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La María
underworld
Tercera parte
Un musulmán holandés Carl, de 44 años, del sur de Holanda, es un antiguo traficante de hash. Durante muchos años ha estado enviando cargamentos desde Marruecos a Holanda, Alemania y Escandinavia. Interesado de verdad por el negocio, ha vivido en Marruecos durante todo este tiempo, responsabilizándose no sólo del transporte, sino también de cultivar la hierba y producir el haschisch. Carl lo controlaba todo, desde el cultivo de los campos hasta la entrega a los clientes. Sin embargo, la primera vez que volvió a Holanda fue inmediatamente detenido. Su ex-mujer lo había delatado y había colaborado con el Interregionale Recherche Team (IRT), una especie de FBI holandés, con el objetivo de obtener un permiso de residencia para sí misma. A Carl le embargaron sus propiedades y fue a la cárcel. Hoy en día hace una vida tranquila, en la que conserva su pasatiempo favorito: mejorar la planta de marihuana. En este número de Soft Secrets contamos todos los detalles sobre el peculiar modo de vida de Carl en su negocio de contrabando desde Marruecos. P. Carl, ¿puedes contarnos algo de tus orígenes? R. Me mudé a Amsterdam cuando tenía 16 años. Eso era a principios de los setenta, la época de los hippies, el flowerpower y el "paz y amor". Me sentía muy atraído por el rollo hippie. Llevo fumando desde los catorce, en aquellos días no parecía tan absurdo. Además, vivía la vida a toda velocidad, y pronto empecé a experimentar con todo tipo de drogas, un montón, heroína incluida. No me fue tan bien, porque, antes de darme cuenta, estaba enganchado. Afortunadamente, comprendí que me había pasado de rosca, y a los 21 ingresé voluntariamente en una clínica. Básicamente, soy un superviviente, de modo que el tratamiento surtió efecto y desde entonces estoy completamente limpio. Pero me llevó unos siete años sobre todo en el plano mental, para verme libre de la influencia de dos años y medio de adicción intensa. Después de eso, no lo he vuelto a tocar. Sólo he tenido contacto con las autoridades por mi uso de la heroína. P. ¿Qué hiciste? R. Reventé una caja fuerte. Aquellos eran
Una serie de entrevistas sobre el comercio del cannabis a la luz del crimen semiorganizado en Holanda. Se trata de obtener una visión realista de la gente del circuito ilegal, los que aseguran que siempre haya hash y maría en el mercado. Desde los peces gordos al pequeño camello. El reportero especial de Soft Secrets, Charlie Stone, trata de descubrir todas las facetas dentro del submundo. Por Charlie Stone
los tiempos de Aage M., el famoso ladrón. Yo lo veía como un ejemplo. Había aprendido cómo hacer un "cordón térmico" y lo utilicé. El robo salió bien, excepto porque dejé un rastro, así que tuve a la policía encima enseguida. P.¿Tenías ya el negocio de hash? R. No. Siempre he tenido un pequeño jardín de maría, generalmente de exterior, pero no a nivel comercial. Siempre me ha interesado la planta de maría, y me sigue interesando. ¡Se podría decir que estoy completamente obsesionado! Cada vez que tengo un pedazo de tierra vacío en algún sitio, inmediatamente planto unas cuantas semillas. P. ¿Pero era sólo para cultivar tu propia hierba? R. Sí y no. La experiencia mágica de fumar esta pequeña planta corriente me intrigó completamente y me sigue intrigando. Lo quería saber todo sobre ella. En aquellos tiempos no había grow shops, y no se conocía el cultivo con iluminación artificial, o estaba limitado a un grupo reducido. También escaseaban los buenos libros sobre la materia. Recuerdo cuando sólo se cultivaba en jardines o en macetas en el balcón. Mi jardín estaba siempre lleno. Más tarde, me especialicé en cultivo de exterior en Marruecos, y no sólo por el clima adecuado para el cannabis. P. ¿Cómo llegaste allí? R. Me casé con una chica marroquí. Vivíamos juntos en Marruecos. P. ¿Eso fue también a causa de las plantas? R. Sí y no. Me gusta Holanda, pero mirando hacia atrás, no era exactamente lo que yo quería para mi vida. Me hubiera gustado cultivar miles de plantas o montar una tienda, pero se necesita un montón de dinero para eso. Por lo tanto, decidí vender hash. Conocía un poco ese mundillo, y prefería el mundo de los fumadores de maría que el de las drogas duras. Mi primer negocio fue con 150 guilders míos y el resto prestados, de modo que pude pagar 370 guilders por una onza de Afgano. Doblé dinero en aquel trapi. Era muy buen hash. El resultado fue que seis meses más tarde, me di cuenta de que realmente estaba ganando un buen dinero. Pensé que un poco más y podría abrir mi propio café. Pensaba mucho en ello, y quería saberlo todo. ¿De dónde venía este hash y cómo llegaba allí?, y lo más importante, ¿dónde se encuentra el mejor? Pronto me quedó claro que las respuestas estaban en Marruecos. P. ¿Cuántos años tenías cuando empezaste a pasar hash? R. 21. La primera vez que fui a Marruecos tenía 22. Fui buscando a una gente que había conocido en Holanda. Sabía con quién contactar. La segunda vez que llevé un cargamento, cambié la batería para poder esconder cuatro kilos dentro. Hoy en día nos podemos reír por la miseria que son cuatro kilos, pero en
aquellos tiempos era mucho. El precio en Holanda era de cinco, seis mil guilders por kilo. En Marruecos cuesta 1200 guilders. Puedes venderlo en Holanda, quedándote un kilo para uso personal, y volver a Marruecos a por el siguiente cargamento. Estuve conduciendo hacia y desde Marruecos cinco o seis veces al año. P. ¿Empezaste a traer un poco más cada vez? R. Al principio no. Bueno, la batería se fue haciendo cada vez un poco más grande. Al cabo de un tiempo podía esconder casi siete kilos. Estuvimos dos años yendo y viniendo, yendo y viniendo, sólo por aquellos siete kilos. Y aunque en Aduanas pensaran o creyeran lo que fuera, nunca pudieron probar nada, nunca nos descubrieron. Si quitaras los botones de la batería, sólo podrías ver líquido de baterías normal. Y además, la batería funcionaba. Arrancaba el coche aunque estuviese a un tercio de sus amperios, el voltaje seguía siendo 12. Sólo fue mal una vez, pero no fue allí. Más adelante, la batería se cambió por depósitos de diesel. Después llegaron los barcos y los containers, y ahí es cuando empezaron los problemas. P. ¿Solías conducir solo o llevabas compañía? R. La mayor parte del tiempo éramos dos. Después de un tiempo, nos expandimos. Como mucho, se pueden transportar 40 o 50 kilos en un coche. Y las aduanas empezaron a revisar más concienzudamente. Conocen el peso exacto de muchos coches, de modo que cuando lo suben a un peso, pueden detectar las anomalías. También tienen equipos de infrarrojos. Se pusieron tan sofisticados que se hizo prácticamente imposible seguir. Además, los cultivadores y traficantes empezaron a mandar a sus clientes fuera, para que nos esperaran en España. Así que nos pasamos a los barcos. En Marruecos teníamos dos lanchas planeadoras, cada una equipada con cuatro motores Mercury de 240 HP.
P. ¿Y los barcos eran tuyos? R. Sí, eran nuestros barcos. En aquellos tiempos yo tenía un socio, alguien de allí. Con el barco podíamos transportar entre seiscientos y ochocientos kilos. Me quedaba en la playa tumbado, con el material enterrado en la arena, esperando. A las diez de la noche, ya se podía excavar y esperar. Si el tiempo empeoraba, se podía enterrar otra vez hasta la noche siguiente. Tenía que haber mar calma, sin luna llena. P. ¿Cómo contactaste con Marruecos? R. En aquellos días yo vivía en Marruecos la mitad del año. P. ¿Sabía tu esposa marroquí a qué te dedicabas? R. Sabía que tenía que ver con kif, pero nunca me preguntó nada. Allí no es costumbre que la mujer pregunte a su marido sobre sus negocios. Un hombre que le cuenta a su mujer algo de sus negocios es casi anormal. P. El material que manejabas ¿estaba destinado al mercado holandés? R. Más bien a los mercados alemán y escandinavo. Mi primeras buenas ganancias las hice en Christiania, la comunidad hippie de Copenhagen. Entregábamos allí cada dos semanas. Y hablo de unos 80 a 120 kilos. P. ¿Vendías tú mismo el producto? R. Sí, yo controlaba todo el proceso: desde los campos de Marruecos hasta Holanda y desde allí a Alemania y Escandinavia. En cierto momento, llegamos a ser muy grandes, con todo en nuestras manos. Sembrábamos y cosechábamos nosotros mismos. Luego lo envolvíamos cuidadosamente y lo transportábamos nosotros. También teníamos nuestros propios puntos de venta en Escandinavia. Te puedes imaginar la cantidad de dinero que hicimos. Pero eso sí, nos costó muchos años llegar tan lejos, y algunos fueron muy duros. P. ¿Por qué cultivabas en Marruecos? R. Allí la ley es la siguiente: en la