EL CAPUZ O NEQUIQUE UNA TRAJE INDIGENA DE LA COSTA NORTE DEL PERÚ Por: Samyr Bazán Texto extraído del libro “Eten, Viaje a un Pueblo Muchic” En esta sección vamos a hablar de un traje indígena propio de la costa norte del Perú, el cual ya está en franco desuso por parte de las poblaciones urbana y rurales que habitan esta parte del país andino. Para este trabajo se ha hecho una especie de arqueología de la memoria en mujeres ancianas al interior de la región Lambayeque, principalmente en el actual distrito de Ciudad Eten, lugar que a todas luces ha permitido reconstruir lo que fue su uso diario en las poblaciones lambayecanas-muchic. Además de las valiosísimas fuentes orales, se ha recurrido a los informes de Han Heinrich Brüning (1848 - 1928) un ingeniero y mecánico alemán que llegó a este país con la finalidad de trabajar en las haciendas azucareras, y que luego de una estadía de casi cinco décadas, se iría graduado como arqueólogo, lingüista, musicólogo y etnógrafo del pueblo indígena que por aquel entonces aún conservaba mucho de sus expresiones autóctonas, como la lengua Muchic. Algunos investigadores han llamado al capuz indígena de la siguiente manera: «lulú, lutu, jute, jucto, luter, jut » pero es Brüning quien la llamaría como Nequique, palabras más antigua que pudo registrar, y con la cual era aún conocido por parte de algunas ancianas en el pueblo de Santa María Magdalena de Eten a comienzos del siglo XX. Hoy sabemos que el traje habitual de las mujeres etenanas, hasta hace un siglo, no solo consistía en el uso de su capuz o lulú, a ello se sumaba algunos otros aditamentos propios de la belleza femenina, de los cuales hablaremos un poco antes de tocar el tema de traje tradicional. Dentro de las fotografías antiguas tomadas durante el siglo pasado, hemos podido observar en algunas mujeres la excesiva colocación de anillos. Esto puede deberse a algunas costumbres de antaño, entre ellas el llamado denario (que se regalaba al cumplir los 15 años de edad), otro de estos anillo era el que se entregaba en el noviazgo, sellándose este compromiso con la entrega del de matrimonio. Sumado a todo esto se podría mencionar los que se empleaban como amuletos o seguros contra hechizos y/o maleficios, el cual aún en estos tiempos modernos es muy utilizado a lo largo y ancho dentro de la región Lambayeque; y no es raro ver hombres o mujeres portando 1, 2, o hasta 3 de estos gruesos anillos de acero, los cuales creen son repelentes para el daño o contra algún mal espíritu.
Otra curiosidad en ellas, algo de ayer y de hoy, es la manta con la que llevan a sus hijos de un lado a otro, similar a la manera en como las mujeres de la serranía lo usan. El color de estos paños es blanco y les ayuda en mucho para hacer dos cosas a la vez, pues mientras los pasean y/o hacen dormir a sus hijos, también pueden estar realizando alguna labor doméstica o del campo. “Tienen la costumbre de tejer e hilar, por si mismas, antes de casarse, la manta blanca con que han de llevar a sus hijos, mirando con desdén a aquellas que no siguen esta práctica.” 1 Durante los esporádicos viajes en aras de esta labor etnográfica, no se pudo observar muchos de estos mantos en ciudad Eten, más aún los hay (de color blanco). En los apuntes de Brüning sobre la lengua de Eten, publicada por José Antonio Salas; se consigna con el nombre – lyélya 2 –, a una manta para cargar, sea esta de color blanco o pardo, la cual era hecha muy seguramente empleando algodón del país o nativo (Gossypium barbadense L.), el cual iría perdiendo vigor en las poblaciones del norte del Perú, gracias fibras más comerciales como los hilos hilos de colores y el algodón blanco. Para entender la cultura de los lambayecanos-muchic de principios del siglo pasado, no se puede solo mirar una comunidad campesina y esperar encontrar en ella todo lo que se busca, eso es imposible (por estar fragmentada), es por ello que se tiene que buscar entre sus caseríos y/o pueblos vecinos datos que ayuden a entender o sustentar lo antes obtenido; pues faltando en uno determinado dato, puede ser que el investigador al moverse a otra localidad, lo entienda mejor; lugar en donde posiblemente pervive con mayor vigencia. Estando en Mórrope hemos observar las referidas mantas para trasladar a sus criaturas, de color blanco y con bellos bordados de aves y flores. Aquí está aún más vigente esta práctica, la cual hoy en ciudad Eten está casi desapareciendo. Eso, respecto a las mantas para transportar a sus bebés, pues tenían además unos pañolones que llevaban a todos lados, usándolo a un costado, por encima del hombro. Esto al parecer era visto en tiempos pasados como símbolo de elegancia y distinción entre ellas. Otro tema dentro del ajuar femenino son los aretes, en donde nuevamente el visionario Brüning nos da alcances únicos sobre una clase de pendientes del ayer, nombrándolo como “péleson” (botón de oreja). “Antiguamente usaron los huecos en los lóbulos de las orejas muy grandes. Los péleson eran en forma de botón con una cinta por medio 1 Bachmann, 1921: 289. 2 Brüning, 2004: 108. (Posible origen quechua de la palabra).
de la cual los fijaron pasando la cinta por el hueco y haciendo atrás una clase de muesca, el péleson quedaba como botón delante del lóbulo.”3 Esto devino con el tiempo en su pérdida, para dar paso a los famosos “quintos” y “lloronas” confeccionados en oro. Sujeto a su cuello, a manera de una gargantilla las mujeres de antaño llevaban un “corazón de oro” (como se refieren algunas) sujeto con un lazo de color oscuro. Esta joya parece que solo la portaban consigo en ocasiones muy importantes; como alguna festividad religiosa, o determinado evento social de importancia. José Mejía Baca nos describe parte del ajuar de las etenanas a comienzos del siglo XX, y en donde hace mención de estos medallones. Él apuntaría: “El día de la misa solemne, de la “misa de fiesta”, la chola se ha engalanado. Con las mantas de seda, medallones de oro colgados del cuello y sujetos por negra y gruesa cinta, inmensos aretes y alguna que otra con botas negras de charol que aunque no están lustradas, contrasta su brillo con el sucio del rededor del capúz que arrastrándolo por el suelo, forma una cinta de tierra y suciedad.”4 Parte importante en la antigua usanza en su apariencia, radicaba en el trenzado, puesto que desde la infanta, hasta la abuela nonagenaria usaban el cabello arreglado en una o dos trenzas; como aun hoy es visible. “Las Etanas usan comúnmente el cabello arreglado en dos trenzas; pero cuando están de duelo llevan una sola.”5 En pueblos como Monsefú se ha visto a las adultas mayores usando juntamente con sus extensas melenas un tipo de fibra, ya sea esta de hilo u algodón color pardo, con el cual lo entretejen. En Mórrope, no se ha podido observar - en demasía - usar algún tipo de hilo, por lo general es solo su cabello trenzado sin el uso de algún material. En nuestra ex - Villa se empleaba de preferencia la fibra de color oscura, la cual se mimetizaba mucho mejor con el color de sus cabellos. Pero hubo excepciones, pues parece haber indicios probatorios que la estratificación socioeconómica en la Villa de Eten, no solo era visible en los capuces que usaban, sino
3 Brüning, 2004: 46. 4 Mejía Baca, 1988 (1937): 32 5 Bachmann, 1921: 289
también en el material para sus trenzas, puesto que se ha documentado el uso del chante seco6 en las mujeres de menores recursos. Si bien todas las mujeres sin excepción se trenzaban, solo las de mayor edad añadían tales fibras. Y todo esto no solo por una vieja costumbre heredada de sus antepasados, sino también por un asunto de vergüenza social. Pues para ellas el comenzar a perder cabello era algo casi indigno; motivo por el que a determinada edad comenzaban a trenzarse con hilo u algodón. Y esto según una vieja tradición, hoy poco conocida, de la cual me enteré gracias a una conversación con los señores Justiniano Neciosup, Martín Bernabé y Ramos Jordán en el 2013. “nuestras mamás y las mujeres nacían normales pues, y conforme pasaba el tiempo iba creciendo su pelito hasta hacerse grande pero cuando más se peinaban y conforme pasaban los años, se les caía el cabello. Pero ellas para no quedar en vergüenza trenzaban y agrandaban su cabello con hilo negro.” El mismo año (2013), pero ya no en ciudad Eten sino en Cascajales, se tuvo una noticia algo similar, la cual atribuía la caída del cabello a un mal supersticioso llamado “ojo”, en el mismo caso para evitar su pérdida o como para eludir la vergüenza publica, le sumaban hilo negro. “Decían las mujeres de antes que para que no les “ojeen” su cabello, se lo trenzaban, así evitaban la ojeada, y ya no se les caía el pelo.” 7 EL CAPUZ Es muy posible que el Capuz8 lambayecano tenga su referente más antiguo en el Anaco indígena. Durante los primeros años de la conquista, el cronista Español don Pedro de Cieza de León (1520-1554), al pasar por tierras norteñas da una breve pero significativa descripción de la vestimenta de los naturales que la poblaban por aquel entonces. Y cito: “En estos aposentos estaban porteros que tenían cargo de guardar las puertas y ver quien entraba o salía por ellas; todos andaban vestidos con sus camisetas de algodón y mantas largas, y las mujeres lo mismo, salvo que la
6 El chante son las hojas secas del plátano. Anteriormente usaban esta fibra natural para trenzar sus cabellos y como material para confeccionar escobas. 7 Conversación Personal con Asunciona Zarpán y con dos de sus hijas al interior de su hogar. 8 En su diccionario Mochica, Federico Villarreal, apunta para Capuz la palabra “lulú”. Otros autores lo han denominado como: lutu, jute, jucto, luter, jut.
vestimenta de la mujer era grande y ancha a manera de capuz abierta por los lados, por donde sacaban los brazos.”9 Cieza, no es el único ibérico que se percató de este traje. Como así nos lo hace saber el gran investigador Arturo Jiménez Borja hablando sobre “El arte popular en Martínez de Compañon”, basado en la acuarelas del que fuera obispo de Trujillo. Dice lo siguiente: “Las acuarelas […] de Madrid – muestran vestidos indígenas de la costa norte. Las imágenes de estos vestidos femeninos ya aparecen en la cerámica Moche de principios de la Era. Ellos fueron vistos también por cronistas del siglo XVI. Se trata de una túnica de color negro, amplia, de forma rectangular. Carece de mangas. Para la salida de la cabeza tiene un amplio ojal en el borde superior y para la salida de los brazos y manos dos aberturas, también en el borde superior. Hasta hoy se usa. Fue llamado capuz, nombre morisco dado por los primeros europeos que lo vieron. En la sierra de Piura, en Sondor y en Sondorillo se sigue usando. Como la túnica es muy amplia se usa con ceñidor. Fray Diego de Ocaña fraile del convento de la Virgen de Guadalupe en Extremadura, España, la describe en el año 1539. La vió en Payta. Otro cronista temprano, Pedro Pizarro, escribe que las mujeres traen capuces vestidos que les llegan hasta la garganta del pie. Francisco de Jeréz secretario de Francisco Pizarro anota que las mujeres visten ropa larga que arrastran por el suelo como hábito de mujeres de castilla. Por su parte Antonio Vásquez de Espinoza, fraile carmelita descalzo que durante las primeras décadas del siglo XVII – en 1628 –, recorrió el Perú de arriba a abajo, registró en su informada crónica de viajero que las indias visten un saco grande de algodón negro y las graves o cacicas les arrastra una vara de cola como canónigo de Sevilla o Toledo.” 10 Vestir La ropa que recuerdan hasta ahora las etenanas de mayor edad haber usado cuando niñas ellas y sus madres, consistía en una blusa (blanca, rosada, etc) y el faldón o también mal llamado capuz (por recordarles este a la prenda indígena que la antecedió), traje que por lo general era de color negro o azul oscuro; y en algunos casos con encajes y bordados, dependiendo esto último de la posición económica de las familias de la zona. Por debajo de dichas prendas se usaba el 9 Cieza de León, 1973 [1553]: 160-162. 10 Macera, Jiménez Borja, & Franke, 1997: 89 - 90
camisón (especie de ropa interior). Con el tiempo el camisón de una sola pieza se dividió en dos, conociéndosele a la parte inferior como fustán o justán. Sobre la blusa sabían cubrirse con una especie de chal o reboso, pero era cuando entraban en luto, que por unanimidad servianse de uno color negro, como aún lo hacen las mujeres en el distrito de Mórrope. A la altura de la cintura se sujetaban con una faja. Carlos J. Bachmann (1921) hablando al respecto, dice: “Los Indígenas usan casuyo, como las de Eten y Monsefú, y algunas indias llevan todavía sobre su traje oscuro una tela de dibujos azules y blancos que hacen en la sierra.”11 El estudioso Alemán don Enrique Brüning registró con el nombre de nequique12 para el Capuz Tradicional; traje autóctono más antiguo que pudo apreciar durante su estadía en la Villa de Eten (1906-1910), y que además fotografió; el cual con el transcurrir de los años fue evolucionando, y conociéndose en años pasados con el mismo nombre a tan solo un faldón negro y ya no a toda la prenda, la cual había desaparecido en el uso corriente de las mujeres.
11 Bachmann, 1921: 332. 12 Aquí parece haber cierta inexactitud ya que se consigna el nombre indígena del Capuz Tradicional como Nequique (Schaedel 1988), pero según el “Mochica-Wörterbuch” de Brüning (2004), la traduce con el termino muchic de “jut”; y “nékik” o “nekíke” como un tipo de manta. Parece ser que lo correcto sería – Jut – palabra que se condice más con las empleadas por otros investigadores para definir tal prenda. Villarreal (1921) la llamó “lulú”.
Ilustración 1. Fotografía tomada por Enrique Brüning en Eten (1906). Se aprecia a la mujer anciana usando el nequique o capuz tradicional
Teñir Durante uno de mis viajes a la zona, allá por el año 2008 pude contactarme con mujeres de mucha edad, entre ellas la señora Asunciona Zarpán (1926); quien manifestó que antiguamente utilizaron unos faldones negros (capuz) y que ese color en particular lo tomaban de la tierra. Las entrevistadas relataron que usualmente se tenía dos juegos de ropa, en este caso dos faldones. El faldón que ya estaba en uso era remplazado entonces por aquel que había estado enterrado por espacio de 3 a 7 días; luego de ser “desenterrado”, llevaban la prenda a lavar en las orillas del río Reque o en algún canal cercano; y una vez terminado de secarse se lo ponían. Al mismo tiempo guardaban en unos pozos conocidos como yusero13 o fécuque14, lleno de aquel barro negro la prenda que deseaban teñir. Nuevamente citando a Brüning, éste en su diccionario “Mochica Wörterbuch” (2004), nos da el nombre de aquel barro o lodo en la lengua de los naturales, transcrita por él como: rak colocando a un costado “para teñir con paipai”. Esta simple pero significativa frase nos puede dar a entender que el proceso para la pigmentación de sus telas era usando juntamente el tinte natural conocido como paipai15 con aquel fango para así amalgamar a ambos antes de que entren en contacto con el traje. Luego de lo cual pasaba un proceso de reposo en donde se entintaba. En su “Diccionario Etnográfico” el investigador alemán, nos proporciona mayor información respecto de este proceso, gracias a la plática con una mujer de la zona. “[…] El modo de teñir la ropa era el siguiente, contado por una indígena: se quebraba la vaina del paipai i se hervía por tres días en una olla, quiere decir se arrimaba la olla a la candela, que de cualquier manera había que encender para preparar las comidas. En el caldo, llamado “yus”, que resultaba se metió por algún tiempo (3 horas) el [la] ropa; después se la llevó al teñidero, unos pozos tendidos junto a una agua, donde la tierra contenía ciertas sales; por experiencia se conocía estos sitios. En estos pozos “yuseros”, se metía la ropa, pisándola después con los pies, para que se embarrase, esto se repetía por el tiempo de dos días 3 horas, después que habían dejado el barro pudrir por dos días. En seguida se lava la ropa en agua limpia. Todo este procedimiento se repite por una semana diariamente, quiere decir: 3 horas en el yus i 3 horas en el barro.”16 13 Los Pozos en donde teñian se llamaban Yuseros (Schaedel, 1988: 95). Pero además figura en el diccionario de Brüning la palabra: Pozo, donde se saca agua, para teñir con el nombre de Pak (Brüning, 2004: 120). 14 Brüning H. , 2017: 31. 15 (Caesalpina corymbosa) 16 Brüning H. , 2017: 81
En la actualidad, y hasta donde tenemos entendido existen pueblos en la sierra norte del Perú que tienen una forma muy similar de teñir sus faldones, el cual es puesto en una olla con lodo negro y se mueve durante toda la noche. Y siempre bajo fuego. A mediados del año 2014, mientras me encontraba realizando nuevos viajes a la zona en busca de material etnográfico, me pude contactar con el señor Joaquín Velásquez (1928), de quien entendí que en la pigmentación natural de estos capuces, no solo se usaba el barro negro antes dicho sino que además se empleaban plantas naturales propias de la zona. Los datos arriba proporcionados nos han permitido organizar el proceso artesanal para la pigmentación del capuz. La prenda era hervida con paipai (planta muy usada en tiempos coloniales ya sea para curtimbres o como tinte natural), y muy posiblemente se sumaban también a su cocción el tallo y la cáscara de granada, logrando de esta manera aquel color oscuro muy característico de la antigua vestimenta. Seguidamente era enterrada con aquel lodo negro por espacio de algunos días (creemos que a este fango se sumaba también el paipai), al término de lo cual era usado por las mujeres. El Teñidero Los lugares en donde se realizaban estas labores eran popularmente conocidos como (el) teñidero17, y los había por toda la región (hoy desaparecidos). En ciudad Eten al menos hubo dos o tres de estos; uno de ellos quedaba en la zona conocida como la acequia de los Liza, de allí salía una rama en donde estaba su ubicación exacta. Para lavar los capuces y su ropa en general e inclusos sus cabellos 18, las indias de la región usaron, y aún hoy los campesinos, la planta de choloque (Sapindus Saponaria) cuando aún sus frutos estaban verdes, los frutos de este árbol servían como detergente natural. Restregaban y fregaban su ropa dentro de grandes mates y/o lapas y la enjuagaban en plena orilla del río, y tanto hoy como ayer si hubiera piedras grandes, arbustos o árboles cercanos, fungían estos a manera de cordel para poner a secar sus capuces.
17 Según Joaquín Velásquez y César C. Nanfuñay, este habrá dejado de funcionar hace como 60 años (en la década del 50’ aproximadamente) 18 Algunos naturales de la región se lavaban los cabellos con una planta de nombre Chilco.
Su Desaparición Durante la Conquista y hasta la actualidad se ha ido alterando la cultura, sufriendo transformaciones, las más visibles en el idioma (perdida de la competencia lingüística de los pueblos) y en el vestir por parte del poblador. La indumentaria ha cambiado radicalmente en los hombres, pero son las mujeres quienes conservan con más fuerza lo heredado por sus antecesoras, a manera de silenciosa resistencia. La identidad del indio se manifiesta en múltiples aspectos, pero dentro de lo más notorio está su idioma y su traje tradicional, ambos estandartes de una cultura hoy casi extinta; sofocada tal vez por la ignorancia y vencida por la falta de identidad de un pueblo, que habiendo luchado se dejó doblegar poco a poco, en el transcurso de todos estos siglos. Doña Nupina Neciosup (1912) mujer etenana que conocí allá por el 2008, da un corto pero claro ejemplo de la presión social y discriminación que había hacia las mujeres que aún se atrevían a usar la vestimenta antigua: “La ropa era distinta antes, yo utilicé ropa de manfor con cintas blancas en las mangas. Pero cuando me casé a los 26 años, mi suegro me decía: Cuidado que te vea con tu saquito de manfor porque te digo ropa de caranguito 19. Así me decía el finado mi suegro, y por eso dejé la ropa de antes.” Por lo tanto, vemos que ya sea por miedo, vergüenza o falta de identidad; nuestra cultura se fue apagando irremediablemente.
19 De Caranguito como ropa de piojos, Caranganoso es piojos.
BIBLIOGRAFÍA Bazán Díaz, Samyr (2018). Eten, Viaje a un Pueblo Muchic (Primera Edición ed.). Chiclayo, Perú., pag. 92-100. CREDITOS DE IMAGEN Ilustración 1. Hans Heinrich Brüning (Museo Etnologico de Hamburgo)................................7