14 Aprendizajes Vitales Presentación....................................................................................................................................................................1 Aprender a desaprender..................................................................................................................................................5 Aprender a discernir para elegir bien............................................................................................................................16 Aprender a fracasar.......................................................................................................................................................35 Aprender a escuchar bien..............................................................................................................................................56 Aprender a vivir con humor trascendente.....................................................................................................................75 Aprender a decir “no”...................................................................................................................................................93 Aprender a cultivar la interioridad..............................................................................................................................121 Aprender a llorar.........................................................................................................................................................146 Aprender a perdonarse a sí mismo y dejarse perdonar...............................................................................................172 Aprender a contactar con Dios....................................................................................................................................191 Aprender a ser creativo...............................................................................................................................................208 Aprender a vivir con el propio dolor...........................................................................................................................222 Aprender a convivir en pareja.....................................................................................................................................260 Aprender a despedirse.................................................................................................................................................278
Presentación Carlos Alemany “Hay demasiadas cosas con las que convivimos -y aun de las que vivimoscuyos mecanismos, fines y posibilidades desconocemos. La vida, por ejemplo.” Antonio Gala
La vida es un continuo y realmente complejo proceso de aprender y desaprender. Y también un cúmulo de ocasiones perdidas en las que “decidimos” no querer aprender ni tampoco querer desaprender. Gran parte de los aprendizajes los recibimos de una manera estructurada: en la familia aprendemos muchas cosas (a no agredir a nuestros hermanos, aunque nos molesten, a comer bien, a ser hijos más o menos obedientes, etc.). En el jardín de infancia, escuela o colegio nos facilitan también una serie de aprendizajes formales: nos imparten conocimientos, nos potencian habilidades artísticas o deportivas, nos preparan para la vida profesional, etc... Y la vida social también nos enseña a luchar por un puesto de trabajo y saberlo mantener, nos enseña a ser competitivos, nos señala la importancia de la pertenencia a
grupos sociales, etc. Sin embargo el fluir vital y el desarrollo del ciclo personal de cada uno está lleno también -y mucho- de aprendizajes que uno ha tenido que hacer sin que nadie se los enseñe de una manera formal. Aprendemos por imitación de modelos, por pura necesidad de supervivencia, por intuición natural etc. Algunos de estos aprendizajes son dolorosos, otros son gozosos y el profundizar en todos ellos y dar con la clave motivadora de ese “aprender a aprender” es de gran ayuda para la propia evolución personal. Porque como dice Gala, hay demasiadas cosas en la vida cuyos mecanismos seguimos desconociendo. Por ello, todos estos aprendizajes representan una gran ayuda para el desarrollo de nuestras potencialidades y para no pasar por la vida como sobreviviendo (“el mar en invierno tan solo sobrevive” dirá también acertadamente A. Gala en otro de sus artículos) sino para vivirla a fondo, en toda la profundidad de su dimensión humana. Este libro, hecho en colaboración, lo hemos escrito para favorecer esta reflexión y para facilitar estos otros aprendizajes. Los temas los hemos elegidos entre los que nos parecen más vitales y necesarios en la sociedad de hoy. La lista, indudablemente, era más larga, pero estos que aquí aparecen son ya de por sí un muestrario amplio y variado de necesidades vitales y de destrezas, que podemos empezar a ejercitar ya. El libro empieza invitando a “aprender a desaprender”, porque ése es el punto de partida del que no siempre somos conscientes, y termina invitando a “aprender a despedirse”, aspecto que tampoco resulta nada fácil en ese hacer camino al andar y también al final del camino. Entre medias, surgen una serie de aprendizajes de los que uno no suele encontrar pistas en enseñanzas regladas, sino sólo sugerencias en la vida misma. Todos los autores son especialistas de aquello que escriben. Y no sólo porque conocen el tema, sino porque también han tenido una experiencia personal que les hace escribir desde sí mismos y desde el valor que para ellos posee ese aprendizaje. Y, por otra parte todos ellos han hecho
-hemos hecho- un esfuerzo por comunicarlo de forma narrativa, pedagógica, sugerente y serendípica. Como pórtico a los temas. las excelentes ilustraciones de Ángel Idígoras, psicólogo, dibujante e ilustrador, contribuyen a dar el tono de invitación gozosamente humana a leer y a poner en práctica estos nuevos aprendizajes vitales sin ningún miedo (por ej., en cómo aprender a llorar o a fracasar, como expresión más cabal de la plasticidad de la vida). Albert Ellis define muy bien al hombre como “ser humano falible” y Juan Masiá como “animal vulnerable”. Si ese es nuestro punto de partida, como creemos que lo es, somos unos privilegiados al tener apoyos, lecturas y herramientas que nos ayuden a expandir cada día más los aprendizajes con que la misma vida -y no nuestros planes-, nos sale al encuentro. Por ello, y una vez más, la invitación es a la lectura sosegada -ojalá en la mecedora-, en un sillón o en nuestro rincón preferido, alejados -en lo posible- del mundanal ruido. Ahí podremos dar paso a la reflexión serena, a pasear por el cuerpo el tema en su globalidad o algunos detalles en particular, a detenernos en una cita especialmente oportuna para nuestro momento vital y a la práctica tranquila, pero disciplinada y repetida de las sugerencias para el trabajo personal que proponemos los diversos autores. A conducir se aprende conduciendo, a escribir bien se aprende escribiendo mucho.... En la misma línea, a decir “no” se aprende practicándolo una y otra vez; a cultivar la interioridad se aprende tomándolo como objetivo y poniendo los medios que aquí se sugieren; o a sacar fruto del propio fracaso y a convivir con el propio dolor se aprende cuando la vida nos pone en situación fáctica de tener que lidiar con estas situaciones. Si quisiéramos resumir en unos pocos principios los presupuestos subyacentes al objetivo de este libro podríamos destacar los siguientes: a) La vida está llena de maestros que nos enseñan, sin que ellos se enteren de han sido nuestros maestros: personas significativas unas veces, pero otras, gentes con las que sólo nos hemos rozado tangencialmente en un momento dado. De ambas hemos
aprendido de muchas maneras. b) Aprendemos de las cosas que nos pasan, sin buscarlas. A veces son agradables y otras desagradables, pero muchas veces son el resultado de encuentros fortuitos. c) Aprendemos también -y mucho-, de lo que rechazamos. De la alternativa que dejamos, de lo que no supimos elegir a tiempo, etc. Progoff en su Diario intensivo trabaja muy bonitamente este tema en un ejercicio titulado “Diálogo con mis encrucijadas” : los caminos que pude seguir y que sin embargo escogí el opuesto, el contrario o el paralelo: ¿cómo habría cambiado mi vida si hubiera seguido ése en lugar del que seguí? Escribe sobre ello... d) Hay tiempos óptimos para aprender y tiempos apropiados también para desaprender. Los especialistas siempre hablaron de que en la evolución del niño había momentos óptimos donde se daban las mejores condiciones para aprender a moverse, para adquirir el lenguaje, etc., y cualquier disfunción o lesión harían ese aprendizaje más problemático. Podríamos hacer una transposición a la vida adulta en estos mismos términos. e) Para los que estamos en la educación más formal, es importante recordar que la vida no está dividida en asignaturas ni en áreas troncales. “Cualquier contenido, cualquier situación -afirma insistentemente Pedro Morales Vallejo en su último librotransciende el acto de transmisión de conocimientos. Y si no buscamos el que lo transcienda, entonces, como educadores, padres, maestros, etc, ésa es nuestra gran ocasión perdida.” f) La única condición para no aprender no es tanto ser sordos a nuestros profesores formales (padres, maestros etc.) cuanto ser sordos a la vida. El que trabaja por tener la sensibilidad despierta, los ojos abiertos, la mente lúcida y el corazón oxigenado, ése aprende -y con gran asombro- del día a día. De todo esto se desprende que cada persona se encuentra ante su propio reto, que siéndolo social, es en gran parte personal. Bien es
verdad que muchas cosas están cambiando: jubilación anticipada, mayor longevidad, tiempo de ocio, comunicación digital, etc. Hay que rehacer los esquemas del vivir y esto se concreta sobre todo en las herramientas para adquirir nuevos aprendizajes. Saber decir que “sí” y también que “no”; saber hablar pero también saber escuchar; saber relacionarse extrovertidamente, pero también saber cultivar la propia interioridad; saber triunfar y también saber fracasar; saber llorar pero también vivir la vida toda con humor transcendente; sabe comunicarse en intimidad y al mismo tiempo manejar el conflicto; saber ser rutinarios pero también creativos; saber disfrutar de la salud pero también saber convivir con el dolor de la vida y de la enfermedad; saber autoperdonarse y también saber conectar, en medio de nuestras diarias ocupaciones y preocupaciones, con el Misterio y la Transcendencia... Ojalá que cada uno encuentre en unos u otros de estos aprendizajes vitales las pistas, las sugerencias y la metodología que se ajusten más y mejor a su propio momento vital. Carlos Alemany (Ed.) Universidad de Comillas Madrid 1
Aprender a desaprender José A. Garcia-Monge "... El camino al niño... Después de vivir tanto... sobre tan poco..." J.L. Hassen "Del mismo modo que iniciamos el camino hacia el equívoco... ¡Con el mismo ímpetu!, ¡Con la misma inocencia!... Deberíamos afrontar la sabiduría de desandarlo...". J.L. Hassen
Vivimos en una época de acelerados cambios. A. Toffler ya lo analizaba en su célebre libro El "shock" del futuro. El cambio, en la dimensión que se realice, no consiste, sin más, en la adición de nuevos conocimientos, información o ideas, sino en la sustitución del aprendizaje hecho desde experiencias, cognitivas, afectivas o vitales, ahora ya inservibles, a dimensiones personales ajustadas a la nueva, y más adecuada percepción de la realidad. Esta dinámica del cambio origina conflictos entre lo antiguo y lo nuevo, lo de "siempre" y lo actual. Este conflicto no lo genera solamente la moda, ( sería banal, frívolo y hasta desechable), sino la adaptación, eficacia, sobrevivencia, liberación y justicia con la realidad. Paul R. Lawrence en Harvard Business Review, (enero-febrero 1969) escribía al investigar la resistencia al cambio, que "el problema real no es el cambio tecnológico, sino los cambios humanos que a menudo acompañan a las innovaciones tecnológicas". En la actualidad los problemas humanos que genera el cambio son prácticamente similares. En su Tractatus Logico-Philosophicus, Wittgenstein, desde un riguroso análisis lógico del raciocinio y del lenguaje, escribía, con autoridad y humildad a la vez, cómo incluso "cuando todas las posibles cuestiones científicas han sido respondidas, nuestros problemas vitales aún no han sido tocados en absoluto". La realidad analizada, el sentido común y la estructura psicológica humana, nos invitan a considerar un aspecto del cambio a través de esta breve proposición: es necesario aprender a desaprender, si queremos adaptarnos, evolucionar, crecer y abrirnos adecuadamente a la realidad. Como escribo en mi reciente libro (García-Monge, J.A.(1997), Treinta palabras para la madurez, Desclée de Brouwer, Bilbao) hay verdades provisionales útiles para un tramo de nuestra vida, verdades enlatadas (se nos olvida mirar la fecha de caducidad), y, para preservar el dinamismo de la verdad, tenemos que aprender a decir adiós si queremos seguir siendo profundamente fieles a la realidad en todas sus dimensiones. Decir adiós equivale a despedirnos, a desaprender, a des-aprehender.
Esta actitud abierta es costosa y no debe llevarnos nunca a una relativización universal. Antes aprendíamos para toda la vida, ahora vivimos para aprender, mientras lo aprendido nos da vida. Esto no significa caer en un superficial pragmatismo: es verdad lo que sirve; sino lo que hace justicia a la vocación de lo humano. La postmodernidad nos contamina fácilmente de conductas escépticas, indiferentes o desinterasadas por el presente y futuro del hombre. El dinamismo temporal resitúa nuestros aprendizajes en una perspectiva evolutiva, contextualizándolos situacionalmente en una seria, abierta y responsable construcción de la realidad humana pluridimensional. DIFICULTAD DE ECHAR APRENDIZAJES AL CUBO DE LA BASURA O COLOCARLOS EN EL MUSEO ANTROPOLÓGICO Hay personas que guardan todo; les cuesta enormemente desprenderse de algo que no van a usar jamás. No sólo por neurosis compulsivo obsesiva, sino por cariño a las cosas, a su propia historia, por inseguridad ante el futuro o por poder acariciar sus recuerdos. Otras se desprenden rápidamente de casi todo: usar y tirar. Los armarios de las primeras se llenan, sin espacio para tantos objetos, los de las segundas siempre tienen sitio para acoger nuevas cosas. No quiero censurar estas conductas sino constatarlas. Tal vez un razonable equilibrio sería la justa dirección. Lo que quiero señalar es que esto mismo ocurre con nuestros aprendizajes: ideas, conductas, emociones, informaciones, interpretaciones etc... En ocasiones es muy difícil tirar al cubo de la basura. "Y si después...". "Era un recuerdo de...". Y es frecuentemente inmaduro, dar por inservible algo porque lo deciden la moda o las prisas. Lo importante es saber, evaluar y decidir lo que ya no es válido y dejar sitio para el fluir de la vida responsablemente vivida. Hay ideas, emociones o aprendizajes tempranos que se nos han quedado pequeños y sería ridículo presentarnos ante nosotros mismos o ante los demás vestidos con ellos. La dificultad de regalar y relegar esas huellas de nuestro paso por la vida a un museo antropológico radica en cinco puntos: • El peso significativo de las personas que nos los legaron.
• Los beneficios primarios o secundarios (menos conscientes) experienciados en el ejercicio, frecuentemente manipulativo, de esas conductas aprendidas. • Las emociones que se estructuraron en nosotros con su aprehensión. • Los refuerzos que permitieron su consistencia y constancia. • La pertenencia que obtuvimos, por integración, en grupos o culturas que nos permitían identificarnos y tener seguridades básicas. El trabajo de desaprender tiene que pulsar todos esos registros si quiere ser liberador y eficaz. Nos asiremos desesperadamente a aprendizajes obsoletos si ponen en peligro nuestro autoconcepto, o nos marginan de personas "poderosas" en nuestro universo afectivo. LA DIFÍCIL LIBERTAD DE DESAPRENDER Desaprender es una decisión de nuestra libertad modesta y real. Supone no el cambio por el cambio, sino el cambio por el maduro intercambio con la realidad de dentro y fuera de nuestra persona. Conlleva un diálogo serio, escuchador, analítico que pondere, reflexione, sienta y consienta. Supone un aprendizaje continuo, una "formación permanente" a la que se resistiría el carácter dogmático de Rokeach o el miedo de perder poder. La flexibilidad versus el dogmatismo, nos recuerda aquella recomendación de Pablo en la sabiduría cristiana: "Examinad todo, quedaros con lo bueno". Las escuelas, universidades u otras instituciones de aprendizajes aunque no lleven a rajatabla aquella afirmación del filósofo: "Sólo sé que no sé nada", podrían, más matizadamente, saber y transmitir que sus conocimientos académicos son, en gran parte, seriamente provisionales y enseñar una distancia crítica del alumno ante el profesor, que debe ponerse en cuestión con humildad y valor, a la vez que se esfuerza por seguir aprendiendo con sus alumnos y, frecuentemente, de sus alumnos. Toffler (1974), en la obra que citaba al comienzo de estas líneas (breves para que no cueste mucho desaprenderlas), escribiendo acerca de las
instituciones de enseñanza señala: "nada debería incluirse en los programas sin estar plenamente justificado con vistas al futuro. Si esto significa expurgar una parte sustancial de la programación formal, debe hacerse igualmente" (p.428). Galileo tuvo mucho que desaprender de nuestro sistema solar arriesgando mucho por acoger en su mente y en sus labios lo aprendido. EL EJEMPLO DE CIENTÍFICOS, MATEMÁTICOS... Como cita y explica el gran matemático Miguel De Guzmán ahondando en la historia de la ciencia y, en concreto, de las matemáticas, Bertrand Russell afirmaba en 1901 que "el edificio de las verdades matemáticas se mantiene inconmovible e inexpugnable ante todos los proyectiles de la duda cínica". En 1924 ya había cambiado considerablemente de opinión. Para él, la lógica y la matemática, al igual que, por ejemplo, las ecuaciones de Maxwell "son aceptadas debido a la verdad observada de algunas de sus consecuencias lógicas". En 1959, en la descripción de su itinerario filosófico, afirma: "La espléndida certeza que siempre había esperado encontrar en la matemática se perdió en un laberinto desconcertante". La imposibilidad de la certeza absoluta que señalo, eligiendo como "más difícil todavía" el ejemplo de las matemáticas, se agranda considerablemente, en proporciones gigantescas, en otras ramas humanas del saber. La Psicología que se enseña en nuestras universidades, la que manejamos los psicoterapeutas se debería asombrar, casi diariamente, y aprender a aprender, lo cual supone necesariamente aprender a des-aprender, con humilde realismo. Por recordar un ejemplo ya clásico, la afirmación de Watson que recomendaba, por el bien educacional, una limitada relación afectiva con los niños, sobre todo en besos y contactos, y que fue seguida por innumerables padres y educadores, tuvo que ser reconocida como errónea, por el mismo Watson, cuando años más tarde, reconoció que al escribir aquella afirmación no conocía bastante sobre el tema. Maslow, que comenzó su tesis doctoral sobre Watson, reconoció que bastaba tener un hijo para saber que, sobre el aspecto estudiado por él, Watson
no tenía razón. Johnn von Neumann afirma su itinerario mental cambiante: "Yo mismo reconozco con qué humillante facilidad cambiaron mis puntos de vista respecto a la verdad absoluta matemática... y cómo cambiaron tres veces sucesivas". Hermann Weyl, uno de los matemáticos más profundos de nuestro siglo, se dio cuenta de que la matemática era "irremisiblemente falible" invitando, en la interpretación teorética del universo real, a una actitud sobria y cautelosa. Reflexionando sobre mi propio y largo camino universitario y cultural, reconozco lo mucho que me ha costado desaprender (tal vez más que aprender), sobre todo en aquellas áreas en las que, al estar implicado un valor, (y si pretendía ser trascendente mucho más), no se producía un simple cambio de opinión o de interpretación de unos hechos o de incorporación de nuevos datos o descubrimientos, sino un riesgo existencial. Campos como la moral, la religión, la teología y la misma psicología humanista, la valoración de los sistemas políticos agarrotaban cognitivo-emocionalmente mi capacidad de cambio desaprendiente. En ocasiones era como si me jugase la vida, cuando, en realidad, era la vida la que me había jugado la mala partida, con probable buena intención, de darme por cierto y para siempre consistente lo que no resistiría una desmitologización o simplemente una apertura más honda y complexiva a la realidad y a lo verdaderamente humano. Esta dificultad no es algo meramente personal sino constatable, a gran escala, en lo institucional. Ser libre para desaprender no es ejercicio de adolescente rebeldía u oposición contradependiente, es sabiduría, bloqueada frecuentemente por el miedo a la libertad y, porqué no decirlo, por el temor a los "castigos" que el poder institucional prodiga a los profetas del cambio o a los que, coherentes con su conciencia, o su telescopio, ven las cosas de distinta manera por sustitución de sumisos aprendizajes antiguos, por adecuaciones a la realidad más hondas, humanizantes, científicas y, por supuesto, más libres y liberadoras. INTERNALIZACIÓN E INTROYECCIÓN
Los múltiples mensajes que recibimos y hasta nos bombardean desde que nacemos, los procesamos de dos manera muy distintas dependiendo de que los internalicemos o simplemente permanezcan, dentro de la mente o el corazón, como introyectos. En la internalización, por la necesidad de conocer la verdad o de aprender, integramos el mensaje en nuestro sistema personal de saberes, de valores o de creencias. Se verifica un cambio que acrecienta nuestro acerbo de conocimientos y que nos enriquece. El mensaje basado en la credibilidad del comunicante considerado como experto y digno de confianza permanece firmemente adherido a nuestra columna vertebral humana. Desaprender algo que hemos internalizado es muy difícil. Tendríamos que abrirnos con honestidad y libertad responsable a nuevas evidencias o a inéditos campos de la certeza libre para arriesgarnos a desaprender lo internalizado. En el caso de los introyectos: mensajes, información, interpretaciones o valoraciones que hemos ingerido sin crítica discernidora, la dificultad de desaprender radica en que no los identifiquemos realmente como lo que son: introyectos; cuerpos extraños en nuestros sistemas personales o en nuestros circuitos de aprendizaje. Frecuentemente estamos llenos de introyectos y no nos damos cuenta. Más que hablar desde nosotros mismos y nuestras propias convicciones, somos hablados por boca de otros. Es urgente la tarea de desaprender lo introyectado. La presión de los medios de comunicación, el peso del prestigio enseñante, nuestra propia inseguridad o nuestra baja autoestima, nos llena de introyectos. Desaprenderlos es iniciar el camino hacia nosotros mismos, hacia el riesgo de vivir auténticamente y de decirnos al decir. Exige interrogarse y hacerse preguntas abiertas. Precisa la sabiduría de dudar y de saber escucharse y escuchar. De ser y aparecer sanamente inseguros y de no buscar consistencias perennes donde no las hay ni las puede haber. No es fácil decirnos y decir: estaba equivocado; o, más exactamente: confundí un momentáneo apeadero con la estación término. Sabiendo que allí donde llegan los trenes también parten y que, en ocasiones, hay que apearse del tren para seguir andando hacia rumbos
desconocidos. Esto nos habla de soledad, de esa soledad que experimentamos cuando abandonamos una "verdad" confortable y acompañada y nos vemos a solas con nuestra desnuda existencia. La luz incipiente del amanecer puede ser la única esperanza del que abandonó el sueño y la luz de "saberes" artificiales de consumo. Deshacerse de introyectos cuando están pegados fuertemente a nuestra piel nos deja en carne viva. Y esto duele, pero sana. Los introyectos conllevan cuestionar las fuentes de nuestro saber que, remontadas río arriba, nos llevan a la autoridad de nuestros padres. Es desigual la pelea del niño contra el gigante. Pero no olvidemos la hazaña de David y Goliat. Podemos desaprender introyectos y ayudar a otros a desaprenderlos. No para sustituir un amo por otro sino para ofrecer la verdad que nos hace libres. Desaprender cuando la sumisión sustituye a la razón, a la lógica, es difícil. El poder nos suplanta y nos mantiene encadenados a su "verdad", que no es más que la de la fuerza. Podemos, si no hay más remedio, seguir aprehendidos por fuera, desaprendiendo por dentro. Ya llegará el momento de decir nuestra palabra. Me han podido enseñar que la meteorología es un ciencia prácticamente exacta. Según ella, hoy, en mi ciudad el ambiente es soleado y cálido, pero yo tengo frío y no estoy enfermo. Lo importante no es lo que diga el hombre del tiempo sino lo que a mí me pasa. AFECTIVIDAD Y DESAPRENDIZAJE Todos los seres humanos, unos más que otros, necesitamos una identificación afectiva. Necesitamos psicológicamente, ser queridos y querer. El peso motivador de una relación afectiva en un aprendizaje puede ser decisivo. Como lo importante es la experiencia subjetiva emocional, mis saberes, conocimientos, interpretación y valoración de datos, dependerán de la necesidad afectivo relacional que los sustenta. Desaprenderé cuando la persona necesitada por mi cambie de opinión o valoración. Mantendré lo aprendido si me asegura la persistencia satisfecha de mi afectividad. Este fenómeno personal y grupal (partidos políticos, comunidades, asociaciones etc ...) impide el desaprendizaje mientras la emocionalidad se alimente de las fuentes
de identificación y gratificación. Desaprender supone, entonces, una libertad afectiva que más que un apoyo ambiental, se afiance en un autoapoyo. La autonomía afectivo relacional decidirá la posibilidad de mis desaprendizajes. CONTACTO CON LA EXPERIENCIA El secreto posibilitador del desaprendizaje es la autenticidad del contacto con la propia experiencia. Escucharse a uno mismo a niveles experienciales y contrastarlos, en la medida de lo posible en el plano experimental, es básico en el arte y el riesgo de desaprender. La experiencia como madre de la ciencia, iluminada con rigor y verdad, va a sugerirnos muchos desaprendizajes. Volviendo al ejemplo de las matemáticas por considerarlo más elocuente por la pretensión de objetividad científica, lo expresa Bourbaki en un famoso artículo sobre La Arquitectura de las Matemáticas: "Creemos que la matemática está destinada a sobrevivir y que jamás tendrá lugar el derrumbamiento de este edificio majestuoso por el hecho de una contradicción puesta de manifiesto repentinamente, pero no pretendemos que esta opinión se base sobre otra cosa que la experiencia" (el subrayado es mío). La experiencia, por modesta que sea, nos habla de lo concreto y real renunciando a la omnipotencia de dominar los procesos infinitos del pensamiento. El ser en su infinitud es el horizonte, condición de posibilidad del conocimiento concreto. Esta consideración metafísica nos devuelve a nuestra condición humana dignificándola y dimensionándola y, a la vez, nos argumenta poderosamente sobre la necesidad de desaprender, dando a la experiencia toda su posibilidad de aprendizaje creciente sin pretensiones de absolutez que suplantaría el horizonte con el conocimiento concreto. El árbol nos impediría ver el bosque y el bosque la lejanísima "línea" del horizonte. La limitación de lo aprendido (es decir la invitación a interrogarse y, tal vez, desaprender) la pone de manifiesto la apertura del conocimiento a este horizonte.
Luria y el caso de Shereshevski Alan Baddeley (1989), en su libro: Su memoria: cómo conocerla y donúnarla. Debate. Madrid, narra y estudia el caso del célebre mnemonista ruso Shereshevski, estudiado durante varios años por el psicólogo ruso A.R. Luria. Shereshevski era un periodista que nunca tomaba notas por complejo que fuera el artículo que debía publicar. Luria le administró una serie de pruebas de memoria cada vez más exigentes. No parecía haber límite en la cantidad de material susceptible de ser recordado puntualmente por él: listas de más de cien dígitos, largas series de sílabas sin sentido, poesía en idiomas desconocidos... Repetía perfectamente todo este material, incluso en orden inverso y años más tarde. El secreto de su asombrosa memoria radicaba en la capacidad de formar imágenes visuales con una enorme rapidez. Un caso de sinestesia, fenómeno por el cual un estímulo que actúa sobre un sentido evoca una imagen en otro. Esta capacidad, que poseemos en un modesto grado, a Shereshevski le llevó a ser un mnemonista profesional. Esta capacidad de recordar llegó a plantearle problemas: dificultades en la lectura por sobreabundancia de imágenes etc... El problema, que me lleva a recordar este interesante caso psicológico, surgió cuando Shereshevski llegó a sentir su memoria abarrotada por informaciones de todo tipo que no deseaba recordar. Al fin encontró una solución muy sencilla: imaginar que la información que no deseaba recordar estaba escrita en una pizarra e imaginarse a si mismo borrándola. Esta solución, por extraño que parezca funcionó perfectamente. Aquí se trata de la memoria, una forma cotizadísima de almacenamiento de saberes, pero el abarrotamiento del disco duro es susceptible de producirse en otras dimensiones psicológicas. Luria enseñó a Shereshevski a desaprender. Frecuentemente nuestra capacidad psicológica está llena de saberes que más que fecundarse relacionándose y originando nuevos conocimientos, se estorban unos a otros: impiden el crecimiento armónico en la persona suplantándose, peleándose, interfiriéndose, a menudo emocionalmente, y bloqueando, al fin, nuevos y adecuados aprendizajes.
ERES MAYOR QUE LO QUE SABES La biografía humana esta hilvanada de experiencias, estructurada por la dimensión cognitiva y zarandeada por las emociones fundantes y consecuentes en el proceso vital. De todo eso y de lo que nos rodea aprendemos a ser lo que somos a desear y a negociar la satisfacción de nuestras necesidades acuñando valores o contravalores. Estos aprendizajes quedan impresos en circuitos de placer y displacer, de armonía o ruptura, de adaptación o marginación en el entorno social. El proceso de convertirnos en personas adultas y maduras queda interrumpido por muchos de estos aprendizajes cuando, por fijaciones o regresiones, reactualizamos conductas antiguas que tal sirvieron en la infancia pero que, ahora, se verifican como inadecuadas para responder a estímulos adultos. ¿Porqué se produce todo eso?. Las respuestas dependen de los modelos psicológicos que sirven de referente al investigarlas. Lo cierto es que muchos de esos circuitos impresos no nos valen o han dejado de valernos para nuestra vida actual. Si queremos ser adultos y maduros es necesario desaprender. No será fácil si esos aprendizajes produjeron beneficios en la manipulación del entorno humano. Decir adiós a lo que ahora no da razón de nuestra estatura personal y social no es tarea fácil. Seleccionar los conocimientos significativos, más acontecidos que aprendidos, de lo que sólo son "saberes intercambiables", es importante y necesario como señalaba acertadamente C. Rogers. Puede ayudarnos sabernos mayores que nosotros mismos; con posibilidades de crecimiento integrador, sin dejarnos aherrojar por saberes o experiencias que tuvieron su momento y que, repetidas, harían un mal servicio psicológico, social y personal a nuestra vocación humanizante, científica, creativa de llegar a ser lo que profundamente somos en un desarrollo coherente y armónico. Desaprender equivale a darnos capacidad de maniobra en el horizonte dimesionador que nos provoca y convoca. ¿Qué he aprendido hoy?. Buena pregunta que implica esta otra: ¿He sido valiente, capaz y lúcido para desaprender, en contacto sano con mi propia experiencia, y, en diálogo abierto con la realidad y su horizonte provocativo, utópico
y, a la vez, dimensionador de nuestros conocimientos en la construcción humana de la historia y de esa misma realidad? SUGERENCIAS PARA UNA REFLEXIÓN PERSONAL: 1. Escriba: Hace algunos años yo pensaba... Ahora pienso... Hace algunos años yo sentía... Ahora siento... Hace algunos años yo hacía... Ahora hago... Hace algunos años yo creía... Ahora creo... Nota: No elija espacios de tiempo demasiado amplios y fíjese en el como realizó el cambio y si hubo un proceso de desaprendizaje. 2. Reconozca ideas o emociones que sustentaban su vida y vea cómo y porqué han cambiado, si valorado este cambio, ha supuesto de verdad, un crecimiento personal. 3. Aprecie algún cambio en otra persona que haya supuesto un humilde desaprendizaje, y un coraje de reconocer una nueva posición vital. 2
Aprender a discernir para elegir bien Carlos R. Cabarrús OPORTUNIDAD ELECCIÓN
DEL
DISCERNIMIENTO
Y
LA
BUENA
Con frecuencia creemos que tomar decisiones correctas es fruto simplemente de comparar situaciones y que esto está al margen de los procesos personales, de las cosas que vivo, de mis miedos, de lo que siento, de lo que no conozco de mí. Creemos, tal vez ingenuamente, que lo que hay que tomar en cuenta en una elección dada, son, únicamente, los riesgos que se asumirían al elegir algo en una situación concreta o las ventajas que traería escoger lo contrario. El supuesto es falso. Muchas veces tomamos decisiones erradas porque no conocemos los verdaderos móviles que nos hacen actuar; porque confundimos nuestras razones y aun nuestros "ideales", con las impresiones que perviven en
nuestras entrañas aunque aún no les hayamos puesto nombre. Es decir, en ese caso, no hemos discernido realmente lo que nos toca hacer, no podremos elegir bien. Discernir y elegir son palabras complementarias. Discierno aclarando mi mente, examinando mis motivaciones; elijo a la luz de lo que he visto por medio del discernimiento. Son procesos profundamente relacionados entre sí. Discernir humanamente es algo necesario, especialmente en situaciones donde las normas o las leyes no han tomado en cuenta lo que nosotros tenemos por delante; donde se ponen en juego muchas circunstancias que podrían afectar a los demás. Por ello tenemos que saber discernir a nivel humano, no sólo a un nivel espiritual. Aprender a elegir es un proceso con su propia dinámica. La necesidad de discernir está relacionada con la falta de directrices, de normas, de leyes con las que uno se encuentra en muchas encrucijadas de la vida. En esas ocasiones se tiene que discernir, es decir, poder tomar una decisión correcta, poder elegir entre dos cosas que se presentan, con la mayor lucidez posible. Esto implica una actitud básica como también una técnica. Discernir es siempre optar. Al lograr las actitudes básicas del discernimiento estamos integrando propiamente discernimiento y elección. Para poder discernir decíamos, además de tener ciertas técnicas -que más adelante explicaremos- es preciso tener actitudes humanas de discernimiento. Es tener la actitud de poder escoger lo positivo, la felicidad, la vida, por principio. Esto suena fácil. Nos parece que siempre escogemos lo que nos da vida, que nos dejamos guiar por lo positivo. Nada más ajeno a lo que en realidad pasa, donde por lo menos a nivel de las vivencias interiores, nos regodeamos con lo que nos culpabiliza, nos disminuye, o nos preocupa. Hay "voces" internas que nos condenan. Junto a esas voces -sin embargo- está la "voz" de nuestra conciencia. Discernir es dejar que la "conciencia" tome el control de nuestro interior y el papel de parámetro de nuestras decisiones1. Propiamente el discernimiento es un término utilizado en el ambiente espiritual. Ignacio de Loyola es uno de los grandes maestros del discernimiento espiritual (Cfr. Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales (184-187). Obras completas, BAC, Madrid). La línea carmelitana, especialmente con Sta. Teresa es otra veta riquísima para discernir cristianamente. Este discernimiento espiritual toma en cuenta de manera definitiva no sólo el papel personal, sino la intervención de Dios y del espíritu del mundo en los procesos humanos. Discernir es optar por lo que contribuye a que el Reino de Dios (un proyecto de paz, justicia, solidaridad y amor para la humanidad) acaezca en este mundo 1
LA CONCIENCIA En el fondo, todas las personas, por perversas que sean sus actuaciones, tienen la "felicidad" como meta de su actuación; como su "valor". Sólo que una felicidad mal entendida, muchas veces. Una felicidad que se interpreta como lo que dé más placer, de manera más rápida y sin complicaciones. Pero lo que persigue, por ejemplo, tanto el muchacho que se enrola en una "banda" o "pandilla", la que se droga o busca una carrera, es ser feliz de alguna manera. La conciencia es la "voz" de nuestro ser que se expresa. Es lo más profundo de nosotros mismos que toma la forma de una palabra de indicación. Es lo típico del ser humano. La persona tiene siempre esa voz en lo más profundo suyo. Es esa voz la que le va indicando cuándo algo de lo que realiza se acerca o no a su verdadera felicidad. La conciencia es el gran patrón para discernir. Coloca lo que está en cuestión frente a esa voz. Esa voz, con todo, necesita de criterios para poder actuar. Esos criterios son los valores. Ahora bien, una conciencia se forma, no se adquiere de una vez por todas; y se alimenta de valores. Pero también se "informa"; con datos científicos, con conocimiento de situaciones y relaciones. Dentro de nuestro interior, con todo, hay muchas más voces, muchas de ellas de corte negativo. De ahí que haya que saber distinguir la voz de la conciencia de las "voces" negativas o compulsivas. Así se da un primer material de discernimiento: la voz de la conciencia reconoce -a diferencia de las otras- la propia valía y sabe aceptar las responsabilidades e integrar la culpabilidad sana. LOS VALORES A veces tenemos confundida la noción de felicidad. Lo que está al fondo de la búsqueda de la felicidad es la "vida". Ahora bien, para poder percibir la vida tenemos que traducir esa vida en "valores". Valores son cosas positivas, son elementos que tienen bondad y que son reconocidos como tales, primero por una colectividad o un grupo, y en un segundo momento -en la mayoría de los casos-por la propia persona. Se discierne y se elige siempre frente a valores. presente y culmine en un futuro en Dios.
Entrar en el problema de los valores es entrar en la diversidad de culturas y de significaciones. Lo que para una cultura es positivo para otra será algo negativo. En ciertas comunidades indígenas de Panamá, por ejemplo, es un valor que el hombre tenga a dos hermanas por mujeres legítimas, cosa que en la mayoría de nuestros pueblos sería considerado inadmisible. Con todo, lo que hace al Ngobe (indígena panameño del cual hablábamos) feliz es realizar su casamiento desde ese esquema presentado. Eso es un valor y su conciencia se forma frente a ello, pero es algo circunscrito a un grupo humano específico. Los valores con los que se construye el discernimiento humano deben ser aquellos que tocan lo central de la humanidad. Respecto a los valores habría que decir, por tanto, que hay unos más fundamentales -por ser más universales- que otros. Hay muchas cosas que claramente son diferencias culturales, pero hay otras que pertenecerían, por decirlo así, a la esencia de lo que es la persona humana tal y como la vamos descubriendo hoy. Estos elementos positivos mínimos estarían descritos en La Carta de los Derechos de la Humanidad. Esos derechos y deberes que la humanidad, en sus instancias más universales, ha ido reconociendo como los derechos mínimos que constituyen a la persona humana; aquello por lo que hay que luchar desde las diversas instancias internacionales. Allí estaría, por ejemplo, el derecho a la vida, la igualdad del hombre y de la mujer, el derecho a la educación, el derecho al trabajo, etc. Toda esta serie de "rasgos" constituirían, entonces, los valores humanos universales. Valores que tienen que ver con la vida y la vida colectiva, es decir la vida de los demás. Ellos configuran la conciencia lúcida y se vuelven criterio para el discernimiento humano. Hace un par de décadas habría sido más difícil percatarse de que para que yo tenga vida en plenitud, que para que yo tenga felicidad, es necesario respetar la felicidad de los demás. Por un hecho lamentable, como es el desastre ecológico que estamos produciendo las mujeres y los hombres en nuestro planeta, cada vez es más evidente la interconexión de nuestras actuaciones. Cada vez es más fácil percatarse de que no puedo obtener yo a solas, mi felicidad completa, al margen de lo que está sucediendo a los demás, al margen de lo que le pasa a la tierra. Esto es una sana toma de conciencia que puede
contribuir a que el valor de la vida, ahora más que nunca, tenga conexión con la vida de las demás personas y con las del planeta. El caso de la clonación de la oveja Dolly ha llevado a la persuasión, en mucha gente, que el ser humano tampoco es dueño definitivo de la creación; no es el señor absoluto del universo. Tiene el deber de cuidarlo, de conservarlo para las generaciones futuras como fiel custodio de la vida. Es necesario garantizar el mantenimiento de los necesarios balances ecológicos y de la diversidad genética de las especies 2. Allí se impone toda una educación en la ecología y en las verdaderas teclas de lo que es la persona humana. Tener mi felicidad y mi "vida" prescindiendo de la de los demás, es cada vez menos defendible. Por esa razón, actuar como ser humano implica oír la voz de mi conciencia -que me impele a ser cada vez más yo mismo- frente a unos valores, que me hacen tomar más y más en cuenta la vida de los demás y la vida del planeta, con responsabilidad. Hasta ahora hemos hecho énfasis en los procesos que clarifican la razón y la mente: hemos establecido parámetros en el discernimiento. Ahora veremos que la voluntad juega un papel muy importante en todo el proceso de la elección, sobre todo porque ésta se deja llevar, con facilidad, por el mal que la circunda. LA EXPERIENCIA DEL MAL Lo que sucede es que frente a la conciencia y frente a los valores tenemos otro elemento crucial de la persona, que atañe especialmente a la voluntad. Es la inclinación constitucional al mal. Percatarse de esto no es difícil; basta con ser testigo de la existencia humana. Esto es lo que a nivel de experiencia religiosa llamamos "el pecado". Esta inclinación al mal se ve fecundada, por una parte, por todo lo que ha sido herido o vulnerado en nuestro pasado. No es lo mismo la herida recibida que el mal realizado, pero ciertamente los traumas provocan Cf. Jorge J. Ferrer S,J. «Reflexiones éticas a propósito de la Clonación». En Gregorianum, Roma. 1997. Es en esta opción por la vida donde se enraíza el discernimiento cristiano. Los nocreyentes no verán en este dinamismo sino sus propias fuerzas psicológicas. Para el creyente, con todo, ahí está ya el Espíritu de Dios actuante porque la Vida es lo más "íntimo de mí intimidad" (Agustín) donde está Dios aunque no se conozca su nombre. 2
una decantación hacia la realización del mal. Pero, por otra parte, la experiencia del mal, es fruto también de nuestra libertad. No somos robots que actuamos por programaciones positivas o negativas. Somos seres libres. Pero es un misterio que los hombres y mujeres podamos escoger lo que mata en vez de lo que vivifica. Ese pecado, o esa inclinación al mal, lleva a optar por los "contravalores", es decir, a negarme la vida y negársela a los demás. La conciencia tiene que elegir, tiene que optar por lo que en verdad da vida, frente a lo que trae la muerte, personal o de la sociedad. La formación humana consiste, por tanto, en formar para discernir lúcidamente y para escoger la vida, frente a los impulsos de muerte en nuestro interior y en la sociedad. LA OPCIÓN POR LA VIDA DISCERNIMIENTO Y ELECCIÓN
REQUISITO
DEL
Desde esta perspectiva, la vida no se puede entender como algo individualizante o marginante de la vida de los otros. El que está en capacidad de optar por la vida, se interesa por la vida de los demás, y de los que son la mayoría en la humanidad, es decir "los desheredados de la tierra" (personas necesitadas en todos los niveles). Esta opción por la vida, como talante, junta en sí misma el discernimiento y la capacidad de la voluntad que elige en ella, acertadamente, su elección primordial. Esto significa que la principal elección que debe realizarse es la opción por la vida y hacer de ello el objetivo de todo proyecto personal. Este proyecto tomará en cuenta diversas aspectos de la vida. Ahora bien, ese poder optar por la vida se puede traducir en cinco actitudes básicas: 1) Saber trabajar equilibradamente, sabiendo descansar. 2) Poder "construir amor". 3) No ser "moscas" sino "colibrí" o mejor aún "abejas". 4) La capacidad de diálogo y perdón. 5) Por último, la sana autoestima, que es la base de todo lo demás. Las dos primeras de estas actitudes pertenecen a la inspiración de Freud, eran para él, criterio de "salud mental" 3. La capacidad de trabajar y la capacidad de hacer bien el amor ya los señaló Freud como signo de una salud psíquica. Aquí hacemos algunas variaciones y adaptaciones de la intuición freudiana. Aunque también hay que discernir lo de la "abeja", puesto que existe el "zángano", la "reina" y también el ataque maligno de las "africanas". Como se puede ver el discernimiento no es un "deus ex machina", no es algo conseguido sin dificultad. Es más bien una ayuda en el proceso que nos orienta 3
1) Trabajar equilibradamente sabiendo descansar El trabajo constituye al ser humano, al homo faber. Pero esta primera actitud, la de saber trabajar, no implica únicamente el desempeñar un trabajo aun con mucho esmero. Vivimos en una sociedad que nos hace hasta adictos al trabajo y a la actividad cronometrada. Todo en nuestra sociedad evalúa el trabajo y la actuación humana. Pero trabajar equilibradamente es la capacidad de poder reponer esa fuerza de trabajo, es decir, de darnos el descanso y los nutrientes necesarios a nivel físico, psíquico y espiritual. Si no me doy este nutriente no sé trabajar porque no estoy reponiendo mi fuerza de trabajo, que es distintivo del ser humano. Esta actitud tiene mucho que ver con una sana autoestima, como veremos. *Indicadores de saber trabajar: ¿Hago evaluación de mi trabajo, tengo un proyecto personal que reviso con frecuencia? ¿Vivo con estrés? ¿Cómo me doy alimento y descanso a nivel corporal, psicológico y espiritual? ¿En que cosas puedo verificar si me alimento en cada una de esas dimensiones? ¿Cómo me doy cuenta de que lo hago? ¿Me percato de que reparar mis fuerzas es un indicador de que capto vitalmente el amor por la vida y que estoy capacitado para otras elecciones? 2) Construir el amor La segunda actitud la ponía Freud en poder hacer en plenitud el amor. Hacer el amor no es igual, ni mucho menos, a realizar fácticamente el acto sexual. Hacer el amor implica entrega, donación, buscar el placer de la pareja, para sólo así experimentarlo en sí mismo. Una dosis grande de confianza, una base de autoestima alta. "Hacer" el amor, sin embargo, se puede traducir mejor como "construir" el amor. Al hablar de construirlo se amplía el horizonte de aplicaciones. Pero hay que construirlo y defenderlo porque siempre está en riesgo, ya que es una denuncia frente a las leyes funestas del mundo. Por eso hay que poner todo lo que está de nuestra parte para la ruta.
que el amor acaezca en nuestro entorno y protegerlo. Un amor que debe irradiar hacia todo lo que es vida, hacia la vida misma. Ahora bien, este construir el amor no se puede hacer -como veíamos desde la perspectiva de lo ecológico- al margen de los demás. Sólo si se está en sintonía consigo mismo, sólo si se está en solidaridad profunda con los demás, con los necesitados de todo género se puede evaluar esta opción por la vida. *Indicadores: ¿Soy capaz de "hacer el amor", de construirlo? ¿Tengo amistades profundas y duraderas? ¿Tengo amistades entre gente pobre y necesitada; tengo experiencia de convivir alguna vez con los problemas urgentes de las mayorías? ¿Cómo está mi capacidad de reír, de generar buen ambiente, de ser como un oasis para los demás?... ¿Cómo me doy cuenta de que lo hago? ¿Me doy cuenta que es la vida y el cariño lo que debe estar siempre en juego, en última instancia, en toda decisión? 3) Ser abejas La tercera actitud, que nos prepara a optar por la vida, es quizás algo a nivel más metafórico, es como un talante fundamental: no ser "moscas", que sólo se paran en el estiércol y que, además, lo llevan de una parte a la otra, sino colibríes, que captan el mejor néctar de las flores; o más aún, abejas trabajadoras que extraen lo mejor de las flores y producen la miel que es un alimento nutritivo y un remedio fundamental. *Indicadores: ¿Ante una situación me inclino, por principio, a ver lo negativo? ¿Me juzgo, por principio, por las cosas "malas" que hago? ¿Cuánto me culpabilizo? ¿Cómo le saco ventaja a las cosas negativas que suceden? ¿Cómo hago que las personas saquen lo mejor de sí mismas? ¿Cómo me doy cuenta de que lo hago? ¿Me percato de que sólo si saco lo mejor de las personas y las situaciones estoy en una actitud de elegir y hacerlo bien? 4) Capacidad de dialogar y perdonar
La cuarta actitud emana de las anteriores. Es la capacidad de dialogar y perdonar. Si alguien tiene actitud humana para dialogar puede discernir. Dialogar no es lo mismo que proponer ideas, discutirlas e imponerlas. Es una situación completamente diferente. Es ponerse en los zapatos del otro, en su óptica, más aún, en la "piel" del otro para ver desde su perspectiva y sentir lo que el otro siente. Esta actitud de diálogo es lo que se llama la "escucha empática". Sólo así, se puede llegar no a mi verdad o a la tuya, sino, como decía Machado a "nuestra verdad". *Indicadores: ¿Cuánto aprendo de los demás? ¿Cómo me ha reportado este aprendizaje, posturas nuevas en mi vida? ¿Me sé poner en los zapatos de los demás, en su propia piel? ¿Cómo me doy cuenta de que lo hago? ¿Me percato de que esta actitud es básica para cualquier discernimiento en cuanto implica realmente considerar todas las situaciones? Dentro de esta capacidad de diálogo está la capacidad de perdonar. Ahora bien, hay que tener en cuenta las falsas ideas que se nos imponen sobre lo que es el perdón. Se dice que perdonar es "olvidar"; se nos ha enseñado que perdonar es un acto de voluntad, se dice que perdonar es volver a estar en la situación en que me encontraba al comienzo, antes de que pasara el conflicto; se dice que perdonar es renunciar a que se haga la justicia, se dice, finalmente, que sólo Dios es quien verdaderamente perdona. Todas estas son falsas concepciones del perdón. Si se colocan como los indicativos de si he perdonado o no, me equivocaré rotundamente. Los verdaderos indicadores de que se ha comenzado un proceso de perdón son, por el contrario: haber podido expresar la cólera que ha provocado la situación en mí, haber sacado un balance de lo que verdaderamente se ha dañado en mí, haber establecido el aspecto positivo que el suceso puede ofrecerme -a riesgo de que si esto no se diera no pueda integrarlo nunca-. Con esto así trabajado cesará el deseo de venganza y podré comenzar a ver a ese "enemigo" con ojos nuevos. Podré considerar que él también puede cambiar. Finalmente, cuando el proceso se ha completado desde la experiencia de fe,
entonces perdonar es aprender a ver y a querer a esa persona desde la perspectiva del cariño que Dios también le tiene. En el fondo, si sé perdonar tengo la actitud de estar en el otro y de abrir mi horizonte. Eso me prepara para poder discernir y elegir. Me hace disponible y dócil a la verdad 4. *Indicadores: ¿Tengo falsas concepciones sobre lo que es el perdón y por eso, tal vez me culpabilizo más? ¿Cuál es la señal personal más característica de que no he perdonado todavía? ¿Cuál mi señal para saber que he comenzado el proceso de perdonar? ¿Cómo me percato de que si no perdono, hay algo que no he integrado en mi vida y me bloquea una libre elección? 5) Un buen nivel de autoestima La quinta actitud básica es un buen nivel de autoestima, y es, por decirlo así, el fundamento de todas las anteriores y del poder optar por la vida: porque la aprecio en mí. Ahora bien, la autoestima es algo que es auditivo. Son voces que nos hablan de nuestra aceptación personal -o falta de ella-. Es la voz interna que me da la capacidad de reconocer los elementos positivos personales y saber integrar lo negativo que tenemos. Esto indefectiblemente nos hace capaces de reconocer lo bueno en los demás y saber perdonar los errores de los otros. La autoestima constituye la conciencia, es una de sus notas constitutivas 5. *Indicadores de baja estima: La autocrítica rigurosa: ¿Me siento siempre mal conmigo mismo? Hipersensibilidad a la crítica: ¿Me siento siempre atacado y tengo resentimiento? Indecisión crónica: ¿Tengo miedo exagerado a equivocarme? Deseo excesivo de complacer: ¿Puedo decir que no? Culpabilidad neurótica: ¿Me condeno por conductas no siempre malas objetivamente? Hostilidad flotante: ¿Me Material abundante sobre este tema puede encontrarse en el libro de Jean Monburquette, Cómo perdonar. Sal Terrae, Santander, 1996. Sobre el propio perdón puede verse J. Masiá. Aprender a perdonarse a sí mismo y dejarse perdonar, en este mismo libro. Lo mismo de Luis Zabalegui, ¿Por gtié me culpabilizo tanto? (2a edición), Serendipity N° 13, Desclée De Brouwer, Bilbao, 1997. 5 Cf. Bonet, José Vicente. Se amigo de ti mismo, Sal Terrae, Santander, 1994. Pág. 30. 4
sienten de ordinario agresivo? Actitud supercrítica: ¿Me sienta mal, me disgusta, me decepciona, casi todo? Tendencias depresivas: ¿Me siento muchas veces deprimido? Quizás donde más se nota el bajo nivel de la estima es en la capacidad de culpabilización personal y en la incapacidad de perdonarnos a nosotros mismos6. Esto implica un trabajo de curación de heridas muy profundo. Como se puede observar, una baja estima, es algo que debe trabajarse concienzudamente. Hay modos de hacerlo. En un nivel superficial, si se quiere, habría que detectar la proveniencia de esas "voces" que pululan en nuestro interior. De ordinario, los lugares de formación de esas funestas voces son: los primeros años en la familia, la escuela, los amigos, la iglesia y las ideas -falsas muchas veces- sobre la imagen de Dios. Diremos una palabra sobre esto último que tiene mucha influencia en la culpabilización malsana que es tremendamente letal para nuestra vida psíquica. A un nivel más profundo, esto nos aboca a un trabajo de curación de heridas de la infancia, que es el origen de una estima deprimida. Los ídolos y fetiches que minan la autoestima Aquí es donde lo de Dios toma un papel negativo importante. Muchas veces imágenes excesivamente manipulables de Dios o antihumanas suyas son fuente de culpabilizaciones malsanas y de vivir en la negatividad de la vida. La cultura, la familia, la escuela, nos pueden haber trasmitido, sin pretenderlo, sin expresarlo siquiera, una imagen velada inadecuada de Dios. Todas ellas cargadas de figuras masculinas que apuntalan el machismo imperante. Son imágenes fetichistas suyas las que lo presentan como el dios de la perfección y que exige perfección. Es un fetiche el dios que exige sacrificios, que tiene obsesión por la sangre. Este dios es como Huitzilopochitl -dios azteca de la guerra que exigía sacrificios humanos-. Es un fetiche el dios que nos mide por las obras y por los logros que hacemos. Es un fetiche un dios que es "mi dios" y que me excluye del común de los mortales, que me deja en una falta de compromiso o, al menos, de solidaridad. Es un fetiche el dios mágico o manipulable. Es un fetiche el dios de la ley y de la 6
Véase Zabalegui, Luis Por qué me culpabilizo tanto. Op. Cit.
norma, que por lo tanto se erige en juez implacable. Es un fetiche el dios que no me hace integrar el dolor humano. Es un fetiche el dios del poder y del dinero. Es un fetiche el dios de la paz que desproblematiza, de la paz sin justicia. Es un fetiche el dios obsesivo sexual cuya preocupación es "mi pureza genital". Es verdad que en la actualidad, con la orientación secularista postmoderna no asistimos a predicaciones de Dios. Pero lo que sucede es que esos fetiches se encarnan en movimientos y subculturas que sí atañen a la humanidad. Por ejemplo, el fetiche perfeccionista (a diferencia del Dios de la misericordía) lo experimentamos en toda una cultura de la eficacia, y en todos los movimientos íntegristas por los que pasa actualmente la historia. El fetiche de los sacrificios (a diferencia del Dios del amor incondicional) ha generado, sobre todo en el pasado, espíritualidades nocivas y maniqueas que todavía tienen su influjo. El fetiche de las acciones (a diferencia del Dios de la gratuidad) es el que ha desprovisto a la humanidad de los momentos de interioridad y gratuidad que se necesitan para que la persona crezca, postulando únicamente la orientación hacia los logros. El fetiche del puro subjetivismo (a diferencia del Dios del compromiso) está minando nuestras sociedades despreocupándose olímpicamente de los demás y de los que necesitan. Aquí cabría ubicar a un sin número de sectas despolitizadoras. El fetiche del conocimiento y del manejo religioso de lo divino -típico del new age- se olvida que la vida es misterio e inmanipulabilidad. El dios falso de la ley y de la norma (a diferencia del Dios de la libertad), genera movimientos que engendran personas sin criterio personal y con un sesgo claramente integrista. El fetiche de la felicidad y de lo "atractivo" -a toda costa- llena las pantallas de placer y dinero fácil, y también las iglesias de corte pseudo-carismátíco (a diferencia del Dios solidario en el sufrimiento). El fetiche del poder ha minado la experiencia fundamental religiosa que es encarnación, llegando a experimentar en la religión la sacralización de lo social, como diría Durkheím. El fetiche del dios de la paz sin justicia ha engendrado el dios del pacifismo no comprometido que es impermeable frente al mal del mundo. El fetiche del dios obsesivo sexual ha provocado que en estos momentos se viva el punto del péndulo contrario: la erotización de la sociedad. Todos estos fetichismos tienden a provocar un tipo de acciones
individuales y políticas. Pero al interno de las personas minan la propia estima y establece baremos de culpabilización dañina. Ya sabemos que no toda culpa necesariamente es nociva. La culpa que mata es la que se fija, lastimeramente, en mi propia imagen y me obstaculiza el caminar porque me hace sentirme estiércol. La culpa que redime, es la que considera lo nocivo que generó en los demás y quiere poner remedio al mal que hizo; por eso es reparadora. Con una situación patológica de culpabilización no puede haber una posibilidad para discernir ni para elegir bien, en ningún caso. Ahora bien, una vez detectadas esas voces hay que intentar desarmar su estructura. Ayuda mucho para ello, percatarse de cómo, cuándo y por qué se originan. Un trabajo paralelo consiste en reemplazar esas voces por otras de corte positivo. Esto sólo no cura, pero aligera el proceso. No podemos vivir sin voces internas. A la experiencia personal de todos me remito. Lo que sí puedo hacer es elegir otro tipo de frases positivas, de corte más racional (Ellis) que contrarresten el lastre nocivo. Esta decisión es en sí misma un paso de discernimiento y de elección fundamental. Una baja estima necesita un conocimiento personal serio y por supuesto, de trabajo de saneamiento y curación de heridas que hayan podido fomentar la baja estima. Podríamos decir que toda herida, además de producir reacciones desproporcionadas genera una estima por los suelos, que no se levanta, a no ser que se trabaje a niveles profundos, con un proceso de terapia. De allí que la opción por la vida, que la capacidad para poder discernir y elegir bien implique un trabajo personal a fondo. Optar por la vida pasa por un proceso psicológico personalizado, ser creadores de "patrones personales" como bien dice Gendlin. Implica curación y valores concretos. Hay que elegir la vida, no en abstracto, sino la vida que es para mi un caminar por donde mi misma estructura psicológica me lo indica, como camino de crecimiento, de sanación e integración. Eso que hemos llamado en otros momentos la "consigna psicológica".
CONSIGNA PSICOLÓGICA7 Llamo consigna psicológica al camino personal de integración, sanación y crecimiento al que me convoca mi misma estructura psíquica. La consigna psicológica se puede descubrir en cualquier proceso profundo de conocimiento. En el Eneagrama, por ejemplo, son las líneas de integración y crecimiento de los diversos tipos. Los sueños, por otra parte, no sólo nos aportan un mensaje o una comunicación, sino también van haciendo evidente el camino típico de cada persona por donde se integra, sana y avanza 8. Con esta consigna psicológica podré realmente diseñar mi proyecto personal, que es la concretización de esos dinamismos vitales incorporados para realizarlos en la historia. Esto implicará que lo que verdaderamente me da vida es lo que va acorde con lo que me íntegra, me sana y me hace avanzar. Por eso, frente a cualquier decisión seria que yo quiera tomar tendré que tener en cuenta esta consigna psicológica para que ella se vuelva el quicio de elección. Con todo, lo que me integra o me cura no es de ninguna manera aquello que vivo con compulsividad. La compulsión muchas veces se me presenta como un bien disfrazado, siempre con parte de verdad, pero no es la verdad profunda sobre mí. Las compulsiones -esas respuestas mecánicas, repetitivas e inconscientes- se expresan en el perfeccionismo, el servicio desmesurado, la búsqueda de los logros antes que cualquier cosa, el "ser muy yo mismo", el conocer incansable, la fidelidad a lo establecido, la felicidad sin más, la justicia a costa de lo que sea o la paz sin problemas. Sin embargo, como bien lo tiene demostrado el Eneagrama 9, todas esas compulsiones muestran un temor fundamental. Todas las La denomino "consigna psicológica" dadas las características comparables que tiene con las consignas políticas: se reciben, tienen en cuenta la situación concreta, dan identidad al grupo, se traducen en un programa de acción positiva y se orientan a la práctica. La justicia de este nombre podría ser discutible. En palabras de Ira Progoff, la consigna sería lo que él llama "semillas de plenitud" (Cf. Depth Psychology and Modern Man. New York. Julian Press. 1969, CIN 8 Véase, para esto nuestro libro Orar ti¡ propio sueño, Ed. Publicaciones Universidad de Comillas, Madrid, 1996, en donde hablamos más abundantemente de ello. Ahí subrayamos que los sueños nos presentan líneas de integración, de expresión de lo reprimido o enmascarado, pero que en definitiva su comprensión facilita el proceso curativo de la persona. Sobre la interpretación de los sueños puede verse el libro de Gendlin, Let your body interpret your dreams, también el libro de Ramiro Álvarez, Encontrarse en el soñar. Ed. PPC. 7
compulsividades son una "crónica de una muerte anunciada". Mientras no se trascienda ese temor básico se cae irresistiblemente en lo que se quiere evitar. De ahí que la integración supone la superación de los temores básicos y de las compulsividades 10. En este sentido, lo que integra, sana y hace avanzar -es decir la consigna psicológica- va más allá de los mecanismos de defensa que precisamente me impiden integrar, sanar y caminar. Me han defendido, sí, pero no me dejan crecer positivamente. Ahora bien, establecer este cotejamiento con mi consigna psicológica se puede realizar haciendo pasar lo que quiero elegir por las diversas instancias personales11. Estas instancias son las diversas dimensiones de mi vida. Algo que me da vida, será bien comprendido por mi inteligencia, será querido por mi voluntad, sin caer en voluntarismo; será aceptado por mi sensibilidad a pesar de que le pueda costar. Se tomará en cuenta, por otro lado, al cuerpo -compañero de camino inseparable- para saber si puede aguantar con la decisión tomada. Se tomará en cuenta, finalmente, la conciencia, para ver si esto me da o no paz. En definitiva, lo confronto con mi mismo ser. Mi ser es lo que más me identifica, me hace ser más yo mismo. La consigna se constituye así como en el trayecto personal que ilumina todo discernimiento y toda elección. La voz de la conciencia se ha expresado ya en la consigna personal. Con ella puedo establecer el proyecto vital e ir haciendo las elecciones correctas durante el camino de la existencia.
Sobre el Eneagrama hay material muy abundante. Están los libros de Helen Palmer, El Eneagrama. Ed. Los libros de la liebre de marzo, Barcelona, 1996, de Don Riso Comprendiendo el Eneagrama, Cuatro Vientos, Santiago de Chile, 1994. En la misma colección Serendípity N° 12 hay un libro muy interesante de Gallen y Neidhardt, El eneagrama de nuestras relaciones (2° edición), Desclée De Brouwer,1997, así como el N° 18 de D. Riso, Descubre tu perfil de personalidad en el Eneagrama (2' edición), Desclée De Brouwer, 1997 10 A nivel de la psicopatología concreta, la compulsión es el "proceso incoercible y de origen inconsciente, en virtud del cual el sujeto se sitúa activamente en situaciones penosas, repitiendo así experiencias antiguas, sin recordar el prototipo de ellas, sino al contrario, con la impresión muy viva de que se trata de algo plenamente motivado en lo actual" Laplanche y Pontalis, Diccionario de Psicoanálisis. Ed. Labor. Zaragoza. 1993, pag. 68. 11 PRH (Personalité et relations humaines) ha desarrollado ampliamente este aspecto (cfr. Reglas para un discernimiento. Nota de observaciones. Madrid.) 9
EL PROCESO CORRECTAMENTE
PARA
DISCERNIR
Y
ELEGIR
Con todos estos elementos aquí descritos al lector le quedará la idea de lo difícil que es discernir; más aún, tal vez hayamos conseguido lo que no queríamos, que se abstenga de complicarse la vida tratando de discernir sus decisiones. Con todo, lo que hemos querido indicar es que discernir es un arte y también una técnica. Decimos que es arte porque hay personas que tienen más capacidad innata para esto, y ello ayuda. Pero también decimos que es una técnica que supone una metodología. En definitiva lo que está en juego es lo correcto de nuestras decisiones. Ahora bien, aunque discernir es optar por la vida, no siempre se tiene que aplicar la metodología de discernimiento sino cuando está en juego una elección. Se discierne, además, cuando no hay caminos conocidos que puedan aplicarse a situaciones difíciles e inesperadas, y se requiera una respuesta inédita. Metodología de la elección: Establecimiento de las alternativas Si se trata de hacer una elección, lo primero que tendría que estar claro son las alternativas en juego. Estas alternativas deben ser viables, esto es, que existen los recursos y las posibilidades reales de establecer esta alternativa. Y, por otra parte, las alternativas deben ser contrarias entre sí, lo cual significa que no puedo realizarlas simultáneamente. En el caso de que hubieran más de dos alternativas habría que reducirlas a las dos primeras básicas y continuar con las nuevamente excluyentes. Análisis de los pros y contras Una vez puestas las alternativas hay que establecer cuatro columnas para ir colocando los pros y los contras de cada una de las dos alternativas. Alternativa A Pros / Contras
Alternativa B Pros / Contras
Búsqueda de lo que tiene más peso racional En la elaboración de estos pros y contras me dejo llevar por la razón: busco donde lo racional tenga mayor peso. Coloco todas las razones a favor y en contra de cada alternativa. Seguidamente le doy una nota o un valor a cada cosa expuesta y establezco un balance racional determinando qué es lo que pesa más. La pre-elección Con esto tendría una pre-elección que debe someterse a una confirmación con mi yo profundo, con alguien que me pueda confrontar lealmente y con la realidad. Confirmación con mi propio ser ¿Qué experimento? Todo discernimiento humano debe poder dar cuenta de qué es lo que se está experimentando frente a esta pre-elección. Es saber hacer un alto en el camino. Hay muchas técnicas que ayudan a esto. El Focusing12 es muy adecuado para vivir este momento. Puede ser de gran ayuda realizar un ejercicio proyectívo imaginándome en el momento de la muerte, eligiendo desde ya, lo que me daría más paz haber escogido entonces. Una vez enfocado lo que me pasa, es oportuno distinguir en qué canal se está experimentando lo que me acontece: en lo auditivo, en lo kinestético o en lo visual. También es muy oportuno ver qué efectos produce lo que experimento: es decir, que siento con esa imagen, con esa palabra o sonido, con esa idea. También pertenece a este momento considerar que lo que me acontece puede ser positivo, negativo o ambas cosas. Me puede gustar o disgustar. Me quedo simplemente allí con lo que me sucede, observándome. 12
Cf. Gendlin. E. Focusing. Proceso y técnica del Enfoque corporal. Ed. Mensajero, Bilbao, 1991.
La vinculación psicológica Una vez detectado lo que me pasa y cómo se ha originado esta sensación, tengo que analizar cuál es la relación de la pre-elección con mi parte herida y vulnerada, por una parte, o con mis compulsividades o mecanismos de defensa, por otra. De no hacerlo así estaré confundiendo básicamente mis decisiones con todo ese mundo inconsciente que me hace actuar. La decisión correcta debe estar afincada en lo más profundo mío, en el pozo de mis cualidades. El derrotero Detectadas las relaciones con mi mundo psíquico, lo más importante es verificar a dónde me lleva todo lo que estoy analizando. Aquí todo lo dicho al principio del artículo es importante: si me lleva a mi autoestima -que como la hemos comprendido es la base de todo- si me lleva a mi consigna psicológica -que muestra el camino de redención, integración y crecimiento- si me lleva a generar vida en los demás -las actitudes de las que hemos hablado- eso es algo que va a construirme y a construir a los demás. Verificación de ese derrotero: Aquí es oportuno verificar la pre-elección confrontada con mis diversas instancias: • En el nivel de mi sensibilidad: ¿Cuánto me gusta? ¿Cuánto me cuesta? ¿Cuánto soporto los inconvenientes de esa decisión? • En el nivel de mi cuerpo: ¿cuánto puedo? ¿Cuánto me sobrecargo? ¿Tengo las cualidades para realizar esa decisión? • En el nivel de la voluntad: ¿Lo quiero? ¿Lo quiero sin presiones, sin voluntarismos? ¿Me siento libre? ¿va todo esto con las actitudes básicas frente a la vida? • En el nivel de mi ser: ¿Me identifica con lo más hondo mío? ¿Cómo esto se apoya en el pozo de mis cualidades? ¿Cómo se relaciona con mi consigna psicológica? • En el nivel de la conciencia: ¿Me da paz profunda esta decisión? ¿Me deja intranquilo? ¿A la hora de mi muerte me hubiera gustado elegir esta alternativa? ¿Es decir esto me trae vida, tal como la hemos entendido hasta acá?
• En el nivel de la vida de los demás: ¿Esto les trae vida a las demás personas? ¿Les provoca más bien muerte? Confrontación de lo elegido Mientras más repercusión sociopolítica tenga una decisión personal, más tendré que cotejar y confrontar lo que estoy decidiendo, con las personas o instancias en donde repercuta mi acción. También lo hago con alguien que me conozca y me respete -en primer lugar- y que represente el núcleo donde me muevo y al que pertenezco. Para una persona casada, su pareja y sus hijos serán los cotejadores por excelencia. En algunas ocasiones se tratará de un psicólogo o un psiquiatra, o de algún otro tipo de consejero o consejera expertos. Me percato, asimismo de las implicaciones prácticas que todo ello va a traer: ¿Cuáles son las exigencias, las frustraciones, las mortificaciones que provendrán de la decisión? ¿Qué retribuciones me brindará, a todos los niveles, lo que he elegido? El que algo discernido y elegido concienzudamente llegue a realizarse en la historia, -dando vida, en un sentido amplio, es decir, no dándomela sólo a mí sino también generándola a mi alrededor- es el signo inequívoco de la justicia con que lo hemos hecho. PARA TERMINAR Sólo si lo discernido se realiza en la historia tenemos una confirmación realista; se da la gran evaluación de todo discernimiento. Igualmente sólo si esto que hemos compartido con nuestros lectores ayuda a hacer mejores decisiones, se estaría avalando el método. La conclusión de esta presentación pertenece, por tanto, al campo de la experiencia. Lo que hemos presentado tenía, decíamos, mucho de arte y de técnica. Ambas cosas no se logran si no se ponen en práctica y se vuelven un hábito. Será la efectividad de estas sugerencias y su aplicación a la realidad, lo que establecerá, por tanto, una conclusión. ¿Sirve esta metodología para tomar mejor las decisiones correctas? Toca a nuestros lectores verificarlo. En todo caso, creo que de cualquier manera, hemos abordado temas que son capitales en nuestro quehacer
humano y que el solo hecho de proponerlas nos abre a que podamos experimentar lo que, en verdad, implica "Serendipity", toparse con novedades inesperadas que nos ayuden a modificar nuestra existencia y la vida de la humanidad. 3
Aprender a fracasar Luis Cencillo Hay cosas que no se comprenden hasta que no se está definitivamente derrotado Ch. Peguy
La noción misma de "fracaso" y de "fracasar" es ya ideológica y supone determinados estilos de enfocar, criterios de valoración, y modos típicos de vivenciar el propio existir. No hay nada más subjetivo que la sensación de fracaso (y en su tanto, la de "triunfo" y casi tanto como éstas lo son las de "ganancia" y "pérdida"). Algunos a leer esto pensarán que lo dicho es negación de realidad; pero salvo tres casos de evidente fracaso involuntario, es un reduccionismo subjetivo y emocionalmente cargado de negatividad sobreañadida el agobiante sentimiento de "haber fracasado" o todavía peor: de "ser un fracasado", como si quedase el sujeto encasillado en una nueva taxonomía social, cuasi zoológica: la de los "fracasados" (y, según la injustificada y desinformativa tendencia actual, la de los genéticamente fracasados, o portadores del "gen" del fracaso). Y no es eso: la existencia tiene tantas dimensiones y posibles enfoques de valor, que totalizar el conjunto de lo sucedido bajo una calificación única encierra ya un inevitable coeficiente de error. Muchos dicen "he fracasado en esto o en lo otro", y todavía se puede entender que se refieran a no haber conseguido una meta, un determinado fin propuesto más o menos tácitamente en un determinado proceso y por una determinada intención particular. Alguien puede lucrarse mucho con una composición musical o
literaria, pero sentirse fracasado porque artísticamente no ha dado la medida que se había propuesto. Verdaderamente si uno no obtiene una plaza para la que se ha preparado por no haber superado las pruebas que daban el acceso a ella, puede decir que "ha fracasado" en esle intento. Esto es evidente y trivial. Pero si alguien dice "he fracasado en la vida`, "he fracasado como padre/madre", o "soy uno de esos fracasados(as)" (pensando en lo que estadísticamente ha de producirse en toda sociedad -y por estadístico se suele entender lo "fatal" y cuasi predeterminado por la fuerza de los procesos), ya empieza a emitir enunciados de los que los analíticos del lenguaje dirían que contenían términos sin sentido. Los analíticos del lenguaje considerarían el término "vida" como sin significado designable, pero al término complejo de fracasar-en-la-vida, o como-padre, ciertamente ya no es en ningún caso posible asignarle fácilmente un referente cierto y unívoco. Su sentido no sólo es multívoco, sino irreal: No es posible hallar en la realidad de la praxis algo determinado que sea "fracasar en la vida" o "como padre/madre", o "ser uno de esos fracasados", definible e inteligible sin más. No queremos decir, como lo haría un neopositivista, que "no tenga sentido" simplemente (pues es completamente cierto que cualquier interlocutor lo entiende y esto es tener semánticamente sentido); queremos significar que el referente o referentes de estos términos no son ni unívoca ni fácilmente designables y que si le preguntamos al interesado, o a otro interlocutor presente, acerca de lo que ha dicho, nos contestarían que no lo acaba de ver claro, que ha querido decir "muchas cosas", o que "a la vista está", etc... Sólo habría una cosa cierta y es que el hablante siente que no ha "triunfado" (ante lo cual habría que seguir preguntando -o preguntándose- qué entiende(o) por "triunfar", pues hay famosos que también se lamentan de "haber fracasado" o de no haberse realizado aún..., en el supuesto más frívolo de "triunfo"). Mas en este caso habrían de tenerse por "fracasados" todos aquellos ciudadanos que trabajan y procrean, luchan por y con sus hijos, pero su ocupación no es llamativa, ni ilustre, ni les conceden premios ni entrevistas, ni los massmedia les pagan por contar sus intimidades, ni se habla de ellos para nada. ¿Sería esto justo? ¿Sería objetivo siquiera
considerar que la inmensa masa de la población del mundo consta exclusivamente de "fracasados"? Y por añadidura, cuando los "no fracasados" se han librado de ello por manipulaciones, montajes publicitarios e intereses comerciales: ¿Sería justo y objetivo que sólo la ficción publicitaria salvase de un destino universal de "fracaso" que afecta a toda la masa humana? Pues "triunfar" o "no-haber-fracasado" depende de la común estima de una opinión pública que así lo percibe (y no pocas veces de una opinión pública manipulada). ¿Puede un escritor o un pensador tenerse por "fracasado" porque no arrastre públicos ni haya un editor o un sector de la prensa que jaleen sus proyectos y sus últimas ocurrencias? Si así fuera realmente tendrían muy poco valor el "prestigio" y el "no-fracasar"13. Evidentemente en todo este juego hay dados trucados, las medidas no miden lo que hay que medir y se ha establecido una escala de valor convencional e incluso falsa. Pero también es muy cierto que hay situaciones de fracaso plenamente objetivas, a saber: 1. Fracaso de la pareja (matrimonio, familia), 2. Fracaso profesional, 3. Fracaso de la conducta (generalizado en su estilo de existir: torpe, inhábil, falsa y malévola, que no acierta a ser constructiva, sino que contamina y corroe su entorno14. En estos tres casos de fracaso cierto y a veces irreparable juega inequívocamente la motivación, que también presenta sus riesgos: A. El ser humano suele engañarse a sí mismo al motivarse, B. Le sugestionan o se sugestiona,
Un humorista sí depende de su público, pues el humor implica esencialmente "hacer gracia a alguien", pero un pensador no puede depender de su público, pues si todos le entendiesen fácilmente podría asegurarse que ya no era pionero ni creativo. Las ideas han de darse digeridas y regurgitadas para que el gran público las admita como ilustrativas y geniales. 14 Los desastres puramente orgánicos, como las enfermedades o las malformaciones, propias o de hijos y allegados no pueden calificarse de "fracaso", pertenecen a otra área, accidental y objetiva. La noción de "fracaso" (término metafórico que viene de la marina, tanto en romance como en alemán y en griego: quassare: "reventar" un recipiente, <ital. pref peyorat, fra-: fracassare, frastagliare; alem. scheitern (en 1450: "partirse un vehículo" <skit: "astilla" <gr skhidso: "escindir"); gr. naugô ("naufragar") y en el mismo castellano del s. XVI-XVII significa igualmente "naufragar", "hacerse pedazos" o "destrozar") implica por lo tanto una acción violenta, no un puro producirse casual. En francés procede de otra raíz, la de échouer (scaturire), mientras que fracas significa estrépito aparatoso que acompaña a un derrumbamiento o caída de algo. 13
C. Por una ley del menor esfuerzo, prefiere dar un paso irreparable y comprometerse con algo o alguien, aunque en el fondo lo vivencie como rechazable para él, a afrontar la situación mal planteada y anularla, trasformarla o superarla (caso muy frecuente en los compromisos y enlaces matrimoniales: se ve que no convence nada, pero han ido ya tan adelante los preparativos que el sujeto no es capaz de plantear las cosas claramente y cede y cede hasta que se ve definitivamente atrapado). No se puede negar que hay situaciones de fracaso necesarias -el mismo existir implica ir fracasando en algunas circunstancias y líneas de actuación-, y aun forzosas (aunque remediables siempre que no se dejen correr las cosas demasiado lejos): son las situaciones ya mencionadas, que siempre se han debido por una parte a presiones ajenas, permitidas y toleradas por caracteres menos fuertes al entrar a convivir- por lo general mediante el matrimonio con personalidades dominantes, o hallarse desde siempre sometido a la presión de aquellos con quienes se convive (alguno de los progenitores por lo general, o sus sustitutos); y por otra, a una desorientación motivacional palmaria, en materia de profesión o de ideal de pareja. Quien no acaba de saber claramente lo que quiere en y para su vida no es posible que elija con acierto (ni profesión, ni pareja, ni hasta lugar de residencia; se trata de aquellos que viven a disgusto en una casa en males condiciones y tal vez más cara, por razones subjetivas de fidelidad al pasado o de tradición familiar, o simplemente por no buscarse otra ni cambiar). Lugar, hábitat, tipo de vivienda y hasta dieta suelen ser muy importantes para el bienestar de sentirse realizado, y no hace falta que se trate de algo lujoso, basta con que le diga algo (positivo y entrañable) el sujeto. Aveces la pareja se gana a pulso el aborrecimiento del otro presentándole irremisiblemente cada día una dieta que aborrece: sexo, mesa y diversión compartida son los frágiles factores de logro en una pareja, básicamente y en principio, bien establecida, y a veces decoración y casa.
Pero hay un tipo de "actos fallidos" completamente inconscientes y consisten en crear a la pareja situaciones continuamente desagradables, en lo más íntimo y doméstico de su existir; es un sadismo que se torna a medio plazo masoquista. Se acaba lamentando que "la pareja ha fracasado" (como un motor que "sale" deficiente), o que el otro(a) se encuentra siempre irritado y de mal humor (haciéndose todo lo posible para que se irrite). En todos estos casos es la personalidad del sujeto que se siente fracasado, con su falta de iniciativa, su debilidad ante parientes próximos autoritarios, su capacidad de dejarse sugestionar, o de autosugestionarse, o su idealismo narcisista desorientado, con episodios sadomasoquistas de detalle, lo que le ha llevado a fracasar. Hay otro modo imperceptible y sutil de causarse el fracaso, sumamente dañino a la larga, cuando a pesar de ver con relativa claridad a lo se expone, deja el sujeto sin resolver la cuestión de las "ventajas secundarias", a las que irracionalmente se apega y que tanto atan e impiden también el avance en las terapias dinámicas y el abandono de las actitudes neuróticas por parte del paciente. Llamamos ventajas secundarias a gratificaciones ínfimas, pero cotidianas y habituales, que el paciente perdería al madurar, o con sólo decidirse a hacerse más el mismo y empuñar las riendas de su vida: Cariños inoportunos y anacrónicos por mujeres/hombres sentidas(os) como madres/padres (o de la misma madre convertida en obstáculo de cualquier vida de pareja o matrimonio). Irresponsabilidades apenas apreciables, pero que llevan a la vida de un adulto a hacer agua por todas partes. Comodidades y despreocupaciones (de lo urgente y decisivo para su vida o para sus hijos) que dan a su vida un carácter "guatado" y lleno de amortiguadores que le separan de sus verdaderas tareas importantes y creativas. Y sobre todo, es el dejarse manejar por otras personas (pareja
parental o hermanos y tías mayores por lo general), que hasta le resuelven problemas económicos, pero no le dejan territorio adulto para respirar, crear y comportarse como corresponde a su edad y a su estado. En tal ceder a las presiones ajenas, que acaban hasta con la vida de pareja y de matrimonio, siempre ha actuado un factor "complicidad" con la parte fuerte y en contra de la propia vida, pareja o libertad. Actitudes así ya son antesala de los fracasos ciertos e irremediables de que luego se lamentan todos. Y el sujeto sometido se cree obligado por un sagrado deber filial.... La dejación del propio camino en aras de lo cómodo, la expectativa mágica de que "todo se lo va a arreglar otro" y que lleva a no tomar en consideración las oportunidades laborales que oposiciones y concursos ofrecen, dándolas ya por perdidas "por la mucha gente que se presenta", o provoca a dejar la carrera sin terminar, por que "aburre", es otra forma de fracaso, más acentuada todavía, es ya el fracaso en sí mismo: la dejación, la renuncia de ante mano al avance, la inapetencia social y cultural acerca de nada. En este otro tipo de casos es el factor "indolencia" lo que actúa, que puede tener sus raíces en aquel otro "factor complicidad" edípico. Desde luego actualmente parece que mucha gente joven se dedica a labrarse masivamente tal tipo de fracasos, y paradójicamente pensando que se realizan y triunfan. Y no puede decirse que sean 'involuntarios", aunque tampoco son queridos ni deseados; son simplemente fracasos imprevistos, mas con una miopía injustificable. MOTIVACIONES En materia de desorientación profesional (casi vocacional), entre los que por el contrario no se despreocupan, sino que pretenden luchar por un futuro, hay gente joven, y no tan joven, que ha de morder cruelmente el polvo del fracaso (y aquí el fracasar es sumamente sano) para volverse sensata y mínimamente realista: sueñan narcisistamente con ser modelos, deportistas famosos, actores, cantores, artistas o simplemente play boys y mujeres matrimonialmente inestables, que den mucho que hablar, y vendan su imagen y sus confidencias a alto precio. O acceder a esos ambientes, o llegar a tener por pareja a alguna persona de este
tipo. Y hay algo más vano todavía: considerar que lo importante es que "se hable" de ellos, por ser éste el modelo que los massmedia actualmente ofrecen, y ni por asomo se les ocurre que la vida ha de servir para algo más y para metas más serias que todo eso (simplemente no comprenden que pueda haber metas más serias). Nada digamos de esa motivación, tan extendida hoy entre estudiantes, y precisamente los más activos y trabajadores, de lucrarse por lucrarse, como sea, y en lo que sea: "ganar pasta", "forrarse"... Lo peor no es que resulte poco seria su visión de la existencia, lo realmente negativo e irremediable es la orientación subjetiva y narcisista que la motivación generalizada entre la gente joven y de edad mediana se adopta. Naturalmente en todos estos casos, que además suponen ser la existencia una competición agonal en la que sólo el mejor triunfa (enfoque sumamente irreal de lo que es lograrse en la vida), muy pocos pueden sentirse logrados o al menos dejar de sentir que han fracasado. Por eso la sociedad se llena de cuarentones presos de la vivencia de ser "unos fracasados". Nadie, ni por asomo, ha hecho ni se la ocurre realizar el aprendizaje oportuno para no fracasar, para no sentirse fracasado, o para elevar el fracaso -no con negación maníaca de la realidad, como hacen los conductuales- a identidad y vivencia de realización. Hay que añadir a todo ello la "mala conciencia" inducida por la publicidad, la imagen de fracaso que se hace destilar sobre ciertas profesiones o estados, el de ama de casa, el de madre, el de empleado, el de sirviente(a), el de campesino, albañil o trabajador industrial (hasta en el lenguaje de los empresarios, y aun empresarios de filiación socialista, se acostumbra referirse a sus obreros como a "los curritos"). Los juicios de valor se hallan estrictamente tabuizados entre la gente que se dice progresista, y únicamente se permiten cargar las tintas en verdaderos juicios de valor negativos, y se hace sistemática alusión, con la mayor difusión publicitaria posible (y el constante machaconeo
de la propaganda, tanto en eslóganes publicitarios, como en telefilmes, situaciones teatrales o alusiones en entrevistas), a la no conformidad con, ni tolerancia de esas condiciones de ama a de casa, de trabajador o de oficinista oscuros. Se ha producido un sutil deslizamiento de la "lucha de clases" -que era justa- al contraste competitivo entre situaciones de diferente "brillo social", que es vano e injusto, con quienes, para ser precisamente útiles a la sociedad, no han podido alcanzar aquel brillo. Entre otras cosas, porque el brillo social no depende del sujeto ni de la utilidad de su función o su trabajo y además, y es lo más paradójico y triste del caso, el brillo se halla, por lo general, en proporción inversa a la utilidad de quien "brilla"... ¡Cuántos aparentes y brillantes logros son reales fracasos y cuántos aparentes fracasos son logros efectivos a largo plazo, de la personalidad!. Esto ya prueba que las categorías de "logro"/ "fracaso" son relativas y discutibles. Actualmente, si se repara en ello, no se enfrentan en la frivolidad de los massmedia los indigentes y los potentados (los indigentes se dejan para un "tercer mundo" utópico e irreal en el horizonte romántico y cuasi legendario de nuestra vida cotidiana), sino los "famosos", los "conocidos" y los anóninios, cuyo anonimato tácitamente se devalúa, les devalúa, y aun se penaliza con el desprecio o con la descalificación personal, por parte de quienes son, se creen o desean ser "famosos" (desde luego con el marchamo de "los perdedores", según la infeliz e inoportunísima expresión de Bender). DICOTOMIZACIÓN DEL HORIZONTE Y TRAMPAS DEL DESEO Lo peor que puede sucederle a una sociedad es vivir en un mundo dicotomizado, en el que cada uno ha de alinearse, o se ve alineado en y relegado a una de dos alternativas, una positiva y otra, más que negativa, "maldita". Y nuestra sociedad se halla muy dicotomizada, sobre todo en cuestiones de prestigio (el clasismo axial de la "nobleza" del Antiguo Régimen se ha trasmutado sin advertirlo nadie en lo actual: no se habla de "sangre azul", pero sí de ser un "ganador" o un "perdedor" nato, como si ello fuera en los genes) 15. Y hay un intenso 15
Para reforzarlo tienden los neurólogos y psiquiatras actuales (y bastantes comparsas de psicólogos,
desprecio clasista de los triunfadores, de los que se sienten famosos y aventajados, de los iniciados en la informática hacia los que no tienen nada de esto ni se hallan iniciados en las nuevas tecnologías. Junto con la dicotomización se da otro fenómeno interferente: la configuración del deseo. El deseo es el movilizador de los estados afectivos, los impulsos y los comportamientos tendenciales hacia objetos de mayor o menor amplitud y trascendencia; pero tiene una difícil contextura, y es que nunca es proporcionado a su objeto, pues es más subjetivo e inconsciente que objetivo y real. El deseo inviste proyectivamente sus posibles objetos desde su trasfondo pulsional y fantaseador y así produce en ellos una inflación, de modo que en todo objeto-del-deseo hay un importante factor investitivo de procedencia libidinal, emocional e imaginativa. Y sin embargo los deseos son la materia prima de la motivación. De ahí que haya tantas motivaciones desproporcionadas a su objeto real, fantasiosas y sin futuro. De ahí también que la existencia haya de ser la dorna del deseo, si ha de acabarse sabiendo y aprendiendo a vivir. Los deseos, cada deseo en estado virgen, nunca es adaptativo y suele ser desmesurado; carentes de identidad como tales) a atribuir cualquier rasgo de carácter y aun cualquier tendencia comportamental a algún "gen", como lo cual se hace todavía más fatal e irremediable el rasgo de "perdedor" y de "fracasado" que cualquiera pueda advertir en su personalidad y biografía. A este respecto nuestra posición es: 1. que efectivamente todo cuanto sucede en la unidad de un organismo humano, sean fenómenos psíquicos, sean biológicos, repercute en todo él y se da una innegable correlación entre unas serie de fenómenos y otras. 2. Que la relación de causa/efecto entre unos fenómenos y otros es cuestión filosófica y metafísica, que no se puede establecer a priori, sólo porque uno de los factores sea material o observable y el otro no lo sea, aunque sí indirectamente comprobable. Otra cosa es una petición de principio. 3. Ningún comportamiento complejo y social puede proceder de uno o de más genes sin un aprendizaje ulterior, pues de no ser así se habrían podido dar creativos como Mozart, Galileo, Leonardo, Hegel o Einsteín en el Paleolítico. Evidentemente esto era imposible porque para que se produjeran tales personalidades y sus respectivas obras se requerían no sólo sus genes, sino al cúmulo de aprendizajes de todo tipo que aportó ha historia hasta que pudieron aparecer tales genios, y cualquier otros. Un conductor o un piloto actuales no hubieran podido producirse antes de existir coches y aviones, luego en sus genes pueden llevar grandes predisposiciones para la orientación y el equilibrio, pero no el "gen de la conducción", como se está ya a apunto de decir. Ningún comportamiento complejo puede provenir de una causa simple como es el mensaje genético ("simple" en un sentido determinado). Esto es completamente lógico, lo mismo que la gastritis no causa las malas noticias, sino éstas, al bombardear psíquicamente a un sujeto pueden dar origen a una gastritis y a una úlcera, que sería de origen psíquico.
por eso hay que aprender a manejarlo de modo que dinamice pero no desvíe de las posibilidades reales ni las destruya. Por eso toda satisfacción de un deseo decepciona: se había esperado algo más, se había esperado muchas veces algo casi sobrehumano, y se encuentra el sujeto con la vulgaridad de siempre entre sus manos deseosas, ya desencantadas. Y vuelta a empezar. Y así es muy raro, es casi imposible que, sin ser temperamentalmente un iluso y un ingenuo, nadie se sienta al llegar al mezzo dil camin de nostra vita, bastante fracasado. Y los casos se vuelven todavía más terribles cuando el objeto del deseo fueron personas a las que se las persiguió, se las estrujó, se las dominó y se las tiró después como un envase roto (lo que había dentro del envase era la fantasía inconsciente que se había investido en el objeto real; esta cuestión la hemos estudiado con mayor amplitud en Trasferencia y Sistema, Apéndice sobre "Las Constantes del Deseo" pp 346-373). Si siempre las orientaciones del deseo fueron hedónicas, actualmente parecen serlo más, pues se han elevado a principio. Se ha construido una ética del placer por deficientes lectores de Freud (Reich, Artaud, Marcuse, Gide, Lyotard y todos los posmodernos que les han seguido cada vez más confusos en su arquitectura, incluso con la confusión constituida en encuadre lógico). Las metas actuales de cualquier persona joven, que no haya llegado ser capaz de reflexionar antropológicamente lo suficiente, son claramente las cinco siguientes: -Lucro, -Goce (jouissance lacaniana), gratificación constante, -Éxito y brillo social, -Autoafirmación, -Cualificación y perfección formal (en los más exigentes y menos desorientados): imagen, insuperabilidad, reconocimiento admirativo y logro en toda la línea. El mero hecho de citar este repertorio de metas no pretende descalificarlas éticamente, sólo su enunciado escueto connota ya una cierta unilateralidad y una exclusiva polarización hacia lo agradable y lo triunfalista, que no dispone mucho a la maduración en diversas vertientes.
Todo lo cual se traduce en poner intensamente el deseo en: ser conocido y reconocido públicamente, ser querido (sin, por otra parte, darse), sacar siempre ventajas, mostrar (más que poseer) cualidades apreciables y excepcionales, disfrutar siempre y en todo y nunca derrotado. Y no hay más. Estas son las condiciones para ser "feliz" de la persona joven actual, pero son condiciones difíciles de cumplirse, al menos en su mayor parte. A lo sumo se les añade la del amor, pero esta les resulta más difícil todavía (si el amor no ha de quedar en sólo sexo). Por eso el hombre actual es esencial y constitutivamente frustrable y él mismo ha puesto (o le han puesto) todas las condiciones del fracaso; es más, algunos enfoques psicoanalíticos, en lugar de fortalecer, eliminan la tolerancia a la frustración, haciendo creer que la "realización" es gozar siempre, gratificarse siempre y nunca fracasar. Precisamente cuando más medios tiene para todo, pero a esos medios les falta el realismo, la sensatez en sus fines 16. Por eso la terapia de aprendizaje existencial del fracaso es una urgente terapia generacional. Nunca más oportuna aquella máxima de Benavente en su drama del mismo título: "[es la vida] la losa de los sueños". El fracaso total de la vida es difícil que se produzca y ha de deberse o a una secreta orientación masoquista del existir -que combine siempre las posibilidades del modo más desventajoso y destructivo posible para el sujeto-, o a una gran despreocupación y ligereza en tomar decisiones graves, sin prever de antemano, como el buen jugador de ajedrez, las consecuencias de sus pasos irreversibles. Así actúa hoy mucha gente, todos los partidarios de "vivir a tope" el presente, en cuya desgracia a largo plazo ha intervenido ya una manipulación vigencíal y publicitaria. Suelen tenerse por "realistas" los pragmáticos y, precisamente, aquellos que sólo atienden al lucro y a otros resultados materiales, pero esto es un falso realismo. Si por realismo se entiende hallarse abierto a la realidad en sí con todas sus consecuencias, entonces polarizar el deseo en ambiciones sesgadas, monocordes y difíciles de conseguir es más bien un difícil "idealismo utópico", que no beneficia ni al interesado ni a su entorno. 16
No es la vida la que da tan malos resultados, es el equivocado modo de vivirla y de enfocarla. Naturalmente, si se toman decisiones alocadas e imprevistas lo más probable es que todo salga mal. Y los massmedia parecen hoy empeñados en persuadir a los públicos que lo más divertido, sano y liberador es tomar decisiones alocadas e imprevistas y rechazar y cansarse de lo habitual, lo consistente y lo productivo (hasta no poder sufrirlo ni por un sólo día). Si la pareja se elige mal y por motivos que nada tienen que ver con el amor, si no se prepara el sujeto profesionalmente o elige la profesión por casualidad y por mimetismo, y si sus comportamientos van inspirados por el odio, la agresividad, la posesividad o el placer a toda costa y siempre, es evidente que las cosas no pueden resultar bien, pues la vida no es eso. FRACASOS EXISTIR
INEVITABLES
Y
CONSUSTANCIALES
AL
Hay otros tres tipos de "fracasos" que se producen aun cuando se cuide mucho el modo de proceder, son inevitables en su mayoría y sorprendentemente no son perniciosos en sus efectos. Se les llama "fracasos", pero no hacen fracasar. Y sobre todo, son inevitables, un ingrediente más del existir humano, y por lo tanto algo "natural" y hasta a veces saludable. 1. Se trata en primer lugar de las inevitables crisis de maduración que implican siempre alguna sensación de fracaso, de tonificante fracaso. Y como el mejor aprendizaje para vivir y para actuar es el que procede por ensayo-y-error, ha de asumirse un inevitable fracaso menor (a veces grande) en todo proceso de maduración. La no tolerancia al fracaso -que provocaron los utópicos del período que acaba de pasar- es ya un rasgo neurótico, digno de una terapia ( breve o larga). 2. El segundo tipo de fracasos son los que suceden en sólo tina línea o área determinadas. También son absolutamente inevitables, y consecuencia de la misma vitalidad emprendedora de un sujeto que,
antes de conocer sus capacidades, se compromete en actividades y negocios en los que no puede menos de fracasar. Estos "fracasos" son amargos, pero insoslayables y en definitiva útiles: no son fracasos genuinos (aunque duelan como tales), pues se va conociendo uno a sí mismo y sobre todo, son indicio de que se vive y se trata de emprender y de probar las propias fuerzas en varios campos. Por supuesto, nadie debe quedar de por vida en esta dispersión: una vez conocidos los propios límites, ha de fijarse una meta prevalente que profesionalmente se persiga, en la que el agente se sienta "cómodo" dentro de la dureza de su trabajo. La dureza del trabajo no es incompatible con el bienestar difuso de quien vive lo suyo y desarrolla aquello para lo que es y está dotado. Aun cuando no se trate de "ensayo-y-error" ni de ir midiendo las propias capacidades, es inevitable fracasar en alguna línea y área, si se trata de probar la capacidad de actuación respecto de alguna de ellas, a partir de la inexperiencia de los comienzos. Todas las grandes personalidades de la Historia presentan en sus biografías "despistes" iniciales de este tipo. Los "famosos" no suelen presentarlos, o porque su riesgo ha sido mínimo dado lo exiguo de su área, o porque su celebridad es puro montaje publicitario. Se ven en cambio en la historia grandes científicos "fracasando" en arte, en el deporte o, muy frecuentemente, en el amor; grandes hombres de acción que fracasaron antes en los estudios teóricos; filósofos que fracasan en todo, salvo en su poderosa reflexión acerca de las paradojas de la vida; grandes poetas y artistas plásticos que fracasaron antes en el negocio familiar, en el hacerse admirar por mujeres (como Beethoven o Toulouse-Lautrec), o en el equilibrio mental incluso, como Hólderlin (¿qué mayor fracaso?), pero era el precio de sus "genialidades" creativas. O mujeres que, al "fracasar" en alguna actividad profesional impropia, descubren su capacidad para la maternidad y para el amor 17. Habrá quien al leer esto piense que estoy haciendo una apología del machismo. En primer lugar en lo anteriormente dicho he empleado la palabra "hombre" en sentido genérico de ánthropos, como se hace en antropología, no en el de género masculino. Pero en segundo lugar la experiencia social enseña que hay algunas mujeres que se empeñan en realizarse ejerciendo alguna profesión masculina desabrida por excelencia (guardia, soldado o camionero) y que para ello han de ahogar su 17
Lo peor que puede hacerse para fracasar en breve es ideologizar la profesión: hacer de ésta un símbolo de personalidad fuerte y valiosa (lo mismo que al que "le hacen" sacerdote para que haya una "persona consagrada" en la familia... y de paso un hijo reservado edípicamente para la madre, que no se lo lleve "otra": el Edipo es tremendamente sinuoso y solapado, sabe camuflarse con mil caras como Proteo o como Shiva. Al fin triunfa "la otra" que se lleva al hijo tarde y con daño). Pero algo de esto les sucede a algunas mujeres (y a no pocos hombres) que no han acabado de asimilar el ideal feminista y que abrazan profesiones "emblemáticas" y no escuchan su sensibilidad profunda. 3. Finalmente encontramos, y no escasamente, lo más paradójico del fracaso: el fracaso como vocación: hay estilos de existir en los que, por muy buena voluntad que se ponga en ellos, por mucha prudencia que se desarrolle al actuar, siempre se acaba fracasando. Es un fatum, un destino y sin duda una providencia que coloca en situaciones de fracaso, como un rosario de dolores, de humillaciones, de contrasentidos, que parecen seguir un estilo muy determinado y muy planificado por alguna estrategia desconcertante. Un sujeto puede tener cualidades, puede ser muy capaz, puede haber acertado con su profesión y sus ocupaciones, puede actuar con reflexión y con cordura, puede incluso hacerlo bien y aun excelentemente, pero siempre hay alguna circunstancia que empaña su éxito, le hace quedar mal, o incluso la reacción que su buen hacer despierta, en los envidiosos, es tal que más le hubiera valido no destacar en nada. Como dice Sartre del "bastardo", en L'idiot de la Famille, perece que todo el mundo le convierte en desaguadero de sus impulsos más inconfesables, haga lo que haga y sea quien sea. Para él no hay respeto; y no es que hubiera debido saber hacerse respetar y no lo hizo, es que, haga lo que haga, concita contra él resentimientos, descalificaciones y agresividades. Y en algunos sujetos esto es un hecho evidente e irremediable. inclinación maternal, que cuando la vuelven a hallar (por algún "fracaso") es cuando empiezan a encontrarle otro gusto a la vida y a sí mismas. Esto es objetivo y no se puede falsear. Hay profesiones que aun para el varón son alienantes y que actualmente se ha descubierto que son el colmo de la realización para las mujeres. Esto es evidentemente una moda sin demasiado fundamento psicológico, salvo el de la identificación con el símbolo, y un símbolo fálico distorsionado.
Hay existencias así, esto es innegable, y estas trayectorias existenciales no se explican por pura casualidad, pues parecen planificadas para que suceda. Lo que en otros justificaría con creces su buena suerte, en ellos, eso mismo, se convierte en piedra de tropiezo. El cristianismo tuvo catalogadas como positivas tales formas de ir evolucionando la existencia de algunos, ya desde los primeros siglos; y los místicos las estiman como cargadas de sentido. Y nadie ha dicho, salvo algún poeta báquico (pues Horacio y Epicuro alaban el bienestar pero no lo sobreestiman ni declaran la desmesura en el tener y el disfrutar como el sumo ideal del ser humano, sino todo lo contrario), que gozar siempre, tener éxitos frecuentes, ser conocido y bien visto por todos, poseer y dominar, no sea, en principio, un camino poco claro y hasta arriesgado (agradable desde luego lo es, pero lo agradable no se identifica siempre con lo útil, productivo y engrandecedor). No hay más que ver cómo se vuelven quienes por su buena suerte -atribuida a propios méritos- llegan a creerse invulnerables, hábiles, certeros, enérgicos y aun sabios. No creemos que nadie pueda sentar la tesis de que el narcisismo satisfecho, o la vanidad, la autoseguridad y el tenerse por superior a los demás (a quienes se desprecia), sea un estado psíquico ideal, o un camino seguro y deseable de realización de la personalidad total. Sólo los autócratas antiguos lo pensaban así. Pero aquel otro estilo doloroso y fracasado de existencia parece demasiado carente de sentido para que no lo tenga. Hasta las mitologías se han hecho eco de este fenómeno: y aparecen grandes fracasados por determinación de sus respectivos destinos: Herakles y Quirón, en Mesopotamia Gilgamesh y en Mesoamérica Xipé Tótec Quetzalcoatl. Aun para los no creyentes, ya es un argumento de peso en favor del significado que el fracaso pudiera tener en la vida de cualquier sujeto humano, el hecho de que una multitud de personalidades éticamente cualificadas, no hayan encontrado en el "fracaso" el más mínimo inconveniente --como factor de frustración de la personalidad- sino todo lo contrario. Por lo menos es éste un argumento que tiene que hacer recapacitar a quienes sólo ven el fin de la existencia, la buena suerte y la realización, en el no fracasar, el ganar siempre y el disfrutar continuamente de las cosas. No es tan evidente que todo
esto sea lo único bueno, sino que puede haber cosas mejores precisamente en otra dirección. Por ejemplo el fracaso como proceso de maduración realista (esto es evidente que llega a ser necesario y puede volverse positivo). Naturalmente si ello es así ha de admitirse que el hombre es algo más que un puro organismo senciente y que hay otros valores posibles en la vida, y un sistema de referentes ulterior, que superan con mucho el mero estar dominando, ganando y disfrutando puramente de las cosas sensibles18, o aprovechándose de otras personas menos afortunadas. SUGERENCIAS PARA EL TRABAJO PERSONAL El aprendizaje eficaz para liberarse de la sensación de fracaso (pues más que de hechos se trata de vivencias subjetivas) y hacerse incluso invulnerable a ella, o dejar de ver "fracasos" en la propia realidad y existencia, o ver algo más que "fracaso" en las complejas experiencias de la vida, puede orientarse la reflexión por cuatro vertientes diferentes, dejando aparte las técnicas conductuales, que quedan en la superficie de las vivencias y en nada trasforman la estructura del mundo real propio y personal del paciente, o las maníacas fantasías de la "Autoayuda". Cuestiones, como el fracaso, pueden considerarse por el afectado, lo mismo que por un posible asistente o terapeuta desde: una vertiente o enfoque cognitivo, otro vivencial y en el fondo psicoanalítico, otro estructural y otro finalmente fiducial. Cualquiera de estos enfoques puede ser eficaz, pero hay unos modos de reflexión o de terapia más profundos y por lo tanto más definitivos y eficaces que otros. Y para mayor claridad los describiremos como: - Consideración y rectificación del modo de percibir las realidades y situaciones (enfoque cognitivo) Y si éste fuese el único resultado de la vida habría que reconocer que muy pocos ejemplares humanos lo consiguen, que está reservado a minorías, y que cuando lo consiguen tampoco se acaban de satisfacer, pues sobreviene la al menos ligera sensación de frustración que el cumplimiento de todo deseo produce, como antes se ha demostrado. Y si el hombre está exclusivamente abocado a su organismo y a sus experiencias orgánicas (cutáneas), hay que reconocer que está bastante deficitariamente dotado para obtener habitualmente estas satisfacciones, y que carece de toda compensación posible de sus fracasos. 18
- Análisis de los símbolos y afectos asociados que intervienen en el modo vivenciar los fracasos (enfoque psicoanalítico), - Enriquecimiento y transformación de la organización de la visión de la realidad del propio mundo y repartos de valor en él (estructural). - En el caso de los creyentes, contrastar su oscura vivencia desesperanzada con las exigencias y enfoques de la fe (fiducial). Como comienzo vale la transformación cognitiva de las apreciaciones y motivaciones, mas no basta: hay que elaborar el deseo, la motivación y el modo de vivenciar, además de reestructurar el mundo real del sujeto (en cuanto a sus categorías y valores). Sólo con este triple abordaje del problema se obtienen ya resultados sorprendentes. Cognitivamente, hay que descubrir y hacer patentes las propias expectativas utópicas (positivas o negativas), los esquemas de autodevaluación o de dependencia de las presiones ajenas para valorar y valorarse, o la inclinación a actuar deformas inadecuadas a su personalidad o a sus aspiraciones. Esto puede verlo cualquier persona aun en asuntos propios, de no estar demasiado obcecada. Pero con esto podría no bastar, y es más seguro abordar el modo de vivenciar lo negativo, de una parte, y ayudarse mayéuticamente19 a reestructurar más rica y complejamente, con mayores perspectivas y horizontes más amplios, su mundo: la mayoría de los humanos de a pie (y no tan de "a pie") viven recluidos en un mundo angosto y prefabricado a base de muy escasas dimensiones dicotomizadas, que más coloquialmente podríamos llamar tópicos. Es un factor de primer orden ampliar ese "mundo" artificial, con amplias perspectivas de valor y de posibilidades de acción, no dicotomizadas, sino polivalentes y aptas para iluminar diversos supuestos existenciales, sin miedos ni expectativas mágicas. Logrado esto será ya posible: a. Determinar la meta o metas definitivas, totales y claramente valiosas de la propia existencia; b. Elaborar Es decir, acertando a formularse preguntas que ayuden a descubrir la secreta respuesta ignorada, pero que efectivamente está a punto de dispararse en la más profunda intimidad del que pregunta o se siente interpelado. 19
positivamente las vivencias que se vayan produciendo, por duras que sean, no depresiva, ni regresiva o resignadamente. El verdadero fracaso definitivo y último es "tirar la toalla", es decidir no ser capaz ya de luchar ni de superar nada (se trata de los umbrales del suicidio, o real, o social, que acaba también en poco tiempo, físicamente, con la vida del que se rinde a sus supuestos fracasos). Considerar todo concluido y agotado antes de que la vida se agote, eso es fracasar de veras, pero porque se persiste en este enfoque subjetivo. El mayor fracaso es aceptarlo como definitivo y último. Para evitar estas depresiones o la formación de vivencias negadoras y autodevaluativas no hay otra solución que recurrir a una exploración dialytica de la vida inconsciente y pulsional (tal vez distorsionada y vuelta contra sí misma por una serie de fantasmas infantiles y unos modos de vivenciar irracionalmente simbólicos). Sólo por esquemas cognitivos, obviedades conductuales o sublimaciones logoterapéuticas a lo Frankl, no será posible muchas veces desarraigar la fijación derrotista, depresiva y autonegadora de un sujeto. De modo breve, pero "profundo" (tiefenpsychologisch) y desmitificador habrá que explorar las raíces libidinales e inconscientes de la vivencia (e incluso "voluntad") de fracaso, si el sujeto ha de quedar perfectamente asegurado de no reincidir y de poder seguir superando las trabas de la vida en años sucesivos. E instalarse en la actitud de exigirse a sí mismo más calidad que "éxito". La calidad está en nuestra mano y se debe a nuestro trabajo, el éxito no lo está, o incluso no nos parece tal lo que sí lo es, por estar enganchados en metas ilusorias e irreales. En definitiva la evitación de los fracasos o la superación de los mismos cuando se produzcan depende de la calidad de nuestro modo de vivir y de hacer, no depende de que los demás la reconozcan. El reconocimiento de nuestro valor es accesorio, la calidad intrínseca a nuestro modo de vivir y de actuar es lo sustancial del existir. ¿Las metas? Hay que descubrirlas desde uno mismo y desde sus
fracasos rectificativos para no dejarse engatusar por apariencias y opiniones recibidas, casi siempre falsas. Pero entonces tocamos ya la cuestión de la concepción última del mundo que cada uno tenga. En Guía de Perdedores (Madrid, Fundación, 1992) hemos tratado monográficamente este tema de la orientación última de quienes no tienen creencías. En La Práctica de la Psicoterapia (1988) y en Labilidad psíquica y Terapia dinámica (Ediciones Fundación, en preparación), tratamos ampliamente de la mayéutíca o arte de provocar -sin contaminación de ningún elemento extraño- propias verdades y convicciones (y la visión intrínseca de fijaciones y conflictos). Aquí hemos determinado los fines del aprendizaje a no fracasar, pero se puede aprender a no fracasar, sin dogmatismos ni proyecciones, como suelen hacer demasiados terapeutas. Y esto es una más prolongada cuestión. Lo que no podemos pasar por alto, al tratar de esta importante actitud existencial, es lo que la visión desde la fe hace posible y hasta le impone a un creyente: No deja de sorprender que el mensaje más nuclear y básico de Cristo, según el cual, el llamado a la fe es fundamentalmente el despreciado y desechado de este mundo, y precisamente el triunfo mundano nada ayuda a la fe y a la vida conforme a sus exigencias (hasta en Isaías y en una tercera parte de los Salmos, además de Job y de los threnos de Jeremías, exaltan el dolor y el fracaso como experiencia existencial). Hay evidentemente que asumir el fracaso, en cualquiera de sus formas como un estilo existencial destinado a ciertas personas de existir muy selecto, como una verdadera "vocación" (hasta Ignacio de Loyola en sus Constituciones eleva el camino del fracaso de forma crudísima a meta de realización suma). Evidentemente un creyente no puede dudar un momento de su "suerte" por mucho que se vea circunstancialmente acosado de fracasos. No hay mejor aprendizaje para trasformarlo en algo muy positivo que no le afecte depresivamente, sino que le devuelva la serenidad y hasta el bienestar psíquico. Los no creyentes, o creyentes que no incorporan su fe a su dinámica de
existir, pueden reflexionar acerca del significado que tiene tal exigencia y tal visión por parte de grandes personalidades éticas; esto debe ya dar que pensar, pues esas personalidades no hablan desde sus ideas, sino desde su experiencia más seriamente vivida. Pero, a falta de conocer las convicciones de cada lector no creyente, baste obtener alguna luz a partir de textos que cualquiera puede admitir 20: 1. Peguy: Hay cosas que no se comprenden hasta que no se está definitivamente derrotado: En efecto, no se adquiere espontáneamente la lucidez definitiva para juzgar acerca de acontecimientos y valores, sólo se produce aquélla cuando ha acabado el sujeto de desasirse de intereses parciales y de ilusiones narcisistas. 2. Yves Congar: Parece que la vida se percibe a veces como una ofensa a la verdad: La vida auténticamente vivida contradice a la vida aparente que se pretende hacer valer; mas esa vida auténtica conlleva fracasos y dolores y esto ofende a los instalados en su "verdad" hecha de apariencias. Por eso aborrecen a quienes desmienten su "verdad". 3. Sócrates: No des nunca por perdido nada: Dar por perdido algo es "arrojar la toalla" y renunciar a lo que se pretende y éste es el peor fracaso, el fracaso interior de la intención. 4. Freud: El espectador del drama es un individuo sediento de experiencias (...) anhela sentir, actuar, modelar el mundo a la luz de sus deseos; y he aquí que el autor y los actores del drama le posibilitan todo esto (...] pero le evitan también cierta experiencia, pues el espectador bien sabe que si asumiera en su propia persona el papel de protagonista debería incurrir en tales pesares, sufrimientos y terrores que le malograrían por completo el placer implícito en ello (Freud, Personajes psicopáticos en el Teatro, 1904). En este largo texto Freud sienta dos tesis importantes y ciertas; una Podríamos haber citado numerosos textos clásicos castellanos, pero todos suelen tener un tono estoico y fatalista que no ayudaría mucho a asumir el fracaso activamente; otros en cambio, y son los más, son profundamente cristianos, crudos, acerados y por ello muy eficaces, pero entonces no servirían a los no creyentes. A los creyentes les basta con creer para con un pequeño esfuerzo resolver su problema de fracaso. De hecho el fracaso es una irrealidad, un fata morgana que se debe al vaho de las pretensiones excesivas y sesgadas del individuo. Tanto esperas -y esperas sin proporción- tanto puedes fracasar. 20
que todo sujeto necesita realizar una catarsis, que suele ser siempre dolorosa cuando es verdadera y honda; otra, que en el espectáculo teatral es posible por identificación proyectiva vivir esa catarsis sin sufrimiento real, y así se puede vivenciar el fracaso, la rectificación de un pasado equivocado y doloroso -cosa absolutamente necesaria para poder experimentar alguna felicidad o la propia realización- soslayando el dolor real que siempre se genera cuando falta la estética de lo identificativamente contemplado. En definitiva, del problema planteado puede decirse lo siguiente: el hecho de "fracasar" es siempre relativo y más un sentimiento, sensación o vivencia que una realidad consistente de tres dimensiones. En primer lugar depende de la meta propuesta y del modo como se halla planteado o imaginado su realización. Tal meta depende de la orientación. La orientación depende de una "filosofía de la vida", a no ser que no se tenga ninguna (cosa difícil) y todo se improvise sobre la marcha, con lo cual no es que se fracase, es que se vive en un caos de deseos y sensaciones inconexas. Y esta "filosofía" depende de la concepción del mundo y de las creencias, por vagas que sean que se profesen. Y desde luego si esta filosofía de la vida es cristiana, hay que contar, no ya con el "fracaso", sino con una depuración a fondo y radical de las tendencias y deseos desorientados. Por lo tanto, dado que una concepción tan sería como la cristiana (y algunas otras más) cuentan con lo que el hombre de la calle, mal orientado por los tópicos irresponsable -o interesados- de la publicidad, llama "fracaso", ha de desmitificarse el fracaso y contar con él alguna vez en la vida, pues puede no ser tal fracaso sino una reorientación eficaz y salvadora de los deseos equivocados e intemperantes que se han dejado incrementar en edades de menor madurez.
He aquí nuestra "filosofía" del fracaso. A lo que nadie puede entregarse es a una noción de 'fracaso prefabricada" por otros... 4
Aprender a escuchar bien Carlos Alemany Nos han sido dadas dos orejas, pero en cambio sólo una boca, para que podamos oír más y hablar menos” Zenón de Elea
INTRODUCCIÓN Zenón de Elea era un buen observador fenomenológico de lo que ocurría en la vida cotidiana de entonces: ya aquella gente parece que no paraba de hablar, en cambio oía/escuchaba muy poco. Curiosamente su aforismo de entonces, hoy, 25 siglos después, sigue teniendo plena actualidad. Porque además la era de la comunicación nos ha potenciado una increíble mejora en la transmisión y almacenamiento de la información: el mundo de la informática, los walkman, el teléfono inalámbrico, la antena parabólica... y ahora ya la vía digital, para someternos a la tensión de escoger entre 125 películas distintas e interesantes... ¿Nos ha potenciado todo esto la mejora de las relaciones interpersonales, medidas por nuestra capacidad de estar presentes unos a otros, de escucharnos, de ayudarnos a autoexplorar mejor o de facilitarnos la palabras que indica un significado más preciso? Nos tememos que no, sino todo lo contrario: cada vez encontramos más personas solas en medio del alboroto, de los ruidos y de esta tecnología punta. Cada vez encontramos más personas que no saben a quién expresar sus sentimientos: los del día a día y aquellos otros más
importantes de los momentos cruciales. DOS FALSOS MITOS SOBRE EL ESCUCHAR A pesar de su importancia, la mayoría de la gente tiene ideas no siempre exactas sobre lo que comporta escuchar a otros. Veamos un par de esos “falsos mitos”. a) Escuchar y oír son la misma cosa: Cuando hablamos de “oír”, estamos subrayando el proceso fisiológico que tiene lugar cuando las ondas recibidas causan una serie de vibraciones que son transmitidas al cerebro. El escuchar, en cambio, tiene lugar cuando el cerebro reconstruye estos impulsos electromagnéticos y forman una representación del sonido original a la que se le asigna un determinado significado. En ese sentido, el “oír” no puede ser parado porque el sentido del oído recoge las ondas del sonido y las transmiten al cerebro las quieras o no las quieras. El escuchar, en cambio, no es algo tan automático y tenemos la experiencia de que muchas veces oímos pero no escuchamos. A veces incluso deliberadamente no queremos escuchar, por diversas razones: porque el tema es aburrido, porque no nos dice nada, porque el sonido es irritante, etc. Otras veces dejamos de escuchar cuando nos damos cuenta de que “eso ya lo he oído antes”, con lo que cerramos las puertas a una nueva información o simplemente a una nueva forma de presentar la información. La gente que confunde el oír con el escuchar, a menudo piensan que realmente están escuchando a otros cuando, de hecho, están simplemente oyendo sonidos. La verdadera escucha es un proceso activo que envuelve aspectos más complejos que el acto pasivo de oír, aunque sin el umbral mínimo de audición sería imposible la escucha. Este acto fisiológico de la audición tiene lugar cuando se producen ondas de una frecuencia de entre 125 y 8.000 ciclos por segundo y de una fuerza de entre 55 y 85 decibelios. Entonces es cuando el sentido del oído puede captarlas y reaccionar. La audición está también afectada por lo que se ha llamado “fatiga auditiva”, que puede ser una pérdida temporal de la audición causada por una continua exposición
al mismo tono o intensidad. Por ejemplo, la gente que permanece largo rato en una discoteca puede experimentar esta fatiga auditiva y sí la exposición es más permanente, la pérdida puede resultar igualmente permanente (Adler, Rosenfield, Interplay,1980, pág. 195). Después que los sonidos se han convertido en impulsos electroquímícos y transmitidos al cerebro, una decisión -a menudo inconsciente- es hecha respecto a prestar atención al oído o no. Siendo verdad que el proceso de escuchar empieza primero como fisiológico, enseguida se convierte en proceso psicológico. En efecto, las necesidades, deseos, motivaciones, percepciones y experiencias pasadas de los individuos son los que determinarán la primacía de la atención y señalarán cuáles, de todos los estímulos recibidos, focalizan más la atención y en ese sentido son éstos los escuchados. Finalmente, otros aspectos que tienen que ver con el proceso que va del oír al escuchar son: el elemento de la comprensión y el de la evocación o recuerdo. Barker dice que el componente de la comprensión de los sonidos recibidos está compuesto de muchos elementos: de una estructura gramatical que descifre el mensaje (descodificar); del conocimiento que tenemos sobre la fuente del mensaje (si la persona es merecedora de confianza, si es percibida como enemiga, etc.); del contexto social, que nos indica qué tipos de presupuestos culturales hacen interpretar los mensajes de una determinada manera (seria, humorística, histérica, etc ... ). Y, finalmente, la habilidad para evocar o recordar información también es entendida como una función de los diversos factores: el número de veces que la información ha sido oída o repetida; la cantidad de información almacenada en el cerebro, etc. b) El escuchar es un proceso natural: Muchos creen que el escuchar es como respirar, que se hace naturalmente sin que nadie te tenga que enseñar: una actividad natural que la gente la hace normalmente bien. Pero, paradójicamente, nos encontramos con muchos que saben respirar, pero que de hecho nunca han aprendido a respirar bien: los actuales cursillos de relajación, yoga, concentración, etc. dedican una buena parte del tiempo a enseñar a respirar bien. Lo
mismo creemos que pasa con el escuchar donde son pocos los que han aprendido a escuchar bien. Curiosamente, en los estudios primarios en la escuela, el aprendizaje se centrará sobre los contenidos básicos, que empezará por poder ser capaz de leer y escribir. Más adelante, en algunos pocos colegios, también se les enseñará a poder hablar en público (declamación, tonos vocales), hacer representaciones teatrales, etc. Pero no hay la menor consciencia de que haya que perder ni un sólo minuto en enseñar, ni a niños ni a adolescentes, -y por supuesto menos a adultos- a saber escuchar bien. Algo ciertamente curioso cuando resulta que el 60% de nuestra actividad comunicativa la empleamos en ser receptores, en escuchar. No hay conciencia social de que las personas no solamente pueden, sino que deben ser entrenadas en esta destreza. Y de que cada uno tiene que explorar cuáles son aquellos condicionamientos que le impiden ser un buen escucha (falta de atención, de motivación, de concentración, excesiva ansiedad, etc.) La clave, pues, de una buena comunicación están en convertir eso que parece un proceso normal “todos respiramos y todos tenemos oídos para escuchar” en un presupuesto que se debe verificar en la práctica diaria y que se debe mejorar en un entrenamiento donde los malos hábitos pueden ser corregidos. TRES PSICÓLOGOS QUE POTENCIARON LA DIMENSIÓN TERAPÉUTICA DEL ESCUCHAR: Queremos destacar a tres autores que han contribuido de una manera especial en darle la importancia al escuchar como dimensión terapéutica. Ellos mismos han sido modelo de ello e integraban en sus cursos de formación las motivaciones y estrategias necesarias para formar buenos terapeutas en el difícil arte de la escucha eficaz. - Carl Rogers: Este año celebramos el décimo aniversario de su muerte, ocurrida en Febrero de 1987. Él supo comunicar como nadie la importancia de la escucha empática como preparación para la respuesta empática. Y al formar también en las actitudes básicas, especialmente en la acogida
incondicional y en la calidez, preparaba al consejero u orientador para eliminar los prejuicios habituales y para evitar la interrupción o el dar consejo. De los muchos textos que tiene en sus libros, el que más me gusta es el de su testimonio personal. Era 1977 y Carl Rogers había sido invitado a pronunciar una conferencia en el Instituto Tecnológico de Monterrey. Todo el ciclo, sobre el tema de la comunicación, era de corte académico y en él figuraban ilustres conferenciantes. Carl Rogers eligió otro enfoque: el de las vivencias personales que había tenido a lo largo de su vida sobre ese tema y lo mucho que le había ayudado tanto el saber escuchar como el sentirse escuchado y que en definitiva todo lo que había aprendido en su vida no había sido de los libros, sino del difícil arte de escuchar: “El primer sentimiento simple que quiero compartir con vosotros es lo que disfruto cuando realmente puedo escuchar a alguien. Escuchar a alguien me pone en contacto con él, enriquece mi vida. A través de la escucha he aprendido todo lo que sé sobre los individuos, la personalidad y las relaciones interpersonales... Esa experiencia la recuerdo desde mis primeros años en la escuela secundaria. Un alumno formulaba una pregunta y el profesor daba una magnífica respuesta a otra pregunta completamente diferente. Siempre me invadía una sensación de dolor y angustia: “Usted no le ha oído” era la reacción que me producía. Sentía una especie de desesperación infantil ante la falta de comunicación que era -y sigue siendo- tan común. La segunda cosa que he aprendido, y que me gustaría compartir con ustedes, es que me gusta ser escuchado. Innumerables veces en mi vida me he encontrado dando vueltas a una misma cosa o invadido por sentimientos de inutilidad o de desprecio. Creo que he sido más afortunado que muchos al encontrar -en esos momentos- a individuos que han sido capaces de escuchar mis sentimientos más profundamente de cómo tos he conocido yo, escuchándome sin juzgarme ni evaluarme...” Carl Rogers El camino del ser, Kairós, Barcelona, 1987, págs. 17-19
-Eugene Gendlin: Trabajó 12 años con Rogers en Chicago y en De el aprendió también la importancia de la escucha empátíca y la incorporó inmediatamente a su modelo de Psicoterapia Experiencial, donde Focusing era la herramienta terapéutica con la que guiaba a sus clientes a estar en contacto con sus propias sensaciones, sentimientos y significados. a) El escuchar absoluto: El capítulo 11 de su libro de Focusing (1993) lo titula “El manual de la técnica del escuchar” y Gendlin empieza señalando la importancia que tiene el Escuchar absoluto. Lo señala de forma tan sencilla como impactante: “Si reservas un periodo de tiempo cuando, solamente escuchas e indicas sólo si sigues o no, descubrirás un hecho sorprendente: Las personas pueden decirte mucho más y también hallar más dentro de sí mismas, de lo que jamás suele suceder en intercambios ordinarios. Si sólo usas expresiones como “sí”, o “ya veo” o “Oh si, ciertamente puedo ver cómo te sientes” o “Me he perdido ¿puedes decir eso otra vez por favor?” verás iniciarse un profundo proceso. En intercambios sociales ordinarios casi siempre nos abstenemos de adentrarnos muy adentro. Nuestro consejo, reacciones, estímulos, repetidas afirmaciones y bien intencionados comentarios en realidad impiden que las personas se sientan comprendidas. Prueba el seguir cuidadosamente a alguien sin poner en ello nada tuyo propio. Quedarás pasmado. “ Proporciona a tu interlocutor -sugiere Gendlin- una pista verdadera de cuándo le sigues y cuándo no. Serás inmediatamente un buen escuchador. Pero tienes que ser sincero e indicar cuándo dejas de seguir (“¿Puedes decir esto de otra forma? No lo entendí...”). Con todo ayuda más si tú, el que escucha, repites los puntos de la otra persona, paso a paso, según los entiendes. A esto yo le llamo el escuchar absoluto” (pp. 143- 144)
Gendlin habla también del “escuchar amigable” y se refiere al que debemos tener con nosotros mismos, internamente, parando todo tipo de voces críticas etc. b) La didáctica de la escucha: Gendlin, como resume muy bien Marroquín (1984), propone a sus formandos el establecimiento de una serie de estrategias o pautas conductuales para ser cada vez más eficaces. Se podrían resumir en estos 4 aspectos, que son realmente prácticos: I) II) III)
IV)
Para demostrar que has escuchado y comprendes con exactitud, forma una o dos oraciones gramaticales que lleguen al significado que la persona quería transmitir. Utiliza tus propias palabras, pero usa las palabras propias de la persona para aquellos asuntos de contenido más delicado o difícil. Cuando lo que la gente dice es demasiado complicado y no puedas entender lo que dicen o lo que significa para ellos lo expresado, trata de formar una o dos expresiones gramaticales sobre el núcleo de la comunicación, cotéjalo con la persona y deja que ella añada o corrija tu formulación. Recibe y repite lo que han cambiado o añadido hasta que vean que lo entiendes justo como ellos lo entienden. Entonces, y sólo entonces, forma otra oración para indicar lo que significa realmente para ellos lo expresado. Cuando necesites pedir alguna aclaración, no lo hagas de manera absoluta diciendo por ejemplo “no he entendido nada”, sino tomando pie y empleando aquellos aspectos que en alguna manera te hubieran quedado más claros con anterioridad.
Hasta aquí las recomendaciones de Gendlin, quien tiene mucho interés en sugerir estrategias concretas para que ese escuchar sea la base de la comprensión empática. Gendlin en otro momento resume toda esta didáctica en 2 puntos que son los únicos que justifican la ruptura del silencio por parte del que escucha con intención de auténtica comprensión terapéutica: “Solamente existen 2 razones para hablar mientras se escucha: a)para mostrar que atiendes perfectamente, al repetir
lo que la otra persona ha dicho o significado; o b) para pedir repetición o clarificación. “ (Focusing, pág.144) -Robert Carkhuff: Discípulo también de Carl Rogers, creó a partir de la base rogeriana un interesante modelo ecléctico de relación de ayuda. La relación del terapeuta con el cliente, en su modelo actual de los años 80, la establece en la formación en dos grandes dimensiones: la de Responder al marco de referencia del cliente y la de Iniciar al cliente a la acción, desde la experiencia y el marco de referencia del terapeuta. (B. Giordani, 1997) En la dimensión de Responder, operativiza muy bien las destrezas previas: Atender, Observar y Escuchar a) La destreza de Escuchar: Carkhuff dice que así como hay que aprender el atender físico y postural, como el comienzo de la implicación que se da en la relación de ayuda, el escuchar sería el atender psicológico, el atender interior. Es claro que para él es una destreza que debe ser aprendida, ejercitada y evaluada y para la cual crea una escala de 5 niveles que ha sido utilizada con éxito tanto en la investigación como en la formación de terapeutas (Alemany, 1984; Fuster, 1988). El epíteto que más usa es el del escuchar activo indicando que no tiene nada de pasivo, aunque haya que empezar por algo tan sencillo como dejar de hablar. Y que escuchar bien y atentamente consume una gran cantidad de energía. Define la escucha como la habilidad para recordar y retener los contenidos verbales presentados por nuestro interlocutor, así como el tono emocional en el que son dichos. Esa atención interna proporciona abundante información sobre el tema o problema, la situación personal del otro e incluso su nivel de energía. Una escucha más atenta de estas pistas verbales ayudará a obtener una mejor comprensión de las formas específicas en las que el interlocutor experimenta su mundo (ese será su marco de referencia).
b) Didáctica del escuchar: Carkhuff establece en cada una de estas destrezas una serie de pasos conductuales que ayudarán a su adquisición y mejora. En esta destreza del escuchar destacará, entre otros, los siguientes pasos: I)
Actualizar la motivación por la que uno escucha. Creemos, y la experiencia nos lo ha demostrado, que este paso es crucial. No es lo mismo “saber que es importante escuchar” que decirte inmediatamente antes de escuchar a uno “¿por qué es importante que le escuche? ¿qué beneficios sacará él? ¿cómo le podrá ayudar esto a una mejor autoexploración?” Es hacer presente en el aquí y ahora de cada momento algo específico que refuerza nuestra motivación para hacerlo. II) Captar el contenido específico del mensaje verbal: lo importante es quedarnos con los datos esenciales del mensajes. Preguntas tales como quién; qué; dónde; cuándo; cómo; por qué, etc. nos pueden ayudar a recuperar la pieza que nos falta en todo este asunto. Expuestas con concisión y sentido de la oportunidad a nuestro interlocutor, también a él pueden ayudarle a una mayor claridad en su exposición. III) Suspender el juicio personal. Sabemos que de hecho es muy difícil, pero sería una operativización de la acogida incondicional que postulaba Rogers. En principio todo es aceptable y uno está abierto a todo, parando los prejuicios, las consecuencias de las primeras impresiones, etc. Así no nos quedaremos encerrados en nuestros propios ruidos, como bien decía Krishnamurti, sino abiertos a los estímulos que nos vienen de fuera. IV) Resistir las distracciones: las externas y las internas. Tal vez las más difíciles son estas últimas, de las que enseguida diremos una palabra. V) Escuchar el tono emocional: el contenido verbal nos es transmitido en un paralenguaje: tono de voz, pronunciación, ritmo, etc. y nuestro escuchar atento nos puede dar aquí las primeras pistas para empezar a captar el mundo emocional que se esconde tras el contenido expresado.
VI)
Retener internamente los puntos claves del contenido verbal: Carkhuff insiste que a mayor motivación y atención, mayor retención del núcleo de la información y menor distorsión de la misma. Esos puntos claves del contenido, tanto por su significado como por la carga emocional que conlleva, le serán muy útil al terapeuta para poder responder con precisión al otro (por medio de respuesta-reflejo, con respuestas al contenido y al sentimiento, etc.)
En resumen, para Carkhuff la escucha activa es una destreza muy importante a aprender y a dominar porque sin ella no podemos pasar a la respuesta eficaz. La forma que tenemos de comprobar si nuestra escucha ha sido correcta se mostrará por parte del terapeuta en que sus respuestas recogen bien y básicamente lo dicho por el interlocutor. Y por parte del cliente, que éste profundizará en su nivel de autoexploración. La abundante investigación y docencia que Carkhuff y su equipo hicieron usando estas escalas (también la de autoexploración del cliente) han confirmado lo ajustado de esta su didáctica del escuchar y la importancia terapéutica de su uso a lo largo de todo el proceso de la relación de ayuda. Y conste que para Carkhuff este concepto de relación de ayuda es más amplio y abarcador que cualquier otro modelo (relación ayudante/ ayudado; padres/hijos; educador/ educando; etc.). En definitiva vemos que las aportaciones de Rogers, Gendlin y Carkhuff tienen en común el enseñar a sus formandos a entrar poco a poco en el mundo referencial del que escucha, sin invadirlo, casi sin distorsionarlo y menos ahogándolo con nuestros consejos, que suele ser lo primero que nos sale. Se aprende a escuchar paso a paso, repitiendo las estrategias conductuales hasta que van quedando perfectamente dominadas. Así nunca nos encontraremos con la recriminante petición de esta persona, que la escogemos porque pone palabras y voz a lo que muchos experimentan cuando lo único que desean es ser escuchados: “¡Escucha! Cuando te pido que me escuches y tú empiezas a aconsejarme, no estás haciendo lo que te he pedido. Cuando te pido que me escuches y tú empiezas a decirme
por qué yo no debería sentirme así, no estás respetando mis sentimientos. Cuando te pido que me escuches y tú piensas que debes hacer algo para resolver mi problema, estás decepcionando mis esperanzas. ¡Escúchame! Todo lo que te pido es que me escuches, no quiero que me hables ni que te tomes molestias por mí. Escúchame, sólo eso. Es fácil aconsejar. Pero yo no soy un incapaz. Tal vez me encuentre desanimado y con problemas, pero no soy un incapaz. Cuando tú haces por mi lo que yo mismo puedo y tengo necesidad de hacer, no estás haciendo otra cosa que atizar mis miedos y mi inseguridad. Pero cuando me aceptas, simplemente, que lo que siento me pertenece a mí, por muy irracional que sea, entonces no tengo por qué tratar de hacerte comprender más y tengo que empezar a descubrir lo que hay dentro de mí.” R. O'Donnell, “El mosaico de la misericordia”. BLOQUEOS INTRAPERSONALES EN EL ESCUCHAR Todos estos relevantes psicólogos que acabamos de exponer, así como otros expertos del tema (Long, L.; Rowan, J.), insisten en que la dimensión terapéutica del escuchar crece en la medida que disminuyen los ruidos inter>.ta. Efectivamente, sea que le llamemos “escuchar empático” (C. Rogers), “escuchar activo” (R. Carkhuff), “escuchar absoluto” (E. Gendlin) o “escuchar holístico” (j. Rowan), todos categorizarán el escuchar como el proceso de la atención psicológica interna. En una sociedad donde predomina la hiperestimulación, los ruidos y la dificultad de hacer silencio, tendremos que tener muy en cuenta qué obstáculos intrapersonales nos dificultan todavía más el aprender y mejorar nuestra escucha interpersonal. Lo afirmaba muy bonitamente Antonio Gala en un artículo sobre la comunicación: “Lo que tenéis que hacer para alcanzar la plenitud es escuchar vuestra voz interior. Ésta es mi voz: dentro del corazón del
hombre habita la verdad. Si nosotros no sólo la oímos, sino que la vivimos, será fácil que nos comuniquemos los unos con los otros. Y sin intermediarios, y sin palabras casi” (A. Gala, julio 1993). Escuchar la voz interior significa traspasar las barreras y obstáculos que nos impiden habitualmente llegar hasta ella. En ese sentido, el “conócete a ti mismo” se traduciría aquí en conocer exactamente los malos hábitos de escucha, las distracciones habituales tanto internas como externas, los contagios emocionales, etc. De una manera resumida sugeriremos tres áreas de observación y de trabajo personal para darnos cuenta dónde estamos, dónde podemos estar, qué necesitamos para movernos en esa dirección y cómo mejorar la calidad de nuestra escucha, limpiando lo más posible nuestros ruidos interiores, para poder alcanzar esa voz interior desde la que nos sentiremos plenamente conectados al otro. Seguro que, tanto en el área física como en la emocional y cognitiva, encontramos pistas para nuestros bloqueos y dificultades. a) Área física: La fisiología del cuerpo es muy sabia. Un cuerpo cansado, sediento o somnoliento va a tener serias dificultades para poder escuchar. Cada cual conoce sus propios biorritmos corporales, la alternancia cansancio/ descanso y su incidencia a la hora de entorpecer la atención corporal necesaria. Aquí tendríamos que meter también las distracciones físicas externas: interrupciones constantes de otras personas, llamadas telefónicas, ruidos etc. que impiden tener la necesaria concentración y atención. b) Área emocional: Escuchar con toda la persona supone que escuchamos también con nuestros sentimientos, pero hay que saber poner los sentimientos aparte en un momento dado para poder escuchar al otro. Eso no lo podremos hacer si no somos conscientes de cuál es la emoción o el
sentimiento que nos invade. Entonces la autoconsciencia personal dirá si somos ansiosos, agresivos, si estamos heridos por algo, temerosos, etc. Y seguramente que todo eso estará sucediendo con independencia de la interacción con esa persona. Es tomar consciencia de la forma de llegar, reconocerlo para poder ponerlo a un lado. Indudablemente que en la interacción con nuestro interlocutor seguro que también surgirán una serie de sentimientos o emociones respecto a él o a los temas que toca. De nuevo, ahí necesitaremos una autoconsciencia de nuestras emociones para que no se nos conviertan en bloqueos. De no hacerlo así es muy fácil que se de algún tipo de contagio emocional o bloqueos en nuestros propios sentimientos que han sido estimulados a lo largo de la interacción. Con frecuencia se da el caso de que la comunicación del otro, o por el contenido o por las emociones desfavorables o favorables que desencadenan en nosotros, nos afecte bastante, impidiéndonos de hecho mantener la distancia empática facilitadora. A lo mejor su miedo toca mi miedo encubierto. Tal vez él o ella -sin saber muy bien por qué- logra disparar mi agresividad y mi vulnerabilidad. Facilitar un espacio de consciencia a este posible contagio emocional es condición sine qua non para salir de uno mismo y poder acoger de forma más objetiva los sentimientos del otro. El humilde aprendizaje nos llevará a no asustarnos de lo que nos ocurra sino a saber trabajarlos, pararlos, tal vez analizarlos más adelante, para poder estar completamente presente al otro. c) Área cognitiva: Creo que es la que más dificulta y bloquea todo el proceso de la escucha activa y funcional. Empezando por las distracciones, pero añadiendo además todo lo que bulle en nuestro cerebro mientras que el otro está tratando de expresarse: ideas irracionales, otros pensamientos, prejuicios habituales tanto conscientes como inconscientes, “rollos mentales”, preparación de soluciones, etc. De todas estas, creo que las principales dificultades se pueden
resumir en estas dos: - Los prejuicios: ya sean políticos, morales, culturales, etc. Todos los tenemos y así funcionamos. Pero aunque no es posible evitarlos del todo, sí podemos en cambio reducir su efecto para que interfieran con el menor ruido posible con la comunicación - Las ocupaciones de la mente: La sabiduría holística actual nos aconseja Ton la mente ahí donde está tu cuerpo”. Sin embargo sabemos lo difícil que nos resulta hacerlo habitualmente. Por eso nuestra mente -mientras el otro habla- vaga en planes, recuerdos o incluso preparación de posibles oportunas respuestas. Sin embargo un dato real nos podrá ayudar a reformular el empleo de este “tiempo libre”. Está comprobado que una persona es capaz de comprender los mensajes verbales de otra a una media de 600 palabras por minuto. Sin embargo la media de una conversación es de 100 a 140 palabras por minuto. La pregunta, por tanto es: mientras el otro habla ¿en qué empleamos todo este tiempo libre? Saber invertir este tiempo libre en hacerse preguntas sobre lo que el otro nos dice, o en poder captar el tono emocional que lo acompaña etc. será una de las claves de nuestra atenta concentración psicológica en lugar de sentirnos distraídos y desparramados, que en definitiva, como muy bien afirma Krishnamurti, nos convierte en seres atrapados en nuestras propias pantallas mentales y por tanto cerrados al otro. “La mayoría de nosotros escuchamos a través de tina pantalla de resistencia. De una auténtica escucha nos separan nuestros prejuicios, sean religiosos o espirituales, psicológicos o científicos; nos separan nuestras preocupaciones diarias, nuestros deseos o expectativas, nuestros miedos, etc. Y con esto como pantalla... ¡escuchamos! Por lo cual, lo que realmente escuchamos es... nuestro ruido, nuestro sonido, no lo que realmente está siendo dicho...” Krishnamurti, The first and the last Freedom En resumen pretendíamos en nuestro trabajo analizar algunos de los componentes que nos ayudasen no solo a escuchar, sino a escuchar bien,
a lograr una escucha de calidad. La tarea aparece como necesaria, bonita, apasionante, pero trabajosa. No nos engañemos. Se necesitan padres que sepan escuchar bien a sus hijos, educadores que hagan lo mismo con sus educandos, orientadores con sus orientandos, amigos entre sí etc. El saber que podemos aprenderlo y que hay pistas como las sugeridas aquí, que han sido probadas con éxito en la formación de escuchas de calidad, nos debe animar a intentarlo, si es que entra en el horizonte de nuestros intereses. Pero para ello tenemos que trabajar también los ruidos e interferencias externas, en una sociedad tan invasora como la nuestra; nuestros propios ruidos mentales o nuestros contagios emocionales... El poeta lo supo expresar muy bien cuando detectaba lo que impedía la mutua complicidad y los muchos ruidos de locura y de muerte que la amenazaban. ¡Qué no diría hoy, 70 años después! “...No nos dejan hablar a solas, dentro de nuestra complicidad tierna; hay mucho ruido de locura y muerte, el viento invade la voz nuestra...” 21 José Ma. Valverde, (1926) En la medida en que seamos conscientes de nuestro yo interior estaremos abiertos -plenamente- al encuentro con el otro de forma que éste nos resulte tuificante. Lo cual, además de ser una gran ayuda para el otro, nos resulta en extremo nutricio para nosotros mismos, dándonos un nuevo y actualizado sentido vital. SUGERENCIAS PARA EL TRABAJO PERSONAL 1. En los 2 últimos meses, repasa tus experiencias y sé muy concreto para responder a estas preguntas: - ¿a cuántas personas tengo conciencia de que las he escuchado? ¿durante cuánto tiempo? Cómo lo has captado: ¿te lo han dicho? ¿han autoexplorado mejor en tu compañía?; con tu ayuda ¿han José María Valverde, Air Mai1,1926, en Francisco Rico, Poesía de España, Círculo de Lectores, Madrid 1997, pág. 560 21
puesto palabras amenazantes?
a
sentimientos
confusos,
no
claros
o
- y viceversa, en este tiempo ¿por quiénes te has sentido realmente escuchado en estos últimos días? ¿cómo lo has notado? ¿dónde en tu cuerpo has experimentado una señal, un alivio etc...? ¿y por quiénes te has sentido realmente no-escuchado? 2. Fíjate en los bloqueos intrapersonales emocionales o afectivos: trata de señalar qué emoción te bloquea la escucha antes y durante la conversación con el otro. ¿cuáles son tus sentimientos /emociones más vulnerables: inseguridad, rabia, tristeza etc. que fácilmente te hacen perder el contacto con el otro, para replegarte sobre tus propias heridas? 3. En los bloqueos intrapersonales cognitivos: ¿cuáles son tus filtros mentales? ¿qué prejuicios... distracciones... tales como vagar la mente o tal vez una búsqueda rápida de soluciones suelen ser más lo mío? 4. Para Carkhuff es muy importante actualizar la motivación cada vez que queremos escuchar eficazmente. Prueba a hacerlo varias veces, antes de recibir a personas distintas y pregúntate ¿por qué es bueno, útil, importante escuchar a esta persona aquí y ahora? 5. Haz una lista de 10 personas a las que habitualmente no escuchas, no prestas atención y desconectas enseguida de ellas. Junto al nombre de la persona pon un epíteto que te aclare ese bloqueo: “aburrida”, “repetitiva”, “le tengo manía”, “no me interesa” etc. Ahora, durante dos semanas, trata de seleccionar una de estas personas y pon en práctica lo que aquí se te ha sugerido: actualizar la motivación, limpiar el bloqueo cognitivo, cambiar la tonalidad emocional etc. Tómatelo como un desafío: “¡Quiero escuchar a personas de las que instintivamente desconecto!” Al principio te saldrá artificial y forzado pero luego verás cómo puedes ir ampliando ese escuchar bien a personas y temas distintos de los habituales tuyos y notarás la satisfacción de poder entrar en campos experienciales nuevos, distintos y sorpresivos. 6. Haz el siguiente cuestionario de Evaluación de la Conducta de
Escuchar. Sé preciso en la corrección del test, tal como ahí se indica. Posteriormente puedes tomar los ítems como puntos de análisis de las distintas conductas de escuchar. CUESTIONARIO DE EVALUACIÓN DE LA CONDUCTA DE ESCUCHAR El propósito de este cuestionario es evaluar tu nivel de escucha. Responde a cada afirmación poniendo un número del 1 al 5 en la casilla de la izquierda: 1 siempre falso, 2 normalmente falso, 3 a veces falso, 4 normalmente cierto y 5 siempre cierto. ___ 1. Me cuesta diferenciar las ideas importantes de las que no lo son cuando escucho a los demás. ___ 2. Cuando escucho a los demás compruebo la información con lo que yo ya sé. ___ 3. Suelo tener cierta idea sobre lo que me van a decir cuando escucho a los demás. ___ 4. Presto atención a los sentimientos de los demás cuando les escucho. ___ 5. Cuando escucho a los demás, suelo pensar en lo que voy a decir a continuación. ___ 6. Me centro en el proceso de comunicación que está sucediendo entre mí mismo y los demás cuando les escucho. ___ 7. Cuando quiero hablar, no puedo esperar a que los demás terminen de hablar. ___ 8. Intento comprender los significados que se están elaborando cuando los demás hablan. ___ 9. Me centro en ver hasta qué punto se me ha entendido cuando los demás me hablan. ___ 10. Cuando no sé a qué se refieren, les pido que lo elaboren más. Para ver la puntuación que has obtenido, primero invierte la puntuación de cada ítem (un 5 para el 1, un 4 para el dos, un 3 para el 3, un 2 para el 4 y un 5 para el 1). Luego, suma estas puntuaciones. Las puntuaciones oscilan entre 10 y 50. Cuanto más alta sea tu puntuación, mejor será tu escucha.
Fuente: William Gudykunst, Bridging Differences, 2' ed. (Thousand Oaks, CA: Sage Publications, 1994). BIBLIOGRAFÍA ALEMANY, C. (1984) Evaluación del entrenamiento en destrezas interpersonales del modelo de Carkhuff. vol. I y II. Ed. de la Univ. Complutense de Madrid. Madrid. ALEMANY, C. (1997) Psicoterapia Experiencial y Focusing. La aportación de E. T. Gendlin. Desclée De Brouwer, Bilbao págs. 97-208; 221-236 BEEBE, S; BEEBE, S. y REDMOND, M. (1996) Interpersonal communication. Relating to others. Allyn and Bacon. Boston págs. 98131. BRAZIER, D. (1997) Más allá de Carl Rogers. Desclée de Brouwer, Bilbao. FUSTER, J.M. (1988) Personal Counselling. An integration of Carkhuff models. Better Yourself Books, Bombay. GENDLIN, E.T. (1991) Focusing. Proceso y técnica del enfoque corporal. (3a. ed.) Mensajero, Bilbao. GIORDANI, D. (1997) La relación de ayuda: de Rogers a Carkhuff. Desclée De Brouwer, Bilbao. GRENOULILLOUX, M. (1977) Saber escuchar. Mensajero, Bilbao. MARROQUÍN, M. (1984) La escucha activa. En: VV VV Incomunicación y conflicto social. ASETES, Madrid. MARROQUÍN, M. (1989) La escucha activa como instrumento terapéutico en la relación de ayuda psicológica. Revista de Psiquiatría y Psicología Humanista. No. 27/28 págs. 74-82. MARROQUÍN, M. (1991) La relación de ayuda en Robert R. Carkhuff. (2a ed.) Mensajero, Bilbao.
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Aprender a vivir con humor trascendente José Maria Díez-Alegría DOS ANÉCDOTAS SIGNIFICATIVAS Quiero comenzar estas notas con dos anécdotas. En el año 1962 empezó el Concilio Vaticano II. Fue el 11 de octubre, fiesta de la maternidad de la Virgen María. El domingo anterior se organizó en Roma una procesión de rogativas, que salió de la Basílica de Santa María la Mayor y terminó en la de San Juan de Letran. Yo tomé parte en ella. Al llegar nosotros al término, se presentó el Papa Juan XXIII y, hablando con la sencillez familiar que le caracterizaba, nos dijo: - Quizá vosotros pensáis que el Papa está preocupadísimo con esto del Concilio y que no puede dormir. Pues nada de eso. Duermo perfectamente. Porque el Concilio lo convoqué porque me lo inspiró el Espíritu Santo, y Él nos hará llevarlo a término. Los que estábamos en la Basílica prorrumpimos en un aplauso cálido y jubiloso. Algunos años más tarde, cuando el Papa Pablo VI estableció que los obispos diocesanos hiciesen renuncia de sus cargos al cumplir 75 años, un periodista romano le preguntó: - Su Santidad ¿piensa aplicarse a sí mismo esa indicación, cuando llegue a esa edad? Pablo VI le respondió: - Yo no, porque ¿cómo me voy a bajar de la cruz? Según mi humilde parecer, en la primera de estas anécdotas se revela
un profundo (y transcendente) humor religioso cristiano. En cambio en la segunda hay una total falta de ese ingrediente. Hay una seriedad enfática y un poquito tétrica, que me parece fuera de lugar. Además resulta que, con su suave humor, Juan XXIII acertó a vivir y expresar cosas muy profundas: que para la Iglesia la esperanza está sólo en el Espíritu Santo; que ninguno de los miembros de ella es decisivo; que se pueden llevar a cabo iniciativas extraordinarias sin creerse que uno es la piedra angular del mundo, de la historia y de la salvación que Jesús nos anunció y nos trajo. En cambio el Papa Pablo VI (hombre sincero, bueno y nada autoritario) dijo en aquella ocasión cosas curiosamente irracionales. Porque ni el sillón episcopal de Roma es una cruz, ni el Papa está llevando a cabo la redención del mundo. Y lo peor del caso es que (aunque el Papa adujera con cierta sinceridad subjetiva aquella razón descabellada) la verdadera razón era el sentimiento, heredado por él de Gregorio VII (1073-1085) y de casi todos los Papas posteriores hasta Pío XII (1939-1958), de que el Romano Pontífice es una especie de Dios en la Iglesia y en el mundo, y por eso es impensable que pueda dimitir, aunque es seguro que acabará muriéndose, y de momento no va a resucitar como Jesucristo. Y es que en el segundo milenio del cristianismo ha ido formándose y consolidándose, sobre todo a partir de Pío IX (1846-1878), una idea autocrática y semidivina del Papa romano, que toca a veces lo grotesco. Un “Catecismo católico popular” de F. Spirago, editado en París en 1903 y reeditado en 1950 (con ocasión de la proclamación del dogma de la Asunción), afirma con una desfachatez ingenua: “El Papa, como soberano, acuña moneda, concede condecoraciones, tiene una bandera amarilla y blanca, embajadores (legados, nuncios apostólicos) en cada nación, etc. Quienes se extrañan de este aparato y apelan a que Jesucristo no se rodeó de una corte parecida, se olvidan de que el Papa no representa a Jesucristo perseguido por sus enemigos y vergonzosamente humillado en la cruz, sino al divino Salvador gloriosamente elevado al cielo”. Y todavía en 1980, en Canadá, en un texto de la Comisión Escolar Regional de Ottawa, se daba una definición increíble, que deja tamañas a todas las herejías
que en el mundo han sido. “Papa: sucesor de Dios, pastor de todos los fieles y enviado para velar por el bien común de la Iglesia universal y el bien de cada una de las Iglesias” 22. Un católico puede y debe reírse de tan enormes despropósitos, recordando que el evangelio de San Mateo, que es el que más recalca la importancia de la Iglesia y la de Pedro en ella, es el único que nos transmite esta palabra de Jesús: “Vosotros no os hagáis llamar maestros, pues uno solo es vuestro maestro, mientras que todos vosotros sois hermanos. En la tierra a nadie llaméis padre, pues uno solo es vuestro Padre, el del cielo. Ni os llaméis instructores, pues vuestro instructor es uno solo, Cristo. El mayor de vosotros sea vuestro servidor. Quien se ensalza será humillado, quien se humilla será ensalzado” (Mt. 23, 8-12). Realmente no pocas deformaciones de la Iglesia Católica son tan grandes y tan contrarias al Jesús del Evangelio, que algunos (o muchos) creyentes pueden llegar a pensar que es mejor apartarse de ella. Si tal es el dictamen de una conciencia sincera, debe uno atenerse a él. Pero otros pensamos que es posible y bueno permanecer en la Iglesia, para tratar de seguir a Jesús y de buscarlo interior y socialmente, recordando que San Pablo les decía a los cristianos de Corinto, hacia el año 55 de nuestra era, que hemos sido bautizados para vincularnos exclusivamente a Jesucristo, no a Pablo ni a Pedro ni a Apolo (1 Cor 1, 12-13). Para vivir en la Iglesia (sea la católica romana, sean otras iglesias cristianas), puede ayudar mucho cierto humor trascendente, que parece también transparentarse en el episodio de la confesión de Pedro junto a Cesarea de Filipo, tal como lo narra el evangelio de San Mateo (16, 1323). “Jesús preguntó a sus discípulos: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre? Ellos dijeron: Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas. Les dice él: Y vosotros ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Pedro, dijo: tú eres el Mesías, el Hijo del Dios viviente. En respuesta Jesús le dijo: Dichoso eres, Simón Ambos textos están citados en J. M. R. Tillard, El obispo de Roma. Estudio sobre el papado, Sal Terrae, Santander, 1986, p.50. 22
hijo de Jonás, porque ni carne ni sangre te revelaron esto, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo te digo que tú eres piedra (en griego pétros) y sobre esta peña (en griego pétra) edificaré mi comunidad (ekklesia) y el poder de la muerte no la derrotará. Te daré las llaves del reino de Dios y cuanto atares en la tierra quedará atado en el cielo y cuanto desatares en la tierra quedará desatado en el cielo. Entonces mandó a sus discípulos que no le dijeran a nadie que él era el Mesías”. A continuación narra Mateo que Jesús desde entonces empezó a manifestar a los discípulos que él iba a sufrir mucho por parte de los sacerdotes, de los pontífices y de los escribas y que lo iban a matar. “Entonces Pedro, tomándolo aparte, empezó a increparlo diciendo: ¡Lejos de ti, Señor! ¡No te va a pasar eso! Jesús, volviéndose le dijo: ¡Quítate de mi vista, Satanás! Eres para mí un tropiezo (en griego skándalon), porque no entiendes las cosas de Dios, sino las de los hombres”. De manera que, para Mateo Pedro es “piedra” porque por revelación de Dios ha reconocido que Jesús es el Mesías (Cristo) pero la “peña” en que se basa la Iglesia no es Pedro, sino la mesianidad (o mejor: la filiación divina) de Jesús. Y Pedro debe tener una función importante para mantener la fe de sus hermanos (como dice el evangelio de San Lucas 22, 32), pero de hecho puede resultar a veces (¿cuántas?) “piedra de tropiezo” por su actitud y su falta de discernimiento. Hay en el relato de Mateo una especie de fino humor trascendente, que no da pie a ningún intento de “idolatría papal”. Lo mismo puede decirse de la entrega de las llaves del reino de Dios (cuanto atares en la tierra quedará atado en el cielo y cuanto desatares en la tierra quedará desatado en el cielo). Porque el mismo Mateo, dos capítulos después (18, 18), dice de la comunidad (ekklesia) lo mismo que antes había dicho de Pedro: “os aseguro que cuanto atéis en la tierra quedará atado en el cielo y cuanto desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo”. De manera que Jesús le da las llaves a Pedro, pero a la vez se las da a toda la comunidad. Y, además de esto, se queda Él con ellas. Esto lo dice bellísimamente un libro del Nuevo Testamento muy distinto del
evangelio mateano, pero no incompatible con él. En el Apocalipsis, Jesús resucitado y glorioso se define a sí mismo en estos términos: “el Santo, el veraz, el que tiene la llave de David; el que abre y nadie cierra, cierra y nadie abre” (Apoc 3, 7). Hay mucho humor trascendente en la eclesiología del Nuevo Testamento. La promesa de la portería del Reino no tiene la seriedad de lo jurídico, sino la intrepidez lúdica de lo carismático. El Pedro que va a recibir las llaves no está por encima (y por tanto fuera) de la comunidad, en solitario, sino junto con la comunidad. Esto lo vio muy bien San Agustín, quien en el Sermón 295 dice que Pedro, al recibir las llaves, “representaba él solo la totalidad de la Iglesia”. Porque “estas llaves no las recibió un hombre solo, sino la unidad de la Iglesia”. A mí me parece que San Agustín da aquí en el clavo. Primacía de Pedro. Pero no una dictadura jurisdiccional absoluta, incondicionada e incontrolable. El Concilio Vaticano I en 1870 definió que el Romano Pontífice tiene jurisdicción ordinaria e inmediata en todas y cada una de las iglesias y sobre todos y cada uno de los pastores y fieles. Al teólogo Karl Rahner le preguntaban, hace más de veinte años, en una entrevista publicada en un revista alemana: - ¿Qué cree usted que hubiese pensado Jesús si le hubieran leído la definición del Concilio Vaticano I sobre el primado de jurisdicción papal? El teólogo contestaba (cito de memoria) en estos términos: - Yo creo que Jesús, durante su vida terrena, en su conciencia humana empírico-fenoménica, no hubiera entendido nada. La respuesta es muy fina y exacta (era la respuesta de un gran teólogo). Creo que es verdadera. A mi juicio, el hecho de que Jesús no hubiese entendido una palabra de lo que el Concilio dice, relativiza mucho la definición conciliar Yo no digo que sea falsa. Creo que en esa fórmula hay un contenido de verdad, expresado de un modo imperfecto, tiznado de intereses e ideología. Por eso lo que dice la fórmula puede entenderse bien y mal.
El Concilio Vaticano I expresa en términos jurídicos algo que, en la mente e intención de Jesús, no era jurídico. Es una traducción a un lenguaje inadecuado. Algo así como verter una poesía en símbolos de lógica matemática. Pero, a través de una mala versión, se puede rastrear un núcleo de verdad originaria. Me parece que esto se puede decir en general de las definiciones dogmáticas del magisterio eclesiástico. Creo que los fieles, incluso los activamente injertados en la comunidad eclesial, pueden muchas veces “aparcar” los dogmas definidos y retrotraerse a la sencillez del Evangelio y del Padre Nuestro, la oración que Jesús nos dejó en herencia. Quiero terminar estas consideraciones introductorias sobre el humor transcendente, refiriéndome a dos figuras de Papas, que están en la línea que apuntaba Juan XXIII de no exagerar la importancia y el papel de la función papal y del sujeto humano que eventualmente se encuentra siendo Papa. Se trata de Celestino V ten el siglo XIII) y de Ponciano (en el siglo III). El primero era un hombre humildísimo, espiritual y contemplativo, vocado a la vida eremítica y monástica. Se le pide que acepte su nombramiento como Papa (que había tenido lugar el 5 de julio de 1294), en un momento en que la iglesia de Roma estaba metida en un atolladero de intrigas y de luchas. Acepta con humildad y espíritu de servicio, contra sus íntimos deseos, cuando rondaba ya los ochenta años. Pero a los cinco meses escasos, no pudiendo superar las banderías y los manejos políticos ni resistir el clima mundano del entorno papal, el 13 de diciembre de 1294 promulgó una Bula en la que declaraba que el Papa puede renunciar a sus poderes, que su aceptación y permanencia en el cargo es libre, y, siendo el bien de la Iglesia la suprema ley, puede llegar el caso de que la renuncia sea obligatoria en conciencia. Se retira para buscar la soledad, pero su sucesor, Bonifacio VIII, envió guardias a recogerlo, y lo retuvo recluido en el castillo de Monte Fumone, junto a Anagni, donde murió en mayo de 1296. El segundo caso es el del Papa Ponciano, elegido probablemente el 28
de septiembre del año 230. En un momento de persecución de la Iglesia, el año 235, fue desterrado a Cerdeña, donde murió. El Liber Pontificalis afirma que Ponciano “fue exonerado (discinctus) el IV Kal. octobris (28 de septiembre) y en su lugar fue ordenado (ordinatus) Antheros el XI Kal. decembris (21 de noviembre) 23. Esto significa que Ponciano, al tener que alejarse de Roma, privado de libertad (condenado a trabajos forzados), o bien dimitió o tal vez aceptó como obvio que en la imposibilidad de cumplir su función tenía que ser substituido por otro. HUMOR TRASCENDENTE Y FE El “humor” (y mucho más un humor “transcendente”) es bastante indefinible y no se puede reducir a fórmulas, ni enseñar mediante recetas. No se identifica sin más con la “comicidad” (no es cuestión de “chistes”), se contrapone a la “sátira” (más bien despiadada, mordaz y despectiva), tiene algo de inmensa comprensión, tolerancia, piedad y un poso agridulce (pero nada amargo) de esperanza. El humor “transcendente”, tal como lo entiendo aquí, es una actitud profunda que caracteriza la personalidad de un ser humano (varón o mujer), y se mantiene frente al sujeto mismo, frente a su entorno vital (de personas y de cosas) y frente al horizonte total de su existencia, con sus logros y sus fallos, sus luces y sombras, sus problemas no resueltos y sus preguntas radicales eternamente recurrentes. Evidentemente, para una persona creyente (cristiana o de otras religiones o formas de sabiduría) la fe (experiencias religiosas y místicas) tiene un papel importante en su actitud de “humor transcendente” (si es que llega a tenerla). pero estoy convencido de que también personas no creyentes pueden vivir en actitud básica de este tipo de “humor”. Y pienso que, cuando esto sucede, estos agnósticos tienen un fondo de esperanza (y de benévola solidaridad, de apertura al amor), que de algún modo representa una forma de fe. Por otra parte la “religiosidad” (sobre todo en las religiones positivas, 23
Liber Pontificalis, ed. Duchesne, I, XLIV y 145ss, París, 1986.
también en las cristianas) tiene cierta ambigüedad, porque fácilmente puede convertirse (o incluso consistir desde el principio) en fanatismo. Este es antitético del humor transcendente. Pero también es opuesto a la verdadera fe. Porque ésta tiene una dimensión de agnosticismo, ya que el auténtico Dios no puede ser racionalmente demostrado ni conceptualmente comprendido. Esto lo reconocía limpiamente (ya en el siglo XIII) Santo Tomás de Aquino, sintetizando un pensamiento que viene de la Teología de los Santos Padres (Gregorio Nazianceno, Agustín, etc.): “Tenemos el supremo conocimiento de Dios cuando lo reconocemos como el Incognoscible, es decir, cuando reconocemos que lo que Dios es en sí mismo sobrepasa todo aquello que nosotros podemos conocer de él” 24. Se podría decir que la fe de un creyente genuino, vacunado contra el fanatismo, es un acto (o actitud) de sumo humor transcendente. Porque el creyente tiene una convicción profunda, que centra la propia existencia, y a la que no se llega por demostración racional, científica o filosóficamente apodíctica. El creyente lúcido, especialmente en nuestro entorno cultural de occidente, tiene conciencia de estar centrado vitalmente sobre algo que, desde el punto de vista de la razón instrumental o de la razón metafísica, es problemático (está en el aire). Y sin embargo, para él la verdad de su fe es verdad “vivida”. Tratándose de la fe cristiana, pienso que en el que cree (en mí mismo, que soy un muy modesto creyente) hay una especie de luz (o callada voz) interior que le dice que “sí”, que Dios existe y es Amor, que Jesús no se quedó en la muerte, sino que vive y está en relación (comunicación) con él. Esta luz invisible (que diría San Juan de la Cruz) este susurro suave (como dice la historia bíblica de Elías: 1 Reyes 19, 12b) no pertenece a la razón instrumental ni a la metafísica, sino a una especie de “Razón comunicativa”, que no es puramente inter-humana, sino que en el momento decisivo surge de lo profundo del creyente mismo, como una sutilísima revelación, como un don, como una apertura a algo que lo supera. En el “sí” de la fe hay más de esperanza y amor que de conocimiento. Para el cristiano es sobre todo el convencimiento de que Jesús es el camino y de que tiene sentido seguirle. Y el impulso interior de 24
Santo Tomás de Aquino, De Potentia, 7, 5,14.
ponerse en marcha. La convicción sapiencial de que no se puede servir a Dios y al dinero (Mt. 6, 24; Lc.16,13), o de que quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve (1 Jn. 4,20b). En el amor al prójimo y en el anhelo de verdadera justicia hecha a los pobres, a los marginados, a los despreciados del mundo, en este amor vivido en seguimiento de Jesús y en comunión con él, hay un elemento de gratuidad, como en todo amor digno de ese nombre (ágape). San Pablo en una discusión con los cristianos de Corinto, que no creían en nuestra futura resurrección, llega a afirmaciones que yo no puedo ni quiero compartir: “Si no hay resurrección de muertos tampoco Cristo resucitó” (1 Cor. 15, 13). “Y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana” (17a). “Si solamente en nuestra vida tenemos puesta nuestra esperanza en Cristo, somos los más dignos de compasión de todos los hombres” (19). “Si los muertos no resucitan, comamos y bebamos, que mañana moriremos” (32b). Pablo era demasiado polémico y a veces, llevado del ardor de la disputa, decía cosas en que muy bien podemos negarnos a acompañarle. El mismo Pablo afirmó, ironizando un poco sobre sí mismo, que alguna vez hablaba “no según el Señor, sino como en un acceso de locura” (2 Cor. 11, 17). Me siento mucho más en sintonía con una admirable declaración del sacerdote jesuita francés Auguste Valensin (1879-1953), discípulo y amigo de Maurice Blondel (1861-1949), correspondiente, confidente y consejero de Pierre Theilhard de Chardin (1881-1955), escrita en estos términos: “Si, por un imposible, en mi lecho de muerte, se me hiciese manifiesto, con una evidencia perfecta, que me he equivocado, que no hay otra vida, que incluso no hay Dios, no lamentaría haberlo creído; pensaría que ha sido un honor para mí haber vivido creyéndolo, que si el Universo es absurdo y sin sentido, tanto peor para él, y que el fallo no
está en mí por haber pensado que Dios es, sino en Dios por no ser” 25. Aquí tenemos una actitud de humor transcendente extraordinariamente valiosa. Porque se nos hace patente en ella que la fe es una adhesión praxica gratuita, así como también es vivida por el creyente como un don gratuito. Por aquí podemos captar que el fondo de esperanza abierta, de humanidad, de compasión, de solidaridad, de aguante, de paciencia, de serenidad, de capacidad de donación desinteresada, de tolerancia, de sonrisa entre lágrimas, de un dolor que, como dice Antonio Machado, es “nostalgia de la vida buena”... todo esto, que está en la trama del humor trascendente, puede ser vivido por el no creyente. Y me parece que lo vivirá también como algo gratuito que surge de lo más profundo de su ser. Creyentes (mudos ante el misterio) y agnósticos (nostálgicos ante el enigma), unos y otros, pueden, creo yo, hacer suya la hermosa cancioncilla del citado poeta: Corazón, ayer sonoro, ¿ya no suena tu monedilla de oro? ¿Tu alcancía, antes que el tiempo la rompa, se irá quedando vacía? Confiemos en que no será verdad nada de lo que sabemos. HUMOR TRANSCENDENTE EN EL DIOS DE LA BIBLIA El diluvio “Al ver el Señor que en la tierra crecía la maldad del hombre y que toda su actitud era siempre perversa, se arrepintió de haber creado al hombre en la tierra, y le pesó de corazón. Y dijo: Borraré de la superficie de la Cfr. Domingo Melero, Notas para un texto de A. Valensin, en “Cuadernos de la Diáspora”, Revista de la Asociación Marcel Légaut, n° 6, mayo 1997, pp. 139-153 (referencia en p. 114). También André Blanchet, “Introducción” a A. Valensin, Regards, 1, París, 1955, pp.7-31. 25
tierra al hombre que he creado, al hombre con los cuadrúpedos, reptiles y aves, pues me arrepiento de haberlos hecho” (Gen. 6, 5-6). Pero Dios no es demasiado serio (no es implacable), porque se compadece de Noé, que era buena persona. Y pone en marcha lo del Arca, para que se salven del diluvio Noé con sus hijos, mujer y nueras, y también parejas de los animales puros e impuros, de las aves y reptiles (7,1-9). Cuando pasó el diluvio y se secó la tierra, salió Noé del Arca con sus hijos, su mujer y sus nueras y todos los animales (7,13-19). “Noé construyó un altar al Señor, tomó animales y aves de toda especie pura y los ofreció en holocausto sobre el altar.” El Señor olió el aroma que aplaca y se dijo: No volveré a maldecir la tierra a causa del hombre. Sí, el corazón del hombre se pervierte desde la juventud; pero no volveré a matar a los vivientes como acabo de hacerlo” (7, 20-21). Naturalmente todo el relato es simbólico y antropomórfico, pero es símbolo de un Dios que no es implacable, irreductíble, absolutista, de una seriedad sin fisuras. Es a lo divino (El sabrá cómo) el creador de un humor transcendente insondable, pero alentador. La promesa a Abraham Dios le había prometido a Abraham que tendría una descendencia tan numerosa como las estrellas del cielo, y Abraham lo había creído (15, 1-6). Pero la mujer de Abraham era estéril, y por eso ella misma le propuso a su marido que tomara como concubina a la sierva egipcia Agar. Ésta le dio a Abraham un hijo, que se llamó Ismael (16, 1-15). Después de esto, cuando Abraham tenía noventa y nueve años (Gen. 17,1) se le apareció el Señor y le dijo: “Bendeciré a Sara, tu mujer, y de ella también te daré un hijo. La bendeciré y se convertirá en naciones; reyes de pueblos procederán de ella” (17, 16). “Abraham cayó rostro en tierra y se echó a reír, diciendo en su interior: ¿A mí un hombre de
cien años va a nacerle un hijo? ¿Y Sara a los noventa va a dar a luz? Y dijo Abraham a Dios: ¡Si al menos Ismael viviera en tu presencia! Respondió Dios: Sí, pero Sara tu mujer te dará a luz un hijo y le pondrás por nombre Isaac. Yo estableceré mi alianza con él, una alianza eterna” (17, 17-19). Isaac significa algo así como “sonría Dios” o “ha sonreído Dios”. En otra ocasión se le apareció el Señor a Abraham junto a la encina de Mambré, cuando estaba sentado ante la tienda en lo más caluroso del día. Lo hizo de forma enigmática. Abraham alzó la vista y vio a tres hombres en frente de él. Los acogió con todo honor según las leyes de la hospitalidad (18,1-12). “Después dijeron: ¿Dónde está Sara, tu mujer? Contestó él: Ahí en la tienda. Añadió uno: Volveré a verte pasado el tiempo de un embarazo, y para entonces tu mujer habrá tenido un hijo. Sara lo estaba oyendo, detrás de la puerta de la tienda. (Abraham y Sara eran ancianos, de edad muy avanzada y Sara ya no tenía sus periodos). Sara se rió por lo bajo, pensando: Cuando ya estoy seca ¿voy a tener placer con un marido tan viejo? Dijo el Señor a Abraham: ¿Por qué se ha reído Sara, diciendo “cómo voy a parir ahora de vieja”? ¿Hay algo insólito para Dios? Volveré a visitarte en el plazo fijado, al término de un embarazo, y Sara habrá tenido un hijo. Sara, asustada lo negó: No me he reído. Pero él replicó: No digas eso, que sí te has reído. “ (18, 9-15). Según la teología de San Pablo, la promesa de Dios a Abraham es el hito fundamental de la fe y de la salvación cristianas. Que este episodio originante sea descrito de un modo tan risueño, resulta de que el misterio de Dios no es horrísono y aplastante, como tiende a figurarse muchas veces el sentimiento religioso de los humanos, sino que es más bien imprevisible y jocundo. El Dios de Jonás El brevísimo libro de Jonás es quizá la joya del humor transcendente que tenemos en la Biblia hebrea. Es una novelita didáctica de extraordinaria lozanía, dirigida a enseñarnos aspectos inesperados y
consoladores del misterio de Dios, y a criticar sin acerbidad las posibles deformaciones de los “profesionales” de la religiosidad (sacerdotes, teólogos o profetas). Aquí el protagonista es un profeta llamado Jonás. Dios le habla un día y le da un encargo: Vete a Nínive y proclama en ella que, a causa de su maldad, va a ser destruida. Pero Jonás en vez de ir hacia el nordeste, donde está Nínive (la gran ciudad, enemiga emblemática del reino de Israel) se va hacia el oeste, al golfo de Cádiz. Va en un barco de paganos, que son muy buena gente. Dios hace caer una tempestad espantosa. Los marineros piensan que algún criminal debe de venir en la nave para que haya sobrevenido este desastre. Echan suertes y le toca a Jonás. éste confiesa que ha desobedecido a su Dios, y que el único modo de salvarse ellos es que lo arrojen a él al mar. Sintiéndolo de veras, los marineros lo echan por la borda, y Dios envía un pez que se lo trague y lo devuelva a tierra firme, vomitándolo después de tres días y tres noches. Entonces Dios tranquilamente, como si no hubiera pasado nada, le vuelve a decir: Levántate y vete a Nínive, la gran ciudad, y anuncia lo que yo te digo. Jonás ya, sin rechistar, fue para allá y proclamó: ¡Dentro de cuarenta días Nínive será arrasada! Los ninivitas creyeron a Dios e hicieron penitencia, desde el rey hasta las vacas y las ovejas. “Vio Dios sus obras y que se habían convertido de la mala vida y de sus acciones violentas, y se arrepintió de la catástrofe con que había amenazado a Nínive y no la ejecutó.” (Jonás 3, 10). En cambio Jonás sintió un disgusto enorme (porque lo que él había anunciado no se cumplía). Le rezó a Dios con enfado: “¡Ah Señor, ya me lo decía yo cuando estaba en mi tierra! Por algo me adelanté a huir a Tarsis, porque sé que eres un Dios compasivo, paciente y misericordioso, que te arrepientes de las amenazas (4, 2)”. Jonás había salido de la ciudad y se había instalado, haciéndose una choza, dispuesto a regodearse con el espectáculo de la destrucción de la ciudad enemiga y odiada. Pero Dios decidió gastarle una broma. Hizo crecer un ricino tan alto, que sobrepasaba a Jonás, dándole sombra en
la cabeza. Éste se puso contentísimo. Entonces Dios envió un gusano al amanecer el día siguiente y la planta se secó. Y cuando el sol apretaba, envió un viento solano bochornoso, de modo que a Jonás se le achicharraba la cabeza. Él se deseó la muerte y dijo: ¡Más vale morir que vivir! “El Señor le replicó: Tú te apiadas de un ricino que no te ha costado cultivar, y que una noche nace y que otra perece, ¿y no voy yo a apiadarme de Nínive, la gran metrópoli, donde hay más de veinte mil seres humanos que no tienen todavía liso de razón, y muchísimos animales?” (4, 10-11). Así termina este incomparable apólogo, que nos permite una adivinación insólita del misterio de Dios: no un todopoderoso autócrata, celoso de su honor; no una inteligencia impasible y un hacedor inexorable. El Dios de Jonás es “humano”, no a la manera nuestra, no sabemos bien cómo, pero sí que incomparablemente más que el más compasivo y misericordioso de nosotros. Por eso Jesús, el Hijo del hombre, es su imagen auténtica. La teología del librito de Jonás es idéntica a la de la parábola del hijo pródigo que nos transmite el evangelio de San Lucas (15, 11-32), pero literariamente el anónimo narrador de la historia de Jonás añade un toque insuperable del humor transcendente que andamos buscando. El Dios de Jesús Mateo (11, 25-27) y Lucas (10, 21-22) nos transmiten un dicho de Jesús, tomado sin duda de una fuente muy primitiva de la tradición cristiana: Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e intelectuales y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, eso fue lo que te agradó. Todo me lo ha confiado mi Padre, y nadie conoce de veras al Hijo sino el Padre, ni conoce nadie de veras al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. La revelación del Padre por Jesús no es una “gnosis” teológica (que él jamás intentó), sino lo que nos manifiestan su vida humana, sus
actitudes, sus palabras y sus obras, su vida y su muerte. Él es nuestro mejor camino para penetrar de algún modo en el misterio de Dios. Esto para la fe cristiana. Pero también para los no cristianos Jesús puede ser un signo o cifra de lo inenarrable, de que tiene sentido mantener abierta la esperanza y buscar vivir en el amor. AMOR Y MISTERIO DE DIOS El filósofo Plotino, probablemente el más alto ejemplo de mística filosófica del helenismo, sostenía que Dios no puede amar, porque el amor entraña una debilidad, y Dios es el Uno, que está por encima del Ser y es el Absoluto. En cambio la Primera Carta de Juan nos dice lapidariamente (4, 8): “Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor (agape)”. El sentimiento cristiano del misterio de Dios es, en este punto, original. Pero las especulaciones teológicas de los cristianos han estado con frecuencia más cerca de Plotino que de Juan. Jesús llamó a Dios Padre con un término familiar (abba), que podríamos traducir por “padre querido” o incluso por “papá”, “papaíto”. Es decir, un padre de rasgos muy maternos. Este tono de la relación del hombre Jesús con Dios Padre es uno de los elementos fundamentales de la revelación cristiana. Pero tiene antecedentes de incomparable fuerza en la Biblia hebrea. Ya en el siglo VIII antes de J.C., el profeta Oseas describía la relación del Señor con el pueblo de Israel, a quien había sacado de la esclavitud de Egipto, pero que no le había sido fiel. Le anuncia desgracias que le sobrevendrán por su iniquidad. Y, sin embargo no puede retirarle su amor: “Cuando Israel era niño, lo amé y desde Egipto llamé a mi hijo. Cuanto más los llamaba más se alejaban de mí: ofrecían sacrificios a los Baales y quemaban ofrendas a los ídolos. Yo enseñé a andar a Efraín y lo llevé en mis brazos, y ellos sin darse cuenta de que yo los cuidaba.
Con correas de amor los atraía, con cuerdas de cariño. Fui para ellos como quien estrecha a una criatura contra las mejillas; me inclinaba para darles de comer. Pues volverá a Egipto, asirio será su rey, porque no quisieron convertirse. Irá girando la espada por sus ciudades y destruirá sus cerrojos; por sus maquinaciones devorará a mi pueblo, propenso a la apostasía. Aunque invoquen a su Dios, tampoco los levantará. ¿Cómo podré dejarte, Efraín; entregarte a ti, Israel? ¿Cómo dejarte como a Admá; tratarte como a Seboín? Me da un vuelco el corazón, se me conmueven las entrañas. No ejecutaré mi condena, no volveré a destruir a Efraín; que soy Dios y no hombre, el Santo en medio de ti y no enemigo devastador.” (Os. 11, 1-9) Un siglo largo más tarde, el gran profeta jeremías insiste en revelar estos sentimientos de increíble ternura de Dios: “¡Si es mi hijo querido Efraín, mi niño, mi encanto! Cada vez que lo reprendo me acuerdo de ello, se me conmueven las entrañas y cedo a la compasión -oráculo del Señor-.” (Jer 31, 20) Y medio siglo más tarde, ante la perspectiva del fin del exilio babilónico, el autor anónimo de la segunda parte del libro de Isaías expresa en estos términos la fidelidad del amor que es Dios: “Decía Sión: “Me ha abandonado el Señor, mi¡ dueño me ha olvidado”.
¿Puede una madre olvidarse de su criatura, dejar de querer al hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré. Mira, en mis palmas te llevo tatuada, tus muros están siempre ante mí;” (Is 49, 14-16) “Por un instante te abandoné, pero con gran cariño te reuniré. En un arrebato de ira te escondí un instante mi rostro, pero con lealtad eterna te quiero -dice el Señor, tu redentor-. Me sucede como en tiempo de Noé: Juré que las aguas del diluvio no volverían a cubrir la tierra; así juro no airarme contra ti ni reprocharte. Aunque se retiren los montes y vacilen las colinas, no te retiraré mi lealtad ni mi alianza de paz vacilará -dice el Señor, que te quiere-.” (Is. 54, 7-10) Todos estos poemas son simbólicos, pero alientan nuestra esperanza. Quizá para algunos una esperanza cuyo referente no se puede nombrar. Para otros es Dios. Para los creyentes cristianos es el Padre de Jesús de Nazaret. Pero este inenarrable Dios Amor es un misterio. Tenemos que acatarlo así. Los grandes místicos cristianos, en su experiencia de Dios, superaban todo antropomorfismo, pero conservaban el estilo relacional, orante y confiado con el Misterio. Y la conciencia humana de Jesús, en su trato con su Padre (abba), era más profunda que la de la de todos los místicos. Por eso los discípulos del Nazareno no podemos renunciar a hablar al Padre, como un hijo le habla a su padre, e invocar al Espíritu de Dios y a Jesucristo viviente más allá de la muerte. DOLOR DEL MUNDO Y AMOR DE DIOS. Es verdad que, para los que creemos que el mundo ha sido creado por un Dios bueno, el sufrimiento de la creación entera (Rom 8, 22) plantea
un problema insoluble. El filósofo griego Epicuro expuso la dificultad de admitir la existencia del Dios en que pensamos con un célebre dilema (múltiple) expresado en estos términos: “O Dios quiere quitar el mal del mundo, pero no puede; o puede, pero no lo quiere quitar; o no puede ni quiere; o puede y quiere. Si quiere y no puede, es impotente; si puede y no quiere, no nos ama; si no quiere ni puede, no es el Dios bueno y, además, es impotente; si puede y quiere -y esto es lo más seguro-, entonces ¿de dónde viene el mal real y por qué no lo elimina?” 26. Lo que Epicuro pretende es quitar el miedo a los dioses, negando que se ocupen de los hombres para premiarlos y castigarlos. Pero lo que nos interesa aquí es el juego que hace con los atributos de Poder y de Bondad (Amor de Dios). Todas las atribuciones que hacemos a Dios de cualidades positivas según nuestros conceptos (poder, justicia, saber, bondad, amor, etc.) no podemos tomarlas sino como intentos deficientes de “rastrear” la realidad divina, no de “agarrarla” y mucho menos “comprenderla”. Todos los conceptos deben quedar abiertos a una corrección, que nosotros no podemos llegar a cumplir. Pero no todos tienen el mismo valor de aproximación. Los conceptos de misericordia, amor y perdón tienen más validez que el de poder. Y en particular el concepto de Omnipotencia es probablemente el más inadecuado. Sería mejor hablar de Poder Misterioso y Trascendente (poder del Amor) que de un “poder fáustico” de hacer y aniquilar el mundo. Dios, al enviar a su Hijo (Jesús de Nazaret) a compartir nuestros sufrimientos, nos manifiesta que no es frío ni impasible, que está con nosotros realmente en el sufrimiento. Incluso la idea de “acción” creadora de Dios es tal vez distorsionarte. Quizá su presencia fundante en la realidad cósmica y en el drama histórico de las mujeres y de los hombres haya que concebirla en la línea de un amor maternal. Es quizá parecida a un útero infinito de amor y compasión, en que la creación se desenvuelve, y que palpita con todos sus gozos y sus penas. Este modo de concebir la presencia fundante de Dios creador está expresado simbólicamente en un texto asombroso de la segunda parte del libro de Isaías, que expone el drama 26
Epicurus, ed. de O. Grignon, Zürich, 1949, p.80.
de Dios en el episodio histórico de la ruina y restauración de Jerusalén (Is 42, 14-17): “Desde antiguo guardé silencio, me callaba, aguantaba; como parturienta, jadeo y resuello. Agostaré montes y collados, secaré toda su hierba, convertiré los ríos en yermo, desecaré los estanques; conduciré a los ciegos por un camino que desconocen, los guiaré por senderos que ignoran. Ante ellos convertiré la tiniebla en luz, lo escabroso en llano. Esto es lo que pienso hacer, y no dejaré de hacerlo. Retrocederán defraudados los que confían en el ídolo, los que dicen a una estatua: “Tú eres nuestro Dios”. Dios sufre y goza con nosotros. Los que creemos esto, no podemos menos de mantener un cierto humor transcendente. Porque en esta fe tenemos una fuente de paz y de esperanza. Pero también experimentamos un llamamiento apremiante a compartir y aliviar fraternalmente, en lo que podamos, todos los sufrimientos de nuestros hermanos y hermanas, los hombres y las mujeres del mundo. Por eso hoy, más que nunca, nuestra tarea de cristianos sería callar, hacer la justicia y orar 27. 6
Aprender a decir “no” Olga Castanyer ¡Qué difícil resulta a veces decir NO! Día a día nos vemos metidos en situaciones a las que tenemos que negarnos, o que no nos apetecen, van en contra de nuestros principios... en el trabajo un jefe nos exige más de lo que podemos dar, un amigo abusa de nosotros y nos pide demasiado, un vendedor insiste repetidamente en que compremos algo que no nos convence... y nos cuesta decir que No porque ¿qué pensará de nosotros esa persona? ¿Cómo quedaremos ante los demás si decimos que no? ¿Y si por negarnos perdemos el favor de esa persona? Cfr. Alfredo Tamayo Ayestarán, "Cultura de la increencia como fundamento de un cristianismo nuevo en Dietrich Bonhoeffer", en J. M. Díez-Alegría y otros, Dios corno problema en la cultura contemporánea, Ed. EGA, Bilbao, 1989, pp. 199-209. 27
Hay que estar muy seguro de lo que se quiere y no se quiere, a la vez que dominar una serie de técnicas para poder decir tranquilamente “No, gracias, no quiero (o no puedo)”. Las personas que manejan ambas cosas (seguridad en sí mismos y habilidades para decir NO) pueden considerarse muy afortunadas, aunque, realmente, no hay nadie que pueda decir que nunca le cueste negarse a algo. Y, si no, vamos a ver unos cuantos ejemplos que, seguramente, os sonarán a la mayoría de vosotros, sacados de diferentes situaciones de la vida y cuyo denominador común es la necesidad de tener que decir que No. En cada una de ellas, vamos a intentar analizar brevemente por qué la persona actúa de la manera en que lo hace, qué le produce ese temor a decir que NO. Enumeraremos también otras situaciones parecidas en las que, por las mismas razones, cuesta decir que NO. Por último, hemos dejado un espacio para que cada uno de vosotros pueda reflexionar y apuntar algún ejemplo de su vida que, le parezca, tenga que ver con la situación que describimos. Más adelante os propondremos trabajar con las situaciones que hayáis apuntado. Las experiencias están sacadas de entrevistas realizadas a diversas personas. Obviamente, los nombres y demás datos comprometedores han sido falseados. SITUACIÓN 1: “CHANTAJE AFECTIVO” Durante unos años, estuve trabajando en un Centro de Intervención en Crisis por teléfono. Todos conocíamos a Lidia, una mujer de 46 años que llamaba repetidas veces, desesperada. Se sentía completamente agobiada con su vida. Ella se ocupaba de la casa y de los tres hijos, sin recibir ninguna ayuda externa, no descansaba ni los fines de semana. El marido, muy perfeccionista, le exigía una completa limpieza de la casa, una buena comida, los hijos bien educados y silenciosos. Mostraba muy frecuentemente su insatisfacción, culpabilizándola o criticándola. Pero además, ella tenía que estar siempre guapa y arreglada para gustarle. Las palabras que repetidamente decía Lidia eran: “estoy agotada, no puedo más; cuando por fin termino las tareas de la casa, tengo que ponerme guapa y estar animada para irme con él a la cama o salir por ahí de
copas”. Sin embargo, nunca había intentado seriamente cambiar la situación. ¿Por qué lo hace? Ante nuestra pregunta sobre los motivos que la empujaban a no intentar un cambio y negarse a continuar llevando esa vida tan agobiante, Lidia siempre decía lo mismo “es que si no, ya no me querrá.” Ella sabía muy bien decir que no en otras situaciones, pero en ésta, volaba por encima el fantasma del rechazo, del desamor, temía tanto perder el cariño de su marido que “tragaba” con todo. Desde ese punto de vista, le “compensaba” continuar como estaba: podía más su miedo al rechazo que su propia necesidad de afirmación. Otras situaciones parecidas: • Todas las que se resumen con la frase “si no haces tal cosa, ya no te querré” • Las que expresan el temor de “si no hago/digo/me comporto... se irá con otra/o” • “Si no tienes relaciones sexuales conmigo, es que no me quieres” Ejemplos propios: ¿Qué situaciones parecidas, en las que subyace el mismo temor al rechazo, sufres o has sufrido en tu vida? SITUACIÓN 2: PRESIÓN LABORAL Álvaro es un técnico informático de 30 años. Su pareja se queja desde hace un tiempo de que nunca le ve. Aunque, en teoría, sale del trabajo a las 5:30, en realidad nunca lo hace antes de las 8:00 y, a veces, se queda más tarde. Últimamente, hasta se lleva trabajo a casa y se pasa los fines de semana encerrado con sus papeles. La realidad es que acepta trabajos y más trabajos que le mandan sus jefes, sin negarse nunca a ninguno. A la larga se ha creado un círculo vicioso: su jefe se ha acostumbrado a que él siempre acepta lo que le encomienden y le pone “cara rara” si Álvaro muestra algún signo de insatisfacción. La
sensación de Álvaro es que no puede bajar el listón. Lo que más le fastidia es ver que otros compañeros trabajan la mitad que él estando en el mismo rango laboral. ¿ Por qué lo hace? Álvaro no ha sabido parar a tiempo. El momento en el que debería de haber dejado claro que ya no podía aceptar más trabajos le pasó, seguramente alimentado por temores de ser rebajado o no ascendido. Como en toda empresa, en la suya hay un alto grado de competitividad y él mantiene la idea de que, cuando haya que ascender a alguien, le tocará a él. También hay un componente de temor a defraudar o al “qué dirán” si se queja y hace disminuir la imagen que los jefes se tienen formada de él. Como en el caso de Lidia, al final, a Álvaro le compensa seguir como está: puede más su miedo a perder la imagen que tienen de él que su propia vida privada. Otras situaciones parecidas: • Todas las situaciones en las que exista un temor a ser expulsado, no vuelto a ser contratado, etc. por ejemplo, en todo tipo de trabajos temporales, subcontratos, etc. Ejemplos propios: ¿Qué situaciones parecidas, en las que subyace el mismo temor a defraudar o “quedar mal”, sufres o has sufrido en tu vida? SITU AC IÓ N 3: EL AMIG O G O RRÓ N Víctor suele salir los fines de semana con un grupo de amigos. Entre ellos, hay uno, Raúl, que es considerado por todos como “gorrón”. “Casualmente”, nunca lleva dinero para pagarse las consumiciones y, casualmente, siempre pide las copas más caras. Sus estrategias son desaparecer directamente a la hora de pagar o esgrimir frases como “¿No te importa pagarme la copa hoy? Me he dejado el dinero”. El problema es que Víctor tiene la sensación
de que siempre le toca a él pagar lo de Raúl. Los demás se las ingenian para no caer en la trampa y, al final, él es el único que termina pagándole todo. ¿Por qué lo hace? En este caso, hay una clara falta de estrategias por parte de Víctor. No sabe cómo zafarse del tema ni se atreve a enfrentarse directamente a Raúl. Uno de los problemas es que, de una forma u otra, la situación siempre le pilla de improviso y no ve el momento de reaccionar. Como en el caso anterior, se ha creado un círculo vicioso, en el que tanto Raúl como los demás ya dan por hecho que él es el que va a pagar las consumiciones de Raúl. Seguramente, también subyace el temor a” quedar mal” o a ser criticado y tachado de “egoísta” por parte de los demás. Al contrario de lo que ocurría en los dos ejemplos anteriores, a Víctor no le compensa seguir así, pero no sabe cómo cambiar la situación. Otras situaciones parecidas: • Dificultades con personas que piden prestados libros, discos, cuando se sabe que no los van a devolver o los van a devolver estropeados • Dificultades con personas que piden préstamos de dinero, no devolviéndolos o tardando demasiado en devolverlos. Ejemplos propios: ¿Qué situaciones parecidas, en las que subyace la misma dificultad para decir que NO, sufres o has sufrido en tu vida? SITUACIÓN 4: LOS AMIGOS JUERGUISTAS Sandra tiene 17 años. Los sábados suele salir con gente de su clase. El plan que siguen es siempre el mismo: beber mucho hasta emborracharse, bailar toda la noche y, de vez en cuando, tomar alguna pastilla. A Sandra no le gusta ese plan, le gustaría hacer algo
diferente de vez en cuando o estar más tranquilos. Se ve en un dilema: o sigue con el plan de sus amigos o se queda sola y sin salir. Alguna vez ha intentado sugerir otra actividad, pero se ha encontrado con un coro de voces burlonas, que la tachan de “sosa” o “vieja”. Por ello, suele optar por hacer lo que los demás quieren o por irse con alguna excusa a su casa. ¿Por qué lo hace? Lo primero es que Sandra tiene una falta de opciones, debido, seguramente, a que carece de información y conocimientos sobre otro tipo de gente, grupos con intereses más afines a los suyos etc. Así, se ve abocada a continuar con sus compañeros de clase. Pero lo más importante, tal vez, es el miedo a ser rechazada, no aceptada, no querida. La imagen que da a los demás le importa mucho, “no quedar como la única sosa”. Hay también, como en el caso anterior, una falta de habilidad para decir las cosas de manera segura y firme y un excesivo apoyo en el recurso de “largarse” si la situación no le gusta nada. Así, es difícil que desarrolle estrategias para decir NO, porque siempre le compensará más el “quedar bien”, inventándose alguna excusa para irse, que prescindir de sus amigos. Otras situaciones parecidas: • Apuestas o demostraciones de valentía (“machadas”) en las que no se quiere participar. • Bromas pesadas que pretende hacer un grupo, de las que no se quiere formar parte. Ejemplos propios: ¿Qué situaciones parecidas, en las que subyace el mismo temor al rechazo, sufres o has sufrido en tu vida? SITUACIÓN 5: EL JEFE “ATENTO” Aurora es una secretaria de 25 años. Se lleva bien con sus compañeros de trabajo y con su jefe y está satisfecha con su trabajo. Pero,
últimamente, le preocupa la relación que tiene con su jefe. Aurora cree que éste tiene demasiadas “atenciones” con ella. Se interesa mucho por ella y se muestra muy preocupado por que se sienta a gusto en su puesto de trabajo. De vez en cuando, le regala pequeños detalles: un día hay una flor encima de su mesa, otro día le trae un tarro de miel de un viaje, porque Aurora comentó que le gustaba... Ella no sabe cómo salir de la situación y si negarse a aceptar las “inocentes” atenciones o no. Lo que no quiere es dar pie para que su jefe se crea nada respecto a ella. ¿Por qué lo hace?: De nuevo, se aprecia una falta de estrategias para negarse clara, aunque elegantemente, a recibir las atenciones. Esta falta de estrategias está alimentada por varios posibles temores: el temor a qué pensarán o a “quedar mal” y la duda sobre si se ha interpretado correctamente la intención de la persona que hace el regalo. También puede influir el temor a perder el puesto de trabajo o caer en desgracia con el jefe. Otras situaciones parecidas: • Tener que negarse a aceptar drogas, alcohol, etc. • Anfitriona que insiste en que se coma más, se pruebe algo que no se desea probar, etc. • Verse sometido a “sobornos”, más o menos solapados, para conseguir algún favor, sobre todo si se ostenta un puesto con cierto poder. Ejemplos propios: ¿Qué situaciones parecidas, en las que subyacen los mismos temores, sufres o has sufrido en tu vida? ESTRATEGIAS SITUACIONES
DE
CONDUCTA
PARA
AFRONTAR
Las personas que hemos presentado en el capítulo anterior son muy
diferentes entre sí en lo que respecta a edad, profesión, intereses y motivaciones. Pero tienen en común una cosa: no saben o les cuesta decir NO en algunas situaciones de su vida. Las causas por las que alguien puede tener dificultades para negarse, aun cuando esté deseando hacerlo, pueden ser muchas y variadas, pero se podrían resumir en dificultades de la conducta (no saber cómo negarse a algo, dudar sobre qué decir y comportarse, falta de estrategias) y dificultades del pensamiento (miedos, temores, interpretaciones sobre lo que pensarán los demás, etc.). Rara vez se da una de las dos dificultades por sí sola; lo más normal es que, si una persona encuentra problemas a la hora de decir que NO, sea por un conjunto de dificultades internas y externas, aunque una de las dos puede ser más predominante. A esta carencia de recursos para afrontar el tipo de situaciones que describimos, se la denomina FALTA DE ASERTIVIDAD. La Asertividad, por definición, es la capacidad de autoafirmar los propios derechos, sin dejarse manipular y sin manipular a los demás. Por supuesto, incluye muchas más cosas que la capacidad para decir que NO, como puede ser la habilidad para discutir adecuadamente, para realizar peticiones, para criticar y recibir críticas, etc. Pero en este capítulo, nos vamos a centrar exclusivamente en la habilidad para decir NO. A continuación, describiremos algunas estrategias externas, es decir, de conducta, que se pueden utilizar para intentar paliar esta carencia de habilidades que, por la razón que sea, no posee la persona que tiene dificultades en ese terreno. Después, discutiremos las razones más internas, de pensamiento. Veamos cuales son las principales estrategias externas para afrontar situaciones de tener que decir “NO”: Respuesta asertiva elemental Si queremos dejar claro que no deseamos o no podemos hacer algo, debemos de incluir dos cosas: decir claramente qué es lo que no vamos a
hacer y explicar las razones por las que actuamos así. Toda negación debería de ir acompañada de una breve explicación y no dejar lugar a malentendidos y ambigüedades. Las típicas situaciones en las que es necesario utilizar esta forma básica de respuesta asertiva son: descalificaciones, desvalorizaciones, intentos de convencernos de algo etc. Siempre que nos sintamos, de alguna manera, “pisados” por otro u otros. Cada persona deberá encontrar el tipo de frases con las que se sienta más cómodo para expresar que no admite ser pasado por alto y que tiene unos derechos. Lo importante es que lo que se diga se haga en un tono de voz firme y claro, pero no agresivo. Típicos ejemplos de respuesta elemental serían: “por favor, no insistas, te he dicho que no puedo porque...”; “no quiero hacer eso porque...” “me es imposible hacerlo, porque...” Ejemplos propios: ¿cómo podrías adaptar la RESPUESTA ASERTIVA ELEMENTAL a tu propia vida? Piensa en situaciones en las que se te haga necesario decir NO de forma contundente e intenta encontrar una formulación con tus propias palabras y con la que te sientas cómodo/a. Respuesta asertiva empática (o asertividad con conocimiento) Consiste en plantear inicialmente un reconocimiento hacia la otra persona, para expresar posteriormente nuestros derechos e intereses. Este tipo de respuesta se suele utilizar cuando, por la razón que sea, nos interesa especialmente que la otra persona no se sienta herida, pero por otro lado, nos interesa decir claramente que NO a algo. Es una buena forma de evitar una posible respuesta agresiva, ya que lo que hacemos es ponernos primero en el lugar del otro, “comprendiéndole” a él y sus razones, para, después, reivindicar que nosotros también tenemos derechos. La respuesta sigue el esquema :”Entiendo que tú hagas...., y tienes derecho a ello, pero...”
Ejemplos serían: “entiendo que andes mal de tiempo y no puedas hacer ..., pero yo tampoco tengo tiempo”, “comprendo perfectamente tus razones, y desde tu punto de vista tienes razón, pero ponte en mi piel e intenta entenderme”; “entiendo lo que quieres decir, pero no puedo hacerlo.” Ejemplos propios: ¿cómo podrías adaptar la RESPUESTA ASERTIVA EMPÁTICA a tu propia vida? Piensa en situaciones en las que se te haga necesario decir NO de forma contundente e intenta encontrar una formulación con tus propias palabras y con la que te sientas cómodo. Respuesta asertiva subjetiva El esquema que sigue esta forma de decir NO sería: 1. Descripción, sin condenar, del comportamiento del otro (“Cuando tú haces /dices...”) 2. Descripción objetiva del efecto del comportamiento del otro (“...el resultado es que yo...”) 3. Descripción de los propios sentimientos (“...y entonces me siento...”) 4. Expresión de lo que se quiere del otro (“¿Por qué no ...?”) Este tipo de respuesta se utiliza en los casos en los que tenemos claro que el otro no ha querido agredirnos conscientemente, pero nos pide algo a lo que queremos decir que NO. Es un tipo de respuesta muy hábil, ya que, bien aplicada, la persona a quien le digamos dicha respuesta no podrá decir nunca que la hemos agredido. Es mucho más efectivo exponer cómo algo que hace otra persona nos afecta, que atacar al otro y echarle la culpa de lo que nos hace. Esta forma de respuesta asertiva se presta a ser aplicada en situaciones de pareja, ante contrariedades por parte de algún amigo, etc. Se utiliza, sobre todo, para aclarar situaciones que se vienen repitiendo desde hace un tiempo. Ejemplos para este tipo de afirmación serían: “cuando me ordenas que vaya más rápido, me pongo muy nerviosa y me enfado y eso hace que
vaya más lenta todavía. Dímelo sólo una vez y verás que iré más rápido”. “Cuando me pides un favor, lo hago, pero luego me siento muy mal conmigo y contigo. ¿Por qué no me preguntas antes si puedo hacerlo?” Ejemplos propios: ¿cómo podrías adaptar la RESPUESTA ASERTIVA SUBJETIVA a tu propia vida? Piensa en situaciones en las que se te haga necesario decir NO de forma contundente e intenta encontrar una formulación con tus propias palabras y con la que te sientas cómodo. Técnica del disco roto Esta es la técnica más extendida, y la que aparece en todos los libros que se han escrito al respecto. Consiste en repetir el propio punto de vista una y otra vez, con tranquilidad, sin entrar en discusiones ni caer en las provocaciones que pueda hacer la otra persona. Por ejemplo: -Vamos a gastarle una broma al tonto de Rodolfo. -No, me parece una crueldad y no quiero participar. (Disco roto). -Pero qué tontería. Si no se entera... -Te vuelvo a decir que no quiero hacerlo, porque me parece cruel. (D. R.) -¿Y a ti qué más te da? Anda, déjate de tonterías y ven con nosotros. -Te he dicho que no, y va en serio, no voy a ir con vosotros”. (D. R.) Como se ve, la técnica del disco roto no ataca a la otra persona; es más, hasta le da la razón en ciertos aspectos, pero insiste en repetir su argumento una y otra vez hasta que la otra persona queda convencida o, por lo menos, se da cuenta de que no va a lograr nada más con sus argumentos. Ejemplos propios: ¿cómo podrías adaptar la TÉCNICA DEL DISCO ROTO a tu propia vida? Piensa en situaciones en las que se te haga necesario decir NO de forma contundente e intenta encontrar una formulación con tus propias palabras y con la que te sientas cómodo.
Aplazamiento asertivo Esta respuesta es muy útil para personas indecisas y que no tienen una rápida respuesta a mano o para momentos en los que nos sentimos abrumados por la situación y no nos sentimos capaces de responder con claridad. Consiste en aplazar la respuesta que vayamos a dar a la persona a la que queremos decir NO, hasta que nos sintamos más tranquilos y capaces de responder correctamente. Por supuesto, este tipo de respuesta no se puede aplicar en todas las situaciones, sino solamente en las que sea posible aplazar nuestra decisión para más adelante. Por ejemplo: -Oye, el sábado hemos quedado para ir a bailar, te vienes, ¿no? -Mira, ahora mismo no te lo puedo decir. Si te parece, te lo digo mañana, cuando lo tenga más claro ¿vale? (Aplazamiento asertivo). Si la persona insistiera, nosotros debemos insistir por nuestra parte, al estilo del disco roto, en nuestra postura. Si uno de los dos no quiere discutir, no hay discusión posible. Ejemplos propios: ¿cómo podrías adaptar el APLAZAMIENTO ASERTIVO a tu propia vida? Piensa en situaciones en las que se te haga necesario decir NO de forma contundente e intenta encontrar una formulación con tus propias palabras y con la que te sientas cómodo. Técnica para procesar el cambio Esta técnica es muy útil en situaciones en las que hay peligro de que nuestro NO de lugar a discusiones sin fin que, al final, no llegan a nada. Consiste en desplazar el foco de discusión hacia el análisis de lo que está ocurriendo entre las dos personas. Es como si nos saliéramos del contenido de lo que estamos hablando y nos viéramos “desde fuera”. Por ejemplo: -Anda, vístete, que nos vamos a bailar.
-Mira, estoy cansadísima y prefiero quedarme hoy en casa. -!Pero bueno! ¿Y eso a qué viene? ¡Llego a casa con toda la ilusión y me dices que estás cansada! -Pues sí, tú no tienes en cuenta que yo también me paso el día trabajando, aunque no gane un sueldo y que estoy cansada ahora mismo. -Lo que eres es una quejica. Ya quisiera yo estar en tu lugar, sin nada que hacer. -Eso de que no tengo nada que hacer lo dirás tú.- (etc. etc.) -Mira, nos estamos saliendo de la cuestión. Nos vamos a desviar del tema y empezaremos a sacar trapos sucios. (Procesamiento del cambio). O -Estamos los dos muy cansados. Quizás esta discusión no tiene tanta importancia como le estamos dando ¿no crees? Quizás lo más difícil en una discusión es precisamente lo que propugna esta técnica: ser capaces de mantenernos fríos y darnos cuenta de lo que está ocurriendo. No meternos “a saco” en contenidos que no nos llevan a ninguna parte, no dejarnos provocar por incitaciones ante las que creemos necesario defendernos. Es mucho más efectivo reflejar objetivamente qué es lo que está ocurriendo y reconocer nuestra parte de culpa (“estamos cansados los dos”), que defender a capa y espada cualquier pequeño ataque que nos envíen. Ejemplos propios: ¿cómo podrías adaptar la TÉCNICA PARA PROCESAR EL CAMBIO a tu propia vida? Piensa en situaciones en las que se te haga necesario actuar de forma contundente e intenta encontrar una formulación con tus propias palabras y con la que te sientas cómodo. Técnica de acuerdo asertivo Esta técnica es útil cuando intuimos que nuestra negativa va a dar lugar a interpretaciones erróneas sobre nosotros y nuestra personalidad. Consiste en exponer nuestra negativa, dejando claro que no tiene nada que ver con el hecho de ser buena o mala persona, egoísta o altruista, aburrido o animado. Por ejemplo: -¿Quiere firmar en contra del SIDA?
-No, ahora mismo no. -Ande, piense en los demás, usted no tendrá ese problema, pero hay mucha gente que... -Mire, le he dicho que no, y eso no tiene nada que ver con que yo piense en los demás o no. (Acuerdo Asertivo). Esta técnica separa claramente el “hacer” del “ser”. Si aplicamos varias veces esta respuesta con personas que tienden a generalizar, podremos evitar el ser etiquetados en el futuro. No hay cosa más difícil que quitar una etiqueta que alguien nos haya puesto. Esta técnica va encaminada a prevenir que esto ocurra. Ejemplos propios: ¿cómo podrías adaptar la TÉCNICA DEL ACUERDO ASERTIVO a tu propia vida? Piensa en situaciones en las que se te haga necesario decir NO de forma contundente e intenta encontrar una formulación con tus propias palabras y con la que te sientas cómodo. A continuación vamos a ver qué estrategias podrían utilizar las cinco personas descritas en el capítulo anterior, los posibles peligros con los que se pueden encontrar y cómo hacerles frente: - Lidia La situación de Lidia, igual que la de Álvaro, que le sigue, tiene una dificultad añadida: sus conductas “dóciles” se vienen repitiendo desde hace años, con lo cual, las personas de su alrededor se han acostumbrado a que ellos sean siempre los que ceden y ya tienen unas expectativas respecto a ellos. Es mucho más difícil romper una costumbre, una etiqueta que te han puesto, que empezar una nueva relación en blanco. Lidia puede elegir entre ir diciendo sistemáticamente que NO ante todas las situaciones que le parezcan abusivas, o intentar hablar un día seriamente con su marido y aclarar posturas y funciones. Proponemos la primera opción, ya que la segunda es muy complicada y requeriría otras estrategias añadidas para poder llevar bien la inevitable discusión que se generaría. Así, pues, Lidia opta por la “labor de hormiga”, que
consiste en ir diciendo NO cada vez que alguna petición de su marido le parezca abusiva. Para ello, debería de tener claro cuáles le parecen realmente peticiones exageradas y ante cuáles puede ceder. Se podría confeccionar una lista con las peticiones “intolerables”, para reaccionar solamente ante éstas. Ya puestos en situación, Lidia debería de utilizar la respuesta asertiva empática, seguida del disco roto, para cada vez que su marido le pida algo que no está dispuesta a conceder. Por ejemplo: -Cuando llegue a casa, quiero que esté la cena hecha y los niños dormidos. -Mira, entiendo que vengas cansado a casa y que te apetezca estar tranquilo, pero yo no puedo tenerlo todo a punto siempre. -Eso será porque te pasas la tarde hablando con tus amigas. -Sabes que no es así, hay días que sí lo tienes todo como tú quieres, pero no puedo tenerlo todo perfecto siempre. Hay contratiempos, cosas que surgen a última hora... -Deja de darme excusas y ten preparada la cena cuando venga. -Ya te he dicho que entiendo tu punto de vista, pero entiende tú el mío: no puedo tenerlo todo siempre a punto (etc.) Seguramente, Lidia tendrá que insistir mucho, una y otra vez, para que su marido se dé cuenta de que no todo va a ser como él desea. Si quiere ir más allá, puede también utilizar la respuesta asertiva subjetiva: -Cuando te pones así y te enfadas porque yo no estoy como a ti te gustaría, me siento frustrada. Haré lo que tú quieres, pero sintiéndome muy mal. ¿Por qué no intentas ponerte un poco en mi lugar? Podríamos llegar a un acuerdo. Lo importante es que Lidia controle la situación, es decir, que no deje que la conversación desemboque en una discusión, en donde ambos se hacen acusaciones mutuas o se hacen las víctimas. Tiene que tener muy claro que, cuando proteste o se niegue a realizar una petición de su marido, sólo se va a referir a esa situación y a ninguna otra. Asimismo, no debe permitir que su marido desvíe la conversación hacia otro asunto. Para ello, tiene que echar mano constantemente
del disco roto. - Álvaro Álvaro podría utilizar la respuesta asertiva elemental, junto con el disco roto. Por ejemplo: -Este análisis tiene que estar para mañana. -Mira, tengo antes todos estos trabajos y no puedo cogerlo. -Pero es que es de suma urgencia. -Seguramente, pero éstos otros también. No puedo cogerlo ahora. -¿Y ahora qué hacemos? Necesitamos esto para mañana. -Puedes dárselo a otro compañero, pero yo no puedo cogerlo hasta que no haya terminado esto otro. Como sus jefes y compañeros no estarán acostumbrados a una negativa por parte de Álvaro, insistirán hasta la saciedad, utilizando para ello toda clase de dramatismos, apelaciones a la urgencia, amenazas solapadas e indirectas. El disco roto consiste precisamente en darse cuenta de ese juego y no entrar en él: Álvaro debe continuar con su negativa hasta que hayan cesado las insistencias. Si la negativa va más allá de una situación puntual, es decir, si Álvaro quiere dejar claro que, en general, se le abruma demasiado con trabajo, debería de añadirle a su aseveración un comentario sobre las ventajas que supondría para él y los demás el hecho de poder trabajar con mayor tranquilidad (mayor calidad en los resultados, menos confusiones o desarreglos, trabajos completos), frente a los inconvenientes de seguir así (errores, trabajos incompletos, “chapuzas”). Lo que no debería de hacer Álvaro en esta situación es personalizar ni hacerse la víctima. Sí es bueno explicar las razones por las que no se quiere seguir trabajando de esa forma, pero sin salirse del ámbito laboral. Normalmente, las razones más particulares (estrés, malestar, cansancio) no suelen interesar en una empresa y hasta pueden tornarse en contra de la persona que las expone. Como en todo, es muy importante la forma de decir que NO. Álvaro
debería procurar en todo momento no parecer agresivo ni reinvicativo, aunque sí firme en su decisión. Tiene que quedar claro que no va a ceder ante las insistencias. - Víctor De nuevo, es necesario aplicar la respuesta asertiva elemental ante los intentos de abuso por parte de Raúl. Un ejemplo podría ser: -Oye, Víctor, ¿me podrías poner el dinero de la copa que he tomado? Se me ha olvidado el dinero en casa y.. -Mira, no puedo. Yo también ando escaso de dinero. -Anda, a ti que más te dan 300 ptas. más o menos... -No, ya te he dicho que no puedo. -Pero si nunca me has puesto problemas. -Bueno, pues ahora te digo que yo tampoco tengo dinero y que no te lo puedo pagar. En este caso, Víctor también está utilizando el disco roto. Habrá veces en las que la otra persona insistirá, sobre todo ante la novedad de la negativa, y otras en las que, con una sola frase asertiva, bastará para que no vuelva a insistir. Víctor tendrá que estar preparado, sin embargo, a que, las primeras veces, Raúl vuelva una y otra vez a intentar que éste le pague todo. Víctor se tiene que mantener firme y no claudicar ante los intentos de Raúl. Es importante, también, que controle su tono de voz, para que la negativa no parezca el principio de algo más fuerte. Debe de dejar claro que sólo se refiere a esa situación concreta y que no hay nada más que hablar. Si quiere ser menos duro, puede utilizar la respuesta asertiva empática. Por ejemplo: -Mira, entiendo que andes escaso de dinero, pero yo tampoco ando bien y no puedo pagarte la copa. Este tipo de respuesta puede suavizar algo la posible agresión que se puede escapar de la respuesta que describíamos antes, pero necesitará de mayor insistencia, ya que el otro puede entender que, como somos tan comprensivos, terminaremos cediendo. Es importante, en este caso, que Víctor se prepare concienzudamente
su respuesta y cómo hacer frente a los posibles peligros de hacerla tambalear. Por ejemplo, puede intentar imaginarse la situación, tal y como prevé que vaya a ocurrir, y “ensayar” mentalmente sus respuestas de negación y las reacciones que debe de mostrar ante insistencias, victimismos y zalamerías por parte de Raúl. - Sandra La respuesta asertiva elemental que debería de dar Sandra tiene que ser corta y sin dar grandes explicaciones, aunque sí exponer las razones que la empujan a no querer seguir el plan que proponen sus amigos. Lo más seguro es que su negativa vaya seguida de algún comentario crítico o burlón, a lo que Sandra debería de estar preparada. Puede utilizar para ello el acuerdo asertivo. Veamos las dos técnicas aplicadas en conjunto: -Venga, vamos a hacernos unos calimochos y luego nos vamos al “Cuché”. -Yo no voy, prefiero un sitio más tranquilo. -¿Que prefieres un sitio más tranquilo? Qué aburrida. -Sí, hoy prefiero un plan más tranquilo, pero eso no quiere decir que sea una aburrida. -Pues vaya sosa. -Ya te he dicho que eso no significa que siempre sea una sosa, es sólo que, hoy, prefiero no ir a bailar... Ya lo comentaremos más adelante, pero, en este caso, es importante que Sandra no se deje apabullar por los intentos de hacerla cambiar de idea haciéndola sentirse aburrida y diferente al grupo. Muchas burlas, insultos y amenazas se deben más al desconcierto que les supone a los demás esa nueva forma de actuar, que a algo realmente profundo. Es importante, asimismo, que Sandra no generalice en su negativa a otras situaciones o personas. Es decir, se debería de centrar en que esa vez no quiere salir y eludir o cortar cualquier alusión a otras veces. Si alguien, o ella misma, quiere sacar ese tema, puede utilizar el aplazamiento asertivo: -Si queréis, hablamos del tema mañana. Ahora prefiero irme a casa.
Y para evitarse a sí misma caer en la crítica, o para que nadie pueda entender una crítica en su negativa, puede utilizar la respuesta asertiva empática: -Entiendo y me parece bien que queráis salir de copas esta noche, pero a mí me apetece algo más tranquilo. - Aurora Lo primero que debería de hacer Aurora es aclararse ante sí misma cuándo y en qué circunstancias acepta regalos o favores y cuándo eso va en contra de sus principios y no desea de ninguna forma aceptarlos. Sólo así podrá reaccionar adecuadamente ante situaciones inesperadas. Para el caso de las situaciones en las que, claramente, Aurora no quiere aceptar un regalo, vale la estrategia de siempre: respuesta asertiva elemental, seguida, en este caso casi siempre, de disco roto, ya que la otra persona tenderá a insistir, disfrazando la intención del regalo con mil argumentos. Aurora podría tener preparada de antemano una respuesta standard, para que no le pille la situación de improviso y no sepa cómo reaccionar. Para ello, podría ensayar su expresión facial, que debería de ser siempre amable y sonriente, y alguna fórmula del estilo: -No gracias, nunca acepto regalos en el trabajo. Por mucho que insista la otra persona, Aurora debe de continuar con esta actitud, amable, pero firme, sin entrar a discutir argumentos que pueden hacerle dar respuestas de las que luego se arrepienta. Con estos ejemplos, vemos que, aparte de aplicar las estrategias descritas al principio, hay que tener en cuenta una serie de factores cuando se quiere decir que NO a algo: • ceñirse a la situación de la que se está tratando. Ni generalizar hacia otras situaciones ni permitir que el otro lo haga • tener en cuenta que la otra persona, seguramente, insistirá. No “plegar velas” a la primera, sino insistir en la negativa, de la misma forma que lo está haciendo el otro
• tener muy en cuenta la conducta no verbal que se muestra a la vez que se dice la negativa: la expresión facial y el tono de voz deberían de ser firmes, pero no agresivos • como la mayoría de estas situaciones pillan siempre de improviso, hay que prepararse la reacción de antemano. Antes de acudir a una cita, quedar con los amigos, esperar a que llegue el marido, etc., si se piensa que seguramente surgirá una situación “peligrosa”, hay que tener bien pensada la propia respuesta y prevenir qué hacer ante posibles “resistencias” por parte del otro: críticas, burlas, amenazas... • hay que tener muy claro, también, qué es lo que se quiere y qué es lo que no se quiere. A veces, creemos que tenemos claro lo que queremos, pero, luego, la otra persona echa por tierra nuestra actitud con cuatro argumentos. Deberíamos de aclararnos muy exactamente sobre qué situaciones, peticiones o conductas admitimos y ante cuáles no estamos dispuestos a ceder. ESTRATEGIAS INTERNAS PARA AFRONTAR SITUACIONES Al hablar de las causas que podían provocar el que una persona tuviera dificultades en decir NO, aludíamos a la falta de estrategias de comportamiento -de las que ya hemos hablado- y a otro tipo de dificultad, más interna y profunda, que podía estar impidiendo el que una persona utilizara las estrategias externas, por muy bien que se las aprendiera. La llamábamos “dificultades de pensamiento”. Muchas veces ocurre que, aunque parezca increíble y nadie lo entienda, la persona no logra “cambiar” su conducta. Puede ir a cursos en donde le enseñan a aplicar habilidades para decir que NO, puede leer libros... pero no cambia. En estos casos, podemos sospechar que, en el fondo, a la persona le está “compensando” continuar con su actitud “sumisa”, por alguna razón que sólo ella sabe. A esta razón, en Psicología Cognitiva se la llama “convicción” o esquema mental y es lo que ahora pasaremos a describir más detalladamente. Vaya por delante que aquí sólo vamos a poder dar un reflejo muy rápido y superficial de toda la complejidad de ideas y convicciones que pasan por nuestras cabezas y que nos están influyendo para no poder decir que NO en ciertas situaciones.
Todos tenemos, desde pequeños, una serie de “convicciones” o “creencias”. Estas están tan arraigadas dentro de nosotros, que no hace falta que, en cada situación, nos las volvamos a plantear para decidir cómo actuar o pensar. Es más, suelen salir en forma de “pensamientos automáticos”, tan rápidamente que, a no ser que hagamos un esfuerzo consciente por retenerlas, casi no nos daremos cuenta de que nos hemos dicho eso. Si piensas en una situación que te haya causado problemas y la divides en tres momentos: el momento antes de entrar en ella; cuando estés en medio; y después, cuando ya hayas salido de ella, observarás el poder de los pensamientos y automensajes. Para cada uno de estos momentos, reflexiona: ¿qué te sueles decir normalmente? ¿Te alientas, te echas hacia atrás, te reprochas o te vas felicitando sobre tu actuación? Seguramente, en estos automensajes irán metidas gran parte de tus creencias y convicciones y de ellos depende el que tengas el ánimo de afrontar airosamente la situación o el que la encares como un perdedor. Una típica convicción puede ser la de que necesitamos sentirnos apoyados o queridos por las personas relevantes para nosotros para sentirnos a gusto. Otra podría ser la necesidad de sentirnos competentes en algún área de nuestra vida para tener la autoestima medianamente alta. Todos poseemos estas convicciones en algún grado. Por supuesto que casi todos nos sentimos mejor si contamos con un apoyo, si nos sentimos queridos; por supuesto que, para tener una buena autoestima se requiere, entre otras cosas, considerarse competente y saber mucho de algo. El problema comienza cuando una o varias de estas creencias se hacen tan importantes para nosotros, que supeditamos nuestras acciones y convicciones a su cumplimiento. Por ejemplo: la persona para la cual es absolutamente vital recibir el afecto de los demás, buscará este apoyo en todo lo que haga, es decir, intentará gustar a todo el mundo, estará constantemente temerosa de “fallarles” a los demás, interpretará gestos y palabras como “ya no me quieren”, etc. Lo mismo le ocurre a la persona que necesita ser competente y hacerlo
todo bien para sentir que vale algo. Esta persona pronto se convertirá en un perfeccionista, que nunca estará satisfecho con lo que haga, que se autorreproche y culpabilice ante cualquier error y que tenga puesto su listón tan alto que difícilmente pueda llegar a él. Cualquier exageración de una de estas creencias o convicciones puede proporcionar un considerable sufrimiento a la persona que las vive de esta forma, y suele traducirse en alguna conducta disfuncional. Así, la persona que tenga como necesidad principal la convicción de que “es necesario ser amado o aceptado por todo el mundo” (“necesito ser apreciado-aceptado por X, si no, no lo soporto”), no puede ser asertiva, ya que, para ella, es intolerable no caer bien a los demás y una excesiva asertividad le parecería peligrosa para cumplir este objetivo. Por supuesto, no todas las convicciones son dañinas. “La amistad es un valor muy importante y hay que cuidarla” es una creencia perfectamente positiva y como ésta, hay miles de ellas. En una misma persona pueden “convivir” muchas convicciones beneficiosas y una o dos que, por exageradas, le hacen daño. Veíamos que, en el caso de Lidia, ésta se movía principalmente por el miedo al rechazo de su marido. Decíamos que “le compensaba” continuar así, aunque se quejara, ya que, de negarse a más situaciones, peligraría para ella el amor de su marido. Hasta que Lidia no aclare sus ideas y no relativice la importancia de perder el amor de su marido, no cambiará su conducta, por mucho que tenga la sensación de “no poder aguantar más”. Lo mismo le ocurría a Sandra, con su temor a perder a los amigos o a ser “la diferente”. Mientras dé importancia primordial a este temor, no hará nada por autoafirmarse y negarse a seguir el plan que proponen sus amigos. En Álvaro, el informático que aceptaba demasiado trabajo, pueden convivir dos convicciones dañinas: el miedo a perder la imagen de competente que está dando, lo cual sigue siendo, en el fondo, un miedo a no ser aceptado, querido o apreciado; y un excesivo perfeccionismo. Seguramente, Álvaro no se puede tolerar a sí mismo bajar el listón, ya que debe de estar basando su autoestima en el rendimiento. Es decir, cuanto más rinda, mejor se sentirá consigo mismo. Hasta que no relativice esto y se permita reconocer que tiene sus límites y que no
pasa nada si no cumple, no cesará su conducta “sumisa” de aceptar todos los trabajos. Las convicciones exageradas nos introducen en un círculo vicioso. Como nuestra “necesidad” (de afecto, de sentirnos competentes, etc.) es tan grande, buscamos constantemente en los demás la confirmación de que “nos siguen apreciando” o “valorando”. Y, consiguientemente, tendemos a distorsionar muchas veces la realidad y hacer interpretaciones precipitadas de reacciones de los demás que, rápidamente, clasificamos de “ya no me aprecia” o “ya no me valoran”. Para combatir estas ideas, que tanto daño nos hacen, lo primero que tenemos que hacer es reflexionar sobre otras posibles explicaciones que se podrían dar a alguna conducta de otra persona que no ha “dolido”. Veamos un ejemplo. Álvaro observa cómo su jefe, que normalmente siempre se para ante su mesa para decirle alguna cosa amable, pasa de largo y se va a decirle algo, aparentemente personal, a un compañero suyo. Rápidamente, se forman en su mente los siguientes pensamientos: “ya está, ya ha pasado a confiar más en Pedro que en mí. Esto es porque ayer intenté negarme a realizar un trabajo, cuando le dije que tenía otras cosas urgentes. Se lo ha tomado mal. ¿Por qué habré hecho caso a los dichosos consejos de asertividad? Si no lo hubiera hecho, me saludaría y hablaría conmigo y no hubiera pasado nada”. Esta es la interpretación que hace él de la situación. ¿Existen otras explicaciones posibles a la conducta de su jefe? POSIBLES EXPLICACIONES A CONDUCTAS NEGATIVAS DEL OTRO Situación social y roles establecidos La persona con la que hablamos puede estar “actuando” según le exige la situación en la que se encuentra o el rol social que tiene que representar. Ese papel no tiene nada que ver con nosotros ni con lo
que opine la persona de nosotros. Ejemplos: discusión sobre un tema serio o triste (la persona no puede estar amable y sonriente); amigo nuestro que es jefe (no puede comportarse con nosotros como cuando está fuera del trabajo); etc. En el caso de Álvaro, el jefe puede tener que hablar seriamente con el compañero y no se puede parar a charlar afablemente con él. Factores de personalidad o estado de ánimo del otro Si una persona es manipulativa, lo será con todo el mundo, incluido uno mismo. Si es antipática en general, también lo será conmigo. No tiene porqué cambiar por estar interactuando conmigo. Muchas conductas negativas de alguien respecto a nosotros obedecen a su estado de ánimo o humor momentáneo. Alguien puede estar malhumorado por algún problema o preocupado por algo que haya ocurrido antes de entrar yo en escena. Lógicamente, yo recibiré su mal humor, sin tener que ver nada con ello. Álvaro no sabe lo que ocurre cuando no está presente él. Tal vez haya habido algún incidente que haya provocado unas palabras urgentes del jefe hacia el compañero. Factores físicos El calor, la incomodidad o, más frecuentemente, un malestar físico (dolor de cabeza, de muelas, de estómago) pueden convertir a la persona más afable en huraña y antipática. No por ser nosotros van a dejar de sentirse mal, pero sí es posible que no nos cuenten porqué tienen ese comportamiento, ya que están tan ocupados en su malestar que no se dan cuenta de su conducta. El jefe de Alvaro puede encontrarse en una de las circunstancias descritas y no estar de humor, momentáneamente, para charlar con nadie de forma distendida.
Errores en la propia conducta A veces, efectivamente, puedo ser yo la causa directa de la conducta negativa de la otra persona, igual que a veces puedo provocar reacciones positivas. Sin embargo, esta posibilidad no suele ser, ni con mucho, la causa más frecuente de las respuestas negativas de nuestros interlocutores. En cualquier caso, en vez de darle vueltas y lamentarse, habría que analizar: ¿qué puedo haber hecho mal? ¿cómo ha sido exactamente mi error: tono, contenido, he dejado de decir algo, he hablado demasiado? ¿cómo puedo remediarlo? Para cada problema hay un remedio y si alguien advierte que sus esquemas mentales o convicciones le están impidiendo actuar de forma más asertiva, y negarse a realizar cosas que no desea hacer, debería intentar seriamente modificar esas convicciones. “Modificar” no significa cambiarlas, convertirse de persona pendiente de los demás a persona fría e insensible (sería imposible), pero sí se pueden relativizar las propias convicciones, conseguir que ya no sean una necesidad imperiosa, sin la cual me siento mal y me hundo, sino un esquema más, que yo persigo, pero que no me persigue a mí. Los pasos a seguir serían: analizar la lógica y el realismo de los temores y necesidades que nos están impidiendo actuar asertivamente, darnos cuenta en qué medida están influyendo en nuestra dificultad para decir NO e intentar, poco a poco, ir sustituyéndolas por otras ideas más ajustadas a la realidad y menos catastrofistas. Ejemplos: La persona que posee como convicción principal la idea de que: “Es necesario obtener la aprobación y el cariño de todas las personas relevantes para mí” tendrá estos comportamientos típicos: • no expresar opiniones y deseos personales • evitar conflictos aunque otras personas violen sus derechos • gastar mucha energía para lograr la aprobación de los demás • refrenar sentimientos (positivos y/o negativos). Un análisis realista de su necesidad, le podría hacer llegar a las siguientes conclusiones:
No puedo gustar a todo el mundo. Igual que a mí me gustan unas personas más que otras, así también les ocurre a los demás respecto a mí. En el caso de que alguna persona que me importa, no apruebe algo de mi comportamiento, puedo decidir si lo quiero cambiar, en vez de estar lamentándome de mi mala suerte. ¿Realmente pierdo todo su cariño si dejo de actuar como le gusta? En el caso de que realmente fuera así ¿es una catástrofe? ¿Dejo de ser yo por el hecho de que alguien ya no me apruebe? Intentando gustar a todo el mundo, no hago más que gastar excesiva energía y no siempre obtengo el resultado deseado. Puedo determinar lo que yo quiero hacer, más que adaptarme o reaccionar a lo que pienso que las otras personas quieren. Tengo que determinar si el rechazo es real o si estoy interpretando precipitadamente reacciones de los demás; y si este rechazo fuera real, debo de ver si se basa en una conducta inapropiada por mi parte o no. En el caso de que no fuera inapropiada, puedo encontrar a otras personas con las que sí pueda exhibir esta conducta. La persona que posee como convicción principal de idea de que: “Hay que ser totalmente competente en todo lo que se emprenda y no permitirse el más mínimo error”, tendrá estos comportamientos típicos: • excesiva ansiedad en las situaciones en las que deben “dar la talla” • evitación de las interacciones sociales por miedo a no tener nada interesante o digno de decir • evitar la práctica de actividades sociales placenteras por miedo al fracaso • conducta callada, aparentemente pasiva, cerrada, por preferir ésta a “meter la pata”. Un análisis realista de su necesidad, le podría hacer llegar a las siguientes conclusiones: Me gustaría ser perfecto para esta situación, pero no necesito serlo.
Mi valía personal no tiene nada que ver con el resultado de mis conductas. No por hacer algo mejor o peor soy más o menos persona. Intentando hacer las cosas perfectamente no llegaré a ser feliz nunca y me sentiré siempre presionado. Intentaré sustituir el hacer las cosas “perfectamente” por “adecuadamente”. No hay nadie que sea perfecto ni competente en todo. ¿Porqué me exijo un imposible? Estos son unos pocos ejemplos para ver cómo se podría cuestionar y transformar una convicción en mensajes más relativos y realistas. Si somos capaces de ver la realidad desde otro ángulo, menos rígido y menos marcado por nuestras necesidades, nos sentiremos menos mal y podremos obrar más consecuentemente. Mientras sigamos viendo todo desde el prisma de nuestras necesidades de afecto, valoración, etc., no cambiaremos nuestra conducta, por mucho que nos esforcemos. Valgan estos apuntes como punto de reflexión para que algún lector o lectora caiga, quizás, en la cuenta de por qué no logra llevar a cabo lo que quiere, pese a desearlo. La puesta en práctica de esta transformación de convicciones es mucho más compleja que todo esto y requiere, normalmente, de un proceso guiado por un Psicólogo. En la Bibliografía reseñamos algunos libros que ayudan a profundizar más en el tema. Por ahora, plasmamos solamente un auto-cuestionario que cada uno de nosotros puede hacerse cuando alguien o algo le haya afectado, a su entender, más de la cuenta. Está pensado para ayudarnos a caen en la cuenta de cómo por culpa de nuestras convicciones exageradas, a veces estamos distorsionando la realidad. Al analizar el “realismo” de nuestros temores, tal vez logremos relativizarlos un poco. CUESTIONARIO PARA MOMENTOS DE DESANIMO PENSAMIENTO O TEMOR QUE ESTOY TENIENDO:
1. ¿Qué datos de la realidad justifican o están a favor de este pensamiento? ¿Cómo sé que esto ocurrirá realmente? 2. ¿Qué datos lo ponen en duda o lo matizan? 3. ¿Qué probabilidades existen de que ocurra lo que estoy pensando? (en porcentajes o “alta-media-baja”) 4. ¿Qué otras explicaciones existen para el problema que me preocupa? 5. ¿Refleja esta situación una amenaza que señala un peligro potencial o un reto para superar miedos? 6. ¿Tengo recursos para abordar esta situación? ¿Cuáles? 7. ¿Qué me digo a mi mismo/a ahora? (Pensamientos alternativos) ¿Qué otras cosas se me ocurren? 8. ¿Hay pruebas que contradigan los pensamientos alternativos? 9. ¿Qué acciones puedo emprender para sentirme más a gusto? BIBLIOGRAFÍA FABREGAS, J.J. Y GARCÍA, E. (1988): Técnicas de autocontrol. Ed. Alhambra, Biblioteca de Recursos Didácticos. Es un libro didáctico, pensado para adolescentes. Sin embargo, puede serle útil a cualquiera. Consta de tres partes, una de ellas es la Asertividad. DAVIS, M.; MC KAY, M. Y OTROS (1985): Técnicas de autocontrol emocional. Ed. Martínez Roca, Biblioteca de Psicología, Psiquiatría y Salud, Serie Práctica. Trata de múltiples temas y técnicas. Un capítulo está dedicado a la Asertividad. BENESCH, H. Y SCHMAND,W: Manual de autodefensa comunicativa. Ed. Gustavo Gil¡. GAUGELIN, F. (1982): Saber comunicarse. Ed.Mensajero. VALLEJO NAJERA, J.A. (1990): Aprender a hablar en público hoy. Ed. Planeta. Aunque no habla directamente de la dificultad de decir NO, hemos considerado interesante incluirlo en la Bibliografía. Es un libro práctico y didáctico. FENSTERHEIM, H. Y BAER, J. (1976): No diga sí cuando quiera decir no. Ed. Grijalbo. Éste y el siguiente son dos libros básicos para aprender a decir NO, como indican sus títulos. También hablan de otros temas de Asertividad. SMITH, M.J. (1979): Cuando digo no, me siento culpable. Ed. Grijalbo. GIROJO, M. (1980): Cómo vencer la timidez. Ed. Grijalbo. CASTANYER, O. (1996): La Asertividad, expresión de una sana
autoestima. Ed. Desclée De Brouwer, Col. Serendipity, 6a Edición. Este libro une estrategias de comportamiento asertivo con un análisis de los pensamientos y esquemas mentales que pueden estar dificultando la Asertividad. WEISINGER, H. (1988): Técnicas para el control del comportamiento agresivo. Ed. Martínez Roca, Biblioteca de Psicología, Psiquiatría y Salud, Serie Práctica. Es este uno de los pocos libros que trata el tema de la agresividad, por lo que hemos creído conveniente incluirlo. PALMER, P (1991): El monstruo, el ratón y yo. Ed. Promolibro-Cinteco. Es un libro escrito para niños que quieran aprender conductas asertivas. Incluye ejercicios y pautas de reflexión. 7
Aprender a cultivar la interioridad Antonio García Rubio “Está separado de todo, pero unido a todo. Impasible, pero de una sensibilidad soberana.. Divinizado, se considera el desperdicio del mundo. Y, por encima de todo, es feliz, divinamente feliz” Evagrio Póntico
DETENERSE EN EL MONJE. (INTRODUCCIÓN) Son tres palabras de mucho peso, aprender, cultivar e interioridad, las que aparecen en la cabecera de este trabajo y que te van a guiar en esta reflexión. Aparecen ante unas miradas deseosas de adentrarse en la desconocida espesura del hombre interno; pero la atención de este hombre de final del siglo XX es difusa, consecuencia probable de las muchas llamadas externas que recibe. Nuestro deseo se manifiesta como real en momentos puntuales, aunque se nos desinfla y desluce a poco que las condiciones cambien, y éstas cambian con excesiva facilidad.
Nunca se ha hablado tanto de la “interioridad” como en las últimas décadas, pero es posible que esto suceda por el trasfondo al que alude el refrán: “dime de qué presumes y te diré de qué careces”. Hoy, debido al consumo, se escribe mucho de todo y, en parte por atracción, en parte por tabú, no podía ser menos de un mundo tan apasionante como la interioridad. En la sociedad hay recetas para todo y, en el ámbito editorial, en este caso, se encuentran las recetas más insospechadas, sin que falten tampoco las extraídas de las distintas tradiciones religiosas y culturales. Es difícil aportar veracidad científica o autenticidad moral en un campo abonado por los Medios de Comunicación de tal modo que cualquiera, con sagacidad, puede sentirse un virtuoso con capacidad para explorarlo. Me alegraría que pusieras, en una pared blanca, la frase de Evagrio Póntico con la que he iniciado este trabajo. Habla del monje, y el monje puede ser para ti, inmerso en un mundo laico, un punto de referencia inequívoco para lo que buscas. Sitúate, para la lectura de estas páginas, en un rincón solitario y tranquilo, un poco “acurrucado” en ti mismo y proyectado hacia el centro de tu ser. Que tu respiración sea una llamada a vivir y a dar gracias por lo que experimentas en ti mismo. Un monje es un solitario y un separado, que vive, sin embargo, una experiencia de unidad con el universo y con la humanidad como pocos seres humanos tienen oportunidad de experimentar en su agitada y despistada vida. Un monje es un ser aparentemente impasible ante los graves problemas de la humanidad y ante las “moscas “ que puedan molestar con su zumbido en la tarde soleada, pero pocos seres conocerás que extremen más su sensibilidad ante los sufrimientos de la humanidad, que asume como propios y trata de ablandarlos y purificarlos en unas entrañas iluminadas por la oración. El monje aparece, ante nuestros ojos sometidos a los estallidos estridentes del consumo y de la vanidad reinante en occidente, como un ser divinizado, elevado, salido de las redes negativas en las que nosotros hemos de deshojar y deshacer nuestros días. Pero el monje se sabe un desecho del mundo, un pobre inútil, un trasto que para nada cuenta salvo para el trato a solas con el Misterio.
Un monje es un hombre feliz, no posee nada, ni tiene nada, ni compra nada, ni vende nada, ni puede nada, ni pide nada. Divinamente feliz. Querría que tuvieras presente la aventura que vas a emprender, ella dirige tus pasos por caminos extremosos, desconocidos del todo para el consumista, el conformista, el estresado, el ansioso o el activista. Tú también entras en la noche, la noche oscura de fray Juan de la Cruz, en la que buscarás el Amor y el Encuentro; oscuridad a la que cantaba 'Alî Ibn Abî Tâlib, yerno del profeta Mahoma: “Busco a tientas en la oscuridad, busco encontrarte, busco tu amor. Concédeme, Señor, tu encuentro, tu amor y tu piedad. Perdóname mis pecados, ¡oh mi Señor!, y déjame aproximarme a Ti”28. ANÁLISIS DE LAS TRES PALABRAS. Centra tu atención, ahora, en las palabras del título de este estudio: Aprender -comienzas aprendiendo A Aprender dedicamos la mayoría de las energías. Muchas veces aprendemos lo que nos manda el sistema productivo-competitivo: aprender a “conocer” y aprender a “hacer”. No pasa lo mismo con el aprender a “convivir” y con el aprender a “ser”, es decir, no pasa así con el aprendizaje de la vida interior. Hay quienes la consideran una especie de plus de seres humanos especialmente dotados para este fin. Los hay que la estiman como una pérdida de tiempo. Unos pocos la estudian de modo científico o psicológico. En general, nuestra cultura occidental, atrapada por el afán de poseer, consumir y disfrutar, ha pasado a ignorar la vida interior, porque la experiencia de la inmediatez es mucha y porque una educación basada en el abuso del consumo acaba provocando tal cansancio que no existe capacidad para estirar más la cuerda de la sensibilidad humana. Algo así como “tener embotada la mente “, que diría Pablo de Tarso. Emilio Galindo Aguilar y Sgrid Von Thimmel, Salmos Sufíes, Ed. Darek-Nyumba, Madrid 1986,p.11. 28
Han pasado los años en los que la cultura occidental descubrió el “paraíso” oriental, con su espiritualidad presentada como panacea y nueva salvación. En esos años se pretendió maquillar la tradición cristiana y readaptarla a los efluvios que venían de Oriente, con el fin de que no sucumbiera ante su acoso. La comercialización de estos productos espirituales provocó, mentalmente hablando, un contraste grande y atractivo con relación al estilo de vida europeo y occidental. Todo fue cayendo por su propio peso al poner en práctica el paraíso andando sus caminos. Pronto se vio que no hay ninguna panacea y que quien tiene vida espiritual no es simplemente porque se marcha a Oriente o se lee unos cuantos libros de bolsillo, sino porque la trabaja y se deja trabajar. Y, una cosa es la moda que se compra con dinero, y otra el cultivo de un estilo de vida a partir de la interioridad que supone, además, una alternativa al estéril consumismo de nuestro mundo. Todo aprendizaje supone un esfuerzo considerable y unos costes que pagar: Cristo “aprendió sufriendo a obedecer”. El aprendizaje es, según la definición del Diccionario de la Real Academia Española: “Adquirir el conocimiento de alguna cosa por medio del estudio o de la experiencia “. En el caso de la vida interior, siendo el estudio un apoyo, se te hace muy necesaria la experiencia. Pero, ni todo es esfuerzo, ni todo es conocimiento, ni todo es experiencia. No puedes adentrarte en el bosque de la vida interior si no eres conducido por una mano misteriosa, aunque hayas de poner en juego tu propia experiencia y no desdeñes las orientaciones que te vengan de otros buscadores. La segunda definición del Diccionario es: “Concebir algunas cosas por meras apariencias, o con poco fundamento”. Según esta definición, no puedes cultivar la interioridad por meras apariencias y sin fundamento. Aquí se resalta el trato que algunos dan a la vida interior: creen que el conocimiento a adquirir es algo “sabido” y sobre el que cualquiera puede “pontificar”. Bastantes pecamos de ser unos entendidos al hablar o al entrar en la oscuridad del mundo interior. Esto acarrea múltiples confusiones, a las que somos abocados por tanta falacia y tan poco fundamento. La vida interior te va a requerir un serio aprendizaje, el mayor de todos, si quieres cultivar el asombroso mundo que te descubre. Ahí se halla
todo lo que es posible para el hombre. Ahora bien, es necesario matizar que el aprendizaje está abierto a todos, hombres y mujeres, ricos y pobres, sanos y enfermos, negros y blancos, musulmanes o cristianos... Todos pueden entrar y a todos se les ofrece el instrumento necesario para intentarlo: su propio ser, sus propias personas. La naturaleza nos ha dotado de los medios esenciales para desarrollar este aprendizaje. No tendrás que “ir a Salamanca” para que puedas adentrarte en el universo de tu propia esencia y mismidad. Puedes ser monje en medio de la sociedad urbana y posmoderna. Eso es lo que vas a descubrir en estas páginas. Una mujer castellana, Teresa de Jesús, que entendía mucho de entrañas, de interioridades y de las moradas que uno puede encontrar dentro de sí, solía decir que “acostumbrarse a soledades es gran cosa para la oración. ‘No es menester alas para ir a buscar a Dios, sino ponerse en soledad y mirarle dentro de sí’”. No te hacen falta alas, pues, para entrar en ti. Has de ordenar, eso sí, el pensamiento, las emociones y los sentimientos, con relación a lo necesario, para que sea posible alguna que otra escapada al bosque de tu propia existencia. Cultivar -continuas cultivando De la palabra Aprender pasamos a la segunda: Cultivar. Si Aprender te suena a escuela y te hace pensar en un esfuerzo intelectual, con maestro, libros y horas de estudio incluidas; Cultivar se te volverá sugerente, evocadora y, hasta cierto punto, bucólica e irreal. Dado que no habrás probado la rudeza del cultivo del campo, sólo te traerá a la cabeza la lechuga, la cebolla y el tomate aderezados ya con la sal, el aceite y el vinagre. Todos los frutos cultivados en el campo los encuentras, a cambio de unos cuantos duros, en el supermercado del barrio; y te encantará el olor a la tierra mojada; y te atraerá, de lejos, la imagen pacífica del cuadro, mil veces visto en el televisor, del labrador que maneja hábilmente su arado. Pero te olvidarás, o no llegarás a tener conciencia, de que el fruto lleva consigo sudor, esfuerzo, lágrimas, sinsabores y fatigas. Cultivar es una palabra que hace relación a la tierra y sólo de modo
figurado la podemos utilizar con relación a la vida interior del hombre. En ese sentido, el Diccionario nos habla de poner los medios necesarios para que sea posible la interioridad y para mantenerla; y, así mismo, nos sugiere, concebida de modo extensivo, el hecho de poder utilizarla aproximándola a la actividad de desenvolver y de ejercitar las potencias y facultades que son inherentes a la vida interior. En cualquier caso, nos volvemos a tropezar con una actividad intensa del ser humano. El cultivo de la tierra o de la vida interior suponen el ejercicio permanente y la actividad incesante. Interioridad -acabas interiorizandoLa tercera palabra es Interioridad. Aceptar que existe en el ser humano una interioridad es aceptar que somos una imagen externa, visible y concreta pero con un fondo vital, invisible e impreciso que, sin embargo, fluye sin cesar e influye decisivamente en la configuración de la vida humana. “'Interior' es aquello que vive en el fondo del alma, en lo más íntimo del alma, en el entendimiento, y que no sale ni mira a ninguna cosa” 29. El Diccionario nos habla primero de la interioridad como “cualidad de interior”. Luego dice: “Cosas privadas, por lo común secretas, de las personas... “. El mundo privado, al que con tanto gusto se agarra la sociedad actual, es un mundo engañoso y, así planteado, absurdo; es tan personal e inaccesible, tan propio e intransferible, tan tabú y tan morboso, que nos quedamos boquiabiertos y temblorosos ante lo que pueda suponer para el hombre. La vida privada es como una barrera infranqueable, inventada por los poderosos para hacer dinero; bien a base de vender interioridades y trapos sucios, o bien a base de denunciar la injerencia en esos asuntos de otras personas o grupos poderosos. El fin siempre es ganar dinero y hacer negocios. La vida privada y su interioridad, así mirada, suena mal y hemos de limpiar su sentido si no queremos vernos envueltos en algún “rollo” que nos cueste cárcel, disgustos o dinero, a ti o a mí, pobres “pardillos”, ante estos manejos económicos y legales. Cuando aquí hablamos de aprender a cultivar la interioridad no nos referimos, pues, al morbo de la vida privada de las revistas del corazón 29
Maestro Eckhart, Tratados y sermones, Sermón X, Ed. EDHASA, Barcelona 1983, p. 355.
ni al mundo privado del que habla el Diccionario, sino que hablamos de lo contrario, de una vida honda, partícipe del misterio y del secreto más auténtico de la existencia y que nunca puede ser entendida en el sentido de “vida o propiedad privada”. Entrar en la interioridad supone una experiencia tal, que, si te adentras en ella, tienes, a poco que te aventures por esos caminos, una sensación similar a la que expresa Evagrio Póntico en el texto frontal: “separado de todo pero unido a todo”; o a la que expresan las tradiciones religiosas y que resume excelentemente el episodio de 'La Torá' que narra la experiencia de Moisés ante la zarza ardiendo: “Descálzate porque la tierra que pisas es sagrada”. Hay un carácter sagrado, luminoso, profundo y auténtico en la interioridad que se descubre cuando uno entra en ella libre y conscientemente, como entra el aventurero en el bosque. Has de entrar en la selva virgen de tu propia intimidad, de un modo sagrado y auténtico. Deja de leer esta página; toma la Biblia en tus manos con calor; lee el relato de Moisés30, y adéntrate, con tu silencio, en la tierra sagrada de tu corazón. Respira y goza de la experiencia. HACER ESTE EXPERIENCIAS
CAMINO
DESDE
LAS
PROPIAS
Sitúate en el umbral de alguna experiencia personal que raye con lo luminoso, con lo vitalmente alegre, con lo emocionante, con lo asombroso, con lo atractivo, con lo excitante...; una experiencia que has podido tener a lo largo de tu vida y de la que guardas una memoria especial. Revívela: “Unos sentimientos alados ante la puesta de sol de una tarde otoñal que te deja como 'encendido'. Una alegría desbordante, fruto de un encuentro amoroso, al que ni tú mismo sabes encontrarle motivo u origen real. Una emoción exultante ante la espera de tu amigo, al estilo de lo que narra “El Principito” en su encuentro con el zorro. Un choque experiencial ante la enfermedad o la muerte de tu padre, que te deja lleno de asombro ante la levedad de la existencia. Una atracción amorosa, sentida, vital o de vértigo, que acaba acaparando la atención entera de tu mente y de tu corazón. Una frustración en el trabajo social, en la entrega al mundo de los desheredados, en la lucha ,tantas veces ingrata, por la justicia que ves machacada en seres concretos a los que amas, pequeños y sencillos, 30
Ex 3, 1 ss.
verdadera carne de cañón de un mundo dividido, roto e injusto, y que te provoca y excita sobremanera... “ Para aprender has de andar los caminos de la vida. De nada sirve que teorices, que hables o abuses de la palabra, que vuelvas al laboratorio imaginado por el autor de unas páginas. “El Maestro habla como el cantante canta, porque es su oficio... Pero él sabe muy bien que la palabra es sólo ocasión y escucha, y que el verdadero conocimiento nace de dentro, cuando la concentración de la larga búsqueda se junta con la sorpresa del despertar espontáneo”31. Para que cultives la vida interior comienza por descubrir lo que es; a qué te refieres cuando hablas de ella y qué posibilidades se te ofrecen para valorarla, para gustarla y para cultivarla, de modo que sirva a tu crecimiento como hombre, a tu humanización, a tu búsqueda diaria y a tu despertar espontáneo. Mi empeño, en primer lugar, está en dirigir tu mirada hacia experiencias en las que reconozcas la presencia activa de la interioridad y las posibilidades que esas experiencias despertaron sorpresivamente y que luego se desarrollaron en tu ser; y, en segundo lugar, hacia el reconocimiento de aquellas otras que pudieron quedar paralizadas en ti, como consecuencia de la desidia, del despiste, del desconocimiento o de la carencia de una voluntad organizada. Si quieres aprender algo en el cultivo de la vida interior, entonces, mírate, obsérvate, descubre los secretos de tu propia vida, que están ahí, ante ti, no para morbo alguno, sino como datos precisos, de primera mano, que, al verlos de cerca, te harán sentir una vocación especial para intervenir sobre ellos o para dejar que sean llevados por manos especiales. Jesucristo, el “Maestro” para los cristianos, dijo que todo sale del arca del corazón humano. Ahí, en tu corazón, está, como en un holograma, la verdad entera del universo, resumida y preparada para hacerse grande, bella, extensa, espléndida, tuya... ¡Párate! Deja de hacer. Escucha aquella otra advertencia del mismo Maestro: “Andas inquieto y nervioso con tantas cosas. Una sola es la importante”. Quien elige la vida interior elige la mejor parte y nadie se la podrá quitar. El dogma del activismo, en el que se encuentra apresada nuestra generación, es el primer enemigo de la vida interior. El activismo pretende vaciarte y dejarte a 31
Carlos G. Vallés, Vida en abundancia, Ed. Sal Terrae, Santander 1993, p. 92.
merced de las fuerzas distraídas de la naturaleza y de aquellas otras que manipulan la vida social, económica y política. La tendencia humana básica, si es apoyada por el poder, tiende a estar fuera de sí; muy “ocupados en no hacer nada”, que apostillaba San Pablo; perdidos entre las fragancias de los sentidos y las más variadas excitaciones, que sólo son provocaciones malintencionadas para mantenernos como muñecos manipulables. ENTRADA EN EL UMBRAL DE LA CONCIENCIA “Ver lo pequeño es clarividencia. Conservarse débil es fortaleza. Usar la luz para volver a la claridad, y proteger el cuerpo de todo daño, es vestirse de eternidad” 32. La conciencia es el lugar del cultivo de la interioridad; es su huerto y su jardín; es el lugar del cultivo de las plantas que darán los frutos y las flores del mundo interior; un mundo que emerge y se descubre como “la contemplación “; ésa es la gran meta de este aprendizaje. “Aprovechábame a mí también ver el campo, el agua o las flores; en estas cosas hallaba yo memoria del Creador, digo que me despertaban y recogían y me servían de libro 33. Santa Teresa te sitúa en el ambiente cálido de la naturaleza externa para que tú traslades la belleza exterior al mundo interior, lleno de campos, agua y flores. Vas a entrar en la conciencia. Hazlo desde lo pequeño, desde lo débil, desde la luz, desde la eternidad que siempre es... Conciencia: Universo nuevo de Amor Para ti, hombre o mujer espiritual, la conciencia no es una experiencia de orden psicológico, aunque la psicología sea fundamental en el proceso interior. “No está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho” 34. Nuestra época corre más riesgo de psicologizar que de pensar, por lo que adaptamos la cita teresiana de esta manera: “No está la cosa para Lao Tse, Tao Te King, Ed. Ricardo Aguilera, Madrid 1980, p. 64. Santa Teresa de Jesús, Obras Completas, Vida, 9, Ed. B.A.C., Madrid 1982, p. 53. 34 Santa Teresa de Jesús, Ibídem, Camino, 28, p.280. 32 33
mucho psicologismo, sino para andar caminos de amor”. La conciencia que buscas y en la que quieres entrar es más un universo nuevo que un estado de activismo peculiar. Desde el comienzo de esta aventura hacia dentro, goza con saber lo que vas a encontrar. Lo mismo que el peregrino sueña cada hora con el Pórtico de la Gloria, así también tú soñarás lo que te espera, que es grande, extenso, único, apetecible y maravilloso: el mundo de la conciencia, universo nuevo de amor. Ascesis sana o enferma “¿Cómo llegaremos a este punto sin una cierta disciplina? Pienso que no podemos. No obstante, la ascesis por la ascesis fomenta únicamente los programas emocionales y su patología. Una verdadera ascesis tiene que actuar en nuestra motivación inconsciente” 35. Esta aportación de Keating es importante al comenzar el camino. Te narraré una experiencia personal: 'Llevaba yo aproximadamente cuatro años en mi trabajo como párroco de una villa veraniega de la sierra de Madrid y me encontraba, desde el punto de vista humano, en una época dorada. Las cosas habían salido bien y el pueblo estaba como una piña en torno a su cura. Contaba con su respeto y con su entrega, del mismo modo que ellos contaban con el mío. Pero me rondaba por el corazón una idea machacona: ofrecerle a Dios todo mi ser. No me servía haberle entregado la vida en mi ordenación, quería darme entero, de nuevo, y para ello sólo encontraba una vía, la monástica: “apartarme de todo y de todos, en un monasterio perdido, en soledad completa; dejarlo todo, con total radicalidad, para demostrarle al Señor que le amo por encima de todo”. Tanta urgencia me entró, que, después de las oportunas consultas, decidí entrar en el Monasterio benedictino de Santa María del Paular, en el exuberante valle del Lozoya. El sentido ascético de esa decisión fue absoluto. Tenía necesidad enfermiza de purgar mis pecados y de demostrar mi amor por Dios. Lo dejé todo y me marché al desierto. Cinco días duró aquella decisión. “Sólo el hecho de que les pase algo a mis padres, ya mayores, me puede hacer cambiar el rumbo emprendido”. Esa fue mi sentencia antes de entrar. Y, al quinto día, un infarto fulminante me dejó sin mi querido padre Nicolás 35
Thomas Keating, Intimidad con Dios, Ed. Desclée De Brouwer, Bilbao 1997, p. 54.
y sin el proyecto ascético y monástico en el que tanto me empeñé. Nunca como entonces he comprendido la voluntad inequívoca de Dios, expresada en un acontecimiento concreto de mi vida. Dios no quería ascesis enfermiza, me quería a mí y me quería para lo que Él me había elegido desde muy niño: ser pastor de su pueblo. Y en esto continúo desde entonces con toda humildad”. No es la ascesis que fomenta programas emocionales y su patología la que has de practicar. El cultivo de la interioridad es un trabajo lleno de amor y de ternura, y con ellas has de contar desde el inicio. Sólo lo que se hace con amor tiene salida. Nada de lo que se hace forzado por lo externo, por lo imperativo, por lo legal, por lo condicionado o por patologías tiene salida en el camino de la vida interior. La ascesis que hemos de practicar ha de ser real pero, ante todo, ha de ser sana y fomentar una vida saludable. La experiencia de que el camino es largo y que es preciso andarlo todos los días con perseverancia, con paz, con sabiduría y en espera permanente, ha de darse en cada peregrino de la interioridad. Sólo así vivirás una experiencia de radicalidad alegre, saludable y no amargada. “Permanecer siempre en camino. Día tras día. Durante toda la vida, sin renunciar a ello jamás. A cada caída, levantarse y volver a empezar” 36. No puedes andar este camino sin instrumentos precisos, sin medios, sin compañía y sin la certeza moral de que te acompaña la fragilidad de tu propio ser. La selva puede ser tan grande y temerosa que acabe hundiéndote en lo profundo de ti mismo. El objetivo es abrirte al cambio, desde la conciencia selvática en la que estás en este momento, pues sólo así podrás llegar a roturar un jardín y un huerto ganados a tu misma selva con trabajo riguroso y con amor. En mi reciente viaje a Panamá he podido observar el ímprobo trabajo que han de realizar los campesinos pobres para conseguir transformar la selva en praderas y huertos. La ascesis ha de venir dictada por la propia praxis, por el nivel de conciencia que aflora de modo apenas perceptible, pero real. El trabajo es Klemens Tilmann, Temas y ejercicios de meditación profunda, Ed. Sal Terrae, Santander 1973,p.91. 36
duro, pero el sabor del trabajo es suave y ligero. Tumbar un monte lleno de selva es molesto, pero observar la pradera con sus búfalos y caballos, con sus rosas y flores multicolores, con su huerto lleno de maíz, de arroz y de yuca, es una sensación mucho más bella e increíble que todos los sudores y los malos ratos pasados. La sensación que tiene todo aprendiz de la vida interior, según pasan las jornadas, es de haber sorteado los esfuerzos, aunque la rudeza haya sido mucha; de ver que todo se ha ido hilando de modo misterioso y como por encanto. ¡Haz la experiencia! La situación del mundo interno suele ser bastante penosa. En el alma se dejan crecer, como malas hierbas, los prejuicios, los condicionamientos, los apegos, las arbitrariedades, los miedos y temores, los fantasmas, los intereses, las redes mafiosas personales y sociales... Ésta es la selva a la que me refiero. Un hombre solo no es capaz de tirar por tierra lo que le ha crecido en el alma a lo largo de los años. La selva impide que se vea la nueva y renovada conciencia, convertida en agua clara, en espacios abiertos y despejados. La ascesis colabora, en la medida de sus posibilidades, para que sea posible un cambio significativo que te permita despertar a una conciencia nueva. Estate atento para no cometer errores de bulto, como el de creer que tienes fuerza y poder suficientes para crear las condiciones de una nueva conciencia. Tu poder es mínimo y puede volverse contra ti. En este sentido, has de practicar la humildad como la regla de oro esencial y primera. Humilde para reconocer que la fuerza que hay en ti no es propiedad tuya, proviene del Misterio buscado y con el que esperas encontrarte. Todo cambio es un regalo que supone el empeño humano, pero no es fruto del esfuerzo humano. El aprendiz sabe que es regalo, don que le viene dado. Tú debes saberlo. Llegar a la conciencia y verla iluminarse ante tus ojos, percibiendo cómo caen, uno tras otro, los ídolos de barro que habías fabricado artificialmente, es el inicio de la realidad auténtica, que parecía imposible de alcanzar y que no ofrecía noticias fidedignas acerca de su existencia. Limpia bien este camino. La metodología es siempre espiral. Acceder con luz a la nueva conciencia, supone la caída y la pérdida de lo viejo. Se esfuma solo, sin que hayas de convocar un concilio en tu cabeza.
Llegar aquí es la meta básica a la que aspiramos todos. La conciencia iluminada es tarea que supone trabajo y don ofrecido. En la medida que des pasos en esta dirección, te sentirás afirmado y seguro en este camino de la conciencia de tu ser, que se volverá transparente y se transformará en música, en poesía, en salmo, en arte, en amor... Es muy importante que sientas esta seguridad en ti mismo. Se darán procesos enrevesados y complejos que te pondrán contra las cuerdas y te harán sentir muy inseguro, pero ahí estará la dulzura de este camino hacia el centro. No es extraño que el caminante se encuentre, según hace camino, abierto y con regalos, gustos, caprichos o dulces que se le ofrecerán de modo generoso, gratuito y sorprendente. Cada detalle dulce se convertirá en un deseo mayor de llegar a la pureza de la conciencia. Así adivinarás la cercanía de la contemplación, tu meta ansiada. MANUAL DEL CAMINANTE Quisiera enseñarte ahora el manejo de las artes necesarias para avanzar con seguridad y gozo en el aprendizaje del cultivo de la vida interior. No te ofrezco ninguna regla inequívoca. Lo que es bueno para unos no lo es para otros. Lo que favorece el crecimiento de unos aletarga y paraliza el de los otros. El ser humano no es una máquina que se programe y, menos aún, para la vida espiritual; en ella acaban incidiendo todos los aspectos que nos envuelven y constituyen: el histórico, el psicológico, el normativo, el tradicional, el social, el familiar, el moral, el formativo, el ambiental... El ser humano capta todo lo que vive y lo interrelaciona en lo profundo de su conciencia, propiciando unas mezclas tan ilimitadas que no es posible sacar recetas idénticas para todos. Por eso, cada pista que te sugiero ha de ser estudiada con detenimiento, experimentada con sosiego y contrastada con otros caminantes. Éstas son: El “fin” siempre en el corazón Recuerdo un poema de Kostantin Kavafis, titulado “Ítaca “, en el que recomendaba al navegante “llevar siempre a Itaca en el corazón”. A lo largo de la travesía de la vida, cada mañana y cada tarde, el solitario
navegante debe tener presente y hacer memoria del motivo y el fin por los que comenzó su viaje. Lo mismo les pasa a los que peregrinan a Santiago. Todo lo que suceda en el camino, con la presencia del fin en el corazón, estará lleno de sabor y de sabiduría, y al llegar al destino final, al fin, uno tendrá la impresión de que lo que tanto apetecía y buscaba había sido ya gustado en cada jornada. La interioridad, la conciencia que nos la aclara, es el paso previo a la contemplación del Misterio de la vida, verdadero y único fin del viaje humano. Perder el fin es perder el sentido y eso te adentrará en vías de perdición, de amnesia, de locura o de pasión interesada, provocadora de muerte y desamparo. Conviene no perderse en la selva. Para eso te propongo que agudices la inteligencia y la pongas al servicio de este proyecto vital. Para encontrar el fin has de andar con un cierto orden. Si te he pedido más arriba que conectes con experiencias básicas de tu vida es porque confío en que, a través de ellas, con sensibilidad y atención creciente, te será posible la aparición sorpresiva, en cualquier momento, de la luz del fin. Has de saber esperar. Todo lo bello, noble y auténtico tarda en aparecer. Le pasa lo mismo al montañero sediento cuando busca el manantial que le refresque; siempre aparece cuando menos se espera y la alegría, entonces, es mayor. Esto es esencial para que crezca en ti una seguridad básica. Es lo que te ha de dar el inicio de la confianza. Es lo que te hará gustar y apetecer con atracción creciente este camino “de vida y vida abundante”. El hombre y la mujer actuales, hijos de la influyente y poderosa cultura posmoderna, no están especialmente capacitados para un encuentro consigo mismos o con el fin que les da vida; un encuentro que sea fruto de espacios anchos, de largas horas y de prolongadas experiencias de silencio y oración. Esta cultura es laboriosa y agitada, llena de alternativas y de entretenimientos, apesadumbrada e implacable en su falta de tiempo para reposar; por ello, es preciso plantear la vida interior a base de catas, de perforaciones, de inmersiones y de momentos precisos de luz. Madeleine Delbrél estudia este tema de modo esponjoso y dice cosas como éstas: “Para la oración tenemos racionado el espacio, y ese espacio que nos falta deben sustituirlo las perforaciones... Estemos donde estemos, allí está Dios
también. El espacio necesario para reunirnos con Él es el lugar de nuestro amor... Amar a Dios lo bastante para querer estar con Él, llevar con nosotros el deseo de ese amor... Algunos minutos de una oración así nos darán a Dios, y nos lo darán más que muchas horas, quizá sumamente recogidas, pero que no han estado precedidas por un deseo vivo y voluntario”37. Aprende a tener el fin en el corazón, a base de momentos privilegiados que tú vayas propiciando o preparando. El Dios Amor es el fin y no debe haber otro No conviene equivocarse y es preciso que llames a las cosas por su nombre. Has visto demasiada gente decepcionada de sí misma y del vacío del corazón humano, para que esquives el tema de fondo y el fin en el que crees, y del que damos fe y somos testigos. Sólo el encuentro con un Dios personal, lleno de positividad, y expresión suprema de la bondad y del amor, puede calmar la sed del corazón del hombre. Sabes que el encuentro interpersonal y amoroso es capaz de equilibrar a los seres humanos. No son las cosas, ni las ideas, ni los sentimientos etéreos los que llenan de felicidad y de sentido la vida humana. Es el amor que nos llega desde otras personas el que tiene capacidad para transformar, elevar, dignificar y positivizar, en crecimiento continuo, al hombre. Un ser personal es el único que puede hablarte y puede comunicarse contigo a pecho descubierto y con libertad. Es el único en el que puedes confiar. Un ser personal, con toda la potencialidad positiva imaginable y que sea la Fuente del Amor, puede darte las alas necesarias para volar alto, como el águila, y para gozar de la dicha de vivir y de esperar una vida libre y serena. “Porque cuanto más desnudo y libre sea el ánimo que se abandone a Dios, siendo sostenido por Él, tanto más hondo será colocado en Dios el hombre y será susceptible de hallar a Dios en todos sus preciosísimos dones. Pues el hombre ha de confiar sólo en Dios” 38 No se puede, ni se debe, favorecer la osadía de una espiritualidad en el aire. Al menos yo, honestamente, no puedo hacerlo. Esto no es 37 38
Madeleine Delbrél, La alegría de creer, Ed. Sal Terrae, Santander 1997, p.218-219. Maestro Eckhart, op. cit., Tratados, p. 128-129.
propaganda de una determinada religión. Es testimonio de una experiencia de la que doy fe con el rigor del paso de mis años y con la gracia de una progresión sin otro fin que la plena posesión del Amor, que es Dios, y de la contemplación de un rostro, que el hombre no puede ver, pero por el que pronto descubre una gran vocación y atracción. Aprende a descubrir al Dios del Amor como el fin verdadero de tu existencia, abandonándote libremente en sus manos. Abierto a todo y seleccionando lo positivo y lo saludable El cultivo de la espiritualidad es un trabajo y un secreto de los hombres. Algunas tradiciones han intentado hacer de esta tarea un coto cerrado en el que sólo pueden entrar unos cuantos elegidos, disciplinados o autodisciplinados a ultranza. No podemos decir que el cultivo de la interioridad haya sido una tarea común ni fácil entre los hombres. La atracción por el dinero suele ser más común entre nosotros y son pocos los que, teniendo la oportunidad de acercarse hasta él, no acaban sucumbiendo ante su fascinación, a pesar de las consecuencias funestas que éste puede acarrear. No suele suceder lo mismo con la fascinación por la vida interior. En la tradición bíblica, que a veces considera la riqueza como una bendición, nos encontramos también con posturas realistas con relación a la sombra de muerte que proyecta el dinero, que promete una felicidad que acaba en engaño miserable, como la que nos ofrece Qohélet 39. También es iluminadora, en esta línea, la siguiente cita de un místico del Islam: “Habrás saboreado todos los goces del mundo por toda la vida -escribía el poeta místico persa Abu Said I-Khair (967-1049)- habrás gozado de la tranquilidad con tu amiga por toda la vida; pero al final de la vida te tocará partir; y todo no habrá sido sino sueño, que habrá durado toda la vida” 40. Falsearíamos la realidad si planteásemos el cultivo de la vida interior como algo común y general en la vida de la humanidad. Sin embargo hemos de resaltar que la llamada a la vida interior, no su desarrollo, está impresa en todos los seres humanos, y no existe inconveniente 39 40
Gianfranco Ravasi, Qohélet, Ed. Paulinas, Madrid 1991, p.150-151. Citado por Gianfranco Ravasi, op. cit. p. 151.
alguno para que pueda ser desarrollada sin distinción de raza, lengua, conocimientos o religión. La llamada es universal y está impresa en todo ser pensante. No todos la desarrollan ni todos dan con las claves esenciales para hacerlo, pero está en todos y es para todos. Esto es importante comprenderlo ya que el desarrollo de este cultivo nace de la fe en que es posible. El que se inicia en este aprendizaje ha de mantenerse abierto y sin miedo ante lo que se le ofrece. Los acontecimientos, personas o cosas que llegan hasta ti están puestos para tu aprendizaje. No desdeñes nada por principio ni por prejuicios. Hasta el pecado es una vía de enlace con la interioridad en no pocos hombres santos y espirituales. Tú mismo lo habrás experimentado. En todo puedes entrar, pero para quedarte sólo con lo bueno y saludable, con lo que es un bien al que adherirte. La apertura del hombre es esencial en esta aventura y está relacionada con el Misterio y con el corazón humano que la actualiza. La conjunción entre la humildad de tu corazón y la luz del Misterio hacen posible una conciencia lúcida, responsable, creciente, abierta al amor y capaz de superar la negatividad que constituye el fondo de sombra de la vida. Negatividad que ensombrece y enloquece tu espíritu y que se esfuma, sin embargo, cuando le pierdes el miedo y te abres, como una rosa en primavera, ante el Misterio de Dios y la vida que te envuelven. Lo positivo y saludable que te ayuda en la gran travesía, al dejarte llevar, se te ofrece con libertad y gratuidad, y te hace sentir libre, humilde y natural, sin rebuscamientos. Lo saludable nunca es interesado ni retorcido. Agua clara es la que el hombre busca al avanzar en el cultivo de su interioridad. Aprende a descubrir lo bueno, lo que te hace bien y trabájalo con apertura de corazón, sin cejar en el empeño. El contraste interpersonal no se puede desdeñar No hay recetas concretas. Cualquiera puede acabar siendo un arma peligrosa o una solución miserable. He conocido personas que no se han contrastado nunca con otras, aunque se hayan visto semanal y
oficialmente con un llamado 'maestro'. También he conocido a otras que no parecen contrastarse con nadie especialmente y sin embargo se están contrastando de modo creciente. Quien no se contrasta no se desarrolla humanamente, no se cultiva interiormente y corre el riesgo de pudrirse; es agua estancada, y la humanidad huele ya demasiado a aguas estancadas. El que se contrasta entra en la dimensión comunitaria que necesitamos para cualquier proyecto humano y especialmente para el aprendizaje al que nos estamos refiriendo. Aquí la comunicación humana y divina es esencial. No podrás dar un paso firme y confiado si no miras y escuchas los latidos y las sombras de otras vidas semejantes a la tuya. El escuchar y el saberse escuchado, en la dimensión interna de la persona, es una tarea permanente de la que no puede escaparse, salvo que quiera quedarse estancado, ni el más santo de los humanos. No hay ni un solo maestro espiritual, en cualquier tradición religiosa conocida, que desdeñe la necesidad de sentirse acompañado en el camino espiritual por los pasos, las palabras y los ojos de otros hombres experimentados o que estén igualmente en el camino. Hay partidarios acérrimos de la dirección espiritual, del acompañamiento individualizado o del seguimiento personal por parte de un maestro espiritual determinado. Yo no me atrevo a pontificar sobre este asunto. Pertenezco a una tradición espiritual que no tiene padres, ni maestros, salvo el Padre Dios y Jesucristo. No dejo de reconocer, sin embargo, la influencia positiva que han recibido algunos hermanos a quienes he visto acompañados por líderes o acompañantes espirituales que no han prota gonizado sus vidas, y que no han sido manipulados ni distorsionados en su camino. Ese acompañamiento, sobre todo en determinadas edades y situaciones, es positivo. El aprendiz debe planteárselo como necesario. Pero hay que abrir los ojos ante esos otros 'directores espirituales' que lo que han hecho han sido copias de sus éxitos y de sus fracasos, seres aberrantes que repiten, como loros clónicos, aquello para lo que han sido planificados y programados. Considero, pues, necesario el contraste espiritual; el personalizado siempre que no exista riesgo de manipulación y la persona
acompañada tenga acceso a otros contrastes y a otros acompañantes; y me parece fundamental el contraste comunitario, el que se produce en un pequeño grupo o puede ofrecernos una gran tradición y una gran comunidad. Y no olvides que el gran contraste es el que puedes vivir con el Misterio personal que anida en tu corazón y que te conduce, a través de un crecimiento personal positivo, hasta el fin del camino que, cada día, en cada presente, se te hace realidad. Busca siempre contrastarte con Dios y con otros caminantes. No te cierres en ti mismo. Vive el presente con una conciencia diáfana Se dice que el presente es el tiempo de Dios y el tiempo del Misterio. Vivir del pasado o mirando al futuro es algo típico de nuestra determinación en el tiempo y de nuestra finitud. El pasado y el futuro son percepciones humanas que alimentan las fragilidades del ego, pero que pueden no facilitar un crecimiento acompasado de la interioridad. El sometimiento al tiempo nos hace vivir en ansiedad y culpabilidad. Ansiedad por lo que no llega o se teme su llegada; y culpabilidad por lo que ya no es pero pesa como losa de mil kilos. El presente es el tiempo de la creación, del diálogo, de la relación armoniosa y del gozo. Sólo se goza de lo que se tiene plena conciencia, y la conciencia necesita vivir positivamente y en presente para que su desarrollo sea equilibrado y auténtico. El presente posibilita el encuentro distendido con el Otro, que despierta una conciencia diáfana y que se ensancha en la medida misma en la que se pone en práctica. “Tú que en el aprieto me diste anchura”, que reza el salmo. La salud mental, que te introduce en el cultivo de la interioridad, es hija de un presente que aceptarás con paz, con sosiego y con confianza ilimitada en el poder-amor de Dios. La interioridad es siempre una experiencia de presente. Los frutos del jardín interior serán posibles en la medida en que te centres en tu presente y en el de Dios. Es aconsejable, para cualquier aprendiz de la vida interior, que haga, a lo largo del día, experiencias diversas de una conciencia que se deja poner en presente. Para ello sólo has que aprender a cerrar los ojos, a
respirar sosegadamente, a retirarte de lo que te despista y a poner el corazón y el ser en las manos suaves de quien te arrulla y compacta. Para el contemplativo no existe otro tiempo más que el presente. Si aparecen otros, no te importe, pues sabes que también actúan otras fuerzas distintas a las que tú buscas. Vive el presente para que se ensanche tu corazón y puedas contemplar la nueva vida que brota en ti. Trabaja con lecturas que aligeren el espíritu No sé si estás especialmente dispuesto o preparado, metodológicamente hablando, para la vida interior. Lo escrito hoy es mucho y en todos los ámbitos encontrarás autores que te iniciarán en el camino de la vida interior. Los libros sagrados de todas las religiones, unos más que otros, son diálogos abiertos entre el hombre y su interioridad, su conciencia. La Palabra de Dios es el lugar común para un encuentro singular, en el que brote el cultivo de la interioridad. Mucho tienen que decir y aportar los hombres espirituales sobre la importancia vital de “la verdadera fuente que mana y corre”, que es la Palabra de Dios. No existe ningún instrumento más privilegiado, siempre que se haga de ella una utilización correcta. El libro “Intimidad con Dios”, ya citado, nos abre al trabajo con la lectio divina, como un buen medio para llegar a la contemplatio, verdadero fin de este aprendizaje. En él se marcan los ritmos y los caminos a recorrer para hacer posible el encuentro misterioso y transformante: “La lectio divina es la forma más tradicional de cultivar la oración contemplativa... consiste en escuchar los textos de la Biblia como si se conversara con Dios y éste sugiriera los temas de diálogo. Quienes siguen el método de la lectio divina cultivan la capacidad de escuchar la palabra de Dios en niveles de atención cada vez más profundos...”41. Todo peregrino hacia el corazón del universo, presente en la intimidad de cada persona, sabe que el camino se ensancha y se alarga conforme se ejercita. Es la misma sensación del alpinista que comienza a escalar la montaña y cree ver cerca la cumbre; sólo pensarlo le llena de alegría; la decepción llega, sin embargo, momentáneamente, al comprobar que tras la loma no está la cumbre, sino que continúa la ascensión. Esa misma 41
Thomas Keating, op. cit. p. 41.
es la sensación del hombre o la mujer espirituales, que han de sortear los obstáculos permanentes provocados por la espera del momento definitivo, aunque vayan gozando, entre afanes y disgustos, del placer de superar metas parciales. La vida interior se te ensancha en la medida en la que te desgastes por aquello que amas. La interioridad se te irá haciendo cada vez más profunda y las diversas moradas del castillo interior se te harán cada día más purificadoras y atrayentes. Cualquiera otra lectura espiritual, además de la Palabra de Dios, es motivo de nuevas aperturas y crecimientos en el cultivo de la interioridad y de la conciencia. Leer es fundamental y encontrar buenas lecturas, necesario. El aprendiz se convierte en un buscador nato de lecturas con las que entrar en diálogo de hondura. Has de aligerar la vida de las cargas que la oprimen y la agostan y para ello has de abrirte a cuantos más mundos mejor. La lectura es un modo privilegiado de entrar en contacto con el alma de otros seres humanos, con sus luchas y sus esfuerzos por encontrar la gracia. Y, así, algún día, podrás decir: “Tu gracia vale más que la vida”. La lectura de la Palabra y de la vida de otros hermanos es un camino del que no puedes prescindir para cultivar la interioridad. La magia del amor contemplativo comienza en el inocente menesteroso “Ser menesteroso y compartir la suerte de los menesterosos”. Menesteroso, según el Diccionario, es: “Falto, necesitado, que carece de una cosa o de muchas “. Al ver la palabra 'falto” como definición de menesteroso, se me ha llenado el corazón de ternura. El pueblo llano suele llamar 'falto”, o 'faltito”, con cariño y ternura, a los discapacitados. Y yo me he sentido un faltito. Desde siempre me han atraído con fuerza estos hermanos y he ayudado a poner en marcha algún que otro club, en el que he podido gozar de ellos y de monitores admirables, entregados hasta darnos envidia sana por tanto derroche de energía amorosa. En estos “santos inocentes” de nuestra sociedad yo he percibido la mano milagrosa de Dios y con ellos se me ha ensanchado el corazón de un modo peculiar. En el aprendizaje del cultivo de la interioridad has de dejarte ganar por los faltos, por los carentes de todo poder, de todo futuro, de toda 'plata' y gozar con su
presencia como goza el tornillo al lado del romero en la falda de la montaña. Faltos somos muchos, y eso puede tener su lado maravilloso. El falto, el carente, tiene necesidad, mendiga amor y da amor. Pocos dan tanto amor como un discapacitado. Pocos reclaman tan radicalmente el amor como ellos. La vida interior conecta con la “magia” de un amor novedoso, no racional ni calculado ni preparado. No. El amor es espontáneo, es necesitado y no se avergüenza de manifestarlo. Sólo el que sabe de lo que carece se siente en disposición de encontrarlo. Y hay que pedirlo con la naturalidad con la que lo pedía Pilar, una “novia “, así decía ella, que tuve en el club del Encuentro, discapacitada, que era feliz con que yo danzase con ella, me pusiese un ratito a su lado, le contase cualquier historieta o nos comiésemos un bocadillo juntos. Ya ha muerto, pero la ternura que emanaba quedó para siempre en mi corazón. Así quiero ser yo y puedes ser tú con el Misterio que deseamos contemplar. Así puedes cultivar la interioridad y aprender a andar por esa selva inaccesible para una razón científica, matemática y calculadora, pero que es plenamente gozosa para quien ama con una sonrisa faltita, pero encantadora y capaz de conseguir lo que precisa. Has de ser menesteroso del amor contemplativo para que puedas gozarlo y experimentarlo con hondura y con veracidad. “Él enaltece a los humildes”. Ni que decir tiene que son muchos los santos inocentes que se extienden a lo largo y ancho de la tierra. Millones de hambrientos, de oprimidos, de menesterosos, que no tienen ni siquiera lo esencial para vivir. Luchar por ellos y por su dignidad es tarea esencial para ti que quieres entrar en la hondura de esta gracia del encuentro místico. Nunca ha servido una espiritualidad evasiva y apartada del sufrimiento de los santos inocentes. Ellos son el camino más evidente para llegar al 'summum'. “Bienaventurado tú, porque tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estuve enfermo y me visitaste, en la cárcel y me viniste a ver”. Éstos son los que lograrán la eterna bienaventuranza. “Entra al banquete de tu Señor”. Bienaventurados ellos. Ser menesteroso es condición indispensable
para entrar en el Reino y en la contemplación del Misterio que se te desvela en la interioridad. Cada día es un nuevo reconocimiento Has de aprender a reconocer. La verdad que descubres, según avanzas en el cultivo de la vida interior, es que éste es un viaje a ninguna parte, a la nada; y, sin embargo, en el reconocimiento de la nada progresiva, aparece reluciente el todo. Es el viejo dilema místico en torno al todo y a la nada, magistralmente expresado por San Juan de la Cruz42. En la vida interior no hay nada que se pueda pesar, medir o contar. El encuentro es con lo inenarrable, con lo incontable, con lo etéreo, desde un punto de vista material o consumista. Es el encuentro con la nada, según el parámetro de lo apetecible y lo interesante en esta sociedad. ¿Cuánto cuesta?, que es la pregunta del realismo de nuestro mundo, es una pregunta que no puede hacerse en este aprendizaje. Si uno la hace se encuentra con que la respuesta es NADA. ¿Cuál es su forma? NINGUNA. ¿Cuáles son sus dimensiones? NO TIENE. ¿Para qué sirve? PARA NADA. ¿Cómo se usa? NO TIENE USO. La vida interior no tiene, pues, aliciente para el ego. Esa es la verdad. No puedes engañarte. Ahora bien, la mística, a lo largo de los siglos, viene diciendo que si no corres el riesgo de la NADA no acabarás nunca de encontrarte con el TODO. Y aquí estás en el umbral de un TODO, que no se posee, ni se compra, ni se adquiere por ningún mérito; simplemente se reconoce. El aprendizaje del cultivo de la vida interior te sitúa en la felicidad del reconocimiento. Nos reconocemos visitados, como vividos; la vida nos vive. Nos reconocemos acogidos, en comunión. Nos reconocemos envueltos en la gracia, hijos de un Padre que nos ama y nos arrulla suavemente en sus brazos. “El meollo del mensaje bíblico consiste en que creamos en la vida que nos 'vive'. Estar consciente de ello significa haber renacido. Nos es necesario reconocer estas relaciones, captar esta verdad y alcanzar la experiencia de esta vida. Solamente entonces serenaos auténticos seres humanos, hombres y mujeres que nos comprendemos a nosotros mismos en la luz de Dios”'43. Y el aprendiz “Y para tener a Dios en todo conviene no tener en todo nada... “, y otras muchas citas. San Juan de la Cruz, Obras Completas, Carta 17, Ed. B.A.C., Madrid 1982, p.889. 43 Willigis Jäger, Encontrar a Dios hoy a través de la contemplación, Ed. Narcea, Madrid 1991, p.96. 42
reconoce que no hay felicidad mayor. Cuando encuentres este tesoro, irás, venderás todo lo que tienes, y lo comprarás. Cuando encuentres esta perla tan fina, venderás todas las perlas acumuladas para poder comprarla. Cuando encuentres la moneda perdida saldrás a la calle a vocearlo y comunicarlo a tus amigos y conocidos. Aprende a reconocer significativamente, en la NADA de cada día, al TODO, que es presencia de la comunión con todos y con todo. NOTA PERPLEJA DE DESPEDIDA Toma todo esto en pequeñas dosis, pues se te da a pequeños sorbos. Estate atento para saber reconocer el momento en el que serás visitado y para que no se te escape ningún sorbito de interioridad y de posible contemplación. Vuelve luego a la vida de cada día, al jaleo de la casa, a las decisiones en la ONG, al drama del paro, al lío de la empresa, al suspenso... La vida es un continuo discurrir de acontecimientos que te adentran en el país de la misericordia y del amor. Aprende a reconocer y hazlo a poquitos, sin ansia alguna y en constante acción de gracias por lo que te ofrecen, que es mucho más de lo que mereces. Para terminar, te propongo una experiencia típicamente cristiana, que no me resisto a dejar de ofrecerte: la cruz. No es un camino de rosas y de bienestar burgués el de la vida interior, como pretenden vender los comerciantes de este agitado siglo. No. El camino es hermoso y bello, pero “el que quiera venirse conmigo que cargue con su cruz y que me siga”; no puedo ser un vendedor barato de “una experiencia increíble y magnífica”, en la que te vas a encontrar en una especie de gloria adelantada y con burbujas. No se te prometen paraísos para que puedas eludir el fisco. El pasó por la tierra haciendo el bien, curando a los oprimidos por el mal y dejándose matar cruelmente en tina cruz ignominiosa, que no podemos borrar de nuestras mentes, aunque lo pretendamos. Son millones todavía los sometidos cruelmente a la cruz. El camino de la gloria pasa por el Calvario. Si quieres ser aprendiz del cultivo de la vida interior debes saber que has de cargar con la cruz y que, ahí, en esa entrega y despojo de los intereses de tu yo, encontrarás lo que buscas. “Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto
hasta que descanse en Ti”. Confesiones de San Agustín.
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Aprender a llorar Iosu Cabodevilla “Yo de mi canto me espanto porque es “canto de gemido”. “Voz de dolor” que ha perdido el encanto de su canto por no llorar... “Pues, ¿a quién suena la música bien, pudiendo escuchar el llanto?” José Bergamín.
INTRODUCCIÓN A mi entender, el llorar está, culturalmente, muy unido al tema del sufrimiento y la infelicidad, aspectos que me propongo profundizar, sin embargo también existen otras acepciones que voy a intentar desarrollar a lo largo de estas lineas. No en vano elegí para comenzar un verso de José Bergamín, que parafraseando a Calderón no encuentra música que suene mejor que el llanto. Escribo sólo a partir de mi propia experiencia. He llorado y he visto llorar demasiadas veces como para obviar las lágrimas. Hace ya demasiado tiempo que mis noches de verano dejaron de ser un sueño de luciérnagas (ipurtargi), canto de grillos y visitas del Gran Duque (Búho real). Todo aquello está ya próximo al olvido. He sido testigo en mi trabajo, tanto como acompañante de enfermos terminales como de psicoterapeuta, de lágrimas densas sobre el sentido de la existencia. Lágrimas que mostraban la grandeza humana y también su miseria. Algunas de sabor amargo, cargadas de rabia y desesperación, y otras, en cambio, dulces y reconfortantes cargadas de paz y de consuelo.
Cada lágrima se funde con la biografía y el pensamiento de quien la derrama y, se impregna con el calor de las emociones del momento. Como suele ocurrir siempre que nos sumergimos en el arduo camino de la comprensión humana y de sus manifestaciones, no se trata tanto de dar respuestas cerradas y definitivas, como, más bien, de plantear en profundidad el tema del llorar, y de sugerir algunas ideas a modo de aperturas. De la misma manera que las piernas se debilitan al no caminar nunca, el hombre se atrofia si no desarrolla sus potencialidades. Por ello hay que dejar fluir lo que se lleva dentro, a fin de poder amar, proyectar y crear. Ello significa encontrarse con uno mismo y con el camino de la felicidad. Te propongo introducirte conmigo en el complicado, misterioso y extraordinario mundo de las lágrimas. Salir del campo de lo intelectual, de la locución racional y entrar en los dominios de las sensaciones, de los sentimientos, de la intuición, para encontrar el sosiego y la paz a través de las lágrimas. Se trata de la aventura de comprendernos a nosotros mismos y a nuestros congéneres a través del maravilloso mundo de las lágrimas. No podemos olvidar que a lo largo de los cruces de tu camino te encuentras con otras vidas: conocerlas o no conocerlas, vivirlas a fondo o dejarlas correr es asunto que sólo depende de la elección que efectúas en un instante. Aunque no lo sepas, en pasar de largo o desviarte a menudo está en juego tu existencia, y la de quien está a tu lado. Tal vez esta aventura que te propongo nos ayude a evaluar nuestro propio estilo de vida y nos enseñe el sabor profundo y sutil de cada lágrima y podamos darle la bienvenida cuando así suceda. La vida no siempre es justa o sana, buena o mala, o cualquier otra cosa, la vida es. Cada uno colorea el mundo con su propia vida interna. Todavía como nota introductoria señalar que traeré aquí algunas de las muchas personas que he visto llorar tanto en mi vida profesional como personal. Sé que no soy objetivo. Me interesan las personas concretas, con nombre y apellidos, con una historia biográfica única e irrepetible sumergidas muchas veces, tal vez demasiadas, en la angustia de sus situaciones humanas particulares y sus problemas específicos. Yo soy lo
que en este momento experimento ser. Me interesa el estudio directo, no sujeto a interpretaciones, de la experiencia humana. Estoy con el Dr. Laing cuando señalaba que “ser quien lee la mente de otra persona es no estar con esa persona”. No me interesa esa tendencia excesivamente objetivista que considera al ser humano desde fuera, como un simple elemento del mundo, y no ve en él más que una cosa entre las cosas, desprovista de intimidad, singularidad y particularidad. En mi trabajo siempre comienzo con lo que existe para la otra persona, trato de comprender y de sentir el modo que el otro tiene de ser en el mundo. El objetivo será siempre, el ir integrando todas las partes de uno mismo y desarrollar todas las potencialidades para llegar a ser quien realmente se es. En definitiva hacer que la persona sea más plenamente ella misma. Desviando nuestras emociones, nuestras áreas de funcionamiento sensorial, corporal, emocional e intelectual, sólo conseguimos ser cada vez más extraños a nosotros mismos. Como señala Rollo May “darse cuenta del propio mundo significa también al mismo tiempo diseñarlo”. Mi sugerencia, mi deseo y, mi trabajo irá encaminado a facilitar a las personas la posibilidad de convertirse en dueñas de si mismas, y también, como no, de sus lágrimas. Deseo, amigo lector, amiga lectora, sin querer ser pretencioso por mi parte que estas lineas te sirvan para hacer una reflexión desde tu perspectiva de persona que llora o que al menos tiene la capacidad de llorar, en lugar de hacerlo desde el ángulo de mero lector (espectador) y que vayas sintiéndote menos en conflicto con tus lágrimas (caso de que lo tuvieras), y seas capaz de vivir más libremente tu capacidad de llorar, como si de un privilegio se tratara. Gracias, de corazón, por haberme regalado tu tiempo y detenerte en leer estas lineas. LLORAR EN NUESTRO MEDIO
“...Poco después, cuando pasaste por delante de mí para ir a coger algo de la nevera, viste que estaba llorando, pero no hiciste caso de ello. Sólo a la hora de la cena, cuando volviste a salir de tu cuarto y dijiste “¿Qué hay para comer? “, te diste cuenta de que todavía estaba allí y de que todavía lloraba. Entonces te fuiste a la cocina y empezaste a trajinar entre los fogones.” (“Donde el corazón te lleve” de Susana Tamaro ) Cuando hablamos de llorar la mayoría de la gente lo entiende como cierta debilidad o por lo menos una muestra indiscreta de nuestro yo más auténtico, y por lo tanto lo suelen censurar y se tiende a suprimir esta forma de expresión. No en pocas ocasiones tendemos a cortar la expresión de emociones de aquellos con los que interaccionamos, intentando por todos los medios a nuestro alcance que se calme o que por lo menos no llore. Quizá hemos interiorizado que es negativo sentir determinada clase de sentimientos, o que las personas sufren cuando exteriorizan sus sentimientos profundos, o que nos hacemos más vulnerables al expresarlos. Algo así como no querer agregar más dolor al dolor. En general nos sentimos mal ante las lagrimas de los otros, y no sabemos que hacer. A veces cuando alguien llora, no se habla de ello, se evita hasta el mirarle, como si fuera de mala educación, como invadir su intimidad. Tal y como ocurre en el pasaje que encabeza este apartado de la bonita novela de Susana Tamaro. Seguramente desde niños aprendimos a responder a cualquier señal abierta de llanto con desaprobación, cuando no a una censura clara y explícita (“no se llora”, “los niños no lloran”, “no seas llorón”). El llanto de los niños pequeños suele causar muchas molestias e irritación a los adultos. Por lo tanto la mayoría de ellos lo ven como algo indeseable e intentan quebrar la voluntad del niño o de la niña. El resultado puede ser que luego de adultos nos encontremos con personas que ignoran lo que les pasa, y lo que sienten y hasta llegan a no saber
llorar. Se le dice al niño que sea amable, obediente, respetuoso. Para conseguir el objetivo se suele apelar al miedo, o directamente al chantaje del deseo de ser querido (“cuando dejes de llorar haremos tal cosa, o te daré lo que sea”, “como sigas llorando no te querré”...). Después de tantos mensajes que niegan nuestra experiencia, llega un momento en que ya no sabemos lo que queremos, lo que nos pasa, ni cuales son realmente nuestras emociones. Viene al caso una situación de la que fui testigo hace algunos años mientras paseaba con mis hijas Ioar y Olaia. Al acercarnos a un Kiosco de chucherías un niño de unos cinco o seis años le decía a su madre. - Ama, cómprame chuches, quiero chuches. Y la madre le contestaba. - No, no quieres. Me dejaron atónito cuando comenzaron una discusión en la que el niño reafirmaba “si, si quiero”, y la madre se mantenía en el “no, no quieres”. La reflexión que hice fue evidente. Claro que el niño quería chuches (esa era su experiencia interior), otra cosa es que la madre no quisiera comprarle por muchas razones, y seguramente razones de peso. Pero lo que ya no era saludable para el futuro psicológico del niño era negarle su experiencia interna de desear chuches. Recuerdo que el caso lo comenté con mi compañera, madre de mis hijas, pronosticando que aquel niño era un firme candidato a ser un adulto que pudiera tener dificultades en ponerse en contacto con sus deseos y sentimientos. El llanto es el lenguaje del bebé. A través de él, el niño, la niña se muestra a sí mismo y se relaciona con los demás. Muchas veces demandando la atención, o empleado para conseguir sus necesidades o deseos, por lo tanto es un comportamiento normal en los seres humanos. Hay un dicho en castellano que corrobora esta afirmación “quién no llora, no mama”. La forma en que atendemos o desatendemos esos lloros en la niñez, nos
marcarán en el posterior desarrollo psicológico. Abandonar, o no atender el llanto de un niño puede tener consecuencias tan nefastas para su posterior desarrollo, como el prestarle excesiva atención satisfaciendo todos sus caprichos. Todas las experiencias y procesos de aprendizaje que asimilamos e integramos plenamente entran a formar parte de nuestra historia vital, el fondo que da sentido a las figuras que vayan surgiendo en el camino de nuestra historia. Lo que no asimilamos o bien se pierde, o bien permanece con nosotros convertido en introyecto, un obstáculo o dificultad que impide nuestro proceso de desarrollo. Las causas del llanto son muchas y muy variadas en los niños. En los más pequeños, el niño suele llorar cuando se acerca la hora de satisfacer su necesidad de alimento (comer). También pueden llorar después de comer por molestias gástricas. Recuerdo claramente el llanto de mis dos hijas mayores con los consabidos “cólicos lácteos” y que difícilmente olvidará ninguna madre o ningún padre que haya vivido esta circunstancia. Observando a mi hijo Asier de diez meses de edad, he podido darme cuenta de la facilidad que tiene para llorar y de los distintos significados de sus lloros. Llora con fuerza cuando se le quita algo que quiere, cuando le contrarían en sus deseos, es un lloro de rabia, de protesta. Llora, cuando se golpea y se lastima. Cuando estaba enfermo por un catarro, tenia un llorar quejumbroso y apagado. También están sus lloros relacionados con sus necesidades básicas (alimento, sueño...) Llora y se enrabieta cuando no puede alcanzar algo que desea, es una forma de mostrar su frustración. Así mismo llora cuando se aleja algún ser querido con quien quiere estar, fundamentalmente su madre, pero también cuando se acerca después de algún tiempo sin estar con ella. Se expresa con el llanto de tantos y tantos estados de ánimo que cada lloro es distinto. En general, podemos afirmar que un llanto vigoroso y fuerte, que no va acompañado de ningún otro signo es señal de una excelente salud en el bebe, y si tenemos la certeza de que llora porque quiere llorar, lo mejor que podemos hacer es dejarle llorar. Por el contrario el sollozo y el
llanto apagado puede indicar que el niño o la niña no está bien, de que algo le pasa. Muchas veces, en nuestra cultura, desplazamos el llorar. No nos permitimos el llorar por ciertos motivos, ya que consideramos que no está bien visto y, sin embargo, sí podemos hacerlo por otros. Recuerdo a un hombre joven de unos treinta años que rompió a llorar en una sesión de grupo, aparentemente ante la muerte repentina por accidente de un familiar y, sin embargo, él mismo reveló que no lloraba por la perdida de su ser querido, sino que lloraba por él, y aprovechaba esta oportunidad que se le presentaba donde no seria interrogado por el sentido de sus lágrimas, ya que todo el mundo aceptaba el dolor por el fallecido. También en nuestro medio, suele ser habitual que la persona que en un momento determinado se emociona y llora pida disculpas por ello. Es algo así, lo decíamos antes, como tener asumido que le ponemos en un aprieto al otro. Como que la otra persona se va a ver en la obligación de tener que hacer o decir algo, y nos hacemos responsables de esa presunta incomodidad que le hemos creado al otro pidiendo disculpas. Nuestra sociedad tiende a vender clichés envasados. Quien expresa emoción ante la pérdida de un ser querido es débil, mientras quien responde de manera rígida entonces es fuerte y se le valora. Recientemente asistí a un funeral en el que uno de los sacerdotes que concelebraba la ceremonia se permitió emocionarse al ir dibujando el semblante de la fallecida, de su familia y de las circunstancias especiales que rodearon la muerte de la difunta. Es frecuente que esos clichés envasados originen conflictos entre las necesidades orgánicas y los roles sociales de conducta y consideración en los que basamos nuestras relaciones. Así, me encuentro muchas veces en el dilema “se llorar y soportar la vergüenza o ahogar el llanto y soportar el dolor del nudo que me oprime y me ahoga”. Podemos concluir este apartado diciendo que si todo va bien, el llanto surgirá en muchas ocasiones, de manera espontánea y fluida a lo largo del
ciclo de la vida. Estará en nuestra responsabilidad el permitírnoslo. DE QUÉ Y CÓMO LLORAMOS “En la ribera del Nilo, al atardecer, una hiena encontró a un cocodrilo; ambos se detuvieron y se saludaron. La hiena habló y dijo: “¿ Cómo lo estás pasando, Señor?”. Y el cocodrilo respondió: “Mal. A veces en mi tristeza y dolor lloro, y entonces las criaturas dicen: “No son sino lágrimas de cocodrilo.” Y esto me duele hasta lo indecible.” Entonces la hiena habló: “Tu hablas de vuestro dolor y tristeza, mas, pensad en mí por un momento. Yo me admiro de la belleza del mundo, de sus prodigios y milagros, y desbordada de alegría me río aun cuando el día se ríe. Y la gente de la jungla dice: “No es sino la risa de una hiena”. (El vagabundo. Khalil Gibran).
Cuando me encargaron escribir estas lineas los primeros días del mes de julio acababa de regresar de un congreso sobre “Vivir es morir. Morir es vivir” en Maspalomas (Gran Canaria). Me impresionó el relato emocionado ante más de mil personas de una campesina superviviente de la matanza de El Mozote (El Salvador), donde fueron violentamente muertos a manos del ejército todos los habitantes del poblado (hombres, mujeres y niños). Aún con la imagen fresca de aquella mujer que lloraba ante la muerte injusta y violenta, recibo el encargo de escribir sobre “aprender a llorar”. ¿De qué y cómo lloramos aquí, a tantos kilómetros de distancia y en unas circunstancias tan distintas de las que venia ésta campesina Salvadoreña? Se me ocurrió entonces interrogar a mis amigos y conocidos sobre qué les hace llorar y cómo lo hacen. Las respuestas fueron muy variadas y seria inacabable el comentar todos los motivos por los que lloramos los seres humanos, no en vano, hay tantas razones para llorar como para reír en la vida. A pesar de las dificultades, no renuncio a señalar algunas de estas razones. • Llorar de tensión. Recuerdo a una mujer de 37 años, casada, y con enormes deseos de ser madre. Tras muchos intentos y diferentes tratamientos consiguió quedarse embarazada. Su embarazo no fue
fácil, y las posibilidades de aborto espontáneo eran grandes. Así es que debía guardar reposo y estar acostada casi todo el día. La tensión que fue acumulando fue grande y ya casi al final del embarazo rompió a llorar durante días enteros, días y noches sin ningún motivo aparente. Sin embargo la explicación psicológica de dicho llanto era bastante evidente. Primeramente había acumulado mucha tensión de su no embarazo, después, y una vez conseguido este, continua acumulando tensión por temor a perderlo, condimentado por el aislamiento, y las limitaciones que le suponía el hacer reposo absoluto. Toda esta tensión sale en forma de llanto una vez que el embarazo ya estaba llegando a su fin y no había peligro para el feto. • Llorar de emoción. Las lágrimas de Doña Bittori. Doña Bittori es una señora de 76 años, soltera, de la montaña de Navarra donde vive en una casa grande de un pueblecito pequeño de un valle próximo a la capital. Se encuentra ingresada desde hace un mes y medio aproximadamente en la Unidad de Cuidados Paliativos del Hospital San Juan de Dios, aquejada de un cáncer de endometrio sin curación posible y con una corta esperanza de vida. Una calurosa mañana del mes de agosto, entré en su habitación, estaba sola, y me senté en su cama. Noté que aproximó su mano y agarró la mía con una ligera presión. Quería que me quedara un rato con ella y así lo hice. La conversación pronto se dirigió hacia el tema que le estaba afectando emocionalmente. Se trataba del apoyo y compañía que estaba recibiendo de sus amistades. - Ayer vinieron unos vecinos que hacia poco se han trasladado al pueblo. Señaló con voz suave, y sin poder contener las lágrimas que iban cubriendo sus ojos. - Le emociona, Doña Bittori, que vengan a visitarle. Le reflejé con tono empático. De sus ojos comenzaron a brotar abundantes lágrimas que mansamente se deslizaban por sus mejillas.
Ella continuo en el mismo tono. - Han pasado todos los del pueblo a visitarme. - Y esto le gusta y le emociona, ¿no es así Doña Bittori? Lo cierto era que a Doña Bittori nunca le ha faltado la compañía en este final de vida, a pesar de ser de familia muy corta, sin hijos, ni hermanos. Sus lágrimas, su emoción tenia que ver con sentirse tan querida, tan bien acompañada. • Llorar por todo o por nada. Son dos polaridades de la misma experiencia. Lo decíamos antes probablemente hay tantas razones para llorar como personas en el mundo. Siempre podemos encontrar un buen motivo para llorar. • Llorar de tristeza. • A veces con una lágrima traemos a nuestro recuerdo la presencia de alguien que ya no está, y a través de esas lágrimas compartimos nuestro presente. • Llorar de soledad, de soledad dañina, cuando esta se percibe como fracaso. De sabor amargo acompañada, muchas veces, de experiencias de rechazo. • Llorar por el paso del tiempo. Vivido este como una especie de monstruo que todo lo engulle y lo devora. • Llorar de rabia, de impotencia, cuando no me entienden. • Llorar por dejar de ser “la reina de los mares”. Se trata de un llorar cuando se pierde cierta posición de privilegio. Este motivo me lo sugirió una amiga refiriéndose a su hija de cuatro años, y que con el nacimiento de su hermanito de apenas unos meses llora con cierta frecuencia. • Llorar de indefensión, de abandono, de desconsuelo. • Llorar de carencias. • Llorar de malestar, de dolor, de sufrimiento. • Llorar de miedo. • Llorar de necesidad de Dios. • Llorar de confianza, “darse permiso para llorar . • Llorar de abrirse a algo, de descubrir su verdad. • Llorar de risa. • Llorar de placer.
A través de las lágrimas, estamos viendo, expresamos una gran multitud de sentimientos, emociones y, situaciones diferentes. Algo parecido nos pasa al describir el cómo lloramos, es decir, la forma en que lo hacemos. Probablemente cada persona tiene su estilo, pero podemos señalar algunas formas. • Podemos llorar solos o acompañados. Lágrimas que pretenden esconderse de cualquier mirada indiscreta y se recogen con disimulo en la punta de un pañuelo. Personas que aprovechan la oscuridad de la noche para llorar o se aíslan para poder hacerlo. Llorar en compañía, tal vez para compartir, o buscar consuelo, o quizás para conseguir algo. • También se puede llorar por dentro o por fuera Llorar por fuera sería cuando nuestros ojos se llenan de lágrimas, que suelen resbalar por la mejilla. Y llorar por dentro es cuando las lágrimas no llegan a humedecer nuestros ojos. • También probablemente hay un llorar tóxico o nutritivo. El tóxico se trata de lágrimas corrosivas, que nos indigestan, lágrimas manipulativas que nos impiden profundizar en nosotros mismos, lágrimas tramposas que funcionan como barreras con nuestro yo más auténtico. El nutritivo (enriquecedor) del que hablaremos más adelante es el que nos posibilita el seguir creciendo, madurando en el ciclo de la vida. • Se puede llorar por exceso (el llorón) y por defecto (el que nunca llora).
LAS LÁGRIMAS. OTRA FORMA DE LLEGAR AL INTERIOR DEL SER HUMANO Toma una lágrima, y deposítala en el rostro del que no ha llorado. Mahatma Gandhi. El camino para reencontrar la paz está cubierto de lágrimas. El único maestro que existe, el único verdadero y creíble, es la propia conciencia. Para dar con ella hay que mantenerse en silencio - en soledad y en silencio, hay que estar sobre la tierra desnuda. Hacernos conscientes de nuestras lágrimas. Lágrimas exteriores que salen de nuestros ojos y corren por nuestras mejillas, y lágrimas interiores que discurren como ríos interiores de aguas subterráneas. El objetivo básico de cada persona, de cada uno de nosotros, es llegar a ser quien realmente se es, realizarse, y para ello también tenemos que saber llorar. Cuando entramos en la quietud y escuchamos nuestras lágrimas, podemos comprender su sentido y tenemos la oportunidad de sentir la vida que nos envuelve con la que formamos un todo. La quietud aporta una serenidad profunda a nuestros corazones y una fuerza vital. Es como la montaña, silenciosa, majestuosa y tranquila. En general, no queremos cosas nuevas, sobre todo cuando desajustan nuestros viejos esquemas, especialmente cuando implican un cambio. Nos da miedo la pérdida de lo conocido. No queremos ver, escuchar, escucharnos, porque si lo hacemos podíamos cambiar. Abre bien los ojos, deja sentir tus lágrimas, y tal vez, entonces podrás empezar a entender algo de ti mismo, de ti misma. Es fundamental que no perdamos el contacto con nuestros sentimientos,
con el significado de nuestras lágrimas. Las lágrimas muchas veces nos ponen en contacto con el lado oscuro de nuestra existencia. Es como la cara oculta de la luna, no está iluminada, no hay luz en ella, pero existe. A través de nuestras lágrimas podemos llegar más fácilmente al conocimiento de nuestro yo más profundo que la verbalización intelectualizada a la que estamos acostumbrados. Cada cual debe buscar, en todo caso, su verdad subjetiva, parcial y particular. No existe un camino único, cada persona tiene que encontrar su propia verdad. Conocer significa mirar atentamente, observar lo que está pasando dentro de ti y a tu alrededor. Vivir sanamente, en plenitud, es conocer, es darse permiso para ser pletórico, exuberante, para experimentar alegría, para sentir también el dolor, lo que nos resulta amenazante, conmovedor, extraño. Vivir plenamente es abrirse también al llanto, abrazar lo que nos ofrece la vida. Vivir en plenitud es disfrutar, asimilar a fondo lo que está allí en cada momento, sin aferrarse a nada. Vivir sanamente es celebrar la vida, las esencias , las capacidades y posibilidades de la persona. Todo lo contrario que las personas congeladas, enlatadas, que por miedo a perderse, se ponen en conserva, sin saber que tienen fecha de caducidad. Cada uno de nosotros es un proceso constante. Mi experiencia posee la cualidad de ser continua, móvil, siempre cambiante. Todos los seres vivos están haciéndose. Como dice Carl Rogers la persona sana “es aquella que vive cómodamente en el cambiante fluir de su experiencia”. Experimentar es un proceso de sentir (tanto sensorial como emocional) muy diferente a verbalizar. Debemos estar alerta. Si queremos llegar a nuestro yo más profundo no debemos quedar excluidos de ninguna área de nuestra experiencia interior.
No existe un camino único, la única gran verdad es la verdad que descubrimos solos. A través de la aceptación de las lágrimas podemos sentirnos más unidos a ese sagrado misterio que es cada ser humano y nos abrimos al circulo de la vida. La verdad tiene muchas facetas y formas, y se muestra de múltiples maneras. Cada lágrima es una forma sagrada de expresar esa verdad en su forma de vivir la vida. Nuestra capacidad para estar atentos a la verdad sin prejuicios proviene del centro de nuestros Espacios Sagrados. Nuestros ojos tienen muchas maneras de enseñarnos a ver la verdad. Tus ojos pueden ver el mundo que te rodea y asimilar las cosas bellas de la Creación. Esa visión silenciosa se convierte, para siempre, en parte del espíritu de esa persona. A veces debemos escuchar lo que no se dice, y no escuchar simplemente las palabras. Cuando escuchamos la suave voz que hay en nuestro corazón, podemos acceder a nuestro yo más profundo. El ritmo del llanto, también nos proporciona una pista para seguir, ya sean lagrimas que a veces se muestran turbulentas y otras veces mansas y serenas. Escuchando nuestras propias lágrimas podremos llegar a la serenidad del alma. Quién nunca se ha puesto a escuchar sus propias lágrimas, jamás podrá escuchar en profundidad las de otro ser humano. Déjate llorar, date permiso, y a medida que vas pasando las orillas de los recuerdos, el camino te sumergirá en el flujo de la vida, a través de un paisaje interior formado de vivencias, algunas tan remotas que ya han
sido olvidadas y otras que ni tan siquiera han sido vividas directamente por nosotros pero que nos pertenecen al ser herederos de una estirpe determinada, de un clan concreto formado por nuestros antepasados. Recuerdos que en mi caso están compuestos de historias de insurrectos, de giris y carlistas que huían monte arriba, del río Arga, de los cerezos floridos del valle de Etxauri (Navarra), de las bordas de montaña, del cierzo y de la nieve que mi abuela Brigida me contaba, y que yo con ojos de niño grababa en mi retina. Recuerdos de la Casa llamada Maisterrena, de la Peña Izaga, del valle de Unciti, de la Valdorba, de tantas y tantas pinceladas de las que está compuesto mi paisaje interior. El paisaje del corazón varía en cada persona. Hay paisajes interiores cargados con el más puro granito procedente de las montañas. Otros reflejan un paisaje de suaves flores salvajes que cubren un vallecito verde en el que transcurre haciendo meandros algún arrollo de montaña de aguas puras y cristalinas. Otros pintan un cuadro de tierra árida, o tormentas, o volcanes en ebullición, o de mares, o de horizontes sin límites. La opción de aceptar la verdad de mis lágrimas, es dura, sobre todo para aquellos que deben atravesar paisajes desolados de un pasado vivido, tal vez, demasiado próximo. SANAR LLORANDO. LAS LÁGRIMAS INTEGRADAS Cuando las estrellas callan es que quieren escuchar la música de tus lágrimas. José Bergamin. Tus ojos pueden derramar lágrimas que limpiarán tus heridas, permitiendo que te cures. Afligirse es una parte del proceso de curación. El objetivo es vaciar el dolor, llorar puede eliminar la carga. Verter las lágrimas, hablar y expresar el dolor de nuestros sentimientos representa liberarnos.
Podemos sanar llorando y dando rienda suelta a ese dolor. El tomar conciencia de nuestras lágrimas nos devuelve la integridad. Cuando no se integran las lágrimas, saben a amargura. Es como el vino rancio que no ha sido bien tratado y se amarga. El llanto puede ser una convulsión purificadora que nos permite continuar. Recientemente pude leer en el número 64 (agosto 1997) de la revista CuerpoMente un reportaje sobre Maya Tiwari. La excepcional historia de una diseñadora de modas que se enfrenta al cáncer en un retiro de silencio. Maya Tiwari era una famosa diseñadora de modas en el corazón de Manhattan. Mimada por el éxito y la fama desde muy joven, Jackie Onassis compraba en su tienda, y medio Hollywood se vestía en ella. Con solo 23 años irrumpe en su vida un cáncer que se resiste a los tratamientos convencionales. Desesperanzada, se retiró a una pequeña cabaña en Vermont y empezó lo que se ha convertido en el trabajo de su vida: “Si me iba a morir, tenía que poner ciertas cosas en orden. Lloré hasta que mis tejidos quedaron limpios de miedos, dolor, esperanzas, sueños y decepciones”. La experiencia de esta mujer, y el sentido de liberación que le da a sus lágrimas es lo que quiero traer aquí. Hay lágrimas que limpian y nos permiten ver y conocer con más claridad. Para integrar las lágrimas debemos prestar atención sobre nuestro mundo interno o externo, o bien sobre las sensaciones físicas. Debemos estar atentos a lo qué estamos haciendo, o lo qué estamos sintiendo, o si estamos evitando algo. En el conocimiento está la curación, la verdad, la salvación, la espiritualidad, el crecimiento, el amor, el despertar. Ser conscientes de lo que decimos, de lo que hacemos, de lo que pensamos, de cómo actuamos. Ser conscientes de dónde venimos, de cuales son nuestras motivaciones, es posible que nos ayude en esta difícil tarea de
llegar a ser quien realmente somos. Una personalidad integrada tiene una forma unificada de comunicarse y de expresarse. Al aceptar nuestras limitaciones, muchas veces esos límites se ensanchan. Al aceptar “lo que existe” y hacerle frente, transforma la situación, la transciende y alcanza la verdadera libertad. La aceptación es el camino hacia una mente tranquila. En general las personas integradas poseen una sabia habilidad para aceptar la realidad. Conocí a una mujer que no podía llorar, o por lo menos eso es lo que manifestaba, había ahogado el sonido de su llanto. Poco a poco, lentamente, fue descubriendo que no es que no pudiera llorar, sino que temía que si empezaba no podría terminar. Lo cierto fue que durante una sesión de terapia de grupo, se le llenaron los ojos de lágrimas y comenzó a llorar con suavidad, permitiendo que las lágrimas rodaran silenciosas por sus mejillas. Yo me comportaba con cierta crueldad, hurgando en aquella herida, pero sabia que de no serlo ahora habría significado ser más cruel todavía. En el grupo surgió un sentimiento muy cálido e intenso que fue irradiando hacia los demás, a medida que iban surgiendo las lágrimas en esta mujer, se fue produciendo en la sala una fuerte carga llena de vida. Recuerdo que de uno en uno se fueron levantando de sus asientos los miembros del grupo acercándose a ella y abrazándola, terminando todos en una piña, sin palabras, con manos y cuerpos que se entrelazaban. Al cabo de unos minutos, la mujer que no podía llorar, de forma serena manifestó su agradecimiento por lo sucedido, ¡podía llorar sin miedo a no parar!. Pero no siempre es conveniente dejarse llevar por las emociones, hay que discriminar con claridad para no caer en una trampa emocional que nos impida entrar en contacto con sentimientos más profundos. Una forma habitual de bloquearnos es la represión, el olvido mediante ella no es liberador. Parece que nos aleja de lo que nos hace sufrir, pero no lo consigue del todo, porque el recuerdo permanece enterrado en nosotros y sigue influyendo en cada instante de nuestra vida.
Revivir lo vivido con la misma intensidad emocional, es una estrategia terapéutica que ayuda al cierre de situaciones inconclusas. Ésta es la teoría paradójica del cambio. Recordar algo profundamente significa olvidarlo. Las lágrimas prisioneras de Miguel. Recuerdo a un hombre de cuarenta y pocos años, emprendedor, con importante éxito en el mundo laboral, aunque de origen rural y de clase social baja, se había aupado a ese reducido grupo con grandes medios económicos, adaptándose a los modales de la alta sociedad, tanto en su forma de vestir como en su lenguaje refinado. Le llamaré Miguel. Miguel acudió a consulta psicoterapéutica aquejado de unas lágrimas que había tenido que ocultar y reprimir, y que no podía mantenerlas durante más tiempo dentro de él. Casado y con tres hijas, una de ellas, la mayor, estuvo enferma de leucemia durante los últimos años de su vida. La niña murió con doce años. Miguel vivió intensamente todo el proceso de la enfermedad de su hija, ocultando y simulando su desesperación ante el desenlace de la enfermedad. Al principio fue un enorme shock, que se convirtió en esperanza ante la buena respuesta a los tratamientos médicos, pero poco después la enfermedad fue avanzando, y los tratamientos dejaron de hacer el efecto esperado. Cada nuevo tratamiento era vivido con angustia, y un hilo de esperanza que se truncaba a los pocos días a la vista de los resultados. Recuerdo la última sesión que tuve con Miguel, fue tremendamente emotiva. En ella Miguel relató a veces derrumbado y otras ahogado por la rabia y por las lágrimas, que muchas veces había deseado la muerte accidental de su hija para acabar con el sufrimiento que le producía el verla que se iba apagando. Aquella tarde, su voz aparecía quebrada en un gemido incontenible. Sentado frente a mí, Miguel no pudo aguantar más. No pudo soportar por más tiempo la angustia del eco lejano del aullido de dolor de su corazón. El recuerdo de su hija estalló en su memoria deshecha en mil imágenes hirientes, corrompidas por el dolor oculto que no pudo borrar el agujero sin fondo del olvido. Habló con lágrimas en los ojos, de una conversación mantenida con su hija en la que ella le preguntaba sobre qué era el
amor, o estar enamorada. Aquella voz de niña que despuntaba a ser mujer, le producían más dolor si cabe, y mayor esfuerzo en reprimir el llanto. A su hija le ocultaron la irreversibilidad de su enfermedad. Este compromiso también le estaba ahogando. Bruscamente, en un momento de la entrevista, cesó su llanto, y como una ráfaga del frío cierzo de enero que te deja helado, me miró con los ojos abrasados por las lágrimas. Difícilmente podré olvidar esa mirada, en la que el miedo atravesó sus ojos y se clavaron en los míos y con voz quejumbrosa fue narrando como ese engaño continuo llegó a su fin una noche en la que no pudo más y ante la gravedad de su hija con la que ya no era posible comunicarse verbalmente, estando los dos a solas, él le revelo la verdad y le pidió perdón por el engaño mantenido. Como un remanso en la corriente de un río, el curso de la vida de este hombre se había detenido en ese instante, y ahora, ante mí, sólo se extendía el inmenso paisaje de un hombre desolado, en el que el tiempo no había podido borrar las heridas. Con la memoria y el corazón deshechos por el llanto, escondió la cabeza de nuevo entre sus manos y rompió a llorar. Observe en silencio y de cerca el temblor ardiente de su pecho, la caricia salobre y amarga de sus lágrimas sobre la piel de sus mejillas. Mientras, Miguel continuó entrecortadamente su relato. - En el momento que terminé de decirle su situación, la pequeña abrió los ojos, tuvo unas convulsiones... y murió en mis brazos (pausa). Mi mujer no sabe nada de esto, ignora que yo le comuniqué la verdad. En sus palabras pude apreciar cierto tono de culpabilidad. - Hiciste lo que creías que tenias que hacer, ¿no es así, Miguel? Él, mucho más sereno, asintió con la cabeza. Sin embargo, su serenidad duró poco. Estaba quieto, casi inmóvil, con los ojos clavados en el suelo cuando... de pronto, Miguel sacó un pañuelo blanco, hundió la cara en su pañuelo y empezó nuevamente a llorar. Su llanto sonó distinto. Le interrogué.
- ¿Estas llorando por el vacío que te ha dejado tu hija? Con la cara oculta en el pañuelo, Miguel se sonó la nariz y negó con la cabeza. - ¿Porqué no sabes si actuaste bien? Miguel volvió a negar con la cabeza. - ¿Con qué tienen que ver tus lágrimas ahora? - No estoy muy seguro. - Miguel, te voy a pedir un pequeño esfuerzo de imaginación. Quiero que te imagines que tus lágrimas tienen voz..., quiero que les prestes tu voz..., si tus lágrimas pudieran hablar ¿qué dirían? Al principio su cara expresaba sorpresa, al poco tiempo su silencio se rompió y dijo: - Hablarían de liberación, (...) de haber podido por fin salir al exterior (...). Hablarían de haberse sentido presas durante mucho tiempo. Aquella fue una de las sesiones más emotivas que he vivido. Ya no volví a verle nunca más a Miguel. Probablemente para él fue suficiente el poder derramar con libertad y sin sentirse juzgado aquellas lágrimas reprimidas y que le estaban atormentando. Muchas veces el tiempo es paciente, y poco a poco va borrando de nuestra memoria el dolor de fuegos que ocurrieron en nuestra vida. Pero hay brasas que arden en el corazón mismo de la tierra, grietas humeantes en la memoria tan profundas y escabrosas que ni tan siquiera el manto de nieve de la muerte bastará tal vez para borrarlas. A MODO DE CONCLUSIÓN “No pudo decir nada más. Estalló bruscamente en sollozos. La noche había caído. Yo había dejado mis herramientas. No me importaban ni el martillo, ni el balón, ni la sed, ni la muerte. En una estrella, en un planeta, el mío, la Tierra, había un principito que necesitaba consuelo. Lo tomé en mis brazos. Lo acuné. Le dije: “La flor que amas no corre peligro... Dibujaré un bozal para tu cordero. Dibujaré una armadura para tu flor... Di...” No sabía bien qué decir. Me sentía muy torpe. No sabía cómo llegar a él, dónde encontrarlo... ¡Es tan misterioso el país de las lágrimas...!”
(El Principito de Antoine de Saint- Exupéry) Aprender a llorar. Aprender lo que nunca deberíamos haber olvidado. Aprender lo que hicimos en una de nuestras primeras manifestaciones en la vida. A lo largo de mi vida me he encontrado con muchas personas bloqueadas, incapaces de llorar. Aunque sienten una sensación, no se dan cuenta del significado de esta, no entienden qué significan esas sensaciones. Las señales de su cuerpo le son extrañas y tal vez hasta las interpreten como amenazantes. Facilitar el darse cuenta será un proceso lento. A veces la energía está bloqueada por miedo a una gran excitación o a sentir fuertes emociones. Tales emociones suelen tener que ver con la sexualidad, con la ira, con el amor y con el llanto. El bloqueo fisiológico que normalmente acompaña a este miedo se observa con frecuencia en la respiración. El individuo sin percibirlo respira superficialmente. La facilitación consistirá en enfocar o encontrar a nivel corporal dónde está la energía interrumpida y estimular su movilización. Por ejemplo una persona puede tensionar su garganta, muchos lo describen como “un nudo en la garganta”. Otros lo localizan en la boca del estómago, en este caso lo suelen describir como “un bolo o madeja”, en todos los casos deberemos facilitar el restablecimiento del fluir de la energía que permita si es el caso la expresión del llanto. Recibí de la naturaleza mi cuerpo y mis emociones, del mismo modo que sería absurdo censurarme por el color de piel o de mis ojos, también lo es por estar asustado, o sentirme inseguro, egoísta o con deseos de llorar. Si uno no tiene en cuenta lo que ocurre en su interior, de seguro que no será consciente de lo que suceda en la interioridad de la otra persona y de lo que acontece en el intercambio que se establece entre los dos. En tal caso, será muy escasa la ayuda que pueda prestarle, incluso estaría en peligro de dañarle, no permitiéndole su desarrollo personal. Debemos aprender cómo prestar atención a la necesidad de llorar, cómo actuar para satisfacerla, y, luego retirarse y descansar. No hay que precipitarse en una acción para la cual no nos encontramos preparados.
Necesitamos aprender a controlar, graduar y modular nuestra emoción, en vez de explotar en un ataque. También estar constantemente movilizado supone una forma de falta de salud, en definitiva es una forma de carecer de paz. Sé paciente con tus lágrimas y también con tu dificultad para llorar. Trata de amar tanto tus lágrimas como tus dificultades. Vive tus lágrimas, y pregúntale a ellas si es que quieres saber algo. No tengas prisas. No es fácil ser paciente consigo mismo. La paciencia es una cualidad necesaria para restablecer el flujo y volver a llorar. En nuestras vidas modernas nos han enseñado a correr, a las prisas, a la eficacia. Sin embargo todo tiene su ritmo. Lo que vale para la expresión de las emociones (llorar), vale igualmente para la expresión del control. La resistencia no es algo que deba ser destruido, sino como una actividad más de la cual debe tomarse conciencia y hacerse responsable. Querido lector lo que mejor puedes hacer ante las lágrimas de otra persona es permitírselas sin que se sienta humillada, preocupada, débil... etc. Lo mejor que podemos hacer es permitirles esas lágrimas sin juzgarles ni tacharles consciente o inconscientemente de poco valientes. Y sin que esas lagrimas les haga sentirse avergonzados, o indignos. El silencio y la paciencia pueden abrir el espacio que permita que otro pueda expresar esos sentimientos que habían estado encerrados. El oyente amable y sensible sabe crear seguridad y espacios para compartir y que permiten a los demás expresar unas lágrimas silenciadas o que tal vez fueron objeto de burla. Las lágrimas, ya sean de rabia, frustración, ira... etc., que permitimos que fluyan, hace que nos alejen del dolor, de la agresividad, humanizándonos y acercándonos a nuestra esencia. Y en definitiva convirtiéndonos en más libres y ligeros del pesado bagaje de la infelicidad. Debemos dar la oportunidad de quién esconde una lágrima pueda
compartirla, si ese es su deseo, y darle el justo significado. Vive tus lágrimas e invita a quien está contigo a vivirlas, no las controles más, es una nueva y maravillosa oportunidad para que la persona se haga responsable de ellas, reconociéndolas y aceptándolas como parte de su existencia. Evita todo tipo de pensamientos, de juicios, de reflexiones, por muy certeros que sean. Simplemente limítate a observar tus lágrimas. Limítate a mirar, a escuchar sin prisas. (...) Y es posible que las lágrimas te hablen. Escúchalas. (...) Escucha en silencio, sin ruidos. Te hablarán de la vida y de la muerte..., del amor y de los demás..., y también de si mismas, y tal vez..., es posible que te hablen de Dios. Dice Lao Tse: “Deja quieta el agua turbia clara”.
y
se hará
SUGERENCIAS PARA EL TRABAJO PERSONAL Ejercicio №: 1. Este ejercicio está especialmente indicado para los que tienen alguna dificultad en llorar. Coge un papel y un bolígrafo, y vete escribiendo todo lo que crees, o imaginas que pueden pensar los demás si te vieran llorar. Procura no censurarte ninguna idea por descabellada que te parezca en este momento. El objetivo de este ejercicio es posibilitar la toma de conciencia de mensajes o introyectos que nos están influyendo en nuestra capacidad de llorar. Ejercicio №: 2. Mis lágrimas a vista de pájaro.
Busca un lugar cómodo donde sepas que no te interrumpirán, y con los ojos cerrados y en una postura que te resulte buena haz una relajación, tomando contacto con las distintas partes de tu cuerpo, y con la relajación muscular. (...) Ahora vas a hacer un recorrido por tu vida. Recuerdo alguno de mis primeros llantos. Algunas lágrimas de mi infancia. Observo la escena. Tranquilamente reconstruyo esa situación (lugar donde me encontraba, motivo de mis lágrimas, las personas involucradas, lo que sentía...) No tengas prisa. Deja que la experiencia se vaya abriendo, deja que te penetre y se expanda por todo tu ser. Me acerco a mi adolescencia y observo algunas de mis lloreras (si es que las hubo). Y voy recorriendo mi juventud y adulted hasta llegar al día de hoy, recordando esas escenas en las que hubo lágrimas, esos momentos de mi vida en que lloré. Evito toda reflexión, todo juicio. Lo contemplo sin tristeza, ni con sentido de culpa, sino con paciente comprensión, porque deseo amar la vida en todas sus manifestaciones. Simplemente observo. Tomo conciencia de lo que sentía, de como me sentía en esas situaciones. No hago juicios, simplemente contemplo la escena. Y desde esta ultima escena voy regresando hacia atrás, hacia la infancia, y observo que todas esas escenas, son notas de una misma melodía, diferentes pasos de una danza, la danza de tu vida.
Contemplo a vista de pájaro las lágrimas vertidas a lo largo de mi existencia. Degusto como si de un elixir mágico se tratara, como si de un vino de crianza, el sabor de todas ellas. Y tal vez me quedo asombrado ante el misterio que encierran mis lágrimas. Termino el ejercicio preguntándome ¿de qué me he dado cuenta?, ¿he apreciado alguna diferencia en el transcurrir de mi vida?, ¿qué dificultades he tenido para hacer este ejercicio? Ejercicio №: 3. Dichos y refranes. Haz una lista con frases, refranes, dichos populares que tenga que ver con llorar. Cuando hayas terminado, analiza su significado intentando comprender que nos han querido trasmitir con esos refranes o dichos. Ejercicio №: 4. Restauro mi tesoro. Cierra los ojos. Préstale atención a tu respiración. Observa como entra el aire en tus pulmones como se detiene un instante dentro de ti, antes de salir de nuevo, y esa inapreciable pausa que se produce antes de que el aire entre otra vez. Sé consciente del hecho de que aspiras... y espiras. (...) Recorro el camino hasta el interior más sagrado de mí mismo, de mí misma. Es un lugar sagrado, no lo olvides. Debes actuar con respeto. Es tu parte más íntima, tu yo más autentico, y en él reposa como un tesoro tu capacidad de llorar. ¿Como se encuentra esa capacidad,
ese tesoro? ¿Necesita algún tipo de restauración?, ¿o está en buen estado? Ejercicio №: 5. Frases incompletas. Coge un papel y un bolígrafo y escribe siete frases, como mínimo, que empiecen por: “Me hace llorar...” Ejercicio №: 6. Exageración. Especialmente indicado para los que tienen dificultad para llorar. Este ejercicio pretende acentuar el descubrimiento del proceso. Se trata de exagerar un movimiento determinado de nuestro cuerpo. Esto incrementa la percepción del medio que utilizamos para bloquear la toma de conciencia. Es una invitación a que el paciente explore la tendencia de este movimiento, gesto, postura, sonido, imagen. De esta forma el impulso expresado de forma incompleta, es capaz de revelarse completamente. Ejercicio №: 7. Traducción. Imagínate que lloras, que tus ojos se llenan de lágrimas (...) Si tus lágrimas pudieran hablar ¿qué dirían? Ejercicio №:8. Dialogando con mis lágrimas. Me permito dialogar con mis lágrimas, dialogo con proyecciones atemorizantes y me adueño de ellas. Primero aprendo a poseer aquellas lágrimas que más temo y que las he proyectado fuera de mi, después comienzo un diálogo con sus opuestos (polaridades) dentro de mi mismo. De este modo, me reconcilio con todas las fuerzas polarizadas dentro de mi y comienzo a experimentar la totalidad de mi ser. Ejercicio №: 9. Cuándo y en qué situaciones te hubiera gustado llorar.
Ejercicio №: l0. Álbum de fotografías. Cada uno de nosotros lleva en su corazón un Álbum de fotografías de su propia vida. Ese Álbum está lleno de memorias, de acontecimientos vividos. Muchos nos produjeron alegría, satisfacción, bienestar, otros tristeza, pena, desilusión, algunos estaban llenos de tensión, otros, en cambio nos llenaron de relax, etc. En todos esos momentos, sin excepción, tuvimos una forma de actuar. Saltamos, nos abrazamos, reímos, etc. Quiero que ahora te fijes en aquellas fotos en las que apareces llorando. 9
Aprender a perdonarse a sí mismo y dejarse perdonar Juan Masia Clavel “Hasta una gota de agua sucia puede reflejar la luna” (Anónimo budista)
En los comentarios de prensa y radio, tras cada atentado terrorista se repite la pregunta: “¿cómo vamos a perdonar? ¿acaso se puede olvidar esto?” Y se confunde, a veces, el perdón con el olvido, tanto por parte de quien pide justicia como de quien se siente llamado desde su creencia a practicar el perdón. Hay que aclarar los términos. Perdonar no es olvidar lo ocurrido. Perdonar no es renunciar a que actúe la justicia. También está lleno de confusiones el tema de la culpabilidad, tan relacionado con el del perdón. En una convivencia de universitarias, orientada a profundizar sus creencias en medio de la vida de cada día, se estaba comentando un episodio reciente ocurrido en su colegio mayor. Al día siguiente de haber ayudado a emborrachar a la compañera de cuarto, decía su amiga, “me sentí muy mal, no quería que eso hubiera pasado como pasó...” Tomando pie de estas palabras, se comenzó a analizar en un grupo de discusión el fenómeno de la culpabilidad. ¿De qué te pesa? ¿por qué? ¿ante quién te sientes mal? ¿ante tu amiga?
¿ante la directora? ¿ante su familia? ¿ante un reglamento que prohibe determinadas maneras de comportarse y prescribe otras? ¿ante una instancia superior que te desapruebe?... Vamos a intentar profundizar en este tema de la culpa y el perdón, comenzando por algo tan elemental como la misma gramática de las frases con que expresamos estas experiencias. GRAMÁTICA DEL ARREPENTIRSE No se puede poner en duda la importancia central del perdón en el mensaje cristiano; pero es aún más evidente la dificultad de perdonar. La vivimos a diario y la presentamos como obstáculo cada vez que nos hablan del perdón. Pero es menos corriente hablar de la dificultad de perdonarse a sí mismo y, para para poder hacerlo así, de la necesidad de saber dejarse perdonar. ¿No será más difícil perdonarse a sí mismo que perdonar a los demás? ¿No radicará la incapacidad de perdonar a otras personas en el hecho de que no acabamos de perdonarnos a nosotros mismos? ¿No será más difícil creer en el perdón y, por tanto, dejarse perdonar, que perdonar a los demás? Si nos cuesta perdonar a otras personas, ¿no será porque no nos perdonamos a nosotros mismos ni nos dejamos perdonar por Dios? ¿No tendrá todo esto que ver con la reducción del perdón a un tema aislado dentro del conjunto de la moral? Sin embargo, el perdón, antes que ser un tema de moral, es un tema de fe: aparece con prioridad en el Credo y en la oración del Padre Nuestro: “creo que hay perdón de los pecados” ... “haznos creer en el perdón de nuestras ofensas, para que también nosotros podamos perdonar a los que nos ofenden”. Voy a reflexionar brevemente en estas líneas sobre la necesidad de aprender a perdonarse a sí mismo y dejarse perdonar. Me va a servir de hilo conductor un filósofo japonés actual, Tadao Hisashige que, sin ser ni budista ni cristiano, conoce ambas tradiciones y simpatiza con ambas espiritualidades. Este pensador japonés presentó su tesis de doctorado en filosofía bajo la dirección del filósofo francés P.
Ricoeur. Publicó como resultado una obra en francés, Phénomenologie de la culpabilité, (Tokyo, Univ. Senshu, 1983). Al analizar en esa obra el tema de la culpabilidad, se centra el autor en una frase clave: yo pienso que he hecho mal a alguien”. El análisis de esa frase le sirve de guía para llegar a una especie de “gramática de la culpa y el perdón”. La reflexión parte de la experiencia que se expresa en la frase “yo pienso que he hecho mal a alguien”. Ese “yo pienso” no es, dice, un “cogito” cartesiano. Es alguien que tiene conciencia de haber faltado, hiriendo a otro. El que yo haya hecho mal a alguien, portándome mal con esa persona, por ejemplo, difamándola, es algo ocurrido en la cotidianidad de la vida. Pero ese hecho transforma la cotidianidad y convierte mi vida en una realidad sellada por la culpa. Después de haber infligido un mal a otra persona yo ya no soy el de antes. Ya no soy, sin más, una persona corriente. Soy alguien que ha cometido un mal que otros no han cometido. Ese sujeto, que se percata de su falta y la vive como culpa, tiene el peligro de quedar encerrado en el círculo de la culpabilidad de un modo patológico. Ese yo, situado en medio de un nudo de relaciones personales, al darse cuenta de que ha roto algunos de esos lazos, sufre al verse así separado de las otras personas por su propia culpa. Se trata de un yo puesto en crisis; se remonta a un momento del pasado en que tiene conciencia de haber hecho lo que no debía hacer, de haber vulnerado así a terceras personas, haciéndolas sufrir. Unos llamarían a esto remordimiento. Otros hablarían de mala conciencia. Otros, de sentimientos de culpabilidad. En todo caso, estamos ante un fenómeno que siempre ha sido objeto de preocupación en moral: la conciencia de culpa. Tratamos de reflexionar sobre ese sujeto encerrado en su culpabilidad o, como habría dicho Kierkegaard, “replegado sobre sí mismo”. Se encuentra como aprisionado por su propio pesar acerca del mal cometido. ¿Será tan sólo una impresión suya o será efectivamente que ha hecho algo malo y se ha hecho así malo a sí mismo? En todo caso,
lo está pasando mal al tener esta conciencia. Y es lo que expresa al decir ante otros: “pienso que he hecho mal a alguien”. Cuando analizamos este tipo de vivencias advertimos el puesto tan importante que ocupa en ellas el recuerdo de lo pasado. Sufro tras el acto pasado, ya que las consecuencias de ese acto, que pertenece a mi vida, me hacen sufrir y dominan mi vida con un apasionamiento que puede llegar a ser patológico. Comparemos la frase del ejemplo (“yo pienso que he hecho mal a alguien”) con otras parecidas. Si digo: “yo pienso que he hecho mal a Pedro”, me estoy excusando y pidiendo perdón. Si digo “yo pienso que tú has hecho mal a Pedro”, te estoy reprochando y acusando, a la vez que, al decir “yo pienso”, acentúo la conciencia de mí mismo. Si digo “yo pienso que otra persona te ha hecho mal a ti”, te estoy dando la razón y acusando a esa otra persona. Si digo: “tú dices que piensas que yo he hecho mal a otra persona”, me estoy haciendo eco de tu acusación contra mí. Si distinguimos la diversidad de matices en estas frases, notaremos la peculiaridad de la primera. Concentrémonos en ella para analizarla. Podemos distinguir en esta frase los elementos siguientes: “Yo pienso”: expresa la conciencia de sí. “Yo a otra persona, a alguien”: expresa la conciencia de relación con otra persona, de estar junto a esa persona compartiendo con ella lo que podríamos llamar un “espacio ético”. “He hecho”: se refiere al pasado, expresa lo que podríamos llamar “conciencia ética del tiempo”.
“Hacer el mal “: expresa la conciencia del mal cometido, el percatarse a posteriori del valor y contravalor ético que estaban en juego en esa acción. “Yo pienso que he hecho mal a alguien”: es la descripción de la conciencia encerrada en sí misma, repitiendo el tema de su culpabilidad. Es como un disco averiado y sin fin, que retorna una y otra vez sobre el tema de la propia culpabilidad. Finalmente, “yo digo”, “yo os lo digo “: al decirlo y al verbalizarlo empiezo a abrirme. Salgo, mediante la palabra, del encerramiento en la propia culpabilidad. HE SIDO YO Cuando, a solas conmigo mismo, me brota la frase “pienso que he hecho mal a mi amigo”, se gesta en mi interior un primer paso de la culpabilidad. Estoy diciéndome a mí mismo, a solas, que algo ha sido hecho mal y que “he sido yo” quien lo ha hecho. Ha ocurrido algo que no debería haber ocurrido y “he sido yo” quien ha desencadenado ese proceso. Pero, ¿quién es ese “yo” que se dice a sí mismo “yo pienso que he hecho mal”? No es simplemente un yo abstracto como el sujeto del “yo pienso” de la filosofía de Descartes. No es solamente el sujeto de un conocimiento. Es un sujeto vivo y concreto, al que le importa lo ocurrido, no sólo por lo que tiene que ver consigo mismo, sino por lo que afecta a otros. El sujeto de la frase “yo pienso que he hecho mal a mi amigo” es alguien que vive, siente, quiere y es afectado por los acontecimientos y las personas; es alguien que tiene, entre otras cosas, unos amigos; es alguien con una trayectoria de vida. Cuando ese sujeto se dice a sí mismo: “he sido yo”, está poniendo de manifiesto ante sí mismo su propia contradicción interior. Está como diciéndose: “he sido yo, pero la verdad es que no sé quién y cómo soy yo, por qué soy tan contradictorio; mi yo ha hecho lo que mi yo, en el fondo, no
quiere hacer”. Decía el filósofo japonés Nishida (1870-1945) que “la filosofía comienza al percatarse de la contradicción interior en el seno de uno mismo”. Y decía San Pablo ante el enigma de la culpa: “No hago el bien que quiero sino el mal que no quiero. ¿quién me sacará de este lío?” (Carta a la iglesia de Roma 7,15). El sujeto que despierta al fenómeno de la culpabilidad es un yo que se percibe a sí mismo como contradictorio, al mismo tiempo vulnerado y vulnerable. Para decirse a sí mismo: “has sido tú quien lo ha hecho y lo hecho está mal”, hay que comenzar a tomar cierta distancia con relación a sí mismo. Pasamos, en ese momento, de decir “he sido yo” a dirigirnos en segunda persona a nosotros mismos y tutearnos, diciendo: “has sido tú”. Comienza ahí el sufrimiento de verse a sí mismo como no quisiera uno verse ni le gusta verse. El autor arriba citado, Hisashige, analiza en su estudio tres niveles del “yo culpable”. En un primer nivel, el sujeto no llega a decirse a sí mismo “he sido yo”. Quizás lo presiente vagamente o hasta huye de reconocerlo, pero sigue como insensible ante la propia culpabilidad. Prosigue su vida cotidiana como un “yo dormido”. En un segundo nivel, ese yo se despierta. Ante la pregunta ¿qué ha ocurrido? se responde a sí mismo: algo que no debería haber ocurrido, algo que está mal. Y, ante la pregunta ¿quién ha sido?, responde “he sido yo”. Es el yo que ha despertado a la culpabilidad; le remuerde la conciencia. En un tercer nivel, el sujeto reflexiona sobre esa vivencia, la describe para sí mismo y emite un juicio. Es el sujeto de lo que podríamos llamar la reflexión fenomenológica, juzgándose a sí mismo como culpable. Ya en el segundo nivel se había dicho a sí mismo lo que, más tarde, cuando lo diga a otros, será el reconocimiento público de su culpabilidad. Pero, a veces, desde este segundo nivel se regresa al primero para dormirse de nuevo en la evasión sin reconocer lo hecho. Si, en vez de ese retroceso, se avanza hasta el tercer nivel, comienza a constituirse el yo de la autoimputación: se vive como culpable porque se percibe a sí mismo como responsable y fuente de sus actos. Se establece el “yo culpable” al imputarse a sí mismo la responsabilidad, lo que supone que
ha despertado ese sujeto como un “yo personal”, relacionado con otros, fuente de sus propios actos y, por tanto, responsable de ellos. En este tercer nivel, junto a la ventaja de despertar a la conciencia del yo como culpable, se da también el peligro de que ese descubrimiento degenere en una obsesión patológica y que el exceso de reflexión le conduzca a encerrarse en la autoacusación, que le incapacitará para perdonarse a sí mismo. En resumen, en este fenómeno de decirse a sí mismo “he sido yo”, se ha producido un despertar del sujeto a sí mismo, desdoblándose dentro de sí mismo en los aspectos de juez y juzgado. El yo que dice “yo pienso que hice mal” no es el “yo pienso” de un “cogito” cartesiano. Es, en todo caso, un “cogito” herido por sí mismo. Si no se sale del círculo cerrado de esa autoacusación, el peligro obvio será que, después de sufrir remordimiento, vergüenza o pesar, acabe el sujeto por llevar la acusación más a fondo: podría llegar a pensar que no sólo ha hecho mal, sino que es malo. Todo esto acentúa lo patológico de la autoacusación. SIEMPRE HAY DOS VÍCTIMAS: AGREDIDA Y AGRESORA La otra persona, herida por mí, padece a causa de ello, es el sujeto pasivo de un sufrimiento infligido por mí. Aun en el caso de que no se haya dado cuenta de que he sido yo, desde mi perspectiva ya está cambiada la relación con esa persona, que pasa de ser un “tú” a ser un “él” o “ella”. Se ha debilitado la relación. Pero cuando estoy considerando, desde mi perspectiva, esa relación debilitada, estoy conjeturando cómo se percibirá desde la otra persona. ¿Se habrá dado cuenta? ¿Lo sabrá? ¿cómo reaccionará cuando lo sepa? En el reverso de todas estas preguntas, sin embargo, estoy yo mismo presente, mucho más que la otra persona. Me preocupa cómo me afectará a mí la reacción de esa persona cuando descubra que he sido yo quien le ha hecho mal. Aunque no la tengo delante de mí en este momento, con mi imaginación conjeturo sus reacciones y la repercusión de éstas sobre mí.
De este modo, acaba pesando más mi conciencia de culpa y mi temor a las consecuencias que la realidad misma de la otra persona vulnerada. Conjeturo cómo me miraría la otra persona, que en este momento no me está mirando. Imagino su mirada y la padezco. Se configura como “ambiente de la vergüenza el espacio entre la persona herida y yo. Se subraya la distancia. Y aparece el mal hecho como una traición a la confianza básica que consolida la amistad entre las personas. De nuevo aparece aquí el peligro de lo patológico de la culpabilidad y la dificultad en perdonarse a sí mismo. Hay dos víctimas, agresor y agredido. La víctima no es solamente la otra persona a la que yo he herido, sino yo mismo. Al hacer mal a otra persona, me he perjudicado a mí mismo. Al imaginar cómo me mirará cuando lo sepa, me siento como expulsado del espacio común que vincula las relaciones entre las personas. Ese espacio se convierte en el lugar en que se hace y se padece el mal. Y yo soy uno de los que han contribuido a destruir ese espacio ético de la confianza mutua entre las personas. Me persigue la mirada de la víctima y huyo, víctima también yo de mi propia acción y de mi culpabilidad. No sólo me veo a mí mismo como quien ha hecho mal, sino como quien es malo y se ha separado por propia iniciativa del espacio ético común de los seres humanos. Si no hay salida de este atolladero me quedaré dando vueltas en torno a mí mismo en un circuito patológico, a causa de la incapacidad para convertirme en sujeto perdonado. ¿LO HECHO, HECHO ESTÁ? Hay un aspecto más, en ese fenómeno de la culpa, que tiene que ver con el transcurso del tiempo. Es el sentido de lo irreversible y lo irreparable. Mi acto tuvo consecuencias irreparables para la otra persona, a quien vulneré. También a mí, mi acto me cambió. Y lo terrible es que no puedo prever todas las consecuencias del acto que deja huella en quien lo comete. La imaginación conjetura y adivina consecuencias imprevistas para otras personas y para mí. Nos atamos, como se dice en el budismo, con las cadenas de la propia acción.
Con el paso del tiempo comprendo la gravedad de la propia acción. Pero de ahí surge de nuevo la posibilidad de un desenlace patológico. Prisionero del acto del pasado, puedo llegar a obsesionarme con ello, deseando cambiar lo que ya no se puede cambiar. Ya no está en mi mano el hacer que lo que ocurrió no haya ocurrido. La imaginación reproductora, que hace presente el pasado, junto con la imaginación conjeturadora, que anticipa el futuro y las consecuencias, aumentan el peso de lo irreparable sobre el presente de la culpabilidad. Al decir que es irreparable el mal causado se pueden distinguir dos aspectos: el mal moral del agente y el sufrimiento causado por ese mal. Sin negar la gravedad de la transgresión de una norma moral, es importante fijarse en otro origen de la culpabilidad: la ofensa a la vulnerabilidad de la otra persona. Al percatarme de ello, cobro conciencia de que, en mi egocentrismo, olvidé a la otra persona, aunque no tuviera intención de perjudicarla. No sólo he hecho mal a otra persona sino que he sido causa de ese mal. Había en mi acción unas consecuencias previsibles y otras imprevistas. Esto se repara, al nivel penal, con un castigo. Políticamente, se repara dimitiendo. Éticamente, ¿cómo reparar? A este nivel ético, la cuestión ya es más difícil. Fácilmente nos encontramos en un atolladero sin salida. La conciencia acusa, me acuso a mí mismo y no encuentro el modo de reparar lo que me parece irreparable e irreversible. No sé cómo asumir la responsabilidad. Cuanto más se acentúa la conciencia de que debo reparar y la constatación de que no puedo o no sé cómo hacerlo, más se intensifica la vivencia de culpa, con el peligro de hacerse patológica y dificultarme la salida mediante la aceptación de un perdón. LA CULPA, ¿ATOLLADERO SIN SALIDA? Al repetir en solitario la frase “yo pienso que he hecho mal a otra persona”, la autoacusación conduce a que la conciencia de culpa se encierre en sí misma. Si no rompo el círculo y hago por salir de él mediante la palabra dirigida a otras personas, viviré llevando por dentro mi culpa y por fuera mi máscara. Puedo definir el mal causado a otro de este modo: acto voluntario de
haber causado sufrimiento a otra persona, a pesar de darme cuenta de su vulnerabilidad. Es la ofensa a la vulnerabilidad de la otra persona lo que está en la base de mi vivencia de culpabilidad. Si digo “yo soy estudiante, él es estudiante”, ambas frases se parecen. Si digo “yo soy bueno” o “yo soy malo” no es lo mismo que si digo “la otra persona es buena, es mala”. Al decir de mí mismo que soy bueno, puedo estar autojustificándome orgullosamente. Al decir de mí mismo que soy malo, puedo estar autoacusándome exagerada y patológicamente. Si lo digo ante los demás, de nuevo cambia la situación. Puedo hacerlo con hipocresía o con fingida modestia o con autenticidad. En el último caso estoy empezando a romper el circuito cerrado de la culpabilidad. Cuando he robado, puede resultar fácil, según los casos, el restituir y reparar el daño; pero cuando he herido la vulnerabilidad personal ajena y tengo conciencia de haberme hecho responsable de traumatizar a la otra persona, no sé cómo puedo reparar. La interiorización de la falta lleva a agudizar el desacuerdo con uno mismo. Llevado esto al extremo desemboca en patologías, ya señaladas por Nietzsche o por Freud. También Kierkegaard habló del “repliegue en sí mismo “. Berdiaef habló del “infierno del yo” y Sartre de una especie de “secuestro de uno mismo”. En definitiva, el exceso de autopunición conduce al fracaso de la repetición obsesionada de la vivencia de culpa en un atolladero sin salida. Cuanto más reflexionamos sobre esta situación, más se complica. Descubrimos, por ejemplo, que aún había mayor mal en la intención de dañar que en el acto realizado. También, en otro sentido, descubrimos mayores males en las consecuencias imprevistas de la acción. Además, la pérdida que ha supuesto la distorsión en mis relaciones con el “tú” de la otra persona ha sido el comienzo de otras muchas pérdidas. Perdí el lugar en que poder estar tranquilo ante la mirada de la otra persona. Perdí el tiempo irrecuperable. Perdí el sentido de la vida, que ya no es sin más la vida cotidiana, sino la vida culpable. Perdí, quizás, aspectos de la trascendencia. Y, sobre todo, me perdí a mí mismo. Se
produce una especie de melancolía, al verme escindido y como separado de mí mismo, tras haberme traicionado a mí mismo. LA LIBERACIÓN POR EL RECONOCIMIENTO: A LA ESPERA DEL PERDÓN Cuanto más me encierro en este atolladero, mayor es la exigencia de abrir una salida. Por fin la encuentro cuando paso del “yo pienso que...” al “yo os digo que...” Aún no he pedido disculpas a la otra persona, pero estoy empezando a decir delante de otros que reconozco haberla ofendido. Estoy empezando a salir, mediante la palabra, del atolladero cerrado de la culpa. Sin embargo, el perdón no es algo fácilmente intercambiable, como los bienes materiales. Yo puedo pedir perdón. Pero, ¿me perdonarán? No lo sé. Al excusarme, me arriesgo. Pongo mi libertad en manos de la persona a quien pido perdón. Me echo en manos de la libertad de mi víctima. Puede perdonarme o puede negarse a hacerlo. El reconocimiento de la culpa es parcialmente una liberación. Pero presupone dos cosas: que yo haya sido capaz de, en alguna forma, perdonarme a mí mismo y que me apoye en una relación de confianza, fiándome de la posibilidad del perdón por parte de la otra persona: perdonarse y dejarse perdonar. La presuposición es que yo me acepte a mí mismo y acepte el ser acogido por quien me perdone. Habíamos partido en estas reflexiones de la conciencia del propio acto voluntario como acto de toda la persona entera. Ese acto, corporalmente expresado, había vulnerado a otra persona. Ese acto, que se realizó en el pasado, ha sido acusado y juzgado por la propia conciencia. Su peso cae sobre mí ahora, en el presente. Mediante la imaginación he conjeturado los efectos en la otra persona, a la vez que experimentaba el peso de la acción sobre mí mismo. El ofensor se hace así acusador de sí mismo. El ofendido, a través de la conciencia del ofensor, se convierte en acusador. Se ha puesto de manifiesto la vulnerabilidad de ambos... Pero, después de todo esto, ¿qué hacer? ¿adónde vamos a partir de ahora?... Quedamos a la espera de un posible perdón. Pero, ¿lo habrá ? ¿Y si no lo hay?
En este punto incide la perspectiva religiosa, ya sea en la forma en que lo hace el budismo, al hablar de la acogida absoluta, o en la forma en que lo hace la Biblia, al invitar a dejarse acoger incondicionalmente por Dios. Sin esa apelación a una instancia absoluta que acoja incondicionalmente, puede resultar muy difícil el perdonarse a sí mismo. Y, al no perdonarse a sí mismo, sólo quedan dos alternativas: o la desesperación de quien se autoacusa o la evasión de quien se autojustifica. Para perdonarse a sí mismo, aun sin justificarse, y para acusarse a sí mismo, pero sin condenarse, haría falta contar con la acogida incondicional por parte de una instancia absoluta. DEJARSE LIBERAR Dejarse acoger y aceptar de ese modo sería la única actitud que nos capacitaría para poder recordar un mal pasado sin que sea morboso y patológico su recuerdo. Supondría poder mirar cara a cara el mal sin justificarlo, pero sin obsesionarse. Para dejarse liberar así, la memoria del mal pasado no debería ser ni obsesiva ni disimuladora, ni histérica ni neurótica. Debería conjugar la conciencia de limitación y la aceptación de sí mismo. Cuando se habla sobre este tema en algunas psicologías del crecimiento, demasiado optimistas, se dificulta precisamente el cobrar conciencia de la limitación conjugada con la aceptación de sí mismo. Nos dicen a veces: “saca bien del mal”, o “verás cuánto aprendes por lo que te ha pasado”, o “tienes que integrarlo y superarlo”... Mejor papel puede hacer una sana incorporación de algunos elementos psicoanalíticos, unidos a la aportación religiosa sobre el perdón. Hay mucho que aprovechar de los aspectos de irracionalidad del ser humano, a los que tanto tememos sin darnos cuenta. Muchas veces las llamadas “integraciones”, “superaciones” u “olvidos” son formas de racionalización. Y lo que necesitamos es, más bien, ser capaces de mirar cara a cara lo malo pasado sin desfigurarlo, pero sin que nos produzca náusea, desánimo o desesperación. Hay un drama humano de autotraición y contradicción interior que
necesitamos mirar cara a cara, sin disimularlo con terapias fáciles de crecimiento o con racionalizaciones ilustradas. Seremos más creativos y más capaces de dejarnos perdonar y, por eso, de perdonar a otras personas, si cobramos a fondo conciencia del propio límite y fomentamos la capacidad de asumir sin disimular, de comprender sin justificar y de aceptar sin condescender. Pero hay una gran incógnita en todo el párrafo anterior. ¿Será todo eso posible si no hay una instancia absoluta de acogida incondicional? Si a pesar de reconocer mi culpa y, a pesar de pedir perdón, la otra persona no me perdona, ¿queda aún una salida? ¿O tengo que retornar al dilema entre autojustificarme hipócritamente y autocondenarme? Aquí es donde, desde la perspectiva religiosa habría que decir: Solamente desde la aceptación de quien me acepte como soy, a pesar de lo que soy y como soy, sólo desde ahí será posible que yo me perdone a mí mismo. Y sólo si me dejo perdonar así y me perdono a mí mismo, seré capaz de abrirme a la posibilidad de perdonar a otras personas, de no poder menos de perdonar porque también yo estoy siendo siempre perdonado. Sólo desde la perspectiva de esa instancia absoluta es posible recordar el mal pasado, infligido a otras personas por mí, sin que sea morboso ese recuerdo. SUGERENCIA BUDISTA: SALIR DE SÍ Síddharta Gautama, el Buda, miró cara a cara la realidad del sufrimiento en todos los aspectos de la vida humana y predicó un camino para liberarse y encontrar la auténtica felicidad. Un elemento central de esa enseñanza es el salir del autoengaño, pasar del “yo engañado” al “yo despierto” y de éste al “no-yo”, es decir, a salir de todo cuanto sea encerramiento dentro de uno mismo. En su sermón famoso sobre las “cuatro verdades” resumió su enseñanza del modo siguiente: todo está lleno de sufrimiento; en la causa del sufrimiento está el deseo desorientado y ciego; hay una salida y liberación: apagar el fuego del deseo mal orientado; para ello hay que seguir un camino de salir de sí, de lucidez y de compasión.
Cuando estas cuatro verdades se comprenden en toda su profundidad, encontramos en ellas una intuición muy valiosa acerca del paso desde el “yo engañado” al “yo despierto” y desde éste al “yo liberado de sí mismo”. Veamos un poco más despacio cada una de las cuatro verdades. En primer lugar, estamos engañados cuando pasamos por la vida sin caer en la cuenta del hecho inevitable del dolor y el sufrimiento. No es pesimismo ni morbosidad el mirar cara a cara el lado más oscuro de la vida. Es lucidez y desengaño. En segundo lugar, todo el mal y sufrimiento del mundo conecta de algún modo, por las raíces, con causas de mal que yo llevo dentro de mí mismo. Oigo por la radio la noticia de un asesinato. Tiendo a pensar que yo nunca sería capaz de cometer algo tan horroroso. Es que no me he percatado aún de que yo también soy capaz de lo peor. Me estaba engañando a mí mismo al creerme mejor de lo que soy. Me engaño siempre que me autojustifico. El abrir me a esta segunda verdad me hace pasar del “yo engañado” al “yo lúcido y despierto”, que se reconoce capaz de lo peor, porque mira el lado de sombra que hay dentro de sí mismo. Pero si me quedo ahí, aún no he profundizado suficientemente. Si cuando estaba engañado no reconocía mi fondo negativo y me creía mejor de lo que soy, ahora que lo he reconocido tengo el peligro de desanimarme o desesperarme por ello, creyéndome peor de lo que soy y, por tanto, incapacitándome para perdonarme a mí mismo. Si en el primer caso no percibía la necesidad de perdón, en el segundo tengo el peligro de no perdonarme a mí mismo. Hay que dar un paso más. La tercera verdad es la que nos ayuda a dar el paso a un optimismo que no es nada superficial. Si dentro de mí hay raíces de mal, también dentro de mí está la posibilidad de superarlo. No sólo soy peor de lo que me creo cuando me autojustifico; ese era el paso de la primera verdad a la segunda. También soy mejor de lo que me creo cuando me autocondeno; ése es el paso de la segunda verdad a la tercera. Pero esto no ocurre de la noche a la mañana, es un camino largo, como ocurre con todas las terapias. Esta es la cuarta verdad, que me invita
a proseguir ese camino de terapia, lucidez y compasión para consigo y para con los demás. La tradición budista ha sabido poner estas realidades en ejemplos muy concretos. Eres, nos dicen, como una gota de agua sucia, pero puedes reflejar la luna. Mientras te crees gota de agua transparente, te engañas. Pero si te desanimas o desesperas por verte como gota de agua sucia, no descubres que puedes reflejar la luna. La luna entera cabe toda ella en una gota de agua, tanto en la limpia como en la sucia. Aprendiendo de este modo la verdad sobre uno mismo, se aprende a perdonarse a sí mismo saliendo de sí. Me creo que soy estanque o espejo de agua cristalina y, por eso, me engaño: no soy así, soy peor de lo que me creo en esos momentos de autojustificación. Paso a mirar dentro de mí mismo y me percato de que no soy estanque puro, sino charca cenagosa. Es que aún no he llegado a la verdad sobre mí mismo. Tampoco soy tan malo como cuando me autocondeno exageradamente, sin ser capaz de aceptarme a mí mismo. Si me quedo solamente en verme como charco de agua sucia, nunca descubriré que hasta ese charco puede reflejar la luna. Y si no lo descubro en mí, mucho menos en los demás. Tampoco seré capaz de perdonar a otros, porque no me perdono a mí mismo. No seré capaz de compasión, porque ni siquiera me compadezco de mí mismo. Mi ilusión de ser estanque no me ha dejado percibir el aspecto cenagoso de mi realidad. Pero mi obsesión con la suciedad del propio charco no me ha permitido descubrir la posibilidad de reflejar la luna. Soy peor de lo que me creo cuando me engaño con el espejismo del yo superficial. Soy mejor de lo que me creo cuando no llego al fondo de lo mejor de mí mismo y me detengo en el yo culpable, sin llegar al yo que sale de sí y se deja liberar. Hay una corriente, dentro del budismo, la del amidismo o budismo de la Tierra Pura (en el siglo VI chino y en el siglo XIII japonés) que ha profundizado mucho en esta vivencia del doble aspecto humano: suciedad de charco y capacidad de reflejar la luna. La figura del reformador japonés Shinran (1173-1262) es de las más típicas de esta
corriente. Su frase más famosa es: “Si hasta los buenos se salvan, ¿cómo no se salvarán los malos?” Naturalmente, nos choca y resulta muy paradójica. Incluso tendemos a creer que está equivocada la transcripción. Pero no es así. En realidad, se parece mucho a una frase de Jesús de Nazaret, que dijo: “No he venido a salvar a los justos, sino a los pecadores”. A primera vista parece dividir en dos categorías a las personas y excluir a una parte, a los justos. En realidad no es así. Como no hay ninguno que sea, estrictamente hablando, justo, salvar a los que no son justos quiere decir salvarlos a todos. Excepto, claro está, a los que se empeñen en mantener que son justos y no se dejen salvar. En ese contexto, ser salvado implica dejarse salvar, dejarse perdonar. La frase de Jesús se prestaba a malentendidos. También la de Shinran. De hecho, muchos la interpretaban mal. El discípulo de Shinran, que reunió en un pequeño manual (llamado el Tannisho) las enseñanzas del maestro, cuenta las reacciones de diversas personas ante la predicación de que “hasta los buenos se salvan”. Unos dicen: “hagamos el mal tranquilamente puesto que, de todos modos, nos vamos a salvar”. Otros se indignan de que se salven otros que consideran peores que ellos, y dicen :”¿para qué me he esforzado yo en ser bueno, si se van a salvar los malos?' Finalmente, otros preguntan: “¿Es que puede salvarse incluso alguien tan malo como yo? ¡Cómo se agradece!” Estos últimos, dice esa enseñanza budista, son los que, con una auténtica religiosidad, han abierto los ojos a la realidad oscura (la suciedad del propio charco) y han abierto el corazón a la confianza de dejarse salvar y perdonar inmerecida e incondicionalmente. Ni se autojustifican, negando su culpa. Ni se autocondenan, obsesionados con ella. Se dejan salvar y perdonar. Han pasado, no sólo del yo engañado al yo culpable, sino de éste al yo reconciliado. Es éste un enfoque que coincide en muchos aspectos con el del Evangelio: “no necesitan médico los sanos, sino los enfermos”. Pero a veces nos creemos sanos y a veces nos creemos incurables. Y si es un engaño el no reconocerse enfermo, mayor engaño es el no percatarse de que está dentro de nosotros la fuerza de curarnos, si la dejamos
actuar. Si es perjudicial el justificarse, peor es el autocondenarse y no perdonarse a sí mismo ni dejarse perdonar. SUGERENCIA BÍBLICA: DEJARSE QUERER Hay un texto de San Pablo que resume muy bien toda la temática desarrollada aquí, pero que a menudo ha sido malentendido de modos superficiales. Dice así: “A los que aman a Dios todo se les convierte en bien”. A los acostumbrados a manejar la traducción latina llamada vulgata les sonaba la frase: “Diligentibus Deum omnia cooperantur in bonum”, es decir, “para los que aman a Dios todo se torna en bien”. Alonso Schökel traduce: “con los que aman a Dios, El coopera en todo para su bien”. La Biblia de San Jerónimo dice: “En todo opera Dios para el bien de los que le aman”. Ya hace muchos años que el famoso dominico P. Lagrange traducía así: “Dios hace que todas las cosas conspiren para el bien de aquellos que le aman”. Tras la apariencia de mal, todo coopera al bien, quieren decir estas frases diversas, porque en el fondo de todo está Dios actuando de manera que resulte el bien. Es decir, que, a pesar de todo, la realidad no es como la creemos ver, sino que últimamente gana el bien. Sin embargo, hay que reconocer que todas estas expresiones pueden ser ambiguas, vagas y nos dejan insatisfechos. “Los que aman a Dios” es una frase que arrastra una interpretación estrecha; se remonta al mismo San Agustín. El traducía: “los que son llamados conforme al propósito divino” y se refería con eso a los cristianos. Pero esta frase hay que entenderla más bien como complemento de la otra frase que dice: “los que aman a Dios”. Los que aman a Dios son, obviamente, los que responden con amor al amor de Dios; por consiguiente, son los que se reconocen amados por Dios primero; en efecto, sólo reconociendo que uno es amado por Dios se puede responder a su amor con amor. Por tanto, hay que decir que “los
que aman a Dios” son “los que se dejan querer por El”. Esta lectura no es infundada; se confirma porque, por ejemplo, en el versículo 29 del mismo capítulo se presenta la iniciativa de Dios que nos llama e invita y nos ve como hijos, comunicándonos su gloria (v.30). Por consiguiente, dejarse amar, dejarse querer por Dios sería lo que nos llevaría a verlo todo en y desde El. Así es como se abre la única posibilidad de superar la amargura. el rechazo o la angustia que producen los males pasados, presentes y futuros. Pero, tradicionalmente, se ha hecho difícil esta lectura que acabo de sugerir. Este texto paulino suele ser difícil de interpretar, en parte por la carga de lecturas más o menos habituales que conlleva. Lo estorban las lecturas racionalistas. Entre ellas, por ejemplo, las que dicen: “no hay mal que por bien no venga”. Lo estorban también las lecturas providencialistas; por ejemplo, las que dicen: “Dios saca bien hasta de los males”, como si fuera una especie de prestidigitación a lo divino. Lo impiden igualmente las lecturas moralizantes; por ejemplo, las que dicen: “aguanta, ya verás como al final todo sale bien y se arregla”. Lo dificultan las lecturas demasiado optimistas, como las de algunas psicologías del crecimiento, que dicen: “el pasarlo mal y el pasar por esto te ayudará a crecer y madurar”. Lo ponen peor algunas lecturas pretendidamente espirituales, más bien “espiritualistas”, como las que dicen: “con esto ganarás en humildad y conocimiento propio”. Lo mismo habría que decir de lecturas pseudoascéticas o pseudomísticas, que dicen: “con esto te acercas a Dios en tu noche oscura”. Todas estas lecturas estorban para comprender la profundidad del citado texto paulino. Hay otro intento de relectura, como la sugerida más arriba. Se inspira
en una teología de la “resurrección en la misma cruz”. Es una teología que, en vez de poner la cruz como un medio -”por la cruz a la luz”-, ve la gloria en la misma cruz, como en el Evangelio según san Juan. Cuando esta teología se une con lo mejor de la tradición psicoanalítica, confronta la realidad sin disimularla y la asume desde Dios. Desde una perspectiva así, se puede parafrasear el texto paulino del modo siguiente: “Sólo desde Dios es posible recordar el mal pasado, sin que sea morboso el recuerdo; sólo desde Dios es posible afrontar el mal presente, sin que el asco disuelva el buen humor; sólo desde Dios es posible prever la amenaza del mal futuro, sin que el miedo nos deje bloqueados”. Y solamente desde Dios sería posible dejar de creerse perseguido, o dejar de ver las cosas como obstáculos y las personas como enemigos. En una palabra, sólo dejándose amar y perdonar por Dios es posible perdonarse a sí mismo y a los demás, “mirar cara a cara el mal sin que sea morboso el recuerdo”. EJERCICIOS PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL: - ¿Cuál de las siguientes frases expresa mejor mi conciencia de haber hecho algo que creo que está mal?: a) me siento mal por lo que he hecho; b) me da vergüenza de lo que he hecho y no quisiera que se sepa; c) me siento manchado, he hecho algo que no es limpio, he jugado sucio; d) me da rabia contra mí mismo de ver que yo he sido capaz de hacer lo que he hecho; e) siento haber desperdiciado la oportunidad de hacer bien; f) me desanima ver que he vuelto a caer en lo que sé que no está bien; g) me pesa haber traicionado la confianza de otra persona; h) me pesa haberme traicionado a mí mismo, no he sido fiel a lo mejor de mí mismo. - ¿Distingo entre aceptarme y justificarse? ¿Soy capaz de aceptarme a mí mismo, sin que eso signifique justificar como bueno lo malo que he
hecho? - Cuando me siento mal por haber hecho lo que no debía, ¿ante qué o ante quién me siento mal? ¿Ante las normas o leyes? ¿Ante quienes pueden castigarme? ¿Ante quienes pueden reprenderme y dejarme avergonzado? ¿Ante la otra persona herida por mí? ¿Ante mí mismo, porque no me gusto a mi mismo, no: -1e gusta verme tal y como he sido? ¿Ante mí mismo, por haber traicionado lo mejor de mí mismo al obrar así? - ¿Puedo tutearme amistosamente a mí mismo, reprenderme sin ensañarme en la autoacusación, comprenderme sin pasarme en la autojustificación? - ¿Reconozco que soy peor de lo que me creo c-, .ando me autojustifico? - ¿Reconozco que soy mejor de lo que me creo cuando me autocondeno? 10
Aprender a contactar con Dios Dolores Aleixandre CONTACTAR CON DIOS “Hui-Tzu dijo a Chuang-Tzu: “Tus enseñanzas no tienen ningún valor práctico. “ Chuang-Tzu respondió: “Sólo los que conocen el valor de lo inútil pueden hablar de lo que es útil.” “Al despertar del sueño dijo Jacob: Realmente está el Señor en este lugar y yo no lo sabía. “ (Gen 28)
Cuenta una vieja historia de la Biblia que una noche Jacob se echó a dormir en medio del campo. Como de costumbre iba huyendo, en este caso de su hermano Esaú que lo perseguía a causa del contencioso “lentejas por primogenitura” que los interesados pueden leer en Gen 25,29-34. El caso es que Jacob se pasaba la vida escapando y casi sólo cuando era de noche y se echaba a dormir, podía Dios alcanzarlo. Aquella noche soñó con una escalera que, plantada en la tierra, llegaba hasta el cielo y por la
que subían y bajaban ángeles. Jacob se despertó lleno de estupor y llamó a aquel lugar “morada de Dios” (Gen 28,10-22). Mucho tiempo después lo encontramos diciendo: “Soy yo demasiado pequeño para toda la misericordia y fidelidad que el Señor ha tenido conmigo...” (Gen 32,11): un hombre de “lo útil” había comprendido el valor de “lo inútil.” Al releer hoy esa historia podemos quedarnos tan estupefactos como Jacob ante la noticia que la narración nos comunica: el mundo de Dios y el nuestro están en contacto, la escalera de la comunicación con El está siempre a nuestro alcance, existen caminos de acceso a Dios y posibilidad de encontrarlo y de acoger sus visitas. Otra narración pintoresca del Antiguo Testamento nos cuenta que un tal Jonás, de profesión profeta, había puesto también los pies en polvorosa para escapar de Dios que quería enviarlo a anunciar salvación a Nínive. Pero Jonás, como buen israelita, abominaba a los ninivitas que eran gentuza pagana y no estaba por la labor de colaborar con Dios en el disparate de convertirlos. Así que, en vez de tomar el camino de Nínive, se embarcó en dirección contraria, rumbo a Tarsis. Pero Jonás no contaba con la terquedad de Dios ni con la gimkana de obstáculos que iba a encontrar en su huida: hay una tempestad, los marineros le tiran al mar y se lo traga un inmenso pez. Y mira por donde, a Jonás el fugitivo no se le ocurre mejor cosa que hacer en el vientre del pez que ponerse a rezar. Y cada uno de nosotros podría concluir acertadamente: “pues si alguien oró en una situación semejante, quiere decir que cualquiera de los momentos que yo vivo, por extraños que resulten, nunca serán tan insólitos como el interior de una ballena, así que, por lo visto, todos y cada uno de los lugares y situaciones en que me encuentre: un atasco de circulación, la antesala del dentista, el vagón de metro, la cola de la pescadería o la cumbre de una montaña, son lugares aptos y a propósito para contactar con Dios.” Nada que objetar a templos, capillas, santuarios, ermitas o monasterios: sólo recordar que Dios no necesita ninguno de esos ámbitos (quizá sí nosotros, por aquello del sosiego y de que nos dejen en paz), pero siempre que no nos hagan olvidar que no existe ningún lugar
ni situación “fuera de cobertura” para la comunicación con Dios. Ese es el gran testimonio que nos dan los creyentes de la Biblia: al hojear sus páginas los encontramos orando junto a un pozo (Gen 24) o en la orilla del mar (Ex 15,1ss); en medio del tumulto de la gente o en pleno desierto (Mt 4,1-11); al lado de una tumba Un 11, 41) o con un niño en brazos (Gen 21,15); junto al lecho nupcial (Tob 8,5) o rodeados de leones (Dan 6,23). Y tampoco parece que lo hacían desde las actitudes anímicas más idóneas: se dirigen a Dios cuando se sienten agradecidos y también cuando están furiosos; claman a El en las fronteras de la increencia, la rebeldía o el escepticismo; lo bendicen o lo increpan desde la cima de la confianza o desde el abismo de la desesperación. Y uno deduce: la cosa no puede ser tan difícil, muchos otros antes que yo intentaron eso de rezar y lo consiguieron; parece que el secreto está en ensanchar las zonas de contacto... ¿Y si probara yo también? Uno de las causas de que algunos han desistido de hacerlo después de haberlo intentado, es que se empeñaron en contactar con Dios desde otra situación distinta de la que era realmente la suya en aquel momento (cuando tenga tiempo, cuando esté menos cansado, cuando encuentre un lugar apropiado...), y todo eso son arenas movedizas por irreales en comparación con la roca firme de la realidad concreta y actual en la que se está. Porque es esa situación la que hay que concienciar, nombrar, acoger, tocar, y extender ante Dios, como el tapiz precioso que un mercader expone para que un comprador lo admire. Y darnos tiempo para hacer la experiencia (otros muchos la hicieron antes que nosotros), de que Dios es un “cliente incondicional” de todos nuestros tapices y sabe mejor que nadie apreciarlos, valorarlos, acariciar su textura, admirar el revés de su trama, y hasta remendar sus rotos y embellecer su dibujo. Las páginas que siguen pretenden acompañarte en esta aventura si decides emprenderla, aunque sea de manera vacilante. Vas a encontrar “narraciones de contactos” partiendo de situaciones humanas elementales: el cansancio, la prisa, la muerte, la monotonía, la gracia, la desgracia... Son relatos esquemáticos en los que todo ocurre con mucha
rapidez, pero piensa que como el encuentro con Dios es una relación, hay que invertir en ella tiempo y paciente espera. Lo que vas a leer son sólo pistas, luego tú seguirás tu propio camino y tus propios ritmos para encontrar a Dios y dejarte encontrar por El a través de todo lo que constituye la trama de tu vida: relaciones, deseos, miedos, alegrías, soledad, inquietud, asombro... Puedes empezar ahora mismo, estás en buen lugar allí donde estés y en buen momento tal como te encuentras ahora. Quizá en este instante estés empezando el aprendizaje vital más apasionante de tu existencia44. DESDE EL CANSANCIO De pie en el metro abarrotado, con doce interminables estaciones por delante. Arrastrando el carro de la compra escalera arriba (cuarto piso sin ascensor). Detrás del mostrador, o delante del ordenador, o junto a la pizarra de la clase, hartos de clientas pesadísimas, ciudadanos impertinentísimos o niños inquietísimos (y yo con la cabeza a punto de explotar...) De noche, sentada en una silla metálica junto a la cama del abuelo, internado por tercera vez en dos meses por la cosa de los bronquios. Ahora y aquí. Detecto mi cansancio, trato de no rechazarlo. Está aquí, conmigo, pesando sobre mí, hinchando mis piernas, atacándome por la espalda, rodeando mis riñones. Lo saludo, intento llamarlo por su nombre: “Tanto gusto, Doña Bola de Plomo”, “¿Cómo le va, Don Saco de Arena?”, “Parece que vienen Vds. mucho por aquí...” (Si consigo sonreír un poco, todo puede ir mejor...) Trato de respirar despacio, de tomar una pequeña distancia, de despegarme de mi propia fatiga, de abrir un espacio a otra Presencia. Leo o recuerdo: “Jesús, cansado del camino, se sentó junto al pozo. Era medio día” (Jn 4,6) Le miro tan derrotado como yo, y encima el calor y la sed. Me siento yo también en el brocal del pozo o en el bordillo de la Un consejo: cómprate un Evangelio pequeño y un librito de Salmos que no pesen ni abulten para poder llevar al menos uno de los dos siempre contigo. 44
acera junto a él. No tengo ganas de decir nada y a lo mejor a él le pasa lo mismo. Estamos en silencio, comunicándonos sin palabras por qué estamos tan agotados. Quizá le oigo decir con timidez: “Cuando estés muy cansada o con agobio, vente aquí y lo pasamos juntos. Es lo que hago yo con mi Padre y no sé bien cómo, pero estar con él me descansa.” Me habla de gente que conoce desde hace tiempo, gente importante y famosa, de la que sale en la Biblia, amigos suyos al parecer, que todo el mundo piensa que eran muy fuertes y muy resistentes, pero que de vez en cuando no podían más y se querían morir, de puro cansados: un tal Moisés que se quejaba mucho a Dios porque llevaba detrás un pueblo muy pesado y a ratos le presentaba la dimisión y le decía: “Si lo sé, no vengo” (al desierto, claro), y cosas parecidas (Num 11,11-15). Pero a pesar de todo, no le fallaba nunca a la cita, y eso que era en lo alto del Sinaí y no estaba ya para muchos trotes... O también el profeta Elías, que había montado un show de mucho cuidado en el monte Carmelo, se había cargado a todos los profetas de la oposición (esas cosas por entonces no se veían tan mal como ahora...), había conseguido lluvia después de tres años de sequía y había hecho una salida triunfal corriendo delante del carro del rey... (1Re 18); pues en la escena siguiente, sale huyendo hacia el desierto porque la reina Jezabel, que era malísima, lo amenaza, se adentra por allá solo, empieza a caminar sin rumbo y cuando está ya medio deshidratado y al borde de la insolación, se tumba debajo de un arbusto y se pone a dar voces diciendo que se quiere morir y que ya no aguanta más. Y a Dios le dio muchísima ternura verle así de derrotado y le mandó por mensajero agua fresca y pan recién hecho, y sobre todo unas palabras de ánimo que lo dejaron como nuevo y le ayudaron a reemprender el camino hacia el Sinaí que era donde le había citado Dios (que se le nota como una fijación con ese sitio...) (1 Re 19). Le hablo yo también de conocidos míos que andan peor que yo: un compañero de oficina que tiene a su suegra en casa con Alzheimer y no les deja pegar ojo por las noches. Una amiga de toda la vida con un hijo drogata que ha dejado cinco veces los programas de rehabilitación y la familia está al borde de la locura. Gente que he visto en una exposición de fotografías de Gervasio Sánchez sobre gente amputada
por las minas. Nos quedamos callados otra vez. El me sugiere que pongamos todo ese cansancio entre las manos del Padre, que reclinemos la cabeza en su regazo, como en esa escultura en que Adán descansa la cabeza sobre las rodillas de su Creador que tiene puesta la mano sobre su cabeza. Lo hago y me quedo dormida un ratito. Me despierto y sigo cansada, pero es distinto. Vuelvo a respirar hondo. Gracias. Hasta mañana. DESDE LA PRISA Sólo a mi puede pasarme que se me rompa la lavadora precisamente el día en que tengo que hora en el médico, cita con la tutora de mi hija Ana, recogerla luego en casa de mi cuñada que se la ha llevado al cine y dos llamadas urgentes en el contestador: mi madre: “te necesito para que me acompañes al dentista”; mi marido desde Barcelona: “...me lo fotocopias y me lo mandas por correo urgente”. Y por la noche, cena en casa de una amiga que está deprimida. Termino exhausta de recoger la inundación y salgo de casa a toda velocidad, cruzando a lo loco para parar un taxi con riesgo de atropello. Y una vez dentro, lo que me faltaba: atasco en la M30. Parados. Bueno, yo parada no, porque mi mente galopa sin resuello, escoltada por los fieles lebreles del agobio y la ansiedad. Ahora y aquí. Me recuesto en el asiento, cierro los ojos y respiro profundo. Busco la sensación de prisa en los escondites de mí cuerpo: ¿en la cabeza? No. ¿En los pies? Tampoco. La descubro alojada en los alrededores del estómago y en el vértice de los pulmones, que es desde donde estoy respirando, como si tuviera un ataque de asma. Ya te tengo, estás ahí, no te escondas que te siento. Contemplo mi prisa: es un mono que brinca; un tumulto de gente empujándose para entrar en unos almacenes el primer día de rebajas; una carrera desenfrenada por llegar a ninguna parte. Trato de sacarla de sus escondrijos y de que me deje un poco tranquila.
La pongo delante de mí, sobre la alfombrilla del taxi. Abro la ventanilla para ver si se escapa por ahí como el genio de Aladino. Recurro al humor y reúno mentalmente a todos lo que me esperan. Los imagino haciéndose cargo de la situación: mi médico escuchando las quejas de la tutora por el plantón y recetándole Valium 5; ; mi amiga deprimida contándole sus penas a mi madre mientras le pone coñac con aspirina en la muela del juicio; el dentista en casa con su bata blanca, tratando de arreglarme la lavadora; Ana haciendo barquitos de papel con las fotocopias que está esperando su padre en Barcelona y echándolas a navegar por la nueva inundación que ha conseguido el celo artesanal del dentista. Y luego, todos a cenar juntos para celebrar que yo haya desaparecido, seguramente a tomarme un respiro: “pobrecilla, tiene demasiadas cosas encima...” Un poco más relajada, saco el evangelio del bolso y lo abro: “Marta, Marta...” (- Señor, que me llamo Encarnita...) Ya lo sabe, pero le debo recordar mucho a aquella amiga suya que le pasaba como a mí: cada vez que él iba por Betania que era el pueblo donde vivía ella, se alojaba en su casa (Lc 10,32-41); pero como no avisaba nunca, a la tal Marta le entraba el delirium tremens -de los preparativos: se ponía a cocinar cuatro cosas a la vez, medio histérica: “no me da tiempo, no me da tiempo, y el horno que no va bien, y las patatas que siguen duras, y esta carne que debe ser de rinoceronte...” Miro a la otra hermana, a María, y me entra mucha envidia de verla tan tranquila, sentada junto a Jesús. Se levanta y me deja el sitio: “tengo que echarle una mano a Marta, si no se pone inaguantable...” Me siento sobre los talones como si fuera una gheisa y ni siquiera me dan calambres. La cosa empieza bien. Jesús me mira y mi montaña de prisas empieza a derretirse. Al contarle mis agobios, noto que se van ordenando, como si los fuera guardando doblados y limpios en un armario que huele a lavanda. Me acuerdo de un canto que oí en misa: “Entre tus manos están mis afanes, mi suerte está en tus manos”. Se lo repito una vez, y otra... “No hay más que una cosa que es de verdad importante”. Y me asombro al darme cuenta de que, en el fondo, eso que es lo “único necesario” está ya en el fondo de mi corazón lleno de nombres, lleno de rostros de
personas que quiero y a las que deseo demostrar mi cariño. Sólo que tengo que aprender a hacerlo sin empeñarme en atender a diez asuntos a la vez, sin acelerarme, sin pretender llegar a todo, sino poniendo las cosas una detrás de otra y encontrando espacios de sosiego como éste con más frecuencia, dejándome mirar por Alguien que no me acosa, ni me exige, ni me reclama nada. Me entran ganas de rezar el Padre nuestro junto a Jesús y ahí se acaba de serenar mi ansiedad: al decirlo despacio, me doy cuenta de que él también tiene prisas, pero diferentes: la de que todos nos enteremos de que a Dios podemos llamarle Padre y Madre; la de su apasionamiento por el sueño de Dios que es un mundo de hijos y hermanos reconciliados; la de contagiarnos la urgencia de que el pan y los bienes, que son de todos, lleguen a todos, porque en eso consiste eso que él llama Reino. “Son 1.215, señora”. Hemos llegado. Pago al taxista y le doy una propina espléndida: al fin y al cabo me ha llevado hasta Betania. Doblo la esquina de la casa del médico y desde el bar de enfrente me llega el aroma de bollos recién hechos. Cruzo la calle y entro a tomarme un café y un croissant a la plancha. Hace una tarde preciosa. DESDE EL TANATORIO Me desplomo sobre una silla del tanatorio después de mirar por el cristal el rostro irreconocible de Mirentxu dentro de la caja y me pongo a llorar desconsolada. La noticia de su muerte ha sido un mazazo que no esperaba. Precisamente ella, que era un chorro de vitalidad, y de proyectos, y de sabiduría para disfrutar de la vida. Precisamente ella, que era un nudo de relaciones, una de esas personas con el don rarísimo de establecer vínculos estables y únicos con montones de gentes de todo tipo y condición. Precisamente ella, que nos hacía falta a tantas personas y que nos deja tan desvalidos, a Luis y a los niños sobre todo. Y justo cuando parecía que estaba mejor y que el tratamiento estaba surgiendo efecto. No hay derecho, pienso. Y me suben oleadas de rebeldía y de
preguntas. ¿Por qué ella, por qué? No entiendo nada ni quiero entenderlo; es injusto y cruel e incomprensible y se me atascan las lágrimas en la garganta. En el tanatorio abarrotado hay un silencio denso. Miro los rostros de tanta gente, conocida y desconocida y leo en todos el mismo estupor y la misma pena honda que nos quita hasta la gana de hablar. Va a haber una misa y siento, junto a la necesidad de rezar, una especie de bloqueo con Dios, una imposibilidad de dirigirme a El, porque en el fondo le estoy pidiendo cuentas de esta muerte incomprensible. Espero que el cura no se ponga a repetirnos una homilía de plástico de las de siempre: que la muerte es un misterio insondable, que ella está ya gozando en el cielo y que nos tiene que consolar mucho el que haya dejado de sufrir. Lo miro con prevención, conminándole internamente a que se abstenga de decirnos nada de eso. “Lectura del santo evangelio según San Juan”: “Las hermanas de Lázaro le mandaron este recado: -Señor, tu amigo está enfermo (...) El dijo: “-Nuestro amigo Lázaro está dormido; voy a despertarlo.(...) Al ver a María llorando y a los judíos que lo acompañaban llorando, Jesús se estremeció por dentro y dijo muy agitado: -¿Dónde lo habéis puesto? Le dicen: -Señor, ven a ver. Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban: - ¡Cuánto lo quería...!” Jn 11,3.11.35 No comenta nada y propone unos momentos de silencio. Ahora y aquí. Renunciar a las explicaciones, a los intentos de saber por qué, al lenguaje nefasto del “Dios lo ha permitido”, “hay que aceptar su santísima voluntad...”, “se ve que ya había completado su carrera, después de hacer tanto bien...” ¡Fuera! Echar a latigazos a esos mercaderes que nos ofrecen idolillos canijos del dios que “se lleva siempre a los mejores...”, del dios de “los inescrutables designios”, del dios que decidió ayer, con el pulgar hacia
abajo como Nerón, la muerte de Mirentxu. Expulsar a la calle, sin contemplaciones, a todos los que intenten profanar nuestro templo y ocupar con palabras huecas como globos hinchados, el espacio vacío de una ausencia que nos hace daño. Porque ese dios con el que pretenden consolarnos no tiene nada que ver con el de Jesús. Y por eso, abrirle la puerta solamente a él, deshecho también por la muerte de su amigo Lázaro. A ese Jesús que también preguntaba “por qué”, que se atrevió a decir que no quería morir y que gritó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Dejarle entrar, y sentarse junto nosotros, y llorar porque Mirentxu ya no está a nuestro lado y porque no está dormida sino muerta. Aceptar su silencio, tan impotente como el nuestro y también sus lágrimas. Apoyar la cabeza sobre su hombro y hablarle de ella, y de cuánto la queríamos, y del hueco que nos deja. Dejar que su presencia vaya dándonos seguridad y amansándonos la rebeldía, no el dolor. Consentir que, tímidamente, se nos vaya encendiendo en medio de la oscuridad la llamita de una fe vacilante; escuchar su voz que nos asegura que Mirentxu está en buenas manos. Pedir a Jesús que ponga la roca de su propia fe debajo de nuestros pies, que nos deje apoyarnos en la confianza inquebrantable que él tenía en aquél a quien llamaba Abba, Padre. Confesarle que aborrecemos las calcomanías de colores chillones que nos presentan un cielo lleno de ángeles tocando el arpa y personajes vestidos de blanco y palmas en las manos, como en un interminable domingo de Ramos y sin más aliciente que la visión beatífica. Escucharle recordarnos que él de lo que habló fue de un hogar caliente con sitio para todos, de una mesa abierta en la que habrá buena comida y vinos de solera, de un Dios que enjugará las lágrimas de todos los rostros y lavará los pies de sus hijos, llenos de polvo del camino. Y que no tiene la culpa de que luego vengan algunos teólogos y lo compliquen todo.
Quedamos con él y entre nosotros en que lo de Mirentxu no se va a acabar aquí: que vamos a seguir cuidando el tejido relacional que ella ha dejado a medias, y que cada uno va a encargarse de recordar a los otros que ella nos sigue animando en una tarea en la que queda mucho por hacer. Son las 12 de la noche y cierran la sala donde estamos. Fuera ha descargado una tormenta y huele a asfalto mojado. Nos abrazamos fuerte y nos miramos sin decirnos más que “Hasta mañana”. Pero cada uno de nosotros ha vuelto a encontrar, como tantas veces nos ocurría al estar junto a Mirentxu, la certeza de que la muerte no tiene la última palabra y de que la Vida es siempre más fuerte. DESDE LA MONOTONIA “- Con esta es la décima vez en este mes que os explico que en el verbo “hacer”, la a que va delante del infinitivo es preposición y no lleva h, pero si va delante de participio sí la lleva porque es la forma compuesta del verbo: o sea que no es lo mismo “voy a hacer” que “él ha hecho”... Treinta y dos caras de chavales miran la pizarra sin verla, mucho más interesados en las Spice Girls, los problemas de su acné o el fútbol que en los arbitrarios caprichos de distribución de la H. Aborrezco dar clase los viernes por la tarde. “-Paco, me va a poner tres rodajas de pescadilla y cuarto y mitad de boquerones. Y me los limpias, por favor.” Diez minutos más de cola en la pescadería y aún me queda la de Dionisio, el pollero, que nunca tiene prisa y siempre pregunta a la que le toca: “- ¿Qué te pongo, bonita?”; y luego la de la frutería barata, que está como siempre a tope. Cada viernes por la tarde, lo mismo. “Y entonces fue mi sobrino y le dijo al médico: “- Oiga dostor ¿y cree Vd. que voy a quedar bien de la operación de juanetes?” La hermana Aurelia tiene el don de ponerme irracionalmente frenética (será que es viernes por la tarde), no sólo porque dice dostor y es inútil intentar que lo pronuncie bien, sino porque no soporto escucharle, una vez más, la historia de los juanetes de su sobrino.
¿Será que es esto lo que la vida da de sí? ¿O tendré yo alguna neurosis oculta que me hace tan aburrida la monotonía de lo cotidiano y me la convierte en una penitencia? Porque a veces me imagino el purgatorio como una banda sonora en que se oye mi voz explicando, sin interrupción, las reglas de la H; a Dionisio el pollero repitiendo como una cacatúa amaestrada: “¿Qué te pongo, bonita? ¿Qué te pongo, bonita?”, y al sobrino de la hermana Aurelia, tan inasequible al desaliento como su tía, haciéndole al dostor la trascendental pregunta acerca del porvenir de sus juanetes. Albergo la sospecha de que el problema del rechazo al peso de lo cotidiano está en mí y no en todo eso que me produce tanto tedio; pero hay días, y hoy es uno de ellos, en que me hundo en la miseria al verme tan incapaz de mirar lo que me rodea sin encontrarlo desteñido, amorfo, repetitivo y sin rastro de novedad. Ahora y aquí. Abro el evangelio y voy a parar a la curación del ciego Bartimeo (Mc 10,42-56). Me siento yo también en la cuneta, consciente de que estoy tan ciega como él, y me pongo primero a susurrar y luego a gritar: “Jesús, ¡ten compasión de mí...!” Sigo leyendo: “Llamaron al ciego diciendo: -¡Ten ánimo! ¡Levántate! Te llama...” (Mi deformación lingüística me hace fijarme, de entrada, en que el ciego escuchó dos imperativos muy fuertes y muy desestabilizadores, pero que descansaban sobre un indicativo glorioso: “te llama”. Ahí debió estar para Bartimeo la fuerza secreta que le hizo soltar el viejo manto de su vieja mentalidad y dar un brinco para ir al encuentro de Jesús.) Decido dejarme atraer por la fuerza de esa llamada y me acerco a él. Me paro delante del Maestro con mi mirada cegata y trato de exponerme, con todas mis zonas de sombra y las escamas de mis ojos, ante una mirada que no me juzga con severidad ni me hace reproches, sino que me envuelve en una ternura cálida, como la del sol en una mañana de verano.
Estoy ahí callada y sin prisa, dejándome mirar, con cierto temor en el fondo a resultarle pesada y reincidente con mis problemas, como me pasa a mí con la gente. Le digo que atienda primero a Bartimeo que al fin y al cabo estaba antes que yo, pero sobre todo porque me parece que mi caso es más complicado y le va a llevar más tiempo. Nos sentamos al borde de la cuneta y me pide que le hable de los chavales de mi clase. Llevo con ellos tres años y me conozco bien la problemática de cada familia y la situación conflictiva del barrio. Al nombrarle a cada uno me doy cuenta de cuánto los quiero y cuánto me importan, y me ocurre algo parecido al hablarle después de la comunidad: de lo que siento que me aportan, del camino de Evangelio que intuyo en cada una, de los vínculos que nos unen, más allá de las tensiones y las dificultades de la convivencia, del proyecto común que llevamos entre manos... Y él me habla de sus años en Nazaret y del misterio de que siendo las horas y las semanas y los años tan iguales, había una novedad escondida en lo que iba descubriendo cada día: lo que el rabino le leía de los profetas en la sinagoga; el campo, tan distinto en otoño, en invierno o en primavera; la sorpresa de que un mismo salmo le resonara diferente si era su madre o José quien lo rezaba; el crecer de los niños del pueblo y el envejecer de los ancianos... Y también el deseo creciente de decirle a la gente más hundida que el reino de Dios está ya dentro de cada uno, y la alegría de darse cuenta de que cada día le iba creciendo la afinidad con el Padre del cielo. Me viene a la memoria, de pronto, una frase del cántico de Zacarías: “por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visita el sol que nace de lo alto...” y siento que también a mí me está visitando el sol, y que está colándose por las rendijas del cuarto oscuro donde se agazapan mis ansiedades y mis harturas. Sé que, como Bartimeo, no tengo otro modo de recobrar la vista que éste de dejarme iluminar por las palabras de Jesús y su presencia; pero pienso que a mí no se me van a curar los ojos de repente, sino poco a poco, y con paciencia, y recibiendo humildemente, como si fuera el pan, la luz de cada día.
Y que tengo que ir aprendiendo pacientemente a acoger la presencia del Reino escondido en lo cotidiano, y asombrarme de que ese amor que está en mí y que no me pertenece pero me habita, me vaya haciendo capaz de descubrir la novedad de cada persona y de cada cosa. Para este viernes por la tarde ya tengo la luz que necesito y, de momento, voy a ponerme a discurrir alguna manera nueva de explicar las reglas de la H. Quizá y como práctica cuaresmal de este año, le pida a la hermana Aurelia que invite un día a merendar a su sobrino y así poder evaluar, en vivo y en directo, los resultados de la intervención del dostor, no sea que también yo tenga que operarme un día de juanetes. De todas maneras, hay algo en lo que pienso ser inflexible: a partir del próximo viernes voy a comprar el pollo en el puesto de “Aves Gómez” donde, además de despachar muy deprisa, te saludan diciendo: “Vd. me dirá en qué puedo servirle, guapa...” DESDE LA GRACIA Y LA DES-GRACIA “Yo nací un día que Dios estuvo enfermo, grave”. César Vallejo.
Al salir del geriátrico de visitar a una anciana demenciada con la que tengo un parentesco lejano, estoy por darle la razón a César Vallejo. Porque lo que vengo de ver me ha dejado los ánimos por los suelos y el corazón lleno de agobio: he visto a personas que no es que van envejeciendo, sino que se desploman mientras la vida los va deshabitando. Pero me doy cuenta de que mi malestar desborda la situación concreta de este aparcamiento para viejos: siento una especie de opresión en el pecho y una marea negra que me va invadiendo. Noto que, de repente, se me ha esfumado toda la ilusión que tenía por la vacaciones que empiezo pasado mañana con dos amigas (después de ahorrar durante años, por fin
vamos a realizar el sueño de ir a Grecia y recorrer las islas de Egeo). Estoy en un momento de plenitud de mi vida: trabajo en lo que me gusta, me siento querida y vinculada con mucha gente y estoy metida de lleno en aprendizajes vitales que me dinamizan y me ayudan a disfrutar de la existencia. Y además he empezado un proceso de profundización creyente que me está haciendo encontrar a Dios en lo más hondo de mí misma, dándome una sensación nueva de armonía y serenidad. Pero en este momento ni serenidad, ni plenitud, ni armonía: más bien caos y desconcierto. Se ve que mis avances deben ser muy frágiles porque esta tarde se me está descolocando todo. Hasta la fe. La siento como un torreón que parecía fuerte pero que ahora está asediado por un ejército de dudas y preguntas y deja ver la debilidad de sus cimientos y las brechas de sus muros. Y casi lo de menos es lo que he visto esta tarde: lo peor es el aluvión de recuerdos, datos e imágenes que se han desencadenado en mi conciencia; como si, al entreabrir mí puerta para dejar entrar a alguien que sufre, estuvieran aprovechando para irrumpir en mí no sólo tristes imágenes de geriátricos o psiquiátricos, sino las de esas multitudes heridas y empobrecidas del mundo, todas esas situaciones que prefiero habitualmente relegar a zonas de olvido, con el pretexto de que yo no puedo solucionar nada y de que se trata de problemas mundiales que me desbordan. Así que aquí estoy, en plena calle y en víspera de mis vacaciones, viendo desfilar por mi imaginación los rostros de los niños de aquel siniestro orfanato de China, los de los mendigos que piden en los vagones del metro, caravanas de gente famélica en África y de indígenas expulsados de sus tierras y la foto de aquel buitre acercándose a una niña etíope moribunda. Y Dios ausente de todo ese dolor (lucho con la tentación de hacerle responsable...) Y su presencia, tan compañera de mis días, en paradero desconocido cuando más falta me hace. Y todas las explicaciones sobre el mal que leí en el libro que me recomendó un cura amigo y en el que todo estaba clarísimo, absolutamente inservibles. Sólo un peso agobiante del sin sentido de la vida humana, mientras yo estoy con las
maletas hechas para escapar de su amenaza refugiándome en Corfú. Ahora y aquí. Entro en una iglesia que me pilla de camino, milagrosamente abierta, y me siento en el último banco con la cabeza entre las manos. Lo primero que se me ocurre es que Dios va a pedirme que renuncie al viaje a Grecia (en realidad lo doy ya por perdido...), que dé el dinero a Manos Unidas y posiblemente que me vaya de voluntaria durante las vacaciones a algún campo de refugiados del Zaire. Pues no, ni eso. Sólo silencio, y ausencia, y un muro de granito detrás del que debe estar un Dios que se ha vuelto amnésico y hermético. Salgo peor de lo que entré y me vuelvo a casa porque entre otras cosas, y más allá de problemas metafísicos, tendré que llamar a mis amigas y a la agencia con el bombazo de que anulo el viaje. Me derrumbo en el sillón junto a la mesita del teléfono, donde dejé el libro de Vallejo y vuelvo a abrirlo de manera mecánica, como para retrasar la decisión de las llamadas: “Y Dios sobresaltado nos oprime el pulso, grave, mudo, y como padre a su pequeña, apenas, pero apenas, entreabre los sangrientos algodones y entre sus dedos toma la esperanza.” Lo cierro y me quedo en silencio, sobrecogida. Dejo pasar mucho tiempo. Se está haciendo de noche y me sorprendo al contactar en mi interior con una sensación de infinito asombro. Porque muy lentamente, me voy dando cuenta de que mi imagen de Dios se me está “deslocalizando”, se está retiran do de los espacios donde yo lo tenía fijado para emerger, misteriosamente, en ese mundo subhumano que me provoca temor y rechazo, en medio de esas situaciones donde me parecía abolida la esperanza. Y desde ahí me invita a no huir de los infiernos del sufrimiento cotidiano
de la gente, sino a descender con El, que los ha conocido y vencido desde dentro. A no pretender acallar mis preguntas a fuerza de razonamientos ni evasiones, sino a cargar pacientemente con ellas y a tratar de buscar un nuevo alojamiento para mi fe que no sea la tranquilidad de un optimismo ignorante, sino la inquieta certeza que abre la esperanza. Una esperanza “que nace en medio de la aflicción, esperanza humedecida por las lágrimas y por la sangre, pero no por eso menos real y vital. Dios enfermo, ausente y sordo, y a la vez Dios enfermero, interesado y tierno.” 45 Empiezan a bullirme por dentro cosas que tienen que cambiar en mi vida: valores a jerarquizar (¿compasión por encima de búsqueda de armonía personal?); determinaciones que tomar (¿dónde y con quiénes reemprender mi búsqueda de ese Dios que no se agota en mi interioridad?); lugares nuevos que frecuentar (¿no habrá “infiernos”, más cercanos a mí de lo que creía, a los que comenzar a aproximarme?); recursos personales (¿tiempo, saberes, proyectos, entrañas...?) que puedan servirle a Dios de “dedos” que hagan llegar esperanza a tantas heridas... Toda yo soy un volcán de inquietud y de interrogantes. Pero, increíblemente, en este momento, y aunque supongo que la decisión es ambigua, siento que tengo que irme con mis amigas a Grecia y disfrutar allí con toda el alma. Porque intuyo que este Dios de rostro nuevo que hoy me visita, es también el Dios de la alegría humana y de la fiesta, el del Cantar de los cantares y la danza a la orilla del mar; el de la esplendidez de vino en Caná y el derroche de pan en el desierto. No es sólo el Dios de los límites, es también el Dios de aquellos momentos de plenitud en los que a veces experimentamos, como en un anticipo de lo definitivo, la dicha prometida a los hijos, cuando el último enemigo vencido sea la muerte y ya no haya llanto, ni luto, ni gemido. Y eso, al menos por esta vez, necesito celebrarlo con Él desde Corfú. 11 45
Gustavo Gutierrez, Lenguaje Teológico: plenitud del silencio, Páginas 137 Feb.1996, 67
Aprender a ser creativo Miguel de Guzmán Lo importante es seguir preguntando siempre Albert Einstein
SER CREATIVO ¿UNA CUESTIÓN DE ACTITUD? Aprender a crear, a descubrir, a inventar, a echar a andar por caminos no trillados, a actuar de modo novedoso, original,... ¿No será una propuesta quimérica? Y sin embargo es algo que todos nosotros hemos realizado con bastante eficacia en los primeros años de nuestra vida. En realidad, si hubiéramos seguido aprendiendo a hacerlo al mismo ritmo a lo largo de los años posteriores nos acercaríamos mucho más al genio. El proceso de inmersión en la cultura parece frenar sustancialmente nuestro crecimiento en creatividad. De niños, plenamente abiertos a lo que nos rodea, todo nuevo, vamos conformando, por supuesto no sin ejemplos, nuestras propias actitudes hacia las personas, hacia las cosas, hacia el mundo. El niño es una permanente interrogación espontánea, una capacidad inmensa de sorpresa y admiración ante el comportamiento de todo lo que observa frente a su continua experimentación. Tal vez en la actitud del niño podemos encontrar una de las claves para nuestro posible progreso, como adultos, en la creatividad. El niño es espontáneamente creativo. Aprende a serlo como aprende a pensar, a andar, a correr, a hablar. Posteriormente aprende, ya no tan espontáneamente, la gramática, la aritmética y demás saberes de la escuela. Entonces aprende fundamentalmente cosas. Aquellos aprendizajes espontáneos parecen pasar, en buena parte, a un segundo plano. En nuestra concepción de la educación no parece necesario que siga profundizando en cómo pensar mejor, en cómo preguntar y preguntarse más hondamente, en cómo llegar a ser más eficazmente creativo. Pero unos cuantos al menos sí que encuentran útil, por ejemplo para su progreso en el ejercicio del deporte, aprender a
correr mejor, a respirar mejor, a hacer mejor aquello que aprendieron de forma espontánea. También el pensar, el comportarse de un modo creativo, lo que fue en un principio resultado de un aprendizaje espontáneo, podría fomentarse de forma parecida, aunque nuestras escuelas no se lo propongan ordinariamente de modo explícito. Algunos, los genios, consiguen preservar, al paso de los años, una actitud semejante a la del niño. Al menos en alguna parcela escogida consiguen mantener, frecuentemente ni siquiera ellos saben cómo, la mirada nueva, sorprendida, interrogante, entusiasmada, y eso les proporciona las visiones con las que son capaces de iluminarnos al resto. Pienso que los demás, a la vista de la forma de comportarse de tales adultos que han sabido conservar esa mirada que vive estrenando el mundo en cada momento, al menos en algún aspecto parcial, podemos aprovecharnos, no sin cierto esfuerzo, para acercarnos, en nuestro propio campo, a tener una actitud semejante a la de ellos. Creo que es posible, con tesón y entrenamiento inteligente, fomentar en nosotros mismos una forma de mirar nuestro mundo particular que nos permita en muchos momentos conseguir soluciones novedosas, originales, a los problemas que puedan surgir en el quehacer concreto de nuestra elección. APRENDIZAJE POR CONTAGIO Por supuesto que el camino ideal para aprender a ser más creativos en el campo de nuestra elección consistiría en tener al lado permanentemente en nuestro trabajo una de esas grandes figuras del tema a cuya forma de ser y actuar pensamos se pudiera adaptar mejor nuestra idiosincrasia, que fuera capaz de comunicarnos en cada momento su forma de mirar la tarea, la actitud con que se enfrenta a ella, su propio talante, los orígenes de sus ideas, de dónde las espera, cómo las suscita, cómo contempla las obras de otros, cómo se pone a la escucha de su propia voz interior, cómo juzga que ha llegado el momento de pasar de la etapa de preparación a la de su propia acción, cómo es capaz de alejarse a ratos de ese torso inicial que es su propia obra a fin de gustar lo bueno de ella y de rechazar lo que encuentra de defectuoso o sólo parcialmente conseguido,... Y de esta compenetración atenta por mi parte conseguiría posiblemente ir adquiriendo cierta familiaridad con las raíces profundas
de donde surge lo genial. A ratos sería yo mismo el que, bajo su mirada comprensiva, iría realizando mis ensayos tratando de hacer totalmente transparentes mis pensamientos, los orígenes de mis ideas y mis acciones, a fin de que esa persona, con benevolencia, con auténtico empeño por mi progreso y con genuino respeto por mi propia forma de ser, fuera sugiriendo las posibilidades que la situación le suscita a él mismo. Es claro que no son muchos los afortunados que pueden tener una ocasión semejante para progresar en un campo concreto mediante esta ósmosis comunicativa. Ni siquiera es fácil encontrar en la historia de los genios aquél que ha sido capaz de realizar el esfuerzo adicional de entenderse a sí mismo de esta forma profunda que le permita transmitir las mismas fuentes de su inspiración, no sólo sus resultados, de modo que otros se puedan beneficiar de sus formas de actuar. Y, aunque algunos ha habido con tales capacidades, no están cerca de nosotros ni en el tiempo ni en el espacio. Pero se puede idear un plan alternativo. En muchos casos existe información suficiente que nos permite conjeturar algunos aspectos de los misterios que tienen lugar en la mente de los grandes creadores que han surgido a lo largo de la historia. Aunque no nos sea dada esa oportunidad de convivencia creadora con el genio, tal vez la observación atenta de sus formas de proceder, así como de los rasgos de sus obras que a veces hacen transparentes tales formas de proceder, nos pueda ser de utilidad. APRENDIZAJE CREATIVA
POR
OBSERVACIÓN
DE
LA
PERSONA
¿Podrían diseñarse formas concretas de proceder, modos específicos de entrenamiento, de adquisición de hábitos, que nos acercaran de alguna manera a tales actitudes y modos de proceder? El acto creativo contiene, en una primera aproximación, unas cuantas etapas que en él se pueden distinguir: preparación, incubación, iluminación, verificación. ¿Cuál es la forma de proceder en cada una de
estas etapas de los más creativos? A mi parecer, más importante todavía que los procesos concretos que el genio parece realizar es su actitud en relación con su campo de acción. De tal actitud nacen en realidad muchas de las peculiaridades de sus formas de proceder. ¿Se pueden señalar algunas características de la actitud inicial ante su obra en las personas especialmente creativas? Si es así, ¿podríamos señalar un programa de acción a fin de modelar en nosotros actitudes que se asemejen a las de tales personas? En las páginas que siguen trataré de identificar algunos de esos rasgos de la actitud inicial de la persona creativa y de sus formas concretas de proceder, señalando al tiempo algunas formas posibles de actuar nosotros mismos para acercarnos a tales actitudes y procesos. LA ACTITUD INICIAL ADECUADA El talante inicial de las personas creativas ante las tareas de su campo suele presentar características que se podrían calificar como paz, confianza, curiosidad, entusiasmo, libertad inicial de bloqueos y de barreras... La persona creativa, al percibir cierta connaturalidad con el objeto de su tarea, no la mira como algo amenazante, perturbador, ante lo que se encuentre sin recursos. Es simplemente una situación que le pide que ponga en ejercicio sus propias capacidades naturales, que las siente ahí dentro precisamente para eso, para ser ejercitadas. No es que piense que lo vaya a realizar sin esfuerzo. Es como una invitación a un paseo por el monte, del que posiblemente terminará exhausto, pero que será de todos modos extraordinariamente vitalizante. Posiblemente se encuentra al comienzo tan perdido como cualquiera de nosotros ante una situación totalmente nueva. Pero precisamente esa novedad no es causa de paralización, sino de estímulo y curiosidad para su mente interrogante. La novedad de una tarea es acicate para ejercitar la libertad y espontaneidad, que también implican novedad, en las respuestas que haya de construir. La implantación de una actitud semejante en nosotros mismos puede ser
una tarea más o menos ardua, pero no imposible. Es preciso crecer en la autoconfianza, que no auto-engaño, que hemos de suscitar en nosotros mismos mediante nuestro enfrentamiento con tareas iniciales a nuestro alcance y la insistente consideración de que nuestras capacidades, especialmente en aquellas tareas a las que de modo natural nos sentimos atraídos, no difieren tanto de las de aquellos que consideramos expertos en el tema. Podemos pensar que es una realidad, y no una mera ilusión, que los que consideramos virtuosos en un determinado campo no están tan tremendamente lejos en sus capacidades, sino que han tenido la oportunidad de colocarse bien pronto allí donde sus cualidades naturales pudieron florecer de forma espontánea, armoniosa, robusta y llena de satisfacciones, lo que retroalimentó su propio crecimiento. Sus visiones y sus resultados nos señalan el camino a los demás. El gusto por la propia actividad creativa es una de las condiciones que hacen posible una intensa dedicación, al convertir el esfuerzo en satisfacción, y que al tiempo nos puede liberar de defectos importantes en la realización de nuestra tarea. Si la misma entrega a nuestro trabajo es ya fuente de placer no dependeremos tanto del éxito y de los resultados en él, dependencia que a su vez suele constituir una fuente de ansiedades y angustias. Deberíamos tratar de hacernos capaces de saborear el avance paulatino de nuestro caminar, a nuestro propio ritmo, y las pequeñas iluminaciones que van apareciendo en él. Por otra parte esta actitud nos libera también de las ansias por dar por concluida, a veces prematuramente, nuestra tarea. La espontánea libertad que observamos en las personas genuinamente creativas nos la tenemos que conquistar los demás con tesón. Estamos amenazados por una multitud de barreras más o menos sutiles. Uno de los aspectos importantes de la actitud inicial para nuestro trabajo creativo consiste en una perpetua vigilancia frente a los bloqueos de muy diversos tipos que pueden constituir, cuando menos, una fuerte rémora en nuestra tarea, como señalo a continuación. SURCOS EN LA MENTE La
mente
de
cada
uno
de
nosotros
es
de
una
plasticidad
extraordinaria, pero al mismo tiempo está llena de surcos, de modos predeterminados de ver, mirar, imaginar, idear, contemplar,... que configuran nuestra estructura mental y se van afianzando a lo largo de nuestra vida. Tales surcos representan algo muy útil para nuestra actividad mental, ya que son los modos en que ordinariamente logramos resolver de forma más o menos automática nuestras tareas mentales ordinarias. Pero al mismo tiempo constituyen una amenaza en aquellos momentos en los que nos enfrentamos con situaciones nuevas para las que tales modos no han sido elaborados, es decir en nuestro trabajo creativo. Los surcos de mi mente constituyen potenciales bloqueos mentales de una gran variedad en su naturaleza y el primer paso para prevenir su fuerte efecto sobre mi ejercicio creativo consiste en conocerlos en general y en reconocer aquellos que son más efectivos en mis procesos de pensamiento a fin de liberarme en lo posible de su acción. Los bloqueos más potentes en casi todos nosotros, y al mismo tiempo los más difíciles de conocer, reconocer y erradicar, son los bloqueos de origen afectivo. Los afectos impregnan profundamente toda nuestra personalidad e influyen en nuestra propia vida mental de modos mucho más sutiles de lo que sospechamos. A continuación enumero algunos que a mi parecer pueden influir de modo especialmente negativo en nuestra actividad creativa. La apatía, la abulia, la pereza ante el comienzo de nuestra tarea. El momento de empezar resulta para una buena parte de nosotros el momento más antipático de nuestra actividad creativa. Tal vez sea natural, ya que hemos de echar a andar hacia lo desconocido y pensamos que nuestros primeros pasos son de una gran envergadura, si tomamos una dirección equivocada. El remedio se dice pronto: dedica un razonable esfuerzo a pensar en las distintas maneras de comenzar, escoge una que por ahora te parezca la más adecuada, ponte en marcha dando a tu comienzo la oportunidad de mostrar su valor, y al mismo tiempo conservando la idea de que ésta es una de entre unas cuantas direcciones que hubieras podido escoger y de que es posible, a la vista de lo que va resultando, que hayas de rectificar. Se dice pronto pero tal vez en la práctica no resulte tan claro lo que significa “esfuerzo razonable”, “la más adecuada”, y... sobre todo eso de que “tal vez hayas de rectificar”. Probablemente la diferencia más notable entre el que va
adquiriendo algo de experiencia y el novicio consiste precisamente en la capacidad de discernimiento para entenderlo y entenderse a sí mismo en relación con ello. Los miedos en relación con la actividad creativa pueden ser múltiples y bien negativos. El miedo al fracaso, a la equivocación, al ridículo, al qué dirán,... suelen ser frecuentes en muchos de nosotros. La neutralización de tales miedos puede consistir en aceptar de antemano los riesgos de incurrir en esas que se nos anticipan como terribles y espantosas desgracias, tratando de considerar sus aspectos positivos, que no son pocos, y de valorarlos en su justa dimensión. El fracaso es a menudo la antesala del éxito, con tal de que sepamos aprender las lecciones que de él se pueden derivar. Del fracaso podemos aprender cómo no conviene hacer las cosas, lo que nos facilitará el camino para hacerlas bien en la próxima oportunidad. Nuestra cultura, y muy particularmente nuestra tradición educativa, tiende a valorar muy negativamente las equivocaciones, y así es como nos atrevemos demasiado poco a equivocarnos. El que se atreve a realizar cien proyectos y le salen mal cuarenta tiene en su haber mucho más que quien sólo se atreve a hacer diez de ellos y le salen mal dos. Por eso es por lo que Thomas J. Watson, fundador de IBM, propuso la siguiente fórmula para el triunfo: “El camino para el éxito consiste en duplicar la proporción de fallos”. Otro conjunto de bloqueos importantes es el de los de tipo cognitivo, entre los que se puede señalar como especialmente influyentes la rigidez de pensamiento y la tendencia exagerada a la valoración crítica. Las que A.N. Whitehead llamaba ideas inertes en los sistemas mentales que compartimos, y en especial en nuestros sistemas educativos, constituyen pesadas rémoras que impiden nuestra creatividad individual y colectiva. Son ideas “que son meramente recibidas en la mente sin ser utilizadas, o contrastadas, o incorporadas en combinaciones nuevas”. Un examen somero de cualquiera de nuestros sistemas educativos pone de manifiesto su presencia y es algo natural que así suceda ya que la gran mayoría de quienes estamos encargados de hacer que funcione un sistema educativo estamos inmersos en un
mundo de ideas y quehaceres que en buena parte se han quedado ya obsoletos. Es natural que tales ideas se conviertan en algo así como pesados muebles antiguos que no hacen sino ocupar sitio en lo más recóndito de la buhardilla mental de nuestros alumnos. El antídoto contra las ideas inertes consiste en reconocerlas y tratar de experimentar su ineficacia y la conveniencia de su sustitución, haciendo fuerza contra nuestra tendencia espontánea a mantenerlas por razón de la seguridad que falsamente pensamos que nos proporcionan. DESBLOQUEO No es éste el lugar adecuado para proponer con detalle algunas de las técnicas que se han diseñado para crear hábitos que contrarresten la influencia de aquellos tipos de bloqueos específicos que percibimos más importantes en nuestra capacidad creativa. Me limitaré a insistir en un par de aspectos, a mi parecer fundamentales, relativos a la actitud de base en torno a la creatividad, de los que puede resultar una disipación de muchos de nuestros bloqueos concretos. Para adquirir información sobre algunas de las técnicas concretas que se han diseñado para tratar de restar influencia a diversos bloqueos específicos me remito a mi trabajo titulado Para pensar mejor. Desarrollo de la creatividad a través de los procesos matemáticos (Pirámide, Madrid, 1994), donde muchas de las ideas que aquí se exponen brevemente aparecen desarrolladas. Allí se puede encontrar información útil sobre temas tales como el brainstorming, que surgió en los años 60, y sobre las posteriores modificaciones que han tratado de mejorar el método en diversas direcciones. La pregunta como actitud Una de las máximas favoritas de Einstein era: “Lo importante es seguir preguntando siempre”. La pregunta es motor del conocimiento, del aprendizaje y el eje de una actitud permanentemente creativa. Es la forma natural del niño pequeño para, dando rienda suelta a su sorpresa y admiración, ir explorando el mundo que le rodea. “Por la admiración comenzó el hombre a filosofar”, dijo Aristóteles, es decir a ir cuestionando todo este misterio que constituye nuestro universo alrededor y nuestro
propio universo interior. La pregunta es el anzuelo para pescar en el mar de las ideas. Quien pregunta llega lejos, se entera, adquiere ínteractivamente el conocimiento para integrarlo en su propia estructura mental. El que no pregunta entiende a medias, se queda en la penumbra pasivamente y la idea se le escapa como a través de un colador. La pregunta implica un cierto conocimiento parcial, una curiosidad inquieta y el reconocimiento de cierta ignorancia ilustrada. Un justo equilibrio entre el deseo de información y el esfuerzo propio Es frecuente que ante cualquier tarea que nos resulta nueva reaccionemos con una actitud que parece razonable: primero tengo que informarme bien, mirar a fondo cómo se hace y para ello empezaré desde el principio y estudiaré en profundidad el campo concreto en que tal tarea se enmarca. A menudo el resultado de esta actitud es que nunca comenzamos a ponernos de veras a realizar nuestro trabajo. Puede ser una actitud de pereza con un disfraz bien razonable. En general nos resulta más fácil ir adquiriendo información, una fuente tras otra, que zambullirnos en el trabajo propio. Lo cierto es que bajo la excusa de la información podemos ir aplazando sin fin el momento de actuar por nosotros mismos. Por otra parte viene bien tener en cuenta que es frecuente que, ante una labor para la que lo que se requiere esencialmente son ideas nuevas, la información de todo lo que hay en torno a ella resulte un impedimento más bien que una ayuda. Aunque poseamos mucha información, llega el momento en que más vale que tratemos de pasar por alto lo que sabemos que se ha intentado ya sin éxito por ver si somos capaces de iniciar algún camino aún sin explorar. Por todo ello es necesario mantener un justo equilibrio entre el esfuerzo por adquirir la información que me va a ser verdaderamente útil para mi trabajo y la dedicación a actuar por cuenta propia. Incluso resulta probablemente más sano que te introduzcas cuanto antes puedas a trabajar por ti mismo en el asunto, ya que de esta forma podrás darte cuenta mejor de las carencias de información que puedes adquirir, ahora
con una orientación mucho mejor definida. UN TIPO DE CONOCIMIENTO BIEN ESTRUCTURADO Parece claro que la persona creativa ha de tener a su disposición una cierta riqueza de conocimientos relativos al campo en el que ejerce sus capacidades de modo eficiente, pero también es verdad que más importante que la cantidad de ellos es la manera en que se encuentran estructurados en su mente. El conocimiento bien estructurado nos ayuda extraordinariamente en diversos aspectos: • -Facilita extraordinariamente la asimilación de nuevos conocimientos, así como su conservación e integración en nuestro mecanismo mental. Nuestra memoria es bastante frágil, pero nuestra fuerte capacidad de relacionar datos, especialmente cuando están impregnados por vivencias especiales en torno a ellos, puede venir en su ayuda. El conocimiento nuevo, como el que ya poseemos, tiene ganchos mediante los cuales se ordena adecuadamente en la estructura global de nuestro conocimiento previo. • -El acceso a un conocimiento con rica estructura es mucho más fácil que la recuperación de una información aislada. Cuando intentamos acceder a un conocimiento que se nos evade momentáneamente nos apoyamos en las conexiones de muy diversos tipos, cognitivas, afectivas, que éste puede tener dentro de nuestra mente. Si tal conocimiento entró aisladamente, su recuperación en el momento oportuno será mucho más difícil. • -La utilización de un conocimiento podrá ser tanto más versátil y fructífero cuanto mejor integrado esté en nuestra red global de operaciones mentales de todo tipo. Por esta razón resulta tan importante que logremos involucrar en nuestra actividad mental alrededor del campo en el que tratamos de actuar de modo creativo toda nuestra personalidad, que es lo que parece suceder de modo espontáneo en las personas que sobresalen en él. Toda su persona,
percepciones, conocimientos, emociones, sentido estético,... giran en torno de aquello hacia lo que se sienten arrastrados de forma natural. ABIERTOS A LA AYUDA QUE PROPORCIONA LA ACTIVIDAD NO CONSCIENTE A mi parecer una de las diferencias fundamentales entre la persona sobresaliente en creatividad y la que no lo es consiste en la capacidad de aquella de aprovechar a fondo todos los resortes de su estructura mental, y muy especialmente, las visiones e inspiraciones que le puede ofrecer su actividad no plenamente consciente. Esta ayuda que la actividad no consciente es capaz de prestarnos se puede entender mejor a través de la siguiente descripción del funcionamiento de nuestro mecanismo mental hacia la realización de una tarea concreta: 1. Nuestra estructura mental tiene muchos elementos con distintas funciones, unos de almacenamiento de información, otros de organización y procesamiento de tal información, que hasta cierto punto pueden trabajar independientemente. 2. Existe un mecanismo de supervisión que puede atender a la actividad coordinada de unos cuantos de esos procesadores de modo más o menos enfocado, al tiempo que percibe de modo más difuso la actividad de otros. Hay algunos que de ordinario escapan a la percepción y desde luego al control del mecanismo supervisor. 3. Este supervisor es el portador de la conciencia refleja del individuo y de la facultad de auto-dirigirse hacia uno u otro punto de su campo de control a fin de coordinar las informaciones que recibe de los diferentes elementos y someter el resultado de esta coordinación a ulteriores procesamientos. 4. Mediante intervención neuroquímica o a través de técnicas de entrenamiento adecuadas es posible neutralizar la acción del supervisor, de modo que la actividad de los diferentes elementos continúe sin su influencia. Las interconexiones entre estos elementos siguen sin embargo abiertas, de modo que
la información que cada uno contiene en sus diversas formas de procesamiento puede actuar sobre la que otros elementos poseen. 5. Mediante un cierto esfuerzo continuado el supervisor puede poner en actividad muchos de los elementos del sistema con una dirección de búsqueda común. Una gran parte del mecanismo mental está entonces en tensión interactiva de manera que cada elemento pueda captar y procesar lo que los otros puedan ofrecerle. 6. Esta situación puede dar lugar a un engarce de las distintas informaciones que proporcionan los diferentes elementos del sistema, lo que constituye una aportación hacia la realización de la tarea propuesta. 7. Puede suceder que, incluso después de mucho tiempo y esfuerzo invertidos por el sistema, esta solución de la tarea propuesta no aparezca. El supervisor cesa en su esfuerzo controlador, pero las diferentes unidades del mecanismo continúan en tensión con las pautas de búsqueda que se les ha proporcionado. 8. Puesto que las conexiones entre los diferentes elementos permanecen abiertas y las interacciones entre ellos siguen produciéndose, puede suceder que de esta actividad no controlada directamente por el supervisor, que tiene ahora su enfoque dirigido hacia otras tareas, surjan estructuras que parezcan resolver la situación-problema inicialmente propuesta. 9. El supervisor, mediante su atención difusa sobre las diferentes unidades del sistema, puede percibir la presencia de tal constelación de informaciones y ser atraído por ella. Entonces se percata de su valor, tal vez por su belleza o por su eficacia, enfoca la atención de los diversos elementos sobre ella y la evalúa con más precisión. 10. 0 bien tales estructuras combinadas de información permanecen almacenadas en el sistema, no percibidas de momento
por el supervisor. Sólo cuando éste decide, posiblemente tras mucho tiempo, volver a hacer un nuevo esfuerzo hacia la realización de la tarea poniendo en actividad los diferentes elementos bajo su control, esta constelación útil aparece como saliendo de la nada, como el destello súbito de un relámpago. Si las cosas suceden aproximadamente como aquí he descrito, ¿podremos tratar de incidir eficazmente sobre nuestros propios procesos mentales para propiciar la ayuda de nuestra actividad no consciente? A mi parecer, en las personas especialmente creativas la comunicación entre su actividad consciente y la no consciente arriba señalada se realiza de una manera fácil y natural, sin necesidad de las andaderas que otros necesitamos para estimularla. A continuación señalaré brevemente algunos de los estímulos que nos pueden resultar eficaces: • -Favorecer la acumulación de los recursos de nuestro sistema mental señalada en el punto 5, tratando en primer lugar de eliminar los impedimentos que, según nuestra propia experiencia, son los causantes de una dispersión de nuestra atención, de nuestra capacidad para estar plenamente en lo que hacemos. Pero sobre todo fomentando en nosotros el interés intenso y profundo sobre el asunto, que sea capaz de involucrar más y más capas, racional, contemplativa, estética, de nuestra propia personalidad. • -Estimular de manera directa la incubación descrita en los puntos 79. Tal preparación directa nos debería capacitar: o -para poder reconocer más o menos claramente lo que constituye una realización adecuada de la tarea o -para infundir en el espíritu una tensión profunda, un verdadero interés por la tarea, junto con una cierta confianza en nuestras fuerzas • -Concedernos un período de relajación y de olvido que permita una mayor libertad y autonomía propias, es decir un apartamiento de los caminos trillados ya por nuestra actividad consciente, en el que la tensión interna y el vivo interés por la tarea mantengan en movimiento las configuraciones y constelaciones de información que la fase preparatoria ha puesto ya en marcha. Las formas concretas
para conseguir este objetivo son muy variadas y personales, pudiendo consistir en irse a jugar al billar y esperar la iluminación viendo rodar las bolas, como solía hacer Mozart, o bien en sumergirse en la bañera y ponerse a jugar con barquitos de papel, como al parecer prefería Shelley. Hay gustos para todo. SUGERENCIAS PARA UNA REFLEXIÓN PERSONAL: 1. Examina tu propia actitud frente a la posibilidad de ser más creativo. ¿Te parece posible? ¿Te parece útil? ¿Lo deseas de veras? ¿Estarías dispuesto a hacer algún esfuerzo por lograrlo? 2. Echa una mirada a tu alrededor. Entre las personas que conoces bien, ¿quiénes te parecen más creativas? Trata de identificar los rasgos de sus maneras de proceder que te hacen pensar en ellas como más creativas. ¿Podrías estimular en ti mismo algunos de estas maneras de proceder? 3. Examina tus propios procesos de trabajo. ¿Están dominados por la rutina hasta el punto de no haberlos cambiado en años? Párate a pensar si algunas de esas rutinas no se han convertido en surcos perjudiciales. Piensa en la posibilidad de cambiar de forma de actuar en las distintas etapas de un día normal en tu vida cotidiana. 4. ¿Cuáles son las actividades de tu trabajo que más te disgusta tener que hacer? Examina el origen de tales repugnancias. ¿Piensas que son suficientemente fuertes como para influir muy decisivamente en el desempeño de ellas? ¿Podrías hacer algo por conseguir que desaparecieran o se atenuasen? 5. ¿Cómo, cuándo y dónde se te suelen ocurrir ideas novedosas y originales? ¿Fomentas de alguna manera consciente la colaboración de tu actividad inconsciente en la solución de los problemas de tu trabajo, de tu vida ordinaria? 12
Aprender a vivir con el propio dolor Jesús Burgaleta Yo he aprendido a arreglarme en toda circunstancia: sé vivir con estrechez y sé tener abundancia; ninguna situación tiene secretos para mí. ..; para todo me siento con fuerzas, gracias al que me robustece. (Flp. 4, 11-13)
La enfermedad, con su dolor o sufrimiento, es una bolsa de aceite hirviendo en la que te arrojan y en la que no tienes más remedio que sobrevivir, escapar o sucumbir. En ese estado de ebullición a uno le sobran las teorías, sistemas, instituciones, ideologías, poses, subterfugios... Todo tu ser está en tensión y cada día y noche, hora y minuto son un río de experiencias, sensaciones, deseos, fantasías, angustias, sugerencias, intuiciones, emociones, miedos, satisfacciones, inquietudes, preguntas... Un vendaval de luces y de sombras, de sentido y sinsentido, confianza y desesperación, certezas y dudas. En la cama, en el incómodo sillón del hospital, durante el tiempo de espera de los análisis, en la antesala de la consulta, en el tiempo de convalecencia en casa, la cabeza no descansa, el corazón palpita desasosegadamente, las fantasías se agolpan, la imaginación corre desbocada y loca. En este vendaval de la enfermedad la vida personal -casi personificada ante ti- y todo el entorno se ponen patas arriba. La cercanía y la distancia, la agresividad y el amor, la culpa y el perdón, el rechazo y la acogida, la aceptación y la rebelión, el silencio y la palabra... van y vienen, van y vienen; vienen y van. De este movimiento mareante no se libran ni Dios, ni Jesucristo, ni la esperanza, ni la fe, ni las más profundas convicciones. Todo está abierto en canal; toda la realidad está en carne viva, desangrándose. En esta colaboración para la colección Serendipity voy a reflejar algo de mi experiencia en medio de una enfermedad grave: sus sufrimientos, sus dolores, su pena y pesadumbre y también sus frutos.
Aunque he agrupado la experiencia en algunos apartados, para no volver loco al lector a fin de que pueda sacar algún provecho, he huido de toda sistematización y de todo desarrollo. En la enfermedad no se es lógico, ni se estructura nada; sólo se vive nadando contracorriente, es una experiencia desbordada, caótica, global, inundada, en la que te encuentras anegado y asaltado continuamente, sin descanso y sin pausa. En esta mecedora loca y desconcertada -en la que el movimiento se va repitiendo siempre con distinta intensidad y de la misma manera, y que invita a cerrar los ojos, a sentir, a pensar, a consentir, a rememorar, a advertir- que me ha balanceado durante la enfermedad, espero que se siente algún lector y compartamos juntos una sorprendente e inesperada velada. La enfermedad es una sorpresa y todo lo que en ella se vive y se descubre es inesperado. En ella te encuentras con sorpresas valiosas, y hasta agradables, no buscadas. Es como el que halla en un camino minado un tesoro, cuando sólo iba tratando de esquivar amenazas de muerte. El “aprender a vivir con el propio dolor” no se enseña. Sólo se aprende viviendo, experimentando, incorporando. Lo que yo viví en medio de mi enfermedad es lo que yo aprendí, si es que viví algo. YO ESTOY ENFERMO Y las enfermedades no son sino treguas de la muerte. Francisco Umbral46' I El sufrimiento es humano. La salud y la enfermedad son dos hijas gemelas de nuestro ser. La enfermedad no es sólo la falta de salud; es la otra condición humana. 46
. F. Umbral, Mortal y rosa, Cátedra Destino, Madrid 1995, p. 126.
En la enfermedad se pone de relieve la limitación radical y la carencia. Aceptarme es asumir todo lo que soy. “Buenos días”, enfermedad. Se rechaza la enfermedad porque no se conoce ni admite uno a sí mismo. “¿Por qué me pasa a mí esto?”, es igual a preguntarse: “¿Por qué soy yo así?” La enfermedad siempre nos sorprende. ¡Tan alejados estamos de nosotros mismos! Cuando te enteras de que has caído enfermo te entra una tristeza tal que no tienes más remedio que llorar sobre ti mismo. Se llora de impotencia y de pena. Cuando disfrutamos de salud nos parece normal que la tengamos. Cuando la perdemos, haberla tenido nos parece un privilegio. ¿A qué viene ese escandalizarme por el dolor? Es normal que yo pueda caer también enfermo. “¿Qué he hecho yo para merecer esto?”. Nada; como todos los seres humanos. Se cae enfermo naturalmente.
La enfermedad no la envía nadie. Entra dentro del lote de la vida. La enfermedad que yo tengo es toda y solo mía. No soy el primer paciente de la humanidad; todos han sufrido, sufren o sufrirán. El enfermo pregunta: “¿por qué?” El sensato no responde. Toda respuesta ante el dolor es superflua. En preguntar lo que sabes el tiempo no has de perder. Y a preguntas sin respuesta ¿quién te podrá responder? Antonio Machado 47 El sentido del sinsentido del dolor lo ha de encontrar uno en sí. II En la enfermedad se topa uno de bruces con el destino, que nos pone forzadamente a su disposición. De nada sirve huir, si uno se lleva la enfermedad consigo. La enfermedad muestra esa parte de la existencia que consiste en ser una realidad impuesta desde fuera. Aceptar esta realidad con libertad y con amor es condición indispensable para ser persona. Somos dados: 47
A. Machado, Poesías completas, Espasa Calpe, Madrid 1969, p. 154.
“muchas gracias”. Somos dados: “te me doy”. Somos dados: “me acepto como don”. Somos dados: mi vida es mía y recibida. Somos dados: nos culminamos siendo arrebatados y dándonos. La monedita del alma se pierde si no se da. Antonio Machado 48 En la enfermedad se experimenta la expropiación de uno mismo. La enfermedad cae sobre ti como la helada de primavera sobre la flor del almendro. La enfermedad encarcela: aunque quieras liberarte no puedes. En la enfermedad no se puede tener prisa; por mucho que se corra no se llegará antes. La enfermedad y el sufrimiento dejan huella. III La enfermedad te arranca de todo y te mete en vía muerta. 48
A. MACHADO, OP. CIT. P 59
La enfermedad te aparca -eres un humano en el taller de reparación-. La enfermedad te desarraiga -eres un humano sin tierra firme-. La enfermedad te trunca la vida -eres un humano podado sin miramientos-. La enfermedad te aplana -un viento ha derrumbado el castillo de tus sueños-. La enfermedad te frena en seco -no se puede andar aunque haya camino-. La enfermedad te inutiliza -los demás ocupan tu puesto-. El enfermo no cuenta -tiene poco futuro-. Con el enfermo no se cuenta -no tiene presente ni presencia-. La enfermedad es el aprendizaje del morir -estar fuera de los demás y en sí mismo-. La enfermedad es el sello legible de nuestra irremediable condición mortal. Una a una las hojas secas van cayendo de mi corazón mustio, doliente y amarillo. El agua que otro tiempo salía de él, riendo, está parada, negra, sin cielo ni estribillo. Juan Ramón Jiménez49 49
J. R. Jiménez, Segunda antología poética, Espasa Calpe, Madrid 1991, p.129.
IV El sufrimiento te introduce en la soledad, donde habitas. Nunca tan solo como cuando se sufre. No se puede dar parte de “mi dolor”. El otro sufre “su” dolor por mi padecimiento. El que compadece me muestra su amor, pero no se lleva parte de mi dolor. El dolor marea de tanta soledad; por eso los demás acuden prestos a ofrecer relación. Me quedé solo. En el centro de mi soledad hundí el puñal de mi silencio... ¡En mi soledad desbordo! E. Prados50 V El dolor nos hace iguales. Cuando sufrimos todos nos quejamos de la misma manera, todos sentimos lo mismo, todos decimos lo mismo. “Cuéntanos la experiencia de tu enfermedad”: -“La de todo el que ha estado enfermo”. Ante la narración del dolor ajeno el que no ha estado enfermo, se asombra 50
E. Prados, Antología de los poetas del 27, Espasa Calpe, Madrid 1990, p.302.
y el que lo está, ve que es igual a la suya. Cuando oyes a otro enfermo sincero escuchas tus mismas experiencias. No es más edificante narrar la experiencia del sufrimiento que la del placer. Las dos son experiencias humanas. VI La capacidad humana de sufrimiento es ilimitada. Se puede llegar a aguantar todo. El ser humano lleva siglos soportando todo lo que le cae encima. Es una fantasía tener miedo a sufrir creyendo que no se tendrán fuerzas para sobrellevarlo. Se dice: “lo que más temo es el dolor”. En muchas ocasiones lo más terrible no es el dolor en sí, sino lo que pensarnos sobre él, lo que imaginamos en nuestra mente. B. Sh. Lukeman,51 Después de sufrir mucho se ensancha de tal manera la sensibilidad que aún se puede sufrir más Cuando no se tiene miedo al dolor, se sufre menos. 51
B. Sh. Lukeman, Comprender la enfermedad, aceptar la muerte, Obelisco, Barcelona 1996.
Al dolor también hay que dominarlo. En el dolor también hay que ser dueño de sí. Si uno no se frena el sufrimiento puede ser un túnel sin final. No hay dolor tan grande que no pueda ser aliviado por el ala tenue del Ángel del Huerto de los Olivos. Después de sufrir se olvida el dolor, para poder sobrevivir. A veces, te sorprendes creyendo que el enfermo que ha padecido tu enfermedad ha sido otro. Cuando el dolor es muy intenso se convierte en anestesia de sí mismo. Se puede convivir con el dolor, como se puede vivir a oscuras. Se sufre tanto cuanta capacidad se tiene. Todo dolor es relativo. Después de sufrir mucho el advenimiento de un dolor menor se encaja como si fuera nada. “Este” dolor es siempre mayor o menor que el anterior. El color del dolor es amarillo. Su sabor, ácido. Su sonido, sordo. Huele a pena. Su mano araña. El rumor del sufrimiento es el silencio.
El dolor es abismal; negro y rugiente como el vientre de la mar nocturna. Y fue como un incendio, como si mis huesos ardieran, como si la médula de mis huesos chorreara fundida, como si mi conciencia se estuviera abrasando, y abrasándose, aniquilándose, aún incandescente se repusiera su materia combustible Dámaso Alonso 52 VII Ante la enfermedad hay que ser realista: reconocer tu situación y aceptarla. Cuando se pierde toda gracia es muy saludable mirarse a sí mismo con agrado. Si uno se ama, se ama también enfermo. Cuanto más enfermo, más amor “propio”. Yo también soy esta pobre realidad, sombra de lo que he sido. Hay enfermos que llegan a hastiarse de sí mismos. Si uno se hace inmisericorde, se incapacita para recibir la unción de la misericordia. El primero que se ha de proporcionar consuelo es uno mismo. ¡Qué saludable es atreverse a mirarse en el espejo 52
D. Alonso, Poemas escogidos, Gredos, Madrid 1969, p.115.
y echarse una mirada de ternura! VIII También hay que mirarse con humor. ¿Seremos capaces de reírnos de nosotros “tan” enfermos? Una enfermedad seria, vivida en serio, es más seria de lo que es. Hacer humor del propio deterioro ¡relaja tanto y es tan sano! Por favor, ¡no tomarse tan en serio! El dolor tomado muy en serio obsesiona. Es humano quejarse; pero hay quienes pierden las fuerzas quejándose, en lugar de poner remedio a su mal. Es humano tener mal humor; pero también hay que darse un poco de respiro. Hay enfermos que se creen más enfermos que nadie. YO ESTOY ENFERMO, PERO VIVO Lo que el hombre ha buscado no es, en realidad, ni el sufrimiento ni el placer, sino simplemente la vida. Oscar Wilde53 I ¿Cómo es posible que en medio de tanto daño, 53
0. Wilde, Obras completas, Aguilar, Madrid 1943-75, p. 1314.
aparezca también tanta posibilidad de bien? El dolor tiene su Tabor. La tiniebla total no existe; siempre hay algo de luz. No se llega al bien por el dolor, sino también en el dolor; como en la felicidad. Ser feliz en la felicidad; ser feliz en el dolor; no a costa del dolor. Sufrir o gozar no es ni bueno ni malo. Lo bueno o lo malo nace de la persona que goza o sufre. Por eso, hay enfermos que reconocen que su dolor les ha hecho bien. El dolor es el arado que te abre los surcos en los que cae la inesperada simiente, que luego ves crecer. En la pared blanca de la habitación del hospital hay una ventana abierta al horizonte. II El sufrimiento es fuente de interrogantes. También el gozo. Pero, por desgracia, cuando se disfruta no se piensa. Y se tiene más capacidad de pensar en la salud que en la enfermedad. El dolor crea un gran silencio interior
en el que van brotando los pensamientos, los sentimientos... En el dolor se aprende lo que nadie enseña. En la enfermedad se experimenta la ineludible fugacidad de la vida. El sufrimiento descubre la cara “ocultada” de la vida. III El reto del dolor es el mismo que el del gozo: crecer como persona. Se puede vivir con tanta intensidad y sentido cuando se está bien como cuando se está mal. La enfermedad es tan connatural como la salud, ¿por qué no vivir con estilo en las dos situaciones? A mal tiempo, buena cara. A buen tiempo, mejor cara. También en la enfermedad se nos da la posibilidad de madurar como persona. Para algunos será su última oportunidad. Lo inteligente es vivirse a tope. ¿Cómo no tomarse en serio en medio de la enfermedad, si puede ser la última ocasión de vivir la vida? En la enfermedad no sólo se ven las orejas al lobo, sino también el inmenso tesoro de la persona. Si el dolor me madura como persona,
en este crecimiento encuentro el sentido; como tiene sentido el fugaz bienestar si me ayuda a desarrollarme. La enfermedad es una crisálida de la que siempre se puede salir con alas -el último vuelo es preparado también por ella-. Eran ayer mis dolores como gusanos de seda que iban labrando capullos... ¡De cuantas flores amargas he sacado blanca cera! ¡Oh tiempo en que mis pesares trabajaban como abejas! Antonio Machado 54 Aunque enferme el cuerpo, la persona no enferma. También cuando el cuerpo se debilita, la persona puede fortalecerse. IV La enfermedad ayuda a quitarse la careta. Uno es lo que aparece cuando sufre. En medio del dolor es difícil disimular. Cuando se cae enfermo se descubre si uno está centrado en sí mismo o pendiente de los demás. En medio del sufrimiento 54
A. Machado, e.1., pp. 71-72.
se puede hacer el ejercicio de desposeerse. El dolor te desarraiga de todo, menos de ti mismo. Yo más cerca del mí mío... yo hacia dentro, al infinito. Juan Ramón Jiménez55 La enfermedad desbarata el auto-engaño: soy lo que he hecho de mí y lo que estoy haciendo. El dolor derrite toda vanidad, como a la mantequilla el fuego. El dolor te devuelve a ti mismo. En el sufrimiento aparece la persona con sus contradicciones. El dolor produce clarividencia y facilita el camino hacia uno mismo. ¡No corras, ve despacio, que a donde tienes que ir es a ti sólo! Juan Ramón Jiménez56 Cuanto más clara es la conciencia de sí, tanto más grande es la tentación o la prueba. En la enfermedad se ve que no eres nada de lo que tienes. En la salud uno está lleno de cosas; en el dolor uno queda despojado. 55 56
10. J. R. Jiménez, op. cit., p.284. 11. J. R. Jiménez, op. cit., p. 311.
En el dolor se muestra quiénes somos y qué mueve la vida. Si uno es egoísta no hay más dolor que el suyo. Tenemos la tendencia a dar vueltas en torno al propio dolor. Se oye decir: “Ahora estoy mejor que antes, peor que esta mañana, más dolorido que ayer y temo por cómo estaré esta tarde”. V Vivir consciente y responsablemente el dolor ahorma tanto a la persona que puede producir gozo, armonía y paz. Los pesares que tiene tu cuerpo..., se te vuelvan alegrías. Juan Ramón Jiménez57 El gozo del dolor es el mismo gozo de la alegría de crecer como persona. La fuente del placer está en el interior, no en las sensaciones placenteras o desagradables. El dolor también tiene su belleza, como toda realidad humana fundamental -grandes obras de arte dan testimonio de ella-. El dolor también tiene su bondad: 57
J. R. Jiménez, Baladas de Primavera III, Taurus, Madrid 1982, p.94.
desvela la calidad del corazón -el dolor de los semejantes edifica a muchos-. El dolor también tiene su verdad: pone delante la finitud del ser -el dolor es escuela de sabiduría-. En el dolor hay personas que se transfiguran -¡cuántos no han cambiado radicalmente de vida!-. El sufrimiento puede humanizar. ¡La sublime belleza del amor en el dolor! ¡Sería impensable tener experiencia humana sin felicidad, como es impensable llegar a ella sin sufrimiento! Por eso, la vida es un zig-zag de penas y de gloria. La bondad, la verdad y la belleza del dolor también producen un profundo placer. El gozo del dolor no tiene por qué ser masoquismo. Vivir con hondura todas las dimensiones de la existencia supone la satisfacción del ser, su gozo profundo. No hay que buscar el dolor para disfrutar, sino gozar de la experiencia humana positiva que depara el sufrimiento. Esto es tan real, que de un modo perverso se puede llegar a buscar el placer por el dolor provocado. Se puede beber la copa del gozo del vivir tanto en la alegría como en la pena.
Somos tan complejos que tanto en el dolor como en el gozo uno se puede sobrepasar. Hay una orgía del dolor. En el ser humano de lo sublime a lo aberrante sólo hay un paso. VI “¡Todo se ve tan distinto!”, repiten los enfermos. El dolor ayuda a valorar lo que te ha arrebatado. En la enfermedad cada nuevo día es un regalo inapreciable, y también la luz y hasta el aire que se respira. Cuando escapas de la enfermedad se saluda “dando gracias” pero, cuando te vas distanciando del sufrimiento otra vez caes en la rutina. Tropezamos con la misma vida. Las “ganas de vivir” se confunden con “curarse”; se puede vivir ya aun estando enfermo. El dolor ablanda; es buena ocasión para comenzar a darnos otra forma. Hay quienes después de sufrir se dedican a disfrutar de todo, sin mirar bien dónde está la fuente del gozo. El “vivir a tope la vida” se confunde con “aprovechar la vida aprovechándose de ella”.
Después de la enfermedad tienes la intención de huir hacia adelante; es todo lo contrario, hay que caminar hacia adentro. La vida mal vivida enferma más que el cáncer. Del dolor no se saca otro billete de viaje que el de hacia sí mismo. ¡Éste es el verdadero crucero de placer! La salud brota del corazón. Está en ti, aunque estés enfermo. Se repite: “Ahora todo me parece ya relativo”. Pero, no hay que relativizar todo; hay cosas más importantes que la salud. Después de sufrir mucho el verdadero disfrute sigue estando en hacer el bien a los demás. Después de curarse la salud sigue estando en arriesgar la vida por los otros. El propio dolor abre al dolor de los otros. Lo tuyo, en comparación con lo de los demás, es casi nada. El dolor, desde la experiencia de la soledad, potencia para encontrarse con el otro como distinto. El sufrimiento propio se engancha, como un eslabón más, a todo el sufrimiento de la humanidad. En mi sufrimiento se realiza el irremediable sufrimiento del mundo.
Se sufre en el mundo, se sufre con el mundo, se sufre por el mundo, se sufre por ser mundo. La pena hermana con los que más penan. El dolor está abierto a la comunión.; por eso se dice: “sufro por ti; recibo tu sufrimiento”. ¡Esa inmensa solidaridad en el dolor! VIII 58 La enfermedad rompe lo que resta de la omnipotencia infantil y te invita a tener suma paciencia. Por mucho que patalees, llores o llames a tu padre, si no te curas, no te curas. El dolor te muestra que no hay regazo materno ni brazo paterno que te ayuden. El dolor es el cuchillo que corta definitivamente el cordón umbilical. El sufrimiento madura porque hace morir al “niño” que exige la ayuda de fuera. En la enfermedad se termina de nacer, pues te arroja a la experiencia radical de la soledad. La enfermedad te descabalga de la fantasía y te planta en el abrupto suelo de la realidad. Si en la enfermedad se continua siendo “niño”, 58
Error de numeración en el original.
se vive nervioso e impaciente, exigiendo remedios inmediatos. El sufrimiento extremo te pone en la pista de poder confiar sin infantilismo. La enfermedad es un “des-vientramiento”. IX Allí donde hay dolor hay terreno sagrado; algún día te darás cuenta de lo que esto significa R. Hart Davis 59 La enfermedad consagra la limitación humana. La razón tiene un límite. La voluntad y la libertad tienen un límite. El deseo tiene un límite. El poder tiene un límite. Miro mi gota de sangre... y observo... la efusión de la vida en la muerte, de la muerte en la vida. Qué presto a desnudarme en la nada... Soy agua en una cesta, fardo de lluvia que gotea muerte por todas partes. Francisco Umbral60 En la línea última del límite se entrevé el abismo de lo ilimitado. 59 60
R. Hart Davis, O. Wilde, Correspondencia, Siruela, Madrid 1992, p.240. F. Umbral, op. cit., p.126.
Como un pozo que llega al cielo. Francisco Umbral61 En las situaciones extremas uno se puede asomar a lo que nunca vió. Al mirar al abismo, atentamente y con valor, muchos hemos sentido un estremecimiento. No es extraño que en la enfermedad muchos se abran a lo que siempre estuvieron cerrados. ¿Se vislumbra el “más allá” por miedo o te encuentras con lo indecible en el mismo límite de tu finitud? X Nos hemos hecho para vivir con salud; al aparecer la enfermedad tenemos que hacernos para vivir con ella. La enfermedad seria exige un nuevo nacimiento. Con ella se inaugura un nuevo modo humano de vida. Por eso muchos enfermos renacen. Con la experiencia de la enfermedad finaliza el alumbramiento. Alumbramiento que culmina en la acción de “morirse”. El que sale de la enfermedad como entró, no ha renacido. 61
F Umbral, op. cit., p.202.
¡Qué oportunidad perdida! XI Cuando se sufre, todo ser se pone en carne viva. Con el dolor se disparan todas las señales de alerta. ¡Nunca se tiene tanta sensibilidad, ni tan despiertos los sentidos! En el dolor se percibe de tal manera el amor que se es capaz de llorar por amor a los otros que padecen por mí. Las muestras de cariño emocionan. El sufrimiento barre las represiones para que salgan espontáneamente los sentimientos. En el dolor se vive la unidad del ser: sufre el cuerpo, sufre el espíritu. DOLIENTE CON MI DIOS DOLIENTE Siempre buscando a Dios entre la niebla. Antonio Machado 62 Nunca me parece Dios tan débil como en mi propia debilidad. I “Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” 62
A. Machado, op. cit., p.68.
-Y ¿por qué me iba a abandonar? Si en la salud estaba presente, ¿por qué pienso que no lo está en la enfermedad? ¿O es que sólo se ve a Dios cuando todo va bien? El ser humano está tan solo y abandonado en la salud como en la enfermedad. Cuando se sufre, la soledad está más clara. Dios mío, en todo momento presencia-ausente. Y pregunto hacia la tiniebla: ¿por qué nos has abandonado? José Ma. Valverde63 II Dios está con el hombre como es: débil, limitado, solo, abandonado; de lo contrario nos rompería. Dios respeta y ama la finitud de lo limitado. Dios no libera al hombre de serlo -lo quiere hombre-. Le ayuda a que sea lo que es. El hombre es esa posibilidad infinita que Dios posee de llegar a ser también lo otro distinto de él. Somos de Dios lo distinto de Dios. Dios ha devenido hombre 63
J. M. Valverde, Poesías reunidas, Lumen, Barcelona 1990, p.275.
y no puede ya sino ser el Dios feliz con el que goza, el Dios doliente con el que sufre. Dios, en la enfermedad, no puede hacer con nosotros otra cosa que amarnos amándose y, por lo tanto, respetar lo que somos. Mi mismo sufrimiento acontece en el seno de Dios. Nuestra historia humana es a la vez historia divina. No sé si esto es un consuelo; pero, no incordia a Dios y nos respeta a nosotros. Dios no sólo compadece con mi dolor; mi dolor es su dolor. Yo, en mi fragilidad, soy debilidad de Dios. Dios recorre todo mi camino -su camino humanadohasta la muerte. Mi muerte también acontece en él Dios está en la soledad extrema de mi cama, no como un simple “otro” que enjuga mi sudor, sino como lo más radical e íntimo de mí. A Dios se le vislumbra en la debilidad. A Dios se le abraza en la fragilidad; aunque cuando aprietas los brazos tengas la sensación de no abrazar nada. Lo más desprovisto de lo humano,
llega a ser la máxima manifestación de Dios -hasta ahí ha llegado-. También se puede descubrir a Dios en ti enfermo. El vaciamiento de Dios en el vaciamiento humano. ¡Cuanto más hueco, más Dios-donado! Porque Dios deviene debilidad, vaciamiento, oquedad. Por eso, Dios no llena el hueco humano de la soledad y la finitud. ... en soledad conmigo ...............mi sólo Dios, tú la inmensa soledad del hombre. Dámaso Alonso64 El Dios-compañero “es” a la vez hombre en soledad. El Dios-presente “es” a la vez hombre abandonado. Dios palidece con la blancura mortal de quienes tanto sufrimos. En el sufrimiento más intenso todo se desdibuja; hasta Dios pierde su rostro y su nombre. Asumir la ruptura de todas las representaciones de Dios, aun la más legítima -Padre-, es el culmen de la fe, el amor y la esperanza. A Dios se le reconoce como Dios cuando no se le puede asir de ninguna manera y, a pesar de todo, uno se le entrega con todo su ser. 64
D. Alonso, Hombre y Dios, Espasa Calpe, Madrid 1959, p. 144.
¡No le des la mano, que no te agarra! ¡Ámale loca y desesperadamente! Su palabra es el silencio -largo y profundo silencio que no puede llenar sonido alguno-. Hombre es amor, y Dios habita dentr de ese pecho y, profundo, en él se acalla. D. Alonso65 Dios: el más herido con mi herida. III En la enfermedad se puede pretender dominar a Dios como en ninguna otra circunstancia de la vida. Me sorprendo coaccionándole; pretendo ofrecerle mis sufrimientos para que me premie y me cure. Dios no tiene nada que ver con el origen directo de mis padecimientos. Dios no me curará nunca de mi enfermedad. Me curaré, si me curo; del mismo modo que caí enfermo. Si Dios no me manda la enfermedad, tampoco la salud. No quiero ningún milagro; te quiero a ti. Dios me concede la posibilidad de vivir y de crecer, 65
D. Alonso, op.cit., p.123.
también en el dolor. A Dios le pido lo mismo que él me da y quiere: poder ser persona en la salud y en la enfermedad. En la limitación estoy llamado a ser lo que me han dado. Dios no me puede liberar de mí mismo. No le pido que me libere de la enfermedad, porque no me la envía. Le pido comunión con él, conmigo y con los demás. Hágase tu voluntad. Lo que Vos queráis, Señor; sea lo que Vos queráis. Si queréis que, entre las rosas, ría hacia los manantiales resplandores de la vida, sea lo que Vos queráis. Si queréis que, entre los cardos, sangre hacia las insondables sombras de la noche eterna, sea lo que Vos queráis. Gracias si queréis que mire, gracias si queréis cegarme; gracias por todo y por nada.; sea lo que Vos queráis. Lo que Vos queráis, Señor, sea lo que Vos queráis. Juan Ramón Jiménez66 IV ¿Por qué intenta uno recordarle a Dios todo lo que ha hecho 66
J. R. Jiménez, Segunda antología poética, op. cit., p.149.
por él, cuando se encuentra enfermo? ¿Por qué busca uno en el mal que haya podido hacer la razón de su desgracia, como si el sufrimiento fuera un castigo? Dios no castiga, ama. Dios no juzga, ama. Dios no rechaza, se entrega. Dios no se venga, perdona. La culpa sana sirve para convertirse no para ser la razón de la enfermedad. ¿Por qué se pretende reparar o expiar a Dios con la ofrenda del propio dolor? ¿Por qué uno duda que Dios sea bueno cuando está malo, siendo así que veía a Dios como bueno cuando todo le iba bien? Si alabo a Dios en la dicha, ¿por qué no soy capaz de bendecirle en medio del dolor? ¿Qué idea tengo de Dios para que llegue a preguntarle: “qué he hecho yo para merecer esto que tú me envías”? ¿Qué hay en mí para que en beneficio propio sea capaz de manipular aun lo más sagrado? V El crucifijo de la cabecera de la cama del hospital habla cuando le miras. Entre él y el enfermo hay una complicidad; más honda que la comunión eucarística.
Él está recortado sobre la pared blanca y yo sobre la blanca sábana. Los dos crucificados en la misma cruz hermana. Entre él y yo hay una unión sin palabras. Él vive lo que yo y yo vivo lo que él viviera. El dolor del Crucificado hace común todo el dolor humano. Todos sufrimos en distintos tiempos y lugares, pero de la misma manera. Él, tendido en la pared; yo colgado de la cama. Los dos atados de pies y manos por el sufrimiento impuesto desde fuera. Los dos llamados a amar libremente, entregándonos al destino que nos ama y mata. Mirarle, consuela; -no es consuelo de tontos; es presencia mutua bienhechora-. En él se remansa todo el dolor de la historia y una chispa de esperanza. El Crucificado es el Hombre que, en el dolor, se rompe con la explosión de la Vida. El Jesús Crucificado es la Luz de todos los silencios del dolor, de todos los silenciados doloridos.
¿En qué piensas Tú, muerto, Cristo mío?... Miras dentro de Ti, donde está el reino de Dios; dentro de Ti, donde alborea el sol eterno de las almas vivas... ... Que eres, Cristo, el único Hombre que sucumbió de pleno grado, triunfador de la muerte, que a la vida por Ti quedó encumbrada. Desde entonces por Ti nos vivifica ésa tu muerte, por Ti la muerte se ha hecho nuestra madre, por Ti la muerte es el amparo dulce que azucara amargores de la vida, por Ti, el hombre muerto que no muere, blanco cual luna de la noche... vela el Hombre. desde su cruz... vela el Hombre sin sangre... vela el Hombre que dio toda su sangre porque las gentes sepan que son hombres. Tú salvaste a la muerte. Abres tus brazos a la noche, que es negra y muy hermosa, porque el sol de la vida la ha mirado con sus ojos de fuego: que a la noche morena la hizo el sol y tan hermosa. … Los rayos, Maestro, de tu suave lumbre nos guían en la noche de este mundo, ungiéndonos con la esperanza recia de un día eterno. Noche cariñosa, ¡oh noche, madre de los blandos sueños, madre de la esperanza, dulce Noche, noche oscura del alma, eres nodriza de la esperanza en Cristo salvador! Miguel. de Unamuno67 67
M. de Unamuno, El Cristo de Velázquez, Espasa Calpe, Madrid 1967, pp.16-18
YO SUFRO EN MEDIO DE LOS OTROS I El enfermo ha de caer en la cuenta que su familia es una “familia de enfermo”. En toda enfermedad los que peor lo pasan son los que están próximos al paciente El enfermo vive su sufrimiento y sabe por dentro lo que le pasa; la familia está fuera y en vilo. El enfermo está en su cama, ocupado en curarse; la familia está en el hospital, incómoda y aburrida. A los familiares les corroe la incertidumbre. Los más cercanos padecen el mal humor de su enfermo -¡con quién si no se iba a descargar tanta pena!El enfermo desinstala. Cuando un enfermo se cura, la familia descansa. Si se muere escriben: “Descanse en paz”. Pero, se debería decir: “Descansamos en paz”. Después de una enfermedad padecida con los tuyos, los lazos familiares son más que biológicos. ¡Hay tanto amor en tanta ida y venida! Sin ese amor la enfermedad sería insoportable.
Cuando te quieren en medio del dolor las miradas son caricias y las caricias ojos que te penetran el corazón. -En medio del sufrimiento, del otro sólo se espera amor. Tú me mirarás llorando -será el tiempo de las floresTú me mirarás llorando y yo te diré: No llores. Mi corazón, lentamente, se irá durmiendo... Tu mano acariciará la frente sudorosa de tu hermano... Tú me mirarás sufriendo, yo sólo tendré tu pena; tú me mirarás sufriendo, tú, hermana, que eres tan buena. Y tú me dirás: ¿Qué tienes? Y yo miraré hacia el suelo. Y tú me dirás: ¿Qué tienes? Y yo miraré hacia el cielo. Y yo me sonreiré -y tú estarás asustaday yo me sonreiré para decirte: No es nada...” J. R. Jiménez68 II ¿He pensado que la enfermera que entra sonriente en mi habitación puede tener graves problemas en su vida? 68
J. R. Jiménez, e.1., pp. 100-101.
El que sufre también puede pensar en el que le alivia. Hay que admitir, con comprensión, el fallo de los demás; aunque sea grave. Porque pago, mi único derecho no es sólo el exigir. Muchos trabajadores del Hospital no trabajan sólo para cobrar un sueldo. Lo que hacen tantas enfermeras, nunca se podrá pagar con el sueldo que cobran. ¿A qué viene tanta impaciencia? No soy el único enfermo al que tienen que atender. Mientras se sufre, también sigue siendo válido: “hacer el bien al que te hace el bien”. El que sufre no sólo debe ser servido; también puede ser servidor de los servidores. Por los Hospitales la bondad se derrama a chorros. ¡Esas dos manos con bata blanca llevan en vuelo tanta esperanza! III Bien sabe el médico que el enfermo está en sus manos! El enfermo sólo puede hacer una cosa por sí mismo: confiar y colaborar. ¡Nunca maldigas la mano que te cuida! El médico se puede equivocar; pero, no niegues tu enfermedad
acusando al médico de haberse equivocado. No traspases tu angustia al médico atosigándole a preguntas. Después de recibir la visita del médico, ¡Se experimenta tanta paz! La bondad del médico es más curativa que la medicina recetada. El médico hace bien con su sola presencia. Pero, el médico no es la tabla de salvación; el enfermo es un náufrago. IV El acompañante del enfermo ha de tener la palabra “justa” y el silencio “largo”. Junto al enfermo se está como María: al pie de la Cruz y sin decir palabra. ¡Dichosos los que son capaces de permanecer en silencio junto al dolor de los demás! La presencia discreta es la máxima palabra. Si el dolor deja mudo, todo intento de pronunciar palabra es vano. Hay que ser comprensivo con quienes te visitan; el dolor descoloca y conduce al ridículo. -“No sé qué decirte” -“No digas nada”. Cuando te dicen algo, hay que recibirlo como un acto de
amor; aunque te digan tonterías. El que da consejos, pierde el tiempo. Antes de visitar a un enfermo hay que saber si desea ser visitado. Al visitar a un enfermo hay que pensar en los otros enfermos que están junto a él. La visita a un enfermo “propio” puede ser una tortura para el enfermo “ajeno”. Pero no quiero hablar... No quiero decir. Quisiera besarte. Echado a tu lado, besarte casi sin que me sintieras, como una templanza olorosa, que me respiraras y sonrieras, que dulce alentaras. Que no te dieras cuenta y así aspirases un aire que entre mis caricias muy hondo te entrara y tú sonrieras, y tus labios se colorearan y tus ojos brillasen... Y así sin quitarme, sin nunca quitarme, la vida, poco a poco, volviera. Vicente Aleixandre69 V El enfermo tiene el derecho a enterarse claramente de todo lo que le pasa. El primer interesado en el diagnóstico y evolución es el enfermo. Uno ha de tomar, también en la enfermedad, las riendas de su vida. 69
V. Aleixandre, Enferma, Antología total, Seix Barral, Barcelona 1977, p.345.
Los familiares creen que el enfermo va a reaccionar como ellos, que no están enfermos; -el enfermo reacciona como tal, no como sanoNo hay enfermo sensato que no reaccione bien ante el conocimiento de su problema. Todos consideran esa reacción como “ejemplar”, porque creían que reaccionaría mal. Si el paciente está en la inopia o engañado, ¿cómo va a colaborar con todas sus fuerzas? ¿Por qué en situaciones tan decisivas se le oculta al enfermo lo que más le importa? Los médicos que hablan claro al enfermo son buenas personas. En las consultas debería colocarse un cartel: “Este Doctor dice las cosas claras”. A mí me las dijeron y continúo estando agradecido. Entre el médico y el enfermo se ha de establecer una complicidad: los dos van a colaborar en la misma tarea. Hay quienes piensan que el enfermo es tonto y no se entera. El que sabe si va bien o mal, si se cura o empeora, es el enfermo. Al enfermo terminal se le oculta su fin, porque si supiéramos que lo sabe no podríamos aguantar su mirada.
Las situaciones irremediables nos aterran. Se cree que porque uno sepa lo irremediable de su mal, no va a seguir luchando por curarse. ¡Crasa equivocación! ¿No nos damos cuenta que hasta el último suspiro es un lucha por sobrevivir? Los familiares que ocultan la gravedad de la enfermedad, cierran un cauce de comunicación singular y, quizá, último. Pretender que uno muera sin darse cuenta, es un acto de inhumanidad. “¡Murió sin darse cuenta!”, dicen orgullosos. ¡Qué tristeza! Debería haber un última voluntad que pidiera: que de la enfermedad y de la muerte no nos oculten su verdad. (Quien) puede hablar en primera persona y decir en voz alta “voy a morir” no sufre muerte como paciente, sino que la vive como sujeto... Aquel a quien se le permite decir “voy a morir” se le da la oportunidad de ser actor de su despedida. M. de Hennezel 70 SUGERENCIAS PARA EL TRABAJO PERSONAL Escribe en frases cortas: 1) 2) 3) 4) 70
Cómo percibes el sufrimiento de los demás. Tus fantasías sobre el dolor propio. Tu propia experiencia del sufrimiento. El lugar y el trato que le das a Dios en medio del sufrimiento
M. de Hennezel, La muerte íntima, Plaza & Janés, Barcelona 1996, p. 43.
propio y ajeno. 5) Tu reacción, tus actitudes y comportamiento ante la enfermedad y el sufrimiento de los demás.
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Aprender a convivir en pareja Ma. José Carrasc “El amor ha de ser aprendido y reaprendido; nunca existe final” Katherine Anne Porter “Lo que ha de durar una eternidad, ha de tardar otra en hacerse” Baltasar Gracián
CONSIDERACIONES PREVIAS Es un hecho evidente que los seres humanos a lo largo de sus primeras etapas de vida adquieren numerosos recursos y habilidades con el objetivo de llegar a ser adultos maduros y responsables. En el tema de las relaciones interpersonales, desde la infancia aprendemos a comunicarnos con los demás, a establecer relaciones de amistad, a relacionarnos con los compañeros del aula y posteriormente con los compañeros de trabajo. En el ámbito laboral, por ejemplo, hay una constante preocupación en la búsqueda de recursos y posibilidades que proporcionen el mejor rendimiento de los individuos ya que se ha constatado que unas relaciones cordiales y agradables dentro del grupo son un buen caldo de cultivo para un trabajo eficaz y fecundo. Surgen así departamentos de “recursos humanos” orientados a prevenir y allanar las posibles dificultades, y nadie se extraña de ello. Cuando nos centramos en el mundo de las relaciones de pareja se pone de
manifiesto la dificultad existente para poder llevar a cabo algún tipo de preparación que posibilite la adquisición y/o potenciación de aquellas habilidades necesarias para llevar adelante una relación íntima. Los intentos de los progenitores u otras personas cercanas, orientados a alertar, aconsejar o prevenir, suelen ser vividos frecuentemente por las parejas recién formadas como experiencias que no tienen nada que ver con su nueva vida, un tanto alarmistas y pesimistas y cargadas de un subjetivismo que, en cierta forma, pone en tela de juicio las claves que se quiere proporcionar. Por otro lado cuando la fuente de información proviene de foros más objetivos o profesionales las parejas viven sus consejos, recomendaciones o reflexiones con un cierto escepticismo e incredulidad, tachando este tipo de acercamiento de algo frío, mecánico e incluso ridículo, que no tiene en cuenta la gran premisa: “Nosotros nos queremos”, lo que para ellos es garantía de éxito. La pareja, pues, cuando decide convivir afronta un espacio de relación en el que entra cargado de ilusiones y buenos deseos: la cotidianidad, únicamente posible en una convivencia estable. El vivir juntos supondrá un aprendizaje cotidiano en donde dos personas tienen que aprender a desenvolverse, desarrollarse y acoplarse para que, entre ambos, formen un conjunto enriquecedor, regulado por el empeño mutuo en compartir una felicidad, que requiere conjuntar armoniosamente la búsqueda de felicidad personal y el deseo de felicidad para el otro. Para muchas parejas el inicio de esta vida en común está unido a las dificultades que la nueva situación les plantea. Empiezan a ser fuente de conflictos aquellas diferencias entre los cónyuges que anteriormente habían sido fuente de atracción; por ejemplo, una forma de actuar distante e independiente, atractiva en el noviazgo por el reto de la conquista, se convierte en tema de discusión cuando sigue dándose durante la convivencia. Se pone a prueba la capacidad que cada uno tiene para aceptar compromisos, al no ser posible arreglar todas las divergencias según los criterios personales. Las parejas, durante el noviazgo, suelen funcionar cediendo uno u otro ante las pequeñas o grandes divergencias que aparecen, pero esta estrategia no es una buena guía para conformar la vida en común. Además, la convivencia permitirá valorar al otro desde un punto de
vista más ajustado a la realidad. En ocasiones, los novios interpretan como algo pasajero y transitorio, no representativo de la forma de ser de su pareja, aquellas pautas de comportamiento vividas como no deseables, problemáticas o conflictivas (por ejemplo, gastos desmesurados e incontrolados de dinero, un consumo excesivo de alcohol, un comportamiento irascible o violento), resultado de una situación de malestar ocasional o producto de unas circunstancias particulares a las que la vida en pareja pondrá fin. Posteriormente, en la convivencia, estos comportamientos se revelan como algo permanente y estable, que requieren su afrontamiento por las disputas que generan. Surge, pues, el choque entre las expectativas y la vida cotidiana. Ya no es posible llevar a cabo únicamente conductas agradables para el otro. Aparecerán los momentos de irritación, de desagrado, las “manías” personales, los enfados, los períodos de tensión y malestar. Por todo ello, es necesario que se lleve a cabo una serie de reajustes, que se encauce la relación por unas vías que posibiliten a ambos miembros de la pareja crear un espacio en el que desarrollar su intimidad de manera satisfactoria. Lazarus, en su obra sobre mitos maritales dice: “los matrimonios felices se afirman sobre la capacidad de negociar, transigir y evitar roles rígidos o imperativos categóricos. Esto presupone un grado de madurez, donde ambos aceptan responsabilidad por su propia felicidad” (Lazarus, 1983). FACILITANDO LA CONVIVENCIA No sabrás lo que valgo hasta que no pueda ser, junto a ti, lo que soy. Gregorio Marañón Aunque existe una creencia bastante arraigada que basa la felicidad o infelicidad de una vida en común en cuestiones relacionadas fundamentalmente con la compatibilidad e incompatibilidad de los cónyuges, las investigaciones y estudios llevados a cabo para contrastar esta hipótesis muestran que el éxito de una relación no se basa tanto en las similitudes y diferencias entre los cónyuges sino en cómo se manejan estas diferencias cuando surgen. En la convivencia cotidiana se pueden poner en marcha dinámicas que enriquecerán y afianzarán la relación, frente a otras que la minarán y deteriorarán. Dentro de esas dinámicas,
la comunicación, el cuidado mutuo y la reflexión personal ocupan lugares preferenciales. La comunicación Los problemas de comunicación son una de las principales quejas que presentan las parejas con relaciones maritales insatisfactorias. Feliu y Güell comentan a este respecto: “La comunicación es la vía de entendimiento entre dos personas. Sin embargo, puede convertirse en la vía por la cual logren crisparse mutuamente los nervios” (Feliu y Güell, 1992). A lo largo de su vida en común, los cónyuges deben aprender a cooperar, a transigir, a tomar decisiones solidarias; tienen que ser capaces de expresar sus deseos, sus necesidades, sus sentimientos. El diálogo, que en las primeras etapas de noviazgo juega un papel fundamental en la experiencia de conocerse, a veces ocupa un lugar secundario cuando la pareja comienza a convivir. La rutina y las necesidades del día a día hacen que se vayan abandonando esos momentos en los que ambos miembros de la pareja comparten sus experiencias, sean estas relevantes o triviales. En otras ocasiones, las dificultades o trabas que los comportamientos de uno u otro cónyuge ponen al proceso de charla, para que ésta sea gratificarte y placentera, hacen que sean cada vez menores los momentos dedicados a esta actividad. Así, un cónyuge charlatán, que deja poco espacio para que el otro hable, puede transformar la conversación en largos monólogos en los que las intervenciones del otro sirven básicamente como pie para seguir manteniendo el turno. O uno de los cónyuges puede adoptar un papel pasivo, permaneciendo en un mutismo más o menos prolongado, ya que “no tiene nada interesante que contar”, y se encierra en sí mismo desarrollando actividades incompatibles con la charla como ver la televisión, leer la prensa o escuchar la radio. En ambos casos es muy probable que las ocasiones de charla y conversación distendida, en donde se compartan aspectos de carácter íntimo y revelador, sean cada vez menores, centrándose el diálogo en temas relacionados con reparto de tareas, planificación de actividades u otros aspectos de carácter meramente funcional. Es pues necesario que la pareja busque y reserve determinados momentos en los que puedan dedicarse el uno al otro sin interrupciones.
Estos ratos pueden ser breves en algunas ocasiones y más largos en otras, pero sí conviene que tengan asiduidad. La existencia de estos períodos de conversación, sin que sea necesario que se traten temas especialmente relevantes o profundos, sino más bien vividos como un ponerse al corriente de lo cotidiano, facilitará el abordar temas más personales o conflictivos cuando sea necesario. Estas charlas, en su intrascendencia, permiten además el rodaje de aquellas habilidades que cobran una especial importancia cuando la pareja discute asuntos más problemáticos por suponer, por ejemplo, un enfrentamiento entre ambos. Entre las habilidades que favorecen el diálogo y la comunicación está el desarrollo de una escucha activa, en donde el interlocutor atiende a lo que se le está transmitiendo, dando señales, tanto verbales como no verbales, de que se está siguiendo la charla. Esto implica asentir, resumir, preguntar solicitando más información o pedir aclaración sobre la que se tiene. No se da este tipo de escucha cuando los diálogos de los cónyuges transcurren en paralelo y el final de la intervención de uno es el pie para el inicio del monólogo del otro. No hay conexión entre una información y la siguiente. El cónyuge, cuando su pareja termina de hablar, comienza a su vez con un “por cierto , que da lugar a que el otro en su turno diga: “ahora que me acuerdo...” En la charla de la pareja no hay nada que refleje que los cónyuges se han escuchado, la información rebota y no es recogida. Al escuchar realmente, uno se interesa por lo que el otro transmite y ese interés se refleja en su intervención. Ya llegará su turno cuando en la conversación se desplace el punto de mira y ahora sea el otro, fundamentalmente, el que escuche y atienda. Es importante resaltar que este tipo de habilidad se combina, de manera especial, con un reparto equitativo del tiempo de habla. En un intercambio de información, el que las dos partes dispongan de tiempo para exponer sus posiciones y que cada uno pueda escuchar relajadamente al otro es fundamental. Cuando esto no es así y uno de los cónyuges monopoliza la conversación, el otro se siente desplazado y puede intentar interrumpir para poder expresar su parecer. Esto, a su vez molesta al que habla, que no se siente escuchado y repite de nuevo su discurso en busca de una mayor aclaración, lo que en muchos casos supone la renuncia del otro a expresarse y en consecuencia la desconexión de lo que se le está contando, confirmando la opinión del otro de que no
se le entiende y así hasta el infinito. Si un cónyuge manifiesta que su pareja es muy callada y que no habla, conviene reflexionar sobre el propio comportamiento. Un tercer elemento importante en la comunicación hace referencia al contenido del mensaje, es decir la manifestación clara, honesta y directa de las opiniones, deseos y sentimientos. La charla se enriquece cuando se abordan aspectos personales, emitiéndose pareceres u opiniones, sin dogmatismos ni descalificaciones frente a otras posiciones discordantes, procurando no actuar como un conferenciante que se limita a dar su lección magistral o como un “terapeuta” que, cuando su pareja le cuenta algún problema o dificultad, rápidamente emite su diagnóstico junto con una exposición detallada de los pasos a seguir. Existen parejas en las que uno, o ambos cónyuges, parten de la premisa de que el otro tiene que poder adivinar lo que necesita, le gusta o disgusta, desea, le molesta o quiere. Los cónyuges con este tipo de creencia suelen, además, complementarla con una dificultad importante para comunicar sus aspectos más íntimos y personales por lo que colocan a las personas que conviven con ellos en una situación de indefensión. El fracaso es vivido por ambos de manera negativa y frustrante, generándose sentimientos de enfado, tristeza e incomprensión. Sólo puede darse “adivinación” cuando se complementa con un buen proceso de comunicación entre ambos cónyuges. El cuidado mutuo Toda relación de pareja se enfrenta, con el paso del tiempo, a una disminución del valor gratificante de aquellas actividades que, en su inicio, eran vividas como placenteras. El fenómeno responsable de esta situación es la habituación. En la medida en que una pareja no altere su repertorio para competir con el desgaste y se aferre a sus rutinas iniciales, sus interacciones irán progresivamente volviéndose aburridas y monótonas. Esto afectará a cualquier área de la relación como el intercambio de información, las actividades lúdicas o las relaciones sexuales. Una vida marital satisfactoria lleva a la búsqueda de actividades que puedan ser compartidas de manera satisfactoria por ambos cónyuges, que posibiliten momentos de diversión, de descanso y de placer. El sociólogo Francesco Alberoni ha escrito: “intentar cosas
nuevas a dúo es una forma de recrear el estado de enamoramiento” (Alberoni, 1994). Conviene, además, por agitada que sea la vida que lleve la pareja, que en la convivencia se promueva la oportunidad de complacerse mutuamente con generosidad y consideración. El hacer pequeños favores, ofrecer ayuda, pensar en pequeños detalles cotidianos que facilitan el día a día y ponerlos en práctica, irán dando forma a una vida en pareja grata y estimulante. Es importante aquí tener en cuenta dos consideraciones. Por un lado, las personas tienen tendencia a dar lo que desean recibir y se olvidan de las preferencias del otro. Es necesario por lo tanto colocarse en el lugar del otro y ofrecer aquello deseable o apetecible para el cónyuge. En segundo lugar, hay que recordar que lo más apreciado suele ser lo inesperado y no solicitado. No se requieren grandes gestos o sacrificios en esta búsqueda de la sorpresa y la demostración de amor; pequeños actos cargados de afecto y hechos pensando en la pareja darán a la relación un empuje vivificador y confortante. Además, dentro de este cuidado mutuo, es importante que los cónyuges estén atentos para no confundir espontaneidad con descortesía y malos modales. Algunas personas piensan que en el matrimonio la consideración y cortesía, que se considera necesaria en toda relación social, dejan de tener importancia por lo que emiten conductas que suelen tener un impacto negativo en la convivencia. Comportamientos del tipo: interrumpir al cónyuge cuando está contando una anécdota para “dar su versión”, corregir algún fallo o desliz del cónyuge en público o comentar “jocosamente” con familiares o amigos los errores o despistes cometidos por nuestra pareja, suelen ser vividos por el otro con irritación y desagrado. Cómo señala Cáceres: “no importa la intención con que hacemos las cosas, sino su impacto en el otro” (Cáceres, 1986). La cortesía y el respeto, dispensados al otro desde el afecto y el cariño, son algunos de los ingredientes básicos a considerar para una convivencia gratificante. Una última consideración a tener en cuenta y que juega un papel importante en la convivencia es el valorar, alabar, resaltar y contentar deforma apreciativa todos aquellos aspectos de nuestro cónyuge que nos
agradan, complacen y satisfacen. “La admiración es tan preciosa en las relaciones amorosas y humanas porque significa un reconocimiento de nuestros valores, de nuestro ser” (Gaja, 1994). Mientras que en las primeras etapas del noviazgo es frecuente que ambos miembros de la pareja muestren al otro su admiración y se intercambien con frecuencia elogios y alabanzas, este tipo de comportamiento decae en la convivencia diaria. Parecería que ya no es tan necesario transmitir al otro lo positivo, a la vez que se considera imprescindible señalar aquellos funcionamientos valorados como negativos, lo que supone un aumento de las críticas junto con la disminución de las alabanzas. Recordar al otro todos aquellos aspectos que nos atraen de él, focalizando nuestra atención en lo que es motivo de orgullo y transmitiéndoselo, crea un marco afectivo de valoración y aprecio en el que los comentarios negativos y las críticas serán aceptados mejor ya que se transmiten desde la aceptación y el respeto. La reflexión personal La vida en pareja supone el acomodo de dos individualidades de tal forma que entre ambos conformen una convivencia satisfactoria. En este proceso de construcción es conveniente que cada miembro dedique algún tiempo a valorar, de forma individualizada, su forma de actuar en la relación, sus reacciones y sentimientos ante los comportamientos del otro, qué espera de esa relación y de su cónyuge, qué proporciona a la relación y al cónyuge, de tal forma que de ese examen puedan surgir algunas revelaciones que proporcionen luz y sirvan de ayuda en este proceso de construcción de la relación, que obliga a tomar en cuenta a la otra persona a la vez que se renuncia a cierto grado de control autónomo sobre la propia vida. De entre todos aquellos aspectos personales que pueden ser objeto de reflexión y análisis, merece la pena destacar, por su relevancia, las expectativas y creencias que se pueden tener respecto a la relación y al cónyuge. Las creencias poco realistas acerca de la relación son un predictor potente de conflicto en la pareja cuando son inflexibles, dictan funcionamientos imposibles de mantener y son tan extremas que su cumplimiento lleva implícito un alto coste para la persona. Algunas parejas con relaciones conflictivas mantienen creencias del tipo:
“Cualquier forma de desacuerdo es destructiva”; o “Si hay verdadero amor no debe haber comportamientos desagradables”; o “Mi pareja, si me quiere, debería de conocer de forma intuitiva mis necesidades y sentimientos”. Muchas de estas creencias están apoyadas en la no aceptación del otro como alguien diferente, distinto, con virtudes y defectos, confundiendo amor con fusión y considerando al otro, no como un ser separado, sino como una prolongación de uno mismo. “Los debe y no debe constituyen un muro que protege al cónyuge de sentirse vulnerable” (Beck, 1990). La convivencia proporciona la posibilidad de ir ajustando estas expectativas a la realidad, con el consiguiente desaliento en algunos casos y el placer y la satisfacción en otros. Cuando esto no ocurre así y se intenta ajustar la realidad a las expecta tivas, la vida en común se convierte en un campo de batalla empapado de frustración, recelo y hostilidad. Junto con las creencias y las expectativas otro tema importante que puede ser objeto de reflexión es la responsabilidad emocional. Uno de los aspectos más valorados en toda relación de pareja, y que juega un papel vital en la creación de una unión estable y satisfactoria es el del apoyo emocional que los cónyuges se dispensan entre sí. A través de este apoyo los cónyuges saben que pueden contarle al otro sus problemas, temores o dificultades con la seguridad de que se es comprendido. En las parejas en las que no se desarrolla este sentimiento de apoyo, de comprensión, los cónyuges se vuelven distantes, alejados, con sentimientos de desconfianza y de recelo. Para poder prestar este apoyo y ayuda de la manera más eficaz posible es necesario que cada cónyuge sea capaz de mantener la suficiente distancia emocional del problema. Algunos cónyuges, cuando se le cuentan problemas o dificultades, al vivirlos como propios, se lanzan a proponer soluciones con el objetivo de hacer desaparecer lo que les genera malestar. En esta situación, la otra persona que únicamente deseaba ser escuchada, poner en voz alta lo que sentía o le preocupaba, se siente rechazada, no apoyada, con la consiguiente sensación de frustración. En otras ocasiones, la decepción surge por la imposibilidad de alguno de los cónyuges de asumir los sentimientos negativos del otro. Si ante el enfado, el silencio o el malestar del cónyuge, el otro miembro de la pareja interviene para erradicarlo y no tiene éxito se genera un clima de desasosiego y tirantez del que cuesta salir. Cuando a un cónyuge se le
pase el enfado, el otro estará ahora enfadado por no haber sido aceptado en sus intentos previos de disipar el malhumor, lo que generará a su vez enfado y así en una espiral triste y agobiante. Cada persona es responsable de lo que siente y si los intentos de acercamiento no son útiles, posiblemente la mejor ayuda sea respetar los sentimientos del otro, sin sentirse enfadado por ello. En un clima de mutuo entendimiento los dos miembros de la pareja tienen que aprender a conectar con su pareja, conocer cómo maneja sus emociones negativas y cómo desea que se le ayude en este proceso, brindándole el apoyo emocional que necesita y aconsejando y proponiendo soluciones cuando éstas son solicitadas. ANTE EL CONFLICTO Todos los principios, en cualquier cosa, son dificultosos y que no padece esta regla excepción en los casos de amor, antes en ellos más se confirma y fortalece. Miguel de Cervantes En su convivencia, todas las parejas se van a enfrentar a una serie de conflictos, problemas que resolver o discrepancias que afrontar. Las parejas con una relación satisfactoria no se diferencian de aquellas cuya relación es insatisfactoria en el número de problemas que tienen, sino en la forma de abordarlos. Es en estas situaciones cuando se ponen a prueba las habilidades en comunicarse que tiene una pareja y, o bien muestran su eficacia, logrando que se supere la situación de una manera satisfactoria para ambos, o bien imposibilitan el entendimiento y la solución negociada, generando una situación de enrarecimiento, frialdad y discordia en el ambiente familiar. En ocasiones, cuando surgen los primeros problemas, los cónyuges adoptan una actitud pasiva, rigiéndose por normas del tipo: “esto es normal al principio y con el tiempo todo se arreglará”, evitando tratar abiertamente los conflictos, creyendo que de esta forma se contribuye a la armonía familiar. La relación establecida bajo estas bases se encontrará, a la larga, con dificultades, con un resentimiento acumulado por los problemas no afrontados, con grandes silencios seguidos por explosiones
incontroladas en las que se vuelcan a la vez todos los temas sin resolver. En esta situación, la consiguiente imposibilidad para abordar eficazmente los conflictos irá generando en cada cónyuge un poso de desesperanza y una sensación de impotencia para encauzar su relación de una manera más gratificante. Otras parejas, por el contrario, desarrollan la habilidad de “hablar sobre los problemas”, de una forma exhaustiva y agotadora, empleando tiempo y energía en la transmisión de sentimientos, opiniones y puntos de vista de cada uno. Sin embargo, en esta comunicación la pareja nunca llega a comprometerse seriamente en los reajustes necesarios para que la situación cambie, no se trabaja en una búsqueda responsable de las posibles soluciones ante el conflicto, con la consiguiente ausencia de compromiso en la puesta en práctica de las alternativas elegidas. Todo queda en una nebulosa de buenas intenciones, en unas vagas promesas de cambio no especificado, que progresivamente se olvidan y abandonan por lo que el conflicto resurge. Otra de las estrategias posibles y que está más relacionada con insatisfacción y malestar implica la utilización de métodos “coercitivos” para generar los cambios deseados. Normalmente, las parejas llegan a utilizar este tipo de pautas cuando el empleo de otros métodos no ha resultado eficaz y se enfrentan a los problemas con una carga de sentimientos negativos hacia el otro, buscando resolver la situación a expensas de la pareja. Se parte de la idea de que lo único que puede lograr que el conflicto se resuelva es que el otro cambie de actitud y comportamiento ya que es “la causa de que las cosas no funcionen”. Tales cónyuges intentarán mediante la coacción, la amenaza, el menosprecio o, también, mediante la retirada afectiva, los “silencios” y los reproches que el otro miembro de la pareja cambie. Cuando se analizan las formas en que parejas bien avenidas abordan sus discusiones, frente a parejas con relaciones más conflictivas, se observan una serie de pautas o comportamientos que facilitan el entendimiento mutuo, y favorecen la búsqueda de soluciones. Así, la discusión se vuelve útil y enriquecedora cuando los cónyuges tienden a “validar”, es decir, a expresar, a través de sus comportamientos tanto verbales como no verbales, el reconocimiento del derecho que el otro
tiene a sentir lo que siente, viendo el mundo como lo ve. Cuando se trata de una pareja con una relación conflictiva es frecuente que se utilice “la contraqueja”, es decir, el defenderse frente a lo que es vivido como una acusación del otro, con una queja-acusación propia. Esto transforma la discusión en un rosario de queja-contraqueja, en donde el tema de origen queda abandonado y la pareja corta la discusión por agotamiento sin saber de qué se estaba discutiendo y sin haber resuelto nada tras la discusión. A la hora de centrarse en las soluciones, las parejas más armoniosas tienden a entremezclar acuerdos con propuestas de solución, buscando el compromiso y la cooperación. Por su parte, en las parejas con relaciones más insatisfactorias es frecuente que las propuestas no vayan acompañadas de acuerdos y tiendan a hacerse en tonos negativos. Las soluciones, cuando se establecen, vienen a través de la imposición o la incapacidad para seguir argumentando, se da un sometimiento aparente pero, al no implicar compromiso, no suelen ser llevadas a la práctica o se abandonan al poco tiempo de su implantación. “Sólo pueden discutir correctamente dos personas que estén dispuestas a: tomarse tiempo para hablar con el otro de las dificultades, adaptarse al otro y satisfacer recíprocamente las necesidades, y cuestionarse la propia conducta y modificarla” (Mager, 1995). Una interacción en resolución de problemas implica distinguir dos fases claramente diferenciadas. La primera centrada en el planteamiento del problema y la segunda centrada en la solución del problema. Durante la fase de planteamiento el objetivo es alcanzar una definición clara y específica del problema. En esta fase no es conveniente que se expongan soluciones. El objetivo es llegar a una comprensión mutua de lo que se está exponiendo, tras una descripción cuidadosa de lo que es el conflicto para el que lo plantea, y el entendimiento y comprensión de lo que se está trasmitiendo para el que recibe el mensaje. Esto tiene una gran importancia ya que cuando la descripción del problema es vaga o ambigua, los cónyuges pueden funcionar con ideas erróneas y discrepantes respecto a la naturaleza del conflicto. El objetivo de la fase de solución de problemas es llegar a una decisión que elimine el problema y mejore la relación. En esta fase hay que evitar
el volver a la fase de planteamiento analizando causas del problema o recopilando ejemplos de las diversas formas en las que puede darse. Con vistas a trabajar en este aspecto concreto de la comunicación es conveniente seguir una serie de pautas. Planteando el problema: • Discutir los problemas de uno en uno. Aunque en una relación es fácil que los problemas estén conectados, sin embargo es más sencillo intentar resolver un problema, que varios a la vez. • Parafrasear. Es conveniente que cada cónyuge comience sus respuestas a los planteamientos del otro presentando un resumen de lo que el otro ha dicho. Así el interlocutor tiene posibilidades de comprobar si está siendo entendido y si el resumen es exacto. El llevar a cabo esta tarea, aunque a veces puede parecer absurdo y mecánico, permite que cada persona escuche atentamente, evita las interrupciones e incrementa las posibilidades de que cada cónyuge adopte las perspectivas del otro. • Evitar hacer inferencias sobre motivaciones, actitudes o sentimientos del otro. El achacar al otro malas intenciones cuando se comporta de una forma que es vivida como molesta, desagradable o que genera malestar lleva en ocasiones a que el centro de la discusión se desplace a las intenciones ya que el otro miembro se siente obligado a defenderse de la acusación que se le hace y, la queja planteada, queda relegada a un segundo plano. • Evitar la utilización de cualquier forma de expresión punitiva o aversiva. Si el objetivo de la comunicación es la colaboración y el compromiso, cualquier forma de castigo o intento de venganza impedirá que dicho propósito se alcance. La discusión se transformará, más bien, en una pelea en la que el interés fundamental se centra en mostrar el propio enfado o en humillar al otro.
• Ser específico y breve. Los problemas deben definirse de forma precisa, resaltando los comportamientos que engloban y los sentimientos que se generan. Se resalta el aspecto de la brevedad porque las parejas, en numerosas ocasiones, exponen de forma prolija el problema, con numerosos ejemplos y buscando las causas en circunstancias del pasado, llegando a la fase de resolución en un estado de agotamiento que imposibilita alcanzar un buen acuerdo, ya que lo que se quiere es terminar de una vez. Hay parejas, además, que confunden la fase de explicación con la fase de solución. Piensan que el poder explicar un comportamiento es una razón para no hacer algo para modificarlo. Las causas son factores que deben tenerse en cuenta, pero no razones y excusas para evitar centrarse en el problema y buscar posteriormente una solución. • Admitir responsabilidad. Cuando el que expone una queja admite la posible responsabilidad que puede tener en la creación del problema es más fácil que el otro acepte la queja y la crítica sin sentirse atacado o culpable. Evidentemente esto no quiere decir que se deba admitir la responsabilidad en un problema cuando se piense que ésta no existe pero, en una relación de pareja, es fácil que en muchos problemas de la relación contribuyan ambos cónyuges. Buscando soluciones: • Centrar la discusión en las soluciones. Es conveniente que se intenten generar el mayor número de soluciones posibles, sin descartar en este punto ninguna. La idea fundamental es ser imaginativo y no censor. Esto es útil ya que hace que la pareja salga de los caminos trillados, busque nuevas formas de abordar las posibles soluciones y, en algunas ocasiones, permite que surjan soluciones creativas, ingeniosas e incluso divertidas lo que facilita un ambiente más distendido. • El cambio debe basarse en el compromiso y la cooperación. Es conveniente que en la solución se impliquen los dos cónyuges. El que los dos miembros de la pareja se impliquen en el cambio posibilita
que ambos se sientan comprometidos en el acuerdo alcanzado, viviendo la situación como un paso para una vivencia más enriquecedora y no como una imposición o exigencia. Es difícil que se acepte cambiar algún aspecto del propio comportamiento, si no se percibe una aceptación y afecto que facilite el coste que ello implica. • Las soluciones deben ser específicas y enunciadas en términos claros y descriptivos. Cuando se especifica muy claramente lo que cada uno se compromete a hacer, es mucho más sencillo llevarlo a cabo. Si la solución se queda en una serie de buenas intenciones y planteadas de una forma vaga, cada uno puede interpretar el acuerdo a su manera, generándose enfrentamientos sobre si eso fue lo acordado o no, o sobre si lo estipulado se cumplió o no. Manejando sentimientos Los sentimientos en las relaciones humanas son un tema de gran importancia. Los seres humanos respondemos emocionalmente ante el comportamiento tanto propio como ajeno, disfrutando en algunos casos de toda una serie de emociones gratificantes que nos hacen sentirnos bien con nosotros mismos y con los demás o experimentando, en otros casos, toda una gama de sentimientos negativos que nos generan estados afectivos desagradables. Si la expresión de los sentimientos positivos es deseable de cara a una mayor armonía y bienestar en la convivencia, no lo es menos la expresión de los sentimientos negativos. Los sentimientos negativos son valiosos y es necesario prestarles atención. La tristeza, la irritación, el enfado, la frustración, el mal humor o la rabia aparecen periódicamente en la convivencia diaria cuando, por ejemplo, otras personas no hacen lo que se espera o se necesita de ellos. La expresión en la pareja de estos sentimientos facilitará la comprensión entre los cónyuges y la relación se verá fortalecida o debilitada dependiendo de cómo se manifiesten y cómo se responda ante ellos. “El enfado puede ser vehículo para intimar y amar” (Sellner y Sellner, 1989).
Algunas personas no son capaces de expresar los sentimientos negativos de una manera positiva o constructiva, bien por temor, o por no considerar adecuado exponer de forma explícita algo tan íntimo y personal o incluso por no saber cómo hacerlo. Una manera de manejar de forma destructiva los sentimientos negativos es la que se identifica como agresión-pasiva. En este tipo de conducta las personas, cuando experimentan enfado, malhumor o se sienten agraviados, reprimen sus emociones, las ocultan y van acumulando una carga de hostilidad y rencor hacia el otro. Esas emociones ocultas se exteriorizan normalmente a través de una serie de comportamientos no verbales como “los silencios”, las “caras largas”, o determinados tonos de voz. El cónyuge que se enfrenta a estas señales percibe el malestar y la hostilidad subyacente, pero cuando quiere hacerlo explícito preguntando qué es lo que le sucede, ve como el otro niega sus sentimientos y se encierra en un silencio culpabilizador. La pareja se ve así imposibilitada para abordar de forma franca y esclarecedora aquello que está generando conflicto y malestar y los cónyuges se irán aislando emocionalmente uno del otro al no saber cómo hacer frente a la situación. Reconocer y aceptar las emociones negativas para posteriormente informar y compartir con el cónyuge estos sentimientos es el único camino a través del cual las parejas enriquecen su relación y crean un clima de confianza y seguridad. Una forma constructiva de expresar estos sentimientos negativos es asumir nuestra responsabilidad por lo que sentimos. Es frecuente escuchar expresiones del tipo “me pones de mal humor” o “me sacas de quicio” y sin embargo e: uno mismo el que se pone en este estado de ánimo. Más correcto sería decir: “estoy de mal humor” o “estoy enfadado”. Es cierto que el estado de ánimo puede estar en relación con algún comportamiento del cónyuge, o de otra persona, pero es la valoración que hago de ese comportamiento, cómo lo: interpreto, lo que lleva a que se viva de esa manera y no de otra. Esto no quiere decir que el sentimiento no sea válido o importante o que el cónyuge no se vea afectado. La expresión del afecto negativo, con el objetivo de informar, y no de culpabilizar o castigar, posibilitará identificar fuentes de conflicto y cambiar, si es posible, el modo de interacción. Expresar el enfado o malestar de forma constructiva implica
reflexionar para identificar con precisión aquello que nos genera este sentimiento. Esta reflexión permitirá hablar del motivo del enfado, describiendo la situación o la conducta que ha desencadenado este sentimiento, sin acusaciones ni críticas, estableciendo así un importante vínculo con el otro. En los sentimientos negativos no sólo es importante cómo expresarlos sino también cómo reacciona el cónyuge ante ellos. Aprender a dar un tratamiento eficaz al enfado del otro es algo que se necesita desarrollar. Combatir el enfado con el enfado es una forma de negar al otro sus expresiones de malestar y sus vivencias negativas. No siempre se estará de buen humor, contento y con un ánimo conciliador. En ocasiones, y por muy diversas razones, surgirá el mal humor, la irritación y el enojo. A veces, basta con escuchar deforma comprensiva el discurso del otro, especialmente en aquellos casos en los que el estado emocional surge por cuestiones ajenas a la pareja. En otras ocasiones, y cuando el enfado o el malestar lo suscitan aspectos de la relación, es conveniente intentar calmar al cónyuge, aceptando las críticas, a la vez que se intenta aclarar el problema. En definitiva, la pareja puede ir aprendiendo a manejar estas situaciones con una mayor eficacia si previamente los dos cónyuges han hablado sobre lo que necesita cada uno cuando estas emociones surgen, qué pautas de actuación van a poner en marcha y qué compromisos pueden asumir para intentar que estas experiencias sean liberadoras y una oportunidad para profundizar en la relación. SUGERENCIAS PARA EL TRABAJO PERSONAL 1. Piense en las ideas que tenía sobre el matrimonio antes de comenzar a convivir con su pareja. ¿Cree que estas ideas eran realistas? ¿Por qué? ¿Se cumplieron sus expectativas? ¿El no cumplimiento de alguna de las expectativas que tenía ha afectado de alguna forma a la relación? En el caso de que la relación se haya visto afectada de forma negativa ¿han hecho usted y su cónyuge algo al respecto? ¿Por qué? 2. ¿Qué es lo que más le atrajo de su cónyuge cuando le conoció? ¿En la actualidad le sigue atrayendo por lo mismo? ¿De qué forma se lo
transmite? ¿Qué es lo que más valoraba de usted su cónyuge cuando se conocieron? ¿De qué forma se lo transmitía? ¿En la actualidad qué es lo que su cónyuge valora de usted? ¿Cómo se lo transmite? 3. Tome como referencia los dos últimos meses y piense: ¿Qué puede hacer usted para que su cónyuge se sienta querido y cuidado? ¿Lo ha puesto en práctica en este período de tiempo? ¿De qué forma le hace saber su cónyuge que se siente querido y cuidado? ¿Qué puede hacer su cónyuge para que usted se sienta querido y cuidado? ¿Lo ha puesto en práctica en este período de tiempo? ¿De qué forma le hace saber usted a su cónyuge que se siente querido y cuidado? 4. Analice la forma de comunicarse que tienen usted y su cónyuge. ¿Se tienen en cuenta en sus charlas las recomendaciones que aparecen en el texto sobre la comunicación? ¿Cuáles son sus temas habituales de conversación? ¿Qué le agrada de las conversaciones con su cónyuge? ¿Qué le desagrada en las conversaciones con su cónyuge? Piense, teniendo en cuenta lo comentado en el tema de comunicación, qué podría hacer usted para abordar lo que le desagrada. 5. ¿Cómo suele responder usted ante los problemas personales de su cónyuge? ¿Es satisfactorio para su cónyuge? ¿Por qué? ¿Existe algún problema que su cónyuge no pueda tratar con usted? ¿Tiene esto algo que ver con su forma de responder? 6. ¿Cómo se suele enfadar usted? ¿Qué hace? ¿Le suele expresar a su cónyuge su enfado, si no está relacionado con él? Cuando está enfadado ¿cómo quiere que se comporte su cónyuge? ¿Se lo ha dicho? Piense de qué manera puede ayudarle su cónyuge a que se le pase un enfado más rápidamente. 7. ¿Cómo discuten usted y su cónyuge? ¿Cree usted que su forma de actuar puede dificultar la discusión? Piense en las últimas discusiones que han tenido usted y su cónyuge. Intente ver de qué forma siguen las pautas recomendadas para plantear los
problemas y si las incumplen. Analice la forma que tienen usted y su cónyuge de buscar soluciones y haga un balance sobre su eficacia. Piense cómo, revisando los consejos expuestos, puede mejorarse su manera de solucionar los problemas y qué cambios concretos tendrían que darse en su forma de comportarse en estas situaciones. 8. ¿Expresa su cónyuge los sentimientos positivos y negativos que tiene? ¿Cree usted que su comportamiento influye para que esto sea así? Piense en alguna crisis intensa que se haya dado a lo largo de su convivencia. ¿Le ha gustado como ha enfrentado usted esta crisis? ¿Piensa que podría haber actuado de otra forma más satisfactoria? Especifique algunos comportamientos que en un futuro a usted le gustaría poder llevar a cabo y que aliviarían situaciones conflictivas con su pareja. 9. Reflexione de qué forma este capítulo le puede ayudar en su vida de pareja, plasmándolo en comportamientos concretos. BIBLIOGRAFÍA ALBERONI, F. (1994): Enamoramiento y amor. Barcelona: Gedisa BECK, A.T. (1990): Con el amor no basta. Barcelona: Paidós CÁCERES, J. (1986): Reaprender a vivir en pareja. Barcelona: Plaza y Janés. FELIU, M.H. y GÜELL, M.A. (1992): Relación de pareja. Barcelona: Martínez Roca. CAJA, R. (1994): Vivir en pareja. Madrid: EDAF. LAZARUS, A.A. (1985): Mitos maritales. Buenos Aires: Editorial IPPEM. MAGER, K. (1995): Guía para mejorar la relación de pareja. Barcelona: Integral. SELLNER, J. y SELLNER, J. (1989): Cómo mejorar la relación sentimental hombre-mujer. Bilbao: Ediciones Deusto. 14
Aprender a despedirse
Ana Gimeno-Bayó El madurar implica, entre otras cosas, una serie de tropiezos contra las partes duras del mundo: las orillas de las mesas, las estufas calientes, el pavimento níspero y los límites de la tolerancia de los adultos. Ninguna de estas cosas en sí mismas hacen daño al autodesarrollo, en tanto puedan ser asimiladas apropiadamente dentro del funcionamiento corriente. James Kepner 1992, p. 14
INTRODUCCIÓN Mientras el tren de la existencia horada el tiempo, cada pasajero afronta el recorrido desde su propia idiosincrasia, construyendo un viaje propio y distinto a cualquier otro. Y todo viaje entraña despedidas. La primera, ésa que ocurre en el túnel del parto, cuando el tren arranca de la estación. Algunos cambios evolutivos, en especial el que Guardini (1970) denomina la “crisis por la experiencia del límite” que marca el paso del adulto joven al adulto maduro (evolución desde el “hombre responsable” al “hombre serenado” en el vocabulario del autor) y la siguiente crisis “del desasimiento” situada en el límite entre el adulto maduro y el anciano (evolución desde el “hombre serenado” al “hombre sabio”) vienen muy crucialmente marcadas por despedidas, y buena parte de esa evolución positiva depende de haber aprendido a aceptar las pérdidas. Las despedidas forman parte del recorrido como seres en proceso que somos y en el que nos vamos configurando como personas a través -entre otras cosas- de pérdidas y encuentros. Esas pérdidas pueden pertenecer a ámbitos muy distintos: material, físico, social, intelectual, afectivo, existencial, etc. Podemos señalar dos grandes grupos: a)
La pérdida de bienes desaparecen o se reducen.
o
situaciones
ya
poseídos
que
b)
El incumplimiento de las expectativas de bienes y situaciones que esperábamos obtener en el futuro.
En el primer caso aparecerá más en primer plano la sensación de vacío. En el segundo suelen prevalecer la desilusión y desmotivación, la desorientación y la desestructuración, en relación con el área vital afectada. Cada uno de nosotros es más sensible a determinados tipos de pérdida: una persona puede estar muy afectada por la pérdida de juventud, mientras a otra no le importa demasiado y le afectan más las pérdidas económicas o sus expectativas de lograr una pareja. Esas diferentes sensibilidades dicen mucho acerca de quiénes somos y dónde colocamos nuestro núcleo de identidad. La inevitable tarea de despedirse no suele ser fácil. Salvo aquellos casos en que provoca alivio (cuando la despedida ocurre respecto de algo a lo que no queríamos estar unidos), casi siempre implica tristeza (cuando aquello de lo que nos despedimos era gratificante para nosotros), dolor (cuando nos despedimos de algo o alguien que amamos), rabia (cuando nos obligan a despedirnos porque nos quitan algo injustamente), o ansiedad (cuando la despedida se hace respecto a algo o alguien que nos servía de apoyo). Aunque sean desagradables, en las despedidas es sano (desde el punto de vista del equilibrio psicológico), pasan por ese tipo de emociones y sentimientos, porque son acordes con la realidad que vivimos y nos enraízan en ella. Mas la evitación de las mismas es una comprensible tentación que puede generar despedidas insanas, que perturbarán la honestidad del camino, como veremos a continuación. CÓMO NO DESPEDIRSE BIEN: CREENCIAS DISFUNCIONALES Hemos empezado con una cita que señala el papel de “los tropiezos con las partes duras del mundo” en la maduración como personas. Ciertamente es así, pero hay quien prefiere no madurar con tal de no pagar ese precio. Ese será un rasgo común en las despedidas insanas: la negativa a pasar por el dolor de la realidad (a veces se busca un dolor de fantasía con el que distraerse de aquélla). Con la paradoja de que la evitación del dolor nos mantiene en la lucha “contra” él, y esa lucha es en sí trabajosa y dolorosa. Como señala García Monge:
“El dolor es dolor. Por el sufrimiento mal elaborado infectamos nuestra mente. A través del sufrimiento damos un poder al dolor sobre nuestra persona encerrándolo Y replegándolo sobre nosotros mismos con más saña y violencia que el dolor natural. Parece como si la razón y los sentimientos en lugar de aminorar el dolor, o al menos dialogar con él, lo convirtiesen en sufrimiento llevándolo a las capas más hondas de nuestro ser.” García-Monge 1988, p. 123. Otro rasgo común es el intento de manipulación del tiempo, es decir: o bien de retener el pasado, como si se tuviera poder de lentificar el reloj o detenerlo (reloj, no marques las horas); o bien de acelerarlo o adelantarlo, negando el proceso del adiós, para encontrarse de un brinco ya instalado en un futuro sin sabor a recuerdo. La oposición a aquella realidad dolorosa se suele justificar y reforzar a través de algunas creencias disfuncionales -no siempre conscientes- tales como: a) Puedo hacer algo que me evitará pasar por el dolor. Es la creencia general que abarca a todas las que siguen. Parte de suponerse con más poder del real, y lleva a desviar el camino de la vida, que tiene pasajes dolorosos. Utilizando -en esta creencia y las siguientes- las categorías señaladas por Millon y Everly (1994), podemos decir que -aun cuando tiene un carácter general y no específico y sirve de trasfondo a las que explicitaremos despuésguarda una relación especial con la personalidad evitativa. b) No hay derecho a que esto me pase a mí. Parte de la creencia de que la vida ha de tener consideraciones especiales con uno, porque se es especial y superior en algo -justicia, bondad, importancia, fragilidad- a los otros, y lleva al victimismo airado o rencoroso. Está relacionada con un tipo de personalidad narcisista. c) Si me empeño, lograré que no me deje. Parte de creer que se tiene poder sobre los demás, aunque ellos no nos lo den. Lleva a presionar
(le obligaré por la fuerza, o la amenaza) y a chantajear al otro (si me autoincapacito, -me desmayo, me deprimo, me pongo enfermo- no me podrá dejar) y viciar el recuerdo o lo que quede de la relación. Está en consonancia con un estilo de personalidad antisocial (en el caso de presiones) y con la personalidad dependiente y la personalidad límite (en el caso de chantajes). d) Me sentiré mejor si encuentro un culpable -los otros, las estructuras, la vida, el destino, Dios- de la pérdida. Parte de la ausencia de comprensión de la realidad como proceso dinámico de encuentros y despedidas, y lleva a la alienación y al agotamiento energético por la búsqueda de culpables para cada frustración. Podemos relacionarlo con la personalidad obsesivo-compulsiva y con la paranoide. e) No podré soportarlo. Sin esto (sin él, sin ella), no podré salir adelante. Parte de una infravaloración de las propias capacidades -incluida la capacidad de soportar dolor sanamentey lleva a inhibir los recursos que la propia pérdida despierta. Está relacionado con la personalidad dependiente. f) Si me encastillo en el enfado, sufriré menos. Parte de la adicción a la rabia y de la fobia a la tristeza, y lleva al enquistamiento del dolor. Aparece relacionado con la personalidad pasivo-agresiva. g) Si no me entero de la despedida, es como si no se hubiera dado. Parte de la magia del niño muy pequeño que, cerrando los ojos, hace desaparecer lo que no le gusta, y del rechazo al reto que significa aprender a orientarse en lo desconocido, y lleva a vivir en forma pueril y desvinculada. Guarda relación con estilos esquizoides y esquizotípicos . h) Si doy la lata al otro, con la culpa, el rencor o la sobreprotección, no se podrá despegar de mí. Parte de suponer al otro tan dependiente como uno mismo (cosa falsa, porque si fuera así no se hubiera ido). Lleva a reiteradas -y a veces ridículas- exhibiciones de esa dependencia y al desprecio del otro por ello. Está relacionado con la personalidad histriónica y con la personalidad límite.
i) Nunca será como antes. Parte de u n pensamiento rígido, amante de palabras como “nunca”, “siempre”, “todo” y “nada”, que trocea la realidad en dos partes -el antes y el después- como si fuera algo sólido, ignorando su fluidez, y que cada momento es único, y nunca “es” como antes. Lleva a una permanente depresión artificial. Correlaciona con la personalidad obsesivo-compulsiva y también con la personalidad dependiente y con la personalidad límite. j) Yo me lo he buscado (y por lo tanto debo sufrir). Parte de una concepción masoquista de la vida y -en el caso de que haya una culpa real de la pérdida -de una visión insana de la culpa, entendida como expiación que lleva a anclar la energía en el pasado y perder el valor real de la culpa como aprendizaje liberador para el futuro. Guarda relación con el estilo obsesivocompulsivo de personalidad, así como con la denominada “personalidad autodestructiva” según la clasificación del DSM-IIIR (A.P.A., 1992). k) ¡Ya era hora de que se decidiera a romper (o a echarme)! Parte de negarse la responsabilidad por la relación, la posibilidad de cortarla por propia iniciativa sin caer en la culpa y lleva a dejar la responsabilidad para otros, a ir de “bueno de la película” y hacer que el otro aparezca como “el malo” y a permanecer más tiempo del necesario en relaciones destructivas o falsas. Está relacionado con el estilo de personalidad pasivo-agresivo. Relación entre creencias disfuncionales y modalidades típicas disfuncionales I. Creencias disfuncionales: a) Puedo haces algo que me evitará pasar pos el dolor. b) No hay derecho a que esto me pase a mí c) Si me empeño, lograré que no me deje d) Me sentiré mejor si encuentro un culpable de la pérdida e) No podré soportarlo. Sin esto (sin él, sin ella) no podré seguir adelante f) Si me encastillo en el enfado, sufriré menos.
g) Si no me entero de la despedida, es como si no se hubiera dado. h) Si doy la lata al otro, con el culpa, el rencor o la sobreprotección, no se podrá despegas de mí i) Nunca será como antes j) Yo me lo he buscado (y por lo tanto debo sufrir) k) ¡Ya era hora de que se decidiera a romper (o a echarme)! II. Modalidades típicas disfuncionales y su relación con las creencias anteriores Además de la creencia a), presente en todas las modalidades, a) La pataleta se relaciona con creencias b), c) y f) b) La mariposa disecada se relaciona con creencias e) y g) c) El agujero del queso se relaciona con creencias e) e i) d) El rico paralítico se relaciona con creencias b), e) y e) e) La despedida del chicle se relaciona con la creencia h) f) ¡Al fin solo! se relaciona con las creencias d) y k) g) ¡Paaassssa ná! se relaciona con la creencia g) COMO NO DESPEDIRSE BIEN: MODALIDADES FRECUENTES a) La pataleta. ¡No quiero, no quiero y no quiero! El niño empieza a gritar con furia, llorar, patalear en todo un espectáculo actualizados de la sabia de Júpiter tocante en versión de tres años y medio. La madre se niega a devolverle el cuchillo que, en un descuido de ésta, había cogido de la mesa de la cocina. El niño, a la vista de lo infructuoso de su furia, proclama: ¡Pues ya no te querré nunca más! Y se va a un rincón enfurruñado. Pos suerte, a la hora de cenas ya se le ha pasado y ni se acuerda del incidente. Pero si la mamá cede ante pataleta o el enfurruñamiento posterior, es fácil que el niño retenga en su memoria, como un valioso tesoro, el esquema que le ha llevado a salirse con la suya, para poder emplearlo en un futuro. A veces el niño tiene ya treinta años y mide uno ochenta, o se trata de una niña que mide uno sesenta y cuatro, tiene veintisiete años y quien le quita su juguete es el último novio al que ahuyentó y su pataleta le lleva a tratar mal a sus amigos varones y decide odiar a todos ellos para el resto de sus días.
Algunos casos especialmente dolorosos son aquéllos en que la pérdida se da respecto a un bien muy necesario, como ocurre en el niño o niña que no recibe el cariño o la presencia de sus padres o la mujer que no recibe el apoyo de un compañero comodón e inmaduro que la abandona al quedarse embarazada. Mas, independientemente de lo justo o injusto de esas carencias, existe una responsabilidad por la autoagresión que comporta el resentimiento perpetuo y prolonga innecesariamente las agresiones que otros -o la vida- iniciaron. Este tipo de enquistamiento suele combinar las creencias a) -general- y f) -muy específica de este tipo de despedida- con las creencias b) y c), lo cual perpetúa el engaño de omnipotencia y evita sentir tristeza porque una rabia enconada la oculta bajo su capa roja. Lo malo es que también se ocultan allí el consuelo y la esperanza que el paso de la tristeza suele dejar tras de sí. b) La mariposa disecada. Otras veces el resentimiento ante la pérdida es más callado y sutil. Se niega ese resentimiento, pero se actúa desde él mediante la negativa a despedirse. Se manifiesta en forma de congelación devota del pasado, y exhibición virtuosa de una fidelidad absurda: el escenario no se modifica, como si la historia fuese a retroceder al pasado embalsamado. Queda la habitación del desaparecido tal como la dejó, el horario intocado y el teléfono colgado para que, si llama, no nos encuentre comunicando. La experiencia del vínculo roto, disimula el gesto y se convierte en una mariposa disecada que remeda en vano el vuelo de la vida. Aquí, la creencia g) suele ser quien toma a su cargo la fuga del dolor -creencia a)- y frecuentemente alberga debajo creencias del tipo e). c) El agujero del queso. Otras veces se puede observar una frustración proporcionada -por ejemplo un niño o niña que ha perdido a su padre o madre muy tempranamente- pero a través de la mirada sobreprotectora de los demás, que a cada momento le dice “pobrecito”, “pobrecita de ti, la tragedia que tienes encima para toda la vida”, puede exagerar su desvalimiento y hacerlo en forma de tristeza crónica (depresión), en la cual cualquier desmán o inoperancia serán
aceptados desde una falsa compasión devaluatoria. La vida es un queso de Gruyere: está llena de agujeros. Lo cual no significa que no sea buena sino que el propio proceso de fermentación por el que se construye da lugar a esta curiosa arquitectura donde lleno y vacío se alternan, resaltando cada uno a su opuesto. Hay personas que al contemplar los huecos de la vida es como si se dejaran hipnotizar por ellos y, en lugar de despedirse de expectativas no colmadas, se quedan ahí, mirando al pasado con melancolía, rechazando los regalos que el presente les trae y llenando el agujero con la hiel de la amargura que tanto aleja a los que ofrecen la miel del compañerismo, el amor y la amistad. Pero lamentando el agujero no se pasa la sensación de vacío en el estómago. Comiendo el queso que lo rodea, sí. Estas personas melancólicas a veces participan -con envidia- de la sensación de que para los demás la vida es diferente y plena. Ciertamente, puede haber diferencias, pero si alguien, al masticar la vida, constata que no tiene agujeros, es probable que lo que esté comiendo sea la única zona compacta: la cáscara. La melancolía, nostalgia y amargura típicas de esta despedida suelen aunar -además de la creencia general a)- las de la e) y las de la i). d) El rico paralítico. Ahora el niño está sentado en el suelo en una postura forzada: rodeando con sus pequeños brazos -que él quisiera más largos- un montón de juguetes, mientras mira desafiante al niñohuésped y frunce el ceño para decirle en tono autoritario: ¡Mío! ¡Mío! El otro niño le mira con prevención durante unos momentos, y al ver que la postura del dueño de los juguetes no se afloja, sino que se endurece cada vez que él se acerca o señala alguno del montón, opta por retirarse y jugar sólo con un pedazo de cordel que ha encontrado en el suelo. El otro sigue paralizado, sin poder jugar, por miedo a que el invitado toque sus posesiones. Con el paso del tiempo, acaso empiece a plantearse que algo raro está pasando porque él, que es el dueño y tiene todos los juguetes, no puede jugar (aún más, está inmovilizado), mientras el intruso, que no tiene ninguno, está jugando tranquilamente y puede moverse con soltura por toda la habitación, sin la pesada obligación que
acarrea el ser dueño de tanta riqueza. Al igual que ocurrió antes, el niño puede tener cualquier edad y estatura, y puede estar acumulando cargos políticos, más empleos de los que puede atender, más millones de los que necesitará, más sellos de los que puede mirar, más programas en la lavadora de los que puede utilizar, más vestidos de los que puede ponerse en toda la vida o más cursos y cursillos de los que puede digerir. La parálisis necesaria para conservarlo todo le impedirá vivir y, si le es arrebatada una parte de los juguetes, o el suyo favorito, la depresión puede ser muy intensa y existencial (como se puede ver en algunos grandes empresarios cuyo negocio ha ido a pique, o en algún yupi al que han destituido de su cargo). En este modelo de reacción circulan creencias del tipo a) y c). Cuando el juguete es arrebatado, pueden aparecer las creencias b) y e) en todo su esplendor. e) La despedida del chicle. La despedida de bienes o expectativas relevantes requiere un tiempo de adaptación. En algunas sabias tribus africanas, los muertos pululan fantasmáticamente, codeándose con los vivos durante un tiempo durante el cual protegen a los familiares y castigan a los enemigos. Cumplida su misión, se retiran y desaparecen definitivamente. Pero en algunas personas los fantasmas son más resistentes. Entonces, la persona que los sufre se comporta como quien pisa un chicle: no hay manera de desprenderse de él. Hace intentos desesperados, a ratos se olvida, pero ahí está: en cuanto quiere andar aparece el incordio, ese chicle que se tiró porque ya su sabor era demasiado insípido. La creencia a) está ahora reforzada por la h), y por fantasías indemostrables de que al otro lado del chicle se encuentra algo o alguien al que el chicle retiene (frecuentemente no hay nada). f) ¡Al fin solo! Es la despedida cobarde. No se atrevía a separarse y ahora se encuentra libre de la situación que le agobiaba. Ha logrado, a fuerza de ineptitud o sabotaje, que le echen de ese trabajo que no le gusta; o que su marido -harto de vivir atemorizado por la constante
crítica- pida la separación; o que su mujer -harta de su mutismopida legalmente el reconocimiento de la separación preexistente; o que el superior -harto de provocaciones- decida que no puede seguir en la comunidad. Eso sí, con la ventaja de la imagen de mártir, y de que son los otros los oficialmente causantes de la inevitable despedida y, por lo tanto, los destinatarios de todos los trastos rotos que la misma ocasione. Se pierde aquello que inicialmente era un bien y que se ha ido destiñendo de tal modo que cuando llega la despedida es ya un puro harapo. Aquí, la creencia a) se concreta en forma de d) y k). g) ¡Paaassssa ná! Así la persona intenta evitar la despedida mediante la negación de la relación afectiva con lo que pierde. Puede ser sólo una representación, realizada por una persona hipersensible y evitativa, mientras “por dentro va la procesión”, con toda clase de cofradías, y plasmará su evitación no acudiendo a la cita final o desapareciendo en el momento último. Pero puede ser también una realidad interna, cuando la persona vive con profunda indiferencia los adioses y lo plasmará en una falta de resonancia emocional que dejará perplejos a quienes le rodean. Es probable que se trate de una persona especialmente insensible a la dimensión afectiva de las relaciones con las personas y las cosas. Puede funcionar con cinismo e ironía ante las expresiones emocionales ajenas e incluso presumir de una especie de desapego místico. Esta persona no vive la despedida porque no hay tal: nunca llegó a estar verdaderamente relacionada con el bien o expectativa perdidos. La disfuncionalidad de este estilo de despedida -amparada específicamente por la creencia g)- no es más que la punta del iceberg que señala la disfuncionalidad vincular de la persona (Deutsch, 1994). CÓMO DESPEDIRSE MÁS O MENOS BIEN “Más o menos bien” significa que no se puede evitar el paso del dolor y la tristeza ante la despedida, tanto si es impuesta por la vida como si es elegida desde la renuncia. A cambio, queda la riqueza interior del aprendizaje. Perdiendo aprendí: más vale lo que aprendí que lo que perdí, dice el refrán popular. Queda también la constante vibración de la vida, ofreciendo nuevas melodías y senderos por los que andar, con el leve, aromático y luminoso equipaje del recuerdo entrañable.
Despedirse no es un acto, sino un proceso similar al de una herida: hemos de reconocernos heridos -el dolor también significa que estamos vivos-, gritar y llorar si hace falta, pedir socorro si es preciso, desinfectar la herida, curarla y esperar a que cicatrice. Algunos autores se han ocupado especialmente de un determinado tipo de heridas: Gullo y Church (1989) de la ruptura traumática de la pareja; Kübler Ross (1989, 1991) del morir y el acompañamiento del morir; Goulding y Goulding (1979) del tratamiento de las despedidas en psicoterapia; Viorst (1990) de las despedidas que algunas etapas de la vida comportan. Por encima de la especificidad de cada tema, todos ellos coinciden en su carácter procesual, con unas fases diferenciadas (aunque no rígidas y uniformes). Algunas pistas que pueden ayudar a una despedida que nos haga crecer pueden ser las siguientes: a) Valorar los regalos de la vida, aunque tengan taras. En algunas tiendas de artesanía advierten que las irregularidades de los objetos que venden no son defectos, sino características del trabajo artesano. La vida es un tejido artesano, con nudos y desigualdades que resaltan su cualidad de producto humano. Las relaciones con los más cercanos -familia, amigos, compañeros de trabajo- suelen ser lugares sensibles donde se acusa más ese tipo de desigualdades. Por ello, uno de los acontecimientos importantes que conlleva el crecimiento es “la despedida de Disneylandia”, de un mundo maravilloso, completo y feliz. O sea, de las expectativas de que esas relaciones sean imposiblemente perfectas. “Crecer significa renunciar a los sueños megalomaníacos más caros de nuestra infancia. Crecer significa que estos sueños no pueden ser realizados. Crecer significa adquirir la inteligencia y las capacidades para conseguir lo que deseamos, dentro de los límites establecidos por la realidad, una realidad hecha de poderes disminuidos, de libertades limitadas y, en lo que concierne a las personas que aneamos, de relaciones imperfectas.” Viorst 1990, p. 173.
La valoración de los aspectos positivos de aquéllas ayudará a no ampliar los adioses más de lo necesario: se puede mantener y disfrutar una relación imperfecta y enriquecedora, en lugar de cortarla. Se trata entonces de hacer una despedida del tamaño adecuado: podemos decir adiós a determinados aspectos que esperábamos de una relación, pero no a la relación en sí, o a tener un estatus profesional menor de la que soñábamos sin por ello renunciar a la profesión. No es tanto cuestión de aceptar la continuidad de relaciones o trabajos sin sentido, cuanto de reconocer las limitaciones de toda situación humana. Se pueden aceptar los regalos de la vida con candidez y compromiso, aunque sean artesanos y perecederos, y acaso precisamente porque son perecederos, valorarlos en el momento de su esplendor. Algunas personas no se atreven a disfrutarlos porque no son eternos, como si la caducidad fuera una tara, y no una condición de la dinámica vital. Así como hemos aprendido que “lo pequeño es hermoso” también podemos decir que “lo huidizo es hermoso” y a ese tipo de actitud nos remite Homero, con su carpe diem (aprovecha el día), Ovidio con el corpite florem/qui viso corptas erit turpiter ipse cadet (coge la flor/pues si no la arrancas tú, caerá marchita), Ronsard con su cueillez, cueillez les roses de la vie (coged, coged las rosas de la vida), o Góngora, cuando advierte a las mozuelas de su barrio: quered cuando sois queridas/amad cuando sois aneadas, por ejemplo. Podemos aspirar el aroma de la rosa durante el leve instante de su mediodía. Más tarde, cuando ya ella se haya marchitado, nuestro interior habrá quedado impregnado de su perfume. b) Calibrar cuándo es el momento de despedirse. Las despedidas necesitan ser realizadas de acuerdo con un proceso de maduración natural. La Psicoterapia de la Gestalt (Perls, Hefferline y Goodman, 1951) nos habla de la vida como un proceso constante de contacto y retirada. Dos actitudes frecuentes pueden estropear ese proceso: la precipitación o la demora en cortar el vínculo. La primera crea una huida hacia adelante que impide recoger la cosecha fruto del contacto. La segunda
deja algunos aspectos de la persona paralizados en un mundo de fantasía. Algunos terapeutas (Goulding y Goulding, 1979) consideran importante, en el caso de muerte de un ser querido, cuando la persona no quiera aceptar el hecho (más frecuente en el caso de muerte inesperada), dedicar un tiempo a constatar la realidad, recordando o visualizando -si no estuvo presente- el momento del entierro. No siempre es tan evidente la constatación del momento de una despedida, porque no hay un momento concreto al que referirse, sobre todo cuando se trata de expectativas: ¿cuándo he de dar por finalizada mi expectativa de tener pareja, o de que en mi comunidad haya una relación más cálida, o de ganar unas oposiciones que ya he suspendido un par de veces, o de poder curarme de mi enfermedad? La ambigüedad de la situación puede llevar a cavilaciones inacabables y a destinar más energía de la aconsejable a un logro poco probable, o a evitar tomar la responsabilidad de dar por terminada la situación. En muchos casos el ritmo natural impondrá -más que una despedida formal y drástica en un momento dado- un proceso de ir rebajando expectativas, de acuerdo con el nivel de probabilidad de que se cumplan y ello facilitará después el momento en que definitivamente toca decir adiós. c) Aceptar todas las emociones que el proceso conlleve, aunque algunas sean en apariencia absurdas, desde el punto de vista lógico. Así, por ejemplo; no es infrecuente que en casos de muerte aparezca rabia contra el muerto. Naturalmente, ya se sabe que el fallecimiento -si ha sido de muerte natural- no es algo que ha elegido hacer esa persona para fastidiar. Pero puede haber un rinconcito infantil íntimo donde se despierte una rabia similar a la que en el niño pequeño se genera hacia madre cuando ésta se va y que aquél puede interpretar, no como necesidad de ausentarse a hacer un recado, mientras él queda a cargo de la abuela, por ejemplo, sino como un abandono caprichoso, egoísta y desvinculado. Se trata entonces de respetar el hecho de que las emociones y los sentimientos internos con que topamos no siempre sean lógicos, porque pueden tener rasgos regresivos que los hacen discordantes con nuestra visión adulta del mundo, sobre todo en las despedidas relevantes y en muertes traumáticas (Rando, 1996). Pero está bien poder reconocer su
existencia, sin reprimirlos y sin confundirse teniéndolos como concordantes con la realidad del acontecimiento. Pueden aparecer sentimientos de culpa, por ejemplo, en que la persona se torture diciéndose: Es que si yo hubiera sabido que lo que tenía era eso, le habría llevado a urgencias, en lugar de esperar a que llegara el médico. Está bien darse cuenta de que el sentimiento de culpa aparece -como expresión de una fase nuestra inmadura en que la noción de culpa no estaba relacionada con la responsabilidad, libertad y lucidez- y a la vez, reconocerlo como absurdo: no podíamos saber lo que no sabíamos y, por lo tanto, podemos dejar que el sentimiento vaya siguiendo su propio ritmo sin intentar retenerlo ni pelearse contra él. d) Cerrar asuntos pendientes. Esta frase, utilizada en el campo de la psicología y la psicoterapia, no se refiere sólo a asuntos materiales, sino también a aspectos internos, sobre todo a la expresión de emociones y pensamientos nunca dichos en relación con la persona o cosa objeto de la despedida. No siempre es posible o conveniente -para uno mismo o para los demáscerrar los asuntos mediante una entrevista física y real. Muchas veces la expresión será simbólica, como en el caso de que se trate de despedirse de alguien ya fallecido, o de una persona no disponible (porque no acepta el encuentro o porque le puede perjudicar o crear confusión). Igualmente será simbólica cuando se trate de la despedida de un objeto (decir adiós a una casa, a un país. etc.) en el que hay invertido un caudal afectivo. En los modelos terapéuticos pertenecientes a la Psicología Humanista la despedida simbólica se suele hacer mediante la escenificación física -con dos sillas o cojines, por ejemplo- de un diálogo con la persona o cosa a la que se dice adiós, y en el que la persona que se despide ocupa, alternativamente, el papel propio y el de la persona o el objeto de la despedida -cambiando de asiento- y expresando, desde ambos papeles, todo tipo de secretos, reproches, pensamientos no dichos, agradecimientos, afectos no expresados, decepciones sufridas, acusaciones, reconocimiento de culpas, solicitud de perdón o cualquier otro tipo de contenidos que estaban a la espera de completarse en la relación. En otras ocasiones el cierre se realiza mediante una fantasía guiada. Algunas veces se hace mediante una carta y se pide la elaboración también de una respuesta ficticia,
metiéndose en el papel del otro. El cierre emocional ayuda a desembarazarse de los fragmentos de relación que de otra manera podrían quedar adentro (e infectarse). e) Desprenderse de lo que se va: reducir las fronteras del “tener” y ahondar en el interior del “ser”. Ese bien o expectativa que perdemos, de alguna manera reduce lo que poseemos y por ello desprenderse no es fácil. A veces la dificultad es porque alguno de los apartados anteriores no está resuelto y habrá que volver a ellos para completarlo. Otras, es porque se activan creencias falsas. Sea como sea, el dolor de la pérdida es un paso inevitable para traspasarla. Pero la reducción en lo que tenemos no es reducción en lo que somos. Por el contrario, la pérdida puede utilizarse positivamente, al servicio de lo más nuclear nuestro, porque pone de relieve que no somos eso que hemos perdido, que seguimos siendo nosotros tras la pérdida, no dependemos de ella para ser. Al trascenderla, nuestra identidad puede quedar más ahondada, especialmente cuando había un aferramiento dependiente a lo perdido: despojarnos del asidero, nos fuerza a desarrollar nuestras capacidades de nadar. f) Aceptar la herencia, es decir, valorar qué nos deja esa despedida. Difícilmente encontraremos una situación de pérdida de la que no podamos guardar para nosotros algo positivo que nos aportó la vinculación con lo que perdemos: actitudes de la persona que se despide que nos han admirado, aprendizajes de nuestros fallos relacionales que en el conflicto con ella hemos ido haciendo, experiencias de la belleza del mundo, o de la especial transparencia de la realidad, que nos aportó un paisaje o una mirada. Buena ocasión, la de la despedida, para hacer balance de todo ello, desechar lo que no nos vale y quedarnos los rubíes secretos que se esconden en el centro de la experiencia que -tantas veces- se muestra en apariencia como opaca granada. Buena ocasión para agradecer a esa persona, grupo o situación -como pago justo de una deuda amorosa que podemos haber contraído- las escondidas semillas de vida que ofrecieron y desde las cuales podemos seguir creciendo en el futuro.
Buena ocasión para guardar esos regalos en un lugar de nuestra intimidad protegido del olvido. Esa interiorización será un bálsamo que ayude a aliviar y cicatrizar la herida de la ruptura. g) Celebrar el ritual de despedida. Cuando la despedida deja un gran hueco en nosotros (cambio de etapa de la vida, de lugar de residencia, jubilación, por ejemplo), es importante que podamos celebrar un ritual de despedida proporcionado a la pérdida y la situación. En el caso de fallecimiento de una persona querida el ritual puede ser un momento clave. Todas las civilizaciones han creado ritos para esas situaciones porque comportan un impacto en la comunidad (Seeley y Kajura, 1995). Ritos que, en las culturas tribales, tienen un efecto catártico positivo para la salud mental en cuanto mitigan la ansiedad y vehiculan las diferentes emociones que concurren y que a veces aún se dan entre nosotros, sobre todo en relación con el rito religioso (Kollar, 1989). Sin embargo, en nuestra sociedad es fácil que el ritual se convierta en un acto social estereotipado, y su carácter terapéutico desaparece (Horton y Williamsom, 1988) e incluso acentúe la soledad íntima en relación con el contexto social (Day, 1991). Aquel carácter terapéutico sanador, se dará cuando en el ritual -compartido con algunas personas significativas que puedan realmente “acompañar en el sentimiento”- se cristalizan los aspectos anteriormente señalados, aunando la declaración pública de la ruptura del vínculo -ante un grupo representativo que actúa de mediador con la sociedad- con la expresión de los sentimientos que ello suscita, y del balance y agradecimiento por la herencia recibida, junto con la recepción de un apoyo social sincero e íntimo. La declaración formal de la nueva situación ayuda a no dilatar la reducción de fronteras y el cierre del pasado, y actúa como puente de tránsito definitivo para pasar el vacío que hay entre una etapa y otra. Nada impide que si los rituales habituales en nuestro ámbito no sirven para cubrir esas funciones -aunque cumplan otras- creemos nuestro propio ritual de despedida, al margen (o además) de ellos.
h) Darse tiempo para cicatrizar la herida, es decir, permitirse “vivir el luto” en forma de aceptar la inestabilidad emocional, sentimientos depresivos y disminución energética y de actividades, así como la tendencia al aislamiento que pueden seguir a una pérdida importante. Si el tiempo de duelo se prolonga demasiado -en nuestra cultura, unos dos meses, aparte de los momentos puntuales con ocasión del primer aniversario (Pollock, 1994)- será conveniente consultar a un profesional de la psicoterapia. Dos aspectos especialmente relevantes para esta fase de luto son: reestructurar el tiempo en forma distinta -cuando la pérdida comporta la exclusión de determinadas actividades- y buscar consuelo y apoyo, pues, así como el hecho de vivir en sociedad significa pagar el tributo de múltiples adaptaciones, también significa que una de las tareas de dicha sociedad es ayudarnos mutuamente a coser nuestros rotos. En las despedidas más importantes casi siempre se está perdiendo en ellas una fuente de estímulo y gratificación. Más sabio y realista que pretender una fortaleza a ultranza es la búsqueda y aceptación de otras fuentes que puedan aportar en esos momentos algo de consuelo y apoyo. Eso sí, seleccionando aquellas personas que realmente constituyen una ayuda y no una invasión o una sobreprotección devaluatoria. i) Dejarse encontrar por la vida. A veces, tras una despedida importante, hacemos equilibrios encaramados en el yo que tiembla, en el pequeño yo del tener, olvidándonos de la generosidad de la vida que nos da identidad suficiente para afrontarla, recursos para salir adelante y oportunidades de pedir ayuda. O al menos, cuando no nos los da, nos ofrece recursos para soportar el dolor sin perder nuestra dignidad. Como antes hemos señalado, la vida es un proceso de retirada y contacto, de pérdidas y encuentros, de desiertos y tierras prometidas. El aceptar con alegría y sin culpa los nuevos hallazgos y regalos, no es negación de los afectos vividos ni infidelidad a aquéllos. Mas bien es un homenaje, acaso el mejor homenaje que podemos hacerles, al poder encarnar e integrar en el presente la sabiduría vital que esos encuentros pasados nos aportaron. La alquimia interna los ha cambiado de nivel y, tras pertenecer al campo de las posesiones, han pasado ahora -interiorizados-
al de la identidad, más claramente recortada contra el vacío que dejó la pérdida. Toma un guijarro y siéntate un rato a observarlo. Cuando realmente comiences a verlo, comprenderás que se recorta contra algo que no se ve (...] Si lo observas el tiempo suficiente, experimentarás que se ve cada “cosa” contra un fondo de “nada “. Siempre percibes cosa y nada simultáneamente. Si no percibes la nada, no verás la cosa (...] bueno, recuerdo lo que John Cage dice: “cada algo es una celebración de la nada que lo sostiene” Capra, Steindl-Rast y Matus, pp. 132s. Esa nada que nos sostiene en nuestras pérdidas -la llamemos Vacío, Vida, Dios, Destino, Azar, Realidad, Naturaleza o cualquier otro nombre con que hablemos de esa dimensión misteriosa de la existencia- es también la nada de la que brota la esperanza. Aceptarla es abrir en nosotros un surco donde acoger esa semilla de futuro. Negarla, elegir la esterilidad. SUGERENCIAS PARA INTROSPECCIÓN Y AUTOAYUDA Notas: Lee estas sugerencias en solitario, en un lugar tranquilo y con tiempo suficiente. A algunos les irá bien tener un pañuelo a mano. Es aconsejable, para sacar el máximo partido de los ejercicios que siguen, hacerlos punto por punto, según las unidades marcadas por cada letra, sin haber leído previamente el contenido del apartado señalado con la siguiente letra. Sugerencia 1ª: MIS PÉRDIDAS Y YO a) Coge papel y bolígrafo. Escribe una lista de veinte pérdidas de tu vida, por el orden que te van apareciendo y sin pensarlo demasiado. b) Ahora escribe las veinte pérdidas más importantes de tu vida (que pueden o no coincidir con la lista anterior) por orden de importancia.
c) Mira primero la lista de a). Agrúpalas por áreas o tipos ¿Qué área o tipo de pérdidas es más numeroso? ¿Cuál más escaso? Pregúntate: ¿Qué clase de pérdidas son las que me afectan, sobre todo? ¿Qué escala de valores refleja esta lista? d) Mira ahora la lista de b) ¿Cómo decidiste cuáles eran importantes y cuales no? ¿Qué dice eso acerca de tus valores? e) Compara las dos listas ¿Coinciden casi del todo? Si son muy discrepantes pregúntate si las pérdidas de la primera lista que no aparecen en la segunda responden a valores tuyos que vives, aunque no te los formules como tales, o si han aparecido ahí porque aún quedan cosas por resolver respecto a ellas. En cuanto a las que aparecen en la lista b) y no aparecen en la a) pregúntate: ¿Responden a valores que creo tener -en teoría- o creo que debo tener y en realidad no los he hecho míos? ¿Responden a unos valores inculcados desde fuera, pero no compartidos? ¿Tengo unos valores en la cabeza y otros en el corazón? Si es así: ¿Qué puedo hacer para integrarlos? f) Compara ahora tus despedidas con los diferentes apartados del capítulo anterior y pregúntate: ¿Alguna de ellas se parece a una de las modalidades del punto 3.? Si es así ¿Se escondía en ella alguna de las creencias del apartado 2.? ¿Se repite en varias de ellas la misma secuencia y la misma creencia disfuncional? Mis despedidas ¿encajan aproximadamente con el proceso del punto 4.? ¿Hay alguno de los apartados de ese punto que me salto sistemáticamente, aún cuando venga a cuento y me podría ayudar? ¿Por qué? g) Termina preguntándote, respecto al conjunto de los pasos: ¿qué he aprendido acerca de mí con ellos? ¿qué voy a hacer con lo que he aprendido? Sugerencia 2ª: DESPIDIÉNDOSE DEL PASADO a) Ponte en una posición cómoda y relajada. b) Imagínate que estás sentado en un tren, a punto de empezar un viaje. A tu lado llevas una maleta vacía. Tómate unos momentos, cerrando
los ojos, para visualizar -hasta donde puedas- el lugar en que vas sentado: el color de las paredes del vagón..., la ventanilla..., la maleta..., el material del asiento..., notas su tacto. Ahora el tren se pone en marcha y empieza a viajar en sentido inverso al tiempo: vas hacia tu pasado. El tren empieza a moverse lentamente... Cada vez coge más fuerza. c) Deja que el tren recorra un trecho, hasta que se pare en una estación que representa un momento de tu vida de hace aproximadamente cinco años. Párate en esa estación. Desde la ventanilla ves que, en un lugar cercano, se está representando la escena de un momento que fue significativo para ti y que ocurrió en esa época. Pero ahora lo ves como en el escenario de un teatro, desde fuera... Te ves también a ti, con cinco años menos... d) Bájate del tren. Ve acercándote y mira la escena... Después métete en ella fundiéndote con tu figura del escenario. Vívela con todos los detalles que puedas... rostros, vestidos, olores... ¿Qué personajes hay? ¿Qué experimentas ante ellos? ¿Cómo son tus relaciones con los otros y contigo? ¿Cómo te sientes en esta situación? ¿Cuál es el desarrollo de la acción?... Tómate unos cinco minutos para recrear la escena y vivirla al máximo. e) Ahora sal del escenario..., mira la escena desde fuera... y después súbete al tren de nuevo. Usa unos momentos para despedirte de esa escena, notando el sabor global de la experiencia... f) El tren reemprende la marcha. Vas a ir más atrás y el tren para ahora en una estación situada hace aproximadamente diez años... Repite las mismas pautas que en d) y e) con esta nueva escena. Ve haciendo lo mismo con distintas estaciones de tu pasado, rebajando -más o menos- unos cinco años cada vez, hasta llegar a una escena de alrededor de los cinco años... h) Ahora el tren cambia de vía y se va hacia un paisaje natural muy tranquilo y hermoso. Acaso se parece a alguno que ya conoces. Se va parando suavemente y bajas ahí. Hace una temperatura ideal y todo lo que te rodea respira paz. Miras a tu alrededor, disfrutando de la belleza
y serenidad que te envuelve, notas los suaves sonidos, acaso una brisa en la cara... Te tiendes tranquilamente, y dejas que toda esa sensación de bienestar del paisaje se te vaya colando dentro, con cada respiración... i) Después de solazarte un rato, vuelves a subirte al tren, que volverá a hacer el mismo recorrido, en sentido inverso, para llevarte al presente. j) Ahora, al pasar por cada estación, el tren se detendrá unos momentos y tú, sin bajarte, vuelves a mirar la escena y te despides de ella. Si tienes cosas pendientes que decir a alguno de los personajes, aprovecha para hacerlo ahora, antes de que el tren siga adelante. También, antes de que el tren arranque de cada estación, observa qué aprendiste y qué decidiste entonces, a raíz de esa escena, acerca de ti, de los otros y de la vida. Revisa si ahora, al volver a visitarla desde tu experiencia actual, esos aprendizajes y esas decisiones siguen siendo totalmente válidos o hay que matizarlos, flexibilizarlos o sustituirlos. Repite este paso para cada estación hasta llegar a la estación del presente. k) Abre tu maleta. En ella encontrarás una serie de objetos, tantos como estaciones. Cada uno de ellos es un regalo simbólico que la vida te ha dejado en relación con esa época. Ve descubriéndolos, descifrándolos y disfrutándolos con tranquilidad, asimilando el mensaje que cada uno de ellos te aporta.