Un Mundo bajo Cúpulas:
La Guerra por el Equilibrio
En el año 2147, el futuro había transformado a Samborondón en un paraíso exclusivo bajo un domo transparente que protegía a los ricos de un mundo al borde del colapso ambiental . La contaminación en la región había alcanzado niveles críticos, y las lluvias ácidas caían sobre las zonas que no tenían la fortuna de estar cubiertas por estas burbujas tecnológicas . Mientras tanto, Guayaquil, la ciudad vecina, resistía como podía. Sin ser completamente miserable, había quedado a la sombra del esplendor de Samborondón, marcada por el abandono de los gobiernos que favorecían a los “aniñados” bajo la cúpula.
El domo de Samborondón no solo regulaba la temperatura y el aire, sino que también proyectaba un cielo artificial con nubes de algodón y un sol constante, mientras los residentes disfrutaban de lujos inimaginables: autos voladores, jardines verticales, robots sirvientes y comida sintética perfecta . Todo esto era alimentado por la “Fuente de Vida”, una planta energética avanzada que tomaba recursos de Guayaquil a través de un complejo sistema de tuberías y drones. El espacio concebido dentro del domo era un lugar de territorialidad absoluta, donde todo estaba diseñado para garantizar la segregación espacial y la desigualdad espacial .
El espacio privado de los habitantes de Samborondón era una utopía, un refugio de lujo absoluto. Los edificios, construidos con materiales biodegradables y sostenibles, brillaban bajo el sol artificial . Dentro de cada hogar, la tecnología avanzada aseguraba la comodidad, con sistemas que predecían y satisfacían cada necesidad del residente. Mientras tanto, en las zonas fuera del domo, la vida era completamente diferente. Guayaquil, un espacio urbano deteriorado por el descuido y la pobreza, vivía bajo una constante amenaza de la topofobia; sus habitantes sentían una profunda aversión por las condiciones de su vida, marcada por la desdicha y la falta de oportunidades.
Sin embargo, en Guayaquil, el espacio público estaba lleno de vitalidad. Los mercados informales rebosaban de actividad, y las plazas eran el centro de una vida que se adaptaba a las circunstancias, a pesar de la adversidad. El espacio urbano, aunque marcado por la desigualdad, mantenía un dinamismo que lo distinguía de la fría perfección de Samborondón. En los barrios más bajos, la gente luchaba por sobrevivir, utilizando los pocos recursos que tenían para combatir la contaminación y la escasez de agua potable.
La ciudad de Guayaquil, aunque sumida en la periferia de la región, era aún el núcleo de la resistencia contra el modelo segregado de la élite. Los habitantes, que llevaban generaciones viviendo bajo la gentrificación impuesta por los poderes de Samborondón, veían con creciente frustración cómo sus tierras y recursos eran explotados sin ningún beneficio para ellos. La topofilia, el amor por el lugar donde vivían, era palpable, pero también lo era la sensación de haber sido despojados de su identidad y su derecho a vivir en un lugar digno.
La líder de este Consejo era Dayana Paredes, una mujer de mente brillante y corazón helado, conocida por su lema: “El orden es para quienes lo merecen”. Bajo su mando, Samborondón se convirtió en un símbolo de opulencia y exclusión, mientras Guayaquil se veía obligada a entregar agua purificada, energía y alimentos a cambio de sistemas tecnológicos obsoletos y costosos que apenas mitigaban el deterioro ambiental . La espacialidad del poder de Paredes era evidente: la región que controlaba no solo era el centro del poder político y económico, sino también de la contradicción social más grande, donde el progreso de unos pocos significaba el sufrimiento de muchos.
Dayana Paredes no era solo una figura política; era la encarnación de un sistema que anteponía la supervivencia de los más ricos a la de los más necesitados . A su alrededor, un grupo de elites empresariales consolidaba su dominio sobre los recursos de la región, con la clara intención de que el modelo de urbanización continuara, excluyendo a aquellos que se encontraban fuera de los límites del domo. Pero el control territorial de Samborondón estaba comenzando a desmoronarse. Los recursos de Guayaquil, que alimentaban el lujo de los ricos, eran cada vez más escasos. El movimiento de resistencia comenzó a tomar forma en los barrios de Guayaquil, donde Joel Cárdenas, un joven ingeniero, decidía tomar el control de su destino. Habiendo trabajado en el sistema energético de Samborondón, Joaquín descubrió un secreto: la “Fuente de Vida” no solo proporcionaba energía a los privilegiados dentro del domo, sino que drenaba los acuíferos de Guayaquil . Los recursos hídricos que quedaban en la ciudad estaban siendo absorbidos sin piedad para mantener la perfección artificial del paraíso de los ricos.
Joel vio cómo la territorialidad y la segregación espacial se mantenían gracias a este sistema. Mientras los barrios altos de Guayaquil sufrían cortes de agua, Samborondón disfrutaba de un suministro constante e inagotable. Fue entonces cuando Joel decidió que era el momento de actuar, de unir a los habitantes de Guayaquil en una resistencia organizada. La topofobia que sentían hacia los “aniñados” bajo la cúpula se convirtió en un motor de lucha. Reuniendo a un grupo diverso de científicos, comerciantes y artistas, Joel diseñó un plan para interrumpir el flujo de recursos hacia Samborondón. La vieja refinería abandonada en el sur de la ciudad se convirtió en el centro de la operación. Un dispositivo sería construido para contaminar el suministro energético que alimentaba el domo. Si el sistema caía, los residentes de Samborondón, los privilegiados, tendrían que enfrentar la misma desigualdad espacial que Guayaquil había sufrido por tanto tiempo. La resistencia sabía que esto provocaría el colapso del paraíso artificial, exponiendo a los ricos a las mismas condiciones que ellos soportaban a diario.
La noche del ataque fue caótica. Una explosión retumbó en la zona de transición entre Guayaquil y Samborondón, y el domo comenzó a agrietarse.
Dentro, los ricos miraban horrorizados cómo el cielo artificial se apagaba, revelando por primera vez las nubes grises y las estrellas ocultas por décadas . Los espacios simbólicos de Samborondón, como el domo, que habían representado la perfección y el control, se derrumbaban ante la contradicción de un sistema injusto que no podía sostenerse más.
Emilia Lucas, una de las principales consejeras de Dayana, intentó mantener el control, pero el caos se apoderó de todos. El lugar donde se encontraba la élite ya no era un refugio seguro; el sistema había colapsado. Sin embargo, el colapso de Samborondón no trajo una solución inmediata. Muchos de los “aniñados” huyeron hacia Guayaquil en busca de refugio, lo que creó tensiones entre los dos grupos. Sin embargo, Joel, lejos de permitir que la desesperación se transformara en odio, propuso algo inédito: unir los recursos de ambos lados para reconstruir un sistema justo y sostenible. La caída del domo había creado una oportunidad única de reconstrucción.
Por primera vez en décadas, Guayaquil y Samborondón comenzaron a trabajar juntos . No fue fácil . Las fronteras ideológicas y físicas entre los dos mundos seguían siendo una barrera difícil de superar. Sin embargo, la necesidad de supervivencia y la visión compartida de un futuro sin segregación espacial unieron a los dos grupos. Las políticas del Consejo, que habían fomentado la desigualdad espacial durante generaciones, comenzaron a desmoronarse ante la espacialidad del poder que había mantenido el statu quo.
Las primeras semanas fueron caóticas, pero lentamente, Guayaquil y Samborondón comenzaron a compartir recursos, conocimiento y tecnología.
Las zonas de Guayaquil que antes habían sido vistas como un lugar de miseria y desesperación comenzaron a renacer. Los espacios públicos se llenaron de actividades comunitarias, mientras los ricos de Samborondón empezaban a comprender las duras realidades que los habían mantenido aislados de la vida fuera de su burbuja.
El futuro aún era incierto, pero una chispa de esperanza había nacido entre las ruinas. La gente ya no veía el espacio urbano o el espacio rural como dos mundos separados, sino como partes de un todo interconectado que necesitaba ser preservado y equilibrado para las generaciones futuras.
Samborondón en un paraíso exclusivo bajo un domo transparente
Protegía a los ricos de un mundo al borde del colapso ambiental.
El domo, no solo regulaba la temperatura y el aire, sino que también….
...proyectaba un cielo artificial con nubes de algodón y un sol constante
El espacio privado de los habitantes de Samborondón era una utopía, un refugio de lujo absoluto.
Sin embargo afuera del domo la vida era muy diferente
El espacio público estaba lleno de vitalidad, los mercados informales rebosaban de actividad
…y en los barrios más bajos, la gente luchaba por sobrevivir
Dayana era la encarnación de un sistema que anteponía la supervivencia de los más ricos a la de los más necesitados.
Los recursos de Guayaquil alimentaban el lujo de los ricos y eran cada vez más escasos.
Joel un joven descubrió: la “Fuente de Vida” que no solo proporcionaba energía a los privilegiados, sino que drenaba los acuíferos de Guayaquil.
Científicos, comerciantes y artistas, junto a Joel diseñaron un plan para interrumpir el flujo de recursos hacia Samborondón
La noche del ataque fue caótica, una explosión retumbó en la zona y el domo comenzó a agrietarse
…revelando por primera vez las nubes grises y las estrellas ocultas por décadas.
Emilia (una consejera política), intentó mantener el control, pero el caos se apoderó de todos.
Muchos de los “aniñados” huyeron hacia Guayaquil en busca de refugio, lo que creó tensiones entre los dos grupos
Joel, lejos de permitir que la desesperación se convierta en odio, propuso un sistema justo y sostenible
La caída del domo había creado una oportunidad única de reconstrucción.
Por primera vez en décadas, Guayaquil y Samborondón comenzaron a trabajar juntos
¡no fue fácil! Pero se empezó a compartir recursos, conocimiento y tecnología
El futuro aún era incierto, pero una chispa de esperanza había nacido para las futuras generaciones