BOLETÍN PARROQUIAL
El testimonio coherente y feliz de todos Siempre comenzamos por lo mismo, analizando los motivos para explicar una situación crítica que podamos estar viviendo. Ahora, que te invito a mirar hacia las vocaciones sacerdotales, no tenemos más remedio que echarle la culpa a la disminución demográfica y a la crisis de la familia; sin olvidarnos del avance paulatino y rápido de la secularización en nuestros pueblos y ciudades; y, alguna veces nos fijamos en las difíciles situaciones en las que se mueve la vida del sacerdote. Esto último viene siendo ya una enfermedad endémica. Sacerdotes atendiendo varios núcleos, allí donde no hace mucho tiempo eran atendidos para varios sacerdotes, y cuando no, por capellanes, coadjutores y adscritos. No me voy a detener en las justificaciones, ya que esto es muy fácil. Sí quiero entrar en lo que se impone como necesario y que nos incumbe a todos. Todos estamos llamados a involucrarnos en esta maravillosa tarea de vocacionar a los jóvenes. En primer lugar, encontrar ese terreno fecundo de auténtica vida cristiana en la parroquia. Es fácil decirlo, es más difícil volver a recuperar el sentido de piedad que hubo en otros tiempos no muy lejanos. Recuperar esas normas de piedad que han santificado a tantas personas. Me estoy refiriendo al rezo del Rosario, a las Visitas al Santísimo, a la Misa y a la comunión diaria, a la confesión frecuente… De aquí ya va de camino el crear un ambiente de oración, de acercarse hasta el Señor en la Eucaristía, para consultar con Él todo lo que nos pasa y nos está pasando, para preguntarle qué quiere de cada uno de nosotros. Dedicar tiempo a la oración, como un tiempo de predilección que están deseando los enamorados.
Campaña de captación de vocaciones Manuel Jesús Ceacero Sierra y Francisco Javier García Moreno
Recuperar el papel central de la familia y el testimonio coherente y feliz de los presbíteros Después viene la necesidad de trabajar en una pastoral integrada, donde sacerdotes, religiosas y seglares cooperen en ésta y en otras tareas eclesiales con miras a las vocaciones sacerdotales y consagradas, sin olvidarnos de las vocaciones al matrimonio. Porque también necesitamos esposas y esposos cristianos. De ahí, que aprovechemos el próximo Año de la Fe del mes de Octubre, para dar un nuevo empuje a la Evangelización y la Misión Parroquial. Y, aquí viene uno de los puntos más importantes de esta nueva tarea, en dos ambientes muy cercanos uno de otro: El papel central de las familias y el testimonio coherente y feliz de los presbíteros.
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Aún quedarían otros aspectos de bastante importancia, hacia los que dirigimos nuestra atención, como son la eficacia educativa de las experiencias de los que se ofrecen como voluntarios en muchas tareas eclesiales y el valor de la formación en valores que se pueden dar, y se vienen dando por parte de muchos profesionales, en nuestras escuelas e institutos. Todo esto es necesario tenerlo presente para luchar contra el creciente individualismo que habitualmente encierra al sacerdote en una soledad negativa, y muchas veces, deprimente. Es necesario que aumentemos el diálogo de amor entre Dios y cada uno de nosotros. Para que esto vaya avanzando, es necesario una prolongada experiencia de vida comunitaria en el seno de nuestra parroquia, para evitar nuevas y viejas formas de clericalismo, que tantos problemas han dado, para una descentralización de la pastoral parroquial y, sobre todo, de hacer de la parroquia un centro de servicios pastorales a tiempo parcial, según las necesidades individuales, para convertir nuestra Iglesia en un “servicio a la carta”.
El campo fecundo de la siembra vocacional es una comunidad cristiana que escucha la palabra de Dios, que reza con la liturgia de la Iglesia y que testimonia claramente la
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Comunidad cristiana en el Seminario Diocesano de Jaén Se ha de caminar hacia una plena integración y madurez afectiva, porque hay que evitar propuestas vocacionales a personas que están marcadas por profundas fragilidades humanas. Trabajar de manera amplia y dócil por una participación en el contexto eclesial, caracterizada por un amor concreto por la propia Diócesis y por una apertura generosa a la dimensión universal de la misión. Y, por último, hemos de ser conscientes de la necesidad de aquellas personas que se pueden convertir en “acompañantes vocacionales”, que van desde la propia familia y sus integrantes, hasta el párroco, el catequista o esa persona sencilla que reza y que ofrece sus dificultades de manera sencilla y humilde. Así, podemos concluir con una clara afirmación: El campo fecundo de la siembra vocacional es una comunidad cristiana que escucha la palabra de Dios, que reza con la liturgia de la Iglesia y que testimonia claramente la caridad.
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