Boletín Salesiano, julio-agosto 2020

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Misiones Salesianas

Misiones Salesianas

Augusta, en la cocina y sonriendo, en una escena del documental ‘Love’.

Augusta, la voz y el rostro de las niñas de la calle. ¡Descansa en paz!

H

ace año y medio Augusta se convirtió en una celebridad en su país. Viajó a Europa desde Sierra Leona y, en menos de dos semanas, estuvo con el presidente del Parlamento Europeo, con la presidenta de Malta, con el papa Francisco y con el Rector Mayor de los Salesianos. Participó en eventos internacionales sobre la vulneración de los derechos de los menores en el mundo y siempre puso voz a las niñas en situación de calle que sobreviven explotadas vendiendo su inocencia para poder comer. La voz y la risa de Augusta Ngombu-Gboli se apagaron el pasado 7 de junio, día de la Santísima Trinidad. Tenía 23 años y fue una víctima indirecta del coronavirus. El temor a contagiarse del virus en el hospital hizo que descuidara la recogida de su medicación para tratarse el VIH que sufría desde su etapa en la calle. Un inimaginable y triste final para alguien que se había superado siempre ante la adversidad: había sufrido la pérdida de sus padres siendo niña, la explotación y todo tipo de abusos de unos falsos familiares que se hicieron cargo de ella, la estigmatización por vender su cuerpo para sobrevivir en la calle… pero al final, gracias a los misioneros salesianos, se encontró con Don Bosco y cambió 30

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de vida, estudió, montó su empresa y se convirtió en un referente para cientos de menores que habían pasado por su misma situación.

Siempre hay que tener un sueño “Si yo he podido cambiar de vida, cualquiera de vosotras puede hacerlo”, recordaba a las menores del centro Don Bosco Fambul, a las que enseñaba a cocinar tres días a la semana para que encontraran su vocación como ella hizo. Su participación en nuestro documental ‘Love’ fue breve, pero muy significativa. El director de Don Bosco Fambul, el misionero salesiano Jorge Crisafulli, la pone de ejemplo de aferrarse a un sueño para cambiar de vida, y ella lo había logrado con su empresa de comidas. “Me siento feliz. Ya nadie se ríe de mí ni me utiliza. Hago mi trabajo, gano mi dinero por ello y me encanta lo que hago”, dice Augusta con un rostro alegre en el documental. Estar con el papa Francisco en la audiencia de la plaza de San Pedro significó para ella “el día más feliz de mi vida”, y no dudó en pedirle una bendición para todas las niñas que atienden los misioneros sa-


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