El Tesoro Escondido Cuenta una antigua leyenda paraguaya, que si en tu casa escuchás ruidos extraños, oís ruidos de cadenas o ves un espectro deambulando es porque cerca, muy cerca, hay un tesoro escondido. Esto le ocurrió a Dionisio. El y su familia se establecieron en una localidad llamada Campo Nuevo. Comenzaron a construir su casa y pronto empezaron a escuchar ruidos extraños, aullidos y voces misteriosas. En una ocasión una sombra empujó a Dionisio de su bicicleta unos metros, y en otra, un espectro, sacudió fuertemente un naranjo hasta hacer caer casi todos los frutos. Una noche escucharon un fuerte golpe en la puerta de entrada, Dionisio se levantó de la cama para ver que ocurría. Una sombra envuelta en niebla se paseaba por el frente de la casa. El miedo se apoderó de la familia y pensaron seriamente en abandonar la finca ya que no podían pegar un ojo en toda la noche. Se encerraban cuando llegaba la noche y no se animaban a salir hasta que saliera el sol. The Ghost of Japanese Girl O Sumi Accidentally Drowned in Idamachi Pond Haunts the Place , R. Gordon Smith buy this poster at Allposters.com, click here Dionisio, que había escuchado la leyenda pero nunca había creído en ella, comenzó a pensar que seguramente había un tesoro escondido en su propiedad. Ellos eran humildes y un hallazgo de esa naturaleza podría dar lugar a una oportunidad de progreso para toda la familia. La casa había quedado sin terminar por falta de recursos La cosecha de algodón no había sido buena y apenas les alcanzaba el dinero para pagar la comida. Su mujer, Azucena lloraba y sus hijos querían mudarse. No soportaban la idea de convivir con esas presencias misteriosas. Azucena, tenía un gallinero con varias gallinas, tres perros y dos gatos. Una noche en que los aullidos envolvieron la casa, escucharon cacarear a las gallinas, ladrar a los perros y maullar a los gatos con un vigor fuera de lo común. Azucena, que estaba sola con sus hijos temiendo que algún espectro pudiera entrar a la casa, amontonó varios muebles contra la puerta. Al día siguiente tres gallinas, uno de los perros y los dos gatos habían desaparecido. Los animales que se esfumaron eran todos blancos. Al fantasma por lo visto, no le gustaban los animales de color blanco. Dionisio que era muy valiente, al día siguiente compró una pala y comenzó a cavar. La finca era grande y avanzaba lentamente. Entonces pidió ayuda a dos de sus primos y entre todos dieron vuelta el terreno con picos y palas. Los aullidos y las voces se agudizaban por las noches, su mujer quería marcharse con sus hijos, pero el entusiasmo y la valentía de Dionisio por descubrir las riquezas los calmaba por lo menos durante el día. Dionisio sabía también, por las historias que había escuchado hasta entonces que solo una persona debería encontrar el tesoro. La leyenda decía que si más de una persona veía el tesoro, este desaparecería ante sus ojos. Cansados de cavar estaban a punto de abandonar la búsqueda, cuando se les ocurrió mirar hacia unos arbustos. Una luz resplandeciente, mezcla de bruma y sol los envolvía. Los arrancaron rapidamente. Aunque estaban cansados continuaron paleando con entusiasmo. Allí encontraron un envoltorio hecho con sábanas de hilo ajadas y sucias. En su interior había una antigua ollita de hierro con tapa. Y dentro de la ollita un puñado de relucientes monedas españolas de oro.
Dionisio y sus dos primos contemplaron embelezados el hallazgo. No podían creer lo que estaban viendo. Al instante, la ollita y todo su contenido se transformó en carbón esfumándose de su vista. Dionisio haciendo caso a la antigua leyenda, les dijo a sus primos que se marcharan para continuar cavando solo. Esa noche no pudieron dormir. Los fantasmas golpearon las puertas y ventanas, sacudiéndolas con una potencia increíble. Era una fuerza sobrenatural que hacía temblar toda la casa. Al día siguiente, Dionisio tomó la pala y cavó más profundamente en el mismo lugar con la esperanza de encontrar algo más. En el mismo lugar apareció otro envoltorio. Era un baúl de madera envuelto con varias capas de tela. Seguramente sábanas, pero estaban deterioradas por la humedad y el paso del tiempo. El baúl estaba cerrado con un candado de hierro muy oxidado. Dionisio no tardó en quebrarlo con una tenaza. Al abrirlo se desplegó el fruto de tanto esfuerzo. El baúl contenía muchas alhajas. Había collares, diademas, aros y pulseras. Todos de oro antiguo. Muchos engarzados con piedras preciosas de maravillosos colores. Un tesoro de valor incalculable. En esta oportunidad estaba solo. Espero un tiempo para asegurarse que no desaparecería. El tesoro continuó ante su vista sin desaparecer tal cual narra la leyenda. Comunicó la noticia a su familia y a sus primos que alborozados festejaron el hallazgo. Las sombras y los aullidos se retiraron de la casa. Volvieron a aparecer las gallinas, el perro y los dos gatos. Los fantasmas ya no tenían que custodiar su tesoro. No sabemos adonde fueron a parar, seguramente se retiraron a descansar, después de tantos años de vagar en las sombras custodiando su fortuna. Hay infinidad de leyendas cuyo origen está centrado en la guerra del Paraguay. En ese entonces, ante el avance del ejército enemigo, familias enteras debían desplazarse dejando atrás sus propiedades y sus pertenencias. Como no podían llevar todo a cuestas, muchas familias optaban por enterrar sus tesoros en el campo para volver a recuperarlos cuando la guerra hubiera terminado. Estos consistían mayormente en monedas de oro y alhajas con piedras preciosas de altísimo valor. Llevarlos consigo también era un gran riesgo ya que estaban a la merced de rateros y ladrones. Muchos volvieron y desenterraron sus pertenencias, pero muchos otros murieron en la guerra y sus tesoros quedaron ocultos en el campo. Nuevas familias se establecieron y nadie sabía donde estaban ocultos esos tesoros. Pero dicen, que si por la noche se escuchan alaridos, ruidos de cadenas o ves sombras escondidas, es que el alma de los antiguos moradores están custodiando sus tesoros y si buscas bien seguramente encontrarás un tesoro escondido.
fin
El Interno 66 Como todos los días, por la mañana me encuentro con varios compañeros de quinto grado para ir caminando hasta la escuela. Carlos, mi compañero de banco, el más alto y corpulento del curso. Tavo, flaquito y pálido, siempre con miedo a todo. Andrés, el carilindo, le decimos el Facha, por el que todas las chicas suspiran, y yo, Martín. Siempre salimos temprano, para ir charlando tranquilos y siempre pasamos por un lugar maravilloso. En realidad, nunca entramos y desde la calle apenas podemos ver algo. El predio debe ocupar unas dos manzanas.Está rodeado de un paredón altísimo, pero una reja flanquea la entrada. A través de la reja podemos ver estacionados, decenas de colectivos destartalados. London Bus , buy this poster at Allposters.com, click hereDice mi papá que cuando los colectivos tienen un accidente o el choque es muy grande, muchas veces no conviene arreglarlos porque es muy caro , e n t o n c e s l o s r e m o l c a n h a sta ese depósito y los usan como r ep uestos par a o t ro s v e hí c u l o s . La verdad es que solo vimos entrar o salir a un señor que llega por las mañanas que parece ser el cuidador. Para nosotros es como un parque de diversiones inaccesible al que miramos con la pretensión de poder ingresar sin pagar entrada. Muchas veces es nuestro tema de conversación. Que por donde se podrá entrar, que qué pasaría si saltáramos la reja, que si el señor lo cuidará día y noche, y así continuamos divagando sobre la posibilidad de introducirnos en el preciado depósito vehicular. Por la tarde, al volver de la clase de gimnasia, vimos que el cuidador estaba cerrando la deja y luego se iba caminando despacito hacia la parada de colectivos. Carlos, vio al instante una oportunidad.- ¿Y si entramos? Nos preguntó entusiasmado. -No, mejor nos vamos, dijo Tavo con esos ojos de cordero miedoso. -¡Si! ¡Dale, entremos! Se entusiasmó el Facha. Yo miré el reloj y vi que todavía era temprano. ¡Total! ¿Cuanto tiempo tardaríamos en dar una vuelta?, con una hora alcanza y sobra, pensé. Carlos ya estaba montado en lo alto de la reja y nos daba una mano para ayudarnos a treparla. Tavo, como siempre, fue el último. Enganchó la pierna en el travesaño y mientras trepaba repetía: -Nos van a agarrar, va a venir la policía, nos van a dar una flor de paliza. Carlos enojado le gritó-¡O te callas o te vas! Ya estábamos todos adentro. Era un paraíso. Colectivos de todos los colores y de todas las líneas, acarreando tremendos choques. Algunos hacía rato que estaban allí, por el óxido de los hierros. Otros parecían más recientes. Había varios incendiados. Nos llamó la atención el interno 24 de la línea 106. Todo el frente y el lateral derecho destrozado. ¿Qué habría pasado? No quedaba una ventanilla sana de ese lado y los asientos, tapizados en cuerina negra, estaban destrozados. El accidente debió ser terrible.
El interno 24 estaba medio inclinado, pero igual entramos a mirar. Todos menos Tavo, que se quedó petrificado en medio del playón. Una niebla espesa comenzó a descender. ¡Qué humedad!, pensé. En el interior, encontramos entre los hierros retorcidos de los asientos desencajados, un chupete, un zapato, anteojos rotos, un diario, otro zapato de mujer. Había vidrios del tamaño de la sal gruesa desparramados en el interior. Un escarpín de bebé colgaba del espejo retrovisor del conductor. Pensé que posiblemente eran las pertenencias perdidas de los pasajeros. Un grito nos sobresaltó. Salimos disparados a la carrera. Era Tavo. -Algo se movió allá atrás. ¡Vayámonos!. Dijo asustado. Carlos preguntó: -¿Por dónde? -Atrás del 88. Vi algo que se movió. Me quiero ir. El Facha, le dijo -Es temprano todavía. -¡Vamos a ver! y salió corriendo hacía el sitio señalado, seguido a corta distancia por Carlos que estaba a sus anchas. Yo también tenía ganas de ir a investigar pero lo vi tan alterado a Tavo que decidí quedarme un rato con el y ver que pasaba. Transcurrieron unos minutos y la impaciencia me estaba afectando. ¿Y? Grité con todas mis fuerzas. -¡Vengan, Vengan! se escuchó la voz de Carlos. Lo agarré del brazo a Tavo y le dije: Vamos a ver. -¡No! ¡No quiero! protestó -!O venís o venís!. Le dije y lo arrastré contra su voluntad. Había un colectivo en perfectas condiciones. El interno 66 de la línea 60. Carlos y el Facha se habían acomodado en su interior. Carlos estaba sentado al volante cual conductor profesional. Subimos y nos sentamos en los primeros asientos. Todos reíamos divertidos. Hasta Tavo parecía contento con el descubrimiento.. De repente se cerraron las puertas automáticamente. -¿Qué tocaste? Le grité -¡Nada! ¡No toqué nada!!Te lo juro! De pronto se encendieron las luces. -¡Algo tocaste! Le dijo el Facha. Carlos sorprendido gritó : -¡Te juró que no! Y como un resorte saltó de la butaca del conductor para sentarse junto a nosotros, en los asientos de pasajeros. Nos miramos todos extrañados. Tavo comenzó a transpirar de los nervios y a restregarse las manos. No habíamos salido de nuestro asombro cuando el motor comenzó a rugir. La palanca de cambios se movió como por arte de magia y el colectivo comenzó a avanzar lentamente por el playón, conducido por quién sabe quién. El chofer fantasma puso segunda y avanzó a mayor velocidad. Luego tercera y finalmente pasó en pocos segundos a cuarta. El colectivo avanzaba por el playón, rodeando otro grupo de vehículos estacionados en el centro del mismo a gran velocidad. Teníamos que sujetarnos fuertemente de los asientos para no caernos. Tavo lloraba y gritaba sin parar. Pronto los cuatro acompañamos sus gritos a coro. A nuestros gritos se sumaron risas fantasmales que agregaron pánico a esa experiencia descontrolada. De
pronto sonó el timbre de la puerta trasera. El chofer fantasma redujo la velocidad, la puerta trasera se abrió y se cerró en segundos para volver a tomar carrera rápidamente. Los cuatro, impávidos sin saber que hacer, veíamos caer la tarde en nuestro viaje misterioso a ninguna parte. La velocidad impedía que pudiéramos pararnos. Carlos comenzó a arrastrarse por el piso mientras se sujetaba de los asientos y tomando a Tavo del brazo lo obligó a tirarse al piso hacia la puerta trasera. De repente, escuchamos nuevamente el timbre de la puerta trasera, era nuestra oportunidad de escapar. Carlos ya estaba con Tavo junto a la puerta. El colectivo redujo la velocidad, frenó y la puerta se abrió. Carlos y Tavo se arrojaron del colectivo. El Facha y yo no llegamos a tiempo ya que la puerta volvió a cerrarse en segundos. Carlos y Tavo que estaban a salvo, nos miraban espantados desde el playón. Y nosotros continuamos nuestro viaje estirados en el piso junto a la puerta trasera, entre las carcajadas de los espectros que nos acompañaban, con la esperanza de que alguno tocara el ansiado timbre. La noche se acercaba. Mientras tanto, Carlos Y Tavo arrastraron un par de cubiertas para depositarlas en medio de esa pista macabra con la intención de detener al interno 66. Pero el fantasma maniobró esquivando el obstáculo con destreza mientras lanzaba una carcajada que resonó como un tambor. Pensé q u e j a má s p o d r í a m o s a b a ndonar esa máquina siniestr a ya que el timbre no v o l v i ó a s o n a r. Carlos seguía tramando la manera de detener al colectivo. Entonces, se paró a un costado y estiró el brazo. El chofer detuvo su marcha y abrió la puerta delantera para permitir su ingreso. Pero Carlos no subió. El chofer , entonces, volvió a acelerar en loca carrera. Con el Facha nos arrastramos hacia la puerta delantera y esperamos. Nuevamente Carlos estiró el brazo en un nuevo intento por detener la alocada marcha. El chofer frenó y abrió la puerta delantera. Ahí nos abalanzamos y nos arrojamos rápidamente. Estábamos a salvo. Un poco magullados, pero vivos. Salimos corriendo, trepamos la reja del portón y llegamos a la calle. Cuando miramos hacía atrás. El interno 66 de la línea 106 estaba estacionado en el lugar de siempre.
fin
La Fiesta De Disfraces Aurora era una prima segunda o tercera de mi mamá, Ya estaba en sus setenta, pero no se le notaba porque desbordaba energía. Siempre alegre, siempre jovial, era el alma de cualquier reunión. Si bien vivía sola, porque no quería molestar, continuamente se preocupaba por hacer felices a todos los que la rodeaban. Ella era la que organizaba fiestas sorpresa para agasajar a sus familiares y amigos. Era la que siempre estaba cuando alguno estaba bajoneado o triste. La que corría a cuidar al primero que se enfermara. Aurora era un comodín o una scout, siempre lista. Jamás se quejó porque el dinero no le alcanzaba ni porque le dolía la uña o un dedo. Si alguien necesitaba algo, sabía que Aurora no le iba a fallar. Pero un buen día, Aurora no apareció por casa a la hora de costumbre, un rato más tarde recibimos un llamado del Hospital. Aurora se había descompensado y estaba internada en estado delicado. Estuvo varios días en terapia intensiva y luego la trasladaron a habitación común. Nos turnábamos para acompañarla en los horarios de visita y para darle de comer, aunque se negaba. Una mañana, la encontré sentada, muerta de la risa, conversando con no se sabe quién, porque la verdad es que en la habitación no había nadie. Sentí que un frío helado recorría mi cuerpo. Ella mantenía la charla, se reía a carcajadas y yo me desesperaba por no saber que hacer, ya que me ignoraba por completo. De pronto las luces se apagaron y volvieron a encenderse. Atribuí el desperfecto a una falla eléctrica. Aunque a mi me causaba una gran inquietud, las enfermeras entraban y salían de la habitación sin darle importancia. Le pregunté al médico sobre el raro comportamiento de Aurora y contestó que probablemente sería el efecto de la medicación. Así continuó día tras día, charlando animadamente con sus visitantes imaginarios, hasta que una mañana logré interrumpir la conversación. Aurora me dijo: - Me están organizando una fiesta de disfraces. -¿Quiénes? Le pregunté entre tímida y asustada. -Toda esta gente que vino a verme. !Son tan divertidos! -¡Toda esa gente!, ¿Qué gente? Si no fuera por esa sensación extraña de estar siendo observada por espíritus que me invadía, podía llegar a pensar que Aurora se había vuelto loca. -¿Y Cuándo será la fiesta?Le contesté , siguiendo la corriente. -Espera que les pregunto. ¡Y les preguntó! Se sonrió mientras yo esperaba la respuesta. La situación me producía escalofríos. Eso de estar junto a una persona que conversa mirando fijamente a la pared no me causaba ninguna gracia. Más bien me producía temor. -El sábado 23 a las seis de la tarde. Están todos invitados. Vos, Inés, ocúpate de la comida. Hace tarjetitas invitando a todos. No te olvides de Porota, a ella siempre le gustaron las fiestas de disfraz. -No sé si nos van a dejar. Esto es un hospital.
-Dicen que no va a haber problema. Que las organizan todos los días. ¡Ah! Y que vengan todos con sombrero. Es el requisito para entrar. Yo no entendía nada de nada. No sabía si estaba viviendo un sueño o una pesadilla. Pero, por si acaso, les avisé a todos los conocidos. Al día siguiente, estaba más animada. La fiesta resultó un estímulo importante en su recuperación. No paraba de hablar, aunque tanto tiempo en el Hospital la había hecho perder la noción del espacio. Pensaba que estaba en su propia casa y me pedía que le alcanzara tal o cual cosa que estaba en tal o cual lugar. -¿Y vos de que te vas a disfrazar? Le pregunté. -¡Ah! No lo pensé. Buena pregunta…. -Decídete, porque me va a llevar tiempo conseguir los disfraces. -¿Qué te parece de Hada? ¿Es muy común? -No, Está bien. Si te gusta de Hada, serás un Hada. Respondí. -Trae un sombrero bien puntiagudo. Que le salga bastante tul de la punta y pégale estrellitas brillantes. -Está bien. Le dije, -Como vos quieras. Estaba dispuesta a darle todos los gustos. Aurora se merecía eso y mucho más. Cuando salí, en la puerta del Hospital había un grupo de gente disfrazada. Este parece ser un Hospital fuera de lo común. Tenía razón Aurora. Las autoridades no tienen ningún problema ante la organización de este tipo de eventos. Cuando le comenté a la enfermera de turno acerca de la fiesta del sábado me miró sorprendida. Miró a Aurora, me miró a mí. Volvió a mirar a Aurora y dijo: -Yo pensé que estaba mucho mejor. Y agregó: -¿A qué hora? -A la noche. Alrededor de las ocho. Entonces, hizo una mueca con los labios. -Justo es mi turno, dijo. Gracias por avisarme, así me preparo para lo peor. Luego se dio media vuelta y se fue. -¡Qué comentario raro!, ¡Qué mala onda! !Seguro que no le gustan las fiestas! Me dije. Era obvio que estaba mejor, sino no íbamos a organizar una fiesta. Puse manos a la obra. Alquilé un disfraz de Hada para Aurora. Personalmente armé el sombrero tal como ella lo quería. Luego, con unas telas viejas improvisé disfraces para toda la familia. No tuve tiempo para cocinar, así que encargué sándwiches y masitas en una confitería. Nos encontramos todos los amigos, vecinos y familiares en la puerta del Hospital. Cada uno debía traer la bebida que consumía. Subimos tratando de guardar el mayor silencio posible. De pronto recordé que con el apuro de preparar todo y cargar el auto con la comida me había olvidado el disfraz de Aurora en casa, colgado de una percha. Me invadió la desesperación. Ya era la hora. ¿Cómo podía haber olvidado lo más importante? -¡Un momento! Dije. ¡Me olvidé el disfraz de Aurora! -Todos me miraron con cara de reproche. ¿Y ahora que hacemos? Dijo mi mamá. -!Yo voy a buscarlo ! Gritó Tomás Pero ya habían abierto la puerta de la habitación. La cama estaba vacía y no había ninguna enfermera cerca para preguntarle que sucedía. Parecíamos todos locos. Disfrazados de pollo, de oso, de mendigo, de caperucita, de chapulín colorado, abarrotando los pasillos de un hospital. De pronto, vimos que la enfermera de turno se acercaba rápidamente. Nos abalanzamos con
preguntas. Queríamos saber donde estaba Aurora. -¿Ya están listos para la fiesta? Preguntó con su proverbial sequedad. -¡No! Olvidé el disfraz de Aurora. Pero ya mando a alguien a buscarlo. -La hora señalada ya pasó. Queme el disfraz. Respondió la enfermera sin cambiar la cara. Y agregó: -Aurora sufrió un paro cardíaco, pero va a estar bien. Ya van a ver. El comentario de la enfermera me hizo pensar que ella sabía mucho más de lo que aparentaba. Y que lo que Aurora veía no era producto de la medicación. Que había algo real que nadie se atrevía a comentar. Siguiendo el consejo de la enfermera, lo primero que hice al llegar a mi casa fue quemar el disfraz, algo que Aurora jamás me perdonó. Pero no me importó. Intimamente sabía que mi olvido la había salvado de una muerte anunciada. Al día siguiente Aurora estaba en perfectas condiciones. Pero enojada. Muy enojada conmigo. Decía que le había arruinado la fiesta. Que todos sus amigos habían desaparecido por mi culpa. Que yo era una desconsiderada. Que ella jamás se hubiera olvidado de traer un disfraz. En pocos días le dieron el alta y volvió fresca como una lechuga a su casa. Sus amigos invisibles, que tanto la divertían, habían desaparecido por completo. Tal vez estén organizando otra fiesta de disfraces en otra habitación del hospital.
fin
Cara De Cuero Una idílica tarde de verano se convirtió en una pesadilla. Durante treinta años los expedientes acumularon polvo en la sección de casos no resueltos del FBI. Más de trece piezas de evidencia fueron recogidas en la escena del crimen, la residencia Hewitt. Los hechos acaecidos llevaron a una de las leyendas más bizarras de los anales de la historia americana: “La Masacre en Texas” Silencio. Debía hacer silencio.Sabía que su vida dependía de ello. No importaba cómo se había metido en esa situación, no importaba que iban a Dallas, no importaba que llevaba un regalo para su tía Maggie, nada de eso tenía sentido ahora. Ahora lo único que tenía importancia era que tenía que permanecer callada, con el cabello pegado a la piel por el sudor, inmóvil. Tal vez hasta tendría que parar de respirar. Tal vez hasta pararía de respirar y se ahogaría ella misma y, si eso pasaba, todavía salía ganando. Porque todo era mejor que eso. Cualquier cosa era mejor que parar como todos los demás. Él estaba ahí afuera. Ella sabía que él estaba ahí y él sabía que ella estaba ahí. De pronto la carretera de Tejas había dejado de pertenecer a Los Estados Unidos de América para ser un anexo de la República Popular del Infierno. Sólo que a nadie se le ocurrió avisarle a ellos. El calor. Maldito calor. Cuando es de noche ¿No se supone que debe hacer frío? Karen trató de absorber todo el aire que pudo con la boca, cerró los ojos y los apretó para no llorar. Empezó a temblar violentamente y tuvo que abrazarse para controlarse. Porque Él lo sabía todo. Él le había dado caza y si ella se movía, aunque fuese un mínimo temblor, Él lo notaría, la sacaría del armario, la tiraría contra el suelo y la descuartizaría con su sierra. Porque así había pasado con todos los demás. Y de cierta manera trastornada, Karen deseaba que sucediera de una vez, porque así todo terminaría. No le importaba si el malnacido la cortaba en pedacitos, se la llevaba a su casa, se la ofrecía a su familia, le echaban pimienta y se la comían. No le importaba eso. Hasta podría salir del armario y rogar por que el golpe con la sierra fuese fatal y rápido. Hubiese salido, de no ser porque sí le importaba. El calor. Hacía calor, demasiado calor como para poder pensar. Una gota de sudor bajó desde su frente hasta sus párpados y se metió poco a poco en sus ojos, haciéndoselos arder. Pero no se la limpió ni se restregó la cara. Por favor, Karen, en este momento no, después puedes moverte todo lo que quieras, después puedes bailar lambada si quieres, pero en este momento no te atrevas a moverte. Una pulsada de dolor le latió en el anular derecho y casi le arranca un quejido. Cuando estaba corriendo de la camioneta (es decir, cuando tuvo que saltar por la ventana, porque Él estaba tratando de entrar por la puerta), cayó sobre el suelo de tierra y piedras apoyada en su mano vertical. Se partió unas uñas y se fracturó el dedo. Sólo se dio cuenta mucho después. Había escuchado de las reacciones físicas provocadas por el miedo, pero nunca se imaginó que fuesen tan poderosas. Se había roto el dedo y golpeado con fuerza la rodilla, pero en ese momento ni siquiera se
percató de ello... (porque Él estaba ahí...) se levantó y corrió (detrás de ella con la sierra) hacia la oscuridad del bosque (e iba a matarla) hasta que se la tragara. Ya habían pasado varios minutos desde que se había escondido en la casa (con la muerte pegada a los talones) y no habían señales de Él por ningún lado. No sabía decir cuántos minutos llevaba escondida, pero eran varios. Tal vez más de los que sabía, porque en esta parte de la República Popular del Infierno el tiempo pasa como un fantasma, a veces rápido, a veces lento. La sierra no se dejaba escuchar ni olía el combustible. Tal vez se había rendido y se había ido a su casa. ¿Por qué no? Después de todo, ya tienen otras cinco piezas de carne que pueden cenarse. No pudo creer que había pensado algo tan monstruoso como aquello y, en ese instante, sólo quiso vomitar de asco por sí misma y morirse. No eran cinco piezas de carne, eran sus amigos. Una de esas piezas de carne era su novio. El novio que ella amaba y con el que iba a casarse, el novio con el que había planificado el sueño de una vida. De todas las personas en el mundo ¿Por qué a ella? Todo esto era mentira, tenía que serlo. Era una gran y larga pesadilla, de esas que son tan lúcidas que parecen de verdad. Eso tenía que ser. Eso tenía que ser porque era imposible que existiesen personas tan enfermas y tan malvadas como para hacer lo que le estaban haciendo. Dios no podía permitir semejante cúmulo de maldad en el mundo. (Es que no estás en el mundo, cielito. Estás en Las Montañas de la Locura, circulo siete del infierno, más allá de dónde Dios alcanza. Y así tratamos a los forasteros por aquí. Porque yo conozco a las de tu tipo, pequeña perrita. Sólo desprecio y crue l d a d p a ra m i m u c h a c h o . ¿ A alguien le impor ta lo que me pase a mí y a mi muchacho?) Basta. Basta, Karen, basta. Te estás volviendo loca. Necesitas todo lo que puedas de tu mente para cuando le digas a la policía lo que pasó. Tienes que describirlo, tienes que decirle como es la casa, como es la familia, como la sierra, bajo el sol, refleja los dientes en tus ojos como un aguijonazo. Bueno, la policía iba a aparecer. Tarde o temprano, la iban a sacar de ahí. Había una van hecha trizas, con manchas de sangre, en el medio de la carretera. Una patrulla iba a pasar, la iba a encontrar e iba a pensar que era raro. Empezarían a buscar y darían con ella, vivita y coleando. No importaba que ella se veía tan sucia como un prisionero en un campo de concentración, ni que se había orinado en los pantalones cuando vio al Cara de Cuero por primera vez. El olor, ahora intensificado por el calor, lo rodeaba todo. Era posible que el Cara de Cuero la atrapara siguiendo sólo el olor. Después de todo, no es un ser humano. No es un pobre desgraciado con un problema en la piel, como dijo la Abuela. No es un psicópata que usa caretas de pieles humanas para esconder su
cara. No es un asesino enfermo que usaba una sierra mecánica para matar y que en ese momento estaba portando la cara de su novio como una máscara. Era un demonio salido de los más oscuros pozos del tormento, una bestia omnisciente cuya herramienta, la sierra, parecía estar pegada a sus dedos, cual espada de Damocles. Todavía lo veía persiguiendo a Donna. Karen grita “¡Corre!”. Donna se mueve como en cámara lenta, se tropieza y se cae al suelo. El Cara de Cuero la alcanza. Donna coge una lámina de metal del suelo y la interpone como un escudo. La sierra echa chispas cuando choca con la lámina. Karen debió hacer algo en ese momento, como coger un tronco grande, ó el bate de Tobe, y darle por la cabeza al mostrenco ese. Pero en vez de eso se quedó ahí, parada, congelada de miedo, mirando la escena. Su cerebro le ordenaba que se voltease y que corriera lejos, pero no había conexión. Las órdenes no llegaban a sus piernas. La sierra pasa resbalando al suelo de tierra, Donna tira la lámina, se levanta y empieza a correr otra vez. Pero Cara de Cuero hace algo con la sierra. En un segundo la levanta sobre su cabeza con las dos manos. En el siguiente la balancea hacia atrás y en el siguiente la balancea hacia delante, por debajo de la cintura de Donna. Hay un ruido, como el de una rama fuerte que se rompe cuando la pisas. Karen ve unas gotas negras en la oscuridad salpicar el suelo y algo se desprende de Donna. Donna cae al suelo y trata de agarrarse la pierna derecha, pero no hay más pierna después de la rodilla. Hay un nuevo olor, un olor penetrante, el olor de la sangre. Donna grita, Karen grita, el monstruo robusto de casi dos metros hunde la sierra en el bulto que yace en el suelo y que antes se llamaba Donna. Donna deja de gritar. Cara de Cuero se voltea hacia Karen y, por un breve momento, Karen se da cuenta de que la cara del asesino es la misma cara de Tobe, con ciertos defectos, claro, porque la piel no es perfectamente elástica. Hay que curtirla un poco y aplicarle algunas cremas hidratantes y esos campesinos no tienen nada de eso por aquí. La película se nubla y Karen trata de salir corriendo. Pero, oh, ya es demasiado tarde, Él la ha atrapado... Cuando recuperó la conciencia lo primero que pensó fue que estaba muerta y que estaba conociendo el más allá. Luego siente sofocación, dolor de cabeza, calor y el dedo le duele. Dolor es igual a vida. Por un instante se sintió enormemente desgraciada de estar viva, por primera vez, luego el sentimiento desaparece cuando por encima de su cara aparece otra, portando el sombrero de alguacil. Gracias a Dios, gracias, tiene que ayudarme, trató de decir, pero sólo murmuró “Mmmmmmaaaaaaaa—gggg-------aaaaa” - Shhh- dijo el alguacil – Tranquila, cielito, tranquilita- Por... ayude... amigos...- balbuceó - Ya, ya, están aquí todosKaren trata de mirar alrededor, pero se siente confundida, perdida, como si estuviese pasando por un viaje de LSD. En un principio parece un palacio, pero luego va tomando forma y es una cocina, polvorienta y hay óxido en la puerta del refrigerador. Hay algo en una enorme olla que parece familiar... (un brazo)
pero Karen descartó la posibilidad de estar viendo algo así. La pesadilla había terminado, aún cuando nada de lo que pasaba ahora carecía de sentido. - ¡Abuela!- grita un niño afuera de la casa -¡Abuela, déjeme entrar!Una mujer aparece, con un peinado anticuado, y lentes. Sus ojos son claros. Karen se sintió ridícula, se parecía a su propia abuela. - ¡Tú quédate afuera con los perros!- grita la Abuela -¡Hasta que aprendas a seguir las reglas!Todo es confuso y extraño, pero Karen recuerda a la Abuela, cuando les ofreció ayuda en la carretera, poco después de que la camioneta se descompusiera. Definitivamente, cuando algo malo va a pasar no hay manera de escaparle al destino. Unas manos la manosean descaradamente y vuelve en sí, mirando al Alguacil. - No te vas a ir a ninguna parte, niñitaKaren toma una bocanada de aire y trata de moverse, de escapar, pero no puede. El Alguacil sujeta su cabeza entre sus manos. Por ese momento, es suficiente para controlarla. - Dale un chance- suena una voz masculina en la cercanía - ¡Tommy!- grita la Abuela - ¡Mira el jodío desastre que hiciste en la casa persiguiendo al ganado!- Nah, mama- dice el Alguacil – Tommy es un buen muchacho- Un muchacho muy dulce- dice una voz femenina - Usted cállese, cretino- le dice la Abuela al Alguacil Karen levanta una mano y trata de apoyarse. Lo consigue a medias. - Por favor... déjenme irLa Abuela se quita los lentes y la mira cara a cara, con una sonrisa solemne, la sonrisa de quien ya ha recibido esa petición en el pasado. - Pequeña perrita- dice Karen trata de preguntar por qué le hacen esto, por qué le hacen daño, pero no logra emitir ningún sonido. Alguien cocina carne cerca. - Yo conozco a las de tu tipo- dijo la Abuela – sólo desprecio y crueldad para mimuchachoHay un rumor al fondo, un rumor gutural. No es de ira, sino de tormento. Es un rumor adolorido de quien ha escuchado eso miles de veces, de quien ha sido torturado por esas palabras. - Todo el tiempo mientras crecía. Burlándose de mi pobre Tommy. ¿Acaso a alguien le importa lo que me pase a mí y a mi muchacho? ¿AH?- ¡Ayúdenme! ¡Por favor!- gritó Karen - ¡Tommy! ¡Ven acá y controla a tu novia!- llamó la Abuela Karen lo sintió todo como si fuese con otra persona, como si se refirieran a una miss Universo de un país lejano, como si lo viese todo a través de una pantalla. Creyó que Tommy y su novia eran una parejita bonita, como la que hacía ella con Tobe. Entonces baja la mirada y comienza a gritar y a patalear cuando el Cara de Cuero atraviesa el umbral de la puerta, viniendo por ella. - Ya le daremos un buen uso a esa carnita tuya- dice el Alguacil Hay un flash y lo único que Karen sabe es que está corriendo en medio de la
oscuridad y que lleva al Cara de Cuero a las espaldas, escuchando a la sierra como si la tuviese encima. Alcanza a ver la casa abandonada en medio del bosque y entra. Voltea y ahí está él, detrás de ella, vistiendo un delantal de carnicero manchado con sangre. Karen cierra la puerta y recorre la casa. Encontró el armario y se escondió en él. Y ahí seguía ahora. Podía pasarse el resto de su vida ahí metida. Piezas de carne, los Simpson, Tommy y su novia, ¿Qué mas seguía? ¿Cómo perdí la virginidad? Es impresionante la cantidad de basura que te tira la mente cuando no la tienes ocupada en algo. En algo productivo, es decir. En este momento Karen se sentía distraída de todo lo demás, sólo podía pensar en Él, su presencia era completa y... Un sonido. Eran pasos y estaban en la casa. El Cara de Cuero la había encontrado. Karen no habla nunca de su experiencia en el desierto tejano, y es que no la recuerda. Afortunadamente, la mente humana tiende a olvidar, a borrar de la memoria los eventos estresantes, los momentos de intenso shock. Es la única forma que la memoria tiene de defenderse a sí misma, porque si no existiera, estaría loca. Todavía no puede dormir sóla ni con la luz apagada, tiene pesadillas muy a menudo, por no decir a diario, y no sabe por qué, no puede comer carne. Los policías que la encontraron dijeron que cuando la hallaron, tirada en el medio de la nada, estaba tan cubierta en sangre y tierra que creyeron que estaba muerta. Luego se despertó de golpe y empezó a gritar “¡nos comimos a Uther! ¡Nos comimos a Uther!”. No sabían de ningún Uther por la zona y, cuando Riggs, uno de los oficiales, le contó a su mujer esa noche lo que había pasado, lo hizo diciéndole: - Esa chica debió de ser linda en otro momento. Pero todo lo que pude ver fue la mirada perdida y vacía de los locos, de los que viven en sanatorios mentales. Esa chica estaba muy mal. Pobrecita... pobrecita...De más está decir que no puede subir a un vehículo de motor ni escuchar una motocicleta cerca, porque le entran ataques de nervios violentos y las enfermeras deben administrarle calmantes. Ciertamente la chica pasó por algo terrible, algo realmente horroroso, pero es una lástima que no pueda contarle a nadie lo que pasó. Tal vez si pudiera ayudaría a salvar una ó dos vidas. Ayudaría a otros a poder es ca p a r d e l a s i e r r a m e c á n i c a q ue dejó huellas de sangr e en las ar ena s del desi e rt o t e j a n o .
fin