MISA CRIMAL 2012

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HOMILÍA EN LA MISA CRISMAL 03 de Abril 2012 CATEDRAL DE BAEZA


1. Hoy es un día de especial alegría para la Iglesia diocesana. Durante esta Misa Crismal bendeciremos el óleo de los enfermos, el óleo de los catecúmenos y consagraremos el crisma que se distribuirán por todas las parroquias. Los sacerdotes renovarán las promesas hechas el día de su ordenación. Por todo ello damos gracias porque el Señor nos permite volvernos a encontrar, de nuevo, los sacerdotes en esta celebración. Bienvenidos todos: Señor Obispo Emérito de Cádiz y Ceuta, Mons. Antonio Ceballos, hermanos y amigos sacerdotes, muy queridos fieles. Gracias por querer compartir y renovar juntos nuestro ser y hacer sacerdotal en esta Misa que celebramos con la presencia de la insigne reliquia de San Juan de Ávila, y porque me dais la posibilidad de agradecer vuestra entrega diaria, siempre generosa y, a veces, hasta heroica a favor de los fieles encomendados. A la vez recordamos y nos unimos a nuestros hermanos ausentes, lejos o cerca de nosotros, de forma especial a los mayores y enfermos; felicitamos a quienes durante este año celebran el 25, 50 y 60 aniversario de su ordenación y a los hermanos que han concluido su peregrinación en esta vida, desde la última Misa Crismal. 2. Todos conocemos muy bien, sin duda, la presencia de San Juan de Ávila en esta Ciudad de Baeza. Hemos querido reunirnos en su Catedral para celebrar este acontecimiento anual a las puertas de su declaración como Doctor de la Iglesia, conforme al anuncio de SS. Benedicto XVI, en la Catedral de la Almudena de Madrid el pasado mes de agosto. Damos gracias a la Diócesis de Córdoba y Santuario de Montilla por tan importante favor, así como a la Comisión diocesana para la preparación de los actos de esta declaración. Que San Juan de Ávila interceda a favor de esta su Iglesia de Jaén y su espíritu y enseñanzas continúen en el tiempo entre nosotros. 3. Sacerdotes de Jesucristo. La celebración anual de esta Misa Crismal es una manifestación real de que todos nosotros estamos insertados al sacerdocio de Cristo, por el Espíritu. Con esta ocasión vienen a mi memoria las palabras pronunciadas por Jesús en la Última Cena: “Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros”. Es el momento más privilegiado del año, junto al de la ordenación de nuevos presbíteros. Que este último nunca se interrumpa, Dios no lo permita, en esta Iglesia. El sacrificio que celebramos en esta mañana, como el de cada día, es verdaderamente la esencia de nuestro ser sacerdotal, por que es, como bien sabemos, la actualización sacramental del único sacrificio de Cristo. Podemos decir que Él lo celebró existencialmente una única vez con la entrega de su vida en el altar de la Cruz, que lo instituyó sacramentalmente en la Eucaristía y que lo entregó a la Iglesia para que lo actualizara a lo largo de los siglos. Cuando luego nos dispersemos en nuestras r espectivas comunidades cristianas, quizás no se perciban estos signos de nuestra comunión, al menos con tanta claridad y fuerza, pero se guirá siendo verdad que las Misas que celebremos no multiplican la Misa primordial que celebró Jesucristo en la Cruz, sino que actualizan el único, perfecto y eterno sacrificio de Cristo ante las Comunidades de cristianos, y a favor de toda la humanidad. La celebración de la Santa Misa nos mantiene esencialmente unidos, hechos una misma cosa con Cristo Sacerdote, diríamos, aunque estemos dispersos por la geografía diocesana. La unidad y comunión sacerdotal, son exigencia interior de nuestro sacerdocio y no se basan en otros aspectos secundarios. Si esta unidad se quebranta haríamos imposible el cumplimiento de la misión que Jesucristo puso en nuestras manos y, en definitiva, repercutiría de forma directa en nuestra propia unión con Jesucristo sacerdote. Este es el mensaje de esperanza que estamos llamados a anunciar y encarnar los sacerdotes en nuestro mundo ávido de luz y de verdad. Si permanecemos unidos, como verdadera familia al tronco de la vid, como familia sacerdotal, el Señor hará que demos frutos porque seremos sarmientos unidos a la mejor de la cepas: Jesucristo.


Sabemos que el gran sueño de San Juan de Ávila fueron los sacerdotes. Entre sus muchos escritos sacerdotales bien podemos recordar, e incluso acercarnos al tratado sobre el sacerdocio. Cuánto bien a hecho, junto con sus pláticas, sermones y cartas a l os sacerdotes! Se puede comprobar en estos escritos su amplia erudición, pero, sobre todo, el profundo amor a su sacerdocio y sacerdotes, como representantes de Cristo sacerdote y víctima. Somos ante todo, quiere destacarlo, mediadores entre Dios y los hombres, especialmente por la oración y el sacrificio. 4. Su preocupación y amor por los clérigos. Como ya he dicho los temas sacerdotales y la vida de los clérigos, tanto de los Obispos como de los Presbíteros, fueron una preocupación constante del Maestro Ávila. Ciertamente el alcance del presbiterio, tal como hoy aparece en los documentos conciliares y postconciliares (LG 28; PO 8; PDV 74) no se encuentra en sus escritos, pero sí aparece descrita la realidad de la vida sacerdotal como fraternidad unida a su Obispo, a modo de familia sacerdotal e insta a vivir esta fraternidad por ser fuente de santidad y apostolado. Urge a los obispos para que tomen con mucho interés la formación permanente de sus sacerdotes y su disponibilidad para enviarlos a misiones populares, o al servicio de la predicación y de las confesiones (cf. Toledo I nn. 34-36; Platica 2ª, 263 ss.; Ser 81, 122 ss.) El Obispo, escribe también, debe procurar que los sacerdotes sean sabios y santos. Un presbiterio de sacerdotes bien formados, como verdadera familia sacerdotal, será el consuelo del Obispo. Insiste también en trabajar y procurar la fraternidad entre los sacerdotes por ser “de la intrínseca razón de la Iglesia” (Ser 81, 94 ss.), pero sobre todo insiste, una y otra vez en su predicación y escritos, en que la renovación de la vida clerical radica en el campo de la santidad de la que derivan la entrega y disponibilidad ministerial. Estos planteamientos de nuestro Patrono gozan como vemos de máxima actualidad y daría la impresión que nos estuviera hablando él mismo en este momento, a los que somos, en expresión suya, “los ojos de la Iglesia”, y “guardas de su viña” (Plática 2, 449; Ser 8, 60 ss.) La santidad del presbiterio, ciertamente, no es un añadido sino una exigencia intrínseca de nuestro sacerdocio ministerial pues el ejercicio fructuoso de nuestro ministerio está íntimamente unido a nuestra fidelidad a Cristo. Así nos lo enseña el “Decreto sobre los presbíteros” del Concilio Vaticano II, cuando dice que: “Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí” (PO 12) 5. Misionero y Maestro de Evangelizadores: Eran “tiempos recios”, como los calificó Santa Teresa y otros santos de su tiempo. San Juan de Ávila tuvo muy clara la necesidad de la renovación de la fe de sus contemporáneos y tuvo el proyecto de misionar en el nuevo mundo descubierto, al que acudirían muchos de sus discípulos. Su apostolado se concretó, como sabemos, sobre todo en Andalucía y sur de España. Con “ardiente celo”, cantamos en su himno, desplegaría su método misionero, a través de las misiones populares, con catequesis, predicaciones, organización de servicios de caridad y piedad popular y, especialmente, dando mucha importancia a la digna recepción de los sacramentos del perdón y de la Stma. Eucaristía. Sus discípulos siguieron el mismo sistema, preparados por su Maestro, organizados en grupos. Con cierta sabiduría en sus Advertencias para el Concilio de Trento. Insistía el Maestro de Ávila en la necesidad de las misiones populares y en que los Obispos tuviesen predicadores y confesores para que recorrieran las diócesis predicando y confesando, aunque los curas de los pueblos, escribe, “prediquen con mucha diligencia”, y daba esta razón: “parece como son caseros tienen con ellos (sus fieles) gran familiaridad, no reciben tan de veras su doctrina, aunque ella sea buena” Toledo I, n.34. 162 ss.) “Este negocio de predicar las buenas nuevas del Evangelio, escribe, es muy grande” (Ser 18, 35)


y esta misión no tiene fronteras porque continua la misma misión de Cristo Salvador, que es universal. La tarea evangelizadora viene a ser, nos dice, prolongación de la predicación de Cristo, de su cercanía a enfermos, pobres y pecadores. Su “ardiente celo” misionero, parece coincidir con el “nuevo ardor” de que hablo el Beato Juan Pablo II en Haití, en el año 1983, como exigencia de la nueva Evangelización. Ese celo ardiente y nuevo ardor nace donde está el fuego, la luz y la vida, es decir: Jesucristo. La nueva evangelización, de la que hemos hecho programa y meta común en nuestra Iglesia diocesana, la buscó ya en su tiempo San Juan de Ávila. En realidad es dar con el lenguaje y métodos que logran la escucha, que lleguen a las personas y se haga accesible y comprensible la buena noticia del Evangelio, la voz del Señor. Que llegue al corazón de las personas aquel que es la verdad, camino y vida: Jesucristo. 6. Muy queridos amigos y hermanos sacerdotes: Podemos aplicarnos cada uno de nosotros, con toda verdad, las palabras que hemos proclamado en el Evangelio: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido” (Lc 4,17) Actualicemos aquella imposición de manos, más o menos próxima, con que fuimos consagrados por el Espíritu Santo y hechos pontífices de la consagración y misión de Jesucristo. Nuestro sacerdocio nos configura ontológicamente con Cristo y bien podemos decir, antes de renovar nuestras promesas, “soy sacerdote de Jesucristo para siempre” Es la hora de comenzar de nuevo nuestro recorrido ilusionado sacerdotal mirando a lo que está por venir. Es la hora de afianzar nuestra fidelidad a Jesucristo sacerdote de quien seguimos fiándonos por completo. Es el momento de renovar nuestra entrega, con renovado empeño, a nuestro ministerio, de reavivar nuestro espíritu misionero a favor de la nueva evangelización, de ser testigos sencillos y sinceros de Jesucristo las veinticuatro horas del día, de celebrar la Eucaristía como acto supremo de nuestro ser sacerdotal, de buscar con ahínco y pedir con renovada fe y confianza nuevas vocaciones sacerdotales, que nos interpele a querernos con cariño humano y sobrenatural, a ser los primeros samaritanos de los pobres, de quienes carecen de trabajo, de los inmigrantes, de los enfermos y de los que sufren... Es la hora de expresar ante el Señor, nuestro más profundo agradecimiento por contar con nosotros como pastores de su rebaño, para ser siempre y ante todos faros de esperanza y de luz, sobre todo para los adolescentes y jóvenes de nuestra sociedad. 7. Muy queridos fieles: Rogad siempre por nosotros vuestros sacerdotes, lo necesitamos de verdad. Colaborad como lo hacéis con la misión evangelizadora que también el Dueño de la mies pone en vuestras manos, la nueva evangelización. Conocen seguramente desde el Plan de Pastoral Diocesano, que es tarea muy directa y urgente de todos los bautizados, contando con los laicos en todos sus ambientes. A todos les deseo de corazón unos días santos en la celebración de los Misterios que celebramos en los próximos días. El dolor de la cruz tiene sentido, es fuente de luz y de alegría, de nueva vida. Es el paso hacia la Pascua eterna. Que Santa María, Madre de Cristo y de sus sacerdotes acoja la renovación de nuestros compromisos sacerdotales. Amén.


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