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IRAIA ITURREGI
Realmente no recuerdo en qué momento exacto me enganché al fútbol, solo puedo decir que una vez lo hice, fue imposible abandonarlo. Recuerdo acoplarme al partidillo que echaba mi primo (6 años mayor que yo) con sus amigos en la campa de casa donde teníamos una portería, para acabar llorando porque me ponían de portera y me llevaba tremendos balonazos. No contenta con ello, al día siguiente volvía a hacerlo, para acabar de la misma manera. Para volver a hacerlo al día siguiente. Algo había en aquel juego que me fascinaba. Recuerdo también estar toda la semana esperando a que llegara el sábado noche, ya que se convirtió en tradición reunir a toda la familia en el salón de casa para compartir la tortilla de patatas de mi tía mientras veíamos el único partido de la liga que se televisaba. Fútbol en familia. Era el mejor momento de la semana. En el patio de la ikastola, mi amiga Nekane y yo éramos las únicas chicas que jugaban a fútbol. Más adelante se nos unieron algunas más. Cuando llegaba a casa seguía dándole patadas al balón, perfeccionando mi técnica. Hasta entrené al pastor alemán que teníamos para que aprendiera a ponerse a la distancia de 9,15 y pudiera simular una barrera, de manera que yo chutaba a la portería y el perro intentaba interceptar el balón. No hace falta ni que diga la de balones que pinchaba. Puestas en contexto mis primeras experiencias con el balón, que no diferirán mucho de la de otros niños y niñas que aman este deporte, me cuesta meterme en la cabeza que haya personas (muchas todavía) que crean que el fútbol es un mundo hecho para hombres. Que según algunos, a las chicas, desde que nacen les gustan exclusivamente la ropa, el maquillaje o los cochecitos de bebé. Los más jóvenes juegan a lo que les gusta, dentro de lo que les hemos dejado que les guste.
NO SOLO EN EL FÚTBOL, TAMBIÉN EN OTROS ÁMBITOS NOS HA TOCADO DEMOSTRAR LA CAPACIDAD SIN BAJAR LA GUARDIA
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Yo tuve la suerte de tener balones en casa (probablemente gracias a mi primo), de tener experiencias agradables relacionadas con el fútbol, y de que tanto en casa como en la ikastola, me dieran la OPORTUNIDAD de practicar el deporte que más me gustaba. No creo que al nacer ya me gustara el fútbol, creo que más bien me enganché a ello por el entorno en el que crecí. No nos imaginamos la influencia que tiene en nuestro futuro, el simple hecho de que estimulemos a los más jóvenes (independientemente de su género) con diferentes actividades, físicas e intelectuales. Y a partir de ahí, que elijan lo que quieran. Durante mi etapa como jugadora de fútbol, también tuve que oír los típicos comentarios desde la grada: “marimacho”, “que vergüenza que una chica te meta gol” (al portero del equipo rival), “vete a fregar a casa”, y cosas peores que prefiero no transcribir. Sinceramente, no me afectaban mucho, aunque siendo muy joven no llegaba a entender bien el por qué de esos comentarios. De hecho, soñaba con ser profesional del fútbol algún día (aunque a efectos prácticos en esa época fuera imposible), y me lo tomaba como un entrenamiento mental para cuando tuviera que jugar delante de miles de personas y me soltaran improperios. Sí, es triste, pero en el fútbol recibir insultos desde la grada es cultura nacional. Ahora también lo es desde las redes sociales. Qué le vamos a hacer. La pandemia nos ha hecho mejores personas. Nótese la ironía. Me viene a la mente cuando, en un partido de benjamines (7-8 años), nos enfrentamos las dos ikastolas que íbamos en primer y segundo lugar en la clasificación. Llegó el entrenador del equipo rival, se acercó a nuestro banquillo donde estábamos recibiendo la charla de nuestro míster y dijo: “Tenemos una chica en nuestro equipo, pero la vamos a dejar en la grada. Si juega la vuestra y empatáis o ganáis, vamos a impugnar el partido”. En aquel entonces no estaba estipulado en las normas que las chicas pudieran jugar con chicos, así que si reclamaban, cabía la posibilidad de que pudieran darnos el partido por perdido. La respuesta de mis compañeros de clase, de los padres y de nuestro entrenador fue tajante: “si ella no juega, nosotros tampoco”. Yo creo que hasta a ellos les
costó entender la situación. Cuando eres niño/a, cuesta tanto entender la estupidez de los adultos… A raíz de aquel partido, el padre de la jugadora del equipo rival (del cual su entrenador dejó en la grada sin jugar por ser chica y sacar ventaja legal de ello), era abogado y promovió que la Diputación permitiera de manera legítima que chicos y chicas pudieran jugar juntos en deporte escolar. Por cierto, lo que cambian las cosas, aquel entrenador (que no educador), entrena hoy en día a un equipo de fútbol femenino de categoría territorial. Entonces pensaba que todos los obstáculos que iba superando en el camino siempre servían para algo. Hace poco leí un artículo escrito por Toni Nadal, titulado “La imprescindible escuela de la dificultad”. No comparto algunos aspectos de la metodología que ha usado con su sobrino, pero siempre me han parecido interesantes sus mensajes sobre la formación del carácter. “Cuando luchamos en una situación adversa, muchas veces acabaremos perdiendo, pero habrá un día que conseguiremos darle la vuelta a la situación, y ese día justificará todos los anteriores.” En todas las etapas de mi vida y en los diferentes lugares por donde he pasado, siempre me he encontrado barreras que derribar, pero también compañeras y compañeros con los que hacerlo. A veces hemos tenido que pegar un puñetazo sobre la mesa y dar pasos que no nos han salido gratis, mientras otros/as han elegido mirar hacia otro lado por miedo a represalias. También hay días de estar a punto de arrojar la toalla, pero entonces siempre aparece algún motivo o algún ejemplo de mujer empoderada que te da esa energía para seguir
IRAIA ITURREGI
ENTRENADORA DEL ATHLETIC CLUB PRIMERA DIVISIÓN FEMENINA
peleando por tus sueños, y por ayudar a crear un mundo mejor para las siguientes generaciones. En la facultad de Ciencias de la Actividad Física y el Deporte, las mujeres también éramos minoría. Recuerdo el consejo que nos dio una profesora en medio de una clase: “Ya sé que a muchos os gusta el alto rendimiento, pero os aconsejo que vayáis por la rama de salud, educación o gestión, porque tenéis muy pocas opciones de vivir del deporte profesional, y siendo mujeres ni os cuento”. Agradecí las palabras sinceras de aquella profesora, pero mi sueño de vivir de lo que más me apasionaba seguía intacto. Elegí las asignaturas especializadas en alto rendimiento. Nunca te arrepientas por no haberlo intentado. Y mientras seguía recorriendo España y media Europa dando patadas a un balón, ganando títulos, peleando porque poco a poco se valorara y dignificara nuestro trabajo, entre viajes en avión, horas de autobús e infinitas concentraciones en hotel, iba sacando los títulos para ser entrenadora, el Máster de Alto Rendimiento… y por si acaso, y siguiendo el consejo de aquella profesora, también el Máster en Formación de Profesorado, por si después de dejar el fútbol, lo de seguir viviendo del fútbol no funcionaba. Y nada de Superwoman, porque en ese mismo autobús, tenía a dos compañeras preparando el MIR (ahora Doctoras), a otra Teleco pegada todo el día al ordenador arreglando redes para IBM, y años atrás a compañeras que llegando de viaje un domingo a medianoche, tenían que despertarse a las 5 de la mañana para ir a trabajar 8 horas, y acto seguido a entrenar a Lezama. No solo en el fútbol, también en otros ámbitos, nos ha tocado luchar y tener que demostrar la capacidad que tenemos, día a día, sin poder bajar la guardia. Teníamos un entrenador que siempre decía: “Chicas, tenemos que rozar la excelencia para que se valore nuestro trabajo, así que vamos a por ello”. Y esa es una frase que siempre la tengo presente. Sea justo o injusto, buscaremos siempre la excelencia en todo aquello que hagamos, por una misma, y para que las mujeres tengamos en el futuro, las mismas oportunidades que los hombres. Ni más ni menos. Las mismas. Que la capacidad de cada individuo ponga a cada uno/a en su sitio, sin importar el género. Soñé con ser jugadora profesional de fútbol cuando era imposible, al final lo conseguí(mos). Soñé con ser entrenadora profesional de fútbol cuando todo el mundo decía que era imposible, también lo conseguí(mos). No me creo todo lo que pone en las tazas de Mr Wondefull, porque no todo esfuerzo (ni trabajo bien hecho) obtiene siempre recompensa, pero yo siempre pienso, que hoy, estamos un poquito más cerca de lo que estábamos ayer, y más lejos de lo que lo estaremos mañana. “Ekina ezinez egina”