EL OGRO DE LOS CABELLOS PLATEADOS Era un día muy soleado de agosto en la Sierra de Titacbique, situada en algún remoto lugar del ecuador de la Tierra. La ladera Cucumba, en el este de una de las montañas, era el único lugar de todo aquel maravilloso paisaje habitado por un pueblo de humanos. Era verano y los niños y niñas del pueblo no tenían escuela. Había una pandilla de amigos que estaban muy unidos y pasaban siempre las horas muertas ideando algo en lo que pasar el tiempo. A todos les encantaba divertirse, reírse y descubrir cosas nuevas, lo que les llevaba muchas veces a ser algo intrépidos, especialmente a Carlitos, que así le llamaban por su aspecto menudo pero que todo lo que le faltaba en cuerpo lo había ganado en valentía. Era al que siempre, sin buscarlo, se le acababa ocurriendo alguna idea desafiante. Aquel día, sofocados por el calor, decidieron ir a darse unos chapuzones a la única charca de los alrededores, con grandes árboles que daban sombra y apaciguaban el calor. La charca se encontraba algo lejos, en la ladera Ogruspus, al otro lado de la montaña. Sin perder más tiempo, se dispersaron de la plaza para ir a casa a coger unos bocadillos, el bañador y la toalla. ¡Vaaamos Pepe! -dijo Elena con voz cansina- que se nos acaba la mañana... ¡No sé como lo haces pero siempre hay que esperarte! -dijo Paula con su particular tono árido pero siempre cariñoso. Lo siento chicos. Es que tenía que ir al baño -contestó Pepe con voz tranquila. ¡Jajaja! -todos echaron una buena carcajada. Chico, ¡siempre igual! -dijo Carlitos con la sonrisa todavía en la boca-. Venga Pepito llena la botella en la fuente y vayámonos a toda prisa, ¡que te voy a ganar en la batalla de pistolas de agua! Y así fueron alejándose del pueblo... Después de casi dos horas de camino por los abruptos senderos repletos de vegetación pero que dibujaban un espectacular paisaje y con el incansable Sol tostándoles las espaldas, llegaron a la ladera Ogruspus, donde un enorme bosque rodeaba la charca. Allí no pararon de chapotear en el agua, jugar, reír… Tanto se divirtieron que se les echó el atardecer encima. Con la caída del Sol también llegaron unas enormes nubes negras repletas de tormenta veraniega. Tanto llovía que era imposible ver con claridad el camino de vuelta a casa. En el primer tramo aún se veía algo pero ahora que el camino es más estrecho y se va desdibujando con la vegetación... ¡nos vamos a perder! dijo Pepe preocupado. Tienes razón Pepe, esto se está poniendo feo. Pero, ¿qué podemos hacer?, hay que volver a casa. -comentó Elena. Pararon un instante, ya no se veía por donde continuaba el sendero. ¡Ya está! -dijo Carlitos muy enérgico-. ¿Y si volvemos atrás y buscamos un refugio donde pasar la noche? Es una tormenta veraniega, seguro que al amanecer el cielo se despeja y podemos regresar a casa con la claridad de la mañana. Pero nuestros padres se van a preocupar -dijo Pepe. Sí, pero es mejor que pasen una noche preocupados y que nosotros lleguemos mañana por la mañana, que continuar caminado ahora. Nos arriesgamos a perdernos -dijo Paula muy contundente.
Tenéis razón, volvamos atrás y busquemos un refugio lo antes posible confirmó Elena. Caminaron durante un rato a tientas y por un sendero que con la lluvia se había convertido en un barrizal. A lo lejos, vieron que salía humo de una chimenea. Chicos. ¡Mirad! - gritó Paula que tenía vista de lince. No recordaba que por aquí hubiese alguna casa, o es una alucinación o nos hemos alejado demasiado -se quejó Pepe. ¡Es la cabaña del guardabosques! Estoy segura que sí - dijo Elena completamente convencida-, recuerdo perfectamente ese gran árbol de ahí. Venía con mis primos a jugar cuando era más pequeña ¿Por qué no llamamos? Lo mismo tenemos suerte... Decidieron hacer caso a Elena, porque normalmente siempre tenía razón, y porque también empezaban a tener frío ya que estaban empapados y ya era bastante tarde. Llamaron insistentemente a la puerta hasta que un hombre alto, barbudo y de cara apacible y amigable les abrió la puerta. Era Hagrid. Se sorprendió al ver a aquella pandilla de muchachos con ese tiempo que hacía y a esas horas pero les dejó pasar. Los niños comenzaron a contarle su problema pero hablando todos a la vez no se entendía nada. ¡Nos hemos perdido! -se volvió a quejar Pepe. No es cierto... reprochó Carlitos ¡Queréis callaros! ¡Me estáis poniendo nerviosa! -gritó Paula Vale...está bien. Lo que nos ha pasado es que estábamos nadando en la charca y un monstruo gigante nos quiso comer -bromeó Pepe. ¡Jajajajaja! -rieron todos, hasta el mismo Hagrid. A ver muchachos -dijo Hagrid poniéndose serio y repartiéndoles un chocolate caliente a cada uno- no deberíais andar por aquí a estas horas y con la que está cayendo. No creo que podáis volver a casa pero aquí tampoco os podéis quedar porque no hay sitio suficiente... Todos quedaron decepcionados pero, para su sorpresa, les habló de una casa que no estaba muy lejos de allí y donde podrían pasar la noche. Cuando se disponían a marchar alegremente y llenos de curiosidad, el guardabosques les advirtió. Muchachos prometedme que tendréis cuidado es una casa muy vieja y, como sabéis, un ogro habita por estas tierras y nadie se fía de él. Pasadlo bien pero andad con ojo jovencitos. Descuida Hagrid, lo tendremos -le tranquilizó Elena, que ya le conocía- te llamaremos cuando estemos en casa para que sepas que volvimos bien. Y con ello se despidieron y se marcharon en busca de la casa. La encontraron al poco rato y corrieron emocionados hasta ella pero estaban tan cansados que rápidamente cayeron en un profundo sueño. Noche, que así se llamaba el ogro que vivía en la cueva debajo de la casa, llegó después de hacer la recogida de leña durante la tarde. Noche se vio obligado a huir al bosque para escapar de las constantes amenazas de muerte que los habitantes de la ciudad le proferían porque tenían miedo de él, debido a sus más de
seis pies de altura, su piel verde y arrugada, su nariz grande y abultada, sus dientes amarillos y torcidos y sus ojos muy pequeños y negros. A pensar de su aspecto grotesco, el ogro tenía una característica muy especial: poseía un pelo largo y suave como la seda y del color de la plata que cuando estaba iluminado por la luz del sol, brillaba. Al entrar en la casa se dio cuenta de que había alguien durmiendo en el suelo. El ogro se acercó para ver quién era y tan pronto como se dio cuenta de que se trataba de unos niños, tuvo tanto miedo que se refugió en su cueva corriendo por las escaleras y permaneció encerrado en ella hasta la mañana. El ogro solo tenía un defecto: le daban mucho miedo los niños. Sin embargo, los niños no tenían miedo de nada ni de nadie y, por ello, decidieron investigar cada uno de los recovecos que aquella casa vieja y deshabitada parecía tener...Al entrar en una de las habitaciones, Carlitos encontró detrás de la puerta de un armario lo que parecía la entrada a una cueva. Avisó a sus compañeros y ayudándose unos a otros comenzaron a descender. Cuando los niños acabaron de bajar vieron que la cueva se dividía en tres túneles, así que decidieron entrar cada uno por un túnel. El más pequeño, Carlitos, se metió por el túnel más angosto, otros por el túnel central y otros por el último pasadizo que quedaba. El túnel, por el que entró el más pequeño, estaba húmedo, oscuro y olía de una manera un tanto particular, no sabía por qué pero comenzó a marearse y........... Carlitos, sin saber cómo ni por qué, estaba tumbado en un lecho de paja, rodeado de velas que iluminaban la cueva y con muchos pelos alrededor, pelos largos y sedosos, que no parecían los pelos de un animal. Los pelos pertenecían a Noche, el ogro que habitaba la cueva que había debajo de la casa. Esos mismos pelos empezaron a volar por toda la estancia tomando un color plateado muy bonito a la vez que un brillo resplandeciente que comenzó a alumbrar todo el lugar. Fue algo espectacular, raro, diferente, a la par que mágico y maravilloso. Los demás amigos se encontraban a su lado con cara de sorpresa y alegría al mismo tiempo pues, al verle despertar y recobrar el sentido, se alegraron mucho. Justo al lado de ellos, pero un poco más retirado, se encontraba el ogro un poco asustado. ¡Pero qué está pasando!, ¡qué significa todo esto!- exclamó Elena- ¿y quién es enorme animal que tanto nos ha ayudado? Sus cabellos devolvieron la vida a Carlitos, salieron de su cuerpo y volaron hasta él para curarle -dijo Pepe-. Siempre te estaremos agradecidos. ¡Te portaste tan bien con nosotros! Nos ofreciste tu ayuda sin que te la pidiésemos. Siempre te estaremos agradecidos. Y para ello vamos a contarles a todos lo que has hecho para que nunca te haga daño nadie -exclamó uno de los niños. Cuánto cambió para los muchachos la idea que tenían sobre los ogros.... y con ello aprendieron que no hay que juzgar por las apariencias, pues más de uno o una nos puede sorprender y pese a que su apariencia no sea muy agradable, en el fondo puede ser un maravilloso ser, como nuestro amigo el ogro.
Los niños regresaron al pueblo a la mañana siguiente, con su amigo Carlitos, ya recuperado del percance, gracias al ogro. Todos estaban muy preocupados por la desaparición de estos y habían comenzado a realizar batidas de búsqueda por los alrededores. Cuando les vieron aparecer hubo una gran algarabía y los niños comenzaron a narrar todo lo ocurrido. En realidad, los habitantes del pequeño pueblo tenían grandes dudas sobre si lo que los niños contaban era verdad o solamente fantasía. Pero la realidad es que desde entonces todos se acuerdan de lo que pasó y algún que otro intrépido ha ido a buscar por la ladera de Ogruspus a ver si se encontraba con el buen ogro de cabellos mágicos. Y aquí se acaba la historia de unos pequeños intrépidos que siempre recordarán al ogro con admiración y agradecimiento. Y
colorín,
colorado,
este
cuento
se
ha
acabado.