarlo y así logró equilibrarlo. Luego con precaución, ambos a lentos pasos, se encaminaron adonde el médico hasta cuando llegaron al edifico decoroso.
Una vez allá; el doctor Fabio comenzó a examinarlo en el consultorio, miró las pupilas del doliente, tanteó su pecho raquítico, se preocupó por el muchacho. En silencio el mismo hombre, vestido de blanco, obviamente un poco se asustó, porque este paciente tenía bajas las defensas. Al cabo de los minutos, tomó la decisión de que hospitalizaran a Santiago.
Pasaron los días. Raramente el joven no mostraba mejoría. Pese a las vitaminas y los caldos que le daban las enfermeras, todavía él seguía amarillo y como afligido. Hasta ni quería recibir las visitas de sus amigos. En lo emocional estaba derruido. Entregado a la pena; perduraba ahí tumbado en el colchón, entre las sábanas, sin pensar en hacer mucho por su rejuvenecimiento.
Fuera de todo, lo gris de su pasado, más abatía al inerme de Santiago. El abuso sexual que había llorado cuando niño, por manos del peluquero del barrio, derrotaba sus ganas por vivir, ello lo hundía en depresión. De golpe, llegaban aquellas visiones a su cabeza, cuales a furia lo magullaban a desesperación.
Menos mal, por avatares insondables, Roberto su padre, tenía un gran amigo quien se llamaba Osvaldo y quien era un terapeuta de verdad, para la humanidad.
Entonces este sabio, apenas supo del abatimiento que tenía Santiago, fue cordialmente a visitarlo temprano a la pieza.
Ya en el recinto azul, Osvaldo saludó al pobre encamado y ambos conversaron hasta tarde. Con prudencia, trataron asuntos sobre el ser humano. Estuvieron a la vez respetando sus palabras. El contrariado decía cuán duro era perder las esperanzas, mientras el sanador lo esclarecía sobre la justicia divina y el futuro espiritual. De más armonía, él ofreció a este ser necesitado algunos consejos para su porvenir. Así que con anuencia; Santiago se fue calmando de a poco esperanzando, se fue recuperando, por todo lo irradiado por Osvaldo, tan verdadero.
En cuanto al final; Santiago se alivió por completo al otro día, volvió a caminar por la vida y ahora está mejor que nunca, debido a su nueva aspiración, cual es sabia, quererse inmunizar, junto al amor del perdón.
DEL MÁS ALLÁ
En una fiesta inesperada, supo que iba a ser maga. Mariana, sintió la corazonada como la impresión de algo esotérico, que vislumbró sorprendente. Las cosas sucedieron de una forma salvadora. Esa noche, ella se encontraba con sus dos amigas; Irene y Adriana. Veían juntas el rebrotar de estrellas; afuera en el quiosco de su casa, bebiendo vino blanco, disfrutando la majestuosidad del cielo. Tras el paso del tiempo; se fueron embriagando, soltándole risas a su presente tan fraternal. Bajo lo sereno estuvieron entretenidas en lo sincero. Inclusive, cariñosas brindaron por el mismo placer de estar reunidas. Así en gozo, charlaron sobre las aspiraciones que tenían a futuro. Irene, se adelantó y les habló sobre su sueño de querer ser modelo. Con los ojos desorbitados, ella expuso ese mundo como algo genial. Hasta decidió levantarse del sillón donde yacía y empezó a desfilar con vanidad, imaginándose por alguna calle madrileña. Por algunos segundos, se supo libre. En cuanto su actuación cesó; Adriana, quizá la más linda, eligió soltar las palabras suyas. Cada susurro de simpatía, lo pronunció con delicadeza. Desde lo íntimo hacia lo confiable, vaticinó el albur de su madurez, único a lo superior, celebrándose en las grandes óperas.
Por tal iluminación, Adriana se contentó en aquella ocasión. Llena de suspiros, declaró a sus dos confidentes la esperanza de hacerse cantante. Inmediatamente después, no pudo acallar la voz, por la emoción fue evocando una sonata a capela. Esta concebía aves, arrullos entre serpentinas, regó rocíos. Naturalmente lo provocado corrió impoluto. En aquiescencia, las damas allí se conmovieron, lloraron de a poco las sensaciones abrigadas. De verdad, que experimentaron lo dócil, lo inolvidable. Por fortunas del presente; acabaron por cogerse de las manos y en coro siguieron el recital de Adriana hasta cuando su rumoreo fue menguando apaciblemente.
Mientras, lo nocturno creció con hermosura, la música se fusionó en estas tres jóvenes. Y aparte de todo, le tocó hablar a Mariana, siempre una joven consentida. Por lo tímida, dejó correr un quejido. En el otro sobrevenir; movió sus labios, expresando tener dudas respecto a la posteridad. Porque cierto, años atrás, su hermano mayor había muerto, ahogado en un lago. Para aquel día de febrero, él había viajado hasta la finca de su tío Luis a solas, la cual quedaba por las tierras de Andalucía. Más pronto que tarde, lo trágico se
supo. El joven murió por la tanta agua que había tragado. Ya cuando regresó a Madrid, fue en un ataúd, con la cara morada, ausente de gestos. Sin él entonces, la vida no podía ser plenamente perfecta. Su situación era difícil. Mariana adoraba a su hermano en lo filial, así como lo necesitaba con demasía. Pero ahora no estaba, se había ido del mundo. A causa de ese pasado, ella confesó a Irene y Adriana el interés suyo por la psicología. Este era un estudio el cual procuraba con sacrificio. Evidentemente, lo hacía para conocer a fondo la mente del ser humano.
Entre otras cosas, durante esa velada, Mariana comenzó a ponerse extraña. Luego de haber compartido lo suyo, lanzó un grito de pánico como si hubiera visto algo sepulcral. Más en lo interno, se sabía experimentando un espectáculo de fantasmagorías. Percibía distintos líquidos de escalofríos y divisaba a los lejos el valle del purgatorio. En esa región moraban brujos entre varios espectros. A propósito, ella los alcanzó a descubrir por un instante y de repente como lo fugaz, volvió a lo real, cayendo desmayada junto a sus amigas.
Al otro día, cuando despertó en su cama, recordó pedazos de lo que había entrevisto. Así, por tal experiencia, supo que iba a ser maga. Respecto a lo rutinario, entró Irene a la alcoba donde permanecía Mariana. Llegó con una aromática para calmarle la jaqueca a su compañera de tragos. Fue avanzando por el recinto, toda burlona, hasta dejarle la taza sobre la mesa de la lamparilla. Por lo demás, caminó en dirección al único ventanal y allí abrió las cortinas, dejando regar la luz del sol. Sobre lo otro normal, como es usual en las mujeres, ambas se pusieron a chismosear:
Pero qué hubo; Mirrú, ya si me reconoces.
Ay, no moleste, ahora no estoy de genio Vociferó Mariana. Mentiras, mentiras, sólo era una broma. Mejor, diga cómo se siente. Si sigue maluca, pues la acompaño al médico.
No, ni pensarlo, Irene, que pereza. Tranquila, que eso no es nada. Bueno, como tú quieras.
Vale, amiga, pero venga, cuéntame lo que acabó de pasar ayer.
-Mirrú, qué risa, lo tuyo da para una obra de teatro. En serio, usted anoche se convirtió en otra persona. Eso empezaste a hacer muecas, con mucha bulla. De lejos, te supe pasada de copas y preciso, luego te fuiste al suelo.
Raro o mal, las dos chicas siguieron ahí conversando entre rubores con sorpresas. Por lo fortuito, tuvieron una mañana agradable, sin ningún percance. Como es lo acostumbrado, desayunaron agua con frutas de vez que fueron apagando imperceptiblemente la borrachera.
Ya a eso del medio día, Irene se fue para su apartamento, porque debía ir a trabajar. De cordialidad, Mariana la despachó acompañándola hasta la salida. Se dedicaron adioses con las manos. Acto seguido, ella volvió a solas a su habitación, quedándose con el silencio. Retornó por el pasillo para llegar hasta donde lo pretendía. Sin mucho que mitigar, pasó el umbral de la puerta, recogiéndose el pelo. Y pensativa, fue caminando hasta el armario para buscar el libro de hechicería. Pronto; lo encontró sobre una sábana; lo tomó en sus manos. Ella quería examinar esa lectura por curiosidad. Adriana, se lo había regalado de buena gente hacía tiempo. Según lo otro preciado, Mariana decidió ubicarse en la silla mecedora con tal de comprender lo metafísico que había en ese escrito. Por cierto, ella empezó a ojear las hojas donde perduraban las palabras. Dedujo de a poco, los significados propuestos, aparte de que captó la esencia de lo místico. Su mente abarcó esa complejidad. En lo personal, quedó sorprendida con las revelaciones. Por lo imbuida, llegó rápidamente al capítulo de la cábala.
Pasados algunos minutos, Mariana se puso a hacer lo que allí decían para invocar a los fantasmas. Debido a lo creyente, se levantó del lugar donde estaba y pintó una estrella en el piso. La trazó con tiza, delineó sus puntas, fue plasmándola. Una vez estuvo lista, dio tres vueltas alrededor de aquella astrología. De continuidad, se arrodilló sobre ella y extendió los brazos. Permaneció quieta en esa posición hasta cuando lo sobrenatural aconteciera. Sola entonces por intuición, ella cantó el rezo que le referían para llamar a los seres del otro mundo. Y lo pronunció así: Ven, espíritu del bien, no quiero que te vayas, quédate otra vez conmigo, regresa a la familia, resucita en esta vida, porque nos haces falta, tu ausencia me duele en el corazón.
De inmediato, pues su hermano Félix apareció como un hombre vivo. En el acto, claro que ellos se saludaron, se abrazaron y desde ese momento nunca más volvieron a estar muertos.
PERDIDO EN LA CIUDAD
Todo este misterio fantástico, me sucedió hace unos días. Era la mañana de un lunes caluroso de marzo. Yo deambulaba por las calles de París, queriendo evitar el trastorno que padecía. Me sabía exasperado, sufrido en paranoia. Tenía la mente pesada. Por eso andaba tomando aire, para calmarme. Trataba de olvidar los problemas. De hecho a solas, ya divisaba las mansiones del barrio Montmartre. Las fachadas eran clásicas, estaban adornadas con jardines. Como un humilde colombiano, exploré cada una de esas estructuras gigantescas. Tal particularidad, claro que de a poco me desahogó, así pude equilibrar los pensamientos, apreciando las afueras. Eso fue haber encontrado el futuro ante mis ojos. En lo personal, quedé pasmado ante la belleza citadina. Se percibía la esperanza. Además las mozas, con sus pañoletas rojas en la cabeza, salían a los balcones para oír a los pájaros. Desde temprano, ellas presentían sus cánticos de fiesta, añorando a los sizerines. Entre tanto, yo admiré a las mujeres. Sus bellezas colmaban todo con docilidad. De manera inesperada, hacían resurgir el alboroto en medio de las plazas y por lo lindas, posaban como modelos en tanto los fotógrafos les hacían el arte.
Mientras, sucedió lo fortuito, yo cogí de rumbo en bajada por unas escaleras. Y pensé que en las cosas simples, muchas veces aparece la felicidad. De paso, rebasé a varios poetas malditos. Algunos de ellos, inquirieron en mi espíritu según como sus rostros permanecían impasibles. De a poco, se dejaban arrastrar por la misma despreocupación. Casualmente uno de esos rapsodas, quien tenía puesto un sombrero, fumaba bajo un almendro, viendo nomás pasar a la gente y esta contemplación, quizá la hacía para espolear su inspiración, luego para poetizarla.
En tanto lo individual; se me perdió el tiempo, volteé en una esquina de perfumes, fui recorriendo los andenes, seguí adelantando al destino y pronto, pasé por un parque amarillo, crucé sus prados, sin detenerme. De efecto, los rapsodas se quedaron atrás y solos con sus quimeras. A lo distinto, por allí había varios niños jugando a ser libres. Los unos felices, se resbalaban por un rodadero y los otros risueños, montaban en columpio. En cuanto a lo preferido, yo los precisé por un tiempo, ellos se sabían fraternos. Acto seguido, reanudé de camino a pie. Avancé con pleno despabilo. Tanto que no recapacité en como volver por los
distritos ya transitados. Eso vagué por entre diferentes edificios y muchos callejones, sin desgana. Cada vez más, quedaba hechizado con esta capital famosa. Por lo linda, sus portales me empujaron hacia otros sitios desconocidos.
Ya pasada una hora, me di cuenta de que estaba perdido. Lo primero que hice fue tratar de no asustarme, ni ponerme a llorar. De reacción, llamé a un transeúnte con la mano para que viniera adonde yo resistía, sin embargo el señor no entendió y salió corriendo. Ante tal situación, fui al restaurante que había al frente mío. Actué sin pensarlo ni nada. Llegué allí sólo por intuición. Cuando estuve adentro, un camarero se me aproximó con prudencia. Iba vestido de blanco. Dijo unas palabras en francés que no descifré. Para lo mejor, le formé un rectángulo con los dedos, aparte de haberle ejecutado una mímica como pintor. Por suerte, el señor adivinó esta petición. Comprendió, que yo era extranjero. Entonces extrajo de su bolsillo una libreta con un lapicero, pronto me entregó esas dos cosas.
Gracias a ello, pude dibujar la plaza de Tertre. Una vez acabé lo pretendido, el hombre de ojos azules, logró reconocer aquel sitio. Lo examinó con detenimiento. A su razón; tomó el dibujo entre sus manos, figuró un muñeco donde nosotros estábamos con el restaurante y después trazó un camino que llevaba a la plaza de culto.
Por lo tanto bien, yo retomé el rumbo, anduve diversos portales y callejones modernos, recorrí unas casas elegantes y en cuanto pasé los amplios lugares del urbanismo, mucho tiempo después, llegué a donde los maestros de Tertre. Fue extenuante la caminata, no lo niego. Aunque ya estando allá, entre ellos y sus cuadros, volví de repente a estar tranquilo. Se me disipó lo confuso. Desde ese paraje; recordé en cómo ir hasta el hotel Menosal, donde llevaba varias noches de estadía.
Así que por lo vivenciado, fui hasta aquel edificio de tres pisos. Más cuando ingresé al cuarto donde dormía, sentí alivio al observar mi máquina de escribir intacta, aún con la hoja llena de letras hasta la mitad. En sucesión, para no recaer en ningún otro percance, me puse a terminar este cuento
MUSA Y AZULADA
Es un sábado de junio entre el mundo. Esto se evidencia bajo el crepúsculo descorrido y con estrellas. El clima lo siento a la vez un poco sereno en esta ciudad serpentina. La vida de hoy vuela fugaz, pero a pesar de lo ilusoria, la noto querida por ti.
Por cierto, me crucé hace un rato contigo. Todo pasó de impacto con blancura. A ti, te impresioné con satisfacción. El encuentro, fue como organizado por los astros. Creo que lo milagroso se produjo. Enardeció lo amoroso. De sortilegio, volvimos a contemplar nuestras caras por entre la calle rumbosa y tenue de luz. Para mí, ocurrió allí lo majestuoso donde de alegría pude ver hasta lo escondido de tu pasado. En lo limpio de tus gestos, acogí el amor; sobre tu cuello, ausculté la docilidad tuya. Luego, nos imaginamos como dos almas entrelazadas. A solas, nos fuimos reconociendo con cada relatido entrañable. La ansiedad vino con sigilo. De repente, posaste tus ojos en mi sonrisa, volada de poesía. Eso fue vital, saberte a ti con la devoción tuya de diosa femenina. En el instante, yo quedé indefenso ante tu nobleza. Tu preciosidad, congregó todo lo divino. Me sedujiste como si fuera un único hombre. Más viniste hasta donde estaba yo. Despaciosamente desfilabas con un vestido de coloraciones marinas. Ibas acercándote a lo engalanada. Movías tu cuerpo con delicadeza. Y pronta, llegaste a mí, sin recelos ni presunción. Te adosaste de una manera especial. Para mayor sorpresa, no dijiste nada cuando fui a saludarte; solamente me besaste en lo sabroso. De efluvio; nos conmovimos con ternura, dejamos aguar nuestras bocas.
Al cabo del beso, te supe dubitativa. Entonces, por eso reposé una mano sobre tus hombros. Lo hice para pacificarte. Y mejor así juntos, convenimos nuestro andar en silencio por los senderos urbanos. Recorrimos unas cuadras de casonas. Sin prisa, curioseamos por ahí los bares con los restaurantes refinados. Se escuchaba la música. Estos lugares se mostraban festivos. La gente bebía aguardiente con frescura, las parejas bailaban abrazadas. Los unos coreaban bullarangas, los otros cenaban noviazgos. En cuanto a ti, recuerdo que ibas como pensativa. No insinuabas lo que verdaderamente compartíamos. De fresca, cambiaste a ser misteriosa. A escasas, soltamos unas pocas expresiones, cuando llegamos a la plaza de Quevedo. De hecho, por fin pude desfogarme en aquel ambiente artístico. Nomás allá, recuperamos la juventud. Yo te recité nuestras tardes del colegio. De
emoción, fue natural ponerlo en evidencia. Evoqué las dedicaciones en que yo jugaba a darte mentas con poemarios. En secreto; te mandaba los presentes por medio de nuestro amigo, Julio Silva. Así que tú, ante lo escuchado, volviste a nuestro ayer y me enunciaste el único día donde corrimos hasta la cafetería para comprar cubanos y donde te cogí la mano, pero pronto con fragilidad, te solté, porque tenía nervios, mucho miedo.
Ya después de las inocencias, recuperamos el presente, nos sentamos sobre el muro del fontanal. Por esos lados de la plaza bohemia; hablamos de cosas cultas, nos bebimos unas copas de vino. Estuvimos afables. Una vez volvió el silencio, te creí más mujer conforme rozaba tu piel con mis dedos. Con cuidado, te pretendí para apasionarte mientras la bruma de los cerros se tornaba morada. El idilio fue bello. Acaricié tu rostro. De acopio, tú me volviste a besar en los labios. Desde lo íntimo, te supe tibia por adentro de los entusiasmos. Fue elevado estar a tu lado, prendido en ti, mujer, saboreando tu lengua humectante. Aún eres inspiradora, no te olvido. En medio del goce, te lloré en secreto.
Sobre el otro momento, cuando te separaste, sola te alejaste de mi compañía. Te fuiste por un sendero en bajada, sin despedirte. Lo sé, ibas para donde tu esposo. Eso de ser infiel te molestó y a la vez te gustó. Respecto a mí, ahora estoy feliz, porque tengo la certeza de que el otro sábado, estaré contigo y luego sin ti, Erika.
UNA HISTORIA FANTÁSTICA
El bienestar hubo de quebrarse sórdidamente para ambas personas. Fue el día cuando el músico se despertó con una sugestión. Era en confusión un viernes tempestuoso de abril. El joven estaba en su habitación. Desde la madrugada; se levantó de la cama como desesperado y para su salvedad, decidió ir hasta la ventana central del aposento. Más que pesaroso, descorrió las persianas azules. Cuando por allí, se supo misteriosamente devastado, todo enlutado. Ya contemplaba la lluvia del páramo yendo torrencial por entre los céfiros. Mientras tanto, sintió como el frío alcanzó a filtrarse al interior del ambiente. Ante tal peculiaridad, volvió a recostarse al lado de su lánguida madre. Fue a cobijarla con mayor amparo, fue a besarla en la frente. Sin embargo no lo consiguió, porque súbitamente el cuerpo de ella comenzó a tener variados y violentos sobresaltos de atrás hacia delante del espaldar suyo.
El joven cantante; entonces ante la situación, intentó avivarla roseándole agua que tomó de la jarra, la cual estaba sobre la mesa de noche. De a puñados le enjuagó la cabeza con angustia. De inmediato, las gotas recorrieron esa cara demacrada de anciana. Pero ella no respondía ni gemía. Escasamente, siguió manifestando los bruscos espasmos que duraron demasiados segundos. A lo precipitosos, generaban pánico. Estos mismos desgarros se temieron como unos hondos ataques de infarto. Su hijo, claro lo dedujo entre el instante inexacto.
Ahora sin bien; cuando cesaron las convulsiones, ella fue esputando inesperadamente unas horrendas hondonadas de sangre, desde la boca. Aquí entonces el músico observó los ojos de su mamá plenamente pálidos y agonizantes. Esto lo cual pronto, lo hizo soltar a él un disparatado grito de rabia que se estrelló contra las paredes. Hacia lo acabado, se creyó horriblemente aislado. Y no quería apreciarla a ella más así de mal. Apenas pensaba en salir corriendo para la calle a pedir ayuda. Por lo doloroso, no sabía como reaccionar ante esta dificultad. Se sufría sin consuelo. En cualquier caso, resolvió antes tomarle el pulso de la mano izquierda. Al hacerlo, sintió su brazo congelado y no detectó ningún relatir. Así que a crueles penas, lo sospechó sin quererlo admitir. Su señora madre al parecer había muerto. El músico en afección, cayó en sollozos. De a poco, las lágrimas fueron corriendo por sus
mejillas. Se supo abatido. Aunque contra la adversidad, pasó a tomarla por la cintura para llevarla hasta al hospital público de la ciudad. A pesar de haberla visto estremecerse sobre los tendidos azules, la cargó hasta el garaje y fue capaz de ponerla en el asiento del carro.
A propósito, no quedaban lejos las urgencias desde el lugar donde residía. En tanto lo apresurado, viajó por las avenidas; dejando atrás edificios y pasando semáforos en rojo. Más en pocos minutos, arribó al establecimiento. Detuvo el auto sprint al frente de la entrada. Con rapidez, abrió la puerta trasera para extraer el cuerpo decaído, que vestía una pijama verde. Ya con ella entre los brazos, se dispuso a subir las escaleras. De corrido, cruzó por la sala de espera. Rebasó a los pacientes de media mañana. Por allá entonces, una enfermera morena quien andaba de turno, lo avistó desde la recepción. La señorita, salió en vuelo hasta donde el alto hombre. Inmediatamente después, juntos se apresuraron a recostarla encima de la camilla que había a un costado del pasillo.
Una vez la enfermera empezó a avanzar con el cuerpo hacia la sala de cirugías; triste el músico, fue padeciendo una crisis existencial. No quería recordar las preciadas canciones que le había compuesto a su querida madre. Sin embargo, los coros volvían agudamente a su conciencia como melodías destructivas. Despaciosamente, pretendían hundirlo bajo una enmarañada turba, muy suya. Más todo el dolor sentido, fue por el resultado de aquella desgracia. A lo compungido este hijo, sólo la anhelaba al lado suyo y él siempre cuidándola durante la vejez, tanto como cuando le peinaba la cabellera blancuzca durante las tardes tropicales. Incondicional él, las veces que la invitaba a las cataratas de los Andes para alegrarla, dedicaba su afecto a ella. De otra visión, bastante lo adoleció el retraer ese pasado cuando en compañía ojeaban los álbumes familiares. Desde los ayeres, ellos con sonrisas sutiles, veían las fotos de navidad. Semejantes, volvían a las fiestas patronales donde posaban para la cámara fotográfica. Esto cariñoso los serenaba. Pero sí; ahora las cosas eran en verdad distintas, ya no había júbilo sino pesadumbre.
El joven cantante a su presente, debido a lo vivido, se ubicó sin sosiego en la banca de madera que limitaba con los quirófanos. Allí permaneció en una espera desconcertante. Entre lo irritante, no dejó de pasarse las manos sobre los párpados para quitarse las gotas de cristal. Con ello ocultaba a levedad el decaimiento. Para lo otro disconforme, indagó las horas a cada rato en su reloj de pulso, cuales corrían lentas, mientras las demás personas seguían en su descontrol.
En tanto lo expectante; apareció el doctor gordinflón de turno, quien se encargó de atender a la mujer. Asomó al mucho tiempo por una puerta. Caminó seguro por el pasillo iluminado. Y sin mayor moderación, se acercó al artista para conversarle sobre la molestia física que había presentado la señora. Le manifestó, que ella había sufrido un fuerte ataque al corazón. Mientras; se acomodó su bata azul, se hizo a un lado suyo y de repente con modestia, resolvió confesarle que su mamá había acabado de fallecer. Aquí entonces el joven músico, fue lanzándole un solo puñetazo al médico, tras escuchar el luctuoso dictamen. De lleno, le reventó la cumbamba y lo mandó contra el suelo. Por fortuna, llegó el vigilante, quien miraba de cuando en cuando hacia el fondo de los salas. Al percatarse de esta disputa, corrió hasta ellos y los separó por la fuerza. Más a lo bueno, libró al pobre gordo de una desfigurada.
Pasado lo fugaz, cayó el día en tempestad para el joven músico. Desolado, volvió a su hogar por la noche. Sin futuro, no durmió. A solas, avistó los cielos hasta el amanecer del sábado nublado. En su habitación, recordó además el latente drama que había presenciado. Desde lo profundo, su mente retornaba al horror delirante. Era todo pesado y umbrío de emociones. Al rever a solas, los salivazos sangrientos de su madre, otra vez se desequilibró.
Por allá a lo desecho, se fue perdiendo lamentablemente en la viciosa depresión. Así que en derrota, decidió subirse al borde del ventanal, tras unas largas cavilaciones. Desigual allí, el hombre se halló entre la penumbra de la madrugada. Enseguida de pie al vacío, comenzó a percibirse seco así como los ocobos deslucidos, que había en el bosque de afuera. Y al cabo de un tiempo, fue a lanzarse contra las piedras de abajo del suelo. Sin renuncia, dio un paso hacia adelante. Su melancolía podía más que su valentía. Manos mal, por gracias del amor, reapareció su madre desde las nubes y en ese mismo momento, ella a lo veloz, descendió por entre los árboles grises. Como una ángela fantasmal, voló hasta donde su hijo y lo hizo retroceder con ímpetu y gallardía.
Así entonces bien; la santa lo auxilió con devoción, lo salvó del suicidio y él por fin regresó a su mundo mortal y fascinado la recuperó a ella, ya como una diosa inmortal.
LAS MESAS DANZANTES
En la casa de Hernán Fonseca; ocurrió un hecho fantástico que impresionó a quienes estábamos presentes. Entre lo misterioso, nos tomó por sorpresa. Aquello lo supimos como un fenómeno sugestivo. La experiencia que tuvimos allá, fue en realidad sobrenatural. Sinceramente, yo quedé deslumbrado y por tal motivo, aquí lo cuento.
A las seis de la tarde, los cuatro visitantes con Hernán, nos encontramos donde vivía este mismo hombre sabio y pronto entramos a su residencia de jardines blancos. Apenas estuvimos adentro; recordamos a los viejos amigos, charlamos sobre los ideales de la madurez como el altruismo. Además, tomamos café con bizcochos, nos profesamos fraternos.
Seguidos los minutos, pasamos a la sala principal para comenzar una sesión espiritista. Marco, caminó a encender la lámpara y al hacerse la luz, reconocimos el recinto agradable. Después, todos nos ubicamos alrededor de la mesa redonda, reclinados contra las sillas. Con mucha afabilidad, nos cogimos de las manos. Y en medio del instante, oramos a la divinidad. Cerramos las vistas para tener mayor sensibilidad. De anuencia, dimos nuestra acción de gracias por todas las dádivas suyas, que nos fulguraba el creador. Más concentrados de pensamiento, pedimos asistencia a los buenos espíritus.
Una vez abierta la reunión, volvimos a abrir los ojos y nos reflejamos afables. Sobre lo continuo, Rosalba leyó unas páginas del libro; Espíritus y Médiums. Fue limpio lo hermoso que pronunció ella. Los consejos eran pacifistas. Había en lo escritural, elucidaciones de verdad. Las explicaciones tenían lógica. La obra era clásica. Nos agradaba en general esta filosofía. Subimos de a gozo en armonía. Tanto, que a Marco y a mí nos cautivó seriamente lo que escuchamos, aparte de que lo profundizamos.
Igual en bien, la práctica espiritual avanzaba hasta ese momento con naturalidad. El atardecer caía brisado entre nubes moradas. Nada parecía extraño en nuestra costumbre. Nosotros, fuimos dando comentarios sobre la lectura. Sin perder tiempo, Isabel levantó la mano y habló sobre los fenómenos paranormales. Ella puso claridad a estos asuntos. En sí, nos aportó diferentes comprensiones. Su saber expandido; irradió una frescura ulterior, lo cual nos agradó.
Entre tanto, nosotros seguimos conversando con amenidad, por un rato. La realidad aún pareció estar flemática. Cada quien persistía en su puesto. Los unos daban aportaciones orales mientras los otros escuchábamos con atención a quienes hablaban. Como grupo espiritual nos instruíamos. Todo transcurría en beneficio general. A gentileza estábamos serenos. Pero de pronto la rutina cambió, cuando yo solté un grito, porque acababa de ver a un fantasma, paseándose por nuestras cercanías. Era azul, andaba despacio y atravesó sin previo aviso las paredes. A voluntad suya, se esfumaba y volvía y aparecía con imponencia.
Ante esta manifestación, Hernán y los otros asistentes, también lo observaron. Entre el acto, claro que lo normal se nos trastocó. Con cuidado, pues detallamos a la entidad etérea. Para mayor conmoción, presenciamos como el fantasma animaba la mesa que rodeábamos. Con fuerza, hizo moverla hacia la derecha y de inmediato la puso a danzar. Las patas del objeto se agitaban con elegancia. La mesa no paraba de bailar. Nosotros por cierto que nos abrazamos por prevención. En verdad, nos asustó este espectáculo de surrealidad.
Para otro efecto, todos evidenciamos cuando la mesa empezó a volar por los aires. Eso cogía para todos lados hasta por las esquinas. El fantasma, la imantaba con sus propias sustancias, lograba mecerla como una barcaza, luego la hizo estrellarse contra el suelo.
Debido a lo ocurrido, los allí presentes, nos quedamos desconcertados. Sólo pensamos en cerrar el campo atmosférico para que el espíritu se alejara. Así entonces procedimos con prudencia. El maestro Hernán, pronunció una plegaria de finalización para la ceremonia. A respeto, los otros semejantes repetimos sus palabras. Al cabo, todos nos fuimos de la sala. Hernán, fue el último que salió de allí, por hecho, cerró la puerta. En cuanto a lo demás, Rosalba y yo nos despedimos de ellos, los amigos espíritas. Quedamos de encontrarnos después con más calma. Ella y yo dijimos adiós y cogimos para las afueras citadinas. Por allá, según como recorríamos las calles, conseguimos apaciguar nuestra exaltación, frente a todo aquello que pasó. Y por ahí a unos pocos minutos de trayecto, cerca a un café, hicimos parar un taxi. El chofer, muy amable, nos llevó hasta el conjunto residencial donde vivimos.
Una vez estuvimos frente al edificio, pagamos la carrera y entramos a nuestro hogar. Allí, junto al comedor, prendí el televisor para ver las noticias. Mientras, mi abuela fue a su habitación para acostarse a dormir, cuando sorpresa, vio otra vez al fantasma azul. De una sola, me llamó entre sus voces, pidiendo ayuda. Yo claro que corrí para protegerla. Fui a
donde estaba abuela Rosalba. Pronto, la acogí entre mis manos. Vislumbramos a la vez al fantasma, lo sentimos eólico, se nos mostró como un ser real y dijo que era nuestro amigo. Ya entonces desde aquel hecho, supimos que la vida espiritual es real y que sí existe la fantasía.
ASCENSIÓN DESBOCADA
El poeta; Miguel Antonio Rosales, había tomado como esposa a la reconocida actriz, Samanta Gómez. Ellos se casaron luego de tres meses de estar viviendo juntos. El hombre, se enamoró de la mujer durante la adolescencia del noviazgo. Solo él daba hasta su sangre por esa mujer hermosa. Siempre él, le ofrendaba hasta sus anhelos. Así entonces, tras el paso de los soles y entre una mañana febril, Miguel le pidió la mano a su prometida.
Y sí; por lo artista sensible, logró convencerla con delicadeza. Desde sus adentros, fue acrecentando una descomunal idealización de sueños sobre esa pasión suya, tan desbocada hacia Samanta. Además, no quería perderla por ningún azar, ni tampoco consentiría ver la nobleza de ella en manos de otro hombre. Esto lo acabaría con mucha lamentación. De seguro en desespero, volvería a la soledad espantosa que lo abatió durante los años cuando estaba sumido en la bohemia. Samanta era en cambio el rostro opuesto de Antonio. Sus actitudes emitían afabilidad. Su forma de ser era complaciente para con los amigos y la gente. Poseía ella una extroversión incitante como las madrinas en tiempo de verano. Quizá, fueron estas las atracciones más fuertes por las cuales el poeta la quiso como dama.
Pero claro, durante el matrimonio tuvieron distintos altercados en cuanto al quehacer laboral y sobre las relaciones sociales. Más que nada era Samanta quien comenzaba con las refutaciones. Sin espera, sus preferencias individuales las enfocaba hacia la presunción. Por enojo prefería la opulencia. Entre estos ideales de mundo, obvio no conseguían ponerse casi de acuerdo. La una ambicionaba la fama y el otro alababa el arte. En cuanto al resto de las obligaciones, ambos parecían llevarse normalmente bien. La actriz, procuraba evadir a los jóvenes que la pretendían en medio del amorío suyo enfrentado con el poeta. De hecho, ella lo fue compadeciendo de a poco así como lo fue comprendiendo. Hacia lo inusitado, la gentileza de Antonio le atraía por ser tan seductora.
Aparte, él fue un intenso con su Samanta tan simpática. Así se lo exteriorizaba desde sus aspiraciones, llenas de bondad, por qué, cuando empezó a salir con ella fue siendo como un niño grande, quien lo era del alma. En verdad, propagaba una timidez la cual sobresalía de su agonía. Nomás; durante las tardes de sábado, la animaba a su enamorada
para que pasearan por entre las calles de la ciudad florida. Ella aceptaba algunas veces estas invitaciones de coquetería. Entonces por lo caballero, Miguel la cogía de la mano unos momentos antes de dejar la mansión donde habitaban. Aseguraban fuertemente la puerta de madera. Al cabo, se iban distanciando de los tejados rojizos y del balcón colgante donde de vez en cuando se desnudaban con pasión.
De sosiego repaso, ellos se disponían a caminar por los rededores del parque de la Música, según cuando la tarde se hacía tanto limpia como lúcida. Así un día, por allá afuera rodearon una banca de concreto y plácidos en esta se sentaron. Al poco tiempo, fueron revolando diversas aves de colores por el cielo azul que a la vez se veía bañado de claridad. Mientras, Miguel se abrazó a la mujer linda con ganas pródigas a regozo como la buscaba en su cara de cerca entre los labios. De efluvio, los besos afloraron. En el fondo, las depresiones se disiparon. Sobre lo otro cautivador, condujeron sus miradas distraídas hacia la fuente de aquel lugar clasicista. El agua surgía a chorros cristalinos, parecía brotar de la misma tierra. Y a lo lejos en el horizonte, las luces declinaban lentamente en la ciudad.
Para ese entonces, el poeta hizo desfilar un diálogo entrecortado. Más fue vehemente porque iba suscitado al recuerdo de cuando Samanta se presentaba en el teatro Tolima. Con regularidad; la actriz actuaba en obras dramáticas, lo hacía de un modo lírico. Por su portento, Miguel le declaró allí entre los pájaros, con una poesía de sonata, las veces cuando iba a verla a escondidas. Con emoción en su corazón; siempre se sorprendió ante las señoritas que protagonizaba. Desde la primera vez cuando la advirtió en escena, quedó embelesado por la delgadez de su cuerpo y por los gestos que trasmitía. Sus dientes eran perfectos como sus mejillas. Esa piel de blancura con el castaño de sus cabellos, lo dejó fascinado por completo. Gloriosa, ella ostentaba una tersura pomposamente laureada. Consecuente al pasado, el poeta no hacía si no admirarla durante las actuaciones en que ella participaba. Y precisamente para aquella tarde de diciembre; Miguel la adoró con más intensidad en medio de los girasoles y unos flautistas.
Ahora bien; juntos se fueron del parque tras lo usual del paseo. Frescos a paso lento, marcharon hasta las esculturas de la región que había erguidas por las calles. Al oscurecer, posaron entre distintos cubos y sonrieron cercanos a una bambuquera. Por allí emparejados se tomaron varias fotografías, huyentes al letargo que antes los perturbaba. Luego evocaron a Policarpo Varón por la calzada por donde transitaban. Sobre este hombre de letras ellos se
supieron compaginados. Las voces corrieron augustas en cause a las historias recordadas. Puras las ternuras de aquel cuentista, fueron una efusión de mansedumbres. Por los trasfondos que fulguraba, los dos enamorados gustaban versar sobre este maestro tan artístico. En tanto lo inesperado, ambos resolvieron irse a comer un postre en la heladería reluciente, la cual quedaba diagonal a la Catedral de la ciudad. Por lo cual, franquearon la plaza de Bolívar, disfrutando las ráfagas de las hojas provenientes de las ceibas.
Y en amor; una vez arribaron al lujoso local, pasaron a situarse en las sillas plateadas de las afueras. A su hora, Miguel volvió sobre los días cuando fue conquistando a Samanta con sus rimas en medio de muchos ocobos. Mientras, un camarero fue hasta la mesa donde los casados retozaban. Aquel señor barbado, los reconocía como unos artistas prestigiosos de por cierto. Tras lo sagaz, les extendió la carta con extrema amabilidad. El poeta, escogió como de costumbre una crema de whisky y la actriz prefirió un cono de chocolate.
En breve, apenas sirvieron los aperitivos, ellos felices degustaron esas delicias según como siguieron perdurando tranquilos en la ciudad. Al paso de las infidencias estuvieron en mutua simpatía. Aunados, avistaron el universo despejado. Las constelaciones les irrigaban un gran cúmulo de estrellas. Les era todo bello. Hacia lo mutable, volvieron al presente. Sobre lo placentero, acabaron por sorberse dichos postres y de repente se levantaron. Por allí el amante de los versos, dejó dos poemas Silvas entre los vasos. Ya sin prisa, los dos partieron de retorno a su hogar. Entre abrazos, compartieron una fiesta de satisfacciones. La penumbra con azules, los recubrió en oreo. Despaciosos, cruzaron por un costado de la concha Acústica. En adoración, trasegaron por un sendero de lilas.
Más por fin al cabo de un tiempo, llegaron a la mansión de los jardines paradisiacos, donde vivían ellos. Con cuidado, abrieron la puerta y entraron a la sala. Allí se despojaron de las ropas; se recostaron contra el sofá, volaron sobre sus auras. Ella maduró con danza de exquisitez sobre el poeta. Inseparables, sus sexos vibraron en medio de la incandescencia. En armonía, se cautivaron como nunca y tanto fue lo endiosado, que al poeta se le reventó el corazón y así embebido falleció.
DE GUERRERO A CAMPEÓN
Don José, para aquel jueves festivo, llegó a la cantina del Gallero a las ocho de la noche. Con prudencia, empujó la puerta de madera y entró al establecimiento para burlar sus preocupaciones. Allá adentro, vio a varios bebedores sociales. Hablaban de trueques o fincas. Los unos eran campesinos, ellos con sus ponchos, los otros vestían como pueblerinos. Entre las mesas, echaban brandy y fumaban cigarrillos. De a mucho, se reían hasta hastiarse. Por la posición suya; José fue hasta la barra a solas, allí en una silla se sentó y pidió una cerveza a la morena quien estaba como empleada.
En cuanto tuvo la botella en sus manos, fue tomándose la bebida con agrado. Saboreó a complacencia esa agua alcoholizada. Se prendió un poco en lo emotivo. De paso, charló esporádicamente con un muchacho, quien había acabado de hacerse al lado suyo. De entre gestos, ellos se saludaron con seriedad. Empezaron por tratar cosas habituales. Relacionaron uno que otro suceso del pueblo en donde vivían, por ahí departieron algunos saberes sobre política. Ambos simpatizaron con sus ideologías, las vocearon con ganas de fervor. De a poco, se fueron comprendiendo entre aprobaciones. Como recién conocidos, así estuvieron animados en ese entorno de güaro y borracheras.
Ellos, luego se quedaron conmovidos. Cada quien en lo personal empezó a escuchar la canción de Pepe Aguirre. A tango, sonaba El jornalero, mediante el coro del arduo trabajo y sólo azadón. Ascendía como febril la recitación con aires libertadores. El recinto se ponía cada vez más bulloso. Debido a este clásico, José pidió otra cerveza. Pronto, la tuvo en sus manos, la sintió fría. Ya con gracia, mandó el pico a la boca, más dio uno tras otro sorbo mientras oía la voz del cantante. Se supo así entre euforias. Al ritmo de la música, siguió dándole a la tomada, pasándola fresco, alejándose de su carestía.
No obstante, se apareció al poco tiempo el señor Aurelio para amargarle la fiesta. El bellaco iba vestido de negro. Fue al encuentro de don José para fastidiarlo. Marchó hasta su presencia robusta. En la medida de sus pasos, lo encerró. Ya con prepotencia, lo provocó a bravuconadas, gritándole injurias y soltándole un montón de amenazas. Incluso se las quiso dar de valiente. A traición, fue capaz de mandarle una patada al lugareño. Eso sonó en seco el golpe en las costillas. Más para lo peor, retacó a ofensas entre burlas.
Por supuesto, José no se aguantó la humillación. Como pudo, consiguió recomponerse de la agresión. Agudizó rápidamente sus sentidos. Y una vez se supo repuesto, marchó para adelante a defenderse. En consecuencia, frenteó sin miedo al alzado de Aurelio. Templado a la cara, le dijo:
Listo, si quiere pelear, camine para afuera, que allá nos damos.
El enemigo, claro que cazó la disputa. Entonces ambos salieron de la cantina. Pasaron por la puerta. De por cierto, ninguno huyó ni se puso con rodeos. Todo lo contrario, ellos ya fueron atravesando el andén empolvado, sin demoras, mientras los chismosos reabrían sus ojos para saber lo que pasara. De seguido, cada luchador, avanzó hasta mitad de la calle.
Una vez en guardia, José aguantó a Aurelio, le esquivó un recto con agilidad, girando para el lado izquierdo. Como reacción, pues tomó impuso y le zampó el primer puñetazo en la nariz. En el instante, lo dejó turuleto. Inmediatamente después, le metió un gancho de derecha en la quijada. Aurelio, quedó de súbito mareado, comenzó a botar sangre a chorros por la boca, viendo a su vez estrellas y cayendo desfalleciente al suelo.
Aquí bien pronto, se acabó la pelea. Los espectadores volvieron a sus rutinas. Uno tras otro en gentío, ingresaron a sus casas y a los tomaderos. Tan sólo un amigo de Aurelio, corrió a recogerlo a él todo privado. Le dio un poco de pesar. Con ansiedad, lo puso sobre sus hombros, más raudo fue llevándolo a su rancho para hacerle alguna curación.
Del resto, las cosas arrumbaron otra vez por el curso de la normalidad. Don José por cierto, defendió su respeto, salvó su dignidad. En lo personal, se dio por satisfecho. Al cabo de media hora, se tomó la última cerveza y resolvió irse a descansar. A caminado tranquilo, dejó atrás aquel sitio de ociosidad y sin prisa, cogió a pie para la residencia donde dormía, yendo triunfal por haber hecho un poco de justicia.
LA COMPOSICIÓN DEL GUITARRISTA
El músico, estaba en el parque de Livinio, se sentó sobre un escaño de metal. Reposó su cuerpo delgado allí, por placer. Una vez en sosiego, se puso a elevar la conciencia. A solas sintió los silencios. Esto lo rejuvenecía, lo colmaba. De concordia, cerró los ojos para atraer la armonía a su aura. Nada lo perturbaba, ni el vaivén del desconsuelo. Desde lo interno, maduraba con pasividad, permanecía en la serenidad.
De a poco, Ignacio, como así se llamaba el artista, imaginó unos fantasmas de hielo. Los creyó danzando por los tejados. Esta pericia tan inhabitual, le parecía curiosa. A ellos, los vislumbraba vaporosos en medio del oscurecer.
Sobre lo fabuloso, cada uno de estos seres, se divertía a lo feliz. En compañía, iban y venían por entre la atmósfera. Todos en grupo, brincaban con plena libertad. En cuanto al músico, pudo entreverlos a través de sus espejismos.
Ya con el paso del frío; volvió a su presente, abrió las vistas. Allí mismo, se supo más lúcido. Delató a los pueblerinos vespertinos, con ansias, quienes no paraban de pulular por los senderos. De modo que él promovió un poco de bondad para ellos, les brindó la sonrisa. Casualmente a una negra de ojos pardos, vestida con sedas; le rumoreó pronto tres de sus versos, radiantes de pájaros susceptibles. Ella, por lo humilde, asintió el piropo y sonrojada se fue yendo hasta su casona.
Más adelante del destino, Ignacio influenció la esperanza en esa gente melancólica. De repente, sacó su guitarra de marfil. Siendo parco, la puso sobre su pierna izquierda. Con maestría empezó a afinar las cuerdas. Lo hizo con delicadeza. Fue soltando a la vez sus manos. Las movía con precisión. Según lo acompasado, rasgó una que otra tonada para oír la exactitud de la música. Paulatinamente, vibró en los sonidos que fue ensayando, concertando al viento.
Luego en bien, una vez estuvo preparado, se dispuso a tocar una melodía aguda. Esta nació penetrante por lo perfecto de la partitura. Los arpegios fueron creciendo y transmitiendo emanaciones purpúreas. Entre la calidez de lo inspirado, las muchachas y hombres de los alrededores se emocionaron con esta serenata. Cada nota resurgida, la figuraron como un río estelar. Ellos, se hallaron en una satisfacción increíble. Fue tanta que
los asistentes más viejos lo circundaron con admiración. Y él, contento en su arte, les siguió ofrendando su esplendor de aquelarre musical.
Sobre lo consecuente; cuando acabó de abrir la velada, resolvió puntear y cantar esta rapsodia tan suya:
Nosotros somos del firmamento. Allá, nadamos en la verdad. En sus aguas azules, nos tendemos para curar las dolencias. Mansamente limpiamos la sangre. Rescatamos el cuerpo natural. La mentalidad a la vez oleamos. Por su mar puro, ascendemos hacia las alturas del nirvana. Nosotros somos sibilantes. Con esfuerzo, superamos las tempestades. De oleaje a espacio, nos trasmutamos en lo sagrado. Suavemente los rostros ablandamos. Nos hacemos piadosos con la experiencia. Más en libertad navegamos. Nosotros somos de la infinidad.
Mientras, las madres y los señores, quienes gozaban de su voz, se animaron a alzar las palmas. Cada quien fue aplaudiendo en coro. De providencia, prendieron un jolgorio. Al ímpetu de lo eufórico, se pusieron de pie. Los unos batieron los sombreros en tanto que los otros bambolearon los pañuelos. Eso la estaban pasando bueno. En colectividad, la mayoría se fraternizaron con emotividad.
Según lo otro rumboso, los fantasmas se dieron cuenta del evento y entonces bajaron hasta donde ellos. Por allí, manifestaron sus formas etéreas. De seguido, saludaron a las damas y las convidaron a fantasear y los hombres asediaron a las fantasmas para abrazarse. De este modo, los humanos con los espíritus nocturnos, empezaron a convivir.
Y el músico Ignacio, no paró de rasguear la guitarra. Por medio de su pulsión acústica; influenció lo desconocido, que fue hacerle sentir lo imposible a su pueblo menesteroso.
JULIO POR SIEMPRE
Hoy el poeta, anda distraído por la calle. Observa como pulula la gente. Va a paso lento con el dejo de su sombra, comprendiendo la amargura de ellos. Precavidamente esquiva a estos otros argentinos. A la mayoría los adivina tristes, menos a unos pocos quienes están como estresados. Ya da un poco de codo para abrirse espacio entre la multitud. Eso roza a señoras y hombres de todos los colores de piel. Los unos van con sombreros mientras que los otros desfilan con abrigos. Entre tanto, Julio examina sus rostros para sentirles la nostalgia y se percata de que ellos por dentro están fríos. La depresión del país los tiene así de trastornados. Cada quien sabe el silencio que debe guardar o si no hasta puede ser encarcelado, por nada, porque libera la lengua de verdad. Tras las amenazas; pues los llorones se quedan callados, no hacen ninguna gritería.
Más con suerte, Julio los rebasa ahora con galanura. Los deja por allá en medio de ese desorden. Mejor, él pasa a la otra esquina. Con genialidad, logra adelantarse en el tiempo. A su voluntad, camina por una calzada cualquiera con el cigarrillo de siempre en la boca. Pasea a lo surrealista; creyendo en lo imposible, saludando a varios cronopios y famas. Hace así lo que desea por la ciudad. Casualmente acaba de encontrarse con Daniel, un viejo amigo. Por lo fraternales, optan por estrechar sus manos. Se saludan en bien. En el otro acto, cruzan unas cuantas palabras como simbólicas de vez que resuelven ingresar a tienda Vinola. Entre chistes, cruzan el portal, van hasta la barra. Por allí, se sientan sobre las butacas y con prestancia piden al joven de turno dos mates.
Durante la espera, hablan sobre las experiencias de lo fantástico. Julio comienza por su parte a relatar una historia. Rememora el día cuando vio a una enana morada, saludándolo desde el columpio que había al frente de su casa. A su parecer la creyó cariñosa. Ante tal sorpresa, él asegura haber salido de la habitación donde estaba para dirigirse rápidamente a la calle. Así que recorrió el pasillo principal y luego abrió la puerta del recibimiento con el propósito de conocerla a ella. Por cierto, sus ganas por apreciarla eran fuertes. No obstante, cuando reparó la vista a lo lejos, ya no la encontró a ella. En vez personal, distinguió a un hombre de cara misteriosa, vestido todo de negro. Debido a este desarreglo, volvió al encierro suyo en donde permanecía, para pensar mejor las cosas.
Entre tanto, ellos los literatos, recuperan ahora la noción del presente. Acaba de llegar el muchacho con las bebidas. Estos amigos, serenos las reciben, se las toman en compañía. Y mientras el zureo de la tarde apacigua el clima, Daniel entona su voz en vez como dice:
Poeta, yo sólo tengo una anécdota curiosa. Esta me sucedió en Belgrano. Era eso del medio día. Hacía sol con brisa. Avanzaba el día sábado con lentitud. Así lo descubría sobre lo letárgico. Para lo personal, sentía pereza hasta en los nervios. Yacía en el parque Central, recostado contra un escaño de madera. La verdad no hacía nada. Vivía sin aspiraciones en ciudad capital. Sufría hasta de maluquera. A escasas, oía el canto de los canarios, salvando los vacíos de aquella agonía, tan mía. Nomás a rutina, observaba a los vecinos de siempre, entre sus hijos con las mismas rutinas, yendo de prisa a sus apartamentos para escuchar la radio. Menos mal, por los avatares del destino, se acercó a mí, Haroldo Conti. Pasaba de anónimo por el barrio, más al descubrirme a solas, vino hasta donde estaba yo. De inmediato, dejó un libro suyo en mis manos, luego cogió por un callejón, yendo rápido hasta cuando se desapareció. Y claro, desde aquel suceso, gracias a él, sé de ficción.
Pero que genial, Daniel. Lo trascendental pasa definitivamente cuando uno menos se lo espera, eso sí que es cierto Sentencia, Julio Cortázar.
Tras esto pasado, los dos amigos desahogan sus voces. Han confesado sus infidencias inexplicables. Más se hallan ahí en simpatía con la vida. Aún reunidos experimentan un rato agradable, sueltan una que otra carcajada, dejan correr sus viejos rumores, la pasan bien.
Ahora, al acabarse los mates, cada quien se levanta de la silla, pagan frescos la cuenta al joven y con normalidad se van del lugar. Caminan ya juntos lo largo de varias cuadras artísticas.
En el teatro Moderno, se despiden con gentileza, se separan, se distancian el uno del otro hombre. Al tanto, Julio sigue su rumbo por el andén hasta la plaza de Mayo. Una vez llega allá, ve maullar a un montón de gatos. Estos se pasean por los arbustos, brincan con mucho arrebato. Algunos entre ellos, se recuestan sobre el prado azulado. El poeta, por cierto los vislumbra junto al crepúsculo. La mayoría son rojos y los demás son negros. Unos faroles iluminan sus cuerpos peludos. El maestro, entre la misma magia, se les arrima con cautela y acaricia a uno de estos mininos con los dedos. Este bate la cola a la vez que
otro de ellos se encarama por su espalda. El Julio, queda entonces encantado como un niño, les dice puras inocencias de ternura.
Y por gracia de la divinidad, Aurora aparece acompañada por un loro. Ella a lo pronto va hasta donde este enamorado suyo. Corre para siempre protegerlo. Ahora lo saluda y lo remansa con sus manos. De nuevo, lo seduce al ritmo de cada rozar de pieles. Más por fin, ellos vuelven a ser novios, juntan sus labios, se lloran con felicidad y mientras tanto los gatos empiezan a volar por los buenos aires.
LA OTRA NÁUSEA
Desde lo personal, ante el gran apocalipsis mundial, llevaba varios días encerrado en mi casa. El destiempo se hacía como insoportable. En desequilibrio, lo pasaba mal. No sabía qué hacer ante el aburrimiento. Al resurgir una de aquellas tantas tardes entre la monotonía, me supe más agobiado que nunca. Parecía ser un viernes de ofuscaciones con muchas sofocaciones. Sólo entonces en vida, saqué el ánimo para levantarme y pasé a ver los sobresaltos cotidianos por la ventana de la habitación. Para colmo, las afueras se reflejaban en un absoluto desorden. Todo se develaba borroso. Descubrí a los ciudadanos yendo demenciales hacia sus cuchitriles. A errancia, casi ninguna persona se hablaba con el otro vecino. Ellos andaban con miedo. Decaídos, avanzaban por los andenes ensuciados. La mayoría vivían como sumidos en sus preocupaciones. Esto a la vez contagiaba el ambiente gris. Toda esa materia movible, se hacía pegajosa. Por la realidad presenciada; dejé de examinar a la muchedumbre, porque el caos también me molestó. Así que mejor, volví adentro para dirigirme a la biblioteca de arriba, yo de repente ansié ir hasta lo inmaterial.
Como de costumbre, subí las escaleras de loza. Arribé prontamente al segundo piso.
Luego, abrí la única puerta y pronto ingresé al salón de los libros. De entre el tiempo, me acerqué a uno de los tantos estantes. Por allí, recorrí las varias obras universales. Ojeé las novelas; El Lobo Estepario, Cien Años de Soledad, La Peste y sólo cuando llegué a La Náusea, tomé el diario del joven. Tras lo causal, fui hasta la mecedora, que había junto al rincón. Allí, me recosté y me dispuse a leer. Repasé las páginas con pasión. Me atraparon de súbito. La narrativa la consideré como majestuosa. Supe que el escritor era notable. Yo ciertamente entre el asombro; me dejé influenciar por la voz de este francés tan humano, más que Premio Nobel de Literatura. En esencia, aprendí de sus pensamientos disidentes en la medida como fui discerniendo su novela artística.
Al cabo de las horas; elucidé la profundidad de la historia según como me envolví en el universo ficcional, que fue puramente perceptivo. Cada vez más, me aproximé a todas y cada una de las concreciones emotivas, allí expuestas. La severidad de las notas, radicaban en lo negro de un alma decaída quien relataba lo inusual. Yo percibía el hastío por el mundo en Antoine. De algún modo, su frialdad se asemejaba a la mía. Esto lo deduje en
medio del dolor, que arrastraba con el paso del sopor. En lo interno, la ausencia no existe y sin embargo busca quedarse nuestra vacuidad, pegada al ser existencial. Así algo igual, se identificaba al protagonista sobre su desconcierto depresivo y era tan punzante, que incluso traspasó mi psicología humana.
En fin; resurgió la noche con intranquilidad. En cuanto a lo personal, comencé a tener un malestar en la cabeza. Sentí hinchado el cerebro. Entonces; contra mi gusto literario tuve que alejarme rápidamente de la lectura. Con desgana, regresé al olvido no deseado y de por cierto que reaparecí en mi instancia tan presente como abstrusa. Y pobre, me levanté de la mecedora en donde siempre volaba con las letras.
Ya despacio, empecé a caminar por entre el ámbito del cuarto estudio con una extrema flojedad. Por allí, busqué mis zapatos cafés en el suelo empolvado. Los encontré a un lado del revistero. Me los puse con precavida rutina. Del otro trance, pasé a bajar al primer piso. Pensé en salir al barrio de Halles. Tenía rabia y eso me constreñía. Entonces, crucé los varios pasillos de decorados modernistas. Lo hice, normalmente hasta llegar a la vidriera, que permite el encuentro con las calles. Por efecto, abrí el picaporte con inestabilidad y de pronto vi las sombras pasajeras, ellas generando enemistad.
Una vez afuera, anduve caviloso por los senderos de esta ciudad grisácea. Por cierto, había mucha gentuza transitando entre las aceras decoloradas. Hoscas, las prostitutas iban charlando sobre sus tragedias inauditas. Demás, varios drogadictos aparecían chutándose en la penumbra de las esquinas. Y sin detenimiento, los empleados de las empresas entraban a los centros comerciales para demostrar la indecencia. Por mi perdición, no les dije nada. En verdad, me quedé callado. Apenas, pude dedicarle una mirada de compasión a cada uno de ellos. Igual fue obvio, la sensación de estas realidades, se fueron después con el olvido. Mientras, avanzó un alocado motociclista por la avenida parisina. Iba a toda velocidad y por imprudente, se estrelló contra unos árboles. Y yo de paso, seguí de largo con mi viaje tan particular. Esquivé unos carros estacionados y a la vez evité diferentes ladrones de niñas blancas. Traté de dejarlos atrás con sus manías. Por suerte, ellos desaparecieron por una esquina mientras yo rebasaba a una actriz porno de nomás rabia que hambre en su cara.
Hacia un similar serpenteo, fui viéndome mal arreglado de frente a un establecimiento de puros espejos. Allí descubrí develado mi azaroso destino según como una multitud de borrachos, extraviados en vagancia, arrumbaban hacia sus lagunas desperdiciadas.
Más tarde, pues dejé de contemplar ese reflejo tan desconsolador. Mejor, decidí coger de camino hasta el bosque de los espectros. Recorrí algunos senderos y pronto estuve en medio de los árboles. Atravesé distintos puentes con gárgolas a cada lado del paraje. Saludé por ahí a los pintores fantasmales de la hermandad. Y aquí en este vergel secreto, me supe trasparente en pocos instantes con los otros amigos etéreos. Menos decaído; vi por fin a los elfos y a los magos, recostados contra unos cedros mojados. Ellos fulguraban una armonía entera de pasividad. Mientras; yo dejé de padecer la náusea viviente del cuerpo. Y gracias a ellos ahora estoy en esta nueva vida y claro, ahora soy un espíritu feliz.
NOCHES DE LLUVIA
Viste el mar de terciopelo y el cielo profundo viste de duelo. Rubén Darío
Ella se fue para no volver al mundo. De repente su belleza se desvaneció con la niebla. Hacia lo volátil trascendió. La misma fraternidad suya, la bendijo. En cuanto a mis afectos sentimentales, yo la amé durante toda la madurez. Le dediqué lo más grato del vivir en romance juntos. Como pude, le entregué mis declaraciones con muchas promesas. A lo hecho en amenidad; fuimos novios hasta en lo secreto, nos quisimos sobre lo glorioso. Más la linda musa, fue mi única novia, quien se llamaba Rebeca. Por lo enamorado de ambos, la adoro aún en demasía y todavía la sufro como a ninguna otra mujer. La verdad nunca la voy a olvidar a ella. Incluso, recuerdo la primera vez cuando la descubrí en la playa de Neguanje. La musa, iba con un vestido de margaritas. A solas, se bañaba entre las olas. En su piel blanca, mis ojos se hipnotizaban. La linda, se movía con inocencia. El meneo de sus senos, me emborrachaba. Con la gracia suya, nadaba como una doncella en entusiasmo, toda regocijada. Y de vez en cuando, ella percibía que yo la curioseaba en sus gestos dulces, por los cuales suspiraba. Fue además claro que la puse sonrojada. Ante tal actitud, la busqué por complacencia. Despacio, me aproximé a la orilla, nos reunimos. El clima nos atrajo, las conchas nos masajearon. Hacia lo sucesivo, resolví hablarle sobre como son estas costas colombianas. Por lo dócil, Rebeca me escuchó con afabilidad. Entre lo cariñoso, invocamos los mitos de estas tierras isleñas, más nos confesamos las experiencias propias. Así juntos estuvimos en la costa natural hasta tarde. Con las horas, supe que la musa era oriunda de Santa Marta. Era hija de unos padres humildes, que la cautivaban a ella para la poesía, su voz todo lo acariciaba al amor. En armonía, la pasé bien durante ese día primigenio, tan inolvidable. A su lado, nada más existió que la felicidad. Según la novelería, nos fuimos relacionando hasta alcanzar nuestras esperanzas. Sobre las otras amanecidas, nos seguimos encontrando en el mismo recodo de arena con corales. Los entusiasmos al tocarnos eran impresionantes. Tanto que para ciertas ocasiones, creíamos
estar bailando sobre las aguas. A causa de lo sacralizado, un viernes de agosto uní mis labios con los suyos. Fue prolongado el sentir de las palpitaciones. En cadencia, nuestros dos cuerpos temblaron de emoción. Fue mi primer beso. Al cabo, lloramos de gozo y nos tendimos sobre las dunas. La pasamos como en el paraíso. Desde ahí, nunca nos quisimos volver a separar. A las pocas semanas de novios; Rebeca, consintió en venirse a vivir conmigo. Ella y yo, acordamos quedarnos en la cabaña de la cumbre donde yo aún habito. Los eventos se nos iban hacia la sensualidad. Nunca cansados, hacíamos el amor en la hamaca a la vez que pasábamos a la regadera. De repaso, caída la anochecida, bajábamos hasta la mar. Allí, la misma marea nos desnudaba y yo la forjaba a ella según las ansías más querida. La pasión nos arrullaba con el agua. En éxtasis, se hacía real nuestro sueño. Ya sobre nuestras otras costumbres; leíamos poemas del caribe, luego navegábamos en canoa y nos disponíamos a pescar pargos con carpas, bajo la luz de la luna. Mi Rebeca de ojos verdes, cogía los peces más grandes. En tanto, gracias a ello, comíamos bueno y hacíamos suficiente dinero para vivir. En fin, su compañía siempre fue mi salvación. Pero ahora ella está muerta. Durante una noche de ventiscas, naufragó con la noche. Así que su ausencia, hoy me tiene despechado. Sin su presencia, sólo hay lluvia. Derrotado ante la adversidad, añoro a Rebeca junto a la ventana que da a la tormenta de allá afuera. Los truenos caen con furia. Mientras, yo casi siempre a ella la sollozo. Mantengo con los iris rotos. Contemplo los retratos que le dibujé y me pongo triste. La conmoción fría; llega, me demuda el semblante y me deja quebrantado, muy compungido. Retengo cada uno de sus ademanes, ellos mansos, más siento que no puedo con esta soledad. Por eso con esta angustia; le escribo a nuestro recuerdo, porque mañana quizá esté en el mar abierto, lleno de dolor por ella, mi Rebeca.