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desde dentro CON DIOS, AQUÍ O ALLÍ

¿Estamos cerca o lejos de Dios? ¿El Espíritu Santo nos infunde el fuego necesario para estar más cerca de las realidades y necesidades que nos rodean?

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Con Dios, aquí o allí

“Loado seas, mi Señor, por el hermano fuego, por el cual alumbras la noche, y él es bello y alegre y robusto y fuerte”

(Cántico de las criaturas, San Francisco de Asís)

Hay quien dice que Dios es como el fuego. De hecho, el fuego es la imagen del Espíritu Santo. Una imagen que nos evoca fuerza y a la vez calor del hogar, luz y, al mismo tiempo, amor.

No es difícil imaginar que nuestra vida interior necesita ese fuego, ese amor, esa presencia del Espíritu. Acercarse a él es calentar e iluminar nuestra alma. Alejarse, llenarnos de frío y oscuridad.

Pero no pensemos que el lejos y el cerca del Espíritu es sólo estar o no en oración o estar o no dentro de una iglesia. A veces, estamos lejos o cerca sin saberlo.

Lejos… cerca…

Lejos... estamos lejos cuando, estando cerca, no somos capaces de ver la necesidad del que está al lado; cuando construimos muros que nos separan de las personas porque no piensan como nosotros, no aman como nosotros o no rezan como nosotros...

Lejos... estamos lejos cuando los demás no nos importan, cuando utilizamos a las personas, cuando les negamos la palabra o el oído...

Cerca... está cerca quien llora con los que lloran, quien tiende la mano al que lo necesita, quien pide perdón, quien es capaz de perdonar, aunque le cueste...

Cerca... quien llena tu corazón, quien te dice la palabra oportuna, quien sabe quererte a pesar de tus defectos...

Cerca... cerca está quien sabemos nos ama, aquel que nos conoce mejor que nosotros mismos, quien nos perdona sin límites...

Así de cerca está Dios, su Espíritu, su calor y su luz. Tan cerca, cada día, también en el silencio, en cada rincón de tu agenda, en los latidos de tu corazón.

Dios está ahí alumbrando nuestras noches oscuras de cansancio, de torpezas y de errores. Mostrando su belleza en el rostro de Jesús de Nazaret, en cada una de sus palabras y sus gestos, pero, sobre todo, entregando su vida por amor. Gritando de alegría, como quien encuentra la moneda o la oveja perdida, porque se emociona cuando sus hijos vuelven a su casa para rehacer sus vidas después de haberlas desperdiciado. Cuando quieren pasar del estar lejos al estar cerca y regresan a la luz y al calor del fuego del hogar.

Así es nuestro Dios, claridad, belleza, alegría y fuerza. Como el hermano fuego.

Abel Domínguez, sdb

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