Queridos amigos, sacerdotes, seminaristas, personas consagradas, fieles laicos de la dilecta Diócesis de Ibarra: Esta mañana se ha publicado la noticia de que el Santo Padre Francisco ha aceptado mi renuncia como pastor de la Diócesis de Ibarra. No tengo palabras suficientes para agradecer al Papa el permitirme volver a Italia, a la casa de donde salí cuando era muy joven seminarista, para así poder atender de cerca a mis ancianos y enfermos padres. El hijo obispo ahora podrá acompañarlos durante el último tramo de la existencia que la bondadosa Providencia de Dios les tiene todavía preparada. Ustedes han constatado que en estos últimos meses han aumentado mis ausencias de la Diócesis y conocen que el lento y doloroso declive de mis padres ha sido la razón principal de las mismas. Gracias también por haber comprendido y compartido de cerca mis angustias y preocupaciones filiales. No obstante, mi especial gratitud hacia el Santo Padre es por haberme llamado a estar entre ustedes, muy amados amigos, tratando ser “como aquel que sirve” (Lc 22,27) a esta hermosa y Santa Iglesia Ibarrense. Han sido años intensos durante los cuales el Evangelio hizo y está haciendo de nosotros “casa de comunión y Misericordia”, con mil puertas abiertas hacia “los extremos confines humanos y geográficos de la tierra”, hasta Cuba y Bangladesh. Queridos amigos: por su generosa entrega, llegan a ser realidad: la transformación de nuestras parroquias; la opción educativa, en vista de la transmisión de la fe especialmente a los pobres y excluidos y a las jóvenes generaciones; y, la maduración de la conciencia misionera de todos los discípulos del Señor. Personalmente no puedo evitar reconocer que no siempre he estado a la altura de la tarea confiada y, por eso, les pido humildemente perdón a todos Ustedes, quienes, en cambio, en cada ocasión me han dado tanto afecto, alegría y fortaleza. El nuevo Obispo sabrá valorarlos a todos Ustedes y dará un nuevo impulso al camino emprendido. Ahora, luego de muchísimos años de misión en el Ecuador, este “obispo misionero” vuelve sencillamente a casa. Se abre así en mi vida episcopal una nueva ruta, pero siempre, en la huella del mismo Cristo, “el Apóstol y Sumo Sacerdote de nuestra fe” (Hb 3,1). Desde ahí, junto a mis padres, continuaremos siendo compañeros de camino. Gracias, hermanos e hijos míos, por haber sido para mí el Evangelio vivo que ha transformado mi vida. Los caminos de la Visita Pastoral que juntos hemos recorrido son los surcos imborrables grabados en mi corazón por los cuales, cada día, correrá la oración que nos mantendrá más unidos aún. Les pido siempre el consuelo y el abrazo de su bendición. Suyo, en Jesús, María, Madre de nuestro Pueblo, y el Arcángel San Miguel, celestial Patrono de nuestra Iglesia,
Valter Obispo Emérito de Ibarra