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Un año de guerra en Europa

“Todo está destruido, mi ciudad ya no existe”, explica Boris. Hasta el día 24 de febrero su vida era como la de todo el mundo: su trabajo, su hija, su nieta, sus amigos, la panadería, el mercado… Pero el día que Rusia invadió Ucrania, todo cambió. “Todo fue muy rápido. En Mariupol, donde vivía hace más de 50 años, pronto empezaron los bombardeos, los cortes de electricidad, de gas… tuvimos que abandonar la ciudad. Ayudé a mi hija a salir del país y yo me trasladé a Zaporiya, donde vivo hoy”, añade Boris.

Como Boris, hay millones de personas en Ucrania que han visto cómo su vida se fracturaba debido a esta guerra, que este mes de febrero cumple un año. En la actualidad casi 18 millones de personas necesitan ayuda humanitaria para sobrevivir, casi ocho millones tuvieron que abandonar el país y pedir refugio en países europeos y otros seis millones viven desplazadas en otras ciudades del oeste de Ucrania, de ellos casi dos tercios son menores en edad escolar, según las cifras de los organismos internacionales.

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Hospitales destruidos o sin medicinas ni aparatos para tratar a los pa- cientes, más de 2.000 centros escolares afectados, 300 completamente destruidos y menos de un 60% aptos para poder dar clases, miles de hogares destruidos… son cifras que nos hablan del horror que la población ucraniana está sufriendo.

A los bombardeos, a la falta de electricidad y de gas y a la escasez de alimentos, hay que añadir el invierno con temperaturas que llegan a los 20 grados bajo cero y la ayuda se hace más necesaria que nunca para sobrevivir. “Sabemos que son muchos meses hablando de las necesidades del pueblo ucraniano y son muchas las personas solidarias que han ayudado, pero ahora hay que hacer un esfuerzo porque nos necesitan mucho”, declara Luis Manuel Moral, director de Misiones Salesianas.

Ayuda en el horror

Los misioneros salesianos llevan un año enfrentándose al dolor y la destrucción de esta guerra en el corazón de Europa. Han acogido a miles de personas que dejaban todo atrás para salvar su vida y la de sus familias, personas que no llevaban más que una pequeña bolsa con lo imprescindible y que fueron acogidas

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