LA IGLESIA EN LA CONSTITUCIÓN DOGMÁTICA LUMEN GENTIUM Una mirada histórica crítica y prospectiva Andrés Torres Ramírez Quito, Ecuador Jueves 14 de noviembre de 2013
Introducción Con la elección del Papa Francisco y sus primeros ocho meses de ministerio como sucesor del apóstol Pedro, todos somos testigos de que se respira un nuevo ambiente en nuestra comunidad creyente al mismo tiempo que la presencia y la acción de la Iglesia en medio del mundo son contempladas con una nueva mirada. Todo esto nos confirma que somos una comunidad siempre en proceso de renovación, sin dejar de ser la misma comunidad que el Señor Jesús quiso edificar sobre los apóstoles. En medio de este presente de renovación eclesial, les invito a mirar con gratitud la riqueza de gracia que el Señor nos otorgó hace 50 años con el Concilio Vaticano II y sus 16 documentos conclusivos, particularmente con la Constitución Dogmática Lumen Gentium sobre la Iglesia. Como todos sabemos, acerca de la eclesiología del Concilio Vaticano II en general, y de la Lumen Gentium en particular, es mucho lo que se puede reflexionar. En la presente exposición me propongo “una mirada histórica, crítica y prospectiva”; se trata de entrelazar el entonces de hace 50 años con el ahora del 2013 para proyectar esta riqueza en el mañana de la Iglesia y del mundo en comunión con Francisco y el colegio de los Obispos, particularmente con los obispos que sirven a estas Iglesias particulares que peregrinan en el Ecuador. Estructuro este tema en tres partes. En la primera parte hago una breve evocación del tema eclesial que dio lugar al Concilio y recuerdo algunos elementos generales de la eclesiología previa al mismo; en la segunda parte me propongo presentar los énfasis eclesiológicos de la Lumen Gentium y, finalmente, en la tercer parte, centrándome en América Latina, adelanto un balance y una mirada prospectiva. No hay que perder de vista que tanto en el período de realización del Concilio como en el proceso de su recepción ha habido diversas tendencias, algunas más abiertas y preocupadas por el diálogo con el mundo siempre en proceso de transformación, y otras más empeñadas por salvaguardar la tradición. Para enfocar adecuadamente esta presentación quiero destacar que es saludable una dialéctica entre ambas tendencias, ya que se complementan y se moderan mutuamente. 1
1. Evocación: el tema del Concilio y sus antecedentes eclesiológicos En esta primera parte me permito evocar cómo se posicionó el tema de la Iglesia como tema transversal del Concilio y cuáles eran los conceptos más comunes que la Iglesia manejaba en la comprensión de sí misma, de esta manera contextualizaremos los aportes eclesiológicos de la LG que destacaré en la segunda parte y apreciaremos mejor el balance y la mirada prospectiva que les presentaré en la tercera1. 1.1 Vaticano II, un Concilio sobre la Iglesia que renueva su fe y relanza su misión en el mundo En cuanto a cómo se posicionó el tema de la Iglesia como tema transversal del Concilio, vale la pena destacar tres aspectos: primero, que el Concilio Vaticano II en su conjunto enfocó su interés en el tema de la Iglesia por elección de los obispos; segundo, que a lo largo del desarrollo del Concilio este tema eclesiológico fue orientado y proyectado por los discursos de los Papas; tercero, que en el posconcilio queda cada vez más claro que cuanto el vaticano II dice sobre la Iglesia se ha de considerar en el horizonte de la renovación de la fe, o de la vida cristiana, con vistas a la misión de la Iglesia en el mundo. a. Un tema transversal elegido por consulta a los obispos El papa Juan XXIII, aunque tenía muy clara la pertinencia del Concilio, no fijó por sí mismo un tema determinado para el mismo, sino que propuso que los obispos de todo el mundo expresaran lo que consideraban prioritario. La mayor parte de los aportes que llegaron fue que el tema a tratar debería ser “la Iglesia”, a fin de retomar y concluir lo que el Concilio Vaticano I (1869-1870) había iniciado y no pudo terminar a causa de la guerra franco alemana2. b. Un tema orientado y proyectado por los discursos papales Los discursos de Juan XXIII y Paulo VI pronunciados a lo largo de la realización del Concilio nos dejan constancia de la transversalidad del tema eclesiológico, a la vez que nos orientan en cuanto a la amplitud y proyección del mismo3. El Papa Juan XXIII, en el discurso con el que inauguraba el Concilio, afirmaba: “… Confiamos que la Iglesia, iluminada por la luz de este Concilio, crecerá en riquezas espirituales, cobrará nuevas fuerzas y mirará sin miedo hacia el futuro. Ella, en efecto, mediante las reformas oportunas y con el establecimiento de una sabia colaboración mutua, logrará que los hombres, las familias y las naciones dirijan verdaderamente su 1
Cfr. ALBERIGO G., (ed) Historia del Concilio Vaticano II, 5 vols., Sígueme, Salamanca 1999 – 2008. Cfr. RATZINGER J., L´ecclesiologia della Costituzione Lumen Gentiun. En Il Concilio Vaticano II. Recenzione e attualità alla luce del Giubileo, a cura di FISICHELLA Rino, Edizioni San Paolo, 2000, Milano, pp 66. 3 Autores como Jesús Espeja sostienen que el verdadero espíritu del Concilio se encuentra más explícito en estos discursos papales que en los mismos documentos conclusivos del Concilio. 2
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corazón a los bienes de arriba”4. De este fragmento del discurso de Juan XXIII nos queda claro que la mirada sobre la Iglesia no es una mirada cerrada y auto-complaciente sobre sí misma, sino una mirada crítica que le encamine a los cambios necesarios para favorecer que los hombres se abran a Dios. Desde un principio quedó claro que se trataba de un Concilio de la Iglesia para que, abierta al mundo, pudiera servir mejor a la humanidad actual: “Nuestra tarea [seguía diciendo Juan XXIII] no es únicamente guardar este tesoro, como si nos preocupáramos tan solo de la antigüedad, sino también decididos, sin temor, a estudiar lo que exige nuestra época, continuando el camino que ha hecho la Iglesia durante casi veinte siglos…Una cosa, en efecto, es el depósito de la fe o las verdades que contiene nuestra venerable doctrina, y otra distinta es el modo como se enuncian estas verdades, conservando, sin embargo, el mismo sentido y significado…”5. Paulo VI, al inaugurar la segunda sesión del Concilio, después de hacer un homenaje a la memoria de Juan XXIII6, declara que lo importante es proclamar que Cristo es nuestro principio, nuestro guía, nuestro camino, nuestra esperanza y nuestro fin; y desde este cristocentrismo estructura los objetivos del Concilio en cuatro capítulos: 1° Lograr que la Iglesia tenga una mejor conciencia de sí misma y, a partir de ella, ofrezca una definición más plena de sí; 2° Impulsar una renovación de la Iglesia a partir de la conciencia de su relación con Cristo; 3° restablecer la unidad de todos los cristianos y 4° establecer y mantener el diálogo con el hombre y con el mundo actual7. En cuanto al primer capítulo, lograr que la Iglesia tenga una mejor conciencia de sí misma y, a partir de ella, ofrezca una definición más plena de sí, Paulo VI señalaba que si bien la Sagrada Escritura nos brinda imágenes muy bellas sobre la Iglesia, al ser ésta un misterio, esto es, una realidad sagrada penetrada por la presencia de Dios, siempre está sujeta a nuevas y más profundas investigaciones; sin esperar necesariamente definiciones dogmáticas, sino declaraciones más claras y autorizadas. Sobre el capítulo segundo, impulsar una renovación de la Iglesia a partir de la conciencia de su relación con Cristo, el Papa indicaba que no se pretende una revolución de la vida de la Iglesia, ni una ruptura con sus tradiciones, sino que quiere apreciar dichas tradiciones, despojarlas de sus formas caducas y defectuosas y hacerlas más auténticas y fecundas. Con relación al tercer capítulo, restablecer la unidad de todos los cristianos, Paulo VI subrayaba que la Iglesia católica 4
Juan XXIII, Discurso pronunciado el 11 de octubre de 1962. Tomado de Concilio Vaticano II, Constituciones, Decretos y Declaraciones, BAC, Madrid, 2004, p. 1091. 5 Juan XXIII, Discurso pronunciado el 11 de octubre de 1962. Tomado de Concilio Vaticano II, Constituciones, Decretos y Declaraciones, BAC, Madrid, 2004, p. 1094-1095. 6 ¡Querido y venerado Papa Juan! Hay que darte gracias y alabarte porque, por una especie de inspiración divina, mandaste reunir este Concilio para abrir nuevos caminos a la Iglesia y, con la gracia de Dios, sacar de Cristo nuevas y abundante aguas, hasta ahora ocultas para la tierra”. Paulo VI, Discurso pronunciado el 29 de septiembre de 1963. Tomado de Concilio Vaticano II, Constituciones, decretos, declaraciones, BAC, Madrid, 2004, 1107. 7 Cfr. Paulo VI, Discurso pronunciado el 29 de septiembre de 1963. Tomado de Concilio Vaticano II, Constituciones, decretos, declaraciones, BAC, Madrid, 2004, 1110 – 1120.
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reconoce sus limitaciones e invita a la unidad. Finalmente, en cuanto al cuarto capítulo, establecer y mantener el diálogo con el hombre y con el mundo actual, el Papa declaraba que “el mundo ha de saber que la Iglesia lo mira con gran amor, siente por él una admiración sincera y lo busca con buenas intenciones, no para dominarlo, sino para estar a su servicio; no para despreciarlo, sino para ennoblecerlo, no para condenarlo, sino para llevarle el consuelo y la salvación”. De esta manera, Paulo VI y Juan XXIII orientan y proyectan el tema eclesial del Concilio. Se trataría de un Concilio de apertura y diálogo con el mundo por medio del cual la Iglesia se debería renovar para ofrecer su servicio evangelizador como fruto de una estrecha relación con Cristo. c. Un tema que se ha de comprender desde la renovación de la fe y la misión de la Iglesia en el mundo Ha sido muy frecuente escuchar que el Concilio Vaticano II fue la ocasión para que la Iglesia respondiera a la pregunta: “Iglesia, ¿qué dices de ti misma?”. Se trataría de un Concilio Eclesiológico que haría de la Lumen Gentium el centro de sus enseñanzas. Apenas concluido el Concilio, el estudio de sus documentos se nos ofreció desde la perspectiva de la Iglesia, en una estructura que recogía las tendencias del momento: Ecclesia ad intra y Ecclesia ad extra. Estudios posteriores intentaron superar una visión tan dualista, pero en todo caso siguieron considerando el tema de la Iglesia como el tema transversal. Sin negar que el tema de la Iglesia sea el tema transversal del Concilio, conviene recuperar una perspectiva de lectura más profunda y más significativa. ¿Vale la pena que la Iglesia se ocupe de sí misma?, ¿en qué sentido hablar de la Iglesia puede ser de interés para el hombre actual? Gérard Philips, uno de los peritos que más trabajaron en la redacción de la LG, declaraba que el Papa Juan XXIII se proponía profundizar la fe; esto es, renovar la vida cristiana para que la Iglesia caminara al paso del mundo8. Si la Iglesia decide hablar de sí misma es para hablar de su origen y de su finalidad; su origen en el designio de salvación de la Trinidad y su finalidad de anunciar la salvación a todos los hombres: “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”. Y ¿cómo hablar al mismo tiempo de Dios y del mundo?, -hablando de Jesucristo. “Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley y para que recibiéramos la filiación adoptiva (Gal 4, 4-5). De esta manera, tiene sentido que la Iglesia hable de sí misma si habla de su origen en la Trinidad que quiere la salvación de todos los hombres, tiene sentido que la Iglesia reflexione sobre sí misma si lo hace desde Jesucristo y el Reino como absoluto, tiene sentido que la iglesia se ocupe de sí misma si esto le lleva a relanzar su misión de anunciar y hacer presente este Reino para todos los hombres. En esta línea Benedicto XVI, cuando 8
Cfr. Gérard Philips, La Iglesia y su misterio en el Concilio Vaticano II vol. I, Herder, Barcelona 1996, 14-15
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abría el año de la fe que estamos por concluir, señalaba que lo más importante es que se reavive en toda la Iglesia el anhelo de anunciar a Cristo al hombre contemporáneo 9; sólo en este horizonte el tema eclesiológico viene a ser un criterio clave para leer todos los documentos conciliares. 1.2 El concepto de Iglesia “ad portas” del Concilio Después de 50 años nos hemos acostumbrado a algunos conceptos eclesiológicos que se derivaron del Concilio. Para apreciar los logros del Vaticano II conviene recordar los conceptos más comunes que la Iglesia manejaba en la comprensión de sí misma antes del Concilio y reconocer los vacíos que en su momento pedían una respuesta. Con el riesgo de simplificar lo que era la eclesiología previa al Concilio, destaco tres grandes conceptos: La Iglesia como sociedad perfecta, la Iglesia como cuerpo de Cristo y la Iglesia con reservas ante el mundo. a. La Iglesia como sociedad perfecta En respuesta a las exigencias de su momento, el Concilio de Trento asumió la preocupación de defender la visibilidad de la Iglesia y su condición de sociedad orgánicamente estructurada con unos ministerios ordenados. De esta manera, la Iglesia se entendía como la comunidad de los hombres reunidos mediante la profesión de la fe verdadera, la participación en los mismos sacramentos y bajo el gobierno de los mismos pastores, principalmente del Romano Pontífice10. En la escolástica decadente la Iglesia se definía como sociedad perfecta y la eclesiología se centraba en el primado del Papa y en las funciones de la jerarquía eclesiástica. De esta manera se fomentó una imagen piramidal de la Iglesia donde, quienes han recibido ministerios ordenados mandan, enseñan y celebran; mientras los demás bautizados obedecen, escuchan y asisten11. b. La Iglesia como Cuerpo de Cristo En 1943, la encíclica Mystici Corporis aportó elementos para superar la visión juridicista y meramente institucional de la Iglesia al presentarla como Cuerpo espiritual de Jesucristo en la historia. 9
Cfr. Benedicto XVI, homilía del 11 de octubre de 2012. Roberto Belarmino (1542-1621) elaboró una eclesiología desarrollando estos aspectos y con ello, seguramente que sin proponérselo, descuidó la dimensión fundamental de la Iglesia: comunión de vida. 11 “La iglesia es una sociedad desigual, es decir, una sociedad compuesta de distintas categorías de personas, los pastores y el rebaño, los que tienen puestos en los diferentes grados de la Jerarquía y la muchedumbre de los fieles; y esas categorías son de tal modo distintas una de otra, que solo en la pastoral reside la autoridad y el derecho necesarios para mover y dirigir a los miembros hacia el fin de la sociedad, mientras la multitud no tiene otro deber sino dejarse conducir, y, como dócil rebaño, seguir a sus pastores” (Vehementer nos n.19). 10
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Sin dejar de reconocer el avance que aportó esta definición, esta propuesta presentaba una restricción y una ausencia: la restricción estaba en que el Cuerpo era identificado con la Iglesia Católica de Roma y la ausencia era que, aunque se destacaba la centralidad de Jesucristo, no se hacía un reconocimiento explícito a la acción del Espíritu Santo. c. La Iglesia con reservas ante el mundo La Iglesia y el concepto que de ella se tenía marcaban una gran distancia con relación al mundo moderno, reserva que se reflejaba en una actitud defensiva frente a sus propuestas y avances. A las puertas del Concilio, entre 1930 y 1950, los teólogos de la Nouvelle Théologie entre los cuales se encuentran Chenu, Congar, Danielou, De Lubac12, levantaban sus voces para afirmar la consistencia del mundo y de la historia, así como la necesidad de una reforma de la Iglesia que destacara al menos cinco puntos importantes: la necesidad de avivar la conciencia de misión, promover el diálogo ecuménico, autodefinirse como signo e instrumento de salvación, abrirse al Espíritu para discernir los signos de los tiempos y presentarse como Iglesia de todos, particularmente de los más pobres, aunque este último no fue un tema que haya alcanzado gran desarrollo en el Concilio. A manera de síntesis de la primera parte Considerando los aportes de los obispos que fueron consultados, las orientaciones de los Papas en sus discursos durante el Concilio y los estudios posconciliares, queda claro que el tema transversal del Concilio es la Iglesia. Ella, asumiendo a Cristo como principio, guía, camino y fin, se reconoce al servicio de la humanidad y abierta al mundo busca su renovación. Los cambios en la vida de la Iglesia y en la reflexión que ésta hace sobre sí misma no son rupturas, más bien son procesos que marcan continuidad y discontinuidad. Por lo tanto hay que decir que en los años previos al Concilio, aunque predominaba una eclesiología que enfatizaba las ideas de la Iglesia como sociedad perfecta, cuerpo de Cristo y con reservas ante el mundo, se empezaba a desarrollar una nueva eclesiología que recuperaba las dimensiones cristológicas y pneumatológicas, a la vez que crecía una gran sensibilidad e inquietud por procurar una renovación de la Iglesia y de la comprensión de sí misma, lo cual empezó a generar un cambio de actitud ante el mundo: “misericordia más que severidad”.
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CHENU, Marie-Dominique, O. P.; CONGAR, Yves, O.P.; DANIELOU, Jean S. J.; LUBAR, Henry de S. J. En 1953 Yves Congar, en su obra Verdaderas y falsas reformas de la Iglesia escribió: A medida que en mis estudios he ido avanzando el conocimiento de esta realidad que es la Iglesia, se hizo claro para mí que sólo se había estudiado en ella la estructura, no la vida”. Madrid 1953, 15.
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2. Los grandes énfasis eclesiológicos de la Lumen Gentium El texto de la Lumen Gentium, aprobado el 21 de noviembre de 1964, con solo 5 votos en contra de los 2156 votantes, es fruto de un largo y complejo proceso de elaboración. El documento consta de 69 numerales estructurados en ocho capítulos: 1° El Misterio de la Iglesia (Nos. 1-8); 2° El Pueblo de Dios (Nos. 9-17); 3° La constitución Jerárquica de la Iglesia, particularmente el episcopado (Nos. 18-29); 4° Los laicos (Nos. 30 – 38); 5° La vocación universal a la santidad en la Iglesia (Nos. 39-42); 6° Los religiosos (Nos. 43-47); 7° El carácter escatológico de la Iglesia peregrina (Nos. 48-51) y 8° La bienaventurada Virgen María, Madre de Dios, en el misterio de Cristo y de la Iglesia (Nos. 52-69). A la distancia de 50 años, un nuevo estudio de los ocho capítulos que conforman la LG sería una tarea ciertamente interesante, pero tal proyecto no tiene cabida en una ponencia como la que ahora nos ocupa. En esta segunda parte nos proponemos presentar los énfasis eclesiológicos más destacados de la LG y para ello optamos por tres aspectos fundamentales que distinguen a nuestra comunidad creyente: 1° El misterio de la Iglesia, 2° la condición espiritual e histórica de la Iglesia y 3° la Iglesia en función del Reino de Dios. Desde estos tres aspectos hacemos referencia a las más destacadas categorías eclesiológicas que se han derivado de las diversas metáforas e imágenes con las cuales el Vaticano II nos habla de la Iglesia13. Abordar el misterio de la Iglesia da lugar a distinguir algunos elementos de las categorías Iglesia-Misterio e Iglesia-Comunión; estudiar la condición espiritual e histórica de la Iglesia da oportunidad para destacar algunos elementos de las categorías de Iglesia-Cuerpo de Cristo, Iglesia-habitación de Dios en el Espíritu e Iglesia-Pueblo de Dios; finalmente, reflexionar sobre la Iglesia en función del Reino de Dios nos permite repasar, aunque sea brevemente, las categorías de Iglesia-Misión e Iglesia-Sacramento. 2.1 El misterio de la Iglesia: las categorías de Iglesia-Misterio e IglesiaComunión En continuidad con el Vaticano I, que declaró el primado de jurisdicción y la infalibilidad del Papa, la Curia Vaticana preparó el esquema sobre la Iglesia para debatir en el Vaticano II. Los padres conciliares rechazaron este esquema por que se daba prioridad a lo jurídico y estructural y se dejaba en la sombra la dimensión espiritual y evangélica de la Iglesia. Contrariamente a lo que contemplaban los esquemas de preparación, el nuevo enfoque de la eclesiología de la LG parte de reconocer a la Iglesia como Misterio. La palabra misterio hace referencia inmediata a lo inaccesible a nuestro conocimiento, pero no es este el sentido con el que aquí se emplea el término. La palabra Misterio se refiere a la presencia e intervención gratuita de Dios en el dinamismo de la historia: en la tradición eclesial a ese misterio se le llama economía de la encarnación, cuyo culmen es Jesucristo, 13
Ningún lenguaje agota la realidad trascendente, para hablar de la Iglesia el Vaticano II recurre al lenguaje simbólico, que si bien no agota la realidad del misterio, nos ayuda a lograr una mejor aproximación.
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Verbo encarnado. Encarnación significa la forma mediante la cual Dios acompaña y promueve a la familia humana y a la creación entera para que alcancen su plena realización. En la conducta de Jesucristo se revela la presencia y la acción del Padre y del Espíritu, y desde esta revelación la Iglesia se autodefine como misterio: ella es la comunidad reunida en virtud de la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (LG 2-4). Decía Congar que la Iglesia, como reflejo de la vida trinitaria revelada en Jesucristo, no es un cuadro, un montaje, una institución; es una comunión de vida, de caridad y de verdad. La Iglesia, como ícono de la trinidad, a la vez que reconoce su realidad mistérica desarrolla la categoría de Iglesia-comunión. Hay una comunión de todos los fieles que tienen la unción del Espíritu Santo, así se supera la visión de la Iglesia como sociedad desigual; hay una comunión entre todas las Iglesias locales, así se abre el camino para que las Iglesias locales recuperen su condición de verdadera Iglesia; hay una comunión entre todos los que por el bautismo han sido regenerados, así se ponen las bases para el diálogo ecuménico. A partir de esta eclesiología de comunión se derivan tareas que, si bien ya se han iniciado de diversas maneras, han de seguir impulsándose, siempre sobre la base del misterio trinitario: las personas divinas se constituyen no dominando sino relacionándose y afirmándose mutuamente distintas y en comunión, -esa pluralidad y esa unión en la diversidad deben tomar cuerpo en la edificación de la Iglesia; la condición trinitaria de Dios como amor, que continuamente se auto-comunica dando vida, se ha revelado en Jesucristo, -luego, la comunión en la Iglesia no es tanto para que se asegure a sí misma sino para evangelizar, esto es, seguir favoreciendo la comunicación del amor. 2.2 La condición espiritual e histórica de la Iglesia: las categorías de Iglesia Cuerpo de Cristo, Iglesia Habitación de Dios, Iglesia-Pueblo de Dios Entre las distintas imágenes que retoma la LG se destacan tres: Cuerpo de Cristo, Habitación de Dios en el Espíritu y, especialmente, Pueblo de Dios. La imagen de Iglesia-Cuerpo de Jesucristo que nace del bautismo y se desarrolla en la Eucaristía, imagen ya desarrollada por San Pablo, es enriquecida por las otras dos. La Iglesia como habitación de Dios en el Espíritu sugiere la vocación ecuménica universal hacia las otras confesiones cristianas, hacia las demás más religiones, hacia toda la humanidad y hacia toda la creación, ya que el Espíritu continuamente da vida y renueva todo. Finalmente, la imagen Pueblo de Dios permite situar a la Iglesia en la historia como parte de la humanidad que camina en el tiempo. A partir de estas tres imágenes podemos reconocer a la vez la dimensión espiritual y la dimensión histórica de la Iglesia; ella es comunión de vida y organización visible, cuerpo espiritual de Cristo y comunidad configurada con órganos de autoridad, divina y humana, presente en este mundo y peregrina. Ha de quedar establecido, sin embargo, que en la Iglesia toda la organización visible está ordenada a la comunión invisible, esto es, al encuentro de los seres humanos con Dios revelado plenamente en Jesucristo. 8
Después de presentar a la Iglesia como misterio, la LG dedica un capítulo entero a la imagen Pueblo de Dios, todo él animado por el Espíritu de Jesucristo. Esta es la categoría teológica que más se consideró en los primeros años del posconcilio. La aceptación de esta categoría teológica, Iglesia-Pueblo de Dios, nos ofrece elementos para superar una visión de sociedad desigual donde unos parecen tener más dignidad y gozar de mayor consideración que otros14. La categoría Iglesia-Pueblo de Dios, desarrollada antes de los capítulos dedicados a presentar el ministerio jerárquico y las vocaciones particulares, enfatiza que lo común es antes que lo particular; que las distintas vocaciones dentro del pueblo de Dios son distintas formas de ser cristiano; que para todos los bautizados no hay sino una sola espiritualidad, el seguimiento de Jesucristo; que el binomio clérigos-laicos queda superado por lo sustantivo en la Iglesia que es la comunidad, todos los ministerios tienen sentido solo como servicio a dicha comunidad. De las categorías eclesiológicas de Comunión y Pueblo de Dios se deriva para la Iglesia la exigencia de la colegialidad, entendida como la responsabilidad de todos en la gestión de asuntos que a todos afectan. El cardenal Suenens, apenas concluido el Concilio, destacaba que esta corresponsabilidad se tendría que desarrollar en distintos niveles15. 2.3 En función del Reino de Dios: las categorías de Iglesia-Sacramento e IglesiaMisión La Iglesia reconoce que tiene por misión anunciar el Reino y colaborar en su crecimiento, como germen y comienzo (LG 3, 5, 8): “La Iglesia es en Cristo como un sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano” (LG 1). Jesucristo deja bien claro que con su presencia y con sus intervenciones el Reino de Dios, o fraternidad universal, ya está llegando16. En cuanto sacramento, la Iglesia es signo que hace presente la realidad significada pero todavía de modo deficiente y obscuro. La Iglesia visible no es fin en sí misma, existe para evangelizar, para anunciar el Reino y apunta a ese Reino cuando ella misma camina en esa misma dirección, por ello no sólo 14
El Concilio lo deja muy claro “El Pueblo elegido de Dios, es, por tanto, uno: un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo (Ef 4, 5) los miembros tienen la misma dignidad por su nuevo nacimiento en Cristo, la misma gracia de hijos, la misma vocación a la perfección, una misma gracia, una misma fe, un amor sin divisiones. En la Iglesia y en Cristo, por tanto, no hay ninguna desigualdad por razones de raza o nacionalidad, de sexo o condición social, pues no hay judío ni griego; no hay siervo ni libre; no hay hombre ni mujer. En efecto, todos sois uno en Cristo Jesús (Gal 3,28; Cfr. Col 3,11)” LG 32 15 Corresponsabilidad a nivel de la Santa Sede: El colegio episcopal y el papado; el sínodo de los obispos, colegialidad episcopal y colegio cardenalicio, corresponsabilidad episcopal y curia romana; corresponsabilidad a nivel de los obispos: Iglesia universal e iglesias particulares, las Conferencias episcopales; corresponsabilidad a nivel de los sacerdotes: obispo y presbítero, los dos cleros, el consejo presbiteral, corresponsabilidad entre los presbíteros, sea por generaciones, por funciones; corresponsabilidad a nivel de los teólogos, etc., particular atención ha de merecer la corresponsabilidad de los laicos. Cfr. SUENENS, la corresponsabilidad en la Iglesia de hoy, DDB, Bilbao, 1968. 16 Según el Concilio, el Reino de Dios es la expresión de la humanidad como una familia unida en y por el amor de Dios que la origina y la sustenta.
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evangeliza sino que se evangeliza a sí misma, anhelando su identificación total con el Evangelio que anuncia17. La Iglesia católica confiesa que el Reino de Dios ha llegado en Jesucristo pero aún no ha llegado a todos los rincones del mundo, en cada momento y en cada cultura; el Reino de Dios es como la semilla que, todavía en las entrañas de la tierra, va creciendo poco a poco y en tensión hasta que brote la espiga. De ahí la pertinencia de la categoría teológica de la Iglesia-misión que destaca la evangelización, el anuncio de Jesucristo y la construcción del Reino como propios de su misma identidad. Si la Iglesia es sacramento –signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano- en su misma entraña lleva la marca de la catolicidad y su vocación es el ecumenismo humanitario y cósmico: El Dios revelado en Jesucristo, ¿no está ya presente y activo como amor en todos los seres humanos?; ¿no está la creación entera sostenida continuamente por su creador y en cierto modo asumida por Jesucristo cuyo sacramento es la Iglesia? A manera de síntesis de la se segunda parte Se puede decir que el Vaticano II planteó un nuevo modelo de Iglesia. Superando el modelo histórico de cristiandad se enfatizó un modelo de comunión en la perspectiva del misterio trinitario y, por consiguiente, un modelo de unidad en la pluralidad en medio de un mundo multicultural y religiosamente pluralista. De una Iglesia centrada en sí misma se pasó a una Iglesia orientada al Reino; de la concepción de la Iglesia como sociedad perfecta se pasó a la Iglesia misterio radicado en la Trinidad; de una Iglesia centralizada y centralizadora se pasó a una Iglesia sinodal que respeta a las Iglesias locales, las cuales hacen concreta la Iglesia en los diversos contextos históricos; de una Iglesia cristomonista a una Iglesia cristológica por obra del Espíritu Santo; de una Iglesia identificada con la jerarquía a una Iglesia Pueblo de Dios con diferentes carismas, en la que el ministerio ordenado está al servicio de la comunidad y no al contrario, donde la Koinonia (comunidad) antecede a la diakonia (ministerios); de una iglesia que dictaba anatemas, a una iglesia de diálogo; de una Iglesia de insistencia jurídica a una de perspectiva pastoral; de una Iglesia con reservas ante el mundo a una Iglesia en diálogo con el mundo; de una Iglesia única salvadora a una Iglesia sacramento de salvación en diálogo con otras Iglesias, con otras religiones y con toda la humanidad18.
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“La Iglesia está en función del Reino de Dios, que es la fraternidad o proceso en que todos nos vamos descubriendo y aceptando como hermanos. Este Reino ya está creciendo en la evolución del tiempo y en los caminos de la tierra, pero los fracasos y la muerte, que no acabamos de vencer, sugieren que su plenitud ha de tener lugar en un más allá que ansiosamente y en el fondo, todos anhelamos. Por eso la Iglesia, que proclama la presencia parcial de la realidad última en nuestro tiempo, necesariamente vive la tensión hacia un porvenir que continuamente la rejuvenece”. ESPEJA, Jesús, A los 50 años del Concilio, p. 71 18 Cfr. CODINA Victor, Eclesiologia de Aparecida, revista eletrônica Uníssimos
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3. Recepción de la eclesiología de la LG en América Latina: balance y prospectiva La recepción del Concilio en general y de la eclesiología del Concilio en particular, como toda recepción en la Iglesia, ha vivido diversos y lentos procesos; la conversión que vivieron los protagonistas del Concilio a lo largo de la realización de este evento debe darse en toda la comunidad cristiana y esto no se da de la noche a la mañana, ni por decreto. Este proceso exige diálogo y paciencia histórica19; al mismo tiempo no hay que perder de vista que este proceso va tomando formas peculiares en los diversos contextos continentales, nacionales y diocesanos20. En esta tercera parte damos una mirada particular a la recepción de la eclesiología de la LG en América Latina haciendo un balance desde dos de las categorías eclesiológicas consideradas en la segunda parte y adelantamos algunos elementos para una recepción futura desde los diversos carismas y ministerios que enriquecen nuestra comunidad eclesial. 3.1 Un balance desde dos categorías eclesiológicas Desde el contexto latinoamericano hacemos un balance considerando dos de las categorías eclesiológicas que desarrolló la LG: Iglesia comunión e Iglesia Pueblo de Dios. 19
Cfr ESPEJA, Jesús, A los 50 años del Concilio, San Pablo, Madrid, 2012 Para contextualizar el balance y ubicar la propuesta prospectiva que ahora adelantamos conviene tener presentes algunos elementos significativos de la Iglesia que peregrina en nuestro Continente durante los últimos años: a) Diez años antes de que el Concilio Vaticano II promulgase la doctrina de la colegialidad episcopal (LG 22), la Iglesia Latinoamericana la ponía en marcha, no con palabras sino con obras, al crear el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) como fruto de la I Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (Río de Janeiro, 1955), Consejo que mucho ha favorecido la comunión entre las iglesias y la colegialidad entre los obispos. b) Para el momento del Concilio, 1962-1965, el CELAM ya había desarrollado un camino que favoreció, no tanto el influjo de nuestras Iglesias en el Concilio mismo 20, cuanto en las decisiones que se tomaron para que cuanto antes el Concilio se reflexionara desde nuestra realidad latinoamericana. Se quería que el Concilio se hiciera vida en América Latina, no repitiendo sino recreando; fue lo que impulsó la realización de la II Conferencia General realizada en Medellín, en 1968: “La Iglesia en la actual transformación de América Latina a la luz del Concilio”. Uno de los temas que marcan el desarrollo de Medellín y su posterior influencia en el Continente fue el tema de la opción por los pobres (Documento 14), tema que marcará un sinnúmero de experiencias pastorales y una abundante reflexión teológica y que hoy el papa Francisco retoma y plantea para la Iglesia Universal. c) En medio de no pocas tensiones, la III Conferencia General realizada en 1979, en Puebla, confirmó la opción por los pobres y destacó las notas eclesiológicas distintivas de la comunión y la participación, adelantando así, aunque sin profundizar, la opción que haría el sínodo de 1985 que privilegió la categoría teológica de comunión como clave eclesiológica que reorientará la recepción de la eclesiología del Concilio hasta nuestros días 20. d) Aun desde lo que algunos califican como poco significativa, la IV Conferencia (Santo Domingo 1992) abordó temas de gran importancia: Nueva Evangelización, Promoción humana y Cultura cristiana. El tema del último sínodo de la Iglesia universal se ha dedicado a la Nueva Evangelización y la participación de los obispos latinoamericanos ha permitido reorientar y ampliar el alcance de este tema. e) Finalmente, después de 6 años de la V Conferencia General del Episcopado latinoamericano, dentro del contexto universal de la Iglesia que ha proclamado el año de la fe, el cincuentenario del concilio y los 20 años del Catecismo de la Iglesia Católica, estamos comprometidos en la Misión Continental para recuperar la misión permanente de la Iglesia, como la forma concreta de relanzar la Nueva Evangelización en nuestras iglesias particulares del Continente. 20
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a. Desde la categoría teológica de la Iglesia comunión Hay que reconocer que la pastoral eclesial postconciliar se ha desarrollado bajo la óptica de la Iglesia comunión y que ha habido un crecimiento notable en muchas comunidades. La visión de Iglesia-comunión ha alimentado múltiples iniciativas de organización parroquial y prácticas eclesiales diocesanas. Cabe destacar, sin embargo, que la comunión eclesial, en la toma de decisiones, sigue siendo más moral y afectiva que efectiva. No es extraño constatar que las decisiones, sean parroquiales o diocesanas, se restrinjan, a las personas de los párrocos, de los obispos o de la curia vaticana. Falta aún una verdadera comunión y participación de todos en la Iglesia. La eclesiología de comunión ha favorecido la superación del individualismo, a la vez que ha impulsado la corresponsabilidad y la pastoral de conjunto. Sin embargo, es aún muy fuerte la inercia de vivir la fe y la experiencia eclesial como algo privado, y la Pastoral orgánica o de conjunto no acaba de consolidarse en la práctica eclesial. Se debe asumir el reto de una mayor profundización de la comunión y la manera de que todos los cristianos se ubiquen en ella. Por otro lado, el Concilio ofreció elementos teológicos sólidos para impulsar el desarrollo de las Iglesia particulares; sin embargo, los avances realizados parecen todavía muy pocos, a causa de la legislación vigente que restringe las atribuciones propias de los obispos en diversos campos: litúrgico, jurídico, de formación, de procesos de inculturación, etc. Las formas de ejercicio de colegialidad episcopal se han plasmado sobre todo en las Conferencias Episcopales Nacionales, en las Conferencias Generales Continentales y en los Sínodos Universales. Todos estos organismos han tenido intervenciones bastante significativas en el camino de las Iglesias, aunque no en todas partes por igual. Las posibilidades jurídicas de las Conferencias Episcopales son muy limitadas y aunque en América Latina han sido muy decisivas algunas de las Conferencias Episcopales (Medellín – Puebla – Aparecida), no cuentan, en ninguno de los casos, de valor jurídico en sí mismas. Desde esta misma categoría teológica, el Vaticano II aclaró la pertenencia a este nuevo pueblo de Dios (LG 14) y describió las relaciones de la Iglesia Católica con las otras comunidades cristianas, con las comunidades no cristianas y con personas no creyentes (LG 15-17). Hemos de reconocer que se ha avanzado relativamente poco en cuanto a pasos ecuménicos y que el diálogo con las Iglesias evangélicas de América Latina, generalmente de origen pentecostal, es sumamente difícil. b. Desde la categoría teológica de la Iglesia Pueblo de Dios El Vaticano II optó por la categoría de Pueblo de Dios para superar el individualismo religioso e incorporar la dimensión comunitaria de la vida cristiana, para enfatizar la común dignidad de todos los que la conforman y para describir la condición histórica de la Iglesia. Sin duda que mucho hemos avanzado; sin embargo, no podemos afirmar que hayamos 12
logrado hacer prevalecer la dimensión comunitaria de la fe, es aún mucho lo que tenemos que hacer para seguir impulsando el reconocimiento de la igualdad fundamental de todos los miembros de la Iglesia y no siempre se han asumido las consecuencias de la condición histórica de la Iglesia. La presencia y la actuación de los laicos en la pastoral postconciliar son notables. La Iglesia está adquiriendo un nuevo rostro, precisamente por la mayor corresponsabilidad de los laicos en varios sectores de la acción eclesial. Sin embargo, hay aún muchas tensiones por resolver. Una de las tensiones por resolver con relación a la participación de los laicos tiene que ver con la ministerialidad laical. En América Latina se ha desarrollado una rica y variada ministerialidad laical que sin mucha institucionalidad se hace presente en múltiples servicios eclesiales en el orden de la palabra, de la liturgia y del servicio de la caridad; sin embargo, los documentos eclesiales sobre la ministerialidad (Ministeria quaedam; Inmensae charitatis), apenas hacen retoques a la ministerialidad preconciliar, quizá por el temor de que se mezclara con el tema del ministerio ordenado de las mujeres. Por otro lado, no es extraño constatar que el crecimiento de la participación de los laicos se hace notar en ámbitos intra-eclesiales, mientras que la participación en el mundo como fermento, como testimonio, ha sido menos patente. El peligro de semejante tipo de actuación es notorio en la forma en que se está conformando la organización civil, económica y política, donde no se perciben reflejados los valores profesados por los cristianos: la familia tradicional cristiana y sus valores quedan cada vez más como mero recuerdo de una sociedad que ya pasó; en muchas sociedades la legislación civil refleja un distanciamiento notable respecto a los valores cristianos sobre el matrimonio, el divorcio, aborto, etc. Finalmente, en el postconcilio se han multiplicado los movimientos laicales y las asociaciones de laicos, sobre todo donde no existe una pastoral orgánica y de conjunto. Estos movimientos han sido y siguen siendo espacios en los que muchas personas han encontrado una nueva vitalidad; ellos otorgan formas de participación en la vida pastoral y brindan procesos de crecimiento que posibilitan una vida cristiana motivante; sin embargo, la relación de los movimientos con las parroquias y las diócesis no siempre ha sido serena ni armoniosa y no se ha logrado una integración en un proyecto unitario de pastoral21. 3.2 Una mirada prospectiva desde los carismas y ministerios que conforman la Iglesia Para este apartado presento algunos aportes de Dom Helder Câmara22, tomados de una entrevista que le hicieran en noviembre de 1965, apenas retornando del Concilio. Podemos constatar que estas orientaciones siguen siendo válidas para la renovación de la Iglesia. 21
Cfr. SERRANO Félix, Vaticano II. Herencia y Desafíos, En Vaticano II – 50 años, ITEPAL-CELAM, Medellín 152 (2012), pp. 472 -477 22 Obispo brasileño, uno de los protagonistas de la creación de la Conferencia Nacional de los Obispos del Brasil (CNBB, 1952) y del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM, 1955).
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a. Nosotros, los Excelentísimos señores, necesitamos una excelentísima reforma Dom Helder destaca cinco aspectos de la reforma que han de vivir los señores obispos: la simplificación del traje y del estilo de vida; dar ejemplo de vivir en un ambiente de pobreza y de servicio; dar a los presbíteros el buen ejemplo de la encarnación; procurar la reforma de la Curia diocesana e impulsar un auténtico presbiterio. En cuanto a la simplificación del traje y del estilo de vida, Dom Helder señalaba que se podría decir que estos son meros signos, pero [decía] “nosotros pertenecemos a una Iglesia en la que los signos son de gran importancia. Basta ya de obispos príncipes que permanecen alejados de las personas, incluso de su clero”(hoy Francisco hace un llamado similar). Con relación al ejemplo de vivir en un ambiente de pobreza y de servicio, Dom Helder agregaba: “basta de una Iglesia que pretenda ser servida, que exija siempre ser la primera, que no tenga humildad y realismo para aceptar la condición del pluralismo religioso”. Sobre el buen ejemplo de la encarnación, Dom Helder se preguntaba: ¿cuándo será que nuestras cartas pastorales tengan el coraje de ser simples y comprensibles para nuestros pueblos?, ¿cuándo será que tengamos la humildad y la inteligencia para aprender de los laicos y especialmente de los periodistas, su forma de hablar, de interesar y de hacerse entender? (Hoy Francisco llama a la sencillez y es reconocido por la misma sencillez y claridad en sus homilías). Sobre la reforma de la Curia, Dom Helder señalaba: “es muy fácil querer la reforma de la Curia Romana, pero es necesario que demos el ejemplo de hacer a nivel diocesano el cambio que desearíamos para la Curia Vaticana”. (Hoy Francisco ha iniciado un proceso de renovación de la Curia vaticana). Con relación a favorecer un presbiterio auténtico, Dom Helder agregaba: “los obispos estamos muy satisfechos con la promulgación de la colegialidad episcopal, tengamos el valor para crear, no solo en teoría sino en la vida real, a nuestro presbiterio en este espíritu”. b. Nosotros, los reverendísimos señores, necesitamos una reverendísima reforma Al abordar el perfil del sacerdote, Dom Helder señala que el mundo, sea creyente o no, gustaría de un sacerdote que sea auténtico, nada de virtudes sobrenaturales que no se basen en virtudes naturales; que sea veraz, leal y recto; que aprecie y valore a la mujer; que para amar el cielo no se sienta obligado a odiar la tierra; que en el amor a los hombres descubra la manera más válida de amar a Dios. El mundo no escucha a sacerdotes moralizantes, él gusta de aprender del ejemplo, se deja prender por el amor; el mundo no desea sacerdotes que preocupados por ser modernos sean aparentes, frívolos y equívocos. El mundo tiene necesidad de sacerdotes que lleguen a ser santos, pero de una santidad tanto más verdadera cuanto más amables, más abiertos, más sencillos. El mundo desea sacerdotes que nos presenten a Dios como Él es, generoso, grande y bueno. c. Los religiosos y las religiosas tienen necesidad de una religiosísima reforma Dom Helder destaca tres aspectos de la reforma que han de vivir los religiosos y las religiosas: ayudar a las religiosas a ser adultas como mujeres y como cristianas (recientemente Francisco ha llamado a las religiosas a no ser solteronas); ayudar a las 14
religiosas y a los religiosos a reexaminar y a profundizar sus votos; ayudarlos a seguir la vida de la Iglesia y de la sociedad para que la vida contemplativa rece mejor por los hombres y la vida activa se integre mejor a los planes de la diócesis. En cuanto a ayudar a las religiosas y a los religiosos a reexaminar y profundizar sus votos, Don Helder subraya: “tengamos el coraje de reconocer que nosotros hacemos el voto de pobreza, pero que la verdadera pobreza se vive en muchos lugares y que son muchos los que conocen el problema de falta de alojamiento, de transporte, de comida, de reposo y de diversión. Evidentemente, las inmensas casas, las capillas riquísimas, los terrenos enormes son muy escandalosos. En cuanto a la castidad, amémosla, pero de ningún modo por encima de la caridad, sin obsesiones y sin llevarnos a descubrir malicia o pecado donde no existe, sin deformaciones, teniendo presente que no solo el alma, sino también el cuerpo son creación de Dios. En cuanto a la obediencia no olvidar que nuestro Dios vivo quiere vivos y prefiere hijos que esclavos”. d. Los fieles laicos necesitan de una muy fiel reforma Dom Helder destaca tres aspectos de la reforma que han de vivir los laicos: vencer la división y competencia con los clérigos; superar las grotescas rivalidades entre los grupos de apostolado y favorecer su formación teológica. Sobre el primer aspecto, Dom Helder deja claro que los obispos y los presbíteros tenemos que superar la dicotomía entre una buena teoría sobre los laicos y en la práctica mantenerlos como cristianos menores; por otra parte, los laicos han de superar la tentación de querer los derechos de adultos sin aceptar los deberes correspondientes. Algunas veces los laicos se tornan demasiado clericales y no tienen el coraje de hablar franca y lealmente, o presentan críticas demasiado ásperas y negativas, lo cual se complementa con la falta de serenidad que tenemos los presbíteros y los obispos para escuchar las críticas. “Tratemos [decía Dom Helder] de llegar a un cristianismo en el que el único Señor sea Cristo y en el que el mayor sea de verdad el más pequeño”. A manera de síntesis de la tercera parte Los grandes lineamientos eclesiológicos del Concilio Vaticano II están en proceso de recepción y en este proceso se sigue manifestando la tensión entre las diversas posiciones que ya estaban presentes en el Concilio mismo23. El sínodo de 1985, al realizar un balance de la recepción del Concilio después de 20 años estableció la categoría de Iglesia-comunión como la más adecuada para seguir favoreciendo la recepción; sin embargo, los diversos 23
Hermann Pottmeyer, en un estudio en el que confronta la carta apostólica Tertio Millennio adveniente y el documento conclusivo del Sínodo de los obispos de 1985, hace ver que treinta años después de la conclusión del Concilio, hablar del mismo implica moverse “sobre un campo de interpretaciones y de intereses contrastantes”, pues si bien es cierto que el Concilio marca una nueva época en la Iglesia, también es cierto que el Concilio ha retomado la heredad del pensamiento antecedente; lo nuevo crece de lo antiguo y lo antiguo encuentra en lo nuevo una expresión más completa.
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contextos culturales siguen dando matices propios, lo cual es también signo de la unidad en la diversidad de nuestra comunidad creyente. Juan Pablo II insistía en que las directrices del Vaticano II son portadoras de una gran riqueza y por ello, en la preparación del Gran Jubileo por el año 2000 nos propuso interrogarnos si la recepción del Concilio había sucedido. A medida que pasan los años aquellos textos no pierden su valor ni su belleza, pero es necesario que sean leídos adecuadamente, que puedan ser conocidos y asimilados como textos cualificados y normativos del magisterio de la Iglesia, pero sobre todo que sean llevados a la práctica para lograr la verdadera reforma a la que nos quiso introducir Juan XXIII y Paulo VI, junto con todos los padres conciliares hace 50 años. Conclusión Se puede decir que la generación de los padres conciliares ya se ha ido. Ahora somos nosotros los herederos del Concilio y nos corresponde a nosotros sustentar el impulso renovador de este evento y sus documentos conclusivos. Según Martín Maier24 “el Concilio Vaticano II fue un Concilio de cuño europeo que introdujo el fin del cuño europeo en la Iglesia”. Karl Rahner comparó esta transición -de la Iglesia occidental europea a una Iglesia universal y policéntrica- con el corte que tuvo lugar al comienzo de la historia de la Iglesia cuando el judeocristianismo se abrió al cristianismo de los gentiles; sin embargo, es necesario tener en cuenta que el mismo Ranher señaló que se trataba solo del “comienzo de un comienzo”25. La recepción del Concilio está vigente, el cambio de época que vivimos nos exige un atento discernimiento para ir más allá de la letra y recuperar el espíritu del Concilio; nuestro contexto latinoamericano ha sido testigo de serios empeños de recepción en diferentes niveles y aún no se ha dicho la última palabra. Desde una consideración realista del tiempo que vivimos, en la que podemos reconocer las luces y las sombras de la Iglesia, el jubileo por la primera cincuentena del Concilio nos ha de fortalecer para superar la tentación del atrincheramiento y nos ha de impulsar a la apertura crítica y creativa para re-significar nuestro ser y nuestro quehacer, especialmente en este tiempo en el que estamos llamados a vivificar nuestra fe y a relanzar una nueva Evangelización, que en nuestro Continente no puede desconocer la clave de la Misión Permanente.
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Sacerdote Jesuita alemán que además de ser profesor en Munich también dicta clases en París y en El Salvador. Seguimos aquí el artículo que escribió en la revista Concilium número 346 titulado “Impulsos del Concilio Vaticano II para la Iglesia en Europa, pp. 455-462. 25 El número de cardenales en la Iglesia es uno de los muchos signos de este comienzo que aún no da los pasos suficientes.
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