CAFÉS DE INVIERNO

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CAFÉS DE INVIERNO

Santiago Delgado

(2010)


INDICE

I. EL POEMA……………………………………………….. 2 II. AMOR AL RECUERDO DE UNOS CAFÉS…………….3 III. CAFFÉ DI GRECO, ROMA……………………..………5 IV. A LAS MUCHACHAS EN FLOR, DE AYER……..……6 V. PARÍS, CON UN CAFÉ… ………………………..…….8 VI. UNO DE DICIEMBRE ………………………….……...11 VII. ESCUCHANDO, EN EL COCHE, LA CANCIÓN “PROBABLEMENTE YA…”……………..….…….……….13 VIII. 36 AÑOS …………………………………….…...……15 IX. RECUERDO DEL FINAL ………………..………….....18

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I EL POEMA O poeta è um fingidor Pessoa

El poeta nunca sabe, cuando escribe, lo que le pasa. El poeta escribe, precisamente, para esclarecer lo que en realidad le pasa. Ocurre que casi nunca llega a saber apenas nada de aquello que él cree que entonces le pasa. Aconsejo entonces un café. Un buen café. Alrededor de un café, toda la vida pasa. Luego de un café, el poeta –qué cosassucede que sabe mentir con bellas, precisas palabras… algo parecido a lo que en el fondo en realidad le pasa. El mejor poema surge entonces: cuando ha sabido, el poeta, poner un velo, una gasa sobre aquello, que, a fin de cuentas, luego de un café, en realidad le pasa. 10-05-2009

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II AMOR AL RECUERDO DE UNOS CAFÉS

A los dioses menores que protegen las cosas sin importancia, fugaces, banales, leves… he pedido que de nosotros con agrado se acuerden. y pongan en su panel de recuerdos, amablemente, aquellos cafés nuestros de los días viernes, en aquel curso del año siete; cuando, a la mañana, con palabras breves, inaugurábamos el día, con el rito alegre de un cortado, entre la buena gente, de la barra de un bar, alrededor de las nueve.

Ni por un momento dudo, que también lo queráis todos vosotros, pues nada nos cuesta a tales cosas sernos fieles. Acaso las únicas que gratis ofrecen el total completo de todo lo que tienen.

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Pensadlo, y si es que así convenís, no me lo digáis nunca, y sonreíd siempre que, a solas, de aquellos cafés quien sea de vosotros… a solas se acuerde..

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III CAFFÉ DI GRECO, ROMA

Si vuelves a Roma, viajero acude al Antico Caffè Greco, en Via Condotti. Es el viejo café de los escritores y de los artistas. En sus veladores me senté yo un día, y compuse, osadamente, un poema sobre las glorias de la Urbe. Pide que te sirvan un buen capuchino, y, antes de beberlo, levanta tu taza, y brinda silenciosamente por mí.

Recuerdo unos versos del poeta persa Omar Kheyyam, bebedor y musulmán, que floreció entre los siglos XI y XII. Decía que cuando sus labios posaban en el borde del vaso de barro del que bebía, pensaba si acaso aquellos átomos fueran en tiempos los mismos que carnaran los labios de otro bebedor de vino. Unía así, la libación al beso.

Piensa tú lo mismo cuando de tu taza bebas, y acuérdate de quien amas y deseas, pues no hay nada mejor que saberse joven y hermoso, vivo y pleno, sintiendo este momento, a la vez leve y sublime, que los dioses te conceden, ahora que ya la experiencia orna con lazo delicado el dorado pomo perfumado de tu juventud, y estás en Roma.

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IV A LAS MUCHACHAS EN FLOR, DE AYER

A vosotras, muchachas en flor de aquel mi ayer, preterido y olvidado.

A vosotras, que fuisteis la hermosura vívida de un tiempo, el nuestro, que apenas fue por nadie gozado: ni por mí, ni tampoco por vosotras, lejanas amigas del hoy otoñal de ambos.

A vosotras, muchachas en flor del ayer, para que lo sepáis y recordéis, cuando solas ante el espejo contempléis la injuria silenciosa que los años perpetran en vuestro insobornable deseo de veros bellas… o en ello penséis en esos momentos en que con los ojos al infinito interno, os disponéis a posar los labios en el templado, redondo borde una taza de café… os quiero comentar que aún descubro yo, en vuestro rostro, la dulce línea, el guiño adolescente, la incitante mirada, apenas pícara, la luz vivísima que os hacía, a mis ojos, aparecer como inalcanzables diosas de la vana utopía de mis anhelos todos.

Y quiero que sepáis también, amigas mías, que, repasando lo habido desde entonces, encuentro que así estuvo bien. Hay un dulce encanto,

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en ese respetar, en tanto que de rosa y azucena, las incitaciones del exceso de púrpura y claveles, sabiendo haber sido fieles al tiempo de biografía propio; pues, además de ser nuestro, es la manera que nos ha traído hasta aquí: vosotras ahí, leyendo estos versos a vuestra hermosura dedicados, y a mí, detrás de la página, invisible, desconocido, oculto… tal como para vosotras mismas lo fui en aquel tiempo nuestro, que pudo ser de vino y de rosas, y que tan sólo fue de anhelos y suspiros.

Acoged este requiebro tardío de quien rendido admirador vuestro fuera de los tiempos idos, muchachas en flor de aquel tiempo mío. Y como a la brisa autumnal de la septembrina tarde, amparadlo con media sonrisa, y media mirada de ojos caídos. Tal como hacíais cuando azorado me advertíais, silencioso, soñador acaso, y eterno habitante siempre de un extraño mundo desconocido.

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V PARÍS, CON UN CAFÉ…

Hoy quiero imaginarme en París. Sentado en los Campos Elíseos, con el Arco del Triunfo en perspectiva. A mi derecha preferentemente, si me lo permitís. . En una terraza, con un café y un perrier.

Hay un acordeonista de atrezzo, y una edithpiaff de guardarropía cantando “non, je ne regrette rien”. Y pienso que yo seré también, para los demás, un personaje escénico. Voy solo, fumo en pipa, uso gafas y anoto cosas en un libro con hojas en blanco de tapas negras. Un sombrero panamá y un cuidado abandono hacen de mí un escritor bohemio, pero muy contenido. En la silla de al lado yace breve mochila, apenas abultada. Y, ya conocéis, mi torpe aliño etcétera… Por demás, encanecida y breve, uso barba pobre, correcta y descuidada.

Otoño será, y no me arrepiento. Últimos de Octubre, probablemente por la tarde. El sol estará a punto de ocultarse no sé por dónde. Y las frondas amarillean por doquier.

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Por aquí y por allá, el glamour de alguien famoso excita las miradas de los turistas, que se dan en el codo, casi señalando, y cuchicheando entre sí.

El cuerpo me dice que hay felicidad climática, y, mientras pintarrajeo el bodegón urbano del café la cucharilla, el servilletero y la botellita medio vacía, sostenidos por un endecasílabo:

-París, con un café: nada más quiero-

doy en conceder que si hay cosas bien pensadas en este mundo por el ser humano, una de ellas ha de ser ésta… la de imaginarse, digo, allá en los Campos Elíseos un atardecer de octubre, en el que será muy hermoso no pensar, ni querer, y sentirse parte consciente del gran teatro del mundo.

Con un papel de figurante, salir a escena, decir tu frase, y hacer mutis sencillamente…. dejando luego que la gloria, de otros orne las sienes con los inmortales laureles

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de que está hecha la posteridad.

A mí, os repito, me basta París, con un café y una libreta en donde escribir y dibujar. Nada más, eso es todo.

Ah, no, se me olvidaba: hay una silla vacía por si pasáis por mi ensueño, y os apetece un café, conversación poca y todo el encanto de un atardecer de otoño, en París, en el boulevard des Champs Elysées…

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VI UNO DE DICIEMBRE A Mariana -que nos invitó- a Carlos, María José, Raquel y Marina

Cumplía su plazo la media mañana, y traía diciembre, con dulzura lluviosa, la siempre anhelada ocasión del amable desayuno cotidiano.

Salimos -¿recordáis?- de dos en dos, emparejados bajo los tersos paraguas, calle adelante, camino del nuevo café , recién descubierto en los alrededores de donde transcurren, amigables y sencillos, nuestros cansinos, cordiales días de trabajo.

Acaso riéramos con ese fingido gozo de la amistad, que sólo busca hacer felices a los demás, mientras caminábamos en pos de nuestro fugaz, inocente objetivo de compartir un rato de charla e ingenio.

Incluso aquel ligero extravío callejero, por algún frívolo destino, desocupado y pequeño, acordado, puso una nota de ingenioso pretexto para la agudeza en los comentarios. En todo caso –estaréis conmigosin duda sirvió para hacer más grata -y leve- la fútil ocasión a que os aludo.

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Luego, ya con todos dentro, llegó la culminación del suceso. Fueron testigos las tostadas de aceite, los cortados de descafeinado y los zumos de naranja, por las blondas ucranianas servidos. Amén del cálido espacio umbroso.

No os reclamo el recuerdo de algo único y extraordinario para todo aquello. No.

No os propongo asignéis categoría de memorable a la media mañana del uno de diciembre que os canto. No.

Solamente os indico que eso aquel día vivido no es materia vana, momento inane, simple ocasión, en el abismo del olvido sumida. Antes fue tiempo resuelto en vida, rescatados instantes del árido yermo de nuestra mera existencia de archivo y número registrado.

Es esa vida que nada espera de nosotros, salvo hacernos, de manera inconsciente aunque fugaz, exactamente felices y entrañablemente humanos.

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VII ESCUCHANDO, EN EL COCHE, LA CANCIÓN “PROBABLEMENTE YA…”

Adiós con un café… cortado, por favor, muy cortado. Si tiene un hacha, mejor con ella. No se preocupe, camarero, no puede salir sangre de un corazón helado. Aunque no sé decir si son dos, los corazones, digo. Ella está lejos, sólo yo estoy aquí. Es para despedir un amor eterno que no tuvo principio, y tiene sin embargo fin. Da igual que no lo entienda camarero, sólo hay que sentir.

Cóbreme por dos, aunque uno solo me ponga a mí. Acaso ella, lo estará pagando también allí. Sólo caerán silencios sobre la blanda crema que un día oyó cómo ella decía… sí.

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Un cafĂŠ cortado, bien cortado, que haga juego, buen juego, lo que se dice buen juego, con nosotros dos, y tambiĂŠn con la palabra fin.

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VIII 36 AÑOS Aquí estoy ahora, me digo, una tarde más, como tantas otras -treinta y seis años yaurbanamente emparedado.

Escribo: La calle suena y un grifo gotea, cercanamente acompasados.

Una taza de café, con sus bordes secos de ocre nata dorada, se esconde entre los folios desordenados, llenos de inacabados versos y perdidas notas de bolígrafo.

Oigo el silencio de la casa vacía desde mi despacho, y puedo escuchar, si los miro, a los libros, a mi alrededor, callados.

El folio en blanco, voy llenando de palabras -quién podrá decir alguna vez que son de versos-

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y, poco a poco, mi ventana va cazando los fragmentos de garabato de las golondrinas que traen consigo el verano.

Un perro ladra, y la tarde huye como el tubo de escape de los automóviles que deben pasar por abajo.

Un cenicero limpio -yo no fumo- de cristal, me enseña su borde desdentado, y observo que los versos que he decidido ir tachando, han tapado el folio que hace unos instantes estuviera completamente en blanco.

Sé bien que nada tengo que decir y que debo ir acabando, pero no es poco, pienso, escribir un poema sobre una tarde del mes de Junio en que estaba solo en mi despacho, luego de tomar un café, buscando inspiración en un sentimientos vago.

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Así, teniendo un papel, una pluma y cierta desmayada idea de cómo hacer de la nada, algo; me puse a redactar en rima pobre, palabras tristes y estilo claro, no sé bien qué cosa, que justo ahora decido acabar en el verso setenta y cuatro.

15-Junio, 1985

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IX RECUERDO DEL FINAL

Un día, amaneceré profundamente dormido. No lograré despertar. y alguien se dará cuenta, sin sorpresa, de que ya no estoy. Y un café sólo, el mío, se quedará sin haber sido, ni siquiera eso: café solo para un hombre solo en la barra de una bar con otros hombres solos, algún calendario en la pared, y, tal vez, algún periódico

Lunes será, y no me corro, pues lunes es, el día del cual me ha sido dado ya tener el sueño. Escucharé cuchicheos en mi entorno y les oiré hablar de la dulce sonrisa con que he muerto. Luego, cuando me amortajen, me levantaré de mí, dejando mi cuerpo solo…

Vestido de blanco, el yo que fui a los treinta y seis años se irá por los pasillos, invisible, buscando la puerta de salida. Ya no peso nada, pero me voy andando, como dando un paseo. Sin ruido alguno, ni al abrir, ni al cerrar las puertas En la calle, me habrá de esperar un autobús vacío, blanco también, sin conductor.

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Atravesaremos la ciudad sin semáforos cerrados, pero en medio del tráfico.

Al llegar a las afueras, una densa niebla, amable y tranquila, irá cubriendo perfiles, volúmenes, colores, sombras… Y unas buenas gentes, en albas túnicas envueltas, comenzarán a saludarme con la mano. Se detendrá el autobús, y yo descenderé. Me estarán esperando tres desconocidos sonrientes, de quienes nada sé, sino que habré de seguirlos donde me lleven.

Entonces, el sueño se acaba. Encuentro que poseo una gran sensación de ser yo mismo, más grande que nunca. Lunes será, digo, y muy de mañana -sin desayunar os dijecuando todo suceda.

Lo sé como si ya hubiera tenido la experiencia; Como si ya hubiera sucedido, como si fuera un cuento encargado por alguien a quien no conozco, anónimamente solicitado.

Y, como el Réquiem de Mozart, será algo inacabado, detenido, eternamente inmóvil.

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