Aquel desborde

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Accini, Santiago Osvaldo Aquel desborde. - 1a ed. Buenos Aires : En el Aura del Sauce, 2010. 88 p. ; 18x12 cm. ISBN 978-987-25946-3-3 1. Narrativa Argentina. 2. Relatos. I. Título CDD A863

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El exilio

Besé la frente de mi mujer, me vestí y la dejé sola en la cama, abrazada a su almohada. Me subí a mi auto y manejé en dirección Sur. No vacilé, no miré nunca hacia atrás, tampoco cuando rompí la barrera del primer peaje y se astilló el vidrio trasero del auto en la explosión. Poco a poco me alejé de la ciudad y el paisaje fue perdiendo ese tono gris nauseabundo que ya no quería soportar más. Nunca más. Paré en una estación de servicio luego de haber manejado unas cuantas horas y llené el tanque. Cuando el empleado se acercó a cobrarme, amablemente desfiguré mi cara y saqué de mi pantalón un revolver descargado que me había obsequiado mi abuelo. Aceleré y me fuí sin pagar. El sol bajaba lento y poderoso delante mío, se fundía con el horizonte, no sabía en que localidad estaba y tampoco tenía intención de averiguarlo. Solo seguía la línea recta de la ruta. No sentía ni furia ni paz.


El aroma a sal y las gaviotas precedieron el avistaje del mar. Las olas dibujaban libertad a lo lejos, sobre la arena. A los pocos kilómetros arrojé mi billetera y todos mis documentos hacia la ruta. Me convertí en nada. 160 Km por hora. Nunca desaceleré. Ni siquiera cuando aquella curva me desbarrancó de la ruta para siempre.


Piriápolis

Tal vez el único incidente, por llamarlo de alguna manera, que me molestó de aquel viaje fue su imprudencia aquella noche. Volvíamos de la playa y yo me demoré unos minutos más viendo el atardecer sobre el horizonte, que aquella tarde estaba particularmente rojo, como si lo hubiese dibujado un niño con un fibrón. Cuando volví al hotel ella estaba cambiándose, ya casi lista para ir a cenar. Yo entré a bañarme (ella lo había hecho durante mi ausencia) y me encontré con aquel espectáculo: como si se tratase de un cuadro dantesco, su bombacha colgaba empapada sobre la canilla del duchador, muerta y arrugada, chorreando agua sobre la arena en el piso. Me detuve desnudo a contemplar la escena, miré a mi alrededor entre confundido y asqueado… qué necesidad tenía de colgarla allí? Aquella trastienda hubiese preferido no verla. Tomé una toalla y envolví su bombacha para sacarla del duchador sin tocarla.


Nunca le mencioné el incidente, me limité a recordarle durante la cena que había olvidado una prenda suya en el baño. Ella casi no le dio importancia. Pensándolo a la distancia, lo único que me había molestado de aquello era que no me hubiese esperado para bañarnos juntos. Fueron nuestras primeras vacaciones en pareja. Por cuestiones laborales no pude tomarme mas de cinco días, pero bastaron para imprimir a fuego en mi memoria aquel verano. Un amigo nos facilito su auto (un viejo Renault color turquesa) para la expedición, yo nunca tuve auto, nunca me sentí muy cómodo manejando. Para ser sinceros, prefería el transporte público, me ponía nervioso tener que estar tan atento al tránsito, me agradaba más perderme en el paisaje mientras viajaba. Tomamos la ruta con intención de llegar hasta Punta del Este y pasar allí los cinco días, en un departamento de verano que una amiga le había prestado a Natali, pero una parada improvisada para cargar nafta en Piriápolis nos hizo cambiar el plan. Mientras yo llenaba el tanque del auto en una vieja estación de servicio del Boulevard Sanabria, Natali fue hasta la playa (que estaba cruzando la calle) a mojar los pies en el mar. Me 


hizo señas a lo lejos para que vaya. El sol estaba trepando delicadamente sobre el horizonte. Me acerque hasta donde estaba. —Esta hermosa el agua! no te la pierdas! - me dijo mientras me llenaba de besos. Ella se sacó su vestidito floreado que tanto me gustaba y se quedó en ropa interior. La playa todavía estaba desierta, era demasiado temprano; algún que otro perro andaba trotando a lo lejos. Corrió hacia el mar casi desnuda, dando gritos de alegría y riéndose a carcajadas, cuando la profundidad se lo permitió, se tiró de cabeza salpicando todo alrededor. Salió nuevamente a la superficie con su pelo desparramado sobre la cara y me miró, como invitándome a acompañarla en aquel maravilloso escenario del que yo no podía sacar los ojos. Estaba hermosa. Me saqué las prendas de encima y fui corriendo hacia ella en ropa interior. Mi corrida fue mucho menos fotogénica que la de ella, de eso no hubo dudas. Después de aquel hecho espontáneo decidimos quedarnos en Piriápolis. Nos levantábamos temprano para aprovechar la playa desolada, era nuestra en aquellas horas. No pocas veces nos metimos desnudos al mar. 


Para el mediodía las playas se colmaban y era nuestro momento de retirarnos a caminar por el boulevard, ir a comer algo, para buscar libros por las tiendas, perdernos entre las calles internas, comprar algún recuerdo, para respirar aire. Volvíamos a la playa a la hora de la siesta, cuando solo algunos se quedaban durmiendo bajo alguna sombrilla. Nuevamente nos reencontrábamos con la soledad de las playas desiertas. No recuerdo haber visto ni una sola nube en el cielo durante aquellos días, y si asomo alguna, seguramente yo estaba distraído besándola a ella. Una tarde en particular las playas estaban muy llenas. Los niños correteaban junto con sus perros, los padres los llamaban a gritos, los barriletes hacían más sombra que las sombrillas y los vendedores ambulantes estaban haciendo su mejor día de la temporada. La intimidad se nos había escapado quién sabe a dónde y decidimos cambiar de plan. Alquilamos una moto por el día. A ella le daba pánico subirse al principio, ni hablar de manejarla. Secretamente a mi también, pero nunca se lo iba a admitir. Ella estaba realmente nerviosa las primeras cuadras, me gritó varias veces al oído que era un pésimo conductor, pero poco

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a poco se acostumbró al vértigo que generaba y terminó enamorándose del viento sobre su cara. Promediando el atardecer empezamos a subir hacia el cerro San Antonio. El paisaje era monumental realmente, la subida en zig zag lo favorecía, lo hacía encantador, en cada curva se veía un nuevo cuadro, cada vez quedaba mas lejos la gente en las playas, y nosotros subíamos a toda velocidad, el viento nos despeinaba y nos dibujaba una sonrisa en la cara, ella me abrazaba desde el asiento trasero, pocas veces había sentido tanta adrenalina. Una vez en la cima dejamos la moto en un pequeño desnivel y nos sentamos a ver como el atardecer caía sobre la ciudad. Los faroles se fueron encendiendo lentamente y el ocaso dio lugar a un momento mágico entre nosotros. —¿Cuanta paz no? es increíble, uno se pasa los días corriendo de un lugar a otro tratando de buscar un poco de luz, tratando de encontrar algo que lo relaje, que lo llene. Y en verdad es tan simple, no se necesita mucho más que esto. Un atardecer, una linda vista, un buen tabaco y unos besos bien dados -me dijo mientras las volutas de humo se escapaban de su boca. —Ojalá fuese todo tan sencillo Natali. No tengo dudas de que si abundaran estos momentos 


no sabríamos apreciarlos, no tendrían el dejo de magia que tiene este momento - le dije pesimista. —Luis, siempre lo mismo vos, ¿no podés disfrutar sin arruinar esto que está pasando? ¿hace falta encontrar la disconformidad en todo? odio que seas tan racional. —No puedo evitarlo, yo también lo odio -y era cierto, lo odiaba con todo mi ser. Una brisa de mar logro desacomodarme, como si se tratase de una bofetada, de repente no entendía muy bien donde me encontraba, pero estaba perfecto, todo encajaba. —Perdoname, te juro que intento no pensar y disfrutar las cosas tal como son, solo que... —Shhh -me dijo mientras con un dedo tapaba mi boca. Nos quedamos en silencio unos minutos más viendo las últimas ráfagas de luz del día, acabamos nuestros cigarros y tomamos la moto. —Vamos a la playa, ya está vacía - me dijo señalando hacia abajo. Encendí la moto (no sin antes intentarlo unas cuantas veces sin éxito) y retomamos la ruta pendiente abajo. Bajando por el cerro sentí mas fuerte que nunca sus abrazos, la noche se conjugaba con el aro


ma de Natali y supe que aquello me iba a generar nostalgia hasta el último de mis días. Sentí sus labios sobre mi cuello, húmedos y de fuego, y casi sin darme cuenta ella giro su cuerpo trepándose al mío y poniéndose frente a mí, nos besamos apasionadamente sin disminuir la velocidad de la moto. Llegamos a la playa, dejamos la moto en el boulevard y fuimos hasta el mar. No quedaban testigos. Ella me abrazó y me besó sin siquiera dejarme hablar. Lentamente nos acostamos sobre la arena. Nuestros cuerpos se revolcaron, empezaron a reencontrarse y sin darnos cuenta, pero adrede, estábamos desnudos. Andábamos besándonos cuando me di cuenta, unas lágrimas rodaban por sus mejillas. —No me dejes nunca -me dijo entre suspiros con ojos de vidrio. Su fragilidad me enterneció hasta el infinito y mis brazos la rodearon como nunca habían rodeado a nadie. —No te voy a dejar nunca. Te lo prometo. Sus lágrimas de angustia se convirtieron en alegría. —Haceme el amor Luis -me dijo clavándome sus ojos. No quise llevarle la contra. 



Viernes

De vez en cuando pasa. Uno entra a una fiesta ajena, con más caras desconocidas de las que quisiera. Y entre tanta extrañeza, tanta variedad, entre tanto mundo y misterio, algo llama la atención. Y entonces uno se acerca lentamente, casi en secreto, sin que ella se de cuenta. O queriendo todo lo contrario, pero sutilmente. Y los minutos corren, las miradas también, y a veces se siente que es inminente, y a veces dista bastante de ello, pero uno nunca se detiene, sigue gravitándola. Llega un momento en que todo está dicho, pero sin embargo, el juego sigue divirtiendo, el arte de jugarlo seduce mas que transformarse en ganadores. Y entonces uno baila, toma, habla, baila de nuevo. Hasta que la madrugada empieza a extinguirse junto con la fiesta, y las intenciones cobran forma, hasta podrían reflejarse en un espejo.

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Y entonces una canción suena, las bocas se estrellan, y algo se enciende. Dos cuerpos, entre sabanas, tocan un mismo acorde. De vez en cuando.

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Tajito

Esta es la historia de mi vida, la apatía personificada, un camino de ida, no me decido que es más aburrido, si el principio o el final, da lo mismo, a nadie le importa. Esta es la historia de alguien que nunca supo de chico que quería ser de grande... y ahora que es grande, quiere volver a ser ese chico que no sabía lo que quería ser, pero que por lo menos todavía tenía la posibilidad de elegir, de equivocarse, de que le salgan mal las cosas, de sentir la adrenalina de perderlo todo y volver a empezar con nada. Encerrado, asfixiado, saturado por una vida que me lleva a un desenlace mediocre, racional, mecánico, predecible. Una vida que no hubiese elegido y, sin embargo, elegí. El ego desapareció hace rato, escondido entre las resacas del éxito... lo que queda es el vacío de haberlo tenido todo, menos aquello que necesitaba... y la frustración no solo de no haberlo buscado, sino de ni siquiera saber qué era lo que

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tenía que buscar. O tal vez lo supe, y lo negué de manera rotunda. Me siento un títere, algunas noches hasta veo los hilos, el asunto es que mi titiritero está desquiciado, dementia tremens, y yo acá abajo, atado a sus delirios. Y lo que más asco me da es que me parezco a el. Un corte. Un simple tajito daría fin a todo, uno profundo, para pararme en el borde del mismo y mirar hacia adentro, y comprobar que no hay nada, que me desvalijaron, y bajar despacio, y sentarme en la soledad que contengo, entregarme al silencio. Y escuchar como mi respiración se va haciendo cada vez mas lenta, mas espaciada. Pero no aguantaría mucho, porque empezaría a aburrirme, me aburriría hasta de mi agonía, por mas corta que fuese, y empezaría a pensar en dónde estarías mientras yo esté ahí tirado, y con quién... y te extrañaría, y me gustaría que vinieras a decirme que no, que no lo haga, que todavía tenemos una oportunidad de volver a estar juntos, de intentarlo de nuevo. Y me abrazarías como nunca lo habías hecho, y llorarías viendo como me voy. Y me gritarías con los ojos enfurecidos de dolor que no te abandone así. 


Y yo te diría que NO. Que ya es tarde. Que me perdiste, que me dejaste ir. Que no supiste quererme como yo quería, que no supiste ver lo que yo vi para nosotros. Y con una sonrisa suave en mi rostro te abandonaría con la dulce satisfacción de haberte abandonado yo, y no vos a mí.

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Pilar

Sin abrir los ojos sentí su cuerpo cerca, sin siquiera tocarlo. Giré hacia su lado y nos besamos, haciéndolo parecer un accidente. Supongo que adivinó mis intenciones, porque los dos reímos y nos abrazamos. El silencio se hizo presente. Nos miramos un buen rato mientras el sol aclaraba nuestras sábanas, el viento movía algunas hojas teñidas de otoño a través de la ventana. Por algún motivo nos habíamos separado en el medio de la noche, y yo andaba queriendo recuperar el tiempo perdido.

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Distancia divina

El 12 de Marzo Beatriz me pidió un tiempo. Un tiempo... y que se supone que es eso? "Una distancia", me explicó. Claro, veníamos mal, muy mal, no parábamos de discutir y criticarnos, nos terminábamos odiando unas cuantas veces por semana... pero... ¿un tiempo? ¿para que? "Para calmarnos" me dijo. ¿Calmarnos... o cambiarnos? Porque sí... sincerate... aunque vengas recién salidita de un spa te va a seguir molestando que no te atienda el celular, o que no te llame en cada minuto libre que tenga en el trabajo, o que llegue tarde a nuestras citas, o que mire para otro lado mientras me hablás... "Yo necesito un tiempo, necesito un poco de libertad"... mira vos… ¿Y lo que yo necesito? cuando lo vemos ese detalle?

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No sé, a mi me enseñaron que la libertad de uno termina donde empieza la del otro... y vos me estás sacando la libertad que yo tengo de verte... que se yo, capaz que en el colegio te dieron otra definición del concepto a vos... anda a saber. "Alejarnos para respirar"... ok, perfecto, alejémonos, salí con tus amigas, yo con los míos, emborrachate, perdete por ahí, anda de shopping, mañana nos vemos. …a no? pasado mañana? tampoco... a bueno... va en serio entonces …y hasta cuando? hasta que lo sientas... o sea que no tenés idea en definitiva... no te espero para cenar?... ok. Y si te quiero llamar que? te tengo que respetar? y porque vos no respetas mis ganas de llamarte? de verte? de abrazarte y dormir enredados? PORQUE CARAJO??? Un tiempo... significa entonces que por un tiempo indeterminado que VOS determinas me tengo que olvidar de vos? de nosotros? tengo que hacer de cuenta que no existís hasta que a vos un día se te ocurra volver a llamarme porque te agarraron ganas de verme? así funciona no?

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O sea que somos solteros hasta entonces? me seduce mi profesora de tenis... tiempo de por medio... puedo??? No se, deberías mandarme un listado con las reglas, no entiendo, un tiempo... es un concepto muy... abstracto... ridículo. Ustedes mujeres... no se dan cuenta de como pueden arruinarle la vida a un hombre. Si, te extraño. Y odio extrañarte. Y me da asco pensar que no me estas extrañando... y me da una ansiedad enorme no saber que mierda estarás haciendo... y me rompe soberanamente las pelotas que no quieras saber de mi… FORRA! Hace 3 meses que me pediste un tiempo... y desde entonces no volvimos a hablar... que significa? que se termino? es algo así como un despido indirecto? Te tendré que mandar un telegrama de renuncia??? Así va a terminar? sin decir nada? después de tanto tiempo... de tantos momentos? Distancia divina... nunca me quedo claro... cuando me pediste el tiempo... tendría que haberte llamado igual?

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Gin & Vodka

Ella era llamativa. La noche estaba terminando y ella seguía capturando mi atención. Aquel sucio bar estaba demostrando que los excesos no duran mucho, que una vez que nos perdemos, una vez que estamos tan lejos que ni siquiera podemos girar la cabeza para mirar hacia atrás, justo ahí, corremos a refugiarnos al escondite familiar más cercano. En esas horas de la madrugada se notaba quién estaba allí por diversión, y quién estaba pasándola realmente fatal. Yo me consideraba un espectador. Una vez más, vacié mi vaso de Gin. Alcé la mano desde mi mesa en la esquina, una camarera me vio y le hice un esbozo de seña. Ella entendió que debía llenarme el vaso nuevamente. "Más hielo" le dije con mi voz ronca. Ella seguía sola, sentada en una mesa cercana a la mía. La distribución de las mismas nos hacia enfrentar, yo estaba a unos diez metros de su cuerpo. La gente se cruzaba en el pasillo que se improvisaba entre ambas mesas. 


Encendí un cigarrillo (solo me quedaban dos) y salí, con mi vaso a tope, a la calle. Algunas niñas, borrachas y veinteañeras, se correteaban entre ellas con botellas de vino en las manos. Francamente, no me llamaban la atención. El humo entro en mis pulmones, lo retuve y lo dejé huir lentamente de mi boca. Su cuerpo era fuerte y su aroma inmundo. Me gustaba eso. Eran mediados de Septiembre y las calles de Granada por esas épocas estaban inquietas. La juventud salía de lunes a lunes para aprovechar los últimos días cálidos antes del hermoso otoño. Yo, refugiado en el barrio árabe, pretendía darle la espalda a todo aquello. Las calles en pendiente mareaban mi percepción, terminé mi cigarrillo, lo tiré entre las baldosas y volví a entrar al bar. Estaba sonando una canción de The Doors, no recordaba su nombre pero comencé a tararearla. Me senté en la mesa nuevamente y terminé lo que quedaba de Gin. Repetí a la camarera la misma seña causando el mismo resultado. Mi vaso estaba lleno de nuevo. Di un sorbo y al alzar la mirada vi que ella seguía sola, mirando perdidamente hacia la calle.

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Nuestras mesas estaban pegadas a un vidrio que daba al exterior. La cantidad de personas había disminuido considerablemente, pero ella y yo íbamos a seguir allí sentados. Vestía una remera negra demasiado escotada, estampada con la serigrafía de Marilyn Monroe de Andy Warhol. Se notaba que la tintura había sido aplicada hace poco, sus cabellos rubios brillaban de manera casi plástica. Vestía un jean negro gastado y unas botas con taco aguja que imagine inservibles para caminar sobre el empedrado Granadino. Ella tenía los labios rojos, muy rojos, y de vez en cuando, levantaba su mirada hacia mí. Ella estaba tomando Vodka con limón. No había duda del parentesco entre el trago y su personalidad. Parecía un personaje salido de la Factory de Andy. Y eso me atraía sobremanera. Encendió un cigarrillo y mientras lo hacía no sacá sus ojos de los míos. Nuevamente mi vaso estaba vacío y encendí mi anteúltimo cigarrillo imitando su provocación. Ella sonrió. Su celular sonó y en la distracción que eso me causó, pedí otro Gin, con mucho hielo. 


Su atención estaba disponible una vez más y yo no dejaba de absorberla con la mirada. Ella pidió otro Vodka con limón (esta vez escuché sus palabras hacia la camarera y pude comprobar que mis sospechas eran ciertas), se lo trajeron y lo tomó de un solo sorbo. No quise ser menos y terminé mi Gin de inmediato. Pensé que iba a ocurrir algo luego de ese acto de salvajismo etílico, aquello era el prologo, y en definitiva, pasó algo, pero el hecho no me incluyó. La puerta del bar se abrió y otra mujer de características similares, totalmente alcoholizada, le dijo que la esperaba afuera, "Ya está todo arreglado", la alcancé a escuchar. Y salió a la calle nuevamente. Ella se quedó sentada, suspiró y apagó su cigarrillo contra la mesa. Ella nació siendo él, pero eso fue hace mucho tiempo. Tomó su cartera, me miró, se levantó y salió por la puerta. Levante mi mano e hice una seña a la camarera. "Esta vez sin hielo" le dije con voz ronca mientras encendía mi ultimo cigarrillo. 


Arena

El calor era invasivo, no importaba que de vez en cuando una brisa se colara entre nuestros cuerpos, el fuego no se iba. Sofocante. La arena se escabullía entre nuestros dedos y con mis pies formaba círculos que el viento erosionaba. A lo lejos, el reflejo del mar me obligaba a entrecerrar los ojos. Yo acariciaba su espalda mientras ella dormía. Estábamos tan inmersos en aquel médano que los ruidos no nos alcanzaban, se perdían en el camino. Nada importaba entonces. El tiempo era un invento de las ciudades y sus habitantes, nosotros, en cambio, nos habíamos entregado a la nada, tan eterna como frágil. La gente casi no nos veía, estábamos solos en nuestro universo, creado únicamente para pasar aquella tarde, un divertimento hermoso. Besé su hombro desnudo, fuimos postal.

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Prologo de un desamor

"Que pasa chicas?? No las veo correr!!!" El grito quebró mi concentración y dirigió mi atención hacia la persona que lo disparaba. Su estatura era mas bien baja y de tanto correr sus pies casi no tocaban el piso, su velocidad era alarmante. Tenía algunos kilos de más y su ajustada remera no los disimulaba, tenía la cara roja. Se movía frenéticamente, de un lugar a otro, yo no lograba entender a quién le hablaba. Más tarde me iba a dar cuenta que se gritaba a si misma. La música estaba muy fuerte, era casi agresiva. Desconocía la canción que sonaba, sin embargo de algo estaba seguro, me molestaba. Estaba tratando de ver a través de los estridentes colores de los anuncios cuál era el combo que iba a elegir. Una empleada se me acercó con una planilla. No la miré y ella tampoco, sin embargo me dijo "quiere que le tome su pedido?". "La verdad es que todavía no me había decidido... puedo seguir pensándolo?" le dije intentando entablar una conversación. Sin demasiada 


preocupación le preguntó lo mismo, como si se tratase de una grabación, a la persona que tenía detrás mío, sin siquiera mirarme. Tendría unas cinco personas entre la empleada de la caja que tomaba el pedido y yo, y eso me ponía nervioso. Qué me daba nervios? no lo sé. Tal vez llegar a la caja y no saber que pedir, no contestar rápido, porque las preguntas allí se hacían rápido, los pedidos se tomaban y se entregaban casi en simultaneo, no había tiempo para dudas, y mucho menos para una persona desconcentrada, simplemente rompería el ecosistema establecido. Era absurdo ir a un local de comidas rápidas sin saber que comprar. Realmente estaba apurado aquel viernes. Buenos Aires era un infierno, era uno de esos días en los que uno sale de la oficina deseando volver lo antes posible, la contradicción en su estado mas puro. Llegué hasta el local ocultándome del sol, bajo los techos de las vidrieras. De vez en cuando una ráfaga de aire acondicionado salía de algún negocio y me recordaba que el invierno aun existía, no era un recuerdo ilusorio. Ya solo quedaban dos personas delante mío y seguía sin saber que pedir.

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Hundí mis manos en los bolsillos intentando sacar mi billetera, realmente no quería hacerles perder el tiempo, hubiese querido tener la plata justa en la mano para no hacerlos abrir la caja en busca de monedas. "Buenos días Señor, qué combo desea?" me dijo con una sonrisa, tan falsa como mecánica, la empleada encargada de tomar los pedidos. Mis ojos se posaron nuevamente en los carteles con los distintos combos. No alcancé a leer lo que incluía cada uno, pero iba a pedir el combo numero dos, la presión de tener gente apurada detrás mío suspirando por mis demoras ya no era tolerable. "El combo numero dos por favor" le dije. Le di un billete que no mire, me distrajo el escenario que se daba a sus espaldas. Eran solo ocho personas las encargadas de la cocina, pero por sus movimientos parecían muchas más. Todas estaban exhaustas. No había nadie relajado, todos corrían de un lado a otro, los hombres sudaban y las mujeres estaban despeinadas. Por primera vez en mucho tiempo me sentí afortunado del cómodo trabajo que tenia. Desde el fondo llegaban los insultos de un adolescente. Seguramente era su primera experiencia laboral. Se le acababan de quemar varias 


hamburguesas debido a una distracción. Inmediatamente una persona que parecía ser su jefe (aunque solo era unos cuatro años mayor que él, pero deduje el cargo porque tenia una camisa distinta al resto en la cocina) lo amenazo. "Si esto vuelve a pasar, estás afuera" llegué a escuchar. La expresión del novato era de odio puro, casi lo disfrutaba. La música parecía marcarles el ritmo de trabajo, casi se movían en simultaneo con los beats. Era una situación insoportable. Entonces la vi. En el medio de semejante frenetismo, su figura inmóvil me pareció una obra digna del surrealismo. Una obra preciosa. Sostenía un celular con una mano y un envoltorio de hamburguesa con la otra. Dejó caer suavemente el envoltorio al piso y se llevó su mano a la nuca. Algo había pasado, algo se había quebrado en aquel ambiente, ella ya no pertenecía al mismo. Estaba superpuesta. Sus movimientos, en cámara lenta, eran frágiles como ella. Pasó su mano libre sobre su pelo enmarañado y sentí que me faltaba el aire. Tuve el impulso de abrazarla. Giró levemente su cuerpo y pude descubrir su cara. 


Sus ojos estaban tristes, una lágrima rodaba por su mejilla y se precipitaba hacia el suelo. El impacto de la gota pasó desapercibido por el resto de sus compañeros. Se mordía el labio inferior y la mano que sostenía el celular no dejaba de temblarle. Levantó la cabeza tirándola hacia atrás y soltó un largo suspiro. "Quiere agrandar su combo?" me interrumpió de repente la cajera que me estaba atendiendo. "No gracias... disculpe... pero hay una chica llorando... en el fondo..." le dije tartamudeando (odio tartamudear cada vez que me pongo nervioso). La cajera giro su cabeza, volvió a mirarme y me dijo "entonces quiere agrandar su combo?" "No" le respondí sin dejar de mirar a aquella chica del fondo. Tomé mi bandeja con mi cambio y me senté en la mesa mas cercana al mostrador. Entre la gente que hacia la fila para ser atendido la seguí mirando, vi que un compañero de la cocina se le acercaba y le pedía algo con urgencia, algo se le estaba quemando. Ella no contestaba, seguía inmóvil. Las lágrimas habían cesado, dando paso a un dolor mas profundo, de esos que no se alivian llorando. 


El caos que la rodeaba se mantenía impune, nadie se daba cuenta de ella, nadie la miraba, nadie le hablaba. Nadie tenía tiempo. Me pregunté si realmente era yo la única persona que la veía, llegué a cuestionar mi cordura. Sin embargo, sus movimientos eran más reales y humanos que los de sus compañeros. Finalmente terminó su trance y se acercó al jefe del sector, aquel que había amenazado minutos antes al novato. Le dijo algo, de lejos vi que discutieron y ella desapareció por una puerta trasera de la cocina. Me quedé inmóvil, la busque con mi mirada por todos lados. Me paré abruptamente y fui al mostrador. "Discúlpeme, había una chica hace unos minutos... en el fondo... estaba llorando" le dije a un distraído empleado que cocinaba. Su cara me dio a entender que yo estaba actuando como un loco. De repente una puerta se abrió en el otro extremo del local y vi que ella salía casi corriendo en dirección a la calle. Se había sacado el uniforme y caminaba mirando hacia el piso. La seguí en su carrera, dejé atrás primero mi mesa con mi almuerzo y luego el local. 


Ahora la perseguía por las calles. Su figura se alejaba entre la gente y yo empezaba a correr para alcanzarla. La gente me miraba, pero yo solo buscaba su figura. Llegué a chocar mi cuerpo con algún hombro ajeno, pero ni siquiera emití una disculpa. "Con qué fin? sabrá que la estoy siguiendo?" me pregunte casi insultándome. Recién dos cuadras después se dio cuenta de que alguien la seguía. Ahí fue cuando los nervios me atacaron, me hundieron en sus laberintos. Mayor fue mi sorpresa cuando en un semáforo en rojo hicimos contacto. "Qué querés" me dijo al mismo tiempo que giraba sobre su eje para mirarme a los ojos. Su reacción fue tan espontánea que me dejó mudo, no sabía que decirle, ni siquiera yo sabía lo que quería. Entonces fui sincero. "No se, yo... estaba pidiendo un combo.... te vi llorando... no se realmente. Tendría que estar volviendo a mi oficina, pero en realidad queda hacia el otro lado. Simplemente quería ver si estabas bien, si necesitabas algo... me están esperando en una reunión, yo... no estoy loco... yo...

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no se por qué te seguí, soy un hombre ocupado... no estoy loco" le dije. Estúpido. No sentía tanta vergüenza desde mi debut sexual. Me miró en silencio. "Esto es raro... por favor, no me sigas" me dijo. Se dio media vuelta y siguió caminando. Esta vez iba haciendo gestos de negación con su cabeza. Me quedé en mi lugar, abatido, y cuando la estaba perdiendo de vista, retomé mi persecución. No tenía sentido lo que estaba haciendo, lo sabía, pero simplemente lo hacía. Cada paso que daba era una tormenta que se desataba en mi cabeza. Trataba de imaginar un discurso, una explicación para darle. Yo solo quería saber si estaba bien... pero como explicárselo a ella? El semáforo fue mi aliado nuevamente y la retuvo en otra esquina, la alcancé una vez más, me paré a su lado. "Disculpame, creo que no me logré explicar del todo, yo.... solamente te vi mal y pensé que... capaz te había pasado algo..." Otra vez mi voz se iba desvaneciendo palabra a palabra. "Por qué me estas siguiendo?" me preguntó, esta vez, asustada. 


No podía disimular su dolor, sus ojos estaban húmedos y su pecho se agitaba con cada respiración. "Perdoname. Realmente necesito saber si estás bien. Te vi mientras trabajabas, vi que llorabas y como nadie hacia nada al respecto... y sentí que fui el único que se dio cuenta... te pido perdón por parecer un psicópata, no lo soy, en serio. Trabajo a cinco cuadras de donde te encontré. No se por qué, pero necesitaba hablar con vos" le dije lo mas calmado que pude. "Agradezco tu preocupación, pero este no es un buen momento, estoy apurada, tengo que irme cuanto antes." "Puedo.... puedo acompañarte?". Escuché mis palabras y al instante me di cuenta de lo ridículas que eran, como iba a permitir que un extraño la acompañase? Un silencio eterno, que no debió de durar mas de cinco segundos, y su mirada enfocando sus pies me dio a entender lo extraña que era esta situación para ella. "Bueno" me dijo en voz baja y sin levantar la mirada del piso. El pelo caía sobre su cara. "Cómo?" le pregunte sin fe alguna. "Bueno, dije. La verdad… no me haría mal un poco de compañía en este momento... y a juz


gar por tus nervios al hablarme, no debés de ser ningún asesino serial ni nada por el estilo, no?". Mientras decía aquello, una sonrisa se empezó a dibujar por primera vez en su cara, aquel gesto era para mí toda una novedad. Le devolví el gesto y eso le hizo bien, pareció relajarse. El semáforo nos dio el paso y cruzamos la calle juntos, caminando a la par, en absoluto silencio. El calor azotaba las calles del microcentro. "Y hasta donde te acompaño?... si es que se puede saber claro..." le pregunté como acercando mi camino al suyo. "Al puerto" me dijo no sin un halo de misterio. Le siguió un silencio de casi dos minutos. Yo seguía caminando a su lado. Trataba de mirarla de reojo y a través de espejos de las vidrieras que íbamos cruzando en nuestro camino. Ella miraba hacia abajo. Bruscamente levantó la cabeza y me dijo "No tenés que volver a tu trabajo?" Si, tenía que volver a mi trabajo. Una reunión me estaba esperando y ya estaba retrasado. "Si, tendría que volver a la oficina. Me están esperando en una reunión". Pero mientras lo decía me alejaba más y más de mis obligaciones. 


"Supongo que no vas a llegar a la reunión" me dijo sonriendo suavemente. Un viento movió sus cabellos. "Supongo que no" le conteste tímidamente, casi avergonzado por hacerla sonreír. A medida que nos acercábamos al río mi cuerpo fue relajándose y mis pasos eran menos torpes. Noté que los de ella también. El silencio era mutuo. En los semáforos nos cruzábamos miradas, en algunas ocasiones no podía evitar sonreírle, me hacia sentir raro la situación. Ella me devolvía el gesto. "Espero que no le hagas esto a todas las chicas que conocés... eso te convertiría en una especie de acosador de bajo presupuesto... y además, no es muy buena estrategia andar conociendo gente". Esta vez se rió sola. “Tenés el privilegio de ser la primera” le respondí jocoso. "Y a qué vas al puerto... tenés que ir a buscar a alguien?" le dije con total confianza, pero evitando su mirada, claro. "No, yo soy la que se va. Tengo que ir a Uruguay..." me dijo "...es una larga historia, pero tengo que irme cuanto antes". Decidí no preguntarle algo que tal vez no quería responderme.

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Miré el reloj y supe entonces que estaba haciendo algo sin sentido, esto traería consecuencias innecesarias, era totalmente consciente de ello, tal vez mi puesto laboral estaba en peligro, sin dudas. Se trataba de la estupidez mas grande que recordara. Pero no pude evitar seguir caminando junto a ella.

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Epílogo

"Lo nuestro no funciona". Las cuatro palabras entran corriendo hacia el centro de mi pecho. Desacomodan estructuras, mueven pilares, rápidamente el resto del cuerpo empieza a inmovilizarse, empieza a percibir la anomalía. No hay un segundo siquiera para pensar al respecto, la reacción es mas fugaz e instantánea. Mi estomago se contrae. Las piernas empiezan a temblar y las manos se desencuentran. Ideas tratan de ponerse de acuerdo y salir a la luz pero la velocidad de lo acontecido no lo permite, el mareo ya es infame. Mis ojos empiezan a apretarse para contener lo incontenible. Imágenes del futuro empiezan a destruirse, una a una, como una galería de lo que nunca ocurrió. Inmóvil, veo como mis deseos se alejan. Mis labios quedan huérfanos.

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Anoche

Esta simple historia, con un final (que usted sabrá juzgar) sorprendente, empieza en un caluroso atardecer en unos espaciosos galpones, situados debajo de las vías de un ruidoso y antiguo tren, en Godoy Cruz y Santa Fe, Buenos Aires. Poco sabremos de la vida de los protagonistas y poco importará, lo único real es el presente. No, este no es el enfoque correcto ni la perspectiva deseada de la historia. Mientras otros mataban su tiempo durmiendo o ahogándose en un programa de televisión, un grupo de jóvenes salía a las calles desafiando a la noche, exigiendo de ella nuevos recuerdos. La libertad era su arma y la noche de Buenos Aires su campo de batalla. Si, este comienzo es el correcto. ¿Qué pasa cuando tres amigos que desconfían de la realidad y sus reglas salen a la noche en busca de lo que nadie les da? 


Todo comenzó en el punto de encuentro habitual, tal vez el único lugar que los acogía y en donde no se sentían incómodos. Aquel antiguo bar, mas que un refugio, era una utopía social, un lugar que no tenía razón de ser de día, pero cuando las sombras desaparecían de las calles, configuraba la casa de muchos incomprendidos. Ni siquiera el snobismo era bienvenido allí, ese lugar era autentico, sus paredes albergaban historias insoportables, que pedían a gritos ser escuchadas. Una mesa, tres amigos, varias botellas vacías, un vino recién abierto. Las ideas y el alcohol fluían cuando uno de los amigos propuso el rumbo de la historia. “Tal vez solo deberíamos dejarnos llevar por las circunstancias” propuso en voz alta (debido a su estado etílico) Jorge. “Genial idea, que decida ella” dispuso Francisco señalando a una chica que pasaba cerca de su mesa. Jorge, siempre impulsivo e irreverente, se apresuró a tomar del brazo a la chica y le dijo: “Disculpame la interrupción. Con mis amigos estamos debatiendo donde consumir la noche y nos pareció lo más indicado preguntarle, a la mujer más bella del lugar, dónde eligió ella pasarla” 


La chica miró entre desconfiada y asustada. Solo contestó para seguirles el juego. “Con mis amigas vamos a ir a Palermo”. La palabra resonó en la mente de los tres amigos. Palermo. Barrio de inexplicable magnitud y no menor misterio. Un barrio que había brindado varias noches inolvidables y que, extrañamente, diferían totalmente entre ellas. Tal vez por la distancia que separaba un recuerdo del otro tanto en el tiempo como en el espacio. Tal vez por la simple razón que hace borrosos los recuerdos: la noche. Es hora de que el lector sepa que esta historia termina en tragedia. Sé que no es el momento adecuado de mencionarlo, una imprudencia de mi parte, pero muchas veces es mejor saber el porvenir para no chocar contra él de manera tan intensa. Prometo no arruinar más sorpresas. Sigamos. Dispuestos a partir hacia Palermo, los amigos hicieron un último brindis en donde dejaron sus vasos vacíos sobre la mesa. Pararon un taxi y subieron torpemente. El conductor les pregunto destino, ellos solo contestaron “Palermo”, casi alcanzando el unísono.

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El tercer amigo en cuestión, Ray (así le decían, pocos conocían su verdadero nombre, aunque sospecho que el se esforzaba en olvidarlo), permanecía alegre pero callado durante el viaje. Había una razón detrás de este comportamiento. El conductor, sometido al juego planteado, decidió terminar el viaje en Godoy Cruz y Santa Fe, a todos les pareció bien. Los tres amigos se bajaron justo debajo del puente por el cual cruzan las vías del tren. Los puentes perturbaban a Ray. Tal vez porque de joven decidió tirarse de uno y acabar con su vida, pero su mente y su cuerpo no se pusieron de acuerdo para realizar dicha tarea. Ray nunca se lo contó a nadie. Francisco, tal vez el mas borracho de los tres, propuso ir a un lugar que frecuentaba desde hacia un tiempo. Un bar en donde se juntaba la gente que el día y la rutina no veían. Un grupo selecto de librepensadores (así se autodenominaban) a los que les gustaba llamarse “Los Invisibles”. De algún modo, los tres amigos, pertenecían a este nicho social, o al menos, frecuentaban sus costumbres. Una vez adentro del bar, se dejaron llevar por la música.

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Como explicar la sensación que genera perderse en una pista envuelto en una oleada de sensaciones que desprende un parlante?. Para Los Invisibles, ese artefacto, tiene un propósito mas sagrado. Es un medio de liberación. El encuentro entre el alma y el cuerpo. El tiempo se detiene y durante un instante eterno no importa nada más, solo seguir moviéndose, liberando aquello que reprimen los hombres socialmente correctos cuando aceptan, justamente, ser hombres sociales. El calor obligo a los tres amigos a romper el hechizo y dirigirse a un balcón. Es aquí el segundo momento de la noche en donde se define el rumbo. Un grotesco tatuaje en la espalda indicaba el nombre. “Buenas noches Jessica” apuraba Jorge a la extraña. “Por favor, no estoy de humor, no es el momento indicado para que me molesten, acabo de ver al diablo” se agitaba al hablar mientras intentaba fumar la colilla de un cigarrillo. “Yo también vi al diablo, mas veces de las que quisiera” se acercó diciendo Ray, casi gritando. “No solo lo vi, hablé con el, salí con el, consumí noches a su lado y me consumió él a mi.” 


Francisco y Jorge se quedaron callados. Ray solía bromear con estas cosas, pero ni siquiera a el le daba gracia. “Quiero verlo, dónde esta?” dijo Francisco. “Esta sentado en una mesa, en el sótano de un bar a una cuadra, esta tomando vodka, y no pude evitarlo, tuve que mirarlo a los ojos, esos ojos...” empezaba a llorar Jessica mientras les explicaba. No faltó decir mas nada. Los tres amigos emprendieron la búsqueda del bar, o mejor dicho, del diablo. A una cuadra y media encontraron dicho bar. Era el único de esa manzana. Tenía que ser aquel. Preguntaron en la puerta si es que contaba con un sótano. El bar en cuestión era un sótano, la entrada era una escalera que descendía hacia un reducido espacio con diez mesas y una barra. Estaba lleno. El tumulto de cuerpos los obligo a refugiarse en la barra. Ray pidió un vino, como era ya costumbre. Con aires de victoria por haber encontrado el lugar, y luego de un brindis memorable, empezaron a mirar a su alrededor en busca del diablo. Obviamente, no esperaban encontrarlo. Jessica estaba tan drogada que no hubiese visto al dia


blo aunque estuviese frente a sus narices. Pero al menos los divertía tratar de identificarlo. Los tres amigos siguieron bebiendo hasta dejar atrás los tabúes sociales y empezaron a discutir temas que aquí no puedo explayar. Decidieron salir y cambiar nuevamente de espacio. Insaciables a la hora de recolectar experiencias, los tres amigos empezaron a caminar sin rumbo alguno. El alcohol en sus venas pesaba y decidieron descansar junto a las vías, en el cruce peatonal, sobre aquel laberinto de hierro que nos obliga a mirar absurdamente hacia ambos lados. Sentados allí, decidieron perderse en sus pensamientos. Discutiendo lo indiscutible y nombrando cosas que no existen, al menos, para la mayoría. Terribles cosas se confesaron y según creo, nunca podrán olvidar lo allí dicho. Alejandro y Soledad se habían conocido hacía ya dos veranos. Tal vez la magia de su relación tenga alguna extraña conexión con los atardeceres que dicha estación del año nos regala. Cuando el sol se funde con el horizonte y se transforman en uno. Así sucedió con ellos. 


Eran inseparables. Muchos amigos de Alejandro lo juzgaban porque no sabía imponer límites a su amor. Era tanta la entrega que se olvidaba de que él mismo existía, vivía en ella, se reflejaban mutuamente y ya no era la suma de dos individuos sino algo mucho mas perverso, eran dos mitades de un mismo ser. Todas las personas tienen un lugar sagrado. Un lugar secreto para ellos en donde pueden refugiarse de la pluralidad, del resto. En donde son únicamente ellos. Muchas veces se comete el error de compartir este espacio con la persona amada. Alejandro y Soledad se encontraban en su lugar, los amplios galpones que se esconden debajo de las vías del tren, entre Godoy Cruz y Santa Fe. Pasaban horas y hasta días allí, invisibles para el mundo, un refugio para ellos. Eran reyes de la soledad que los rodeaba. Aquella noche se había dado de manera particular. Alejandro la encontraba mas bella que nunca y ella no disimulaba su encantamiento por el. Despertaron con la luz natural del sol, luego de pasar la noche haciendo y deshaciendo el amor sobre un colchón que habían llevado para la ocasión. Como muchas veces, decidieron salir 


a ver como el sol se elevaba ante los humildes hombres. Empezaron a caminar por las vías del tren, imitando su recorrido. “Te ves realmente hermosa hoy, no me es posible pensar en una vida que no te encuentre a mi lado” le suspiraba Alejandro al oído. Soledad, entre risitas de enamorada y la angustia que genera saber que no se depende más de uno mismo sino del universo caprichoso que genera toda pareja, le contestaba “Yo tampoco mi amor, yo tampoco”. El sol iba mostrando su grandeza, cada vez mas alto e inalcanzable. Cuando a lo lejos Alejandro y Sol escucharon al tren que venia a sus espaldas, se abrazaron fuerte y se besaron con lagrimas en los ojos. “Es posible que sea tan feliz a tu lado? No entiendo como pude respirar tantos años sin tus brazos rodeándome, sin tus caricias, sin tus ojos sobre los míos” le confesaba en los labios Alejandro. “Si el amor existe es porque vos existís, y si a tu lado soy feliz es porque me hacés sentir lo que nunca soñé, no quiero que este momento se termine. No quiero estar sin vos, no quiero perderte, no quiero salir de entre tus brazos”. 


La escena era tan ecléctica, tan perfecta, que los tres amigos no pudieron emitir palabra alguna al verla. Nadie señaló ni dijo nada. Los tres se quedaron mirando la secuencia de imágenes. Era un sueño. Una pareja explotando de amor en el medio de las vías del tren, tres amigos viendo el amanecer que los sorprendía con semejante milagro frente a sus ojos, el tren acercándose. Por un momento el tiempo se detuvo y todos entendieron lo que estaba pasando. Los 5 extraños sintieron un bienestar que los llenó de esperanza y los reflejó en el infinito. Para eso existimos, para momentos como ese. Esa imagen, esa situación, justificaba la vida de los cinco. Naturalmente, ninguno de los tres amigos se sorprendió cuando la pareja no se corrió del trayecto del tren.

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Silencio Hospital

Odio los hospitales. Mi cuarto es asqueroso, las enfermeras son asquerosas, la comida es asquerosa, el olor es asqueroso. Yo soy asqueroso. Hace siete días que no me bañan porque tengo tantos cables conectados a mi cuerpo que tardarían meses en colocármelos de nuevo. Por momentos me siento un microchip, el corazón de una máquina enorme, monstruosa, hasta llego a creer que mi sangre alimenta al hospital. Hay días en los que puedo moverme, aunque sea mínimamente, otros días, la mayoría, no. En esos días el arácnido enorme que duerme en mi techo aprovecha para desplegar su telaraña, que algún día acabara matándome, o al menos de eso logro convencerme. Hace unos días tuvimos una amable conversación en la que intenté disuadirlo de que no me asfixie con su telaraña a cambio de que yo lo sacara de allí cuando me recupere. 


No funcionó. Dice que voy a morir en pocos días. Tal vez tenga razón. También hay una enfermera ninfómana. Se llama Betty. Cada vez que viene a mi cuarto a chequear mi presión toca mis partes privadas. Las toca con fuerza, las aprieta, como si fueran suyas. El dolor es tan agudo y profundo que a veces no puedo ni hablar para pedirle que no lo haga más. Lo disfruta mucho. Siempre soñé cruzarme con alguna mujer adicta al sexo…pero no en esta situación. Si algún día mejoro, me prometí asesinarla. Tengo la teoría de que la comida no es mala, simplemente está vencida. Todos los coquetos restaurantes de la zona, aquellos que en otras épocas (antes del accidente) yo degustaba con placer, son cómplices de tamaña crueldad. Cada Domingo entregan toda la comida vencida de la semana a los hospitales, todas las sobras, para nuestro deleite. Gracias. Muchas gracias. Los odio. Nunca tuve el sueño liviano, pero muchas noches el goteo de los sueros (porque tengo uno en cada brazo) no me deja dormir. El problema aparece cuando los sueros están a destiempo. Cuando las 2 gotas impactan al unísono duermo 


como un recién nacido... pero cuando hay un mínimo desfazaje mis noches son inolvidables. Un viaje sinuoso. Hace ya varias lunas que esta viniendo a visitarme mi hijo muerto, aquel que nunca tuve, aquel que aborté cuando yo apenas tenia veinte años. Es molesto, muy molesto. Grita y llora, me reprocha no haberlo hecho nacer, haberle quitado la oportunidad. Me reprocha estar muerto. Y se babea, sobre todo en mi cama, cuando se acerca hacia mi cara para escupirme sus verdades. Nunca va a entender que este mundo apesta, que es mejor quedarse en el limbo previo a empaparse con esta mugre que algunos llaman humanidad. De todas maneras, con el tiempo aprendí a quererlo, al fin y al cabo, es el único familiar que viene a visitarme desde que me internaron. Mi momento favorito del día es cuando me dan la morfina. Mmmm... La morfina es el dulce de leche de los enfermos. Cierro los ojos y despierto recostado sobre verdes praderas, el pasto es tan suave que hay ocasiones en las que simplemente me quedo allí hasta que se pasa el efecto. Pero hay 


otros días en los que estoy menos perezoso y me levanto, y cuando veo que mis piernas responden a mis órdenes empiezo a correr, cada vez más rápido, intento alcanzar aquel horizonte que se forma con el cielo celeste, inabarcable, el aire golpea mi cara como nunca, me despeina y me hace llenar los ojos de lágrimas. Y me río, muchísimo, de manera compulsiva, no puedo contenerme. Lo peor de despertarse no es volver a sentir dolor en el cuerpo, tampoco la definitiva inmovilidad, ni siquiera la sensación de encierro del cuarto: lo peor de volver es el olor nauseabundo del hospital. Una mezcla de sangre, muerte, angustia, dolor, esperanzas ahogadas, gritos mudos. Me dan ganas de vomitar con solo pensarlo. Uno en la vida se acostumbra a todo, incluso a esto, es mi humilde teoría. Pero hay una idea que no me puedo sacar de la cabeza desde que estoy acá. Realmente no me importa que todo se termine .No me arrepiento de nada ni tampoco me quedaron grandes proyectos por realizar, lo que se dicen, sueños inconclusos. Considero que viví lo suficiente como para terminar ahora mismo el viaje. 


Lo único que me da pánico es que termine así, en la oscuridad de este cuarto, desbordado de humedad, entumecido, sucio, lleno de cables. Solo. Odio los hospitales.

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Delete

Hoy me propuse no extrañarla. Y al hacerlo, inevitablemente tuve que recordar durante todo el día a quién debía olvidar. Necesito un buen trago

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Asco (Un confesionario)

Mediocre. Ni siquiera. Es un adjetivo que me queda grande, inmenso. Soy muchísimo menos que eso. Tal vez sea más fácil contarles mi caso y que ustedes saquen sus propias conclusiones, que elijan el adjetivo que mejor me siente. Dudo que sea uno agradable. Soy Henry (aunque ese no es mi nombre real, me escondo detrás de un seudónimo porque mi identidad me repulsa). Escribir. Siempre fue mi vida. Aunque primero lo fue leer. Leer hasta el cansancio, hasta el agotamiento, hasta que los ojos duelan y la cabeza pida una tregua. Hasta deformarme la columna vertebral. Hasta sentirme invadido por las letras, perdido en un laberinto de palabras y sentencias.

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Devoré cuanto libro encontré en mi casa durante los primeros años de mi vida. Cuando tuve el suficiente criterio (y dinero) como para comprarme mis propios libros, agrandé considerablemente la biblioteca de mis padres, que con el tiempo, pasó a ser mía. Mis vicios literarios empezaron a llenar los rincones de la casa. Desparramaba letras por todos lados. Libros. Muchos. Hijo de un contador y su secretaria, siempre sospeché que mi nacimiento había traído varios problemas a mi padre, que por entonces estaba casado con Amanda. Sin embargo Amanda supo aceptar la situación, y sobretodo, aceptarme a mí como si fuese su propio hijo. Claro que la película duró poco y al ver que mi padre volvía a sus andanzas decidió cortar por lo sano, calculo que no le excitaba la situación de seguir adoptando hijos ajenos. A mi padre no volví a verlo desde entonces, no recuerdo ni siquiera el color de sus ojos, hijo de puta, a mi madre (biológica) en cambio si la seguí viendo. Aunque no la considero la persona más lista de la ciudad, aprendí a quererla. Inconsistente, hipocondríaca, irracional, desfachatada, distraída, odiaba la soledad entre mu


chas otras cosas. Tal vez por eso, a pesar del error que significo, decidió tenerme de todas maneras. Y yo termine siendo un fiel reflejo de sus peores cualidades. Nunca llegamos a tener una relación Madrehijo normal, básicamente porque ella no estaba lista para tenerla, contaba con escasos 19 años cuando yo salí de su cuerpo llorando y bañado de sangre. Su primera reacción al verme fue desmayarse. Eso es amor maternal. Amanda fue entonces, además de mi madre adoptiva, mi sostén durante esos primeros años en que trate de entender por qué mi familia no era como la de todos los demás. No fue fácil hacerle entender a un niño de seis años por qué su familia estaba integrada por un número impar de miembros, pero crecí sin prestarle mucha atención a aquel detalle. Como les decía, mi principal interés desde pequeño fueron los libros, eran mi refugio, mi departamento de soltero, mi castillo, los amigos que nunca tuve. Con los primeros despertares sexuales de la adolescencia (que experimenté con poco éxito, o mejor dicho, conmigo mismo) los libros cobraron una mayor importancia. 


Yo era muy tímido con las mujeres y estaba atravesando una fase bastante desagradable, en donde probaba cuanto look nuevo salía para ver cual combinaba mejor con mi persona. Punkie, darkie, clubber, rocker, dealer, deejay... Probé todo menos la homosexualidad, y déjenme decirles, no fue una tarea fácil... Y ni siquiera estoy mencionando el acné, ese asunto merece un capitulo aparte. Luego de algunas temporadas en la peluquería, decidí relajarme y dejar que la misma vida me descubra a mi y decida quien era yo realmente. Así que básicamente me senté a leer libros nuevamente hasta que aquello ocurriera. Veintiséis Años. Nadie me avisé que recién a los veintiséis años iba a conocer a Leticia. Ni siquiera la estaba esperando, estaba resignado a morir virgen, canonizado y hecho estampita: "Toda una vida dedicada a la sabiduría" Era una tarde de otoño, llovía torrencialmente y me había refugiado en un Café minúsculo del Microcentro. Obviamente el Café estaba atestado de gente esperando que la tormenta mengue.

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Busqué con la mirada y solo quedaba una mesa para dos con sus dos sillas libres. Apuré el paso mojando el pasillo y me senté en la mesa. A los dos minutos entré una mujer empapada. Buscó también con la mirada y vio que la única silla disponible era la que se enfrentaba a la mía, le hice un ademán para que se siente en mi mesa y allí mismo paso todo. Hablamos durante horas. A los pocos meses ella estaba viviendo en mi casa y cubriendo con sus adornos mis paredes. Era amor eso? finalmente me había llegado el momento? Así como si nada? sin siquiera buscarlo? Lo de Leticia fue un huracán de emociones, por lo intenso y por los destrozos que dejó detrás suyo. Estuvimos dos años juntos, que le alcanzaron para enamorarme perdidamente y dejarme caer desde lo más alto cuando un día, sin mas explicaciones, decidió hacer la maleta y mudarse de ciudad. Años mas tarde, y por un amigo en común, me entere de que en realidad había viajado a Cartagena no por una "oportunidad laboral única en la vida", sino para reencontrarse con su primer novio, que pudo convencerla de volver tras alguna propuesta de matrimonio a las apuradas y a 


la distancia. Obviamente, toda esta trastienda se dio a mis espaldas. Infame. Lo que siguió a aquella situación desastrosa fue una sequía amorosa de unos seis años en los que me dedique a leer y, sobretodo, a escribir. Ni siquiera me di tiempo para buscar otras mujeres, estaba deshecho. Escribía tres o cuatro horas por día, casi frenéticamente, me liberaba del fracaso amoroso, finalmente creía estar exorcizando las penurias. Pero había un problema: era un pésimo escritor. Pésimo? también me quedaba enorme. Me despertaba lleno de ideas pero a la hora de volcarlas al papel perdían su atractivo por completo. No había un manuscrito que valiera la pena, ni siquiera que mereciera una relectura. Mis textos no toleraban siquiera las correcciones. Sin embargo, y viendo el abismo Leticiano creciendo a mi alrededor, no me permití desanimarme y seguí escribiendo. No toleraba la idea de saber que ella estaba con otro, tenia que mantenerme ocupado sea como sea. Los meses pasaban y mi situación social seguía en un hiatus. Es definitivamente difícil conocer una mujer que valga la pena, es proporcional


mente directo al tamaño de la ciudad. Todos los días me cruzaba con miles de mujeres. Ninguna despertaba mi interés. Con el tiempo los textos fueron mejorando, de desechables a reciclables. Hasta que un día le di uno de mis escritos a un amigo cercano y me dijo, casi confundido: "esto es genial, cuánto hace que escribís?" Ese solo halago alimentó la caldera para que mi febril escritura aumentara durante las noches, a la luz de un velador seguía redondeando ideas, viendo como, con cada corrección, iba mejorando lo que intentaba expresar. Superado el problema de la escritura, me encontré con un segundo dilema: de qué me sirve escribir como un autentico ilustrado del siglo pasado si no tengo nada que contar? Recuerdo que salía a las calles en busca de inspiración, incluso me rodeaba de escritores y poetas buscando algún rastro de musa que se les pueda haber caído por algún descuido. Solo podía escribir simples relatos, perfectamente redactados, pero vacíos al fin, carentes de alma, de color, no tenia nada que decirle a nadie. Durante aquellos años de incertidumbre mi única compañía era un amigo que estaba atravesando una situación, la cual yo calculaba, varias 


veces peor que la mía, ya que se encontraba envuelto en una encrucijada de engaños con su pareja que parecía no tener fin, que incluía, entre otras cosas, a otra pareja amiga, formándose así un rectángulo amoroso, por llamarlo de alguna manera. Todos con todos y contra todos. Su vida era un caos, y yo era un privilegiado espectador en palco VIP de aquel infierno. Me preocupaba verlo tan confundido y a la vez tan divertido con aquella situación... era su motor para seguir adelante. Ambas parejas se necesitaban mutuamente, necesitaban del carbón de sus engaños para seguir funcionando. Un día, mientras el me contaba como su mujer descubría una prenda intima de su mejor amiga por cuarta vez en el mismo mes, me vino la revelación. "Ni siquiera en el peor culebrón televisivo podría pasar lo que me paso anoche" me dijo antes de confesarme una horrenda y decadente fiesta a la que acudió con el esposo de su amante, en busca de nuevos miembros para su "geométrica" relación. Llegue a mi casa nervioso aquella noche, algo en mi hervía. Me senté frente a la maquina de escribir y transpire hojas durante horas. 


En menos de dos semanas tenía escrita una novela de pies a cabeza. Una adaptación de aquel infame rectángulo amoroso que me asqueaba y me seducía en igual medida, como si fuese un protagonista más. Oculté e inventé detalles suficientes como para que mi amigo no se sintiera ofendido con el contenido, ni mucho menos aludido. Luego de corregirla durante algunos días y releerla hasta el agotamiento, se la llevé a un editor que conocía hacía algunos años. Me sorprendió una pequeña lluvia de ofertas editoriales para tener los derechos de mi novela aun inédita. De allí a la publicación pasó un mes. Una tarde nublada estaba caminando por el centro, volviendo a mi departamento, cuando en un semáforo dos mujeres empezaron a mirarme mientras se susurraban cosas por lo bajo. Fue imposible no prestarles atención, y la verdad es que yo andaba con pocas ganas de hacer sociales aquel día. "Puedo ayudarlas en algo?" les dije casi a los gritos y totalmente paranoico. "Disculpe... usted es el escritor no? es... es verdad lo que cuenta el libro? es autobiográfico?"

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me contestó una de ellas con miedo a escuchar mi próximo grito. "No, se debe haber confundido de persona" le dije y crucé el semáforo en rojo. Por poco me pisa un Ford. Asco fue un suceso editorial sin precedentes. En menos de un año se tradujo a seis idiomas, se llegó a vender en veintitantos países y fue bestseller en casi la mitad de ellos. Mi teléfono no paraba de sonar, todos querían una entrevista con el autor que "confeso con lujo de detalle su perturbante vida sexual" al mundo. Realmente la estaba pasando mal. No quería salir a la calle, ni siquiera ver a mis amigos de antaño. Me recluí. Mi único contacto con el mundo exterior era por las madrugadas cuando iba a comprar el periódico. Salía lo mas temprano posible, cuando todavía era de noche, para no ser reconocido. Llegué a odiarme. Mi libro seguía traduciéndose a más idiomas y en cada nuevo país que desembarcaba se transformaba en un "clásico moderno". Los medios especializados de aquel fatídico año en que edité Asco me nombraron una de las 


diez personalidades mas influyentes dentro del mundo literario. Ridículo, realmente. Viendo que con el pasar de los meses la fiebre por el "mejor escritor nuevo" no se calmaba decidí alejarme de todos y todo, al menos un año. Empaqué y me fui de la ciudad. Me instalé en una casa de campo que compré con lo ganado en esos escasos meses de "gloria literaria". Incluso me deshice de mi editor. Me convertí en fantasma. Nadie sabia donde estaba, ni siquiera mis familiares. Necesitaba entender por qué me estaba afectando tanto aquello, acaso no era lo que siempre había querido? Trascender históricamente por mis talentos? por qué no podía lidiar con aquello? Me tomé un año sabático, alejado de la escritura por completo, guardé la maquina de escribir en un sótano y la dejé añejarse. La sepulté. Me dediqué al campo, a criar ganado, a sembrar vegetales, a mirar atardeceres. Me dediqué a mí exclusivamente.

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Nunca me faltó nada, seguía cobrando mes a mes (cada vez más abultados) cheques por mi única obra publicada. Cada vez que necesitaba algo del pueblo mandaba a un joven vecino que, a cambio de una mínima remuneración, preservaba mi identidad en secreto. El año sabático, entre una cosa y otra, se expandió y se transformó en diez años. Nunca en ese tiempo siquiera pensé en retomar mi rutina de escritor. Incluso en los momentos mas tediosos no existía el impulso de desempolvar la maquina de escribir. Los días eran relajados, los veranos eternos y las noches reconfortantes. Puedo afirmar que fui feliz durante aquel período. Las presiones eran una contractura del pasado, un reflejo de un espejo roto que me devolvía la imagen de una persona en paz. Incluso tuve la sensación, en alguna tarde azarosa, de que el tiempo no transcurría en aquella casa. Hasta que una noche vi un programa por televisión que me hizo replantear mi presente.

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Se trataba de una investigación especial que hacían sobre el autor más revolucionario y misterioso de la era moderna. La investigación que realizaron sobre mi vida fue incisiva. El programa duraba unas dos horas en la que intentaban descifrar mi paradero actual, incluso había personas conocidas (ex vecinos) que afirmaban que estaba muerto. Todo esto del exilio, sin ninguna intención de mi parte, no hacía más que acrecentar mi mito. Los últimos treinta minutos del programa fueron los que me encendieron nuevamente. Citaron a algunos psicólogos para tratar de entender que era lo que me había pasado, como alguien tan prometedor, tan revelador, tan exitoso puede desaparecer por completo sin dejar rastro alguno. La mayoría de los psicólogos coincidían en la formulación de dos teorías. La primera indicaba que yo no estaba listo para recibir el éxito y por eso, mi psiquis, no pudo lidiar con la situación y decidí escaparme de la misma. Para llegar a esta conclusión el programa se basaba en una serie de entrevistas con familiares cercanos (incluso en una aparecía mi padre, muy desmejorado, contando detalles fic


ticios de mi infancia a cambio de algún billete... hijo de puta) La segunda teoría, totalmente aterradora, era que mi talento se había apagado. Terminó el programa y me quedé congelado en mi sillón durante horas. Realmente se había evaporado mi talento? había dejado todo lo que tenia para decirle a este mundo en una sola obra? en una mísera y asquerosa obra? eso era todo lo que podía dar? Desperté la mañana siguiente, contractura mediante, en el mismo sillón. No se si fue el programa, ver a mi padre inventando datos de mi vida o simplemente ver como la luz, que entraba por entre la ventana del cuarto, pintaba todo de un color sepia infinitamente nostálgico, pero aquella mañana cambió mi vida por segunda vez. Fui hasta el sótano, abrí la caja que contenía aquel disparador de toda esta locura, limpie la maquina de escribir y la apoyé desafiante sobre mi escritorio con una hoja en blanco en su interior. Nos miramos durante largos minutos como esperando un reencuentro de dos viejos amigos. Pero no pasó nada. Mi mente estaba en blanco. 


Me di más tiempo, incluso me senté y posé mis manos sobre la maquina como queriendo tentar la suerte. Nada. A la hora estaban colándose por mis pensamientos sensaciones de desdicha, de fracaso, inseguridad. No pude escribir ni una palabra aquel día. Asfixiado por la situación me dormí a base de Valium y whiskey. La mezcla me hizo verme en tercera persona. La lastima que me dio aquel cuadro me hizo llorar durante horas entre sueños. La mañana siguiente no fue muy distinta. Esta vez no pude racionalizar la situación y busque refugio en el alcohol exclusivamente. A las pocas horas de iniciada la tarde me desmayé sobre la alfombra de mi living. Desperté con el estomago vacío y vomité al ver que mi maquina de escribir todavía contenía aquella primera hoja en blanco que había colocado tres días atrás. Ni una palabra la decoraba. Empecé a desesperarme. Las ideas negativas fluían como un frondoso río que se termina mezclando con el mar. Empezó a dolerme la cabeza, necesitaba comer algo, urgente. 


Al cuarto día escribí una carilla de estupideces que terminé destrozando con lágrimas de rabia entre los ojos. El quinto día me desquité con Vodka. Al sexto apenas podía pensar claramente. Tenía que escribir algo, no importaba qué, algo. Me obligué a sentarme en el escritorio y escribí. Durante horas escribí. Que escribí? no lo recuerdo, solo sé que al día siguiente releí la primera hoja de las 23 que había escupido y me sentí enfermo. Al octavo día, ebrio, llegue a la conclusión de que nunca más iba a poder escribir algo coherente, me daba por vencido, me retiraba del mundo de las letras para siempre. Era una farsa, mi libro, mi éxito, yo. Me desarmé sobre mi cama y desperté dos días después. Entre sabanas figuré mi último acto racional. Me levanté temblando de debilidad, me acerque a mi cambiador y me vestí con mi mejor traje. Bajé al sótano y fui hasta la maquina de escribir, nos despedimos cordialmente y la tiré dentro de un horno a leña, estratégicamente ubicado en el centro del sótano para calefaccionarlo en su totalidad. Tiré también varias hojas en blanco. 


Restos de obras que nunca escribí. Tal vez alguien llegue a pensar que en realidad aquellas hojas quemadas contenían todas las genialidades inéditas que nunca publique durante mis años de exilio, obras que sin duda hubiesen cambiado el mundo. Perdidas para siempre por decisión de su creador. Un triste engaño. Rocié con Vodka los leños, la maquina de escribir y las hojas. Busqué entre antiguas cajas una soga que alguna vez había guardado allí. Subí a una escalera y até la soga a una antigua viga que sobresalía del techo del sótano, producto de un desperfecto de construcción que nadie se preocupó en reparar. Acerque una silla debajo de la soga e hice un nudo de forma tal que mi cabeza quepa dentro del mismo. De otra caja tomé un portarretratos y lo ubiqué frente a la silla. Encendí unos fósforos, que había tomado de mi habitación y los arrojé contra los leños. El vodka encendió en cuestión de segundos todas las hojas. Subí a la silla nuevamente y rodeé mi cuello con la soga. Tomé un largo suspiro y posé mi vista sobre el portarretratos. El mismo contenía 


una foto sacada varios años atrás, en donde se veía a un muchacho bastante más joven que yo abrazando a Leticia. No recordaba el color de sus ojos. Mi pierna izquierda tembló y la silla cedió hacia un costado. Desperté con un fuerte dolor de espalda tendido en el piso. La soga todavía apretaba mi cuello. Me deshice del nudo y me agarré la cabeza. Con el pasar de los segundos descubrí otros dolores todavía mas agudos en mis brazos y abdomen. Confundido empecé a tocar mi rostro tratando de entender qué había pasado. Por un instante pensé que iba a desmayarme. Apenas podía abrir los ojos del dolor de cabeza. Mis brazos estaban flojos, parecía que hacía años que no los había usado. Al intentar pararme mi rodilla ardió e hizo un estruendo insoportable. Miré mi pierna y vi que la viga se encontraba sobre ella. Malditos albañiles, no sirven para nada. Y yo tampoco sirvo para nada, ni siquiera para suicid...

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Entonces la ráfaga, el orgasmo, el temporal, mi cabeza no aguantaba tantas ideas juntas. Euforia. Reacomodé mi rodilla como pude, saque la viga de entre medio y fui hasta el escritorio tambaleándome. Tome una birome, una hoja en blanco que estaba tirada sobre la alfombra y empecé a escribir. "Mediocre. Ni siquiera. Es un adjetivo que me queda grande, inmenso. Soy muchísimo menos que eso..."

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Postdata

¿Viste esos días en que no querés ser vos? Esos días que lo único que esperás es llegar a tu cama, acostarte, apretar los ojos y darlos por finalizados? Matar el día. Hacer tiempo, hasta que se apague solito. Esos días en que no querés hablar, ni cruzarte con nadie, que nadie te invite una conversación. Que nadie se atreva. Esos días que preferís saltearte porque si, sin motivo alguno, por el simple hecho de ser uno de "esos". Justo en uno de esos días te vengo a cruzar por última vez. Una lastima. á

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 Aquel desborde . . . El exilio . . . . . Piriápolis . . . . . Viernes . . . . . Tajito . . . . . . Pilar . . . . . . Distancia divina . . . Gin & Vodka . . . . . Arena . . . . . . ó Prologo de un desamor Epílogo . . . . . Anoche . . . . . Silencio Hospital . . . Delete . . . . . Asco . . . . . . Postdata . . . . .

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 elaborado

 enelaura.wordpress.com     




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